Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
SEXUALES
Habiéndose definido -como lo vimos capítulos atrás- que el acto sexual suponía la
conjunción carnal, del sujeto activo, a partir de la penetración del miembro viril
sobre las cavidades (vaginal y anal) de la víctima, solo el hombre -biológicamente
considerado—
podía ser autor a efectos penales, pues la mujer al carecer de dicho órgano no
estaba en facultades «orgánicas» para cometer dicho ilícito penal. El dominio del
hecho se manifestaba a partir de las particulares condiciones orgánicas del sujeto,
sin interesar el dominio que, en realidad, se pueda acometer en el suceso típico,
en base una conducta que importe el señorío del hecho. Logicamente una doctrina
sostenida bajo dichos postulados (mecanicista, naturalista y formal), tendría que
repercutir también en la autonomía mediata, pues si ésta se configura cuando el
hombre de atras se aprovecha de un estado socio-psico-cognitivo deficiente del
hombre de adelante, y si el de atrás no cuenta con la característica especial
(biológica) que lo hace autor de dicho delito, no podrá ser autor mediato, lo cual a
todas luces contraviene una posición normativa que se define a partir de
estructuras materiales, apoyándose en una concreta relación con el bien jurídico
tutelado. La misma lógica se seguía en relación a la coautoría, en tanto que, sí se
exige para ser autor -aparte del dominio del hecho- un particular revestimiento
orgánico, no podría ser coautor, quien que no cuente con el miembro viril, esto es,
la mujer,
1
BACIGALUPO ZAPATER, Enrique, Derecho penal. Parte general, op. cít., p. 481.
2
WESZEL, Hans, Derecho Penal Aleman, op. Cit., p 154. Balcarce, Fabian, Participación criminal, op. Cit. P.
548
(acceso carnal sexual), no solo importe, en su realización típica, la introducción,
del miembro viril o de otro objeto sustitutivo en las cavidades anatómicas de la
víctima, sino la satisfacción del apetito sexual, en cuanto a la caracterización de un
extraño cuerpo llamado animus ¡ascendí, porque que no se encuentra
comprendido en la estructura normativa de dichos tipos penales. Según un punto
de vista se trata de delitos configurados según el criterio del Derecho penal de
autor o delitos en los que la autoría está estrechamente vinculada con la
realización de la acción y que no implican la lesión de un bien jurídico 1'2125;
posición inadmisible, pues, más que un tipo penal revele una caracterización
criminológica, no se puede dejar de lado el criterio hermenéutíco y ideológico que
desempeña en este caso la teoría del bien jurídico, por lo que, la delimitación de la
conducta típica supone necesariamente su remisión al principio de ofensividad, a
partir de un criterio material y no formal. Una interpretación monolítica, que solo se
fije en lo que dice el tipo penal o a sí se lesiona el bien jurídico no resulta
congruente con la función del Derecho penal, que no es la de castigar acciones u
omisiones, sino la de defender bienes jurídicos ante la puesta en. peligro o lesión
típica de los niisiiios3.
3
HERNÁNDEZ PLASENCIA, José ü., La autoría mediata en Derecho penal, Editorial Coniares, Granada, 1996,
p. 299.
atentar contra el presidente, pues ésta es la única forma que tiene -debido a las
fuertes medidas de seguridad-de consumar con éxito el magnicidio»4.
Dicho así: "en el ámbito de los delitos sexuales, debe quedar claro que el de tutela
por la norma es la libre dirección violitiva de la víctima, la cual puede ser vulnerada
-tanto corno el que de propia mano invade con un. cuerpo extraño alguna de sus
cavidades sexuales- por quien utilizando a otro (error o inculpabilidad) obtienen el
fin perseguido con su dominio, esto es, el quebrantamiento de la libertad sexual, y
no el honor de la víctima». Posición que se sostiene firmemente de lege lata, con
la modificación efectuada al capítulo IX título IV por la Ley 28251 del 08 de junio
del 2004. Esta hipótesis de comisión delictiva se configurara en todos aquellos
casos en los cuales el autor utiliza a otro sujeto como instrumento para involucrar
de modo violento a la víctima en un contexto sexual determinado 7. A modo de
ejemplo: dos amigos aprovechando la inexperiencia sexual de un novato en una
escuela, están departiendo en una fiesta, donde lo determinan a ingresar el cuarto
de una compañera, que en estado de ebriedad ha decidido reposar en un cuarto
4
SÁNCHEZ-VERA GÓMEZ-TRELLES, Javier, El denominado delito de propia mano. Respuesta a una situación
jurisprudencial, Dykinson, Madrid, 2008, p. 175.
5
SOLER, Sebastián, Derecho penal argentino, t. III, ed. TEA, Buenos Aires, 1992, p. 345
6
DONNA, Edgardo, Derecho penal. Parte especial, 1.1, Rubinzal - Culzoni, Buenos Aires, 2002, p. 539.
7
SALINAS SICCHA, Ramiro, Delitos de acceso carnal sexual, Idemsa, Lima, 2005, p, 92
contiguo, bajo el convencimiento de que ella lo está esperando, y de que la
violencia que pueda ejercer es parte del juego, pues acostumbra a tener
relaciones sadomasoquistas; mis claro, cuando el ejecutor de la acción sufre de
una oligofrenia u otra enfermedad que lo ha privado de discernimiento.
En este orden de ideas, autori inmediato de estos injustos penales puede serlo
tanto el hombre como la mujer12, el primero cuando introduce su miembro virir en
las cabildades (vaginal y anal), asi como la bucal, y la segunda, cuando introduce
en las cavidades antes señaladas objetos, o partes del cuerpo únicamente en las
cavidades anal y vaginal. Todo ello referente a la violación positiva.
11
Asi, HERNÁNDEZ PLASENCIA, JOS«' Ly .„» Autoría mediata en Derecho penal, op. cit, p. 301; SÁNCHEZ-
VERA GÓML? I RÍELES, Javier, El delito de propia mano, op. cit., pp. 176-1.77; BRAMONT-ARIAS TORRES, Luis
Alberto; GARCÍA CANTIZANO, María del Carmen, Manual de Derecho Penal, Parte Especial, 3a ed., Lima,
1997, p. 238.
12
Así, CARMONA SALGADO, Concepción, Delitos contra la libertad sexual, op. cit., p. 313
Estamos, por tanto, ante una delincuencia sexual «intrafamiliar», teniendo como
protagonistas de la pareja criminal, a dos personas que cohabitan en un mismo
techo; circunstancia que es aprovechada por el agente, para dar riendas sueltas a
su instinto sexual más perverso, No es este el momento adecuado, para
abocarnos a los causas (endógenas y exógenas), que condicionan la aparición de
esos comportamientos altamente reprochables (social y jurídicamente), que son
dejados de lado, por las autoridades estatales competentes, para incidir en varios
planos de prevención del actual, sino que el acento del presente estudio, pretende
anclar, en aquellas conductas omisivas, de aquellos que ostentan un deber de
«garantía», sobre la víctima y, no hacen nada para evitar, que actos de tal
naturaleza, sigan cometiéndose en perjuicio de estas víctimas vulnerables; cuya
nula actuación, determina a veces, que estos irrefrenables sujetos, sigan
ejecutando estos hechos luctuosos, con toda impunidad. No nos estamos
refiriendo a conductas omisivas, que tienden a ofender a la administración de
justicia, como la glosada en el artículo 407° del Código Penal, sino a aquellas
inercias conductivas, que suponen favorecer las conductas típicas de ultrajes
sexuales a menores de catorce años de edad.
Bajo otra constelación de casos, son los propios padres biológicos u otros
familiares, los que se convierten en autores de estos abominables hechos, algo
que trasvasa todo margen de razonabilidad y de cesura explicativa, quienes en
evidente aprovechamiento de la posición de dominio que detentan sobre sus
víctimas, cometen estos hechos con toda facilidad; quebrantando con ello, no solo
los deberes jurídicos que emanan de las normas jutídico-penales, sino también las
normas morales o éticas que rigen las instituciones familiares.
Según dicho estado de la cuestión, muchas veces, los operadores jurídicos nos
preguntamos, como eventos delictivos de esta magnitud, pueden acaecer en una
permanencia significativa en el tiempo («delito continuado»); tal vez la menor o el
niño ha sido ultrajado sexualmente en un espacio temporal de tres a cinco años.
Es a tal efecto, que advertimos que en estos casos la víctima lo primero que hace
es contar lo sucedido a la madre, la cual o no le hace caso, o en su defecto, solo
se lo comunica al agresor, como sí se tratase de una agresión sin importancia;
puede también, que consciente de la delictuosidad de dichos actos, no lo proceda
a denunciar el hecho, por ser económicamente dependiente de la pareja, lo que de
recibo, no justifica su omisión punible. Acá se identificamos una coducta omisiva,
que no puede ser penalizada únicamente, bajo las esquelas normativas del delito
de Omisión de denuncia, sino que ingresa también, al ámbito de protección de la
norma, de aquellos delitos que atenían a la «indemnidad sexual», empero, no
como manifestación de un típico caso de autoría, sino como una participación
punible, que debe ser entendida, conforme lo reglado en los artículos 13° y 25° de
la PG (para poder ser reputado autor de estos delitos, el agente debe realizar una
conducta que pueda subsumirse en los actos ejecutivos del «acceso carnal
sexual», lo cual no encaja en el relato fáctico que construye la imputación sobre la
madre de la ofendida),
Lo que queremos plantear en el presente análisis, es el siguiente esquema de
imputación jurídico-penal -que la no realización de una actuación encaminada a
sofocar o neutralizar un foco latente de riesgo, para la indemnidad sexual de la
víctima, por parte de la madre, importa una contribución omisiva, para que el
agente del delito, pueda perpetrar el injusto penal sexual, es decir, comporta una
conducta colaboradora, que a nuestro modo de ver las cosas ha de ser reputada
como una «complicidad dolosa (omisiva)», punible.
Es a tal efecto, que se elabora en primera línea, los delitos de «omisión propia»,
los cuales se describen de forma específica en algunas tipificaciones penales de la
Parte Especial, cuya punición no está subordinada a la materialización de
resultado lesivo alguno, como se puede apreciar de las figuras delictivas de
exposición o abandono de personas en peligro; «[....J cuando el mandato es
genérico y se dirige a la ni era realización de la acción ordenada, se trata de
delitos de omisión pura que son, por ello, comunes en tanto que puede realizarlos
cualquiera13 y equiparables a los de "simple actividad" pues lo que norma
prescribe en su caso es la ejecución de determinada conducta de modo que la
evitación del resultado que pudiera seguirse de ella a efectos típicos, irrelevante».
13
En nuestra legislación penal existe un tipo penal de omisión propia, que solo puede ser cometido por un
sujeto cualificado, nos referimos al delito de omisión del ejercicio de la acción penal - art. 424° del CP.
14
MAQUEDA, ABREU, María Luisa y otros, Derecho penal. Parte general, Tirant lo Blandí, 2a ed., Valencia,
2004, pp. 798-799.
ende, el destinatario de la norma es una persona, portadora de una especial
relación jurídica con el sujeto pasivo. Su naturaleza, se postula en la doctrina, es
de la de un «tipo especial propio» en tanto que se dirige solo a ciertas personas en
función de la intensa relación que les vincula con determinados bienes jurídicos
ajenos cuya salvaguarda queda bajo su protección, convirtiéndose así en
responsables -«garantes»- de su indemnidad de un modo tal que, suI resultan
lesionados existiendo la posibilidad de salvarlos, responderán de la lesión no
evítada15.
15
MAQUEDA, ABREU, María Luisa y otros, Derecho penal. Parte general, Tirant lo Blandí, 2a ed., Valencia,
2004, pp. 799.
16
CASTRO CUENCA, Carlos/ HENAO CARDONA, Luis Felipe/ BALMACEDA HOYOS, Gustavo, Derecho penal en
la sociedad del riesgo, Editorial Ibañez, Bogotá, 2009, p. 179.
Conforme a este esquema de imputación, se pone entredicho, cualquier intento
por construir la responsabilidad penal, en base a posturas causalistas-naturalistas,
cuando en definitiva, es una visión «normativista17», la que edifica el soporte de
imputación en los delitos «omisivos», sean éste «propio» o «impropio»; acá lo que
sostiene la imputación jurídico-penal, no es la inercia muscular de una persona, de
no hacer nada, sino de no cumplir con lo que la norma le .manda a realizar al
sujeto obligado. No en vano, estamos, ante la vulneración de «normas de
mandato». Como bien acota QUINTERO OLIVARES, «el Derecho penal [...] ha de
afrontar la actividad pasiva u omisiva corno un problema en el que para intervenir
con el Instrumento represivo es preciso, antes, reconsiderar el sentido de las
normas penales, asumiendo que no solo prohiben hacer sino que también mandan
hacer en determinadas ocasiones18.
Se diría, en principio, que prestar auxilio para la realización del hecho punible,
únicamente puede tomar lugar, a través de una conducta omisiva, esto es, a
través de una acción típica de favorecimiento,. empero, ello significa una
comprensión limitada de la cláusula legal donde la terminología empleada, ha de
ser interpretada conforme a un arreglo a un plano teleología), de que prestar
ayuda o dígase colaboración, al autor, puede tomar lugar también, por medio de
una «omisión», de quien deja de realizar algo, -que está legalmente obligado a
21
VILLANUEVA GARRIDO, Gustavo Adolfo, El funcionalismo y la imputación objeti¬va, Ediciones Nueva
Jurídica, Bogotá, 2002, p. 68.
realizarlo-, en el ejemplo, del vigilante, que no coloca el cerrojo en la puerta, para
que ingresen los hurtadores al lugar de los hechos. Es así, que anclamos, en un
requisito esencial en la participación omisiva en un delito comisivo, de que el
partícipe debe tener la cualidad de «Garante».
Según la línea argumental esbozada, queda más que claro que la madre ostenta
la posición de «garante», frente a sus descendientes, por lo que tiene la obligación
de emprender o realizar toda acción encaminada a sofocar todo foco de riesgo
que pueda poner en peligro la intangibilidad de los bienes jurídicos de sus hijos 22;
dicho esto con un ejemplo, sí en su vivienda cuenta con una cocina a gas, tiene el
deber de ajustar todos los mecanismos de seguridad necesarios, para impedir que
se produzca una explosión, por lo que sí así sucede, ha de responder como autora
de un Homicidio (culposo o doloso), por comisión por omisión.
Bajo este entendimiento, se diría, por tanto, que ante toda lesión que sufran los
hijos de la madre, producto de una inacción de ésta, en cuanto a deber de evitar,
sería constitutivo de una responsabilidad penal a título de autor, basado
esencialmente en la llamada
22
De forma amplia, SCHÜNEMANN, Bernd, Fundamentos y límites de los delitos de omisión impropia,
Marcial Pons, 2009
23
LÓPEZ PEREGRIN, María del Carmen, La complicidad en el delito, Editorial Tirant lo Blandí, Valencia, 1997,
pp. 330-331
un delito; de manera que la sola posición de garantía no es suficiente para
sustentar una imputación jurídico-penal a título de autor de comisión por omisión24.
