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EL DUELO, ESTRATEGIAS
TERAPÉUTICAS. APOYO E
INTERVENCIÓN EN DUELO
POR SUICIDIO
2ª Edición actualizada
MONTSERRAT MONTÉS GERMÁN
Psicóloga educativa. Vicepresidenta de la Asociación de Investigación,
Prevención e Intervención del Suicidio- Grupo de Familiares y
Allegados en Duelo por Suicidio (Red AIPIS-FAeDS). Miembro del
Grupo de la Conducta Suicida en el COP de Madrid
ISSN 1989-3906
Contenido
fiCha 1 ........................................................................................................... 37
el duelo en personas con síndrome de down
fiCha 2 ................................................................................................................................. 41
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documento base.
el duelo, estrategias terapéuticas. apoyo e intervención
en duelo por suicidio
1ª PARTE
EL DUELO
definiCiÓn
El concepto de duelo (del latín dolus, dolor) va unido al de perdida, entendiendo la pérdida en sentido amplio, como
cualquier experiencia de desposeimiento de una figura u objeto del que no deseamos separarnos, es decir, quedar pri-
vado de algo que se ha tenido (Neimeyer 2002). Puede ser una amistad, un objeto material, una habilidad física, la ju-
ventud, etc.) La afectación de una persona tras una pérdida dependerá del valor que le otorguemos a la misma (Leila
Nomen 2007). Por todo ello, cuando hablamos de sufrimiento tras una pérdida debemos tener en cuenta numerosas
variables que pueden estar afectando al sujeto: El objeto perdido, el valor otorgado y la idiosincrasia individual, que
incluiría aspectos biológicos, psicológicos y sociales, es decir, en cada situación de pérdida se verán implicadas com-
plejas variables que determinarán la elaboración del duelo.
PRoCeso
A pesar de que la experiencia de duelo se puede experimentar por distintos tipos de pérdida en este curso nos centrare-
mos en el duelo por muerte de un ser querido, por considerar este duelo el de mayor impacto psicológico. No cabe duda
de que el duelo o aflicción ante una pérdida es mayor y más intenso cuando la pérdida es de personas con las que se ha
tenido un vínculo emocional profundo, y es la pérdida de un ser querido la experiencia más dolorosa sobre todo cuando
su causa ha sido la muerte (Peiró, 1998). En cualquier caso, hay que tener en cuenta que cada pérdida significativa para
nosotros va a dar lugar a un proceso de readaptación, a este proceso le denominamos proceso de duelo.
Jorge L.tizón, en su libro «Pérdida, pena y duelo» describe el proceso de duelo como el conjunto de procesos psico-
lógicos y psicosociales que siguen a la pérdida de una persona con la que el sujeto en duelo, el deudo, estaba psicoso-
cialmente vinculado (Tizón 2004).
El duelo es un proceso complejo y doloroso, durante el cual el sujeto debe ir deshaciéndose de los vínculos que le
unían al fallecido para llegar a aceptar su pérdida y adaptarse a una nueva realidad. Este proceso se verá afectado por
distintas variables previas, la biografía del sujeto, sus habilidades de afrontamiento, la historia previa de otros duelos y
además se verá implicado a todos los niveles (biológico, psicológico y social). Por tanto, se manifestarán alteraciones
físicas, de pensamiento, de conducta y por supuesto del estado de ánimo. El entorno social en el que se desarrolle es-
te proceso es una variable importante pues va a condicionar la forma de vivir el luto que refleja las normas sociales
aceptadas por la cultura en la que se encuadra el sujeto en duelo. Una diferencia a tener en cuenta entre duelo y luto
es que el duelo se refiere a manifestaciones subjetivas e internas, el luto a manifestaciones sociales y externas.
El duelo no acaba nunca, pero se entiende que hay una adecuada elaboración en el proceso del duelo cuando el su-
jeto, tras el primer impacto emocional por la pérdida, va atravesando por diversos estados o fases que culminan con
la aceptación de la nueva realidad. La persona en duelo ha de conformar su mundo interno y sus relaciones externas a
una nueva situación, la cual ha de incorporar la pérdida (Tizón-2004).
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doliente a través de este proceso, cuáles son las manifestaciones psicológicas más destacadas en cada momento del
duelo, o cuales son las más comunes, ha sido objeto de estudio de numerosos autores y ha dado lugar a diferentes
modelos explicativos, que, desde su perspectiva teórica, tratan de ayudarnos a comprender la evolución a través de
este proceso.
Históricamente, se atribuye a Sigmund freud el haber sido uno de los primeros en prestar atención a los procesos de
duelo en su obra Duelo y Melancolía (1917), aunque en esta obra Freud equipara el duelo a fenómenos depresivos
habla de pérdida de los intereses externos, de la capacidad de amar, disminución general de la vitalidad e inhibición
de toda actividad. Posteriormente, Lindemann (1944) refuerza el modelo propuesto por Freud y basándose en sus es-
tudios de observación (observó a cientos de personas tras haber perdido a sus familiares en acontecimientos trágicos)
define el duelo como un proceso psicológico adaptativo, relativamente pasivo y universal. J.bowlby, basándose prin-
cipalmente en los trabajos de Freud y Lidemann, propone un primer modelo de tres etapas en 1961, aunque posterior-
mente se aparta de la tradición estrictamente psicoanalítica y también reconoce la influencia de otros enfoques, como
de la psicología cognitiva. La idea del duelo, como un proceso de etapas relativamente universales, también la encon-
tramos en Kübler-Ross (1969) que teorizó un modelo de cinco fases y schulz (1978) que también habla, aunque de
manera más general, de una fase inicial, otra intermedia y otra de recuperación.
Con independencia de su orientación teórica, todos los autores analizados parecen reconocer un primer momen-
to de «shock». Lindemann (1944) dentro de su modelo de tres etapas, denomina a este primer momento conmo-
ción, caracterizado por la incredulidad. También, bowlby (1969, 1980), para quien el duelo es una respuesta
adaptativa basada en el valor del apego, añade a su modelo inicial una fase que denomina de entumecimiento y
shock, y la define como una fase temprana de intensa desesperación, aturdimiento, negación, cólera… puede durar
entre algunas horas y varios días y según Bowlby se puede recaer en esta fase varias veces a lo largo del proceso.
therese Rando (1984), desde una perspectiva cognitivista, también considera una primera fase a la que denomina
negación. Existe, por tanto, bastante consenso en reconocer un primer momento que se caracteriza por una especie
de embotamiento mental, aturdimiento, perplejidad e incredulidad. La confusión mental de estos primeros instan-
tes no deja al sujeto pensar con claridad, pero de alguna manera es consciente de que su vida va a cambiar por
completo, lo que le resulta difícil de aceptar y, por ello, es normal que desee evadirse, a este «no querer creer lo
sucedido» le llamamos negación. Para Parkes y Weiss (1983) esta negación es normal, atenúa el primer impacto
emocional y ayuda a ir interiorizando y aceptando lentamente lo ocurrido, según estos autores, después de este
shock inicial vendría el darse cuenta intelectual, es decir, el aceptar de forma racional lo ocurrido, aunque no ocu-
rre lo mismo a nivel emocional.
Después de la conmoción vendría una etapa de duelo agudo para Lindemann, equiparable a la fase descrita por
J.bowlby como fase de anhelo y búsqueda y a la fase de confrontación de t.Rando (1984).
Será en esta fase en la que se desencadenen las emociones más intensas. Aunque pueden existir diferencias indi-
viduales, normalmente la persona se encuentra en un estado de total alteración psicológica, es normal que se sien-
ta tensa, irritada o que aparezcan manifestaciones de ansiedad generalizada. Siguiendo a J.bowlby (1980), la
emoción más significativa de esta fase es la rabia. Basándose en su teoría del apego, Bowlby afirma que los niños
pequeños forman muy temprano en su vida un lazo con la figura materna, cuya ruptura lleva a la ansiedad de sepa-
ración. Los mecanismos para afrontar esta separación serían sustancialmente los mismos que son observados cuan-
do un niño mayor o un adulto pierde a una figura amada, para este autor esta fase se caracteriza por una activación
psicológica exacerbada orientada hacia la búsqueda incesante del objeto perdido, seguida por el consecuente de-
sengaño al enfrentarse a la realidad de la ausencia y esto sucede repetidamente, por tanto, se produciría una alter-
nancia entre la esperanza seguida de la rabia, debida a la frustración. La rabia es también la emoción más común
en esta fase para Rando (1984) como respuesta a la privación de algo que se desea y no se puede conseguir. Esta
rabia a veces se dirige hacia el exterior, hacia otras personas, hacia los médicos que atendieron al difunto, hacia
otros familiares por no prestar el apoyo necesario, hacia Dios que ha permitido que esto ocurra, inclusive hacia el
propio fallecido por habernos abandonado y, a veces, también se dirige contra uno mismo por no haberlo podido
evitar, en este caso puede generarnos un sentimiento de profunda culpa. La culpa es la otra emoción más común
en esta etapa. El deudo suele obsesionarse pensando y repasando todos los hechos que han rodeado la muerte de
su ser querido, se puede sentir culpa por pensar que se pudo hacer algo más, o por el alivio que se siente inevita-
blemente al liberarnos de una responsabilidad que nos angustiaba, por ejemplo, tras procurar los cuidados necesa-
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rios tras una larga enfermedad o simplemente por estar vivo y que la otra persona ya no lo esté. Se suelen desterrar
o evitar comportamientos porque sabemos molestaban al difunto o adoptar actitudes propias de él o ella; se suele
soñar vívidamente con la persona desparecida, incluso tener la sensación, en ocasiones, de sentir su presencia.
Otra sensación muy habitual durante esta etapa es la sensación de mutilación, es debido a que una parte del sobre-
viviente, a la que pertenece la vida que compartía con la persona fallecida, también ha muerto y nunca podrá vol-
ver a repetirse, por tanto, esta pérdida también debe elaborarse. Según bowlby, de forma paralela, es muy natural
la presencia de llanto y de tristeza, debido al progresivo convencimiento de que la recuperación del ser querido es
imposible, dando comienzo la fase denominada por él como fase de desorganización y desesperanza. La tristeza,
que va apoderándose de la psique, hace que aparezcan síntomas como la apatía, el retraimiento social, la pérdida
de concentración y la dificultad para tomar decisiones, que se produzcan trastornos del sueño y del apetito, y la
sensación de que la vida ha perdido sentido. Todos ellos son síntomas presentes en los trastornos por depresión
mayor, pero dadas las circunstancias, no significa que estemos ante un trastorno por depresión propiamente dicha,
por tanto, habrá que tener cuidado a la hora del diagnóstico.
Por último toda esta vorágine de emociones descontroladas y el miedo de tener que enfrentar un futuro que no esta-
ba previsto, sólo se podrá superar adecuadamente si terminamos por aceptar la pérdida, dando comienzo la etapa de
resolución del duelo para Lindemann, la última fase del duelo denominada por Rando (1984) fase de restablecimiento
de la identidad y por Bowlby (1980) fase de reorganización del proceso y que se inicia después de la renuncia defini-
tiva a la esperanza de recuperar a la persona pérdida y marca el inicio de la recuperación emocional y la reincorpora-
ción a la vida social habitual. Durante esta fase el doliente puede olvidar por momentos su tragedia, incluso puede
sonreír y empezar a interesarse por nuevas actividades. El duelo no acaba nunca, pero va declinando su intensidad y
dejando paso a otras emociones, facilitando la recuperación de las relaciones sociales y la vida cotidiana y permitien-
do al individuo considerar las posibilidades de enfrentar su nueva situación. La pérdida no se olvida, pero se pone en
un lugar especial y la energía emocional se reorienta hacia nuevas relaciones (Bowlby, 1980; Worden, 1982).
Las teorías tradicionales que acabamos de comentar han sido criticadas por autores contemporáneos (Attig, 1996;
Worden, 1997; Neimeyer, 1997; Poch y Herrero 2003), entre otros, por diversas razones: Primero porque al conside-
rar el duelo como un fenómeno natural por el que cualquier ser humano ha de atravesar para adaptarse a su nueva re-
alidad después de la muerte de un ser querido, ofrecen una explicación universal, todas las personas y en todas las
sociedades y culturas elaborarán el duelo de la misma manera. Por otra parte, estos autores otorgan al doliente un pa-
pel completamente pasivo, al considerarle un mero observador del proceso que va atravesando por las distintas etapas
y experimentando los correspondientes estados emocionales sin poder hacer nada al respecto.
J.W.Worden (1982) y t.Rando (1984) a quienes ya hemos mencionado, desde una perspectiva cognitiva, conciben
el duelo como un proceso más activo, se cambia la idea de pasar por etapas o fases a la de realizar una serie de «tare-
as» consecutivas. Aunque, Rando habla de fases, el individuo pasa a tener un papel activo. Desde esta perspectiva el
doliente puede hacer algo para manejar su dolor. El deudo, es un agente de adaptación a la pérdida, incluso aunque
no sea consciente de las tareas que afronta (Tizón 2004).
Las tareas propuestas por Worden serían las siguientes:
Aceptar la realidad de la pérdida: Según Worden hay dos tipos de aceptación: la aceptación intelectual o la con-
ciencia racional de que la persona ya no está, ha muerto y la aceptación emocional aceptar vivir las emociones que
este hecho genera. Si el sujeto se obstina en la negación del hecho o de lo que significa esta pérdida emocionalmente
para él, esta tarea se verá prolongada.
Trabajar las emociones y el dolor de la pérdida: Para ello es necesario que la persona sea consciente de qué emo-
ciones están surgiendo y luego que se dé permiso para sentirlas. Durante el proceso de duelo es normal que puedan
surgir tanto emociones negativas como positivas, las más comunes son la ira o el enfado, (la rabia que mencionaba
Bowlby en la segunda fase de su modelo). Según Worden hay algunas emociones que son más difíciles de aceptar,
como el dolor, la tristeza, a veces por condicionamientos sociales. Si el sujeto no se permite experimentar todas estas
emociones entrará en un proceso de negación consistente en tratar de evitar pensamientos y recuerdos. Si esta tarea
no se completa adecuadamente, puede que más adelante necesite terapia para resolver un duelo complicado.
Adaptarse a un medio en el que la persona está ausente: El deudo tiene que readaptar su vida cotidiana en ausencia
del ser querido. Deberá asumir roles que antes no le correspondían y desarrollar habilidades que desconocía que pu-
diese poseer, lo que afectará al concepto que hasta ahora tenía de sí mismo. Todo su mundo externo e interno debe
adquirir un nuevo sentido y éste será diferente para cada persona.
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4 El segundo mito expresar tu dolor te hace daño a ti mismo, es otra idea errónea. Tenemos nuestros momentos de si-
lencio que no queremos compartir, algunos recuerdos de la persona fallecida que los queremos guardar para noso-
tros, y esa postura es normal. Pero si nos encerramos en sí mismo, si no comunicamos nuestro sufrimiento, es
cuando nos estamos haciendo daño. Es necesario llorar y saber expresar la pena que siente y los miedos y culpas.
La ayuda que aporta los profesionales, las asociaciones de duelo o la escucha de una persona de tu confianza ayu-
da a que puedas comunicar todo lo que se lleva por dentro. Es la única manera que podemos empezar a combatir o
a darle cara a nuestro dolor.
4 El tercer mito Expresar tu dolor hace daño a los demás. En este mito, la reflexión que debemos hacer es saber respe-
tar a aquellas personas que por el motivo que sea, quizá porque también están pasando su propio proceso de due-
lo, no pueden hablar de la persona fallecida, ni escuchar lo que ha sucedido como protección para evitar sufrir
más. Esta situación se da mucho en duelos por suicidio donde hay familiares o allegados que prefieren no hablar de
lo ocurrido. Siempre existen personas que están preparadas para escuchar nuestro sufrimiento y para compartir
nuestro sufrimiento. Payás (2016), advierte que este mito tiene una excepción: expresarlo de manera intensa delante
de un niño o de una persona con discapacidad o alteraciones psíquicas puede afectarlos negativamente.
4 El cuarto mito expresar dolor es una señal de inadecuación. alba Payás (2016) comenta en este mito que tendríamos
que plantearnos la posibilidad de que la persona valiente no es la que oculta el sufrimiento, sin la que tiene valor
de compartirlo. Hay muchas personas que se siente muy a gusto en los grupos de apoyo, porque pueden expresar
con naturalidad y con tranquilidad todo lo que no pueden hacer en su familia o en su entorno. Tener ese valor de
compartirlo, como mencionaba alba Payás (2016), es a la vez una terapia muy eficaz para la persona, porque cada
vez que una persona se anima a hablar de sus sentimientos va progresando en su duelo. El último mito El dolor de-
be ser expresado en la intimidad está muy extendido en muchas familias. La idea que encierra este mito es que na-
die tiene por qué saber lo que está sucediendo fuera de la familia, a nadie le tiene que importar. Esta manera de
pensar va construyendo una cárcel donde quedan presos toda la familia. Todos los estudios que se han hecho sobre
el duelo comparten una idea: Quienes realizan bien el proceso, quienes se recuperan mejor, son aquellos que tie-
nen a otras personas con las que compartir, a los que los amigos y la familia no abandonan a pesar del tiempo.
(Shaeffer, J.E. y Moss, R.H. «Beraevement experiencies and personal Growth» en Handbook of Bereavement Rese-
arch, 2001.
