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COMENTARIO BIBLICO
DEL CONTINENTE NUEVO
Hebreos
por
Carlos A. Morris
Editor General de la obra:
Dr. Jaime Mirón
2

[p 2]
Junta de Referencia
Presidente: Luis Palau

Junta de Referencia
Presidente: Luis Palau
Raúl Caballero Yoccou (Argentina), H. O. Espinoza (Mexico), Olga R. de Fernández (Cuba), Pablo Finken-
binder (EE.UU.), Sheila de Hussey (Argentina), Elizabeth de Isáis (Mexico), Guillermo Milován (Argentina),
Carlos Morris (España), Emilio Núñez (Guatemala), Dory Luz de Orozco (Guatemala), Patricia S. de Palau
(EE.UU.), Héctor Pardo (Colombia), Aristómeno Porras (México), Asdrúbal Ríos (Venezuela), Randall Wittig
(Costa Rica).
Publicado por
Editorial Unilit
Miami, Fl. EE.UU.
Todos los derechos reservados
© 1999 Asociación Evangelística Luis Palau
Este volumen ha sido escrito con la colaboración del
Dr. Jaime Mirón y Letica Calçada.
Versión utilizada de la Escritura: Reina Valera (RV) 1960.
© Sociedads Biblicas Unidas
Otras citas marcadas BLA, Biblia de las Américas
© 1986 The Lockman Foundation
Usado con permiso.
Producto 498676
ISBN 0-7899-0702-X
3

[p 3]

PREFACIO DEL EDITOR GENERAL


Cuando por primera vez pensamos en la necesidad de una obra como ésta, una de las necesi-
dades que advertimos—al margen de que el material fuera original en castellano—fue que sirviera
para llenar una gran necesidad del liderazgo iberoamericano. La mayoría de los obreros del Señor
en Latinoamérica no cuentan con los privilegios educacionales ideales ni con las posibilidades para
lograrlos. Es por eso que, recurriendo a hombres de Dios y excelentes maestors bíblicos del conti-
nente americano y de España, acordamos realizar esta obra.
Este Comentario Bíblico está especialmente dirigido al obrero, líder o pastor que recién se inicia
o bien que presiente no contar con preparación académica adecuada por falta de tiempo o de me-
dios. Esta obra no está dirigida a los expertos o eruditos puesto que estos hermanos ya cuentan
con suficiente material.
Este Comentario Bíblico expositivo no analiza la Escritura versículo por versículo ni menos pa-
labra por palabra. Por lo general se toman las ideas por párrafos y se extrae el contenido esencial.
No intentamos, en esta obra, aclarar toda duda o contestar toda pregunta que pueda tener el
maestro, predicador o estudioso de la Biblia. Lo que sí deseamos hacer es estimular al predicador
y ayudarle a aplicar y predicar el pasaje bíblico.
A pesar de que hay menciones ocasionales al original griego, como parte de la filosofía editorial
la Junta de Referencia pidió a los autores no ser exhaustivos en las explicaciones técnicas ni erudi-
tos en la presentación.
Quiera el Señor añadir su bendición a este Comentario del Epístola a los Filipenses a fin de que
los líderes del pueblo de Dios sean edificados y, a su vez, el cuerpo de Cristo crezca en conoci-
miento y sabiduría para gloria de Dios.
Dr. Jaime Mirón
Editor General
4

[p 5]

ÍNDICE DE CONTENIDO
Prefacio del editor general
ANALISIS Y BOSQUEJO DE LA EPISTOLA
Introducción general
I. La personalidad superior de Cristo
La excelencia de su persona
II. Las provisiones superiores del calvario
La excelencia de su obra
III. Los principios superiores de conducta

ÍNDICE DE RECUADROS ESPECIALES


El Señor exaltado
Cristo como “el Hijo”
Los cielos, el cielo, lo celestial
La revelación del Hijo de Dios
“Participantes”
La maravillosa Palabra de Dios
Nuestra mayor posesión—“Teniendo”
Getsemaní—He. 5:7–9
Seguridad absoluta
“Considerad al Sumo Sacerdote”
Las Glorias de Cristo como Sumo Sacerdote
El nuevo pacto
La ofrenda suficiente para el pecado
La adoracíon verdadera según Hebreos
La fe verdadera en acción
Jesús, el consumador de la fe
El pacto superior
Nuestro Ayudador oportuno
A Dios sea la gloria
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INTRODUCCIÓN GENERAL
Hebreos es considerado por muchos como la epístola más profunda del Nuevo Testamento.
Por eso su lectura y comprensión no resulta tan fácil. Sin embargo, comprobaremos que merece el
esfuerzo porque llenará nuestra alma de asombro, admiración y adoración, y motivará nuestro ser-
vicio.
AUTOR
Casi desde el mismo comienzo de la historia cristiana se ha discutido mucho sobre quién fue el
autor de esta epístola, llegándose aun a llamarla “la epístola huérfana” por no saber a ciencia cierta
el nombre del autor humano, aunque no cabe ninguna duda con respecto a su inspiración divina.
Tampoco se ha cuestionado su autenticidad o canonicidad, ya reconocida antes de finalizar el pri-
mer siglo de nuestra era.
Si bien Clemente de Alejandría cerca del año 200 sugirió que el autor tenía que ser el apóstol
Pablo, varias décadas después otro “padre” de la iglesia, Orígenes, afirmaba: “Los pensamientos
son de Pablo, pero el estilo es de otro … En cuanto a quién lo escribió, solo Dios lo sabe.” Efecti-
vamente, si bien el estilo es diferente al paulino, el contenido y la forma del argumento parecen
suyos. No obstante, cerca de la misma fecha, otro padre de la iglesia, Tertuliano, declaraba que se
trataba de Bernabé, mientras que otros aseguraban que era Clemente de Roma, quien fue el pri-
mero en citar Hebreos en una carta a los corintios alrededor del año 95. Siglos más tarde Lutero
habría de sugerir el nombre de Apolos como autor, pero resulta significativo que la iglesia en Ale-
jandría, de donde éste procedía, jamás lo reconoció como tal.
Ante la imposibilidad de saber precisamente quién fue el autor humano (aunque en ningun mo-
mento dudamos de la autenticidad de esta epístola), en adelante tendremos que referirnos a él
simplemente como “el autor” o “escritor” a los hebreos.
[p 8] RECEPTORES DE LA EPISTOLA
Primordialmente se trataba de hebreo–cristianos, judíos que se habían convertido al evangelio,
y por tanto conocían bien el AT y el ritual judío. Además resulta evidente que tanto el escritor como
los lectores se conocían –ver 13:7, 17–19, 22–24.
Si bien en un principio los hebreo–cristianos habían combinado su piedad cristiana con sus cos-
tumbres hebreas (v.gr. Hch. 21:20), en el año 63 se produjo un gran cambio pues Ananías, el nue-
vo Sumo Sacerdote, expulsó a los cristianos del Templo. Esto hacía imposible que siguieran como
hasta entonces. Debían ahora escoger entre el judaísmo o el Mesías. Además, como judíos habían
sido habitualmente protegidos por la ley romana, pero como cristianos eran objeto de persecución
tanto de judíos como de romanos.
FECHA
Probablemente entre los años 60 y 65 de nuestra era. Es evidente que el Templo todavía esta-
ba en pie en Jerusalén, y éste fue destruido en el año 70.
PROPOSITO U OBJETIVO
1. Inmediato – Establecer la verdad del carácter final del cristianismo en contraste con el carác-
ter temporario y típico del judaismo. Se ve al cristianismo no como el repudio o abandono de la re-
velación anterior, sino como su cumplimiento, la sustancia de la que el judaísmo era solo la som-
bra. Cabe destacar que la relación del judaismo y el cristianismo no es la del error a la verdad, sino
la del pimpollo a la flor, del niño al hombre, del amanecer al día, de la bellota que perece al germi-
nar al roble que produce.
Además, el objetivo era conducirles de los rudimentos a un conocimiento maduro y pleno de la
verdad cristiana. Eso debía llevarles a una ruptura total con el judaísmo. Estaban en peligro de vol-
ver a la seguridad aparentemente mayor del judaismo y hacer así un naufragio de su fe. Muchos de
ellos todavía tenían un grande apego a la ley mosaica. No se trataba pues (como en el caso de los
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gálatas) de meramente complementar la fe con las obras de la Ley, sino de renunciar a la fe del
todo y volver al judaísmo. Y eso era precisamente lo que el escritor de la epístola quería evitar a
toda costa.
2. Perpetuo – Destacar la necesidad de la perseverancia y el progreso en la vida cristiana, en
contraste con la indiferencia y el estan– camiento de tantos. Lograr una mayor profundidad de ex-
periencia espiritual. Esto solo [p 9] es posible mediante una apreciación efectiva de la persona y
obra del Señor Jesucristo, y de todos los recursos con que contamos como hijos de Dios.
TEMA
Según el comentarista Westcott, “La finalidad del cristianismo.” Más aún, es la superioridad de
la persona y obra de Jesucristo a la ley y a la religión judía. Se resume en dos expresiones: “Tú
eres Hijo” y “Tú eres Sacerdote”. Es como si se preguntara a los lectores: “¿Qué tenéis?” para lue-
go contestar: “Cristo”. En El tenemos a Uno que es mayor y superior a los profetas, ángeles, mayor
que Moisés, Josué, y Aarón, Uno que sirve en un mejor santuario, y ha introducido un mejor pacto.
Por eso no nos extraña que a esta epístola se la haya llamado “el quinto Evangelio”, pues si los
primeros cuatro describen el ministerio de Jesús sobre la tierra, éste se ocupa de su ministerio en
el cielo. Resulta pues muy apropiado el título “la epístola del cielo abierto.”
PALABRAS CLAVES
Hay ciertas palabras claves que ayudan a tener una apreciación más adecuada del propósito y
plan del libro. Entre ellas destacamos: “mejor” o “superior” (1:4; 6:9; 7:7, 19, 22; 8:6; 9:23; 10:34;
11:16, 35 y 40; 12:24). Así como las estrellas desaparecen de la vista ante el mayor resplandor y
gloria del sol, así los tipos y sombras del judaísmo palidecen y parecen insignificantes ante la ma-
yor gloria de la persona y obra del Señor Jesucristo. Pero el escritor no compara el cristianismo con
el judaísmo decadente que vemos en los Evangelios sino con su forma original, según fue revelado
a Moisés. Por eso no se hace referencia alguna al Templo sino al Tabernáculo.
“Perfecto”, en contraste con lo imperfecto de todo lo humano, ocurre en sus varias formas 12
veces en Hebreos (2:10; 5:9; 6:1; 7:11, 19, 28; 9:9, 11; 10:1, 14; 11:40; 12:23).
“Eterno”, que indica que todo lo que toca se vuelve permanente. Lo “mejor” tiene que ser “per-
fecto”, y nosotros no seremos per fectos hasta la eternidad (5:9; 6:2; 9:12, 14, 15; 13:20).
“Una vez” y “una vez para siempre” (6:4; 7:27; 9:12, 26, 28; 10:2, 10; 12:26, 27) mostrando la
absoluta finalidad de la revelación cristiana, que hace innecesaria toda repetición de lo realizado
por el Señor Jesucristo a nuestro favor.
“Cielos” y “celestial”(1:10; 3:1; 4:14; 6:4; 7:26; 8:1, 5; 9:23, 24; 10:34; 11:16; 12:22, 23, 24, 25,
26). En contraste con el judaísmo que es terrenal y se preocupa con el ceremonialismo físico, el
cristianismo es celestial y espiritual.
[p 10] “Sumo Sacerdote” es el título que se destaca en especial al hablar del Señor Jesús,
comparándolo con los sacerdotes humanos tan imperfectos. Este título tan significativo se encuen-
tra no menos de 32 veces en esta epístola.
ATRACCION Y APELACION ESPECIAL
Se aprecia al considerar que:
1. Es un libro de Evaluación, como ya hemos visto en el empleo de la palabra “mejor” con tanta
frecuencia.
2. Es un libro de Exhortación (ver 13:22). Contiene 5 paréntesis con valiosas lecciones en cada una
de ellos.
3. Es un libro de Examen (auto–examen) para que se produzca lo que se señala en 13:9 y estemos
firmes.
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4. Es un libro de Expectativa ya que mira hacia nuestro futuro glorioso (ver 2:5; 9:15).
5. Es un libro de Exaltación de la Persona y obra de Cristo. Necesitamos tener una concepto
adecuado de El (ver 3:1 y 12:3).
Todo esto nos lleva a considerar la:
IMPORTANCIA DE ESTA EPISTOLA
Esta es la más antigua apología cristiana que ha llegado hasta nosotros. Además indica la rela-
ción que existe entre el Antiguo y el NT, y entre el judaísmo y el cristianismo. Hace un uso magis-
tral de citas del AT, y nos ayuda a tener una mejor comprobación del mismo.
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ANÁLISIS Y BOSQUEJO DE LA EPÍSTOLA


I. LA PERSONALIDAD SUPERIOR DE CRISTO 1:1–8:5.
La excelencia de su persona
A. Superior en su majestad, 1:1–2:18
1. Como Hijo de Dios—Cap. 1
a. Superior a los profetas 1:1–3
b. Superior a los ángeles 1:4–14
2. Como Hijo del Hombre—Cap. 2
a. Salvación que no se puede descuidar 2:1–4
(Primer paréntesis de advertencia y apelación ref. a la negligencia)
b. Superior como Hijo del Hombre 2:5–18
B. [p 11] Superior en su ministerio, 3:1–8:5
1. Superior a Moisés 3:1–6
2. Sensibilidad ausente 3:7–14
(Segundo paréntesis de advertencia y apelación ref. a la incredulidad)
3. Superior a Josué 4:1–13 (y continuación 2° paréntesis)
4. Superior a Aarón 4:14–5:10
5. Seguid creciendo 5:11–6:12
(Tercer paréntesis de advertencia y apelación ref. falta crecimiento)
6. Superior a Melquisedec 6:13–8:5
II. LAS PROVISIONES SUPERIORES DEL CALVARIO 8:6–10:18 –La Excelencia de su obra
A. Contamos con una seguridad mayor, 8:6–13
1. Porque tenemos un mejor pacto 8:6–9
2. Porque tenemos mejores promesas 8:10–13
B. Contamos con un santuario mejor, 9:1–10, que el anterior
1. El moblaje del tabernáculo 9:1–5
2. El ministerio del tabernáculo 9:6–10
C. Contamos con un sacrificio mejor, 9:11–10:18
1. Por la presencia del Sumo Sacerdote 9:11, 12a
2. Por la provisión preciosa 9:12b
3. Por la purificación así lograda 9:13, 14
4. Porque el Pacto necesitaba de su muerte 9:15–17 para tener validez
5. Porque los principios de purificación 9:18–22 exigían sangre
6. Porque la presentación del Señor 9:23–28 ha satisfecho
7. Porque la perfección es imposible 10:1–4 por la Ley
8. Por la preparación divina señalada 10:5–10
9. Por la perfección hecha posible 10:11–14
10. Por la promesa del Pacto 10:15–18
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III. LOS PRINCIPIOS SUPERIORES DE CONDUCTA 10:19–13:25


A. El Camino a la adoración 10:19–25
1. Confianza para entrar 10:19
2. Camino nuevo abierto 10:20
3. Contamos con gran Sacerdote 10:21
4. Cómo acercarse a Dios 10:22, 23
5. Consideración debida 10:24
6. Congregación necesaria 10:25
B. [p 12] Cuidado con el pecado deliberado 10:26–39
(Cuarto paréntesis de advertencia y apelación ref. al pecado deliberado)
C. La confianza exigida 11:1–40
1. La descripción y definición de la fe 11:1–3
2. La demostración de la fe 11:4–40
D. La carrera propuesta 12:1–4
E. La corrección necesaria 12:5–11
F. La conducta con nuestros hermanos 12:12–15
G. La comparación provechosa 12:16–24
1. La acción profana 12:16, 17
2. El antiguo pacto 12:18–21
3. El nuevo pacto 12:22–24
H. La conciencia que debía ejercitar 12:25–29
(Quinto paréntesis de advertencia y apelación ref. a la indiferencia)
I. La comunión cristiana 13:1–25
1. En lo que se refiere a lo social 13:1–6
2. En lo que se refiere a la Iglesia 13:7–17
3. En lo que se refiere a lo personal 13:18–25
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CAPÍTULO UNO

I. LA PERSONALIDAD SUPERIOR DE
CRISTO 1:1–8:5
LA EXCELENCIA DE SU PERSONA
A. SUPERIOR EN SU MAJESTAD 1:1–2:18
1. Como Hijo de Dios, 1:1–14.
1
Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por
los profetas, 2en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de
todo, y por quien asimismo hizo el universo; 3el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen
misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo
efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la
Majestad en las alturas, 4hecho tanto superior a los ángeles, cuanto heredó más excelente nombre
que ellos. 5Porque ¿a cuál de los ángeles dijo Dios jamás: Mi Hijo eres tú, Yo te he engendrado
hoy, y otra vez: Yo seré a él Padre, Y él me será a mí hijo? 6Y otra vez, cuando introduce al Primo-
génito en el mundo, dice: Adórenle todos los ángeles de Dios. 7Ciertamente de los ángeles dice: El
que hace a sus ángeles espíritus, Y a sus ministros llama de fuego. 8Mas del Hijo dice: Tu trono, oh
Dios, por el siglo del siglo; Cetro de equidad es el cetro de tu reino. 9Has amado la justicia, y abo-
rrecido la maldad, Por lo cual te ungió Dios, el Dios tuyo, Con óleo de alegría más que a tus com-
pañeros. 10Y: Tú, oh Señor, en el principio fundaste la tierra, Y los cielos son obra de tus manos.
11
Ellos perecerán, mas tú permaneces; Y todos ellos se envejecerán como una vestidura, 12Y como
un vestido los envolverás, y serán mudados; Pero tú eres el mismo, Y tus años no acabarán.
13
Pues, ¿a cuál de los ángeles dijo Dios jamás: Siéntate a mi diestra, Hasta que ponga a tus ene-
migos por estrado de tus [p 14] pies? 14¿No son todos espíritus ministradores, enviados para servi-
cio a favor de los que serán herederos de la salvación?
El prólogo cristológico en estos primeros versículos tiene ciertas similitudes con el prólogo del
Evangelio de Juan (1–18), y establece de entrada el tono de todo el libro. Así no hace falta ninguna
salutación o introducción personal. El escritor comienza enseguida mostrando que Cristo es:
a. Superior a los profetas (1:1–3), los mensajeros terrenales del pasado.
Inmediatamente arremete con su tema, las glorias superlativas de Cristo, en un lenguaje
verdaderamente exquisito.
“Dios”. Sin preámbulo alguno el escritor abre la epístola en forma abrupta, dando por senta-
do la existencia de Dios y la realidad de una revelación en una afirmación categórica, como algo a
ser probado. Hebreos es uno de tres libros de la Biblia que comienzan con Dios: Génesis, revelan-
do su poder; Juan, haciendo escuchar su voz; Hebreos, contemplando y admirando su persona.
(i) La realidad de la revelación divina (v. 1). La elocuencia del lenguaje aquí solo es
igualada por la profundidad de los pensamientos que expresa. Notemos que es una afirmación, y
asume dos cosas: que Dios existe y que se ha revelado a los hombres. Es Dios mismo que se ha
revelado, y no el hombre que lo ha buscado y descubierto. Veamos los detalles:
*Frecuencia. “Muchas veces”, pero en forma fragmentaria y progresiva, hasta llegar
a proporcionarnos un retrato casi completo del Señor. El AT contiene esa revelación progresiva por
parte de Dios.
*Forma. “de muchas maneras”. Variedad de formas: promesas, visiones, sueños,
voces, ángeles, juicios, advertencias, etc., por su Espíritu.
11

*Fragmentaria, pues por estas formas y mediante estos medios Dios solo se podía
revelar de modo limitado y parcial. Lo que se transmitía era correcto, pero incompleto.
*Destinatarios de esa revelación pasada eran “los padres”, los descendientes de
Abraham, Isaac y Jacob: los hebreos. Ellos habían sido los depositarios de los oráculos de Dios.
*Instrumentos usados: “los profetas”. Aunque fueron empleados por Dios para am-
pliar su revelación, los profetas eran solo canales. Se establece, pues, en este versículo el origen
divino del AT.
[p 15] Sí, Dios se valió de mensajeros humanos, pero ellos no podían comunicar todo lo
que había en el corazón divino. Por eso era necesaria:
(ii) La revelación suprema de Cristo (v. 2a)
“En estos postreros días” para los judíos era una expresión escatológica, significando
en los días del Mesías (cf. Is. 2:2; Mi. 4:1).
Notemos que ahora “nos ha hablado” a nosotros, “por el Hijo”: Toda la revelación del
AT converge en El. Todas las voces de los profetas ahora se unen en una sola voz, la del Señor.
La revelación anterior ha quedado totalmente superada al venir El pues no era meramente parte de
la verdad, sino la personificación de ella en su totalidad. El es la revelación definitiva, completa y
perfecta. En vez de ser temporaria, es permanente; en lugar de ser preparatoria es final; y no viene
a través de subordinados sino que está encarnada en El (cf. Jn. 1:18).
La palabra central aquí es “Hijo”, y como en el griego original no se usa el artículo defini-
do, sugiere más su carácter que su persona, lo que es, antes de quién es. Es Dios mismo hablán-
donos. Hay nada menos que nueve referencias a Cristo como Hijo en Hebreos, de las que tres se
encuentran aquí (1:2, 5, 8; 3:6; 4:14; 5:8; 6:6; 7:28; 10:29). Todo lo que Dios quiso que supieramos
acerca de Sí mismo está resumido en Cristo.
(iii) Las razones de esa superioridad (vv. 2b, 3). Aquí se dan nada menos que siete
pruebas de su superioridad incomparable.
*“Heredero”. Primero se nos lleva al final de la historia, al momento culminante cuan-
do todo le será entregado. El universo le pertenece a El. Aún no ha tomado plena posesión de su
herencia (He. 2:8; 1 Jn. 5:19), pero lo habrá de hacer a su debido tiempo (Jn. 3:35).
*“Creador”. Aquí se nos conduce al comienzo de la historia. Cristo fue el agente acti-
vo de la creación. Esto de nuevo muestra su derecho sobre nosotros (cf. Jn. 1:3; Col. 1:16). Y si
había podido superar el caos anterior a la creación (Gn. 1:2), podría controlar el deterioro de esos
creyentes hebreos.
*“Resplandor” visible de la gloria de Dios, quien es luz. No es luz reflejada, sino que
sale de adentro. Aquí se nos traslada a antes de la creación. Se describe al Señor en su relación
con Dios, como la revelación de su gloria, como el resplandor del Shekinah o la presencia de Dios
en el Tabernáculo y el Templo. Todas las perfecciones que se encuentran en Dios Padre, también
se hallan en Cristo, y se revelan en todo su esplendor en El. El Señor, literal y activamente mani-
festó la gloria del Padre. En Cristo toda la majestad del esplendor de Dios se revela plenamente.
*[p 16] “Imagen misma de su sustancia”, o como lo traduce la Versión Moderna, “la
exacta expresión de su sustancia”. Si se quiere saber cómo es Dios, no hace falta especular: su
Hijo vino a revelarlo. El lo representa con total exactitud. Es la fiel y precisa representación de la
misma sustancia, esencia y carácter de Dios (cf. Col. 2:9). Cristo no es solamente una manifesta-
ción de Dios, sino “Dios manifestado en carne” (1Ti. 3:16). Solo Cristo podía decir “El que me ha
visto a mí, ha visto al Padre” (Jn. 14:9).
Estas dos expresiones son complementarias porque podría argumentarse, en base a la
primera, que como el rayo es solo parte del sol, así Cristo es solo parte de Dios; pero este error se
corrige con la segunda, pues El es “la imagen misma”.
12

*“Sustentador”. No se trata de la figura mitológica de un Atlas o un Hércules sopor-


tando el peso del mundo sobre sus hombros, sino de una realidad irrebatible. Aquí el escritor nos lo
revela a través de toda la historia en una acción continua y sostenida. El Señor lo hace mediante el
poder de su palabra, su soberano decreto y voluntad (cf. Col. 1:17). Todo lo que sucede está bajo
su control, y si El en un momento quitara sus manos de ese control, todo se desintegraría (Ro.
11:36). El mantiene todo en armoniosa marcha y función.
Los científicos conocen tanto más ahora acerca del universo, la composición química de
los planetas, la existencia de millares de galaxias más allá del alcance de los telescopios. Pero sin
embargo no pueden identificar la fuerza, o el poder, que mantiene a estos mundos en órbita. La
respuesta está en este versículo. Posiblemente nuestra visión de Cristo sea limitada. Estamos en
peligro de enclaustrarlo en nuestra experiencia restringida o nuestro conocimiento limitado. Necesi-
tamos, pues, una nueva visión de Cristo en estas dimensiones cósmicas.
*“Salvador”. Aquí vemos cuál fue el propósito de su venida. No solo es el Revelador
de Dios sino además la Rrdención divina, pues efectuó la purificación de nuestros pecados por
medio de su muerte en la cruz. No bastó su palabra, sino que tuvo que tomar forma humana y mo-
rir por nosotros. El no meramente prometió perdón, como los profetas, sino que lo logró mediante
el sacrificio de Sí mismo. En su acto redentor realizó lo que ningún sacerdote había hecho: quitar el
pecado, no solo en forma temporaria sino permanente (Jn. 1:29; 19:30).
Estas palabras también nos indican que la teoría de la existencia del purgatorio es total-
mente innecesaria y contraria a las Sagradas Escrituras.
*“Soberano”. Aquí vemos su exaltación como Señor, ocupando el lugar que le co-
rresponde a la diestra de Dios, ratificando así una obra perfecta y consumada.
[p 17] Resulta significativo que cuando el Sumo Sacerdote entraba en el santuario no se
sentaba pues al no haber provisión para ello no había ningun asiento, sugiriendo que su ministerio
nunca quedaba concluido. En cambio nuestro Sumo Sacerdote, Cristo, al haber concluido la obra
de redención se sentó. Cuatro veces en Hebreos se nos indica que se sentó, o se sienta, a la dies-
tra de Dios: aquí como Señor victorioso, después de haber vencido a Satán y realizado una expia-
ción completa; en 8:1 como Sacerdote celestial, en 10:12 como Sacrificio completo, y en 12:2 como
Ejemplo perfecto.
b. Superior a los Angeles (1:4–14), los más elevados seres creados, y los mensajeros
celestiales del presente. Había una necesidad imperiosa de destacar la superioridad del Señor so-
bre ellos en vista de la fuerte tendencia entre los judíos a exaltar desmedidamente las huestes ce-
lestiales, que llegaban a considerar como intermediarios entre Dios y los hombres. El escritor de
Hebreos lo hace citando no sus propias palabras, sino las de Dios en el AT, nada menos que siete
veces (seis veces de los Salmos y una de 2 Samuel).
(i) Ocupa un lugar superior a los ángeles (v. 4a). Tiene una superioridad inherente a
su rango y posición, y además porque ellos son criaturas creadas por El.
Aquí aparece por primera vez uno de los adjetivos predilectos del escritor para describir
todo lo que se relaciona con el Señor Jesús y su ministerio: “superior” o “mejor”.
(ii) Ostenta un nombre superior a los ángeles (vv. 4b, 5) (cf. 2 S. 7:14; Sal. 2:7; 89:26),
el de “Hijo”, el mismo nombre en que podemos ser salvos. Como en otras ocasiones, la palabra
“nombre” equivale a naturaleza, de modo que indica que Cristo posee la naturaleza de Dios.
Dios jamás se dirigió a un ángel en particular llamándolo “hijo”, pero así llamó al Señor
Jesucristo. Aunque en Job 1 se refiere a ellos colectivamente como “hijos de Dios” (v. 6); “Hijo” se
usa exclusivamente para Cristo. Hay aquí una relación superior como Hijo, a la que sería si se tra-
tara de una criatura debajo de El. Aquí se deja ver el afecto entre el Padre y el Hijo.
13

Las palabras “Yo te he engendrado hoy” (cf. Hch. 13:33), no se refieren a que haya si-
do engendrado físicamente, sino al reconocimiento por parte de Dios de su Hijo en la resurrección,
como corrobora Pablo en Ro. 1:4.
(iii) Objeto de adoración por los ángeles (vv. 6, 7) (Sal. 97:7; 104:4; 45:6, 7), mientras
que ellos son sus mensajeros y siervos. Es idolatría de la peor índole adorar a quien no sea Dios.
Sin embargo, aquí se nos manda adorar a Cristo, otra prueba más de que El es Dios.
[p 18] La palabra “Primogénito” aquí no significa “el primero engendrado”. Por ejemplo,
Dios hizo a Salomón primogénito” (Sal. 89:27) aunque él fue el décimo en la genealogía. Es, pues,
un título de rango y honor. Se refiere más a posición que a prioridad en tiempo.
Además El es el Creador y director de los ángeles (vv. 6, 7). Ellos están subordinados a
El y obedecen su voluntad con la velocidad e invisibilidad del viento, y con el fervor y poder del
fuego.
(iv) Oleo de unción divina, (vv. 8, 9). Notemos que aquí el Padre se dirije a su Hijo
como Dios (“Oh Dios”). Aunque se hizo hombre, el Hijo jamás abandonó su deidad. Y es Dios Pa-
dre mismo que destaca el carácter incomparable de su Hijo. El Señor ha mostrado su aptitud para
reinar al haber manifestado su amor a la justicia y su aborrecimiento de la maldad.
Como mensajeros de Dios los ángeles están dotados de grandes poderes, pero no dejan
de ser criaturas sujetas a la voluntad soberana del Creador. Muy por encima de ellos está el Hijo, y
sólo a El le pertenece este trono. A diferencia de los reyes de este mundo, cuyas decisiones a me-
nudo están influenciadas por parcialidad y prejuicio, el Hijo ejerce su reinado en perfecta justicia
(cf. Is. 11:5).
Durante el período de su humillación, Cristo probó su apego absoluto a la justicia y su
odio inflexible de la iniquidad. Por eso Dios lo ha exaltado (Fil. 2:9).
La unción parece ser de la descripción de la gozosa coronación celestial que siguió a la
terminación victoriosa del ministerio terrenal de Cristo (ver 2:3–6). Según el contexto, los “compa-
ñeros” parece indicar de nuevo a los ángeles.
(v) Origen de todo (vv. 10–13).
*El principio de todo, v. 10 (Sal. 102:25–27). Se destaca aquí la gloria de su poder y
su eternidad (cf. Ap. 1:17). Los ángeles deben su propia existencia a Cristo. El estaba allí en el
principio antes de que siquiera existiesen esos seres celestes.
Debe notarse aquí que Dios se dirije a su Hijo como “Señor”, es decir Jehová. La conclu-
sión es evidente: Jesucristo del NT es Jehová del AT. Como Jehová, El está aparte del mundo y
por encima de él, siendo antes que él y después de él.
*Lo perecedero de la creación, vv. 11a, 12a. ¡Qué contraste con el carácter perma-
nente e inmutable de Cristo! Sus obras perecerán, pero El permanecerá.
Toda la creación tiene una obsolescencia incorporada. El movimiento mismo produce
fricción, y ésta a su vez trae desgaste, y desemboca eventualmente en desintegración. El salmista
la compara con un vestido, que primero se desgasta, luego se envuelve como algo ya inútil, y fi-
nalmente se cambia por algo mejor.
*[p 19] En el v. 12a se identifica al Hijo como el autor del juicio catastrófico que final-
mente introducirá los “cielos nuevos y tierra nueva” que el apótol Pedro señala (2 P. 3:13).
*La permanencia del Creador, vv. 11b, 12b, en contraste con la transitoriedad de la
creación. Al ver desmoronarse los sistemas e instituciones de este mundo, cuánto aliento nos da
saber que de nuestro Salvador se dice: “Pero Tú eres el mismo” (cf. He. 13:8; Ex. 3:14; Stg. 1:17;
Sal 90:4). A su vez eso nos proporciona la estabilidad que necesitamos en un mundo tan inestable.
14

*Al dirigirse a su Hijo en los vv. 4–12, Dios el Padre ha destacado su deidad, su trono,
su cetro, su reino, su carácter, su exaltación, su poder creador, y su eternidad (o inmutabilidad), en
uno de los alegatos más claros de toda la Escritura en cuanto a la deidad esencial del Señor Jesu-
cristo.
*La Promesa hecha al Hijo (v. 13) de dominio y supremacía absoluta, destaca la glo-
ria de su posición. La séptima cita (Sal. 110:1) se introduce mediante una pregunta retórica que
demanda una respuesta negativa. Ningun ángel puede jamás afirmar que Dios le haya dicho esto,
ni que lo haya invitado a compartir el reinado sobre el universo como co-igual.
*Este es el Salmo citado con más frecuencia en el NT, y es el fundamento sobre el
que descansa esta epístola. Al Hombre rechazado aquí en la tierra se le ha dado el lugar de honor
más elevado del cielo. Está reservado solo para El, siendo El después de todo el fin y la meta de
toda la historia. La imagen aquí se toma de los conquistadores que destacaban lo absoluto de su
triunfo colocando sus pies sobre el cuello de los que habían conquistado.
(vi) Ocupación de los ángeles, v. 14. Aquí estamos frente una pregunta que requiere
una respuesta afirmativa. La misión de los ángeles no es reinar sino servir, en especial a nosotros
“los herederos de salvación”.
Los ángeles estuvieron muy activos durante la vida terrenal del Señor Jesucristo: Antici-
pando su venida (Lc. 1:26–38); anunciando su venida (Lc. 2:9–14); ministrando luego de su tenta-
ción (Mt. 4:11); fortaleciéndolo (Lc. 22:43); anunciando su resurrección (Mt. 28:1–7). Luego en el
libro de los Hechos vemos 7 instancias de su actividad: instruyendo a los discípulos (1:10, 11); libe-
rando los apóstoles (5:19); guiando a Felipe hasta el etíope (8:26); contestando a Cornelio (10:3);
liberando a Pedro (12:7–10); ejecutando juicio (12:2); asegurando a Pablo liberación del peligro
(27:23).
Estas son ilustraciones prácticas de lo afirmado en He. 1:14, pero notemos que la salva-
ción nos eleva por encima de los ángeles (Heb. 2:9).
[p 20] En nuestro propio siglo podríamos citar varios ejemplos de la intervención de án-
geles en momentos cuando creyentes han estado en peligro. Sé de por lo menos dos casos de
colportores de las Sociedades Bíblicas protegidos de bandoleros en España porque éstos vieron
que estaban acompañados (cuando en realidad físicamente estaban solos y sus “compañeros” an-
gelicales sólo eran visibles a los ojos de los enemigos). Quizás aún más dramático sea el caso de
Marie Mousen, misionera noruega en el norte de China. Cuando su misión fue atacada por solda-
dos comunistas, éstos no se atrevieron a atacar el edificio donde se había refugiado con muchos
otros porque veían que estaban protegidos por “soldados altos con rostros que brillaban” (según
sus propias palabras). Es decir que los incrédulos los veían, aunque resultaban invisibles para los
creyentes (cf. 2 R. 6:14–17).
En resumen, en las palabras del comentarista alemán F. Delitzsch, “Los ángeles están
delante de Dios como espíritus ministradores esperando sus órdenes, sirven a Dios y al hombre; el
Hijo está delante de Dios reinando; y todo, aún en contra de su propia voluntad, debe reconocer su
dominio.”
A su vez, si bien los ángeles ministran a nuestro favor, solo el Espíritu Santo trabaja en
nosotros. Ellos nos pueden salvar físicamente, pero solo el Señor nos puede salvar espiritualmen-
te.

EL SEÑOR EXALTADO
“a la diestra de la majestad en las alturas”
Cuatro veces encontramos la mención de esta posición en
Hebreos.
Como Hijo de Dios—Su soberanía y derecho como
15

Hijo—1:3
Como Sumo Sacerdote—Su santurario celestial—8:1,
donde ejerce.
Como Hombre perfecto—Su sacrificio consumado—
10:12, para siempre.
Como Sustentador nuestro—Su supremacía absoluta—
12:2, para concluir.

[p 21] CRISTO COMO “EL HIJO”


Notamos :
Su Rango—Hijo de Dios—Su deidad absoluta—1:2, 5–
13
Su preeminencia se prueba por 6 citas de Salmos y otra
de 2 S. 7:14
Su Revelación—Hijo del Hombre—Su humanidad
perfecta—2:6, 7
Su Reinado—Hijo de David—Su soberanía—“sujetó
todo”—2:8, 9
Su Rol o papel—Hijo de Abraham—Su nacionalidad
“simiente …”—2:16

LOS CIELOS, EL CIELO, LO CELESTIAL


Los cielos (físicos)
Son obra de las manos del Señor—1:10
Cristo pasó a través de ellos—4:14
Cristo fue exaltado por encima de ellos—7:26
Aún habrán de ser consumidos—12:26
El cielo (morada de Dios)
El lugar del trono de Dios—8:1
El sitio donde Cristo se encuentra—9:24
El lugar donde están nuestros tesoros—10:34 cf. Mt.
6:19–21
Allí se encuentran nuestros nombres—12:23
Desde allí nos habla Dios ;—12:25
Lo celestial
Nuestra vocación o llamado celestial—3:1
El don celestial—6:4
Las cosas celestiales—8:5
La patria celestial—11:16
La Jerusalén celestial—12:25
16

[p 22] CAPÍTULO DOS


Hebreos, según se ha dicho, “comienza como un ensayo, prosigue como un sermón, y ter-
mina como una epístola”. Pero se llama a sí misma “la palabra de exhortación” (13:22), y este én-
fasis se manifiesta en especial en una serie de cinco paréntesis, el primero de los cuales se en-
cuentra al comienzo de este capítulo.
2. Como Hijo del Hombre, 2:1–18
1
Por tanto, es necesario que con más diligencia atendamos a las cosas que hemos oído, no sea
que nos deslicemos. 2Porque si la palabra dicha por medio de los ángeles fue firme, y toda trans-
gresión y desobediencia recibió justa retribución, 3¿cómo escaparemos nosotros, si descuidamos
una salvación tan grande? La cual, habiendo sido anunciada primeramente por el Señor, nos fue
confirmada por los que oyeron, 4testificando Dios juntamente con ellos, con señales y prodigios y
diversos milagros y repartimientos del Espíritu Santo según su voluntad. 5Porque no sujetó a los
ángeles el mundo venidero, acerca del cual estamos hablando; 6pero alguien testificó en cierto lu-
gar, diciendo: ¿Qué es el hombre, para que te acuerdes de él, O el hijo del hombre, para que le
visites? 7Le hiciste un poco menor que los ángeles, Le coronaste de gloria y de honra, Y le pusiste
sobre las obras de tus manos; 8Todo lo sujetaste bajo sus pies. Porque en cuanto le sujetó todas
las cosas, nada dejó que no sea sujeto a él; pero todavía no vemos que todas las cosas le sean [p
23] sujetas. 9Pero vemos a aquel que fue hecho un poco menor que los ángeles, a Jesús, corona-
do de gloria y de honra, a causa del padecimiento de la muerte, para que por la gracia de Dios gus-
tase la muerte por todos. 10Porque convenía a aquel por cuya causa son todas las cosas, y por
quien todas las cosas subsisten, que habiendo de llevar muchos hijos a la gloria, perfeccionase por
aflicciones al autor de la salvación de ellos. 11Porque el que santifica y los que son santificados, de
uno son todos; por lo cual no se avergüenza de llamarlos hermanos, 12diciendo: Anunciaré a mis
hermanos tu nombre, En medio de la congregación de alabaré. 13Y otra vez: Yo confiaré en él. Y
de nuevo: He aquí, yo y los hijos que Dios me dio. 14Así que, por cuanto los hijos participaron de
carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía
el imperio de la muerte, esto es, al diablo, 15y librar a todos los que por el temor de la muerte esta-
ban durante toda la vida sujetos a servidumbre. 16Porque ciertamente no socorrió a los ángeles,
sino que socorrió a la descendencia de Abraham. 17Por lo cual debía ser en todo semejante a sus
hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para
expiar los pecados del pueblo. 18Pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso
para socorrer a los que son tentados.
a. Salvación que no se puede descuidar (2:1–4)
Este es el primer paréntesis de los cinco que encontramos en Hebreos. El propósito de cada
uno es lograr que se preste atención a la Palabra de Dios y se la obedezca. También sugiere que
el escritor desconfiaba de la profesión de fe de algunos lectores. Aquí se refiere en particular a la
negligencia frente a la salvación ofrecida. El autor comienza señalando:
(i) Un peligro evidente, (v. 1). Primero vemos nuestro gran deber, aferrarnos y ama-
rrarnos a las verdades expuestas. Quizás por eso el escritor se identifica con sus hermanos en es-
ta exhortación.
Las palabras “por tanto” vinculan este pasaje a lo expuesto con anterioridad, y señalan
que si Dios ha hablado por su Hijo, algo pasará si esa palabra no se acepta. Ser negligentes res-
pecto de la verdad es tan serio como resistirla activamente. El peligro señalado es la posibilidad de
que nos “deslicemos”. Este es un término náutico y sugiere la idea de romper amarras y estar a la
deriva, llevado imperceptiblemente mar afuera, o sobre las rocas, por la corriente, mientras el capi-
tán duerme. Necesitamos anclarnos en estas verdades pues hay corrientes que nos pueden alejar
del anclaje de la fe: el tiempo, pues pronto nos olvidamos; la familiaridad con la verdad; la presión
de los deberes y los placeres de esta vida.
17

(ii) Una pregunta incontestable (vv. 2–4), para aquellos hebreos que estaban conside-
rando un retorno al judaísmo. Notamos aquí:
*[p 24] La retribución segura (v. 2). Durante los tiempos del AT, los que no tomaban
en cuenta la palabra de Dios eran a veces castigados severamente. Recordemos a los 3000 al pie
del Sinaí (Ex. 32:20; Hch. 7:39, 40); la muerte de Nadab y Abiú (Lv. 10:1–20); los que fueron ajusti-
ciados por la rebelión de Coré (Nm. 16). Si los que quebrantaban la ley o se oponían a la voluntad
de Dios eran castigados, ¿cuál sería el destino de los que despreciaran el evangelio?
*Los hebreos consideraban a los ángeles como mensajeros que vinculaban a Dios
con el hombre. ¡Por eso si ellos no habían rechazado el mensaje traído por los ángeles en Sinaí
(Dt. 33:2; Hch. 7:38, 53; Gá. 3:19), no debían rechazar a Jesús quien no era meramente un mensa-
jero, sino el Mensaje mismo!
*La respuesta imposible (v. 3a). Dios no solo castigará la desobediencia, sino también
la indiferencia ante el mensaje de salvación. Aquí tenemos los primeros pasos en la apostasía.
*Hace muchos años se imprimió un folleto con un título sugestivo: “Se ofrece gran re-
compensa al que sepa contestar esta pregunta”. El lector pronto se enteraba de que esa cifra abul-
tada podía ser ganada si se contestaba la pregunta que estamos considerando, y luego se le expli-
caba por qué resultaba imposible escapar, aprovechando para presentar el mensaje de salvación
en forma magistral.
*La pregunta es enfática, pues aquellos a quienes ha sido predicado el evangelio tie-
nen un privilegio tanto mayor que las personas del AT. Por eso la única respuesta posible es: “De
ninguna manera”. Uno no tiene que luchar contra la salvación para perderse; solo basta con no
tomar en cuenta el remedio provisto. Esta es la tragedia del descuido, o de no hacer caso o des-
atender la verdad (la misma palabra en el griego se traduce “sin hacer caso” en Mt. 22:5). Como
bien se ha dicho, “¿Puede alguien perecer más justamente que aquellos que rehúsan ser salvos?
Si se rechaza el remedio eficaz provisto por Dios, ¿quién tiene la culpa?”