Desde una posición, dígase intermedia, se proyecta una complicidad por omisión,
pero de estrecho margen de aplicación; así, FRISTER, al indicar que entra en
consideración cuando un garante que participa en el hecho mediante omisión no
satisface todos los presupuestos personales de la punibilidad en su propia
persona25. «Se trata de los casos en los que el garante omite impedir que un
tercero realice la acción delictiva y el delito no es comisible omisivamente»26; en el
caso de los cielitos sexuales, no se puede cumplir, por la invasión que debe
producirse en algunas de las cavidades orgánicas de la víctima, lo cual solo puede
obviarse en una , autoría mediata, cuya naturaleza jurídica da una configuración
totalmente distinta,
Entonces, sumado a la infracción del deber de actuar del garante, debe sumarse
la posibilidad de dominar el suceso típico que en términos normativos en los
injustos de omisión, implica el poder de controlar el foco de riesgo, causante de la
lesión al bien jurídico del tercero. Conforme a dicha premisa argumentativa, solo
puede responder penalmente por una conducta omisiva, quien es portador de la
cualidad de «garante», no se le puede exigir a cualquier persona, la realización de
una acción de aseguramiento o de salvamento, cuando no está jurídicamente
obligado a ello, lo contrario supondría extender la punición más allá de lo que las
propias normas prescriben. Así, cuando se postula que admitiendo la
responsabilidad por la omisión de cualquier sujeto que no obstaculice la
producción de un resultado típico, conduce a resultados tan injustos como si se
24
En contra Claus Roxin, citado por GÓMEZ PAVAJEU, Carlos Arturo, Intervención y omisión, en: Revista
Penal y Criminología, n.° 76, julio-diciembre, 2004, p. 26
25
FRISTER, Helmut, Derecho penal. Parte general, Hamurabi, Buenos Aires, 201 i, p. 635
26
BACIGALUPO, Enrique, Derecho penal. Parte general, .Editorial Ara, Lima, 2004, p. 530
pretendiera castigar como autor de homicidio a cualquiera que no evitara una
muerte27.
Bajo dichas premisas, llevado al delito de acceso carnal sexual, donde la calidad
de autor o coautor, solo puede detentarla aquel que ejecuta una acción, lo cual
formalmente se subsume en el artículo 170° del CP, se tendría que el padrastro
sería autor de este injusto por una conducta comisiva y a su vez, la madre como
autora (no coautora por no concurrir la codención en la ejecución, por comisión
por omisión28, no obstante estar ante un solo hecho “jurídico – penalmente
relevante. Vistas las cosas del siguiente modo: si es que se entiende que la
formula normativa de la comisión por omisión, reglada bajo el amparo del articulo
13 de CP, importa una cláusula de equivalencia, de que la modalidad comisiva
(injusto típico), pueda plantearse si ello resulta fenoménicamente posible en un
delito de acceso carnal sexual, esto es de invadir una de las cavidades sexuales
de la victima, por medio de una inercia muscular, lo cual en definitiva no puede
tomar jugar en el mundo natural y, ello al margen de reputar a este injusto penal,
como uno de propia mano», Es a tal efecto, que a la posición de garante, se
requiere a su vez, la identidad estructural entre la acción típica y la omisión29, lo
cual se deduce perfectamente de nuestra lege lata.
La pregunta, entonces, sería la siguiente: ^La inacción por parte de la madre que
no hace nada para evitar que el padrastro abuse sexualmente de su menor hija,
importa favorecer, es decir, coadyuvar a que el agente pueda perpetrar el injusto
penal? Parece que la respuesta es positiva, pues basta que la progenítora realice
una acción, como botarlo de la casa o llevando a su hija a otro lugar, para así
evitar que se siga cometiendo el ilícito penal en contra de la infante; al mantenerse
inerte está generando las condiciones necesarias, para que el autor pueda
emprender su plan criminal con todo éxito, v, gr., irse a realizar ciertas actividades
fuera de la casa, dejando solo al agente delictual con su víctima, lo que
evidentemente incrementa el riesgo de que se acontezca la lesión del bien jurídico
protegido por la norma penal,
30
MAQUEDA ABREU, María Luisa y otros, Derecho penal. Parte general, op. cit., p. 826
31
MAQUEDA ABREU, María Luisa y otros, Derecho penal. Parte general, op. cit, p. 826.
satisfacción dogmática, es calificar a esta conducta omisiva como “complicidad
omisiva”, según cometidos estrictos de político criminal que se verían frustrados si
es que la imputación se basaría en un autoría de “exposición o abandono de
personas en peligro” o de “omisión de denuncia”, donde la penalidad es de
contornos muy benignos, valorando el graven desvalor del comportamiento
analizado.
Por último, la imputación subjetiva del cómplice omisivo, está garantizada, pues
conforme nuestro sistema de punición, la participación solo es sancionada, cuando
el cómplice o instigador, obra a título de dolo (que puede ser eventual), corno
sucede en el caso que nos ocupa.
170° del Código Penal, cuya redacción normativa luego de la última modificatoria
producida por la Ley 30076, ha quedado de la siguiente manera:
«El que con violencia o grave amenaza, obliga a una persona a tener acceso
carnal por vía vaginal, anal o bucal o realiza otros actos análogos introduciendo
objetos o partes del cuerpo por alguna de las dos primeras vías, será reprimido
con pena privativa de libertad no menor de seis ni mayor de ocho años,
La libertad se corresponde con la idea misma de Estado de Derecho -en tanto este
es un orden socio-estatal delimitado por el principio de legalidad- de forma tal que,
la libertad únicamente puede ser restringida o limitada por intereses de orden
superior y por las causales previstas taxativamente en la Ley; en consecuencia, y
al margen de estos supuestos, queda vedado cualquier modalidad de restricción a
la libertad. Por estas y otras consideraciones el legislador, de conformidad con una
política criminal de vanguardia, tipificó los Delitos contra la libertad en el titulo Iv
del CP, compendiendose en el ámbito de los bienes jurídicos personalísimos,
aquellos vinculados a la esencia misma del ser humano.
Se tiene que la «libertad sexual» parte de la autonomía misma del ser humano, de
dirigir dicha esfera conforme al discernimiento como plasmación de la voluntad
32
BOTTKE, Wilfried, Sexualidad y delito: Las víctimas de los delitos sexuales, en: Derecho, proceso penal y
victimología, Jurídica Cuyo, Mendoza, 2003, p.68.
que se exterioriza a partir de actos concretos y que involucra a otro ser humano,
pues en definitiva los actos que el sujeto haga con su propio cuerpo no es de
incumbencia para el Derecho penal, a menos que éste sea obligado a realizarlo
mediando coacción o amenaza. El «derecho a la auto-determinación sexual», de
acuerdo a la Constitución, es el derecho a la propia personalidad y solo puede ser
determinada por uno mismo33. En esencia, los delitos sexuales reprimen aquellas
conductas que atenían contra dicha autodeterminación humana, el ámbito de lo
injusto surge precisamente cuando aparece un acto decidido a contraríe
configuración sexual humana.
33
BOTTKE, Wilfried, Sexualidad y delito: Las víctimas de los delitos sexuales, op. cít, p. 470.
34
DONNA, Edgardo, Derecho penal. Parte especial, op. cít, p. 486.
35
VALENCIA MARTÍNEZ, Jorge Enrique; Delitos contra la libertad
«libertad sexual» se extendió de la esfera genital a otras cavidades susceptibles
de ser objeto de grave ataque a la libertad sexual; tal como se ha recogido en la
reforma normativa traída a más con la Ley 28251
La ley garantiza con la represión, el derecho que asiste a toda persona a disponer
de su cuerpo y elegir el objeto de su actividad sexual o a abstenerse totalmente de
cumplir esta función biológica. VILLA STEIN es de la opinión que se tutela la
sexualidad humana entendida como atributo psico-fisiológico de la personalidad,
cuyo ejercicio libre es su característica distintiva37; la posibilidad de auto-
conducción conforme a sentido, supone una vertiente positiva, en. cuanto la
elección del. individuo de decidir su ámbito de sexualidad con respecto a terceros.
2. TIPO OBJETIVO
Puede ser el hombre o la mujer. Resulta ahora viable la equiparación del hombre y
la mujer en el delito de violación. Si la mujer es quien impone el débito carnal,
simplemente está ejecutando la acción típica. Debe superarse el cliché de que
siempre es la mujer la víctima y que la iniciativa sexual corresponde
indefectiblemente al varón. La coherencia de la igualdad de sexos es insoslayable;
así también las posiciones sexuales, el tipo penal de acceso carnal sexual, puede
36
CÁNDIDO-CONDE, Pumpido Ferrara, GONZÁLES CUELLAR, Antonio, op. cit., p. 2159. De distinta
consideración es RODRÍGUEZ DEVESA que considera que estos delitos atentan contra la moral sexual, por lo
que, el bien jurídico tiene en cuenta el conjunto de normas que vedan determinadas formas de
exteriorización del instinto sexual, opuestas a la convivencia que el Derecho pretende asegurar dentro de la
justicia, Citado por Alfonso SERRANO GÓMEZ, op. cit., p. 170; Derecho Penal, Parte Especial (delitos contra
las personas), Dykinson, Madrid, 1996, op. cit., p. 213.
37
VILLA STEIN, Javier, Derecho Penal Parte Especial (I-B). Delitos contra el honor, la familia y 1.a libertad,
Editorial San Marcos, Lima, 1.998, op. cit, p. 1.79.
darse entre actuaciones heterosexuales e inclusive homosexuales (hombre a
hombre y de mujer a mujer)
Sin embargo, lo frecuente es que el varón, sea el sujeto activo del delito de
violación; pues se asocia a la erección con el deseo, la conciencia y voluntad, pero
es en realidad un impulso de contenido biológico u orgánico; mas lo que se tutela
en esta capitulación es la libertad sexual en todo su sentido. La mujer como se
sostuvo en el apartado de autoría y participación, puede intervenir como instigado-
ra, coautora y hasta autora mediata, más aún por la amplia configuración típica
que se desprende del artículo 170° del CP; extensíble al resto de tipificaciones
penales,
38
La corriente «feminista» aseveraba, como una de sus propuestas, la Inclusión de un bien jurídico
colectivo: el «género», en contra del sustrato material de estos tipos penales que es de corte individual. Lo
contrario es estructurar estos tipos sobre el basamento de igualdad de los sexos. Con ello, cabe finalmente
considerar al varón como sujeto pasivo de estos delitos, dejando de lado roles sociales estereotipados.
no implica la desaparición de su libertad sexual, ni la somete al atentatorio
capricho de cualquiera39.
En todo caso la persona tiene que ser mayor de catorce años; de no ser así la
conducta se subsumiría en el artículo 173° del Código Penal, aún con la
modificatoria efectuada por la Ley 28704.
39
DE VICENTE ARENAS, Rosario, Comentarios al código penal colombiano. Parte especial, Temis, Bogotá,
1983, p. 3.
40
DE VICENTE ARENAS, Rosario, Comentarios al código penal colombiano. Parte especial, op. cit.,86.
su personalidad y producir alteraciones importantes que incidan en su vida o
equilibrio psíquico de cara al futuro, por ende, cualquier consentimiento del
incapaz carece de validez (presunción iuris et de iure). Mientras que a partir de los
14 años se protege la libertad sexual, es decir, la capacidad legalmente
reconocida que tiene una persona para auto-determinarse en dicho ámbito, por
cuanto es la expresión de la libertad personal vinculada con el principio ético y
jurídico de la dignidad humana.
La ley incluye la violación del conyugue por su consorte, en el supuesto que sea
obligada a realizar el coito contra su voluntad. Negar esta posibilidad supone –
escribe Bajo Fernández, tanto como afirmar que el matrimonio es la tumba de la
libertad sexual de los contrayentes42. Este cambio de iconos, lo ha permitido la
consolidación de la “libertad sexual” como bien jurídico tutelado, al extender el
concepto de daño del ámbito público al ámbito privado, en este caso la relación
conyugal. Sin duda, las desavenencias que puedan surgir dentro de la relación
conyugal, en cuanto incompatibilidades de convivencia deben ser enfrentadas con
arreglo a las normas del derecho privado; el denominado «débito conyugal» no
puede ser entendido como el derecho de forzamiento sexual, sea del hombre
41
En: Gaceta Penal & Procesal Penal, t 39, Lima, 2012, p. 199.
42
De la misma consideración CARO CORIA, al afirmar que «[...] tampoco es relevante la preexistencia de
relación matrimonial con el autor; de forma que se sanciona in¬clusive la llamada violación dentro del
matrimonio»; en; CARO CORIA, Carlos; SAN MARTÍN CASTRO, César, Delitos contra la libertad e idemnidad
sexuales, Grijley, Lima, 2010, p. 78.
hacia la mujer o viceversa; pues lo que se tutela en todo caso es la capacidad de
autodeterminación sexual.
Si permitimos que en el ámbito de los delitos sexuales penetre una cierta dosis de
moralidad, estos supuestos del injusto deberían de acarrear una mayor pena. La
misma protección concurre en el caso del concubinato43.
Á todas luces, asistirnos a un abuso del derecho al débito conyugal, y por ende, al
no haber consentimiento de la mujer, el hecho se torna antijurídico y reprochable.
No podemos olvidar, que el matrimonio es una institución donde los contrayentes
asisten consensualmente a celebrarlo y este elemento debe de operar en todos
los actos que se realicen en su seno; incluyendo actos tan íntimos como lo son las
relaciones sexuales.
Está determinada por la realización del acto sexual por parte del agente y contra la
voluntad de la víctima. En nuestra dogmática no existe dificultad para precisar los
43
A más detalle ver el apartado de Violación en el matrimonio.
44
VALENCIA MARTÍNEZ, Jorge Enrique, Delitos contra la libertad y el pudor sexual: Examen dogmático, la
ed., Forum Pacis, Bogotá, 1993, p. 47.
alcances que la ley señala al hablar de acto sexual. El acto sexual debe ser
entendido en su acepción normal, vale decir, como la penetración total o parcial
del miembro viril: pene en la vagina u otro análogo, siendo irrelevante La
eyaculación45. Rodriguez Devesa escribe que no es esencial la eyaculación ni la
total introducción del miembro viril46.
45
SERRANO GÓMEZ subraya que «no es necesario que el sujeto consiga la satisfacción lúbrica, o deseo
sexual que perseguía». Según la reiterada jurisprudencia española, se estima perfeccionado el delito de
agresión sexual por la «concurrencia de dos elementos, uno el objetivo o .material, dinámica comisiva
consistente en la realización de tocamientos impúdicos o contactos corporales de muy variada índole, y otro
de carácter psicológico o interno, especialmente doloso y que actúa como elemento subjetivo del injusto,
consistente en el ánimo libidinoso o de satisfacción del apetito sexual». En: Derecho Penal. Parte Especial,
Delitos contra las personas, Editorial Dykinson, Madrid, 1996, p. 216.