● La historia de duelos anteriores, como se resolvieron, la capacidad de aprendizaje, las estrategias de afrontamiento
interiorizadas.
● La Autoestima y la confianza en uno mismo (una baja autoestima puede generar pensamientos autodestructivos).
4 Variables biológicas/fisiológicas.
● La edad cronológica del sujeto, por lo general correlaciona con la madurez intelectual.
● Sexo de la persona en duelo, las mujeres suelen ventilar más los sentimientos.
● La Salud física previa, que puede empeorar por las circunstancias, agravando el proceso de duelo.
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factores relacionados con la muerte: Todas aquellas circunstancias relacionadas con lo sucedido que pueden afectar
directamente desde el momento inicial al proceso.
4 Tipo de muerte: distinguiremos tres tipos de muerte: muerte natural, que puede ser súbita o esperada (después de
una larga enfermedad, suele dar lugar a duelo anticipado); muerte por accidente; muerte por homicidio y muerte
por suicidio, estas últimas por definición siempre son súbitas y suelen complicar el proceso de duelo.
4 La forma cómo nos comunicaron la noticia puede atenuar o generar un gran shock.
4 La edad del fallecido se hace mucho más duro cuanto más joven.
4 Pérdidas secundarias y pérdidas simbólicas: pueden agudizar el proceso, por ejemplo, pérdida de estatus económi-
co o de planes de futuro en el caso de viudedad, o de esperanzas e ilusiones de futuro, en el caso de madres que
pierden a sus bebes durante el periodo perinatal.
4 Acumulación: Las pérdidas anteriores recientes u otras muertes o hechos trágicos concurrentes.
4 No ver el cadáver, bien porque está destrozado o porque no se ha podido encontrar, en estos casos puede ocurrir
que no se llega a poseer la certeza de la muerte.
4 Cuando se ve el cadáver si está mutilado, agrava la elaboración posterior.
factores sociales:
4 El sistema de soporte social del individuo, el apoyo de familiares y amigos.
4 El estatus educacional y económico puede convertirse en un problema concomitante si el sujeto tiene unas condi-
ciones de vida precarias o vive aislado socialmente.
4 Los rituales funerarios que al celebrarse ayudan en la elaboración.
4 Las pautas culturales, la aceptación del duelo, sobre todo de la expresión del dolor.
4 La posibilidad de obtener ayuda profesional.
4 La presencia o ausencia de estos factores y la combinación de los mismos puede llegar a complicar sumamente el
proceso de elaboración de duelo.
tiPos de dueLo
El duelo por la muerte de un ser querido es un proceso psicológico, intensamente doloroso, pero normal, no se trata
de un trastorno mental. La Asociación Americana de Psiquiatría lo clasifica en el DSM-IV-TR en la categoría diagnósti-
ca de trastornos adicionales que pueden requerir atención clínica y lo define como la reacción normal ante la muerte
de una persona querida y la CIE 10 lo clasifica dentro de los trastornos adaptativos, pero, en realidad, sólo se tratarán
aquellos casos en los que las manifestaciones ante el duelo bien por su prolongaciónen el tiempo, su intensidad o por
su contenido se consideren fuera de lo normal.
DUELO NORMAL (NO COMPLICADO).
Es difícil establecer diferencias entre duelo normal y duelo patológico, pues nos encontramos con un continuo de
síntomas y manifestaciones (físicas y mentales) que pueden considerarse normales, o no, dependiendo de diferentes
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factores. Por ejemplo, la negación en los primeros momentos es normal y adaptativa, pero disfuncional si se prolonga
en el tiempo.
De nuevo fue Freud uno de los primeros autores en hacer una distinción entre duelo normal y duelo patológico, en
su obra Duelo y melancolía (1917). Freud propone que la Aflicción equivaldría al duelo normal y la Melancolía al
duelo patológico la persona afligida vería el mundo pobre y vacío debido a la ausencia del ser querido, la persona me-
lancólica se vería a sí misma como pobre y vacía.
Otro autor que ha hecho distinción entre duelo normal y patológico es J. W Worden (1997), quien describe detalla-
damente lo que considera emociones y conductas normales durante el proceso de duelo normal. Basándonos en este
autor podemos decir que las manifestaciones emocionales son las que cobran mayor relevancia. La tristeza, la pena,
la ira al enfrentar la frustración de una realidad que nunca volverá a ser igual. La culpa fruto de los autorreproches, la
ansiedad y los temores que nos genera el enfrentarnos al futuro, la sensación de soledad, de inseguridad, etc. A nivel
cognitivo, se señala que es normal tenerpensamientos reiterativos acerca del difunto, soñar con él, tener la sensación
o ilusión de presencia pero sabiendo que no es real y a nivel físico puede aparecer insomnio, trastornos alimentarios,
fatiga, debilidad, suspiros y por último a nivel conductual se expresan manifestaciones de llanto frecuentes, conducta
distraída, aislamiento social, atesorar recuerdos, visitar lugares comunes o evitarlos a toda costa, incluso se pueden
adoptar gestos y actitudes. Transcurrido cierto tiempo (no hay acuerdo entre los autores) vendría la resolución del
proceso, que conlleva la correcta elaboración del duelo, en la que todas estas manifestaciones ya no resultan invali-
dantes y la persona puede recordar al fallecido sin tanto sufrimiento, además comienza a recuperar el interés por otras
actividades y relaciones.
Parece como si todo este proceso fuese la forma natural que tiene nuestra mente y nuestro cuerpo de superar esta si-
tuación de crisis vital, por ello la mayoría de las personas evolucionan con normalidad, pero no todas. Cuando al-
guien lo está pasando mal durante el proceso de duelo, es un error común pensar que no precisa ninguna atención
especial, que el tiempo lo curará, pero algunas personas, tras una pérdida padecen alteraciones importantes en su sa-
lud física, mental o ambas y requieren una intervención especializada.
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o ayuda especializada o profesional, el término duelo patológico se reserva a aquellos procesos más graves que por
sus características y síntomas precisen la intervención profesional de un psicólogo especializado o un psiquiatra, ne-
cesariamente.
DUELO COMPLICADO
Duelo Anticipatorio: Se produce en caso de muerte anunciada. Algunas diferencias con el duelo convencional, es
que se va expresando con anterioridad a la pérdida que se sabe inevitable. Además, en lugar de ir declinando con el
paso del tiempo puede aumentar su intensidad a medida que se acerca el momento y termina cuando se produce la
pérdida, con independencia de las reacciones que puedan surgir después. Si la pérdida se retrasa mucho puede llegar
a extinguirse provocando menos manifestaciones de duelo agudo al producirse la muerte del ser querido. A veces se
produce la esperanza ilusoria de que quizá la muerte no llegue a producirse y esto atenúa el duelo anticipado, pero
puede desencadenar en un duelo mucho más agudo al producirse el fallecimiento. Este tipo de duelo es muy común
en trabajadores en cuidados paliativos. Actualmente, existen lugares con personal especializado (psicólogos, enferme-
ras, voluntarios, etc.) que ayudan a familiares a despedirse adecuadamente y facilitan el proceso de duelo posterior.
Duelo Retardado - Duelo Ausente: Se denomina también duelo congelado o aplazado porque no se producen las
manifestaciones emocionales que serían de esperar en el doliente, que actúa como si no hubiera ocurrido nada, man-
teniéndose ocupado en multitud de actividades en un intento de huir de la realidad y del dolor. La negación, reacción
inicial defensiva habitual, detiene la evolución del duelo en la primera fase, convirtiéndolo en disfuncional. Transcu-
rrido cierto tiempo, dos o tres semanas, incluso puede que meses, cualquier estímulo, por insignificante que sea pue-
de desencadenar un cuadro de ansiedad intenso con el que se iniciaría la expresión del duelo. El duelo retardado
tiene las mismas características que el duelo normal, lo que ocurre es que no se expresan las manifestaciones típicas
del mismo hasta que no ha transcurrido un tiempo tras el fallecimiento.
J. W. Worden, reconoce que… algunas personas pueden presentar ausencia de sentimientos… debido al impacto…
como una forma de protección… lo que llevaría a un proceso patológico.
Duelo Inhibido: Este término se utiliza en la literatura de manera similar al anterior (duelo ausente) y hace referencia
a la incapacidad para expresar claramente el pesar por la pérdida que puede ser debido a restricciones personales (el
individuo emplea mecanismos para bloquear el dolor) o sociales que tienen que ver con el comportamiento en públi-
co según las influencias educativas y culturales.
Duelo Desautorizado: Se produce cuando el entorno que nos rodea no acepta el duelo. Es el caso de la muerte de
personas mayores porque al ser la muerte algo normal en esta población, se espera que el familiar (viudo/a, hijo/a) su-
pere el duelo en pocos meses, sin tener en cuenta la idiosincrasia de cada uno.
Duelo Enmascarado: En este tipo de duelo la respuesta emocional puede ser escasa, pero se manifiesta clínicamente
por síntomas somáticos, jaquecas, trastornos gastrointestinales, cuadros ansiosos o depresivos que no se relacionan
con la pérdida. Es un duelo donde el paciente somatiza su sufrimiento, traslada el dolor al cuerpo.
t. Rando (1983) comenta que si en los primeros momentos no se reconoce la pérdida puede dar lugar a duelo au-
sente, duelo retardado, duelo inhibido, duelo enmascarado.
Duelo Crónico: El doliente se instala en la fase más aguda del duelo, la segunda para la mayoría de autores, y duran-
te años puede manifestar, con prácticamente la misma intensidad de los primeros momentos, síntomas ansiosos y de-
presivos; suele vivir (obsesionado con el fallecido, con su recuerdo, los autorreproches son frecuentes y también la
rabia desplazada hacia terceros, todo ello le impide volver a la normalidad, y su vida se suele mantener desorganiza-
da. El duelo crónico puede llegar a ser una forma patológica de duelo complicado. Un caso extremo de cronificación
del duelo sería lo que Gorer (1965) denominó momificación del duelo, y que se caracterizaría por mantener todos los
objetos del difunto momificados tal y como los tenía él ya que se tiene la creencia, consciente o no, de que regresará,
por ello, se sigue hablando de él en presente, etc.
Para t. Rando (1983) los problemas en la realización de las tareas correspondientes a la segunda fase pueden dar lu-
gar a duelo sesgado, desviado y la falta de readaptación al nuevo mundo y revestimiento de afectos a duelo crónico.
Duelo no resuelto: Similar al duelo crónico, pero el sujeto permanece «fijado» en la imagen de la persona fallecida
y en las circunstancias que rodearon su muerte. El duelo se detiene entre la segunda y tercera fase y la persona no lle-
ga a retomar su vida habitual, aunque la sintomatología depresiva cede.
bowlby (1980) tiene la teoría de que la causa para no lograr un duelo normal (duelo crónico y ausencia prolongada
de aflicción consciente) implica que existen lazos con el fallecido. Esto lleva a un impulso de búsqueda, lo que expli-
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ca la ausencia de pesar y tristeza que se puede dar en ambas variantes del duelo patológico. En ambas el duelo está
inconcluso: el duelo crónico significaría quedarse en la fase de añoranza y búsqueda y la ausencia de aflicción en la
fase de embotamiento.
Para Worden la persona se detiene en alguna de las tareas descritas en su modelo sin llegar a su finalización.
Duelo intensificado: Se produce una reacción emocional intensa tanto precoz como mantenida en el tiempo.
Duelo exagerado o dramatizado: Es también una intensa reacción de duelo en la que la persona se siente desborda-
da de dolor, es una experiencia tan excesiva que puede tratar de evadirse a través de conductas como el consumo ex-
cesivo de drogas o alcohol lo cual agravará la situación. Los duelos exagerados pueden derivar en trastornos
psicopatológicos como depresión, ansiedad, fobias, ataques de pánico o abuso de sustancias adictivas.
Además de estos, hay un tipo de duelo que nunca acaba porque nunca se llega a comenzar y que causa mucho do-
lor, es el de las personas desaparecidas, cuyo cuerpo nunca se llegó a encontrar y es mucho más grave si no se sabe
que les ocurrió. Este es un duelo casi imposible de elaborar.
DUELO PATOLÓGICO
Este término lo reservaremos para referirnos a un tipo de duelo que por su gravedad perturba intensamente la activi-
dad mental hasta el punto de provocar trastornos mentales catalogables en el DSM o la CIE-10. En el duelo patológico
lo más destacado serán las cogniciones, que se presentan gravemente distorsionadas, la culpabilidad en estos casos
será excesiva y las conductas desajustadas y dañinas, suelen aparecer síntomas depresivos, hipocondríacos y otros
que pueden alcanzar proporciones psicóticas, una señal de alarma son las ideas de suicidio en el primer mes. La iden-
tificación con el fallecido, habitual en el duelo normal, en estos casos llega hasta el punto de que el individuo cree
estar padeciendo los mismos síntomas de enfermedad que el difunto; las ilusiones auditivas momentáneas, aquí alcan-
zan la categoría de alucinaciones duraderas y reiteradas y la negación, muy común, incluso en algunos momentos
adaptativa, aquí puede implicar la firme creencia de que el muerto, en realidad, sigue vivo. Cuando el duelo alcanza
características extremadamente anormales se denomina duelo psicotizado o duelo psiquiátrico.
Duelo depresivo: es un tipo de duelo sintomático porque el doliente cumple los criterios para el diagnóstico de un
trastorno depresivo, ya que mantiene los síntomas característicos de una depresión mayor más allá de dos meses pos-
terior a la pérdida.
Duelo ansioso: En este duelo los síntomas manifestados cumplen los criterios diagnósticos para el trastorno de ansie-
dad.
Duelo psiquiátrico: Cuando a través del proceso de duelo aparece un verdadero trastorno psiquiátrico, que cumple
los criterios para su diagnóstico. Puede ser por una reacción con sintomatología de nueva aparición o bien la exacer-
bación de situaciones sintomáticas previas. La personalidad de tipo narcisista se considera propensa a padecer este ti-
po de duelo por su excesiva sensibilidad a las pérdidas. Se pueden distinguir distintos subtipos:
histérico: El sobreviviente no puede dejar de pensar en el difunto, se caracteriza por una excesiva identificación con
él, de forma que hasta incluso llega a presentar los mismos síntomas clínicos que originaron su muerte. Dramatiza-
ción del duelo.
obsesivo: Las personas obsesivas se caracterizan por cierta ambivalencia emocional, que tras la muerte de un ser
querido puede llevarlos a fluctuar entre el rencor hacia el fallecido y los consecuentes y continuos autorreproches,
por tanto, la emoción más relevante es una intensa culpa que puede terminar en una grave depresión.
melancólico: Se caracteriza por síntomas depresivos graves, incluso con posible aparición de ideación suicida. Esto
último va a estar muy influido por la historia previa del sujeto, y el tipo de muerte acaecida (si ha sido por suicidio
puede servir como aprendizaje de respuesta de afrontamiento o simplemente efecto mimético). La depresión es lo más
característico de estos duelos.
maníaco: Se niega la necesidad de duelo. El duelo maníaco se caracteriza por un cuadro de excitación psicomotriz
e hiperactividad en un intento por negar el dolor. Se actúa como si nada hubiese pasado, pero suele evolucionar pos-
teriormente a un cuadro depresivo.
delirante: Negación de la pérdida, para el sobreviviente el difunto sigue estando vivo acompañado de delirios y alu-
cinaciones, pero no de imágenes o voz.
eVaLuaCiÓn
En el proceso de duelo existen dos momentos bien diferenciados, uno es el inmediatamente posterior al fallecimien-
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to y el otro algún tiempo después. Durante el primer momento de impacto sólo se pueden utilizar algunas técnicas
sencillas y valorar principalmente algunas de las variables que pueden afectar a la elaboración posterior, tales como,
de qué forma se les dio la noticia o si el contexto permite la expresión emocional adecuada.
Pasados los primeros momentos, si el proceso de duelo sigue una evolución normal, bastará con el apoyo social de
familiares y amigos para que se vaya elaborando adecuadamente, pero no en todos los casos es así. Las variables, de
personalidad y otras pueden afectar al proceso hasta convertirlo en un verdadero trastorno. En la mayoría de los casos
el sujeto suele acudir a su médico de atención primaria porque no se encuentra bien, por ello, el profesional de aten-
ción primaria desempeña un papel importante, porque será quien pueda prevenir un duelo complicado. Es importante
que estos profesionales tomen conciencia de que la crisis global por la que atraviesa el sujeto para que realice una
evaluación adecuada y evitar factores de riesgo posteriores. El evaluador deberá tener en cuenta que algunas manifes-
taciones físicas como molestias gástricas, dolores articulares y musculares, sequedad en la boca, opresión en el pe-
cho, hipersensibilidad al ruido, falta de energía, cansancio, trastornos del sueño y la alimentación, etc., son
consecuencia del proceso de duelo por el que atraviesa el sujeto. Además, debe conocer que las cogniciones más co-
munes suelen ser: negación, incredulidad, confusión y dificultad para concentrarse, déficit de memoria, de atención,
despistes, preocupaciones, rumiaciones, autorreproches, pensamientos obsesivos, pensamientos intrusivos con imáge-
nes del muerto, alteraciones perceptivas, ilusiones y alucinaciones auditivas y visuales generalmente transitorias, sen-
sación de presencia, sueños con el fallecido. Las manifestaciones emocionales son las más destacadas de este proceso
y consisten en una acusada tristeza, rabia dirigida a los demás o contra sí mismo, incluyendo ideas de suicidio, culpa,
irritabilidad, ansiedad, sentimientos de soledad, indefensión, shock, anhelo, alivio, anestesia emocional. Por último,
hay que considerar manifestaciones conductuales, tales como el abandono de las relaciones sociales, evitación de lu-
gares y situaciones, conducta de búsqueda o llamada del fallecido, suspiros, inquietud, hiperalerta, llanto, visita de lu-
gares significativos, atesoramiento de objetos relacionados con el desaparecido.
