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Holzapfel Cristobal Conciencia Y Mundo PDF
Holzapfel Cristobal Conciencia Y Mundo PDF
CRISTOBAL HOLZAPFEL
■Él
UNIVERSO*» NACIONAL
ANDRES BELLO
© CONCIENCIA Y MUNDO
Reg. Propiedad Intelectual N° 86.776
© CRISTOBAL HOLZAPFEL
ISBN. 956 - 7247 - 06 - 4
PRODUCCION E IMPRESION
Imprenta PUBLICOPRA
EL AUTOR
Palabras Iniciales
E
n el mundo de la literatura, existen los escritores y los "profesores de
literatura". Los segundos saben mucho de la creación, de su historia,
de las técnicas y, probablemente, conocen más de autores y obras
literarias que los escritores. Ellos, quizás menos preparados, sin embargo
son capaces de crear su propia obra.
PROLOGO 13
HOMBRE Y UNIVERSO (ANTROPOLOGIA) 17
Proyección ilimitable 19
oo
Programaciones ilimitables 33
Abismo existencial 43
HOMBRE Y VALOR (ETICA) 51
Fundamentación Axiológica —Conciencia y Autenticidad— 53
Propuesta Etica —Autenticidad y Valores— 71
Sabiduría Etica 89
EPILOGO 99
NOTAS 107
BIBLIOGRAFIA 117
Prólogo
I
nnumerables palabras se han dicho y seguirán diciendo acerca del hombre.
Hay concepciones antropológicas, éticas y religiosas que calan hondo en
su ser. Pero, ya sea que nos dejemos conducir por un pensamiento
filosófico o nos dejemos llevar por una obra literaria, acabamos siempre por
reconocer al final que no sabemos de él, que no sabemos qué y quién en definitiva
es él. que además somos nosotros mismos.
O bien con Karl Jaspers, pensamos el posible sentido último como algo
trascendente al mundo, la trascendencia misma, que nunca podemos objetivar, o
con Martín Heidegger, desde el ser, que a la vez nos resta todo sentido último
posible, en la medida en que es a-bismo, sin-fundamento y sin-razón de ser.
Pero, como sea, aún suponiendo que hay Dios, llegaremos inevitablemente
al misterio, sea el misterio del universo o el misterio de Dios mismo.
2
En la Cosmología “Ser y Universo” (1) se ha elucidado el ser como
universo que involucra todos los modos de ser posibles, el cual es la plenitud
ilimitada fuera de la cual no hay nada. Pues bien, en definitiva nos va el ser del
universo, aunque a él no podamos acceder si no es a través de un pensamiento
metafísico puro que logre intuir la ¿limitación universal, u ocasionalmente a través
de singulares vivencias que de pronto nos hacen sentir la eternidad como nuestro
origen más remoto. Esto significa que, salvo en cierto pensamiento metafísico o
en cierta vivencia mística que se traduce al pronto en algo inefable, el hombre se
las tiene que ver con el ser del mundo. El mundo, a diferencia del universo, tiene
límites, pero límites abiertos al universo.
3
En el gestar incesante del mundo hace comparecer el hombre su esencia,
como aquel ente señalado que en tanto 4ie va” el ser de todo ente, lo proyecta. El
ser del hombre es de este modo proyección, definición que en lo más relevante está
tomada de la concepción heideggeriana del “ser ahí” como proyecto (Entwurf)
(SyT, p. 162-163). Pero, esta expresión puede inducir a equívoco, cuando no se
dan explicaciones adicionales, ya que hace creer que se trata de algo listo y
acabado, siendo precisamente lo contrario. Por eso, hace bien José Gaos, el
traductor español, al traducir 'Entwurf por ‘proyección’, respetando su genuino
sentido heideggeriano (cfr. ib). En el hombre, si bien es también condicionante lo
dado (su cuerpo, el nacer y haber nacido en cierta época histórica, en un hogar de
cierto nivel socio-económico-cultural, y otros), sin embargo, en lo esencial es
poder-ser. proyección. Aquello dado puede entenderse como condicionamiento
que a su vez con Heidegger hay que visualizar desde el “estado de yecto”, el
arrojamiento (Geworfenheit) del “ser ahí” en el mundo (SyT, p. 152). El hombre
puede modificar hasta cierto punto aquello dado. De hecho, desde el momento que
hace el mundo a partir de elementos cósmicos que lo rodean, está siempre
modificando aquello. Pero, hay también condicionantes que se presentan como
definitivos, que, observados desde los individuos en particular, reconocemos,
cada cual está sin más “arrojado” en ellos, sin que este término connote aquí algo
lamentable que suscite tristeza o melancolía. Esos condicionantes definitivos son
principalmente el nacimiento y la muerte. Dependiendo de cómo se lo enfoque, la
proyección y el “estado de yecto” en Heidegger tienen en tanto "existenciarios"
una mayor o menor fuerza de determinación sobre el ser del “ser ahí”. Este ente
está yecto (lanzado, arrojado) en la proyección (poder-ser), esto es, no tiene otra
posibilidad sino ser su esencia, en tanto proyección. ¿Qué es aquí más determi
nante? —¿nuestro arrojamiento o la proyección?— es una pregunta que hay que
responder diciendo: ¡Ninguno! Ella se debe al reconocimiento de la “igual
originariedad entre los existenciarios” (SyT, p. 148).
Pero, el hombre es desigualmente proyectante. En el plano de una ontología
del ser del hombre, una antropología filosófica, en que nos movemos aquí,
corresponde nada más constatar que el hombre al “hacerse” desde sí mismo, en
relación a lo que él cree, siente o piensa, es propiamente proyectante. Bien puede
orientarse esa proyección hacia los otros en el sentido de un ser -para-otros, pero
en cada caso sólo será reflejo de proyección, si acaso se proyecta desde el sí-
mismo propio. (En la Parte Etica "Hombre y Valor" corresponde desarrollar el
tema del ser prov ecíante propio como criterio de autenticidad). Lo anterior quiere
decir que el hombre puede también proyectarse desde los otros, como mera
imitación u obediencia ciega al otro, pero de ese modo el proyectarse disminuye
al mínimo hasta traducirse en un mero estar condicionado, coaccionado o coartado
por el otro, que puede también\ser una institución, como la Iglesia o el Estado. A
su vez, la proyección de un individuo, en la medida en que llega a realizarse
efectivamente como un proyecto de alcance comunitario o nacional, supone a su
vez una nueva forma de condicionamiento para los otros. Es así, como por
ejemplo, la aplicación de una ideología o de una teoría económica se instaura
normalmente como una forma que rige y regula las relaciones sociales, políticas
o económicas, y los ciudadanos han de tener suficientes o escasas probabilidades
para generar cambios, en función de vivir en una sociedad abierta o cerrada (3).
La proyección se manifiesta en todo quehacer humano. No solamente la
actividad práctica supone esa proyección, sino también la teorética. Al trabajar
o al pensar nos estamos realizando como poder-ser. Cuando construimos un
puente, creamos una obra de arte o formulamos una teoría científica, nos
explayamos como poder-ser, como proyección. Lo mismo al iniciar una relación
de pareja, seguir un carrera o hacer un viaje. En sentido ético, es en función de ese
poder-ser que nos anima y la permanente revisión y examen de él en cuanto a su
orientación, lo que propiamente nos forma. Los demás entes están en su hacer pre
determinados. Pero sólo para el hombre ese hacer es tarea, que se traduce en
definitiva en tarea de hacerse a sí mismo, pero junto con ello, el mundo.
De todos modos, se puede reconocer ’grosso modo' que la noción del hombre
como proyección ilimitable en su versión originaria se ha abierto paso, en el
sentido de una creciente y tácita toma de conciencia. Pero, en lo histórico hay
progresiones y regresiones. Si bien se han disuelto interpretaciones rígidas en lo
religioso, particularmente en el catolicismo, sin embargo en otros campos, como
en lo político, hemos estado presos bajo el enrigedecimiento de ideologías que
hacen aparecer sus límites trazados como insuperables. Y hoy, diría que asistimos
al más grande desafío de procurar de modo responsable, superar los límites que
se trazan en lo técnico y que se traducen en un desembozado “progresismo” que,
a costas de una explotación indiscriminada de los recursos naturales, amenaza al
mundo y a la humanidad.
2
Hemos visto que en razón del devenir mundanal y existencial, hay de fondo
una transitoriedad que, más que ilimitable, es ilimitada, porque su fundamento es
cosmológico. Ella es a tal punto importante que merece ser distinguida frente a las
dos versiones de la proyección ilimitable. Mas, no es propio llamarla versión,
porque el verterse solamente incumbe al hombre como ente proyectante. Ahora
bien, a él no podemos concebirlo como enajenado del mundo y del universo, y
como en lo universal y mundanal actúa la transitoriedad ilimitada, se muestra la
versión originaria como más afín a su esencia. Ella se inscribe mejor en esa
transitoriedad. En cierto modo, el hombre es desde siempre esa versión, aunque
no lo descubra o lo haya descubierto. Es más, este ente singular, que somos
nosotros mismos, tiene reiteradamente la ilusión de haber dado con los límites
existenciales definitivos, especialmente en lo político, moral y religioso. El
verterse originario de la proyección ilimitable, en tanto yace ahí como algo de
fondo no asumido, simplemente latente, hace que el hombre no esté por lo regular
preparado para el cambio, no sepa renunciar; más precisamente, no tenga
preparación para la renunciación. Como ya lo intuyera Goethe, la vida en su
conjunto es renunciación (Entsagung) a diferentes formas de individualizarse y
socializarse el hombre, y además, porque la vida significa por último, ser capaz
de renunciar a ella misma en el advenimiento de la muerte (7).