46
Citado por SERRANO GÓMEZ; RODRÍGUEZ DEVESA; op. cit; p. 216
Acto sexual o acto análogo es la conducta que requería que requería antes el tipo
legal La doctrina, tanto nacional47 corno comparada, en un principio limitaba la
conducta típica a la penetración vaginal y anal.
Vemos, por tanto, el deducido espacio de regulación nrmativa del tipo penal,
residia en factores ajenos a toda consideración material del bien jurídico tutelado,
y a entendimientos terminológicos inconsecuents con la ratio del precepto jurídico
en cuestión, donde la profusa penentración de aspectos sociológicos y
convencionalismos sociales hacían de la norma, un terreno apto para el empleo de
posicionamientos sexistas y, a su vez, conservadores del acto sexual. Por
47
Posiciones que reflejan una interpretación restrictiva y naturalística del acto «análogo» son. asumidas por
Raúl PEÑA CABRERA, al señalar al respecto que la fellatio in ore, que en este supuesto el agente no realiza
desde el punto de vista naturalístico ni penal un acto de penetración camal ya que la boca no está destinada,
fisiológicamente hablando, a la recepción del pene ni a originar un acoplamiento anatómico, en: PEÑA
CABRERA, Raúl, Tratado de Derecho penal, Parte especial, v. 1, Delitos contra la vida, el cuerpo, la salud, el
honor, la familia y la libertad, Ediciones Jurídicas, Lima, 1994; a la misma conclusión llega ROY FREYRE al
considerar el «acto análogo» en un sentido restrictivo: coito rectal (contra naturam) y coito en la cavidad,
vaginal (secundum naturam), eo así ú fe-llatio in ore por considerarlo de difícil probanza; en: ROY FREYRE
Luis, Derecho Penal peruano, Parte Especial, 1.1, Lima, 1986, p. 49.
48
Contrariamente a la legislación penal peruana que comprende otro acto análogo estrictu sensu, en. la
legislación penal española en. los arts, 179° y 180°, se castiga en el. primero de ellos, la agresión sexual,
consistente en «acceso carnal, introducción de objetos o penetración bucal o anal» como supuestos
agravados, comprendiendo de esta forma el acto análogo en sentido lato o amplío; SERRANO GÓMEZ, op.
cit, p. 216; CARO CORIA es de la opinión que «[...] el ejercicio violento de la sexualidad no solo ataca
aspectos físicos, al Derecho penal le compete proteger todos los aspectos de la autodeterminación e
intangibilidad sexuales; para la víctima de una práctica buco-genital realizada bajo violencia podría ser tan.
denigrante como una penetración, vaginal bajo amenaza [...]»; en: op. cit., p. 82; de la misma consideración
es VILLA STEIN al señalar que el fellatio in ore si es comprendido aunque el juzgador, conforme al principio
de lesividad, atenderá al caso concreto y regulará la pena, en: op. cit., p. 180
consiguiente, se expresaba que el único espacio que quedaba protegido en la
infracción era la esfera genital de la mujer, ubicación física, con todas las
implicaciones respecto de la organización social de la posición de la mujer, la
virginidad y la reproducción en la que se entendía residenciada la expresión
máxima de la honestidad49.
49
CANCIO MELIÁ, Manuel, Las infracciones de violación.,,, op. cit, p. 299.
50
El art. 179° del Código Penal español de 1995 señala a la letra que: «Cuando
la agresión sexual consista en acceso carnal, introducción de objetos o pene-tración bucal o anal, la pena
será de prisión de seis a doce años»
debe de proteger, tanto la libertad como la Intangibilidad sexual, de todos aquellos
ataques que supongan un potencial peligro a. dicha esfera, de especial
significancia en cuanto incidencia en la autorrealización humana; la afectación a la
libre disponibilidad de la sexualidad importa una gran trascendencia en la esfera
emocional y caracterológica del individuo, pues es bien sabido que los ataques
sexuales trascienden el hecho de su perpetración, manteniéndose sus efectos
perjudiciales por tiempo determinado, si es que se llega a superar en un lapso
determinado.
No solo el acceso carnal producto del miembro viril puede significar una lesión de
una entidad considerable en la esfera sexual, existen otros objetos e instrumentos
que también pueden causarla que inclusive pueden producir una mayor afectación
en la estructura psico-somátíca de la víctima; en tesitura, son riesgos que no solo
incumben la esfera sexual de la víctima, sino también, la esfera fisiológica y
corporal del ofendido, cuyo umbral de lesividad puede desencadenar la afectación
a otros bienes jurídicos, como la vida, el cuerpo y la salud, de tal forma que en el
caso de los objetos que se introducen en las cavidades (anal y vaginal), de cierta
forma trata de un delito plurifensivo, en la medida, que se vulneran varios
intereses jurídicos, se dice asi en la doctrina especializada: (acto análogo contacto
sexual via oral o la introducción de un objeto por la via vaginal o anal). Se trata de
conductas de la misma o superior lesividad para el bien jurídico libertad sexual;
solo desde una perspectiva que aún no se ha liberado de la sombra del dominio
del «acceso carnal.» vaginal como único referente resulta iesatisfactorio(265:i.
Como escribe Estrella, son típicas también las acciones que el agente logra que la
victima ejecute sobre el cuerpo de aquel o sobre el de un tercero, las que importan
únicamente tocamientos o rozamientos son constituitivos de actos contra el pudor.
Los medios para la perpetración del delito son la violencia o grave amenaza,
los cuales deben estar siempre presentes, a efectos de determinar la tipicidad
penal de la conducta; si es que el acceso carnal sexual, tomo lugar despojado de
todo viso de violencia o intimidación, simplemente la conducta no ingresa al
ámbito de protección de la norma. Y, sí quien es objeto de la invasión sexual, es
un menor de 14 años de edad, la tipificación se desplaza a los contornos
normativos del artículo 173° del CP.
2.3.1 Violencia
La violencia (vis absoluta) ejercida por el agente sobre la víctima debe ser física,
efectiva y estar causalmente conectada con el ilícito actual sexual que pretende
perpetrar. Debe tratarse del despliegue de una determinada dosis de violencia
física susceptible de quebrantar los mecanismos de de-fensa de la víctima, de
allanar los obstáculos para la realización de la con-junción carnal1380. Debe
tratarse de violencia física, continuada y suficiente, empleada sobre el sujeto
pasivo y capaz de vencer la resistencia (seria, per-sistente, real, efectiva) de la
víctima, de modo que se presente como la causa inmediata y directa del abuso
con acceso carnal1381.
Por último, la violencia debe ser directa, es decir, ejercida sobre la propia persona.
No existe delito en el caso de que se emplee la fuerza contra la persona que
impide derribar la puerta o ventana del cuarto donde se encuentra la mujer
dispuesta a consentir. Lógicamente cuando la violencia recae sobre otras
personas se da un concurso de delitos. Si la violencia no se da sobre la propia
víctima, será el caso de amenaza1388, pero si se amenaza a un tercero vinculado
de propinarle la muerte, sino consiente el acto sexual, al haberse producido una
manifestación de un vicio de la voluntad, que duda cabe que será un acto
constitutivo de violación sexual.
Por grave amenaza entendemos la violencia moral seria, empleada por el sujeto
activo, mediante el anuncio de un mal grave a intereses de la víctima o a intereses
vinculados a ésta. La promesa de daño debe producir en el ánimo de la víctima un
miedo que venza su resistencia1389, de causal un mal grave e inminente.
El mal que se anuncia debe ser inminente o próximo, no remoto, por-que respecto
a éste, el amenazado tiene la posibilidad de ponerse a buen recaudo, tomando las
medidas convenientes. Por último, la amenaza debe ser determinada; no bastan
las amenazas con contenido genérico; el simple anuncio del mal sin precisar su
identidad, no es posible que sea objeto de valoración por la víctima y, por tanto, no
puede avasallar su voluntad. Con todo, la amenaza debe importar un influjo
psíquico -cierto y determinado-que provoca un estado de angustia y temor en la
persona de la víctima, ante la plausibilidad de un ataque a la libertad sexual.
En principio, se requiere dolo directo, esto es, conciencia y voluntad de realizar los
elementos que dan lugar a la realización típica, de dirigir su conducta de forma
final a vulnerar la libre autodeterminación sexual de la víctima.
Los tipos penales comprendidos en el Capítulo IX del Título IX del C.R tutelan un
ámbito de especial relevancia en la libertad personal de un individuo, esto es, de
cautelar la libre elección autodeterminativa a configurar la vida sexual. En ninguno
de estas figuras delictivas, que han sido objeto de permanentes modificaciones
por parte del legislador, se advierte que la estructuración típica exija la
concurrencia de un aplacamiento del instinto mórbido del sujeto activo. Más aún,
póngase el ejemplo de quien introduce un objeto en la cavidad anal de una mujer,
siendo imposible que se satisfaga sexualmente, por ser impotente, o de usar una
prótesis en sustitución del pene; ahora la modalidad típica se ha abierto de forma
lata (acceso carnal sexual). Por consiguiente, la presencia de un elemento lúbrico
en la esfera subjetiva del injusto es injustificado político criminalmente y
dogmáticamente falso; si el tocamiento de los genitales o de las cavidades
(uterinas o anales) se realiza en el marco de una actuación médica, simplemente
esta conducta no es típica, por estar cubierta por el riesgo permitido, pero, si esta
conducta rebasa el ámbito permitido, se constituye en una actividad típica.
Parece que el foro doctrinal aún no ha calado fondo este tema y se sigue una
postura construida hace más de cincuenta años. La continua revisión de los
contenidos dogmáticos es un deber irrenunciable por parte del jurista, a fin de
conciliar la norma con la realidad social.
En el marco del tipo subjetivo del injusto también debe hacerse alusión al error de
tipo, el cual se configura cuando el autor yerra sobre algunos de los elementos
constitutivos del tipo penal, se produce una desconexión entre la esfera cognitiva
del agente con los elementos que dan lugar a la tipicidad penal. El elemento
intelectual -como escribe CEREZO MIR- consiste en la conciencia o conocimiento
de la realización de los elementos objetivos del tipo1408; quiere decir esto, qué el
autor debe actuar sabiendo que su comportamiento esta creando un riesgo
jurídicamente desaprobado, con aptitud de lesión a un bien jurídico penalmente
tutelado, desde una valoración ex -ante. Si el autor actúa desconociendo algunos
de los factores que hacen de su conducta, una de relevancia jurídico-penal estará
incurso en un error de tipo, el cual si era invencible determinará la exclusión del
dolo y la culpa, por ende, no será punible y, si éste era vencible, será punible a
título de imprudencia, tal como se desprende del artículo 14° del Código Penal.
Renglon seguid, debe indicarse que el injusto penal en comento, supone que el
autor sepa que esta ejerciendo violencia física y/o amenaza grave sobre una
persona viva, a fin de acceder carnalmente sin su consentimiento. ¿En estos
casos cuando podríamos decir que el autor obra desconociendo los elementos
que dan lugar a la tipificación penal? Si el agente cree erradamente que esta
yaciendo sobre un cadáver, podría darse el error de tipo, si por ejemplo la
supuesta víctima se encuentra en un estado de inconciencia, más aún si estaba
dentro de un ataúd, pero a la mínima señal de que ella esta viva, el estado
cognitivo del autor cambia de forma automática, pues ante la pulsación de ciertos
signos, el sonido de determinados órganos en su funcionamiento, la palpitación
del corazón, etc., dejan entrever claramente que se trata de una persona viva. En
el caso de que se ejerciera violencia sobre una persona equivocada (error de
identidad), pues es una forma de realizar el acto sexual, entre personas libres y
responsables (sadomasoquistas), podría darse el error de tipo, pues se presumía
el consentimiento de la víctima, pero al mínimo detalle de resistencia, la conducta
quedaría plenamente abarcada en el tipo penal en cuestión. Con todo, apreciar un
error de tipo en esta modalidad típica es en realidad dificultoso, a diferencia de lo
que acontece en el artículo 173°-A. (in fine)
En cuanto al error de prohibición, en este caso, el autor sabe y busca un
determinado resultado, no se produce error alguno en cuanto los elementos
constitutivos del tipo penal, más desconoce de su antijuridicidad, es decir, no tiene
conocimiento de su prohibición penal, tal como se desprende del segundo párrafo
del artículo 14° del Codigo Penal Aún cuando el autor disponga, según su
constitución psíquica, de la capacidad de comprender lo ilícito del hecho, puede
suceder en el caso concreto que esta comprensión quede imposibilitada por otras
razones, las que pueden derivar de su trayectoria vital (como provenir de otra
cultura) o de circunstancias externas (como un asesoramiento jurídico incorrecto).
Se debe ser muy objetivo en estos casos, muchas veces la denuncia por supuesta
violación sexual es utilizada como un arma de chantaje o como el encubrimiento
de una conducta infiel. Debe concebirse al acto sexual como la obtención de un
placer orgánico por ambas partes, el hecho de que una de ellas no lo obtenga, no
puede dar lugar a una valoración negativa del consentimiento. Por otro lado, los
vicios del consentimiento dan lugar a valoraciones distintas; primero, cuando se
utilizan una serie de substancias para colocar en un estado de inconciencia a la
víctima, la tipificación penal se reconduce a los alcances normativos del artículo
171°, más cabe distinguir, aquellas bebidas alcohólicas que conjuntamente y
voluntariamente liban ambos antes de mantener relaciones sexuales; segando, si
se utilizó algún tipo de ardid, fraude, engaño, etc, para la obtención del
consentimiento de la víctima, la configuración típica sería constitutiva del injusto de
Seducción, cuyos repararos legitimantes serán abordados en el punto en cuestión.
Cabe apuntar, que cuando se produce un consentimiento "válido" por parte de la
supuesta víctima, éste opera como una causal de atipicidad y no como modalidad
de antijuridicidad, en la medida que la libertad misma en la cual se desarrolla el
acto sexual, determina la irrelevancia jurídico-penal misma de la conducta, no
ingresa per se al ámbito de protección de la norma, al no constituir aquellos
comportamientos que la norma pretende reprimir.
5.- CONSUMACIÓN
Por consiguiente, la penetración (acceso) parcial del miembro viril o del objeto,
importan ya una realización típica perfeccionada (consumación). No se requiere
una 'penetración total, basta una mínima penetración, como en el llamado coito
vestibular o vulvar, pero no son suficientes los actos de acercamiento o
tocamientos superficiales con los genitales masculinos que no importen una
verdadera penetración en el orificio de otro sujeto1417. Habrá tentativa de
violación cuando la acción del autor tenga, desde un punto de vista objetivo, un
déficit, que en el caso consiste en la falta de penetración, por razones ajenas al
autor, acción que debe encuadrar en el comienzo de ejecución del acto.