La entrevista estructurada: La recogida de datos. En los primeros encuentros se deben recoger todos aquellos datos
relevantes del sujeto y tanto objetivos como subjetivos: Desde su filiación, su personalidad, su historia personal, alte-
raciones físicas o mentales, la historia de otras pérdidas anteriores y como se han resuelto en la familia de referencia,
éste es un dato a tener en cuenta pues afecta directamente a la elaboración de la pérdida actual, es muy importante
para la valoración y a su vez terapéutico para el sujeto recoger el relato de las características de la pérdida, cómo
ocurrió, cómo la vivió el sujeto, este relato ya es terapéutico en sí, cómo se va desarrollando el duelo y con qué apo-
yos cuenta.
evaluación clínica: Una vez recopilados los datos fundamentales, descritos por el sujeto, a través de la observación,
debemos analizar también otros aspectos, como el lenguaje no verbal que es de suma importancia, su aspecto, su
comportamiento, su forma de expresión, su tono de voz, el ritmo de sus verbalizaciones, en qué parte del relato se de-
tiene o le cuesta seguir hablando, etc., se suelen utilizar también el genograma, autorregistros, cuestionarios y, en de-
finitiva cualquier otro instrumento que pueda ser de utilidad, como las técnicas proyectivas que son la mejor manera
de evaluación en niños.
Algunos cuestionarios y autoinformes específicos:
4 Para evaluar sintomatología:
4 Inventario de experiencias del duelo (IED) Sanders y cols., 1977). Adaptado al castellano
4 Inventario de Texas Revisado de Duelo (ITRD) (Faschinbauer y cols, 1977, 1981) Adaptado
Para evaluar riesgo de duelo complicado:
4 Cuestionario de Riesgo de Duelo Complicado (CRDC). (Colin M., Parker and Robert S. Weiss 1983). Adaptado al
castellano.
Para diferenciar duelo normal y patológico:
4 Inventario de duelo complicado revisado. Entrevista clínica estructurada para el profesional (IDC-R-ECEP) Pringer-
son, Kasl y Joacobs, 2001). Adaptado al castellano.
4 Inventario de duelo complicado para niños (Pingerson, y cols. 1999)
4 The Complicated Grief Website, (1999). Niños.
Algunos de los principales objetivos de la evaluación del proceso de duelo complicado es valorar la posible presen-
cia de un cuadro depresivo, un trastorno psicótico, conductas adictivas (alcohol o drogas) y el riesgo de suicidio.
Es muy difícil distinguir entre duelo y el trastorno de depresión mayor porque ambos comparten muchas característi-
cas: llanto, tristeza, insomnio, aislamiento social, sin embargo, también existen diferencias y es importante detectarlas
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a tiempo ya que el trastorno de depresión mayor está presente en un porcentaje elevado de casos de suicidio y preci-
samente el haber perdido a un ser querido por muerte reciente está considerado uno de los factores de riesgo de suici-
dio. En las fases agudas del duelo esta distinción es muy difícil, será la evolución posterior la que determine el
diagnóstico.
Según el DSM-IV el diagnóstico de trastorno depresivo mayor sólo se hace cuando los síntomas prevalecen dos me-
ses después de la pérdida. Los síntomas que se ven con mayor frecuencia en el trastorno depresivo mayor que aparece
tras un duelo son:
4 Preocupaciones mórbidas sobre la propia valía.
4 Culpa asociada a temas que van más allá de los que rodean la muerte de un ser querido (lo que se hizo o se dejó de
hacer en el momento de la muerte).
4 Preocupación por la muerte, independientemente de los pensamientos de estar muerto para estar con el fallecido o
más allá de la sensación de que hubiera sido mejor morirse él mismo en lugar del fallecido.
4 Retardo psicomotor importante.
4 Alteraciones funcionales graves y prolongadas: pérdida de peso, trastornos del sueño, y dolores inespecíficos.
4 Ideación suicida.
4 Sentimientos de haber hecho algo que ha provocado la muerte del ser querido.
4 Experiencias alucinatorias diferentes a las percepciones transitorias de oír o ver a la persona fallecida.
inteRVenCiÓn
Las mayorías de las personas en duelo disponen de recursos suficiente para hacer frente a esta situación y no necesi-
tan atención profesional, por tanto, la intervención terapéutica no debe convertirse en algo inevitable. Lo habitual es
que la persona no necesite intervención, pero hay que reconocer que no todas las personas disponen de los mismos
recursos y, a veces, un duelo, en principio normal, acaba desembocando en trastorno afectivo o activa trastornos sub-
yacentes que requieren tratamiento especializado.
La Intervención terapéutica en duelo, tanto si es normal, complicado o patológico, debe buscar la facilitación del
proceso natural utilizando las técnicas más sencillas posibles y, en caso de ser necesario, proceder con técnicas espe-
cíficas en el tratamiento de los trastornos asociados.
TRATAMIENTO FARMACOLÓGICO
Algunas personas durante el proceso de duelo normal visitan a su médico en busca de fármacos que alivie sus alte-
raciones emocionales y su sufrimiento. La administración de psicofármacos (ansiolíticos o antidepresivos) en duelo
normal está completamente desaconsejada porque interfiere el proceso de elaboración, dando lugar a un posible due-
lo retardado, por tanto, salvo algún sedante suave para tratar algún problema asociado, como, por ejemplo, el insom-
nio, el uso de fármacos no es recomendable en el tratamiento en duelo normal. Sería conveniente conocer si el
doliente tiene antecedentes depresivos o cualquier otro trastorno emocional porque probablemente ya esté medicado
previamente, y habrá que tenerlo en cuenta a la hora de evaluar sus manifestaciones y pedir a su médico que ajuste la
pauta.
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ABORDAJE TERAPÉUTICO
El uso de ansiolíticos puede utilizarse en los primeros momentos de shock si la persona, normalmente en aconteci-
mientos traumáticos, está completamente desbordada y el profesional lo considera adecuado. Si es posible, se reco-
mienda la contemplación del cuerpo del fallecido, para evitar posibles procesos de negación posterior, elaboración
de fantasías y pensamientos irracionales y poder iniciar el proceso de duelo. Esta recomendación está condicionada al
estado del cuerpo del fallecido, en caso de que se encuentre mutilado o deformado, no es aconsejable.
La principal estrategia de intervención en los primeros momentos de shock es limitada, se trataría de estar a su lado
y acoger su dolor, empatizar con su sufrimiento, ayudar a la persona a resolver los trámites necesarios en los primeros
instantes de confusión y ofrecer apoyo. Algo tan natural como el simple contacto físico, puede ser de más ayuda que
cualquier verbalización. Alejandro Rocamora (Jornadas del Día Mundial del Superviviente-2011).
Es necesario el transcurso de cierto tiempo, alrededor de un mes, para que el sujeto pueda beneficiarse de la ayuda
terapéutica que podemos ofrecer, antes las emociones son demasiado intensas para manejarlas. Existen distintas apro-
ximaciones. Hoy en día, las técnicas de counseling que llevan a cabo tanto profesionales como paraprofesionales bien
preparados, están dando muy buen resultado y consiguen, con una intervención mínima, facilitar el proceso de elabo-
ración de duelo, mediante el acompañamiento en el mismo.
La empatía es el aspecto fundamental de cualquier relación terapéutica y mucho más, en caso de duelo. Es funda-
mental facilitar la expresión emocional de la persona, acogiendo su dolor, su tristeza, su desesperación, incluso su ra-
bia, hacia el fallecido, el entorno o lo que considere en ese momento.
La escucha activa, es importante facilitar a la persona que hable sobre el fallecido, sobre todo lo ocurrido, cómo fue-
ron las circunstancias de su muerte y todo aquello que considere necesario contar, es importante que verbalice los he-
chos y las emociones que los acompañan.
La normalización de los síntomas, explicar que los síntomas que padece (ansiedad, culpa, rabia, ilusiones percepti-
vas, preocupaciones excesivas con el difunto, despistes, etc.) forman parte de un proceso normal y no son síntomas de
una locura incipiente, como algunos llegan a pensar.
Para expresión de emociones, resolver temas pendientes, etc., se utilizan todo tipo de estrategias que están dando
buenos resultados, por ejemplo, La utilización de fotos, videos, cartas escritas al fallecido, diarios, técnicas de visuali-
zación en imaginación guiada, todo ello puede servir para estimular la expresión de emociones, tanto positivas como
negativas, que pueden ayudarnos a reconciliarnos con el fallecido y despedirnos de una manera adecuada e interiori-
zar su recuerdo de forma adaptativa.
Para la Escuela cognitiva la base del duelo patológico radica en la sucesión de pensamientos erróneos pero las técni-
cas que están ofreciendo buenos resultados son las Técnicas cognitivo-conductuales.
La reconstrucción cognitiva: Se utiliza porque muchas personas en duelo acarrean pensamientos intrusivos y disfun-
cionales que generan un intenso malestar emocional.
La técnica de detención del pensamiento: A veces las personas tienden a repetir de manera no consciente pensa-
mientos negativos sobre todo hacia ellos mismos, es importante detectarlos y aprender a detenerlos, luego se pueden
sustituir por otros más adaptativos, que ayuden a conseguir la adecuada elaboración del doliente.
Las autoinstrucciones positivas: pueden actuar en un doble sentido, contrarrestando los pensamientos automáticos
negativos, elevando la autoestima y ayudando a enfrentar situaciones venideras que pueden requerir ciertas destrezas.
Técnicas deresolución deproblemas: Ayudan a tomar decisiones que posiblemente haya que afrontar.
Técnicas de manejo de contingencias: El refuerzo positivo como estrategia para instaurar o fortalecer conductas
adaptativas y la señalización de las consecuencias negativas cuando la conducta emitida no genera bienestar.
Programación de tareas: Animar a integrarse de nuevo en las actividades cotidianas y programar algunas actividades
agradables y placenteras, por pequeñas que sean, como la práctica de ejercicio físico.
El juego de roles: Para representar y enfrentarse a situaciones que les producen ansiedad o miedo. También utilizada
para reconciliaciones y elaboración de sentimientos de culpa.
La desensibilización sistemática: Incluye exposición graduada en vivo y/o en imaginación para ayudarles a afrontar
situaciones temidas y evitadas porque les generan altos niveles de ansiedad.
Las técnicas de relajación que también facilitan el manejo de situaciones de ansiedad y ayudan con el insomnio.
El entrenamiento en habilidades socialesy de comunicación:Ayudaran a salir del aislamiento social, a saber pedir
ayuda, a expresar sentimientos a los demás y, en definitiva a conseguir apoyo de familiares y amigos sin resultar una
carga.
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en el comienzo del duelo, en la parte física recomienda: □ Bajar el ritmo. Es necesario desacelerar la respiración. To-
por la parte mental-intelectual y por nuestra vida interior, espiritual o transpersonal (Payás, 2016).
mar conciencia de la respiración. Respirar lentamente. □ Dedicar un tiempo a descansar en medio de los compromi-
sos. Vivir el momento presente. □ Programar tu agenda con tiempo para ti mismo y para los tuyos. □ Practicar
ejercicio con frecuencia. □ Hacer una buena dieta, evitar las grasas. □ Dormir bien. □ Dejar de fumar.
en la dimensión de las emociones-relaciones, recomienda: □ Hacer una lista de amigos para emergencias. □ Hablar
de tu situación con tus compañeros de trabajo (advertir que tendrás días buenos y malos, y explícales que te puede
en la dimensión cognitiva-mental: □ Evitar todo lo que contamine tu mente. □ Redactar una lista de objetivos a corto
ayudar y que no).
plazo. □ No tomar decisiones importantes (en el primer año de duelo. Se recomienda no tomar decisiones importantes
sobre todo en los primeros dieciocho meses). □ Los objetos de recuerdo ¿guardarlos o tirarlos? (Guardar los objetos de
recuerdo te ayudará a sentir que todavía tiene relación con aquella persona y puedes utilizar esos objetos para expre-
sar recuerdos, sentimientos y pensamientos).
en una fase más avanzada del duelo, Payás (2016) nos habla también de las dimensiones que debemos cuidar, aun-
que en esta fase avanzada las que más debemos cuidar son la emocional-relacional y la cognitiva-mental, pero tam-
en la dimensión emociones-relaciones, nos formularemos preguntas como □ ¿Estar solos o sentirse solos? ¿Sentirte
bién es el momento de abrirse a los aspectos existenciales y espirituales.
solo o sentirse abandonado? □ Buscar un grupo de apoyo en el duelo. □ Crear en tu casa un espacio para sentir y re-
cordar. □ Recordar que hay otras personas en duelo que también querían a la persona fallecida. □ Practicar alguna ac-
en la dimensión cognitiva-mental: □ Leer libros sobre el duelo y las pérdidas. □ Elaborar una lista de cosas positivas
tividad física.
que te ha dado la vida. □ Ampliar tu lista con algún objetivo a largo plazo. □ Escribir un diario.
en la dimensión existencial y espiritual: □ Practicar el silencio o la contemplación. □ Crear un espacio sagrado en tu
casa (crear un espacio de recuerdo, donde podemos permitirnos sentir, recordar y expresar nuestro dolor). □ Realizar
rituales y ceremonias (de recuerdo). □ Realizar algún servicio desinteresado a la comunidad. □ Explorar el significado
profundo de tu pérdida.
2ª PARTE
EL DUELO EN NIÑOS Y ADOLESCENTES
Cuando recibimos la noticia de la muerte de una persona querida, esa noticia nos paraliza de tal forma que entra-
mos en una especie de choque emocional. Ese desgarro que se produce dentro de nuestro ser provoca que neguemos
la evidencia de lo ocurrido, que pensemos que es un mal sueño. Esas reacciones propias de los adultos, también las
encontramos en los niños y en los adolescentes, aunque en ocasiones lo muestran de diferentes maneras. Suele ser
habitual que el niño se comporte de manera ambivalente, algunas veces no deja de preguntar por la persona que ha
muerto y otras no menciona para nada su muerte, como si no hubiese ocurrido nada o como si no hubiese existido
esa persona. Esa actitud que a veces presenciamos en los niños hace que algunos adultos piensen que no sufren con
la misma intensidad que sufre un adulto la pérdida de un ser querido. Algunos autores difieren en establecer cuándo
un niño manifiesta duelo. Para bowlby (1993) desde los 6 meses se pueden observar manifestaciones de duelo. En es-
te artículo señalaremos cómo cada etapa evolutiva está preparada de una manera determinada para poder compren-
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der la muerte y pasar por las fases normales de duelo. Las consecuencias de un duelo mal elaborado influirán en la si-
guiente etapa evolutiva. Para C. santamaría (2010) hay edades en que predomina lo sensomotriz, lo prelógico, la ló-
gica concreta o la abstracción, es decir, el pensamiento formal. En cada etapa la comprensión de la muerte se moverá
sobre lo perceptivo, concreto, lógico o abstracto. Si queremos ayudar a niños y adolescentes, no podemos obviar las
características propias de cada momento evolutivo.
santamaría considera que además del momento evolutivo, es el factor personal, sus características psicológicas, su
consistencia y estabilidad emocional, si está o no está pasando por un momento de miedos evolutivos, si es o no un
niño muy dependiente del adulto. Todo esto condiciona la manera de entender la muerte. No solo la manera de en-
tenderla, sino también la capacidad de poder enfrentarse a lo sucedido (C. Santamaría 2010). En cada estadio vamos
integrando estructuras nuevas que nos sirven para la formación y superación del siguiente paso evolutivo. bolwlby,
comentaba que un duelo no se resuelve definitivamente y crea una vulnerabilidad para futuras pérdidas.
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no en su campo visual. Al hablarles de la muerte ellos la entienden como algo reversible, temporal e impersonal. Ni
siquiera se plantean que a ellos o a su familia puede acaecerles la muerte. Cuando sucede ese hecho, lo primero que
sienten es la ausencia de la persona querida y después (al igual que en los bebés) se sienten abandonados, desprotegi-
dos, causándoles un gran dolor y ansiedad, porque constantemente están esperando que aparezca esa persona.
Entre 5 y 6 años, van comprendiendo más lo que significa estar vivo o muerto, pero todavía son incapaces de com-
prender de manera global lo que está sucediendo. Están comenzando a abandonar la idea de la reversibilidad en las
cosas para introducirse en el concepto de la irreversibilidad, pero aún se aferran a que van a volver a ver a la persona
fallecida, aunque se les haya explicado que eso no es posible.