De este modo, la transitoriedad ilimitada ha actuado históricamente,
sorprendiendo al hombre a la “hora” de los cambios. Ella se ha mostrado
indirectamente por lo menos como lo que ontológicamente es y que no depende del
arbitrio humano. En esto se dilucida que ella lleva en su seno la señal del destino,
ya que el destino del mundo y del hombre provienen siempre del universo. Al ser
la proyección ilimitable abriente —según ya vimos—, la versión originaria,
aparte de abrir el mundo dentro de los límites existenciales trazados, lo abre
además más allá de ellos hacia otros nuevos y posibles. Sólo de esta forma puede
existir el hombre de manera radical en una cercanía mayor al acontecer del
devenir, que, en todo caso, como aquello de donde adviene el destino, será siempre
impredecible.
3
Al abrir la versión originaria lo posible más allá de los límites que en cada
situación histórica han sido trazados para el mundo, se realiza eminentemente
como poder-ser. Sólo un poder-ser genuinamente asumido despeja al máximo el
reino de lo posible, y con la mirada dirigida a ello, se orienta, eligiendo ciertas
posibilidades a llevar a cabo.
En Kant y el problema de la metafísica Heidegger interpreta desde el
punto de vista de una analítica témporo-existenciaria la Crítica de la razón pura
(8). De acuerdo a ello, cabría entender las categorías kantianas de la modalidad,
que son la posibilidad, necesidad y realidad, como expresiones de la tempora
lidad, en otras palabras, como modos de temporalizar el hombre su existir. Es así
como el poder-ser, la proyección y en particular la proyección ilimitable es
esencialmente futura, es decir abre temporalmente lo posible y con ello el futuro
De ese espectro inabarcable de lo posible el hombre lleva a la realidad algunas
posibilidades, con lo cual lo posible se hace “real”. Pero, junto con ello, no sólo
se abre el presente, sino que en cierta medida, se lo “hace”. Por último, aquello
presente está ahí, se sostiene por un tiempo, pero ya lenta o fugazmente se
convierte en pasado. Si aparte del sentido lógico acotado, alguna justificación
tiene la necesidad en lo existencial, es precisamente la de lo pasado. En efecto,
aquello se nos impone como lo inmodificable, lo ya resuelto y acabado, y por eso,
como lo necesario. Esto sólo podemos aceptarlo como hecho consumado (9).
a. en tanto que es incesante, por lo cual este sentido coincide con el hombre, y por
eso lo representaré en adelante bajo el nombre de ‘proyectante’, y
a. que los límites del mundo o del cosmos serán siempre abiertos, y
En la Parte Etica se dilucidan dos sentidos de la fe: uno ético y otro religioso.
En ambos se entiende que la fe es fundamentalmente confianza. Ambos se
explican a partir del reconocimiento de que aún siguiendo en forma cabal la
propuesta ética desarrollada, en la que se muestra que la única orientación
justificable de la ética es la salvaguarda del mundo, no podemos asegurar y
garantizar que lograremos esa salvaguarda. Se descubre aquí el primer sentido de
la fe como confianza en que lograremos, siguiendo esa propuesta, la salvaguarda
del mundo en conjunto y no solamente del hombre. El segundo sentido surge del
reconocimiento de que no hay certeza alguna en que aún cumpliendo con esa
salvaguarda, nos habremos de acercar por ello a la espiritualidad universal.
Surge aquí también una fe como confianza, pero apoyada en una apertura de lo
sacral de la espiritualidad universal. Es por eso una fe religiosa en que al reconocer
lo sacro según nada más se nos revela, confiamos, anhelamos y esperamos
acercamos a ello.
2
Al interior de cada programación están explanándose infinidad de perpectivas
que pueden ser tanto compartidas o elaboradas por grupos o individuos. Las
perspectivas corresponden a cosmovisones, teorías, ideologías, enfoques y hasta
puntos de vista individuales. De ese conjunto inabarcable sólo algunas le dan el
cariz a cada programación. Sucede así que ciertas perpectivas logran orientar una
programación, sin que simplemente sean impuestas sobre otras, como es propio
de sociedades cerradas. En sociedades abiertas, por el contrario, ocurre esto al
modo de una polémica libre y pública, o en la que al menos dialogan y discuten
expertos y especialistas en grupos reducidos.
2
Desde el momento que no hay límites existenciales definitivos, en cuanto
a no poder descubrir o establecer justificadamante un sentido último y absoluto,
quiere decir que hay el abismo existencial. Pero, el hombre existe dándole sentidos
a su hacer. Especialmente la religión, la técnica o el arte pueden tener de hecho una
fuerza tales que hagan sentir al que se ocupa de esas programaciones que no ha
menester de nada más. Así vemos al científico, al político o al artista completa
mente entregados a su quehacer, y si sienten que ni la ciencia, la política o el arte
les satisfacen cabalmente en lo existencial, buscan un sentido en la moral, religión
o filosofía. Así suele ocurrir también con el empresario o el empleado. Si ellos se
han acercado a estas últimas programaciones por la inquietud de los límites
existenciales —del sentido, valor y finalidad de la existencia— suelen encontrar
aquello, porque al apoyarse en la palabra de un filósofo, un teólogo o un profeta,
se les asegura desde ahí que habría unos tales límites existenciales últimos y
absolutos, o bien esto se colige de su obra. En cada una de estas situaciones el
hombre existe como proyección ilimitable —porque así está ontológicamente
determinado—, pero de acuerdo a la versión derivada de esa proyección (la
proyección limitada).
3
La noción de que los límites tanto existenciales como programáticos son
siempre superables suscita la impresión de una implícita asunción de la idea de
progreso. En el nivel de la antropología filosófica en desarrollo se trata, eso sí, de
aclarar el sentido existencial que tendría esa idea con respecto a la proyección
ilimitable. No se trata por lo tanto de la constatación de orden crítico-histórico de
si habría progreso actualmente* o lo habría habido en épocas anteriores. Esto es
en todo caso relativo a la evolución histórica de las programaciones y habrá que
analizar en cada una por separado, si ha habido progreso o retroceso.
Mas aquí nos asalta una duda: ¿acaso esa salvaguarda no equivaldría a un
sentido y finalidad última que habría que cumplir, con lo cual la posibilidad de la
proyección ilimitable se tomaría ilusoria, desenmascarándose también como
proyección | limitada, que por lo demás, es la que históricamente ha estado
actuando? La objeción es seria y requiere de sutiles consideraciones y distincio
nes. Pienso que a ella hay que responder del siguiente modo: está claro que el
proceso de gestación del mundo es ilimitable y sólo puede terminar con el hombre
mismo. Correspondientemente su salvaguarda debe ser motivo de permanente
preocupación por parte de él mientras y en tanto hace el mundo. Pero, aquí esta
respuesta no es suficiente, ya que igualmente esa salvaguarda que requiere de la
proyección ilimitable, aparece como un sentido último insuperable. El
enfrentamiento de esta segunda cuestión exije introducirse aún más en la Parte
Etica, ya que en ella se descubre un sentido religioso de la fe (a lo que también
aludí someramente en el parágrafo anterior), que consiste en la confianza, anhelo
y esperanza de que el cumplimiento de esa salvaguarda del mundo —que supone
un desarrollo de la espiritualidad humana—, nos acercaría a la espiritualidad
universal, que se recoge en el misterio. Con ello, advertimos que el aparente
sentido existencial último de la salvaguarda del mundo queda al fin abierto a lo
que, de acuerdo a nuestra condición humana, proyectamos como misterio
universal, respecto del cual, sabemos además, que el pensamiento riguroso y
descamado lo devela, restándole aún su condición de misterio, para mostrarlo
como sin-razón de ser universal.
Se argüirá tal vez además que esa apertura a lo sacral y divino del misterio
universal y particularmente el acercamiento o hasta el encuentro con él, se
presentaría como sentido existencial último. Así entendido, reconocemos que
entramos aquí en una paradoja, ya que ese sentido está a su vez representado por
lo que no arroja sentido alguno —el misterio— .
P
ara que la ética o una cierta moral sea convincente, requiere partir del ser
del hombre, de lo que el hombre esencialmente es, su ‘sí mismo’. Esto está
reflejado en el término autenticidad.
A
1
El término ‘autenticidad’ deriva del griego a iiio q y por ello supone una
referencia de algo en relación a sí mismo. Este sentido se hace particularmente
visible en el hombre, puesto que en él la relación consigo mismo pasa a ser
relevante y más aún a adquirir una profunda significación. Esta se nos impone en
nuestro diario vivir, en el que nos preguntamos a ratos por el sentido de lo que
hacemos, si por una parte está en armonía con lo que somos, y por otra parte, si
está ligado a lo que los otros, mis congéneres, esperan de mí. Cuando se trata de
adherir a un candidato político, de ceder a la atracción sentimental que otra
persona ejerce sobre nosotros, de comunicar algo relativo a nuestro campo
profesional que está en discrepancia con doctrinas, teorías, métodos o criterios
unánimemente aceptados, en cada situación, aveces incluso crítica, problemática
y hasta angustiante o desesperante, nos las tenemos que ver con una posible y
difícil autenticidad a realizar, que sólo a costa de nosotros mismos, de “caemos”
ante nosotros, podríamos simple o fácilmente olvidar.
El poeta griego Píndaro dice en una de las Píticas: “¡Llega a ser el que
eres!” (15). Esta máxima da expresión a la autenticidad. No interesa aquí analizar
esta sentencia de acuerdo al trasfondo mítico religioso de la poesía de Píndaro, sino
simplemente reconocer que ella sirve como modelo en cuanto al sentido de
autenticidad. Ella consta de dos partes: “llega a ser” y “el que eres”. La primera
conlleva la fuerza de la apelación, la que puede entenderse como mandato, consejo
o sugerencia. En cualquier caso de algún modo corresponde a un imperativo,
reflejado en su sentido gramatical. Como tal imperativo, apelación al yo, pero
también a los otros, equivale a una forma de deber.
2
Implícitamente se manifiesta en ello la concepción del hombre como
proyección, que en lo fundamental se debe a Heidegger. El hombre no simplemente
‘es’, sino que ‘puede ser’; su ser es ‘poder ser’, posibilidad, proyección (SyT, p.