Esta salvación es tan “grande” por:

su proceden- Dios mismo, Ef. 1:4; Tit. 1:2; 1P. 1:20


cia:

sus alcances: todo el mundo, Jn. 3:16; 1 Ti. 2:4–6

sus resultados: todo aquello de que nos salva, lo que ahora nos permite
disfrutar, y el cambio que produce

su duración: es eterna, Is. 45:17; 51:16; Jn. 5:24

su costo enor- para el Señor, pero no para nosotros, Mt. 20:28; 2 Co.
me: 5:21; He. 2:14, 15; 1 P. 1:9

*[p 25] La revelación superior (vv. 3b, 4), ha sido confirmada a nosotros primero por
el fiel testimonio de los discípulos (v. 3b, cf. Hch. 1:3; 2 P. 1:16; 1Jn. 1:1, 2). La superioridad de
este evangelio a la Ley de Moisés fue manifestado además por el poder y los resultados que
acompañaron su predicación. Estos dones eran parte de las credenciales de los apóstoles, como
agentes con autoridad divina, en la fundación de la iglesia.
*Aquí la referencia es a los milagros que atestiguaban la veracidad de lo predicado.
Hoy tenemos la Palabra completa, de modo que no hay necesidad de estos milagros apostólicos.
Dios ahora atestigua a través de su Espíritu, empleando la Palabra de Dios. Como afirma A.W.
Pink: “Ya no tenemos los apóstoles con nosotros y por tanto los dones sobrenaturales, la comuni-
18

cación de los cuales era una parte esencial de las señales de un apóstol (2 Co. 12:12), están au-
sentes.”
*Además las palabras “del Espíritu Santo según su voluntad” nos recuerdan que
todos los dones espirituales son dados soberanamente por Dios (cf. 1Co. 12:4, 11), y no pueden
por tanto ser demandados o exigidos por los hombres.
b. Superior como Hijo del Hombre (vv. 5–18). Si en el primer capítulo comprobamos
que Cristo es superior a los ángeles como Hijo de Dios, ahora en el resto del capítulo dos se nos
muestra que también es superior como Hijo del Hombre. Notamos aquí:
(i) El propósito divino (vv. 5–8a), en la creación del hombre, y su destino glorioso: dar-
le dominio y soberanía sobre toda la creación. Si bien inferior a los ángeles, como veremos, tenía
privilegios mayores. El “mundo venidero” que se menciona no se refiere a nuevos cielos y nueva
tierra, sino al milenio. El viene a reinar y nosotros reinaremos con El. Es el mundo y no el cielo lo
que está en vista aquí.
Se cita Sal. 8:4–6 para mostrar que el dominio eventual sobre la tierra ha sido dado a los
hombres, no a los ángeles. No era la intención de Dios que el mundo estuviera bajo el dominio de
los ángeles sino del hombre. Sin embargo, cuán débil es comparado con ellos.
La pregunta “¿Qué es el hombre?” se encuentra tres veces en el AT. En Sal. 8:4–6 su-
giere la pequeñez del hombre. En Sal. 144:3, 4 se habla de lo poco que dura. En Job 7:17, 20 se
alude a su pecaminosidad. Sí, el hombre es insignificante, un puntito pequeño en un vasto univer-
so, y sin embargo Dios se preocupa por él y lo ha visitado en la persona de Cristo.
Vemos al hombre coronado con gloria y honor al ser creado a la imagen de Dios (Gn.
1:26). Pero perdió su corona y llegó a ser esclavo del pecado. Por eso se señala a continuación:
(ii) [p 26] El propósito malogrado (v. 8b), interrumpido y frustrado por el pecado. Cuán
trágico ha sido su fracaso. La entrada del pecado en el mundo ha demorado los propósitos de Dios
para el hombre, quien hoy está caracterizado por la servilidad y no la soberanía, por la degradación
y no la dignidad. Las cosas no le están sujetas, como prueban las enfermedades que no puede
erradicar, los desiertos que no puede hacer florecer, y lo peor de todo, el no poder controlarse a sí
mismo. Pero aunque el pecado ha interrumpido las intenciones originales para la raza humana, no
los ha desbaratado como apreciaremos en los versículos siguientes.
¿Hay respuesta al dilema del hombre? Sí, porque hay un Hombre que satisface tanto el
ideal de Dios como la necesidad del ser humano. Por eso a continuación nos encontramos con:
(iii) La presentación de Cristo (v. 9). ¡Qué transición preciosa! Al contemplar al hom-
bre nos hemos sentido sin duda decepcionados ante su fracaso estrepitoso, pero ahora se nos ex-
horta a volver la mirada al único ser perfecto, Jesucristo.
*Su encarnación—“Pero vemos a Jesús”. Se pasa del primer Adán al Segundo
Adán, el Hombre representativo. Se usa aquí por primera vez en esta epístola el nombre Jesús
para llamar la atención a su humanidad. El es la respuesta divina al dilema del hombre. El es la
seguridad y la prueba de la victoria final y completa. El se hizo hombre para poder sufrir y morir por
el pecado del hombre como su representante y sustituto, y restaurar el dominio perdido por el pe-
cado. Al hacerse hombre Cristo tomó una naturaleza capaz de morir. Esto no era posible ni para
Dios como espíritu, ni para los ángeles, y en este sentido El fue hecho por un tiempo “un poco me-
nor que los ángeles”.
Vemos en Jesús al Hombre que ha sido restaurado al dominio y la gloria que era la in-
tención de Dios para todos nosotros. Y en Jesús debemos vernos a nosotros mismos en los propó-
sitos de Dios. Varias veces en esta epístola se señala en forma especial a Jesús para destacar el
carácter distintivo de su vida y ministerio (cf. 6:20; 7:22; 12:2; 12:24; 13:12).
*Su experiencia. Las palabras “por la gracia de Dios” nos recuerdan que toda esta
obra se debe al favor inmerecido de Dios hacia nosotros. “Gustase la muerte”; el propósito final de
19

la encarnación no fue la revelación de un ideal, sino para morir “por todos” nosotros, sin excep-
ción.
*Su exaltación. Al hacerse hombre, Cristo cedió su gloria, pero recuperó esa gloria al
resucitar y ascender al cielo. Aquel que probó la muerte por nosotros, está ahora exaltado, “coro-
nado con gloria y honra”, y aguardando con paciencia el día cuando el usurpador sea destronado y
todo sea sujeto a El.
(iv) [p 27] El perfecto plan divino (v. 10). A partir de este versículo vemos qué fue ne-
cesario para que Jesucristo llegase a ser Redentor y el Autor de salvación para sus hermanos, y
para que el ser humano pudiera realizarse plenamente. Primero, en los vv. 10–13, se presenta el
aspecto divino de su obra, su aptitud para ello; y luego en los vv. 14–16 se nos indica el aspecto
humano de su obra.
“Convenía”. Todo debía ser consistente con las perfecciones divinas. Sus atributos de
santidad y justicia, y por otro lado el amor y el y perdón, debían armonizar. Y así sucedió.
Para poder comprender claramente este versículo, nos permitimos cambiar el orden del
mismo, considerando en primer lugar:
*La meta u objetivo (v. 10b) señalado aquí era: “llevar muchos hijos a la gloria”.
Ese fue el fruto de sus sufrimientos. ¡Cuán grande es la gracia divina! ¡Cuán enorme es el honor de
ser llamados “hijos”, pues habla de una relación nueva y sublime! ¡Y cuán maravillosa la perspecti-
va de ser llevados a gloria!
*El medio empleado (v. 10a) era el Señor, la razón y causa de todas las cosas. El es
el objetivo de toda creación, pero también es fuente y origen de toda creación.
*La muerte que padeció (v. 10c) “perfeccionase por aflicciones”. Esto no sugiere
que Jesucristo era imperfecto, pues El no podría ser más perfecto. “Perfecto” aquí significa comple-
to, efectivo, adecuado. El era perfecto en poder, en amor, y en sabiduría, pero también necesitaba
llegar a ser perfecto en experiencia. Jesucristo no podía haber llegado a ser un Salvador adecuado
y un Sumo Sacerdote efectivo, si no se hubiese hecho hombre y sufrido la muerte. Sus sufrimien-
tos son el fundamento sobre el cual descansa todo su ministerio actual.
*Así se convirtió en “Autor de la salvación”, literalmente “pionero”, uno que va ade-
lante y abre el camino para que otros le sigan hacia la tierra de promisión celestial, uno que origina
algo. La palabra era bastante común en la literatura griega para describir al jefe de un clan o al
fundador de una escuela de pensamiento. Encontramos esa misma palabra en He. 12:2 como el
originador o fundador de la fe cristiana. En cambio la palabra que en español se traduce como “au-
tor” en He. 5:9, es otra palabra en el griego que significa “fuente” de eterna salvación.
(v) El proceso efectivo (vv. 11–13). Estos versículos destacan la perfección de la
humanidad de Cristo. Combinando los versículos 10 y 11, se nos muestra que no somos meramen-
te hombres restaurados a la gloria original. Somos hombres y mujeres que hemos sido levantados
para compartir la santidad y gloria de Dios como miembros de la familia divina. Esto nos lleva pre-
cisamente a considerar:
*[p 28] La relación especial afirmada (vv. 11, 12). ¿Qué significan las primeras pala-
bras del v. 11? Que Cristo es el Autor de nuestra santificación y que debemos compartir su santi-
dad. Se parece a las palabras “Sed santos porque yo soy santo” (cf. Jn. 17:19; He. 13:12).
*A su vez El no se avergüenza de aquellos que han nacido de nuevo a la familia de
Dios. Todos estos términos familiares muestran claramente que nuestra identidad ya no está arrai-
gada en nuestra vieja relación con Adán, a través de quien nos vino la esclavitud y frustración que
conocíamos, sino en nuestra nueva relación con Dios.
*A partir del v. 12 se introducen tres testimonios para probar que Cristo es la cabeza
de un nuevo orden de humanidad, el primero de ellos aquí del Sal. 22:22. La constitución de la
“congregación” con Cristo en medio, revelación de Dios a sus hermanos, es posible solo a causa
20

de su sacrificio (ver Jn. 20:17). Se anticipa así el día en que El conducirá a las multitudes redimidas
en alabanza a Dios Padre.
*La dependencia declarada (v. 13a). No podemos vivir sino confiando en Dios. Y así
también El nos dio de nuevo el ejemplo, viviendo su vida terrenal en absoluta y completa depen-
dencia del Padre. ¡Qué ejemplo para nosotros (ver Gá. 2:20)!
Se cita otro pasaje más del AT para probar la humanidad perfecta de Cristo: Is. 8:17, 18.
*La cabeza representativa (v. 13b) de esta nueva raza, a la que como el postrer Adán
comunica vida â”-en vez de pecado y muerte como hizo el primer Adán. El pensamiento es que
somos miembros de una familia común, reconociendo a un Padre en común.
(vi) El provecho resultante (vv. 14–18). Para poder ser nuestro Redentor Jesús debía
reunir ciertas cualidades: humanidad perfecta, poder omnipotente y simpatía ilimitada.
*Su identificación (v. 14a) se realizó mediante su encarnación, y el compartir nuestra
naturaleza. Su identificación con el ser humano fue total, pero no con su pecado. Solo un hombre
podría morir por otro, pero tendría que ser un hombre perfecto. Como ya señalamos, el aspecto
divino de su obra se ve en los vv. 10–13, y el humano en los vv. 14–16.
*La derrota de Satanás (v. 14b). “Destruir” aquí no significa “aniquilar” sino “hacer in-
operante”, “anular el efecto de”. Satanás no ha sido destruido, pero para el creyente sí ha sido en
cierta manera desarmado. Pero para poder anular el poder de la muerte el Señor tuvo que morir.
Solo podíamos ser liberados del dominio de Satanás por la muerte de Cristo, muerte que en reali-
dad nos correspondía a nosotros (cf. Jn. 12:31). El Cristo resucitado ahora tiene las llaves de la
muerte y del Hades (Ap. 1:18), o sea que tiene completa autoridad sobre ellos.
*[p 29] ¿En qué sentido tiene el diablo el “imperio de la muerte”? Probablemente en
que puede demandar la muerte como pena por el pecado. En tierras paganas también se aprecia
en la capacidad de sus “agentes”, los “médicos” brujos, de pronunciar una maldición sobre una
persona y a fin de que ésta muera sin una aparente causa natural. En ninguna parte de las Escritu-
ras se sugiere que Satanás puede producir la muerte de un creyente sin el permiso específico de
Dios (Job 2:6; cf. Mt. 10:28). Satanás no tiene autoridad para demandar por segunda vez la muerte
de la misma persona: por lo tanto no tiene dominio sobre los que ya han muerto (por representa-
ción) en Cristo.
*La liberación lograda (vv. 15, 16) del temor de la muerte. ¡Cuán maravilloso es des-
cubrir que Jesús nos puede librar aun de la peor atadura, la muerte! Pero esa liberación no es de la
muerte física sino del temor a la muerte. El llevó la maldición de la muerte para que ahora la muer-
te no existiese para nosotros. El pensador francés La Bruyere dijo acertadamente, “Solo morimos
una vez, pero la muerte se deja sentir a lo largo de toda nuestra vida”. Con razón Job se refiere a
ella como “el rey de los espantos” (18:14). Pero el Señor nos ha liberado de ese temor (ver 1 Co.
15:55–57). ¿Por qué? Porque ahora para el creyente es solo un ausentarse del cuerpo para pre-
sentarse ante el Señor (2 Co. 5:8). La sombre de la muerte se ha disipado por el advenimiento de
la Luz de la Vida.
*Los ángeles que sirven a Dios no son los objetos de la gracia de Dios (v. 16), y me-
nos aún los ángeles caídos que están reservados para un terrible castigo (ver Jud. 6; 2 P. 2:4). La
gracia de Dios está destinada a nosotros, los descendientes espirituales de Abraham.
*La semejanza a sus hermanos (v. 17a) en todo, menos en pecado. Para poder re-
presentarnos ante Dios debía tomar forma humana, como un auténtico hombre. Este versículo nos
introduce al segundo gran propósito de su encarnación mencionado en esta carta: su sacerdocio.
*El sacerdocio que asumió (v. 17b). Aquí tenemos la primera mención del tema del
sacerdocio, tema que habrá de ocupar mucho espacio en los capítulos siguientes. Notemos su ca-
rácter:
21

+ “misericordioso” hacia los hombres, comprendiendo su debilidad y limita-


ciones, sus fracasos y pecados; y tomando en cuenta sus necesidades. Hay un reconocimiento de
que existe una brecha entre nuestra experiencia actual y nuestra posición. Somos miembros de la
familia divina, pero al vivir nuestra vida sobre la tierra a veces actuamos de acuerdo con nuestra
vieja naturaleza adánica. Por eso necesitamos constantemente de la intercesión del Señor.
+ “fiel” hacia Dios, y por tanto Alguien en quien el creyente puede confiar
plenamente.
+ [p 30] Al sacerdocio aarónico le faltaba esta simpatía hacia los hombres, y
fidelidad hacia Dios.
+ “para expiar”. Dios puede así ser consecuente al perdonar. Aquí se habla
de propiciación y sustitución. Nos recuerda las palabras del apóstol Pablo: “El cual me amó y se
entregó a sí mismo por mí” (Gá. 2:20).
*El socorro que ofrece (v. 18) para los que son tentados. La palabra “socorrer” (v. 16
y aquí), significa en el griego “correr en auxilio de alguien.” ¡Cuánto nos anima pensar que tenemos
a Alguien así para socorrernos!
*Para que alguien pueda realmente simpatizar con los hambrientos, él mismo debe
haber experimentado hambre. Se debe conocer lo que es el rechazo para poder sentir el dolor de
los derrotados. El poder de la simpatía no radica en la mera capacidad para sentir, sino en las lec-
ciones de la experiencia. Por eso los pobres se sentirían mejor representados en el gobierno por
un Ministro de Asuntos Sociales procedente de una familia humilde, que por un multimillionario.
Estas palabras resultan alentadoras pues nos recuerdan que el Señor comprende nuestra condi-
ción y nos ayuda a compartir su victoria.
*La tentación no fue asunto fácil para Jesús. El resistió toda la fuerza de ella y salió
vencedor. Cabe destacar que El fue tentado desde afuera, pero jamás desde adentro (cf. Stg. 1:13,
14). Jamás podía ser tentado a pecar por deseos y pasiones dentro de sí porque en El no había
pecado ni nada que pudiera responder a la seducción del pecado. Sin embargo, la tentación es un
sufrimiento pues se dice que El “padeció siendo tentado”. Aun la misma sugerencia de pecado le
causaba dolor.
*Si Cristo hubiese sido derrotado, ahora jamás podría ayudarnos. Pero tentado y
triunfante El es nuestro refugio y fuerza, poderoso para socorrer. Por eso no hay razón alguna para
que seamos vencidos por la tentación y caigamos así en el pecado.

[p 31] LA REVELACION DEL HIJO DE DIOS en 2:9–18.


Allí le vemos como:
El que sufre por nuestros pecados—v. 9 hasta la muerte
El que lleva muchos hijos a gloria—vv. 10a, 13, median-
te su obra
El Autor y fuente de la salvación—v. 10b, si creemos en
El
El santificador de sus hermanos—v. 11. que no se
avergüenza de ellos
El director de alabanza de los suyos—v. 12, en medio
de ellos
El que se encarnó para salvarnos—vv. 14a, 17, de otro
modo imposible
El que venció al enemigo—v. 14b, el diablo y la muerte
22

El que libra del temor de la muerte—v. 15, mediante su


resurrección
El que nos representa ante el Padre—v. 17, como
nuestro Pontífice
. El que nos puede socorrer y ayudar—v. 18, cuando
somos tentados
23

[p 32] CAPÍTULO TRES


I. LA PERSONALIDAD SUPERIOR DE CRISTO 1:1–8:5 (cont.)
LA EXCELENCIA DE SU PERSONA
B. SUPERIOR EN SU MINISTERIO 3:1–8:5
1. Superior a Moisés, 3:1–6, en su persona.
1
Por tanto, hermanos santos, participantes del llamamiento celestial, considerad al apóstol y
sumo sacerdote de nuestra profesión, Cristo Jesús; 2el cual es fiel al que le constituyó, como tam-
bién lo fue Moisés en toda la casa de Dios. 3Porque de tanto mayor gloria que Moisés es estimado
digno éste, cuanto tiene mayor honra que la casa el que la hizo. 4Porque toda casa es hecha por
alguno; pero el que hizo todas las cosas es Dios. 5Y Moisés a la verdad fue fiel en toda la casa de
Dios, como siervo, para testimonio de lo que se iba a decir; 6pero Cristo como hijo sobre su casa, la
cual casa somos nosotros, si retenemos firme hasta el fin la confianza y el gloriarnos en la espe-
ranza (3:1–6).
El v. 1 nos transporta desde el escenario de la humillación de Cristo en el cap. 2, al de su exal-
tación sobre la Casa de Dios.
El nombre de Moisés gozaba de gran estima y veneración entre los hebreos como la figura más
descollante de la antigua dispensación, junto con Abraham y David. Por eso no nos extraña que su
nombre se encuentre más de 70 veces en el NT. El escritor se ocupa de él y lo compara con el Se-
ñor, aunque con mucho tacto. Pero antes veamos cómo comienza esta sección. “Por tanto” rela-
ciona este pasaje con el anterior. Cada vez que nos encontramos con un “por tanto”, es como la
señal de tráfico que indica “pare, mire, escuche”. Exige y demanda nuestra atención.
Notemos asimismo cómo se dirige a ellos: “Hermanos”, en cuanto a la relación de ellos con el
escritor. “Santos ”, respecto de su posición y carácter [p 33] como hijos de Dios, apartados para
El. Pero tambiém debían ser santos en la práctica. “Participantes del llamamiento celestial” pues
el mensaje cristiano fue traído directamente del cielo por Uno que era divino y celestial (cf. 1:2 y
2:3) y nuestras esperanzas y vocación están ahora donde El está con el Padre en la gloria. Estas
palabras señalan nuestro privilegio en contraste con el llamado y vocación terrenal de Israel.
a. La inspiración de la consideración de Jesús (v. 1). Dios no busca ganar a los hebreos
destacando los errores de Moisés, (ninguno de los cuales se menciona aquí), sino que antes con-
centra la atención sobre el Señor pues El sí merece nuestra consideración, observación profunda,
y reflexión seria. “Considerad” implica dejar de lado otros objetos para fijar la atención exclusiva-
mente en el objeto de nueva atracción. Sí, considerad su dignidad, excelencia y autoridad, y lo que
implica su nombre y oficio: su carácter .
Se lo llama aquí:
(i) “Apóstol”, porque El representa a Dios para nosotros; es el enviado de Dios hacia
nosotros. Esta es la única vez que se emplea este título para referirse a Cristo. Como Apóstol, es el
mensajero de gracia para nosotros (ver Jn. 17:3, 9), el revelador de Dios a nosotros (Jn. 1:18; Mt.
11:27). En el tiempo de Jesús la palabra “apóstol” se usaba con frecuencia para describir a un em-
bajador o plenipotenciario investido con todo el poder y autoridad del gobierno que representaba.
Su voz era la voz del país que lo enviaba. Así vemos a Jesús como el Embajador de Dios. Viene
de Dios, lo representa, y nos habla a nosotros en nombre de El (Jn. 3:34; 12:50). Pero Jesús no
solo proclamó la verdad sino que además la manifestó (cf. 1:2, 3).
Llama la atención que es el único Apóstol mencionado en Hebreos. Los mensajeros
humanos quedaban relegados a un segundo plano.
(ii) “Sumo Sacerdote” que nos representa a nosotros ante Dios. Es El quien entra an-
te Dios por nosotros. Veremos más sobre este título y oficio suyos más adelante en esta epístola.
(iii) “De nuestra profesión” o “confesión”: ver Ro. 10:9–11; Mt. 10:32, 33.
24

(iv) “Cristo Jesús”. “Cristo” es su título divino, correspondiendo a “Apóstol”; y “Jesús”


como título humano, refiriéndose a su sacerdocio. La palabra latina para sacerdote (pontifex) signi-
fica “hacedor o constructor de puentes”. Y Jesucristo en su persona tiende un puente sobre el
abismo entre Dios y el hombre, porque es a la vez Dios y hombre.
b. [p 34] La igualdad o semejanza de Jesús y Moisés (v. 2) en su conducta. Ambos fueron
fieles. Los ministerios de Jesús y Moisés tienen una serie de elementos en común. Moisés fue me-
diador del pacto que hizo Dios con Israel en Sinaí; el Señor es mediador de un pacto nuevo y supe-
rior. Por medio de Moisés Dios los sacó de Egipto; el Señor nos ha sacado a nosotros de la escla-
vitud mayor del pecado. Ambos tenían solemnes responsabilidades que les fueron confiadas direc-
tamente por Dios, y que cumplieron fielmente.
“Casa de Dios” aquí no es meramente el tabernáculo; es mucho más que un edificio. Es to-
da la esfera en que Moisés representaba los intereses de Dios ante la casa de Israel. Así también
Jeremías dice de Dios, “He dejado Mi casa”(12:7); y Oseas habla de “la casa de Jehová” (8:1). Ver
también Jn. 2:17.
Encontramos aquí un incentivo adicional para la fidelidad en nuestras vidas al ver la fidelidad
del Señor y de su siervo Moisés. Ojalá nuestro Señor pueda decir de nosotros, al igual que pudo
hacerlo de Moisés: “Bien hecho, buen siervo y fiel”.
c. La inefable superioridad de Jesús (vv. 3–6) sobre Moisés en su ministerio como en ca-
da otro aspecto.
(i) El constructor de la casa (vv. 3, 4) tiene mayor importancia que la casa misma. Su-
perioridad de gloria. Además Jesús es superior porque es Dios (v. 4). Cada casa debe tener un
constructor. “El que hizo todas las cosas es Dios”. De Jn. 1:3; Col. 1:16 y He. 1:2, 10 aprende-
mos que el Señor Jesús fue el agente activo de Dios en la creación. La conclusión inevitable es
que Jesucristo es Dios.
(ii) El Hijo tiene mayor honor que el siervo, (vv. 5, 6). Así el Hijo de Dios es mayor que
Moisés.
V. 5: Moisés mostró su fidelidad, según propio testimonio de Dios, al señalar a los hom-
bres al Mesías que vendría. Por eso Jesús dijo: “Si creyéseis a Moisés, me creeríais a mí, porque
de mí escribió él”. A pesar de su grandeza humana, Moisés no fue más que un siervo. Aquí la pa-
labra “siervo” es distinta a la habitual, y solo se encuentra en este versículo. Es “un siervo volunta-
rio que actúa por afecto”.
V. 6: Jesucristo es “Hijo”, el Hijo de Dios, por lo que tiene derecho de propiedad en esa
“casa” o “familia” de los redimidos (Jn. 3:35). Con razón, pues, Dios tuvo que interrumpir el propósi-
to necio de Pedro en el Monte de la Transfiguración cuando éste quiso poner al Señor en el mismo
nivel que Moisés y Elías. Así luego vieron “sólo a Jesús”, y escucharon la orden divina “a él oíd”.
Aquí el escritor explica lo que quiere decir “la casa de Dios” hoy: “somos nosotros”. La
permanencia es prueba de realidad y no la [p 35] condición para la salvación. En cambio, aquellos
que pierden confianza en Cristo y sus promesas y vuelven a los rituales y ceremonias, muestran
que nunca nacieron de nuevo. Como afirma el expositor A.W. Pink: “Los hebreos siempre estaban
en peligro de subordinar el futuro al presente, de abandonar lo invisible (Cristo en el cielo) por lo
visible (el judaísmo sobre la tierra), de aban—donar una profesión que significaba persecución”.
“Fin” aquí es la aparición de nuestro Señor Jesucristo. Cuando El venga la esperanza se
trocará en realidad, la fe en vista.
2. Sensibilidad ausente, 3:7–19.
7
Por lo cual, como dice el Espíritu Santo: Si oyereis hoy su voz, 8No endurezcáis vuestros cora-
zones, Como en la provocación en el día de la tentación en el desierto, 9Donde me tentaron vues-
tros padres; me probaron, Y vieron mis obras cuarenta años. 10A causa de lo cual me disgusté co-
ntra esa generación, Y dije: Siempre andan vagando en su corazón, Y no han conocido mis cami-
25

nos. 11Por tanto, juré en mi ira: No entrarán en mi reposo. 12Mirad, hermanos, que no haya en nin-
guno de vosotros corazón malo de incredulidad para apartarse del Dios vivo; 13antes exhortaos los
unos a los otros cada día, entre tanto que se dice: Hoy; para que ninguno de vosotros se endurez-
ca por el engaño del pecado. 14Porque somos hechos participantes de Cristo, con tal que retenga-
mos firme hasta el fin nuestra confianza del principio, 15entre tanto que se dice: Si oyereis hoy su
voz, No endurezcáis vuestros corazones, como en la provocación. 16¿Quiénes fueron los que,
habiendo oído, le provocaron? ¿No fueron todos los que salieron de Egipto por mano de Moisés?
17
¿Y con quiénes estuvo él disgustado cuarenta años? ¿No fue con los que pecaron, cuyos cuer-
pos cayeron en el desierto? 18¿Y a quiénes juró que no entrarían en su reposo, sino a aquellos que
desobedecieron? 19Y vemos que no pudieron entrar a causa de incredulidad (3:7–19).
Nos encontramos ante otro semáforo rojo de advertencia. Como veremos, aquí el corazón del
problema es el problema del corazón. (Segundo paréntesis de advertencia y apelación, que sigue
en 4:1–13, referente a la incredulidad).
a. El ejemplo triste (vv. 7–11). En contraste con la fidelidad de Moisés, vemos la incredu-
lidad del pueblo de Israel.
(i) El paralelo histórico (vv. 7, 8). Notemos la admonición del Espíritu Santo contra el
edurecimiento del corazón, que habla de insensibilidad. Hay un reconocimiento implícito de la inspi-
ración del Sal. 95:7–11 porque no escribe el autor “como dijo David”, o “como dijo el salmista”, sino
“como dice el Espíritu Santo.”
[p 36] La palabra de Dios se dirige al corazón como centro moral de nuestro ser del cual
manan los asuntos esenciales de la vida, según vemos en Pr. 4:23. La ocasión: “hoy”; la instruc-
ción divina: “si oyereis”. La reacción debida: obediencia, y no como ellos, en quienes hubo des-
obediencia a la voz del Espíritu.
(ii) Sus privilegios habían sido innumerables, al haber sido rescatados de la esclavitud
egipcia, haber recibido la ley divina, y haber visto sus obras durante “cuarenta años”(v. 9), guián-
dolos, proveyendo el maná, y aun agua de la roca. A pesar de todo:
(iii) Su provocación en el desierto (v. 9) no podía haber sido mayor, al tentar y probar
a Dios. El pueblo de Israel había comprobado la gracia divina cada día y, sin embargo, era culpable
de ingratitud, murmuración y desobediencia.
Dios se disgustó con ellos (v. 10) por su perpetua propensión al mal. Aquí está la esencia
de su fracaso, falta de fe, pues el pecado comienza en el corazón. Además no quisieron conocer, o
mejor dicho reconocer sus caminos. En contraste vemos la actitud de David (Sal. 27:11). De esa
manera limitaron a Dios, “pusieron límite al Santo de Israel” (Sal. 78:41 RV 1909).
(iv) Su pena y castigo (v. 11). La decisión divina de que no entraran en su “reposo”, o
sea la tierra de Canaán, se debía a que con incredulidad constante habían incurrido en la justa ira
de Dios (cf. Jn. 3:36).
Es importante notar que el autor está convencido de que Dios sigue hablando a través de
las Escrituras del AT. Para él los Salmos, por ejemplo, son algo más que memorables himnos de
rica belleza poética; representan el vehículo de la revelación activa de Dios. Y ésa también debe
ser nuestra convicción.
b. Las exhortaciones oportunas (vv. 12–15). La aplicación personal. El escritor no solo
es un expositor dotado, sino que también tiene el corazón de un pastor devoto. Por eso hace estas
aplicaciones tan sentidas.
(i) El peligro de apartarse (vv. 12–14), por un corazón incrédulo. La palabra griega
que se traduce aquí: “apartarse”, es aquella de la que nos viene la palabra “apostasía”. Aquí se
compara la dureza de corazón de Israel con la de quienes rechazan la palabra de Cristo. El cora-
zón endurecido es aquel que no oye la voz de Dios ni las advertencias de los demás creyentes y
nos aparta de Dios, mientras que un corazón sincero nos acerca a El (He. 10:22). Es el corazón de
26

aquella persona para quien el pecado ha dejado de ser algo repelente. [p 37] En esto consiste en
parte “el engaño del pecado” (v. 13). ¡Cuán engañoso es el pecado ya que su promotor el padre
de la mentira, que puede aún transformarse en ángel de luz. ¡Cuánto valor tiene el exhortarnos y
animarnos mutuamente (v. 13)! Aquí sirve de antídoto ante el peligro de apartarnos. El consejo que
surge del amor fraternal hará más para animar a los santos que cualquier cantidad de advertencias
o críticas. Habría menos naufra—gios espirituales si estuviésemos siempre listos para animar a los
desanimados y desesperados.
Se destaca en forma especial la palabra “hoy” (vv. 13, 15). No basta preocuparse por el
pasado ni de lo que sucederá en el futuro, ya que existe un “hoy” de suma importancia. Del efímero
hoy puede depender el eterno mañana. Tomando esto en cuenta, “he aquí ahora el tiempo acepta-
ble, he aquí ahora el día de salvación” (2 Co. 6:2). El ayer ya se ha ido, y el mañana quizás nunca
llegue. Pero en su providencia Dios nos ha dado el hoy. Por eso hay una nota de urgencia en esta
apelación.
Aquí además se muestra nuestro compañerismo con Cristo (v. 14, cf. Ef. 5:30) cuando
permanecemos fieles a El, y confiados en El.
(ii) El peligro de la dureza de corazón (v. 15). El endurecimiento del corazón se pro-
duce por actos repetidos de pecado (v. 8) y por la operación de la ley natural (v. 13). Es así un pro-
ceso y a la vez una consecuencia. Otra vez se vuelve al argumento del v. 6 y a la cita hecha en los
vv. 7–8. La urgencia de la apelación surge del hecho de que no siempre habrá oportunidad de oir la
voz de Dios.
c. La exclusión resultante (vv. 16–19). La interpretación histórica, a través de una serie
de preguntas punzantes. La incredulidad siempre lleva como consecuencia que la promesa no se
cumpla. Impide que el creyente comparta la plenitud de la bendición de Dios. Por ejemplo, se dice
del Señor “No hizo allí [Nazaret] muchos milagros, a causa de la incredulidad de ellos” (Mt. 13:58).
Además la incredulidad impide que los perdidos compartan las bendiciones de la salvación.
(i) La rebelión (v. 16a). Se identifica a los rebeldes con todos los que dejaron Egipto
bajo el liderazgo de Moisés, exceptuando a Josué y Caleb.
(ii) La provocación de Dios por parte de esos rebeldes (vv. 16b, 17) que persistieron
en su resistencia a Dios, y que dejó el desierto sembrado con sus cadáveres, con sus huesos cal-
cinados y emblanquecidos por el sol.
(iii) La retribución (v. 18) fue su exclusión de Canaán por causa de su desobediencia
que, a su vez, fue la lógica consecuencia de su incredulidad (cf. Sal. 78:22, 32).
Recordemos que Canaán no es un retrato [p 38] del cielo (a pesar de las abundantes re-
ferencias a ello en himnos y poesías), sino de nuestra herencia actual en Cristo. Los creyentes que
dudan de la Palabra de Dios y se rebelan contra El no pierden el cielo, pero sí las bendiciones de
su herencia en Cristo hoy, y experimentan la disciplina de Dios, y la pérdida de recompensa en el
Tribunal de Cristo.
(iv) La conclusión (v. 19). He aquí una declaración de un hecho y una necesidad mo-
ral que no necesita explicación. Sin embargo, diremos que fue la incredulidad que impidió que es-
tos rebeldes entraran en la tierra de promisión, y es la incredulidad que impide que el hombre dis-
frute de la herencia de Dios en todo momento. Hoy en día la incredulidad hará imposible que los
perdidos disfruten de la salvación, y la incredulidad de los creyentes les privará de disfrutar de la
plenitud de bendición.
Debemos observar que la fe provee los antídotos para todos estos males. En vez de
apartarnos de Dios, nos acerca a El (He. 10:22); en lugar de endurecer el corazón, lo enternece
con amor (Gá. 5:6); en vez de provocar a Dios, le agrada a El (He. 11:6); y en vez de desobedecer-
le, cumplir sus mandatos.
Quiera el Señor librarnos de toda indredulidad.
27

“PARTICIPANTES”
¡Cuán amplia es nuestra participación en ciertos privi-
legios y bendiciones merced a la gracia de Dios!
Participamos de carne y sangre—2:14 y por eso El se
encarnó
Participamos de la vocación celestial—3:1, cf. Fil. 3:14
Participamos de Jesucristo—3:14, cf. 2P.1:4
Participamos del Espíritu Santo—6:4, cf. Ro. 8:1, 9
Participamos de reproches y aflicciones—10:33, por ser
fieles a Dios
Participamos de disciplina divina—12:8, si somos
realmente hijos
Participamos de su santidad—12:10, fruto de su discipli-
na
28

[p 39] CAPÍTULO CUATRO


I. LA PERSONALIDAD SUPERIOR DE CRISTO 1:1–8:5 (cont.)
LA EXCELENCIA DE SU PERSONA
B. SUPERIOR EN SU MINISTERIO 3:1–8:5 (cont.)
En este capítulo vemos :
El reposo de Dios = objetivo de la fe (4:1–11)
La Palabra de Dios = prueba de la fe (4:12, 13)
El Hijo de Dios = recurso de la fe (4:14–16)
3. Superior a Josué (4:1–13).
1
Temamos, pues, no sea que permaneciendo aún la promesa de entrar en su reposo, alguno de
vosotros parezca no haberlo alcanzado. 2Porque también a nosotros se nos ha anunciado la buena
nueva como a ellos; pero no les aprovechó el oir la palabra, por no ir acompañada de fe en los que
la oyeron. 3Pero los que hemos creído entramos en el reposo, de la manera que dijo: Por tanto,
juré en mi ira, No entrarán en mi reposo; aunque las obras suyas estaban acabadas desde la fun-
dación del mundo. 4Porque en cierto lugar dijo así del séptimo día: Y reposó Dios de todas sus
obras en el séptimo día. 5Y otra vez aquí: No entrarán en mi reposo. 6Por lo tanto, puesto que falta
que algunos entren en él, y aquellos a quienes primero se les anunció la buena nueva no entraron
por causa de desobediencia, 7otra vez determina un día: Hoy, diciendo después de tanto tiempo,
por medio de David, como se dijo: Si oyereis hoy su voz, No endurezcáis vuestros corazones.
8
Porque si Josué les hubiera dado el reposo, no hablaría después de otro día. 9Por tanto, queda un
reposo para el pueblo de Dios. 10Porque el que ha entrado en su reposo, también ha [p 40] repo-
sado de sus obras, como Dios de las suyas. 11Procuremos, pues, entrar en aquel reposo, para que
ninguno caiga en semejante ejemplo de desobediencia. 12Porque la palabra de Dios es viva y efi-
caz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las
coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. 13Y no hay
cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y
abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta (4:1–13).
Aunque esta sección de la epístola es una continuación del paréntesis que comenzó en 3:7, el
llamativo contraste que se hace entre el Señor Jesús y Josué nos lleva a considerarla separada-
mente.
a. La condición de la bendición (vv. 1, 2): la fe en contraste con la incredulidad. Como
superlativo evangelista que es, el escritor de esta epístola no deja escapar oportunidad de apelar a
la conciencia de sus lectores, pues no todos eran creyentes. Vez tras vez les pide que se examinen
a sí mismos a la luz de la revelación de Dios.
“Temamos, pues”. He aquí una exhortación y advertencia del peligro de perder las mejores
dádivas de Dios por no creer sus promesas. No se trata de un temor esclavizador, sino el temor de
desagradar al Dios de gracia. Recordemos, después de todo, que el temor de Jehová es el princi-
pio de la sabiduría (Sal. 111:10). La mención de una promesa indica que los creyentes aún no han
entrado en el reposo del Señor.
Notemos que la bendición aludida es el reposo de Dios, “su reposo”. Es el reposo que El
disfruta, y solo El puede conferir. La incredulidad excluyó a los israelitas del reposo que Dios había
preparado para ellos en la tierra de promisión, los excluyó de esa “buena nueva” prevista por El en
su gacia.
La palabra de Dios no aprovechó a Israel porque no la recibieron con fe. No se apropiaron
por la fe de lo que Dios les había prometido. Y así, jamás será de provecho el evangelio si no se
cree en él. No alcanza con solo oirlo; también hay que ejercer la fe.
29

b. Las clases de reposo (vv. 3–9) ofrecido por Dios, o su carácter.