Puede darse un caso de tentativa inidónea, tanto por el objeto como por el medio
empleado; en el primero de los casos, como se sostuvo en líneas primigenias, se
necesita de una persona viva como sujeto pasivo, si el agente desplegó una
fuerza excesiva en su víctima para yacería sexual-mente, y resulta que cuando la
accede sexualmente, ésta ya se encuentra muerta (cadáver), sería un concurso
real entre asesinato con ofensas contra los muertos. En el segundo de los
supuestos, cuando el autor pretende acceder carnalmente a la víctima mediante el
miembro viril, pero no se produce la erección. No obstante, si ya ejerció violencia
sobre ella, a lo más lesiones o coacciones; pues no existe aptitud de lesión, no
pueden penalizarse conductas por una mera consideración subjetiva; pero si
sustituye el miembro viril por un objeto o parte del cuerpo, la tentativa si sería
idónea. La intención de lograr el acceso carnal debe darse en un supuesto fáctico
real y objetivo.
El delito de violación puede concurrir con los delitos de secuestro, robo, extorsión
y también con el de asesinato, si es que él agente pretendiese ocultar la violación
matando a la víctima, dándose la figura contemplada en el inc. 2) del artículo 108°
del C.P; sin embargo, si la muerte de la ofendida, se produjo como consecuencia
del ejercicio de la violencia propia del acto sexual, para vencer la resistencia de la
víctima, la tipificación se traslada al tipo penal del artículo 177° (formas
agravadas).
Cuando el agente perpetra varios accesos camales sobre la misma víctima sin
mediando lapso sustantivo entre uno y otro (separables en el tiempo y en el
espacio), y dentro de las mismas circunstancias, estaríamos ante un delito
continuado, reprimible conforme a lo establecido al artículo 49° del Código penal,
pues de lo contrario se configuraría un concurso real homogéneo de delitos
(artículo 50° del Código Penal), cuando la renovación de los actos que dan lugar al
quebrantamiento sexual parten de una continuidad temporal.
Sin duda, la realización del acceso carnal sexual violento, importa ac-tos concretos
que inciden sobre la esfera corporal de la víctima, actos que se encuentran
comprendidos en dicha construcción normativa. Por lo que se di-ría que las
lesiones están subsumidas en dicho tipo penal, lo que no es tanto así, en el
sentido de que si la intensidad de la violencia sobre el cuerpo de la víctima a fin de
eliminar las barreras de defensa, provocan una significativa afectación a la
integridad corporal, fisiológica o psicológica del ofendido, se dará entonces un
concurso ideal de delitos1421; más el legislador ha previsto en el artículo 177° una
figura preterintencional, cuando los actos cometidos producen lesiones graves. En
el caso de que el autor ejerza una violencia innecesaria para consumar el acceso
carnal sexual con violencia, también daría lugar al tipo penal del artículo 177°
(proceder con crueldad).
En este delito serán reprimidos como autores todos aquellos que realicen
materialmente el acto ejecutivo, desde una vía de interpretación normativa, esto
es, autores serán todos aquellos que realicen de forma fáctica los actos
constitutivos del tipo penal, sea ejerciendo la violencia física y/o desplegando una
amenaza seria e inminente así como materializando el acceso carnal sobre las
cavidades (vaginal, anal y bucal), de la víctima; por lo que autor puede serlo tanto
el hombre como la mujer, (...) puesto que no es necesario que el que ejerce la
violencia y el que realiza el acto sexual sean la misma persona. Del mismo modo
en el caso de una coautoría. En cuanto a la posibilidad de una autoría mediata, el
dominio del hombre de atrás aprovechando una serie de deficiencias psico-
cognitivas del hombre de adelante, es perfectamente admisible, pues no se trata
en realidad de un delito dé propia mano; de mera conjunción carnal, en tanto, lo
que se tutela es la libre autodeterminación sexual de la víctima, la cual puede
quebrantarse cuando el autor mediato utiliza a un tercero que da rienda suelta a la
actividad típica. Puede también darse una instigación, pues si bien el hombre de
adelante detenta el dominio funcional del hecho, su determinación delictiva ha sido
provocada por el hombre de atrás a partir de un influjo psíquico importante.
8.- AGRAVANTES:
Todas aquellas armas (propias e impropias), que pueden provocar una afectación
considerable en los bienes jurídicos fundamentales del individuo; un arma de
fuego puede ser empleada directamente de acuerdo a su origen, como
mecanismo de destrucción humana, así también como un elemento contundente,
de golpear a la víctima en la sien, a fin de neutralizar-se. Así, también un cuchillo,
una navaja, un sable, un hacha, todos ellos que maniobrados por sujetos duchos
en la materia, pueden producir la muerte de una persona. La aptitud del arma en
cuanto posibilidad concreta de lesión, debe analizarse tanto desde una
perspectiva ex -ante como de una visión ex -post; dicha objetividad debe medirse
también conforme a la perspectiva de la víctima (sexo, condición cultural, edad,
etc).
Asimismo, deberá exigirse un uso efectivo del arma como tal, es decir, como
amenaza directa a la víctima por lo que no basta para configurar la agravante el
llevar un arma, o su mera exhibición, en la cintura, el bolsillo, o dentro de una
bolsa (...).
Con todo, la detentación de un arma importa ya una amenaza grave para la salud
del ofendido, que a su vez determinar coartar cualquier mecanismo de defensa, a
fin de neutralizar cualquier tipo de oposición y, así, accedería sexualmente sin
problema alguno.
Sin embargo, la realización del evento por dos personas supone, la división de
tareas; mientras uno de ellos ejerce actos de violencia o de sujetamiento
(forzamiento) a la víctima, el otro, es quien penetra en algunas de las cavidades
de la víctima. Entonces, cada uno está realizando una aportación importante e
insustituible para la realización típica, por lo que en realidad, se configura es una
coautoría, una co-decisión del plan criminal, co-dominio del hecho y la aportación
de una contribución relevante e insustituible; pues, el ejercicio de la violencia, es
un elemento constitutivo del tipo penal, que lo puede realizar cualquiera, incluso
una mujer. Mas aún, puede haber entre ambos partícipes, un cambio de roles, que
haría de la coautoría una configuración autoral inobjetable, en el cual puede
también participar una mujer, quien le es suficiente la introducción de un objeto
(biológico o artificial) en las cavidades orgánicas de la víctima (con la nueva
regulación típica).
8.4. Si para la ejecución del delito se haya prevalido de cualquier posición o cargo
que le dé particular autoridad sobre la víctima o de una relación de parentesco por
ser ascendiente, descendiente o hermano, por naturaleza o adopción o afines a la
víctima.
Este es el típico caso del prevalimiento en razón de una posición de dominio, esto
es, el agente se aprovecha de una especial relación factual o jurídica que detenta
sobre la víctima, para facilitarse la realización del evento delictivo. En tal sentido,
la mayor desvaloración del injusto se constituye en el mayor reproche que recae
sobre el autor. Son entonces, posiciones o roles sociales, basados en relaciones
laborales (de jerarquía), de mano y autoridad; así, como es una especial relación
de parentesco, que puede ser de carácter sanguíneo o legal. Se trata de una
actualización de la contribución jurídico penal a la llamada "barrera del incesto" tan
extendida en la antropología histórica y comparada (...), para tal efecto, es
importante señalar que para que se consigue no basta la relación laboral o
parental entre el sujeto activo y la víctima, se necesita que la realización típica se
comete como con-secuencia del prevalimiento de dicha posición de dominio.
Ahora bien, ¿Qué otra posición le puede dar al autor una particular autoridad
sobre la víctima?, sería el caso del empleador (superior) sobre su subordinado en
el marco de una relación laboral, los detenidos en relación con sus custodios, el
médico y enfermeros en relación con el paciente, el profesor con respecto a sus
alumnos menores claro esta, etc. Se incluye a parte de los padres, a los tutores,
curadores, así como en los orfanatorios, internado de menores u otros centros de
hospedaje, como las clínicas de la salud mental. Así también, los internamientos
por sacerdocios y para monjas. En suma, toda relación que suponga una posición
de dominio del autor con respecto a su víctima; mas vale aclarar que cuando
aparezcan en concreto las relaciones descritas en los incisos 3) y 5), esta
agravante no resultará aplicable, al margen de las críticas de lege ferenda que
éstas ameritan.
El artículo 184° del Código Penal establece ya una penalidad más re-presiva en
caso de los partícipes (cómplices e instigadores), cooperadores en la perpetración
de los delitos comprendidos en los Capítulos IX, X y XI del Título correspondiente.
En consecuencia, la agravación de este supuesto, sólo es extensible a quienes
tienen la calidad de autores y coautores. Máxi-me cabe precisar, que para poder
aplicar esta circunstancia agravante, no basta que se acredite la condición de
parentesco entre el autor y la víctima toda vez que es necesario, que el injusto se
haya cometido con ocasión de dicha posición, es decir, con abuso del vínculo de
parentesco. Situación que no parece desprenderse del artículo 184° del C.P.
Además, la mayor gravedad del hecho radica en que es cometido por quienes el
Estado ha investido de poderes y atribuciones para protección y resguardo de las
personas, para respetar y hacer respetar la ley, y violando sus trascendentes
responsabilidades, se aprovechan y abusan de aquellos atributos para la comisión
del ilícito1433; o partiendo de (...) la situación de pre-eminencia en que se
encuentra el agente de seguridad con respecto del civil, especialmente cuando
este último se halla detenido, y además porque está violando un deber específico,
que todo funcionario policial o de seguridad ene, de protección a las personas,
transformándolo en un abuso de él.
se trata de un delito de peligro concreto, de modo que el bien juridico, salud debe
haber corrido realmente un riesgo efectivo. De lo cual se deduce, afirma Donna,
que la sola portación de la enfermedad no alcanza para agravar los tipos. En
efecto, e solo hecho de que el autor se encuentra infectado del Sida por ejemplo,
no es suficiente, pues puede que la enfermedad no haya .llegado de maduración,
que sea susceptible de contagio, por lo que será una tentativa no-idónea, por ende
no punible. Debiéndose enfatizar que no es un delito de resultado, basta la real
puesta en peligro del bien objeto de tutela penal.
Este supuesto del injusto típico, hace referencia a una determinación cronológica
de la víctima, quien por su menor edad redunda en un desarrollo genésico
incompleto, estará en condiciones de ser más perjudicado con esta conducta
criminal, en comparación con un sujeto pasivo adulto, ya iniciado en la vida sexual.
Es una especial indefensión del sujeto pasivo caracterizada por su inmadurez, por
su falta de moral o de fuerza física para poder repeler el ataque sexual, en tal
sentido, se constituye en una víctima más vulnerable y una presa fácil para estos
crimínales violentos, que encontraran, en aquellas, circunstancias más propensas
para cometer su designio criminal,
lógica entre ambos supuestos delictivos, pues el acto sexual que se realice
mediante violencia grave recibirá una menor pena, que aquel acto sexual que se
ha realizado con consentimiento de las partes, maxime como expresión de un
sentimiento compartido, todo lo cual afecta de forma considerable los principios de
culpabilidad, proporcionalidad y ofensividad, y por supuesto, el de humanidad de
las pnas, pues la sanción punitiva no puede resultar atentatorio a los derechos
fundamentales de los individuos. Es que el libre ejercicio de la sexualidad, es un
derecho humano de primera línea. Política penal absurda, que solo encuentra
asidero, en un legislador que solo quiere colmar o dígase tranquilizar a las
galerías, antes hechos de grave conmoción social, a fin de aplacar las demandas
de los abanderados de la moralidad colectiva (grupos mediáticos de presión), sin
atenerse a las graves consecuencias que dicha orientación normativa puede
provocar en el ámbito de libertad ciudadana, la pena no puede constituir un mal
más allá de la propia reclusión, en este caso puede construir un verdadero drama
familiar.
Son en realidad dos las modificaciones producidas, una referida al marco penal
imposible, y otro en la determinación normativa de las circunstancias agravantes.
Entonces, el tipo base no es modificado en sus elementos componedores de
tipicidad, los cuales fueron modificados de forma significativa con la Ley 28251 del
08 de junio del 2004, sino en la norma de sanción (pena). «El marco penal es
modificado de una pena no menor de cuatro ni mayo de ocho años a, una pena no
menor de seis ni mayor de ocho años. La intención es
El artículo 172° del Código Penal describe esta figura delictiva en los términos
siguientes, luego de la modificatoria efectuada por la Ley 28704:
«El que tiene acceso camal con una persona por vía vaginal, anal o bucal o realiza
otros actos análogos introduciendo objetos o partes del cuerpo por alguna de las
dos primeras vías, conociendo que sufre anomalía psíquica, grave alteración de la
conciencia, retardo mental o que se encuentra en incapacidad de resistir; será
reprimido con pena privativa de libertad no menor de veinte ni mayor de veinticinco
años,
1. GENERALIDADES
2. BIENJURÍDÍCO
En este caso al igual, que los menores de catorce años, el legislador ha estimado
una negación del consentimiento, dicho así: el ordenamiento jurídico les ha
negado a ciertas personas, que presentan deficiencias y/o minusvalías mentales,
la capacidad de autodeterminarse sexualmente, es decir, estas personas no tienen
la posibilidad de realizarse sexualmente, pues si una expresa tipificación penaliza
a quien realiza un acto sexual con aquellos - sin mediar violencia ni amenaza
grave-, es porque a estas personas no le reconoce el derecho de disponer de su
esfera sexual ¿Esto es legítimo en un Estado de Derecho?, es una cuestión que
no es fácil de dilucidar; lo que si podemos precisar de forma rayana en la
seguridad, es que el fundamento material del injusto penal no sólo puede reposar
en la condición de vulnerabilidad del sujeto pasivo, sino que su perpetración debe
haberse realizado en abuso de dicha condición de "inferioridad".
El sexo hoy en día no puede ser comprendido como un tabú o un pecado que
debe, ser castigado, por infringir ciertos preceptos morales y/o religiosos, esa
dimensión negativa solo puede sostenerse cuando el con-sentimiento de la víctima
ha sido quebrantado o cuando el desarrollo de la sexualidad del menor ha sido
perturbado por una invasión sexual violenta; más si la dimensión positiva esta
íntimamente ligada con el desarrollo y autorrealización de la personalidad humana,
como manifestación más latente de las relaciones entre los hombres, como
máxima integración de dos personas, por lo que negar a buenas y primeras dicha
autorrealización, no importa una sólida argumentación, en el sentido de que los
enajenados deban ser privados de dicho derecho esto es, a la "autodeterminación
sexual"; de tal forma, que a nuestra consideración el Derecho penal solo puede
intervenir ante atentados en realidad graves, cuando la víctima esta en una
51
Así, CARMONA SALGADO, C; Delitos contra la libertad sexual, cit., ps. 321-322.
imposibilidad absoluta de discernimiento, y sabiendo de esta condición el agente,
se aprovecha de ello, para tener acceso carnal sexual, pues puede que exista un
sentimiento de por medio, inclusive puede haber prole. Si esto es así, no habría
dificultad en aceptar que estas personas tengan relaciones sexuales, ya que de lo
contrario se las estaría condenando a una especia de abstención sexual
perpetua1460.