162-163). Esto ya está contenido en la sentencia: “La “esencia” del “ser ahí” está
en su existencia” (Syt, p. 54). El “ser ahí” (Dasein) es la expresión heideggeriana
para llamar al hombre, cuya esencia no corresponde a algo fijo, sino que se va
haciendo en su existir. Respecto de los demás entes se puede dar previamente con
su esencia y desde ella entender su modo de ser concreto; ellos son los que siempre
han sido con leves variaciones. Pero, el hombre se hace a sí mismo.
3
El significado de la autenticidad, según el cual sería solamente realizable
dentro del ámbito de la cotidianidad y del uno (21), hay que destacarlo frente a
numerosas nociones implícitas de ella en la tradición ética que tienden, por el
contrario, a estimar que el hombre sólo podría ser-sí-mismo como separado ya no
de los otros, sino más todavía, como ausente del modo de ser regular e inmediato
del hombre: la cotidianidad, en la que este ente se absorbe en lo próximo, viviendo
en un hoy incesante y repetido, sin retrotraerse sobre sí y las determinaciones
radicales de su ser.
¿De dónde proviene ese llamado? es una pregunta que solamente se puede
responder, diciendo que del “ser ahí”, y como este ente está esencialmente
determinado por el ser que puede revelarse en el “ahí”, en el mundo del “ser ahí”,
cabe reconocer que proviene del ser. Es el ser que llama al “ser ahí” a ser-sí-
mismo por medio de la conciencia. Por su parte, el llamado necesita del ‘oír’.
Llamar y oír se hacen comprensibles a su vez desde la concepción del habla, en
que Heidegger considera la posibilidad del habla auténtica. Esta sólo puede
realizarse, si va acompañada por el callar y el oír auténtico (SyT, p. 182 ss.). El
habla que no nace del silencio (23) y del auténtico callar y oír, se convierte en el
trafagoso parloteo de la habladuría. Esto explica cómo en verdad el llamado de
la conciencia incluso no comunica nada determinado, en cuanto que a través de
una argumentación dijera que la autenticidad hay que realizarla de cierta manera
y con cierto rumbo. Lo esencial relativo a la posible autenticidad no se comunica
con palabras articuladas, pero, a pesar de ello, es dicho y sugerido.
Mas, ¿qué es ese ser al que se abre el “ser ahí”? En primer lugar se puede
decir con Heidegger que ese ser es lo abierto. Pero, podemos decir también que
como él es todo, está presente en todo, ya que fuera de él no hay nada —es
simplemente el ser—. En lo que concierne al “ser ahí”, el ser se revela no sólo en
la autenticidad, sino también en la cotidianidad inauténtica, y por lo tanto en el
“uno”, aunque sea al modo de un oscurecimiento que poco deja ver. De esta
manera, estar-abierto-al-ser no significa abrirse a algo separado, más allá de los
cielos visibles, sino estar-abiertos a lo inmenso (por cierto), pero también a lo
pequeño, a lo lejano y cercano, a lo no-familiar, pero también a lo familiar.
El llamado de la conciencia va dirigido al “uno mismo”, que por no ser-sí-
mismo, está enajenado en la cotidianidad. Es por ello en el seno del “uno mismo”
donde se produce la tensión hacia ser-sí-mismo. El “ser ahí” existe de alguna
manera en todo momento en esa tensión entre tendencias opuestas, tensión que en
razón de ello, es insuperable. Esta “insuperabilidad” se explica porque nunca
puede el “ser ahí” alcanzar a ser plenamente sí-mismo. La autenticidad perma
nece así como posibilidad. Dado al carácter ontológico-fundamental y determi
nante del ser del “ser ahí” que tiene el poder-ser, la posibilidad y la proyección
en Heidegger, resulta justificable que en su análisis de la temporalidad el futuro
—el advenir (Zukunft)— tenga una preeminencia sobre los otros “éxtasis” de la
temporalidad (SyT, p. 353 ss.). Esto significa que el hombre es fundamentalmente
futuro, porque hasta la muerte es poder-ser. El ser-sí-mismo se entiende entonces
como la posibilidad de asumirse plenamente en su poder-ser, vale decir, poder
realizarse en lo máximo como ente proyectante. Como esto no es realizable de
manera íntegra, no le queda al hombre más que aproximarse infinitamente a la
posibilidad de ser en plenitud sí-mismo. Por ello, resulta la proyección humana en
todo momento ilimitable (ahora desde un punto de vista ético), pero ilimitable
dentro de los límites de la existencia —nacimiento y muerte—.
B
1
2
“¡Llega a ser el que eres!” da expresión a la tarea de la autenticidad que
el hombre se impone. El posible ser-sí-mismo representa el fundamento de la ética,
mas como significa también deber —el deber de ser-sí-mismo—, revela esto que
el ethos humano y con ello todo lo ético es inseparable del deber. (La teoría del
deber desarrollada por Kant, principalmente en la Fundamentación de la
Metafísica de las Costumbres, es sobradamente decidora al respecto, aunque no
por ello exije asumir su noción del ‘deber puro’, y del ‘deber por el deber’, sin
ninguna complementación de la sensibilidad y afectividad) (29).
2
La ética, enmarcada así en la apariencia mundanal, conlleva, a diferencia
de otros campos humanos, una considerable relativización de sus contenidos. Esto
implica que todo elemento ético —valores, normas, máximas y principios—
carece de carácter absoluto, y al decir 'elementos éticos' involucra esto el modo
como aparecen en cualquier ética. Es así como a su vez no es posible la
justificación de una única ética, sino que regularmente se desplegará el ethos
humano en una disparidad de éticas distintas, y opuestas entre sí. La relativización
de los valores significa que, por ejemplo, la justicia puede adoptar varias
acepciones, las que se pueden fundamentar o no de acuerdo a nociones previas y
costumbres en uso en una cierta cultura. A ello se suma la relativización que trae
consigo la concepción axiológica de Max Scheler de que los valores en tanto
dependen del sujeto valorante, sólo pueden establecerse a partir de una emoción
afectiva, aunque reconozcamos que en nuestros sentimientos (por ejemplo, el
inclinamos al bien y repeler el mal, o en la simpatía) había una estructura general
y común a los hombres (33). De lo anterior se desprende entonces que, si bien no
habría una “ley general de la afectividad”, sin embargo el valor, ya sea como algo
creado, descubierto o asumido, incluye un momento afectivo y no se pude dar con
él a partir de una racionalidad a secas.
ad 3 Los límites éticos han de ser en cada caso abiertos (así como los límites
de las otras programaciones humanas). Ello es consecuencia de que en la
programación ética también se realiza el hombre como proyección ilimitable,
abierta al universo.
Está a la vista que el quíntuple compromiso ético del hombre con el mundo
está internamente entrabado, de tal manera que su separación en partes o aspectos
es artificial y obedece a un afán didáctico. Es así como, por ejemplo, el trazado
de la unidad ética mundanal exije el propósito de salvaguardar el mundo y la
consideración de que los límites éticos son abiertos.
2
En el constituirse del mundo se enfrentan permanentemente infinidad de
perspectivas y sub-perspectivas: supongamos, distintos enfoques de lo técnico,
distintas ideologías políticas o credos religiosos, como también por supuesto,
puntos de vista personales. Muchas de esas perspectivas conllevan pretensiones
hegemónicas, que al realizarse, pueden inducir a que, por ejemplo, una determi
nada ideología (dos o más) en cierto modo se “adueñen” de la programación
política humana. Y así sucede por lo regular en la historia. Ocurre entonces que
hay una unidad mundanal que de cierta manera se impone. Dicho con otras
palabras, una determinada perspectiva política o religiosa (por ejemplo) le da el
cariz a su respectiva programación, pero más allá de ello, viene a suceder que esa
programación caracterizada por esa perspectiva le da a su vez el cariz al mundo,
con lo cual define la unidad mundanal (por cierto, en términos históricos, en forma
transitoria).
1
La sola idea de ‘ética’ hace alusión a la vez que a la libertad, a su doble
sentido opuesto como libertad en tanto in-determinación y en tanto determinación
(libertad de.. y libertad para...). Con un alcance antropológico cabe decir que la
proyección ilimitable solamente puede realizarse a la luz de una indeterminación
debidamente resguardada. Pero, en un sentido ético, esa indeterminación requiere
ser acotada en lo relativo a la posibilidad de trazar infinidad de límites existenciales.
Esto no significa que haya que suprimir esa posibilidad, sino, al contrario,
afirmarla, pero a la par orientando esa proyección en alguna dirección. Esa
orientación está dirigida en cada caso por los límites existenciales en particular
que se tracen. En términos axiológicos equivale lo anterior a que la ética, toda ética
posible es primariamente ética de la libertad, y si no, no es ética. Si la libertad es
reflejo del nivel originario de lo ético —del ethos—, puede sostenerse entonces
que una ética determinista es imposible, precisamente porque hace imposible el
ethos.
Ahora bien, la ética, en la medida que hay que entenderla en cada caso en
relación a particulares éticas posibles, necesariamente tiene que proponer alguna
jerarquía de valores, asumiendo que la manera de llegar a ellos sólo es justificable
al modo de un descubrimiento individual de su sentido yjustificación, y no al modo
de valores preestablecidos que simplemente quepa cumplir. Mas, la historia de la
ética es decidora en relación a que toda vez que se impone alguna jerarquía
valórica rígida, ya no para un sector social determinado, como para curas o
soldados, sino para la humanidad, junto con cerrarse la programación ética y
ceñirse a esa sola perspectiva, se pierde la indeterminación del hacerse libre y
multifacético del hombre. Es así como sólo podría justificarse una ética que
proponga una jerarquía de valores que incorpore valores de muy diversa índole,
que de alguna manera se complementen, y que permita no solamente la
indeterminación en tomo a actuar de acuerdo a un valor menor en lajerarquía, sino
también la indeterminación de atenerse a una jerarquía valórica distinta, que, en
todo caso, no transgreda la jerarquía propuesta, lo que recibe el nombre de
pluralismo (en un sentido ético y no puramente político). Esto que aparentemente
por razones de necesidad tiene que estarle vedado a grupos sociales que requieren
rigidez en su formación, se justifica para una ética de la humanidad.