(i) El reposo del creyente (v. 3) debido a la fe que hemos ejercitado.
“Los que hemos creído” somos los que “entramos” en el disfrute del reposo de Dios.
La fe es la llave que abre la puerta. Es el reposo o descanso de la conciencia porque sabemos que
ya no estamos bajo condenación (Mt. 11:28; Ro. 8:1). Pero así como la fe admite, la incredulidad
excluye del disfrute de ese descanso.
(ii) [p 41] El reposo de la creación (v. 4), el septimo día. No era que Dios estuviera
cansado sino que éste fue el reposo de la satisfacción y la complacencia, un reconocimiento apro-
piado de su obra completa y perfecta. Y se lo invitó al ser humano a disfrutar ese descanso junto
con Dios. Es un cuadro hermoso del reposo espiritual, basado en la obra completa y perfecta de
Cristo.
Pero este reposo fue interrumpido por la irrupción del pecado en el mundo. Desde ese
momento Dios ha estado trabajando incesantemente, como dijera Jesús “Mi Padre hasta ahora
trabaja, y yo trabajo” (Jn. 5:17).
(iii) El reposo de Canaán (vv. 5–8) interrumpido con frecuencia por poderes enemigos
hostiles. Aquellos a quienes se les ofreció en primer término el reposo de Dios, no entraron debido
a su desobediencia e incredulidad.
Al resumir en el v. 6 los tres versículos previos, el autor concluye diciendo que es deseo
de Dios que los hombres entren en su reposo, y que su deseo de gracia no puede ser frustrado por
la desobediencia de aquellos a quienes esta “buena nueva” fue predicada en primer lugar. Luego
en el v. 7 se vuelve a recordar que el hombre no debe endurecer su corazón (Sal. 95:7, 8), salvo
que desee ser destruido. Consideraremos el v. 8 más adelante al referirnos a Josué.
(iv) El reposo del cielo (v. 9) eterno e inviolable. Allí culminará el reposo para el cre-
yente. Cabe destacar que la palabra “reposo” aquí es distinta a la empleada anteriormente, y lite-
ralmente significa “el reposo del sábado”. Como el primer sábado de la creación, éste es el resulta-
do de una obra terminada. Es cierto que en el cielo habrá servicio, pero no cansancio y agotamien-
to, que son consecuencias del pecado.
Para el creyente en Cristo el reposo o descanso comienza en el mismo instante de su
conversión, ya que descansa en la perfección de la obra redentora del Señor. Pero continúa y se
experimenta cada día, y a cada paso del camino a través del desierto de este mundo, al disfrutar
de la nueva vida en Cristo. Ahora mismo como creyentes estamos sentados con Cristo “en lugares
celestiales” (Ef. 2:6), y si bien aún no hemos llegado a ese lugar glorioso, el cielo ha llegado a no-
sotros y lo gozamos en la medida en que por la fe echamos mano de las provisiones espirituales
en Cristo.
Hay quienes, sin embargo, consideran que este reposo se refiere al futuro milenio, y que
“pueblo de Dios” es el pueblo de Israel. Francamente no encuentro suficiente base para sostener
esto.
c. La comparación con Josué (vv. 8–10), quien los introdujo en el reposo de Canaán. Si
bien Moisés llevó a Israel hasta la frontera de la [p 42] tierra de promisión, fue Josué que los hizo
entrar. Así la Ley solo podía llevarnos hasta Cristo, y es únicamente El quien que puede conducir-
nos al descanso celestial.
Aunque podemos emplear a Josué como tipo de Cristo â”-y encontramos casi 40 similitu-
desâ”- el Señor fue superior, como se aprecia al comprobar que Jesucristo jamás fue dirigido por la
sabiduría meramente humana y Josué sí lo fue (Jos. 7:3); nunca se desanimó ante fuerzas superio-
res (Jos. 8:1; 10:2); en ninguna oportunidad fue engañado por el enemigo (Jos. 9:4); jamás fue de-
rrotado en ningún conflicto (Jos. 7:4).
La entrada física en Canaán bajo el liderazgo de Josué fue el cumplimiento de la voluntad
de Dios, pero no agotó la promesa de Dios de reposo, como apreciamos en el v. 9. Lo que se ilus-
30

tra aquí y en el v. 10 comienza en la salvación, pero recién se cumplirá en plenitud en la presencia


de Dios en el cielo. Cuando un creyente muere, porque pertenece al pueblo de Dios, entra en el
reposo de Dios y, como El, descansa de su labor (Ap. 14:13). Pero mientras tanto, y como se apre-
cia en los versículos siguientes, el reposo o descanso de Dios no significa letargo. Por eso se habla
de:
d. La cooperación divina (vv. 11–13) a fin de prepararnos para el reposo.
(i) La diligencia deseable (v. 11a) para entrar en ese descanso. Aquí está la aplicación
del argumento de los versículos anteriores. El verbo que se emplea, “procuremos”, implica hacer
un esfuerzo pleno y absoluto para lograr lo que se está buscando. Por eso varias versiones lo tra-
ducen como “esforcémonos”.
Esta es otra indicación de que todo este pasaje hace referencia principal y casi exclusiva
a la necesidad del creyente de lograr plenamente los privilegios y posibilidades presentes de su
posición cristiana. Para nosotros el “hoy” de Dios ha llegado. Estos son días de esfuerzo, labor y
servicio para el creyente, no procurando alcanzar la salvación pues ésta nunca puede ser por
obras, sino porque ya es salvo (Stg. 2:20). Las obras son una prueba de la realidad de la fe no para
Dios, quien conoce todo, sino para nosotros mismos y para otros.
(ii) La derrota prevenible (v. 11b). La historia no tiene por qué repetirse. El caer no es
inevitable. Puesto que ese descanso se ofrece a la fe, podemos entrar en el disfrute del mismo en
forma inmediata. ¿Por qué seguir continuamente vencidos, turbados, desanimados, tal como los
israelitas en el desierto? Crucemos el Jordán en un acto de fe decisivo, y entremos en la “tierra
prometida”, en el el goce del descanso de Dios.
Canaán no es, pues, un cuadro de nuestra entrada final en el descanso de Dios, sino de
nuestro disfrute actual y presente de él por la fe.
(iii) [p 43] La detección inevitable (vv. 12, 13) de todo:
*Por la Palabra escrita (v. 12) con sus cinco características vitales:
“Viva” pues procede de un Dios viviente, está impregnada de su misma vida, y tam-
bién imparte vida (Dt. 8:3; Jn. 6:63).
“Eficaz” y activa, cumpliendo la misión para la cual Dios la envía (cf. Is. 55:10, 11).
Convence, limpia y transforma. La palabra griega en el original es energes que sugiere la energía
poderosa que tiene y la hace activamente operativa. No hay nada ni nadie más allá de su alcance.
“Cortante” y que “penetra”, por tanto hiere y hace doler en su carácter incisivo. Pue-
de llegar a donde no llega ninguna espada humana, al alma (cf. Ap. 2:12). En Ef. 6:17 y Ap. 1:16
también se emplea esta figura tan gráfica, aparentemente teniendo en mente la famosa espada
corta del soldado romano, ideal para la lucha cuerpo a cuerpo. Pero además esta espada pene-
trante actúa como el bisturí del cirujano que va buscando el mal para extirparlo.
“Discierne”. La palabra griega del original, kritikos, significa “criticar” o “juzgar”, y sólo
se encuentra aquí en el NT. Este término sugiere que discrimina y juzga los pensamientos y las
intenciones del corazón. La Palabra de Dios, pues, penetra hasta los rincones más recónditos de
nuestro ser. Puede juzgar nuestros pensamientos antes que se conviertan en palabras, y nuestras
intenciones antes que lleguen a ser acciones.
*Por la Palabra encarnada (v. 13), el Señor omnisciente con Quien debemos enfren-
tarnos. Nada en la creación está escondido de la vista de Dios, sino que todo queda expuesto de-
lante de El. Nadie puede engañarle a El pues es omnisciente. Su ojo dicierne donde hay hipocresía
que otros no pueden percibir. Nada escapa a su atención. De El no podemos esconder nada.
En relación con el contexto podemos afirmar que El sabe donde hay verdadera fe, y
dónde sólo un asentimiento mental de los hechos. Si no podemos engañar a Dios, mejor será que
31

no tratemos de engañarnos a nosotros mismos ya que un día tendremos que rendir cuenta ante el
Señor en el tribunal de Cristo.
4. Superior a Aarón, 4:14–5:10.
14
Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, re-
tengamos nuestra profesión. 15Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecer-
se de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin
pecado. 16Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para [p 44] alcanzar miseri-
cordia y hallar gracia para el oportuno socorro. 1Porque todo sumo sacerdote tomado de entre los
hombres es constituido a favor de los hombres en lo que a Dios se refiere, para que presente
ofrendas y sacrificios por los pecados; 2para que se muestre paciente con los ignorantes y extra-
viados, puesto que él también está rodeado de debilidad; 3y por causa de ella debe ofrecer por los
pecados, tanto por sí mismo como también por el pueblo. 4Y nadie toma para sí esta honra, sino el
que es llamado por Dios, como lo fue Aarón. 5Así tampoco Cristo se glorificó a sí mismo haciéndo-
se sumo sacerdote, sino el que le dijo: Tú eres mi Hijo, Yo te he engendrado hoy. 6Como también
dice en otro lugar: Tú eres sacerdote para siempre, Según el orden de Melquisedec. 7Y Cristo en
los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar
de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente. 8Y aunque era Hijo, por lo que padeció
aprendió la obediencia; 9y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para
todos los que le obedecen; 10y fue declarado por Dios sumo sacerdote según el orden de Melqui-
sedec (4:14–5:10).
Aquí comenzamos una nueva división de esta epístola. Se nos presenta al Señor como el ma-
yor y mejor recurso de su pueblo necesitado. El tema del sumo sacerdocio, introducido en 2:17–
3:1, se desarrolla aquí y luego en capítulos posteriores.
a. Apelaciones introductorias (vv. 14–16), donde se detaca en especial:
(i) Su excelencia personal (v. 14a). A los hebreos que se lamentaban de lo que les fal-
taba en el cristianismo les señala cuán maravilloso era lo que poseían: “teniendo”; y la dignidad
superior de Cristo como Sumo Sacerdote. Notemos cómo se lo llama al Señor aquí: “Un gran Su-
mo Sacerdote”, sin duda por su carácter divino; dónde está: en “los cielos”, pues ha traspasado el
cielo atmosférico en su ascención, y el cielo estelar, hasta llegar al tercer cielo donde está Dios, el
lugar más elevado del universo. Esto, como seguiremos viendo en esta epístola, significa que el
creyente tienen acceso directo a la presencia de Dios mismo.
Luego notemos quién es: “Jesús el Hijo de Dios”. Aquí se nos da su nombre humano,
“Jesús”, por eso entiende nuestras necesidades; y su nombre divino, que nos recuerda que solo El
puede satisfacer nuestras necesidades. En virtud de su experiencia terrenal, El puede tener simpa-
tía y compadecerse; mientras que en virtud de su posición celestial El puede socorrer.
(ii) La exhortación consecuente (v. 14b). Debe haber persistencia espiritual. “Reten-
gamos” significa aquí “aferrarse a”, y sugiere que se exige determinación de nuestra parte. “Nues-
tra profesión” se refiere a nuestra [p 45] vocación espiritual (3:1). Asegurémonos que nuestra con-
fesión de su nombre es genuina y duradera. No debe tratarse de una expresión de entusiasmo pa-
sajera.
(iii) Su experiencia personal (v. 15) y sus características inigualables. El conoce nues-
tra naturaleza por experiencia propia, y por eso nos comprende a la perfección. Ninguno de noso-
tros, entonces, puede afirmar: “Nuestro Sumo Sacerdote no nos comprende cabalmente porque no
ha pasado por esta prueba, no ha tenido que cruzar este valle tenebroso, no ha sentido la presión
de esta tentación.” Veamos hasta dónde alcanza su experiencia:
“Tentado”. Cristo fue probado pero no seducido porque no había nada en El que pudiera
responder al pecado. Tenía nuestra debilidad física humana, pero no nuestra debilidad moral por el
pecado. La debilidad para nosotros es a menudo ocasión para el pecado, pero aunque El sentía
32

nuestra debilidad, eso no lo llevó a pecar. No era vulnerable como nosotros. Su tentación no se
limitó a la del comienzo de su ministerio público, sino que tuvo que soportarla toda su vida.
“Pero sin pecado”. En El existía una imposibilidad para el pecado. En 2 Co. 5:21 se nos
dice que no conoció pecado; en 1 P. 2:22 que no cometió pecado; y en 1 Jn. 3:5 que no se encuen-
tra pecado en El. No había dentro de El nada a que el pecado pudiera apelar. “Entonces”, según
objetan algunos, “la tentación no tuvo sentido si El no podía pecar.” De ninguna manera, porque
acaso ¿el hecho de que se someta al oro a la prueba del fuego, lo hace menos válido como prueba
si el oro es puro? La tentación en el caso del Señor no era para probar si podía pecar o no, sino
para demostrar que no podía pecar.
“Compadecerse” en griego sumpathesai, de donde procede nuestra palabra “simpatía”,
significa entrar en nuestro dolor y condición y compartir nuestro sentimiento al respecto. Esta pala-
bra sólo se encuentra aquí y en 10:34 en el NT. Estos dos pasajes demuestran que nuestra capa-
cidad para simpatizar con otros está basada en la capacidad de Cristo para hacerlo.
(iv) La invitación consiguiente (v. 16) a acercarnos al trono de la gracia con confianza,
libertad, y franqueza, porque como Pablo nos dice en Ro. 5:21, reina la gracia. Antes, en cambio,
en la época del AT tan importante para los hebreos, el pueblo no se podía acercar a Dios; sólo el
Sumo Pontífice una vez al año. Este es un trono de gracia, no de juicio o justicia. No recibimos allí
lo que merecemos, sino lo que no merecemos: misericordia (cf. 1 Co. 10:13).
El primer resultado de acercarnos es “alcanzar misericordia”, porque a causa de nues-
tro pecado lo que necesitamos es precisamente [p 46] eso. El segundo resultado es “Gracia”, por-
que necesitamos esa gracia debido a nuestra debilidad. Dicha gracia es irrestringida. “Oportuno
socorro” según el griego expresa la idea de “justo a tiempo”, en el momento en que más lo necesi-
tamos, y en la manera en que más lo precisamos.

LA MARAVILLOSA PALABRA DE DIOS


—4:12
1. Divina en su origen. Es su Palabra y revelación a
nosotros—2 P. 1:21
2. Viva en su naturaleza. Dios puso su soplo en ella—
Gn. 1:26; 2 Ti. 3:16.
a. Viva en sí misma —ver Jn. 6:63 cf. Pr. 6:22
b. Imparte vida —ver Stg. 1:18; 1P. 1:23, la semilla
divina.
3. Efectiva en su operación. cf. Ec. 8:4
a. Corta como espada de dos filos —Hch. 2:37
b. Penetra hasta lo más íntimo —Sal. 51:6; cf. Hch.
7:54; Ap. 19:15
c. Discierne entre el alma y el espíritu—cf. 1 Ts. 5:23.
4. Definitiva en su juicio, pues pasa juicio sobre noso-
tros
5. Clara en sus demandas, como apreciamos en el con-
texto. Exige:
a. Fe o confianza en ella —v. 2
b. Obediencia a ella —v. 11
33

[p 47] NUESTRA MAYOR POSESION


—“Teniendo” 4:14
He. 4:14–16 constituye una especie de resumen del
mensaje de esta epístola.
La revelación de esta posesión 4:14, 15
Tenemos un gran Pontífice—nos representa ante Dios.
Es grande en cuanto a la dignidad de su persona y la per-
fección de su carácter—Lc. 1:32.
Se trata de Jesús—indica su humanidad perfecta, que
hace posible que nos represente ante Dios—1 Ti. 2:5; He.
2:18.
Es el Hijo de Dios—se destaca su divinidad perfecta, y
por eso puede representar a Dios ante nosotros.
Ha entrado en el cielo—porque ha concluido su obra
aquí. He. 1:3
La respuesta nuestra ante esa posesión 4:16, sintetiza-
da en la palabra “acerquémonos”:
¿Quiénes podemos acercarnos? Nosotros
¿Cómo podemos acercarnos? Confiadamente
¿A dónde debemos acercarnos? Al trono de gracia, no
de juicio
¿Cuándo podemos acercarnos? En todo momento, pero
especialmente en momentos de necesidad.
¿Por qué debemos acercarnos? Para alcanzar o encon-
trar algo especial, el oportuno socorro—cf. 1 Jn. 1:9; 2:1;
2 Co. 9:8; 12:9
34

[p 48]
CAPÍTULO CINCO
I. LA PERSONALIDAD SUPERIOR DE CRISTO 1:1–8:5 (cont.)
LA EXCELENCIA DE SU PERSONA
B. SUPERIOR EN SU MINISTERIO 3:1–8:5 (cont.)
4. Superior a Aarón, 4:14–5:10 (cont.)
b. Aptitud absoluta del Señor (5:1–10). Sus credenciales comparadas con las de Aarón
y otros sumos sacerdotes del pasado. Aquí hay un paralelo significativo, pero a la vez un contraste.
Notemos al respecto:
(i) La constitución del sacerdote (v. 1). En este versículo tenemos una definición de lo
que era un sacerdote y cuál era su función. Debía ser tomado de entre los hombres para poder
representarlos ante Dios pues tenía que poseer la naturaleza de quienes representaba para poder
comprenderles. Así fue con el Señor (cf. 2:17).
Un ángel no podría representarnos. Por ejemplo, el arcángel Gabriel podría transmitir un
mensaje, pero jamás podría “simpatizar” con nosotros por no tener ni comprender nuestra natura-
leza.
Además el sacerdote no había sido nombrado para vivir para sí mismo sino para pensar
en los demás y actuar a favor de ellos, Ro. 14:7. Una de sus principales funciones era presentar
ofrendas y sacrificios por el pecado. “Ofrendas” se refiere a ofrendas presentadas a Dios, mientras
que “sacrificios” tiene que ver con ofrendas especiales en que se derramaba sangre en expiación
por el pecado.
(ii) La compasión suya (v. 2) y su simpatía debido a su condición humana. Cumplía
su misión con compasión porque recordaba [p 49] sus propias debilidades. Necesitaba compasión,
ternura y paciencia para tratar con hombres débiles, ignorantes y pecadores.
“Paciente” pues el amor “todo lo soporta”, y sabe ponerse en lugar de los otros. Necesi-
taba además experiencia, habiendo él mismo probado el dolor, la angustia y la tentación. Necesita-
ba conocer por su propia cuenta las vías por las cuales el pecado y la tentación atacan el alma
humana.
Según el célebre comentarista F.F. Bruce: “Su función no era la de juez sino de media-
dor, de modo que necesitaba compenetrarse íntima y profundamente en las necesidades de quie-
nes representaba.” Nuestro Sumo Sacerdote no solo nos representa a la perfección sino que nos
comprende absolutamente y siente por nosotros. Pero no debemos llegar a la conclusión, en base
a este versículo y el siguiente, de que el pecado es un requisito previo para poder tener compasión.
(iii) La consecuencia del pecado (v. 3). Debía ofrecer sacrificios expiatorios por otros
y, en el caso de los sacerdotes humanos, por ellos mismos. Esta era la gran debilidad de cada sa-
cerdote humano (Lv. 9:7). Eran necesarios esos sacrificios pues la culpabilidad debía ser alejada
antes de que el pecador pudiera acercarse a Dios (cf. 9:25–28). Por eso no podía servir como un
mediador perfecto. Solo el Señor fue tal mediador pues, como no pecó, no necesitó ofrecer ningun
sacrificio por sí mismo.
(iv) Su consagración y llamado (vv. 4, 5) al sacerdocio.
*No por iniciativa propia (v. 4). No escogía esa vocación por su cuenta. Tenía que ser
llamado a ella. De lo contrario, sufrirían las consecuencias de semejante temeridad incurriendo en
el juicio divino, como sucedió en el caso de Coré y otros (Nm. 16; 1 S. 13; 2 Cr. 26:16–21). El lla-
mado de Aarón lo honraba, y su llamado implicaba autoridad. Por el contrario, los sumos sacerdo-
tes en los día de Jesús, Annás y Caifás, eran hombres moral y espiritualmente malos y política-
35

mente ambiciosos que defendían sus propios intereses. La historia muestra que tanto ellos como
sus antecesores y sucesores fueron nombrados por los gobernantes de turno.
*Luego el escritor de Hebreos lleva la atención a Cristo, y a su consagración y llama-
do:
*Sí por nombramiento divino, (v. 5). El llamado de Cristo lo glorificaba y destacaba la
dignidad de su oficio. Y había sucedido antes de la creación del mundo. Aquí se recalca en forma
indiscutible el reconocimiento de su deidad. Las palabras del Sal. 2:7 no se refieren tanto al naci-
miento del Señor sino, como explica Pablo en Hch. 13:33–34, a su resurrección de entre los muer-
tos ya que mediante ella y su ascención entró en una nueva etapa de su vida y ministerio. Notemos
[p 50] asimismo que dice “tú eres mi Hijo”, no “estabas siendo hecho Hijo”, ni “llegando a serlo me-
diante un proceso.” No se trataba del comienzo de su filiación. El era y es eternamente el Hijo de
Dios.
(v) El carácter de su sacerdocio (v. 6): “para siempre”, según el orden de Melquise-
dec (cf. Sal. 110:4). En esto consiste su superioridad que explicaremos con más detalle en el capí-
tulo siete. El pensamiento prominente aquí es que, a diferencia del sacerdocio aarónico, éste es
eterno, y no hay predecesor ni sucesor. Se emplea el nombre de Melquisedec pues si bien como
ser humano él tiene que haber muerto, nada hay registrado al respecto.
(vi) El clamor del Señor (v. 7). “En los días de su carne”, o sea en el tiempo de su vi-
da sobre la tierra, con una naturaleza tanto humana como divina; y el período de su humillación, en
contraste con su estado actual de glorificación. Esta fue la escuela en la que aprendió obediencia.
En este versículo se revela de un modo nuevo la maravilla y gloria de esa solemne y su-
blime experiencia en Getsemaní. La intensidad de su oración y la agonía de sus sufrimientos pro-
cedían de su perfecta humanidad, pero a la vez de su pureza y falta de pecado, y del anticipo del
desamparo de Dios. Alguien ha descrito las lágrimas como “las válvulas de seguridad del corazón
cuando se excede la presión sobre él.” ¡Y cuánta fue la presión allí sobre el Señor!
Pero debemos destacar que al orar “al que le podía librar de la muerte”, a Dios, no era
que estuviera procurando escapar de la muerte pues para eso precisamente había venido a este
mundo, como el mismo había señalado reiteradamente (Mr. 10:45). Además, como dijera el apóstol
Pedro el día de Pentecostés: “Este, entregado por el determinado consejo y anticipado conocimien-
to de Dios …” (Hch. 2:23).
Por otra parte, si bien puede parecer que esta oración de Jesús no fue contestada ya
que murió, es evidente que al poco tiempo se le daría una respuesta gloriosa al vencer el poder de
la muerte. Además, a pesar de que tuvo que gustar la muerte por todos nosotros, por haberlo
hecho, ahora nos proporciona vida eterna.
“Temor” aquí no implica una actitud de aprensión o espanto, sino un temor reverente.
(vii) El costo pagado (v. 8) para aprender la obediencia. Como Dios no necesitaba
aprender nada, pero como Hijo de Dios venido en carne tenía que pasar por las experiencias de los
seres humanos para poder actuar luego como Sumo Sacerdote de ellos. La obediencia era algo
nuevo para El. Antes de su encarnación, estando en la gloria, El dirigía, decretaba, mandaba, y
otros obedecían. Pero en los días de su [p 51] carne, voluntariamente tuvo que aprender obedien-
cia en sumisión y dependencia perfecta al Padre. El experimentó lo que era el obedecer. Esto no
sugiere que alguna vez fuera desobediente, sino que por experiencia propia aprendió el verdadero
significado y costo de la obediencia. El momento en que El voluntariamente tomó el lugar de siervo
(Fil. 2:7), comenzó a obedecer y siguió haciéndolo hasta la muerte, y muerte de cruz (Jn. 14:31).
La obediencia a Dios en un mundo de pecado siempre entraña sufrimiento. No puede
haber verdadera obediencia aparte del sufrimiento; hacer la voluntad de Dios involucra la cruz.
(viii) La conclusión preciosa (vv. 9, 10) para todos los creyentes. El v. 9 resume el re-
sultado positivo de la misión de Jesucristo como Sumo Sacerdote.
36

“Perfeccionado”. Si El necesitaba la disciplina del sufrimiento, cuánto más nosotros. Si


bien la experiencia de “aprender” fue intelectual y moral, la perfección lograda no fue moral, pues
nunca dejó de ser perfecto. Esa perfección habla de perfecta capacidad para realizar su obra.
Llegó a ser “Autor de eterna salvación.” No se trata de la misma palabra en el griego
que la que se traduce como “autor” en He. 2:10 y 12:2; y por eso además puede traducirse “causa”,
“productor” o “proveedor”, y así se aprecia en otras versiones. La salvación de la que es Autor, o
“causa”, no es temporal como la que experimentó a veces Israel de sus enemigos. Esta salvación
no se puede perder nunca. Así también su ministerio es de carácter permanente (vv. 6, 10). Nota-
mos el énfasis sobre salvación eterna porque esto contradice la noción equivocada de que un cre-
yente verdadero puede perder su salvación.
Jesús fue obediente al Padre y ahora es lógico que El busque la obediencia de todos los
que desean gozar de sus bendiciones. Notemos que si bien la salvación se limita a “los que le
obedecen” u obedecen el evangelio, no se atribuye esa salvación a la obediencia de ellos. Ade-
más, obedecer a Dios equivale a creer en El, como muestran pasajes tales como Hch. 6:7 y Ro.
10:16.
La importancia de la designación de Cristo como Sumo Sacerdote “según el orden de
Melquisedec” se explicará luego en el capítulo siete.
5. Seguid creciendo, 5:11–6:12.
11
Acerca de esto tenemos mucho que decir, y difícil de explicar, por cuanto os habéis hecho
tardos para oir. 12Porque debiendo ser ya maestros, después de tanto tiempo, tenéis necesidad de
que se os vuelva a [p 52] enseñar cuáles son los primeros rudimentos de las palabras de Dios; y
habéis llegado a ser tales que tenéis necesidad de leche, y no de alimento sólido. 13Y todo quel
que participa de la leche es inexperto en la palabra de justicia, porque es niño; 14pero el alimento
sólido es para los que han alcanzado madurez, para los que por el uso tienen los sentidos ejercita-
dos en el discernimiento del bien y del mal. 1Por tanto, dejando ya los rudimentos de la doctrina de
Cristo, vamos adelante a la perfección; no echando otra vez el fundamento del arrepentimiento de
obras muertas, de la fe en Dios, 2de la doctrina de bautismos, de la imposición de manos, de la
resurrección de los muertos y del juicio eterno. 3Y esto haremos, si Dios en verdad lo permite.
4
Porque es imposible que los que una vez fueron iluminados y gustaron del don celestial, y fueron
hechos partícipes del Espíritu Santo, 5y asimismo gustaron de la buena palabra de Dios y los pode-
res del siglo venidero, 6y recayeron, sean otra vez renovados para arrepentimiento, crucificando de
nuevo para sí mismos al Hijo de Dios y exponiéndole a vituperio. 7Porque la tierra que bebe la llu-
via que muchas veces cae sobre ella, y produce hierba provechosa a aquellos por los cuales es
labrada, recibe bendición de Dios; 8pero la que produce espinos y abrojos es reprobada, está
próxima a ser maldecida, y su fin es el ser quemada. 9Pero en cuanto a vosotros, oh amados, es-
tamos persuadidos de cosas mejores, y que pertenecen a la salvación, aunque hablamos así.
10
Porque Dios no es injusto para olvidar vuestra obra y el trabajo de amor que habéis mostrado
hacia su nombre, habiendo servido a los santos y sirviéndoles aún. 11Pero deseamos que cada uno
de vosotros muestre la misma solicitud hasta el fin, para plena certeza de la esperanza, 12a fin de
que no os hagáis perezosos, sino imitadores de aquellos que por la fe y la paciencia heredan las
promesas.
Nos encontramos con el tercer paréntesis de advertencia y apelación, esta vez con referencia a
la falta de crecimiento que ellos estaban evidenciando (5:11–14), y la apostasía (6:1–12). En este
capítulo nos ocuparemos en este capítulo de la ausencia de crecimiento y madurez. El crecimiento
cristiano es indispensable. No basta con tomar una decisión por Cristo, o aceptarlo como Salvador.
Debe haber un crecimiento diario, un avance constante en el conocimiento de El y de su Palabra.
De otro modo, se estará en peligro de retroceso porque como bien se afirma: “El que no avanza,
retrocede”.
La inmadurez en la vida de un creyente es terriblemente frustrante. El escritor, en lenguaje grá-
fico, llama la atención a:
37

a. La ausencia de crecimiento (5:11–14) y el mal de la inmadurez y pobreza espiritual.


El escritor se siente decepcionado, pero a la vez perturbado por la inmadurez de ellos. Habían
quedado estancados. Esto los exponía a peligro porque los inmaduros son vulnerables (ver Ef.
4:14).
(i) [p 53] Su dureza espiritual (v. 11) y torpeza. No eran receptivos sino tardos en en-
tendimiento, lo que dificultaba la tarea del escritor. No estaban listos para recibir la enseñanza espi-
ritual.
Oir no significa solo percibir sonidos, sino además ser receptivos y atender al mensaje
para obedecerlo. El cristiano puede ser “tardo para oir” (“reacios” o “perezosos”, según otras ver-
siones) respecto de la recepción y comprensión de lo oído, cuando no es espiritual (1 Co. 2:14), no
tiene interés (Mt. 13:13) o en su vida no hay entrega (2 Ti. 3:7). Es tristemente cierto que nuestra
comprensión de la verdad divina está limitada por nuestra propia condición espiritual. Oídos reacios
o perezosos no pueden recibir verdades profundas.
(ii) Su discernimiento inadecuado (v. 12a) se apreciaba en:
*La madurez que debían tener de acuerdo al tiempo que había transcurrido. Su pro-
greso en la fe no tenía relación con lo que justamente se podía esperar de ellos. La
palabra “debiendo” implica una obligación moral. Aquí apreciamos que Dios quiere que todos po-
damos enseñar a otros (cf. 2Ti. 2:2), compartiendo con ellos las bendiciones espirituales y las lec-
ciones que hemos aprendido. Aunque haya quienes tengan específicamente el don de enseñar, es
responsabilidad de todos enseñar y exhortarnos los unos a los otros. Pero el mero paso del tiempo
no es suficiente para transformar al alumno en maestro, aunque es en la vida diaria que debemos ir
adquiriendo las lecciones de la Palabra y de la experiencia cristiana.
*La madurez ausente hacía necesario que volviesen al ABC, pues las palabras “pri-
meros rudimentos” en griego se refieren precisamente al abecedario. Como afirmó con tanto
acierto el comentarista Matthew Henry: “Es un pecado, y una vergüenza, para las personas que
son adultas según los años que han vivido, ser criaturas en su entendimiento.”
El ideal se expresa en las palabras del apóstol Pablo: “Cuando ya fui hombre, dejé lo
que era de niño” (1 Co. 13:11). La infancia física, al igual que la espiritual, está marcada por falta
de discernimiento, egoísmo y egocentrismo, llanto, deseo de jugar antes que trabajar, y valoración
inadecuada (v. gr. escoger un sonajero, o un juguete con colores vivos y que haga mucho ruido,
antes que algo de mucho mayor valor). Esto se parece a algunos que desean dones espectacula-
res, sin considerar si sirven o no para la edificación.
Además el niño o inmaduro espiritual tendrá:
(iii) Una dieta o régimen infantil (vv. 12b, 13) de leche, o sea las doctrinas básicas,
porque aún es niño en cuanto a su comprensión. Es un lactante, y por eso solo puede ingerir leche,
o verdades elementales (cf 1 Co. 3:1, 2; 13:11; 14:20).
[p 54] Si bien en cada uno de nosotros debe haber ese deseo instintivo de “beber” la le-
che de la Palabra, del bebé (1 P. 2:1, 2), tiene que haber un avance y adaptación acorde con el
crecimiento para no quedarse estancado en una infancia perpetua.
Se convierte así en un “inexperto”. Es un oyente de la Palabra pero no un hacedor de
ella. No la comprende de verdad, por tanto no puede llevarla a la práctica en su vida diaria, y me-
nos aún puede enseñarla a otros.
(iv) El desarrollo imprescindible (v. 14), mediante:
*El alimento sólido (v. 14a), es decir las doctrinas más avanzadas, está reservado so-
lo para aquellos que han ejercido sus sentidos y facultades mentales y espirituales en el discerni-
miento del bien y del mal.
38

*El adecuado ejercicio (v. 14b) de los sentidos, facultades y sensibilidades en el dis-
cernimiento del bien y del mal. Están capacitados para distinguir la verdad del error, porque su ma-
durez les ha dado la experiencia necesaria para discriminar espiritualmente. La madurez viene
cuando actuamos de acuerdo con la verdad de Dios y así desarrollamos la capacidad que cada
uno tiene potencialmente en Cristo, para tomar decisiones diarias que se ajusten a la voluntad de
Dios y que no sean negativas o erradas.
*Hay que tomar en cuenta que el tiempo por sí solo no basta para crecer. Hay que
agregar el ejercicio y la voluntad de aprender.

[p 55] GETSEMANÍ—He. 5:7–9.


Jamás podremos sondear las profundidades de lo que
tuvo que sufrir el Señor Jesús, ni comprender plenamente
los alcances de lo que soportó. Aquí se refleja algo del
gran conflicto de Getsemaní, no solo respecto de los su-
frimientos, sino también de la razón de ellos. Allí lo ve-
mos:
Orandondo intensamente —5:7a, como se refleja aquí y
en los evangelios:
A solas y en secreto. Los discípulos no pudieron acom-
pañarlo.
Con humildad. Según Lucas, “puesto de rodillas”, según
Mateo, “se postró”
Con espíritu filial—“Padre” o “Abba Padre”
Con intensidad—su sudor como grandes gotas de
sangre
Con corazón acongojado, como se destaca aquí “gran
clamor y lágrimas” al anticipar los sufrimientos espiritua-
les—separación de Dios y ser hecho pecado por nosotros.
Objetivo al orar—5:7b, “librarlo de la muerte”
No de la muerte física, pues era el objetivo de su veni-
da—Jn. 12:27
Sí de la muerte espiritual, de que su alma no quedara en
el Hades
Oído al orar—5:7c,
Por su temor reverencial, su devoción al Padre, su
piedad y su sumisión.
Respondido al resucitarlo de entre los muertos y luego
exaltarlo.
Obediencia aprendida —5:8. Extraña expresión, “apren-
dió…”
No significa que previamente había sido rebelde o
desobediente. Todo lo contrario.
Sí significa que aprendió experimentalmente el costo de
la obediencia—cf: Fil. 2:8.
39

Oficio perfeccionado —5:9. Otra expresión extraña.


No se refiere a su carácter personal, pues siempre fue
perfecto.
Sí fue perfeccionado para su oficio como Salvador. No
podría haber sido nuestro Salvador si hubiera permaneci-
do en el cielo, o si no hubiese muerto en la cruz y resuci-
tado al tercer día.
40

[p 56]
CAPÍTULO SEIS
I. LA PERSONALIDAD SUPERIOR DE CRISTO 1:1–8:5 (cont.)
LA EXCELENCIA DE SU PERSONA
B. SUPERIOR EN SU MINISTERIO 3:1–8:5 (cont.)
5. Seguid creciendo, 5:11–6:12, (cont.)
b. El Avance requerido (6:1–3). La necesidad de llegar a la madurez.
(i) El desafío que se presenta (v. 1) a seguir adelante hacia la perfección o madurez.
“Dejando” aquí no alude a que abandonemos o descuidemos las doctrinas básicas de
las que ha estado hablando, sino “dejando” como el pajarito que sale de su cascarón, o la planta
que sale de la semilla o la deja.
“Rudimentos” parece referirse al judaísmo como expresión de infancia espiritual, en an-
ticipación y comparación con el cristianismo que habla de plena madurez (ver Gá. 4:1–5). Se men-
cionan luego esos fundamentos.
“Vamos adelante”. Avancemos más allá de las verdades elementales acerca de Cristo,
procurando un pleno conocimiento o crecimiento.
“A la perfección”. Esto no significa que podemos alcanzar la perfeción en esta vida, algo
imposible hasta que lleguemos al cielo. La referencia es a la madurez en contraste con la infancia.
No tenemos por qué poner de nuevo el fundamento ya existente.
“Arrepentimiento” aquí parece referirse al que predicaba Juan el Bautista, en cambio
ahora es arrepentimiento hacia Dios. No se trata, pues, de “arrepentimiento para vida” del que
habla Hch. 11:18.
[p 57] Las “obras muertas” son las que se hacen con el fin de merecer la vida, cuando
aún se está muerto espiritualmente (Ef. 2:1).
Notemos que es preciso edificar sobre un fundamento bíblico.
(ii) Las doctrinas que servían de base (v. 2). Sí, eran fundamentales para construir
sobre ellas pero no para descansar sobre ellas pues se detenían antes de llegar a la persona de
Cristo. Debían pasar a fases más elevadas de conocimiento. No se expresa aquí desprecio por las
doctrinas básicas y fundamentales, sino que no debían quedarse allí pero en su lugar avanzar.
Como la epístola va dirigida a judíos, y la palabra está en plural, “bautismos” tiene que ver con
los diversos lavamientos de los judíos (cf. 9:10) que eran solo simbólicos. Varias versiones lo tra-
ducen como “abluciones”. “La imposición de manos” es un rasgo de los sacrificios levíticos (Lv.
1:4), señalando de ese modo la identificación con el sacrificio. En los tiempos del AT solo se creía
en “la resurección de los muertos” en su forma más elemental. Ahora en Cristo la realidad de
esto es reconocida. En cuanto al “juicio eterno”, esta doctrina ya era enseñada en el AT, pero
ahora ha pasado para el creyente en Cristo (Ro. 8:1).
Hay peligro al aferrarse al ritualismo, que apela a la carne, cuando éste carece de signifi-
cado real.
(iii) El Deseo del escritor (v. 3) que expresa la dinámica del progreso espiritual. Mani-
fiesta su determinación y su esperanza en Dios: “sigamos adelante a cosas más profundas”. Que
ninguno de nosotros se quede corto en el conocimiento de la revelación completa de Dios por me-
dio de su Hijo Jesucristo.
c. La apostasía posible (vv. 4–8). El peligro de apartarse de Dios. Nos encontramos ante
uno de los pasajes más controvertidos del NT. Se ha discutido mucho sobre las personas que se
describen aquí, en cuanto a si eran creyentes de verdad. Algunos comentaristas (K.S.Wuest,
41

G.L.A.Archer, W.R.Newell, R.Torrey, J.Owen, J.Calvino, entre otros) afirman que no se trata de
creyentes, mientras que otros tantos, igualmente capacitados y reconocidos, aseguran lo contrario.
¿Quienes tienen la razón? Lo sabremos cuando lleguemos al cielo. Hasta entonces, resulta con-
traproducente pretender ser dogmáticos al respecto, por más que tengamos nuestras propias opi-
niones que expresamos a continuación.
(i) La imposibilidad señalada (vv. 4–6). Esta es la primera de las cuatro imposibilida-
des mencionadas en esta epístola (cf. 6:18; 10:4; 11:6). [p 58] Son pasajes que indican verdades
absolutas que no admiten discusión alguna.
Si bien estos versículos parecen indicar que se puede perder la salvación, eso sería una
contradicción con lo que se enseña en otras partes (v.gr. Jn. 10:28, 29; Ro. 8:35, 38, 39; Ef. 2:1, 5;
4:30; 1P. 1:5). Aquí se trata de personas que han llegado al conocimiento del evangelio, pero no
han creído de verdad. Es significativo que en todo el pasaje se emplea la tercera persona, y no la
primera o la segunda. Es como si el escritor quisiera diferenciar esas personas de sus lectores. Por
eso podría tratarse de un caso hipotético y no necesariamente real, como varios expositores han
sugerido. Si un creyente pudiera pecar así, los resultados serían los que se in—dican aquí, pero
eso no es posible para un verdadero hijo de Dios. Esas personas habían visto la verdad claramen-
te, pero no la habían aceptado, y por eso estaban regresando deliberadamente al judaísmo. Vea-
mos las palabras con mayor detalle:
“Iluminados”. En vista de He. 10:32 y 2Co. 4:4 parece expresar que ellos habían tenido
una experiencia de conversión. Sin embargo, uno puede ser iluminado (Nm. 23:12; Jn. 8:12), y no
recibir la luz (2 Co. 4:6) ni andar en la luz (1Jn. 1:7). Además en algunos casos, en la versión sep-
tuaginta (en griego) del AT, la palabra empleada se traduce como “instruidos”. Hay muchos que
conocen mucho acerca de Cristo y el evangelio, y sin embargo no son salvos.
“Gustaron”, o “probaron”, es muy distinto a “comieron” o “asimilaron” (Cf. Jn. 6:51–54;
Ap. 10:9, 10). Muchos “participan” de la profunda convicción del Espíritu Santo sin ceder ante Cris-
to. La obra inicial del Espíritu Santo debe convencer de pecado y justicia, pero si no lleva a la fe en
Cristo, no alcanza. Asimismo puede referirse al disfrute temporal de grandes privilegios espiritua-
les, ya que la palabra griega para “gustaron” en el v. 5 también significa “compañeros” o “aquellos
que van con”. En el caso de Judas, el hasta participó en la obra junto a los otros discípulos (Mt.
10:5–8) pero es evidente por lo que sucedió después que no era salvo.
Habían probado la heredad de la revelación divina en el AT. Pero todo esto se había
cumplido en Cristo. Quizás aún habían profesado el cristianismo, pero todavía estaban ligados al
judaísmo, y al viejo pacto. Nunca habían puesto su confianza plenamente en el Señor Jesús como
Hijo de Dios y Salvador.
“Recayeron”. La caída es final y sin remedio. La fe real dura hasta el final; la fe temporal
se marchita y muere (Mt. 13:20–27). No hay tal cosa como salvarse, luego perder la salvación, pa-
ra después volverla a recuperar.
Conviene leer con cuidado estas palabras. No se dice que Cristo pueda ser crucificado
de nuevo, sino más bien que aquellos que lo [p 59] rechazan están sugiriendo que la muerte de
Cristo no sirvió para ellos. Así están logrando que la cruz se convierta en objeto de burla. Apartarse
de la fe después de recibir tal conocimiento demuestra un deliberado propósito de voluntad de ne-
gar al Señor y unirse a aquellos que condenaron a muerte a Cristo.
(ii) La ilustración efectiva (vv. 7, 8). Los que rechazan al Señor son comparados a la
tierra que absorbe la lluvia pero da como fruto espinos y abrojos.
El v. 7 menciona el suelo que produce buen fruto, pero en cambio el siguiente alude a
aquel que aunque recibe la misma lluvia solo produce espinos y abrojos. Se trata de una diferemcia
de suelos. La productividad del suelo es la evidencia de la condición del mismo. La realidad de la
vida nueva se debe manifestar en frutos efectivos: nuevos deseos, nuevos hábitos, nuevos actos
de servicio, nuevas relaciones. En cambio los “espinos y abrojos” son simbólicos de la increduli-
42

dad y la maldición del pecado. El suelo es tan duro que la lluvia no puede penetrar y hacer su obra
bienhechora. Pero sí produce espinos y abrojos, cuyo fin será el ser quemados. Esto se asemeja
mucho a la parábola del sembrador, y a aquella semilla que cayó junto al camino o en pedregales
(Mt. 13:18–21).
En vista de todo lo anterior, el lector de este comentario haría bien en leer la advertencia
del apóstol Pablo en 2 Co. 13:5: “Examinaos vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a vosotros
mismos. ¿O no os conocéis a vosotros mismos, que Jesucristo está en vosotros, a menos que es-
téis reprobados?”
d. El antídoto eficaz (vv. 9–12) para el fracaso (cf. 2 P. 1:5–11). El escritor muestra ser
un hombre de Dios con corazón de verdadero pastor de almas. Teme haber ofendido a sus lecto-
res con tan severas apreciaciones con respecto al testimonio de algunos de ellos. Por eso comien-
za mencionando:
(i) La confianza que tenía (v. 9) en ellos de que no eran apóstatas sino creyentes ge-
nuinos. Deseaba confirmarlos en su seguridad en Cristo sobre la base de las afirmaciones seguras
de Dios por medio de las promesas y tipos del AT. Además había evidencia en sus vidas de que no
eran apóstatas, como veremos en el versículo siguiente. Esas “cosas mejores” que “pertenecen a
la salvación” están en contraste con las mencionadas en los vv. 4 y 5 que no alcanzan a la salva-
ción. Algunas de estas “cosas mejores” se mencionan a continuación.
(ii) El carácter de Dios (v. 10a). Es imposible que Dios olvide porque no es injusto co-
mo nosotros. ¡Cuántas injusticias cometemos por olvidarnos de lo que otros han hecho, y así de-
jamos de reconocerlos [p 60] adecuadamente! Pero Dios no pues “no es injusto” (Sal. 97:2), y
siempre sabe encontrar el medio de armonizar su gracia y su justicia.
Además, El se acuerda de todo ahora, y lo hará también en el futuro por medio de las recom-
pensas en el Tribunal de Cristo (2 Co. 5:10).
(iii) El conocimiento de ellos (v. 10b) y de su servicio para los santos. Su disposición
para avanzar en conocimiento estaba atestiguada por su previa experiencia del Señor quien les
había dado la victoria, la capacidad de amar y de realizar un servicio (griego= diakoneo) fructífero
en bien de otros. Una de las formas en que se demuestra la realidad de la salvación es precisa-
mente el amor hacia otros creyentes (1 Jn. 3:14). Servir a los santos es servir a Cristo. Aun un vaso
de agua fría dado a alguien que pertenece a Cristo (Mr. 9:41) no será olvidado en aquel día futuro
de recompensas (1 Co. 4:5; 2 Co. 5:10).
Esa confianza en ellos, pues, estaba basada en el conocimiento del escritor de esos frutos que
probaban la realidad de su fe, en especial porque se habían hecho cargo de sus hermanos necesi-
tados. ¿En qué “servicio de los santos” estamos ocupados nosotros?
(iv) La continuidad pedida (v. 11), que resultaría en certeza plena. Ese buen comienzo
debía continuarse.
Las palabras “cada uno” sugieren que no todos participaban en el servicio mencionado en el v.
10. Hay un grave problema que ha afectado a la iglesia desde el principio: el hecho de que en casi
todas las iglesias locales, es un grupo o núcleo reducido el que trabaja, se esfuerza, ofrenda, y usa
sus dones. Por eso aquí el escritor les exhorta a que cada uno asuma su reponsabilidad personal.
No hay lugar para creyentes flojos o perezosos cuando las necesidades son tantas.
La referencia la “plena certeza de la esperanza” (cf. 1 P. 1:13), tiene que ver con una expecta-
tiva plena del cumplimiento de las promesas de Dios, que debe servir de impulso y motivación.
(v) La conducta a imitar (v. 12). Es solo por medio de “la fe y la paciencia” que el
creyente hereda las promesas de Dios. Esas dos virtudes son el mejor antídoto para la pereza.
Más tarde en esta epístola el escritor sagrado dedica un capítulo entero para ilustrar las victorias
de aquellos que “por la fe y la paciencia heredaron las promesas” (cap. 11).
43

Podemos ser tentados a ser descuidados y perezosos al presentarse dificultades o parecer muy
lejana la meta. En cambio, jamás estaremos desocupados, ni realizaremos nuestro servicio o tra-
bajo a desgano, si tenemos la esperanza puesta en las promesas de Dios.
6. Superior a Melquisedec, 6:13–8:5, y más aún a los sacerdotes de la casa de Aarón.
13
Porque cuando Dios hizo la promesa a Abraham, no pudiendo jurar por otro mayor, juró por sí
mismo, 14diciendo: De cierto te bendeciré con abundancia y te multiplicaré grandemente. 15Y
habiendo esperado con paciencia, alcanzó la promesa. 16Porque los hombres ciertamente juran por
uno mayor que ellos, y para ellos el fin de toda controversia es el juramento para confirmación.
17
Por lo cual, queriendo Dios mostrar más abundantemente a los herederos de la promesa la inmu-
tabilidad de su consejo, interpuso juramento; 18para que por dos cosas inmutables, en las cuales es
imposible que Dios mienta, tengamos un fortísimo consuelo los que hemos acudido para asirnos de
la esperanza puesta delante de nosotros. 19La cual tenemos como segura y firme ancla del alma, y
que penetra hasta dentro del velo, 20donde Jesús entró por nosotros como precursor, hecho sumo
sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec (6:13–20).
a. [p 61] La seguridad de nuestra esperanza (6:13–20) basada en la promesa y el ju-
ramento divino.
(i) El patriarca bendecido por Dios (vv. 13–15). La promesa que Dios le hizo a Abra-
ham fue:
*Afirmada y avalada con la garantía de que era palabra divina, v. 13. Debido a nues-
tra incredulidad y propensión a mentir, Dios, el Dios de verdad, se ve obligado a apoyar su prome-
sa por medio de un juramento.
*Abundante en su gracia y bendición (v. 14). Aquí se menciona la promesa hecha a
Abraham (ver Gn. 22:16–18), justamente después que hubo superado la prueba más severa de su
fe al estar dispuesto a ofrecer a su hijo Isaac en sacrificio de obediencia a Dios.
*Alcanzada en cuanto a su cumplimiento por la fe (v. 15). El esperó con paciencia y
perseverancia, a pesar de ser tentado por otros a dudar de que Dios pudiera cumplir su promesa.
La paciencia es parte del fruto del Espíritu (Gá. 5:22), y esencial al ejercitar la fe.
(ii) La palabra asegurada (v. 16) mediante el juramento de alguien superior. Este era
el método empleado por los hombres. Un juramento consistía en llamar a alguien superior para que
testifique a la veracidad de una declaración y así disipar toda controversia.
(iii) La promesa inmutable (vv. 17, 18a) con respecto a su propósito para con los
“herederos” de Abraham comenzando con Isaac, siguiendo hasta Cristo (Gá. 3:16) y ahora, por
extensión, nosotros (Gá. 3:29). No hacía falta el juramento porque la palabra de Dios es veraz; pe-
ro [p 62] considerando la debilidad y fragilidad humana, la confirmó mediante un juramento, ac-
tuando como su propio garante.
“La inmutabilidad de su consejo” quiere decir la naturaleza de su voluntad, que no
cambia. Dios no es inconstante como el hombre. Dios no cambia según sus estados de ánimo y
sentimientos. Su carácter es inmutable, como El mismo afirma: “Yo no cambio” (Mal. 3:6), porque
es eterno. En este versículo se explica el significado y el propósito del juramento.
“Es imposible que Dios mienta”. La completa veracidad de la palabra de Dios era un
gran incentivo para que estos creyentes hebreos perseverasen en la esperanza a la que se se
habían aferrado. La misma integridad del Todopoderoso estaba y sigue estando involucrada en el
cumplimiento de esta garantía de bendición.
(iv) La preciosa esperanza (vv. 18b, 19), que se hace nuestra al:
*“Asirnos” de ella por la fe (18b.) Nuestra fe es la que nos permite aferrarnos al cable
que nos une al ancla segura.
44

*“Esperanza” significa, en el uso bíblico, el anticipo de alguna bendición futura, algo


que esperamos porque Dios lo ha prometido (ver Ro. 8:24, 25).
*Actúa como “segura y firme ancla” (v. 19b) para el creyente. La esperanza cumple
las mismas funciones que el ancla de un barco, que en tiempos de prueba, dificultad y presión, evi-
ta que éste zozobre. Si la vida presente es el mar, y nuestra alma el barco (o nave), la esperanza
es el ancla y el Señor Jesús la roca firme del anclaje para que no naufraguemos. Un extrtemo del
cable está en el barco, el otro está en aquel:
*Anclaje celestial provisto (v. 19b), que está por encima de las tormentas de la vida.
En algunos puertos del Mediterráneo todavía se encuentra cerca del agua una roca grande llamada
la “anchoria”, donde en tiempos antiguos los barcos sujetaban sus anclas mediante cables o sogas
gruesas. Además de haber fijado nuestra ancla firmememte en las promesas de Dios, y en la Roca
que es Cristo, ¡qué maravilloso es saber que al haber El entrado “dentro del velo” en los mismos
cielos, nuestro anclaje está por encima de todas las tormentas y olas embravecidas de este mun-
do!
*A pesar de que nos parecería disparatado que un marinero echara el ancla dentro de
la bodega del mismo barco, ¿cuántos hay que buscan la paz dentro de ellos mismos, y por eso
nunca la encuentran?
(v) El precursor efectivo (v. 20), que pertenece a una orden especial (la de Melquise-
dec) ya está en el cielo preocupándose por [p 63] nosotros. “Precursor” significa pionero, y sugie-
re que otros le han de seguir. El sumo sacerdote levítico no entraba en el santuario como precur-
sor, sino tan solo como representante del pueblo. Estos últimos podían entrar en el atrio exterior,
pero jamás en el santuario. Además, así como Juan el Bautista fue el precursor del Señor aquí en
la tierra, el Señor es nuestro precursor en el cielo, y prepara el camino para que nosotros lo siga-
mos allí.
Según algunos expertos en el idioma griego original, la palabra “precursor” también se
refería a la costumbre de algunos barcos que estando fuera de la entrada al puerto, y ante la difi-
cultad de entrar en el mismo por el oleaje o viento, bajaban un bote pequeño al agua y luego el
ancla era llevada por ese bote dentro del puerto, hasta el anclaje seguro. El que conducía ese bote
era conocido como precursor. Vemos un ejemplo bíblico de esto en Hch. 27:30: “echando el esqui-
fe al mar, aparentaban como que querían largar las anclas de proa.” Así, el Señor ha llevado el
ancla con El “dentro del velo” para asegurar el barco de nuestras vidas.
“Hecho Sumo Sacerdote”. Esto no significa que Jesús no llegó a ser Sumo Sacerdote
hasta que entró en el cielo. Esto sería lo mismo que afirmar que el sumo sacerdote levítico llegaba
a serlo solo en el momento en que entraba detrás del velo. La clara enseñanza de esta epístola es
que Jesús entró en el cielo para hacer intercesión por nosotros en virtud de la ofrenda de sí mismo
hecho una vez y para siempre en la cruz (cf. 9:11–14, 24–28; 10:10–14).
La repetición del nombre de Melquisedec marca un apropiado regreso al punto en que
comenzó este paréntesis (5:10), y sirve de introducción a lo que había prometido en 5:11.