Las manifestaciones de duelo más generalizadas en estas edades suelen ser: Sentimiento de abandono, miedo, in-
comprensión, rechazo, tristeza, culpabilidad, ansiedad por la separación, incertidumbre, rabia, enfado, pocas ganas
de comer, falta de atención etc. Otros síntomas muy comunes en las primeras semanas de duelo están identificados
con conductas desadaptadas, retroceso en su desarrollo evolutivo, enuresis, regresión de su comportamiento, desobe-
diencia, trastornos en la alimentación, desinterés por nuevas actividades, pesadillas etc. Son manifestaciones muy co-
munes y normales que con el tiempo desaparecen, solo si se intensifican y persisten en el tiempo podemos determinar
que el duelo no se está elaborando de una manera normal y probablemente es necesario consultar con un psicólogo
para ayudarle a elaborar el duelo. Es aconsejable que participen con el resto de la familia estos momentos de dolor, lo
cual facilitará al niño el poder expresar sus sentimientos y a la vez comprenderá antes la realidad de lo sucedido.
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ción cognitiva de las operaciones concretas al pensamiento formal (la abstracción), lo que significa que están capaci-
tados para entender conceptos de: antes, después, ayer, mañana, pasado, presente y futuro. En estas edades compren-
den perfectamente que la muerte es un proceso natural, que existe un espacio y un tiempo en todas las cosas
animadas. Cuando un niño está elaborando el duelo, no solo es importante observar sus cambios de comportamien-
tos, sino también las preguntas que nos formulan. A través de estas preguntas podemos averiguar en qué momento
emocional se encuentra, si tiene un grado de ansiedad persistente, si desea morirse para reunirse con el fallecido (hay
que vigilar si tiene ideas suicidas). Lo más favorable es que fluya entre el niño y los adultos mucha comunicación para
que puedan expresar sus emociones, sus miedos, sus pensamientos. El silencio de lo que le está ocurriendo hace que
no elabore su duelo de manera normal, optando por aplazarlo [negando la realidad, sacando conclusiones que le
puede perjudicar (yo he tenido la culpa), engañándose a sí mismo (no pasa nada)] que terminará con el tiempo, al no
haber elaborado el duelo normal, en secuelas psicológicas. Existen otras variables que también tenemos que tener
muy presente: a) los cambios que se producen en su entorno: Cualquier situación de cambio lo viven también como
pérdidas, les producen desestructuración, manifestando síntomas de ansiedad por lo inesperado. Les cuesta adaptarse
a la nueva situación. b) la adaptación de roles: Algunos niños adoptan roles del fallecido asumiendo responsabilida-
des que tenía el muerto, en ocasiones para intentar que todo siga igual o para evitar el sufrimiento del resto de la fa-
milia. Esta implicación hace que poco a poco la carga de responsabilidades y el papel adoptado inapropiado para su
edad le vayan creando un cuadro de ansiedad, que puede generar en síntomas de depresión. En otras ocasiones se
produce lo opuesto y pasan a tener un cambio radical en su comportamiento, se convierten en niños irrespetuosos,
abandonan sus obligaciones, no quieren ayudar en casa, culpabilizan a todo el mundo de lo sucedido … Son mani-
festaciones de inseguridad y de rabia por todo lo que ha cambiado su vida, por la falta de aceptación de esa muerte,
por no poder contar más con la persona fallecida, por ese sentimiento de abandono que tiene. Es importante mante-
ner comunicación desde el primer momento con los niños, para que puedan expresar su dolor e intentar que vuelvan
cuanto antes a la normalidad, manteniendo los mismos contactos sociales y las actividades que hacían, volviendo a
las rutinas, normas y reglas establecidas antes de la pérdida de su ser querido.
La adoLesCenCia
Los adolescentes están en un proceso evolutivo de constantes cambios, tanto físicos como psicológicos, es un perio-
do de crecimiento personal. Comienzan a experimentar nuevas emociones, buscan nuevas formas de vida. Es la etapa
de la reflexión y de los juicios, pero desde los afectos más que desde la razón. La comunicación con los adultos se ha-
ce más difícil, en muchas ocasiones se sienten muy vulnerables en un mundo de mayores que no entienden y no
comparten, pero acostumbrados a vivir dentro de una estabilidad que les proporciona su familia. La muerte de un ser
querido en la familia, como puede ser uno de los progenitores, causa en el adolescente un impacto emocional muy
intenso. La manera en que un adolescente vive la pérdida de un ser querido no se diferencia demasiado a la de un
adulto, excepto que algunos adolescentes, ante la noticia de la pérdida, aparentemente no demuestran sus emociones
o se comportan con indiferencia. Esta manera de guardar el dolor por el fallecimiento de su ser querido, en ocasiones
no es más que estrategias para no afrontar la pérdida y rechazar lo que ha ocurrido. La falta de expresión de los senti-
mientos puede estar motivada por varias situaciones internas de la persona, algunas pueden ser por la incapacidad de
no saber comunicar sus emociones y pensamientos a otra persona, por creer que guardando lo que siente va a sufrir
menos, por una necesidad de no aceptar lo que ha ocurrido, porque necesita hacerse el fuerte o porque piensa que
demostrando sus sentimientos es débil. Los adultos por lo general interpretan este comportamiento de «indiferencia»
como que la muerte de esa persona no le ha causado demasiado sufrimiento o que lo ha sabido encajar muy bien
(por ejemplo, cuando muere un amigo/a). Es un error pensar de esta manera, porque realmente el adolescente bajo
esa inexpresión de emociones o frialdad en el comportamiento, lo que está haciendo es postergar el enfrentarse con la
realidad y no elabora el duelo (duelo aplazado), causándole más adelante problemas psíquicos de relevancia. Esta fal-
ta de expresar sus sentimientos, pueden conllevar a cambios de comportamientos como: •aislamiento, •agresividad,
•culpabilidad, •conflictos con la familia o amigos, •necesidad de emancipación (cuando muere uno de los progenito-
res). Es una etapa donde las preguntas y las respuestas son necesarias para entender lo que ha ocurrido: ¿Para qué es-
tamos aquí? ¿Por qué existe el sufrimiento? ¡Nadie debería morir! ¿Qué hay después de la muerte? Pero también es
una etapa donde se vive muy intensamente las culpabilidades: Podía haberle dicho que le quería. No tome en serio su
enfermedad. No me he podido despedir de él/ella. No me he portado bien con el/ella. Se plantean la vida recurriendo
a veces a pensamientos negativos como el suicidio: No quiero seguir viviendo si él/ella no está; no voy a poder vivir
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sin él/ella (en el caso de la pérdida de su amor); solo deseo reunirme con él/ ella. el duelo en el adolescente suele ser
difícil. Cuando muestran un comportamiento inadecuado como: •negación del dolor, •pérdida de sueño, •baja auto-
estima, •impaciencia, •fracaso escolar, •indiferencia, •falta de comunicación con sus amigos y familiares, • tristeza
prolongada, •apatía, •agresividad en el entorno familiar, •expresión de suicidio, • peleas, •juegos de desafío a la
muerte o •conductas de riesgo como son el alcohol, el consumo de drogas etc. y persisten estos comportamientos
después de varias semanas de la pérdida, son signos suficientes para acudir a un profesional de la salud mental.
La Guía Para familiares en duelo. Recomendada por la sociedad española de Cuidados Paliativos (SECPAL) co-
menta que: «Los efectos del duelo en este grupo de edad pueden ser muy importantes. Si no se resuelven adecuada-
mente puede producir problemas graves y duraderos como la baja autoestima, el abuso de drogas, la delincuencia, la
confusión, los problemas de rendimiento escolar o laboral, la promiscuidad sexual, el embarazo precoz o el suicidio».
Es importante vivir el duelo en familia, compartir sentimientos y respetar el dolor de cada uno, sus tiempos de dolor
y la manera distinta de expresarlo.
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La guía de la fundación FAROS, aporta una serie de consejos útiles que han de adaptarse al niño concreto y a su eta-
pa evolutiva, siendo los siguientes los más destacados:
1. Analizar y ser conscientes de los miedos y resistencias que tiene el adulto en relación a tratar el tema de la muerte
en general, y con los niños en particular.
2. Ser sensible y adaptarse a las demandas del niño en cuanto al deseo de conversar sobre el tema de la muerte. Es el
niño el que indicará al adulto cuando está preparado para hablar de este tema y hasta qué nivel de profundidad.
3. Es importante escuchar y respetar la concepción que tiene el niño sobre la muerte, pero sobre todo sus emociones,
miedos y creencias sobre la muerte.
4. Responder a las preguntas que realicen los niños con un lenguaje claro y sencillo, adaptado a su edad.
5. Dar respuestas breves y sencillas.
6. Dar información veraz a todo aquello que nos planteen, no dar mensajes incongruentes que puedan promover aso-
ciaciones incorrectas.
Para mP. barreto martín y m.C. solar sainz, en su libro Apoyo psicológico en el sufrimiento causado por las pérdi-
das: El duelo. Es fundamental: ■ Potenciar su participación voluntaria en los diferentes ritos funerarios evitando las
carles previamente la situación y acompañarlos en aquello que quieran hacer. ■ Garantizar la atención y el afecto. Si
prohibiciones y los engaños pueden concluir que aquello que les ocultan… ¡debe de ser horrible! Es preferible expli-
cativa que garantice las atenciones necesarias mientras los padres se recuperan emocionalmente. ■ Mantener las ruti-
los padres están muy desbordados y no pueden asumir sus responsabilidades, es importante buscar una figura signifi-
nas y las normas establecidas de forma que el niño o el adolescente no tenga la sensación de que el mundo entero se
desestabiliza y se desorganiza ante él.
La no ocultación de nuestros sentimientos y compartir con ellos nuestras emociones, el reforzarles las emociones po-
sitivas, impedir que asuman responsabilidades de mayores por imitación a la persona fallecida y ayudarles a través del
juego, dibujos, interpretación a expresar sus sentimientos… son otros objetivos de prevención que ayudarán a elabo-
rar el duelo de manera normal. El encubrimiento de la verdad o las medias verdades causan en algunos niños un te-
mor hacia lo desconocido que puede traer peores consecuencias que el hecho de enfrentarles con la realidad desde el
primer momento. En ocasiones esta ocultación y la no participación del dolor con el conjunto de sus familiares, hace
que retrase a posteriori el comienzo de las fases de duelo.
Por lo general, el niño o el adolescente suelen pasar un duelo normal con la ayuda de su ambiente familiar, la
escuela y con las relaciones sociales (sus amigos). Para el psicólogo bermejo J. Carlos (2009): Al igual que en los
adultos, cuando el niño pasa por un duelo normal, la ayuda profesional puede ser nociva, por el riesgo de desper-
tar heridas que estaban cicatrizadas en un momento de gran vulnerabilidad. Solo cuando existan y permanezcan
ciertos indicadores de riesgo que manifiestan que el niño no está pasando su duelo normal, los adultos que están
a su cargo deben pedir ayuda profesional, principalmente para evitar el riesgo de que se convierta en duelo pato-
lógico.
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indiCadoRes de RiesGo
Los cambios de conducta, en las primeras semanas de duelo, son normales en todas las edades. Cuando perduran en
el tiempo estos cambios de conductas y comportamientos se pueden ir convirtiendo en indicadores de riesgo que hay
que detectar y atajar cuanto antes para evitar futuros problemas psicológicos.
hasta los 6 o 7 años (depende de la evolución del nivel cognitivo de cada persona), algunos de estos indicadores de
riesgo pueden ser: □ Permanencia de comportamientos inferiores a su etapa de desarrollo. □ Tristeza permanente,
apatía (síntomas depresivos). □ Llantos constantes □ Insociabilidad (conducta agresiva tanto en el entorno familiar co-
mo en el colegio. No logra establecer nuevos vínculos afectivos, por su comportamiento. □ Miedo incontrolable a to-
do (a quedarse solo. A volver a perder a un ser querido). □ Pesadillas. □ Miedo nocturno que le crea mucha ansiedad.
□ Culpabilidad por lo ocurrido. □ Negación (no aceptación de la pérdida). En edades inferiores a los cuatro años, es-
peran que vuelvan de un momento a otro su familiar. □ Aislamiento (no quiere jugar con sus amigos). □ Rabia. Des-
precio (hacia las personas que quieren cuidarle, los rechaza y desprecia). □ Maltrato (mala conducta en casa y con sus
amigos). □ Trastorno en la alimentación, se niegan a comer. □ Insomnio.
a partir de los 7 años, algunos de los rasgos de riesgo que hemos mencionado en el apartado anterior se intensifi-
can, al ser más mayores viven de manera más intensa la pérdida de su ser querido. Si el fallecido es alguno de los pa-
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dres, no solo sienten el dolor de la pérdida a nivel afectivo, sino que también se sienten desprotegidos: □ Insociabili-
dad (se cierra el canal de comunicación; por lo general más en la familia que entre los amigos). □ Aislamiento (no ex-
presan sus sentimientos, piensan que a nadie le va a importar o que no le van a entender). □ Agresividad constante
con los adultos que le rodea, a veces, incluso con sus amigos. □ Abandono de toda iniciativa. Nada le importa. □ Pér-
dida de interés por las cosas y por las personas. □ Problemas en el colegio (no querer asistir, bajo rendimiento escolar)
□ Miedos que no corresponden a su edad. □ Síntomas depresivos. □ alto nivel de ansiedad y estrés. □ Culpabilidad □
en la adolescencia, algunos rasgos de riesgo significativos son: □ Agresividad que no pueden controlar. □ Rabia pro-
Pensamientos de ideación suicida.
funda por lo ocurrido. □ No comunican lo que les está sucediendo. □ No aceptan ayudas. □ Se aíslan de todo el mun-
do, incluso de sus amigos. □ Se sienten culpables, pero también culpabilizan a otros por lo sucedido. □ Para aliviar su
dolor, pueden acudir a prácticas como autolesionarse. □ La vida les ha dejado de importar. □ No participan en ningún
evento social. □ Abandono de los estudios o una baja muy significativa en el rendimiento académico. □ Se huye de
hablar de la persona fallecida o de recorrer los lugares que iban juntos para evitar recordarle □ Incapacidad grave pa-
ra volver a las rutinas habituales. □ Consumo de sustancias que antes de la muerte de su ser querido no consumía). □
Aumento de sustancias que antes consumían. □ Se sienten muy solos. La vida, sin esa persona no tienen sentido. □
Ideación suicida o elaboración de un plan suicida.
en la preadolescencia y en la adolescencia, también hay ciertos indicadores de riesgo que nos pueden poner en
alerta, para Cabodevilla J. (2003) algunos de ellos son: la falta de respuesta o respuesta débil ante la pérdida, la pro-
longación del embotamiento afectivo, la intensidad de las emociones después de algunas semanas de pérdida, la im-
posibilidad de hablar del difunto sin experimentar mucho dolor, la dificultad para desprenderse de las pertenencias o
bien un desprendimiento precipitado e inmediato ( evitación fóbica), la evitación de cualquier recuerdo, la presencia
de síntomas físicos, los cambios radicales en la conducta, la hipocondría, el consumo de sustancias, historia de de-
presión, etc.
Un indicador de riesgo al que hay que darle especial atención es el de la ideación suicida. En duelos no elaborados
o duelos crónicos puede darse esa situación.
El papel que tiene los centros educativos en ayudar a elaborar el duelo de sus alumnos es muy importante. La forma-
ción de los docentes para detectar señales de riesgo entre el alumnado (depresión, ideación suicida, alto nivel de an-
siedad, etc.), beneficia en la prevención y en actuar rápidamente para evitar situaciones graves. Es importante que se
ponga en conocimiento al equipo de orientación del colegio (si lo hubiese) y a los padres del alumno o alumna. Otra
cosa útil es tener un listado de profesionales expertos en ideación suicida o profesionales expertos en terapia con ado-
lescentes, para podérselas ofrecer a los padres de los alumnos o alumnas en riesgo.
En la GUÍA SOBRE EL DUELO EN LA INFANCIA Y LA ADOLESCENCIA Formación para madres, padres y profesora-
do (2017), dan algunas indicaciones breves sobre cómo debe actuar el profesorado para ayudarles: • Mantener la
normalidad en el aula, pero con flexibilidad. • Mantener comunicación continuada con los padres y madres o tutores.
• Ofrecer al menor un apoyo adicional en el ámbito escolar si lo requiere. • Permitir llamadas telefónicas o salidas
del aula. • Respetar y tener en cuenta las fechas especiales. • Preparar al resto del alumnado para el regreso de un
compañero en duelo.
Aplicar los objetivos de prevención y saber manejar los indicadores de riesgo facilitará la elaboración de un duelo
normal. Pero también es esencial conocer algunos mitos que pueden ocasionar el que no se actúe de manera rápida.
mitos
Hay mitos en torno al sufrimiento del niño o del adolescente que se alejan de la realidad, pero que por su creencia
en ellos predisponen a las personas a ciertas creencias y comportamientos erróneos. Para algunos autores como
adams d, Corr Ch, daves b, deveau e. (1999), algunos de estos mitos son:
1. Los niños no sufren.
2. El duelo en los niños no provoca un sufrimiento tan profundo como en los adultos.
3. Los niños cuentan con suerte, porque son tan jóvenes que no entienden sobre la muerte.
4. Los niños deben ser protegidos del dolor y el sufrimiento que la muerte lleva con el fin de mantener su inocencia
infantil.
5. Dada su juventud y resiliencia son capaces de olvidar fácilmente a la persona fallecida, resolver el duelo rápida-
mente y seguir con sus vidas.