Por consiguiente, una persona -por ejemplo-, con síndrome de Down, que en la
práctica puede laborar casi normalmente como cualquiera de nosotros, también
debe tener el derecho de autodeterminarse sexualmente, claro está sin mediar
violencia y/o amenaza grave, si ésta se da, la conducta deberá ser reprimida
según los alcances del tipo base.
3.- TIPO OBJETIVO
En principio, puede ser cualquier persona viva, hombre y/o mujer sin interesar su
opción sexual, es decir, puede tratarse tanto de un acto sexual heterosexual como
homosexual. Si el sujeto activo es menor de 18 años, es un sujeto infractor de la
ley penal, por lo que será procesado en la Justicia de Familia y la sanción será
una medida socio-educativa; si es también un enajenado, al igual que la víctima, la
sanción será una medida de seguridad y no la pena. El hecho de que se trate de
un sujeto inculpable, no lo enerva de poder desautorizar la vigencia fáctica de la
norma, cuestión distinta es que no pueda responder penalmente por dicha
contravención.
Puede resultar en algunos casos, que la víctima sufra de retardo mental y a la vez,
sea un menor de 14 años de edad, lo que implicaría la simultánea adecuación
típica a este delito y al reglado en el artículo 173°, de modo, que viendo que la
mayor vulnerabilidad se recoge en este último articulado, tomando en cuenta la
penalidad aplicable en este último, es que se debe optar por esta tipificación
penal, y así resguardar el principio del non bis in dem.
a) Anomalía, psíquica
Las perturbaciones que puede sufrir la mente humana, son de la más variada
índole, en cuanto a la manifestación de anomalías que afectan gravemente la
psique de cualquier individuo. Desde el punto de vista jurídico, con que se debe
interpretar estas expresiones, deben incluirse aquí en primer lugar las psicosis, en
sentido clínico, tanto de origen exógeno como endógeno.
La ley penal, al igual que la situación anterior, reputa que no hay voluntad en la
aceptación del sujeto pasivo para realizar el acceso carnal sexual.
Tal como señala PEÑA CABRERA "no se requiere una base patológica que
fundamente la alteración de la conciencia, dado que es posible la alteración plena
de la conciencia y de la voluntad sin una base patológica". Se trata pues, de un
estado permanente que lesiona profundamente la esfera cognoscitiva, éste obra,
por ende, alterado en su propia conciencia (esfera del Yo) o del mundo
circundante que lo rodea, afectándolo a tal nivel -que le imposibilita comprender el
carácter delictuoso del acto que comete- o se ve anulado en la capacidad de
controlar sus propios actos (facultades psicomotrices) v.gr. la ebriedad, el sueño,
la fiebre, alta dosis de fármacos, etc., son per se factores que producen grave
perturbación en la conciencia humana.
Importa que esta anomalía psíquica afecte gravemente, la conciencia del sujeto
del mundo que lo rodea e, inclusive la conciencia de si mismo. El trastorno debe
adquirir la entidad de profundidad para involucrar las perturbaciones distantes en
grado de lo que se toma como normal.
d) Incapacidad de resistir
Bajo este supuesto, la víctima no padece de enfermedad mental alguno, sino que
es neutralizada en sus mecanismos de defensa a efectos de que se puede
ejecutar el acceso carnal sexual. Se trata de una situación en la cual, la víctima
comprende el significado del acto del que es objeto, pero no puede actuar su
voluntad contraria y oponerse materialmente a la acción del autor. A diferencia de
la hipótesis anterior, la víctima comprende el significado del acto, pero se
encuentra incapacitada materialmente para ex-presar su voluntad opositora a los
actos del sujeto activo; v.gr., una hemiplejía, el hallarse maniatado, delirio febril,
etc.; no se trata entonces de una voluntad anulada por completo, a causa de un
estado de inconciencia o de una imposibilidad de comprensión perceptiva.
Debe añadirse en todo caso, que para diferenciar esta conducta típica de la que
se desprende del artículo 171°, la "incapacidad de resistir" es un estado psico-
físico que no ha sido generado por el autor, sino por una circunstancia
concomitante, una situación a propia acción de la víctima o por un factor causal;
v.gr., si el autor encuentra ya en estado pleno de ebriedad y así abusa de ella
sexualmente, se dará la tipificación penal en comento, pero si éste le suministró
una serie de fármacos en su bebida, para luego accedería sexualmente, la
calificación jurídico-penal se remite a la del artículo 171°. Sin duda, el hecho
mismo de colocar a la víctima en dicho estado, es lo que le otorga un plus en el
disvalor de la acción penalmente antijurídica. Así también, cuando el agente halla
herida a su víctima, que fuera atropellada por un conductor negligente, estando en
imposibilidad de resistir, pues se encuentra inconsciente, se dará la figura in
examine.
5.- CONSUMACIÓN
6.- AGRAVANTE
7.- PENA
Veremos cómo el estudio de los factores genéticos de la agresión tiene que ver
con la determinación de cuáles elementos hereditarios pueden afectarla. También
revisaremos el problema de diferenciar las contribuciones relativas de la herencia
y el medio. Mostraremos cómo se aclaran estas cuestiones usando estudios
selectivos de crianza de animales, así como estudios de factores hereditarios en el
hombre. Además, describiremos varias anormalidades genéticas encontradas en
los humanos para ilustrar cómo tales anormalidades podrían afec-lar la agresión y
cómo su estudio resulta muy problemático.
Los factores genéticos que afectan la agresión son aquellos que tienen su origen
en la expresión de alguna información localizada en los genes de los cromosomas
de todas las células. Esta información genética se expresa como la construcción
de componentes estructurales particulares o el desarrollo de las actividades
químicas del organismo. Esta expresión puede ocurrir como una selección de la
enorme información que normalmente se encuentra codificada en los genes, o
puede producirse a partir de alguna condición genética anormal ocasionada por
enfermedad, radiación, drogas u otros químicos, como cuando un carcinógeno
produce cáncer. Tal condición puede alterar el código genético y crear estructuras
o actividades químicas anormales en el organismo. Por el contrario, un efecto
genético en la agresión puede resultar de la ausencia de expresión de la
información. Ahora describiremos algunas de las maneras en las que se piensa
que estos mecanismos de expresión afectan la agresión.
Los estudios hechos con animales inferiores proporcionan información útil sobre
los posibles efectos genéticos sobre la agresión y los factores biológicos que
participan de manera específica. Los científicos han probado diferentes razas de
distintas especies, como perros y ratones, para medir grados relativos de
agresión. Varios estudios indican que algunas razas son más agresivas que otras,
lo cual sugiere una determinación genética. Sin embargo, han surgido dificultades
para asignar categorías de agresividad dentro de algunas especies, como el ratón,
por ejemplo, debido a la inconsistencia de los métodos usados en las pruebas.
Dado el gran número de razas, se han tenido que hacer comparaciones de los
niveles de agresividad a lo largo de estos estudios. Thiessen (1976) revisó los
estudios que se publicaron en un periodo de 33 años y encontró diferencias en
agresión entre varias razas. No obstante, algunos investigadores observaron
parejas de ratones, otros observaron grupos, algunos emplearon pruebas
intrarraciales, y otros pruebas interraciales. Todos ellos usaron muchas
definiciones diferentes de agresión. Por tanto, no nos debe sorprender que
ninguna raza fuera consistentemente más agresiva. Una raza llamada C57BL/10
resultó ser a menudo la más agresiva, pero no siempre. Por ejemplo, en dos de
nueve comparaciones con una raza conocida como BALB/c, esta última fue
clasificada como aún más agresiva. Esta inconsistencia apoya los puntos
establecidos en el capítulo 1. Antes de determinar las causas (genéticas, aquí) de
la agresión, debemos establecer una definición clara y un sistema adecuado de
medición.
Los estudios de crianza selectiva han sido útiles para examinar la función de los
mecanismos genéticos en la agresión. En tales investigaciones, los científicos
estudian la agresividad de varios individuos de una raza particular de una especie.
Entonces, aquellos que resultan especialmente agresivos (o, a menudo,
especialmente dóciles) se cruzan con otros de su particular subgrupo de
comportamiento. Más tarde, se mide la agresividad de la descendencia y se lleva
a cabo una crianza selectiva similar. Este procedimiento puede repetirse durante
tantas generaciones como se desee. Así, podemos determinar si es posible la
crianza selectiva para obtener cambios en agresión y también cuántas cruzas
necesitamos antes de que los cambios se manifiesten de manera consistente.
Además, una vez que hemos producido las diferencias en agresividad, podemos
examinar las diferencias físicas v fisiológicas de los individuos de la subespecie
que pudieran explicar dichas diferencias.
Durante muchos años (en algunos casos a lo largo de siglos), se han llevado a
cabo crianzas selectivas con diferentes propósitos, puesto que los criadores han
escogido animales con ciertas características deseables para cruzarlos y mejorar
las razas. La agresión ha sido algunas veces de interés para los criadores de
animales de gran-ja, que quizás desean producir ganado con niveles bajos de
agresión para ayudarles a tener menos peleas dañinas, un manejo más fácil y
quizás productos más deseables para el consumo. Sin embargo, aquí estamos
especialmente interesados en los esfuerzos para reproducir sobre todo los niveles
altos de agresión. Dichas subespecies, como los toros españoles de lidia, los
gallos de pelea, los peces combatientes de Siam y los perros de pelea, como el
ahora tristemente célebre bull terrier inglés, con frecuencia han sido producidas de
manera poco formal por propietarios sin formación que crían los animales que de-
sean usar en peleas, usualmente por el interés en las ganancias que dejan las
apuestas. Ya que, éstas y las peleas de animales son a menudo ilegales, no es
fácil contar con la información científica sobre el procedimiento general de crianza
ni los resultados.
Por otro lado, los estudios de crianza selectiva llevados a cabo en instalaciones de
laboratorio han contribuido a aumentar nuestro conocimiento de los mecanismos
genéticos de la agresión, más allá de lo que hemos obtenido de esfuerzos de
crianza menos científicos. Hall y Klein (1942) condujeron un estudio pionero sobre
los efectos de la crianza en la agresión. Descubrieron que las ratas criadas selec-
tivamente para ser "emocionales", después de ocho o nueve genera dones, eran
menos agresivas que las ratas "no emocionales". Aquí hay una interesante lección
adicional para aquellos que pudieran creer que "emoción" es lo mismo que
agresión, y es que las ralas "emocionales" realmente se seleccionaban por ser
"temerosas" o tímidas, al mismo tiempo que las ratas "no emocionales" eran
seleccionadas por su "temeridad". El estudio en realidad demostró que era más
probable que las ratas más temerosas atacaran menos que las menos temerosas.
Problemas similares resultantes de la imprecisión de términos tienen precedente
en el trabajo de crianza selectiva. La serie clásica de estudios iniciados por Tryon
en 1930, caracterizada por muchos como un intento por desarrollar inteligencia en
las ratas, en realidad seleccionaba ratas que recorrían mejor sus laberintos de
prueba. No obstante que Tryon discutía la herencia de habilidades relacionadas
con un mejor desempeño para resolver laberintos y sugería que estas
características podrían aplicarse a otras situaciones y especies, era más cauteloso
en sus generalizaciones de lo que creen los críticos modernos. De hecho, esta
precaución era justificada, ya que otras pruebas del desempeño de ratas en
situaciones de aprendizaje demostraron que las ratas no se comportaban
necesariamente mejor que otras no seleccionadas (Searle, 1949). Así, debemos
tener cuidado al generalizar de una situación experimental a otras.
Mednik (1981) hizo una útil revisión de estudios de gemelos y agresión. Indicó que
un sencillo resumen de ocho estudios de gemelos idénticos en diferentes partes
del mundo sugiere una tasa de 60 % de concordancia (compartida por ambos
gemelos) de problemas producidos por su agresión, mientras que para los
gemelos fraternales se encontró una tasa de 30 % de concordancia. Sin embargo,
estos estudios plantean muchos problemas, incluso la medición errónea resultante
de un prejuicio en la selección de la muestra. Parece que se han estudiado más
gemelos homocigóticos de los que se supone que existen, y varios estudios
provienen de la Alemania nazi. La implicación es que cuando menos algunos
estudios tienen la tendencia de con venir a una agenda política. El finado K. O.
Christiansen, colaborador de Mednick, había llevado a cabo su propio estudio
utilizando la población de Dinamarca. Por la limitada migración de su población, MI
Christians en primero estudió a todos los gemelos de una región. Encontró que los
varones tenían una tasa de concordancia de 35 % en problemas de agresión para
gemelos homocigóticos y de 13 % para gemelos heterocigóticos. Para las
gemelas, las diferencias fueron similares, aunque el nivel general de problemas
fue más bajo. Las tasas de concordancia para gemelos homocigóticos fue más de
dos veces y media mayor que para gemelos heterocigóticos. Esta creciente
concordancia para un grupo con constitución genética idéntica implica que los
factores genéticos contribuyeron a determinar el nivel de agresión. Asimismo y
obviamente, el hecho de que la tasa fuera mucho más baja de 100 % implica que
otros factores contribuyeron con dichos niveles. Ya que este estudio abarca a
gemelos que crecieron juntos, y puesto que podemos suponer que los gemelos
idénticos a menudo comparten las mismas experiencias, no podemos descartar
una importante contribución ambiental en sus niveles de agresión.
Una gran parte del trabajo con XYY se basa en obtener el cariotipo de las células
(véase pág. 36) de una población y determinar si existe alguna relación entre la
presencia del mosaico XYY y el comportamiento agresivo u otras desviaciones del
comportamiento. El primer trabajo que sugirió una relación de ese tipo fue hecho
por Jacobs y colaboradores (1965), quienes examinaron las células de una
población hospitalizada de locos criminales y encontraron que la incidencia de
XYY en los individuos era de cerca de 3 % mientras que estimaron que en una
población normal este valor es de cerca de 0.1 %. Esta elevada incidencia sugería
que el síndrome tenía algún valor causal en la criminalidad de los pacientes.
Estudios subsecuentes para caracterizar a los hombres XYY informan que
generalmente son más altos, tienen más altos niveles de testosterona (la
hormona sexual masculina) plasmática, organos genitales más grandes y una
inteligencia inferior que los que no tienen la condición XYY, aun cuando
provengan de familias normales.
