Está en la página 1de 80

39

EL DIÁLOGO TEOLOGÍA-CIENCIAS HOY

I. PERSPECTIVA HISTÓRICA Y OPORTUNIDAD ACTUAL

Manuel García Doncel


Edita: Cristianisme i Justicia – Roger de Llúria 13 – 08010 Barcelona
ÍNDICE

Primera parte:
Perspectiva histórica y oportunidad actual

0. Introducción
0.1 El diálogo "Teología y Ciencias" y su existencia académica 5
0.2 La organización del presente texto 8

1. Orígenes de la ciencia moderna y fe cristiana


1.1 La ciencia antigua y medieval y la fe cristiana 11
1.2 La revolución científica y la tesis de Merton reconsiderada 14
1.3 Francis Bacon y la defensa teológica del método experimental 16
1.4 Realidad y mito en el caso Galileo 19

2. La ilustración y los sucesivos positivismos


2.1 Newton y las conferencias Boyle: Bentley y Clarke 27
2.2 La ilustración: los enciclopedistas y el barón d'Holbach 37
2.3 El positivismo de Auguste Comte y de Ernst Mach 38
2.4 Pretensiones del positivismo lógico del Círculo de Viena 40

3. Superación historiográfica del positivismo lógico


3.1 Karl Popper y la falsabilidad como criterio científico 43
3.2 Thomas Kuhn y los paradigmas científicos 45
3.3 Stephen Toulmin y la experiencia científica global 48
3.4 La teología como "ciencia experiencial" 51

4. “La nueva visión romana” y sus frutos


4.1 Novedad y contexto del documento pontificio 59
4.2 Ideas centrales: condiciones y promesas del diálogo 61
4.3 Texto íntegro del documento 62
4.4 Frutos ya obtenidos del diálogo 70

Bibliografía citada 75
Índice de nombres 79

Segunda parte:
Perspectivas científica y teológica

5. El modelo cosmológico estándar y su base empírica


6. La evolución biológica darwinista y sus problemas
7. Los modelos de la acción de Dios en el mundo

8. La kénosis del Creador


9. El Logos como diseño
10. El Espíritu restaurador

(Publicado en el número 40 de esta misma colección)


INTRODUCCIÓN

0.1 El diálogo “teología-ciencias” y su existencia académica


El presente cuaderno –y el anunciado como continuación– tienen su origen
en notas de clase para un curso, “Teología y ciencias, hoy”, organizado por el
Instituto de Teología Fundamental y galardonado por la Templeton Foundation.1
El curso fue originariamente impartido en lengua catalana durante el semestre de
invierno de 1998-99, en el campus de la Universidad Autónoma de Barcelona.
Ha sido varias veces repetido, total o parcialmente, en otros ámbitos académicos.2
Estos cuadernos pretenden extender los éxitos locales allí obtenidos, difundiendo
el curso en castellano para un público más numeroso.
Lo primero a afirmar sobre un curso de teologá y ciencias es que hoy no
resulta aberrante en el ámbito universitario, ni siquiera en el ámbito de las
Facultades de Ciencias en que lo hemos impartido. Aunque sin duda lo hubiera
sido hace unos decenios, en el contexto del positivismo lógico que estudiaremos
(§ 2.4). Vale la pena gastar un par de páginas en probar esta afirmación, aún no
familiar en nuestras tierras.
Es un hecho indiscutible que, únicamente dentro del ámbito del concurso
establecido por la Templeton Foundation, en los cinco primeros años académicos
1995-2000 se han impartido unos 500 cursos de este tipo. El hecho es conocido
en detalle, porque cada año se ha publicado por el verano la lista del centenar de
galardonados, con indicación de las universidades y departamentos organizadores.
Analizando esas listas, se obtiene la tabla que ofrecemos en la página siguiente.
De esos, exactamente, 481 cursos galardonados en los cinco años 1995-1999,
prácticamente tres cuartas partes han sido impartidos en universidades
norteamericanas, como indica la parte superior de la tabla. Podríamos decir que

1
El proyecto del curso, titulado “Today’s Dialogue between Theology and Sciences”, fue
realizado en colaboración por Josep-Oriol Tuñí y por mí, y conjuntamente presentado al
concurso de “Science & Religion Course Program” de la Templeton Foundation del año 1998.
El Prof. Tuñí se responsabilizaba de una segunda parte del curso, de carácter exegético, titulada
“The New Testament interpretation of Creation. An exegetical reading of John 1,1-18 in
contemporary perspective”. Como curso galardonado, su esquema global fue presentado en
público en forma de paneles, durante el Summer Workshop celebrado en “The Center for
Theology and the Natural Sciences” (CTNS) de Berkeley, en junio de 1998.
2
Como curso de libre elección de la UAB (5 créditos), fue dado por los dos profesores en el
semestre de invierno de 1998-99 y repetido en el de 1999-2000. En forma breve (3 créditos),
fue dado también por los dos profesores en la “Escola d’Estiu” de 1999 del “Col.legi Oficial
de Doctors y Llicenciats” de Barcelona. Elementos de la primera parte fueron presentados por
mí en un breve curso (1,5 créditos) de Licencia especializada en Teología Fundamental durante el
semestre de invierno 2000-01. Finalmente, los he presentado en un curso de libre elección
(3créditos) de la Universidad de Barcelona, para el que extendí algo la parte final científica y
teológica, tal como aparecerá en el próximo cuaderno.
6 El diálogo teología-ciencias hoy: I

¡no hay universidad norteamericana que se precie, en la que no se haya


organizado alguno! Descontando los cursos dados en el mundo anglosajón
próximo, del Canadá anglófono y de Inglaterra, apenas queda un 14% de cursos
impartidos en los demás países de Europa, Asia, África y Oceanía.3
La mayor parte de los cursos han sido organizados por departamentos de
Teología (pensemos que las universidades anglosajonas, como las germánicas,
suelen tener una Facultad de Teología o “Divinity”), o por departamentos de

Cursos de “Science & Religion” galardonados por


la Templeton Foundation durante los cinco primeros años

1995 1996 1997 1998 1999 Total

USA 72 69 79 65 73 358
Canadá 6 7 2 7 7 29
Inglaterra 6 8 6 6 2 28
Otros países 9 16 10 15 16 66

Total 93 100 97 93 98 481

Departamentos de ciencias implicados

1995 1996 1997 1998 1999 Total

Matemáticas 0 3 3 3 2 11
Informática 1 0 1 0 0 2
Física(a) 11 10 5 12 7 45

Química 4 3 7 5 1 20
Biología(b) 7 4 7 7 6 31
Geología 0 0 2 1 1 4

Antropología (c) 0 0 3 1 0 4
Ciencias(d) 1 4 1 1 7 14
Historia de ciencias 2 1 0 1 1 5

Total 26 25 29 31 25 136
(a)
Incluye alguno de Astronomía
(b)
Incluye alguno de Ciencias de la salud
(c)
Incluye alguno de Paleontología
(d)
En general: “Science”, “Natural sciences”, “Science and Technology”

3
Recientemente la Templeton Foundation, consciente de este hecho, pretende fomentar la
organización de estos cursos y otras actividades del diálogo teología-ciencias por Europa,
mediante la colaboración del CTNS de Berkeley y su “European Advisory Board”.
0. Introducción 7

Filosofía o de Historia. Pero, como puede verse en la parte inferior de la tabla,


cerca de un tercio de ellos, exactamente 136, han sido organizados por
departamentos de “ciencias” (en el sentido de “ciencias duras”, correspondientes
a nuestras Facultades de Ciencias). Destaca el número de los organizados en
departamentos de Física, sin duda por la relación entre los sistemas cosmológicos
y la Creación, y a continuación, los organizados en departamentos de Biología y
Química, sin duda por el interés teológico de la Evolución.
Es más, “Teología y Ciencias” se ha constituido actualmente en una
“especialidad interdisciplinar” muy activa. Según el catálogo “Who’s Who in
Theology and Science”, trabajan en ella más de trescientos profesores, cuyos
puestos universitarios y publicaciones sobre el tema están registrados en el
catálogo.4 Allí se registran también más de cincuenta organizaciones dedicadas a
esta especialidad. Entre ellas podemos destacar, como más próxima a nosotros,
“The European Society for the Study of Science and Theology (ESSSAT), que
celebra sus conferencias bienales en lengua inglesa, selectivamente publicadas.5
Se registran allí, finalmente, más de una docena de revistas especializadas.
Destaquemos, como más reconocida, “Zygon: Journal of Religion and Science”,
publicada en Chicago desde 1966.
Se trabaja incluso en vivir y dar a conocer, a nivel académico, una
verdadera espiritualidad científica. Una prueba de ello, fue el congreso sobre
“Science and the Spiritual Quest”, celebrado en el auditorio maximo del campus
de Berkeley los días 7-10 de junio de 1998 y ampliamente difundido en la prensa.
Allí hablaron sobre espiritualidad una treintena de científicos, algunos muy
conocidos, un total de unas venticinco horas. 6
Por nuestras tierras seguimos discutiendo si es posible un diálogo entre
teología y ciencias. Yo creo que, según el adagio escolástico “a facto ad posse
valet illatio”, hemos de admitir que “del hecho de la existencia de este diálogo
puede inferirse lógicamente su posibilidad”.

4
Véase TEMPLETON 1996.
5
Indiquemos, como ilustración, los lugares y temas de las conferencias celebradas o anunciadas:
1986, Loccum (Alemania) sobre “Evolution and Creation”;
1988, Twente (Holanda) sobre “One World – Changing Perspectives on Reality”;
1990, Ginebra (Suiza) sobre “Information and Knowledge in Science and Theology”;
1992, Rocca di Papa (junto a Roma) sobre “Origins, Time and Complexity”;
1994, Freising y Munich (Alemania) sobre “The Concept of Nature in Science and Theology”;
1996, Cracovia (Polonia) sobre “The Interplay of Scientific and Theological World Views”;
1998, Durham (Inglaterra) sobre “The Person: Perspectives from Science and Theology”;
2000, Lyon (Francia) sobre “Design and Disorder: Perspectives from Science and Theology”;
2002, Nimega (Holanda) sobre “Creating Techno S@apiens? Values and Ethical Issues in
Theology, Science, and Technology”. La del 2004 esperamos se celebre en Barcelona, trayendo
al “Forum de las Culturas” que ha de celebrarse allí ese año, a los protagonistas del diálogo
entre esas “dos dimensiones de la única cultura humana global”.
Desde 1993 ESSSAT publica un “yearbook” titulado “Studies in Science & Theology”,
que recoge en dos volúmenes las conferencias invitadas y una selección de las comunicaciones
presentadas, respectivamente.
6
La difusión periodística la hizo el Newsweek del 20 de julio de 1998. El programa y los
resúmenes de las intervenciones fueron publicados por el CTNS de Berkeley, y en cinta
magnetofónica puede escucharse la totalidad de esas conferencias y diálogos.
8 El diálogo teología-ciencias hoy: I

0.2 La organización del presente texto


El presente texto sobre “El diálogo teología-ciencias hoy” consta de diez
capítulos que, según nuestra experiencia, pueden servir de pauta para los diez
temas de un curso (más bien de 4 que de 3 créditos). Por razones editoriales de
la colección, lo hemos dividido en dos cuadernos autoconsistentes, temática y aun
disciplinarmente distintos, pero concebidos como dos partes de un mismo texto.
El presente cuaderno recoge los cuatro capítulos de la primera parte, que
ofrecen una “perspectiva histórica”, para mostrar la “oportunidad actual” de este
diálogo teología-ciencias. Los tres primeros capítulos, de carácter histórico y
epistemológico, desarrollan esa perspectiva de las relaciones entre fe y ciencias.
Tras insinuar esas relaciones en la edad antigua y medieval, las estudiaremos
sobre todo a partir de “la revolución científica” del siglo XVII. Veremos que
eran relaciones inicialmente armoniosas (tesis de Merton y motivación cristiana de
la ciencia experimental), por más que la historiografía posterior haya proyectado
sobre ellas el –ya desgraciado– caso Galileo con caracteres míticos (capítulo 1).
Veremos también cómo tales relaciones, fomentadas por los científicos creadores,
se hicieron tensas y llegaron a romperse bajo el influjo de la Ilustración, y de los
sucesivos tipos de Positivismo del siglo XIX y primera mitad del XX (capítulo 2).
Y veremos por fin cómo la situación epistemológica reciente –la superación del
positivismo lógico por las nuevas corrientes de carácter histórico– ofrece una
“ocasión sin precedentes” –como dice Juan Pablo II– para el nuevo diálogo
teología-ciencias; no hemos de olvidar, sin embargo, las características de la
ciencia teológica (capítulo 3).
Dedicaremos el último capítulo de este cuaderno a estudiar un importante
documento de Juan Pablo II sobre este diálogo que, aunque publicado en 1988,
conserva toda su actualidad como símbolo de “la nueva concepción romana”, y
es ampliamente reconocido y practicado en el mundo ecuménico cristiano.
Pretendemos hacérnosle familiar para divulgarle en nuestro mundo católico, en el
que paradójicamente es más desconocido. Para ello estudiaremos en qué consiste
su “novedad”, cuáles son las condiciones que presupone y las promesas que
ofrece este diálogo y, finalmente, qué frutos concretos ha producido (capítulo 4).
El cuaderno ulterior recogerá los seis capítulos de la segunda parte sobre la
“perspectiva científica” y la “perspectiva teológica”, ambas inspiradas por el
serio diálogo teología-ciencias que ha sido organizado conjuntamente por el
Observatorio Vaticano y el Centro de Teología y Ciencias de la Naturaleza
(CTNS) de Berkeley. Desde la perspectiva científica comenzaremos por divulgar
dos temas hoy acuciantes, el modelo cosmológico estándar del big-bang caliente y
el la evolución darwinista biológica y humana (capítulos 5 y 6 respectivamente).
Presentaremos luego algunas reflexiones, básicamente filosóficas, elaboradas en el
diálogo Vaticano-Berkeley sobre el tema teológico que unifica todo el proyecto:
“la acción de Dios en el mundo”. Acabaremos subrayando el interés de la idea de
“auto-superación rahneriana, y del modelo trinitario de Moltmann (capítulo 7).
Desde una perspectiva estrictamente teológica, desarrollaremos los tres
últimos capítulos sobre la kénosis del Creador y su conclusión escatológica
(capítulo 8), el Logos como diseño del universo y el principio antrópico cristiano
(capítulo 9), y el Espíritu como restaurador en orden a la nueva creación
(capítulo 10). Ellas nos ofrecerán una imagen moderna de nuestro Dios trinitario,
y amorosamente activo en el mundo.
0. Introducción 9

Esquemas parecidos suelen tener los textos para cursos de Teología y


Ciencias existentes en inglés. El más clásico, y a la vez muy reciente, es el
publicado por Ian Barbour, con el título “Religión y ciencia: cuestiones históricas
y contemporáneas”.7 Consta de cuatro partes. La primera trata de la teología y
las ciencias en los siglos XVII, XVIII y XIX. La segunda, sobre la teología y el
método científico, comienza proponiendo su tipología, ya clásica, de los cuatro
tipos de relación entre ciencia y religión: conflicto, independencia, diálogo e
integración. La tercera parte trata de la teología y algunas teorías científicas: la
física cuántico-relativista y sus implicaciones metafísicas, la astronomía y la
creación, la creación y la creación científica. Concluye, en su cuarta parte, con
reflexiones filosóficas y teológicas sobre: la naturaleza humana, la “filosofía del
proceso” y la naturaleza de Dios.8
Otro texto usual es el editado por Mark Richardson y Wesley Wildmann
con el título “Religión y ciencia: historia, método y diálogo”9 Es una colección
de trabajos de 25 colaboradores, sistemáticamente organizados en tres partes. La
primera, histórica, trata de la relación teología-ciencias durante la ilustración, en el
siglo XIX, en nuestra época y aun en el futuro. La segunda parte, metodológica,
discute en dos “asaltos” las analogías y diferencias entre la naturaleza de la
teología y la de las ciencias. La tercera parte –más de la mitad del libro– estudia
seis tópicos particulares del diálogo teología-ciencias: cosmología y creación,
teoría del caos y acción divina, complementariedad cuántica y cristología, teoría
de la información y revelación, biología molecular y libertad humana, genética
social y ética religiosa.
Otro breve texto es el de John Polkinghorne, que recoge las notas de un
curso introductorio de “Ciencia y teología” recientemente dado en Nueva York
por este prestigioso físico teórico de Cambridge, convertido en teólogo anglicano.
Está dividido en ocho capítulos. El primero explora la naturaleza de la ciencia y
la de la teología, para investigar las posibles formas de interacción entre ambas.
El segundo capítulo divulga ciertos aspectos de la actual visión científica del
universo y su historia, que juzga de mayor interés para una reflexión metafísica.
El tercero trata de la persona humana como uno de los temas más importantes de
encuentro entre el saber científico y el saber teológico. El capítulo cuarto trata
de la naturaleza de Dios, tal como es entendida en nuestra tradición occidental,
dentro de una cierta teología natural actualizada, y en el quinto se centra en las
modernas concepciones sobre la acción de Dios en el mundo (en relación a la
física cuántica y los sistemas caóticos), y las posibilidades nuevas de atacar el
problema del mal. El capítulo sexto presenta los temas nucleares de la fe cristiana
(resurrección de Cristo, Trinidad, escatología), en consonancia con los hábitos de
7
BARBOUR 1997. Este libro es en realidad una actualización de sus “Gifford Lectures” de
1989-90 (BARBOUR 1990), completadas con una visión histórica inspirada en un antiguo libro
suyo (BARBOUR 1966, que fue incluso traducido al castellano en 1971). Barbour es uno de los
pioneros del actual diálogo teología-ciencias, por lo que en 1999 recibió un premio especial de la
Templeton Foundation. La lectura de sus obras es especialmente agradable por su claridad.
8
Su obra más reciente (BARBOUR 2000) aplica de nuevo su tipología a cuatro temas científicos
–astronomía y creación, física cuántica, evolución y creación continua, y genética, neurociencia y
naturaleza humana– para concluir con una quinta parte sobre la acción de Dios en la naturaleza.
9
RICHARDSON & WILDMAN 1996. A pesar del título, hablará en realidad de “Teología y Ciencia”
desde la primera página de la Introducción general (ver página xi).
10 El diálogo teología-ciencias hoy: I

pensamiento de una mente científica. El séptimo presenta este diálogo entre


ciencia y teología como un punto de convergencia interconfesional. Y en el
octavo comenta las implicaciones éticas que acompañan a los descubrimientos
científicos. Este buen libro de texto, traducido ya al castellano, no parece haber
despertado el interés que merece.10
Para enriquecer el presente texto hemos introducido, incluidos en un simple
recuadro, una serie de fragmentos de diversos autores y de diversa extensión.
Nos hemos permitido suprimir con puntos suspensivos o subrayar en ellos
palabras, frases o aun párrafos enteros. Quede claro que esos puntos elevados y
esos subrayados (bien distinguibles de los puntos suspensivos ordinarios y de las
cursivas originales) son siempre nuestros.

10
POLKINGHORNE 1998. El autor, conocido físico de Oxford y hoy sacerdote anglicano, es otro
de los actuales protagonistas del diálogo teología-ciencias.
Capítulo 1
ORÍGENES DE LA CIENCIA MODERNA Y FE CRISTIANA

1.0 Introducción
Algunos historiadores de finales del siglo XIX han descrito la relación entre
Teología y Ciencias como un “conflicto” o como una “guerra”.1 Pero la
historiografía seria actual es mucho más equilibrada, y habla de relaciones
diversas, de “conflicto” y de “armonía”.2
En éste primer capítulo, tras mencionar los contactos de la fe cristiana con
la ciencia antigua y medieval (§ 1.1), nos centraremos en el influjo ejercido por
ella sobre “la revolución científica” del siglo XVII. Estudiaremos la llamada
“Tesis de Merton”, que relaciona el origen de la ciencia moderna con los ideales
del puritanismo inglés; consideraremos también las críticas opuestas a esta tesis, y
cómo, en último término, parece ser la idea cristiana de creación la que ejerció un
profundo influjo sobre los orígenes de la ciencia moderna (§ 1.2). Situaremos
este influjo en la epistemología de la época, y en la figura emblemática de Francis
Bacon (§ 1.3). Estudiaremos finalmente el caso Galileo que, por penoso que sea,
no destruye la situación de armonía propia del siglo XVII, por más que en el XIX
se haya convertido en el mito de la ciencia contra la Iglesia (§ 1.4).

1.1 La ciencia antigua y medieval y la fe cristiana


El primer contacto de la fe cristiana con la cultura científica griega se
produce en la predicación de San Pablo, ya en Listra (Act 14,15-17), pero sobre
todo durante su segundo viaje misional que le lleva a Europa y a predicar en el
Areópago de Atenas (Act. 17,22-31). En ambas predicaciones puede apreciarse
el nuevo lenguaje no judío de Pablo, y tras la segunda de ellas, el rechazo griego
a la experiencia cristiana de la resurrección de Jesús. Según el relato bíblico,
entre los pocos que se adhirieron a Pablo estaba Dionisio. Anecdóticamente
indiquemos que hoy día, cuando nada queda sobre aquella colina del Areópago
––si no es una solemne placa de bronce con el texto griego del discurso de
Pablo–– el amplio paseo que desciende desde ella hacia la vieja Atenas lleva el
nombre de “Dionisio el Areopagita”.
Alejandría, en la desembocadura del Nilo, se convertirá en el centro de la
ciencia griega desde el siglo III antes de Cristo hasta el V después de Cristo, con el
famoso Museion y su enorme biblioteca (que llegó a tener 700.000 manuscritos).
Allí, junto a la doble comunidad griega y egipcia, se agregarán pronto fuertes

1
JOHN W. DRAPER 1875 y ANDREW D. WHITE 1896, respectivamente.
2
Véanse, por ejemplo, JOHN H. BROOKE 1991, o IAN G. BARBOUR 1997, Part I.
12 El diálogo teología-ciencias hoy: I

comunidades judía y cristiana. Por Clemente de Alejandría (circa 150-215)


sabemos del “Didascalion” o escuela cristiana (distinta de la escuela catequética
ordinaria en cada obispado) fundada por su maestro Panteno a finales del siglo II,
y en la que le sucedió su discípulo Orígenes. Clemente, probablemente un seglar,
alentaba el ideal de constituir una “gnosis cristiana” (“gnosis” significa en griego
“conocimiento superior”, “sabiduría”, y no tiene aquí el significado herético que
tenía en otros contextos). En su trilogía de obras conservadas presenta la cultura
griega como el “pedagogo hacia Cristo” para los griegos, de la misma manera
que el Antiguo Testamento lo era para los judíos 3. Por otra parte, elabora la idea
cristiana de “Logos” (“palabra”, “razón”, “diseño”, que aparece en el prólogo
del cuarto Evangelio) desde su contexto del neoplatonismo y los misterios, con
toda su profundidad creadora y salvadora. Le describe, por ejemplo, como la
armonía que ordena los elementos del mundo, y aun le presenta como maestro
que hace inútil la sabiduría griega:4
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, Exortación a los griegos (s. III)

Éste [el Logos como “canto puro”] dio también al universo un orden armonioso,
y afinó la disonancia de los elementos hasta obtener una ordenada consonancia, para
que el mundo entero le resultase armonía. Dejó el mar desatado, pero le prohibió
inundar la tierra firme, y por el contrario a la tierra, que navegaba de aquí para allá, la
ancló firmemente y la convirtió en la frontera sólida del mar; asimismo, la
vehemencia del fuego la mitigó con el aire, entremezclando a un mismo tiempo la
melodía dórica y la lídica; y el crudo frío del aire lo palió con la inclusión de fuego,
reuniendo así en forma armónica los sonidos más externos del universo. ···
Puesto que ahora el Logos mismo ha bajado del cielo a nosotros, ya no
necesitamos acudir a la enseñanza humana, e interesarnos por Atenas y por toda la
Grecia y la Jonia. Pues si nuestro Maestro es el que ha llenado el universo con
santas demostraciones de su poder —con la creación, la redención y la providencia
bienhechora, con el don de la Ley, la profecía y la enseñanza— este maestro acepta
ahora a todos en su escuela, y a través del Logos el mundo entero se ha convertido
en Atenas y Grecia.

Respecto al diálogo de ciencias propiamente dichas y fe cristiana, vale la


pena citar a Juan Filopón (floreció 517-546), que vivió en Alejandría, y puede
ser considerado el primer físico cristiano.5 Es una figura inevitable en una
historia de la física, en cuanto que sus comentarios a Aristóteles introducen hasta
tres conceptos físicos básicos, que corrigen la concepción aristotélica del mundo.6
Pero –y esto es lo notable para nuestra historia– su interés por los temas físicos y
cosmológicos era en realidad teológico. Al ambiente filosófico de Alejandría
3
Sus tres grandes obras son: “Protreptikòs pròs Héllenas” (“Exhortación a los griegos”),
“Paidagogós” (“El pedagogo”) y “Stromateîs” (“Retazos”, o “Estudios fragmentarios”).
Se conserva también su breve obra “Quis dives salvetur?”, comentario a Mt 23,25.
4
Protreptikós, I, 5, y XI, 112, 1; véase KELBER 1958, p. 214 y 235.
5
Véase, por ejemplo, MCKENNA 1997.
6
El primero es la idea de “impetus”, responsable del mantenimiento del movimiento inercial de
los cuerpos lanzados, que él elegantemente denomina “fuerza cinética” o “energía cinética”. El
segundo es la simplificación de la ley de caída de los graves “en el vacío” y aun sus
comprobaciones experimentales. Y el tercero es el de “quantitas interna” en oposición a la
“quantitas externa” o volumen, que llegará a dar el concepto de “cantidad de materia” o
“masa”.
1. Orígenes de la ciencia moderna y fe cristiana 13

habían llegado una veintena de argumentos del neoplatónico Proclo (412-485)


“Sobre la eternidad del mundo”. Tales argumentos no defendían exclusivamente
una duración infinita del universo, sino que de tal manera ponderan la
incorruptibilidad y perfección de las esferas celestes, que en cierto modo las
divinizan (piénsese que los astros eran divinidades para las mitologías de la
época). Esto chocaba frontalmente contra su fe cristiana en la creación “in
principio”,7 y Filopón contesta en detalle a cada uno de los argumentos de
Proclo, desde su propia concepción aristotélica y/o platónica. Por ejemplo, Proclo
basa la incorruptibilidad de los cielos en que, según Aristóteles, están formados de
“éter supralunar”, que no puede transformarse como los elementos infralunares:
tierra, agua, aire y fuego. Filopón argüirá —con lo que se anticipa mucho a su
tiempo— que todo el universo está formado de esos mismos cuatro elementos.
Simplicio, un estricto comentador de Aristóteles coetáneo de Filopón, le atacará
duramente por esos atrevimientos anti-aristotélicos, tildándole injustamente de
inculto.8
Pero donde se realizará la gran síntesis entre la teología cristiana y la
“visión científica” de Aristóteles, es en la Universidad de París del siglo XIII.
Santo Tomás de Aquino (1225 ó 1227 a 1274), discípulo y luego sucesor de
San Alberto Magno (1193 ó 1206 a 1280), elaborará allí su “Suma teológica”.
Ciertas concepciones aristotélicas, como la del “hilemorfismo”,9 son ampliamente
utilizadas en ella para el estudio de Dios, la creación, las virtudes humanas o los
sacramentos cristianos. En realidad esa formulación del mensaje cristiano en
categorías aristotélicas venía exigida por la llegada del corpus aristotélico a
nuestra cultura cristiana occidental, a través del periplo norteafricano de los
árabes, y de la versión del árabe al latín realizada sobre todo en la escuela de
traductores de Toledo durante el siglo XII. 10 Dada la tradición neoplatónica y
agustiniana hasta entonces dominante en teología y lo reducido del corpus
aristotélico hasta entonces conocido en filosofía, las nuevas ideas produjeron una
verdadera conmoción entre los “artistas” (estudiosos de la Facultad de Filosofía).
7
Tomás de Aquino, del que hablaremos enseguida, se esforzará en demostrar que desde el
punto de vista filosófico no repugna la idea de una creación “ab aeterno” (creación de un
mundo de duración infinita), y escribirá sobre ello un libro especial: “De aeternitate mundi,
contra murmurantes”.
8
Véanse sus ataques, llenos de insultos y más bien vacíos de razones, en S. SAMBURSKI 1990,
pp. 228-239.
9
El “hilemorfismo” es una concepción básica de la filosofía aristotélica, según la cual todo
cambio físico se explica mediante la permanencia del substrato indeterminado o “materia”
(“hylé”) y la recepción de una nueva determinación o “forma” (“morfé”). Veremos más
adelante (§8.0) cómo esta concepción marcará, para bien o para mal, nuestras formulaciones
teológicas más centrales.
10
Tal simbiosis de teología y ciencia aristotélica no se daba exclusivamente en las universidades
de París u Oxford. Que se daba también en Santiago de Compostela, resulta probado por un
pergamino manuscrito, recientemente descubierto (como refuerzo de la encuadernación posterior
de un volumen de la Biblioteca Vaticana). Las entradas en él registradas demuestran que
dominicos del convento de Bonaval como Juan Fernández, y franciscanos del de Val de Dios
como Pedro de Odoario, consultaban ya por los años 1225 y 1230 obras científicas aristotélicas
adquiridas por la Biblioteca Episcopal de Santiago. Entre ellas se citan expresamente el escrito
menor “Sobre las plantas”, el libro “Sobre los animales”, el libro “Sobre el alma”, la
“Metafísica”, junto con un impresionante corpus de obras matemáticas y astronómicas griegas
(véase LUIS GARCÍA BALLESTER 1996, pp. 69-125, especialmente pp. 94-101).
14 El diálogo teología-ciencias hoy: I

Se llegó a proponer incluso la teoría de “la doble verdad”.11 Según ella, por
ejemplo, en filosofía “el mundo es eterno” (como afirma Aristóteles), pero en
teología “el mundo es creado y temporal” (como afirma la Biblia). Se imponía,
pues, superar esa doble verdad, con una Suma teológica en el lenguaje de la
filosofía aristotélica imperante en aquel momento cultural.
Un choque entre la filosofía de Aristóteles y el cristianismo en el siglo XIII
tuvo, paradójicamente, efectos muy positivos para las nacientes ciencias. En París
(1270) y en Roma (1277) fueron prohibidas una serie de tesis aristotélico-
averroistas —que incluían como idea central el que Dios “necesariamente” había
tenido que crear el mundo tal cual lo creó—. Esta prohibición tuvo un doble
efecto positivo: obligó a poner en cuestión la autoridad del sistema aristotélico, y
obligó a observar con más detención el mundo “libremente” creado por Dios.
Roger Bacon en el siglo XIII, o los “Calculatores” de Oxford y la escuela
parisina de Juan Buridán y Nicolás Oresme en el siglo XIV son testimonio de
este interés por la experimentación. Se llega incluso a ver en ellos un anticipo de
la revolución científica, en pleno siglo XIV.

1.2 La revolución científica y la tesis de Merton reconsiderada


“La” revolución científica12 –que introduce nuestra “ciencia moderna”–
suele situarse a lo largo del siglo XVII, y suele simbolizarse con el establecimiento
de la “Royal Society” (1660), como primera institución científica moderna, y con
la publicación de la primera edición de los Principia de Isaac Newton (1687),
como paradigma de la nueva mecánica y astronomía, inspirador del de otras
nuevas ciencias. Los historiadores y sociólogos de las ciencias se han preguntado
insistentemente por qué la revolución científica surgió en ese tiempo y ese lugar,
qué es lo que realmente la motivó.
La tesis, ya clásica, del sociólogo e historiador Robert K. Merton (1938)
sostiene, que esa revolución científica de la Inglaterra del siglo XVII fue motivada
por los valores intelectuales y morales de los puritanos calvinistas que allí vivían.
Para probarla, Merton se basa en el estudio de unos 6000 intelectuales ingleses
del siglo XVII registrados en el Dictionary of National Biography. Sin embargo
esa tesis ha sido duramente debatida por diversos especialistas en el campo. 13
Cinco son los problemas principales suelen señalarse en este debate.