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6. Cuando se consideran como grupo, los niños y adolescentes entienden, experimentan y expresan el duelo de la
misma manera. (Adams D, Corr Ch, Daves B, Deveau E. 1999).
inteRVenCiÓn teRaPÉutiCa
Si los indicadores de riesgo se mantienen con el tiempo o no se han aplicado los objetivos de prevención, es muy
posible que nos encontremos con duelos mal elaborados que pueden llegar a influenciar en el comportamiento del
niño o del adolescente. Independientemente de los grupos de edades, cuando se pierde a un ser querido, se pasa por
diferentes fases, según Peña y montaña (2002) serían:
1. Aceptar la realidad de la pérdida. El niño deberá comprender la naturalidad del proceso y comprender que todos,
en esta vida, perdemos. 2. Experimentar los sentimientos: los niños al igual que los adultos lloran. Por ello, no se les
enseñará a evitar o a negar los sentimientos, sino, por el contrario, a experimentar como parte de su desarrollo cogni-
tivo. 3. Adaptarse a un medio socialmente modificado por la ausencia: es preciso valorar las consecuencias de la pér-
dida y readaptar nuestra posición en este nuevo mundo. 4. Distanciarse de la relación emocional con lo ausente: hay
que crear un nuevo mundo de relaciones y significados a su lado.
Cada niño o adolescente tienen sus propios mecanismos de defensa para encajar la muerte de una persona querida,
cada uno expresa de manera diferente sus emociones. Los síntomas más generalizados en casi todos los grupos de
edades son: desamparo, abandono, inseguridad, tristeza, dolor, rechazo, miedo, temor, culpabilidad, soledad. Los
cambios de comportamiento como: irascibilidad, agresividad, apatía, negación a relacionarse con los demás, bajo
rendimiento escolar, utilización de sustancias (droga, alcohol, más propiamente entre los adolescentes) etc. Cuando el
niño o adolescente tiene que acudir a consulta muy probablemente es que alguna de las fases de duelo no ha sido
elaborada con normalidad, o bien, no ha logrado aceptar la realidad, o han ocultado sus sentimientos llegando a un
estado de ansiedad por no saber resolverlos, o no han logrado adaptarse a los cambios que ha generado la muerte de
esa persona o la dependencia y el apego que tenía hacía el extinto no ha logrado distanciarlo emocionalmente.
Para bermejo, J.C. (2009): La expresión de los sentimientos, cualesquiera que sean los que se experimentan, constitu-
ye una de las tareas de duelo, según los autores más relevantes en este tema. Se trata de elaborar el dolor emocional,
no negarlo, no evitarlo, no vivirlo en soledad, o secretamente. Evitar un dolor consciente nos lleva, antes o después, a
algún tipo de «colapso emocional».
Al iniciar este curso somos conscientes de que estamos dejando fuera a un grupo de población infantil o adolescen-
tes que por situaciones diferentes viven en situaciones precarias, en un ambiente familiar desestructurado, con caren-
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cias de vínculos afectivos. La elaboración de duelo, en estas personas, suelen resultar complicadas, porque en mu-
chos casos conllevan otros trastornos que condicionan la ayuda para la elaboración del duelo en consulta, añadiendo
además el hándicap de no poder contar la mayoría de las veces con la colaboración de los familiares. Este tema re-
quiere de un tratamiento especial que no lo vamos a mencionar en este curso por falta de espacio. Por consiguiente,
los casos o comentarios que hacemos en este apartado están enfocados a niños que no han elaborado el duelo de ma-
nera normal a pesar de vivir en un ámbito familiar más o menos estructurado.
Una intervención terapéutica en niños no se puede plantear de la misma manera que la dirigida a adolescentes o
adultos, con los que se puede mantener una conversación. Por lo general los niños no tienen una comunicación ver-
bal muy fluida, por lo que es más adecuado emplear otras estrategias en consulta para poder acceder a ellos y sacar-
les la mayor información posible.
El terapeuta infantil utiliza unas herramientas de trabajo como cuentos, juegos, dibujos etc., para poder acercarse al
niño/a y conseguir que de manera lúdica vaya expresando sus emociones, miedos, sentimientos que está viviendo. El
objetivo principal es que poco a poco vaya asimilando lo que le ha sucedido y aceptando la realidad de la pérdida.
Las sesiones de intervención dependerán de la complicación y complejidad de cada caso.
La entrevista con los padres es fundamental como primera aproximación para obtener los mayores datos posibles so-
bre los acontecimientos ocurridos en el ámbito familiar y los cambios de comportamiento en el niño. Necesitamos sa-
ber: • la relación del fallecido con el niño, •cómo se produjo el fallecimiento, •quién le dio la noticia, •qué vínculo
afectivo les unía, •si participó como un miembro más en el dolor familiar o si fue alejado para que no estuviese en ese
ambiente de dolor (con la intención de sobreprotegerle del sufrimiento), •qué preguntas hicieron, y cómo fueron con-
testadas, en qué momento vital estaba el niño cuando se produjo esa muerte, •cómo se comportaba antes del falleci-
miento, •cómo ha sido educado (si es un niño sobreprotegido, dependiente, autónomo). Para C. santamaría (2010)
los padres pueden dificultar o favorecer el proceso del duelo (Ver Ficha 2. Sobre las actitudes de los padres que difi-
cultan en el futuro los procesos de duelo de los niños. Ficha 2. Actitudes de los padres que favorecen en el futuro los
procesos de duelo de los niños).
Uno de los problemas que se puede encontrar el psicólogo infantil y que se detecta en los primeros encuentros con
la familia es la ausencia de ayuda por parte de los progenitores o la del progenitor vivo, al estar ellos pasando por un
duelo no resuelto. En esa situación, el psicólogo debe trabajar primero con ellos, para ayudarles a superar el duelo. Si
el niño vive en un ambiente donde los familiares no han superado el duelo, difícilmente podrán ellos superarlo con
normalidad. El psicólogo o terapeuta valorará si es necesario recurrir a otros familiares o personas que sean significati-
vas para el niño (abuelos, tíos) para solicitarles su colaboración.
Un factor esencial es saber qué grado de afectividad y de protección mantenía el doliente con la persona fallecida.
En cualquier grupo de edad, el dolor será mayor si con la persona fallecida mantenía una relación muy estrecha de
dependencia (no solo en el sentido de vínculos afectivos) sino de protección, cuidados, normas, rutinas… Si la figura
protectora (por ejemplo, la mamá) fallece, el bebé sufre inmediatamente la ausencia de la presencia de su madre o
cuidadora. El sentimiento de abandono lo tiene desde el primer momento que a pesar de sus constantes reclamos con
el llanto esa «mamá» no viene a calmarle como en tantas otras ocasiones. Esta ausencia permanente, hace que el niño
cambie de comportamiento manifestándolos con: llantos inconsolables, irritabilidad, no queriendo comer, rechazan-
do caricias de otras personas, trastorno de sueño, nerviosismo… Son distintas maneras de demostrar que está sufrien-
do por la ausencia de la persona con la que mantenía una relación de dependencia y con la que había establecido
fuertes vínculos afectivos. Lo más aconsejable en estas situaciones con niños tan pequeños es que el progenitor vivo o
los familiares que se han quedado a cargo de él, procuren volver lo más pronto posible a las rutinas que el niño esta-
ba acostumbrado. Necesitan un tiempo para que vuelvan a acostumbrarse a otra persona (porque echan en falta la
voz, las risas, el tacto de su madre), algunos se vuelven apáticos durante una época, Lo más normal es que lleguen a
acostumbrarse a la nueva figura protectora y ya no sientan que están abandonados, pero el anhelo de que la madre
regrese dura bastante tiempo. Una complicación añadida es cuando no existe una figura estable y el bebé sea cuidado
por diferentes personas. Esta situación puede provocar que el niño no logre superar la ausencia de la madre, ni esta-
blecer un vínculo de dependencia estable.
Siempre que vamos a comenzar a hacer una terapia con niños es esencial informales sobre el objetivo de la sesión
(adecuando esa información según su edad). Independientemente del material amplio que pueda disponer un terapeu-
ta para hacer una sesión amena, es más importante establecer una relación de empatía con el niño, puesto que la te-
rapia va a estar basada principalmente en el juego necesita el terapeuta crear una atmósfera de confianza en el
infante. La utilización en terapia de las técnicas proyectivas (dibujo de la familia, la casa, el árbol) nos proporcionarán
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una interesante información sobre el estado actual emocional en que se encuentra el niño, podremos detectar si se in-
teracciona con otras personas, la relación que mantiene con sus padres o familiares, si tiene envidia o rivalidad con
otras personas o hermanos, obsesiones, roles, necesidad de llenar el vacío, aspectos depresivos. La caja de juegos es
otro material que les interesa mucho y que hace que la sesión sea dinámica, divertida y estimulante. Antes de cada se-
sión seleccionaremos los materiales que queremos utilizar y los meteremos en la caja: coches, animales, pelotas, arci-
llas, muñecas, hojas en blanco, pintura de colores, títeres, plastilina, cuentos, películas infantiles (Rey León, Bambi o
Nemo). El objetivo es poder interaccionar con el niño a través del juego para poder ayudarle a verbalizar sus emocio-
nes y clarificarle sus sentimientos. A través del juego el niño irá expresando sus emociones y traumas por la pérdida
de la persona querida. En las sesiones es necesario trabajar tanto a nivel senso-motor, como emocional y cognitivo.
Ayudarles a controlar la ansiedad a través de ejercicios de respiración es otra técnica muy útil para aprender a contro-
lar los estados emocionales (es una técnica que se enseña en consulta a los niños mayores y adolescentes).
bowlby (1993) autor de la Teoría del Apego, notó que es habitual que después de una pérdida los niños se manifies-
ten con ansiedad y estallidos de cólera. La ansiedad se debe a que el niño teme sufrir una nueva pérdida, lo que lo
hace más sensible a toda separación de la figura que desempeña las funciones maternales. Por esto, destacó la impor-
tancia de asesorar a los padres con el fin de que puedan ayudar a sus hijos en la elaboración del duelo, ya que solo
cuando se da una información verdadera, con empatía y apoyo, puede esperarse que el niño responda a la pérdida
con cierto grado de realismo.
Con niños mayores de 6/7 años, se siguen utilizando los mismos materiales, aunque cada vez empleados de mane-
ras más complejas. Las técnicas proyectivas y los juegos siguen siendo muy útiles para interaccionar con el niño. Las
narraciones como tema libre o estructurado, contar un cuento (dándole las bases del tema), viendo fotos familiares
(aprovechando los recuerdos para verbalizar los sucesos a nivel afectivo). Con niños más mayores (8/9-12 años) se les
suelen aconsejar que escriban un diario, una poesía, que representen un teatro con títeres (unas veces elijen el tema
ellos, otras, partiendo de unas bases que pone el psicólogo), escribir una carta al fallecido (por si necesita despedirse
de él), son otros tantos recursos que se utilizan en la terapia. A partir de estas edades también se les puede animar a
que hagan algún deporte que le guste o actividades lúdicas, para que se relacionen con otros niños de su edad.
Cuando el niño va cogiendo confianza en las sesiones y tiene empatía con el psicólogo o el terapeuta, a través del
juego expresará sus sentimientos, combinando en ocasiones realidad con imaginación. Los niños no suelen ser muy
comunicativos y menos si se les pregunta por sus sentimientos, por eso es esencial saber manejar bien la terapia de
juegos para poder llegar a interaccionar con él y conseguir clarificarle sus miedos, temores, dudas etc.
La terapia con adolescentes es muy parecida a la que se mantiene con un adulto. Un duelo no resuelto en un ado-
lescente provoca en algunos un comportamiento inadecuado (a veces adoptan comportamientos de riesgo) y tienen
una manera de ver la vida trágica y sin esperanzas. Establecer una relación de empatía entre el adolescente y el tera-
peuta es vital para que acudan a las sesiones de terapia. Es una etapa de la vida donde necesitan respuestas y viven
según su filosofía de la vida. Las sesiones estarán más encaminadas a mantener conversaciones o diálogos que pue-
den surgir después de haber visto una película (que previamente el psicólogo ha seleccionado para tratar el tema del
duelo o el que crea conveniente), o comentando una redacción o una carta dirigida a la persona fallecida … En la te-
rapia con los adolescentes, si el fallecimiento ha sido de algún familiar, se puede valorar el hacer algunas sesiones
con algunos miembros de la familia, para que todos puedan expresar su dolor, sus emociones, sus sentimientos, sus
miedos… Si la muerte ha sido la de un amigo o amiga, es importante averiguar qué grado de vínculo afectivo tenía
con él/ella. Podemos estar ante la muerte de su primer amor, o a la de su único amigo, son situaciones que provocan
mucho sufrimiento y agravan el proceso de duelo, puesto que al no estar implicada en el dolor la familia, en algunos
casos no se tiene en cuenta el padecimiento de su hijo y minimizan el sufrimiento que está sintiendo. Es una edad
donde todo se vive muy intensamente, la pérdida de un gran amor o la de un amigo muy significativo, pueden ser
causas suficientes para que el adolescente le surjan ideas suicidas y las lleve a cabo. Cualquier pérdida por muy leja-
na en afectividad que sea, se debe tener presente, porque la muerte de una persona conocida puede despertar emo-
ciones y miedos que mal reconducidos pueden llegar a causar problemas psicológicos.
Durante la terapia con un adolescente se le debe enfrentar con la realidad y ayudarle a que pueda hablar de la per-
sona fallecida, de lo que más le ha impactado, indicarle que llorar es necesario que no debe esconderse, recomendar-
le que hable del acontecimiento ocurrido no solo durante las sesiones sino también con otras personas (amigos,
familiares, con sus padres o progenitor vivo), incitarle a que escriba un diario, alentarle a que salga con sus amigos,
aconsejarle que se matricule en alguna actividad lúdica que le guste.
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Los niños y adolescentes que llegan a terapia por un duelo no resuelto necesitan sobre todo aceptar la realidad, a
través de la orientación y destreza del psicólogo, irán creando una base firme donde logren radicar cualquier pensa-
miento de culpa, de abandono, de emociones negativas, de sentimientos de tristeza que no le dejan seguir con su vi-
da. El terapeuta le enseñará a analizar la rabia, el rechazo, la agresividad, los pensamientos destructivos como el odio
contra alguien o contra el mundo, culpabilidades, la frustración por no haber podido hacer nada, por no haberse po-
dido despedir. Lo importante es que aprendan que la falta de aceptación y adaptación traen graves consecuencias, es
importante transmitirles la fuerza suficiente para que puedan seguir viviendo afrontado su nueva vida y sus propias
responsabilidades, demostrándoles que existen personas que los quieren y ayudándoles a crear nuevos vínculos afec-
tivos. Para bermejo, J, C. (2009), se trata de elaborar el dolor emocional, no negarlo no evitarlo, no vivirlo en soledad
o secretamente.
3ª PARTE
DUELO POR SUICIDIO
CaRÁCteRÍstiCas esPeCÍfiCas
El duelo por suicidio quizás sea uno de los más difíciles de elaborar y que puede dar lugar a problemas emocionales
que hacen necesario la ayuda por parte de un profesional de la Salud Mental, a ser posible con conocimientos sobre
la conducta suicida y la intervención en duelo.
Hay una serie de características que lo hacen especial. Por norma general, a pesar de que la persona que ha cometi-
do el suicidio nos haya estado poniendo sobre aviso sobre lo que pensaba realizar, en muchos de los casos, ni sus fa-
miliares ni los profesionales de la salud mental que le atendieron, al no ser expertos en detectar síntomas suicidas, no
se han llegado a percatar de la realidad que iba a acontecer. En otros casos, a pesar de que la familia sabe de los ries-
gos, no creen en realidad que su familiar va a llevar a cabo la decisión de suicidarse para acabar con su sufrimiento,
lo cual lleva a que sea una muerte inesperada con todo lo que conlleva.
A veces también ocurre, que nuestro ser querido o paciente, ha realizado uno o varios intentos de suicidio de baja
letalidad y debido a los mitos, creemos que han podido ser debidos a una conducta manipulativa sin verdadera inten-
ción mortal, o pudiera ser que lo que en un primer momento ocultara una llamada de atención, en el siguiente acto
suicida, sí que lleva detrás una verdadera intención de acabar con su propia vida. Otras veces lo que ocurre es que
«se le puede ir de la mano» y lo que era una llamada de atención, acaba en fatal desenlace.
Además, se trata de un tipo de muerte tabú, muy estigmatizada y difícilmente aceptada por la sociedad. Recordemos
que hasta 1983 en España a los muertos por suicidio, no se les podía enterrar en el cementerio como a los otros muer-
tos; sí se podía enterrar a un asesino, pero no a un suicida.
Esta situación hace que surja en la familia, a pesar de que nadie los culpabilice, sentimiento de culpa, vergüenza, ra-
bia, incredulidad y una tremenda tristeza. El sentimiento de culpa no siempre, pero si en la mayor parte de los casos,
es el sentimiento que mayor dolor y malestar causa en los familiares, seres queridos y profesionales.
Debido al estigma social que aún rodea al suicidio, el familiar en muchos momentos sufre la soledad y el silencio.
Hay unos duelos por suicidio que son más difíciles de elaborar que otros. Por ejemplo, el suicidio de un hijo adoles-
cente suele ser más difícil de elaborar que el duelo por suicidio de un anciano.
Los principales síntomas que presentan los allegados al suicida según Tizón (2004) son:
1. Culpa más intensa que en otros tipos de duelo por la muerte del ser querido, por acción o por omisión: ¿Pudimos
hacer algo por evitarlo? ¿Cómo no nos dimos cuenta?
