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O

N
S

E
Frankenstein
de Mary Shelley
Versión de Nicolás Schuff

Frankenstein
Mary Shelley
(Londres, 1797-1851)
Hija de un reconocido filósofo, la
pequeña Mary no llegó a conocer
ESTE LIBRO PERTENECE A a su madre, Mary Wollstonecraft,
quien falleció tras el parto. Sin em-
bargo, creció leyendo sus textos,
que planteaban la necesidad de la
igualdad educativa entre hombres
y mujeres. Inspirada en su madre,
Mary Shelley fue una niña audaz
y una mujer de una libertad poco
frecuente para la época, que es-
cribió para vivir y vivió para la es-
critura. Se casó con el poeta Percy
Shelley, de quien tomó su apellido.
Es recordada, principalmente, por
su novela Frankenstein o el moder-
no Prometeo (1818), inigualable
clásico de terror.

ILUSTRACIONES DE GIO FORNIELES


Capítulo 2

Capítulo 2

Después del nacimiento de mis hermanos, mis padres


abandonaron la vida viajera. Pasábamos casi todo el año en
nuestra mansión de Belrive, junto al lago Leman. Vivíamos
lejos de la multitud, felices. A veces pienso que es por eso
por lo que me gusta la compañía de pocas personas.
En el colegio me hice un solo amigo, Henry Clerval, un
chico con gran imaginación y talento. Él venía mucho a
casa, porque era hijo único, y además mis padres le toma-
ron cariño.
A Clerval le apasionaban las novelas, le gustaba escri-
bir cuentos y obras de teatro. Lo atraían las virtudes de los
héroes y los sueños de las personas. A mí lo que más me
interesaba eran los libros de ciencia. Yo quería conocer los
secretos del cielo y de la Tierra; entender el mundo en que
vivía. A pesar de esas diferencias, con Clerval casi nunca
peleábamos. Además, Elizabeth solía estar con nosotros y
transmitirnos su buen humor.
A los trece años descubrí las obras de un autor llamado
Cornelio Agrippa. Así me enteré de lo que era la alquimia.
Me cautivó. Leí con atención todos los libros de Agrippa, y
después pasé a otros autores similares. Todos ellos busca-
ban lo mismo, y no tardé en desear también yo eso que tan-
to anhelaban: crear el elixir de la vida eterna, nada menos.

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Frankenstein

Liberar a la humanidad de todas las enfermedades, y de la


misma muerte.
–No pierdas tu tiempo con eso, querido Víctor –me dijo
mi padre, cuando supo de mis lecturas–. Son puras tonterías.
Si se hubiera molestado en explicarme por qué lo consi-
deraba una tontería, tal vez yo hubiera perdido el interés.
Pero me pareció que hablaba sin saber, y no le hice caso.
Fue un accidente el que me llevó a abandonar las teorías
de los alquimistas. Ocurrió una noche, cuando tenía quin-
ce años, durante una tormenta terrible. Yo miraba por la
ventana los truenos que estallaban en distintos puntos del
cielo. Escuchaba al viento enfurecido. Entonces vi que un
árbol, de pronto, quedaba envuelto en llamas. Ardió como
una brasa gigante durante un buen rato y después se apagó.
Al acercarnos a la mañana siguiente,
lo único que quedaba era un tronco
flaco, carbonizado. Un amigo de mi
padre que estaba con nosotros
me explicó que seguramente le
había caído un rayo. Como me
vio muy interesado, me expli-
có qué era la electricidad.
Cómo funcionaba esa
energía; qué efectos
producía.
A partir de aquel
día abandoné a Agrippa
y a los alquimistas, y al otro
año me inscribí en la universidad
para estudiar ciencias en Alemania.

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Mary Shelley
(Londres, 1797-1851)
Hija de un reconocido filósofo, la
pequeña Mary no llegó a conocer
ESTE LIBRO PERTENECE A a su madre, Mary Wollstonecraft,
quien falleció tras el parto. Sin em-
bargo, creció leyendo sus textos,
que planteaban la necesidad de la
igualdad educativa entre hombres
y mujeres. Inspirada en su madre,
Mary Shelley fue una niña audaz
y una mujer de una libertad poco
frecuente para la época, que es-
cribió para vivir y vivió para la es-
critura. Se casó con el poeta Percy
Shelley, de quien tomó su apellido.
Es recordada, principalmente, por
su novela Frankenstein o el moder-
no Prometeo (1818), inigualable
clásico de terror.

ILUSTRACIONES DE GIO FORNIELES


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E
Frankenstein
de Mary Shelley
Versión de Nicolás Schuff

Frankenstein

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