La mayor parte de los debates han mencionado los altos niveles de agresión en
hembras, ya sea como excepciones o, como en White (1983), como ejemplos para
contrarrestar la suposición de que los machos están biológicamente determinados
para ser más agresivos que las hembras. Sin embargo, existe la preocupación de
que se haya empleado una metodología inapropiada en la comparación entre la
agresividad de machos y la de hembras. Lagerspetz y colaboradores (1988), entre
otros, han investigado las diferencias de género en la agresión humana,
provocando situaciones y desenlaces. Encontraron que en tanto los varones de 11
y 12 años de edad eran físicamente más agresivos, las niñas eran, más a
menudo, agresivas de un modo indirecto. Es decir, cuando estaban enojadas, las
niñas eran más propensas que los niños a decir mentiras acerca de alguien,
ignorarlo o tratarlo con frialdad, o mostrarse de mal humor. Así, el tipo de agresión
estudiada podría determinar cuál género es más agresivo o enmascarar la
existencia de otros tipos de agresión. Los autores indican que, ya que los
investigadores usualmente se concentran en mediciones de la agresión
establecidas con mayor confiabilidad, pueden haber pasado por alto una agresión
femenina sustancial.
Como hemos señalado, han surgido algunas objeciones acerca de atribuir las
diferencias de género en la agresión a mecanismos biológicos. También se ha
cuestionado la existencia misma de dichas diferencias. Los investigadores han
argumentado que la definición o medición de la agresión en algunos estudios ha
sido algunas veces inapropiada y que las diferencias entre hombres y mujeres en
la percepción de la aceptabilidad de la agresión podrían dar resultados
tendenciosos (Frodi et al., 1977). Algunos investigadores han sugerido que la
agresión femenina en Estados Unidos de América puede haber aumentado
conforme fueron cambiando las funciones sociales del género. Barón (1977) anotó
esto en su explicación de los resultado, de su trabajo en la década de los setenta.
También volvió a analizar parte de su trabajo previo que había indicado que los
machos eran más agresivos que las hembras. Sugirió que esos estudios involucra-
ban provocaciones menores para la agresión, y que era probable que los machos,
quienes podrían haber tenido niveles de tolerancia más bajos, reaccionaran más
que las hembras. Sin embargo, a pesar de esta sugerencia de una mayor
disposición de los varones para agredir, Barón recalcó las similitudes en ambos
sexos para responder a provocaciones crecientes.
Al considerar las implicaciones del trabajo de Barón, debemos anotar que estaba
empleando el paradigma profesor-estudiante ya referido que usa el subterfugio del
"profesor" a quien se le dijo que usaría la descarga eléctrica para ayudar al
experimentador a aprender algo acerca de los efectos de la descarga en el
comportamiento. La investigación ha sugerido que esta situación no involucra
agresión debido a que no es manifiesto el estímulo a la agresión y que mejor
podría considerarse un ejemplo de la susceptibilidad del sujeto para obedecer
órdenes dadas por otros, como en los estudios famosos de Milgram (1963).
Milgram desarrolló un método profesor-estudiante y encontró en su primer estudio
que dos tercios de los sujetos continuarían enviando descargas eléctricas, fuertes
y cada vez de mayor intensidad, aun cuando los niveles de las descargas fueran
catalogados como peligrosos. Saco en conclusión que los sujetos lo hacían así por
su disposición a obedecer a un experimentador por ser una persona con
autoridad, lo cual rebasa la resistencia de los sujetos a infligir daño a otros. Así,
quizá la modificación de las diferencias entre sexos encontradas por Barón es un
reflejo de los cambios en las funciones sociales en áreas distintas ele la agresión.
Por tanto, puesto que los investigadores están atrapados en un dilema ético al
tratar de estudiar la agresión en un laboratorio y no poder permitir que ocurra una
verdadera agresión, no podemos contestar en definitiva esta cuestión. No
obstante, dado el creciente interés actual en este tema, seguramente habrá
intentos adicionales para explorarlo.
Vimos cómo los mecanismos genéticos pueden influir en la agresión y cómo una
consecuencia de un mecanismo genético, el género del individuo, está relacionado
con la agresión. Ahora exploraremos cómo los factores relacionados con el sexo,
las hormonas sexuales, afectan la agresión.
Testosterona
Los relativamente pocos estudios de la relación que hay entre los niveles de
testosterona y agresión en humanos no han producido resultados consistentes, tal
vez debido a dificultades metodológicas. Persky y colaboradores (1971),
encontraron una relación positiva entre la agresión autoevaluada y la producción
de testosterona en los jóvenes (de 22 años de edad), pero no en hombres más
viejos (de 45 anos o más). Más adelante, Persky y colaboradores (1978), informa
ron de una correlación positiva entre los niveles de andrógenos y la agresión en
una población psiquiátrica. Por otra parte, Kreutz y Rose (1972) no encontraron
una correlación significativa entre los niveles de testosterona y los resultados de
pruebas de agresión ni entre el numero de actos agresivos recientes en una
población carcelaria, aunque sí observaron que dichos niveles se relacionaban
con las historias criminales individuales. Ehrenkranz y colaboradores (1974),
informaron de una correlación positiva entre los niveles de testoste-rona y la
violencia pasada y presente de los internos y también entre la testosterona y el
predominio de los internos no violentos que eran líderes en la prisión. Por tanto,
mientras que algunos estudios indi-ean una correlación positiva entre los niveles
de testosterona y la agresión, no se ha encontrado lo mismo en todas las edades y
todas las poblaciones. Además, otros comportamientos, como el predominio (sin
violencia), se correlacionan positivamente con la agresión.
El trabajo de Dalton (1964) dio un ímpetu mayor al estudio del SPM. Ella informó
de serios problemas emocionales y de comportamiento justo antes de la
menstruación y durante ésta, con una incidencia de casi uno en 1000. Más tarde,
Floody (1983) revisó estudios que encontraban irritabilidad severa por SPM en 6 a
13 % de las mujeres. En los estudios correlativos de Dalton sobre mujeres crimi-
nales, reportó que 49 % de las mujeres cometieron crímenes durante este periodo.
De manera similar, durante el encarcelamiento, 62 % de las infracciones a los
reglamentos de la prisión ocurrieron precisamente antes o durante la
menstruación. Con base en este trabajo y otros subsecuentes, en Estados Unidos
de América se han establecido clínicas de SPM y grupos activistas de información
durante la última década.
Los científicos no han podido establecer una base fisiológica del SPM. Ocurren
muchos cambios químicos durante el ciclo menstrual de la mujer que incluyen
varias hormonas no sexuales y neurotras-misores y sustancias relacionadas. Reid
y Yen (1981) proporcionan una buena revisión de los eventos químicos que
posiblemente podrían ser responsables del SPM. Se sugieren como posibles
bases la combinación de mecanismos hormonales y neurotrasmisores
(mensajeros químicos cerebrales). Eriksson y colaboradores (1992) encontraron
en un estudio preliminar que la testosterona libre y algunos otros niveles de
andrógenos eran más altos en las mujeres que mostraban una severa irritabilidad
premenstrual, en comparación con un grupo testigo paralelo de mujeres que no
padecían esos síntomas premenstruales. Sugirieron que los niveles aumentados
de testosterona libre, en combinación con una caída de los niveles de
progesterona justo antes de la menstruación, pueden causar el aumento de la
irritabilidad, pues los efectos antagónicos de la progesterona sobre la agresión
inducida por la testosterona son superados por el aumento de ésta.
Asimismo, no siempre se usan estudios ciegos, por lo que una persona que ha
sido catalogada con SPM, es más probable que se le considere con problemas de
agresión. Además, se emplean pocos grupos testigo, las escalas diseñadas para
medir estos efectos tienen preguntas tendenciosas (también evidentes en títulos,
como el "Cuestionario sobre la Angustia Menstrual" de Moos) que conducen al
sujeto a enfocarse en cualquier problema relacionado con la menstruación, en
lugar de simplemente preguntar por él. De manera similar, una tendencia cultural
referente a la menstruación, cuando menos en Estados Unidos de Amé-rica, crea
expectativas sobre los problemas. A las mujeres jóvenes se les ha enseñado que
la menstruación es desagradable, y que es una incómoda carga que deben
sobrellevar. Por último, algunos investigadores han señalado que, si existe algún
efecto de la menstruación sobre la agresión, éste podría ser secundario a la gran
incomodidad implícita, y no ser causado por cambios químicos del organismo que
afecten directamente los mecanismos de la agresión.
Parece que aunque los investigadores han indicado que el SPM ocurre solamente
en un pequeño número de mujeres, existe la preoocupación de que algunos
investigadores (especialmente los hombres) generalicen el problema hacia todas
las mujeres y de ese modo pon-ga en peligro las oportunidades de las mujeres
para progresar en la sociedad contemporánea. Por consiguiente, los críticos
feministas, como Caplan y colaboradores, pueden reconocer que ocurren impor-
tantes cambios de estados de ánimo relacionados con la menstruación, pero
argumentan que esto se debe considerar como un problema una médico y no
como un desorden psiquiátrico. Su posición es que la inclusión del problema en el
SPM refleja un prejuicio de la comunidad psiquiátrica hacia las mujeres, y que esta
actitud contribuve al menosprecio de la mujer por la sociedad en general. En
lisiados Unidos de América, esta es una preocupación legítima, dadas las
tendencias generales hacia el sexismo, y los pasados fracasos de hacer mas caso
a bases científicas que a bases emocionales ilógicas para to-mar decisiones en la
sociedad. La reciente histeria sobre el contagio del SIDA es un buen ejemplo. Por
otra parte, se espera que estas preocupaciones colaterales no hagan reducir la
investigación sobre el SPM, tan necesaria para un conocimiento más claro de su
naturaleza, Un prometedor ejemplo de una nueva dirección en la investigación es
la que tomaron Bancroft y colaboradores (1993), quienes comparten el desaliento
de otros por los descubrimientos inconsistentes asociados con la investigación del
SPM, asi como con la falta lie progreso en el tratamiento. Sugieren que la
orientación previa para definir arbitrariamente el SPM no cubre en forma total ni
adecuada el rango de problemas que las mujeres experimentan tanto antes de la
menstruación como durante ella. Proponen un enfoque alterno para la
investigación, basado en la suposición de que cierta combinación de tres factores
contribuyen con el SPM y que si se toman todos en consideración nos conducirán
a un modelo más útil, al mismo tiempo que se neutralizan algunas de las
implicaciones políticas del SPM. Como lo indica Bancroft (1993), identificar el SPM
como una condición extrema de las variaciones cíclicas experimentadas por todas
las mujeres implica que todas las mujeres poseen algunos elementos de
perturbación. El tratar al SPM como una suma de factores que no todas las
mujeres poseen, elimina a la mayoría de las mujeres de tal categorización.
RESUMEN
Se ha encontrado que los individuos del sexo masculino son más agresivos que
los del sexo femenino, tanto en especies inferiores como en los humanos.
Mientras que la mayoría de los investigadores aceptan estos descubrimientos y los
interpretan como el reflejo de un factor biológico, ha habido casos en que la
agresión femenina ha sido inadecuada e inapropiadamente estudiada, ya que
muchas diferencias tal vez sean causadas por factores culturales.
Las fuentes prenatales de disfunción cerebral pueden tener lugar debido a alguno
de estos mismos factores ambientales, sólo que ahora el daño ocurre
directamente en el feto y altera el curso del desarrollo normal de su cerebro. Hasta
los medicamentos prescritos por un médico para ayudar al embarazo han tenido
desastrosos efectos colaterales en el feto. La enfermedad, los accidentes, la
tensión nerviosa y una nutrición inapropiada en la madre pueden ser también
importantes fuentes de disfunción cerebral del feto. Además, los disturbios en la
placenta o en el cordón umbilical pueden contribuir a producir problemas
neurológicos.
Durante el proceso del parto, el cerebro puede sufrir daño de varias maneras.
Durante un largo trabajo de parto o debido a una posición anormal del feto, podría
ocurrir anoxia si se impidiera el suministro umbilical de oxígeno. Las drogas
utilizadas para ayudar al pro-ceso del parto, así como la anestesia excesiva,
también podrían causar daño neurológico. Finalmente, podría resultar un trauma
físico si hubiera un conflicto entre el tamaño de la pelvis y el tamaño de la cabeza
fetal o debido al uso de fórceps para ayudar a la expulsión. Aunque ahora muchos
adelantos reducen dichas fuentes de daño, éstas no han sido completamente
eliminadas, aun donde se practica una medicina más avanzada; y todavía es
mayor la importancia de estos factores en países o regiones menos desarrollados.
Los factores posnatales que derivan en disfunción cerebral incluyen algunos que
afectan el desarrollo del cerebro, como una nutrición deficiente, y otros que
pueden dañarlo directamente. En esta última categoría están enfermedades como
las encefalitis y los síntomas de alguna enfermedad, como las convulsiones
febriles. El daño cerebral también puede ocurrir por traumas o tumores. Aunque
los tumores no están directamente implicados en el daño cerebral, pueden
producir daño al ejercer presión en otras estructuras neurológicas o al interrumpir
la circulación del líquido cefalorraquídeo, los quistes pueden tener un efecto
similar. Los accidentes cerebro-vasculares (como una apoplejía) pueden ocurrir
cuando el suministro de sangre a una región del cerebro es interrumpido por
hipertensión, arterioesclerosis o aneurisma, con el resultante daño a dicha región.
Los científicos han medido la actividad eléctrica del cerebro en un intento por
diagnosticar los desórdenes convulsivos, así como en la investigación de la
correlación del EEG (electroencefalograma) con la agresión. Típicamente, este
procedimiento consiste en colocar un gran número de electrodos en el cuero
cabelludo del paciente en posiciones estandarizadas. Se hace un registro
simultáneo entre un par de electrodos elegido y se registra en un EEG de trazos
múltiples o en una cinta magnética. El registro de cada par representa la actividad
de quizás millones de neuronas, primordialmente corticales, que subyacen al par
de electrodos. En muy raros casos, electrodos colocados a profundidad con la
técnica estereotáctica también se han utilizado para hacer registros desde las
estructuras subcorticales.
En uno de los primeros estudios de EEG y criminalidad, Monroe (1970) revisó los
picos positivos entre 6 y 14 Hz, posiblemente del hipotálamo, que se han
encontrado en EEG de personas con varios problemas, que incluyen
comportamientos impulsivos (desbordados, desconsiderados con los demás, a
vetes dañinos), ira, robo, piromania, crímenes sexuales y asesinatos sin motivo.
En una población de niños y jóvenes adolescentes cuyos registros de EEG
contenían estos picos, 72 % fueron clasificados como impulsivos, 58 %
presentaban problemas de conducta en la escuela y solamente de 1 a 3 % eran
normales. Monroe implica que por alguna razón ocurre una elevada cantidad de
actividad en las estructuras hipotalámicas asociadas con la agresión. Sin
embargo, debemos señalar que algunas preguntas sin respuesta se refieren a la
incidencia normal de tales picos en los registros gráficos y si las muestras de EEG
tomadas fueron representativas. Además, este es un estudio correlativo, así que
no demuestra casualidad, pero apoya la participación de las estructuras
hipotalámicas en la agresión.