2. Búsqueda de una explicación a la causa: ¿Por qué lo hizo? ¿Por qué nos hizo esto?
3. Sentimiento de abandono y rechazo.
4. Enfado hacia el fallecido, por haberles dejado con esta pena.
5. Estigma de la familia del suicida y sentimiento de vergüenza (por el qué dirán). Por este motivo en muchos casos se
oculta el modo de fallecimiento (negación): se dice que fue un accidente cuando fue un suicidio. Esta ocultación
en ocasiones, al descubrirse con posterioridad la realidad, puede originar problemas familiares (ya que pueden
pensar que si se ocultó es, porque fuimos causantes, el simple hecho de mentir sobre la causa de la muerte puede
generar problemas y desconfianza). Mantener el secreto sobre el tipo de muerte (suicidio), normalmente hace más
difícil la recuperación.
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6. Aumento del riesgo de que alguna persona allegada se suicide también (debido al dolor por el tipo y forma de la
pérdida, no por factores de predisposición genética, sino sobre todo por la forma de elaborar el duelo).
Todos estos síntomas actúan como obstáculos a la hora de elaborar el duelo.
Según la O.M.S. lo que diferencia a los familiares del suicida de otro tipo de duelo es la estigmatización y la ver-
güenza, así como los sentimientos más frecuentes de responsabilidad, rechazo y abandono. Los principales problemas
para no manifestar el dolor conjuntamente en familia son: las estrategias destructivas para enfrentarlo, esconder la
causa de la muerte o mantenerlo en secreto, negar o evitar los sentimientos, rehuir el ambiente asociado al fallecido,
entregarse al trabajo para estar muy ocupado, desarrollar comportamientos adictivos, culpar a miembros de la familia
de la muerte.
dueLo en niÑos Que sufRen una PÉRdida PoR suiCidio: Características específicas. Cómo intervenir.
Hay que darles la noticia lo antes posible, intentado evitar que se enteren por terceros de una manera poco idónea.
Hay que hablar de manera clara, los niños captan fácilmente las discrepancias entre el lenguaje verbal y el no ver-
bal, ante lo cual pueden imaginarse cosas mucho peores que las reales.
Hay que dejarle que pregunte lo que necesite y facilitarle lo que quizás no se atreva a preguntar.
Frecuentemente, como en tantas otras facetas de la vida, el duelo de los niños es fiel reflejo de cómo los familiares y
allegados llevan el propio duelo. Por ejemplo, «Si la madre se encierra en el cuarto de baño para que sus hijos no la
vean llorar, los hijos probablemente hagan lo mismo, alarmándose y preocupándose la madre por no expresar sus hi-
jos sus emociones, sin darse cuenta de que lo único que hacen es repetir un patrón de conducta»
El niño puede sentirse culpable directo del suicidio, por haber deseado la muerte del fallecido o simplemente por
haberse «portado mal».
Al igual que los adultos, los niños pueden hacerse preguntas, para las que ellos solos no encontrarán respuestas tran-
quilizadoras ¿por qué lo hizo? ¿Podía haber hecho yo algo para impedirlo? ¿He tenido yo la culpa? Hay que indagar
sobre estas preguntas y tranquilizarles con nuestras respuestas.
Hay que compartir los sentimientos con los niños y facilitárselo también a ellos.
eVaLuaCiÓn e inteRVenCiÓn
Para la elaboración del duelo por suicidio (tizón 2007)
Aunque cada suicidio es único y el tipo de duelo también lo puede ser, normalmente algunas de las fases por las
que se pasan son: culpa, vergüenza, pena, resentimiento, soledad, rencor, incomprensión, remordimiento, negación,
temor, resignación y serenidad. Todas son reacciones normales a una situación anormal.
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Antes de comenzar tendremos que tener muy presente la importancia de empatizar y favorecer un clima cálido y
confortable, de seguridad. Debemos empezar realizando un proceso de evaluación en el que debemos sondear los si-
guientes aspectos:
4 Funcionamiento previo.
4 Soporte socio-familiar.
4 Antecedentes de duelos complicados.
4 Presencia de psicopatología previa.
4 Existencia de factores de riesgo de duelo complicado.
4 Conductas de riesgo (alcohol, drogas, etc.).
4 Ideación o conductas suicidas.
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bemos orientarles para que afronte estos miedos y explicarle que la acción del suicidio no se hereda (aunque sí puede
llegar a ver una imitación y tomar la misma decisión para acabar con el sufrimiento). Se les explicará que ni él ni na-
die de su familia (uno de los temores que más se repiten en estas personas) tienen por qué suicidarse en el futuro.
Llorar suele producir alivio (tenemos que compartir el llanto con serenidad y tranquilidad). Llorar en soledad es útil,
pero llorar en compañía y recibir consuelo es más eficaz.
Una vez que se ha alcanzado este objetivo de permitirse sentir, se le hace ver que, aunque sus sentimientos son nor-
males, alguno de ellos, como la culpa es irracional. Con frecuencia puede ser muy positivo el intentar desmontarle
(punto por punto e idea por idea) mediante contraargumentos este sentimiento irracional de culpa. Esta es una tarea
francamente complicada si no tenemos experiencia y conocimientos en este tipo de duelo, ya que estos sentimientos
que le invaden de manera incontrolable son muy recurrentes y difíciles de vencer.
Situaciones constantes de estrés con la persona que ha fallecido, puede ocasionar que cuando se suicida, exista un
sentimiento por parte del familiar de liberación, este sentimiento provoca a posteriori una sensación de culpabilidad
extrema, lo que causa un malestar añadido. Hay que hacerle entender que el haber tenido esa sensación ha estado
causada por el largo tiempo de sufrimiento y de estrés que ha pasado en la convivencia con el suicida, pero que no
significa que deseara su muerte. El último responsable es el que realiza el acto (siempre se podrían haber tomado
otras opciones).
Hay que reestructurar las negaciones, distorsiones y mitos (hay que empezar a hablar de cuando se disparó y no del
lamentable accidente). Que uno piense en su propio suicidio puede ser normal, pero no quiere decir que lo vaya a
llevar a cabo. Los pensamientos producen sentimientos y estos producen emociones, que son las que nos llevan a
sentirnos bien o mal.
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4A veces un abrazo puede ser muy reconfortante. Se lo podemos decir a los otros familiares para que lo hagan. Tam-
bién hay que saber compartir y aguantar los silencios.
4 Algunas gestiones importantes en la que los allegados pueden ayudar son: seguro de vida (a veces lo cubre y otras
veces no, si lo cubre, tiene un plazo), seguro de préstamo hipotecario, comunicar la defunción al trabajo, a bancos,
trámites con la funeraria, con el registro de últimas voluntades, etc.
4 Hay que explicarles que «la mente del suicida», por norma general, funciona de manera «anómala», suele tener una
visión distorsionada de la realidad, no funciona de manera racional y piensa que está sufriendo tanto y que ese su-
frimiento intolerable se va a mantener de por vida, o si no se va a mantener de por vida, es tan insoportable que
prefiere acabar con su vida que seguir con su sufrimiento, ya que no encuentra otra forma de acabar con su dolor.
Por otra parte, hay que hacerles entender que no nos pidió ayuda en su sufrimiento, ya que probablemente pensaba
que ni nosotros ni nadie podía ayudarle a acabar con su dolor, y quizás nos ocultó su ideación suicida.
Si nos pregunta ¿cómo podemos saber «de qué manera pensaba si no le conocíamos»? Le explicaremos que por lo
general hay unos patrones de pensamientos que se repiten con mucha frecuencia en las personas que realizan una
conducta suicida.
Otro de los patrones o denominadores comunes que se producen en el pensamiento distorsionado de la persona que
se suicida es «pensar que está haciendo un favor a la familia y aunque a corto plazo pudiera ser traumático, en corto
espacio de tiempo se olvidarán de su persona». Este tipo de pensamiento se produce, ya que como hemos dicho, su
mente no funciona de manera racional ni objetiva. La persona puede ser una excelente o bella persona para todos sus
seres queridos, pero su visión de esta realidad, esta distorsionada por su forma de ser y pensar.
En otros casos sí que pudiera ser que la persona supiera el dolor que iba a dejar en sus seres queridos, pero antepone
su dolor al de los que se quedan. En algunas ocasiones porque se autoconsuelan, pensando que el que se queda es
fuerte, se recuperará, buscará el apoyo de otros seres queridos.
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Preguntas orientativas
4 ¿Cuáles son las cosas más dolorosas? Enumerarlas.
4 ¿Cuál es el momento más doloroso del día o de la semana?
4 ¿De qué se sienten culpables?
4 ¿Cuáles son los pensamientos circulares y recurrentes?
4 Cuénteme los Y…SI.
4 ¿Cómo les gustaría que fuese su vida dentro de 10 años? Pareja, familia, trabajo, ocio.
4 ¿Cuénteme qué les tranquiliza o les sirve de consuelo?
4 ¿Cómo se llamaba su hijo?
4 ¿Le dejó alguna nota de despedida dándole explicaciones?
4 ¿Sabe por qué sentía tanto dolor que llegó a suicidarse?
4 ¿Dígame una cosa que a su hijo le hubiese gustado que usted realizase?
4 ¿Su hijo le contaba todos los problemas que le preocupaban?
4 ¿Qué es lo mejor que podrían hacer ahora por él?
4 Su hijo desearía que fuesen felices.
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POSIBLES REACCIONES
Cualquiera que haya tenido que sufrir la muerte de un hijo (sobre todo si es menor), pareja, cónyuge o cualquier
otro ser querido, sabe perfectamente que, aunque la vida continúe, le cambia su existencia, ya no es el mismo, ve las
cosas de manera diferente, valora las cosas desde otro punto de vista.
El impacto dependerá de lo previsible o inesperado que fuera el acontecimiento (cuanto más sorpresivo, más difícil
será de aceptarlo), de la relación que nos una con el fallecido o lesionado gravemente (la muerte del cónyuge es ge-
neralmente más dolorosa que la de un tío lejano), de la personalidad del afectado (una persona depresiva probable-
mente lo pasará peor que alguien muy optimista), del tipo de muerte (un asesinato con violación es mucho más
impactante que un derrame cerebral), del contexto en que ocurra (no es lo mismo en periodo de Guerra que en perio-
do de Paz), de la edad del que muere (probablemente la muerte de un hijo pequeño provoque un dolor mayor que el
de cualquier otra muerte, un niño significa vida, es un inicio lleno de esperanzas y promesas), de otras experiencias
que se haya tenido con la muerte de seres queridos, de las creencias religiosas, etc.
Los sentimientos más comunes son la negación, la culpa, la tristeza y la pena. Las reacciones pueden ser muy diver-
sas, las mismas variarán en cada caso concreto, pero si la noticia no era esperable, pueden darse las siguientes reac-
ciones:
1. Negación mediante preguntas o comentarios tales como: No es posible. Usted se debe estar confundiendo.
2. Sorpresa, estupor, aturdimiento, bloqueo (incapacidad para expresar nada, ni con palabras, ni con gestos), shock
emocional, pánico, pudiendo entrar en una crisis de ansiedad o quedar sumido en el silencio. ¿Por qué me ocurre
a mí esto?
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3. Incredulidad, sentimientos de irrealidad como si formara parte de un sueño, como si se viera desde fuera, como si
fuera una nebulosa No me lo puedo creer, no me entra en la cabeza, está tan lleno de energía y vitalidad, pero si se
iba a casar el mes que viene, tiene ya todo preparado. ¿Está usted seguro?
4. Sentimientos de honda soledad, impotencia, dolor y abandono ¿Qué voy a hacer ahora?
5. Sentimientos de culpa ¡Si me hubiese imaginado lo que iba a pasar...! ¡Si hubiese estado más tiempo con él!
Todos estos sentimientos y emociones pueden manifestarse inmediatamente o con demora y en la intimidad.
ESTRATEGIAS DE INTERVENCIÓN
1. Obtener la mayor información posible: Qué ha pasado, cuándo, dónde, cómo...
2. Asegurarse de que la víctima ha sido identificada con certeza.
3. Si es posible llevar a un pariente próximo para darle la noticia, la mayoría de la gente preferirá escucharla por boca
de un pariente.
4. Se intentará por todos los medios dar la noticia en persona y sólo en casos excepcionales por teléfono. El contacto
visual-facial será directo, sereno y a la vez serio; de esta manera infundiremos seguridad y confianza, además po-
dremos captar las emociones de nuestro interlocutor.
5. Se identificará claramente, que haya fiabilidad de quien se lo comunica.
6. Siempre demostrar interés, paciencia, seguridad y empatía, dar la información utilizando términos sencillos, emple-
ando un tono de voz suave, neutro y firme; mantener una escucha atenta, honesta y sin interrumpir. Las cuestiones
que nos formulen han de ser contestadas de manera simple, pero con sinceridad.
7. En la medida de lo posible, no aportar objetos personales que hayan pertenecido a la víctima.
8. Tratar de no comunicar el mensaje hasta estar en el interior de la vivienda (si la persona se desmaya o necesita de
nuestra ayuda, tras una puerta cerrada será más difícil la ayuda).
9. Estar prevenido ante las diversas reacciones posibles, desvanecimientos, ansiedad incontrolada. Tener ubicado el
Hospital más cercano y su número de teléfono, ante el riesgo de sufrir un choque emocional tal que necesite trata-
miento hospitalario, con el fin de intentar ver la posibilidad de intervención médico-psicológica.
10. El mensaje debe ser claro y breve (cuanto más nos explayemos, más probabilidad habrá de que digamos alguna
palabra dolorosa).
Explicación breve de lo sucedido: Su hijo ha sido encontrado ahorcado en su casa.
Desenlace: A consecuencia de lo cual ha fallecido.
11. Si la persona está sola (tanto si es hombre como si es mujer), preguntar si no tiene un amigo/a o un familiar a
quien pudiera avisar. En la medida de lo posible y si la persona lo desea, permanecer en el lugar hasta la llegada
de compañía.
12. Es muy importante estar dispuesto a quedarse un tiempo prudencial, tras lanzar una noticia que es de altísimo
contenido emocional. Una vez pasado el choque inicial, la familia probablemente tenga preguntas que hacer.
13. Se deben utilizar frases cortas, y un lenguaje sencillo, fácil de comprender evitando la jerga psicológica y las pala-
bras técnicas que se crea no se van a entender. Responder a las necesidades inmediatas. Hay que ser precisos, pe-
ro con tacto, respeto y delicadeza.
en resumen, se deben extremar las precauciones en lo que digamos y cómo lo hagamos.
14. Si la persona se pone a llorar, gritar o maldecir, lejos de significar una mala práctica, es una reacción normal,
comprensible y con frecuencia beneficiosa para descargar tensiones. No está de más llevar pañuelos de papel (no
es que sea una gran ayuda, pero al menos nos sentiremos un poco útiles al ofrecerles algo que necesiten).
15. Debido al estupor o aturdimiento y al prestar especial interés al hecho traumático, pueden no retener quién le ha
comunicado la noticia, o en qué hospital se encuentra su familiar, por lo cual le daremos por escrito todos los da-
tos que creamos de interés (quizás más adelante nos quieran preguntar más datos).
16. Si hay que desplazarse, siempre que sea posible nos ofreceremos a llevarlos (debido al peligro que el shock emo-
cional, pueda causar en la conducción).
17. Intentaremos por todos los medios adelantarnos a comunicarlo personalmente, siempre antes de que se enteren a
través de la radio, televisión o prensa.
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nunCa:
NUNCA juzgar utilizando frases que culpabilicen a nuestro interlocutor: Si se educara a los hijos con tolerancia a la
frustración…
NUNCA dar falsas expectativas o esperanzas: Su hijo está muy grave, cuando hace horas que murió.
NUNCA entretenerse en conversaciones triviales (sobre el tiempo, el tráfico).
NUNCA intentar minimizar la situación. No se preocupe, con el tiempo se sentirá mejor
NUNCA exponer hipótesis gratuitas y sin fundamento: Yo creo que la culpa de todo es de…
NUNCA utilizar palabras de alto contenido emocional: Destrozado, decapitado.
NUNCA perder la serenidad (pues contagiaremos la ansiedad o la tristeza).
NUNCA utilizar frases de relleno: Entiendo perfectamente lo que siente.
siemPRe que sea cierto utilizar frases del tipo No sufrió en ningún momento. Se ha hecho todo lo humanamente posi-
ble. Usted no tiene la culpa de nada, nadie sabía que esto iba a ocurrir.
bibLioGRafÍa
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https://www.facebook.com/Grupo-de-Familiares-y-Allegados-en-Duelo-por-Suicidio-Red-Aipis-344830672382296/
https://www.redaipis.org/
**BIZIRAUN, ASOCIACIÓN DE PERSONAS AFECTADAS POR EL SUICIDIO DE UN SER QUERIDO País Vasco.
http://biziraun.org/?page_id=50
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**ASOCIACIÓN DE FAMILIARES Y AMIGOS SUPERVIVIENTES POR SUICIDIO DE LAS ISLAS BALEARES (AFASIB).
asociacionafasib@gmail.com
**WWW.SUICIDOLOGIA.ES
**RAZONESPARAVIVIR.ORG
http://razonesparavivir.org/
**WWW.SUICIDIOPREVENCION.COM
**WWW.TELEFONOESPERANZA.COM
**VIVIR LA PÉRDIDA
www.vivirlaperdida.com
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ficha 1.
el duelo en personas con síndrome de down
No hemos querido terminar este apartado dedicado a los niños y adolescentes, sin hacer mención a otro tema que nos
preocupa enormemente y que somos conscientes de que no podemos dedicarnos en este curso a él, es el duelo en los ni-
ños y personas con Síndrome de Down, en este apartado además de mencionar algunas peculiaridades del carácter de
estas personas, hemos resaltado cómo se les debe dar la noticia y la importancia que tienen para ellos los cambios y có-
mo debemos ayudarles a superarlos, para finalizar con algunas indicaciones de cómo se debe llevar a cabo una terapia
dirigida a que comprendan la situación por la que están viviendo y los cambios que ello ha implicado.