Y bien, como de todos modos la sola propuesta de una jerarquía de valores
implica determinación y por lo tanto fundamentalmente asunción de la libertad
como determinación, el parámetro último para esa determinación ha de ser
expresión del compromiso ético con el mundo, resumido aquí en sus cláusulas más
importantes: procurar una unidad mundanal estable y salvaguardar el mundo.
Con ello, a su vez se restringe junto con la indeterminación, la relativización de
lo ético que se mueve inevitablemente en lo apariencial-mundanal.
2
Corresponde proceder a establecer una tabla de valores. Mas, ¿no caigo con
esto inmediatamente en contradicción con afirmaciones anteriores? ¿No llegaría
con este procedimiento a justificar valores preestablecidos? Efectivamente se
corre ese riesgo, pero se trata de un procedimiento antes que nada individual. En
lo posible me he propuesto yo mismo descubrir y vivenciar esos valores, que por
otra parte tampoco pueden ser simplemente descubiertos, como si para nadie antes
hubieran existido. La tradición ética es riquísima y deja poco margen a la
innovación. Diría entonces que la innovación no estaría tanto en los valores
mismos a proponer, como en la propuesta ética en conjunto. Con este procedi
miento sucede a su vez que la tabla de valores a proponer aparecerá para otros
hombres, para el lector, inevitablemente como valores preestablecidos. Mas
asumirlos así simplemente es no comprenderlos, no vivenciarlos, y por ende, no
realmente descubrirlos. En el orden ético no basta el mero comprender racional,
sino sentir, vivenciar, y con ello, una modalidad afectiva del comprender, para
descubrir los valores y lo valórico (42). La aceptación de esto puede erigirse a su
vez en una razón para no admitir el carácter de absolutez que se asigne una moral
en particular, como sucede en la tradición. La idea de ‘absoluto’ tiene validez en
cuanto a su uso, en un marco estrictamente teorético, pero no en el orden ético.
Desde el momento que adhiero afectivamente a un valor y a su realización, no lo
puedo demostrar y hacerlo aparecer como “absoluto”, aunque a él adhiera junto
conmigo la humanidad toda, y aunque repudiemos todo acto contrario a ese valor.
3
Desde esa apertura de la proyección ilimitable hemos dado con la
autenticidad, apoyada en la sentencia “¡Llega a ser el que eres!”. El propio
Píndaro dice también en Pítica II, 34 (op. cit.): “De acuerdo a sí mismo determina
el hombre la medida (metrón) de cada cosa”, lo cual tiene en este contexto una
significación completamente diferente que la sentencia del homo-mensura de
Protágoras (43). Pues bien, la autenticidad pasa a constituirse como el fundamen
to de la ética que aquí habré de explayar, pero también, me atrevería a decir, de
toda ética posible, ya que cada una tendría que gravitar en tomo a la realización
de la esencia humana (que se constituye así en el métron originario), independien
temente de como se la defina (44). La autenticidad es así lo más cercano a lo
esencial del hombre, pero tal vez lo más alejado de su ser concreto y actual. Junto
con ser el fundamento de la ética, es un principio regulativo de los valores. Por su
carácter fundamental y dada la íntima ligazón con lo antropológico —el ser del
hombre— ella involucra tanto lo ontológico como tiene en su seno la unión con
lo axiológico y en definitiva con lo ético. Antes que desprenderse los valores
propiamente tales, se desprenden de ella principios regulativos éticos, que por
cierto también significan valores, pero se trataría de valores que no sólo
complementan, sino que, antes bien, alientan e inspiran los valores. Estos
principios regulativos se llaman de esta manera, porque hacen posible que se
pueda realizar y justificar la tabla de valores a proponer más adelante. Junto con
desprenderse ellos de la autenticidad, están entre sí en un nivel de igual originariedad,
de tal modo que aquí no hayjerarquía. En tanto manifestaciones de la autenticidad,
ellos son los siguientes:
1. libertad
2. responsabilidad
3. virtud
autenticidad 4. valentía
5. honor
6. respeto
7. amor
8. felicidad
.3. El cuidado
Valor que atañe al mundo en conjunto, que involucra
A u te n tic id a d ^ ^ ^°r un cu^(^ ° l°s otros hombres, de
animales, plantas, tierra, planeta y aún otros astros.
4 . Lo justo
Valor circunscrito a la relación interpersonal.
'5. El poder
Valor entendido no sólo en cuanto posesión del poder
material (poder económico o político), sino como
poder espiritual (sabiduría, fe, esperanza). Se
circunscribe a cada individuo en particular.
6. El bienestar
Valor individual que apunta al estar bien y sentirse
bien, y envuelve utilidad, placer, agrado y salud.
No obstante, bien puede suceder que para otro eso no sea interpretado así.
Esta posibilidad estaría por lo demás respaldada por lo que ya se vio en la
FundamentaciónAxiológica. Ninguna ética puedejustificadamenteabsolutizarse,
y por ende, tampoco la presente. Yo puedo, en este sentido, a lo más comunicar
mi convicción más profunda de que esta Propuesta Etica, si asume el quíntuple
compromiso con el mundo (fundamentalmente salvaguardarlo), ello lo hace
porque interpreta el mundo como bueno y bello. De este modo, puedo decir con
igual fuerza que la interpretación contraria del mundo me parece efecto no de una
apertura a él, sino de una cerradura. Sin embargo, por la contraparte, para n\í está
totalmente claro que yo, y seguramente muchos, podemos ver ahora el cosmos
(téngase en cuenta: en atención a lo que es puramente proveniente del universo,
que todavía no está “mundanizado” por el hombre), como bueno y bello, pero tal
vez en una “civilización avanzada” en que no hubiera más que ciudades
pavimentadas, esa intepretación podría perder casi todo sentido, y reducirse a una
añoranza o a una curiosidad intelectual de ciertos historiadores. Además, esto
“bueno” que así leemos en lo cósmico, conlleva el carácter de lo que —no veo otra
forma de llamar—, sino como lo “terrible”. Como humanidad, de acuerdo al
astrónomo Peter Kafka, en la evolución cósmica habida hasta aquí, comparativa
mente en relación a un año, comenzaríamos a ser apenas en los últimos segundos
del último día de ese año —el 31 de Diciembre— (49). Así como estamos ahora
aquí, podemos perfectamente mañana no estar.
ad 4 Más que el principio ético del respeto que sería condición de lajusticia,
significa ella la acción positiva de su realización, esto es, hacer justicia. Este hacer
está fundamentalmente dirigido al logro de igualdad de derechos y oportunidades
en el despliegue de los respectivos quehaceres de los distintos individuos.
ad 6 El bienestar.
Por último, habría que atender a rasgos generales en relación a los valores
de la tabla:
6
En lo anterior queda además de manifiesto la relación dialéctica entre valor
y disvalor. Los valores, en cierto modo, actúan a contrapelo, se reavivan con la
resistencia (51). Si no hay resistencia en su despliegue se vuelven anodinos, meros
objetos de curiosidad intelectual para perfilar épocas pasadas. La presencia de los
disvalores y de lo disvalórico es tácita tanto en la serie de los principios éticos
como en la tabla de valores. Entre los principios opera también la culpa como
principio, ya que el no cumplimiento de algo que a nuestra conciencia se nos
presenta como deber, el cual será siempre relativo a algún valor, se traduce en
sentimiento de culpa. En la tabla de valores están por cierto también tácitamente
ahí los siguientes disvalores (que a su vez se desprenden de algo
correspondientemente disvalórico que opera como principio ético-regulador: la
inautenticidad), y que se ordenan también de manera jerárquica, pero como
“jerarquía inversa” (al tope lo más negativo y abajo lo menos negativo):
,1. Lo profano
/ Disvalor que significa la no apertura al mis-
/ terio de la espiritualidad universal, como el
/ cerrarse y darse vueltas únicamente en lo
/ mundano.
/ y/ ^ ^ ^ 3 . El des-cuido
Se traduce en maltrato y explotación
Inautenticidad indiscriminada de otros hombres, animales,
plantas, tierra, planeta y aún otros astros.
\ \ 4. Lo injusto
\ \. En la relación inter-personal, el atropello del
\ otro.
\ 5. La debilidad
\ Ella impide que algún valor o todos en conjun-
\ to puedan afirmarse con ímpetu. Se da nor-
\ malmente como un “dejarse llevar” irrespon-
\ sable.
6. El malestar
Reflejado en el hacer lo inútil, en el desagra
do, displacer y enfermedad.
B
1
Sobre la base del quíntuple compromiso ético con el mundo lograría la
Propuesta Etica un control de la relativización moral. Pero recuérdese: esa
relativización no constituye, en todo caso, algo en sí negativo. Ella debe haberla.
Mas aun, sólo habiéndola puede justificarse la ética en conjunto. Desde el
momento que hay la necesaria indeterminación de la libertad (que es condición de
lo ético), hay a la una con ello la relativización ética. Pero, a la vez la ética exije
determinación que, por otra parte, si anula o siquiera evita toda relativización
posible, acaba también la indeterminación de la libertad, y con ello la ética.
A
1
La formación humana es esencialmente moral y en este sentido se entiende
aquí como formación hacia la posible autenticidad con todo lo que ella involucra:
formación en los principios éticos y valores que van desde lo sacral hasta el
bienestar. Pero, ¿qué es lo que permite descubrir los contornos, fisuras y núcleo
de la autenticidad? ¿Qué intuición y sabiduría nos ayuda a ver con los ojos de la
posible autenticidad y junto con ello con los ojos de lo ético sin más y en plenitud?