11
En realidad esta teoría surgió por primera vez en el mundo musulmán, para compaginar con el
Corán la tradición de Aristóteles comentada por Averroes.
12
Nótese que este concepto es muy anterior a THOMAS S. KUHN 1962, La estructura de las
revoluciones científicas (véase más abajo, §3.2). Dentro de la concepción positivista anterior,
esa era la única revolución científica concebible, que separaba la ciencia moderna de “la
ignorancia científica y el oscurantismo metafísico medievales”. Para la nueva concepción
kuhniana ésta será “una” de tantas revoluciones científicas. Y la nueva historiografía científica
ha revalorizado la ciencia medieval.
13
La tesis, publicada por vez primera en 270 páginas de la revista Osiris, ha sido reeditada en
1970 en forma de libro con un prefacio en que el autor intenta actualizarla, haciéndose eco de las
críticas recibidas en esos 30 años (véase MERTON 1938). Críticas más recientes pueden verse en
ABRAHAM 1983, GIERYN 1988, SHAPIN 1988 y HARRIS 1989. En éste último nos inspiraremos
fundamentalmente para presentar las principales críticas.
1. Orígenes de la ciencia moderna y fe cristiana 15

1. La imagen del catolicismo que utiliza Merton, como contrapunto del


“ethos” calvinista, no es objetiva. Su presentación de la cultura católica,
como uniformemente desentendida del crecimiento de las ciencias modernas
no queda probada, y se ve en ella una contra-tesis con una función retórica
para su razonamiento.
2. Es muy difícil definir el puritanismo, y decidir quiénes eran realmente
puritanos. Al no contar con un signo externo de adscripción al puritanismo,
Merton no puede determinar, por ejemplo, qué miembros concretos de la
Royal Society lo eran, y se ve obligado a discutir cualitativamente sus
“elementos puritanos”.
3. Los aspectos cuantitativos del estudio de Merton son, por ello, muy
discutidos. Se desearían estadísticas biográficas más detalladas y datos
bibliográficos menos anónimos. Y, sobre todo, que ambas cosas, biografía y
bibliografía se integraran en una única “prosopografía”, que parece ser el
método apropiado de hacer un estudio sistemático del carácter general de una
colectividad.
4. Se advierte un arbitrario dualismo entre valores religiosos y utilidad
social. Al ethos puritano se le atribuye el interés general por la nueva ciencia,
y a las necesidades económico-militares la elección de especialidad concreta
dentro de las diversas ramas científico-tecnológicas. No se ve por qué lo
religioso no deba influir en la elección concreta y la necesidad social en el
interés general.
5. Se critica finalmente la noción mertoniana de “ethos”. Se la interpreta
dentro de la moderna “teoría de la tensión” (“strain theory”), como una
“resonancia simpatética”, que podría explicar un cierto paralelismo entre esa
condición religiosa y esa actividad científica, pero no un verdadero influjo
causal. Para ello se requeriría una “ideología”, más que un “ethos”.

Desde una perspectiva mucho más general, es innegable la conexión entre


ciencia moderna y la idea judeo-cristiana de “creación”.14 En contraposición,
por ejemplo, a una concepción “emanatista”, la idea de creación proclama que el
mundo no es divino. Por consiguiente, que es posible aprehenderlo con nuestros
limitados conceptos humanos, y que goza de la autonomía de su naturaleza y sus
leyes propias. Pero, por otra parte, la idea de creación supone que en el mundo y
sus leyes han de traslucirse la sabiduría y el poder del Creador.
En ese sentido se veía la creación como el segundo Libro, tras la Biblia,
y la actividad científica como el arte de descifrar tal “revelación natural” de Dios.
Al menos los científicos cristianos de la revolución científica así lo entendían.
Galileo Galilei, en su obra Il Saggiatore de 1623, exhorta a leer directamente las
ciencias "en este libro inmenso que se encuentra continuamente abierto ante
nuestros ojos (quiero decir el universo)"; pero previene que ese libro "está escrito
en lengua matemática, y sus caracteres son triángulos, círculos y otras figuras
geométricas, sin cuyo medio es humanamente imposible entender una palabra".
Medio siglo más tarde el científico y filósofo Robert Boyle concebirá también la
naturaleza como "un romance bien construido", cada una de cuyas partes,
14
JAKI 1974 defiende esta tesis, que resulta indiscutible, desde el título mismo de la obra
“Ciencia y Creación”.
16 El diálogo teología-ciencias hoy: I

"escrita en la estenografía de la mano omnisciente de Dios", se relaciona con


todas las demás; por más que, a su juicio, no está escrito en caracteres
geométricos, sino "corpusculares".15
La idea cristiana de creación supone por fin, como veremos teológicamente
(§9.4), que ese mundo –que necesariamente ha de estar dotado de seres humanos,
es decir libres y responsables (principio antrópico)– ha sido creado “ex amore”,
“por razón de amor”.

1.3 Francis Bacon y la defensa teológica del método experimental


El método experimental de la revolución científica, en contraposición al
método aristotélico fundado más bien de la coherencia global de su sistema
filosófico, es antológicamente defendido a principios del siglo XVII por Francis
Bacon. En esta sección presentamos sus reflexiones sobre la “experimentación”
—especialmente la fundamentación teológica que de ella da—, y presentaremos
también lo ingenuo de su concepción inductivista.
Francis Bacon (1561-1626), de noble familia inglesa, tras estudiar en
Cambridge filosofía (¡aristotélica!), se dedicó a las leyes. El rey Jacobo I, le
distinguió con numerosos cargos como el de Lord Gran Canciller o el de Barón
de Verulam. Acusado por el parlamento de corrupción, tuvo que interrumpir su
carrera política y concentrarse en la epistemología.16 Como científico no hizo
grandes aportaciones, pero sus ideas filosóficas sobre la organización de las
ciencias fueron escuchadas. La Royal Society de Londres, por ejemplo, le honra
como el “Instaurador de las artes”, junto a su mecenas Carlos II y su primer
presidente. Bacon contemplaba la ciencia desde la euforia de los descubrimientos
tecnológicos del momento (pólvora, brújula, imprenta) y desde el entusiasmo del
descubrimiento América.
Su obra más famosa es la Instauratio Magna (1620) o “Gran instauración
[de las ciencias]”. Había de tener seis partes, pero Bacon prácticamente sólo
llegó a redactar la segunda de ellas: el Novum Organum. Ya desde ese título
alude al Organon o “Instrumento lógico” de Aristóteles al que pretende
destronar. El Novum Organum consta de dos “libros” que no poseen gran
estructura sistemática, sino que son simples sucesiones de “aforismos”. El
primero insiste en el valor de la experimentación y la inducción en contraposición
al método aristotélico; el segundo ilustra, incluso con ejemplos concretos, su
“método inductivo”.
15
Ver GALILEO 1988, p. 18, y KOYRÉ 1965, p. 12. En una filosofía postkantiana, William
Whewell subrayará el carácter mental de las "ideas" y "concepciones" propias de cada disciplina
científica. En su Novum organum renovatum (1858), afirma: "Los sentidos colocan ante
nosotros los caracteres del libro de la naturaleza, pero éstos no nos proporcionan conocimiento
alguno hasta que hemos descubierto el alfabeto mediante el cual tienen que leerse. El alfabeto...
consta de ideas que existen en nuestros propios entendimientos, pues éstas dan a los fenómenos
esa coherencia y significación que no es objeto de los sentidos." Albert Einstein en 1933
expresaba claramente el carácter ideal y el origen humano de estos conceptos físico-matemáticos,
llamándolos "creaciones libres del entendimiento humano". Ver WHEWELL 1858, lib. I, p. 5, y
EINSTEIN 1954, p. 270.
16
La corrupción parece que consistió en haber recibido regalos de acusados mientras era Lord
Gran Canciller, que viene a ser Fiscal General del Reino. Fue condenado a multa y prisión, de la
que le amnistió el rey.
1. Orígenes de la ciencia moderna y fe cristiana 17

Bacon comienza por exponer una etapa purificadora, que ha de liberarnos


de “los ídolos”, o prejuicios de la mente humana. Éstos son de cuatro clases:
“ídolos de la Tribu y de la Caverna”, propios de las limitaciones comunes o
individuales de nuestro entendimiento, e “ídolos del Foro y del Teatro”,
contagiados por las confusiones del lenguaje o de las escuelas filosóficas, muy en
especial, de la escuela aristotélica.17 Esta doctrina de los ídolos le proporciona
una fundamentación teológica de la experimentación. Frente a los ataques de la
filosofía teorizante de su tiempo —que despreciaba el trabajo experimental como
obra servil, indigna de las artes liberales—, Bacon subraya con energía que sólo
una experimentación rigurosa puede liberarnos de los “ídolos de la mente
humana”, y descubrir las “Ideas de la mente divina”, impresas en la materia
como “signos del Creador”. Transcribamos ampliamente este aforismo:18
FRANCIS BACON, Novum Organum (1620)
... Se nos objetará que esta larga y solícita demora en la experiencia y en la
materia, y en las fluctuaciones de las cosas particulares, pega la mente a la tierra o
más bien la arroja a un Tártaro de confusión y perturbación, alejándola y apartándola
de la serenidad y tranquilidad de la sabiduría abstracta, que es un estado mucho más
divino. Por nuestra parte asentimos de buen grado a esta argumentación, pues nos
proponemos sobre todo y ante todo lo mismo que ellos señalan y desean. En efecto:
establecemos en el entendimiento humano una verdadera imagen del mundo, tal
como él es en realidad, no como se lo dicta a cada cual su propia razón. Pero es
imposible llevarlo a cabo antes de una anatomía y disección diligentísimas del
mundo mismo. Por eso proclamamos que deben ser disipadas todas esa ineptas y
simiescas imágenes del mundo trazadas por la fantasía humana en las diferentes
filosofías. Los hombres han de saber, por tanto ... la profunda diferencia existente
entre los ídolos de la mente humana y las Ideas de la mente divina, pues los primeros
no pasan de ser abstracciones gratuitas mientras las segundas son los signos
verdaderos del Creador sobre las criaturas, tal y como se imprimen y determinan en
la materia por líneas verdaderas y escogidas. Por tanto, las cosas, tal y como
realmente son en sí mismas, ofrecen conjuntamente (en este género) la verdad y la
utilidad; y las operaciones mismas han de ser estimadas más por su calidad de
prendas de verdad que por las comodidades que procuran a la vida.

Con esa fundamentación, Bacon insiste en la necesidad científica de


profundizar en la experiencia, frente a las concepciones aristotélicas, y a las
incipientes prácticas científicas de su tiempo.19 Pretendía ingenuamente recoger
todos los fenómenos del universo en una “Historia Natural y Experimental”, que
sirviera de una vez para siempre como base de las ciencias. Con una curiosa
analogía distingue ciertos experimentos científicamente más básicos, que

17
F. BACON 1620, libro I, aforismos 38-68. Según el último de ellos, esta vía purificadora del
entendimiento, que permite entrar en el “reino del hombre” fundado en las ciencias, es “la
misma vía que lleva al reino de los cielos, ‘donde no es posible entrar si no nos hemos vuelto
previamente niños’.”
18
Ibídem, aforismo 124. Una mala traducción del final de este aforismo ha ocasionado una
falsa acusación a Bacon de utilitarismo: “verdad y utilidad son la mismísima cosa” (confusión
en latín entre “idem” e “ipse”, aquí “ipsissimus”). El texto bien traducido que ofrecemos
prueba más bien todo lo contrario.
19
Que incluían las de los alquimistas, polarizados por la transmutación del oro, y las de William
Gilbert, polarizado con sus experiencias magnéticas (ibídem, aforismos 5, 54, 64, 70 y 85).
18 El diálogo teología-ciencias hoy: I

denomina “experimentos luminíferos”.20 No se trata de una simple observación


pasiva; Bacon habla de “experimentos con aparatos” (“artium mechanicarum
experimenta”), y los cree necesarios, porque “los secretos de la naturaleza se
revelan mejor mediante la constricción de las artes, que cuando la naturaleza
sigue su propio curso”.21
Desde el punto de vista lógico, Bacon propone, como única esperanza para
las ciencias, la verdadera inducción, que él llama “interpretación de la
naturaleza”. Por esa vía inductiva pretende sacar las nociones “de las cosas
mismas”, renunciando a las confusas nociones aristotélicas.22 Para hacer esta
inducción, no basta una mera enumeración de los hechos; éstos han de ser
metódicamente elaborados, y a partir de ellos sólo se alcanzarán los primeros
principios mediante un ascenso lento y gradual. La concepción inductivista de
Bacon no puede, sin embargo, calificarse de puro empirismo. Con una alegoría
antológica, expresa su confianza en un equilibrio empírico-racional.23
El método inductivo baconiano está concretamente expuesto en el libro
segundo del Novum Organum. El proceso de inducción comienza con la
comparecencia ante el entendimiento de todos los hechos relevantes, enumerados
en sus “tablas de presencia, de ausencia y de grados”. Bacon las ilustra con
los hechos relevantes para conocer en qué consiste el calor. La tabla de presencia
enumera las “instancias” —o hechos circunstanciados— en que aparece calor.
La tabla de ausencia aporta nuevos hechos, semejantes a los de cada una de las
“instancias” de la tabla de presencia, pero en los que no se da calor. Y la tabla de
grados aporta otros hechos en los que aparece el calor en mayor o menor grado.
En las dos últimas tablas se describen o proponen experiencias que como Bacon
nota, habían sido escasamente realizadas en su tiempo.24 El proceso inductivo
continúa con un paso negativo, la “exclusión de naturalezas”, y otro positivo,
la “primera vendimia”. El negativo señala una serie de “naturalezas” genéricas
que no pueden corresponder a la definición del calor, por quedar excluidas en
alguno de los hechos de las tablas anteriores. Pero en realidad –y vale la pena
caer en la cuenta de ello– estas naturalezas constituyen un cuadro conceptual,
20
Los llama así “portadores de luz”, para contraponerlos a los “experimentos fructíferos” que
proporcionan frutos de utilidad práctica (ibídem, aforismos 70 y 99). Su curiosa analogía es la
del “fiat lux” (“hágase la luz”) del primer día de la creación, que es una acción de Dios
profundamente luminosa, pero totalmente inútil mientras no haya creado otros seres capaces de
aprovecharla. Estos experimentos luminíferos demuestran que Bacon distinguía claramente entre
experimentación científica y realización tecnológica.
21
Ibídem, aforismo 98. Esa “constricción” de los aparatos, no ha de entenderse como someter
a tortura a la naturaleza para arrancarle sus secretos. La alusión de Bacon al contexto ciudadano
hace más bien pensar en una situación social catastrófica, en la que espontáneamente brotan
sentimientos por ejemplo de solidaridad, que están ocultos en la rutina cotidiana. En estos
experimentos con aparatos podemos ver el origen de los laboratorios que florecerán en el siglo
XIX, y aun de la “big science” o “ciencia pesada” de la segunda mitad del siglo XX.
22
Ibídem, aforismos 36 y 15.
23
Sobre el ascenso gradual, véase ibídem, aforismos 22, 69, 104 y 130. La alegoría antológica
es la de la hormiga, la araña y la abeja, ibídem, aforismo 95.
24
Véanse las tres tablas, y adviértase cómo en la primera Bacon mezcla fenómenos que hoy
llamamos físicos, químicos y biológicos, y en la tercera mezcla conceptos físicos hoy distintos:
calor, temperatura, conductividad calorífica, calor específico, coeficiente de dilatación, entre otros.
(ibídem, libro II, aforismos 11-13) ¡Que no es fácil sacar los conceptos “de las cosas mismas”,
como él pretendía!
1. Orígenes de la ciencia moderna y fe cristiana 19

subrepticiamente manejado por Bacon.25 El paso positivo es un intento


provisional de dar la “definición verdadera” del calor, definición que pretende
sacar de una pura interpretación de los hechos. Aun desde una concepción física
actual, el fruto de su primera vendimia no resulta despreciable.26 Según Bacon,
deberían seguir muchos pasos de contrastación ulterior, pero en realidad sólo
expone uno: la complicada contrastación mediante ventisiete clases de
“instancias privilegiadas”, de entre las que vale la pena resaltar por su
importancia histórica la “instancia de la cruz” o experimento crucial.27
Concluyamos esta sección epistemológica, haciendo dos reflexiones,
complementarias. La primera es que el “método experimental” de las ciencias
del siglo XVII era entonces nuevo y ha resultado muy poderoso. Era nuevo en
cuanto, realizado con aparatos cada vez más sofisticados, se contraponía a la
observación pasiva, que ya era esencial para la ciencia de Aristóteles como una
“familiarización con la naturaleza”. Surge así el moderno concepto de
“experimento”,28 que producirá el de “laboratorio”, y aun el de “big science”.
Ese método experimental crea un nuevo tipo de ciencia, cuyo valor es en cierto
modo independiente del sistema filosófico subyacente. La experimentación más y
más precisa proporcionará un control de las teorías científicas, que no tiene
parangón en otros ámbitos del saber.
La segunda reflexión es que este inductivismo defendido por Bacon era
ingenuo, al creer que podemos sacar los conceptos “de las cosas mismas”.
Ya hemos indicado cómo, en su método inductivo, utilizaba subrepticiamente un
cuadro conceptual anterior a las tablas de hechos. Según Bacon las creaturas
esconden “signos verdaderos del Creador”. Pero, según la Biblia, ellas deben
“tener los nombres que el hombre les dé”.29 Es pues responsabilidad subsidiaria
humana el encontrar los conceptos científicos más adaptados. Como ya hemos
indicado (§1.2, nota 15), para una filosofía postkantiana, esos conceptos serán
elaboración de las formas puras y las categorías apriorísticas del entendimiento.
Pero como veremos, será la historia de las ciencias, desde la perspectiva propia
del siglo veinte, la que descubra cambios radicales de su cuadro conceptual,
descubra sucesivas “revoluciones científicas”.

25
Véase el cuadro de naturalezas excluidas: “la naturaleza elemental”, “la ... celeste”, “la ...
sutil estructura”, “la mezcla de sustancia ...”, “la luz”, “la tenuidad”, “el movimiento ... según
la totalidad”, “la naturaleza destructiva” y “la naturaleza primitiva”. Bacon mismo nota el fallo
de no considerar “otras naturalezas” (ibídem, aforismo 18).
26
La definición del calor allí propuesta es: “El calor es un movimiento expansivo (hacia todas
partes, pero especialmente hacia arriba), contenido y que penetra en las partes menores (de forma
vivaz e impetuosa)” (ibídem, libro II, aforismo 20).
27
Véase la exposición de la instancia de la cruz, a través de diversos ejemplos: las mareas, los
movimientos celestes, el peso, la imantación, la sustancia lunar, el movimiento de los proyectiles,
la explosión de la pólvora o la llama. En el contexto del segundo ejemplo menciona Bacon a
Copérnico y explica la idea de su “hipótesis matemática”: “ficción y supuesto, para abreviar y
facilitar los cálculos, y para explicar con elegancia los movimientos celestes mediante círculos
perfectos” (ibídem, libro II, aforismo 36).
28
El término clásico “experimentum” significaba simplemente “intento, ensayo”. La nueva
acepción contrapondrá, para bien o para mal, el mundo “experimental” científico al mundo
“experiencial” humano.
29
Gen 2.19.
20 El diálogo teología-ciencias hoy: I

1.4 Realidad y mito en el caso Galileo30


Galileo Galilei (1564-1642) llegará a ser un mito en el siglo XIX,31 el mito
de la ciencia contra la Iglesia. Diversos rasgos míticos deforman su ya
desgraciado proceso ante el Santo Oficio, desde la caricatura de jueces negándose
a mirar por el anteojo las evidentes pruebas galileanas, hasta la inconcebible
exclamación del “Eppur, si muove!” tras la abjuración. Precisamente con el
deseo de favorecer el diálogo teología-ciencias, Juan Pablo II instituyó en 1982
una comisión pontificia que estudiara esta controversia tolomeo-copernicana con
rigor histórico y con el deseo sincero de “reconocer los errores, vengan de donde
vinieren”. La comisión publicó diversos estudios hasta 1992, en que tuvo lugar
la llamada “rehabilitación de Galileo”. El más serio de los “Estudios Galileanos”
es la obra Galileo: por el copernicanismo y por la Iglesia, aparecida en italiano
en 1993.32 A ella nos referiremos frecuentemente en esta sección.
Galileo había estudiado filosofía (¡aristotélica!) y también medicina en la
Universidad de Pisa (1581-1585) y comenzó a ejercer de catedrático de
matemáticas en la misma universidad (1589-1592). Pero un altercado con un hijo
del Gran Duque de Toscana, le obligó a trasladarse al Véneto, como catedrático
de matemáticas en la Universidad de Padua (1592-1610). Allí explicaba
cosmografía tolomaica (geocéntrica), por más que en 1597, al recibir de Kepler
su obra Mysterium cosmographicum, le expresara simpatías por la concepción
copernicana (heliocéntrica) presupuesta en ella.
En Padua desarrolló Galileo sus primeras investigaciones sobre la caída de
los graves y la trayectoria de los proyectiles (1604-1609). Pero en 1609,
enterado de la utilización en Holanda de un anteojo militar, lo imitó y perfeccionó,
y con sus 20 aumentos dirigió la mirada al cielo. Fue una idea genial, que
polarizó venticinco años de su vida, haciéndole olvidarse de sus investigaciones
cinemáticas. Hemos de imaginarle exhibiendo su anteojo a la nobleza veneciana
en el Campanile de la plaza de San Marcos, y registrando en su diario las nuevas
figuras y disposiciones de los astros. Al año siguiente publicó sus resultados en
un libro latino, titulado: Mensajero estelar, que da a conocer... espectáculos
magníficos... relativos a la faz de la Luna, las innumerables Fijas, el Círculo
Lácteo y las Estrellas Nebulosas, pero sobre todo a los cuatro planetas que
rodean la estrella Júpiter con intervalos dispares y periodos de maravillosa
rapidez, planetas que... ha descubierto muy recientemente el Autor, y ha
decretado que sean llamados Estrellas Mediceas.
El libro despertó un enorme interés astronómico, que Galileo supo explotar
políticamente. Los Médicis, en su corte de Florencia, constituían la familia ducal
de Toscana. El Gran Duque Cósimo II había tenido a Galileo como preceptor
y, al ver ahora su nombre encumbrado a los cielos, le invitará a la corte con
salarios vitalicios superiores aún a los que le ofrecía la República de Venecia. El
mismo año 1610 será nombrado “Primer Matemático de la Universidad de Pisa”,
30
Sobre este tema y su contexto científico puede verse DONCEL-1997.
31
Ya en su tiempo aparecen rasgos mitificadores: su primer biógrafo Vinzencio Viviani falsificó
en tres días su fecha de nacimiento (15 febrero 1564), para hacerla coincidir con la muerte de
Miguel Ángel. ¡Galileo resultaba así heredero del humanismo artístico! (SEGRE, 1988, p. 70.)
32
ANNIBALE FANTOLI 1993 (original italiano, reeditado en 1997), 1994 (versión inglesa, reeditada
en 1996), 2001 (versión francesa). La versión española está en preparación. Las sucesivas
ediciones han ido ampliándose, como fruto de la positiva crítica recibida por la obra.
1. Orígenes de la ciencia moderna y fe cristiana 21

y “Primer Matemático y Filósofo del Gran Duque de Toscana”. Como veremos,


el segundo título era importante para Galileo que, más que calcular como
“matemático”, pretendía juzgar como “filósofo” la realidad de los cielos. Sus
observaciones astronómicas no aportaban teorías nuevas (como las coetáneas
leyes de Kepler sobre las órbitas elípticas), ni pruebas decisivas de la concepción
copernicana. Pero su misma espectacularidad ponía en cuestión temas centrales
de la cosmología aristotélica. Y la contemplación de Júpiter con sus satélites pudo
sugerir a Galileo el carácter planetario de la Tierra con su Luna, y aun hacerle ver
en miniatura un sistema solar. Lo cierto es que Galileo –que despreciaba el
híbrido sistema ticónico (véase nota 42)– se sintió convencido de la concepción
de Copérnico y, con su nueva autoridad de filósofo, se propuso imponerla.
La discusión surgió en conversaciones de sobremesa de la corte florentina
en 1613. El tema, en sí filosófico,33 fue enredado por ciertos teólogos dominicos,
con el argumento de los textos bíblicos, especialmente el que describe el milagro
de Josué deteniendo el sol para prolongar una batalla.34 La discusión subió así a
los púlpitos de Florencia en 1614, y llegó al Santo Oficio de Roma en 1615.
Galileo, intentando evitar la condena del copernicanismo, escribió hasta dos
cartas, difundidas en manuscrito. La más famosa, concluida a mediados de 1615,
está dirigida a la Gran Duquesa de Toscana, madre de su mecenas Cósimo II,
cuya piedad sentía vivamente las acusaciones de sus teólogos. Vale la pena
estudiarla, para conocer la mentalidad de Galileo.35 Defiende el sistema
heliocéntrico, pero no aporta pruebas de él, si no es una rápida mención de sus
observaciones de Marte y Venus.36 Lo que intenta probar es su compatibilidad
con la Biblia, insistiendo en el sentido religioso de ésta (que “la intención del
Espíritu Santo es enseñarnos cómo se va al cielo, y no cómo va el cielo”, según
afirmaba el Cardenal Baronio) y en el carácter vulgar de su lenguaje, inteligible
para todos. Citando principalmente a San Agustín, explica los peligros que
encierra para la fe, interpretar textos bíblicos sobre temas naturales, de forma que
puedan entrar en “conflicto con experiencias manifiestas y razones filosóficas”.37
33
Así lo discutían en 1611 los aristotélicos de la “Liga” antigalileana, dirigida por Ludovico
delle Colombe, aunque ellos mismos añadían textos bíblicos a los argumentos filosóficos.
34
Josué 10,12-13. Parece que Martín Lutero, también en una “conversación de sobremesa”,
había ya aludido a este tema. El Diario de Anton Lauterbachs del 4 de junio de 1539 anota: “ S e
mencionó cierto nuevo astrónomo [¡sin duda Copérnico!], que pretende probar que la Tierra da
vueltas y no el Cielo, el Sol y la Luna: como si uno, estando sentado en un carro o una nave en
movimiento, creyese que está quieto y que los campos y los árboles se mueven. Pero ahora
viene [el comentario de Lutero]: El que presume de listo no puede contentarse nunca con lo que
los demás acatan, sino que siempre tiene que hacer algo especial. Así este loco ha de perturbar
toda la doctrina astronómica. Además, yo creo que eso va contra la Sagrada Escritura, pues
Josué mandó detenerse al Sol, no a la Tierra.” (LUTER, 1916, Tischreden IV, n. 4638 y n. 855).
35
GALILEO 1986.
36
Estas observaciones, posteriores al Mensajero estelar, se refieren a la variación de tamaño de
Marte y Venus, y a las fases de Venus. Sólo éstas últimas serán decisivas, excluyendo el gran
epiciclo de Venus entre la Tierra y el Sol, que exigía el sistema tolomaico. Pero eran igualmente
explicadas en el sistema copernicano o en el ticónico.
37
La cita está tomada de la Regla IV de la Introducción a los Comentarios y disputas sobre el
Génesis de BENITO PERERA, en los que Galileo se inspira ampliamente. Perera era un jesuita
valenciano, profesor del Colegio Romano. Su Física aristotélica había sido leída y rebatida por el
joven Galileo, y él podría ser el escolástico personificado por Simplicio en los Diálogos de
Galileo (CARUGO 1987).
22 El diálogo teología-ciencias hoy: I

Se profesa totalmente sumiso a la Iglesia y al Papa, pero en algún pasaje da la


impresión de adoctrinar a los teólogos. Concluye sugiriéndoles incluso una
interpretación literal copernicana del texto en que “Josué hizo parar el Sol”, y
éste se detuvo “en medio del cielo”: Habría parado el Sol en su movimiento de
giro (descubierto por él en las manchas solares), con lo que todas las esferas se
habrían detenido. Y el Sol seguía en medio, ¡en su posición heliocéntrica!
Paolo Antonio Foscarini —superior de los carmelitas de Calabria y
amigo de Galileo— publicó otra carta en defensa del copernicanismo y la envió al
Cardenal Belarmino, uno de los siete miembros del Santo Oficio. Su breve
respuesta del 12 de abril de 1615 permite conocer la mentalidad auténtica de
Belarmino. Transcribámosla ampliamente, para poder analizarla: 38
ROBERTO BELARMINO, carta a Paulo Antonio Foscarini (1615)

Al Muy Reverendo Padre Maestro Fray Paolo Antonio Foscarini,


Superior Provincial de los Carmelitas de la provincia de Calabria
Muy Reverendo Padre mío:
..
Digo, lo primero, que a mi parecer Vuestra Paternidad y el Señor Galileo obrarán
prudentemente, contentándose con hablar “ex suppositione” y no absolutamente,
como siempre he creído que habló Copérnico. Porque el decir [A1:] que, si
suponemos que la tierra se mueve y el sol está quieto, se salvan todas las apariencias
mejor que poniendo las excéntricas y los epiciclos, está muy bien dicho y no tiene
ningún peligro, y eso basta al matemático. Pero querer afirmar [A2:] que el sol está
realmente en el centro del mundo y sólo da vueltas sobre sí mismo, sin desplazarse
del oriente al occidente, y que la tierra está en el tercer cielo y gira con suma
velocidad en torno al sol, es cosa muy peligrosa...
Digo, lo segundo, que como usted sabe el Concilio prohibe exponer las
Escrituras contra el común consenso de los Santos Padres. Y si Vuestra Paternidad
quisiere leer, no digo sólo los Santos Padres, sino los comentaristas modernos sobre
el Génesis, sobre los Salmos, sobre el Eclesiastés y sobre Josué, encontrará que
todos convienen en exponer literalmente, que el sol está en el cielo y gira en torno a
la tierra con suma velocidad, y que la tierra está lejanísima del cielo y está en el
centro del mundo, inmóvil ...
Digo, lo tercero, que si hubiese una verdadera demostración de que el sol está en
el centro del mundo y la tierra en el tercer cielo, de que el sol no rodea a la tierra sino
la tierra al sol, entonces sería necesario andar con mucho cuidado al explicar las
Escrituras que parecen contrarias. Habría que decir que no las entendemos, más que
decir que sea falso lo que está demostrado. Mas yo no creeré que exista tal
demostración, mientras no me la muestren: y no es lo mismo demostrar [P1:] que, si
suponemos que el sol esté en el centro y la tierra en el cielo, se salvan las
apariencias, y demostrar [P2:] que el sol está de verdad en el centro y la tierra en el
cielo. Porque la primera demostración creo que pueda existir, pero de la segunda
tengo grandísima duda, y en caso de duda no se debe dejar la Sagrada Escritura,
expuesta por los Santos Padres ...
En nuestro domicilio, a 12 de abril de 1615,
de Vuestra Paternidad Reverendísima fraternalmente,
Cardenal Belarmino
38
Véase en GALILEO 1986. Curiosamente esa frase, central para entender la epistemología de
Belarmino, fue mutilada en el texto que yo propuse publicar en un monográfico periodístico
sobre el tema (La Vanguardia, 28 de noviembre de 1992, Ciencia y Tecnología, p. 5, recuadro
“Las dudas de un cardenal”).
1. Orígenes de la ciencia moderna y fe cristiana 23