En un caso que estudié con un colega (notificado primero por Krawchik, 1986), un
joven de 18 años que fue llevado a un hospital llegó en un estado de agresión casi
constante. Tuvo que ser contenido físicamente para evitar que lastimara al
personal del hospital. Se trataba de un muchacho muy alto y robusto que usaba su
físico para intimidar a otros, para evitar el castigo, o para obtener lo que deseaba.
infrióencefalitis cuando tema siete meses de edad, lo cual lo dejó con algunos
problemas asi como con ataques generalizados de convulsiones epilépticas.
Mientras que su vocabulario parecía des-arrollarse normalmente, tuvo dificultades
escolares al comenzar el primer año de primaria. Su problema de agresión
apareció a la edad de 10 años, después de lo cual fue en aumento, las pruebas
neuropsirologicas indicaron que gran parte de su cerebro estaba dañado, con el
mayor daño en el lóbulo temporal izquierdo. Más adelante discutiremos el
tratamiento que recibió este joven.
A pesar de que los lóbulos temporales han sido el sitio anatómico más común de
la psicocirugía, otras estructuras también han sido seleccionadas. Una vez más,
decimos que estos blancos parte del sistema de agresión al inicio. Después de
producir lesiones en diferentes partes del lóbulo cingulado del sistema límbico, la
agresión de los pacientes y otros problemas se han reducido satisfactoriamente,
ya sea en forma parcial o temporal (O'Callaghan y Carroll, 1982). A principios de la
década de los sesenta, Sano practicó lo que llamaba cirugía sedativa, la cual
consistía en extirpar el hipotálamo posterior de niños y adulto-. de ambos sexos
que mostraban comportamientos agresivos violentos. Hacía esto para restaurar el
equilibrio entre el "tranquilizador" hipo tálamo anterior y la "excitante" región
posterior de modo que hiera posi-ble controlar la agresión. Se ha encontrado
también que la misma ciru gía proporciona alivio para el dolor intratable. Sano y
Mayanagi (1988) informaron de resultados buenos u óptimos en cerca de 80 % de
37 pacientes de 10 a 25 años, después de la cirugía. De manera similar, Schvarcz
(1977) operó el hipotálamo medio posterior e informó que en 70% de sus 35
pacientes se habían reducido los niveles de agresión. Adicionalmente, Rubio y
colaboradores (1977) informaron de "excelentes" resultados en 17 de 24 casos y
de "buenos" en otros tres. La mayoría de sus pacientes con desórdenes
convulsivos mejoraron asimismo en esta área.
Heath (1955) realizó uno de los primeros estudios cuyo objetivo era producir
agresión durante el inicio de estimulación cerebral en humanos. Estimuló el
cerebro medio anterior para producir dolor, tensión e ira en sus pacientes. En una
demostración subsecuente, King (1961) estimuló el cuerpo amigdaloide de un
paciente mental, con lo cual provocó una respuesta de ira. Su paciente informó de
sentimientos de enojo al iniciar la estimulación y su deseo de golpear al
investigador, así que le suplicó que interrumpiera la estimulación. Poco después,
Mark y Ervin (1970) discutieron su trabajo con un hombre que tenía un historial de
ataques recurrentes a su familia, junto con convulsiones y severo dolor abdominal
y facial. Durante la estimulación del cuerpo amigdaloide medio, informaron que era
el mismo sentimiento de dolor v perdida de control que usualmente precedía las
convulsiones y los actos agresivos de este hombre. Sin embargo, suspendieron la
estimulacion antes de que ocurriera una crisis agresiva.
Mark y Ervin descubrieron que eran importantes las condiciones de la prueba para
provocarla agresión. En una joven paciente, inicialmente fueron incapaces de
producir respuesta agresiva alguna cuando se encontraba sola en una sala. Por
otra parte, cuando se uso un radio trasmisor para enviar la estimulación a través
de un peque no receptor colocado en la paciente, se produjo agresión en dos
ocasiones ante la estimulación del hipocampo y del cuerpo amigdaloide. En una
ocasión, la paciente estaba sola en una habitación. En cuanto comenzó la
estimulación se quedó tranquila, después se agitó gradualmente y exhibió algunos
gestos faciales. Finalmente, se lanzó contra la pared y la golpeó con los puños. Se
incluyó una filmación de este comportamiento como parte de la serie Mind
presentada en la televisión pública estadounidense (PBS) en 1988. La serie de
reacciones a la estimulación cerebral en esa paciente son notablemente
Efectos calmantes a corto plazo fueron reportados por Heath (1963), quien
encontró que la estimulación septal, dirigida por el paciente a través de una unidad
de autocontrol o por el terapeuta, podía producir una reducción de la ira, el
aumento de buenos sentimientos y un aumento de la excitación sexual. Se han
recibido informes de otros efectos inhibitorios de la agresión a corto plazo por
medio de la estimulación del hipocampo, del cuerpo amigdaloide corticomedial y
del cerebelo. Se han recibido informes de que la estimulación periódica del
cerebelo a largo plazo ha tenido éxito para controlar la agresión por un periodo de
muchos años (Heath et al, 1979).
como la tomografía por emisión de positrones (TEP). La TEP es una técnica visual
que proporciona imágenes de planos cerebrales y de la relativa actividad de cada
estructura en cada plano. Así, esta técnica podría ayudar a revelar de manera
exacta la función de las estructuras cerebrales durante episodios agresivos, en
cerebros tanto normales como disfuncionales. Si bien esta técnica aún no se ha
aplicado al estudio de la agresión, ha comenzado a emplearse en estudios
relacionados con ella. Por ejemplo, Gottschalk y colaboradores (1991) hirieron un
trabajo de investigación en el cual se tomó una TEP durante el sueño de hombres
adultos normales. Aunque la medición de las emociones fue determinada
subjetivamente (v.gr., mediante el análisis de los informes verbales de los sueños),
el estudio demostró de qué manera la TEP puede revelar los cambios en los
patrones de actividad durante los diferentes estados emocionales. Otro trabajo
sugiere una base neurológica para las diferencias de género en la agresión. Gur y
colaboradores (1995) descubrieron que las TEP lomadas durante un estado
tranquilo y relajado mostraban niveles más altos de actividad en la corteza
temporal, el hipocampo, el cuerpo amigdaloide, el cerebelo y la corteza orbital
frontal, v menor actividad en la circunvolución ringulada, la cual era baja en los
hombres en comparación con las mujeres. Las diferencias de la actividad en estos
componentes de los sistemas neurolúgicos de la agresión pueden proporcionar la
base de las diferencias en agresión.
Si bien puede hablarse de algún éxito en la disminución del mentó en los índices
de crímenes violentos en general, los incidente que ocurren con jóvenes van en
aumento. Este aumento tiene lugar sobre todo en el área de homicidios, pero más
recientemente ha incluido otros crímenes violentos. Por ejemplo, en los Uniform
Crime Reports correspondientes a 1990 (FBI, 1990), el total de arrestos por
crímenes violentos de jóvenes menores de 18 años de edad se había elevado
solamente en alrededor de 30 % los 10 años anteriores, en comparación con casi
50 % de aumento en arrestos de personas mayores de 18 años. Sin embargo, los
arrestos de jóvenes por homicidio aumentaron en 60 %, comparado con 5 % de
aumento para los adul tos. En esencia, todos los aumentos referidos a los jóvenes
ocurrieron en los últimos cinco años. En los años siguientes al informe de 1990,
los arrestos de jóvenes por homicidio continuaban en una escalada y alcanzaron
un nivel de casi dos y media veces el de 1981. Los arrestos por otros crímenes
violentos, como asalto y robo, aumentaron más de tres veces más rápidamente
para jóvenes que para adultos en los cinco años anteriores a 1993. listas cifras
apoyan la idea de que la violencia cometida por jóvenes en Estados Unidos de
América no so lamente está aumentando, sino que está creciendo mucho más
rápidamente que la violencia cometida por adultos.
Galen describió varios episodios violentos en los que participaron algunas de las
pandillas que estudió. Algunos pandilleros provocaron la muerte de otros, como en
el caso de uno que fue baleado mientras nadaba en una alberca localizada en el
territorio de otra pandilla, o de dos pandilleros que fueron asesinados como parte
de una lucha interna por el poder del grupo. En otros casos, personas ajenas a las
pandillas resultaron asesinadas durante un asalto, un ministro religioso y un
empresario, y el hogar mismo de dicho empresario fue asaltado y robado por
miembros de la pandilla, mientras se llevaba a cabo su funeral. Otros ejemplos de
este tipo de violencia ocurrieron con impresionante crueldad. En uno de los casos,
a un joven le volaron la mitad de la cabeza con una escopeta, después fue atado y
quemado, y además defecaron sobre su cadáver. En otro caso, después de que
unas chicas perseguidas por una pandilla buscaron refugio en la guarida de una
pandilla rival, los primeros prendieron fuego a la guarida y después dispararon
contra los que trataron de escapar de las llamas. El retrato global que hace Galen
de la agresión cometida por pandillas comprende un alto nivel de violencia.
Mientras que las notas de prensa, los programas de televisión y las películas nos
presentan asombrosos indicadores del problema, los observadores científicos
entrenados pueden proporcionarnos informes más objetivos y sugerir factores
causales. Uno de estos informes fue hecho por Stumphauzer y colaboradores
(1981), quienes estudiaron las actividades de las pandillas en el área este de Los
Án geles. Ofrecieron lo que fue llamada una descripción etnográfica de los
factores que afectan los comportamientos de las pandillas. Sus estudios, en dicha
área, incluyeron 18 pandillas en un espacio de aire de 4 kilómetros cuadrados. El
marco de estudio básico fue similar al utilizado en el análisis aplicado del
comportamiento: los problemas generales se caracterizaron en términos de
componentes específicos del comportamiento, y se analizaron las fuerzas que
establecían dichos comportamientos. Sin embargo, el grupo también amplió su
análisis para incluir variables naturales y ecológicas e influencias biológicas y
socioculturales.
Estudiosos como Lewis (1981) han sugerido que los tratamientos biológicos
pueden ser útiles para controlar la agresión delictiva de los jóvenes. Algunas de
estas posibilidades incluyen el uso de un tratamiento con insulina o estímulos
electroconvulsivos como un medio a corto plazo para controlar los persistentes
episodios violentos. (Se supone que estos tratamientos, más bien radicales, se
utilizarían solamente después de haber intentado otros tratamientos menos drás-
ticos.) En algunos casos, la femitoina (Dilantin) también ha sido efectiva, aun
cuando no fuera evidente en el EEG ninguna anormalidad. Los desórdenes
anímicos que involucran agresión también han sido tratados con inhibidores de la
monoamina oxidasa, con antidepresivos tricíclicos y con litio; incluso el
metilfenidato (Ritalin) ha sido empleado con éxito para controlar la agresión
asociada con los casos de DDAH.
RESUMEN
CAPÍTULO I
Por otro lado, ello coexistía con la actitud y teoría de la burocracia estatal en las
que primaban los postulados más esencialistas del positivismo biológico y social
italiano y otras expresiones europeas de similares líneas de construcción del
enemigo social como desviado y condicionado por sus avatares biológicos o
psíquicos Ir>. Todo ello, impactando en el mundo jurídico -como diremos más
adelante- avalado por la vieja medicina y psiquiatría como discurso "científico"
legitimador del dictum legal para el que el Derecho no tenía discurso propio.
En síntesis, los polos siguen siendo en lo estructural los mismos. De un lado, los
partidarios de determinada objetalización como legítima medida de administración
y control frente a jóvenes conflictivos; del otro, aquellos que sostienen principios
de dignidad y autonomía sobre la base de una vulnerabilidad externa. Para los
unos, poca o ninguna explicación de por qué está justificado apartar, controlar,
disponer, excluir o neutralizar a quienes aparecen, más allá de sus hechos con-
cretos, como disfuncionales al sistema vigente (esta posición suele describirse
como neopunitivismo y se expresa en una criminología mediática y popular); para
los otros, la injusticia de esa disposición se basa en las condiciones de arranque:
la selectividad, la previa exclusión social, la desigualdad que generan aquello
mismo que después se intenta apartar, controlar, etc. (esta forma de ver tiene a su
vez muchas variantes).
En todo caso, bajo cualquiera de las formas que se mire el problema, el juicio
sobre lo que probablemente sucederá con el joven en libertad y librado a sus
propios recursos es uno sobre el riesgo para sí pero, no siempre explícitamente, lo
es también sobre el riesgo para terceros.
Por esto, hay que establecer ante todo qué tan racionales son las opciones
valorativas que se asumen, siendo que, en forma basal, el principio de
racionalidad (y en él, la razonabilidad) gobierna idealmente el desiderátum
sociopolítico de la forma republicana de gobierno 17. Dicho de otro modo, antes de
proceder a valorar hay que determinar qué tan intersubjetivamente ciertos son los
fundamentos lógico-fácticos sobre los que se procede.
En el conocido fallo "Maldonado", la CSJN ha dicho: "38) Que la única vía para
determinar la pena correspondiente a un hecho cometido por un niño siguiendo
idénticos criterios que los que se utilizan respecto de un adulto sería prescindiendo
del principio de culpabilidad, y apelando a la vieja peligrosidad. La concepción del
ser humano que subyace en nuestra Constitución, tal como se ha señalado,
repudia este concepto, de cuño claramente positivista, francamente enfrentado a
la concepción de toda la ética tradicional, enraizado en las licores teorías racistas
del siglo XIX, producto de un materialismo rudimentario y grosero, asentado sobre
el determinismo mecanicista de la época y, por ende, totalmente incompatible con
el concepto de persona, base de nuestra Constitución de 1853-1860, en perfecta
armonía con el art. 1o de la Declaración Universal de Derechos Humanos de
1948".
"...24) Que no obstante, debe advertirse que lo anterior está dicho en el supuesto
de que la valoración de la probabilidad se asentase en investigaciones de campo
serias y científicas que, como es sabido, no existen. Cuando se maneja el
concepto de peligrosidad en el derecho penal, se lo hace sin esa base, o sea,
como juicio subjetivo de valor del juez o del doctrinario, con lo cual resulta un
concepto vacío de contenido verificable, o sea, de seriedad científica"...
Ahora bien, ya según POPPER, para que una hipótesis sea considerada científica,
debe tener ese valor explicativo y/o predictivo. Este valor no estará presente
siempre que la misma no pueda ser refutada o falsada experimentalmente; es
decir, cuando ella no sea controlable.
No hay que olvidar las palabras de la Corte: esto será en el mejor de los casos; es
decir, cuando hay investigación empírica seriamente conducida y evaluación
acorde a las normas del análisis estadístico.
Esto también nos enseña, tal como expresa la CSJN en el fallo citado más arriba,
que justamente la ley estadística no tendrá demasiada potencia explicativa en los
complejos tácticos que en el Derecho, según algunos autores, permitirían utilizar
este modelo, salvo que adoptemos de plano un giro epistemológico radical, lo cual
importa un desapego cultural importante que en todo caso no parece político-
criminalmente aconsejable. Es decir, salvo que asumamos que es justa una
"justicia actuarial" 21, en que se relega el valor central "dignidad" de la persona
humana (DUDH, art. 1).