[p 64] SEGURIDAD ABSOLUTA

. Una expectativa :9 basada en lo que ellos habían hecho ya.


lógica 6:10

2. Una exhortación :11, 12


conveniente

El deseo expre- 11 por ellos


45

sado

La diligencia 12a no siendo perezosos.


esperada

El dechado 12b que debían imitar.


conveniente

3. Un ejemplo :13–15
efectivo

La seguridad del v. 13, 14 el juramento


cumplimiento de la
promesa

La sumisión de 15 esperando con paciencia.


Abraham

4. Una esperanza :16–18 para “herederos de la promesa”


segura

La palabra de los 16 insuficiente, por eso juran.


hombres

La promesa 17 por el Dios que no cambia.


asegurada

La propuesta 18 porque es imposible que Dios mienta.


segura

5. La entrada :19, 20 del Señor en el Cielo.


previa

La posesión 19 a del ancla del alma.


segura

La posición 19b de nuestra alma en la misma presencia de Dios.


segura

El Precursor 20a que entró por nosotros en el cielo.


nuestro

El Pontífice 20b según la nueva orden.


superior
46

[p 65]
CAPÍTULO SIETE
I. LA PERSONALIDAD SUPERIOR DE CRISTO 1:1–8:5 (cont.)
LA EXCELENCIA DE SU PERSONA
B. SUPERIOR EN SU MINISTERIO 3:1–8:5 (cont.)
6. Superior a Melquisedec, 6:13–8:5, (cont.) y al sacerdocio levítico.
1
Porque este Melquisedec, rey de Salem, sacerdote del Dios Altísimo, que salió a recibir a
Abraham que volvía de la derrota de los reyes, y le bendijo, 2a quien asimismo dio Abraham los
diezmos de todo; cuyo nombre significa primeramente Rey de justicia, y también Rey de Salem,
esto es, Rey de paz; 3sin padre, sin madre, sin genealogía; que ni tiene principio de días, ni fin de
vida, sino hecho semejante al Hijo de Dios, permanece sacerdote para siempre. 4Considerad,
pues, cuán grande era éste, a quien aun Abraham el patriarca dio diezmos del botín. 5Ciertamente
los que de entre los hijos de Leví reciben el sacerdocio, tienen mandamiento de tomar del pueblo
los diezmos según la ley, es decir, de sus hermanos, aunque éstos también hayan salido de los
lomos de Abraham. 6Pero aquel cuya genealogía no es contada de entre ellos, tomó de Abraham
los diezmos, y bendijo al que tenía las promesas. 7Y sin discusión alguna, el menor es bendecido
por el mayor. 8Y aquí ciertamente reciben los diezmos hombres mortales; pero allí, uno de quien se
da testimonio de que vive. 9Y por decirlo así, en Abraham pagó el diezmo también Leví, que recibe
los diezmos; 10porque aún estaba en los lomos de su padre cuando Melquisedec le salió al encuen-
tro (7:1–10).
b. La sombra: Melquisedec (7:1–10), el prototipo. Una figura significativa y muy apropia-
da para ocupar el capítulo central de la epístola.
Mucho antes de que existiese la nación hebrea y ésta tuviese sus propios sacerdotes levíti-
cos, Dios había establecido un [p 66] sacerdote, Melquisedec. Se habla tres veces de él en las
Escrituras: en Gn. 14, históricamente; en Salmo 110, proféticamente; y en Hebreos, doctrinalmen-
te.
¿Se trata de la misma persona de Cristo? Algunos afirman que sí, que era la misma perso-
na, y se trataba de una teofanía, o sea una aparición de Cristo antes de su natividad. Sin embargo,
no creemos que esto sea así, pues de otro modo lo hubiera declarado la misma Escritura. Note-
mos, pues:
(i) La dignidad personal (7:1–4) de este sacerdote de estirpe real, dignidad que se
aprecia al notar:
*Su curriculum (v. 1a), su doble oficio como Rey de Salem (antiguo nombre de Jeru-
salén), y sacerdote de Dios. Como rey tenía poder para con los hombres; como sacerdote tenía
poder para con Dios. Eran dos oficios que en Israel no se podían tener al mismo tiempo, pero que
el Señor tendría según la profecía de Zac. 6:9–13, pues sería un sacerdote sentado sobre el trono,
especialmente durante el milenio.
A pesar del politeísmo degenerado de los vecinos de Israel, las Sagradas Escrituras
describen a Melquisedec como “sacerdote del Dios altísimo”, que lo distingue como siervo del úni-
co Dios verdadero.
*Su condescendencia (v. 1b) hacia Abraham al bendecirlo. Vino con la autoridad de
rey y actuó en calidad de sumo sacerdote. Así, con esa bendición, Abraham fue fortalecido para
resistir y repudiar la oferta que le haría inmediatamente después el rey de Sodoma.
*La concesión (v. 2a), por parte de Abraham de los diezmos. Dar diezmos a Melqui-
sedec del botín de guerra significaba reconocerlo como el representante de Dios, y por tanto supe-
rior a él. El diezmo, pues, se remonta a antes de la Ley, y Moisés no hizo más que reglamentarlo y
47

regularizarlo. Es la expresión del agradecimiento, el homenaje de la obediencia, el reconocimiento


de la dependencia en que estamos respecto de la soberanía de Dios.
*Su carácter (vv. 2b, 3) visto en el significado del nombre, como rey de justicia y rey
de Salem (o sea paz) y sin genealogía conocida, aunque Génesis es el libro de las genealogías. El
orden de los títulos es significativo, porque no puede haber paz sin justicia. Este silencio de las Es-
crituras en torno a Melquisedec es realmente insólito. Ya que era un ser humano, Melquisedec tuvo
que tener padre y madre, una genealogía, un principio y un fin. Sin embargo, simbólicaamente no
tuvo principio ni fin de días. Quizás no se registra porque su ministerio como sacerdote no depen-
día de ello.
Esa ambigüedad lo hacía apropiado como figura de Cristo. Al guardar silencio sobre
sus orígenes, el Espíritu Santo llama la atención sobre su actuación y sus funciones más que sobre
su persona. [p 67] Además sugiere un sacerdocio universal, no limitado a ninguna tribu, nación o
raza. Quizás pudo haber sido descendiente de Jafet, que había conservado la verdadera religion
primitiva.
*La consideración (v. 4) especial que merece por tanto Melquisedec por su grandeza
al recibir los diezmos de parte de Abraham. A pesar de ser Abraham una estrella de gran magnitud,
al darle el diezmo reconocía que Melquisedec era una estrella aún mayor.
(ii) Su sacerdocio superior a Aarón (7:5–10), que el escritor se encarga de destacar.
*Los descendientes de Leví según la Ley reciben el diezmo (v. 5) de sus hermanos,
aunque éstos descienden de Abraham. Estos debían pagárselos porque estaban obligados a ello
por la Ley.
*La disposición de Melquisedec de bendecir a Abraham (vv. 6, 7) muestra su superio-
ridad. Tanto al otorgar la bendición como al recibir los diezmos, Melquisedec dio a entender que
era superior a Abraham. Esto no significa ninguna inferioridad personal o moral, sino tan solo infe-
rioridad de posición y rango. Si bien Abraham era un personaje importante, estaba frente a uno
superior a él, pues Abraham no era ni rey ni sacerdote, mientras Melquisedec sí lo era. Además
cabe destacar que la bendición que le confirió procedía del Dios Altísimo.
*La duración de los dos sacerdocios contrastada (v. 8). El ministerio levítico o aaróni-
co fue temporario porque era atendido por seres mortales que sirvieron solo a su propia genera-
ción. En contraste, el sacerdocio de Melquisedec era permanente, sin la mínima mención de la
muerte.
No hay base alguna para negar que Melquisedec fuese hombre. El misterio no con-
siste en la persona sino en la forma en que el Espíritu Santo registra su aparición y actividad para
convertirlo en un tipo apropiado del Señor Jesús. Por eso no se menciona su nacimiento ni su
muerte, y hay silencio sobre sus ancestros. Se lo deja en posesión permanente del oficio de sacer-
dote para que se asemeje más al Señor.
*La dependencia de Leví y los sacerdotes (vv. 9, 10) representada en Abraham, su
bisabuelo, al pagar los diezmos. Los sacerdotes levíticos rindieron homenaje a Melquisedec en la
persona de su antepasado y virtualmente reconocieron así la superioridad de la orden de él. El pa-
go de esos diezmos fue un acto representativo que involucraba a todos los descendientes de
Abraham.
La sustancia: Cristo Jesús (7:11–28)
11
Si, pues, la perfección fuera por el sacerdocio levítico (porque bajo él recibió el pueblo la ley),
¿qué necesidad habría aún de que se levantase [p 68] otro sacerdote, según el orden de Melqui-
sedec, y que no fuese llamado según el orden de Aarón? 12Porque cambiado el sacerdocio, nece-
sario es que haya también cambio de ley; 13y aquel de quien se dice esto, es de otra tribu, de la
cual nadie sirvió al altar. 14Porque manifiesto es que nuestro Señor vino de la tribu de Judá, de la
cual nada habló Moisés tocante al sacerdocio. 15Y esto es aun más manifiesto, si a semejanza de
48

Melquisedec se levanta un sacerdote distinto, 16no constituido conforme a la ley del mandamiento
acerca de la descendencia, sino según el poder de una vida indestructible. 17Pues se da testimonio
de él: Tú eres sacerdote para siempre, Según el orden de Melquisedec. 18Queda, pues, abrogado
el mandamiento anterior a causa de su debilidad e ineficacia 19(pues nada perfeccionó la ley), y de
la introducción de una mejor esperanza, por la cual nos acercamos a Dios. 20Y esto no fue hecho
sin juramento; 21porque los otros ciertamente sin juramento fueron hechos sacerdotes; pero éste,
con el juramento del que le dijo: Juró el Señor, y no se arrepentirá: Tú eres sacerdote para siem-
pre, Según el orden de Melquisedec. 22Por tanto, Jesús es hecho fiador de un mejor pacto. 23Y los
otros sacerdotes llegaron a ser muchos, debido a que por la muerte no podían continuar; 24mas
éste, por cuanto permanece para siempre, tiene un sacerdocio inmutable; 25por lo cual puede tam-
bién salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por
ellos. 26Porque tal sumo sacerdote nos convenía: santo, inocente, sin mancha, apartado de los pe-
cadores, y hecho más sublime que los cielos; 27que no tiene necesidad cada día, como aquellos
sumos sacerdotes, de ofrecer primero sacrificios por sus propios pecados, y luego por los del pue-
blo; porque esto lo hizo una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo. 28Porque la ley constituye
sumos sacerdotes a débiles hombres; pero la palabra del juramento, posterior a la ley, al Hijo,
hecho perfecto para siempre (7:11–28).
c. La sustancia: Cristo Jesús (7:11–8:5). La reacción de los receptores de esta epístola
bien podría ser una pregunta incisiva: ¿Qué hay de malo en el viejo sistema? o ¿Por qué debe re-
emplazarse el sacerdocio levítico? Por eso, anticipándose a ello, el escritor señala en forma con-
tundente:
(i) La necesidad del cambio del sacerdocio (7:11, 12) debido a la imperfección del
mismo. El orden levítico carecía de perfección en el sentido de que nunca se terminaban sus fun-
ciones y le faltaba consumación en su operatividad y efectos.
El anunciar un sacerdote de otra orden equivalía a proclamar la insuficiencia del orden
existente. Su venida implica que el antiguo sacerdocio queda eliminado, y que por tanto no sigue
en vigor.
[p 69] “Perfección” aquí denota una relación justa con Dios o la reconciliación de los
hombres con Dios. Por su parte:
El “Cambio de ley” que señala el v. 12 no se refiere al decálogo que como expresión de
la voluntad de un Dios santo es eterno, o a los principios éticos de la Ley, sino a la ley ceremonial
que tiene que ver con el sacerdocio, especialmente su naturaleza y funciones.
Esto último es lo que ya no tiene vigencia.
(ii) Su nacimiento no de la tribu de Leví (7:13, 14) sino de Judá, de la que “nadie sir-
vió al altar”. Esto introduce un cambio en la ley del sacerdocio. A nivel humano Jesús quedaba
excluido del sacerdocio al ser de otra tribu. Así queda demostrado el caracter radical del cambio.
(iii) Un nombramiento diferente (7:15–17 y 20, 21) no por orden humano sino divino y
con el poder inherente de “una vida indestructible” o indisoluble. La palabra “poder” aquí más
bien tiene la connotación de autoridad, y de aquello que no puede ser destruido. La muerte física
de Cristo como hombre no fue la disolución de su vida eterna como Dios.
El v. 16 nos muestra que la elección de sacerdotes anteriormente no dependía de su
idoneidad espiritual ni de su deseo personal, sino tan solo por ser descendientes de la casa de Aa-
rón. El nombramiento de Cristo fue por la autoridad de la Palabra divina. Dios había demostrado
1000 años antes, al escribir por medio del rey David (Sal. 110:4), su propósito de cambiar el orden
levítico. Por eso el escritor aquí, en prueba de la perpetuidad del sacerdocio de Cristo, apela a ese
testimonio de las Escrituras.
(iv) Una mejor esperanza se introduce así (7:18, 190, que nos permite acercarnos a
Dios. El evangelio de Jesucristo es mejor que la Ley porque nos proporciona una mejor esperanza.
49

La Ley era impotente para salvar (v. 18); sólo tenía poder para hacer conocer al hombre su propia
incapacidad. Tampoco podía hacer perfecto a ninguno al practicarla, porque eso era imposible. La
Ley era solo preparatoria.
La Ley hace brillar ante nuestra vista un ideal de perfección que ella no puede realizar.
Fracasó al conducir al hombre a una relación justa con Dios. El hombre no podía entrar en la pre-
sencia de Dios en el Lugar Santísimo. Esta distancia efectiva entre Dios y el hombre era un recor-
datorio constante de que su pecado no había sido cubierto. En cambio, la “mejor esperanza” es
alcanzar la meta hacia la cual había señalado la Ley, es decir poder acercarse a Dios. Esta mejor
esperanza está basada en un mejor pacto y en el:
(v) [p 70] Fiador de un mejor pacto (7:20–22), mejor que el antiguo, anticipado por
Dios a través de Jeremías (31:33, 34), y que será discutido en el capítulo siguiente. El sacerdocio
de Cristo está conectado con el nuevo pacto incondicional de la gracia de Dios. El mismo es la ga-
rantía de ese pacto, en virtud de la mayor validez del juramento. La forma del juramento se aprecia
en el Sal. 110:4 que se cita nuevamente. El mismo Señor había citado este salmo, aplicándolo a sí
mismo (Mt. 22:41–44). Ningún sacerdote levítico era ordenado mediante un juramento pues here-
daba el cargo, fuese idóneo o no para él (por ejemplo, los hijos de Elí).
“Fiador”. Este título sólo se encuentra aquí. El es quien asegura o garantiza la introduc-
ción de ese mejor pacto. Por su muerte y resurrección proveyó la base justa sobre la que Dios
puede cumplir los términos del pacto. Como Fiador es garante con su propia sangre de que todo lo
que Dios nos ha prometido se cumplirá.
“Pacto” significa contrato, acuerdo, relación que obliga a las partes que lo suscriben.
“Mejor”, porque todo lo que nos viene por intermedio de Cristo tiene que ser mejor, en su sentido
superlativo.
(vi) Un intercesor viviente y permanente (7:23–25). La superior eficacia y perpetuidad
del sacerdocio de Cristo.
*Los sacerdotes anteriores eran numerosos (v. 23) porque la muerte les impedía se-
guir y debían ser reemplazados por sus descendientes. Los Sumos Sacerdotes desde Aarón hasta
Caifás fueron 84, y hubo un sinnúmero de sacerdotes comunes.
*El sacerdote nuevo ejerce su ministerio (v. 24), que es permanente porque El vive
para siempre para interceder por nosotros. En este sentido es único e irrepetible; jamás hay inte-
rrupción alguna en su efectividad. Por eso el sacerdocio de Cristo no puede ser delegado a ningún
ser humano, y por eso no puede haber una casta sacerdotal, aunque cada creyente debe ejercer
su sacerdocio (1 P. 2:5).
*La salvación que El ofrece (v. 25) es por tanto perpetua como El. “Perpetuamente”
en el griego significa “hasta la terminación.” Notamos aquí:
1. “Puede salvar perpetuamente” es la confianza de la fe, y habla de la continuidad
de la salvación. Cf. 2:18 “poderoso para socorrer”; 4:15 “puede compadecerse”.
2. “A los que por El se acercan a Dios”, o sea la obediencia de la fe. Cf. 7 veces en
esta epístola se habla de acercarnos a Dios (4:16; 7:25; 10:1, 22; 11:6; 12:18, 22). Es la palabra
para referirse a los adoradores. Incluye tanto la idea de aceptación como la de acceso.
3. “Viviendo siempre para interceder por ellos” es la garantía de la fe. Nos recuer-
da que el Señor no sólo murió para [p 71] salvarnos, sino que como afirma Ro. 5:10 “seremos sal-
vos por su vida” â”-o sea que puede y quiere salvarnos ahora del poder del pecado en nuestras
vidas mediante su bendito ministerio de intercesión en el cielo.
(vii) La perfección absoluta del Señor (7:26–28) por su excelencia personal y su obra
eternamente eficaz. Ahora el escritor ofrece un resumen y una aplicación de todo lo que ha dicho
acerca del sacerdocio de Jesús según la orden de Melquisedec. Pero también representa una tran-
sición.
50

*La conveniencia de semejante sacerdote (v. 26a) porque satisface exactamente toda
necesidad del pecador. Por más que la humanidad necesita un maestro excelso, un ejemplo subli-
me, un camino adecuado, nuestra necesidad suprema es de un sacerdote, “tal Sumo Sacerdote”.
El v. 26 parece una doxología, o expresión de alabanza, que interrumpe el desarrollo
del tema momentáneamente para ocuparse de exaltar la persona de Cristo.
*Su carácter sublime y perfecto (v. 26b). Ningún otro sacerdote ha tenido un testimo-
nio así. Veámoslo en detalle:
“Santo” en su relación con Dios. Esto habla de piedad, absoluta armonía con Dios,
satisfaciendo plenamente todas las justas demandas de un Dios santo. La palabra en el griego im-
plica uno que cumple todas las obligaciones divinas, tanto en su carácter como en su labor.
“Inocente” en su carácter, en relación con el hombre. Significa estar libre de toda ma-
licia y engaño (cf. 1 P. 2:22).
“Sin mancha” en su conducta, libre de toda impureza y contaminación moral, y por
tanto no necesita ofrecer ningún sacrificio por sí mismo.
“Apartado de los pecadores” en su andar. Se identificaba con los pecadores, pero
no con su pecado.
“Hecho más sublime que los cielos”. La resurrección y ascención del Señor fueron
el sello de aprobación divina sobre la perfección de su obra, y lo condujeron a su esplendor actual.
Todo esto demuestra cómo el Señor, si bien es el antitipo, trasciende absolutamente
al tipo, o sea a Melquisedec.
La característica de su sacrificio (v. 27) único e irrepetible, a diferencia de los sacrifi-
cios de los antiguos sacerdotes que debían repetirse “cada día”. El sacrificio de su sacerdocio es
definitivo y de valor infinito. Por eso afirmamos de nuevo que no tiene sentido y es antiescritural, el
así llamado “sacrificio de la misa”. Una sola ofrenda, hecha “una vez para siempre” fue suficiente
por su valor incomparable y único.
*[p 72] La constitución de El como sacerdote (v. 28) a perpetuidad por ser Hijo y per-
fecto, en contraste con los débiles hombres. Tiene el sello del juramento divino como perfecto y
autorizado por Dios. Es además permanente.
“Hecho perfecto” otra vez no significa que alguna vez no fuera perfecto sino que se
refiere al fin, con pleno éxito, de su misión.

CONSIDERAD AL SUMO SACERDOTE


Aun una lectura rápida de la epístola nos permite
apreciar el efecto acumulativo de la revelación sobre
nuestro Sumo Sacerdote.
Su semejanza apropiada—esencial para capacitarlo a
fin de poder ser nuestro representante ante Dios
Por su encarnación—2:17, para ser como nosotros, pero
sin pecado
Por su identificación—5:1 con la raza humana, pero no
con su pecado
Por su paciencia—5:2 ante la debilidad humana, pero no
debilidad propia pues no la tiene
La simpatía de su sacerdocio—4:14–16, debido a:
Su carácter único—4:14, 15 Con razón se lo llama “gran
51

Sumo Sacerdote”
Su compasión especial—4:16 y comprensión de noso-
tros
La superioridad de su sacerdocio—7:1–10
En su dignidad real—7:2
En su espiritualidad—7:3
En su inmortalidad
. La suficiencia de su sacerdocio—7:25–28
Su poderosa provisión—7:25a
Su perpetua intercesión—7:25b
Su persona incomparable—7:26
Su perfecto sacrificio—7:27
La soberanía de su sacerdocio—8:1–4
Por el lugar que ocupa—8:1
Por el ministerio que desarrolla allí—8:2–4
. La satisfacción de su sacerdocio—cap. 10.

[p 73] LAS GLORIAS DE CRISTO COMO SUMO


SACERDOTE
Sus glorias morales
Fiel—3:1
Comprensivo—4:15
Sin pecado—4:15
Santo—7:26
Inocente—7:26
Sin mancha—7:26
Apartado de los pecadores—7:26
Sus glorias oficiales:
Posición:
Glorificado por el Padre—5:5
Atravesó los cielos—4:14
Hecho más sublime que los cielos—7:26
Sentado a la diestra del trono de la Majestad—8:1
Características:
Hecho Sumo Sacerdote con juramento—7:21
Según la orden de Melquisedec—5:6, 10; 6:20; 7:11–17
Eterno e inamovible—7:3, 24, 25
52

Hecho perfecto para siempre—7:28


Eficacia:
Entró por su propia sangre—9:12
Ministra en santuario del verdadero tabernáculo—8:2
Es mediador del mejor pacto—8:6
Aparece por nosotros ante Dios—9:24
Actúa como intercesor adecuado—7:25, 26
W.E. Vine
53

[p 74]
CAPÍTULO OCHO
I. LA PERSONALIDAD SUPERIOR DE CRISTO 1:1–8:5 (cont.)
LA EXCELENCIA DE SU PERSONA
A. SUPERIOR EN SU MINISTERIO, 3:1–8:5 (concl.)
6. Superior a Melquisedec, 6:13–8:5, (cont.) y al sacerdocio levítico.
c. La sustancia-Cristo Jesús (8:1–5) (concl.)
1
Ahora bien, el punto principal de lo que venimos diciendo es que tenemos tal sumo sacerdote,
el cual se sentó a la diestra del trono de la Majestad en los cielos, 2ministro del santuario, y de
aquel verdadero tabernáculo que levantó el Señor, y no el hombre. 3Porque todo sumo sacerdote
está constituido para presentar ofrendas y sacrificios; por lo cual es necesario que también éste
tenga algo que ofrecer. 4Así que, si estuviese sobre la tierra, ni siquiera sería sacerdote, habiendo
aún sacerdotes que presentan las ofrendas según la ley; 5los cuales sirven a lo que es figura y
sombra de las cosas celestiales, como se le advirtió a Moisés cuando iba a erigir el tabernáculo,
diciéndole: Mira, haz todas las cosas conforme al modelo que se te ha mostrado en el monte (8:1–
5).
(viii) La esfera del ejercicio de ese sacerdocio (8:1–5), o el escenario en el cual se
ejercita su ministerio. Hasta aquí hemos estado considerando la persona del sacerdote, ahora pa-
samos a tomar en cuenta la superioridad del lugar donde lleva a cabo su obra divina. Se trata de
un:
*Sitio privilegiado (v. 1) en el cielo, el verdadero santuario.
“Tenemos”. Esta y las demás palabras introductorias resuenan triunfantes al hablar-
nos de nuestra posesión gloriosa que es actual y no solo futura.
[p 75] “Tal Sumo Sacerdote” se refiere a Aquel que se describe en el capítulo ante-
rior, un sacerdote superior y apropiado. El es único no solo en cuanto a su excelencia personal,
sino en cuanto a su ministerio.
“Se sentó” sobre el trono. En cambio, los sacerdotes antiguos siempre estaban de
pie porque no había ningún asiento en el tabernáculo o templo ya que se consideraba que su obra
nunca estaba acabada. Al estar sobre un trono, se lo presenta como sacerdote y rey a la vez.
“A la diestra del trono”, el lugar de honor, majestad, autoridad y soberanía.
*Santuario Superior (vv. 2, 3). Cristo ministra no en un santuario terrenal, como lo
hizo Aarón, sino en uno celestial, el verdadero tabernáculo, del cual el tabernáculo terrenal era una
mera copia o representación. Su constructor es Dios antes que los hombres (v. 2). El hombre ha
echado a perder todo lo que ha tocado sus manos. Todas las obras de Dios, en cambio, son per-
fectas. También sus dones y sacrificios son superiores. Aquí apreciamos la excelencia de su sacri-
ficio (v. 3), aunque ahora no ofrece ninguna ofrenda allí en los cielos, porque ya lo ha hecho una
vez y para siempre en el Calvario. Lo que hace allí arriba es mediar e interceder por nosotros.
“Algo que ofrecer”. ¿Qué tenemos nosotros para ofrecer, como sacerdocio que so-
mos (según 1 P. 2:9)? La respuesta la encontramos en Ro. 12:1, 2; 1P. 2:5; He. 13:15, 16; etc.
*Sombra que representaba (vv. 4, 5). Se sale al paso de una dificultad pues la ley no
permitía que fuera sacerdote quien no procedía de la tribu de Leví y la familia de Aarón. En el cielo
éstos no tienen jurisdicción alguna, sino solo el Señor. Aquí, pues, se aprecia la absoluta incompa-
tibilidad entre el sacerdocio de Cristo y el levítico o aarónico. Jesucristo oficia lo que es real, mien-
tras que los sacerdotes terrenales oficiaban solamente lo que era “figura y sombra de las cosas
celestiales” (cf. Ex. 24:40), como todo rito y ceremonia de aquí abajo (v.gr. la Cena del Señor).
Era solo un pálido reflejo de la realidad.
54

Nosotros no tenemos ningún santuario en la tierra. Atribuir importancia especial a un lu-


gar terrenal equivale a deshonrar el verdadero tabernáculo donde solo brilla la gloria del Padre.
Cabe puntualizar aquí que ellos no podían construir el tabernáculo conforme a sus pro-
pias ideas, sino que debían seguir el modelo divino. Así hoy los principios que rigen la iglesia no
pueden ser de invención humana, sino que deben seguir el modelo divino que nos da Dios en su
bendita Palabra. Como decía Juan Calvino: “No nos es permisible inventar cualquier cosa que que-
remos, sino que tan solo pertenece a Dios mostrarnos cómo.”

[p 76] II. LAS PROVISIONES SUPERIORES


DEL CALVARIO 8:6–10:18
Si hasta aquí el escritor ha destacado la persona de Cristo, a partir de ahora se concentra en su
obra.
A. CONTAMOS CON UNA SEGURIDAD MAYOR, 8:6–13. Los dos pactos contrastados.
6
Pero ahora tanto mejor ministerio es el suyo, cuanto es mediador de un mejor pacto, estableci-
do sobre mejores promesas. 7Porque si aquel primero hubiera sido sin defecto, ciertamente no se
hubiera procurado lugar para el segundo. 8Porque reprendiéndolos dice: He aquí vienen días, dice
el Señor, En que estableceré con la casa de Israel y la casa de Judá un nuevo pacto; 9No como el
pacto que hice con sus padres El día que los tomé de la mano para sacarlos de la tierra de Egipto;
Porque ellos no permanecieron en mi pacto, Y yo me desentendí de ellos, dice el Señor. 10Por lo
cual, este es el pacto que haré con la casa de Israel Después de aquellos días, dice el Señor: Pon-
dré mis leyes en la mente de ellos, Y sobre su corazón las escribiré; Y seré a ellos por Dios, Y ellos
me serán a mí por pueblo; 11Y ninguno enseñará a su prójimo, Ni ninguno a su hermano, diciendo:
Conoce al Señor; Porque todos me conocerán, Desde el menor hasta el mayor de ellos. 12Porque
seré propicio a sus injusticias, Y nunca más me acordaré de sus pecados y de sus iniquidades. 13Al
decir: Nuevo pacto, ha dado por viejo al primero; y lo que se da por viejo y se envejece, está
próximo a desaparecer (8:6–13).
1. Porque tenemos un mejor pacto, 8:6–9, basado en promesas superiores. En Ex. 20 se
describe el viejo pacto, basado en la promesa del hombre: “Haremos todas estas cosas” (Ex. 24:7).
El nuevo pacto se describe en Jer. 31, pero está basado en la promesa de Dios: “Perdonaré… no
me acordaré” (Jer. 31:34).
El escritor comienza este párrafo con un argumento contundente que debe de haber choca-
do a sus lectores hebreos: “Si no hubiera habido [p 77] nada malo en ese primer pacto, no hubiera
sido necesario uno nuevo.” Empieza hablando de:
a. Un ministerio mejor (v. 6a) que el de Aarón y sus sucesores. Este versículo forma
una transición entre las dos secciones. Es la evaluación de su ministerio, y por eso nos encontra-
mos con la enfática repetición de la palabra “mejor”. El pacto es mejor porque es absoluto, no con-
dicional; espiritual, no carnal; universal, no local; eterno, en vez de temporal; interno, no externo. Y
el ministerio de El es mejor porque es sacerdote en el templo celestial. A su vez, tiene un oficio
más exaltado que el de los sacerdotes terrenales, porque en la bendición que asegura el pacto ba-
jo el cual opera supera al pacto establecido por Moisés.
b. Un mediador mejor (v. 6b), pues se trata del Señor y de un pacto mejor. Cristo es
tanto fiador (7:21), como “mediador” de este pacto. Como mediador, negocia el pacto y es Aquel a
través de quien los términos son ejecutados; y como fiador asegura su cumplimiento.
El Señor vino, pues, para que Dios y el hombre pudieran entrar en una nueva relación.
c. Las promesas mejores (v. 6c) forman la base del nuevo pacto. El anterior era con-
dicional pues dependía del cumplimiento de sus términos por parte del pueblo. Ofrecía vida, es
55

cierto, pero solo a los que guardaban la ley, y eso era imposible hacerlo. Aquí, en cambio, las pro-
mesas son mejores porque abarcan bendiciones espirituales y no terrenales. En Jesús Dios prome-
te hacer cosas que jamás podrían haber sido hechas antes.
d. La manifiesta imperfección (v. 7) del primer pacto: condicionado, local, temporal
(Ex. 24:7). Por eso no tuvo éxito en el logro de una relación ideal entre el hombre y Dios. El defecto
de la ley era que, aunque santa, justa y buena (Ro. 7:12), no podía ni puede proporcionar al peca-
dor vida ni justicia, y menos aún paz. No satisfacía las necesidades manifiestas del hombre porque
no podía cambiar su corazón. Por eso se hacía necesario otro pacto, del cual el primero sólo era
preparativo. Entonces se aprecia:
e. La manifiesta gracia (v. 8), al prometerles un pacto nuevo (cf. Jer. 31:34). En reali-
dad, el problema no estaba en el pacto en sí, sino en las personas a quienes fue dado. Esto explica
por qué Dios prometió un nuevo pacto. El primer pacto había tenido como base la promesa o com-
promiso del hombre de obedecer (ver Ex. 19:8; 24:7), y por eso no estaba destinado a durar mu-
cho. En contraste absoluto, el nuevo pacto, de principio a fin se funda en lo que Dios acuerda
hacer; y en eso precisamente consiste su [p 78] fuerza. Ese nuevo pacto sería para todo Israel,
todas las tribus, y además para los hijos espirituales de Abraham, nosotros.
f. El malogrado pacto (v. 9) por la desobediencia de ellos. Dios específicamente pro-
mete que el nuevo pacto no sería como el antiguo, al no ser condicional (ya que el anterior se ma-
logró por ese motivo). Bajo la ley la bendición estaba condicionada por la obediencia. Como los
israelitas no habían rendido esa obediencia, perdieron todo derecho de bendición.
2. Porque tenemos mejores provisiones, 8:10–13, y mejores términos bajo el nuevo pac-
to. Esto se aprecia viendo primero:
a. Su carácter especial (v. 10) interior y no exterior, recordándonos las palabras de 2
Co. 3:3, y estableciendo una posición y relación privilegiada.
“Haré”, “pondré”, “seré”. El antiguo pacto señala lo que el hombre debe hacer; el nuevo,
en cambio, muestra lo que Dios se compromete a hacer: Poner las leyes divinas en la mente de
ellos, para que las conozcan y comprendan; y en su corazón, para que las amen. ¿Cómo se logra
esto? Mediante el nuevo nacimiento. “Y seré a ellos por Dios, y ellos me serán a mí por pue-
blo.” Estas palabras indican cercanía y posesión. Hay un cambio de relación, que será la más ínti-
ma posible. Pero también sugieren la renovación del corazón y la mente.
La esencia del nuevo pacto es que Jehová se encarga de su cumplimiento. ¡Cuán distin-
to al anterior que no dependía de Dios sino de su pueblo. Además de saber lo que son las justas
demandas y normas de Dios, debemos poder traducirlas a la realidad de nuestra experiencia per-
sonal. La ley puede indicar cuáles son sus normas, pero sólo un corazón transformado por la ope-
ración del Espíritu Santo puede permitirnos vivir conforme a esas normas. Además en el nuevo
pacto encontramos que la voluntad de Dios se escribe en el corazón de los suyos, convirtiéndose
así en una realidad interna antes que externa, mediante el poder del Espíritu Santo.
b. El conocimiento pleno (v. 11) y personal de Dios, sin restricciones, a diferencia de
lo que vemos en Is. 1:3. El hombre tiene como su más alto ideal “conócete a ti mismo”, pero según
la Palabra de Dios el más alto ideal es “conoce al Señor”. Esto se producirá plenamente durante
el milenio, como nos anticipan los profetas (ver Is. 11:9 y Hab. 2:14: “la tierra será llena del cono-
cimiento de Jehová, como las aguas cubren el mar”); y para nosotros no se cumplirá hasta tanto
veamos a nuestro Señor y seamos como El.
[p 79] Aquí asimismo se recalca la igualdad de los creyentes del nuevo pacto.
c. La cobertura satisfactoria (v. 12) en contraste con anteriores (cf. He. 10:3). Lo me-
jor es que el pacto nuevo promete misericordia para un pueblo inicuo, y eterno olvido de sus peca-
dos. Bajo la ley (el antiguo pacto) no había misericordia ni perdón, sino que era inflexible (cf. Heb.
56

2:2). En contraste, este pacto está basado en esa plena y final solución para el pecado, hecha po-
sible por la muerte del Señor en el Calvario. Ahora puede haber seguridad de perdón.
¡Qué ejemplo para nosotros aquí, de perdonar y olvidar! Quizás alguno objete: “Pero no
puedo olvidar”. Si puedes, si tomas en cuenta que “recordar” aquí significa “no tenerlo en contra de
ellos”, o sea tratarles como si nunca lo hubieran hecho.
d. La caducidad evidente (v. 13) del anterior pacto, por ser obsoleto y fuera de moda.
El mismo hecho de que Dios hable de un “pacto nuevo” indica que el anterior es viejo. Aquí se em-
plea una palabra especial para “nuevo” que significa algo que es de una naturaleza y carácter dis-
tintos del viejo.
Por eso, ni pensar en regresar a lo viejo aunque eso era precisamente lo que estos cre-
yentes se sentían tentados a hacer. El autor les advierte que ese pacto legal está fuera de moda
porque un mejor pacto ha sido introducido. Y como si fuera para confirmar estas palabras, el siste-
ma de sacrificios desapareció con la destrucción del templo en el año 70 de nuestra era.