Vemos que la carta comienza recomendando a Foscarini y Galileo que


hablen, como matemáticos en hipótesis (“ex suppositione”), como le parece
habló siempre Copérnico.39 Así que, para Belarmino el problema más que
científico era epistemológico. Su afirmación A 1 proponía una concepción de
ciencia, hoy llamada “epistemología de Belarmino”, que ha sido vista con
simpatía por ciertas escuelas positivistas.40 Con esa afirmación Belarmino daba
plena libertad para utilizar el sistema copernicano como “hipótesis matemática”.
Pero defenderlo filosóficamente, según la afirmación A2, lo consideraba muy
peligroso, pues ello parecía entrar en conflicto con textos bíblicos. Y, como dice
en el segundo párrafo, eran recientes las normas del Concilio de Trento, sobre
la necesidad de exponer la Biblia según la tradición de los Santos Padres, para no
caer en la libre interpretación protestante. Vemos también en el párrafo final que,
a pesar de los textos bíblicos, Belarmino estaría dispuesto a aceptar filosófica-
mente la concepción copernicana, si tuviera una prueba de ella. Pero una
prueba, no del tipo matemático P1, sino del tipo filosófico P2, prueba que no cree
que pueda existir. Galileo, ciertamente, no la daba. Y Belarmino estaba en
contacto con los jesuitas matemáticos del Colegio Romano, muy respetuosos con
Tycho Brahe,41 cuyo “sistema ticónico” resultaba ópticamente indistinguible del
copernicano.42
Galileo, sospechando el proceso ante el Santo Oficio, acudió en diciembre
de 1615 a Roma, en un viaje oficial preparado por el embajador de Toscana.
Pretendía apoyar el copernicanismo con su nuevo argumento de las mareas, e
39
El teólogo luterano ANDREAS OSIANDER, responsable en 1543 de editar el De Revolutionibus,
le había antepuesto una nota, para aquietar “Al lector, sobre las hipótesis de esta obra”, que, por
ser anónima, se interpretaba espontáneamente como del autor. Según ella, Copérnico no
pretendía explicar como filósofo los movimientos, sino calcularlos como astrónomo a partir de
“hipótesis matemáticas”: “Y no es necesario que estas hipótesis sean verdaderas, ni siquiera
que sean verosímiles; basta una cosa, que proporcionen cálculos en concordancia con las
observaciones. A no ser que alguien sea tan ignorante de la geometría o de la óptica, que tenga
por verosímil el epiciclo de Venus, o crea que es él la causa de que Venus unas veces preceda y
otras siga al Sol en 40° o más.” (COPÉRNICO 1982, pp. 85s.)
40
Pierre Duhem estudió las raíces clásicas de esta epistemología y, con cierto tono apologético,
la defendió como prototipo científico: DUHEM, 1908, Soozein ta Phainomena [En griego:
Salvar, o dar cuenta de, los fenómenos]: Ensayo sobre la noción de Teoría Física de Platon a
Galileo. Popper la denominó “instrumentalismo” y estudió su historia ulterior –centrándose en
el obispo anglicano Georg Berkeley– para desecharla como base de una ciencia crítica:
K. POPPER, 1967, caps. 3 y 6.
41
En abril de 1611 Belarmino había consultado a los matemáticos del Colegio Romano sobre
las observaciones de Galileo, y obtuvo una positiva respuesta de Ch. Clavius, Ch. Grienberger,
O. Van Maelcote y P. Lembo (GALILEO, Opere, vol. 11, pp.87-93). Al mes siguiente, en un acto
celebrado en presencia de Galileo bajo el título “Mensajero estelar del Colegio Romano”, Van
Maelcote había llamado a Tycho Brahe “astrónomo incomparable”, al parecer sin entusiasmo
de Galileo (ibídem, vol. 3.1, pp.293-298).
42
Para Tycho seguían vigiendo los argumentos aristotélicos en favor del reposo de la tierra.
Incluso los modernizó, discutiendo el alcance de disparos de cañón hacia oriente y occidente, o
ponderando la gran precisión con que se excluía el paralaje estelar. Idea pues un sistema
intermedio entre el tolomaico y el copernicano, el “sistema ticónico”: la Tierra está en reposo, y
el Sol gira, como la Luna en torno a ella, pero el resto de los planetas giran en torno al Sol. En
mentalidad moderna el sistema ticónico es exactamente el copernicano, pero observado desde el
referencial terrestre. No observándose el paralaje estelar, los dos sistemas eran ópticamente
indistinguibles. Haría falta para distinguirlos argumentos dinámicos, pruebas tipo P2.
24 El diálogo teología-ciencias hoy: I

intentaba visitar en Nápoles a Foscarini. Pero sus gestiones fueron más bien
contraproducentes.43 Inesperadamente fue convocado para el 26 de febrero de
1616 al palacio de Belarmino. Allí el Cardenal, en nombre “del Papa [Paulo V]
y de todo el Santo Oficio, le ordenó que abandonara totalmente la opinión de
que el Sol es centro del mundo y está inmóvil y la Tierra se mueve, y en adelante
no la mantuviera, enseñara o defendiera en modo alguno, de palabra o por
escrito; ... a lo que Galileo asintió y prometió obedecer...” El acto hubo de ser
muy duro intelectualmente, por más que el tacto de Belarmino y la resignación de
Galileo lo simplificaran.44 Además la Congregación del Índice decidió, el 5 de
mayo de 1616, “suspender hasta que sea corregido” el De Revolucionibus de
Copérnico, y “prohibir” la carta de Foscarini “y todos los libros que enseñen lo
mismo [la inmovilidad del Sol y la movilidad de la Tierra]”.45
En 1623 era elegido Papa Urbano VIII, que como Cardenal había
mostrado simpatía por el sistema copernicano y por Galileo. Éste, tras visitarle
de nuevo en Roma, creyó llegado el momento de reelaborar sus ideas
copernicanas, y comenzó a redactar un “Diálogo sobre las mareas”. El título se
modificó, por indicación del mismo Papa, para que no pareciera una prueba
definitiva del copernicanismo. Tras cinco años de penosa redacción y dos de
censura e impresión, apareció pues un Diálogo... sobre los dos Máximos
Sistemas del Mundo, Tolomaico y Copernicano, proponiendo de modo neutral
las razones filosóficas y naturales, tanto de una como de otra parte (1632).
Los tres dialogantes son Salviati, portavoz de Galileo y de sus ideas copernicanas,
Simplicio, defensor de la tradición aristotélico-tolomaica, y Sagredo, un filósofo
abierto y mediador, y el diálogo se sitúa en Venecia a lo largo de cuatro jornadas.
En la primera debaten ideas básicas, como la distinción del mundo infralunar y
supralunar o los movimientos naturales. En la segunda, dedicada al movimiento
diurno, Salviati deshace los argumentos tradicionales del reposo de la Tierra,
sonsacando a Simplicio un cierto “principio de inercia circular”.46 En la tercera,
sobre el movimiento anual, Salviati defiende la traslación de la Tierra, por explicar
con más sencillez la retrogradación de los planetas, y la evolución de las manchas

43
FANTOLI 1994, pp. 194-198.
44
Por si Galileo rechazara obedecer, estaba allí preparado el Comisario del Santo Oficio con
notario y testigos, dispuesto a “imponerle el precepto”, y “si no asintiera, a encarcelarlo”. Así
se había decidido en la sesión del Santo Oficio del día anterior, tras oír la censura unánime de los
teólogos “calificadores”. Según ellos: la opinión era “necia y absurda en filosofía”, y en
teología “formalmente herética” en cuanto a la inmovilidad del Sol, y “al menos errónea en la
fe” en cuanto a la movilidad de la Tierra. Parece que la intervención de dos Cardenales, uno de
ellos el futuro Papa Urbano VIII, hizo que se suprimiesen tales calificaciones en los documentos
ulteriores. Dos semanas más tarde, Paulo V recibía cordialmente en audiencia a Galileo
“durante tres cuartos de hora”. Y para prevenir ciertos rumores, Belarmino le extendía un
documento oficial que testificaba no haber abjurado, ni habérsele impuesto ninguna penitencia.
(FANTOLI 1994, pp. 198-211.)
45
La corrección de los ejemplares del De Revolutionibus consistía en explicitar su carácter de
“hipótesis matemática”, y fue realmente muy difícil de realizar (MAYAUD 1997, I, §4.c y §4.d).
La prohibición de “todos los libros que enseñen la inmovilidad del Sol y la movilidad de la
Tierra” no se derogará hasta 1757 (ibídem, III, §3.c). En 1760 el jesuita Tomás Cerdá dará en
Barcelona un curso público de Astronomía absolutamente copernicana (CERDÁ 1999).
46
Vale la pena saborear el estilo mayéutico de ese fragmento antológico del diálogo Salviati-
Simplicio y valorar su significado físico: GALILEO, 1988, pp. 177-183.
1. Orígenes de la ciencia moderna y fe cristiana 25

solares. En la cuarta jornada Salviati desarrolla el “argumento de las mareas”:


éstas se originarían por la coincidencia u oposición de los dos giros, diurno y
anual, de la Tierra. El argumento era de tipo dinámico, capaz de distinguir entre
el sistema copernicano y el ticónico (¡una prueba P 2 de Belarmino!). Pero no
concordaba ni con su propia teoría (la tierra obedecía su principio de inercia, el
agua no), ni menos con la experiencia (las mareas suben y bajan dos veces al día
y no una, y son más o menos vivas según el mes lunar, como enseñaba Kepler).
Por fin, las últimas intervenciones de los dialogantes Simplicio y Salviati aluden
claramente a opiniones teológicas sobre la omnipotencia de Dios y la limitación
del conocimiento humano, que Urbano VIII había comunicado amistosamente
con Galileo, y que en el diálogo quedan como despreciables.
El Diálogo, a pesar de su doble imprimátur de Florencia y Roma, reabrirá
el proceso. Desde Florencia Galileo se enteró del disgusto de Urbano VIII, al ver
el libro e investigar el procedimiento de su censura.47 El caso pasó al Santo
Oficio, y Galileo fue convocado. Intentó excusarse por enfermedad, pero por fin
en febrero de 1633 acudió a Roma, hospedándose en la Villa Médici con el
embajadador de Toscana. Tras comparecer dos veces,48 Galileo fue interrogado
por el Santo Oficio el 26 de junio “sobre su intención” al escribir el Diálogo, y
al día siguiente, en la iglesia de Santa María supra Minervam escuchó de rodillas
su sentencia: como “vehementemente sospechoso de herejía”, debía abjurar
sus errores, era condenado “a la prisión formal del Santo Oficio”, y su Diálogo
sería “prohibido por edicto público”. Acto seguido, leyó y firmó la fórmula de
abjuración que le presentaron.49
La historia ha hecho patente el error de esos jueces, y nos ha enseñado a
deslindar la autoridad propia de la Iglesia y la autonomía propia de las ciencias.
Juan Pablo II ha querido hacer estudiar el caso, y reconocer esos errores por los
que Galileo “tuvo que sufrir mucho”. Él mismo afirma que “Galileo, sincero
creyente, se mostró más perspicaz que sus adversarios teólogos sobre [la
interpretación de la Escritura]”. Parece disculpar que no aceptara la disyuntiva
matemático-filósofo, y por tanto “rechazara la sugerencia que le hacían de
presentar como hipótesis el sistema de Copérnico, mientras no lo confirmaran
pruebas irrefutables. Ello era además una exigencia del método experimental, del
que él mismo fue un genial iniciador.” Alude también al cambio científico, al
47
Molestó al Papa ver despreciados los argumentos que él había expuesto seria y amistosamente
a Galileo. Le molestó también la ligereza de los censores, y el silencio absoluto de Galileo sobre
su promesa a Belarmino. (FANTOLI, 1994, pp. 378-384.)
48
El 12 de abril fue convocado al Santo Oficio, donde residió cómodamente más de diez días.
El Comisario Vincenzo Maculano le interrogó sobre su promesa de 1616, y sobre la manera de
solicitar el imprimátur del Diálogo. El 30 de abril fue interrogado en privado, “sobre su
intención” al escribirlo. En realidad Maculano quería acelerar el proceso por vía extra-judicial
pero, al negar Galileo que el Diálogo defendiera la posición copernicana, en contra del
minucioso estudio realizado por los teólogos “calificadores”, los cardenales rigoristas
impusieron la vía judicial. (Ibídem, pp. 384-415.)
49
La sospecha de herejía consistía en “mantener la doctrina, falsa y contraria a las santas y
divinas Escrituras, de que el Sol es el centro del mundo y no se mueve de este a oeste y que la
Tierra se mueve y no es el centro del mundo”. En la abjuración, Galileo hubo de reconocer que
incumplió su compromiso de 1616, al publicar un libro “en que discuto esta nueva doctrina
ya condenada, y aduzco argumentos de gran fuerza en su favor, sin rebatirlos”. ¡Así lo
testificaban los “calificadores”! (Ibídem, pp. 422-424.)
26 El diálogo teología-ciencias hoy: I

recordar que el problema de entonces era atribuir un punto de referencia absoluto


a la Tierra o al Sol, y que “hoy, después de Einstein y en la perspectiva de la
cosmología contemporánea, ninguno de estos puntos de referencia tiene la
importancia que tenía”.50
El proceso fue una historia triste. Su único fruto es que Galileo,
convencido de que no podía seguir divulgando su copernicanismo, volverá a la
“nueva ciencia del movimiento”, que el anteojo y el Diálogo habían
interrumpido. Y esa vuelta tendrá aún mayores repercusiones históricas. Galileo
elaborará en Arcetri un segundo diálogo en el que desarrolla una “nueva ciencia
del movimiento”, de momento cinemática. Pero esta nueva ciencia motivará la
elaboración newtoniana de los Principia, en los que se formulan los nuevos
argumentos dinámicos que impondrán un cierto heliocentrismo.51
Una reflexión sobre el tema, ya en el tercer milenio, subrayaba con razón
que lo importante del caso Galileo no consiste en la aceptación o la condena del
geocentrismo o del heliocentrismo. La equivocación fue que con él se ratificara
oficialmente la validez de la argumentación bíblica para esos temas.52 Y la razón
de esta equivocación está en que no captaran que estaba naciendo un nuevo tipo
de ciencia experimental, que no es ni una aplicación de la filosofía sistemática, ni
una ciencia puramente hipotética, matemática, y que, sin embargo, puede alcanzar
la realidad y, por consiguiente, ha de ser tenida en cuenta en la tarea exegética.53

50
Véase Acta Apostolicae Sedis, vol. 85, 1993, pp. 764-772, nn. 5 y 11.
51
En el sistema newtoniano definitivo, lo que está en reposo no es el sol, sino el centro de
gravedad del sistema sol-planetas.
52
Ya hemos visto que Galileo podía defender la opinión contraria basándose en la autoridad de
cardenales, exegetas y Padres de la Iglesia; pero sin duda las normas acuciantes del Concilio de
Trento fueron sacadas de contexto por los teólogos “calificadores”, en aquellas opiniones que
creían “necias y absurdas en filosofía”. Como veremos más adelante (§4.1) este punto quedará
oficialmente aclarado en la Iglesia Católica con la encíclica “Providentissimus Deus” de 1893.
53
Aludo al Eurosymposium “Galileo 2001”, celebrado en Tenerife (19-23 febrero 2001),
cuyas actas están en preparación. Véanse en ellas especialmente las conferencias invitadas de
MAURO PESCE, “The Catholic Church and the hermeneutical propositions of Galileo…” y de
MAURICE CLAVELIN, “Galilée astronome philosophe”.
Capítulo 2
LA ILUSTRACIÓN Y LOS SUCESIVOS POSITIVISMOS

2.0 Introducción
Vimos en el capítulo anterior la armonía entre la teología y la ciencia
moderna en sus orígenes (siglo XVII). En éste veremos su ulterior separación,
producida por influjo de la ilustración en el siglo XVIII (§2.2) y de los diversos
tipos de positivismo del siglo XIX (§2.3) y primera mitad del XX (§2.4). Pero
vamos a estudiar, lo primero y con cierto detalle, una excesiva identificación
físico-teológica, que fue en parte promovida por la obra misma de Newton, y que
parece estar a la raíz de esa ulterior separación (§2.1).

2.1 Newton y las conferencias Boyle: Bentley y Clarke


Isaac Newton (1642-1727) escribió mucho de física, sobre todo en
relación a la mecánica y a la óptica. Pero, entre sus manuscritos conservados, son
aún más numerosos los que tratan de alquimia. Y los que tratan de teología son
aún más numerosos que los de física y alquimia juntos. Durante su vida no quiso
publicar nada de esos escritos, que hoy se revelan muy personales y sesgados.
Sus estudios bíblicos, polarizados en el libro de Daniel y en el Apocalipsis,
intentan descifrar el lenguaje profético y su cronología, para comprobar cómo el
plan providencial de Dios ha ido realizándose en la historia de la humanidad, y
cómo habrá de realizarse en el fin del mundo. Sus estudios patrísticos están
obsesionados con San Atanasio y la definición en el Concilio de Nicea (325) sobre
la “consubstancialidad” del Padre y del Hijo. Así que su religiosidad, que tiene
como veremos aspectos profundos, ha de calificarse de “neo-arriana”: no admite
la divinidad de Jesucristo, ni por tanto la Trinidad divina (a pesar de pertenecer al
Trinity College de Cambridge, cuyos miembros solían ordenarse clérigos
anglicanos, lo que él rehuyó en 1675).
Sus famosos Principia (Principios matemáticos de filosofía natural)
fueron publicados por primera vez en 1687. Este denso texto de mecánica y
astronomía, fue intensamente elaborado por Newton a partir de un breve
opúsculo De motu (Sobre el movimiento de los cuerpos que giran), que había
enviado a la Royal Society a finales de 1684.1 Para la publicación, elabora todo
1
Tal opúsculo era la solución a un problema matemático-astronómico solicitado por Halley:
probar que los planetas seguirán órbitas elípticas keplerianas, si experimentan una fuerza hacia el
sol “cuadrático-inversa” (es decir, inversamente proporcional al cuadrado de su distancia a él).
Al redactar ese opúsculo, Newton no había captado la idea de “gravitación universal” (que todo
cuerpo atrae a todo cuerpo con una fuerza cuadrático-inversa y proporcional a sus masas; y,
sobre todo, que esa fuerza es la misma que llamamos “gravedad”, cuando la vemos actuar en
28 El diálogo teología-ciencias hoy: I

un Libro tercero, que comienza demostrando la gravitación universal mediante


un argumento de inducción, basado en un conjunto de “hipótesis”, que a partir
de la segunda edición presentará como Reglas epistemológicas y Fenómenos
(sobre el movimiento kepleriano de planetas y satélites). A partir de esa
gravitación universal y de sus tres axiomáticas “leyes del movimiento”
reconstruye a continuación “El sistema del mundo”. En él estudia —junto al
movimiento preciso de planetas y satélites— la forma achatada de la tierra, la
explicación de las mareas, y la aparición esporádica de los cometas.
En esa primera edición de 1687, los Principia sólo contenían una rápida
mención de Dios, sugerida por las características gravitacionales y la situación
providencial de la tierra respecto al sol: ellas permiten una vida que resulta
imposible, por ejemplo, con las altas temperaturas de mercurio o las bajísimas de
saturno.2 Pero en su segunda edición de 1713 (y en la tercera de 1726) Newton
añadió al final un “Escolio general” con cerca de tres páginas de teología, que
enseguida comentaremos. Veamos antes la utilización teológica que se hizo de su
“Sistema del mundo”, tal como aparecía en la primera edición.
Robert Boyle (1627-1691), un buen científico (¡“ley de Boyle-Mariotte”!)
y buen filósofo de la naturaleza (inspirador del corpuscularismo de Newton),
estaba profundamente interesado en la “teología natural”, o reflexión sobre Dios
a partir de la naturaleza. En su testamento dejó un generoso legado destinado a
establecer unas conferencias anuales con el fin de “sostener y justificar los
grandes fundamentos de la Religión natural”, las llamadas “conferencias Boyle”.
Las inauguró Richard Bentley (1662-1742), un humanista, que quiso leer y
utilizar en ellas la reciente obra de Newton.3 Pronunció sus conferencias durante
el año 1692 en la iglesia de St. Martin-in-the-Fields de Londres, bajo el título
“Una confutación del ateísmo a partir del origen y estructura del mundo”. Al
tiempo de retocarlas para su publicación (diciembre de 1692 a febrero de 1693),
Bentley entabló un intenso intercambio epistolar con Newton, del que
conservamos cuatro densas cartas de éste.4 La primera de ellas comienza
reconociendo que, al redactar su Libro tercero, no le había escapado el interés
que éste podría tener para una teología natural. 5

los cuerpos “graves” próximos al enorme cuerpo de la tierra). Pero la capta muy pronto, como
puede verse en una “versión ampliada” del manuscrito de su opúsculo (principios de 1685).
2
Véase al final de los corolarios de la Proposición VIII del Libro tercero donde, tras estudiar la
proporción aproximada que tiene la densidad de los diversos planetas con sus diámetros y sus
distancias al sol, concluye: “Por consiguiente Dios colocó los planetas a diversas distancias del
sol, para que cada uno de ellos, según su densidad, goce de un calor del sol mayor o menor.”
(NEWTON 1972, vol. 2, p. 583, primera nota.)
3
Conocemos el interés de Bentley por entender los Principia a través de unas “Directrices
bibliográficas” que, sin duda a petición propia, le proporcionó Newton, probablemente en julio
de 1691. En ellas, tras recomendarle una serie de obras de geometría de cónicas, de álgebra y de
astronomía, le aconseja leer las primeras páginas del Libro primero (Definiciones, Leyes y tres
primeras secciones) y saltar al Libro tercero, el que trata de “El sistema del mundo”. Véase
NEWTON-Corresp, carta 367: vol. 3, pp. 155-156.
4
Véanse cartas 398 (10.dic.1692), 399 (17.ene.1693), 403 (11.feb.1693) y 406 (25.feb.1693):
ibídem, pp. 233-256.
5
Sus palabras son: “Cuando escribía mi tratado sobre nuestro Sistema [del mundo], echaba un
ojo a tales Principios como capaces de hacer que los hombres crean en una divinidad, y nada
puede alegrarme más que, el que sean encontrados útiles para este fin.” Ibídem, p. 233.
2. La ilustración y los sucesivos positivismos 29

Para una mayor claridad didáctica, distingamos desde aquí tres temas
principales que irán surgiendo en estas cartas, y volverán a aparecer en ulteriores
escritos y discusiones:
(A) el del origen o puesta en marcha de esos planetas y cometas, cuyo sistema
parece estar dotado de una especial belleza,
(B) el de la conservación o mantenimiento de sus órbitas, a pesar de las
perturbaciones del juego preciso entre “fuerzas” inerciales y gravitatorias, y
(C) el de la explicación de esa fuerza de gravitación universal, que parece
actuar a distancia.
El tema (A) surge ya en la primera carta. Veámos cómo contesta Newton
a la pregunta inicial de Bentley, sobre si el orden actual del universo podría
haberse constituido a partir de un estado inicial caótico mediante la sola fuerza
gravitacional (al modo imaginado por los epicúreos), y cómo insiste ante una
segunda pregunta más específica sobre el origen de las trayectorias de los
planetas. Y veamos también cómo, en la segunda carta, precisa Newton sus
motivaciones físicas respondiendo a una nueva pregunta de Bentley sobre la
“gran órbita” anual de la tierra:6
ISAAC NEWTON, cartas a Richard Bentley (1692-93)
Tema A: Origen del universo
Carta 1ª. Yo no lo creo explicable [el orden actual del universo] por solas causas
naturales, sino que me siento forzado a adscribirlo al consejo y plan de un Agente
voluntario.··· De por qué hay un único cuerpo en nuestro sistema capacitado para
dar luz y calor a todos los demás, no conozco ninguna razón sino la de que el autor
del Sistema lo creyó conveniente. ···
Contesto que los movimientos que tienen ahora los planetas no pudieron surgir
de ninguna causa natural sola, sino que fueron impresos por un Agente inteligente.
Pues, mientras los cometas descienden a la región de nuestros planetas y aquí se
mueven de todas las maneras posibles,··· es evidente que no hay causa natural que
pueda determinar que todos los planetas, tanto primarios como secundarios, se
muevan en el mismo sentido y en el mismo plano, sin apartarse apreciablemente.
Esto tiene que haber sido efecto de un Plan.
Carta 2ª. A la última parte de su carta contesto, lo primero, que si la tierra··· fuese
colocada en cualquier parte con su centro en la gran órbita y estuviese allí quieta sin
ninguna gravitación ni lanzamiento y de repente se le infundiesen ambas cosas, una
energía gravitante hacia el sol y un impulso transversal de una magnitud precisa que
le moviera en la dirección de la tangente a la gran órbita, entonces la composición de
esta atracción y este lanzamiento causarían, según mi idea, una revolución circular de
la tierra alrededor del sol. Pero el impulso transversal tiene que ser de una magnitud
precisa, pues si fuera demasiado grande o demasiado pequeño causará que la tierra
se mueva en otra línea.
En segundo lugar, no conozco ningún poder en la naturaleza que pudiera causar
este movimiento transversal sin el brazo divino.··· Por estas y otras razones me veo
obligado a adscribir la estructura de este sistema a un agente inteligente.

En el fondo, su sólido esquema científico le obligaba a Newton a distinguir entre


leyes físicas, que mantienen el movimiento del sistema, y condiciones iniciales,
6
Ibídem, pp. 234-235 y 239-240.
30 El diálogo teología-ciencias hoy: I

que lo ponen en marcha. Y, para la complejidad de nuestro sistema planetario, no


encuentra los mecanismos naturales que pudieran dar razón de las condiciones
iniciales precisas.
El tema (B) de la estabilidad del universo es explícitamente introducido por
Bentley en su última carta, al concebir un global colapso gravitacional: todas las
estrellas “fijas” —supuestas entonces sin movimiento— junto con sus imaginados
sistemas planetarios, vendrían a reunirse en el centro de gravedad del universo,
“si el mundo presente no fuera sostenido por un poder divino”. Lo cual es
claramente confirmado por Newton en su cuarta carta:7

ISAAC NEWTON, cartas a Richard Bentley (1693)


Tema B: Conservación del universo
Carta 4ª. Y aunque toda la materia fuera dividida al principio en diversos sistemas,
y cada sistema fuese constituido como el nuestro por el poder divino, sin embargo
los sistemas más externos descenderían sobre los más centrales, de forma que esta
estructura de las cosas no podría subsistir para siempre sin un poder divino que lo
conserve.

El tema (C) de la explicación de la gravedad aparece de manera explícita8


al final de la segunda carta de Newton. Ulteriormente Bentley le argumenta lo
inconcebible de una acción directa a distancia, y Newton en su cuarta carta
transcribe ese argumento, precisándolo (con dos frases que indicamos entre
paréntesis angulares: < >) y comentándolo. Transcribamos ambos textos:9

ISAAC NEWTON, cartas a Richard Bentley (1693)


Tema C: Explicación de la gravedad
Carta 2ª. Usted habla a veces de la gravedad como esencial e inherente a la materia.
Por favor, no me adscriba a mí esa idea; porque la causa de la gravedad no pretendo
conocerla, y por consiguiente habría de tomarme más tiempo para dar cuenta de ella.
Carta 4ª. La última frase de su segunda tesis me gusta muchísimo: “ E s
inconcebible que materia bruta inanimada <(sin la mediación de alguna otra cosa que
no sea material)> [Bentley le había escrito: <(sin un influjo divino)>] actúe sobre y
afecte otra materia sin contacto mutuo, como tendrá que hacerlo si la gravitación <en
el sentido de Epicuro> [añadido por Newton] es esencial e inherente en ella.” Y
esto es una razón por la que le expresé mi deseo de que no me adscribiese a mí la
gravedad innata. El que la gravedad sea innata, inherente y esencial a la materia, de
forma que un cuerpo pueda actuar sobre otro a distancia a través del vacío, sin la
mediación de ninguna otra cosa por y a través de la cual pueda transmitirse de uno a
otro la acción o fuerza de ellos, es para mí un absurdo tan grande que no creo que
pueda caer nunca en él ninguna persona que tenga alguna competencia para pensar
en materias filosóficas. La gravedad tiene que ser causada por un agente que actúe
constantemente según ciertas leyes, pero si ese agente es material o inmaterial es una
cuestión que he dejado a la consideración de mis lectores.

7
Ibídem, p. 255. Para el texto de Bentley, ibídem, p. 250.
8
Cabría pensar que Newton alude implícitamente a él en el parrafito final de la primera carta:
“Hay todavía otro argumento a favor de una Divinidad que considero muy fuerte, pero, mientras
no se acepten mejor los principios en que se basa, creo más aconsejable dejarle dormir.”
(Ibídem, p. 236.)
9
Ibídem, pp. 240 y 253-254. Para la indicación de Bentley, ibídem, p. 249.
2. La ilustración y los sucesivos positivismos 31

Dejemos aquí el interesante carteo con Bentley que, como vemos introdujo
a Newton en el tema físico-teológico a los cinco años de su primera edición de los
Principia. Veamos cómo se desarrollaron estas ideas, en los veinte años que aún
faltan para la segunda edición con su Escolio general.
Samuel Clarke (1675-1729), pastor anglicano famoso como predicador, y
entusiasta de Newton y sus Principia, fue elegido conferenciante Boyle de 1704.
Sus conferencias, publicadas en 1706, se titulan “Demostración de la existencia y
los atributos de Dios: Para dar respuesta a Hobbes, Espinosa y sus sectarios”.
En ellas, tras estudiar las causas del ateísmo, razona así sobre Dios: algo ha
existido desde toda la eternidad, un Ser independiente e inmutable, que existe por
sí mismo, y cuya esencia es incomprensible; este ser existe por sí mismo y es
necesariamente eterno, infinito y omnipresente, único, inteligente y agente libre;
esta Causa suprema de todas las cosas ha de ser omnipotente e infinitamente
sabio, dotado de bondad, justicia y verdad infinitas y de todas las perfecciones
morales que convengan al soberano gobernador y juez del mundo.10
Ese mismo año 1706 se publicaba la Óptica de Newton en latín, en una
bella traducción encargada al mismo Clarke. A las dieciséis “Queries” o
Cuestiones finales que proponía la obra, Newton quiso añadir en esta edición
cinco más. Dos de ellas tienen interés teológico: las que en la edición definitiva
de la Óptica (1717) serán numeradas como 28 y 31 (y última). Transcribamos
algunos de sus párrafos finales más importantes:11

ISAAC NEWTON, Cuestiones de la Óptica (1706)


Cuestión 28.12 ··· Sin embargo, el objetivo básico de la filosofía natural es
argumentar a partir de los fenómenos, sin imaginar hipótesis, y deducir las causas a
partir de los efectos hasta alcanzar la primerísima causa que ciertamente no es
mecánica. Y no sólo para desvelar el mecanismo del mundo, sino fundamentalmente
para resolver estas cuestiones y otras similares: ¿Qué hay en los lugares <casi>
[añadido 1717] vacíos de materia, y cómo es que el Sol y los planetas gravitan unos
hacia otros sin que haya entre ellos materia <densa> [añadido 1717]? ¿De dónde
surge que la naturaleza no haga nada en vano, y de dónde todo ese orden y belleza
que vemos en el mundo? ¿Cuál es la finalidad de los cometas, y a qué se debe que
todos los planetas se muevan en la misma dirección en órbitas concéntricas, mientras
que los cometas se mueven en todas las direcciones según órbitas muy excéntricas?
¿Qué impide a las estrellas fijas caer unas sobre otras? ¿Cómo es que los cuerpos
de los animales están ingeniados con tanto arte y qué finalidad tienen sus diversas
partes? ¿Acaso el ojo ha sido ingeniado sin pericia en óptica, y el oído sin
conocimiento de los sonidos?···

10
CLARKE 1706. Véase DOU 1997, pp. 20-29.
11
Usamos la edición de Carlos Solís, y sus documentadas notas: NEWTON, 1977, pp. 319-320 y
347-348. Indicamos entre paréntesis angulares tres modificaciones introducidas en la edición de
1717.
12
La Cuestión 28 rechaza la idea de que la luz consista en presión propagada en un fluido sutil
que llena todo el espacio. Esto le lleva a Newton a pensar en los atomistas “griegos y fenicios”
que admitían el vacío y los átomos dotados de gravedad, y en los cartesianos que suprimieron esa
“causa” de la gravedad, “imaginando hipótesis para explicar todo mecánicamente , y relegando
a la metafísica las demás causas”. Debido sólo a su “fuerza de inercia”, este fluido ofrecería
una resistencia a los movimientos planetarios proporcional a su densidad. Y la regularidad de
esos movimientos exige densidades muchísimo menores que la del “vacío de Boyle”, obtenido
con máquinas pneumáticas (que alcanzan densidades 10.000 veces menores que la del aire).
32 El diálogo teología-ciencias hoy: I

Habiendo tratado estas cosas correctamente, ¿no se sigue de los fenómenos que
hay un ser incorpóreo, viviente, inteligente, omnipresente, que ve íntimamente las
cosas mismas en el espacio infinito, como si fuera13 en su sensorio, percibiéndolas
plenamente y comprendiéndolas totalmente por su presencia inmediata ante él? Lo
que en nosotros percibe y siente, sin embargo, sólo ve y contempla las imágenes de
esas cosas que son transportadas por los órganos de los sentidos hasta nuestros
pequeños sensorios. Así, aunque cada paso verdadero dado en esta filosofía no nos
lleva inmediatamente al conocimiento de la causa primera, con todo, nos acercamos a
ella, por lo que ha de ser tenida en gran estima.
Cuestión 31. 14 ··· Mientras los cometas se mueven por órbitas muy excéntricas
en todas direcciones y posiciones, el ciego destino nunca podría haber hecho que
todos los planetas se moviesen en una misma dirección, siguiendo órbitas
concéntricas, si exceptuamos algunas irregularidades despreciables que podrían
deberse a las acciones mutuas de los planetas y cometas entre sí, y que pueden
aumentar hasta el punto de que el sistema necesite una reforma. Una uniformidad
tan maravillosa en el sistema planetario exige el reconocimiento de una voluntad e
inteligencia. Lo mismo se puede decir de la uniformidad de los cuerpos de los
animales,···
Asimismo, los instintos de los brutos y de los insectos no pueden deberse más
que a la sabiduría y habilidad de un agente poderoso y siempreviviente que, al estar
en todas partes, es mucho más capaz de mover con su voluntad los cuerpos que se
hallan en su sensorio uniforme e ilimitado, formando y reformando las partes del
universo, de lo que <nuestra alma, que es en nosotros la imagen de Dios, es capaz>
[cambiado en 1717 por: <nosotros somos capaces>] con nuestra voluntad de mover
las partes de nuestros cuerpos.···

13
Las tres últimas palabras traducen el adverbio latino “tamquam” añadido, según parece,
después de imprimir y antes de encuadernar esta edición de 1706 (véase ibídem, p. 434).
14
La Cuestión 31 y última pretende, en su concepción corpuscular de la materia y de la luz,
justificar las fuerzas que los átomos (“las pequeñas partículas de los cuerpos”) ejercen sobre
los corpúsculos luminosos (“cuerpos pequeñísimos emitidos por las sustancias luminosas”),
produciendo los fenómenos de reflexión, refracción y dispersión. Tales fuerzas, del tipo de las
“atracciones de la gravedad, magnetismo y electricidad”, actúan sólo a distancias pequeñas.
Ello le inspira a Newton una inacabable digresión sobre las afinidades y fenómenos químicos,
tras la cual vuelve a su dinámica y a los movimientos planetarios. Afirma e intenta probar con un
ejemplo, que en un sistema “el movimiento [= la “cantidad de movimiento”] se puede ganar o
perder”, y que en general “el movimiento es mucho más proclive a perderse que a ganarse”.
Esto cree deberse a que la inercia (su “fuerza de inercia”) propia de la materia es un “principio
pasivo” que sólo mantiene el movimiento, pero para producirlo y modificarlo hacen falta otros
“principios activos”, como aquellas acciones gravitacionales, magnéticas, eléctricas y de
fermentación química (que son verdaderas “fuerzas impresas”). Tales principios activos no son
“cualidades ocultas”, sino “leyes generales de la naturaleza” fenoménicamente comprobadas,
“aun cuando sus causas aún no se hayan descubierto”. Todo lo material parece estar formado
a base de átomos con esos principios, pero ello descubre el plan de un agente inteligente. Pues
“no es filosófico pretender que podría haber surgido del caos por las meras leyes de la
naturaleza, y que, una vez formado, podría continuar durante muchas eras gracias a esas leyes”.
Hoy sabemos bien, por el desarrollo ulterior de la mecánica newtoniana, que la cantidad de
movimiento total de un sistema aislado se conserva siempre exactamente. Pero tal cantidad de
movimiento es una magnitud vectorial, y Newton —a pesar de ser el introductor de la regla del
paralelogramo para sumar velocidades y fuerzas— no la aplica aquí correctamente al obtener la
cantidad de movimiento total. Desconoce, por otra parte, la magnitud escalar “fuerza viva” de
Leibniz, que corresponde a nuestra energía cinética (es exactamente el doble de ella). Ésta, como
sabemos, se conserva en el choque perfectamente elástico, pero se disipa continuamente, al
degradarse en otras formas de energía.
2. La ilustración y los sucesivos positivismos 33