Mas, por otra parte, no hay más que la autenticidad, o más bien, que el estar en-
camino-hacia o el alejarse-en-camino-desde el posible ser-sí-mismo. Esto quiere
decir que lo que pueda significar la experiencia y la sabiduría ética que a través
de ella se obtenga, sólo es comprensible denjxo del hacerse de la autenticidad. Así
como hemos atendido a cada uno de los rasgos en que se expresa la autenticidad,
examinando valores y principios por separado y en conjunción, así corresponde
ahora centrarse en el elemento formador que sustancialmente permitiría más que
simplemente “ver”, vivenciar cabalmente lo ético. Ese elemento, ese fenómeno
formador sería por ello el que nos haría ser éticamente sabios, el que especialmente
formaría nuestra sabiduría ética. Ese elemento es un fenómeno no racional, sino
afectivo y particularmente emotivo. El no es tampoco la emoción sin más, como
si ésta en general nos formara en la sabiduría ética. Y al decir “formación en la
sabiduría ética”, tengo presente el fenómeno que representaría el “el último
peldaño de la moralidad humana”. Se trata de un fenómeno que al parecer sólo
podemos avisorar al término del camino, o que más bien nos prepara para la
llegada a ese término, y que al descubrirlo —y solamente se lo puede descubrir
viviéndolo, vivenciándolo intensamente—, advertimos que ha estado presente en
todo el camino ético, no tanto en la significación de ese “camino” como
exposición teorética de la ética, cuanto más acentuadamente, como vivencia real
existencial. Lo digo de una vez: ese fenómeno formador de la sabiduría ética del
hombre hacia su madurez es el dolor. El nos enseña, nos hace sabios, y ésta es
justamente una antigua sabiduría.
2
Pero, ¿qué ha ocurrido aquí? De pronto me encuentro sumido en la
afectividad y comienzo a hablar del dolor. ¿Qué se ha hecho el pensamiento bien
afiatado que me ha guiado desde el universo hacia el mundo y el hombre, y en él,
hacia la conciencia, autenticidad y valores? La respuesta a ello arranca de la
vivencia filosófica que ha guiado esos pasos. Pues bien, ha ocurrido que,
penetrando en el fuero interno del hombre, de pronto se desatan las amarras del
pensamiento. Esto no equivale, en todo caso, a desplazar el pensamiento, sino a
un giro que acontece en la apertura de la proyección ilimitable que somos, en que
vez de seguir con un peso en el pensamiento, se aploma el contra-peso en la
afectividad. Esto es lo que se puede sentir como un “desatar amarras”, ya que el
pensamiento que piensa la esencia del universo requiere de una tensión singular,
de un afiatamiento y concentración para lograr un máximo de penetración. Pero,
ya supuestamente plantados en la esencia del hombre, de pronto se produce una
distensión que abre paso a la afectividad. Y ella en lo ético al hurgar en sí misma,
al verse internamente, se descubre como dolor.
Pero, ¿qué dolor? ¿No doy pie con ello a un pesimismo, cuando no a un
oscurantismo ético, por cuanto muestro incluso ese dolor como el elemento
formador de la sabiduría ética? ¿Qué es esto? ¿Una gratitud y arbitrariedad de un
temperamento torcido, que al decir de Nietzsche, diría un “no” a la vida,
introduciría solapadamente un nihilismo? Pero, ¡el propio Nietzsche nos muestra
tan reveladoramente el carácter formativo del dolor! Mas, ¿qué hay pues tras todo
esto?
Me pregunto entonces nuevamente: ¿dolor? ¿qué dolor? Para responder
parece inevitable entrar en un círculo, puesto que solamente se descubre el dolor
en el dolor, vale decir, el dolor como todo lo afectivo (pensemos también en el
amor) no se deja descubrir sino viviéndolo. De otro modo parece un mero
especular, y encima, deprimente. Para “justificar” el sentimiento, la emoción del
dolor se presenta aquí entonces una seria dificultad, que en verdad, es insuperable.
Sólo podemos “ver” el dolor, vivendándolo. Es por ello que para su justificación
como sentimiento no nada más que mío, sino de la humanidad, no puedo proceder
de otra forma que recurriendo a una modalidad que tiene su limitación, cual es
haciendo actuar una “toma de conciencia” de nuestra situación como hombres en
el mundo. Al ser comunicada una apelación a una toma de conciencia, lo más
probable es que permanezca en el plano teorético, sin que logremos llegar a ser
concientes en un sentido propiamente moral de nuestra situación humana. Mas,
con esto, al hablar de probabilidad, ya insinúo que la posibilidad de un efectivo
llegar a ser concientes moralmente en un sentido radical no está del todo fuera de
lugar. En efecto, el fenómeno de la comunicación moral (casi podría decirse
“contagio”) es relevante en este punto, y ello no sólo en cuanto que haya
coincidencia afectiva de un mismo sentimiento u emoción con otros, sino también
porque el “hacer ver” podría provocar un “hacer sentir” esa forma de conciencia.
Y bien, una vez más: ¿qué dolor? Respondo sin rodeos: el dolor del mundo,
de la humanidad, la situación histórica de todas las épocas de la humanidad que
ha sido siempre dolorosa. Basta abrir bien los ojos, pero tomando conciencia y
procurando de veras ser plenamente conciente en sentido moral. Intentando
justificar el dolor de la humanidad y enfrentando su posibilidad contraria,
pregunto: ¿cuándo el hombre ha sido simplemente feliz? Estas preguntas, así
expuestas, parecen superficiales y suscitan la impresión de que preguntara por
algo de índole cuantitativo, y además externo, como que a partir de observaciones
exteriores o fiándonos de lo que uno u otro nos dice (“yo soy”, “yo fui feliz” o
“no lo soy ni lo he sido”) pudiéramos contestar aquella pregunta con suficiente
base.
3
El “último peldaño de la moralidad humana” y de la “formación en la
sabiduría ética” es como punto de llegada y lugar de descanso, el que nos permite
ver la escalera entera por la que hemos ascendido. Aquí comparece nuestra
relación con la muerte en el sentido del (leXexe xavócxo\) (Platón), “¡prepárate
a morir!”.
4
Ahora bien, al poner en relación los elementos últimos, formadores de lo
ético: dolor y renunciación, reconocemos que entran en una suerte de conjunción,
pero no total. La renunciación trae el dolor del abandono de lo conocido, lo
familiar, lo querido. Ello también se da históricamente cuando una época le sigue
a una gran época anterior, por ejemplo, el paso del mundo griego al romano.
En esa transición se expresan añoranzas y nostalgias en círculos cultos de la
sociedad. De similar modo en los individuos que dejan o hasta abandonan lo
anterior. Pero, a ese dolor le puede acompañar también la alegría de lo venidero
y promisorio. Nuestra proyección ya abre una brecha en lo futuro y el aplomo con
que se lograría ese abrirse paso está impulsado por la confianza, anhelo y
esperanza de lo mejor. Y aún ¿cómo no justificar entonces enteramente en la
renunciación a la vida, la confianza, anhelo y esperanza de más vida, de vida
futura y ¿por qué no? de vida eterna? (58). Doloroso, no tanto para las personas
queridas que se quedan, cuanto sobre todo para el que se va y no vuelve más, es
abandonar la vida, pero ¡cuán justificada puede ser la confianza, anhelo y
esperanza en algo venidero! Está a la vista, esa tríada de sentimientos caracteriza
lo que antes he llamado “fe religiosa”. Pero, como he tratado de esa fe desde un
punto de vista ético, y no como fe desde una revelación, cabe reconocer que la
vivencia de esos sentimientos en la renunciación última la podemos justificar nada
más que como tal vivencia, sin que ella nos pueda asegurar el paso a “otra vida”,
apoyándose en alguna “certeza”. En otras palabras, para la fe religiosa como
confianza, anhelo y esperanza en más vida, en vida tras la muerte, no hay certeza,
lo que, por otra parte, tampoco significa negación de aquella posibilidad. En
cuanto a lo que es certeza, ya lo veíamos con Heidegger, para el “ser ahí” la única
certeza absoluta es la muerte.
B
1
Pero, volvamos atrás a esa conjunción no total entre dolor y renunciación.
¿Qué son dolor, renunciación, muerte, carencia, falta, pobreza, sino expresiones
de algo más próximo al no-ser que al ser? Efectivamente. Y, si dolor y
renunciación son los fenómenos formadores del hombre hacia su madurez, ¿no
significa esto que en el orden existencial, antropológico y ético tiene más peso, es
más originario el no-ser que el ser? ¿No se produce aquí una inversión de mi
planteamiento de Ser y Universo, en que el no-ser en sentido cosmológico no tiene
cabida? Efectivamente. Pero, a estas alturas, se nos descubre ahora una cuestión
de matiz de primera importancia. (Son precisamente estas cuestiones de matiz,
esos últimos “toques” los que le dan el carácter a la obra, pero también al
individuo). El matiz al que me refiero es el siguiente: Bien puede ser el no-ser en
lo existencial más originario y formador (en sus expresiones) que el ser, pero el
acento está desde siempre en el ser, porque ese ser no puede ser otro en definitiva
que el universo, fuera del que no hay nada, y en relación al cual, el no-ser en sentido
existencial es nada más una manifestación de él. Esto se explica, porque aún en
sentido existencial puro el no-ser en sí y por sí no puede ser, salvo en realidades
que se aproximarían a ese extremo imposible, cuales son justamente: dolor,
renunciación, muerte, frustración, falta, privación, y ¿por qué no?, guerra,
crimen, traición y otros, pero ninguno de ellos tiene simplemente la sola “cara”
del no-ser. Con ello, aún en este punto, se nos muestra el pensamiento cosmológico
como directivo.