Cuando estamos delante de una persona con una discapacidad mental, nos referimos a ella como «no normal». En
esa clasificación están las personas con Síndrome de Dow, cuyo nivel intelectual está por debajo del normal. No to-
dos tienen el mismo nivel de retraso, nos podemos encontrar con personas con un nivel leve, moderado, severo o
profundo. Estos niveles de deficiencia mental marcan las diferencias en los rasgos de su personalidad. Por consiguien-
te, el concepto de normalidad lo establece principalmente la edad mental que le correspondería por su edad cronoló-
gica.
Por este motivo, en este artículo no vamos a hablar de niños o adolescentes, sino de personas con Síndrome de Down,
puesto que hay adultos de 30 años que pueden tener una edad mental de 10 años. Tampoco podemos entrar en analizar
cómo viven el duelo según el nivel de retraso que tengan, su nivel de adaptación y al grupo social que pertenecen, eso
requeriría de un artículo independiente. Por otra parte, hay casos donde el grado de deficiencia en su retraso es leve o li-
gero, que les permiten estudiar en centros escolares normales, logrando en algunos casos participar en estudios superio-
res, donde su capacidad de adaptación, sus habilidades sociales, su comunicación y las habilidades para resolver
problemas son similares o iguales que el resto de las personas que carecen de este síndrome, permitiéndoles llevar una
vida autónoma e integrándose en el mundo laboral. En este artículo nos vamos a centra más en un nivel de retraso mo-
derado. Independientemente de dichos niveles existen características comunes entre ellos, que es conveniente que co-
nozcan tanto los familiares, terapeutas y profesores para poder entender el comportamiento y las reacciones que pueden
presentar en algunas situaciones, como puede ser la noticia de la pérdida de un ser querido.
Conociendo su manera de pensar, de sentir y de comprender las cosas podemos ayudarles a superar cualquier pro-
blema.
Algunas de estas características que tenemos que tener en cuenta son:
4 Predominio del pensamiento concreto.
4 Poca habilidad para el pensamiento abstracto, sobre todo muchas personas con retraso moderado
4 Retraso en el aprendizaje de la lengua (algunos no lo consiguen).
4 Lentitud en procesar datos.
4 No comprenden el concepto tiempo.
4 Dificultad para comunicarse.
4 Falta de memoria en algunas situaciones.
4 Diferencias en el desarrollo emocional.
4 Diferencias en las respuestas emocionales.
4 Desfase en el tiempo para expresar sus sentimientos.
4 Tendencia a hablar solo.
4 Necesidad imperiosas de reglas y rutinas. Un mundo estructurado les aporta estabilidad para desempeñar sus activi-
dades y para sus relaciones sociales.
4 No les gusta ver que las personas estén enfadadas, tristes, sobre todo las más significativas y queridas para ellos.
4 Alteración conductual y psicológica ante los cambios. No los aceptan.
El desconocimiento de cómo son estas personas hace que se formulen preguntas como: ¿Se enteran de algo? ¿Pue-
den padecer ansiedad? ¿Hay niños o adolescentes con este síndrome que pueden tener episodios depresivos? ¿Se sue-
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len estresar? ¿Pueden llegar a deprimirse? ¿Pasan duelo? Existe un mito donde consideran que son personas eterna-
mente felices. Nada más lejos de la realidad, porque sufren, se estresan, tienen ansiedad al igual que el resto de las
personas.
Cuando se produce una pérdida de una persona emocionalmente significativa, los seres humanos sufren un dolor
por la ausencia de la persona fallecida, esto exige pasar por unos procesos de duelo para culminar en la aceptación y
adaptación no sólo de la pérdida sino también de todos los cambios que ha provocado ese fallecimiento. Las personas
con síndrome de Down no son diferentes al resto de los humanos. Sienten de igual manera la pérdida de una persona
querida, se alteran al no volverla a ver, temen los cambios, sufren por lo que están pasando, aunque su manera de ex-
presar el dolor, a veces, sea diferente, sobre todo si nos referimos a personas con un nivel de retraso moderado y más
particularmente las diferencias se incrementan en los otros dos niveles de retraso, el severo y el profundo. Por suerte,
desde la infancia, estos niños son llevados a Escuelas Especializadas con profesores especializados en deficiencia
mental, esto hace posible que personas con un nivel de retraso considerable puedan recibir desde pequeños diferen-
tes aprendizajes que se ajustan a las posibilidades individuales de cada uno de ellos y que les permitirán en un futuro
poder integrarse según sus posibilidades a la sociedad.
Un estudio realizado por Vera tejero, a. (1994) analiza cómo «en el pasado inteligencia y adaptación social se su-
ponía equivalente, actualmente se consideran características distintas». La integración de estas personas en estas es-
cuelas ha permitido que se pueda intervenir en el entrenamiento cognitivo y en la adaptación social por separado,
pudiendo enseñarles a adquirir habilidades sociales, autonomía, adaptación conductual etc., preparándolos para po-
der tener cierta autonomía y acceder a trabajos remunerados.
La limitación de su nivel intelectual hace que nos cueste explicarles el concepto de la muerte, puesto que algunos de
ellos, carecen de la habilidad del pensamiento abstracto, teniendo que recurrir a otras técnicas para hacerles com-
prender, por ejemplo, que no espere todas las noches a su papá porque él no va a volver porque ha muerto. El apren-
dizaje que reciben desde pequeños en las Escuelas especializadas, dirigidas a interrelacionarse con otras personas, a
fomentar las relaciones sociales, en reconocer sentimientos o incrementar su autonomía, entre otros, nos abre el cami-
no para poder trabajar con ellos cuando tenemos que darles una noticia de pérdida o para ayudarles a enfrentarse con
los cambios que puede ocasionarles esa muerte. Tenemos que tener presente, que las personas con síndrome de
Down desarrollan una capacidad muy buena de percibir y de sentir lo que está sucediendo a su alrededor, es funda-
mental tratarles de la manera más normal posible.
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zados, sino formando parte de la familia. Ellos saben que las cosas han cambiado, que en el ambiente predomina la
tristeza y no les gusta lo que están percibiendo, pero donde se alteran profundamente y reaccionan de manera negati-
va es cuando se les modifica sus normas, sus rutinas, todo aquello que le proporciona estabilidad y seguridad.
inteRVenCiÓn teRaPÉutiCa
La limitación de no tener adquirido el pensamiento abstracto, implica que no entiendan los conceptos de: pasado,
presente o futuro, puesto que son nociones abstractas que no pueden elaborarlas bien. Por consiguiente, no podemos
utilizar estos términos para poderles situar en el concepto de muerte y de pérdida. Por otra parte, al carecer de un len-
guaje expresivo y ante la falta de comunicación verbal de muchos de ellos, las herramientas que utilizamos con niños
o adolescentes sin el Síndrome están un poco sesgadas a la hora de querer sacar una información sobre cómo se sien-
te, qué sintieron ante la pérdida de su ser querido, cuáles son sus miedos… Eso no significa que no podamos recurrir
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a otras herramientas para saber en qué estado emocional se encuentran. Recurriendo a las capacidades que tienen de:
sensibilidad, percepción, lenguaje comprensivo, buena memoria y aprendizaje visual, elaboramos una terapia que
nos permita ubicarles en el tiempo, comenzar a aceptar lo que les ha sucedido y adaptarse a los nuevos cambios. Por
otra parte, tenemos que contar con las limitaciones que tienen de generalizar (lo que provoca que se asieran fuerte-
mente a lo que tenían y rechacen cualquier cambio), les cuesta ponerse en el lugar de otra persona (por su limitación
a la abstracción) e identificar estados emocionales o imaginarse emociones. Tenemos que trabajar desde la repetición
constante, independientemente de que creamos que lo han entendido, es necesario asegurarnos en sesiones siguien-
tes. Utilizar las mismas herramientas una y otra vez. La constancia, las repeticiones y las rutinas sirven para ayudarles
a aprender. Existe el falso mito de que están desconectadas de la realidad. Ya hemos mencionado que necesitan su
tiempo y que procesan de manera distinta. Cuando no se les respeta, ni se les escucha, ni se les ayuda, es cuando
pueden llegar a deprimirse y a desconectarse. Ante un duelo anunciado, hay que recomendar a los familiares y a los
profesores a que vayan familiarizándole con los acontecimientos venideros, para trabajar la falta de flexibilidad que
tienen ante los cambios. Puesto que su memoria visual es muy buena, utilizaremos herramientas como tarjetas que re-
presentan situaciones de su vida, de la persona que va a fallecer, de la escuela, de sus amigos, de su casa, de su nue-
va casa (si se va a ir a vivir a otro sitio), de las personas con las que va a vivir, en definitiva, de todos aquellos cambios
radicales que durante un tiempo va a sufrir. Es importante hacerles partícipe en el juego, que pongan su foto en cada
secuencia de cambio, para que se identifiquen como protagonistas, se les va contando lo que representa utilizando un
lenguaje concreto.
No se debe recurrir en insistirles en advertencias sobre lo que va a ocurrir porque sería perjudicial, ya que no dejarí-
an de pensar en lo que va a suceder, ocasionándoles mucha ansiedad y estrés. La utilización de estas tarjetas es para
irles ayudando a comprender que existen otras situaciones que ellos pueden vivir y que no les va a suceder nada. Por
ejemplo, si se le dibuja otra casa (la de los abuelos) se le transmite lo bien que va a estar en esa casa y lo felices que
van a estar los abuelos viviendo con él, se le enseña su habitación, lo bonita que es su cama, traerles recuerdos feli-
ces, etc., Lo esencial es trabajar con ellos las emociones (alegría, tristeza, miedo), enseñarles a reconocer las suyas y
la de los demás e indicarles los cambios de manera sencilla y sin mentiras para que no saquen conclusiones erróneas,
puesto que son personas muy hábiles para intuir lo que está ocurriendo a su alrededor.
Otros materiales que resultan útiles para identificar sus estados de ánimo son los recortes de caras que expresan un
sentimiento determinado (alegría, enfado, miedo, sorpresa), los murales, los cuentos, la construcción de caretas, dibu-
jos, entre otros. Estos materiales se emplean a diario en las Escuelas de Educación Especial, donde se les enseña desde
pequeños a mostrar y a identificar emociones.
Cuando ocurre el fallecimiento de manera inesperada, el sistema es parecido, si la persona se comunica verbalmen-
te, se le habla con sencillez sobre lo que ha pasado y utilizamos las tarjetas para intentar ubicarle en el tiempo y con-
tarle el por qué durante un tiempo no va a poder vivir en su casa (si se tiene que ir), o nos despedimos de su familiar
muerto compartiendo sentimientos. Además de las tarjetas visuales, podemos utilizar fotografías de la persona que ha
muerto, recordándole momentos felices que ha vivido con ella, fotografías de otros familiares con él (para ayudarle a
que comprenda que existen más personas que le quieren y le van a cuidar), vídeos, películas infantiles donde muere
alguien, etc. La preparación de la familia como la de los profesores especializados en Síndrome de Down, es esencial,
porque son ellos los que van a poder ayudarles a pasar el tránsito de las diferentes pérdidas por las que pasa una per-
sona con Down. Por lo general es poco frecuente que acudan a un psicólogo. Por otra parte, las terapias en grupo o
individual, estableciendo día y hora, no suelen ser muy aconsejables para estas personas, puesto que ellos necesitan
afrontar su pena cuando están preparados y hablarlo o expresarlo cuando quieren conversar, que puede ser en cual-
quier momento.
Todo terapeuta que atienda a una persona con este Síndrome tiene que estar debidamente formado en Educación Es-
pecial, para poder llegar a comprender las necesidades que requieren estas personas. Independientemente del nivel
intelectual que tengan, ya sea una persona con un nivel leve (con las que se puede trabajar mejor) a otra con un nivel
severo, que tengan o no lenguaje verbal, que se comuniquen por signos, señales o tan solo emitiendo ruidos, lo im-
portante es mostrarles que se les quiere, que hay otras personas adultas que se van a hacer cargo de ellos, y sobre to-
do devolverles cuanto antes la normalidad y las rutinas a las que estaban acostumbrados, porque es la única manera
de recuperar su autoestima y confianza en sí mismos.
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40 Formación Continuada a Distancia
Consejo General de la Psicología de España
ficha 2.
El saber soportar el sufrimiento que acaece a una muerte, se debe también a la educación recibida desde los prime-
ros años de la vida, a la manera en que hemos ido aprendiendo a enfrentarnos a la vida y a sus problemas. No todas
las personas están igualmente preparadas psicológicamente para afrontar una pérdida, ni todos los niños la afrontan
de igual manera, la implicación de una madurez psicológica (propia de cada etapa evolutiva), hace que se puedan
enfrentar a la pérdida de su familiar de una u otra manera (Santamaría 2010).
aCtitudes de Los PadRes Que difiCuLtan en eL futuRo Los PRoCesos de dueLo en Los niÑos
(C. santamaría, 2010)
aCtitud de Los PadRes ConseCuenCias en Caso de dueLo
Dar al niño todo lo que quiere No desarrolla estrategias para afrontar cualquier tipo de pérdida. Esto genera conducta de aprendizaje de insistencia
incontrolada.
Claudicar a sus exigencias por no saber decir –no- o para que nos Favorece la exigencia caprichosa. En caso de duelo, ¿qué hacer si exige que el ser querido vuelva a la vida?
dejen en paz Esto genera actitudes caprichosas y desarrolla manías.
Darle siempre la razón ¿Se le va a dar la razón cuando diga el abuelo no se ha muerto? Esto genera falta de humildad, altivez o insolencia.
Culpar a los demás niños si tiene un problema. En caso de duelo, culpará a todos o a él mismo de la muerte de su ser querido.
Esto genera sentimientos de culpa y de condena.
Permitir al niño hacer lo que quiera en todo momento (Ver la TV, El niño desarrolla conductas caprichosas que le impedirán aceptar la realidad de cualquier tipo de pérdida.
jugar con la play-station …) Esto genera fantasías, exigencias y problemas de conducta.
No tener un ambiente ordenado, con normas y límites. Favorece la pérdida de control de los niños, descontrol que se agudizará en casos de pérdida.
Esto genera inseguridad e inestabilidad emocional.
No saber hacer extinción ante las rabietas. Los adultos que dicen «no puedo con él» no podrán ayudar a los niños ante una pérdida significativa cuando exprese de
manera desmedida su rabia, su miedo, su ira…
Esto genera exigencias y problemas de conducta.
Descalificar, etiquetar y utilizar la violencia verbal El niño aprenderá estos patrones de comportamiento y, en caso de pérdida, podrá imitarlos, lo cual favorece el descontrol y
el desajuste emocional.
Esto genera agresividad y falta de habilidades sociales.
No favorecer la creación de hábitos de trabajo. El niño sin hábito de trabajo es un niño que no ha elaborado las rutinas propias de todo aprendizaje.
En caso de duelo, no tendrá estrategias para aprender a vivir sin el ser querido.
Esto genera actitudes indolentes y favorece la conducta perezosa.
No enseñar habilidades sociales En caso de duelo, la falta de habilidades sociales, tanto primarias como secundarias y avanzadas, puede transformarse en
problemas de conducta y pérdida de control emocional.
Esto genera pérdida de control y dificultad de relación social.
No darle pequeñas responsabilidades. Un niño que no se ha acostumbrado a asumir obligaciones, cuando fallece la madre, por ejemplo, le costará mucho adaptarse
a la nueva situación, en la que tendrá que colaborar y responsabilizarse de distintas tareas.
Esto genera inseguridad, incertidumbre y baja capacidad de resolución de conflictos.
Darle mensajes ambivalentes. (Hoy sí; mañana, no. El padre dice Estos niños que crecen en la ambivalencia son inseguros, no saben a qué atenerse.
una cosa, la madre otra). En caso de duelo, son presa fácil de los miedos.
Esto genera inseguridad y desequilibrio personal.
Abusar del castigo y del autoritarismo. Niños que se desarrollan en ambientes muy exigentes pueden, en caso de pérdida, desarrollar fuertes sentimientos de culpa.
Esto genera resentimiento, intolerancia, problemas de conducta.
La permisividad El niño que hace siempre lo que quiere agudizará sus caprichos siempre que sufra una pérdida por la propia inestabilidad de
su estilo de conducta.
Esto genera exigencia e intolerancia.
Ceder al «si» habiendo dicho antes «no» Los niños que perciben esta debilidad se hacen también exigentes, lo cual provoca una inestabilidad emocional que empeora
en caso de pérdida.
Esto genera inseguridad, caprichos y oportunismos, buscando su conveniencia.