Por primera vez en las publicaciones de Newton, aparecen en estas Cuestiones,


los temas del origen y conservación del cosmos (en ambas cuestiones en la forma
A, B, A), y se introduce el tema del “sensorio” (relacionado con el tema C), del
que hablaremos largamente.
En 1713 Newton, ayudado por Roger Cotes (1682-1716), prepara la
segunda edición de los Principia, en la que añade al final su Escolio General.
Éste comienza con dos párrafos que atacan la hipótesis cartesiana de los vórtices,
demostrando que es cuantitativamente incapaz de explicar los movimientos
planetarios. Y acaba con otros dos, el que excluye de la “filosofía experimental”
toda hipótesis no basada en fenómenos (el párrafo que formula contra Descartes
la famosa frase: “Hypotheses non fingo”, “no imagino gratuitamente hipótesis”),
y el que presenta un misterioso “espíritu sutilísimo” (relacionado con las fuerzas
de cohesión, eléctricas, luminosas, y nerviosas, tanto sensitivas, como motrices).
El núcleo del Escolio es un párrafo teológico denso y extenso (dos páginas),
introducido por otro breve en que describe el sistema solar y su belleza.
En el recuadro de la página siguiente recogemos las afirmaciones teológicas
más importantes, tal como aparecieron en esta segunda edición.15 Podemos ver
en él cómo nuestro tema (A) del origen del cosmos está explícito (§1 y §8),
mientras que el tema (B) de su conservación parece haber desaparecido.16
Tampoco aparece el concepto de “sensorio”, al describir la relación de Dios con
el mundo (§4 a §7); y deja bien claro que Dios no es la duración y el espacio, sino
su fundamento (§4).17 Por otra parte quisiera subrayar su idea central de Señorío
divino, que expresa la relación interpersonal y la transcendencia divina, bajo la
metáfora señor-esclavo (§1 a §3, y §8), y la explícita presentación analógica y aun
apofática del lenguaje teológico.18

15
Las traducimos literalmente de la edición NEWTON 1972, pp. 760-764, usando su aparato
crítico , y las notas sobre la composición de esta edición en I.B. COHEN 1971, pp. 249-251 y 261.
En el §8 hemos incluido un texto que Newton redactó para esta edición, aunque sólo fuera
publicado en la de 1726. Agradezco vivamente al Prof. Josep Maria Petit, por llamarnos la
atención sobre este texto newtoniano de profundo carácter metafísico, pues no pretende explicar
aspectos cosmológicos concretos, sino “la diversidad” espacio-temporal, de objetos y de leyes
que contemplamos en el mundo.
16
El texto anterior al §1 pondera incluso cómo están libres de toda “resistencia” los
movimientos en “el vacío de Boyle” y en “los espacios celestes”, de forma que “los planetas y
cometas dan vueltas perpetuamente en órbitas de forma y posición fijas”. Pero, por la ley de la
gravedad “de ningún modo pudieron alcanzar en un principio la colocación regular de sus
órbitas”. No obstante, en su propio ejemplar de esta segunda edición con notas interpaginadas
(el llamado E2ii), Newton anotó detrás de este §1: “Y los sistemas de las estrellas fijas por su
gravedad caerían poco a poco unos sobre otros, si no estuvieran regidos todos ellos por el plan
de un Ser supremo.” La frase se introdujo en la edición de 1726, pero notablemente suavizada:
“Y para que los sistemas de las estrellas fijas no caigan por su gravedad unos sobre otros, los
habrá colocado éste [Uno solo] a una inmensa distancia unos de otros.”
17
Otros aspectos del tema (C) de la explicación de la gravedad (su acción a distancia y su
carácter no esencial a los cuerpos) habrían de estudiarse en otros textos de los Principia: los
dos apartados finales de este Escolio sobre las hipótesis y el espíritu sutilísimo, la explicación de
la Regla epistemológica tercera, y la de las Definiciones VI a VIII al principio de la obra.
18
Creo por ello exageradas algunas frases de BUCKLEY 1987 y 1988, que presentan el
“Newtonian Settlement” como si para Newton el dominio de Dios sobre las criaturas fuese
exclusivamente físico, o como si su física pretendiera avasallar la teología. Otra cuestión es, su
concepción de Dios, no como “hipótesis”, sino como tema de la “filosofía experimental” (§9).
34 El diálogo teología-ciencias hoy: I

ISAAC NEWTON, Escolio General de los Principia 2ª edición (1713)


[§1] Tal conjunto elegantísimo del sol, los planetas y los cometas no pudo originarse
si no es por el plan y el señorío de un ser inteligente y poderoso. Y si las estrellas
fijas fueren centros de sistemas semejantes, todas estas cosas construidas con un
plan semejante deberán estar sometidas al señorío de Uno solo···
[§2] Éste rige todas las cosas, no como alma del mundo, sino como señor del
universo. Y por su señorío se le suele llamar señor dios Παντοχρατωρ.A1 Pues
dios es un término relativo, y se refiere a siervos; y deidad es el señorío de dios, no
sobre su propio cuerpo, <como estiman aquellos para quienes dios es el alma del
mundo> [añadido de 1726], sino sobre sus siervos. El dios supremo es un ser
eterno, infinito, absolutamente perfecto; pero un ser totalmente perfecto sin señorío
no es un señor dios.···
A1
[Al margen:] Es decir Emperador universal.
[§3] ···El señorío de un ser espiritual constituye a dios, el señorío verdadero al dios
verdadero, el supremo al supremo, el imaginado al imaginado. Y del señorío
verdadero se sigue que el dios verdadero es vivo, inteligente y poderoso; y de las
demás perfecciones, que es supremo o sumamente perfecto.
[§4] Es eterno e infinito, omnipotente y omnisciente··· No es la duración y el
espacio, sino que dura y está presente. Dura siempre y está presente en todas partes,
y existiendo siempre y en todas partes constituye la duración y el espacio ···
Es omnipresente no sólo por su acción, sino también por su sustancia. Pues la
acción sin la sustancia no puede subsistir.
[§5] En élA2 se contienen y mueven todas las cosas, pero sin que haya entre ellos
pasión mutua. Dios no recibe pasión ninguna de los movimientos de los cuerpos; y
éstos no sienten ninguna resistencia por la omnipresencia de dios.
A2
[Al margen:] Así lo pensaban: los antiguos, ARATO (Fenómenos, al principio),
PABLO (Hechos 17,27-28), JUAN (14,4), MOISÉS (Deuteronomio 4,39; 10,14), DAVID
(Salmos 139,7-9), SALOMÓN (1 Reyes 8,27), JOB (22,12-14), JEREMÍAS (23,23-24).
[§6] De ahí también que es todo él semejante a sí mismo, es todo ojo, todo oído, todo
cerebro, todo brazo, todo fuerza sensitiva, intelectiva y activa, pero de un modo nada
humano y nada corpóreo, de un modo totalmente desconocido para nosotros. Como
el ciego no tiene idea de los colores, así nosotros no tenemos idea de los modos por
los que dios sapientísimo siente y entiende todas las cosas.
[§7] Carece completamente de todo cuerpo y figura corpórea, y por consiguiente no
puede ser visto, ni oído, ni tocado, ni debe ser adorado bajo la imagen de nada
corpóreo. Tenemos idea de los atributos de una cosa, pero de ningún modo
sabemos cuál es su sustancia. Vemos sólo las figuras y colores de los cuerpos···
Pero sus sustancias últimas no las conocemos por ningún sentido, ni por ninguna
actividad refleja. Pues mucho menos tenemos idea de la sustancia de dios.
[§8] Le conocemos únicamente por sus propiedades y atributos, y por las
estructuras de las cosas y sus causas finales, tan sabias y excelentes. Pero le
veneramos y adoramos por su señorío; que un dios sin señorío, providencia y
causas finales no es sino fatalidad y naturaleza.
[Publicado en 1726, por llegar tarde al impresor en 1713 el manuscrito (al que luego
se añadieron las palabras entre < >):] De la <ciega> necesidad Metafísica, idéntica
siempre y en todas partes, no surge ninguna variedad de las cosas. Toda esa
diversidad que contemplamos en el mundo, de carácter espacial y temporal, sólo
pudo proceder de <las ideas y> la voluntad del Ser necesariamente existente.
[§9] Y baste esto sobre dios, discutir sobre el cual a partir de los fenómenos, cierta-
mente pertenece a la <filosofía experimental> [añadido al manuscrito inicial de 1713,
y cambiado tras múltiples vacilaciones por <filosofía natural> en 1726].
2. La ilustración y los sucesivos positivismos 35

Aquellas Cuestiones de la edición latina de la Óptica de Newton (1706), y


este Escolio general de la segunda edición de sus Principia (1713) originaron una
insistente discusión epistolar entre Gottfried Leibniz (1646-1716), y Clarke,
apoyado por el propio Newton.19 La discusión, que dura de noviembre 1715 a
octubre de 1716, consta de cinco “asaltos”, en los que Leibniz propone en
francés sus críticas al sistema newtoniano y Clarke responde detalladamente a
ellas en inglés, para ser de nuevo criticado. El tono de la discusión iba
endureciéndose cada vez más, y fue sólo detenida por la muerte de Leibniz, que
le impidió criticar la quinta respuesta de Clarke.
Intentemos resumir algunas de sus ideas, con nuestro esquema temático.
El tema (A) del origen del cosmos es aducido incidentalmente por Clarke, que
busca su Razón suficiente leibniziana, y la suele encontrar en la Voluntad divina.
Leibniz, sobre este tema del “commencement”, viene a coincidir (pero necesita
encontrar la Razón suficiente de la decisión divina, lo que enreda su sistema).20
El tema (B) de la conservación del cosmos se extiende a lo largo de los
cinco asaltos. Leibniz, que cree vivir en el mejor de los mundos y supone un
total determinismo capaz de fundar su “armonía preestablecida” (mediante la
cual nuestras almas creen conocer el mundo y actuar en él), introduce hasta tres
variantes del tema. Dos son filosóficas: las intervenciones conservadoras de Dios
(B1) suponen imperfección del Creador y (B2) introducen milagros en el orden
natural. La tercera física: (B3) la “fuerza activa” del universo se conserva.
Clarke responde a las dos primeras desde la concepción newtoniana de un mundo
contingente y un Dios providencialista (opuesta a todo deísmo). En la tercera se
enredan en un diálogo de sordos, al entender Leibniz esa “fuerza activa” como
energía cinética (concepto ausente en los Principia) y Clarke como cantidad de
movimiento.21
19
La discusión fue promovida y mediada por la Princesa Carolina de Gales, en un intento de
acercar a los dos pensadores Newton y Leibniz, que ella tanto apreciaba y se habían enzarzado
en el conflicto de prioridad sobre el descubrimiento del cálculo diferencial. (La etapa más dura
de este conflicto, ocasionada por el Commercium epistolicum abarca los años 1708-1714.).
Para este contexto y el texto mismo de la discusión Leibniz-Clarke, véase ROBINET 1957.
20
Clarke lo aduce para defender los Principia de acusaciones materialistas, haciendo ver que
bien podrían llamarse Principios Metafísicos, pues llegan hasta esta Causa inteligente y libre.
Véase Clarke, 2ª Respuesta, n. 1, y Leibniz, 5º Escrito, n. 115; ibídem, pp. 47 y 176
respectivamente.
21
En el primer asalto Leibniz, tilda de escandaloso lo que dice leer en la Óptica, que “Dios
necesita dar cuerda a su reloj de tanto en tanto”; eso sería (B1) hacer a Dios “mal maestro
relojero”, y (B2) introducir la necesidad de milagros en el orden natural (no sólo en el de la
gracia). A lo que Clarke responde haciendo ver (B1) la diferencia entre el artífice humano, que
sólo ensambla cosas creadas independientes de él, y el divino, que está creando y preservando
las fuerzas originales y los poderes motrices; y notando (B2) que la postura leibniziana
(próxima al deísmo) lleva al materialismo y el fatalismo, y excluye la providencia, introduciendo
un reinado “nominal” de Dios sobre la creación. Véase Leibniz 1er Escrito, y Clarke 1ª
Respuesta n. 4, ibídem, p. 23 y 31 respectivamente.
En el segundo asalto Leibniz insiste largamente en (B1) la imperfección que supondría para la
inteligencia divina el no prever los defectos y desajustes de su obra; pues Dios es “Inteligencia
supramundana” y no, como dicen algunos “alma del mundo” (con lo cual parece satisfacer a la
Princesa Carolina más que sus contrincantes). Clarke responde, también extensamente, que esos
“defectos” no son tales para Dios, pues Él no crea para desentenderse sino para gobernar, y
ellos entran en su diseño creador; que Dios no es “Inteligencia supramundana” ni mundana,
36 El diálogo teología-ciencias hoy: I

El tema (C) de la explicación de la fuerza de la gravedad recorre también


los cinco asaltos, presentado bajo diversas modalidades: (C1) crítica del Sensorio
divino newtoniano, que Clarke responde mostrando que se trata de una metáfora;
(C2) crítica del espacio absoluto como realidad, que Clarke responde negando
que se trate de una cualidad divina, pero que defiende ha de suponerse si Dios es
omnipresente; y (C3) alusiones a agentes no-mecánicos de la gravitación.22
sino “Inteligencia omnipresente”. Véase Leibniz 2º E. n. 6-12, y Clarke 2ª R. n. 6-12, ibídem p.
31 y 49-50. Carolina ibídem p. 46.
En el tercer asalto introduce Leibniz el tema físico (B3): que en el universo se pierda “fuerza
activa” es un desorden que el Creador podía evitar y ha evitado. A lo que Clarke responde que
la disminución de las fuerzas activas no supone ningún desorden del Creador, sino que es la
condición de dependencia propia del ser contingente. Véase Leibniz 2er E. n. 13-17, y Clarke 3ª
R. n. 13-14, ibídem p. 56 y 71-72.
En el cuarto asalto, Leibniz se muestra agresivo contra la física y la teología de sus
interlocutores, que imaginan esa disminución de fuerzas activas porque “no conocen bien las
leyes principales de la naturaleza y la belleza de las obras de Dios”, el que el universo “ n o
podría disminuir de perfección”. Clarke responde al argumento físico, que constituye una
afirmación sin prueba, y que en el choque frontal de dos cuerpos inelásticos “ambos pierden su
Movimiento”; y al argumento teológico, que probaría que “el mundo material tiene que ser
infinito” en duración, número de hombres, de objetos… Véase Leibniz 4º E. n. 38 y 40, y
Clarke 4ª R. n. 38 y 40, ibídem p. 87 y 114-115.
En el último asalto Leibniz insiste: en el choque inelástico “las fuerzas no se destruyen, sino
que se disipan entre sus partes pequeñas”, y menciona “la diferencia entre la cantidad de
movimiento y la cantidad de fuerza”; afirma además que la inercia (de Kepler y Descartes) no
disminuye esas fuerzas. Clarke rechaza largamente esas afirmaciones sobre las Fuerzas Activas,
“entendiendo por ellas la Cantidad de Movimiento”; ni ese texto, ni las dos largas notas añadi-
das por él en la publicación (tras la muerte de Leibniz) aclaran mucho el malentendido. Véase
Leibniz 5º E. n. 99 y 102, y Clarke 5ª R. n. 99-102, ibídem p. 168-169 y 202-205. Y no formula
la conservación de la suma vectorial de la cantidad de movimiento (véase mi nota 14 fin).
22
Leibniz comienza el primer asalto escandalizado de que “Newton dice que el espacio es el
órgano de que se sirve Dios para percibir las cosas”. Clarke le responde: que se trata de una
analogía (cita el texto de la óptica “tamquam sensorio” sin indicar que el “tamquam” fue
añadido: véase mi nota 13), y que Dios, omnipresente, conoce todas las cosas por su inmediata
presencia. Véase Leibniz 1er E., y Clarke 1ª R. n. 3, ibídem p. 23 y 29-30.
En el segundo asalto, Leibniz insiste en el texto newtoniano “El Espacio es el Sensorio de
Dios” (quizá su ejemplar de la Óptica no tuviera la añadidura: véase KOYRÉ & COHEN 1961), y
ataca que Dios conozca por su sola presencia (conoce por su acción conservadora, y el alma,
presente al cuerpo, por la acción de Dios sobre ambos). Clarke le responde, insistiendo en la
“expresión de semejanza”, y afirmando que para conocer, además de estar allí, sólo se requiere
ser vivo e inteligente. Véase Leibniz 2º E. n. 3-5 y Clarke 2ª R. n. 3-5, ibídem p. 37 y 48-49.
En el tercer asalto, Leibniz continúa el tema (C1) del significado del sensorio, pero introduce
el (C2) del “Espacio real absoluto, ídolo de algunos Ingleses”, y el (C3) de la acción atractiva a
distancia como “cosa milagrosa”. Clarke le responde: al (C1) contraponiendo el conocimiento
divino y el humano, al (C2) rechazando los argumentos contra el espacio real basados en la
Razón suficiente (que necesita el Creador para decidir posiciones… de suyo indiferentes), y al
(C3) introduciendo los “poderes creados invisibles”, mediadores de la gravedad. Véase Leibniz
3er E. n. 10-12, 2 y 17, y Clarke 3ª R. n. 10-12, 2 y 17, ibídem p. 52-57 y 68-72.
En el cuarto asalto, Leibniz insiste largamente sobre los tres temas: sobre el (C1) afirma que el
concepto de sensorio es absurdo para Dios (sería alma del mundo), y para el hombre (en su
concepción de “armonía preestablecida”, no hay influjos entre el alma y el cuerpo o el cerebro);
sobre el (C2) ataca el espacio absoluto real y el vacío, desde sus dos principios de Razón
suficiente (sin la que Dios nada hace) y de identidad de los indiscernibles; y sobre el (C3)
analiza el concepto de milagro, para llamar sobrenatural a la acción a distancia gravitacional.
Clarke le responde a los tres: a (C1) remitiéndose a sus respuestas anteriores (sobre el
2. La ilustración y los sucesivos positivismos 37

2.2 La ilustración: los enciclopedistas y el barón d’Holbach23


La ilustración en Francia fue precedida por la recepción del sistema
newtoniano en el continente, que promocionaron Pierre de Maupertuis con su
“Discours sur les différentes figures des astres” (1732) y François de Voltaire
con sus Eléments de la philosophie de Newton (1737). Está simbolizada por la
Encyclopédie, ou Dictionnaire raisonné des sciences, des arts, et des métiers
(1751-1766), dirigida por Diderot editor principal, y d’Alembert editor científico
(hasta 1758). Un especial colaborador en ella fue el barón d’Holbach.
Jean le Rond d’Alembert (1717-1783), parisino humanista formado en
una escuela jansenista, tras un intento de estudiar leyes y medicina, se embarcó en
una brillante carrera de matemático y físico teórico (cálculo diferencial, mecánica),
que le introdujo en la “Académie des Sciences”. Colabora en la Encyclopédie,
no sólo en temas científicos, sino que acepta como primera tarea la redacción de
su “Discours préliminaire”. En él presenta primero “la Enciclopedia” como
conjunto de todo el saber humano, desde las ciencias, basadas en la percepción
física, hasta la moral, basada en la percepción de la propia conciencia. Ni faltan
allí alusiones a las verdades religiosas (hayan sido introducidas con sinceridad, o
sólo por calmar a los censores). Presenta después “el Diccionario razonado”,
mediante una historia de las ciencias y de la filosofía en progreso gracias al
predominio creciente de la razón –historia que omite la ciencia medieval de
contexto teológico, pero empalma con la ciencia baconiana–. El éxito de este
“Discurso preliminar” ocasionó su ingreso en la “Académie Française” (1754).

sensorio), y rechazando, como “mera palabra o término artístico”, la armonía preestablecida


(verdadero milagro continuo que hace a Dios alma del mundo); a (C2) matizando los dos
principios (Dios puede elegir libremente entre cosas indiferentes, puede crear dos gotas de agua
indiscernibles) y defendiendo el espacio absoluto (con argumentos de los Principia) y el vacío
(vacío de cuerpos, en el que está Dios y quizá “otras substancias que no son materia”); y a
(C3) defendiendo su concepto de milagro, y afirmando que, el que un cuerpo atraiga a distancia
sin ningún medio, no sería milagro sino contradicción (la de actuar donde no está), pero que
puede haber medios invisibles, “no mecánicos” y naturales. Véase Leibniz 4º E. n. 24-37, 1-23
y 42-45, y Clarke 4ª R. n. 24-37, 1-23 y 42-45, ibídem p. 83-99 y 109-116.
En el quinto asalto, Leibniz vuelve a insistir larguísimamente (su escrito tiene casi 70 páginas)
sobre los tres temas, recorriendo la respuesta de Clarke: sobre el (C1) reconoce por primera vez
el “como” newtoniano, pero ataca a Clarke que habla del alma como “alma de las imágenes”
de las cosas; sobre el (C2) discute como físico qué “materia no pesante” (luz, “otros fluidos”,
pero no “espíritus extendidos”) pueden ocupar el vacío de Guerike y Torricelli, y argumenta
como filósofo que Dios dependería de su espacio y su tiempo (necesarios para la inmensidad y
eternidad de Dios); y sobre el (C3) insiste en que su acción gravitacional supone recurrir al
milagro, o a “las cualidades ocultas escolásticas…, bajo el engañoso nombre de fuerzas” (ello
sería “alimentarse de bellotas, una vez descubierta la agricultura”), y en que se requiere explicar
esa acción directa (si de Dios, o de qué substancias inmateriales). Clarke le responde: a (C1)
agradeciendo entienda el “como”, pero mostrando que no ha entendido nada de su argumento,
(cree opinión suya lo que era “noción ridícula” para rechazar que Dios sea alma del mundo); a
(C2) haciendo distinciones físicas (pesadez, masa y resistencia), y filosóficas (“el espacio y el
tiempo son consecuencias necesarias de la existencia de Dios”, y “son seres distintos de Él en
los que Él existe”); y a (C3) asegurando que la acción gravitacional no es un milagro (como la
“armonía preestablecida”), sino un “fenómeno”, que hemos de admitir aunque todavía no se
haya descubierto su causa. Véase Leibniz 5º E. n. 78-82, 34-35+48-50 y 110-113+118-123, y
Clarke 5ª R. n. 78-82, 33-35+36-48 y 110-116+118-123, ibídem p. 137-179 y 192-210.
23
Sobre “Ciencia y teología en la ilustración” véase BROOKE 1991, cap. v, o su presentación
más breve en RICHARDSON & WILDMAN, pp. 7-27, con la bibliografía allí referida.
38 El diálogo teología-ciencias hoy: I

Denis Diderot (1713-1784), de familia muy religiosa y educado en el


colegio jesuita de Langres, su ciudad natal, a los quince años fue enviado al
ambiente libre y bohemio de la Universidad de París, en la que a los diecinueve se
graduaba como “maître-ès-lettres. En 1744 acomete la traducción de A Medical
Dictionary, lo que le servirá de entrenamiento y de contacto de colaboradores
para la futura Enciclopedia. Los artículos médicos que le toca traducir, le llevan a
proporcionarse una cierta formación científica autodidacta, y aun a seguir cursos
públicos de anatomía y fisiología. Elaborará así sus primeras concepciones de un
naturalismo deísta, según el cual toda la materia está internamente dotada de
sensibilidad. Publica sus primeros “Escritos filosóficos” que revelan su evolución
religiosa hacia el ateísmo. En sus Pensées philosophiques (1746) proclama que
los argumentos de la físico-teología proporcionan “el único” camino posible
hacia Dios; en su Lettre sur les aveugles à l’usage de ceux qui voient (1749)
defiende que ese camino no es válido, justificando la creación de una escuela atea.
En esa situación comienza la empresa de publicar los diecisiete volúmenes de la
Encyclopédie, dedicándose especialmente a presentar las artes y el comercio, y a
dirigir la impresionante colección de láminas que los ilustran, en once volúmenes
suplementarios. Tras el cese de d’Alembert como editor, se hará clara la
divergencia ideológica entre ambos, Diderot comenzará a exponer abiertamente
su materialismo ateo, y aun escribirá Le rêve de d’Alembert (1769), en forma de
conversación entre ambos.
Paul Henry Thiry, barón d’Holbach (1723-1789) puede considerarse el
protagonista de esta escuela atea. Nacido en el Palatinado, tras sus estudios en la
Universidad de Leiden, se trasladó a París (1749) donde tomó la nacionalidad
francesa y se casó (1750). Los salones de su noble mansión sirvieron de centro
intelectual para la Encyclopédie. Él mismo colaboró en ella (1752-1766) con
unos 400 artículos y notas firmados (y se supone que otros tantos sin firmar),
especialmente de química, mineralogía y metalurgia, insistiendo en sus aspectos
utilitarios y bebiendo de fuentes alemanas. Su filosofía supone que la Naturaleza
es eterna, es exclusivamente material, y constituye la única realidad existente.
Los movimientos de esa materia son regidos por rigurosas leyes naturales, y esa
misma Naturaleza ha ido produciendo desde toda la eternidad las obras que las
religiones atribuyen a Dios. Esa era para él la única actitud filosófica consistente
con la ciencia moderna. Desde los años sesenta fue publicando clandestinamente
tales ideas en folletos antirreligiosos y anticlericales. Su gran obra filosófica, el
Système de la Nature (1770) apareció anónimamente. En ella se burla de todos
los argumentos físico-teológicos, especialmente de los de Newton y Clarke, sin
que demuestre haberse enterado siempre de ellos. En los años ochenta publicó
una serie de obras ético-políticas, muy críticas con el Absolutismo y la religión de
Estado, que pudieron influir en la Revolución Francesa.
Notemos, para concluir, que es un hecho histórico que, al cabo de un siglo,
las diferentes ramas de la ciencia moderna, se presentaban en una forma
secularizada: la gravitación ya no era una forma superior añadida a la materia,
la química de los espíritus había sido abandonada, la teoría sagrada de la tierra se
había convertido en profana, y las especies biológicas ya no representaban la obra
artesanal de Dios. Pero esto no quiere decir que las ciencias naturales mismas
fueran un agente de secularización. El análisis histórico descubre otros factores
importantes, como el dogmatismo confesional y la intolerancia religiosa, o la
2. La ilustración y los sucesivos positivismos 39

aparición de las nuevas ciencias humanas y la antropología religiosa. Y este


ateísmo con sus múltiples raíces políticas y sociales quiso también conquistar las
ciencias de la naturaleza, y aun fundamentarse en ellas.

2.3 El positivismo de Auguste Comte y de Ernst Mach


El positivismo fue establecido por el pensador francés Auguste Comte
(1798-1857). Confesado ateo desde los 14 años, era un brillante alumno de
ciencias que obtuvo a los 16 años la beca de ingreso en l’ École Polytechnique,
de la que fue expulsado a los dos años por indisciplina. Desde 1817 fue secretario
y gran admirador del escritor Claude Enrique de Saint Simon, que a su vez había
heredado de d’Alembert su ilustración filosófica y su inquietud social, y que desde
su concepción deísta pretendía fundar un “neo-cristianismo”. Comte escribió
también diversos trabajos filosófico-políticos y de fundamentación de la “ciencia
social”. Es en este contexto que, en 1822 descubrió su “ley de los tres estadios”,
verdadero germen de su “filosofía positiva”, y poco después la patentó, por así
decir, en la Academia de Ciencias de Paris.24
La obra básica, en la que Comte establece su concepción positivista de las
ciencias, es su Curso de Filosofía positiva, en 60 lecciones (1830-1842)25 Lo
comienza, presentando así su “ley de los tres estadios”:26

AUGUSTE COMTE, Curso de filosofía positiva, 1ª lección (1830)

Estudiando así el desarrollo total de la inteligencia humana en sus diversas


esferas de actividad, desde su surgimiento más simple hasta nuestros días, creo
haber descubierto una gran ley fundamental, a la que está sometido por una
necesidad invariable, y que a mi juicio puede ser sólidamente establecida ···
Consiste en que cada una de nuestras concepciones principales, cada rama de
nuestros conocimientos, pasa sucesivamente por tres estadios teóricos diferentes: el
estadio teológico o ficticio; el estadio metafísico o abstracto; el estadio científico o
positivo ···
··· puede ser fácilmente constatable hoy, de una manera muy perceptible ···
considerando el desarrollo de la inteligencia individual. Siendo el punto de partida
necesariamente el mismo en la educación del individuo que en la de la especie, las
diversas fases principales de la primera deben representar las épocas fundamentales
de la segunda. Ahora bien, cada uno de nosotros, al contemplar su propia historia,
¿no se acuerda de que ha sido sucesivamente, en cuanto a sus nociones más
importantes, teólogo en su infancia, metafísico en su juventud, y físico en su
virilidad? Esta verificación es fácil hoy para todos los hombres que están al nivel de
su siglo.
24
Como Comte mismo anota, la primera parte de su Sistema de política positiva, “en la que
consignó por primera vez el descubrimiento de esta ley”, fue dirigida a la Academia de Ciencias
en abril de 1824. Véase COMTE 1975, p. 22, note *.
25
Este curso lo comenzó a exponer por primera vez en abril de 1826, siguiendo un plan general
que había elaborado durante 24 horas de meditación continua. Pero la exposición hubo de
interrumpirse a la tercera sesión, debido a una crisis mental, de la que no se recuperó hasta 1828.
(En 1828 escribió unos comentarios «Sobre la Irritación y la Locura», utilizando su propia
experiencia personal.) Lo impartió con gran éxito dos veces, en 1829 y 1830, con asistencia de
miembros de la Academia de Ciencias como Jean-Baptiste Fourier (su secretario perpetuo),
Henri-Marie de Blainville, Alexander von Humboldt, Claude Navier y Louis Poinsot.
26
COMTE 1975, p. 21.
40 El diálogo teología-ciencias hoy: I

Notemos que, según esa ley la teología aparece como una antigualla doble. Para
un científico moderno (“que esté al nivel de su siglo”, ¡siglo XIX!) no tiene
ningún sentido dialogar, ni con la metafísica, ni mucho menos con la teología.
Pero –conviene subrayarlo– las ciencias resultaron también terriblemente
empobrecidas con esta manipulación positivista. Ya no cabe fundamentarlas en
ninguna curiosidad (¡metafísicamente peligrosa!), sino sólo en la sorpresa que nos
proporcionaría observar un fenómeno “en contradicción con las leyes naturales
que nos son familiares”. Las matemáticas (para que traten de algo positivo) no
son más que “la ciencia que tiene por objeto la medida, directa o indirecta”. La
astronomía nunca deberá hablar del universo (¡eso introduciría pseudoproblemas
metafísicos!) sino limitarse al “estudio geométrico y mecánico del pequeño
número de cuerpos celestes que componen el mundo”, nuestro sistema planetario
cuyas leyes conocemos. Y así para las demás ciencias.27
Curiosamente Comte dedicó los últimos años de su vida a elaborar una
religión positivista de la humanidad. Expuso estas ideas en su segunda gran obra,
Sistema de política positiva que instituye la Religión de la Humanidad, en
cuatro volúmenes (1851-1854), y en su Catecismo positivista o Exposición
sumaria de la Religión universal (1852). Este último consta de doce diálogos
entre la Mujer y el Sacerdote, que incluyen hasta los detalles del culto privado y
público.28 Comte murió el 5 de setiembre de 1857 en su casa de París
–conservada como recuerdo de sus últimos 16 años– tras haber encargado de
ejecutar su testamento a trece discípulos, bajo la presidencia de P. Laffitte.
La concepción positivista parece reaparecer en la historia como una fiebre
recurrente, unas “cuartanas” que rebrotan cada medio siglo. Rebrotó primero
con el positivismo psico-físico de Ernst Mach, y luego en el positivismo lógico del
Círculo de Viena.
Ernst Mach (1838-1916), nacido en Moravia (actual República Checa), y
estudiante en Viena, realizó una brillante carrera como físico experimental, siendo
catedrático en las universidades de Graz, Praga y Viena, donde en 1895 se le creó
una cátedra de “filosofía, especialmente de la historia y la teoría de las ciencias
inductivas”. Desde ella difundió sus ideas filosóficas, que había expuesto ya en su
Historia de la Mecánica (1883). Según ellas, el mundo se reduce a sensaciones,
pues cada uno de sus cuerpos “es un conjunto relativamente constante de
sensaciones táctiles y visuales, asociadas con las mismas sensaciones de tiempo y
espacio”; y la ciencia, mediante sus leyes, ordena esas sensaciones, y cumple una
función “económica”, la de “ahorrar la experiencia [que no llegamos a realizar]
mediante imágenes y representaciones mentales de los hechos”. A propósito de
la inspiración teológica y finalística con que se introdujeron históricamente en la
27
Ibídem, pp. 45, 66, 303.
28
COMTE 1982. Los diálogos están inspirados por la amistad de Comte con una jovencita,
Clotilde de Vaux (a la que pretendía adoptar como hija). En este Catecismo se incluye el
catálogo de la «Biblioteca positivista», selección de obras famosas. Se incluye también el
«Calendario positivista», estructurado en 13 meses de 28 días (con uno o dos días
suplementarios al año), y que marca como origen de la edad moderna el primer día del año 1789.
Los días de los meses, semanas y días se denominarán, en el calendario definitivo, por ideas
abstractas: los vínculos fundamentales Religioso, Político, Conyugal, Paternal y Filial, los
estadios preparatorios de Fetichismo, Politeísmo y Monoteísmo, y las funciones normales de la
Humanidad como la Mujer, el Sacerdote, el Patriciado y el Proletariado .
2. La ilustración y los sucesivos positivismos 41

mecánica los “principios de mínimo”, expresa claramente su concepción general


antimetafísica y antiteológica, como signo de superación de aquella etapa, tras tres
siglos de formalización científica y de ilustración.29