Mas, como estamos en el orden ético, este esclarecimiento ontológico del
no-ser existencial como inscrito en el universo, no basta. Es por eso que el matiz
ontológico se completa con el “matiz ético”. Este es el que en verdad en relación
a lo humano y mundanal da el “toque final”. El es el siguiente: Corresponde
además poner el acento en lo que más se aproxima al ser que en lo próximo al no-
ser, tomados ambos ahora en sentido existencial, en cuanto ser del hombre y del
mundo. Ello involucra una apelación ética a luchar para que haya abundancia y
no carestía, a combatir la enfermedad e incrementar la salud, a que solidifique el
poder en nosotros y no caigamos en la debilidad. Así considerado, el acento en lo
próximo al ser nos proteje de la pérdida en lo opuesto, que acontece cuando nos
hundimos en el dolor. Este conlleva el carácter de lo sin límite, de acuerdo a lo cual
habrá siempre razones y motivos para perdemos en él.
c
El “ser a la muerte” heideggeriano y la renunciación son fenómenos que
singularizan a cada hombre que los vivencie; ellos requieren de la soledad
existencial, del estar yo solo acompañado conmigo mismo cual “Pensador” de
Rodin. Pero, ¿el dolor no puede unir, no puede inducir a ver, a sentir al otro?
Indudablemente que sí. El dolor como sentimiento despierta y alienta sentimientos
humanitarios. En este “último peldaño de la moralidad humana” viene así a
aparecer un nuevo sentimiento que une y que arranca del dolor: la compasión,
entendida de manera esencial como sentir y padecer con el otro.
En un decir así destaco los aspectos tal vez más significativos del
pensamiento antropológico y ético explayado.
Este hacer multifacético del mundo por parte del hombre lo podemos ver
de distintas formas: bien como espectáculo teatral dramático o trágico, como algo
lúdico o serio, como con-sentido o sin-sentido, como lucha interminable por
sobrevivir, como “preparación para la vida eterna”, y justamente la posibilidad
de esta pluralidad de “cosmovisiones” es una prueba de la abertura del mundo.
Aunque la proyección limitada tienda a cerrar el mundo y hasta consiga
cerrazones de larga duración, al final el mundo reiteradamente se vuelve a abrir,
y en ello actúa la proyección ilimitable, sin que en todo caso haya garantía de que
esto siempre se conseguirá.
Pero, de los ejemplos anteriores se colige que hay acciones que pueden ser
atentatorias contra el mundo, en cuyo contexto debe considerarse además que hoy
por primera vez en toda su historia tiene el hombre en su mano la posibilidad de
aniquilar el mundo. Es la posibilidad que le da la programación técnica contem
poránea, y específicamente el poder tecnológico.
Podría decirse en un sentido dialéctico que la acción de un robo o un crimen,
y aunque sea un genocidio, no liquidan el mundo, pudiendo incluso contribuir a
su fortalecimiento (de acuerdo al modo como el hombre de una época “cree” se
debe salvaguardar el mundo), ya que el horror ante el delito y el crimen inducen
normalmente a adoptar medidas colectivas suficientemente efectivas que protejen
de aquello. Mas, hay la grande y terrible excepción: hoy podemos aniquilar el
entorno cósmico sobre cuyo fundamento hacemos el mundo, y así a nosotros
mismos. Por ello, es también significativo que Heidegger reconozca esta situación
actual como de “máximo peligro”, pero una tal que justamente exije a su vez el
máximo desafío del hombre.
El “máximo peligro” no está empero dado exclusivamente por la
incalculable potencia destructiva del poder atómico. El peligro se origina antes
que en algo material, en el hombre mismo, y más precisamente en su saber
científico. A ese saber somos conducidos. La historia se mueve irreversiblemente
hacia un saber científico cada vez mayor. (Diríase que la propia filosofía vista
desde su origen como impulsora del pensar racional nos ha traido hasta acá). Se
suma a ello que el hombre de nuestro tiempo está sobradamente entrenado en la
traducción de ese conocimiento científico en técnicas y tecnologías que hoy nos
ponen hasta ante la posibilidad de conocer el código genético del embrión humano
y predecir de antemano qué enfermedades o qué coeficiente intelectual habría de
tener el ser humano por nacer. Esto al parecer orienta a la humanidad hacia la
aplicación metódica de una selección racial, que ya se muestra difícil de detener.
Y todo ello proviene del conocimiento científico que no podemos así descarada
mente prohibir o siquiera inhibir en su desarrollo. Normalmente tratamos de
ejercer un control sobre la aplicación técnica porque ésta no simplemente teoriza,
sino que transforma la “realidad”. Pero, cuando yendo a la causa de la
transformación técnica, se intenta controlar y dirigir el conocimiento científico,
como a cada momento ese conocimiento se revela henchido de posibilidades
reales, su no realización deja insatisfechos a estados, a empresas nacionales o
multinacionales que pueden usufructuar de aquello.
Debemos por último, estar concientes también de que esa hora puede llegar
y que a lo mejor irremisiblemente vamos hacia allá. En esa hora, si el hombre
continúa tal vez físicamente siendo, lo humano se acabaría, y hay que reconocer
también que en la forma en que seguiría, nos puede parecer in-humano desde
nuestra actual perspectiva precisamente humana. Pero, quizás ahí en esa post
historia, se inaugurarían nuevas posibilidades, por cierto para nosotros insospe
chadas.
(0) Martín Heidegger. Ser y Tiempo (en adelante 4SyT’). Trad. de José Gaos.
Fondo de Cultura Económica (FCE), México 1962, p.21.
Ed. al.: M. Heidegger. Sein undZeit. Edit. MaxNiemeyer, Tübingen 1977,
p. 12.
(1) Cfr. “Ser y Universo” del autor, Edit. Universitaria, Stgo. 1990.
(2) Heidegger. La época de la imagen del mundo, en: Sendas perdidas.
Trad. de José Rovira Armengol. Editorial Losada, Buenos Aires 1960, esp.
p. 78 ss.
Ed. al.: Heidegger. DieZeitdes Weltbildes, en: Holzewege. Gesamtausgabe
(Obras completas), vol. 5, ed. por F.W. von Herrmann, Edit. Vittorio
Klostermann, Frankfurt en el Maino 1976.
(3) Cfr. a este respecto Karl Popper, La sociedad abierta y sus enemigos.
Trad. de Eduardo Loedel. Editorial Paidos, Buenos Aires 1967, tomo I, esp.
p.9-13.
(4) Cfr. Heidegger. Carta a un joven estudiante, Apéndice a La cosa. Trad. de
Víctor Sánchez de Zavala, en: Cuadernos hispanoamericanos N° 98, Madrid
1958, p. 155.
Ed. al.: Heidegger. Das Ding (La cosa), en: Vortráge und Aufsátze
(Conferencias y artículos). Edit. Günther Neske, Pfullingen RFA 1967.
(5) Karl Jaspers. Von der Wahrheit (De la verdad). Edit. Piper, München
1958, p. 170, 226, 235, 480.
(6) Heidegger. Nietzsche I (ed. al). Edit. Günther Neske, Pfullingen 1961.
p.173-175.
(7) Goethe. Años de apredizaje de Guillermo Meister /y/ Años de andanzas
de Guillermo Meister, en: Obras completas, tomo II. Trad. de Rafael
Cansinos Assens. Edit. Aguilar, Madrid 1968. El tema de la renunciación
está esparcido en todo el texto, español en Años de andanzas... que tiene
como subtítulo: “oder die Entsagenden” (“o los renunciantes”).
Ed. al.: Goethe. Wilhelm Meisters Lehrjare (Años de aprendizaje...), en:
Werke (Obras), tomo II. Edit. Christian Wegner, Hamburgo 1959 /y/
Goethe. Wilhelm Meisters Wanderjahre (Años de andanzas...). Edit.
Artemis, Zurich 1949.
El pensamiento de José Ortega y Gasset acerca de la idea de persona es
decidor respecto de lo que Goethe a su vez pensara como renunciación
(Entsagung). En Historia como sistema nos muestra como la persona es en
definitiva sucesivas máscaras que tienen en cada caso una vigencia limitada,
de acuerdo a las insuficiencias que se van presentando en el desenvolvimien
to del programa vital individual. Cfr. Ortega y Gasset. Historia como
sistema. Revista de Occidente en Alianza Edit., Madrid 1981, p. 47-48.
(8) Heidegger. Kant y el problema de la metafísica. Trad. de Gred Ibscher.
FCE, México 1973, p. 202 ss.
(9) Sobre el papel de lo posible, lo necesario y lo real, cfr. Leibniz, Teodicea,
en: Obras, Trad. de Patricio Azcárate, Casa Edit. de Medina, Madrid s. a,
tomo V, Ia Parte, § 42 ss..
Ed. al.: Leibniz Theodizée. Trad. de Arthur Buchenau. Edit Félix Meiner,
Leipzig 1925, Ia Parte, § 42 ss.
Cfr. tb. Sóren Kierkegaard. Tratado de la desesperación (corresponde a La
enfermedad mortal). Trad. de Carlos Liacho. Santiago-Rueda Editor,
Buenos Aires 1960, p. 49 ss..
(10) Cfr. concepción del arte en Nietzsche, destacada por Heidegger en el
Nietzsche, op. cit., p. 164.
(11) Cfr. en Heidegger La sentencia de Anaximandro el momento del retiro
(Entzug), trad. como ‘sustracción del ser, en: Sendas perdidas, op. cit., p.
284.
Ed. al.: Heidegger. Der Spruch des Anaximander, en: Holzwege, op. cit.,
p. 310.
(12) Lo que es asociable a Ludwig Feuerbach en La esencia del cristianismo,
Trad. del al. de Franz Huber, Edit. Claridad, Buenos Aires 1941. Cfr. ahí la
siguiente cita: “El ser absoluto, el Dios del hombre, es su propia esencia. El
poder que ejerce el objeto sobre él, es por lo tanto, el poder de su propia
esencia” (op. cit., p. 19).
Ed. al.: Feuerbach. Das Wesen des Christentums. Edit. Akademie,. Berlín
1956, p. 37.
(13) Kierkegaard. Temor y Temblor. Trad. de Jaime Grinberg. Edit. Losada,
Buenos Aires, 1968, p. 24 ss..