[p 80] EL NUEVO PACTO


Su perfección anunciada—8:6–8
El primer pacto, imperfecto—vv. 6, 7 por estar basado
en promesa humana—Ex. 24:7
El nuevo pacto, perfecto—vv. 7, 8 por estar basado en
promesa divina—Jer. 31:34
Su provisión adecuada—8:8–12
El compromiso divino—v. 8 Su poder y fidelidad com-
prometidos en su cumplimiento
La culpa de Israel—v. 9 al no permanecer en el pacto
anterior
El carácter del pacto—vv. 10–12
Interior y espiritual—v. 10, revelación más profunda
Intimidad de conocimiento—v. 11, relación nueva
Iniquidades olvidadas—v. 12, por el amplio perdón
Su permanencia asegurada—8:13
El antiguo es obsoleto y está listo para desaparecer
El nuevo será permanente porque el mismo Señor es su
garante
57

[p 81] CAPÍTULO NUEVE


II. LAS PROVISIONES SUPERIORES DEL CALVARIO 8:6–10:18 (cont.)
LA EXCELENCIA DE SU OBRA
B. CONTAMOS CON UN SANTUARIO MEJOR, 9:1–10, que el anterior
1
Ahora bien, aun el primer pacto tenía ordenanzas de culto y un santuario terrenal. 2Porque el
tabernáculo estaba dispuesto así: en la primera parte, llamada el Lugar Santo, estaba el candela-
bro, la mesa y los panes de la proposición. 3Tras el segundo velo estaba la parte del tabernáculo
llamada el Lugar Santísimo, 4el cual tenía un incensario de oro y el arca del pacto cubierta de oro
por todas partes, en la que estaba una urna de oro que contenía el maná, la vara de Aarón que
reverdeció, y las tablas del pacto; 5y sobre ella los querubines de gloria que cubrían el propiciatorio;
de las cuales cosas no se puede ahora hablar en detalle (9:1–5).
1. El moblaje del Tabernáculo, vv. 1–5, una ilustración y figura del perfecto (9:11).
Quizás nos preguntamos por qué es que el escritor emplea el tabernáculo como ilustración y no
el templo. Probablemente porque el tabernáculo fuera más fiel al modelo divino, y por tanto más
apropiado como símbolo.
El tabernáculo desde afuera no era muy atractivo. Su belleza no era tanto estética como espiri-
tual. Sin embargo, en su interior el moblaje, al igual que las cortinas, era llamativo y hermoso. Así
el cristianismo, y más aún Cristo, desde afuera “no hay parecer en El, ni hermosura; le veremos,
mas sin atractivo para que le deseemos” (Is. 53:2). Sin embargo, cuando entramosen su interior
por la fe, todo cambia pues “para vosotros, pues, los que creéis, él es precioso” (1 P. 2:7).
a. [p 82] El lugar santo (vv. 1, 2) con el candelabro, la mesa y los panes de proposición.
Los varios objetos que formaban el mobiliario del tabernáculo, no estaban allí meramente para de-
coración, sino que más bien tenían un propósito específico y un mensaje especial.
“El Candelabro” representa a Cristo como nuestra luz, quien alumbró aquí abajo durante
un breve tiempo (Jn. 8:12), pero ahora está brillando en la gloria de resurrección e iluminando a su
pueblo que atraviesa las tinieblas de este mundo.
El tabernáculo no tenía ventanas y por lo tanto en su interior no había luz natural. Estaba
alumbrado por el candelabro que debía estar encendido continuamente. En la construcción del
candelabro no se había utilizado madera, que simboliza la naturaleza humana, sino que era de oro
macizo, pues era símbolo de Cristo, de naturaleza divina, sólo en la luz de quien veremos la luz
(Sal. 36:9).
“Los panes de la proposición” representaban a las doce tribus, y hablan de Cristo sa-
tisfaciendo la necesidad de los suyos.
b. El lugar santísimo (vv. 3–5), donde estaba el arca del pacto con su contenido signifi-
cativo y su cobertura espectacular de querubines de oro con alas extendidas. Era el único lugar en
la tierra donde el hombre podía acercarse a Dios, y aun así sólo un hombre, el sumo sacerdote, y
una sola vez al año, el día de la expiación. Sin embargo, lo que llama la atención aquí es que se
menciona además el “incensario de oro”, ya que el altar de oro para ofrecer incienso (simbólico
de oración e intercesión) estaba en el lugar santo. Ocurre que en el día de expiación, el incensario
era llevado más allá del velo al lugar santísimo, y actuaba en un sentido para reemplazar al velo,
permitiendo al sumo sacerdote acercarse al arca. Según el expositor alemán Delitzsch, el incensa-
rio “pertenecía al lugar santísimo, aunque estaba colocado en el lugar santo donde era atendido a
diario por los sacerdotes”.
El contenido del arca les recordaría:
en el “maná”, la solicitud diaria de Dios para con su pueblo por sus necesidades físicas y
materiales, que había suplido por cuarenta años en el desierto.
58

“La vara de Aarón que reverdeció” les traería a la memoria el aprecio de Dios hacia el
sacerdocio fiel. Mas tarde no los encontramos en el templo. ¿Qué paso con el maná y la vara? Se
ha sugerido que fueron robados por los filisteos cuando el arca estuvo en manos de ellos; pero eso
no es seguro.
Más importante aún era:
“El propiciatorio” con sus dos querubines con alas extendidas que cubrían esa tapa que
estaba encima de las tablas de la Ley que ellos [p 83] quebrantaban. La justicia de Dios era satis-
fecha y con la sangre esparcida allí una vez al año.
“El arca” en sí recordaba la presencia de Dios en medio de su pueblo.
Pero no era la intención del escritor de Hebreos entrar en más detalle sobre el significado
de todo esto, porque no venía al caso.
6
Y así dispuestas estas cosas, en la primera parte del tabernáculo entran los sacerdotes conti-
nuamente para cumplir los oficios del culto; 7pero en la segunda parte, sólo el sumo sacerdote una
vez al año, no sin sangre, la cual ofrece por sí mismo y por los pecados de ignorancia del pueblo;
8
dando el Espíritu Santo a entender con esto que aún no se había manifestado el camino al Lugar
Santísimo, entre tanto que la primera parte del tabernáculo estuviese en pie. 9Lo cual es símbolo
para el tiempo presente, según el cual se presentan ofrendas y sacrificios que no pueden hacer
perfecto, en cuanto a la conciencia, al que practica ese culto, 10ya que consiste sólo de comidas y
bebidas, de diversas abluciones, y ordenanzas acerca de la carne, impuestas hasta el tiempo de
reformar las cosas (9:6–10).
2. El ministerio del tabernáculo, vv. 6–10, y el ritual establecido.
Dos grandes ordenanzas formaban el fundamento de la vida nacional y espiritual de Israel:
La pascua, descrita en Ex. 12 e interpretada en 1 Co. 5, y
El día de expiación, descrito en Lv. 16 e interpretado aquí en He. 9. Notemos:
a. Los sacerdotes y su actividad continua (v. 6). En el ejercicio de su ministerio entra-
ban en el tabernáculo aunque sólo en el lugar santo continuamente (mañana y tarde), en el cum-
plimiento de sus deberes rituales o ceremoniales; sólo ellos podían hacerlo. Pero estaban limitados
a esa parte, y no podían nunca traspasar el velo interior y entrar en el lugar santísimo. No tenían
acceso alguno a ese lugar tan sagrado. En cambio vemos a continuación:
b. El sumo sacerdote y su actuación especial (v. 7) el día de la expiación (Lv. 16:2–
34). El era el único hombre en el mundo que podía entrar en el lugar santísimo, y sólo una vez al
año. Notemos que la sangre que el sumo sacerdote introducía en ese lugar era sangre de un bece-
rro como ofrenda por su propio pecado, y sangre de un macho cabrío por el pecado del pueblo (Lv.
16:11–15).
c. El simbolismo significativo (vv. 8–10) de todo esto:
(i) [p 84] El instructor extraordinario (v. 8a), el Espíritu Santo. Esas ordenanzas no
habían sido fruto de la imaginación humana sino de la inspiración divina. El escritor atribuye al Es-
píritu Santo el significado espiritual de los detalles del tabernáculo. Por eso todo lo relacionado con
el tabernáculo estaba dispuesto como una especie de parábola o mensaje ilustrado gráficamente
(como si se tratara de un audio—visual gigantesco). Siendo así, podemos estar seguros de que el
Espíritu Santo nos puede ayudar a comprenderlo también, si pedimos su ayuda.
(ii) La instrucción impartida (v. 8b), “el camino” aún no abierto. El pecado había crea-
do distancia entre el hombre y Dios, y el ser humano sólo podía acercarse a Dios a través de un
mediador. Ese acceso imperfecto habría de seguir mientras el tabernáculo “estuviese en pie” y
tuviera vigencia; pero una vez que el velo fue rasgado en dos, merced a la obra completada por
Cristo en la cruz, el camino ya estaría abierto definitivamente. Ahora, pues, podemos decir con el
poeta: “Rasgóse el velo, ya no más distancia mediará; al trono mismo de su Dios el alma llegará”.
59

(iii) Las imperfecciones propias (vv. 9, 10a) de este ministerio temporal. Las “ofren-
das y sacrificios”, al igual que las “diversas abluciones” o lavamientos, solo tenían que ver con
la impureza ritual o ceremonial; no podían limpiar de la suciedad moral de la conciencia ni limpiar-
los de sus pecados. Aunque bastaban para asegurar pureza ceremonial, solo eran un medio de
gracia en tanto señalaban hacia el sacrificio final de Cristo.
(iv) La imperiosa necesidad (v. 10b) de una reforma. Esas ordenanzas eran “impues-
tas” ya que la Ley era un yugo que condenaba al hombre. La palabra griega empleada sugiere la
idea de aquello que es doloroso y pesado. La era cristiana es “el tiempo de reformar las cosas”;
a esto se refiere el escritor aquí. Es el momento cuando lo que era inadecuado e imperfecto dio
lugar a lo efectivo y perfecto.
C. CONTAMOS CON UN SACRIFICIO MEJOR, 9:11–10:18, pues es único y suficiente.
“Pero estando presente Cristo” ¡Después de los símbolos viene la realidad; tras la imperfec-
ción, llega la perfección; después de la insuficiencia, se manifiesta la plenitud!
11
Pero estando ya presente Cristo, sumo sacerdote de los bienes venideros, por el más amplio
y más perfecto tabernáculo, no hecho de manos, es decir, no de esta creación, 12y no por sangre
de machos cabríos [p 85] ni de becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en
el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención. 13Porque si la sangre de los toros y de los
machos cabríos, y las cenizas de la becerra rociadas a los inmundos, santifican para la purificación
de la carne, 14¿cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí
mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios
vivo? 15Así que, por eso es mediador de un nuevo pacto, para que interviniendo muerte para la re-
misión de las transgresiones que había bajo el primer pacto, los llamados reciban la promesa de la
herencia eterna. 16Porque donde hay testamento, es necesario que intervenga muerte del testador.
17
Porque el testamento con la muerte se confirma; pues no es válido entre tanto que el testador
vive. 18De donde ni aun el primer pacto fue instituido sin sangre. 19Porque habiendo anunciado
Moisés todos los mandamientos de la ley a todo el pueblo, tomó la sangre de los becerros y de los
machos cabríos, con agua, lana escarlata e hisopo, y roció el mismo libro y también a todo el pue-
blo, 20diciendo: Esta es la sangre del pacto que Dios os ha mandado. 21Y además de esto, roció
también con la sangre el tabernáculo y todos los vasos del ministerio. 22Y casi todo es purificado,
según la ley, con sangre; y sin derramamiento de sangre no se hace remisión (9:11–22).
1. Por la presencia del sumo sacerdote, 9:11, 12a y su sangre eficaz. La presencia de Cristo
cambió todo porque no vino al tabernáculo de Moisés sino a uno “no hecho de manos”, en el sen-
tido de que no esta construido con materiales de este mundo. Se refiere al santuario del cielo.
Como la luz de una vela o candil no se puede comparar con el resplandor del sol al mediodía,
tampoco el sacerdocio del AT con el de Cristo. ¿Quién necesita de un candil en plena luz del día?
En el momento de su ascensión Cristo entró en la presencia de Dios “una vez para siempre”,
habiendo completado a la perfección su obra “por su propia sangre”. Como dijera Andrés Murray:
“No conozco palabras en la Biblia o en el léxico humano, que contengan tantos misterios. En él
están concentrados los misterios de la encarnación …, de la obediencia hasta la muerte …, de
amor que pasa entendimiento …, de victoria …, de redención eterna.”
2. Por la provisión preciosa, 9:12b, de eterna redención. Si uno compara esto con el día de
expiación, que solo tenía vigencia por un año, la diferencia es sideral. ¡Cuánto encierran esas pa-
labras “eterna redención”! Ver también Ef. 1:7; Ap. 5:9.
Está en contraste absoluto con la liberación meramente temporal lograda por los sacrificios leví-
ticos. Pero así como estos últimos eran [p 86] suficientes para todos los que estaban representa-
dos por el sumo sacerdote terrenal, el sacrificio único de Cristo incluye a todos los que por la fe se
identifican con El.
60

3. Por la purificación así lograda, 9:13, 14, contrastada con la anterior. Conviene recordar
que “las cenizas de la becerra”, mezcladas con agua y esparcidas sobre el inmundo al tercer y
séptimo día (Nm. 19:17–19) duraba mucho en su vigencia. Se afirma que solo se requirieron seis
‘aplicaciones’ durante toda la historia del pueblo judío. Pero cuánto más poderosa era (y es) la
sangre de Cristo. Se puede hablar de la singularidad de su sangre pues no ha habido sangre como
la suya; de la preciosidad de su sangre, que ha comprado nuestra redención; y del poder de esa
sangre para limpiarnos de nuestros pecados. El realizó su sacrificio en el poder del Espíritu Santo y
en forma voluntaria pues “se ofreció a sí mismo”. Era “sin mancha” no solo físicamente (cf. el
cordero), sino también moral y espiritualmente, lo que no podría decirse de ningún otro ser huma-
no.
“Limpiará”: el sacrifico de Cristo cubre tanto el pasado como el presente y el porvenir, pues su
eficacia es absoluta y permanente. Resumiendo cuán diferente es la ofrenda de Cristo en contraste
con los sacrificios de animales. Su poder de limpieza es actual, personal y vital, penetrando hasta
el mismo control moral del hombre, la conciencia.
Pero hay además aquí una aplicación práctica pues se nos indica claramente una de las razo-
nes principales por la que hemos sido redimidos por la obra de Cristo: “para que sirváis”. Somos
salvados para servir al Dios vivo (ver 1 Ts. 1:9). El Dios viviente demanda obra viviente de nuestra
parte y, como se muestra claramente en Ef. 2:8–10, si bien no hemos sido salvos ni podemos serlo
por obras nuestras; sí somos salvos “para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano pa-
ra que anduviésemos en ellas”.
Notamos aquí la participación de la Trinidad en unidad en la obra de nuestra redención, me-
diante la sangre de Cristo, la mediación del Espíritu Santo, y la propiciación de Dios Padre.
4. Porque el pacto, para tener validez, 9:15–17 necesitaba de la muerte de Cristo. La misma
palabra griega se traduce “pacto” en los vv. 15 y 18, y “testamento” en los vv. 16 y 17; pero los
traductores han hecho muy bien en señalar la diferencia. Aquí se nos indica cómo se salvaron los
creyentes del AT. La fe de ellos (v. 15) fue tomada en cuenta, y les salvó en base a lo que Cristo
habría de hacer. Por su muerte en la cruz (vs. 15), El quitó el obstáculo del pecado que había cau-
sado la separación de Dios. La única condición para su validez es la muerte del “Testador”, o sea
el [p 87] Señor. Si El no hubiera muerto, la gloriosa ‘herencia’ que nos ha dejado no podría ser
nuestra.
5. Porque los principios de purificación, 9:18–22, bajo la Ley exigían el derramamiento de
sangre (ver Lv. 17:11). La religión moderna no quiere hablar de la sangre de Cristo, pero en el NT
se habla mucho de ella.
La acción de Moisés (vv. 19, 20) comprometía la vida del pueblo si dejaban de cumplir la Ley.
Luego hasta los objetos santos y el tabernáculo mismo fueron ceremonialmente purificados al es-
parcir la sangre de expiación (v. 21). Esto fue posterior a la acción de los vv. 19, 20, después que
el tabernáculo había ya sido levantado.
“Casi todo”. Se emplean estas palabras porque había ciertos casos limitados en que no se em-
pleaba sangre, como en el dinero de rescate (Ex. 30:11–16) y el empleo de la harina fina (Lv. 5:11).
Pero no hay excepción en cuanto a la remisión de pecado. Un evangelio sin sangre no es evange-
lio. Notamos que v. 22 nos señala otra de las imposibilidades que encontramos en Hebreos (cf.
11:6; 12:14). Esta exigencia divina nos manifiesta por un lado la gravedad del pecado, y por el otro
la necesidad de una víctima expiatoria para poder obtener perdón.
61

[p 88]
CAPÍTULO DIEZ
II. LAS PROVISIONES SUPERIORES DEL CALVARIO 8:6–10:18 (cont.)
LA EXCELENCIA DE SU OBRA
C. CONTAMOS CON UN SACRIFICIO MEJOR, 9:11–10:18
23
Fue, pues, necesario que las figuras de las cosas celestiales fuesen purificadas así; pero las
cosas celestiales mismas, con mejores sacrificios que estos. 24Porque no entró Cristo en el santua-
rio hecho de mano, figura del verdadero, sino en el cielo mismo para presentarse ahora por noso-
tros ante Dios; 25y no para ofrecerse muchas veces, como entra el sumo sacerdote en el Lugar
Santísimo cada año con sangre ajena. 26De otra manera le hubiera sido necesario padecer muchas
veces desde el principio del mundo; pero ahora, en la consumación de los siglos, se presentó una
vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado. 27Y de la manera
que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio, 28así
también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos; y aparecerá por se-
gunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que le esperan (9:23–28).
6. Porque la presentación del Señor, 9:23–28, ha satisfecho plenamente todas las exigencias de
Dios con respecto al pecado. En estos versículos nos encontramos con tres presentaciones:
(1) Pasada, en la cruz, para quitar de en medio el pecado (v. 26) como barrera entre
nosotros y Dios y así librarnos de su castigo (Ro. 8:1).
(2) Presente, en el cielo, para interceder por nosotros ante Dios (v. 24), y así ayudar a
librarnos del poder del pecado en la vida diaria (Ro. 5:10).
(3) Porvenir, vendrá otra vez, por nosotros, para librarnos aun de la misma presencia
del pecado (v. 28) (Ro. 8:19–23).
a. [p 89] Los símbolos superados (v. 23) por las “cosas celestiales mismas.” Quizás
sorprenda la idea de que cosas celestiales necesiten ser purificadas, pero según Job 15:15 “ni aun
los cielos son limpios delante de sus ojos” pues, después de todo, el primer pecado fue cometido
allí por Satanás (Is. 14:12–14) quien todavía tiene acceso a Dios como “acusador de los hermanos”
(Ap. 12:10). Por eso la obra de la cruz extiende su influencia positiva en todas las esferas, tanto
terrenales como celestiales.
b. El santuario superior (v. 24) en que ha entrado para interceder por nosotros, el Cielo.
¿Cuándo se presenta? “Ahora”. ¿Dónde aparece? “Ante Dios”. ¿Por quiénes se presenta? “Por
nosotros”. Por eso no solo alabamos a Dios por lo que el Señor ha hecho a nuestro favor en el
pasado, sino también por lo que hace por nosotros ahora, su ministerio actual. Como el sumo sa-
cerdote del pasado, El lleva nuestros nombres sobre sus hombros el lugar que habla de fuerza (Ex.
28:6–10) y sobre su corazón que evidentemente se refiere al amor (como el pectoral, Ex. 28:29).
c. El sacrificio superior (vv. 25, 26) y único de sí mismo. Este es irrepetible porque bas-
tó para quitar de en medio el pecado. Esta obra suya no necesita ser repetida porque ha sido per-
fecta. De otro modo significaría que tendría que volver a sufrir repetidamente, ya que su ofrenda
era El mismo. Por eso estamos convencidos que, de acuerdo a la enseñanza de la Biblia, la prácti-
ca del “sacrificio” de la misa no tiene cabida en la fe cristiana.
El momento oportuno fue “en la consumación de los siglos”, que no significa el fin de
los tiempos (como lo traducen algunas versiones católicas), sino aquel momento en que converge
todo; es decir, después de que el viejo pacto había demostrado en forma concluyente el fracaso y
la impotencia del hombre.
d. La seguridad del porvenir (v. 27) del hombre, pues está establecido por Dios y no pue-
de ser eludido o esquivado (ver. Hch. 17:30, 31) por el hombre finito. Las palabras de este versícu-
lo no podrían ser más terminantes: no existe la reencarnación tan popular en sectas y religiones
62

orientales que están ganando adeptos en el occidente pues “está establecido para los hombres
que mueran una sola vez”. Tampoco la muerte es el fin de todo; hay un más allá, un “después”.
Me recuerda mi primera visita a la ciudad de Valladolid. Hay allí un famoso monumento a Cristóbal
Colón, quien además de estar de pie y señalando hacia América, tiene a sus pies un león que con
una de sus garras ha quitado la palabra non del escudo de España; de modo que ahora reza plus
ultra (“más allá”), y no non plus ultra (“nada más allá”), como antes.
“El juicio”. Si bien para el creyente ya no será un juicio de condenación ni para determi-
nar su destino sino tan solo para recibir [p 90] (o no) su recompensa (Ro. 14:10–13, etc); para el
inconverso se tratará del juicio final, del Gran Trono Blanco (Ap. 20:11–15).
He aquí un paralelo ilustrativo. Así como no hay repetición de vida o de muerte, pues se
vive y se muere una sola vez, no se puede repetir la obra de Cristo, hecha una vez y para siempre.
Por eso el escritor puntualiza a continuación:
e. La satisfacción plena (v. 28a) del sacrifico de Cristo realizado en su primera venida
(ver Is. 53:6b; 2 Co. 5:21; 1 P. 2:22, etc.), cuando fue “ofrecido una sola vez”. Fue totalmente inne-
cesaria cualquier repetición de ese sacrificio. Pero en este versículo también se hace alusión a:
f. La segunda venida del Señor (v. 28b), su carácter especial y su efecto precioso para
aquellos que le esperan (ver también 1 Co. 15:23; 1 Ts. 4:16, 17).
“Sin relación con el pecado”, porque no tiene más necesidad de atender el problema
del pecado, al haber acabado esa obra en la cruz del Calvario.
“Para salvar”. Aquí se trata de la salvación en su dimensión futura. Esto será la culmina-
ción de nuestra salvación al recibir cuerpos glorificados en los cuales poder estar para siempre,
más allá del alcance e influencia negativa del pecado.
“Los que le esperan”. Estas palabras en el original griego son mucho más fuertes, pues
implican esperar con ansiedad y deseo. Es una descripción hermosa de lo que debe ser la actitud y
actividad de todo verdadero creyente. La iglesia del primer siglo jamás olvidaba esa esperanza, y
por eso su saludo predilecto era “Maranata” o sea, “El Señor viene”. Ojalá pudiéramos vivir siempre
en esa gloriosa expectativa, pues agregaría una dimensión y perspectiva eterna a nuestras vidas.
Pero desde luego que estas palabras no sugieren, como algunos pretenden, un arrebatamiento
parcial, solo de aquellos que esperan.
1
Porque la ley, teniendo la sombra de los bienes venideros, no la imagen misma de las cosas,
nunca puede, por los mismos sacrificios que se ofrecen continuamente cada año hacer perfectos a
los que se acercan. 2De otra manera cesarían de ofrecerse, pues los que tributan este culto, lim-
pios una vez, no tendrían ya más conciencia de pecado. 3Pero en estos sacrificios cada año se
hace memoria de los pecados; 4porque la sangre de los toros y de los machos cabríos no puede
quitar los pecados (10:1–4).
7. Porque la perfección es imposible por la Ley, 10:1–4, por su debilidad absoluta.
a. [p 91] Sombra, no substancia (v. 1), por sus limitaciones en cuanto a sus efectos. Ima-
ginemos la obra maestra de un gran pintor. Un día recibimos una oferta increíble: Podemos tener
esa obra como regalo o, si lo preferimos, en lugar del cuadro él nos regala algunos bocetos previos
hechos en lápiz realizados obviamente con anterioridad al cuadro. Estoy seguro de que no nos lle-
varía mucho tiempo decidirnos por el cuadro en sí. Sin embargo, algunos de los lectores de esta
carta eran como personas que habían recibido la obra maestra final, pero que ahora estaban pen-
sando rechazar la obra maestra terminada y quedarse sólo con los bocetos.
“Sombra” procede de la palabra griega skia que significa la proyección borrosa de lo re-
al. Una sombra debe producir en nosotros el deseo de poseer la realidad. Es un pobre sustituto de
esa realidad. Por eso sin Cristo no podríamos ir más allá de las sombras en cuanto a nuestro con-
cepto y conocimiento de Dios.
63

“Bienes venideros” Esta expresión tan amplia parece abarcar todas las provisiones del
nuevo orden espiritual introducido por Cristo: justificación, paz absoluta, acceso pleno a la presen-
cia de Dios, etc. Nos habla de todas las bendiciones que son parte de la salvación que tenemos
por medio de Cristo.
Esa ley, por su carácter temporal, jamás podía “hacer perfectos a los que se acercan”,
porque no podía quitar su pecado y así satisfacer la necesidad del que ofrecía esos sacrificios, de
tener una conciencia limpia y tranquila.
b. Sacrificios insuficientes (vv. 2–4) por ser múltiples, continuos, e ineficaces. No podían
quitar la “conciencia de pecado” y de culpa que traía a la memoria el recuerdo de pecados por los
cuales había que hacer expiación, debido a la total ineficacia de la sangre de los animales para
quitar el pecado y la culpa de una vez y para siempre.
El v. 4 declara categóricamente la imposibilidad de que “la sangre de los toros y de los
machos cabríos” pudiera quitar el pecado. Por eso ¿no debería la continua repetición del ’sacrifi-
cio’ de la misa, según la práctica de la Iglesia Católica, hacer dudar de su eficacia?
Llegamos pues a la conclusión a que apuntaba el escritor: EL UNICO SACRIFICIO
EFICAZ ES EL DE JESUCRISTO.
5
Por lo cual, entrando en el mundo dice: Sacrificio y ofrenda no quisiste; Mas me preparaste
cuerpo. 6 Holocaustos y expiaciones por el pecado no te agradaron. 7 Entonces dije: He aquí que
vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad, Como en el rollo del libro está escrito de mí. 8 Diciendo
primero; Sacrificio y ofrenda y holocaustos y expiaciones por el pecado [p 92] no quisiste, ni te
agradaron (las cuales cosas se ofrecen según la ley), 9 y diciendo luego: He aquí que vengo, oh
Dios, para hacer tu voluntad; quita lo primero, para establecer esto último. 10 En esa voluntad so-
mos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre (10:5–
10).
8. La preparación divina señalada, 10:5–10. Estamos ante una declaración sublime que nos
muestra que Jesucristo, aun antes de venir a este mundo, sabía acerca de los sufrimientos
que le aguardaban.
a. El deseo divino (v. 5a) no era de “sacrificio y ofrenda.” El sacrificio del Señor fue pro-
fetizado por David (Sal. 40:6–8), quien expresó que los sacrificios de animales eran impotentes
para quitar los pecados. Estos sacrificios solo anticipaban al Cordero de Dios que iba a venir, y no
eran la intención final de Dios.
b. El diseño divino (v. 5b): el cuerpo preparado. Aquí se predecía la encarnación. Cristo
tomó forma humana para proveer un sacrificio satisfactorio, pero tenía que ser preparado porque
un Dios santo requería un cuerpo santo no contaminado por el pecado como está el nuestro.
Quizás alguno objete que en el Salmo que se cita aquí (40:6) no se habla de cuerpo sino
de la oreja, y sin embargo, al citarlo el escritor de Hebreos específicamente emplea la palabra
cuerpo. A pesar del aparente error, la cita es correcta porque procede de la Versión Septuaginta,
una versión griega del AT que data del año 270 a.C. y que se usaba extensamente durante el pe-
ríodo del NT. La mayoría de las citas empleadas proceden de dicha versión. Además, cuando en la
antigüedad el siervo se hacía horadar la oreja, mediante ese acto significaba en forma palpable y
visible que todo su cuerpo estaba al servicio de su amo a quien amaba.
c. El desagrado divino (v. 6) por los holocaustos y expiaciones. Aquí notamos la insatis-
facción de Dios por los sacrificios y ofrendas del sistema levítico que eran solo figuras o tipos del
único sacrificio que le agradaría a El, el de su Hijo. Los animales eran solo víctimas involuntarias, a
diferencia del cordero de Dios.
d. La dedicación divina (v. 7) de su Hijo. Lo que sí agradó a Dios fue la sumisión perso-
nal del Señor a la voluntad divina. Este versículo resume proféticamente la obra de redención de
nuestro Señor.
64

“Entonces dije” parece referirse al tiempo cuando el cuerpo estaba preparado del todo,
en cuyo caso las palabras fueron cumplidas en la encarnación y se relacionan con el enfoque que
Cristo tenía de su propio ministerio.
[p 93] “Vengo” expresa a su vez un hecho cumplido, no una predicción. Es un traslado
de las palabras del salmista a la misma vida y ministerio del Señor. “Para hacer tu voluntad” es
asimismo la expresión del fin y propósito de aquel Hombre perfecto. Lo que era meramente la ex-
presión de un deseo por parte del salmista, llega a ser una realidad en labios de Jesús.
“En el rollo del libro está escrito de mí”. Se aprecia claramente que para el Señor esto
abarcaba toda la revelación escrita de los propósitos de Dios y que, por tanto, proveía una norma
perfecta de la voluntad de Dios.
Que cada uno de nosotros podamos expresar nuestra dedicación en iguales términos.
e. La determinación divina (vv. 8, 9). Estas palabras nos proporcionan el significado es-
piritual del soliloquio. El carácter del sacrificio es obediencia a la voluntad de Dios. Aquí se indica
además la calidad moral del sacrificio. La decisión del Hijo al venir al mundo apuntaba hacia una
sola meta, hacer la voluntad divina. Como bien se ha dicho: “El primer empleo de su voluntad con-
sistió en someterla a la de Dios su Padre.”
El comentario general sobre toda la cita del Salmo 40 se encuentra en las palabras:
“Quita lo primero, para establecer esto último”. En el original, la palabra para “quita” es muy
fuerte, y sugiere abolir con fuerza o matar. Implica la diferencia entre el fracaso total de las ofren-
das antiguas para lograr una solución final, y la adecuación total de esa obediencia racional de
Cristo a fin de establecer un medio efectivo para acercarse a Dios de una vez por todas.
f. La disposición divina (v. 10) que representa su ratificación. “En esa voluntad somos
santificados”. Esa es la voluntad que proyectó nuestra salvación y santificación. La palabra “santifi-
cados” significa apartados por Dios y para El, consagrados. Al sacrificar a su Hijo, Dios ha querido
adquirirnos para que le pertenezcamos exclusivamente a El.
11
Y ciertamente todo sacerdote está día tras día ministrando y ofreciendo muchas veces los
mismos sacrificios, que nunca pueden quitar los pecados; 12 pero Cristo, habiendo ofrecido una vez
para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios, 13 de ahí en
adelante esperando hasta que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies; 14 porque con
una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados (10:11–14).
9. Por la perfección hecha posible, 10:11–14, por la obra perfecta de Cristo.
a. [p 94] El ministerio de los sacerdotes (v. 11) constante e ineficaz, y por ello inferior al
del Señor. Hubo muchos sacerdotes; miles en un período de varios siglos. La obra de ellos nunca
estaba acabada; para ellos nunca había descanso porque sus sacrificios no podían quitar el peca-
do, y por eso mientras servían a Dios, siempre estaban de pie.
b. El ministerio del Señor (vv. 12–14), la Persona sublime que ejecutó la voluntad divina
en forma definitiva y única. El beneficio es eterno.
El v. 12 es un comentario por parte de Dios sobre las palabras del Señor en Jn. 10:17,
18. “Se ha sentado” tranquilo y triunfante en el lugar de honra, esperando que la obra perfecta
cumplida por El lleve todos sus frutos. La palabra “sentado” se encuentra cuatro veces en esta
epístola y sólo se emplea en cuanto a Cristo (1:3; 8:1; 10:12; 12:2). Los siervos están de pie; el
soberano, sentado. “Esperando”, El aguarda el día de su reivindicación pública, y su reconocimien-
to universal cuando regrese en gloria a la tierra.
15
Y nos atestigua lo mismo el Espíritu Santo; porque después de haber dicho: 16 Este es el pac-
to que haré con ellos Después de aquellos días, dice el Señor: Pondré mis leyes en sus corazones,
Y en sus mentes las escribiré, 17 añade: Y nunca más me acordaré de sus pecados y transgresio-
nes. 18 Pues donde hay remisión de éstos, no hay más ofrenda por el pecado (10:15–18).
65

10. Por la promesa del pacto, 10:15–18, anticipada por el profeta.


a. Atestiguada por el Espíritu Santo (v. 15) recordando así la inspiración de las Escritu-
ras. Aquí tenemos el testimonio del Espíritu Santo sobre el carácter definitivo del sacrificio de Cris-
to.
b. Anticipado por los profetas (vv. 16, 17). El propósito de Dios fue anticipado mediante
la obra del Espíritu Santo. Una ordenanza exterior ha sido reemplazada por un poder interior. La
Ley de Dios, sus principios para un vivir santo, ya no vendrá más al creyente como algo impuesto
desde afuera, sino como algo colocado en el corazón de quien es del Señor. Este cambio interior
de actitud estaría acompañado por un perdón de los pecados tan completo que éstos ya no serían
recordados ni figurarían en los registros celestiales (Sal. 103:3, 12).
c. Alcances de su obra (v. 18) que hace innecesarios más sacrificios. Donde hay total
remisión de pecado, deja de existir la necesidad de ofrenda por el pecado. Una nueva era ha ama-
necido, y un nuevo pacto entrado en vigor que convierte en obsoleto el anterior. Todo lo que los
sacrificios anteriores habían significado y anticipado, se había cumplido a la perfección en Cristo.

[p 95] LA OFRENDA SUFICIENTE PARA EL PECADO—


10:11–14
La particularidad del sistema anterior—v. 11
Había muchos sacerdotes—sugerido por la expresión
“todo sacerdote”
Su obra nunca se acababa—como se aprecia en las
palabras “día tras día … ministrando los mismos sacrifi-
cios”
Sus sacrificios jamás podían quitar el pecado
La persona única de Cristo v. 12
Se trata de un hombre, pero perfecto, Cristo—cf. 2Ti. 2:5
El es diferente a todos los demás hombres—ver 7:26
La presentación de Cristo—v. 12 “habiendo ofrecido”
Fue una ofrenda hecha voluntariamente—cf. Mt. 26:53;
Jn. 10:18
Sólo necesitaba ser hecha una vez—ver 10:10, 12
. El propósito de Cristo—v. 12“ofrecido … un solo
sacrificio por los pecados”
El murió como nuestro sustituto—cf. Is. 53:5, 6; 1P. 2:24
Satisfizo plenamente el propósito de su muerte—Jn.
19:30; 17:4 cf. He. 10:14
La posición de Cristo—v. 12 “se sentó…”
Sacerdotes en la antiguedad jamás se sentaban porque
su obra nunca acababa
En cambio la obra de Cristo sí había acabado, y El se
sentó
. La perspectiva de Cristo—v. 13—esperando el momen-
to preciso y oportuno
66

[p 96] [p 97]
CAPÍTULO ONCE

III. LOS PRINCIPIOS SUPERIORES DE


CONDUCTA 10:19–13:25
Esta parte es la aplicación de todo lo anterior. De los privilegios, se pasa ahora a las responsa-
bilidades; de la verdad expuesta, a la vida expresada; de la teología a la exhortación. Comenzamos
con una nota muy elevada, considerando:
A. EL CAMINO A LA ADORACIÓN, 10:19–25, abierto por el Señor.
Cabe destacar que tanto aquí como en el original los vv. 19–22 representan una sola frase inin-
terrumpida.
19
Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesu-
cristo, 20por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne, 21y te-
niendo un gran sacerdote sobre la casa de Dios, 22acerquémonos con corazón sincero, en plena
certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua
pura. 23Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza, porque fiel es el que
prometió. 24Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras; 25no
dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más,
cuanto veis que aquel día se acerca (10:19–25).
1. Confianza para entrar, v. 19, por la sangre de Cristo que es aceptable a Dios y absoluta-
mente eficaz. Los obstáculos para una libre y abierta relación con Dios han desaparecido. Habien-
do sido quitada nuestra culpa, no hay nada ahora que produzca temor, y el alma tiene plena con-
fianza en el infinito valor del sacrificio de Cristo. Ya no entramos como intrusos.
Es importante señalar que la palabra “libertad” no sugiere una falta de reverencia, y menos aún
arrogancia o indebida familiaridad. Además se nos recuerda el costo de ese acceso. Sí, podemos
entrar en el [p 98] lugar santísimo pero no merced a nuestro carácter ni obras, sino en virtud de la
sangre de Jesucristo. Hay siete referencias a su sangre en esta epístola. Es la base de todo lo que
somos y tenemos. Es el precio de nuestra redención, y es la sangre del pacto cuyas bendiciones
ahora disfrutamos.
2. Camino nuevo abierto, v. 20, por el mismo Señor. Notemos dónde adoramos: dentro del ve-
lo. Las palabras “nuevo y vivo” sugieren la frescura perpetua de la ofrenda de Cristo. Además es un
camino nuevo porque es distinto al anterior que era procurado mediante la sangre de los repetidos
sacrificios realizados. El acceso ahora es libre y conduce a una intimidad desconocida anteriormen-
te. Es asimismo un camino vivo porque se trata de un Salvador que vive y ahora está a la diestra
de Dios. Porque El vive, el camino está perpetuamente abierto.
Así como simbólicamente se abrió el acceso a la presencia de Dios al rasgarse el velo mientras
Cristo moría en la cruz, también el desgarramiento de la carne de Cristo reveló la grandeza absolu-
ta del amor de Dios. Es como si aquella lanza romana que abrió su costado, nos hubiera permitido
llegar a ver su corazón lleno de amor.
3. Contamos con un gran sacerdote, v. 21, sobre la casa de Dios. Su ministerio presente a
nuestro favor asegura nuestro continuado acceso. El nos instruye, guía y conduce en nuestro culto.
“Casa de Dios” no significa un edificio terrenal de piedra y madera, ni tampoco el tabernáculo ce-
lestial, sino que es la familia de Dios como ya hemos visto antes en esta epístola (3:6).
4. Como acercarnos a Dios, vv. 22, 23. Es un acto de la mente y la voluntad.
a. Las condiciones para la adoración (v. 22) en este ejercicio de la fe:
67

(i) Un corazón sincero, en cuanto a sus actitudes y afectos (cf. Mt. 15:8).
(ii) La confianza de la fe. Confianza de ser recibido, y confianza en las promesas (1 Ti.
1:12).
(iii) Una conciencia limpia que no nos acusa en virtud de la sangre aplicada (cf. He.
9:14).
(iv) Un cuerpo lavado. Nuestras vidas santificadas por la Palabra (Ef. 5:25, 26).
Es preciso que estemos limpios para poder acercarnos al trono de la gracia. La comunión demanda
pureza.
b. La consistencia y persistencia de nuestra profesión (v. 23). He aquí una reiteración de
exhortaciones anteriores (ver 3:6, 14; 4:14). [p 99] Lo que hemos profesado creer y ser, que sea
verdad. No admitamos duda alguna. Después de todo, nuestra esperanza está basada en El y en
su Palabra, en su fidelidad y no la nuestra. Al mismo tiempo si no queremos que nuestra esperanza
se debilite, debemos afirmarla, manteniendo esta expectación confiada frente a todos los avatares
y dificultades de la vida.
c. El carácter del que lo prometió (v. 23b). Se destaca su fidelidad. El jamás cambia de
parecer después que ha prometido.
5. La consideración debida, vs. 24, que debemos tener. El ejercicio y la actividad del amor.
En este versículo se nos indica claramente:
a. Las personas a quienes tenemos que considerar (v. 24a) o sea los otros miembros de
la iglesia. Las Escrituras condenan el individualismo egoísta, y claramente indican que no podemos
desvincular la dimensión vertical del amor hacia Dios de la horizontal hacia los demás, especial-
mente nuestros hermanos en la fe. No considerar a otros, o ser indiferentes hacia ellos, es volver-
nos egocéntricos. “Considerar” implica pensar en ellos, buscando el mayor interés suyo, y al mismo
tiempo procurar no mirarles con espíritu crítico sino con humildad y amor (cf. Fil. 2:3).
b. El propósito de la consideración (v. 24b) es para “estimularnos al amor y a las bue-
nas obras”, para promover unos en otros el espíritu de hermandad y de conducta recta. Este es el
único lugar en el NT donde se encuentra este verbo, que implica además incitar o excitar ese amor
y deseo de servicio. Una de las formas más efectivas para lograrlo es mediante el buen ejemplo,
pero también podemos compartir nuestras experiencias y lecciones positivas aprendidas, y dar
consejos oportunos, aunque jamás en un espíritu de superioridad. Debemos ser de mutua inspira-
ción.
6. La congregación necesaria, v. 25, o sea el valor de la comunión cristiana local.
a. La costumbre de algunos (v. 25a) de dejar de congregarse. Esta era y es una negli-
gencia condenable que les privaba además de los beneficios indicados en el versículo anterior, y
los exponía a otros peligros. Cuando no sentimos deseos de asistir al culto, solemos decir algo
como: “Creo que no iré a la iglesia hoy”, como si se tratara de un asunto personal solamente. Pero
no es así pues afecta también a otros. Somos una familia, y toda familia sufre cuando sus miem-
bros se ausentan pues está incompleta. Y aunque tengamos la posibilidad de escuchar un mensaje
cristiano por radioemisoras evangélicas, no es un sustituto satisfactorio [p 100] para el congregar-
nos, salvo que nos encontremos imposibilitados de concurrir por razones de fuerza mayor, como
enfermedad o invalidez.
b. La conveniencia de congregarse (v. 25b) para poder exhortarnos unos a otros. Ne-
cesitamos la comunión mutua, de otro modo sucederá como cuando se desparraman los carbones
encendidos y el fuego pronto se apaga. Necesitamos comunicarnos mutuamente el calor cristiano.
Todo aislamiento conduce a debilitamiento. El testimonio, la oración, y la comunión de una congre-
gación cristiana aportan beneficios imponderables que no debemos perder.
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Uno de los deberes humanos es animarnos unos a otros. Elifaz rindió un gran tributo a Job
al decir de él: “Al que tropezaba enderezaban tus palabras” (Job 4:4). ¡Cuántas veces una palabra
de alabanza, de gratitud, o expresión de aprecio, puede levantar el ánimo de alguien que en ese
momento está pasando por una situación difícil! Quizás una experiencia personal sirva para ilus-
trarlo mejor. Luego de uno de esos días difíciles que parecía tener más de la cuota diaria de pro-
blemas y vicisitudes, estaba algo desanimado al llegar a dar clases al Instituto Bíblico que dirigía
en Buenos Aires. Al salir de mi automóvil, me llamó una secretaria de la Escuela Evangélica de
Villa Real, allí cercana, para decirme que tenía una carta para mí. Jamás había recibido una co-
rrespondencia por ese intermedio, de modo que naturalmente despertó mi curiosidad. Las carta
procedía de alguien totalmente desconocido en Bogotá, Colombia. Ella me agradecía por la bendi-
ción que había recibido al escuchar una cinta grabada de un mensaje que había dado en una igle-
sia allí dos años antes. El ánimo que me infundió ese agradecimiento totalmente inesperado fue
tremendo. Jamás olvidaré el efecto positivo que tuvo.
Notemos además que el énfasis aquí no es solo lo que el creyente recibe de la iglesia o
congregación local, sino lo que puede contribuir a ella.
c. La motivación especial para ello: la cercanía de la venida del Señor. Por eso nuestro
deber es más apremiante. Necesitamos estar firmes en esto al ver que se acerca el día de la reve-
lación de Cristo en gloria en su segunda venida. Cuanto más se acerca aquel día, tanto más difícil
será esto para su pueblo, y tanto más necesaria esta exhortación.
B. CUIDADO CON EL PECADO DELIBERADO 10:26–39
El escritor a los hebreos interrumpe sus exhortaciones prácticas para introducir el cuarto parén-
tesis de advertencia y apelación de esta epístola. Ha habido una progresión en las advertencias,
desde la que se refería a la [p 101] indiferencia (cap. 2), luego a la incredulidad (cap. 3, 4), des-
pués al rechazo (cap. 6), y aquí al que desprecia. Es la advertencia más severa de la epístola, y
quizás la más terrible de las Sagradas Escrituras.
26
Porque si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la ver-
dad, ya no queda más sacrificio por los pecados, 27sino una horrenda expectación de juicio, y de
hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios. 28El que viola la ley de Moisés, por el testi-
monio de dos o de tres testigos muere irremisiblemente. 29¿Cuánto mayor castigo pensáis que me-
recerá el que pisoteare al Hijo de Dios, y tuviere por inmunda la sangre del pacto en la cual fue
santificado, e hiciere afrenta al Espíritu de gracia? 30Pues conocemos al que dijo: Mía es la ven-
ganza, yo daré el pago, dice el Señor. Y otra vez: El Señor juzgará a su pueblo. 31¡Horrenda cosa
es caer en manos del Dios vivo! (10:26–31)
1. La advertencia respecto de la apostasía, vv. 26–31.
La palabra “apostasía” proviene de la palabra griega aphistemi que significa literalmente “yo me
separo”. Aquí el escritor tenía en mente el peligro de algunos de sus lectores de volverse al juda-
ísmo. Entendemos que un creyente verdadero no puede apostatar (ver v. 39). Aquí, pues, se trata
de cristianos profesantes, de la cizaña que crece junto al trigo y por un tiempo aún se parece a él.
Pero vayamos por partes, notando primero:
a. La presunción increíble (v. 26a) al pecar en forma deliberada. Tomar un curso de ac-
ción deliberado y voluntario, una actitud hostil contra el pleno conocimiento de la verdad que habí-
an recibido. Recordemos que recibir la verdad no es lo mismo que recibir a Cristo por la fe. Ellos
sólo eran creyentes profesantes, como se aprecia al comparar las palabras “pecáramos volunta-
riamente” de aquí, con el v. 39 “nosotros no somos de los que retroceden voluntariamente.” Signifi-
ca mucho más que meramente ceder o caer ante una tentación, o haber realizado alguna acción
mala. Se refiere a proponerse a pecar deliberadamente.
b. El privilegio especial (v. 26b) de haber recibido el conocimiento de la verdad, aunque
luego ha sido despreciado como en el caso de Judas Iscariote. Como Judas, esta persoona ha es-
69

cuchado el evangelio, se ha congregado con los creyentes, y conoce el camino de salvación, pero
lo rechaza.
c. La perspectiva terrible (vv. 26c, 27) de juicio. Si se rechaza este sacrificio del Señor,
“ya no queda más sacrificio por el pecado”, o sea ya no queda ningún otro sacrificio del cual
depender porque la muerte de Cristo es lo único aceptado por Dios. No hay entonces escapatoria.
Tal pecado queda incurso en el juicio de Dios, que se describe en [p 102] términos estremecedo-
res (v. 27). Conviene recordar en este sentido que no somos alarmistas cuando advertimos de los
horrores del infierno, ya que no solo este escritor sino también el Señor se refirió en términos in-
equívocos al fuego que no se apaga, etc. “Adversarios” se refiere aquí a los que se oponen al mé-
todo de salvación por gracia que Dios ha provisto por la sangre de su Hijo.
d. La pena irremisible (v. 28) para el que violaba la Ley y se probaba su falta grave me-
diante dos o tres testigos (ver. Nm. 15:30; Dt. 17:2–6).
e. La pregunta incisiva (v. 28) con respecto al castigo merecido. El cargo contra los con-
tumaces incluía:
(i) “Pisotearé” habla de menoscabar y tratar vergonzosamente al Hijo de Dios; es
hollar el ofrecimiento de amor y no querer saber nada con El.
(ii) “Tuviere por inmunda” implica rechazar como ineficaz e inmunda la sangre del
pacto. Es no descubrir lo sagrado, no comprender su valor.
(iii) “Afrenta al Espíritu”, insulta al que ilumina y quiere impartir la bendición. Se desta-
ca el nombre especial que recibe: “Espíritu de gracia”, un precioso nombre, por cierto, sólo em-
pleado aquí en el NT, pero que probablemente se toma de Zac. 12:10.
Pecar, pues, es más que ir contra la Ley; es desafiar, herir y violar el mismo corazón de Dios. Y
así como la gracia del evangelio supera ampliamente a la Ley, así el menosprecio de la gracia es
una falta mucho más grave que el quebrantar la Ley.
f. El pago inexorable (vv. 30, 31) por el Juez divino y supremo.
(i) “Mía es la Venganza” (v. 30). Venganza aquí tiene que ver con la plena justicia.
Más adelante El se sentará en juicio contra estos apóstatas, y su juicio será justo, y les dará lo que
merecen. Además reivindicará a aquellos que pertenecen a El.
(ii) “Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo”. El escritor resume así las adver-
tencias de Cristo con respecto a Gehenna, el lago de fuego (Mr. 9:43, 44), y la prevención de Pablo
en 2 Co. 5:11. Estas palabras desde luego no están dirigidas a creyentes sino que son una adver-
tencia para los apóstatas.
[p 103] Dios no se complace en la muerte de los malvados sino que es un Dios lleno de gra-
cia. Pero asimismo es el Dios de justicia y santidad que debe castigar el pecado. Vemos esto ilus-
trado en el caso de Julián el Apóstata, sobrino del emperador Constantino. Para complacer a su tío
pretendió ser cristiano. Sin embargo al convertirse luego en emperador, quiso restaurar el paga-
nismo, y persiguió implacablemente a los cristianos. Sólo había estado en el poder 18 meses
cuando fue herido mortalmente. Al ver la sangre que manaba de sus heridas exclamó: “Tú vencis-
te, Galileo” (refiriéndose, claro está, a Jesucristo).
2. La apelación a la perseverancia, vv. 32–39.
32
Pero traed a la memoria los días pasados, en los cuales, después de haber sido iluminados,
sostuvisteis gran combate de padecimientos; 33por una parte, ciertamente, con vituperios y tribula-
ciones fuisteis hechos espectáculo; y por otra, llegasteis a ser compañeros de los que estaban en
una situación semejante. 34Porque de los presos también os compadecisteis, y el despojo de vues-
tros bienes sufristeis con gozo, sabiendo que tenéis en vosotros una mejor y perdurable herencia
en los cielos. 35No perdáis, pues, vuestra confianza, que tiene grande galardón; 36porque os es ne-
cesaria la paciencia, para que habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengáis la promesa. 37Porque
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aún un poquito, Y el que ha de venir vendrá, y no tardará. 38Mas el justo vivirá por fe; Y si retroce-
diere, no agradará a mi alma. 39Pero nosotros no somos de los que retroceden para perdición, sino
de los que tienen fe para preservación del alma (10:32–39).
Aquí hay tres razones de peso para que siguieran fieles al Señor:
(i) Su experiencia pasada debía estimularlos.
(ii) La proximidad de su recompensa debía fortalecerlos.
(iii) El temor de desagradar a Dios debía impedirles retroceder.
a. El padecimiento pasado (vv. 32–34a) cuando fueron perseguidos por su fe. Hay un
llamado a recordar la antigua fe. El escritor hace una apelación a estos vacilantes creyentes
hebreos ante el peligro de que retrocediesen a las ordenanzas y rituales de la Ley. Es como si les
dijera: “Recuerden lo que fueron en los mejores momentos. ¿No garantiza ese pasado el porvenir?
Ustedes llegaron a triunfar en medio de toda esa persecución.”
“Hechos espectáculo” público en medio de oposición abierta, acusaciones falsas, y severas
persecuciones. Cuando leemos estas [p 104] palabras recordamos a las víctimas de la Inquisición,
marchando erguidos hacia la hoguera.
Asimismo se habían solidarizado e identificado con los sufrimientos de sus hermanos en la fe.
Revelaron además la autenticidad de su fe al mostrar compasión por los presos, probablemente
creyentes perseguidos. Tampoco les importó la confiscación de sus bienes, pues tenían asegura-
dos “tesoros en los cielos”. Preferían mantenerse fieles al Señor antes que conservar sus posesio-
nes materiales.
b. El premio apetecido (vv. 34b, 35) que debía animarlos. Sabían que tenían una heren-
cia incorruptible (cf. 1P. 1:4). Esta es la novena ocasión en que se emplea la palabra “mejor”, pero
aún quedan cuatro más.
En el v. 35 se los insta a que no echen por la borda su intrépida confianza en Cristo. Debían
conservar la confianza plena. Esa era y es la condición para conseguir la recompensa. De nuevo
se les recuerda que si bien no podían perder su salvación, sí podían perder su recompensa en el
Tribunal de Cristo.
c. La paciencia necesaria (vv. 36, 37) para recibir la promesa. La palabra que se traduce
como paciencia aquí significa permanecer bajo un peso, soportar; habla de la cualidad de resistir
con perseverancia y aguante frente a las pruebas y dificultades. La paciencia se desarrolla preci-
samente mediante la prueba.
Otra razón para la perseverancia, e incentivo para una vida de santidad, es la venida del Señor
(v. 37). Cualesquiera sean nuestra circunstancias, nuestra vida debe estar controlada por esta es-
peranza.
d. La preservación del alma (vv. 38, 39).
(i) El andar que agrada a Dios (v. 38a), el andar por fe. Aquí se cita el versículo de
Habacuc con la idea de que solo con fe podemos triunfar sobre las pruebas. El capítulo siguiente
proporcionará ejemplos. Este versículo del profeta se cita tres veces en el NT: en Ro. 1:17, para
mostrar que la justicia viene de Dios; en Gá. 3:17 para indicar que se obtiene por el principio de la
fe; y aquí para destacar que es el secreto de una vida santa y una paciencia efectiva.
(ii) La apostasía que desagrada a Dios (vv. 38b, 39a) e incurre en su desaprobación.
El escritor se desmarca de aquellos que se apartaban para su propia destrucción. La perdición ja-
más es el destino de los creyentes. De esos apóstatas se puede asegurar lo que dice 1 Jn. 2:19,
“Salieron de nosotros, pero no eran de nosotros …”
71