2.4 Pretensiones del positivismo lógico del Círculo de Viena30


Este Círculo fue establecido por Moritz Schlick (1882-1936) en la cátedra
creada para Mach. Sus características de logicismo y empirismo configuraron el
“criterio de significado” que, para las proposiciones no púramente lógico-
matemáticas, está basado en la verificabilidad experimental: Una proposición no
significa absolutamente nada, si no puede reducirse a un conjunto de hechos
directamente observables, de forma que su verdad o falsedad pueda decidirse
inequívocamente a partir de ellos.
Siguiendo este criterio, uno de sus principales exponentes Rudolf Carnap
(1891-1970) escribió un famoso artículo, “Superación de la metafísica, mediante
el análisis lógico de la lengua” (1932). En él considera, entre otras, la palabra
‘Dios’ como totalmente desprovista de significado: 31

RUDOLF CARNAP, “Superación de la metafísica ···” (1932)


La palabra “Dios” es otro ejemplo [de término metafísico carente de significado]
··· En su uso mitológico la palabra tiene un significado claro ··· Es utilizada para
designar a seres corpóreos que están entronizados en el olimpo, en el cielo o en los
infiernos, y que se hayan dotados en mayor o menor grado de poder, sabiduría,
bondad y felicidad.
··· Por el contrario, en su uso lingüístico metafísico la palabra “Dios” designa algo
que está más allá de la experiencia. El vocablo es deliberadamente despojado de
cualquier significado relativo a un ser corpóreo ··· y como no se le otorga un nuevo
significado deviene asignificativo ··· En el caso particular de este vocablo ni siquiera
se ha satisfecho la primera exigencia de la lógica: la especificación de su sintaxis, es
decir, de la forma como aparece en su proposición elemental. En este caso la
proposición elemental debería tener la forma “x es un Dios”; sin embargo, el
metafísico rechaza completamente esta forma sin sustituirla por otra o, si llega a
aceptarla, no indica la categoría sintáctica de la variable x . (Son categorías, por
ejemplo: cuerpos, propiedades de cuerpos, relaciones entre cuerpos, números, etc.)
El uso teológico de la palabra “Dios” se sitúa entre el uso mitológico y el
metafísico. No hay aquí ··· sino una oscilación del uno al otro ···

La tosquedad de este análisis –en el que ‘Dios’ es un predicado más, del que sólo
cabe definir si se utiliza con sujetos pertenecientes a la categoría de los números
(puras estructuras lógicas) o a la de los cuerpos (directamente observables)–
resulta sorprendente a nuestra tradición filosófica de la “analogía del ser”, y aun
a la mentalidad actual ordinaria. Pero así era la concepción epistemológica que
dominaba toda reflexión sobre las ciencias hasta mitad del siglo XX.
29
Véase MACH 1949, secciones 5.2, 4.4 y 4.2. Albert Einstein, que llegó a apreciar la
concepción de Mach como antídoto frente al dogmatismo mecanicista imperante en su juventud,
verá su gran defecto “en que [Mach] venía a creer que la ciencia consiste en una mera
‘ordenación’ de material empírico, es decir, ha desconocido el elemento constructivo libre de la
elaboración conceptual.” EINSTEIN-BESSO, p. 391.
30
Sobre este tema, véase DONCEL 1994.
31
CARNAP 1932, p. 225-226.
42 El diálogo teología-ciencias hoy: I

Norwood Rusell Hanson (1924-1967), conocido por sus estudios


históricos del proceso de descubrimiento científico más que por los de la sintaxis
lógica, publicó poco antes de su muerte prematura el artículo “En lo que yo no
creo”.32 En él lanza su “misil de creencia atea”: La afirmación ‘Dios existe’ es
una proposición “sintético-factual”, que ni puede establecerse lógicamente, ni ha
sido establecida factualmente. Por más que bien pudiera haber sido establecida:

N.R. HANSON, “En lo que yo no creo ···” (1967)


Supongamos que el próximo martes por la mañana inmediatamente después del
desayuno, todos los que estamos en este mundo nos vemos postrados de rodillas
por un tronido percusivo e hiriente para los oídos. La nieve se arremolina; las hojas
caen de los árboles; la tierra se levanta y se comba, los edificios se vienen abajo y
las torres se desploman; el cielo arde con una luz misteriosa y plateada. Justo
entonces, cuando toda la gente de este mundo mira hacia arriba, los cielos se abren
–las nubes se apartan– descubriendo una figura de Zeus increíblemente inmensa y
radiante que se eleva por encima de nosotros como cien Everestes. Frunce el ceño
de un modo sombrío mientras el resplandor va recorriendo los rasgos de su cara
miguelangelina. Entonces señala hacia abajo –¡a mí!– y exclama, para que puedan
oírle todos los hombres, las mujeres y los niños: “Ya he tenido bastante de tus
habilidosas sutilezas lógicas y de tus rebuscados juegos de palabras sobre la
cuestión teológica. Convéncete, N. R. Hanson, de que, con toda certeza, existo.”

Hanson asegura que con eso “quedaría bien convencido de que Dios existe”,
pero sin ello no tiene “una buena razón para creer en la existencia de Dios”.
Tales concepciones de ciencia ilustrada y positivista excluían totalmente el
diálogo teología-ciencias. Y ellas mismas forzaron la autonomía de las ciencias.
Yo creo que esa historia hubiera podido ser distinta, de forma que lo que hoy
llamamos “investigación interdisciplinar” fuera exigencia, no sólo de científicos
sensatos, sino de las ciencias mismas.

32
HANSON 1967, especialmente p. 15.
Capítulo 3
SUPERACIÓN HISTORIOGRÁFICA DEL POSITIVISMO LÓGICO

3.0 Introducción
El positivismo lógico va siendo superado desde la mitad del siglo XX por
diversas corrientes epistemológicas que atienden centralmente a la evolución
histórica de las ciencias experimentales. En este capítulo recapitularemos algunas
de ellas, subrayando los elementos que pueden inspirar semejanzas o contrastes
con la teología. Comenzaremos con Popper, que se opone al círculo de Viena y
propone un criterio que caracteriza a las ciencias experimentales a la vez que
explica su cambio (§3.1). Continuaremos con Kuhn, que al estudiar las
revoluciones científicas atiende con más profundidad al carácter histórico y aun a
microsociológico de las ciencias, y cuyo concepto de paradigma resulta inspirador
para la teología (§3.2). Por fin, entre otros epistemólogos historicistas, nos
fijaremos en Toulmin, que estudia la evolución de los conceptos científicos y hace
especiales alusiones a la experiencia global en los momentos de cambio radical
(§3.3). Concluiremos con unas detenidas reflexiones sobre la teología como
ciencia “experiencial”, en contraposición a “experimental” (§3.4).

3.1 Karl Popper y la falsabilidad como criterio científico


Karl R. Popper (1902-1994) nació cerca de Viena, y tuvo contacto con
varios miembros del Círculo de Viena, pero se opuso duramente a éste, desde el
principio mismo de su carrera filosófica. Su obra epistemológica más famosa es
La lógica de la investigación científica, editada originalmente en alemán en
“1935”, reeditada por él mismo en inglés en 1956 con muchas notas y apéndices
añadidos, y muy bien traducida al castellano.1 En una recopilación de artículos
posterior, Conjeturas y refutaciones, y en el primero de ellos titulado a su vez
«La ciencia: conjeturas y refutaciones», explica con viveza el origen de sus
reflexiones epistemológicas. 2
Corria el año 1919, en que Popper se introducía en el mundo universitario
de Viena, con todas sus novedades intelectuales. Era por entonces novedad la
psicología psicoanlítica de Sigmund Freud, y –poco después– la psicología
individual de Alfred Adler. Pues bien, Popper notaba que cualquier historial
psicológico de los que él conocía y explicaba a sus amigos freudianos o adlerianos
1
Véase POPPER 1935. El entrecomillado alude a que su obra original alemana, aunque datada
“1935”, fue en realidad publicada a finales de 1934 (Popper lo subraya, para hacer ver la
antigüedad de su oposición al Círculo de Viena). La obra es profundamente interesante pero, sin
dominar el lenguaje de lógica simbólica, sólo su primer tercio resulta legible.
2
POPPER 1963, pp. 43-52.
44 El diálogo teología-ciencias hoy: I

era considerado, por unos y por otros, como una comprobación evidente de sus
teorías tan dispares. Eran también novedad los primeros defensores del
materialismo dialéctico de Karl Marx. Y Popper notaba también que a cualquier
hecho socio-político que les propusiera le encontraban explicación, en el complejo
dinamismo de su dialéctica histórica. Eran, por fin, novedad los estudiosos de la
teoría de la relatividad general de Einstein, cuando hablaban de la curvatura del
espacio en la proximidad de grandes masas y de la posibilidad de contrastarla
astronómicamente por la aparente separación de dos estrellas durante el eclipse de
sol de 1919.3 Popper notaba que esa teoría de Einstein tenía un estatus distinto
al de las anteriores teorías psicológicas y marxista. Pues si la observación
astronómica aseguraba que la separación de estrellas predicha por ella no se
produjera, no habría más remedio que decir que esa teoría de Einstein era falsa.
Por más que, si se producía, no se seguiría de ello que fuera verdadera.
Estas reflexiones le llevaron, durante el invierno de 1919-20, a un conjunto
de conclusiones que son el núcleo inicial de su epistemología. Lo que caracteriza
a una teoría científica no es el “explicar” hechos, sino el ser “falsable”, o sea
correr el riesgo de que pueda ser un día mostrada falsa, mediante un solo
experimento que contradiga uno solo de los hechos observables que predice.
Esta “falsación” no supone ningún proceso de inducción (que Popper cree
lógicamente imposible), sino una simple deducción lógica.4 La “falsabilidad” es
pues para Popper el “criterio de demarcación” que distingue las ciencias
empíricas de otros saberes, quizás muy respetables como la metafísica, pero a los
que no podemos considerar ciencias empíricas.
Popper nos habla en su autobiografía de una famosa discusión con Carnap
en el Tirol durante las vacaciones de verano de 1932.5 Éste interpretaba su
criterio de “falsabilidad” como una nueva formulación, quizá más precisa, de su
propio “criterio de significado” (según él carecerían de significado no tanto las
proposiciones no verificables, sino las no falsables). Pero Popper protestaba
enérgicamente de esa interpretación arbitraria, que le convertía a él en positivista.
Y nos asegura que, tras estudiar concienzudamente los análisis lingüísticos que
acababa de publicar Carnap sobre las pseudo-proposiciones metafísicas, llegó a la
conclusión de que el llamado «problema del significado» era en realidad un
auténtico «pseudoproblema».

3
Al suponer la curvatura del espacio en torno a la gran masa del sol, la teoría predecía que dos
estrellas diametralmente opuestas al disco solar eclipsado aparecerían algo más separadas que de
ordinario (¡poco más de un segundo de arco!). El eclipse se requiere sólo para que la luz solar
no ciegue la observación. Ésta fue realizada por dos expediciones a África y a Sudamérica
durante el eclipse del 29.5.1919. Los resultados, especialmente los del equipo de Eddington,
fueron rigurosamente discutidos en Londres, en la sesión conjunta de la Royal Society y la
Astronomical Society la tarde del 6.11.1919, bajo la presidencia del “Astronomer Royal”, el
Director del Greenwich Observatory. El London Times del día siguiente titulaba un artículo:
“Revolución en ciencia: Nueva teoría del Universo: Las ideas newtonianas derrocadas”.
4
Esta deduccion se basa en el silogismo proposicional llamado “modus tollens”, que podemos
formular así:
t→e [Si la teoría t implica el resultado experimental e]
∼e [y se da el resultado contrario, “no e”]
∼t [entonces, “no t”, o sea, queda falsada la teoría t]
5
POPPER 1976, § 17, p. 120 de la edición castellana, y POPPER 1963, cap. 11.
3. Superación historiográfica del positivismo lógico 45

La epistemología de Popper, desde su misma inspiración de contrastar la


teoría de Einstein respecto a la de Newton, está abierta a la reflexión sobre el
cambio científico, aunque se fije principalmente en los cambios que llamaremos
revolucionarios e imagine el proceso de cambio como una consecuencia lógica,
instantánea. Por otra parte, en su concepción realista sostiene unas verdades y
valores objetivos, que han de reconocerse en el “mundo 3” de los enunciados en
sí mismos, contrapuesto al “mundo 1” de las cosas u objetos físicos y al “mundo
2” de las experiencias subjetivas o procesos mentales.6
En esta concepción popperiana de las ciencias empíricas cabe entablar un
diálogo entre ellas y la teología pues –por más que Popper no desarrolle el tema–
ésta última puede considerarse un saber respetable, aunque no obedezca al
criterio de demarcación falsabilista, basado en la experimentación con aparatos.

3.2 Thomas Kuhn y los paradigmas científicos


Thomas S. Kuhn (1922-1996), nacido en Cincinnati (Ohio) estudió física e
hizo el doctorado en la Universidad de Harvard (1940-49). Enseñó historia de las
ciencias en esa universidad (1951-56), y en las de Berkeley (1958-64) y Princeton
(1964-79). En 1979 se incorporó como profesor de filosofía e historia de las
ciencias al Massachusetts Institute of Technology, hasta el final de su vida.
Falleció en 1996, a consecuencia de un proceso canceroso de varios años.
Kuhn presentó su epistemología en el ensayo ya clásico, La estructura de
las revoluciones científicas (1962). Distingue allí períodos de “ciencia normal”,
dirigida por un “paradigma”, de otros períodos de “ciencia extraordinaria” o
“revolución científica”, en los que el paradigma ha de ser sustituido por otro.
Así que su epistemología, en contraposición a la del superado positivismo lógico,
presenta un claro carácter histórico. Difícilmente puede ser concebida sin la
perspectiva del historiador de las ciencias que vive en siglo XX, en el que se
hacen patentes revoluciones conceptuales sucesivas dentro de una misma ciencia,
como las que han dado lugar primero a la física relativista, y luego a la cuántica.
Kuhn presenta también como esencial a una ciencia su carácter colegial o social.
Es una colegio de especialistas quien acepta el paradigma como marco de la tarea
científica, y quien acepta el cambio de ese paradigma, como conclusión de la
revolución científica. Pero, para Kuhn, este carácter colegial o social de la ciencia
no se extiende a la gran sociedad que difícilmente entiende de esas decisiones
epistemológicas, sino a la pequeña comunidad de especialistas, bien delimitada por
la “disciplina del arcano” necesaria para entrar en su especialidad.7
Kuhn no era ciertamente ningún teólogo ni ningún metafísico, pero su
imagen de la “ciencia normal” sugiere paralelismos con la teología. Como decía
antes de publicar La estructura, esa ciencia normal está sometida a “dogmas”, o
como preferirá decirlo desde su publicación, está “comprometida” con el
6
Véase, por ejemplo, POPPER 1976, §§ 38-40.
7
Por eso, resulta confuso denominar “sociológica” a la epistemología de Kuhn. Yo prefiero
llamarla “microsociológica” (en un sentido cuantitativo apropiado: no se alude con ese adjetivo
a los miles de millones de habitantes del planeta, sino a los pocos miles de especialistas
científicos de esa comunidad internacional). No se hallará ese término “microsociológico” en
los escritos de Kuhn, pero puedo testificar que no le desagradaba, al usarlo yo en una entrevista
con él, en diciembre de 1984.
46 El diálogo teología-ciencias hoy: I

“paradigma”.8 Así que en realidad el paradigma kuhniano es la constelación de


compromisos (“constellation of commitments”) que agrupa a los científicos de
una cierta especialidad. El paradigma es compartido (“sharing”) con fe (“faith”)
y con confianza (“confidence”) por los miembros del correspondiente colegio
de especialistas. La aparición de “anomalías” experimentales puede producir una
“crisis”, por pérdida de confianza en el paradigma establecido. Sólo entonces es
posible que algunos –quizá jóvenes, pero buenos conocedores del paradigma–
propongan otro alternativo. Pero, por ser el nuevo paradigma lógicamente
“inconmensurable” con el anterior, nunca se podrá probar su superioridad
científica mediante una demostración lógica.9 Así que no se puede imponer a los
otros, únicamente se pueden proponer argumentos persuasivos (“persuasive”)
para que sea aceptado mediante un cierto proceso de conversión (“conversion”).
Y la revolución científica, tras ese periodo de crisis de confianza en el paradigma
establecido, no es más que la recuperación de esa confianza, dirigida ahora a los
compromisos del paradigma alternativo.
Los científicos comparten un conjunto de compromisos paradigmáticos
–que son los elementos de la «matriz disciplinar», elaborada a partir de él10–.
Comparten, en primer lugar, las conceptualizaciones y aun las leyes y principios
básicos de la teoría científica (que en realidad son «generalizaciones simbólicas»).
Comparten además la delimitación del campo experimental al que es aplicable,
con las reglas de juego y los instrumentos experimentales que fijan la aplicación.
Comparten finalmente una serie de concepciones básicas, y una Weltanschauung,
con ciertos elementos cuasi-metafísicos y metodológicos propios de la disciplina y
ciertos valores generales propios de toda ciencia.11 Veamos cómo presentaba
por primera vez el propio Kuhn estos compromisos en La estructura:12

8
Poco antes de publicar La estructura, en un congreso celebrado en Oxford, Kuhn habló de los
“dogmas” de la ciencia ordinaria. Tal terminología fue muy criticada por Michael Polanyi y
otros, por lo que Kuhn decidió transformarla en la de los “compromisos” paradigmáticos.
Véase CROMBIE 1963, pp. 375 y 392.
9
La idea de “inconmensurabilidad” lógica, muy discutida por los lógicos y elaborada por
Kuhn, está inspirada por las “cantidades inconmensurables”. Los pitagóricos descubrieron un
triste día, que ciertas cantidades –como la longitud de la diagonal y la del lado de un cuadrado–
tienen una “razón irracional” (en griego, un “logos álogos”). Esto significa: que no existe
una unidad de longitud, por pequeñísima que sea, que permita medir con toda precisión esa
diagonal y ese lado con números enteros. La analogía con los paradigmas inconmensurables es:
que no existe un conjunto de conceptos por básicos que sean, que permitan definir lógicamente
con toda precisión los cuadros conceptuales de uno y otro paradigma. Las elaboraciones
últimas del propio Kuhn intentaban aclarar esta inconmensurabilidad como cambio radical en la
“clasificación taxonómica” de los “conceptos genéricos” característicos de los paradigmas.
10
En una famosa comunicación al congreso de Londres de 1965, la lógica Margaret Masterman
recriminaba a Kuhn de emplear en su famoso libro la palabra «paradigma» en 21 acepciones
distintas, que caracteriza e ilustra ampliamente, y ella misma clasifica en tres grupos: acepciones
científico-instrumentales, sociológicas, y metafísico-valorales. Tras escucharla pacientemente,
Kuhn se conformó con hacer esta simple distinción entre “paradigma”, o artículo novedoso que
solventa la crisis y es aceptado por la comunidad, y “matriz disciplinar”, constituida por los
elementos que vamos a indicar y aun por algunos paradigmas iniciales propios de la disciplina.
Véanse en LAKATOS & MUSGRAVE 1970, la recriminación de Masterman en pp. 159-201, y la
distinción de Kuhn en pp. 441-442 (de ed. cast.).
11
Valores característicos de las ciencias empírico-formales que comentaremos enseguida.
12
KUHN 1962, cap. 4, pp. 75-79 (de ed. cast.).
3. Superación historiográfica del positivismo lógico 47

THOMAS KUHN, La estructura de las revoluciones científicas (1962)


El estudio de las tradiciones científicas normales hace descubrir muchas otras
reglas complementarias, que proporcionan mucha información sobre los
compromisos que deducen los científicos de sus paradigmas. ¿Cuáles podemos
decir que son las categorías principales ··· ? La más evidente y, probablemente, la
más vinculante, es ilustrada por los tipos de generalizaciones que acabamos de
mencionar. Son enunciados explícitos de leyes científicas y sobre conceptos y
teorías científicos. ···
... A un nivel inferior o más concreto que el de las leyes y las teorías, hay, por
ejemplo, una multitud de compromisos sobre tipos preferidos de instrumentación y
los modos en que pueden utilizarse legítimamente los instrumentos aceptados. ···
Menos locales y temporales, aunque todavía no características invariables de la
ciencia son los compromisos de nivel más elevado, cuasi-metafísicos, que muestran
tan regularmente los estudios históricos. Por ejemplo, desde 1630, ··· la mayoría de
los científicos físicos suponían que el Universo estaba compuesto de partículas
microscópicas, y que todos los fenómenos naturales podían explicarse en términos
de figura, tamaño, movimiento e interacción corpusculares. Este conjunto de
compromisos resultó ser tanto metafísico como metodológico. En cuanto metafísico,
indicaba a los científicos qué tipos de entidades contenía o no el Universo: era sólo
materia con figura en movimiento. En cuanto metodológico, les indicaba cómo
debían ser las leyes últimas y las explicaciones fundamentales ···
Finalmente, a un nivel aún más elevado, existe todavía otro conjunto de
compromisos sin los cuales ningún hombre es un científico. Por ejemplo, el
científico debe interesarse por comprender el mundo, y por extender la precisión y el
alcance con el que ha sido dispuesto. A su vez, ese compromiso debe llevarlo a
analizar, ya sea por sí mismo o a través de sus colegas, algún aspecto de la
naturaleza, con toda clase de detalles empíricos.
La existencia de esta sólida red de compromisos –conceptuales, teóricos,
instrumentales y metodológicos– es una fuente principal de la metáfora que
relaciona la ciencia normal con la solución de rompecabezas.

Todos esos compromisos son pacíficamente compartidos por los científicos


durante los periodos de ciencia normal. Por consiguiente, esta “ciencia kuhniana"
¡está muy lejos de la pretendida “duda metódica” universal de Descartes, y aun
de la falsación siempre amenazadora de Popper!
Duda y cambio sólo se dan en los períodos de “ciencia extraordinaria”,
cuando –puesto en crisis el paradigma aceptado por recalcitrantes anomalías
experimentales, y propuesto un paradigma alternativo– la comunidad científica ha
de decidir entre uno y otro. Y –dado el carácter lógicamente inconmensurable
que parece haber entre ambos– esa decisión comunitaria no puede basarse en un
razonamiento lógico, sino que ha de realizarse mediante un “juicio valoral”.
Kuhn desarrolló este tema en “Objetividad, juicio valoral y cambio de teoría”,
publicado por primera vez en su colección de artículos Tensión esencial.13. Vale
la pena conocer sus ideas centrales.
Contra algunas interpretaciones agresivas de sus críticos, Kuhn defiende
que –aunque no pueda darse un razonamiento lógico riguroso– sí pueden darse
“buenas razones”, que la comunidad científica tiene al elegir el nuevo paradigma.
Y justifica el no haberse extendido en ellas en La estructura, porque no son más
que los criterios epistemológicos que conoce todo el mundo:

13
KUHN 1977, cap. 13.
48 El diálogo teología-ciencias hoy: I

1. La precisión en la concordancia entre las predicciones teóricas y los resultados


experimentales de medida (concordancia que puede estimarse por el número
de decimales que coincidan entre predicción y medida).
2. La consistencia lógica, tanto en el interior de la teoría, como en relación a
otras teorías próximas.
3. El alcance, o extensión mayor y mayor del campo de aplicación propio de la
teoría.
4. La simplicidad que ordena todo un conjunto de fenómenos hasta entonces
dispares, haciéndolos inteligibles como casos diversos de una misma ley.
5. La fecundidad que abre nuevos horizontes a la investigación, dando la
esperanza de que, con ese nuevo enfoque paradigmático, se resolverán los
problemas ulteriores que vayan apareciendo.14

Pero en la decisión del colegio de científicos intervienen necesariamente


factores subjetivos. Y, según Kuhn, esto no es imperfección, sino que responde a
la “naturaleza esencial de la ciencia”. Esto hace ver el carácter complejamente
humano de las bases de una ciencia. Lo más original de Kuhn es subrayar que:
no se trata de simples criterios que determinen la elección, sino de “valores”,
complejos y en competencia, que la influencian;15 que el nuevo paradigma se
acepta con riesgo; que hay “conversión” a él.
Tales valores especifican también otras actividades humanas. Por ejemplo:
—Si se les antepone un valor “0. Utilidad para resolver problemas de la vida
humana y social”, en vez de los valores de la ciencia, resultan los de la técnica.
—Si se suprime el valor “1. Precisión...”, en vez de los valores de una ciencia,
resultan los de la filosofía. (Nótese, pues, que ese primer valor constituye el
“criterio de demarcación” kuhniano, que –como la falsabilidad popperiana–
distingue entre ciencias empírico-formales, y otros saberes: filosóficos, humanos).
Según Kuhn, esos valores pueden también evolucionar a lo largo de la historia,
pero lo hacen mucho más lentamente que los paradigmas.
Notemos finalmente que, al final de su vida, Kuhn quiso revisar y modificar
puntos centrales de su concepción epistemológica, como explica en su artículo
“El camino desde La estructura”.16 Introdujo las “taxonomías léxicas” para dar
cuenta de la inconmensurabilidad de los paradigmas como cambio global de los
términos clasificadores. Se acercó a las concepciones evolucionistas darwinianas,
sustituyendo la idea de “revolución” conceptual por la de “especiación” o
creación de una nueva especialidad científica –quizás predominante, pero
compatible con la anterior–. Lo que Kuhn no ha querido cambiar es su visión
antimetafísica, de negación de una verdad absoluta, y de que –por tanto– el
progreso científico pueda significar un cierto acercamiento hacia ella.

14
Nótee que, contra lo que acaba de decir, este criterio es típicamente kuhniano; es el que
permitirá recuperar la confianza en el nuevo paradigma.
15
Los “valores” de que aquí trata Kuhn, no son evidentemente valores “éticos”, que hagan al
hombre más hombre. Se trata de valores que podríamos llamar “instrumentales científicos”,
que hacen a la ciencia mejor ciencia.
16
KUHN 1991.
3. Superación historiográfica del positivismo lógico 49

3.3 Stephen Toulmin y la experiencia científica global


El enfoque historicista de Thomas Kuhn ha sido seguido por otros
epistemólogos. Mencionemos aquí las concepciones de tres de ellos, Lakatos,
Laudan y Toulmin, fijándonos especialmente en un aspecto muy original de éste
último, que puede inspirar nuestra concepción de la teología.
Imre Lákatos (1922-1974), de origen húngaro, trabajaba en la escuela de
Popper en Londres, donde coorganizó una famosa confrontación entre Kuhn y
los popperianos, durante el Coloquio de Filosofía de la Ciencia de 1965. En ella
expuso por primera vez su concepción de “los programas de investigación
científica”.17 Allí la presentó como una evolución ulterior del falsabilismo de su
maestro Popper, pero en realidad significa un acercamiento a las ideas de Kuhn.
El “programa de investigación” de Lakatos, no es una teoría determinada,
como las teorías falsables de que habla Popper; encierra una sucesión de teorías,
que va elaborando en modificaciones sucesivas impuestas por la experimentación.
Porque el “núcleo” del programa –aceptado sin discusión por los científicos–
encierra mecanismos de seguridad (un “cinturón protector”, en boca de Lakatos)
que, en el momento del choque de la teoría con las anomalías experimentales,
permiten escapar a la falsación, a base de modificar convenientemente la teoría.
El programa será “progresivo” si con esas modificaciones surgen nuevas teorías,
que “pre”-dicen hechos nuevos y éstos se comprueban. Y será “degenerativo”
si las nuevas teorías sólo dan razón de hechos ya conocidos. Si la degeneración
persiste, el programa habrá de sustituirse por otro más progresivo. Para Kuhn,
ese “núcleo” del programa coincide con su “paradigma”, ese trabajo en el
“cinturón protector”, con su “ciencia normal”, y esa fase “degenerativa” del
programa, con su “crisis del paradigma” que puede llevar a la revolución.18
Larry Laudan, doctor por la universidad de Princeton (1965), publicó su
concepción epistemológica en un libro titulado El progreso y sus problemas.19
En él se manifiesta admirador de sus maestros o colegas Popper, Kuhn y
Lakatos, por más que pretenda criticarles en diversos puntos e introducir como
alternativa su propia concepción de “las tradiciones de investigación”.
Laudan comienza por describir la ciencia como resolución de problemas.
Esto ya lo hacía Kuhn con su resolución de “rompecabezas”. Pero Laudan
subraya la importancia de los problemas conceptuales sobre los empíricos, y
pretende dar un procedimiento para cuantificar la efectividad de “mini-teorías”
concretas en la resolución de problemas.20 La tradición de investigación, con sus
compromisos ontológicos y metodológicos (como el paradigma kuhniano),
constituye una “maxi-teoría”, que inspira todo un conjunto de mini-teorías.
Éstas son relativamente autónomas (podrían transferirse de una tradición a otra).
Y la cuantificación de su efectividad permite definir un “ritmo de progreso” de
las tradiciones de investigación. Según este ritmo se podrá elegir racionalmente
una de ellas, sea para su seguimiento (en orden a trabajar en ella), sea para su

17
LAKATOS & MUSGRAVE 1970, pp. 203-343 o, más concisamente, pp. 464-470, de la edición
castellana. ( Ambos textos han sido reeditados en LAKATOS 1978, caps. 1 y 2.)
18
Ibídem, pp. 422-426.
19
LAUDAN 1977. El libro fue largamente discutido en el Congreso de la Philosophy of Science
Association de 1978 en San Francisco.
20
Ibídem, caps. 1 y 2.
50 El diálogo teología-ciencias hoy: I

aceptación (en orden a “tratarla como si fuera verdad”).21 Vemos, pues, que
Laudan con el nuevo lenguaje de tradición de investigación recoge la mayor parte
de los rasgos del paradigma kuhniano.22
Lo que echo de menos en esas concepciones de Lakatos y Laudan es el
equivalente al criterio de demarcación de que hablaba Popper o al valor científico
número 1 que Kuhn proponía como característico de las ciencias empíricas.
Porque creo interesante hacer notar que ese apoyo directo y seguro en la
experimentación es peculiar de esas ciencias empíricas, en contraposición a otras
“ciencias humanas”, y no podemos pretender, por consiguiente, que lo posea la
teología –si no es en forma muy analógica–.
Stephen Toulmin (1922- ), un londinense de la generación de Kuhn,
resulta semejante a éste en su interés por la historia de las ciencias y en su intento
por superar el positivismo lógico mediante una epistemología inspirada en la
historia y en el problema del cambio científico. Sin embargo, también él usará un
distinto vocabulario y aun se presentará a veces como adversario directo de
Kuhn.23 Su obra epistemológica importante es La comprensión humana: 1. El
uso colectivo y la evolución de los conceptos. 24 En ella intenta explicar el
cambio científico por un camino intermedio entre los dos extremos logicistas
vigentes: la racionalidad absoluta (que no puede admitir el verdadero cambio) y
el puro relativismo (que ve el cambio como una ruptura total, un recomenzar el
sistema lógico desde el principio). Busca lo que podríamos llamar la
“racionalidad dinámica” o “razonabilidad”, que quizás no es expresable en un
sistema lógico estricto, pero es típica de todas las empresas humanas intelectuales,
necesariamente en continua evolución. Se opone por ello agresivamente a
“la ilusión revolucionaria” de Kuhn (a la que califica de puro relativismo).25
Centra su solución en la “evolución” (¡sin erre!) de los conceptos, sobre la que
presenta una interesante teoría darwiniana.26 Porque distingue en las ciencias tres
niveles, a los que corresponden cambios más y más profundos. El nivel más
superficial es el de las teorías y proposiciones científicas. Sus cambios no son
21
Pues Laudan como Kuhn no admite una verdad absoluta y un acercamiento de las ciencias
hacia ella. Y en contra de la hegemonía del paradigma kuhniano, admite la existencia simultánea
de tradiciones de investigación distintas. Ibídem, cap. 3.
22
No creo que su intento de racionalizar el cambio mediante la cuantificación de efectividades y
ritmos de progreso supere la razonabilidad del juicio valoral. Sí creo en cambio que falta en
Kuhn la distinción entre seguir un paradigma para: trabajar en él, aceptarlo como “verdadero”,
y aceptarlo como único posible. Y la recuperación de teorías de un paradigma en otro resulta
central para entender el progreso revolucionario, pero exigiría estudiar en profundidad la
“reinterpretación radical” de teorías.
23
Su animadversión procede sin duda de la dura crítica que le hizo a Kuhn durante el coloquio
de Londres de 1965 antes mencionado, en que atacó duramente su distinción central entre
ciencia ordinaria y ciencia extraordinaria, y le obligó a introducir un nuevo tipo de “micro-
revoluciones” científicas (ver LAKATOS & MUSGRAVE 1970, pp. 133-144 de la edición castellana.
Resulta simpático que Kuhn en escritos del final de su vida cite a Toulmin como uno de los
pocos antiguos que le acompañaba en el enfoque histórico de la epistemología.
24
TOULMIN 1972.
25
Ibídem, § 1.2 y § 1.4.
26
Las disciplinas científicas evolucionan, porque sus “poblaciones conceptuales” van sufriendo
continuas variaciones y rigurosas selecciones (de la creativa y exigente comunidad científica).
Esto explica simultáneamente, de acuerdo son su “racionalidad dinámica” la persistencia de las
disciplinas y sus profundos cambios. Ibídem, Introducción a § 2.
3. Superación historiográfica del positivismo lógico 51

graves, mientras se mantenga el nivel más profundo de sus conceptualizaciones


(los conceptos del lenguaje científico, y todo otro tipo de técnicas de repre-
sentación, como analogías y modelos científicos, formalismos matemáticos…).
Los cambios a este segundo nivel son mucho más graves, son lo que Kuhn
llamaba revoluciones científicas. Pero para Toulmin no son tales, porque queda
intacto un tercer nivel científico, el de los “ideales explicativos” característicos de
la disciplina. Estos fijan la verdadera “estrategia” disciplinar, y la aparente
revolución constituye un simple cambio de “táctica”.27
Toulmin se atreve a preguntar en un pasaje, si un cambio científico no
podría alcanzar también el nivel último de los ideales explicativos. Piensa,
sin duda, en la “física cuántica nueva” (Heisenberg 1927, Niels Bohr 1928…),
que nos cambia la concepción misma de las cantidades físicas.28 Toulmin describe
la situación de la ciencia en este momento y la búsqueda de su futura orientación
con rasgos, a mi juicio “super-revolucionarios”. Analicemos este interesante
párrafo (en el que subrayo la frase repetitiva que desearé utilizar más tarde):29
STEPHEN TOULMIN, La comprensión humana, I (1972)
La nebulosidad de los problemas que se plantean en tales “fronteras racionales”
es, por ende, ineludible. Sólo puede haber acuerdo general sobre los criterios de
selección mientras hay suficiente consenso sobre los objetivos y estrategias de una
disciplina; y en una disciplina que se halla también en desarrollo histórico, este
estado de cosas no puede mantenerse por siempre. Así, toda nueva dirección en la
estrategia de una disciplina debe ser justificada, apelando no a pautas previamente
establecidas de argumentación, sino a la experiencia global de los hombres en la
historia total de la empresa racional involucrada. Mientras esta nueva dirección se
traduzca en un progreso, surgirán dudas sobre la validez de consideraciones que
antes eran autorizadas y sobre las que había acuerdo; y estas dudas a menudo
provocan acres polémicas, expresadas en términos que reflejan la incertidumbre
acerca de los límites propios de la disciplina. (“¡Eso no es física!”) Ello no
obstante, es posible razonar sobre tales reorientaciones estratégicas, siempre que se
comprenda claramente qué tipos de razonamiento se requieren. Como solía decir
Wittgenstein en sus últimos años, “mis argumentos tal vez no sean ‘filosóficos’
por ninguna definición anterior de la palabra, pero son los ‘herederos legítimos’ de
lo que antes se conocía como filosofía”. De igual modo, en momentos de
reorientación estratégica en otras disciplinas y empresas, la cuestión básica ya no
será “¿es esto derecho, o física, o música...?”, sino “es esto el heredero legítimo de
lo que hasta ahora se ha llamado ‘derecho’, o ‘física’, o ‘música’...?”. Y la
cuestión crucial del método intelectual es entonces cómo puede recurrirse a la
experiencia total de la historia del hombre para decidir a qué debe considerarse
como una “reorientación legítima” de una disciplina o empresa.