(14) Cfr. “Ser y Universo” del autor, p. 120 ss.
(15) Píndaro. Pítica II, en: Odas y fragmentos. Trad. de Alfonso Ortega. Edit.
Gredos, Madrid 1984.
(16) Cfr. crítica de Heidegger a la teoría nietzscheana de que la verdad sería
ilusión, en el Nietzsche, vol. 1, op. cit., p. 501ss.
(17) Cfr. Ser y Universo, op. cit., p. 24.
(18) En atención a este alcance, cfr. de Ortega y Gasset El hombre y la gente,
Revista de Occidente, Madrid 1959, p. 76.
(19) Cfr. Th. Adorno. Jargon de Eigentlichkeit. Zur deutsche Ideologie (Jerga
de la autenticidad. Sobre la ideología alemana). Edit. Suhrkamp, Frankfurt
e.e. M. 1970, p. 89.
(20) Cfr. Heidegger. Ser y Tiempo. Trad. de Jorge Eduardo Rivera. Ediciones del
Instituto de Filosofía de la Universidad Católica de Valparaíso, § 41.
(21) El pensamiento de Humberto Giannini sobre la autenticidad se mueve
justamente en esa dirección —desde la cotidianidad—. Así lo advertimos ya
en El mito de la autenticidad, Ediciones de la Universidad de Chile,
Santiago, 1968, p. 10-11. De modo más acentuado aún se encamina en esa
misma dirección La reflexión cotidiana, Edit. Universitaria, Santiago,
1987.
(22) Cfr. del autor: Heideggers Auffassung des Gewissens vor dem Hintergrund
traditioneller Gewissenskonzeptionen (La idea de Heidegger de la con
ciencia ante el fondo de concepciones tradicionales de ella). Edit. Peter Lang,
Frankfiirt e.e. M. 1987, p. 107 ss.
(23) Cfr. este tema en las siguientes obras de Heidegger: SyT, § 34; ¿Por qué
permanecemos en la provincia? Trad. de Jorge Rodríguez, en: Revista Eco
N° 35, Bogotá 1963; El habla, en: De camino al habla. Trad. de Yves
Zimmermann. Ediciones del Serval-Guitard, Barcelona 1987, p. 27 ss.
Ed. al.: Die Sprache (traducido al español como “El habla”), en: Unterwegs
zur Sprache (De camino al habla). Edit. Neske, Pfullingen 1979, p. 32 ss.
(24) Cfr.: SyT, p. 21, 150 y § 44; Heidegger. Doctrina de la verdad según
Platón, en: Doctrina de.... /y/ Carta sobre el “humanismo”. Trad. de Luis
David García y Alberto Wagner de Reyna resp. Centro de Estudios
Humanísticos y Filosóficos, Universidad de Chile, Santiago, p. 128 ss.
Ed. al.: Heidegger. Platons Lehre von der Wahrheit, en: Wegmarken
(Marcas en el camino), Gesamtausgabe, op. cit., vol. 9.
(25) Cfr. Robert Musil. El hombre sin atributos. Trad. del alemán de José M.
Saenz. Edit. Seix Barral, Barcelona 1986, vol. IV, p. 220. passim, Libro II,
Parte III (57) passim. Ed. al.: Der Mann ohne Eigenschaften. Ed. por Adolf
Frisé, Edit. Rowohlt, Hamburgo 1970, Libro II, parte III (57) passim.
(26) Heidegger. Carta sobre el “humanismo”, op. cit., p. 218.
(27) Heidegger. Doctrina..., op. cit. p. 141.
(28) Heidegger. Carta...., op. cit., p 227 passim.
(29) Kant. Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres. Trad. del
alemán de Manuel García Morente. Espasa-Calpe, Buenos Aires, 1946, p.
34 ss.
Ed. al.: Kant. Grundlegung zurMetaphysikderS¡tten,en: Schriftenzur
Ethik und Religionsphilosophie (Escritos de Etica y de Filosofía de la
Religión). Edit. Insel, Wiesbaden 1956, p. 23 ss.
Cfr. crítica de H. G. Stoker al rigorismo de Kant, en: Das Gewissen (La
conciencia), Escritos de Filosofía y Sociología, ed. de Max Scheler, Edit. de
Friedrich Cohén, Bonn 1925, p. 115 passim.
(30) En este contexto es iluminador el análisis que emprende Jean Paul Sartre en
El ser y la nada, en cuanto a reconocer la íntima ligazón entre la esencia del
hombre -el “para-sí”- y la nada, como ésta es constitutiva de su ser. Así nos
dice concisamente: “La negación viene del para-sí ” (Cfr. El ser y la nada.
Trad. de Juan Valmar. Edit. Losada, Buenos Aires, 1966, p. 236). Ese no-
ser (en sentido existencial) se manifiesta, entre otros, como falta, y en cuanto
tal infesta todos los fenómenos del para-sí: el valor, el deber, la conciencia
(entre otros). Por ej., el valor se muestra a la vez que como lo que trasciende,
como lo que falta (cfr. op. cit., p. 138, 146).
(31) Cfr. art. del autor: “Replanteo de pregunta sobre el humanismo”, en:
Revista de Filosofía de la Universidad de Chile, vol. XXIX-XXX, Santiago
1987, p.80-81.
Acerca de la génesis histórica del sentido psicológico al sentido moral de la
conciencia, cfr. además del autor: Heideggers Auffassung des Gewissens...,
op. cit., p. 1 ss.
(32) Tener también en cuenta en este contexto el primado de la razón práctica
sobre la razón teorética en Fichte. Cfr. Fichte. El destino del hombre. Trad.
de Vicente Romano García. Edit. Aguilar, Avila 1963. p. 131 ss. Esta obra
es singularmente reveladora en cuanto a la necesidad de aprehender la
Antropología en unión con la Etica. Según Fichte, la determinación
(Bestimmung) (palabra que tiene mayor fuerza ontológica que ‘destino’) del
ser de este ente es la conciencia, y precisamente la conciencia moral (op. cit.,
p. 125 ss.
Ed. al.: Fichte. Die Bestimmung des Menschen (trad. como “El destino del
hombre”), en: Fichtes Werke (Las obras de Fichte). Ed. por Immanuel
Fichte, Edit. Walter de Gruyter, Berlín 1971, vol. II De la Filosofía
teorética II, p. 263 ss. y 258-259.
(33) Max Scheler. Etica. Trad. del al. por Hilario Rodríguez Sanz. Revista de
Occidente, Madrid 1941, tomo II, p. 24 ss.
Tengo aquí también en cuenta la Teoría de los sentimientos morales de
Adam Smith (FCE, México 1941, vid. p. 37 ss.
El principio de inclinación natural al bien y repulsión de mal es especialmente
destacado por Friedrich Jodl en su Geschichte der Ethik (Historia de la
ética), ed. por Cotta, Stuttgart 1920, reconociendo sus sucesivas repercusio
nes a lo largo de la historia de la ética desde Platón en adelante. En esta
exposición muestra claramente que la expresión ya citada en que conocemos
el principio, es una derivación muy refinada de su versión originaria, que
expresaba en una fórmula similar la natural inclinación al placer y la
repulsión al dolor (Cfr. op. cit., tomo I, p. 23, 63). Ya la ética platónica y
posteriormente el estoicismo supone una crítica a esta “ley natural”, en el
sentido de descubrir que las afinidades allí establecidas pueden trastocarse,
llegando con ello admitir la posibilidad de que, por ej.el bien se asocie con
el dolor (op. cit., p.66).
(34) Cfr. Heidegger. La pregunta por la técnica, en: Ciencia y Técnica. Trad.
de Francisco Soler. Edit. Universitaria, Santiago, 1984, p. 102 ss. Bajo el
dominio de la técnica se llega a un “extremo peligro”, pero en ese peligro
puede “crecer lo salvador” (Hólderlin citado por Heidegger).
Ed. al.: Heidegger. Die Frage nach der Technik, en: Vortráge una
Aufsátze, op. cit.
(35) Cfr. el desarrollo de este planteamiento, en Hombre y Mundo de Jorge
Acevedo, Edit. Universitaria, Stgo. 1984, p. 15 ss.
(36) Hellmut Geissner en su obra Rhetorik (Retórica), Edit. Bayerischer
Schulbuch, München 1976, p. 15 ss., expone la idea de que la democracia
se forma a través de la discusión abierta, apoyándose especialmente en
Jürgen Habermas. (Cfr. de Habermas Teoría y Praxis. Trad. de D. J.
Vogelman. Edit. Sur, Buenos Aires, 1966, p. 156 ss., donde emprendiendo
una crítica a Popper, entre otros también en lo relativo al sentido de
‘discusión’, da pautas para barruntar lo que en su análisis crítico-histórico,
él justificaría como el recto sentido y alcance de la ‘discusión5en lo que a la
conformación de la sociedad se refiere.
(37) Nietzsche. Aura, en: Obras completas. Trad. de Eduardo Ovejero y Felipe
González. Edit. Aguilar, Buenos Aires, 1963, afor. 189.
Ed. al.: Nietzsche. Morgenrote, en: Werke (obras), tomo II. Ed. por Karl
Schlechta, Edit. Cari Hanser, München 1955, afor. 189.
(38) Cfr. Heidegger Carta..., op. cit, p. 201.
(39) Cfr. Oswald Spengler. El hombre y la técnica. Trad. de Manel García
Morente. Espasa-Galpe, Buenos Aires 1947, p. 61 ss.
(40) Cfr. Entrevista a Heidegger “Nur ein Gott kann uns retten”, en: Revista
Spiegel del 23.9.1965.
Ed. esp.: “Ya sólo un Dios puede salvamos”, en: Escritos de Teoría II. Trad.
de Pablo Oyarzún. Universidad de Chile, Santiago, 1977.
(41) Cfr. sentido de la libertad en SyT p. 208, y Carta..., p. 194, 203.
(42) Cfr. Scheler. Etica, op. cit., p. 24 ss.