(iii) La actitud nuestra (v. 39b). El autor de esta epístola termina este pasaje tan fuerte
con una nota triunfal. El ejercicio de la fe de parte de un creyente lo capacita para vivir de tal mane-
ra que su vida sea de provecho y reciba plena recompensa.

[p 105] LA ADORACION VERDADERA SEGUN


HEBREOS
La razón por la que adoramos:
Porque contamos con un sacrificio perfecto—10:12
Porque hemos sido perdonados a través de El—10:17
Porque hemos sido santificados por El—10:10, 14, una
vez y para siempre
Porque tenemos acceso por su sangre—10:19
La condición para la adoración
Un corazón sincero—10:22
La confianza de la fe—10:22
Una conciencia limpia—10:22
Un cuerpo lavado—10:22
Dónde adoramos:
Dentro del velo—10:19, 20
Fuera del campamento—13:14
. Lo que involucra:
Sufrir reproches—13:13
Actuar como peregrinos que somos—13:14
Lo que ofrecemos al adorar
El sacrificio de alabanza—13:15
El sacrificio de nuestras obras—13:16
. El objeto sublime de nuestra adoraciónâ”-Jesús
El Crucificado—2:9
El Conquistador—2:14, 15
El Coronado—2:9
El que volverá—9:28

[p 106] CAPÍTULO DOCE


Cuando un maestro de una Escuela Bíblica Dominical preguntó a sus alumnos qué es la fe, un
niño contestó: “La fe es creer en algo que sabemos no es cierto.” Podemos desechar esa definición
como fruto de la ignorancia infantil, pero aun célebres pensadores opinan de la misma manera. Por
ejemplo, H.L. Mencken cínicamente llamó a la fe “la creencia ilógica en la ocurrencia de lo imposi-
ble.” Por su parte, Voltaire, el célebre ateo francés, afirmó: “la fe consiste en comprender lo que la
razón no puede creer.” Para otros la fe es emocionalismo, una especie de muleta psicológica para
aquellos que no pueden valerse solos. Asimismo hay quienes consideran la fe como sinónimo de
optimismo ciego o pensamiento positivo; y aquellos que la definen como credulidad o conjetura,
una especulación irreal.
72

Sin embargo, como veremos en este y los siguientes tres capítulos, la fe es algo totalmente po-
sitivo, una virtud esencial y codiciable.
III. LOS PRINCIPIOS SUPERIORES DE CONDUCTA 10:19–13:25 (cont.)
C. LA CONFIANZA EXIGIDA, Cap. 11. Tema central: la fe.
En los primeros siete versículos, se nos proporciona el principio de la fe para todas las edades.
Se suele destacar en especial la fe como nuestra respuesta a lo que Dios ha hecho en el pasado, y
en particular la obra del Calvario; o sea que es una mirada hacia atrás que nos inspira a actuar
responsablemente en el presente (v. gr. Gá. 2:20). Aquí, en cambio, el escritor a los Hebreos enfo-
ca la fe hacia el futuro, confiando plenamente en que lo que Dios ha prometido se cumplirá.
1
Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve. 2Porque por
ella alcanzaron buen testimonio los antiguos. 3Por la fe entendemos haber sido constituido el uni-
verso por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía (11:1–3).
1. La descripción y definición de la fe, vv. 1–3. [p 107] El significado y valor de la fe y su sufi-
ciencia se señalan en el v. 1. Más que una definición, se trata de una declaración y una descrip-
ción, pues al escritor le preocupa mucho más lo que la fe hace antes que lo que la fe representa.
a. La certeza de lo que se espera (v. 1a); certeza en la Palabra de Dios y su poder. No
se trata de ser crédulo ni de creer en cualquier cosa, sino creer lo que Dios dice. Es aceptar como
verdadero lo que Dios ha revelado. Es la respuesta genuina del hombre a las realidades de la reve-
lación divina. En algunas versiones se habla de “sustancia”, expresando así que la fe torna en rea-
lidad lo que se espera. La fe, pues, “no es la esperanza que se refugia en un quizás, sino que se
funda en una convicción”, como afirmaba William Barclay. Es “la expectativa de la primavera en
medio de un frío invierno.”
La fe es el actuar ahora sobre la base de promesas que aún no se han cumplido. Proporciona a
los objetos de esperanza la fuerza de realidades actuales. De ninguna manera se trata de creer a
pesar de la evidencia contraria, pues eso sería superstición. Se trata de creer en la evidencia pre-
sentada por Dios. Tampoco tiene que ver con fabricar un ‘sentimiento’ especial, sino que es nues-
tra respuesta total a lo que Dios ha revelado en su palabra.
Cabe destacar que la palabra griega para “certeza” también se empleaba en el sentido técnico
de “título de propiedad”. O sea que en la fe, en la certeza, tenemos la prueba de la posesión aun-
que no lo veamos aún. Resulta apropiado el proverbio armenio: “Cuando la fe va de compras,
siempre lleva un canasto con ella”.
Además, la fe es para el creyente lo que el cimiento es para una casa: proporciona la base con-
fiada y segura sobre la que se construye todo lo demás.
b. La convicción de lo que no se ve (v. 1b). Esto puede parecer ridículo para el incrédu-
lo (cf. Jn. 20:29). La fe da sustancia y realidad a nuestras esperanzas y pone a prueba las cosas
que no se ven. A través de todo el capítulo se apreciará que la fe no es pasiva sino bien activa, y
se verá que todas las ilustraciones se ocupan o de “lo que se espera” o “lo que no se ve.”
La fe es una actualización del anticipo del alma. Es el ojo del alma que nos permitirá vivir en el
disfrute presente de las cosas que no se ven. Penetra el velo de los sentidos y hace que las cosas
invisibles se hagan reales y tangibles; pasa más allá de las vicisitudes del tiempo y se aferra a las
bendiciones del futuro eterno. Es una activa convicción que mueve y moldea la conducta humana.
La fe no espera comprenderlo todo ya que entonces dejaría de ser fe. Tampoco es un salto al va-
cío o a la oscuridad, [p 108] sino que se basa en la revelación de Dios. Además, como bien dijera
el comentarista francés Rochedieu, “la fe es a la vez el ojo que ve lo imposible, y la mano que se
apodera de él.” La fe bíblica es la obediencia confiada a la Palabra de Dios a pesar de las circuns-
tancias y consecuencias.
73

Aunque ejercer semejante fe pueda parecer hasta cierto modo irracional, la historia proporciona
amplia justificación para que así hagamos. El resto del capítulo nos proporcionará ejemplos efecti-
vos de ello.
c. La confianza atestiguada (v. 2). El testimonio sobre los héroes de la fe del pasado
que sirve para animar a los creyentes. Fue en la esfera y el ejercicio de la fe que los padres fueron
aprobados por Dios. Resulta evidente que de no haber depositado su fe plenamente en Dios, estos
personajes serían desconocidos para nosotros hoy.
La palabra “testimonio” aquí es crucial. Se halla también dos veces en el v. 4, y una vez en los
vv. 5 y 39. Este testimonio fue la aprobación divina de su vida y su ministerio.
Esta declaración prepara a los lectores para la gran galería de héroes de la fe. Los grandes lo-
gros de los héroes de la fe que ellos tanto admiraban, fueron logros alcanzados mediante la fe.
d. La creación del universo (v. 3) también es motivo para que ejerzamos la fe. Es una
pena que los hombres de ciencia no toman en cuenta este versículo. Creer en la creación significa
también reconocer la soberanía total de Dios, tener fe en su poder ilimitable allí manifestado, acep-
tar sus derechos sobre nosotros como criaturas suyas, aceptar nuestra dependencia absoluta en
El. Tener fe implica ver a Dios como la fuente y agente responsable de la creación.
“Por la fe entendemos”. El mundo exige “ver para creer”, pero Dios nos dice “creer es ver”. Por
ejemplo, “¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?” (Jn. 11:40). Es que la fe es la con-
fianza en la realidad de cosas que no vemos, la convicción de la realidad de lo que Dios ha revela-
do.
El universo material fue creado de la nada “por la palabra de Dios”, en vez de evolucionar de
cosas ya existentes. La fe acepta este hecho sin cuestionarlo como lo hace el hombre. Pero mien-
tras que la fe trasciende la razón, no es irrazonable ni irracional.
2. La demostración de la fe, vv. 4–40. La galería de los héroes de la fe. Cada una de estas mini
biografías ilustran la presencia, el principio, el poder, y las posibilidades de la fe. El autor se remon-
ta casi al principio de la historia en busca de ejemplos.
4
Por la fe Abel ofreció a Dios más excelente sacrificio que Caín, por lo cual alcanzó testimonio
de sus ofrendas; y muerto, aún habla por ella. 5Por la fe Enoc fue traspuesto para no ver muerte, y
no fue hallado, porque lo traspuso Dios; y antes que fuese traspuesto, tuvo testimonio de haber
agradado a Dios. 6Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se
acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan. 7Por la fe Noé, cuando
fue advertido por Dios acerca de cosas que aún no se veían, con temor preparó el arca en que su
casa se salvase; y por esa fe condenó al mundo, y fue hecho heredero de la justicia que viene por
la fe (11:4–7).
a. [p 109] Antes del diluvio (vv. 4–7). Se abre este cuadro de honor con Abel, destacan-
do:
(i) La adoración de la fe (v. 4). La fe nos permite responder a Dios como debemos. El
sacrificio de Abel fue mucho “más excelente” que el de Caín porque se ofreció de la manera esta-
blecida por Dios. Fue el primer acto de adoración en la historia que tenemos registrado. Nos re-
cuerda que hay una manera adecuada y otra equivocada de rendir culto a Dios.
La redención es la única base sobre la que podemos relacionarnos con Dios. Abel ofre-
ció a Dios aquello que hablaba de su pecado, de la santidad y gracia divina, y del hecho que solo a
través de la muerte de un sustituto aceptado puede ser quitado el pecado. Sin duda Dios les había
enseñado esto (Gn. 3:21).
Caín, en cambio, como los religiosos de todos los tiempos, trajo del fruto de aquello que
Dios había maldecido. Su adoración fue rechazada porque voluntariamente ignoró las consecuen-
cias de la caída del hombre. El fue el fundador de la primera religión falsa, esencialmente basada
74

en las pretendidas buenas obras y el mérito humano. Para él, había que ganar la salvación me-
diante el fruto de su propia labor. Por eso Dios lo rechazó.
Abel recibió testimonio sobre el valor práctico y permanente de su fe. Y su fe se perpe-
túa, sigue viva pues “aún habla”, y él sigue ejerciendo una influencia positiva sobre todo verdadero
creyente. La fe, entonces, es esencial para la adoración.
(ii) El andar de la fe (v. 5) de Enoc, en comunión perfecta e íntima con Dios (Gn. 5:24
“caminó con Dios” implica intimidad, acuerdo, andar en la misma dirección (ver Am. 3:3), y comu-
nión ininterrumpida. Estas palabras implican también agradar a Dios.
Enoc fue el séptimo de la línea de Set, al igual que Lamec fue séptimo de la línea de Ca-
ín. Pero mientras la maldad llegó a su [p 110] punto culminante en este último, la piedad se mani-
festó en forma especial en Enoc, quien fue el primero en escapar a la muerte. Ese fue el fruto de la
fe. Además, la fuerza de su fe causó un impacto sobre su generación. “Tuvo testimonio de haber
agradado a Dios.”
Enoc salió de este mundo en una forma muy distinta a la de otros seres humanos pues “fue tras-
puesto para no ver muerte”, no pasó por las puertas de la muerte. Abel había muerto en forma vio-
lenta, otros más pacíficamente, pero Enoc no murió. Es que Dios tiene un plan diferente para cada
uno que confía en El. Enoc cambió su lugar pero no su compañía pues aún camina con Dios, aun-
que ahora en el cielo. Algunos ven en el arrebatamiento de Enoc, un cuadro del arrebatamiento de
la iglesia cuando el Señor vendrá en los aires a buscar a los suyos (ver 1 Ts. 4:13–17). El hijo de
un amigo mío, al oír la lectura de este pasaje en Génesis exclamó: “Oh, ése fue un mini arrebata-
maiento”. Y tenía toda la razón del mundo.
La fe, pues, es esencial para un andar en comunión con Dios.
(iii) El agradar por la fe (v. 6). La fe es indispensable para acercarse a Dios. Ninguna
cantidad de buenas obras puede compensar la falta de fe. Debemos creer que Dios existe y que es
accesible a los que le buscan. Pablo dice la misma verdad, aunque con otras palabras, en Ro.
14:23, “Todo lo que no es de fe es pecado”. El Dios en quien creemos no es meramente una “pri-
mera causa abstracta” sino un ser personal y recompensador. Es cierto que “sin fe es imposible
agradar a Dios”, pero no cualquier clase de fe agrada a Dios. “Si tan solo creemos lo bastante, algo
haremos”, rezaba una canción secular de hace algunos años. De acuerdo a este criterio popular lo
importante es creer, pero lo que uno cree no es tan importante. Sin embargo, no es así. El objeto
de la fe es sumamente importante. Por eso la pregunta no debe ser “¿Crees?” sino “¿En quién
crees?” Además, creer en Dios es más que aceptar que El existe, puesto que en ese sentido Acab
y Judas también creían. Debemos buscar a Dios de verdad, y dentro de la verdad. La fe verdadera
exige que creamos no solo lo que Dios ha dicho de sí mismo, sino también lo que ha dicho de no-
sotros. Además, la verdadera fe nos conduce a la obediencia, como muestra Ro. 1:5.
(iv) La actividad de la fe (v. 7) de Noé, que condenó al resto del mundo no solo por
obedecer la orden divina al construir el arca sino también por predicar. Sin duda Noé aprendió más
de su bisabuelo, Enoc, que de su propio padre. La fe de Noé lo hizo actuar (compare “la obra de
vuestra fe” 1 Ts. 1:3). En realidad su fe involucraba toda su persona, pues su mente percibió la ad-
vertencia de Dios, su corazón reaccionó con temor reverencial, y su voluntad actuó de acuerdo con
lo que Dios le dijo. Tomó la palabra de Dios en serio, y se jugó por ella. Para [p 111] él era sufi-
ciente lo que Dios le había dicho, aunque las apariencias parecieran contrarias, y por eso constru-
yó el arca que luego habría de ser el medio de su salvación. No se dejó disuadir por las burlas de
los demás ni por la presión social, aunque pareciera un loco. El tiempo habría de demostrar que
estaba en lo cierto.
Su fe fue un juicio sobre los demás pues esa fe “condenó” la incredulidad de ellos. Ade-
más de predicar con su actividad, porque le preguntarían por qué construía el arca, Noé fue, según
2 P. 2:5, “pregonero de justicia”. Su fe fue recompensada. Recibió vida eterna porque fue justifica-
do por la fe.
75

El mismo Señor empleó esta experiencia para advertir a su pueblo que estuviera listo pa-
ra su venida, aunque el mundo a nuestro alrededor siga su curso en indiferencia absoluta a nuestro
mensaje (ver Mt. 24:36–42).
La fe, entonces, también es esencial para la salvación.
76

[p 112]
CAPÍTULO TRECE
III. LOS PRINCIPIOS SUPERIORES DE CONDUCTA 10:19–13:25 (cont.)
C. LA CONFIANZA EXIGIDA, Cap. 11, (cont.)
¡Cuánto cuesta esperar! Es una de las disciplinas más difíciles de la vida. Sin embargo, cuando
hay promesas en que confiar, no cuesta tanto. La fe sin la promesa es presunción (2 P. 1:4), pero
la promesa sin la obediencia no es fe sino incredulidad.
2. La demostración de la fe, 11:4–40 (cont.)
8
Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir como
herencia; y salió sin saber a dónde iba. 9Por la fe habitó como extranjero en la tierra prometida co-
mo en tierra ajena, morando en tiendas con Isaac y Jacob, coherederos de la misma promesa;
10
porque esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios. 11Por la
fe también la misma Sara, siendo estéril, recibió fuerza para concebir; y dio a luz aun fuera del
tiempo de la edad, porque creyó que era fiel quien lo había prometido. 12Por lo cual también, de
uno, y ése ya casi muerto, salieron como las estrellas del cielo en multitud, y como la arena innu-
merable que está a la orilla del mar. 13Conforme a la fe murieron todos éstos sin haber recibido lo
prometido, sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo, y confesando que eran extranjeros
y peregrinos sobre la tierra. 14Porque los que esto dicen, claramente dan a entender que buscan
una patria; 15pues si hubiesen estado pensando en aquella de donde salieron, ciertamente tenían
tiempo de volver. 16Pero anhelaban una mejor, esto es, celestial; por lo cual Dios no se avergüenza
de llamarse Dios de ellos; porque les ha preparado una ciudad. 17Por la fe Abraham, cuando fue
probado, ofreció a Isaac; y el que había recibido las promesas ofrecía su unigénito, 18habiéndosele
[p 113] dicho: En Isaac te será llamada descendencia; 19pensando que Dios es poderoso para le-
vantar aun de entre los muertos, de donde, en sentido figurado también le volvió a recibir. 20Por la
fe bendijo Isaac a Jacob y a Esaú respecto a cosas venideras. 21Por la fe Jacob, al morir, bendijo a
cada uno de los hijos de José, y adoró apoyado sobre el extremo de su bordón. 22Por la fe José, al
morir, mencionó la salida de los hijos de Israel, y dio mandamiento acerca de sus huesos (11:8–
22).
b. En los días de los patriarcas (vv. 8–22)
La vida de Abraham se describe en palabras de una sencillez dramática y nos muestran la
aventura y ventura de la fe. Por eso no nos extraña que se le asigne más espacio a él que a los
otros adalides de la fe, y que luego se lo llame “padre de los creyentes.” El escritor comienza
hablando de:
(i) La partida de la fe, v. 8 de Abraham en obediencia al mandato divino. No hubo
cuestionamiento alguno a pesar de no saber cuál sería su destino. Prefirió andar por fe antes que
por vista. Sin duda sus amigos se burlarían de él por semejante necedad al dejar atrás la seguridad
y comodidad de Ur de los Caldeos. Pero a pesar del sacrificio que implicaba, emprendió la marcha.
No sabía a dónde se dirigía, pero sabía Quién lo había llamado, y eso le bastaba. Por eso igual
partió, confiando en Dios.
(ii) El peregrinaje de la fe (v. 9) morando en tiendas, porque esperaba algo más allá
del Canaán terrenal. Nos recuerda que nosotros también somos peregrinos (1 P. 2:11, 12), rumbo
a nuestra patria celestial.
La fe de Abraham era una fe paciente. A pesar de que llegó a la tierra prometida, nunca
pudo tomar posesión de ella, salvo el lote que compró para enterrar allí a su esposa Sara. Tuvo
que andar como un “extranjero” errante, morando en tiendas, símbolo éstas de lo temporal y tran-
sitorio. Sin embargo, no abandonó su fe, a diferencia de nosotros que somos tan impacientes y
cuando surge alguna demora en nuestros planes comenzamos a dudar. Aquel cuya mente y cora-
zón está puesto en las cosas de arriba, no se aferra a las de este mundo.
77

“Coherederos”. El compañero de su peregrinación sería su hijo, Isaac; y luego su nieto,


Jacob, habría de seguir su ejemplo piadoso.
(iii) La percepción de la fe (v. 10) que le ayudaba a ver “la ciudad que tiene funda-
mentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios” y por eso es sólida y real. Así pudo abandonar
la ciudad terrenal. No tenía su corazón puesto en lo presente, en cosas materiales, sino en lo eter-
no. Se consideraba, como debemos hacerlo nosotros también, un “ciudadano del cielo”. Se trata de
una ciudad modelo, sin barrios marginales, sin aire ni agua contaminada, sin cualquiera de los
otros problemas que afectan [p 114] nuestros centros urbanos. Además, la mención de una ciudad
aquí sugiere la idea de permanencia y de una sociedad ordenada bajo el gobierno divino. Como
nos dice el salmista: “Del río sus corrientes alegran la ciudad de Dios, el santuario de las moradas
del Altísimo”(46:4). Y aunque invisible para el ojo humano, es visible para el ojo de la fe, y es per-
manente e indestructible porque ha sido construido por Dios mismo. La mención de los fundamen-
tos nos recuerda la ciudad celestial que se menciona en Ap. 21 (especialmente vv. 19, 20).
El mismo Señor se refirió a esa percepción o visión de la fe de Abraham al decir: “Abra-
ham vuestro padre se gozó de que había de ver mi día; y lo vio, y se gozó” (Jn. 8:56).
(iv) El poder de la fe (vv. 11, 12) que por la influencia de Abraham ayudó a que Sara
concibiera. Si bien nos sorprende encontrar a Sara como ejemplo de fe, al ser sus primeras expre-
siones no tan ejemplares, Dios no la juzgó en base a esas reacciones negativas sino en base a la
fe que luego ejerció. Por eso en ella vemos la recuperación de la fe. La fe de Sara entró en acción
a raíz de la admonición de Dios (Gn. 18:13–15) a causa de su incredulidad manifestada al reirse;
además la inspiración de la fe de su marido también tuvo su roll Luego en ella pasó a haber una
creciente comprensión que la llevó a creer en lo que era humanamente imposible. Recibió fuerza
para realizar lo imposible. Y así a los 88 o 89 años de vida, dio a luz a Isaac.
Todo esto nos permite estar seguros de que Dios jamás hace promesas que no quiera o
no pueda cumplir.
“Las estrellas del cielo” parecen sugerir la simiente espiritual, mientras que la “arena”
sugiere la simiente terrenal, el pueblo de Israel (Gn. 22:17, 18). Apreciamos así como la fidelidad
de Abraham, un solo hombre pero un hombre de fe, produjo una abundante cosecha.
(v) La paciencia de la fe (v. 13). Aunque murieron, lo hicieron en la fe del cumplimien-
to de lo que Dios les había prometido.
“Conforme a la fe” sugiere la idea de “gobernados por la fe”, la fe anticipada en el Sal-
vador. Aquí se muestra cómo lo intangible puede ser alcanzado por la fe, y cómo las cosas de este
mundo pueden ir perdiendo importancia a la luz de las promesas de Dios. Ellos dieron testimonio al
mundo de aquel entonces, y a las generaciones venideras, de que eran “extranjeros y peregrinos”,
como debemos serlo nosotros según la exhortación de 1 P. 2:11, “os ruego como a extranjeros y
peregrinos, que os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma.”
Tertuliano, uno de los llamados ‘padres’ de la iglesia, decía del cristiano: “Sabe que es
peregrino sobre la tierra, pero que su dignidad está [p 115] en los cielos.” Hay un dicho apócrifo
atribuido a Jesús, pero apropiado en este punto: “El mundo es un puente; el hombre sabio pasará
sobre él, pero no edificará allí su casa.”
(vi) La patria esperada por la fe (vv. 14–16) una patria mejor, celestial. No obstante
las demoras, Abraham jamás parece haber perdido la esperanza de ver el cumplimiento de lo pro-
metido. Martín Lutero decía del v. 14: “Todo aquel que profesa tener un Padre en los cielos, se
confiesa un extraño en la tierra; por tanto hay en el corazón un anhelo ardiente … por su patria.”
Ciertamente no había nada que retuviera a Abraham y Sara, o que les impidiese regresar
(v. 15). Por eso su especie de ‘exilio’ era voluntario. Prefirieron seguir allí (v. 16). En forma similar,
los que han sido llamados por Dios no desean volver a la vida anterior, no porque no puedan sino
porque no quieren. Esto agrada a Dios en forma especial. En este caso la actitud de la fe de estos
78

patriarcas evocó una respuesta extraordinaria de Dios: “por lo cual Dios no se avergüenza de lla-
marse Dios de ellos.”
(vii) La prueba de la fe (vv. 17–19) fue superada porque Abraham confiaba en el po-
der de Dios para hacer aun lo que nunca se había hecho antes. A esta altura de sus vidas, Abra-
ham tendría unos 117 años, y Sara 108.
Para comprender la dureza de la prueba basta preguntarnos si nuestro amor y lealtad a
Dios nos llevaría a sacrificar aun lo que más valoramos. Después de haber tenido que esperar na-
da menos que 25 años desde la promesa divina hasta la llegada de Isaac, todas sus esperanzas
estaban cifradas en ese hijo. Sin embargo, Abraham estuvo dispuesto a obedecer a Dios y “ofreció
a Isaac”. Alguien ha dicho acertadamente: “las circunstancias no quebrantan al hombre, sino que lo
revelan tal cual es”.
La fe verdadera se somete humildemente a la voluntad de Dios, y obedece sin cuestionar
ni discutir, confiando en Dios en forma total. Abraham es el modelo del hombre que acepta aun lo
que no puede comprender, y lo acepta sin perder la confianza en Dios. La fe de Abraham de algu-
na manera captó la maravillosa posibilidad de que Dios pudiera “levantar aun de entre los muer-
tos”, o sea resucitarlo, aunque hasta ese momento eso jamás se había producido. No había ante-
cedentes, como ahora los hay, para apoyarse en ellos. Y en un sentido, ya que estaba en el acto
mismo de sacrificarlo, es como si realmente hubiese resucitado.
(viii) Las profecías por la fe (vv. 20–22) realizadas por Isaac, Jacob y José. Hay algo
que une a los tres patriarcas, y es que se trataba de experiencias cercanas al momento de su
muerte. En todos los casos podemos ver la esperanza de la fe.
*[p 116] La bendición por la fe (v. 20) de Jacob. La fe de Isaac, aunque al principio
oscurecida por impulsos carnales, se manifestó en el reconocimiento de los derechos de Dios por
encima de la naturaleza. Se acordó de la promesa de Dios de bendecir a sus hijos. La fe ve el futu-
ro siempre a la luz de las promesas de Dios. Así al acercarse al final de sus días, su mente estaba
ocupada en cosas venideras. Por eso no hizo ningún esfuerzo para cambiar su bendición porque
reconoció que Dios había permitido que se produjese ese trueque.
*La bendición profética por la fe (v. 21) acompañada de adoración, de parte de Jacob.
Se pasa por alto la larga vida de Jacob, no caracterizada precisamente por la fe, y se escoge la
escena final para mostrar su fe al cruzar sus manos al bendecir los hijos de José. El suplantador
carnal se ve ahora como un adorador devoto.
Por fe Jacob pudo además ver el futuro de sus hijos y sus familias o tribus.
*Las instrucciones precisas (v. 22) dadas por José con respecto a dónde debían ser
llevados sus huesos. José no quería ser sepultado en un espléndido mausoleo, como le hubiera
correspondido por su rango. Deseaba ser embalsamado y puesto en un ataúd que recordase que
Egipto no era su patria. Cabe aquí una advertencia pues esta referencia a los huesos no es ningún
justificativo para la veneración de huesos y reliquias de los santos, ni para las procesiones con
esas reliquias.
Tenemos que admirar la fe de estos patriarcas. No tenían una Biblia com-
pleta como nosotros. En verdad no tenían nada escrito, sino solo unas pocas promesas orales.
Pero confiaron en ellas. ¡Cuánta más fe deberíamos tener nosotros!

[p 117] LA FE VERDADERA EN ACCION


Introducción—el poder de la fe Es el medio para:
Acercarse a Dios—10:22
Vivir plenamente—10:38
Obtener la salvación—10:39
79

Declaración
El carácter de la fe. Se la define como:
La seguridad de la esperanza—11:1
La convicción de lo que no se ve—11:1
La necesidad de la fe. Se requiere para:
Apreciar a Dios—11:6b
Agradar a Dios—11:6a
Ilustraciones—la evidencia de la fe
Ejemplos generalizados:
En el pasado—11:2
En el presente—11:3
Ejemplos particulares. La fe evidenciada:
En adoración—Abel—11:4
En el andar—Enoc—11:5
En el actuar—Noé—11:7
En la obediencia—Abraham—11:8–10, 17, 19
En confianza en Dios—Sara—11:11
En anticipar el futuro—11:20–22
En valor y arrojo—11:23
En fidelidad—11:24–28
En conflicto, sufrimiento y conquista—los héroes de
Israel—11:29–39
. Exhortación—la perfección de la fe.Mirando a Jesús:
El Ejemplo de la fe 12:1, 2
El Objeto de la fe 12:1, 2
W.E.Vine
80

[p 118]
CAPÍTULO CATORCE
III. LOS PRINCIPIOS SUPERIORES DE CONDUCTA 10:19–13:25 (cont.)
C. LA CONFIANZA EXIGIDA, Cap. 11, (cont.)
2. La demostración de la fe, 11:4–40 (cont.)
23
Por la fe Moisés, cuando nació, fue escondido por sus padres por tres meses, porque le vie-
ron niño hermoso, y no temieron el decreto del rey. 24Por la fe Moisés, hecho ya grande, rehusó
llamarse hijo de la hija de Faraón, 25escogiendo antes ser maltratado con el pueblo de Dios, que
gozar de los deleites temporales del pecado, 26teniendo por mayores riquezas el vituperio de Cristo
que los tesoros de los egipcios; porque tenía puesta la mirada en el galardón. 27Por la fe dejó a
Egipto, no temiendo la ira del rey; porque se sostuvo como viendo al Invisible. 28Por la fe celebró la
pascua y la aspersión de la sangre, para que el que destruía a los primogénitos no los tocase a
ellos. 29Por la fe pasaron el Mar Rojo como por tierra seca; e intentando los egipcios hacer lo mis-
mo, fueron ahogados. 30Por la fe cayeron los muros de Jericó después de rodearlos siete días.
31
Por la fe Rahab la ramera no pereció juntamente con los desobedientes, habiendo recibido a los
espías en paz (11:23–31).
c. Desde Moisés hasta la ocupación de Canaán (vv. 23–31)
La vida entera se compone de decisiones. Dios creó al hombre con libre albedrío, con la
capacidad para escoger. Asimismo, como afirmaba acertadamente el filósofo argentino José Inge-
nieros: “La decisión oportuna es el secreto de los grandes caracteres.” Pero además, para el cre-
yente las decisiones de la vida diaria determinan nuestro carácter. Hebreos 11 no es solamente
una galería de héroes de la fe sino que proporciona múltiples ejemplos de las decisiones de la fe
que habrían de afectar el curso no solo de sus propias vidas, sino también de la misma historia.De
todas estas decisiones quizás la más decisiva y trascendente [p 119] fue la de Moisés. Alguien ha
llamado este pasaje: “La sicología de una gran renuncia.”
(i) Su renuncia (v. 23, 24). Para poder comprender qué le llevó a esta gran renuncia,
debemos primero considerar:
*La piedad de sus padres (v. 23) y su fe triunfante. Su resolución posterior sin duda
se remonta a la piedad que encontró en sus padres. ¿Por qué la fe de ellos triunfó sobre la volun-
tad del rey? Según este pasaje y Ex. 2:2, Moisés era un niño “hermoso” (cf. Hch. 7:20). Quizás en
esa especial hermosura ellos discernían una señal de Dios del favor divino. A raíz de su fe escon-
dieron a Moisés, creyendo que Dios tenía un propósito especial para él. Ellos sin duda deseaban
que fuera el instrumento en las manos de Dios para cumplir las promesas hechas a sus padres
Abraham, Isaac, Jacob, y José. En el hogar se habría enseñado con respecto a esas promesas, y
se le habría inculcado una fe sincera en el Dios de sus padres. Por eso la fe de Moisés comenzó
en la casa paterna. Fue criado en un ambiente de fe, la cual él abrazó como propia años después.
El reto y estímulo para los que crían hijos es evidente.
*Su preparación esmerada se aprecia leyendo Hch. 7:22: “Y fue enseñado Moisés en
toda la sabiduría de los egipcios”, o sea que recibió la mejor educación posible en el mundo de
aquel entonces. Asimismo Esteban se refiere allí a:
*Su posición y prestigio: “y era poderoso en sus palabras y obras.” Debido a ello:
*Las perspectivas que habría tenido Moisés si hubiera permanecido en la corte habrí-
an sido fantásticas. Como hijo adoptivo de la princesa, que según la leyenda era estéril, podría
haber llegado a ser monarca, o faraón. Pero el valor de una renuncia se aprecia en aquello a que
se renuncia. Debemos notar que la fe lo llevó a Moisés a renunciar a todo lo que la providencia
había colocado al alcance de su mano. Es que la providencia gobierna las circunstancias, pero la
fe gobierna la conducta.
81

La decisión de la fe no solo se ve en nuestra elección de lo que está bien,


sino también en nuestro rechazo de lo que está mal. ¿A qué hemos renunciado nosotros?
(ii) Su resolución (v. 25) nacida de sus propias convicciones firmes. No fue hecha en
el calor e impulso de la juventud que tantas veces se caracteriza por la inmadurez y las decisiones
apresuradas o precipitadas ni tampoco en su vejez, sino en la madurez de sus 40 años.
*La importancia de su resolución. Esta decisión era ya impostergable. Como sucede
con la mayoría de nosotros en el curso de nuestra carrera sobre la tierra, había llegado el momento
de tomar la gran resolución, la importante decisión a favor de Dios y la conciencia, o contra ellos.
[p 120] Por un lado estaban todas las tentaciones que el mundo y la
carne podían ofrecer, “los tesoros de los egipcios”, lujo, cultura, goces de la corte, alimentos exqui-
sitos, música y todos los signos exteriores que señalan a quiénes prodiga la sociedad su sonrisa.
Pero del otro lado estaba la conciencia, el honor, el afecto natural, y el patriotismo.
Moisés había escuchado el llamado de Dios y sabía que había lle-
gado el momento cuando o debía escuchar la palabra de Dios y dar la espalda a todas las atrac-
ciones de Egipto, o bien debía enfrentarse con su conciencia y su alma y dar la espalda a Dios.
Cualquier creyente que quiere valer para algo para Dios y hacer un impacto en el mundo, deberá
hacer la misma resolución.
*La identificación en su resolución. Resolvió voluntariamente echar su suerte con sus
hermanos e identificarse plenamente con ellos, porque solo así podría llegar a ser el libertador de
ellos (cf. Hch. 7:25). Ello iba a ser muy costoso para él porque significaría ser “maltratado con el
pueblo de Dios”.
*La inteligencia de su resolución. Humanamente hablando su decisión parecería ne-
cia por todo lo que perdería de disfrutar. Pero Moisés se daba cuenta de que el mundo y el pecado
pueden proporcionarnos cierta medida de placer y satisfacción, no podemos negarlo. Sin embargo,
luego nos dejan un sabor amargo. Recordamos las palabras de Job 20:5, “la alegría de los malos
es breve, y el gozo del impío por un momento.”
Los hombres escogen los “deleites temporales del pecado”, pero luego pagan el pre-
cio, después que ese momento se ha desvanecido. En cambio ¡cuán distintos son los goces y pla-
ceres del creyente (ver Sal. 16:11)!
(iii) Su razón (v. 26) se señala claramente aquí. Notemos:
*Su estimación, “teniendo” o sea estimando, considerando, sopesando las alternati-
vas. No fue por tanto una decisión precipitada sino bien pensada por la fe. La fe hacer ver las co-
sas bajo su luz verdadera, y enseña el justo valor de ellas. Por eso se ha llamado a la fe “la arteria
vital de alma.”
Si quiero seguir el programa de Dios para mí debo sufrir reproche, el
oprobio, el “vituperio de Cristo”. Según Fil. 1:29, sufrir por Cristo es un privilegio que se nos con-
cede. El vituperio de Cristo para nosotros se debe a nuestra asociación con Aquel que fue recha-
zado por los hombres. El Señor nos explica la razón en Jn. 15:18–20. Escojamos el reproche o
vituperio de Cristo; no lo neguemos cf. He. 13:12, 13.
*El estímulo que animaba a Moisés era el premio o “galardón”. Bien se ha dicho que
“la fe es la vista del ojo interior”. Moisés [p 121] tenía la habilidad de ver lo inmediato a la luz de la
eternidad. ¡Esa sí que es una perspectiva especial! El renunció a la abundancia del mundo a cam-
bio de la gloria eterna. Lo primero ya ha desaparecido hace siglos; lo último lo sigue disfrutando
aún. El Señor también habló de esa alternativa para nosotros (Mt. 6:19–21).
Moisés actuó a la luz de la eternidad y de los valores eternos. Podemos agregar que “al
ejercer la fe estamos girando sobre los recursos inagotables de Dios”. Lo que este mundo podía
proporcionarle a Moisés era tangible y real, mientras que las perspectivas y recompensas de la
eternidad estaban distantes, y eran intangibles, aunque no para la fe ni para los ojos de la fe. Re-
82

sulta acertado aquello de que “la fe tiende un puente desde este mundo al otro”. Asimismo como
afirmara San Agustín, “Fe es creer lo que no vemos, y la recompensa de esta fe consiste en ver lo
que creemos.”
(iv) Su retiro forzado, pero necesario (v. 27a) pues debía dejar atrás a Egipto con su
riqueza y placer, su pompa y su poder temporal. De otro modo bien podríamos preguntar: “La fe
que no se pone en acción, ¿es por ventura fe sincera?”
Según lo que leemos en Exodo 2:11–15 y Hch. 7:24, 25 lo que precipitó ese retiro fue:
*Su táctica errada al adelantarse a la voluntad de Dios. No era ni el método que Dios
tenía en mente, ni el momento oportuno. Moisés pensaba, como muchos creyentes hoy, que la
obra de Dios podría ser realizada con los métodos de este mundo, tratando de lograr resultados
espirituales con medios carnales. Antes que Dios pudiera utilizarlo como su instrumento para librar
a su pueblo de la esclavitud, Moisés tenía que aprender, como nosotros, la nulidad de todo esfuer-
zo humano.
*El temor posible (cf. Pr. 29:25). Podía haber temido “la ira del rey”, pero no fue así.
Tanto Exodo como Hechos nos dicen que huyó. Las aparentes contradicciones en la razón por la
cual dejó Egipto se explican por las dos perspectivas distintas. En los primeros dos se nos muestra
el lado humano, mientras que Hebreos destaca el lado espiritual, y en particular su fe.
*El temor determinante (cf. Pr. 21:1). Moisés poco temía al rey de Egipto, porque te-
mía a Dios tanto más, deseaba agradarle, y tenía una visión transformadora de El.
(v) Su resistencia perseverante (v. 27b). La fe de Moisés estaba basada en un princi-
pio espiritual: “se sostuvo como viendo al Invisible”. Se trata de una paradoja pues ¿cómo se pue-
de ver lo invisible? Pero además se trata de lo que alguien apropiadamente ha dado en llamar [p
122] “un milagro óptico” que se produce sólo con los ojos de la fe. V.gr. 1 P. 1:8 “A quien amáis sin
haberle visto, en quien creyendo aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorio-
so.”
Si bien Dios está:
*Velado o esencialmente invisible a los sentidos pues el ojo físico no puede contem-
plar (v.gr. Jn. 1:8, “A Dios nadie lo vio jamás”, en cambio es:
*Visible y puede ser percibido espiritualmente por el alma. V.gr. “Bienaventurados los
de limpio corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt. 5:8). Allí la fe es real y hay una conciencia de la
presencia de Dios. Como dijo Tomás Brooks: “La fe hace las cosas invisibles, visibles; las cosas
ausentes, presentes; y las cosas que están lejos, como si estuvieran muy cerca del alma.” Además,
notemos en conclusión el:
*Vigor y fuerza especial que otorga esta visión: Infunde valor, levantando al alma por
encima del temor del hombre. Por eso el salmista afirma “está a mi lado, no temeré”. Inspira al al-
ma con paciencia y perseverancia ante las pruebas de la vida. Permite al creyente afirmar como
Pablo aun de los sufrimientos más severos las palabras de 2 Co. 4:17, 18. Impulsa al alma con
energía y persistencia para los deberes difíciles de la vida. Instituye una exaltación del tono y el
espíritu de la vida. Hará imposible una vida de propósitos indignos y prácticas pecaminosas.
En conclusión, bien se podría decir de Moisés lo que Turgot dijo de Cristóbal Colón. “No
fue tan grande porque descubrió América, como porque se lanzó a la mar en la fe de que existía
semejante continente para descubrir.” Su fe lo hizo grande. Así también con Moisés, y también
puede hacerlo con nosotros.
83