Reconocer esta recapitulación sobre la experiencia global de la tradición científica


como necesaria para poder hacer avanzar la ciencia, me resulta especialmente
original de Toulmin. Y creo que, como veremos, esta recapitulación que el
científico ha de realizar en situaciones muy extraordinarias es análoga a la que
realiza cada día el teólogo en su investigación creativa.
27
Ibídem, § 2.1 y § 2.2.
28
Siempre habíamos concebido las cantidades físicas como propiedades cuantitativas que
poseen los cuerpos (o los campos). En la física cuántica aparecen como virtualidades de carácter
probabilista de los sistemas físicos, que tomarán un valor u otro en el proceso de medida.
29
Ibídem, fin del § 3.2, p. 247 de la edición castellana.
52 El diálogo teología-ciencias hoy: I

3.4 La teología como “ciencia experiencial”


Hans Küng, bajo el influjo de Thomas Kuhn, ha utilizado ampliamente los
“paradigmas teológicos”, tanto para estudiar ecuménicamente las diferentes
confesiones cristianas, como para estudiar históricamente la evolución de nuestra
teología hacia el tercer milenio.30 En nuestro diálogo teología-ciencias se utilizan
también las dos epistemologías postkuhnianas mencionadas en la sección anterior:
Nancy Murphy utiliza los “programas de investigación científica de Lakatos, y
Tadeusz M. Sierotowicz las “tradiciones de investigación” de Laudan.31 Yo creo
que en ese diálogo pueden utilizarse analógicamente los “paradigmas” kuhnianos
mismos, con las modificaciones convenientes, y subrayando que la teología sólo
puede ser considerada como “ciencia experiencial”.32

3.41 Los paradigmas teológicos


Como ya hemos sugerido, los paradigmas científicos de Thomas Kuhn
muestran un gran paralelismo con los cuadros doctrinales teológicos. En primer
lugar, son compartidos por una cierta comunidad de especialistas iniciados en el
dominio científico, pertenencia comunitaria e iniciación que consiste precisamente
en la aceptación del paradigma (paralelismo con la comunidad eclesial y la
profesión de fe). Kuhn descubre pues en la ciencia una esencial dimensión
comunitaria que posee un verdadero valor epistemológico. Sólo al interior de
esta comunidad se tomarán decisiones científicas muy radicales sobre mantener o
abandonar paradigmas. Oficialmente nadie “es excomulgado” en la comunidad
científica; pero en el decurso de la ciencia normal, quien rechaza el paradigma
compartido ya no es considerado científico, y en el decurso de la ciencia
extraordinaria, habrá que esperar pacientemente la muerte del último partidario
del paradigma abandonado.
Yo creo que se puede hablar muy bien de paradigmas teológicos. Por
analogía con las “matrices disciplinares” de Kuhn, se podrían distinguir los
siguientes elementos en un paradigma de Teología (pienso espontáneamente en
Teología católica):33

1. Las simbolizaciones, por ej., conceptos básicos: “Dios padre”, “creación”,


“salud”, “gracia”…, (con las profundas concepciones implicadas en ellos).
2. Los principios básicos del paradigma, como: “Dios tiene una eficiente
voluntad salvífica universal”.
3. El campo de aplicación, es decir, las experiencias propias del paradigma, y el
modo de aplicarlo a ellas: experiencia religiosa, sacramentos, liturgia…
Y finalmente:
4. Los valores que deben guiar la elección de un buen paradigma teológico:
su concordancia con la experiencia, su sistematización (alcance, simplicidad y
coherencia) y su fecundidad, o expectativa de que responderá a ulteriores
cuestiones teológicas (véase, más arriba, el criterio epistemológico 5).

30
KÜNG 1987, parte 2, pp. 109-148 de la trad. castellana.
31
MURPHY 1990.
32
DONCEL 1993, comunicación francesa al Seminaire BENA 6, que traduzco aquí en gran parte.
33
KUHN-1962, “Postscript-1969” en 21970
3. Superación historiográfica del positivismo lógico 53

Quisiera insistir en que el estar “basada en la fe” –característica que parece


exclusiva de la teología– se corresponde con el estar “basada en la confianza
en el paradigma” –en una “fe humana” característica de la ciencia kuhniana–.
El aspecto crítico de la ciencia normal ya no lo concebimos como fundado en una
cierta duda metódica, sino en la confianza básica en el paradigma. Y, aunque
prefiramos no hablar de “dogmas”, esa ciencia se guía por verdaderos
compromisos con el paradigma. Son los compromisos que aglutinan los
científicos de una misma especialidad, y hacen eficaz su trabajo, llamando la
atención sobre las cuestiones acuciantes del paradigma, y facilitando publicaciones
directamente enfocadas al núcleo de estas cuestiones. Únicamente durante las
revoluciones científicas se pierde esta confianza en el paradigma, haciendo así
posible la propuesta de un paradigma alternativo. La aceptación del nuevo
paradigma deberá ser guiada por los cinco valores que acabamos de recordar,
especialmente por el de la fecundidad, o expectativa de que resultará
científicamente válido. Es decir, la ciencia extraordinaria restablece la confianza
en el paradigma.
Quisiera indicar aquí un punto, ciertamente mencionado pero no
desarrollado por Kuhn, ni en La estructura ni en sus publicaciones ulteriores.
Aunque se trate de paradigmas lógicamente “inconmensurables” (con distinta
“taxonomía léxica”), el nuevo paradigma puede recuperar, por una especie de
traducción o interpretación, lo que había de científicamente válido en el anterior.
Me gusta llamar a este proceso “ la reinterpretación radical” de los contenidos
del antiguo paradigma en el cuadro conceptual del nuevo. Y creo que ésta es la
primera preocupación de todo científico revolucionario y responsable (lo que
Niels Bohr introducirá como “principio de correspondencia” entre su macánica
cuántica y la mecánica clásica). Sé bien que a Kuhn no le gusta llamar a esto
“reinterpretación”, pero creo que el adjetivo “radical” suprimiría sus reticencias,
subrayando que incluso las primeras experiencias conscientes son también
interpretadas según el nuevo cuadro conceptual. En teología, tal reinterpretación
radical deberá aplicarse únicamente a lo que era teológicamente válido, a lo que
tenía un sentido religioso vivo.34

3.42 El elemento “experiencial” en teología


El elemento de experiencia en teología es, sin duda, el más difícil de
caracterizar en esta analogía con las ciencias experimentales. Sin entrar en
discusiones filológicas, quisiera subrayar que la palabra ‘experiencia’ tiene una
gran riqueza de acepciones, que desbordan las de la palabra ‘experimento’,
característica de las modernas ciencias “experimentales”. Como vimos (§1.3),
Francis Bacon ilustraba bien esta segunda palabra, cuando justificaba la necesidad
de basar las ciencias modernas en “experimentos con instrumentos mecánicos” o
con “aparatos” –como diríamos hoy, pensando en nuestros laboratorios
científicos y en nuestra ciencia pesada–. Este concepto de “experimento” no

34
Por ejemplo, si en la tradición cristiana la virginidad de María tenía un verdadero sentido
religioso (no era tan sólo una curiosidad anatómico-fisiológica, expresada en un cuadro
biológico muy diferente del nuestro), habría que redescubrirlo y reinterpretarlo en nuestro
cuadro conceptual de hoy (quizás el carácter de “parthenos” no pretenda más que subrayar el
de “theotocos”).
54 El diálogo teología-ciencias hoy: I

existía en la ciencia aristotélica, basada sobre una “experiencia científica” que


Aristóteles concebía y practicaba como observación atenta, que llegaba a obtener
la “familiarización” con el fenómeno y pretendía alcanzar la intuición directa de
su esencia.
El “experimento”, propio de las modernas ciencias “experimentales”, nos
parece algo objetivo, que puede ser confirmado por varios experimentadores
independientes y puede repetirse en todo laboratorio suficientemente equipado
(por más que esté “cargada de teoría” y dependa radicalmente del paradigma).
En cambio, la “experiencia” que fundamenta la teología es necesariamente
experiencia religiosa y viva, del teólogo. Es algo personal, inobjetivable e
irrepetible (en cierto modo, semejante a la experiencia científica de Aristóteles).
Sería por consiguiente muy confuso calificar de “experimental” a la teología.
Hemos de introducir para ella un nuevo adjetivo “experiencial”, que contenga la
riqueza semántica de “experiencia” (como existe en inglés “experiential”,
diferente de “experimental”).
Percibimos además esta experiencia teológica como comprometedora para
nuestra existencia, y la sabemos sobrenatural, basada sobre la fe, obra del
Espíritu. Admitiendo que “Dios ··· puede ser conocido con certeza por la luz
natural de la razón humana a partir de las cosas creadas”,35 podemos bien pensar
que el compromiso que la existencia de Dios supone para nosotros, hace
desembocar este camino de la razón en un verdadero acto de fe.
La experiencia teológica es además esencialmente comunitaria, propia de
una Iglesia, de un “pueblo de Dios”. La fe ha de ser compartida. Su aceptación
tiene una significación iniciática, que los cristianos expresamos mediante la
profesión del “credo” y la recepción del bautismo. Acabamos de ver que esta fe
eclesial tiene también un paralelo en la concepción kuhniana de las ciencias:
la confianza compartida en el paradigma que aglutina el colegio científico.
Podríamos continuar el paralelismo, considerando la distinción y la interconexión
que existe en las ciencias actuales entre sus teóricos y sus experimentadores.
A esto corresponde en la fe eclesial la experiencia religiosa fundada sobre la
autoridad de otro.36 Una parte de la experiencia del teólogo puede así estar
fundada sobre la autoridad del “profeta”.
La experiencia teológica tiene además una característica especial: tiene una
dimensión histórica, al estar esencialmente fundada sobre una tradición que es
propia de la Iglesia en su perspectiva diacrónica. Nuestras experiencias religiosas
han sido inspiradas, sin duda, por nuestros padres, nuestros formadores, y los
sacerdotes o amigos religiosos que podemos haber contactado. Pero están
también fundadas sobre los escritos de Santos Padres y sobre documentos
litúrgicos y bíblicos, cuyos autores no hemos podido conocer personalmente.
Así se constituye la “Tradición” religiosa, esta inmensa empresa de transmitir,
para que puedan ser vividos (por consiguiente, ¡necesariamente reinterpretados!),
los grandes valores de la experiencia religiosa anterior.37
35
Según afirma el Concilio Vaticano I: DENZINGER 1959, n. 1785.
36
Véase SOSKICE 1988, p. 181.
37
Pensemos, por ejemplo, en unos Ejercicios ignacianos, en los que el ejercitante se esfuerza en
revivir, actualizándolas para su vida concreta, las experiencias que Ignacio de Loyola había hecho
en la Manresa del siglo XVI, reviviendo a su vez el evangelio en una actualización apropiada a su
tiempo.
3. Superación historiográfica del positivismo lógico 55

Esta dimensión histórica de la experiencia teológica, no suele aparecer en el


desarrollo de las ciencias, tal como nos lo describe la epistemología histórica.
Sólo Stephen Toulmin, como hemos visto (§3.3), desarrolla ideas de este tipo,
únicamente al tratar de la evolución más profunda de las disciplinas científicas,
aquella que no sólo cambia proposiciones y conceptualizaciones científicas, sino
incluso los ideales disciplinares mismos. Entonces la reorientación científica debe
hacerse, recordémoslo, “apelando… a la experiencia global de los hombres en
la historia total de la empresa racional involucrada”.
En nuestra investigación teológica, “toda experiencia” debe retroceder a lo
largo de la historia hasta los escritos constitucionales de nuestras iglesias cristianas,
que llamamos la Biblia. Es sobre ella que el teólogo, como los antiguos Padres
de la Iglesia, debe elaborar formulaciones nuevas, que nos actualicen la tradición.
El “magisterio” (Concilios ecuménicos, definiciones “ex cathedra”, magisterio
ordinario) debe controlar oportunamente que esta experiencia teológica esté
verdaderamente en armonía con la tradición.
Más aún, el mismo Nuevo Testamento –incluidos los evangelios– puede
ser considerado como experiencia religiosa cristiana. Es la experiencia escrita
de las primeras comunidades –que llamamos de Marcos o de Pablo o de Juan…–
con las que la Iglesia considera constitucionalmente cerrado el “canon” bíblico.
La experiencia de los “hagiógrafos” nos conduce, a través de la de los apóstoles
–especialmente su esperiencia pascual–, hasta Jesús de Nazaret. Pero incluso las
palabras y hechos de Jesús hay que verlos como fruto de su experiencia religiosa,
de las conversaciones habituales con su Padre y la acción reveladora del Espíritu.
Tal experiencia, eco a su vez de la de los hagiógrafos del Antiguo Testamento,
tuvo que desarrollarse con el desarrollo de la conciencia humana de Jesús, en total
dependencia de su cultura agrícola-artesanal y sinagogal.

3.43 La teología y la evolución de las culturas


Descubrimos pues una dependencia total de la revelación respecto a la
cultura. La cultura informa toda expresión religiosa y toda su simbolización.
Incluso las formulas cristianas más originarias (como el “credo de los apóstoles”),
incluso las expresiones históricas de Jesús (como el núcleo de las parábolas)
dependen totalmente de la cultura de su tiempo. La expresión cultural es una
necesidad para la revelación: ésta es “palabra de Dios”, pero debe ser palabra
comprensible y comunicable a los hombres.
Eso es el fundamento de lo que llamamos “la inculturación” del mensaje
cristiano. Inculturación que tiene un doble aspecto. Por una parte, la cultura
debe expresar el mensaje cristiano de manera que éste sea inteligible y respetable.
Sólo entonces será posible una fe viva. Por otro lado, para la cultura el mensaje
actúa como un fermento escondido que la vitaliza, le da un sentido trascendente.
Es la evangelización cultural.
Suele distinguirse, lo primero, una inculturación geográfica. Es preciso
adaptarse a la mentalidad china, india o africana. Con esta adaptación el mensaje
cristiano recibe nuevas expresiones vivas y da un espíritu a esas diversas culturas.
Es el trabajo más profundo del misionero, desde Mateo Ricci y sus esfuerzos
incomprendidos por adaptar ritos malabares. Esta inculturación geográfica está
hoy bien comprendida y subrayada. Así lo hicieron ver, por ejemplo, en el
Concilio Vaticano II los numerosos obispos africanos.
56 El diálogo teología-ciencias hoy: I

Pero es preciso considerar también un segundo tipo de inculturización:


la inculturización histórica. Está bien descrita en el mismo Concilio Vaticano II,
como una preocupación prioritaria de la Iglesia desde sus mismos orígenes.38
En la historia del cristianismo podemos distinguir sucesivas inculturizaciones:
judía, griega, medieval, moderna, posmoderna… Como acabamos de ver, esa era
la gran misión de los Padres de la Iglesia, que transmitían así una tradición viva.
Ese era, por ejemplo, como vimos (§1.1), el ideal de Clemente de Alejandría en
su Didascalion del siglo III: elaborar una “gnosis” o filosofía cristiana”. Y, para
este fin, consideraba él la cultura griega, en total paralelo con la cultura judía,
como “pedagogo hacia Cristo”.
Una tarea ineludible en esa inculturación histórica, sin duda la tarea más
propia de nuestro siglo XXI, es la inculturación del mensaje cristiano en esa
cultura universal de la “globalización” que se anuncia como futuro muy próximo.
Para nosotros se trata de entrar, través de la cultura común a una Europa unida,
en la cultura planetaria que la red mundial inevitablemente nos irá imponiendo.
¿Qué habríamos de hacer, para que esa cultura planetaria sea vehículo del
mensaje cristiano, como lo fue una vez la “koiné” comercial en el Mediteráneo
de la época de Cristo?

3.44 Las ciencias como núcleo de la cultura global


Las ciencias tienen una fuerte difusión social, que las constituye en parte
integrante de esta cultura universal. Ellas son difundidas por la enseñanza básica
o especializada, por la alta divulgación científica o la periodística y, sobre todo,
por la técnica omnipresente en nuestra vida, y hasta tal punto fruto de ellas, que
vulgarmente es confundida con ellas, en expresiones como la de “tecnociencias”.
Las ciencias impregnan nuestra cultura, sobre todo la superior, de dos maneras.
Primero mediante sus síntesis globales, metacientíficas: su visión cosmológica y
su visión evolucionista, hasta la complejidad del cerebro o del genoma humano.
Y en segundo lugar, mediante su estilo de pensar, su racionalidad sometida a la
directa contrastación experimental.
El mensaje cristiano ha de ser inteligible y respetable para los científicos.
Pero, sobre todo, ha de serlo para la población global del futuro que vivirá
necesariamente inmersa en esa cultura planetaria impregnada por las ciencias.
Los hombres y mujeres del tercer milenio habrán de poder vivir su experiencia
cristiana en el seno de su cultura. La propuesta y aceptación de un nuevo
“paradigma teológico”, que resulte adaptable a esta cultura global cargada
de ciencias será, a mi juicio, la más deseable tarea del diálogo teología-ciencias en
nuestro siglo XXI.

3.45 Juan Pablo II sobre el papel de las ciencias en la cultura


En el próximo capítulo comentaremos ampliamente el programa de
diálogo teología-ciencias, solemnemente proclamado en 1988 por Juan Pablo II.
Allí aparecen ambas como “dimensiones distintas de una cultura humana
común”, que en modo alguno se pueden ignorar.

38
Véase VATICANO II, Constitución “Gaudium et Spes” n. 44, §2 et n. 58, §2.
3. Superación historiográfica del positivismo lógico 57

Para rematar este capítulo, recojamos aquí algunos párrafos de dos


discursos de Juan Pablo II, dirigidos a la Pontificia Academia de Ciencias en
sendas jornadas dedicadas a “Las ciencias en el contexto de la cultura humana”,
celebradas en 1990 y 1991 –la segunda durante una semana de trabajo sobre
ese tema, organizada en colaboración con el Pontificio Consejo para la Cultura–.
En ambos discursos destaca la importancia y la responsabilidad que Juan Pablo II
otorga a las ciencias en la elaboración de nuestra cultura del presente y del futuro.
En esa cultura es en la que corresponderá realizar la inculturación del mensaje
cristiano para el tercer milenio.

JUAN PABLO II, a la Pontificia Academia de Ciencias, sobre


“La ciencia en el contexto de la cultura humana”

I. (29 Octubre 1990)

2. La cultura se refiere al crecimiento del ser humano, por el desarrollo de sus


talentos y de sus capacidades intelectuales, morales, espirituales. ¿Quién no ve
entonces la contribución eminente de las ciencias al progreso de la cultura
intelectual? No sólo los científicos, sino el conjunto de nuestros contemporáneos
están formados a la luz de los maravillosos progresos de la ciencia. Ésta ha
modelado profundamente las inteligencias y las mentalidades de nuestros
contemporáneos.
Ciertamente, junto a las ciencias matemáticas, físicas y naturales y a sus
aplicaciones técnicas, es preciso reconocer la aportación considerable de las ciencias
humanas, así como el de las ciencias morales y religiosas. El conjunto de estas
disciplinas forma progresivamente el patrimonio cultural común. ···
3. Efectivamente, la investigación epistemológica se impone cada vez más como
una exigencia indisociable de la cultura científica. ···
··· Contra las corrientes anticientíficas e irracionales que amenazan la cultura
actual, los científicos mismos han de ilustrar la validez de la investigación científica y
su legitimación ética y social. Defender la razón es la exigencia prioritaria de toda
cultura. En este combate, los científicos no encontrarán mejor aliada que la Iglesia.
Para la Iglesia, en efecto, no hay nada más fundamental que conocer la verdad y
proclamarla. El futuro de la cultura depende de ello. Eso es lo que yo recordaba
recientemente a las Universidades católicas en la Constitución apostólica Ex corde
Ecclesiae (1990): “Nuestra época tiene una necesidad urgente de esta forma de
servicio desinteresado que consiste en proclamar el sentido de la verdad, valor
fundamental sin el cual perecen la libertad, la justicia y la dignidad del hombre”
[§4]. ···
5. ··· Todo hace pensar que la humanidad está llegando a un momento crucial de
su historia. Gracias a la ciencia y a la técnica modernas, la comunicación instantánea
entre todas las partes del mundo ha permitido a la comunidad de los pueblos
conocerse mejor, y ha despertado por todas partes un inmenso deseo de libertad y
de dignidad. Los hombres y mujeres de ciencia tendrán que desempeñar un papel
de primer orden en el esfuerzo común que se impone a nuestras generaciones, para
volver la tierra más habitable, más fértil y más fraternal. La tarea a realizar puede
parecer utópica y engendrar un cierto fatalismo. Debemos reaccionar vigorosamente
contra este error y esta tentación. Ha llegado la hora, por el contrario, de suscitar
una alianza entre todas las personas y todos los grupos de buena voluntad.
Debemos conjugar las fuerzas vivas de la ciencia y de la religión para preparar a
nuestros compañeros a aceptar el gran reto del desarrollo integral, lo que supone
competencias y cualidades a la vez intelectuales y técnicas, morales y espirituales.
Vuestra contribución, hombres y mujeres de ciencia, es indispensable y urgente. Yo
os invito a explorar esta problemática con todo vuestro talento y toda vuestra energía.
58 El diálogo teología-ciencias hoy: I

II. (4 Octubre 1991)


4. La cultura, en el sentido pregnante del término, es un concepto englobante en
el que el hombre es a la vez el centro, el sujeto y el objeto. Ella abraza todas sus
capacidades, en sus dimensiones personales como en su vida social. Ella humaniza
las personas, las costumbres y las instituciones. La ciencia, por su parte, lejos de
estar en conpetencia con la cultura, constituye un elemento fundamental y en
adelante indispensable de toda cultura ordenada al bien de todo el hombre y de todo
hombre. En los dominios más diversos, los progresos científicos y técnicos tienen
por finalidad asegurar al hombre un bienestar mayor, que le permita responder más
fácilmente y en plenitud a su vocación específica. ···
6. La evolución del pensamiento y la marcha de la historia manifiestan, con
frecuencia a través de crisis y conflictos, un movimiento incoercible hacia la unidad.
Los pueblos toman conciencia de que ya no pueden vivir solos y de que el
aislamiento conduce a un empobrecimiento cierto. Las culturas se abren a lo
universal y se enriquecen mutuamente. Las filosofías y las ideologías presuntuosas,
como el cientificismo, el positivismo y el materialismo, que se creían exclusivas y
pretendían explicarlo todo al precio de un modo de proceder reductor, están hoy
superadas. Descubierta en su inmensidad y su complejidad, la realidad engendra
entre los investigadores una actitud de humildad. El método experimental no
permite captar la realidad más que bajo ciertos aspectos parciales, mientras que la
filosofía, el arte y la religión le captan en sus modos de proceder específicos, de
manera más o menos global. ···
7. Hombres y mujeres de ciencia, nuestros contemporáneos se vuelven cada vez
más hacia vosotros. Esperan de vosotros y de vuestras investigaciones una
protección creciente del hombre y de la naturaleza, la transformación de sus
condiciones de vida, la mejora de la sociedad, la construcción y la salvaguarda de la
paz. ···
Vuestro papel es igualmente de primera importancia respecto a las culturas:
vuestras competencias os permiten desenmascarar lo irracional, denunciar comporta-
mientos tradicionales aberrantes y estimular un progreso humano auténtico. Lo
recordaba recientemente en la encíclica Centesimus annus: “La cultura de la nación
está caracterizada por la búsqueda abierta de la verdad que se renueva en cada
generación”. [§50] Todos los días hacemos la experiencia del influjo ejercido por
la cultura científica y técnica sobre nuestros contemporáneos, hasta el punto de
modificar profundamente sus modos de vida, e incluso sus gustos, sus centros de
interés y sus comportamientos personales y colectivos. Velad pues para que el
progreso científico y técnico esté verdaderamente al servicio del hombre ···
8, ··· Frente a los movimientos anticientíficos y a las motivaciones irracionales,
que emergen como gritos de angustia de hombres que han perdido el sentido de su
existencia y que la técnica ha aplastado, la Iglesia defiende la dignidad y la necesidad
de la investigación científica y filosófica, para descubrir los secretos todavía
escondidos del universo e iluminar la naturaleza del ser humano. Científicos y
creyentes pueden constituir una gran familia espiritual y construir una cultura
orientada hacia la búsqueda auténtica de la Verdad. No hay duda de que, después de
una separación e incluso una oposición entre ciencia y Religión, la conjunción de
saberes y sabidurías, tan necesario hoy, aportará una renovación decisiva de las
culturas. Religión y ciencia deberán responder ante Dios y ante la humanidad, de lo
que hayan intentado por la integración de la cultura humana, paliando el riesgo de
una fragmentación, que significaría su destrucción.
Capítulo 4
“LA NUEVA VISIÓN ROMANA” Y SUS FRUTOS

4.0 Introducción
Según hemos visto en los capítulos anteriores, a partir de la segunda mitad
del siglo XX encontramos, un horizonte epistemológico más tranquilo, y con
posibilidades de diálogo. Juan Pablo II, deseando aprovechar esta “oportunidad
sin precedentes que tenemos hoy” (§19 de su documento, ver nuestro §4.3),
proclamó en 1988 una especie de cruzada en favor del diálogo teológico-
científico, exponiendo lo que ha venido a llamarse “The New View from Rome”,
“la nueva visión romana”. En este capítulo pretendemos presentar su novedad y
su contexto (§4.1), las ideas centrales que desarrolla sobre las condiciones y
promesas de ese diálogo (§4.2), el texto íntegro de su proclamación (§4.3), y
algunos frutos que han ido obteniéndose ya de ella (§4.4).

4.1 Novedad y contexto del documento


Para destacar la novedad de esta proclama, recordemos el antiguo modo
de proceder vaticano, digamos durante el último siglo, en relación a las ciencias. 1
Parece claro que en él, la relación se percibía como de conflicto y oposición,
pues en las estructuras del Vaticano las ciencias habían sido clasificadas como un
área especial de “ateísmo”. De hecho, hasta hace pocos años, la institución del
Vaticano encargada de tales cuestiones científicas era el “Secretariado para los
no-creyentes”. Y la revista vaticana que publicaba sobre estos temas –nacida en
1966 como “Bollettino di Informazione” de ese secretariado– fue titulada de
1970 a 1989 Ateísmo y diálogo. Desde 1993, la correspondiente revista es
Culturas y fe, publicada por el “Pontificio Consejo de la Cultura”.2
La sabia estrategia vaticana para superar esa oposición, consistió en
introducir instituciones científicas en la Iglesia. Así, León XIII fundó en 1891 el
Observatorio Vaticano, que ha tenido una brillante carrera científica. El mismo
León XIII, por otra parte, con su encíclica “Providentissimus Deus” (1893),
liberó las ciencias de la lectura literal de la Biblia, al establecer que la Escritura no
pretende hablar científicamente, sino según “el lenguaje común de su tiempo”.
Veamos el texto, que cierra definitivamente una eventual oposición a las ciencias,
abierta con la censura de las tesis copernicanas (§1.4):3
1
Sobre este tema de la “New view from Rome” y su novedad, véase COYNE 1991 y 1998a,b.
2
Culturas y fe nació propiamente como la fusión de dos publicaciones: la revista Ateísmo y fe
(1990-1993, continuación de Ateísmo y diálogo), y el boletín “Iglesia y culturas” (1984-1993,
publicado por el Pontificio Consejo de la Cultura, fundado en 1982).
3
DENZINGER 1959, n. 1947.
60 El diálogo teología-ciencias hoy: I

LEÓN XIII, Providentissimus Deus (1893)

··· los escritores sagrados o, más exactamente “el Espíritu de Dios que por medio de
ellos hablaba, no quiso enseñar a los hombres esas cosas (es decir la íntima
constitución de las cosas sensibles), como quiera que para nada habían de
aprovechar a su salvación”;4 por lo cual, más bien que seguir directamente la
investigación de la naturaleza, describen o tratan a veces las cosas mismas o por
cierto modo de metáfora o como solía hacerlo el lenguaje común de su tiempo, y aún
ahora acostumbra, en muchas materias de la vida diaria, aun entre los mismos
hombres más impuestos en la ciencia.
Ahora bien, como el lenguaje vulgar expresa primera y propiamente lo que cae
bajo los sentidos, no de distinta manera el escritor sagrado (y lo notó también el
doctor Angélico), “ha seguido aquello que sensiblemente aparece”,5 o sea lo que
Dios mismo, al hablar a los hombres, expresó de manera humana para ser entendido
por ellos.