(43) Así nos lo advierte Ottmar Dittrich en su portentosa obra Geschichte der
Ethik (Historia de la ética). Edit. Scientia, Aalen 1964, de donde tomo aquí
la cita, traduciéndola del al. (op. cit., tomo I, p. 62).
(44) En la historia de la ética el desarrollo del tema de la autenticidad es
relativamente reciente, y particularmente su reconocimiento como un valor
fundamental. Así lo advierte Adorno en Jerga de la autenticidad en su
crítica negativa de este concepto, donde, si bien reconoce a Kierkegaard entre
los filósofos iniciadores de este tema, en algunos pasajes se cita a Wagner
(op. cit., p. 91) o a Hólderlin (op. cit., p. 107) como quienes fueron poniendo
los cimientos para una “ideología alemana de la autenticidad (Eigentlichkeit)”.
Entre los pensadores que han desenvuelto expresamente el tema de la
autenticidad, cabe mencionar en primer lugar a Kierkegaard (ya señalado
arriba), y de cuyo sentido de autenticidad trataremos más adelante. En Karl
Jaspers hay que comprender la autenticidad como ligada a la idea de
comunicación. Desde su Filosofía, Trad. del alemán de Femando Vela,
Ediciones de la Universidad de Puerto Rico, Revista de Occidente, Madrid
1958, vol. 2 (ed. al.: Philosophie, Edit. Springer, Berlin 1956), se muestra
como el sí-mismo (Selbst) sólo puede hacerse en la comunicación con el otro
en una creación mútua (op. cit., ed. al., p. 58). Tanto en Philosophie como
en Von der Wahrheit (De la verdad) está puesto el acento respecto del ser-
sí-mismo en lo que Jaspers llama Existenz (existencia), que corresponde a
uno de los fenómenos que determinan el ser del hombre, junto con Dasein
(ser-ahí, como lo más elemental), Bewusstsein (conciencia psicológica),
Geist (espíritú) y Existenz, que de alguna manera integra todos los momentos
anteriores (cfr. Von der Wahrheit, op. cit., p. 76 ss.).
En el ámbito hispano-americano Ortega y Gasset descolla respecto del tema
de la autenticidad que se esparce por prácticamente toda su obra, aunque sin
un desarrollo por separado. Las ideas de programa vital y persona son tal vez
las que mejor permiten aprehender su concepción principal de ella (cfr.
Historia como sistema, op. cit. cap. VII y VIII). Pero hay otras ideas afines
como: el “ensimismamiento” como contrapuesto a la “alteración”, y la
necesaria complementación entre ambos (cfr. El hombre y la gente, op. cit.,
p. 80 ss.); la “aristocracia” (cfr. La Rebelión de las Masas. Revista de
Occidente, Madrid 1961, p. 60 ss.); la “razón vital”; el “amor”, y otros que
sirven como complementos a un esclarecimiento del sentido de autenticidad
en el filósofo español.
Mas, a pesar de que la autenticidad tenga apenas algo más de un siglo de
duración como tema explícitamente desarrollado, sin embargo acompaña a
esta investigación la convicción de que como expresión de un posible ser-sí-
mismo del hombre estaría presente en toda ética. Así, entre los filósofos, ya
en Heráclito su primer fragmento, que se refiere al sabio capaz de oír el lógos,
da una pauta del hombre auténtico, o Marco Aurelio en los Soliloquios, a
través de su concepción de una identidad a alcanzar entre la mens y el lógos
universal (cfr. Soliloquios, Trad. de Jacinto Díaz de Miranda, Edit. Porrúa,
México 1975, Libro IV, 4), o aún Maquiavello en El Príncipe; a pesar de
su noción del ‘parecer ser’ (cfr. El Príncipe, cap. XVIII, en: Obras
Políticas, Edit. El Ateneo, Bs. As. 1965).
(45) La Santa Biblia. Trad. del hebr. y del gr. de Francisco Cantera Burgos y
Manuel Pabón Suárez de Urbina. Edit. Planeta, Barcelona 1967.
(46) Concepción desarrollada esp. en el Libro X de la Etica a Nicómaco de
Aristóteles, en: Obras, Trad. de Francisco de P. Samaranch. Edit. Aguilar.
Madrid 1967
Friedrich Jodl en su Geschichte der Ethik (Historia de la Etica), op. cit.,
destaca certeramente la repercusión de la ética eudaimónica en distintos
momentos de la historia de la ética.
(47) Considerando que lo sacral es también y por sobre todo un valor que se
desprende del posible ser-sí-mismo, conviene, llegados a este punto de la
investigación, tener presente el distanciamiento de Kierkegaard de una
autenticidad como posible ser-sí-mismo. En La enfermedad mortal obser
vamos que tanto el querer-ser-sí-mismo como el no-querer-ser-sí-mismo son
justamente manifestaciones de la enfermedad mortal —la desesperación—
(op. cit., p. 20-21). La razón de ello está en que en definitiva se descubre en
su pensamiento que la única autenticidad posible está en aquella en que el yo
se afirma íntegra y esencialmente en Dios: “Se peca cuando, ante Dios o con
la idea de Dios, desesperado, no se quiere ser uno mismo, o se quiere serlo”
(op. cit., p. 93).
Asociado a esto, pienso que la última justificación del título de la obra de
Humberto Giannini El ^mito” de la autenticidad (las comillas son mías)
está dada por aquella misma convicción, es decir que igualmente Giannini
entiende que el único sí-mismo auténtico posible es bajo el alero de la
divinidad (cfr. o. cit., p. 196), donde, parafraseando dice que la perdición del
hombre está en la pérdida de su “visión de Dios”.
En la ética de la autenticidad que aquí he explayado cabe reconocer que el
valor más alto que se desprende de ella es lo sacral, como apertura al misterio
divino de la espiritualidad universal. Pero, a ello hemos llegado sin apoyar
nos en una posible fe en un Dios-persona que nos permitiría ser auténticos,
sino precisamente en términos de apertura a lo divino, que trasciende
infinitamente el mundo, y que no podemos sino “dejarlo ser” en su
insondable misterio abisal, procurando resguardarlo para el hombre y
respetarlo justamente en su condición de misterio.
(48) Heidegger. Doctrina..., op. cit. p. 144.
(49) Cfr. Rudolf Kippenhahn. Licht vom Rande der Welt. Das Universum und
sein Anfang (Luz desde los confines del cosmos. El universo y su comienzo).
Edit. Deutsche Verlags-Anstalt (DVA), Stuttgart 1984, p. 330 ss.
(50) Para la consideración de esto, cfr. Nicolai Hartmann, Ethik (Etica), Edit.
Walter de Gruyter, Berlín 1962, p. 122.
(51) A este respecto cfr. la idea de conflicto como vinculada al valor en op. cit.,
p. 311 ss..
(52) Papel similar cumple la razón práctica respecto de la razón teórica en Kant,
Crítica de la razón pura, Trad. de Pedro Ribas, Ediciones Alfaguara,
Madrid 1983, II Prefacio.
De similar modo también la “fe” en Fichte viene a llenar el vacío en que nos
deja la ‘convicción intelectual’ a secas. Cfr. Fichte. El destino del hombre,
op. cit., p. 123 ss.
(53) Cfr. del autor “Replanteo...” op. cit., p. 71 ss.
(54) Goethe. Años de andanzas..., op. cit. (“Contemplaciones en el sentido del
viajero” -canción-).
Ed. al.: W. Meisters Wanderjahre, op. cit., p. 342.
(55) SyT, p. 286. Gaos traduce “Sein zum Tode” por “ser relativamente a la
muerte”, lo que a mi juicio es equívoco. Más claro y fiel a la expresión
alemana es simplemente “ser a la muerte”.
Sobre una explicación del sentido de la muerte en Heidegger en todo su
alcance, cfr. James Demske, Sein, Mensch und Tod. Das Todesproblem
bei Martin Heidegger (Ser, hombre y muerte. El problema de la muerte en
Martin Heidegger), Edit. Karl Alber, Friburgo en Brisgovia 1963, entre
otros p. 22 passim.
(56) Cfr. art. del autor: “Renunciación y Era Atómica”. Revista Universitaria de
la Universidad Católica de Chile, N° 23, Santiago, 1988, p. 13 ss. _
(57) El Heidegger tardío piensa la muerte más que como “ser a la muerte” como
“ser capaz de morir” (Vermógen des Todes). Cfr. Heidegger. La cosa, op.
cit., p. 150. En esta expresión se hace visible la idea de renunciación.
(58) Cfr. la idea de “anhelo de inmortalidad” en Del sentimiento trágico de la
vida de Miguel de Unamuno, Cía. Argentina de Editores, Buenos Aires,
1962, p. 31 ss.
(59) Crf. del autor “Replanteo...”, op. cit., p. 74-75.
(60) Wemer Marx. Gibt es auf Erden ein Mass? (¿Hay sobre la Tierra una
medida?) Edit. Félix Meiner, Hamburgo 1983.
(61) Arthur Schopenhauer. Fundamento de la moral. La España Moderna,
Madrid s. a., p. 229 passim.
Ed. al.: A. Schopenhauer. Über die Grundlage der Moral, en: Kleinere
Schriften (Escritos breves). Edit. Cotta-Insel, Stuttgart 1962, p. 811.
La obra de O. Dittrich Geschichte Der Ethik (Historia de la ética) permite
especialmente gracias a su Registro rastrear el significado de términos con
sus respectivas connotaciones a lo largo de la tradición ética. Por ej., nos
muestra como la compasión ha tenido justamente un alcance que podemos
llamar “místico”, así en Plotino, para quien el mundo fenoménico es un “ser
vivo que simpatiza consigo mismo”, en el que si una parte padece, se com
padecen todas las otras. Cfr. Ottmar Dittrich. Geschichte der Ethik, op.
cit., tomo II, p. 85.
(62) Nietzsche. Aura, op. cit., afor. 80, 133, 134, 224.
BIBLIOGRAFIA