[p 123]
CAPÍTULO QUINCE
III. LOS PRINCIPIOS SUPERIORES DE CONDUCTA 10:19–13:25 (cont.)
C. LA CONFIANZA EXIGIDA, Cap. 11, (cont.)
2. La demostración de la fe, 11:4–40 (cont.)
c. Desde Moisés hasta la ocupación de Canaán (vv. 23–31) (2da. parte)
(vi) La redención por la fe (v. 28) apreciada y anticipada en la primera pascua.
Hemos visto hasta aquí que si bien la providencia gobierna las circunstancias, la fe go-
bierna la conducta.
En este versículo apreciamos la visión de la fe, porque se necesitaba fe para sacrificar
un cordero y aplicar la sangre antes de que tuviera lugar aquel juicio divino. Pero los que la aplica-
ron fueron salvos, y los que no, sufrieron las consecuencias nefastas de su desobediencia. Es un
cuadro gráfico de la salvación del pecado, y abarca el reconocimiento del justo juicio de Dios sobre
el pecado. Vemos en ese ejemplo un paralelo con la salvación por la sangre del Cordero de Dios,
que la fe esparce sobre los postes y dintel de la puerta, proveyéndoles seguridad ante los ojos de
Dios.
(vii) Los resultados de la fe (vv. 29, 30)
*La distinción que se produjo (v. 29) al cruzar el Mar Rojo, y el contraste entre el efec-
to de la fe y la incredulidad. Donde no hay camino, Dios abre un camino. Donde parece no haber
salida, El la proporcio “na. El hace lo imposible si confiamos en El. Por eso aquí se trata del arrojo
de la fe, de una fe que avanza a pesar de los obstáculos pues es fe en el poder de Dios. La orden
era “Di al pueblo que marche” (Ex. 14:15), y lo hicieron a pesar de la barrera del mar. Sin fe nadie
habría dado el primer paso para entrar en el mar. En cambio, la audacia y presunción de los egip-
cios incrédulos no les valió para nada sino solo para su destrucción.
[p 124] La fe verdadera no se limita a lo que parece razonable o realizable.
Sigue adelante con la única preocupación de si es o no el camino señalado por Dios.
Llama la atención que no se mencione nada acerca del peregrinaje de 40
años en el desierto, pero eso sin duda se debe a que ese período estuvo caracterizado no preci-
samente por fe sino por incredulidad.
*La destrucción de los muros (v. 30) de Jericó, una ciudad fortificada y clave para po-
der tomar la tierra prometida. Al obedecer las instrucciones divinas por más disparatadas que pare-
cieran y perseverar en esa obediencia, se produjo el milagro. Se pudo así realizar una proeza mu-
cho más allá de los recursos humanos y materiales con que contaban los israelitas.
Los “muros de Jericó” representaban una barrera a la entrada en la tierra
prometida. La ciudad por tanto debía ser tomada considerando su lugar estratégico. Pero por la fe
los muros y las barreras que el hombre ha construido pueden ser destruidos y superados. Como
declara el apóstol Pablo en 2 Co. 10:4, las armas de nuestra lucha no son carnales sino espiritua-
les y “poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas.”
(viii) La recepción por la fe (v. 31) hacia los espías por parte de Rahab. Se aprecia así
que para la fe no hay acepción de personas. Algunos han pretendido suavizar el lenguaje un poco,
llamándola mesonera, pero aquí se la llama a secas “la ramera” para hacer resaltar la gracia divina,
y que el ejercicio de la fe no se limita a las grandes personalidades. Se destaca su:
*Convicción en el poder del Dios de Israel y en su supremacía divina, que le hizo
abandonar las falsas religiones de Canaán. Ella dijo: “Sé que Jehová os ha dado esta tierra” (Jos.
2:9).
84

*Carácter. A pesar de su dudosa moral y su reputación maltrecha anterior a su con-


versión, tenía una genuina fe en el Dios de Israel. Ella mostró su fe con obras (Stg. 2:25), arries-
gando su vida para proteger a los espías hebreos. Además obedeció las instrucciones de ellos
atando un cordón de grana a su ventana.
*Compensación, ya que ella y su casa fueron protegidos. Es que Dios siempre honra
la fe. La compensación mayor en el caso de Rahab fue que pasó a formar parte los antepasados
del mismo del Señor, y a figurar en su genealogía pues se casó con Salmón (Mt. 1:5). No importa
cuál haya sido nuestro pasado ni cuáles nuestras asociaciones, a través de la fe aun el más empe-
dernido pecador puede transformarse en hijo de Dios. Pero si bien Dios no se preocupa de lo que
éramos antes de poner nuestra confianza en El, sí le interesa sobremanera lo que somos después
de conocerle.
[p 125] Como hemos venido comprobando, cada persona que se menciona
en este capítulo muestra algún aspecto de lo que es la fe, y la vida de fe.
Otros héroes (vv. 32–40)
32
¿Y qué más digo? Porque el tiempo me faltaría contando de Gedeón, de Barac, de Sansón, de
Jefté, de David, así como de Samuel y de los profetas; 33 que por fe conquistaron reinos, hicieron
justicia, alcanzaron promesas, taparon bocas de leones, 34 apagaron fuegos impetuosos, evitaron
filo de espada, sacaron fuerzas de debilidad, se hicieron fuertes en batallas, pusieron en fuga ejér-
citos extranjeros. 35 Las mujeres recibieron sus muertos mediante resurreción; mas otros fueron
atormentados, no aceptando el rescate, a fin de obtener mejor resurrección. 36 Otros experimenta-
ron vituperios y azotes, y a más de esto prisiones y cárceles. 37 Fueron apedreados, aserrados,
puestos a prueba, muertos a filo de espada; anduvieron de acá para allá cubiertos de pieles de
ovejas y de cabras, pobres, angustiados, maltratados; 38 de los cuales el mundo no era digno;
errando por los desiertos, por los montes, por las cuevas y por las cavernas de la tierra. 39 Y todos
éstos, aunque alcanzaron buen testimonio mediante la fe, no recibieron lo prometido; 40 proveyen-
do Dios alguna cosa mejor para nosotros, para que no fuesen ellos perfeccionados aparte de noso-
tros (11:32–40).
c. Otros héroes nombrados y anónimos (vv. 32–40) siguen a continuación, ya no con
detalle y no necesariamente en orden cronológico. Hay falta de espacio, pero no de ejemplos.
(i) Las proezas que realizaron por la fe (vv. 32–35). Se nombran seis personajes más,
y luego un número de variados ejemplos de lo que la fe de ellos pudo realizar. Allí comprobaremos
la verdad de que “la fe hizo de esos hombres y mujeres, sujetos a las mismas flaquezas que noso-
tros, héroes y heroínas notables.”
*Gedeón (v. 32), un campesino temeroso, que luego con solo 300 hombres hizo huir
un ejército de 135.000 porque Dios estaba con él. En Gedeón vemos el valor de la fe.
*Barac, contagiado por la fe y confianza de Débora. Se dice que detrás de cada gran
hombre hay una gran mujer, y así fue en este caso. Juntos, y con la ayuda sobrenatural de Dios,
derrotaron a los canaanitas.
*Sansón no fue precisamente lo que llamaríamos “un dechado de virtudes”. Sin em-
bargo le pidió fuerzas a Dios, clamando a El: “Acuérdate ahora de mí y fortaléceme”, y Dios oyó su
ruego, permitiendo [p 126] que pudiera dar muerte a más filisteos que en toda su vida anterior
(Jue. 16). El ilustra lo que podríamos llamar la fuerza de la fe.
*Jefté. Aunque un hijo ilegítimo desterrado, Jefte llegó a ser libertador de su pueblo
porque tuvo fe en el Señor (Jue. 11:30–33). Su caso es una ilustración de la entrega o compromiso
de la fe.
*David, el mayor y mejor de los reyes del pueblo de Israel. ¡Cuántas demostraciones
de fe en acción hubo en su vida, desde la oscuridad de su vida de pastor en su juventud, a la de-
85

rrota de Goliat y tantos ejércitos enemigos! Pero su inclusión en esta lista también sirve para recor-
darnos que hasta los hombres de fe pueden estar sujetos a tentación.
*Samuel, el último de los jueces de Israel y el primero de los profetas. Era el hombre
de Dios para la nación en el momento en que el sacerdocio había fracasado. De todos los ejemplos
del ejercicio de la fe en su vida, escogemos 1 S. 7:3–12 como demostración de lo que es la oración
de fe.
*Los Profetas, voceros y mensajeros de Dios en épocas muy difíciles, ejercieron la fe
constantemente al tener que anunciar eventos que aún no se habían producido, y anunciar nuevas
que muchas veces no eran bien recibidas. Sin embargo, lo hacían con la seguridad de que esos
mensajes eran fruto de la revelación divina.
Luego en los vv. 33–38 hay una lista de por lo menos 25 diferentes clases de experiencias y
circunstancias que abarcan todas las facetas de la vida.
*Por fe conquistaron reinos (v. 33). Esas palabras traen a nuestras mentes perso-
nas como Josué, los jueces, y David en particular. Nos recuerdan que sólo por la fe podemos “to-
mar posesión de nuestras posesiones”, o sea de lo que es nuestro por derecho al habernos sido
prometido. En nuestro caso no se trata de reinos, pero sí de paz, gozo, confianza, victoria, etc.
*Hicieron justicia, en el caso de aquellos jueces y reyes cuya administración fue jus-
ta, recta y piadosa. Y realmente sólo puede ser justo quien por la fe se aferra a los principios rectos
de la Palabra de Dios y ajusta su vida y relaciones a ellos.
*Alcanzaron promesas, o sea el cumplimiento de las promesas. Las promesas son
como cheques que solo la fe puede cobrar. Ya hemos visto el ejemplo de Abraham, pero también
tenemos, entre otros, el caso de Daniel reclamando el cumplimiento de las profecías de Jeremías y
viéndolas comenzar a cumplirse.
*Taparon bocas de leones. Inmediatamente pensamos en Sansón (Jue. 14:5, 6),
David (1 S. 17:34, 35), pero por encima de todo, Daniel (6:22). Era fe para afrontar peligros graves,
o aun el “león rugiente” que es Satanás (1 P. 5:8, 9).
*[p 127] Apagaron fuegos impetuosos (v. 34) parece referirse a los tres jóvenes va-
lientes hebreos en Babilonia, que con toda confianza se opusieron a la demanda del rey (Dn. 3:17)
y luego recibieron la recompensa de su fe al no ser afectados por el fuego (3:27).
*Evitaron filo de espada, como David escapando de los ataques de Saúl (1 S. 19) o
Elías escapando de Jezabel (1 R. 19).
*Sacaron fuerzas de debilidad, como Gedeón (Jue. 6:15) que luego habría de tener
la victoria sobre los madianitas empleando frágiles cántaros de barro y teas. Como Sansón, que
empleó la quijada de un asno para dar muerte a mil filisteos. En nuestro caso nos recuerda la reali-
dad de 2 Co. 12:10, “Cuando soy débil, entonces soy fuerte”, porque estamos confiando en El.
Además, todos estos personajes ilustran la verdad que Dios ha escogido las cosas débiles del
mundo para avergonzar a los fuertes, 1 Co. 1:27. Así toda la gloria es para El.
*Se hicieron fuertes en batallas. La fe les proporcionó fuerza más allá de lo natural
y les permitió vencer ante fuerzas vastamente mayores. Así toda la gloria es para Dios. Los ejem-
plos históricos abundan: Josué, David (1 S. 18:7), etc.
*Pusieron en fuga ejércitos extranjeros. De nuevo esto podría afirmarse de mu-
chos: Gedeón, Barac, y otros. O quizás se refiera a lo que se logró durante el período de los maca-
beos, entre el AT y NT. Es que como afirma el famoso lema basado sobre la Escritura (2 R. 6:16),
“Uno más Dios es mayoría”.
*Las mujeres recibieron sus muertos… (v. 35) como en el caso de la viuda de Sa-
repta (1 R. 17:22), y la mujer sunamita (2 R. 4:34).
86

*Atormentados. La palabra significa sufrimiento del tipo más severo, como el ser
golpeado brutalmente. Estos fueron los mártires a los que se ofrecía libertad si negaban su fe. La
historia registra un ejemplo tremendo durante el tiempo del cruel monarca opresor Antíoco Epifa-
nes. Una madre y sus siete hijos fueron muertos, uno tras otro, ante los ojos de los otros, pero
igualmente rehusaron renunciar a su fe en Jehová (2 Macabeos caps. 6, 7. Libro apócrifo, pero el
hecho histórico fue corroborado por el historiador Josefo).
*A fin de obtener mejor resurrección, o sea que confiaban en la resurrección para vida
eterna.
(ii) Las pruebas y persecución que padecieron (vv. 36–38) y que pudieron soportar
debido a su fe. Se trata de fe para soportar y aguantar. La fe es de poco valor si no se pone a
prueba. ¿Podría nuestra fe soportar la prueba? ¿Es suficientemente fuerte para confiar en Dios a
pesar de circunstancias adversas? Aquí en cada caso citado triunfaron por la fe.
*[p 128] Vituperios, burlas, escarnios, humillación, y angustia mental. Un ejemplo es
lo soportado por los judíos al reconstruir los muros (Neh. 4:1–4).
*Azotes o flagelación, como sucedió con Jeremías a manos de Pasur (Jer. 20).
*Prisiones y cárceles, como tuvo que soportar Jeremías (Jer. 20 y 37) entre otros.
*Apedreados. Zacarías hijo del sacerdote Joiada, fue apepdreado por orden del rey
Joás (2 Cr. 24:21). Además, según la tradición, Jeremías fue apedreado en Egipto.
*Aserrados o mutilados. Según la tradición el rey Manasés hizo aserrar en dos el
cuerpo de Isaías.
*Muertos o ejecutados. El profeta Urías pagó este precio por su fiel proclamación del
mensaje divino. Pero aquí parece referirse a las matanzas en masa que se produjeron en tiempo
de los macabeos. El resto del v. 37 alude a:
Pruebas o tentaciones muy fuertes que tuvieron que afrontar (V. gr.
Ez. 24:15–24).
Persecuciones que los obligaron a huir y andar errantes. Esto le su-
cedió a Elías y a muchos más (cf. para nosotros 2 Ti. 3:12).
Pobreza que tuvieron que soportar. En vez de gozar de los lujos de
la vida, les faltaban aun las necesidades más básicas. Dejaron atrás las comodidades porque valo-
raban más las realidades espirituales.
Pesar, angustia y maltrato, que parece haber sido la porción de tan-
tos siervos de Dios.
¿Cuál fue la recompensa por soportar todo esto? Tener una conciencia ín-
tegra y, ante todo, gozar de la aprobación divina. Pero además notemos:
*Su estimación a los ojos de Dios (v. 38). El mundo los trató como si no fueran dig-
nos de vivir en él. Pero en realidad era todo lo contrario, “el mundo no era digno” de ellos. Tuvie-
ron que cobijarse en los desiertos, montes y cuevas por estar despreciados y oprimidos por el
mundo (v.gr. 1 R. 18:4). Pero la esfera de su destino era mucho más alta que este mundo.
Finalmente los últimos dos versículos resumen el mensaje de todo el capí-
tulo y muestran las limitaciones de estos santos del AT.
(iii) Su premio merecido (v. 39). Su fe fue atestiguada, aunque murieron sin ver el
cumplimiento. Aquí tenemos el epitafio sobre la tumba de ellos escrita por el mismo Espíritu de
Dios. “No recibieron lo prometido” porque aún no había llegado el momento establecido por [p
129] Dios. Asimismo faltábamos nosotros. Claro que esto no implica que Dios no cumple lo que
promete, sino que aún falta para el cumplimiento cabal y total de todo lo que Dios ha prometido,
87

ante todo la venida del Mesías pero luego también las promesas relacionadas con nuestro futuro
venturoso y celestial.
(iv) La provisión divina (v. 40). Dios nos ha reservado algo aún mejor. Los santos del
AT no fueron tan privilegiados como nosotros. Ellos sólo disponían de las sombras, mientras que
nosotros tenemos la sustancia. Sin embargo, ¡cuán grandes fueron los logros de su fe!
La galería de héroes de la fe está aún incompleta. ¿Se agregará nuestro nombre a ella?
Además, al final de un capítulo como éste, uno no puede menos que sentirse impulsado a orar,
diciendo: “Señor, auméntanos la fe”.
88

[p 130]
CAPÍTULO DIECISEIS
III. LOS PRINCIPIOS SUPERIORES DE CONDUCTA 10:19–13:25 (cont.)
D. LA CARRERA PROPUESTA, 12:1–4
Un artista experimentado le aconsejaba a uno novel: “No copies copias. Has copiado este cua-
dro de uno que en sí era ya imperfecto. Si debes copiar, hazlo directamente de una obra maestra
original, o sal a la naturaleza a fin de inspirarte para tus paisajes.” Del mismo modo, los ejemplos
previos (del capítulo once) solo eran copias imperfectas; ahora debemos contemplar el Original que
no tiene faltas.
1
Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despo-
jémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que te-
nemos por delante, 2 puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo
puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de
Dios. 3 Considerad a aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo, para que
vuestro ánimo no se canse hasta desmayar. 4 Porque aún no habéis resistido hasta la sangre,
combatiendo contra el pecado (12:1–4).
1. La carrera efectiva, 12:1. Aquí se hace una representación gráfica de la vida cristiana como
una carrera o lucha denodada. Muchas veces el apóstol Pablo se valió de esta imagen: 1 Co. 9:24–
26, “Corred de tal manera …”; Gá. 5:7, “corríais bien”; Fil. 2:16 “no he corrido en vano”; 2 Ti. 4:7,
“He acabado la carrera.” Notemos aquí:
a. Los precursores en la carrera. No se identifica a estos “testigos”, pero la palabra que
se emplea en el original griego es martus, término del que proviene nuestro vocablo “mártires”, pe-
ro que también [p 131] implica testigos judiciales. No se trata, pues, de meros espectadores, pues
en el griego había una palabra específica para ellos, sino más bien de aquellos cuyas experiencias
y ejemplo atestiguan la fidelidad de Dios y nos inspiran a correr mejor. Ellos nos señalan que por
medio de la fe puede obtenerse la victoria.
b. El peso del que debemos despojarnos para poder correr bien. Se refiere a algo su-
pérfluo. No necesariamente se trata de cosas malas en sí, sino de cosas que nos pueden estorbar,
que nos pesan, y actúan de contrapeso al correr. Por ejemplo, puede tratarse de posesiones mate-
riales, relaciones, amor a la comodidad, etc. Un peso en este caso es algo que llevo innecesaria-
mente, no un deber, pues éste nunca debe constituir un peso.
Un atleta que gana no es meramente aquel que distingue entre lo bueno y lo malo, sino el que
lo hace entre lo bueno y lo mejor. Cosas perfectamente legítimas pueden convertirse en peso. A
veces cuando nos justificamos por algo, afirmando “Esto no es un pecado”, debiéramos preguntar-
nos si representa un peso o un estorbo, si nos ayudará, o más bien nos molestará.
Alguien preguntó si cierta cosa le haría mal. La respuesta fue muy acertada: “Ningún mal si no
deseas ganar la carrera.”
c. El pecado que debe desecharse, el “pecado que nos asedia”. Aunque puede referirse
al pecado de la incredulidad, preferimos considerarlo como aquel pecado particular con que cada
individuo es tentado con más frecuencia, esa debilidad especial, hábito o vicio predilecto. La pala-
bra empleada por el escritor es poco usual, y éste es el único lugar donde se encuentra en el NT.
Significa algo que se adhiere al cuerpo y por tanto estorba.
d. La paciencia con la que debe correrse y la determinación y constancia para no que-
darnos por el camino. Es que no se trata de una carrera simple o de corto aliento. Exige un esfuer-
zo grande, como sugiere la palabra empleada para carrera (en griego agon, de la que derivamos
nuestra palabra “agonía”). Así lo entendía también Pablo, según vemos en su testimonio en Hch.
20:24. No basta correr bien una distancia corta y luego caer en el camino, o irnos quedando atrás.
89

Quizás haya obstáculos para superar que van a exigir un esfuerzo mayor. En ese sentido re-
cordamos al respecto los tres aspectos de la vida indicados en Is. 40:31, siendo el más difícil el
último, “caminar”, que habla de la rutina diaria. No los paroxismos de esfuerzo por un instante, el
“levantar alas como las águilas”, sino el esfuerzo continuo. La palabra griega hupomone no habla
de paciencia pasiva que se sienta y acepta las cosas con mente resignada. Se trata de la paciencia
activa que domina las cosas, el aguante persistente del corredor de fondo.
e. [p 132] El plan trazado para la carrera y la ruta propuesta, han sido demardados por
Dios. Nosotros no sabemos lo que queda por delante, pero el Señor sí. Tampoco sabemos cuán
larga será la distancia; Dios sí. La carrera comienza cuando recibimos a Cristo como nuestro Sal-
vador, y termina cuando somos llamados a su presencia. Aquel que es demasiado sabio para co-
meter errores, y demasiado amante para no amar, es quien ha determinado el plan de carrera. Po-
demos estar seguros de que a cada paso de esta carrera la provisión divina será adecuada para la
necesidad.
2. La clave del éxito en la carrera, 12:2, no podría ser más clara.
a. La atención necesaria en Jesús, y no en los héroes de la fe del capítulo once. Solo en
El se ejemplificó plenamente la vida de fe. Otros triunfaron en algunas áreas de su vida, pero no en
todas. El verbo que se traduce “puestos los ojos”, implica además apartar la mirada de todo lo de-
más que podría distraernos o desanimarnos. Notemos el nombre que se le da: Jesús, y no Cristo o
Señor. Así se da énfasis a su humanidad y humillación. Este nombre se relaciona en especial con
su vida sobre la tierra, su experiencia como hombre sirviendo a Dios en un mundo hostil. Como
hombre, como nuestro representante, Jesús demostró a la perfección el poder y el principio de la
fe.
Si nuestros ojos estuvieran puestos en otros, o peor aún en nosotros mismos, habría sobrados
motivos para desalentarnos; pero es en el Señor que tenemos que fijar nuestra atención. El es,
según se nos revela aquí:
b. El autor y consumador de la fe, es decir quien da el primer impulso a nuestra fe y la
lleva a la madurez final, a su forma completa. “Autor” es la palabra que se emplea también en He.
2:10 donde implica el que va adelante abriendo el camino.
Podemos por tanto afirmar confiadamente: “Yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es
poderoso para guardar mi depósito para aquel día” (2 Ti. 1:12), o bien “El que comenzó en vosotros
la buena obra [autor], la perfeccionará hasta el día de Jesucristo [consumador]” (Fil. 1:6).
c. La actitud transformadora, “por el gozo puesto delante de El … menospreciando el
oprobio.” ¿Cuál era ese gozo? Aquel que había dicho “Vengo para hacer tu voluntad” (He. 10:7),
anticipaba gozosamente el momento cuando la completaría y podría decir “consumado es”. Era el
gozo de pensar en todos aquellos hijos que podría llevar a la gloria mediante la obra de la cruz (He.
2:10). Era el gozo de anticipar aquel día cuando sería coronado con gloria y honor. Más aún, go-
zarse de antemano en el momento cuando se reuniría de nuevo con su Padre en los cielos. Jesús
estaba mirando no lo temporal sino lo eterno. Las aflicciones que [p 133] soportaría y sobrellevaría
durarían sólo un instante, y serían superadas por el fruto espiritual.
“Sufrió la cruz”. No la despreció ni la menospreció, pues era el propósito de su vida terrenal.
En cambio menospreció el oprobio. No es que no haya sentido oprobio, ignominia, y vergüenza,
sino que menospreció eso porque, comparado con el gozo propuesto, no era nada.
d. La autoridad reconocida, “se sentó a la diestra del trono de Dios”. Esto no podía de-
cirse de ningún otro héroe de la fe. Se sentó allí para disfrutar de la gloria que ahora es suya. Tam-
bién el final de nuestra carrera será en la gloria de las alturas. La fe nunca deja de ser recompen-
sada.
3. La consideración exigida, 12:3, de parte nuestra.
90

a. La exigencia, “considerad”. Aquí se emplea en el griego una palabra que no se en-


cuentra en ninguna otra parte: analogizomai, de la que procede nuestro vocablo “analogía”, o sea
que implica una consideración y análisis cuidadosos.
“Tal contradicción …” Estas palabras nos muestran aquí al Señor enfrentado continuamente
hostilidad de parte de los pecadores.
b. El efecto de aliento y consuelo. El ejemplo del Señor Jesús es el antídoto perfecto co-
ntra el desaliento y el estímulo para proporcionarnos fuerza. El autor emplea dos palabras gráficas
para describir el peligro de flaquear: “vuestro ánimo no se canse hasta desmayar”. Aristóteles em-
pleó estas palabras para describir a un atleta que se arroja sobre el suelo para descansar después
que ha pasado la meta. Así, pues, el escritor está en efecto diciendo, “No abandonen demasiado
pronto; no se relajen hasta haber pasado la meta; permanezcan de pie hasta tanto lleguen al final”.
4. El combate a efectuar, 12:4. Los creyentes hebreos a quienes iba dirigida esta carta, aún no
habían tenido oposición ni persecución hasta el extremo de la muerte. Pero estas palabras nos
sugieren:
a. La resistencia necesaria, que implica que ellos no habían tomado las cosas en serio.
b. La responsabilidad, combatir contra el pecado. No debemos olvidarnos de que Dios
nos ha llamado a luchar. No debemos combatir contra hombres, movimientos ni gobiernos, sino
con el pecado en todas sus formas. La única forma de poder hacerlo es en el poder y fuerza del
Señor.

[p 134] JESUS, EL CONSUMADOR DE LA FE


Los participantes en la carrera cristiana—12:1
El curso de la carrera ya ha sido trazado—por Dios
Exige esfuerzo de parte nuestra—“Corred”
Requiere valor y perseverancia—“paciencia”
Si queremos ganar, debe haber sacrificio—
“despojémonos”
Los participantes anteriores en la carrera—12:1
Se los llama “testigos”; no son meros espectadores
No son ejemplos perfectos para imitar
La perfección personificada—Jesús—12:2
Es el Autor de la fe—el ejemplo perfecto del ejercicio de
la fe
Su fe fue operativa en toda su vida y afectó todas sus
actitudes
Debemos fijar nuestro ojos en El como nuestra meta y
objetivo
Es el Consumador de la fe—la perfecciona en nosotros
91

[p 135]
CAPÍTULO DIECISIETE
III. LOS PRINCIPIOS SUPERIORES DE CONDUCTA 10:19–13:25
Las aflicciones debieran ser las alas espirituales del alma. A su vez, el precio de la excelencia
es la disciplina. Ningún diamante puede pulirse sin fricción, ni tampoco ningun hombre puede per-
feccionarse sin pruebas. Por eso el escritor nos habla aquí de:
E. LA CORRECCIÓN NECESARIA, 12:5–11, o la disciplina en la vida del creyente. A menudo nos
preguntamos: ¿Por qué las pruebas, las enfermedades, el dolor, la pena, y los problemas, se intro-
ducen en nuestra vida si somos hijos de Dios? ¿Son señal de la ira o el desagrado de Dios? ¿Su-
ceden por azar? ¿Cómo debiéramos reaccionar ante ellos? Estos versículos nos muestran que son
parte del proceso educativo de Dios para con sus hijos; El lo permite, aunque muchas veces no
procedan directamente de El. ¡Gracias a Dios que nada sucede por azar en nuestras vidas!
5
y habéis ya olvidado la exhortación que como a hijos se os dirige, diciendo: Hijo mío, no me-
nosprecies la disciplina del Señor, Ni desmayes cuando eres reprendido por él; 6 Porque el Señor
al que ama, disciplina, Y azota a todo el que recibe por hijo. 7 Si soportáis la disciplina, Dios os tra-
ta como a hijos; porque ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina? 8 Pero si se os deja sin
disciplina, de la cual todos han sido participantes, entonces sois bastardos, y no hijos. 9 Por otra
parte, tuvimos a nuestros padres terrenales que nos disciplinaban, y los venerábamos. ¿Por qué no
obedeceremos mucho mejor al Padre de los espíritus, y viviremos? 10 Y aquéllos, ciertamente por
pocos días nos disciplinaban como a ellos les parecía, pero éste para lo que nos es provechoso,
para que participemos de su santidad. 11 Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser
causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han
sido ejercitados (12:5–11).
[p 136] 1. Las actitudes equivocadas hacia la disciplina, v. 5: menospreciarla, rebelarnos
contra ella, o arrojar la toalla al tener que soportarla por haber olvidado lo que dice la Escritura.
De estas actitudes dependerá si nos beneficiamos o no de la disciplina, pues si nos rebela-
mos contra ella o nos dejamos desanimar, perderemos el beneficio que Dios deseaba proporcio-
narnos, y dejaremos de aprender valiosas lecciones. Semejantes actitudes negativas surgen de no
darnos cuenta ni de la necesidad de la diciplina ni de la sabiduría amante que la dispensa. Recor-
demos que la disciplina fortalece nuestro carácter así como el ejercicio corporal fortalece y flexibili-
za nuestros músculos.
Conviene tener en cuenta que la palabra griega para “hijo” aquí se refiere a hijos adultos y no a
niños. La cita proviene de Pr. 3:11, 12.
Desaparecerá nuestro resentimiento y nuestras quejas ante la disciplina si recordamos que ella
está motivada por el amor de Dios, quien la ha ordenado para nuestro bien. Por eso a continuación
el escritor se refiere a:
2. El amor tras la disciplina, vv. 6, 7. Nace en el corazón de Dios. En este punto debemos
considerar que toda corrección o disciplina que recibimos como hijos de Dios nos llega por una de
tres razones:
a. Retributiva, como en el caso de David (2 S. 12:10).
b. Preventiva, como la que tuvo que soportar Pablo (2 Co. 12:7).
c. Educativa, siendo buen ejemplo de ella la que afrontó Job (42:5).
Si tomamos en cuenta que la palabra “disciplina” (v. 6) en 1 Ti. 1:20 se traduce como “apren-
dan”, en 2 Ti. 2:20 como “corrija”, y en Tit. 2:12 como “enseñándonos”, resulta evidente que aquí el
propósito de la corrección es educativo. La palabra significa entrenar como a un niño, e incluye la
idea de instrucción, corrección, y advertencia con el fin de cultivar virtudes cristianas y expulsar el
mal. La forma que tomaba la disciplina en el caso de estos creyentes hebreos era probablemente
92

la persecución. No se trata aquí de disciplina punitiva sino purificadora y creativa. Es el fuego del
refinador.
Dios castiga a los pecadores pero disciplina a sus hijos y así contribuye a su crecimiento y ma-
durez espiritual. Asimismo la disciplina suya siempre está motivada por el amor; jamás por la ira o
la venganza. Su obrar hacia nosotros siempre es paralelo a su gracia. Por eso al aceptar esa disci-
plina, permitimos que ella nos vaya amoldando a la imagen de Dios. Además debemos considerar-
la como un privilegio más que tenemos por ser hijos de Dios.
[p 137] La planta que está torcida tiene que ser enderezada cuando aún es tierna, pues será
casi imposible hacerlo cuando ya ha madurado.
3. La ausencia de disciplina, v. 8 podría mostrar que somos hijos ilegítimos y no verdaderos.
“Bastardos” es una expresión muy fuerte, por cierto, pero expresa que no puede tratarse de hijos
de Dios si no son disciplinados pues tal disciplina forma parte de su plan y propósito para todo hijo
suyo. Después de todo, el jardinero no poda los cardos sino los rosales o las vides. Si no recibie-
ramos disciplina, podríamos llegar a dudar de si somos hijos. Todo lo contrario de lo que algunos
podrían pensar, que esa disciplina es prueba de falta de amor de un padre, es precisamente la
demostración de que lo ama de verdad (v. 6).
4. La analogía sugestiva, vv. 9, 10a, de la vida diaria. Ya que hemos tenido que someternos a
la disciplina de nuestros padres y jamás la interpretamos como señal de que nos odiaran sino que
hemos aprendido a respetarlos por ello y a respetar su autoridad, cuánto más debemos ceder a la
autoridad divina y acatarla. Sabemos que nuestros padres estaban interesados en nuestro bienen-
estar y por eso los respetábamos y obedecíamos su voluntad. Nuestra actitud hacia la disciplina de
Dios debe ser la misma.
Claro que la disciplina de los “padres terrenales” no es perfecta porque son seres falibles y fini-
tos, y además dura poco tiempo. Además esa disciplina está de acuerdo con lo que ellos piensan
que es correcto; pero a veces pueden equivocarse en cuanto al momento, método y móvil de la
disciplina. La de Dios en cambio es siempre perfecta. Su amor es infinito y su sabiduría infalible.
Por eso, si reaccionamos bien, siempre redundará en nuestro provecho.
“Padre de los espíritus” no se refiere a la creación de los ángeles y espíritus sino a la relación
de Dios con nuestra parte espiritual. La expresión abarca la amplitud del gobierno divino.
5. Los alcances significativos, vv. 10b, 11. La disciplina tiene la intención divina de ser de
provecho para nosotros, a fin de que participemos de la santidad de Dios, de su propia naturaleza.
Notemos que no se trata meramente de santidad, sino de la santidad de Dios, aquella que está en
conformidad con su carácter. Y dicha santidad jamás puede producirse fuera de esta escuela de
Dios.
En el momento de soportarla la disciplina es dolorosa y desagradable, pero tiene un fin prove-
choso pues “da fruto apacible”. ¡Qué bendición es esto después del trauma de la disciplina! Lo
importante es ver la mano de Dios y cooperar para que el resultado que se procura se realice rápi-
damente. Nuestra mayor preocupación debiera ser que cada [p 138] disciplina que Dios envía a
nuestra vida sea aprovechada y cumpla su propósito divino.
“Ejercitados”. En esta frase y contexto expresa entrenamiento o educación (cf. He. 5:14). Esta
es la gimnasia necesaria para asegurar nuestra salud espiritual, al igual que la que sigue en el v.
12.
12
Por lo cual, levantad las manos caídas y las rodillas paralizadas; 13 y haced sendas derechas
para vuestros pies, para que lo cojo no se salga del camino, sino que sea sanado. 14 Seguid la paz
con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor. 15 Mirad bien, no sea que alguno deje de
alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos
sean contaminados (12:12–15).
F. LA CONDUCTA CON NUESTROS HERMANOS, 12:12–15. Implica en primer lugar:
93

1. Responsabilidad hacia nosotros mismos, v. 12, de volver a encender el entusiasmo, celo


y fervor para vencer el decaimiento espiritual que nos impide cumplir la voluntad de Dios y andar
como es debido.
No nos dejemos vencer por el cansancio y el desánimo. Siempre hay quienes están proclives a
extraviarse, a dejarse arrastrar, y abandonar la lucha. ¡Cuántos años se pierden así que nunca po-
drán ser recuperados! ¡Cuántas oportunidades perdidas porque nuestras manos estaban caídas, y
nuestras rodillas paralizadas por no estar ejercitadas en la oración y el andar espiritual! Estos
siempre parecen ir juntos: dejamos de orar, y pronto dejamos también de obrar. Por lo tanto, nues-
tro deber es insuflar ánimo a los que están por claudicar, e inspirarlos para que levanten sus ma-
nos caídas y rodillas débiles. Lamentablemente muchos hacen lo contrario de animar. En lugar de
ver lo positivo, ven lo negativo. Son pesimistas en vez de optimistas. Sólo ven el pequeño defecto y
dejan de ver lo mucho de positivo en las cosas y en las personas. Miran todo con gafas oscuras y
se extrañan porque las cosas parecen negras. Dichoso aquel que como el Siervo de Is. 50:4, tiene
“lengua de sabios, para saber hablar palabras al cansado.”
2. Responsabilidad hacia nuestros hermanos, vv. 13, 14a, por nuestra influencia negativa o
positiva y por nuestro deseo de contribuir a la armonía y la paz. Si no tomamos esto en cuenta,
también puede ser motivo de disciplina (ver Sal. 34:14).
La depresión nos vuelve descuidados e indiferentes respecto de la vida que vivimos. Seamos
vigilantes, preocupándonos no solo del estado del corazón, sino también de la vida exterior.
[p 139] Esta es una exhortación a rectificar constumbres equivocadas en nuestra conducta. Su-
cede que en la familia de la fe hay quienes son débiles (1 Co. 8:9) o cojos, con un andar vacilante.
Procuremos que nuestra conducta nunca sirva de mal ejemplo ni motivo de tropiezo, que no los
lleve a desviarse de la senda. Que nuestra conducta, en cambio, sea un ejemplo positivo que los
motive a seguir adelante. Tomemos en cuenta el consejo de Pr. 4:26, “Examina la senda de tus
pies, y todos tus caminos sean rectos.”
Nuestra influencia es directa, profunda y continua. Asegurémonos de que sea positiva.
“Seguid la paz”. Dios es el Dios de paz, y el Señor el Príncipe de Paz. Nosotros, como sus
hijos, debemos mantener la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz y esforzarnos por mantener
la paz en una relación justa con los demás. En Ro. 12:18 tenemos una exhortación similar, “en
cuanto dependa” de nosotros. Seguir la paz no significa que cedamos nuestras convicciones, pero
sí que seamos corteses y considerados.
3. Responsabilidad hacia Dios, vv. 14b, 15 que incluye:
a. La exigencia esencial (v. 14b), santidad (cf. 9:22; 11:6). Esta es la preparación para la
presencia de Dios pues es la conducta que armoniza con el carácter de Dios. Se trata de la santi-
dad en la práctica de la vida diaria. Aquí el escritor vincula la santidad de vida con la paz y armonía
entre hermanos. ¿Por qué? Porque la santidad impide que se manifieste la carnalidad en esas re-
laciones. Además, la vida del cristiano debe estar dominada y dirigida por el recuerdo constante de
que su mayor propósito es entrar en la presencia de Dios.
b. El estorbo molesto (v. 15) para alcanzar el propósito de Dios para ellos (4:1), la “raíz
de amargura”. Las primeras palabras de este versículo no implican que se pueda caer de la gracia
de Dios ni que se pierda la salvación, lo que es imposible. Estas palabras hablan de valerse de los
“medios de gracia” dispuestos para el creyente por la Palabra de Dios, la oración, el Espíritu Santo
que mora en él, y la comunión con otros hermanos. El creyente que es negligente con respecto a
estas cosas, cae en pecado y pierde no la salvación pero sí su recompensa.
Un espíritu de amargura entre los hijos de Dios causa gran daño. Este se manifiesta en quejas,
críticas negativas, dudas, cuestionamientos, etc., ¡y cuántos han sido contaminados por ello! La
persona con esta raíz en su alma, como está amargada, pretende amargar a los demás también.
Por eso tiene un efecto devastador sobre todo lo que la rodea. Quizás sea porque la raíz de amar-
94

gura es una de las herramientas predilectas de Satanás para destruir el poder espiritual y la felici-
dad del creyente. Esa raíz puede haber surgido por un trato injusto real o pretendido, una [p 140]
injusticia cometida, una expresión o ciertas palabras inoportunas, por ver en los creyentes un com-
portamiento que no está de acuerdo con la fe que profesan, etc. El primero que sufre es quien tiene
esa raíz, pero también hace sufrir a los demás pues lo hace ultra-sensible y la persona reacciona
ante cualquier cosa o palabra que le recuerda su amargura.
Una vez le preguntaron al escritor cristiano Warren Wiersbe: “¿Qué causa la mayoría de los
problemas en una iglesia local?” El respondió: “Aquello sobre lo que nos advierte He. 12:15, la raíz
de amargura.” Quizás no se note que la persona tiene dicha raíz porque las raíces rara vez se ven.
La persona puede parecer muy espiritual, sin embargo, la raíz no puede permanecer oculta mucho
tiempo y ante cualquier provocación real o aparente sale a relucir en críticas agrias, palabras o re-
acciones negativas, etc.
La única manera de tratar la “raíz de amargura” es hacerlo en forma drástica. Debe ser expues-
ta y quitada. Examinémonos ante Dios, y si descubrimos una raíz de amargura, confesémosla co-
mo un pecado grave. Pidámosle a Dios que nos ayude a quitar esta raíz, y que además nos dé
poder para perdonar cada ofensa que la ha precipitado, y que nos ayude a sanarnos. Asimismo
cultivemos el fruto del Espíritu, pues en la atmósfera de amor, gozo y paz no podrán crearse más
raíces de amargura. Concentrémonos en el Señor en vez de en nosotros mismos y en nuestros
problemas (ver He. 12:2), y busquemos la conformidad con Cristo que nos señala Pablo en 2 Co.
3:18.
95