Bajo la misma estrategia, Pío XI fundó en 1936 la “Pontificia Academia de


Ciencias”, renovación de una institución del siglo XVII, en la que participan ahora
científicos de primera línea –creyentes o no, pero respetuosos con la fe–, que
colaboran en este diálogo dentro de la atmósfera vaticana.
Pío XII publicó en 1943 la encíclica “Divino Afflante Spiritu”, que liberó
definitivamente las ciencias y aun la historia de los problemas bíblicos, al
reconocer en la Sagrada Escritura diferentes “géneros literarios”. Sin embargo,
las interpretaciones iniciales de esta encíclica fueron sorprendentes. Por ejemplo,
a la cuestión del Cardenal Suhard sobre el pretendido carácter histórico de los
once primeros capítulos del Génesis, la Pontificia Comisión Bíblica contestó en
1948 que, si bien su forma literaria no corresponde a la de los historiadores
grecolatinos o modernos, sin embargo “pertenecen al género de la historia”.6
Por formación, a Pío XII le interesaba personalmente la astronomía, y
disfrutaba visitando el Observatorio Vaticano para discutir problemas científicos.
Esto ocasionó algún rasgo de “concordismo” entre la teología y las ciencias, en
una de sus manifestaciones oficiales. En 1952, cuando la cosmología del big-bang
era bastante aceptada, Pío XII afirmaba solemnemente:7
PÍO XII, alocución a la Pontificia Academia de Ciencias
(22 noviembre 1951)
Parece verdaderamente que la ciencia contemporánea, dando un salto hacia atrás
de millones de siglos, haya logrado hacerse testigo de aquel “Fiat lux” primordial,
cuando junto con la materia brotó de la nada un mar de luz y radiación, ···
··· ha datado su inicio en hace unos 5 miliardos de años, confirmando, con la
concreción que caracteriza las pruebas físicas, la contingencia del universo, y la
deducción fundada de que hacia esa época el cosmos haya salido de la mano del
Creador.

Tales afirmaciones concordistas causaron preocupación a científicos católicos.


En primer lugar a Jorge Lemaître, el sacerdote belga que había propuesto la
4
SAN AGUSTÍN, De Genesi ad litteram, lib. 2, cap. 9, 20 (PL 34, 270)
5
SANTO TOMÁS, Summa theologica, vol. 1, quaest. 70, art. 1, ad 3.
6
DENZINGER 1959, nn. 2294, 2302, 2329.
7
Acta Apostolicae Sedis, 44 (1952), 41-42.
4. “La nueva visión romana” y sus frutos 61

hipótesis del big-bang, y deseaba que fuera discutida en el plano puramente


científico. Parece ser que Lemaître, que tenía que volar a un Congreso
astronómico en Ciudad del Cabo, se detuvo en Roma, para tratar de este tema
con Daniel O’Connell S.J., director del Observatorio Vaticano, y con el Cardenal
Secretario de Estado, en el Vaticano. Y parece ser que su intervención tuvo
éxito, pues es un hecho que, ni en su alocución a la “Unión Internacional de
Astronomía” que tuvo lugar en septiembre de 1952, ni en ningún discurso
ulterior, Pío XII no volvió a atribuir implicaciones metafísicas o religiosas a la
teoría del big-bang.
Pero los orígenes de “la nueva visión romana” parece que han de
buscarse en Polonia. Karol Wojtyla ha demostrado su interés por el diálogo con
los científicos, como sacerdote, y luego como Obispo y Arzobispo de Cracovia y
como Cardenal, sobre todo en relación con la Pontificia Academia de Cracovia.8
Por otra parte, en el Concilio Vaticano II el Arzobispo de Cracovia representó un
papel importante en el proceso de transformar el “Esquema XIII” en la
constitución pastoral “Gaudium et Spes”. En ella se hacen muchas y valiosas
alusiones a la base científico-técnica del actual cambio cultural, y se define la
“debida autonomía de las ciencias”.9
En 1979 Juan Pablo II, recién elegido Papa, quiso hablar de estos temas a
la Pontificia Academia de Ciencias, en la celebración del centenario de Einstein.
Y de ellos volvió a hablar en 1986, con motivo de las bodas de oro de la misma
Academia. Pero su documento más importante sobre el diálogo teología-ciencias
es una carta personal que envió al congreso organizado en 1987 en el Vaticano
por el Observatorio Vaticano y el Centro de Teología y Ciencias de la Naturaleza
de Berkeley, con ocasión del tercer centenario de los Principia de Newton.
La carta –catorce páginas mecanografiadas– está dirigida a George V. Coyne S.J.,
actual director del Observatorio Vaticano, y fue publicada por primera vez en
1988, como solemne introducción a las Actas del congreso, que llevan por título:
Física, Filosofía y Teología: una búsqueda común de entendimiento.10
Este documento de Juan Pablo II fue transmitido muy pronto a una
veintena de intelectuales –científicos, filósofos y teólogos, en buena parte
norteamericanos–, con la petición de escribir un breve comentario en un plazo de
cuatro meses. De esta manera el documento pudo ser publicado de nuevo, con
esos comentarios, en forma de un librito de difusión mucho más amplia que las
Actas del congreso. El librito apareció en 1990, con el título Juan Pablo II sobre
Ciencia y Religión: Reflexiones sobre la nueva visión romana.11 Este subtítulo
es el que acuñó el nombre “The New View from Rome”.

8
En ella colaboran todavía el Prof. Michael Heller, el Obispo Józef M. Zycinski y todo un
grupo de científicos e intelectuales que, durante el pontificado de Juan Pablo II han seguido
teniendo sus reuniones bianuales en Castel Gandolfo, con la participación activa del Papa y la
publicación interna de actas en polaco.
9
Sobre la base científico-técnica del cambio, véase VATICANO II, “Gaudium et Spes”, §§ 5 y 54;
sobre la inculturación histórica del mensaje cristiano, §§ 44 y 58; y sobre la autonomía de las
ciencias, §§ 36 y 59. La anterior elaboración del llamado “Esquema XIII”, sobre “La Iglesia y
la Cultura” contenía algunas afirmaciones triunfalistas para la Iglesia, que desaparecieron.
10
RUSSELL et al. 1988.
11
RUSSELL et al. 1990.
62 El diálogo teología-ciencias hoy: I

4.2 Ideas centrales: condiciones y promesas del diálogo


Este documento que proclama la nueva visión sobre el diálogo consta de
31 párrafos (más la bendición apostólica final). Una introducción inicial (§§1-8)
describe la ocasión de la carta y presenta la responsabilidad de la “Iglesia” y la
“Academia” en el cambio de milenio, tras su historia de apoyos y conflictos.
En la actual situación de fragmentarización e intercambios, apela a la conciencia
mundial de la Iglesia postconciliar que, en unión ecuménica con todos los
cristianos y con las grandes religiones, desea continuar la reconciliación del
mundo con Dios, realizada en Cristo. Podemos distinguir a continuación una
primera parte (§§9-19) que subraya las condiciones de un diálogo fructuoso
entre teología y ciencias, y una segunda parte (§§20-31) que indica los resultados
que teólogos y científicos deben esperar de él.
La primera parte, “volviendo a la relación entre religión y ciencia”,
comienza por esperar que el diálogo comenzado “no sólo continúe, sino que
crezca y ahonde”, en esa búsqueda “de las áreas que ambas tienen en común”
(§9). A modo de ejemplo, muestra cómo la unidad global de la creación, que es
percibida por la fe cristiana, resulta también reforzada por las ciencias (§§10-12).
Esto último puede apreciarse en los intentos de unificación teórica de las cuatro
interacciones fundamentales investigada en la física subatómica, y en la unidad de
la constitución básica de todos los organismos vivos descubierta por la biología
molecular (§§13-14).
Como primera condición fundamental para el diálogo, se subraya que
“entre teología y ciencia” no debemos imaginar “una unidad disciplinar” que las
confunda en una nueva disciplina. Se trata más bien de crear una comprensión
mutua entre estas dos disciplinas distintas, cada una de las cuales ha de intentar
enriquecer a la otra “para que sea más plenamente lo que le toca ser”. Por otra
parte, el diálogo debe ser totalmente abierto, sin imponerle de antemano su
desarrollo: “Qué forma adoptará eso exactamente, lo hemos de dejar al futuro”
(§15). Vale la pena analizar en detalle este importante párrafo
Los párrafos siguientes hacen una exhortación a la comunidad de religiones
y a la comunidad científica a integrar, por este camino, una cultura común “más
humana y de ese modo más divina”. Muestran cómo la neutralidad fomenta
nuestra fragmentación, mientras que sólo el intercambio puede darnos una visión
unificada, en la que “unidad” no significa “identidad”, sino integración de la
diversidad (§§16-18). En este contexto se afirma claramente, como condición del
diálogo, que ambas disciplinas han de mantener su “autonomía”, pero que
en “la oportunidad sin precedentes que tenemos hoy”, “cada una puede y debe
apoyar a la otra, como dimensiones distintas de una cultura humana común”
(§19). Vale la pena analizar también este último párrafo.
Como conclusión de esta primera parte, resumamos que las principales
condiciones que se exigen para el diálogo fructífero entre teología y ciencias son:
el respeto a la integridad y a la autonomía del otro, y la abertura del diálogo.
De esta manera, la nueva visión romana ¡ha superado ampliamente los antiguos
tratamientos ateos y concordismos apologéticos!
En la segunda parte del documento están expuestos los resultados que
cabe esperar de este diálogo. Primero en forma abstracta: de este diálogo se
obtendrá comprensión mutua, amor y comunidad, tan apreciados por la Iglesia
cristiana (§§20-21).
4. “La nueva visión romana” y sus frutos 63

Se expone luego largamente por qué “la teología tendrá que recurrir a
los descubrimientos de la ciencia” (§22). Y cómo estos descubrimientos, una
vez introducidos en la cultura común, han de ser críticamente utilizados por ella.
Así es como el hilemorfismo aristotélico fue explotado teológicamente en la edad
media, o como la cosmología sumeria permitió componer el relato de la creación
al comienzo del Génesis (§§23-24).
Esto supondría “que al menos algunos teólogos fueran suficientemente
versados en ciencias” (§25). Se anima, por otra parte, a “los miembros de la
Iglesia que son científicos activos”, a que hagan de “ministros-puente” para
ayudar a cuantos “luchan por integrar los mundos de la ciencia y de la religión”,
y también a cuantos “se enfrentan con decisiones morales difíciles en asuntos de
investigación y aplicación tecnológica” (§26). Se concluye enfatizando que
“los avances contemporáneos de la ciencia constituyen un desafío a la teología
mucho más profundo que el que constituyó la introducción de Aristóteles” en los
tiempos de Santo Tomás (§27).
Se trata después, como contrapunto, de en qué “puede también la
ciencia beneficiarse de este intercambio”. Ella se beneficia cuando logra ver
que “sus conceptos y conclusiones se integran en la gran cultura humana”, pues
de esta manera responde incluso a “su interés por el sentido y el valor últimos”.
Se exhorta por ello a los científicos a que se instruyan en esas cuestiones
filosóficas y teológicas, dedicando a ellas “algo de la energía y el cuidado que
prestan a su investigación científica”. Y se concluye con una sentencia bien
condensada: “la ciencia puede liberar a la religión de error y superstición;
la religión puede purificar a la ciencia de idolatría y falsos absolutos”
(§28). Es un párrafo también muy digno de análisis detallado.
Los tres últimos párrafos insisten en esas mismas ideas desde tres nuevas
perspectivas: la inevitabilidad de la interacción entre ambas partes, la experiencia
decimonónica a corregir y el ideal futuro a alcanzar. La sabiduría teológica
puede ayudar al científico en sus inevitables decisiones. Se ha de corregir toda
extralimitación, de forma que “la teología no se profese una pseudociencia y la
ciencia no se convierta en una inconsciente teología” (§30). Y se ha de llegar a
“renovar el contexto en que se hace la ciencia y a nutrir la inculturación
que requiere una teología viva” (§31).
Como conclusión de esta segunda parte, pues, el diálogo ayudará a la
teología en su moderna inculturación, y ayudará a las ciencias a huir de la
idolatría del cientificismo y del empobrecimiento de los diferentes tipos de
positivismo.

4.3 Texto íntegro del documento


Transcribimos a continuación una traducción literal del texto íntegro del
documento original inglés. Además de su paginación original (M1-M14),
añadimos la numeración de sus párrafos, nuestra división en introducción y dos
partes, y algunos subrayados que pueden ser útiles para animar a su análisis y
discusión:12

12
RUSSELL et al. 1988 o 1990, pp. M1-M14.
64 El diálogo teología-ciencias hoy: I

JUAN PABLO II, carta (1988)


[M1]

Al Reverendo George V. Coyne, S.J.


Director del Observatorio Vaticano
“Gracia a vosotros y paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo”
(Ef. 1:2).

[Introducción: ocasión del documento]

[§1] Mientras se dispone a publicar los trabajos presentados en la Semana de


Estudio celebrada en Castelgandolfo los días 21 a 26 de septiembre de 1987,
aprovecho la ocasión para expresarle mi gratitud a usted, y por su medio a cuantos
contribuyeron a esa gran iniciativa. Confío en que la publicación de estos trabajos
asegurará el enriquecimiento ulterior de los frutos de ese esfuerzo.

[§2] El tricentenario de la publicación de los Principios Matemáticos de la


Filosofía Natural de Newton nos ha brindado una ocasión propicia para que la
Santa Sede patrocinase una Semana de Estudio que investigara las múltiples
relaciones entre la teología, la filosofía y las ciencias naturales. El personaje al que
se rinde honor, Sir Isaac Newton, dedicó también buena parte de su vida al estudio
de estos problemas, y sus reflexiones sobre ellos pueden verse en sus grandes
obras, en sus manuscritos inacabados y en su vasta correspondencia. La
publicación de los trabajos de ustedes en la Semana de Estudio, que retoman
algunas de las mismas cuestiones examinadas por este gran genio, me ofrece la
oportunidad de agradecerles los esfuerzos que han dedicado a un asunto de tan
capital importancia. El tema de su congreso, “Nuestro conocimiento de Dios y de
la Naturaleza: Física, Filosofía y Teología”, es con toda seguridad un tema crucial
para el mundo contemporáneo. Debido a su relevancia, quisiera tratar algunas
cuestiones que las relaciones entre las ciencias naturales, la filosofía y la teología
plantean a la Iglesia y a la sociedad humana en general.
[M2]
[§3] La Iglesia y la Academia se comprometen mutuamente como dos instituciones
muy distintas pero ambas importantes dentro de la civilización humana y la cultura
mundial. Tenemos ante Dios responsabilidades enormes para con la condición
humana, ya que históricamente hemos ejercido y continuamos ejerciendo un influjo
transcendental en el desarrollo de ideas y valores y en el curso de la actividad
humana. Ambas poseemos historias que se extienden miles de años hacia atrás: la
erudita comunidad académica, que se remonta a los orígenes de la cultura, a la
ciudad, la biblioteca y la escuela; y la Iglesia con sus raíces históricas en el antiguo
Israel. A menudo hemos entrado en contacto durante estos siglos, apoyándonos
mutuamente en algunas ocasiones, y, en otras, enzarzándonos en conflictos
innecesarios que han enturbiado nuestras historias. En su congreso nos hemos
encontrado de nuevo; y ha sido bien oportuno que, al acercarnos al final del milenio,
hayamos iniciado una serie de reflexiones en común acerca del mundo, tal como lo
palpamos y tal como modela y cuestiona nuestras acciones.
4. “La nueva visión romana” y sus frutos 65

[§4] Gran parte de nuestro mundo parece estar fragmentado, en piezas inconexas.
Muchas vidas humanas han transcurrido en el aislamiento o en la hostilidad. La
división entre naciones ricas y naciones pobres continúa creciendo; el contraste
entre las regiones del norte y del sur de nuestro planeta se hace cada vez más
marcado e intolerable. El antagonismo entre razas y religiones escinde a los países
en bandos en pugna; las animosidades de carácter histórico no dan signos de
apaciguamiento. Aun dentro de la comunidad académica persiste la separación entre
verdad y valores; y el aislamiento de sus diversas culturas –científica, humanística y
religiosa– hace difícil, cuando no imposible, el discurso común.
[M3]
[§5] Pero al mismo tiempo observamos, en amplios sectores de la comunidad
humana, una creciente apertura crítica hacia gente de culturas y procedencias
diferentes y de diferentes aptitudes y puntos de vista. Cada vez con más frecuencia
la gente busca aproximación intelectual y colaboración, y descubre valores y
experiencias que tienen en común, incluso dentro de su diversidad. Esta apertura,
este intercambio dinámico, es una característica notable de las mismas comunidades
científicas internacionales, y se basa en intereses, objetivos y empresas comunes,
junto con una profunda conciencia de que las concepciones y logros de uno con
frecuencia son esenciales para el progreso del otro. De un modo parecido pero más
sutil ha sucedido esto y continúa sucediendo entre grupos más diversos –entre las
comunidades que constituyen la Iglesia, e incluso entre la comunidad científica y la
propia Iglesia–. Esta tendencia es esencialmente un movimiento hacia un tipo de
unión que se resiste a la homogeneización y ansía la diversidad. Tal comunidad está
regulada por un propósito común, y por una comprensión mutua que provoca un
sentido de participación conjunta. Dos grupos, que quizá parecían no tener
inicialmente nada en común, pueden empezar a establecer relaciones entre ellos al
descubrir un objetivo que les une, y esto a su vez puede llevarles a campos más
amplios de comprensión e interés mutuos.

[§6] La Iglesia está participando en el movimiento por la unión de todos los


cristianos como no lo hiciera nunca en su historia, promoviendo estudios, oración, y
discusiones en común, para que “todos sean uno” (Jn 17:21). Se ha esforzado por
liberarse de todo vestigio de antisemitismo, y por resaltar sus orígenes dentro del
judaísmo y su deuda religiosa para con él. Se ha acercado a las grandes religiones
del mundo con reflexión y oración, reconociendo los valores que todos tenemos en
común, y nuestra confianza en Dios absoluta y universal.
[M4]
[§7] Dentro de la misma Iglesia hay una sensación creciente de “iglesia mundial”,
bien evidente en el último Concilio Ecuménico, en el que obispos nativos de todos
los continentes –ya no predominantemente de origen europeo ni aun occidental–
asumieron por primera vez su responsabilidad común para con toda la Iglesia. Los
documentos surgidos de ese Concilio y los del magisterio han reflejado esta nueva
concienciación mundial, tanto en su contenido como en su intento de dirigirse a toda
la gente de buena voluntad. Durante este siglo, hemos sido testigos de un
dinamismo de reconciliación y unidad que ha tomado muchas formas dentro de la
Iglesia.

[§8] Y no debería sorprendernos tal desarrollo. Al avanzar con tanto énfasis en esta
dirección, la comunidad cristiana está realizando con mayor intensidad la actividad
de Cristo en ella: “porque en Cristo estaba Dios, reconciliando al mundo consigo”
(2 Cor 5:19). Nosotros mismos estamos llamados a proseguir esta reconciliación
de los seres humanos, unos con otros y todos con Dios. Nuestra misma naturaleza
como Iglesia implica este compromiso por la unidad.
66 El diálogo teología-ciencias hoy: I

[I. Condiciones del diálogo: autonomía y apertura]

[§9] Volviendo a la relación entre religión y ciencia, se ha producido un movimiento


claro, aunque todavía frágil y provisional, hacia un intercambio entre ambas, nuevo y
más matizado. Hemos entablado el diálogo entre ellas a niveles más profundos que
antes, y con mayor apertura hacia los puntos de vista de una y otra; hemos
comenzado a buscar juntos una comprensión más completa de las disciplinas de una
y otra –con sus competencias y limitaciones–, y en especial de las áreas que ambas
tienen en común. Al hacer esto, hemos puesto al descubierto cuestiones importantes
que nos atañen a ambas partes, y que son vitales para la gran comunidad humana a
la que ambas partes servimos. Es crucial que esta búsqueda en común, basada [M5]
en apertura e intercambio críticos, no sólo continúe sino que crezca y ahonde en
calidad y en alcance.

[§10] Pues es imposible sobrestimar el impacto que cada una de ellas, religión y
ciencia, ejerce y continuará ejerciendo sobre el curso de la civilización y sobre el
mundo mismo, y es mucho lo que cada una de ellas puede ofrecer a la otra. Existe,
por supuesto, la perspectiva de la unidad de todas las cosas y personas en Cristo,
que actúa y está presente en nuestra vida cotidiana –en nuestras luchas, sufrimientos
y alegrías, en nuestras búsquedas–, y que es el foco de la vida y el testimonio
eclesiales. Esta perspectiva transmite a la gran comunidad un respeto profundo por
cuanto es, una esperanza y seguridad de que la bondad, belleza y vida frágiles que
percibimos en el universo están dirigiéndose hacia una plenitud y una consumación,
que las fuerzas de disolución y muerte no anegarán jamás. Esta perspectiva
proporciona también apoyo sólido a los valores que están surgiendo de nuestro
conocimiento y aprecio por la creación, y de nosotros mismos como productos,
conocedores y administradores de la creación.

[§11] También las disciplinas científicas, como es obvio, nos están aportando una
comprensión de nuestro universo en su totalidad, y de la increíble variedad y riqueza
de procesos y estructuras complejamente relacionados, que constituyen sus
componentes animados e inanimados. Este conocimiento nos ha facilitado una
mayor comprensión de nosotros mismos y de nuestro papel humilde, pero único,
dentro de la creación. A través de la tecnología nos ha otorgado también la
capacidad de viajar, comunicarnos, construir, curar e investigar de formas que
habrían sido casi inimaginables para nuestros antepasados. Tal conocimiento y
poder, según hemos descubierto, pueden utilizarse con gran eficacia para elevar y
mejorar nuestras vidas, o bien pueden explotarse para rebajar y destruir la vida
humana y su entorno, incluso a escala global.

[M6]
[§12] La unidad que, apoyándonos en nuestra fe en Jesucristo como Señor del
universo, percibimos en la creación, y la correlativa unidad por la que nos afanamos
en nuestras comunidades humanas, parecen reflejarse y aun reforzarse en lo que nos
está revelando la ciencia contemporánea. Al contemplar el increíble desarrollo de la
investigación científica, detectamos una tendencia básica a descubrir niveles de leyes
y procesos que unifican la realidad creada y que, a su vez, han originado la gran
diversidad de estructuras y organismos que constituyen el mundo físico y el
biológico, e incluso el psicológico y el sociológico.
4. “La nueva visión romana” y sus frutos 67

[§13] La física contemporánea constituye un notable ejemplo. La búsqueda de la


unificación de las cuatro fuerzas físicas fundamentales –gravitación, electro-
magnetismo, e interacciones nucleares fuerte y débil– ha experimentado un éxito
creciente. Esta unificación podría perfectamente fusionar los descubrimientos de los
campos subatómico y cosmológico, y aclarar tanto el origen del universo como,
eventualmente, el origen de las leyes y constantes físicas que gobiernan su
evolución. Los físicos poseen un conocimiento detallado, aunque incompleto y
provisional, de las partículas elementales y de las fuerzas básicas a través de las
cuales interaccionan a niveles energéticos bajos e intermedios. Actualmente tienen
una teoría aceptable que unifica las fuerzas electromagnéticas y las nucleares débiles,
junto con teorías de campos de gran unificación, mucho menos adecuadas pero aún
prometedoras, que intentan incorporar también la interacción nuclear fuerte.
Avanzando en la línea de este mismo desarrollo, hay ya varias sugerencias detalladas
para la etapa final, la de la superunificación, es decir, la unificación de las cuatro
fuerzas fundamentales, incluyendo la gravitatoria. ¿Acaso no es importante para
nosotros caer en la cuenta de que, en un mundo de especialización tan detallada
como el de la física contemporánea, existe este movimiento hacia la convergencia?
[M7]
[§14] En las ciencias de la vida también ha sucedido algo similar. Los biólogos
moleculares han investigado la estructura de la materia viva, sus funciones y sus
procesos de replicación. Han descubierto que los mismos constituyentes básicos
intervienen en la composición de todos los organismos vivientes en la tierra y
constituyen tanto los genes como las proteínas que estos genes codifican. Ésta es
otra impresionante manifestación de la unidad de la naturaleza.

[§15] Al estimular la apertura entre la Iglesia y la comunidad científica, no estamos


imaginando una unidad disciplinar entre teología y ciencia como la que existe dentro
de un campo científico dado, o dentro de la misma teología. Mientras continúe el
diálogo y la búsqueda en común, se avanzará hacia un entendimiento mutuo y un
descubrimiento gradual de intereses comunes, que sentarán las bases para ulteriores
investigaciones y discusiones. Qué forma adoptará esto exactamente, lo hemos de
dejar al futuro. Lo importante es, como ya hemos recalcado, que el diálogo continúe
y crezca en profundidad y alcance. En este proceso debemos superar toda tendencia
regresiva a un reduccionismo unilateral, al miedo y al aislamiento autoimpuesto. Lo
críticamente importante es, que cada disciplina continúe enriqueciendo, fortaleciendo
y desafiando la otra, para que sea más plenamente lo que le toca ser, y para que
contribuya a que veamos quiénes somos y en qué estamos convirtiéndonos.

[§16] Podríamos preguntar si estamos o no preparados para este empeño crucial.


¿Está preparada la comunidad de religiones del mundo, incluida la Iglesia, para
entablar un diálogo más a fondo con la comunidad científica, un diálogo en que se
mantenga la integridad tanto de la religión como de la ciencia, y se fomente el avance
de ambas? ¿Está preparada la comunidad científica para abrirse al cristianismo, [M8]
e incluso a todas las grandes religiones del mundo que colaboran con nosotros para
construir una cultura más humana y de ese modo más divina? ¿Nos atrevemos a
arriesgar la honestidad y el coraje que exige esta tarea? Nos hemos de preguntar, si
ambas, ciencia y religión, contribuirán a la integración de la cultura humana, o si lo
harán a su fragmentación. Es una elección única, que nos atañe a todos.

[§17] Porque ya no cabe una simple posición neutral. Si van a crecer y alcanzar su
mayoría de edad, las gentes no pueden continuar viviendo en compartimentos
estancos, persiguiendo intereses totalmente divergentes desde los que evalúan y
juzgan a su mundo. Una comunidad dividida fomenta una visión fragmentada del
mundo, mientras que una comunidad de intercambio anima a sus miembros a
ensanchar sus perspectivas parciales y formar una nueva visión unificada.
68 El diálogo teología-ciencias hoy: I

[§18] Mas la unidad que pretendemos, como ya hemos subrayado, no es identidad.


La Iglesia no propone que la ciencia se convierta en religión, o viceversa. La unidad,
por el contrario, presupone siempre la diversidad y la integridad de sus
componentes. Cada uno de estos miembros debería hacerse, no cada vez menos él
mismo, sino más él mismo, en un intercambio dinámico; porque una unidad en la
que uno de los elementos se reduce al otro es destructiva, falsa en sus promesas de
armonía, y amenazadora para la integridad de sus componentes. Estamos llamados a
hacernos uno. No a convertirnos cada uno en el otro.

[§19] Para ser más específico, tanto la religión como la ciencia deben preservar su
autonomía y su peculiaridad. La religión no está basada en la ciencia, ni la ciencia
es una extensión de la religión. Cada una debe poseer sus propios principios, sus
modos de proceder, sus diversidades interpretativas y sus propias [M9]
conclusiones. El cristianismo posee su fuente de justificación dentro de sí mismo, y
no espera que la ciencia constituya su principal apologética. La ciencia debe
atestiguar su propia valía. Mientras cada una puede y debe apoyar a la otra como
dimensiones distintas de una cultura humana común, ninguna debe suponer que
constituye una premisa necesaria para la otra. La oportunidad sin precedentes que
tenemos hoy es la de lograr una relación interactiva común, en la que cada disciplina
conserve su integridad y, sin embargo, esté radicalmente abierta a los
descubrimientos y concepciones de la otra.

[II. Promesas del diálogo: enriquecimiento mutuo]

[§20] Pero ¿por qué es un valor para ambas la apertura crítica y el intercambio
mutuo? La unidad implica el esfuerzo de la mente humana por llegar a comprender
y el anhelo del espíritu humano por amar. Cuando los seres humanos intentan
comprender la multiplicidad que les rodea, cuando intentan dar sentido a su
experiencia, lo hacen incluyendo muchos factores en una visión común. Se logra la
comprensión cuando muchos datos son unificados por una estructura común. Una
cosa ilumina muchas, da sentido a la totalidad. La simple multiplicidad es un caos;
una concepción, un modelo único, puede estructurar ese caos y convertirlo en
inteligible. Nos dirigimos hacia la unidad, en la medida en que nos dirigimos hacia
un sentido en nuestras vidas. La unidad es también la consecuencia del amor. Si el
amor es auténtico, no pretende asimilar al otro sino unirse con el otro. La
comunidad humana se siente intranquila cuando esa unión no se ha alcanzado, y se
llena de gozo cuando se unen los que estaban separados.

[§21] En los documentos más antiguos de la Iglesia, el realizar comunidad, en el


sentido radical de esa palabra, era concebido como la promesa y el objetivo del
evangelio: “Lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos, para que también [M10]
vosotros estéis en comunión con nosotros; y nosotros estamos en comunión con el
Padre y con su Hijo, Jesucristo. Y os escribimos esto para que nuestro gozo sea
completo” (1 Jn 1:3-4). Más adelante, la Iglesia echó mano de las ciencias y las
artes, al fundar grandes universidades y construir monumentos de insuperable
belleza, de forma que todas las cosas fueran recapituladas en Cristo (Ef 1:10).
4. “La nueva visión romana” y sus frutos 69

[§22] ¿A qué anima, entonces, la Iglesia con esta unidad relacional entre ciencia y
religión? Ante todo y sobre todo, a que lleguen a comprenderse mutuamente.
Durante demasiado tiempo se han mantenido alejadas. Se ha definido la teología
como un esfuerzo de la fe por alcanzar comprensión, como fides quaerens
intellectum. Como tal, debe estar hoy en intercambio vital con la ciencia, del mismo
modo que lo ha estado siempre con la filosofía y otros saberes. La teología tendrá
que recurrir a los descubrimientos de la ciencia en uno u otro grado, mientras siga
siendo principal incumbencia suya: el ser humano, los logros de la libertad, las
posibilidades de la comunidad cristiana, la naturaleza de la fe y la inteligibilidad de la
naturaleza y de la historia. La vitalidad y trascendencia de la teología para la
humanidad se reflejarán profundamente en su capacidad para incorporar estos
descubrimientos.

[§23] Ahora viene una cuestión de delicada importancia, que hemos de matizar con
cuidado. No es propio de la teología incorporar indiferentemente cada nueva teoría
filosófica o científica. Sin embargo, cuando estos descubrimientos llegan a formar
parte de la cultura intelectual de la época, los teólogos deben entenderlos y contrastar
su valor en orden a extraer del pensamiento cristiano alguna de las posibilidades aún
no realizadas. El hilemorfismo de la filosofía natural de Aristóteles, por ejemplo, fue
adoptado por los teólogos medievales, para servirse de él en el examen de la [M11]
naturaleza de los sacramentos y la unión hipostática. Esto no significaba que la
Iglesia juzgara la verdad o falsedad de la concepción aristotélica, ya que eso no es
incumbencia suya. Significaba que ésta era una de las grandes concepciones
ofrecidas por la cultura griega, que necesitaba ser comprendida, tomada en serio y
contrastada en cuanto a su valor para iluminar diversas áreas de la teología. Los
teólogos podrían preguntarse hoy si, con respecto a la ciencia, la filosofía y otras
áreas del conocimiento humano contemporáneas, han llevado ellos a cabo este
proceso extraordinariamente difícil, con la perfección con que lo hicieron estos
maestros medievales.

[§24] Si las cosmologías antiguas del Cercano Oriente pudieron purificarse e incor-
porarse a los primeros capítulos del Génesis, la cosmología contemporánea ¿podría
tener algo que ofrecer a nuestras reflexiones sobre la creación? Una perspectiva
evolucionista ¿arroja alguna luz aplicable a la antropología teológica, el significado
de la persona humana como imago Dei, el problema de la Cristología –e incluso
sobre el desarrollo de la doctrina misma–? ¿Cuáles son, si hay alguna, las
implicaciones escatológicas de la cosmología contemporánea, atendiendo en especial
al inmenso futuro de nuestro universo? ¿Puede el método teológico apropiarse con
fruto concepciones de la metodología científica y de la filosofía de la ciencia?

[§25] Cuestiones de este género pueden sugerirse en abundancia. Proseguir su


estudio requeriría el tipo de diálogo intenso con la ciencia contemporánea que, en
general, ha faltado entre los dedicados a la investigación y enseñanza teológicas.
Esto implicaría que al menos algunos teólogos fueran suficientemente versados en
ciencias, para hacer un uso autentico y creativo de los recursos que las teorías mejor
establecidas pudieran proporcionarles. Tal pericia les prevendría de usar, de forma
no crítica y demasiado precipitada con propósitos apologéticos, teorías [M12]
recientes como la del big-bang en cosmología. E igualmente impediría que
descartasen por completo la relevancia potencial de tales teorías en orden a
profundizar la comprensión en áreas tradicionales de investigación teológica.
70 El diálogo teología-ciencias hoy: I

[§26] En este proceso de aprendizaje mutuo, podrían servir como recurso clave los
miembros de la Iglesia que son científicos activos o bien, en casos especiales, los
que son a la vez científicos y teólogos. Ellos pueden proporcionar además un
ministerio sacerdotal muy necesario, para quienes luchan por integrar los mundos de
la ciencia y de la religión en sus propias vidas intelectuales y espirituales, así como
para los que se enfrentan con decisiones morales difíciles, en asuntos de
investigación y aplicación tecnológica. Hay que formar y animar tales ministros-
puente. Hace tiempo, la Iglesia reconoció la trascendencia de tales vinculaciones al
establecer la Academia Pontificia de Ciencias, en la que algunos de los científicos
más destacados del mundo se reúnen con regularidad para discutir juntos sus
investigaciones y dar a conocer a la comunidad humana hacia dónde se dirigen los
descubrimientos. Pero se necesita mucho más.

