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¿ESTAMOS HECHOS PARA CREER?

NOGUÉS, Ramon Maria, Neurociencias, espiritualidades y religiones, Sal Terrae / Universidad


Pontificia Comillas, Santander/Madrid 2016, 190 pp.

Autor de varias obras dedicadas al estudio de la religión en diálogo con las neurociencias, el
escolapio Ramon Maria Nogués, catedrático emérito de biología humana y especialista en
evolución molecular del cerebro, se propone aquí levantar acta de la reevaluación del hecho
espiritual y religioso que hoy se está produciendo a consecuencia sobre todo del pluralismo
social y cultural reinante. El esfuerzo por mostrar desde una perspectiva tanto neurocientífica
como biológica la legitimidad y el interés adaptativo de las espiritualidades y religiones, así
como la riqueza e importancia de sus aportaciones, constituye sin duda lo más llamativo del
libro (fruto de unas conferencias impartidas en la Universidad de Deusto). Pero lo que este nos
ofrece es mucho más amplio, pues en la segunda parte de la obra se despliega una sugerente
aproximación –mitad fenomenológica, mitad crítica– al hecho espiritual y religioso, escrita
desde un vasto conocimiento de la historia de las religiones, pero también desde la pasión y el
entusiasmo del creyente que quiere contribuir a que la experiencia religiosa, purificada de las
deformaciones que la afean, recobre toda su pujanza en el mundo actual.

Los caps. 1 y 2 ofrecen una excelente síntesis de los actuales conocimientos


neurocientíficos, pensada para iluminar las reflexiones posteriores. El cap. 3 sirve de
transición, ya que a la luz de lo anterior incluye a la religión, junto con la ética y la estética,
entre las dimensiones trascendentes o «de lujo» del ser humano, situadas más allá de las
necesidades biológicas, pero seguramente inevitables y hasta inerradicables. El cap. 4 se
centra en las espiritualidades, que el autor define como «configuraciones generales del
espíritu que nos permiten interpretar nuestro mundo interior y situarlo en un marco de
sensibilidad y sentido para la vida» (96); entre otras cosas, enumera algunos indicadores de
salud de las mismas. El cap. 5 está dedicado a las religiones y gira en torno al «factor» Dios,
que es analizado desde diversos ángulos (existencial, discursivo y cultural). El cap. 6 reflexiona
en una perspectiva muy amplia sobre «ejercicios espirituales», en concreto, sobre los planes
de vida y la meditación. El último capítulo invita, sobre el trasfondo de los cambios sociales y
culturales que se están produciendo en los últimos años, al discernimiento sereno de las
opciones espirituales y religiosas, porque «no todo vale igual» (173).

Merece la pena llamar la atención sobre algunas ideas de Nogués que convendría
tener muy presentes en toda reflexión sobre estos temas. (1) La complejidad de lo mental.
Además de insistir en la base biológica (no solo cerebral, sino corporal en sentido amplio) de la
vida mental, Nogués subraya que las emociones desempeñan en ella un papel tan importante
como la razón. (2) La legitimidad del yo como factor de integración. Si bien algunas formas de
espiritualidad se presentan como un camino de superación o disolución del yo, este tiene una
importancia decisiva para la edificación de una personalidad integrada, no caótica. Lo que sí
que hay que dejar atrás es el yo narcisista. (3) El equilibrio entre el genio espiritual y el peaje
institucional. Toda experiencia espiritual, si quiere pervivir y extenderse, está abocada a
adoptar algún tipo de forma institucional. La institucionalización no es mala en sí, aunque
conlleva unos riesgos ante los que es necesario estar alerta. (4) La complementariedad entre
espiritualidad y religión. Sin negar legitimidad a formas de espiritualidad transreligiosas o
arreligiosas, Nogués concibe la religión como la «guinda» de la espiritualidad y esta como el
sustrato nutricio de la religión. No tiene por qué haber contraposición entre ellas. (5) Los
desafíos a los que actualmente ha de responder el lenguaje sobre Dios. Tras unas excelentes
páginas dedicadas a la elaboración de las imágenes de Dios, se analizan los retos hoy más
acuciantes, que guardan relación con el problema del mal, la supuesta tendencia de los
monoteísmos a la violencia e imposición y la búsqueda de sentido, así como con el hecho de
que ahora son los creyentes quienes tienen la carga de la prueba, puesto que la existencia de
Dios ya no se da por descontada.

Tal vez se eche de menos una mayor presencia de la perspectiva neurocientífica en los
últimos capítulos (solo en el cap. 6 se tiene ampliamente en cuenta al tratar de la meditación),
lo que haría la reflexión aún más interdisciplinar. Pero esto queda compensado con creces por
la abundancia de información, la claridad argumentativa y la lucidez analítica, tan respetuosa
de lo espiritual y religioso como crítica de sus deformaciones, que una vez más nos brinda el
autor.

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