[p 141] CAPITULO DIECIOCHO


III. LOS PRINCIPIOS SUPERIORES DE CONDUCTA 10:19–13:25 (cont.)
16
no sea que haya algún fornicario, o profano, como Esaú, que por una sola comida vendió su
primogenitura. 17Porque ya sabéis que aun después, deseando heredar la bendición, fue desecha-
do, y no hubo oportunidad para el arrepentimiento, aunque la procuró con lágrimas. 18Porque no os
habéis acercado al monte que se podía palpar, y que ardía en fuego, a la oscuridad, a las tinieblas
y a la tempestad, 19al sonido de la trompeta, y a la voz que hablaba, la cual los que la oyeron roga-
ron que no se les hablase más, 20porque no podían soportar lo que se ordenaba: Si aun una bestia
tocare el monte, será apedreada, o pasada con dardo; 21y tan terrible era lo que se veía, que Moi-
sés dijo: Estoy espantado y temblando; 22sino que os habéis acercado al monte de Sion, a la ciu-
dad del Dios vivo, Jerusalén la celestial, a la compañía de muchos millares de ángeles, 23a la con-
gregación de los primogénitos que están inscritos en los cielos, a Dios el Juez de todos, a los espí-
ritus de los justos hechos perfectos, 24a Jesús el Mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada
que habla mejor que la de Abel (12:16–24).
G. LA COMPENSACION PROVECHOSA, 12:16–24, para los que se sentían tentados a regre-
sar a la Ley.
1. La acción profana, vv. 16, 17, de Esaú. Su irreligiosidad. No valoraba lo realmente impor-
tante. Por la gratificación momentánea de sus apetitos sensuales, sacrificó sus privilegios y prerro-
gativas superiores y sufrió una pérdida eterna. Estaba de tal manera esclavizado por sus pasiones
físicas que despreció el valor de la herencia que le correspondía. Notemos el significado de las
palabras especiales que se emplean aquí:
[p 142] “Fornicario” aquí no se usa en el sentido de inmoralidad sino de infidelidad religiosa.
“Profano”. Latín pro-fanum, literalmente “fuera del templo” o sea “secular” o cualquiera que no
incluye a Dios en sus planes. No se trata de alguien que habla mal, sino de uno que vive sólo para
sí, que es incapaz de discernir el valor real de las cosas espirituales por ser terrenal y carnal.
Las lágrimas no fueron de arrepentimiento sincero sino de lástima y decepción por lo que había
perdido. No hubo ningún cambio en su corazón. No lloró por el pecado que produjo el mal, sino por
el mal que le produjo el pecado. Fue el ejemplo de una persona que tomó una decisión irrevocable,
irreversible, fatal. Es evidente que él no pudo deshacer lo que había hecho, el paso dado era irre-
parable. Esto nos recuerda que el pecado puede quitarnos cosas que nunca se podrán recuperar.
2. El antiguo pacto, vv. 18–21, representado por el Monte Sinaí con sus terrores y distancia-
miento de Dios, fuego, oscuridad, tinieblas, trompeta, y voz.
Aquí comienza la última de las grandes comparaciones de esta epístola. En vez de ocupar sus
mentes con los sufrimientos actuales debían contemplar lo que Dios había hecho por ellos.
a. La descripción llamativa (vv. 18, 19a) de ese escenario aterrador. No se podían
acercar en absoluto. Bajo la Ley ningún hijo de Adán puede disfrutar de cercanía a Dios. Es que
bajo el antiguo pacto el énfasis estaba sobre la infinita distancia entre Dios y el hombre.
El “monte que se podía palpar” tiene que ver con el pacto de tipos materiales, visibles y
tangibles que apelaban a los sentidos de tacto, vista y oído. A su vez, la oscuridad que envolvía al
monte nos recuerda el velo de la Ley y su significado de no poder contemplar a Dios.
Las circunstancias de la dádiva de la Ley manifiestan la majestad, santidad y gloria de Dios,
su condenación del pecado, y la distancia que separa al hombre de Dios. El estaba mostrando su
poder soberano y su santidad infinita a un pueblo que tenía que aprender la necesidad de la gracia
salvadora de Dios.
El sonido de la trompeta aumentaba en intensidad y habla de un mandato con autoridad que
no puede ser ignorado. La voz también era terrorífica como un trueno (Ex. 19:19).
96

b. La desesperación humana (vv. 19b, 20) que los llevó a rehusar escuchar la voz divi-
na. Preferían la voz de Moisés a la de Dios (cf. Ex. 20:18, 19; Dt. 5:25). Eran completamente inca-
paces de escuchar la voz divina y de cumplir con sus exigencias. ¿Para qué, pues, volver a aquello
que no tiene poder para salvar del castigo del pecado o librar de su poder?
c. [p 143] La actitud de Moisés (v. 21). Si él, que disfrutaba de tal intimidad con Dios, es-
taba tan afectado por lo que veía que sintió temor y dijo “estoy espaantado y temblando”, cuánto
más nosotros. Esto no se menciona específicamente en Exodo, pero es similar a lo que se encuen-
tra en la Versión Septuaginta de Dt. 9:19 y está de acuerdo con la tradición judía.
¡Cuán significativo que el mediador del antiguo pacto temiera para sí mismo la ira de Dios!
3. El nuevo pacto, vv. 22–24, representado por el Monte de Sión, con sus glorias en vez de te-
rrores y con acceso a Dios. La Ley tiene su Monte Sinaí, pero la fe tiene su Monte Sión. Probable-
mente aquí el Monte Sión incluye el Monte Moriah (Gn. 22:2; 2 Cr. 3:1) sobre el cual estaba cons-
truido el templo. Los contrastes no podían ser mayores. Se destaca aquí la ternura y misericordia
de Dios. Notemos las ocho maravillas de la gracia descritas en estos versículos:
a. El acercamiento posible (v. 22a). Ya no se trata de un Dios remoto como antes; ni de
un monte con carteles a su alrededor que decan: “Mantenerse alejados”. Aquí hay alguien que ha
abierto un acceso pleno a la presencia divina. En estos tres versículos se destaca lo espiritual en
vez de lo material. Se ofrece ahora una descripción de una más amplia comunión a la que han en-
trado los lectores al aceptar a Cristo. Encontramos también una incomparable descripción del des-
tino del creyente.
b. La ciudad del Dios vivo (v. 22b). “Jerusalén la celestial” de la cual la ciudad terrenal,
aun en sus días más brillantes de fiesta, no era más que una pálida imagen. Esta era la ciudad de
la lque habla 11:10 que dará cobijo a todos los redimidos. Es la capital del Señor y el sitio de su
gobierno desde donde legisla. Esta es la ciudad que descenderá del cielo a la tierra, y contiene la
gloria radiante de Dios. Está rodeada por el muro con sus 12 puertas (Ap. 21:11, 12).
En vez de oscuridad y tristeza ahora nos encontramos con:
c. La compañía de ángeles (v. 22c) que había presenciado el establecimiento del anti-
guo pacto en Sinaí (Dt. 33:2; Sal. 68:17; Gá. 3:19), pero que ahora estarían reunidos para tener
comunión con los redimidos. La palabra en el griego para “compañía” es panegieris, de la que de-
riva nuestra palabra “panegírico”, pero aquí significa una reunión para una ocasión festiva y gozo-
sa. No se trata de ángeles de juicio como en el Apocalipsis sino que estas huestes celestiales apa-
recen en asociación con el servicio alrededor del trono de Dios en Dn. 7:10, y las Bodas del Corde-
ro en Ap. 19:6.
d. La congregación de los primogénitos (v. 23a) “que están inscritos en los cielos”.
Se trata de los que desde el día de Pentecostés han muerto en la fe de Jesucristo. Estos están aún
más cerca de Dios que los [p 144] mismos ángeles. Lal palabra griega que se emplea aquí, ekkle-
sia, y se traduce “congregación”, es la que habitualmente se emplea para hablar de la iglesia. Por
su parte, “primogénitos” se refiere aquí más bien a todos los herederos, pues todos tienen los
mismos derechos, y sus nombres están inscritos en los registros celestiales como miembros ofi-
cialmente aceptados de la Jerusalén celestial.
e. Dios el juez de todos (v. 23b), el Dios supremo y soberano cuyo juicio es mucho más
que la imposición de ciertas penalidades; es la manifestación del derecho, la vindicación de la ver-
dad. Ya no está escondido en la oscuridad
f. A los espíritus de los justos hechos perfectos (v. 23a) o sea los santos del AT, justi-
ficados por su fe en el Mesías que había de venir (cf. He. 11:39, 40), y los fieles que han partido de
esta vida que aún no están vestidos con el cuerpo de resurrección pero disfrutan de comunión
consciente con Dios (cf. Ap. 6:9) y han sido hechos perfectos en santidad en virtud de lo que el
Señor ha hecho por ellos. Se los llama “espíritus” porque aún esperan la resurrección.
97

g. Jesús el mediador (v. 24a) del Nuevo Pacto. El es tan superior a Moisés, un mero
hombre y siervo, sujeto él mismo a pecado. JW: ¿ACA SE REFIERE A JESUS O A MOISES?) Otra
vez se emplea el nombre Jesús para expresar su naturaleza humana y vida terrenal, y resulta muy
apropiado para el contexto. El está entre el Dios santo y el pecador culpable.
h. La sangre rociada (v. 24b) que habla mejor que la de Abel pues no clama exigiendo
venganza ni atestiguando a la culpabilidad del hombre, sino que proclama las riquezas de la gracia
divina, brindando perdón al pecadoro y expresando su deseo de salvar. Aquí encontramos la pala-
bra “mejor” por última vez en esta epístola (aparece 12 veces).
Así llegamos al quinto y último paréntesis de esta carta:
H. LA CONCIENCIA QUE DEBIAN EJERCITAR, 12:25–29. Advertencia y apelación con res-
pecto a la indiferencia.
25
Mirad que no desechéis al que habla. Porque si no escaparon aquellos que desecharon al que
los amonestaba en la tierra, mucho menos nosotros, si desecháremos al que amonesta desde los
cielos. 26La voz del cual conmovió entonces la tierra, pero ahora ha prometido, diciendo: Aún una
vez, y conmoveré no solamente la tierra, sino también el cielo. 27Y esta frase: Aún una vez, indica
la remoción de las cosas movibles, como cosas hechas, para que queden las inconmovibles. 28Así
que, recibiendo nosotros un reino inconmovible, tengamos gratitud, y mediante ella [p 145] sirva-
mos a Dios agradándole con temor y reverencia; 29porque nuestro Dios es fuego consumidor
(12:25–29).
1. La advertencia, vv. 25–26, de nuestra responsabilidad, pues hay un límite a la paciencia di-
vina.
a. La posibilidad (v. 25) de desechar al que habla desde los cielos. Se mencionan dos
voces, la de Moisés el dador de la Ley, y la que habla desde el mismo cielo. Si el rechazo de la voz
terrenal produjo tan tremendo juicio, cuánto más el rechazo de la voz de Dios.
Aquellos que se negaron a escuchar la palabra de Dios en el Sinaí, recibieron un juicio terrible.
Cuando el Hijo habla una palabra de gracia desde el cielo, también El tiene derecho a que lo escu-
chen y el rechazarle traerá aún más graves consecuencias. Es importante destacar que los terrores
que acompañaron la entrega de la Ley tuvieron el propósito de impresionar a todos sobre el peligro
terrible de la desobediencia.
b. El peligro (v. 26). Sigue el contraste entre el “entonces” y el “ahora”, entre “la tierra” y
“el cielo”. Esto sugiere una prueba final aún futura, y la remoción de todo lo que es meramente te-
rrenal, sensual, y temporal. El profeta Hageo (2:6) hizo un relato gráfico de estos últimos días, anti-
cipando que un nuevo orden celestial surgiría de las ruinas del viejo.
c. El propósito (v. 27) es probar y tamizar, para que los elementos transitorios desapa-
rezcan y permanezca sólo lo permanente (cf. 2 P. 3:10). El autor a los Hebreos usa estos “temblo-
res” como oun símbolo del fin del orden presente. “Por tanto aquellos que fijan su vista en las es-
tructuras terrenales se llevarán una tremenda desilusión. Pero miremos arriba, a la realidad celes-
tial”. Estaa es la exhortación.
Los creyentes pertenecen al orden de cosas que no pueden ser sacudidas sin que son esta-
bles. Esas cosas, así como Cristo que los controla, permanecen (cf. 1:11, 12). Por eso si bien los
creyentes están alertas a lo que sucede en el mundo, esas noticias no deben llenarles de temor. A
pesar de que son conscientes de la inestabilidad política, las presiones sociales, los peligros eco-
nómicos, la apostasía religiosa, y el desgaste moral, no se desesperan. Su confianza está en Dios
y por tanto están seguros. Pero, por otro lado, esa confianza no es motivo de arrogancia.
2. La apelación, vv. 28, 29, a vivir el presente como corresponde.
a. Lo recibido (v. 28a), un privilegio continuo, un reino incapaz de ser movido. El cristia-
nismo es algo estable, y eso brindará una satisfacción indecible.
98

b. [p 146] La responsabilidad (v. 28b) resultante: expresar nuestra gratitud por nuestros
privilegios como creyentes mediante la adoración y un servicio agradable al Señor. La gratitud
hacia Dios es siempre un ingrediente efectivo de la verdadera adoración.
c. La reverencia debida (vv. 28c, 29) al acercarnos a El y adorarlo, pues no es un Dios
distinto en carácter del Dios de Sinaí. El pensamiento aquí en el griego es de servicio sacerdotal.
Implica además el temor de desobedecer la voluntad de Dios.
Las palabras del v. 29 nos recuerdan Is. 33:14–16. Así el fuego es símbolo del juicio divino
(como en otras partes), y también habla del carácter divino de santidad y justicia (como aquí)

[p 147] EL PACTO SUPERIOR 12:22–24


A todas luces el nuevo pacto es superior al interior en
vista de:
I. La posición gloriosa—12:22, 23 que nos asegura:
1. La ciudad celestial—v. 22 Jerusalén la celestial, el
Monte de Sión, Notemos:
Las diferencias significativas. En lugar de los terrores del
Sinaí, las glorias de Sión. Lo material se transforma en
espiritual, y la distancia en acceso pleno.
El disfrute presente. “Os habéis acercado”. Ya hemos
llegado en principio a aquello que disfrutaremos eterna-
mente. El futuro se ha hecho presente. Tenemos el privi-
legio de entrar por la fe en el santuario celestial en la ciu-
dad cuyo arquitecto y constructor es Dios.
2. La compañía congregada—v. 23. Tres grupos son
identificados que estarán juntos eternamente.
Los ángeles—congregados en sus millares de millares en
una asamblea festiva para dar la bienvenida y tener co-
munión con la humanidad salvada.
La iglesia—compuesta de todos los redimidos cuyos
nombres están escritos en los registros celestiales.
Los creyentes del AT, justificados por su fe en el Mesías
que había de venir (ver He. 11:39, 40)
II. La preeminencia de la gracia—12:24 de nuestro
Señor
1. Su sacerdocio mediador—ya no se trata de un
hombre común (Moisés), sino del único mediador entre
Dios y los hombres (1 Ti. 2:5), el mediador de un nuevo
pacto (9:15) con un sacerdocio inmutable y conveniente
para nosotros (7:24–26).
2. Su superioridad magnífica—pues su sangre apela
por perdón y justificación, y tiene validez eterna; es por
tanto superior a la de Abel que clama por venganza y jus-
ticia.

[p 148] CAPÍTULO DIECINUEVE


III. LOS PRINCIPIOS SUPERIORES DE CONDUCTA 10:19–13:25 (cont.)
99

Hay un cambio de estilo al llegar a este último capítulo. Las apelaciones más generalizadas se
vuelven más personales y prácticas.
I. LA COMUNION CRISTIANA, Cap. 13. El tema central de este capítulo es el amor en el contexto
de las obligaciones cristianas.
La vida cristiana no es solamente una vida de fe (cap. 11) y de esperanza (cap. 12), sino tam-
bién de amor (cap. 13). Es que la fe “obra por el amor” (Gá. 5:6). En este capítulo hay una serie de
exhortaciones prácticas para vivir una vida cristiana consciente que conforme una verdadera ética.
1
Permanezca el amor fraternal. 2No os olvidéis de la hospitalidad, porque por ella algunos, sin
saberlo, hospedaron ángeles. 3Acordaos de los presos, como si estuviereis presos juntamente con
ellos; y de los maltratados, como que también vosotros mismos estáis en el cuerpo. 4Honroso sea
en todos el matrimonio, y el lecho sin mancilla; pero a los fornicarios y a los adúlteros los juzgará
Dios. 5Sean vuestras costumbres sin avaricia, contentos con lo que tenéis ahora; porque él dijo: No
te desampararé, ni te dejaré; 6de manera que podemos decir confiadamente: El Señor es mi ayu-
dador; no temeré Lo que me pueda hacer el hombre (13:1–6).
1. En lo que se refiere a lo social, vv. 1–6. Las gracias y virtudes que deben desarrollarse.
a. Amor a los hermanos (v. 1). El amor fraternal que debe permanecer (Jn. 13:34, 35).
Ese amor fraternal ya existía (cf. 6:10), pero el autor deseaba que siguiera manifestándose sin inte-
rrupción. No debemos amar como si fuéramos hermanos sino porque somos hermanos. Debemos
sentir esa relación de familia y actuar de acuerdo a ella. Y ese [p 149] amor no puede ni debe estar
condicionado por la simpatía o supuesta antipatía. Otros pasajes que nos hablan de este amor fra-
ternal son Ro. 12:10; 1 Ts. 4:9; 1 P. 1:22.
Este amor fraternal es una de las mejores pruebas y testimonios de la realidad de la profe-
sión cristiana. Precisamente una carta de Tertuliano durante este período describe de esta manera
a los creyentes: “mirad cómo se aman”. Ese amor debe permanecer pues podría degenerarse en
una mera emoción piadosa.
A su vez, una evidencia práctica de este amor fraternal es el estar dispuestos a:
b. Albergar a otros (v. 2). La demostración efectiva del amor es practicar la hospitalidad,
que era otro rasgo característico de la iglesia primitiva. Cuando lo hacemos podemos encontrarnos
con sorpresas sumamente agradables. El Dios a quien adoramos ama al extranjero y al extraño
(Dt. 10:18, 19). Si afirmamos ser sus seguidores debemos asemejarnos a El. Además la hospitali-
dad es una de las marcas que distinguen la comunión cristiana. El cristianismo era, y debe ser, una
religión de puertas abiertas, puertas abiertas a nuestro hogar, nuestros recursos, nuestro corazón
(1 P. 4:9). “Fui forastero y me recogisteis” (Mt. 25:35) es una expresión de gratitud por la hospitali-
dad realizada. ¡Cuán necesaria era esa hospitalidad en momentos cuando por la persecución a los
cristianos les era muy difícil encontrar albergue!
El servicio que se proporciona a los santos jamás es olvidado por Dios (cf. 6:10). Más aún,
Cristo lo considera como un servicio hecho a El mismo (Mt. 25:40, 42). El ejemplo bíblico que se
recuerda es el de Gn. 18 y 19 y Jue. 13. Nadie sabe quién puede ser el que recibe este privilegio,
ni lo que puede llegar a pasar a causa de un poco de amor demostrado. Aunque no recibamos a
ángeles propiamente dichos, como ángel significa mensajero, puede tratarse de albergar a siervos
o mensajeros de Dios. Otra manera de “albergar” son los hogares que abren sus puertas y se em-
plean efectivamente para la evangelización.
c. Acordarse de los que padecen (v. 3) identificándonos con ellos en su condición. No
se trata meramente de cumplir con un deber. Aquí vemos la simpatía en acción, especialmemte
hacia aquellos que sufren o están marginados por la sociedad. En este caso los presos eran los
creyentes encarcelados por su fe en Cristo. V. gr. Aristarco, “mi compañero de prisiones” (Col.
4:10). Debemos condolernos y sufrir con los que sufren (1 Co. 12:26), y sentir compasión.
100

d. Actitud hacia el matrimonio (v. 4). La ética del NT magnifica el matrimonio y la vida
familiar. En El debe manifestarse la pureza, pero además se señala:
(i) [p 150] El principio. El matrimonio, la única dicha del paraíso que ha sobrevivido a
la caída, es presentado como algo honorable. Lo es porque no se trata de una invención humana
sino que ha sido instituido por Dios mismo/ Las diferencias sexuales han sido creadas por Dios
para el cumplimiento de su voluntad.
Ya en ese entonces había personas consagradas a ejercicios piadosos que desprecia-
ban el matrimonio (1 Ti. 4:3). Pero a su vez había otros que eran proclives a recaer en la inmorali-
dad.
(ii) La práctica. Los cristianos introdujeron en el mundo un nuevo ideal de pureza, sin
mojigatería ni falso puritanismo. Aquí hay una clara advertencia contra cualquier violación de los
votos matrimonialesm y contra cualquier práctica sexual fuera del matrimonio, ya que éste constitu-
ye el único marco legal y adecuado para las relaciones sexuales.
(iii) La razón, además de reconocer su origen divino, es tomar en cuenta que es Dios
mismo quien lo controla. Por ello todos los que atentan contra él sufrirán funestas consecuencias.
Quizás en esta sociedad permisiva y dada al placer escapen del juicio de los hombres; pero si no
se arrepienten, jamás escaparán del juicio de Dios. Esto es lo que el gran Obispo Latimer tenía en
mente cuando le entregó al públicamente adúltero Enrique VIII una Biblia con esta inscripción:
“Dios juzgará a los fornicarios y adúlteros”.
e. Ausencia de avaricia (v. 5a). El pecado que debe evitarse es la codicia o el materia-
lismo insaciable. La palabra que se emplea aquí significa literalmente “amor al dinero y las pose-
siones” (cf. 1 Ti. 6:10). La forma de vencer esta actitud negativa es mediante la actitud positiva de
estar contentos. Por el contrario, la avaricia es una señal inequívoca del descontento e implica falta
de confianza en Dios. La palabra griega traducida “contento” (cf. Fil. 4:11) se empleaba para un
país que era autosuficiente y no necesitaba realizar importaciones (cf. Jn. 4:14). Sugiere la idea de
confianza absoluta en Dios y ausencia de ansiedad respecto del futuro. Ese contentamiento no
puede proceder de cosas materiales que no pueden satisfacer el alma.
Además, si nos consideramos peregrinos que estamos de paso en el mundo, no vamos a
sentir tanto apego a las cosas terrenales.
f. Ayudador divino (vv. 5b, 6a). El escritor señala la actitud que debe cultivarse (cf. Fil.
4:11) y la promesa que podemos reclamar. El Señor nunca abandona al creyente a sus propios
recursos sino que por el contrario, puede reclamar sus derechos como hijo de Dios. Aunque no hay
ningún pasaje del AT que diga precisamente estas palabras, el concepto se reitera con frecuencia:
V. gr. Dt. 31:6; Jos. 1:5; Is. 41:17.
[p 151] El aliento y el estímulo estriba en el hecho de que Dios mismo nos da esta seguri-
dad. Una creyente le manifestó al célebre evangelista Moody que ella tenía una promesa que la
ayudaba cuando tenía miedo, y le citó Sal. 56:3: “En el día que temo, yo en ti confío”. El siervo de
Dios le contestó que contaba con una promesa aún mejor que ésa, la de Is. 12:2: “He aquí Dios es
salvación mía; me aseguraré, y no temeré…”
g. Audacia y valor (v. 6b) resultante. Se trata de una confianza bien fundada. En el v. 5
escuchamos lo que El ha dicho, pero en el 6 vemos lo que nosotros podemos decir en respuesta a
su gloriosa promesa. No importa cuáles sean los cambios en la sociedad a nuestro alrededor, o lo
que otros nos hagan; no tememos porque noso apoyamos y sostenemos plenamente en Dios. Al-
guien podrá quitarnos todo lo que poseemos, pero no podrá privarnos de las riquezas que son
nuestras en Cristo.
Cabe destacar que tanto la primera como la última cita del AT que se hace en esta epístola
es del libro de los Salmos. A su vez, el mejor comentario sobre esta cita del Sal. 118:6 es Ro. 8:31:
“Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?”
101

7
Acordaos de vuestros pastores, que os hablaron la palabra de Dios; considerad cuál haya sido
el resultado de su conducta, e imitad su fe. 8Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos.
9
No os dejéis llevar de doctrinas diversas y extrañas; porque buena cosa es afirmar el corazón con
la gracia, no con viandas, que nunca aprovecharon a los que se han ocupado de ellas. 10Tenemos
un altar, del cual no tienen derecho de comer los que sirven al tabernáculo. 11Porque los cuerpos
de aquellos animales cuya sangre a causa del pecado es introducida en el santuario por el sumo
sacerdote, son quemados fuera del campamento. 12Por lo cual también Jesús, para santificar al
pueblo mediante su propia sangre, padeció fuera de la puerta. 13Salgamos, pues, a él, fuera del
campamento, llevando su vituperio; 14porque no tenemos aquí ciudad permanente, sino que bus-
camos la por venir. 15Así que, ofrezcamos siempre a Dios, por medio de él, sacrificio de alabanza,
es decir, fruto de labios que confiesan su nombre. 16Y de hacer bien y de la ayuda mutua no os
olvidéis; porque de tales sacrificios se agrada Dios. 17Obedeced a vuestros pastores, y sujetaos a
ellos; porque ellos velan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta; para que lo hagan
con alegría, y no quejándose, porque esto no os es provechoso (13:7–17).
2. En lo que se refiere a la iglesia, vv. 7–17. En tres de estos versículos hay referencias a los
líderes espirituales, pero mientras en los vv. 17 y 24 la alusión es a dirigentes vivos, en el v. 7 es a
[p 152] los que ya han sido “promovidos a la gloria” (expresión que hicimos constar como homena-
je póstumo en la lápida de mis padres).
a. La inspiración del recuerdo (v. 7a) de nuestros pastores, recordando su liderazgo y
su instrucción (basada en la Palabra de Dios). “Acordaos de vuestros pastores” que han sido
colocados en esa posición por Dios y deben recibir honra como siervos de Dios. “Pastores” equiva-
le a “ancianos” y “obispos”, todo con letras minúsculas y en forma plural. Que su influencia sea vi-
sible en nuestras vidas. Que la fragancia de Cristo que ha caracterizado su ministerio permanezca
y se perpetue en nosotros. Notemos lo que dice de ellos, “que os hablaron la palabra de Dios”.
Los líderes de Dios son aquellos que son canales a través de los cuales fluye la Palabra divina.
b. La imitación del ejemplo (v. 7b) de nuestros pastores. Debemos considerar la meta y
objetivo que alcanzaron e imitar su fe y fidelidad (cf. 1 Ts. 5:12, 13), esa fe que los llevó a depender
de Dios, a orar con confianza y hablar su Palabra con poder. Además, la vida debe corresponder a
la doctrina que se enseña. Cabe destacar que no se nos exhorta a imitar los logros de los pastores
ni sus actividades o métodos, sino que debemos imitar su fe. Dios obra en formas distintas en cada
vida.
Pero si bien los líderes cristianos podrán pasar de esta vida, hay Alguien que siempre per-
manece fiel e inalterable. Por eso en el v. 8 se nos muestra:
c. Lo inmutable de nuestro Señor (v. 8). Entre todo lo cambiable Cristo permanece
siempre igual. Ni el tiempo ni las circunstancias pueden cambiarlo. De nadie más podría decirse
esto. Y porque El es inmutable, su plan y su programa siempre serán los mismos. Al no cambiar,
podemos confiar plenamente en El para que supla toda necesidad material y espiritual, y para que
nos supla la fuerza necesaria.
“Ayer” nos lleva atrás a las edades aún anteriores a la creación. “Hoy” nos habla del que
siempre existe, el “Alfa y Omega, El que es” (Ap. 1:8). “Por los siglos” nos recuerda que con El
pasaremos la eternidad.

[p 153] NUESTRO AYUDADOR OPORTUNO—13:6


Cada creyente puede afirmar: “El Señor es mi Ayuda-
dor” en cada situación de necesidad.
La naturaleza de la ayuda. Una ayuda que es:
Adecuada porque es divina y todopoderosa. Otros
pueden ayudar pero sus recursos son inadecuados. Los
102

recursos divinos son inagotables e incomparables.


Disponible siempre, pues el Señor que nunca cambia es
quien la proporciona. María y Marta dijeron a Jesús “si
hubieses estado aquí” (Jn. 11:21, 32). Ahora sí El está
siempre con nosotros (Sal. 46:1).
Apropiada a nuestras necesidades individuales. El
Señor es mi Ayudador. Mis necesidades son distintas a
las de los demás, y el Señor lo sabe y actúa de acuerdo
con ese conocimiento.
La necesidad de la ayuda. En los vv. 1–9 se señalan
maneras en que necesitamos ayuda si hemos de vivir la
vida cristiana victoriosamente. Necesitamos contar con su
ayuda para mostrar:
Amor—v. 1, que no mengue ni sea fluctuante. Hay
hermanos a quienes nos cuesta amar. El Señor los quiere
amar a través de nosotros (Ro. 5:5), y nos ayudará a
hacerlo.
Generosidad—v. 2, para abrir nuestros hogares, cora-
zones, y bolsillos a los demás. El nos puede ayudar a
hacerlo (2 Co. 9:8).
Simpatía—v. 3 hacia aquellos que están pasando por
pruebas, especialmente los que sufren por el Señor. El
nos puede transmitir su simpatía y compasión (Mt. 9:36).
Castidad—v. 4, en nuestras relaciones con el sexo
opuesto. El nos puede ayudar en el momento de severa
tentación, como lo hizo con José (Gn. 39:7–21).
Conformidad—v. 5, con lo que tenemos, en la seguridad
de que nunca nos desamparará ni dejará, y nos enseñará
y ayudará a estar contentos en cualquier situación (Fil.
3:11–13).
Confianza—v. 6, de modo que no perdamos el equilibrio
ante crisis repentinas (Is. 26:3; Fil. 4:6).
Estabilidad—v. 9, en cuanto a nuestras convicciones
doctrinales. También nos ayudará (Ef. 4:12–15). El Señor
es mi ayudador ante cualquier necesidad que pueda te-
ner.
103

[p 154]
CAPÍTULO VEINTE
III. LOS PRINCIPIOS SUPERIORES DE CONDUCTA 10:19–13:25 (cont.)
I. LA COMUNIÓN CRISTIANA, Cap. 13. (concl.)
2. En lo que se refiere a la iglesia, vv. 7–17, (concl.)
d. La inquietud sobre la herejía (v. 9). Se señala el peligro de dejarse llevar por la falsa
doctrina, la prevención necesaria y el provecho ausente de estas prácticas. Por eso debe buscarse
la estabilidad en la verdad. Con frecuencia los hombres contraponen a la gracia divina sus propias
doctrinas o exigencias de legalismo, formalismo o sacerdotalismo; esa es una forma de salvación
por obras que como las viandas de las que se habla aquí, jamás pueden satisfacer el alma. Mu-
chos confían falazmente en la eficacia de esas obras.
Recordemos que cualquier doctrina que nos es veraz con respecto a la persona y obra de Cris-
to, y que pretende quitar o agregar a las exigencias de la Palabra de Dios, es doctrina “extraña”.
Las enseñanzas falsas pueden apelar al intelecto, pero la gracia de Dios siempre apela al corazón.
“Viandas” aquí representa todas las ordenanzas ceremoniales bajo la Ley que no aprovecha-
ron a los que las observaban. Sucede que la santidad no depende de la comida ni se produce por
ella, sino depende de la gracia; y el creyente no está bajo la ley sino la gracia (Ro. 6:14). Los lecto-
res de esta carta debían estar terminados con el judaísmo en cuanto a la doctrina. Por eso el escri-
tor los lleva a considerar:
e. La ilustración efectiva (vv. 10–12) en la forma en que murió Jesús. Notemos aquí:
(i) Nuestra posesión (v. 10a) que se aprecia en la palabra clave “tenemos”. A los ju-
díos convertidos se los acusaba [p 155] burlonamente de no tener ya nada. En cambio, poseían
mucho más. Disfrutaban de un privilegio superior que ni Aarón conocía. Nuestro “altar” no es uno
visible sobre el cual se realizan sacrificios. Tampoco es la cruz. Nuestro altar es Cristo mismo y su
sacrificio realizado una vez para siempre. Lo que el altar material era para los israelitas, Cristo
mismo es para los creyentes.
(ii) La exclusión (v. 10b) de los que se siguen aferrando al altar del templo, al sistema
anterior de la ley con sus sacrificios incompletos. Ellos no tienen derecho de disfrutar de lo que te-
nemos nosotros, no tienen derecho a los beneficios de la obra de Cristo. Para los que volvían al
judaísmo no podía haber esperanza de salvación ni participación de Cristo.
(iii) La separación (vv. 11, 12) que se producía entre la sangre de los sacrificios que
era introducida en el lugar santísimo, y el cuerpo que era quemado fuera del campamento porque
los pecados de la congregación habían sido puestos sobre esos animales a sacrificar. Así Cristo
que era sin pecado tuvo que padecer “afuera” cuando los pecados de todos nosotros fueron pues-
tos sobre El. El Señor fue crucificado fuera de la ciudad de Jerusalén, el centro de judaísmo, fuera
del campamento del judaísmo organizado. Asimismo, en la muerte que El padeció, fue hecho mal-
dición por nosotros (Gá. 3:13).
f. La invitación a la identificación (v. 13) con el Señor en el rechazo que sufrió, ya que
lo trataron como si fuera un proscripto expulsado por los hombres. Al identificarnos mostramos
nuestra lealtad a El. No quedaba lugar para los hebreo-cristianos dentro del sistema que había re-
chazado y crucificado a su Señor. Durante casi 30 años después de Pentecostés, a los creyentes
hebreos se les había permitido seguir en el campamento del judaísmo (cf. Hch. 11:20), pero ahora
debían salir. Era imposible obtener la salvación dentro del sistema judaico. Las obras de las orde-
nanzas rituales y ceremoniales debían ser abandonadas. Era necesario salir afuera al lugar donde
las necesidades del alma habían quedado satisfechas.
Sí, ya era hora de que los destinatarios de esta carta salieran del judaísmo y se separaran de
los enemigos de Jesucristo y los opositores y perseguidores de la iglesia. También para nosotros
104

se hace esencial que salgamos del mundo y nos identifiquemos plenamente con el Señor (Stg. 4:4,
5). “Llevando su vituperio” Es el costo de la identificación con Cristo. Es el reproche que recibi-
mos por no pertenecer a los sistemas aceptados por los hombres.
g. El incentivo para esa identificación (v. 14) es nuestra perspectiva gloriosa, celestial y
no terrenal. Para los judíos Jerusalén era [p 156] el centro geográfico de su sitema, de su “cam-
pamento”. Nosotros no tenemos semejante ciudad central sobre la tierra, ¡menos aún Roma! ya
que nuestro corazón está puesto en la ciudad celestial, la nueva Jerusalén, donde está el Señor.
Esta ciudad aún por venir no solo será una realidad futura sino que debe representar un poder de
influencia en la actualidad.
h. La importancia de nuestros sacrificios (vv. 15, 16) como sacerdotes que somos (1
P. 2:5; Ap. 1:6) debemos ofrecer sacrificios, aunque éstos ahora no son físicos sino espirituales.
Estos versículos además representan un llamado a la alabanza. Notemos cuáles son los sacrificios
que se esperan de cada uno de nosotros:
(i) El sacrificio de palabras (v. 15) no solo en ciertos días sino continuamente. Esta
nueva adoración no tiene relación con un templo o un altar terrenal, sino que puede presentarse en
cualquier lugar o circunstancia, aunque adquiere dimensiones especiales cuando se hace en co-
munión con otros. Este sacrificio constituye un apropiado barómetro de la condición del corazón
pues sólo cuando éste se encuentra bien brotarán palabras como expresión sincera de nuestro
sentir delante de Dios.
“Por medio de El” y solo por medio de El, no a través de santos, la virgen, u otros in-
termediarios. Notemos que se ofrece a Dios a través de Jesucristo. El quita todas las impurezas e
imperfecciones de nuestras palabras y agrega su propia virtud a ellas. Recordemos que no son
sacrificios carnales sino espirituales.
“Fruto de labios” es lo que esos labios pronuncian. La única adoración que Dios recibe
es aquella que fluye a través de labios redimidos (cf. Os. 14:3).
Pero no alcanza meramente con el sacrificio del fruto de nuestros labios; hace falta también:
(ii) El sacrificio de obras (v. 16) el fruto de nuestras vidas expresado en ayuda y servi-
cio amoroso hacia otros. Debemos emplear nuestros recursos materiales para hacer bien y com-
partir con aquellos que tienen necesidad. Aunque no dispongamos de muchos recursos materiales,
compartamos nuestro tiempo, esfuerzo y trabajo. Así la sinceridad del amor por Dios se demostrará
en preocupación por otros.
La palabra traducida “comunicar” es la palabra griega Koinonía y expresa la idea de compartir
con un hermano en necesidad material (cf. 2 Co. 9:13, donde se traduce como “distribución”).
Para otros sacrificios nuestros, ver Ro. 12:1; Sal. 51:17, 19. Estos son los que realmente agra-
dan a Dios porque demuestran nuestra semejanza a El, que se dio a sí mismo por nosotros sin
reserva alguna.
i. [p 157] La insubordinación posible (v. 17). Notemos aquí, en relación con los dirigen-
tes o ancianos:
(i) Nuestro deber y nuestra responsabilidad hacia ellos es obediencia y sumisión pues
ellos son representantes de Dios y de su autoridad divina ante la iglesia o asamblea local. Estemos
dispuestos a cumplir con sus deseos y pedidos. La insubordinación a los líderes espirituales esco-
gidos por Dios puede echar a perder el bienestar espiritual y el progreso de la iglesia local.
(ii) Su cuidado hacia nosotros, o sea la responsabilidad de los líderes o guías espiri-
tuales de cada congregación local. Tenemos ejemplos de esto en 2 Co. 11:28; 12:15; 1 P. 5:2.
(iii) Su responsabilidad tremenda ante Dios: en un día futuro rendir cuentas a El de su
mayordomía como dirigentes pues las ovejas no son suyas sino del Gran Pastor que las ha com-
prado a gran precio (Jn. 10:11).
105

(iv) Su deseo sincero es hacerlo con alegría y no con tristeza, dependiendo del pro-
greso espiritual de aquellos que están a su cargo. La más grande alegría de un dirigente es ver que
aquellos a quienes conduce están afirmados en el camino cristiano, como escribió Juan: “No tengo
yo mayor gozo que este, el oir que mis hijos andan en la verdad” (3 Jn. 4).
(v) Lo inconveniente para nosotros es que perdamos nuestra recompensa por haber
causado tristeza a nuestros dirigentes a causa de nuestra conducta, falta de obediencia, y sumisión
debida.
18
Orad por nosotros; pues confiamos en que tenemos buena conciencia, deseando conducirnos
bien en todo. 19Y más os ruego que lo hagáis así, para que yo os sea restituido más pronto. 20Y el
Dios de paz que resucitó de los muertos a nuestro Señor Jesucristo, el gran pastor de las ovejas,
por la sangre del pacto eterno, 21os haga aptos en toda obra buena para que hagáis su voluntad,
haciendo él en vosotros lo que es agradable delante de él por Jesucristo; al cual sea la gloria por
los siglos de los siglos. Amén. 22Os ruego, hermanos, que soportéis la palabra de exhortación,
pues os he escrito brevemente. 23Sabed que está en libertad nuestro hermano Timoteo, con el
cual, si viniere pronto, iré a veros. 24Saludad a todos vuestros pastores, y a todos los santos. Los
de Italia os saludan. 25La gracia sea con todos vosotros (13:18–25).
3. En lo que se refiere a lo personal, 13:18–25, el escritor realiza una emotiva despedida.
a. La petición de oración (vv. 18, 19) de parte de ellos a favor del escritor. Notemos la
base y naturaleza de la apelación para su pronta [p 158] restitución al seno de ellos. El autor de-
muestra estar seguro del amor y la oración de ellos, pues evidentemente era bien conocido entre
sus lectores.
Los siervos de Dios necesitan de las oraciones de los santos, especialmente como en este
caso en que el escritor aparentemente era objeto de graves críticas y oposición. El protestaba que
a pesar de esas críticas y acusaciones malintencionadas, su conciencia estaba tranquila y su de-
seo era puro.
b. Un pedido por ellos (vv. 20, 21). Aquí encontramos una de las bendiciones más gran-
diosas de las Escrituras, un canto de alabanza sublime. Se destaca en especial:
(i) A quien va dirigido (v. 20a) la gloriosa persona de Dios, fuente de paz eterna. Esta
paz es el fruto de la obra de Cristo. Esto era algo apropiado y consolador en un momento cuando
muchos estaban siendo perseguidos. Este título también se encuentra en Ro. 15:33; 16:20; 2 Co.
13:11.
(ii) Lo que El ha hecho (v. 20b). Su gloriosa provisión. Dios resucitó al Señor como
señal de que la obra de redención estaba completa. Notemos el título que se le da al Señor: el
Gran Pastor. Como “Buen Pastor” dio su vida (Jn. 10); como “Gran Pastor” resucitó; y como “Prín-
cipe de los Pastores” (1 P. 5:4) viene para recompensar a sus siervos. Podemos ver un paralelo en
los Salmos: el Buen Pastor (Sal. 22), el Gran Pastor (Sal. 23), y el Príncipe de los Pastores (Sal.
24).
El nos ha redimido con su sangre, la sangre del pacto eterno, en contraste con el pacto
anterior que solo era temporal. El pacto es eterno porque ha suplido plenamente todos los requisi-
tos de Dios (Is. 54:10). Aparentemente hay una referencia, por contraste, con la obra pastoral de
Moisés al sacar a Israel de Egipto, y a la sangre del pacto que Dios hizo con ellos (ver Is. 63:11–
13). Así la superioridad de Cristo a Moisés se demuestra de nuevo así como en 3:2–5.
¡Qué seguridad nos proporcionan estas palabras! ¡Qué anclaje perfecto para nosotros
entre las aguas turbulentas del cambio!
(iii) Lo que se le pide hacer (v. 21): capacitarlos, motivarlos para obedecer, operar en
ellos su voluntad divina. Notemos el perfecto equilibrio entre lo divino y lo humano. Dios nos capa-
cita y obra en nosotros, y lo hace a través de Jesucristo. En otras palabras: El coloca el deseo en
nosotros y nos da el poder para hacerlo, y luego que lo hacemos nos recompensa. Esto nos re-
106

cuerda las palabras del comentarista William Barclay, “Dios jamás nos asigna una tarea sin darnos
el poder de realizarla. Con la visión envía el poder.” Vemos la explicación en Fil. 2:12, 13. Así El se
convierte en:
(iv) [p 159] El ejecutor perfecto (v. 21b). Nada sino una experiencia de la gracia supli-
rá la clave que nos permitirá hacer lo que conviene, pues el bien que hagamos es la obra de Dios
en nosotros (Fil. 2:13). Por todo ello El es digno de gloria para siempre.
c. Las palabras finales (vv. 22–25). Se trata de una especie de posdata personal.
(i) Soportad la exhortación (v. 22) de esta epístola, de abandonar la religión ritualista y
seguir a Cristo con verdadero propósito de corazón.
(ii) Sabed acerca de Timoteo (v. 23) que ha sido liberado y puede ir a verlos. ¿Será,
entonces, el apóstol Pablo el autor de esta carta? No se puede asegurar, pues sin duda Timoteo
tenía otros amigos y colaboradores además del apóstol.
(iii) Saludad a todos (vv. 24, 25) tanto a los líderes como a los seguidores. Además de
recordarlos (v. 7), y reconocerlos (v. 17), debían respetarlos (v. 24). No debiéramos pasar por alto
los muchos toques de cortesía en esta epístola, y haríamos bien en aprender de ellos en estos dí-
as. Recordemos que todas las misericordias de Dios fluyen de su gracia incomparable. El evange-
lio comienza y termina con la palabra “gracia”. Aquí se trata del favor divino manifestado en bendi-
ción en todo momento y toda circunstancia.
Y no encuentro mejor forma de terminar este comentario que haciendo lo mismo, o sea enco-
mendando a mis lectores a esa gracia divina incomparable.
Carlos A. Morris

[p 160] A DIOS SEA LA GLORIA—13:20, 21


La Descripción de Dios—v. 20a—“El Dios de paz.”
Notemos:
El gozo que nos proporciona—saber que la tormenta del
juicio se ha acabado—Sal. 29:11b
La gracia que nos recuerda—al haber sido posible sólo
por la obra de Cristo—Col. 1:20
La garantía que aporta—del fin de la lucha y turbulencia,
y del descanso que hallamos en El
La declaración de lo que Dios ha hecho—v. 20b, a
través de su Hijo:
La resurrección gloriosa de Cristo anticipa la nuestra y
es figura de nuestra liberación—Ef. 1:19, 20
La relación establecida con su pueblo, individual y
colectivamente, como el “Gran Pastor”
La redención lograda por el Señor Jesús a través de su
sangre, que ha sellado el pacto eterno
El deseo expresado de lo que Dios debe hacer—v.
21a. Que El pueda realizar en nosotros:
El propósito de nuestra vida que es hacer la voluntad de
Dios. Pero existe:
El problema de nuestra vida, que muchas veces es no
107

hacer su voluntad. Pero gracias a Dios:


La posibilidad en nuestra vida es hacer esa voluntad:
“Os haga aptos …”
. La doxología excelsa—v. 21b dirigida a Jesucristo.
Una doxología es una fórmula de alabanza o un himno
breve, sobre todo al final de los cultos o las oraciones.
La persona a quien se dirige—el Señor Jesucristo
La preeminencia suya, pues es digno de toda gloria y
alabanza
La permanencia de ese loor; no sólo debe ser alabado
ahora sino por toda la eternidad

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