La falta de coherencia. Un niño que vive en un ambiente incoherente, con mensajes confusos, desordenados, podrá recibir informaciones inexactas,
absurdas o incorrectas en el caso de que un ser querido muera.
Esto genera rabia y desconcierto.
No cumplir las promesas Desarrolla la falta de confianza. En caso de duelo, el niño tendrá la sospecha de que no le han dicho la verdad o que le ocultan
los hechos.
Esto genera rabia y desconfianza.
Los niños que reciben mensajes a medias elaboran hipótesis propias de su fantasía y pueden tener mucho miedo en caso de
duelo.
Las verdades a medias.
Esto genera sospechas, miedo y desconfianza.
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Escuchar activamente a los niños Desarrolla un ajuste positivo de la autoestima. El niño que es escuchado escucha a los demás.
En caso de duelo, se contará con el niño y se le facilitará la comunicación. La narrativa, la expresión de las inquietudes, el
miedo, las emociones, etc. facilita la elaboración del duelo.
Permitir que se expresen sin interrumpirles ni enjuiciarles. Desarrolla la seguridad personal, la autoestima y la confianza en los demás.
En caso de duelo, podrá expresarse con libertad.
Adiestrar a los hijos en el ejercicio de responsabilidades poco a Desarrolla el compromiso, la solidaridad, la ayuda.
poco, haciendo que las asuman y las cumplan. En el caso de duelo, este será más fácil para el niño, que podrá asumir responsabilidades.
Dar a cada niño una valoración ajustada. Ni por exceso, hasta Desarrolla el ajuste emocional y su autoestima.
caer en la adulación y la sobrevaloración, ni por defecto, hasta En caso de duelo, este ajuste valorativo ayudará a los padres a determinar hasta dónde es capaz el niño de entender, asumir
caer en el desprecio y la infravaloración. y participar.
Confiar en los niños y darles confianza. Esto se consigue desde Desarrolla la seguridad personal y la confianza en sí mismo y en los demás.
la coherencia. El mejor aprendizaje de vida es el del niño que En caso de duelo, dar confianza al niño es darle seguridad, y confiar en el propio proceso es aceptar que también él está en
crece en un ambiente de equilibrio («Lo que es sí, es sí duelo.
siempre»), razonando por qué el «sí» es «sí». Ante esto, sabe a
qué atenerse y sabe perfectamente lo que tiene que hacer.
Actuar como espejo, como modelo. El niño necesita modelos Desarrolla la seguridad desde el aprendizaje de vida.
firmes, sólidos, coherentes, y el espejo donde se mira para En caso de duelo, el niño se mirará en sus padres. Si estos expresan emociones, el niño también lo hará. Si se permiten
encontrarse a sí mismo y a los demás son sus padres. llorar ante él, el niño también lo hará. Si los padres hablan del difunto, facilitarán la expresión de sus emociones, de sus
miedos, de sus angustias.
Reconocer los propios errores, culpas y descuidos. Desarrolla la responsabilidad, el sentido del deber, la aceptación personal, la humildad y la comprensión.
Este aprendizaje es extraordinario para que el niño se ajuste a la En este caso de duelo, esta práctica previene las culpas que provocan tanto daño espiritual, moral y psicológico.
realidad y aprenda a pedir perdón, a perdonar y a perdonarse.
Gestionar las dificultades de la vida contando con el niño, Desarrolla la seguridad, el conocimiento personal y la autoestima.
desde el amor y el sentido común. Este estilo de vida hace que, en caso de duelo, se cuente con el niño, y desde el amor y el sentido común los padres no
suelen confundirse.
Le contarán al niño lo que pasa, le preguntarán si quiere participar en los ritos y funerales, le escucharán y le aclararán sus
dudas y temores.
El conocimiento del niño, junto con el sentido común, es la mejor manera de ayudar al pequeño a participar y elaborar sus
duelos.
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instrucciones
Los espacios en blanco y subrayados son para poner el nombre de la persona fallecida. Explicar al doliente que en el
cuestionario hay principalmente dos tipos de respuestas: 1) Unas que se refieren a la frecuencia con que aparece el
sentimiento, emoción, pensamiento, conducta, síntoma, etc.: Casi nunca 1 (menos de una vez al mes o nunca), Pocas
veces 2 (una vez al mes o más, pero menos que una vez a la semana), Algunas veces 3 (una vez a la semana o más,
pero menos que una vez al día), Muchas veces 4 (una vez cada día), Siempre 5 (varias veces cada día), Ns/Nc 6 (no
sabe/no contesta). 2) Otras que se refieren a la intensidad de su aparición: No o nada (1), Un poco (2), Algo (3), Mu-
cho (4), Muchísimo (5), Ns/Nc (6). Situar al doliente en el tiempo que nos interesa explorar, con la siguiente frase:
«Por favor, cuando conteste a las siguientes preguntas piense en cómo se ha sentido desde la muerte de (nombre del
fallecido) hasta ahora, pero más especialmente durante el último mes.
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b7. ¿durante la mayor parte del último mes se ha sentido fría/o e insensible, como que no sintiera nada ni nada le
conmoviera?
Nada (1)
Un poco (2)
Algo (3)
Mucho (4)
Muchísimo (5)
Ns/Nc (6)
b8. ¿en algún momento ha sentido que estuviera como «atontada/o», aturdida/o o conmocionada/o por la muerte
de (nombre del fallecido)?
Casi nunca (menos de una vez al mes) (1)
Pocas veces (cada mes) (2)
Algunas veces (cada semana) (3)
Muchas veces (cada día) (4)
Siempre (varias veces al día) (5)
Ns/Nc (6)
b9. ¿en algún momento ha sentido que no se podía creer que (nombre del fallecido) estuviera muerto?
Casi nunca (menos de una vez al mes) (1)
Pocas veces (cada mes) (2)
Algunas veces (cada semana) (3)
Muchas veces (cada día) (4)
Siempre (varias veces al día) (5)
Ns/Nc (6)
b10. ¿en algún momento ha tenido problemas para aceptar su muerte?
Casi nunca (menos de una vez al mes) (1)
Pocas veces (cada mes) (2)
Algunas veces (cada semana) (3)
Muchas veces (cada día) (4)
Siempre (varias veces al día) (5)
Ns/Nc (6)
b11. ¿Cree que la vida está vacía o que no tiene sentido sin (nombre del fallecido)?
Nada (1)
Un poco (2)
Algo (3)
Mucho (4)
Muchísimo (5)
Ns/Nc (6)
b12. ¿en algún momento ha sentido que no se podía imaginar una vida plena sin (nombre del fallecido)?
Casi nunca (menos de una vez al mes) (1)
Pocas veces (cada mes) (2)
Algunas veces (cada semana) (3)
Muchas veces (cada día) (4)
Siempre (varias veces al día) (5)
Ns/Nc (6)
b13. ¿en algún momento ha sentido que una parte de usted mismo/a se ha muerto con (nombre del fallecido)?
Casi nunca (menos de una vez al mes) (1)
Pocas veces (cada mes) (2)
Algunas veces (cada semana) (3)
Muchas veces (cada día) (4)
Siempre (varias veces al día) (5)
Ns/Nc (6)
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b14. ¿Cree que la muerte de (nombre el fallecido) ha cambiado su manera de ver y entender el mundo?
Nada (1)
Un poco (2)
Algo (3)
Mucho (4)
Muchísimo (5)
Ns/Nc (6)
b15. sitúese en el último mes ¿ha sido difícil para usted confiar en los demás?
Nada (1)
Un poco (2)
Algo (3)
Mucho (4)
Muchísimo (5)
Ns/Nc (6)
b16. sitúese en el último mes ¿cree que ha perdido esa sensación de seguridad o de estar a salvo que tenía antes?
Nada (1)
Un poco (2)
Algo (3)
Mucho (4)
Muchísimo (5)
Ns/Nc (6)
b17. sitúese en el último mes ¿cree que ha perdido esa sensación de control que tenía antes?
Nada (1)
Un poco (2)
Algo (3)
Mucho (4)
Muchísimo (5)
Ns/Nc (6)
b18. ¿en algún momento ha tenido los mismos dolores que (nombre del fallecido) o alguno de sus síntomas, o ha
asumido algo de su forma de ser o a veces se ha comportado como él/ella lo hacía?
Casi nunca (menos de una vez al mes) (1)
Pocas veces (cada mes) (2)
Algunas veces (cada semana) (3)
Muchas veces (cada día) (4)
Siempre (varias veces al día) (5)
Ns/Nc (6)
b19. ¿en algún momento ha sentido rabia o enfado por la muerte de (nombre del fallecido)?
Casi nunca (menos de una vez al mes) (1)
Pocas veces (cada mes) (2)
Algunas veces (cada semana) (3)
Muchas veces (cada día) (4)
Siempre (varias veces al día) (5)
Ns/Nc (6)
b20. ¿hasta que punto está amargado/a por la muerte de (nombre del fallecido)?
Nada (1)
Un poco (2)
Algo (3)
Mucho (4)
Muchísimo (5)
Ns/Nc (6)
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b21. a veces las personas que han perdido a un ser querido se sienten mal por seguir adelante con su vida. ¿es difícil
para usted seguir adelante con su vida, por ejemplo, hacer nuevos amigos o interesarse por cosas nuevas?
Nada (1)
Un poco (2)
Algo (3)
Mucho (4)
Muchísimo (5)
Ns/Nc (6)
b22. ¿Le cuesta o ha tenido en algún momento dificultades para hacer las cosas que hace normalmente porque está
pensando demasiado en (nombre del fallecido)?
Casi nunca (menos de una vez al mes) (1)
Pocas veces (cada mes) (2)
Algunas veces (cada semana) (3)
Muchas veces (cada día) (4)
Siempre (varias veces al día) (5)
Ns/Nc (6)
b23. ¿en algún momento le han afectado y trastornado los recuerdos de (nombre del fallecido)?
Casi nunca (menos de una vez al mes) (1)
Pocas veces (cada mes) (2)
Algunas veces (cada semana) (3)
Muchas veces (cada día) (4)
Siempre (varias veces al día) (5)
Ns/Nc (6)
b24. ¿en algún momento ha oído la voz de (nombre del fallecido) que le habla?
Casi nunca (menos de una vez al mes) (1)
Pocas veces (cada mes) (2)
Algunas veces (cada semana) (3)
Muchas veces (cada día) (4)
Siempre (varias veces al día) (5)
Ns/Nc (6)
b25. ¿en algún momento ha visto a (nombre el fallecido) como si lo tuviera delante?
Casi nunca (menos de una vez al mes) (1)
Pocas veces (cada mes) (2)
Algunas veces (cada semana) (3)
Muchas veces (cada día) (4)
Siempre (varias veces al día) (5)
Ns/Nc (6)
b26. sitúese en el último mes, ¿se ha sentido nervioso/a, irritable o asustadizo/a?
Nada (1)
Un poco (2)
Algo (3)
Mucho (4)
Muchísimo (5)
Ns/Nc (6)
b27. sitúese en el último mes, ¿qué tal ha dormido?
Bien (1)
Un poco mal (2)
Algo mal (3)
Muy mal (4)
Fatal (5)
Ns/Nc (6)
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b28. ¿Cree que es injusto seguir vivo/a estando (nombre del fallecido) muerto, o se siente culpable por ello?
Nada (1)
Un poco (2)
Algo (3)
Mucho (4)
Muchísimo (5)
Ns/Nc (6)
b29. ¿en algún momento ha sentido envidia de la gente que nunca ha perdido a un ser querido?
Nada (1)
Un poco (2)
Algo (3)
Mucho (4)
Muchísimo (5)
Ns/Nc (6)
CRITERIO B: ¿Ha sido la pérdida traumática (responder «Algo» o «Mucho» en la pregunta B1) para la persona entre-
vistada, y si ha elegido las respuestas 4 o 5 («Muchas veces» o «Siempre», «Mucho» o «Muchísimo», «Muy mal» o
«Fatal») en al menos 14 de las 28 preguntas B (no se incluye la B4a)? Si/No
CRiteRio C
Cronología y curso del proceso de duelo
C1. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde la muerte de (nombre del fallecido)?
Meses y días:
C2. ¿Cuánto tiempo después de su muerte empezaron estos sentimientos de los que hemos estado hablando?
Meses y días:
C3. ¿Cuánto tiempo lleva notándolo?
Meses y días:
C4. ¿ha habido algún momento en el que estos sentimientos hayan desaparecido y luego han vuelto otra vez?
Si (1)
No (2)
Ns/Nc (6)
C5. ¿Puede decir cómo han ido cambiando sus sentimientos desde la muerte de (nombre del fallecido) hasta ahora?
CRITERIO C: ¿La duración del trastorno (síntomas referidos en los criterios A y B) es de al menos 6 meses (C3 es ma-
yor o igual a 6 meses)?
Si (1)
No (2)
Ns/Nc (6)
CRiteRio d
deterioro
¿Cree que, como consecuencia de su dolor, se han deteriorado de una manera importante sus relaciones sociales, su
trabajo u otras actividades significativas de su vida?
Si (1)
No (2)
Ns/Nc (6)
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A través de las preguntas anteriores se determina si se cumple o no determinado criterio (A, B, C o D) y se decide si
la persona ha desarrollado duelo complicado.
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aPÉndiCe
Amalio Ordoñez Gallego y Mª Antonia Lacasta Reverte. EL DUELO EN LOS NIÑOS (LA PÉRDIDA DEL PADRE/MADRE).
______________________________________________________________________________________________________
• Apatía e insensibilidad.
En opinión del evaluador es necesaria: Atención especializada: SI NO En caso afirmativo, derivar al psicólogo
OBSERVACIONES:
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1. Pienso tanto en la persona que ha fallecido que me resulta difícil hacer lascosas como las hacía normalmente.
5. Me siento atraído por los lugares y las cosas relacionadas con la personafallecida
10. Desde que él/ella murió me siento como si hubiera perdido la capacidadde preocuparme de la gente o me
siento distante de las personas que mepreocupaban.
11. Me siento solo/a la mayor parte del tiempo desde que él/ella falleció.
12. Siento dolores en la misma zona del cuerpo o tengo alguno de los síntomasque sufría la persona que murió.
13. Me tomo la molestia de desviarme de mi camino para evitar los recuerdosde la persona que murió.
14. Siento que la vida está vacía sin la persona que murió.
17. Siento que es injusto que yo viva mientras que él/ella ha muerto.
19. Siento envidia de otras personas que no han perdido a nadie cercano.
esCaLa de RiesGo suiCida de PLutChiK (RisK of suiCide, Rs). (Registradas en el libro de Rocamora (2012).
escalas recogidas por balbuena Vilarrasa, et. al. 2000)
instrucciones: Las siguientes preguntas tratan sobre cosas que usted ha sentido o hecho. Por favor, conteste cada
pregunta simplemente con un sí o no.
1. ¿Toma de forma habitual algún medicamente como aspirina o pastillas para dormir?
2. ¿Tiene dificultad para conciliar el sueño?
3. ¿A veces nota que podría perder el control sobre sí mismo/a?
4. ¿Tiene poco interés en relacionarse con la gente?
5. ¿Ve su futuro con más pesimismo que optimismo?
6. ¿Se ha sentido alguna vez inútil o inservible?
7. ¿Ve su futuro sin ninguna esperanza?
8. ¿Se ha sentido alguna vez tan fracasado/a que solo quería meterse en la cama y abandonarlo todo?
9. ¿Está deprimido ahora?
10. ¿Está usted separado/a, divorciado/a o viudo/a?
11. ¿Sabe si alguien de su familia ha intentado suicidarse alguna vez?
12. ¿Alguna vez se ha sentido tan enfadado que habría sido capaz de matar a alguien?
13. ¿Ha pensado alguna vez en suicidarse?
14. ¿Le ha comentado a alguien, en alguna ocasión, que quería sucidarse?
15. ¿Ha intentado alguna vez quitarse la vida?
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descripción
4 La RS es una escala diseñada para evaluar riesgo suicida.
4 Permite discriminar entre individuos normales y pacientes con tentativa de suicidio o con antecedentes de ellas.
4 Incluye cuestiones relacionadas con intentos autolíticos previos, intensidad de la ideación actual, sentimientos de
depresión y desesperanza, y otros aspectos relacionados con las tentativas.
4 Es un instrumento autoaplicado
Corrección e interpretación
4 Cada respuesta afirmativa evalúa 1 punto y cada respuesta negativa 0 puntos.
4 La puntuación total se obtiene sumando todos los ítems.
4 En la versión española los autores proponen un punto de corte de 6.
otRas esCaLas (registradas en el libro de Rocamora (2012).) escalas recogidas por balbuena Vilarrasa, et. al.
2000.
1. La escala de intencionalidad suicida de Beck (Suicidide intent scale, SIS). Escala diseñada para evaluar las caracte-
rísticas de la tentativa suicida.
2. Estimación del potencial suicida. Factores de riesgo-rescate (Weisman y Worden) (Rund y Hutzler, 1988).
3. Escala Sad Persons (Patterson et al. 1983). Esta escala determina factores de riesgo. Se puntúa su ausencia o su pre-
sencia y la puntuación total nos ayuda a tomar la decisión sobre la necesidad de ingreso hospitalario.
4. Guía práctica para la evaluación del riesgo suicida. Desde 1993 se aplica en Granma, Cuba, esta guía para la eva-
luación de riesgo de suicidio.
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