[§27] El asunto es urgente. Los avances contemporáneos de la ciencia constituyen


un desafío a la teología mucho más profundo que el que constituyó la introducción
de Aristóteles en la Europa Occidental del siglo XIII. Y estos avances ofrecen
también recursos de potencial trascendencia para la teología. Del mismo modo que
la filosofía aristotélica, por el ministerio de estudiosos de la magnitud de Santo
Tomás de Aquino, acabó configurando algunas de las más profundas expresiones
de la doctrina teológica, ¿acaso no podemos esperar que las ciencias de hoy, junto
con todas las formas del conocimiento humano, puedan vigorizar e informar las
partes de la empresa teológica que se relacionan con la naturaleza, la humanidad y
Dios?

[M13]
[§28] ¿Puede también la ciencia beneficiarse de este intercambio? Parece que así
debería ser. Pues la ciencia se desarrolla mejor cuando sus conceptos y
conclusiones se integran en la gran cultura humana y en su interés por el sentido y
el valor últimos. Por ello, los científicos no pueden mantenerse totalmente al margen
de los tipos de cuestiones tratadas por filósofos y teólogos. Dedicando a estas
cuestiones algo de la energía y el cuidado que prestan a su investigación científica,
pueden ayudar a que otros realicen con mayor plenitud los potenciales humanos de
sus descubrimientos. Pueden también llegar a apreciar, que estos descubrimientos
no pueden ser un sustituto genuino del conocimiento de lo verdaderamente último.
La ciencia puede liberar a la religión de error y superstición; la religión puede
purificar la ciencia de idolatría y falsos absolutos. Cada una puede atraer a la otra
hacia un mundo más amplio, un mundo en el que ambas pueden florecer.

[§29] Porque lo cierto es que la Iglesia y la comunidad científica interactuarán


inevitablemente; entre sus opciones no está incluido el aislamiento. Los cristianos
asimilarán inevitablemente las ideas predominantes sobre el mundo, las cuales están
hoy profundamente configuradas por la ciencia. La cuestión es si lo harán crítica o
irreflexivamente, con profundidad y precisión o con una superficialidad que envilece
el evangelio y nos deja avergonzados ante la historia. Los científicos, como todos
los seres humanos, tomarán decisiones sobre lo que da sentido y valor últimos a sus
vidas y a su trabajo. Y lo harán bien o mal, con la profundidad reflexiva que la
sabiduría teológica les pueda ayudar a alcanzar, o con una desconsiderada
absolutización de sus resultados más allá de sus límites propios y razonables.
4. “La nueva visión romana” y sus frutos 71

[§30] Tanto la Iglesia como la comunidad científica han de afrontar esas alternativas
inevitables. Haremos nuestras elecciones mucho mejor si vivimos en una [M14]
interacción colaboradora, en la que somos llamados continuamente a ser más. Sólo
una relación dinámica entre teología y ciencia puede revelar los límites que
mantienen la integridad de cada disciplina, de forma que la teología no se profese
una pseudociencia y la ciencia no se convierta en una inconsciente teología. El
conocimiento que desde cada una poseemos sobre la otra puede ayudarnos a ser
más auténticamente nosotros mismos. Nadie puede leer la historia del siglo pasado
y no darse cuenta de que la crisis nos acecha a ambas partes. En más de una ocasión
las aplicaciones de la ciencia han demostrado ser masivamente destructivas, y con
demasiada frecuencia las ideas de la religión han sido estériles. Necesitamos cada
uno del otro para ser lo que hemos de ser: lo que estamos llamados a ser.

[§31] Por tanto, con esta ocasión del tricentenario de Newton la Iglesia, hablando
por mi ministerio, se invita a si misma e invita a la comunidad científica a intensificar
las relaciones constructivas de intercambio a través de la unidad. Estáis llamados a
aprender los unos de los otros, a renovar el contexto en el que se hace la ciencia y a
nutrir la inculturación que requiere una teología viva. Cada una de ambas partes
tenéis todo que ganar de esta interacción, y la comunidad humana a la que ambas
servimos tiene derecho a exigírnoslo.
Sobre cuantos participaron en la Semana de Estudio patrocinada por la Santa Sede y
sobre cuantos lean y estudien los trabajos aquí publicados, invoco sabiduría y paz en
Nuestro Señor Jesucristo e imparto cordialmente mi bendición apostólica.

Desde el Vaticano, a 1 de junio de 1988

Juan Pablo II

4.4 Frutos del diálogo


Tal invitación al diálogo entre la teología y las ciencias no ha sido desoída.
Intelectuales cristianos –católicos o no– la han acogido seriamente. Me centraré,
como iniciativa modélica de este diálogo, en el proyecto conjunto de investigación
del Observatorio Vaticano (VO) y el Centro de Teología y Ciencias de la
Naturaleza (CTNS). El VO está teóricamente asentado en la Ciudad del Vaticano,
aunque la totalidad de su actividad astrofísica y buena parte de la teológica la
realiza en Tucson (Arizona). El CTNS es un miembro de la “Graduate
Theological Union”, asociada a la Universidad de California en Berkeley.
Ambos centros, con el soporte de una fundación norteamericana,13 han
establecido un plan de unos diez años de diálogo entre científicos y teólogos, con
la participación de algunos filósofos e historiadores. El diálogo cubre cinco temas
científicos principales, a desarrollar a un ritmo de dos años por tema.
13
The Wayne and Gladys Valley Foundation.
72 El diálogo teología-ciencias hoy: I

El fruto de cuatro de esos cinco períodos bianuales de diálogo ha aparecido


ya en forma de libros sobre: Cosmología cuántica y leyes de la naturaleza,
Caos y complejidad, Biología molecular y evolutiva, y Neurociencia y la
persona.14 Está en preparación el quinto volumen sobre Física cuántica y teoría
cuántica de campos.
Todas estas publicaciones tienen un mismo subtítulo, que indica el tema
teológico común a todo el proyecto: Perspectivas científicas sobre la acción
divina. Este tema de cómo entender hoy, desde diferentes perspectivas
científicas, la acción de Dios en el mundo es de enorme interés. Pues, sin esta
acción, ni la creación ni la redención, ni la providencia ni la plegaria tendrían
absolutamente ningún sentido.
El primero de esos libros ataca el tema de la cosmología cuántica, es
decir, los modelos cosmológicas, sin excluir siquiera los de Stephen Hawking que,
combinando la relatividad general con la física cuántica, intentan eludir la
singularidad absoluta del big-bang. De hecho, el modelo hawkiniano con tiempo
imaginario tiene un especial atractivo para algunos teólogos como Robert Russell:
¡el mundo tendría una duración finita pero ilimitada! (igual que pensamos con
mentalidad einsteniana, que tiene una extensión finita pero ilimitada, sin fronteras).
Se discuten allí las dos diferentes concepciones del tiempo físico: la temporalidad
del “universo en bloque”, visto en el espacio-tiempo de la cinemática relativista,
frente a la “temporalidad interna”, sugerida por la mecánica cuántica y la
cosmología, y exigida por la filosofía del proceso. Pero el principal tema allí
discutido es el del porqué de las leyes de la naturaleza, y el del cómo puede
Dios actuar en el mundo, sin violar esas leyes que Él mismo ha diseñado para él.
Se estudian también los dos tipos de causalidad: la física o ascendente (boton-up)
y la organísmica o descendente (top-down); y generalmente se acepta la apertura
de las leyes del mundo a este segundo tipo de causalidad.15
El segundo de esos libros está centrado en las ideas del caos determinista y
de la complejidad. En él se discute la complejidad de los sistemas químico-
biológicos, bajo los puntos de vista de Prigogine relativos a sistemas con
dinámica no lineal y muy alejados del equilibrio, en los que una nueva
termodinámica explicaría la matriz básica de la vida. La moderna idea del caos
determinista es una nueva contribución al tema de superar el determinismo
laplaciano, nacido del mecanicismo clásico, que parecía suprimir toda acción libre
divina (y humana) en el mundo. La superación mediante el indeterminismo
cuántico brota de las relaciones de indeterminación de Heisenberg, y es hoy
comúnmente aceptada, como lo es también el que la acción de Dios en la mente
humana puede concebirse sin violar ninguna ley. La cuestión actual es: esta
nueva idea del caos –determinista pero prácticamente impredictible– ¿ofrece una
nueva posibilidad para la acción de Dios en el mundo? Los participantes
defienden posturas contrarias entre sí. Pero al menos queda claro, que este caos
determinista puede servir como amplificador a nuestro nivel humano de las
intervenciones que Dios desee hacer al nivel cuántico.16

14
RUSSELL et al. 1993, 1995, 1998 y 1999. Recensiones de los tres primeros pueden verse en
Saber Leer, 81 (enero 1995) 10-11, 103 (marzo 1997) 10-11, y 131 (enero 2000) 8-9.
15
Veremos algunas de estas ideas científicas y filosóficas en los caps. 5 y 7 de la segunda parte.
16
Veremos algunas de estas ideas filosóficas en el capítulo 7.
4. “La nueva visión romana” y sus frutos 73

El tercero de esos libros está dedicado a Biología evolutiva y molecular.


En él se divulga, especialmente en la aportación del conocido profesor español
Francisco Ayala, la enorme riqueza de información que hoy descubrimos en el
código genético. Ella nos ofrece una nueva visión, mucho más profunda y
segura, del proceso evolutivo. En el libro van apareciendo tres grandes temas
científicos, que son discutidos en toda su trascendencia filosófica y teológica.
El primero es, si el papel creativo del azar excluye el del Diseñador divino.
La opinión unánime es que, lejos de excluirse, ambos papeles se complementan.
Dios utiliza el poder creativo del azar; juega con él esta enorme partida de
ajedrez que es la evolución, regida por leyes impredictibles que Él ha diseñado.
Pues es Diseñador, no de cada pieza concreta del reloj, sino del gran proceso
auto-organizativo global, ejerciendo su poder creativo a través de leyes y de azar.
Un segundo tema es el del dolor que nos descubre la selección natural zoológica,
con su imagen de “garras y dientes ensangrentados”. Algunos minimizan esa
sensación psicológica nuestra del dolor, o justifican la necesidad de esa “alarma”
de peligro, y aun la de la muerte para que la vida progrese en un universo finito.
Pero los teólogos más bien subrayan el “regalo darwiniano”, el hacernos cambiar
nuestra imagen de Dios, que ya no es la del Dios dominador sobre las creaturas,
sino la del Dios kenótico en relación de compasión y amor a ellas. Porque, como
desarrolla una teóloga, más que la imagen de Dios como relojero, necesitamos
hoy la Dios como madre que está dando a luz la creación en dolor. El tercer
tema es el de las raíces evolutivas de nuestra cultura; por ejemplo de nuestra
ética, a partir de los “genes egoístas” de la evolución biológica. En el diálogo
domina la opinión de una “simbiosis de genes y cultura” en el hombre, ese punto
de confluencia de ambas corrientes de información. Ambas parecen íntimamente
relacionadas, y cabe imaginar estrategias puramente adaptativas, que exigen
altruismo más allá del propio grupo. Se intenta explicar la ética (no tanto la
religión), dentro de una concepción “fisicalista no-reductivista” (a base de
“superveniencia”). Y en relación al genoma humano y las posibilidades de
intervenir en la información genética inicial del embrión (“germ-line
intervention”), se distingue qué es “jugar a Dios”, y qué ser verdaderamente
humano, “co-creador creado”, como dice el teólogo Philip Hefner de Chicago.17
El cuarto de esos libros ya aparecidos parte de la neurociencia, para
atacar el tema de la persona humana. Ciencias modernas y teología bíblica
convergen hoy en presentar una antropología holística, muy alejada del dualismo
cartesiano. Especialistas en investigación cerebral de las emociones, el proceso
cognitivo de la acción o el lenguaje humano divulgan sus logros mediante
sofisticados métodos experimentales: los nuevos encefalogramas ERP (“event-
related potentials”) o las nuevas representaciones gráficas con PET (“positron
emission tomography”) o fMRI (“functional magnetic resonance imaging”).
Ellos nos hacen pensar que, en principio, no existen límites a la “naturalización”
de los procesos mentales. De ahí que los filósofos adopten posturas moderadas,
contrapuestas a las formas fuertes de anti-reductivismo. Predomina el
“fisicalismo no-reductivista” (expresado, de nuevo, como la “superveniencia”
de lo mental sobre lo cerebral), lo cual no está alejado del “monismo
emergentista”, ni de concepciones de la “metafísica del proceso”. Un segundo
17
Veremos algunas de estas ideas evolutivas en el capítulo 6 de la segunda parte.
74 El diálogo teología-ciencias hoy: I

tema que aparece por todo el volumen, es el del carácter social de la persona
humana (ni falta incluso el neurocientífico que, sin ocultar su increencia, presenta
a Dios como un puro constructo social). El tercer gran tema es el de la
experiencia religiosa, estudiada en sus diversas clasificaciones y niveles. Domina
una actitud bien realista de lo religioso y, por ejemplo, se argumenta en detalle la
posibilidad de la revelación, como acción divina sobre el cerebro humano,
respetando todas las leyes de la neurociencia.
Para hacer el balance final de este gran proyecto VO-CTNS, habremos de
esperar al quinto y último volumen. A mi juicio, todavía más interesantes que
esos temas filosófico-científicos, son las modernas ideas teológicas que, inspiradas
por ellos, aparecen dispersas en esos volúmenes.18

18
Veremos algunas de estas ideas teológicas en los capítulos 8 a 10 de la segunda parte.
BIBLIOGRAFÍA CITADA

ABRAHAM, GARY A. 1983: “Misunderstanding the Merton Thesis”, Isis 74, pp. 368-387.
BACON, FRANCIS 1620: Instauratio magna, London; trad. castellana: La gran Restauración,
Alianza, Madrid 1985; trad. catalana: Novum Organum, Laia, Barcelona 1987.
BARBOUR, IAN G. 1966: Issues in Science and Religion, Prentice-Hall, New Jersey; trad.
castellana: Problemas sobre Religión y Ciencia, Sal Terrae, Santander 1971.
––––––– 1990: Religion in an Age of Science: The Gifford Lectures 1989-1991, vol 1,
Harper, San Francisco.
––––––– 1997: Science and Religion: Historical and Contemporary Issues, Harper,
San Francisco.
––––––– 2000: When Science Meets Religion: Enemies, Strangers, or Partners?, Harper-
Collins, New York.
B ROOKE , JOHN H. 1991: Science and Religion: Some Historical Perspectives, Cambridge
University Press.
B UCKLEY SJ, MICHAEL J. 1987: At the Origins of Modern Atheism: Some Historical
Perspectives, Cambridge Univ. Press.
––––––– 1988: “The Newtonian Settlement and the Origins of Atheism”, en: RUSSELL ,
ROBERT et al. 1988, pp. 81-102.
C A R N A P , RU D O L F 1932: “Überwindung der Metaphysik durch logische Analyse der
Sprache”, Erkenntnis 2, 219-241.
CARUGO, A. 1987: “Les Jésuits et la philosophie naturelle de Galilée: Benedictus Pererius et
le De motu gravium de Galilée”, History and Technology 4, 1987, pp. 321-333.
C ERDÁ , TOMÁS 1999: Tratado de Astronomía, Real Acadèmia de Ciències i Arts de
Barcelona.
CLARKE, SAMUEL 1706, A Demonstration of the Being and Attributes of God, London 1706,
en: The Works of Samuel Clarke, London, 1738.
COHEN, I. BERNARD 1971: Introduction to Newton’s Principia, Cambridge Univ. Press.
C OMTE , AUGUSTE 1975: Philosophiepremière (= Cours de philosophie positive, vol. 1),
Hermann, Paris; trad. castellana: Curso de filosofía positiva, (1ª y 2ª lecciones),
Aguilar, Buenos Aires 1973; trad. catalana: Discurs sobre l’esperit positiu, precedit
de les dues primeres lliçons del Curs de filosofia positiva, Laia, Barcelona 1982.
––––––– 1982, Catecismo positivista, Editora Nacional, Madrid 1982.
COPÉRNICO, NICOLÁS 1982: Sobre las Revoluciones, Editora Nacional.
C OYNE SJ, GEORGE V. 1991: “Science and Religion: An Essay on the New View from
Rome”, Jesuits in Science, 7, 3-10.
––––––– 1998a: “Evolution and the Human Person: The Pope in Dialogue”, en: RUSSELL,
STOEGER & AYALA 1998, pp. 11-17.
––––––– 1998b: “Evolution and the Human Person: The Pope in Dialogue”, en: PETERS,
TED 1998, cap. 10, pp. 153-161.
76 El diálogo teología-ciencias hoy: I

CROMBIE, ALISTAIR C. (ed.) 1963: Scientific Change, Symposium on the History of Science
(Oxford 1961), Basic Books, New York.
DENZINGER, ENRIQUE 1959: El Magisterio de la Iglesia, Herder, Barcelona.
D ONCEL SJ, M A N U E L G. 1993: “La théologie comme science expériencielle”, en:
La fecondation mutuelle entre science et théologie, Actes du séminaire BENA 6,
Association Bena 1993, pp. 14-20.
––––––– 1994: “El proyecto del círculo de Viena y su autocrítica”, en: Filosofía de la
ciencia hoy, Cuadernos “Institut de Teologia Fonamental” num. 24, pp. 7-16.
––––––– 1997: “El nou pensament científic”, J. M. Terricabras (ed.), Història del pensament
filosòfic i científic, Universitat Oberta de Catalunya, Barcelona, p. 5.01-5.43.
D OU SJ, ALBERT 1997: Newton-Clarke, Hanson y la experiencia religiosa, Memorias de la
Real Academia de Ciencias, Serie de Ciencias Exactas, tomo 31, Madrid.
DRAPER, J OHN W. 1875: History of the Conflict between Religion and Science, King,
London.
DUHEM, PIERRE 1908: Soozein ta Phainomena: Essai sur la notion de Théorie Physique de
Platon à Galilée, Hermann, Paris.
EINSTEIN, ALBERT 1954: Ideas and Opinions, Bonanza, New York.
EINSTEIN, ALBERT & MICHELE BESSO 1972: Correspondance 1903-1955, Hermann, Paris.
FANTOLI , A NNIBALE 1993: Galileo per il Copernicanesimo e per la Chiesa, Vatican
Observatory. (Reedición aumentada 1997.)
FANTOLI , ANNIBALE 1994: Galileo for Copernicanism and for the Church, Vatican
Observatory. (Reedición aumentada 1996.)
G ALILEO GALILEI 1986: Cartas copernicanas, edición del Grupo Phi-Dos, Alhambra,
Madrid.
––––––– 1988: La nueva ciencia del movimiento, eds. C. AZCÁRATE, M.G. DONCEL &
J. ROMO, Publicacions de la UAB.
G ARCÍA BALLESTER, LUIS “Naturaleza y Ciencia en la Castilla del siglo XIII”, Arbor 153
(1996).
G IERYN , THOMAS F. 1988: “Distancing Science from Religion in Seventeenth-Century
England”, Isis 79, pp. 582-593.
HANSON, NORWOOD R USSELL 1967: “What I Don’t Believe”, Continuum 5, 89-115; trad.
cast. en: En lo que no creo (Cuadernos Teorema 10), Universidad de Valencia.
HARRIS, STEVEN J. 1989: “Transposing the Merton Thesis: Apostolic Spirituality and the
Establishment of the Jesuit Scientific Tradition”, Science in Context 3, pp. 29-65.
JAKI, STANLEY L. 1974, Science and Creation, Scottisch Academic Press.
KELBER, WILHELM 1958: Die Logoslehre von Heraklit bis Origenes, Urachhaus, Stuttgart.
KOYRÉ, ALEXANDER 1965: Newtonian Studies, Harvard U. P., Cambridge MA.
––––––– & I. B. COHEN 1961: “The Case of the Missing tanquam”, Isis 52, 555-566.
K UHN, THOMAS, S. 1962: The Structure of Scientific Revolutions, University of Chicago;
trad. castellana: La estructura de las revoluciones científicas, Fondo de Cultura
Económica, México 1971.
––––––– 1977: Essential Tension, University of Chicago; trad. castellana: La tensión
esencial, Fondo de Cultura Económica, México 1982.
––––––– 1991: “The Road since Structure”, en: PSA 1990, vol. 2, pp. 3-13; trad. castellana:
“El camino desde La estructura”, Arbor, vol. 148, n. 583, pp. 27-46.
K Ü N G , HA N S 1987: Theologie im Aufbruch: Eine ökumenische Grundlegung, Pipper,
München; trad. castellana: Teología para la postmodernidad, Alianza Editorial,
Madrid 1989.
Bibliografía citada 77

LAKATOS, IMRE 1978: The Methodology of Scientific Research Programmes: Philosophical


Papers Volume I. Cambridge U. P. 1978. Trad. castellana: La metodología de los
programas de investigación científica. Alianza Universidad, Madrid 1983.
LA K A T O S , I. & A. M USGRAVE (eds.) 1970: Criticism and the Growth of Knoledge,
Cambridge U.P.; trad. castellana: La crítica y el desarrollo del conocimiento,
Grijalbo, Barcelona 1975.
LAUDAN, LARRY 1977: Progress and Its Problems, Univ. of California Press, Berkeley
1977.
LUTER, 1916: Werke: Tischreden, Weimar.
M ACH , ERNST 1949: Desarrollo histórico-crítico de la Mecánica, Espasa-Calpe, Buenos
Aires.
MAYAUD SJ, PIERRE-NOËL 1997: La condamnation des livres coperniciens et sa révocation,
Pontificia Università Gregoriana, Roma.
MCKENNA, JOHN EMORY 1997: The Setting in Life for The Arbiter of John Philoponos, Sixth
Century Alexandrian Scientist, Wipf & Stock, Eugene OR.
MERTON, R OBERT K. 1938: “Science, Technology and Society in Seventeenth-Century
England”, Osiris 4, pp. 360-632.
M URPHY, N ANCEY 1990: Theology in the Age of Scientific Reasoning, Cornell University
Press.
NEWTON, ISAAC 1972: Philosophiae Naturalis Principia Mathematica, eds. A. K OYRÉ &
I.B. COHEN, Cambridge Univ. Press.
––––––– 1977: Óptica o Tratado de las reflexiones, refracciones, inflexiones y colores de la
luz, ed. CARLOS SOLÍS, Alfaguara, Madrid.
––––––– Corresp: The Correspondence of Isaac Newton,.vol. III (1688-1694), ed.
H.W. TURNBULL, Cambridge Univ. Press, 1961.
PETERS , TED (ed.) 1998: Science and Theology: The New Consonance, WestviewPress,
Boulder.
POLKINGHORNE, JOHN , 1998, Science and Theology, SPCK/Fortress Press, Minneapolis.
Trad. castellana: Ciencia y Teología, Sal Terrae, Santander 2000.
POPPER, SIR KARL R. 1935: Logik der Forschung. Viena «1935»; trad. inglesa del autor con
Nuevos apéndices: The Logic of Scientific Discovery, Hutchinson, Londres 1959;
trad. castellana: La lógica de la investigación científica. Tecnos EF 8, Madrid 1962.
––––––– 1963: Conjectures and Refutations: The Growth of Scientific Knowledge.
Routledge & Kegan, Londres 1963; trad. El desarrollo del conocimiento científico:
Conjeturas y refutaciones, Paidos, Buenos Aires 1967.
––––––– 1967: El desarrollo del conocimiento científico: Conjeturas y refutaciones, Paidos,
Buenos Aires,
––––––– 1976: Unended Quest: An Intellectual Autobiography, Fontana, Londres 1976;
trad.: Búsqueda sin término: Una biografía intelectual, Tecnos, Madrid 1977.
RICHARDSON, W. MARK, & WESLEY J. WILDMAN (eds.) 1996: Religion and Science: History,
Method, Dialogue, Routledge, New York/London.
ROBINET, ANDRÉ 1957: Correspondence Leibniz-Clarke, P.U.F., Paris.
R USSELL, R OBERT J., WILLIAM R. STOEGER & G EORGE V. C OYNE (eds.) 1988: Physics,
Philosophy and Theology: A Common Quest for Understanding, Vatican
Observatory.
–––––––, –––– & –––– (eds.) 1990: John Paul II On Science and Religion: Reflections on the
New View from Rome, Vatican Observatory.
78 El diálogo teología-ciencias hoy: I

RUSSELL, ROBERT J., NANCEY MURPHY & C.J. ISHAM (eds.) 1993: Quantum Cosmology and
the Laws of Nature: Scientific Perspectives on Divine Action, Vatican Observatory &
CTNS Berkeley. (Reedición 1997.)
–––––––, –––– & A RTHUR R. PE A C O C K E 1995: Chaos and Complexity: Scientific
Perspectives on Divine Action, Vatican Observatory & CTNS Berkeley.
–––––––, WILLIAM R. STOEGER & FRANCISCO J. AYALA 1998: Evolutionary and molecular
Biology: Scientific Perspectives on Divine Action, Vatican Observatory & CTNS
Berkeley.
–––––––, NANCEY MURPHY, THEO C. MEYERING & MICHAEL A. ARBIB 1999: Neuroscience
and the Person: Scientific Perspectives on Divine Action, Vatican Observatory &
CTNS Berkeley.
SAMBURSKI, S. 1990: El mundo físico a fines de la antigüedad, Eudeba, Buenos Aires.
SEGRE, MICHAEL 1988: “Galileo as a politician”, Sudhoffs Archiv 72, 69-82.
SHAPIN, STEVEN 1988: “Understanding the Merton Thesis”, Isis 79, pp. 594-605.
SOBEL, DABA 1999: La hija de Galileo, Debate, Madrid.
SOSKICE, JANET 1988: “Knoledge and Experience in Science and Religion: Can we be
realists?”, en: RUSSELL, et al 1988, pp. 173-184.
TEMPLETON, FOUNDATION JOHN (ed.) 1996: Who’s Who in Theology and Science, Continuum,
New York.
TOULMIN, STEPHEN 1972: Human Understanding, Volume I: General Introduction and
Collective Use and Evolution of Concepts, Princeton University Press; trad.
castellana: La comprensión humana, 1. El uso colectivo y la evolución de los
conceptos, Alianza, Madrid 1977.
VATICANO II, CONCILIO 1965: Constituciones, Decretos, Declaraciones, Biblioteca de Autores
Cristianos, Madrid.
WHEWELL, WILLIAMS 1858: Novum organum renovatum, John W. Parker, London.
WHITE, A NDREW D. 1896: A History of the Warfare of Science with Theology in
Christendom, in 2 vols., Dover, New York.
ÍNDICE DE NOMBRES

(Las páginas indicadas en negrita contienen recuadros de texto, citas o referencias


bibliográficas del correspondiente autor)

Abraham, Gary A. 14. Copérnico, Nicolás 19, 21-25, 59.


Adler, Alfred 43. Cósimo II, Gran Duque de Toscana 20-21.
Agustín de Hipona, San 21, 60. Cotes, Roger 33.
Alberto Magno, San 13. Coyne S.J., George V. 59, 61, 64.
Alembert, Jean le Rond d’ 37-39. Cristina, Gran Duquesa de Toscana 21.
Arato 34. Crombie, Alistair C. 46.
Aristóteles de Estagira 12-14, 16-17, 19, Darwin, Charles 48, 50, 73.
21, 24, 54, 63, 69-70. Descartes, René 33, 36, 47.
Atanasio de Alejandría, San 27. Denzinger, Enrique 54, 59-60.
Averroes 14. Diderot, Denis 38.
Ayala, Francisco J. 73. Dionisio Areopagita 11.
Bacon, Francis 3, 11, 16-19, 53. Doncel SJ, Manuel G. 20, 41, 52.
Bacon, Roger 14. Dou SJ, Albert 31.
Barbour, Ian G. 9, 11. Draper, John W. 11.
Baronio Cardenal 21. Duhem, Pierre 23.
Belarmino Card., San Roberto 22, 23-25. Eddington, Arthur S. 44.
Bentley, Richard 3, 27-31. Einstein, Albert 16, 26, 41, 44-45.
Berkeley Obispo, Georg 23. Epicuro de Samos 29-30.
Besso, Michele 41. Espinosa, Baruch 31.
Blainville, Henri-Marie 39. Fantoli, Annibale 20, 24-25.
Bohr, Niels 51, 53. Fernández, Juan 13.
Boyle, Robert 3, 15, 27-28, 31, 33. Filopón, Juan 12-13.
Brooke, John H. 11, 37. Foscarini, Paolo Antonio 22-24.
Buckley SJ, Michael J. 33. Fourier, Jean-Baptiste 39.
Buridan, Juan 14. Freud, Sigmund 43.
Carlos II de Inglaterra 16. Galileo Galilei 3, 8, 11, 15-16, 20-26.
Carnap, Rudolf 41, 44. García Ballester, Luis 13.
Carolina, Princesa de Gales 35-36. Gieryn, Thomas F. 14.
Carugo, A. 21. Gilbert, William 17.
Cerdá, Tomás 24. Grienberger SJ, Christopher 23.
Clarke, Samuel 3, 27, 31, 35-37, 38. Guerike, Otto von 37.
Clavelin, Maurice 26. Halley, Edmond 27.
Clavius SJ, Christopher 23. Hanson, Norwood Russell 42.
Clemente de Alejandría 12, 56. Harris, Steven J. 14-15.
Cohen, Isaac B. 33, 36. Hawking, Stephen 72.
Colombe, Ludovico delle 21. Hefner, Philip 73.
Comte, Auguste 3, 39-40. Heisenberg, Werner 51, 72.
80 El diálogo teología-ciencias hoy: I

Heller, Michael 61. Osiander, Andreas 23.


Hobbes, Thomas 31. Panteno de Alejandría 12.
Holbach, Paul H. Thiry barón d’ 3, 37, 38. Paulo V Papa 24.
Humboldt, Alexander von 39. Perera, Benito 21.
Ignacio de Loyola, San 54. Pesce, Mauro 26.
Jacobo I de Inglaterra 16. Petit, Josep Maria 33.
Juan Pablo II Papa (Karol Wojtyla) 8, 20, Pío XI Papa 60.
25-26, 56, 57-58, 59, 61, 62-71. Pío XII Papa 60, 61.
Jaki, Stanley L. 15. Poinsot, Louis 39.
Kelber, Wilhelm 12. Polanyi, Michael 46.
Kepler, Johan 20-21, 25, 27, 36. Polkinghorne, John 9, 10.
Koyré, Alexander 16, 36. Popper, Sir Karl R. 3, 23, 43-45, 47-50.
Kuhn, Thomas S. 3, 14, 43, 45-48, 49-54. Prigogine, Ilya 72.
Küng, Hans 52. Ptolomeo 21, 23-24.
Laffitte, P. 40. Proclo 13.
Lakatos, Imre 46, 49-50, 52. Ricci, Mateo 55.
Laudan, Larry 49, 50, 52. Richardson, W. Mark 9, 37.
Lauterbachs, Anton 21. Robinet, André 35-37.
Leibniz, Gottfried 32, 35-37. Russell, Robert J. 61, 72-74.
Lemaître, Jorge 60. Saint Simon, Claude Enrique de 39.
León XIII Papa 59-60. Samburski, S. 13.
Lembo SJ, P. 23. Schlick, Moritz 41.
Lutero 21. Segre, Michael 20.
Mach, Ernst 3, 40-41. Shapin, Steven 14.
Maculano Comisario, Vincenzo 24. Sierotowicz, Tadeusz M. 52.
Maelcote SJ, O. van 23. Simplicio de Atenas 13.
Mariotte, Edme 28. Solís, Carlos 31.
Marx, Karl 44. Soskice, Janet 54.
Masterman, Margaret 46. Suhard Cardenal, Emmanuel 60.
Maupertuis, Pierre de 37. Tomás de Aquino, Sto. 13-14, 60, 63, 70.
Mayaud, S.J., Pierre-Noël 24. Torricelli, Evangelista 37.
McKenna, John Emory 12. Toulmin, Stephen 3, 43, 49, 50-51, 55.
Merton, Robert K. 3, 8, 11, 14-15. Tuñí SJ, Joep-Oriol 5.
Miguel Ángel 20. Tycho Brahe 21, 23, 25.
Murphy, Nancey 52. Urbano VIII Papa 24-25.
Musgrave, A. 46, 49-50. Vaux, Clotilde de 40.
Newton, Isaac 14, 26, 27-34, 38, 44-45, Viviani, Vinzencio 20.
64, 71. Voltaire, François de 37.
O’Connell, Daniel 61. Whewell, Williams 16.
Odoario, Pedro de 13. White, Andrew D. 11.
Oresme, Nicolás 14. Wildman, Wesley J. 9, 37.
Orígenes de Alejandría 12. Zycinski Obispo, Jósef M. 61.

También podría gustarte