La conclusión de nuestro silogismo será siempre una que explique lo que sucedió.
En nada lo afectará cuánta probabilidad hay de que algo suceda en cierto
contexto, según series estadísticas, por más datos que contengan. El caso
particular futuro no es predecible 22.
Todo esto indica que en cualquier orden vinculado a la evaluación de riesgos, las
jurisprudencias internacional y nacional no se expiden ociosamente. Al menos
deben respetarse ciertas pautas empíricas y reglas lógicas de inferencia
probabilística.
Pareciera que la respuesta a ello finca en que sería el único criterio racional para
seguir, toda vez que el futuro es el mundo de las probabilidades y el mundo de las
probabilidades no es el mundo de "la verdad": es el mundo de cómo a veces
parece ser "la verdad".
En ellos, sostiene el autor cordobés, el criterio de la duda a favor del reo sólo debe
tener en cuenta y asegurar que haya una correlación estadística fuerte o segura
entre antecedente y consecuente. Es decir, merece la ardua tarea de descartar la
existencia de variables de prueba que puedan poner en duda la relevancia
estadística mencionada 23.
Dice SALMÓN, según la monografía antes citada, que a diferencia del modelo
inductivo o deductivo de inferencia, en que toda la evidencia relevante debe estar
mencionada en las premisas del razonamiento, la explicación estadística requiere
que sólo las evidencias relevantes para el resultado (explanandum) estén
contenidas en el explanans (los hechos; la conducta). Así la explicación es, más
bien, "un conjunto de hechos estadísticamente relevantes para el explanandum".
Es decir, la peligrosidad es un estado de riesgo que significa no otra cosa que una
ponderación de variables en términos de su desarrollo potencial, de su dinámica.
Y esas variables son en muy buena medida desconocidas (y cuando son
conocidas, se trata de las condiciones por las que mayormente el sistema
selecciona a esos jóvenes en particular). Pero la Corte Suprema remarca, dijimos,
crudamente, que incluso el Derecho penal ni siquiera realiza una ponderación
metodológicamente aceptable en términos epistemológicos.
Decíamos antes que se disputa hoy el criterio del monto de pena en expectativa
como dato para evaluar el encierro cautelar.24 Lo único demostrable es que resulta
un cálculo racional suponer que, ceteribus paribus, tendrá más motivos de fuga
quien sabe que va a ir preso un tiempo determinado. Nadie sabe en qué
porcentajes ello se concreta.
En nuestra opinión, sin embargo, lo esencial es tener presente que incluso por
más precisión de análisis y certeza probabilística que tenga el juez, la norma
estructurante de esta forma de explicación es que en cualquier caso dado, los
resultados a veces se dan y a veces no.
Una clave para definir esto es que, volviendo a las opciones epistemológicas
primeras, el objeto de un saber está necesariamente condicionado por su
finalidad. La finalidad del científico que plantea una opción existencial al decir que
debe aceptarse como máximo de certeza la pura probabilidad no es la del fin del
Derecho punitivo en un estado constitucional y democrático 28. Ese mismo
científico no aceptaría que se lo condene en juicio con base en dichos esquemas,
porque ellos, insistimos, están pensados para aplicarse a otros ámbitos de la vida
social. Mucho menos puede ello fundar una privación de libertad ante juicio.
Ahora bien, todas estas operaciones de las que hemos venido haciendo referencia
en el plano epistemológico y que fundan miradas peligrosistas admiten una
perspectiva diferente, en la medida en que su aplicación no tenga como
consecuencia privar de derechos, sino acordarlos. Pero, como intentaremos
mostrar, no por una mera opción político criminológica a priori.
Aunque resulte ya trillado, no sobra tener presente que este desarrollo no puede
ser visto como simple maduración fisiológica. Se trata de un concepto biopsico-
social. El desarrollo importa y presupone el aprendizaje de adaptación al entorno,
la incorporación de valores y la asimilación de ciertas normas de relación social.
No queremos decir que ello signifique una adaptación a un orden rígido y
determinado de valores en Cu lición de una única cosmovisión (aunque esta
mirada es, problemáticamente, parte del ideal de la situación irregular que aún
pervive en muchos sentidos); puede ser la inscripción en una cultura alternativa
formada por la única pertenencia a grupos referentes secundarios, como los que
se ha patologizado históricamente o, cuanto menos, se ha sindicado como un
fenómeno problemático para el mundo adulto. Pero suponemos que al menos hay
una maduración que en la generalidad de los casos deberá articular modos
mejores de autopreservación a medida que aprende.
De este modo, nos parece que la norma que establece el plus de derechos se
debe considerar operando en función de ese criterio por el cual el niño es siempre
un ser humano en formación, cuya etapa de maduración social pide en forma re-
alista tratarlo y juzgarlo en función de la menor culpabilidad que le es propia y en
que estos múltiples aspectos evolutivos que hacen a dicha menor reprochabilidad
son los que a la vez indican la mayor probabilidad de que el niño vaya convir-
tiéndose en un adulto con mecanismos de interacción social muy diferentes,
alejados del conflicto, de la transgresión, de la exasperación existencial.
Si no fuese porque el saber jurídico choca y pugna hoy con el saber criminológico
popular o mediático (ZAFFARONI, 2011) y la pulsión punitiva irracional y
generalizada consecuente, no debería resultar necesario tanto énfasis sobre este
aspecto, que ha sido tan claro desde siempre, incluso en las codificaciones
modernas. Rodolfo MORENO decía: "El hombre se desarrolla poco a poco, sus
facultades se desenvuelven paulatinamente, y la conciencia de los actos, el
conocimiento de los mismos y la aptitud para manejarse no se obtienen sino a
cierta altura de la vida" (MOKUNO, 1922, II; 343).
No obstante, la evolución hacia un ser adulto tan íntegro como sea posible
sucederá sobre todo si y cuando exista para él un contexto de vida relativamente
amigable que empuje en pos de su socialización inteligente. Dependerá de las
relaciones que trabe, de los referentes que observe, de los adultos con que se
relacione y de los modos de las instituciones con que tome contacto 30.
Y esto porque precisamente nos referimos al "perfil" del joven que llega a la
consideración de la mano de una imputación de delito; el clásicamente
seleccionado por el sistema de criminalización secundaria. Es el joven (y más
raramente la joven) de familia pobre en extremo, de familia muchas veces consti-
tuida precariamente, sin recursos materiales, es el marginado.
Sin embargo, el reconocimiento legal de ese ser en formación los devuelve a una
mirada alternativa a su estigma como desviados, como peligrosos, como resaca.
Un dato que apoya esta conclusión desde otro punto de vista lo ha dado la CIDH
en el caso "Villagrán Morales": "En primer lugar, los Estados no evitan que sean
lanzados a la miseria, privándolos así de unas mínimas condiciones de vida digna
e impidiéndoles el 'pleno y armonioso desarrollo de su personalidad', a pesar de
que todo niño tiene derecho a alentar un proyecto de vida que debe ser cuidado y
fomentado por los poderes públicos para que se desarrolle en su beneficio y en el
de la sociedad a la que pertenece. En segundo lugar, atenían contra su integridad
física, psíquica y moral, y hasta contra su propia vida" (Caso de los "Niños de la
Calle" ("Villagrán Morales y otros vs. Guatemala", sentencia del 19-11- 1999, Serie
C N° 63, párr. 191).
Somos conscientes de que este enunciado sobre la naturaleza ética del Estado y
su deber, así expuesto, puede hasta sonar a simple "literatura" -como se ha dicho
muchas veces de estos postulados de deber ser-. Habrá que dar razón, aun breve,
del debate que anida tras él. "Villagrán Morales" es un fallo de época: sólo podía
dictarse a fines de los esos años noventa, cuando los estragos de las políticas
dominantes empezaban a quedar tan visiblemente expuestos en sus causas y
efectos. Sólo este panorama permitía asumir postura tan clara. Por otra parte, el
criterio político criminal derivado de este modelo ideológico neoconservador era
sin duda uno que aparecía por lo anterior tanto más injusto y merecía la reacción.
Ese criterio, que se ha nombrado como "neopunitivismo", perdura en el complejo
social y jurídico actual, en franca pugna con los valores dimanados de una
ideología constitucional democrática.
De tal modo, en la inteligencia del fuerte peso que las circunstancias externas a la
persona (la suerte constitutiva, según los filósofos morales) llevan sobre la
emergencia de ciertas conductas seleccionadas como disvaliosas, es necesario
suponer que mediando una acción positiva, informada y prevenida contra la
disfuncionalidad de los remanentes de la situación irregular por parte del Estado
en la protección integral, la evolución deberá resultar más provechosa ?'2.
Una determinada visión teórica del Derecho también constituye esa práctica. De
allí que nos referimos jurídicamente a esto cuando destacamos que la
ponderación del hecho del joven, en toda la normativa, requiere proporcionalidad
con su circunstancia.
La ley de los grandes números aquí sí opera a favor del niño, toda vez que la
estadística de ciertos parámetros, medida en grandes números, permite utilizar la
predicción favorable.
Para traer esto a nuestro aquí y ahora, según las estadísticas del Fuero de la
Responsabilidad Penal Juvenil en la Provincia de Buenos Aires y los estudios
realizados en otras jurisdicciones, en los últimos años los hurtos, las amenazas,
los daños, lesiones leves y los robos agravados con niveles escasos de violencia
son los hechos que más se repiten 36. Son en verdad pocas las situaciones de
gravedad excepcional que tienen lugar en los últimos períodos. Y nada hay que
permita afirmar altas tasas de reincidencia en la edad adulta.
En este mismo orden, la CSJN, en "García Méndez, E.; Musa L.C." (2008), ha
dicho: "Que la Convención sobre los Derechos del Niño (en adelante la
Convención), al tiempo que ha reconocido que el niño es un sujeto de derecho
pleno, no ha dejado de advertir que es un ser que transita un todavía inacabado
proceso natural de constitución de su aparato psíquico y de incorporación y
arraigo de los valores, principios y normas que hacen a la convivencia pacífica en
una sociedad democrática. De ahí que aluda a la 'evolución' de las facultades del
niño (arts. 5 y 14.2), a la evolución de su 'madurez' (art. 12), y al impulso que debe
darse a su 'desarrollo' (arts. 18.1, 27.2), físico, mental, espiritual, moral y social
(art. 32.1)".
Aun desde otra óptica, otros estudios establecen: "En suma, con nuestro análisis
de la inimputabilidad del menor, las características de los factores normales y
patológicos que modifican su capacidad de culpabilidad en comparación con los
plenamente adultos, podemos llegar a la conclusión de que todo menor y lodo
joven tiene ex definitione un déficit de experiencia de la libertad, por eso hay un
sistema educativo que ayuda a alcanzada sanamente, sistema que a veces ha de
reforzarse (menores infractores) y que en algunos casos (muchos) obliga a
corregir déficit anteriores (narcisismo patológico). En cambio, reaccionar frente a
difíciles problemas de esta sociedad respecto a la educación de los menores vol-
viendo a instrumentos puramente punitivos significa un paso atrás que lejos de
resolver el problema lo agudizará..." 38 (destacado agregado).
La ley procesal del fuero penal del joven de la Provincia de Buenos Aires ha
obedecido por un lado a criterios generales tales como apartar la práctica de
disposición incontrolada propia del sistema de patronato, a evitar la detención
arbitraria, a intentar limitar la operatividad profundamente deteriorante de la
institucionalización en el niño. Sin embargo, con este texto le concede
materialmente lugar al miedo.
La gravedad del hecho en el marco procesal opera como límite por debajo del cual
se veda la cautela. Pero esto es de todos modos problemático, ya que no hay
definición legal de lo que es "grave", y además, habilita con facilidad la considera-
ción sustancial de lo que debe siempre ser de orden adjetivo.
Debemos acentuar que la interrelación tan cercana (una verdadera simbiosis) que
opera en la práctica en cuanto a los criterios procesales y sustanciales del encierro
de una persona, no debe hacernos olvidar que un aspecto es la aplicación de un
proceso penal al joven y en él, la privación de libertad cautelar por mandato
constitucional de afianzar la justicia (peligro procesal), y otra bien distinta es el
encierro anticipado por razones de defensa social. Lo primero corre por un an-
darivel bien claro en los principios que la jurisprudencia y la normativa nacional e
internacional ha delineado; lo segundo debe aislarse y merituarse con sumo
cuidado.
En este orden, en efecto, sería necio negar -contra todas las previsiones
normativas de excepción- que la posibilidad de ocurrencia de algo muy grave
merece en alguna medida elicitar una respuesta diferencial, toda vez que los
hechos verdaderamente graves tienen por característica que no pueden repararse,
al menos materialmente.
Insistimos, asimismo, en que el peligro "grave" del que tratamos no es otro que la
posibilidad de reiteración delictiva grave, ya que en el fondo de una privación de
libertad anticipada con base en tal gravedad lo que asoma es el temor a esa reite-
ración. El peligro de fuga de un joven no es procesalmente una consecuencia
extrema, dañosa, irreparable.43 Cuando el art. 17 de las "Reglas de Mallorca" 44, en
términos de proporcionalidad de la medida cautelar, pide atención a "la gravedad
del hecho imputado", no se orienta al ámbito de un riesgo procesal, como sí lo
hace al referirse a "la sanción penal que pudiera corresponder". Igual bivalencia
tiene el párrafo 2", punto c) de la resolución 17 del Octavo Congreso de Naciones
Unidas sobre la Prevención del Delito y Tratamiento del Delincuente. Por otro lado,
nada impide ver en esto el trasfondo de los conceptos del art. 32.2 de la CADH
("Los derechos de las personas están limitados...por la seguridad de todos...").
En el caso del joven, la "causa grave" establecida como límite pero sin definición
legal en la norma, hace que siga siendo imperioso sostener el contenido jurídico
acotante de los principios superiores del Derecho juvenil, en términos de colocar la
gravedad de la pena en expectativa en su justo lugar como baremo de
peligrosidad procesal. La mirada peligrosista sustancial (que cada vez más se
autodefine y toma barniz de legitimidad como "política criminal") tiene que vérselas
así con la jurisprudencia general de los tribunales -comenzando con la CSJN, que
constitucionalmente no habilita dicha extensión como presunción abstracta (Fallos,
307:549)-, con los dichos de la Comisión I.D.H. -que indica que se debe considerar
siempre el mínimo de la escala penal para valorar la coacción moral que genera
en el imputado- ("Peirano Basso", consid. 89), y en lo específico, con las normas
propias de la ley 22.278, especialmente el art. 4o, por el que en el juicio penal de
un joven, la aplicación de pena efectiva de larga duración es excepcional. 45
La norma del art. 4o no es, en verdad, una creación graciosa y desinformada por
parte de una legislación que se realiza, notablemente, durante la última dictadura
militar; es decir, sin Congreso y por una autoridad política de facto cuya triste
historia no permite suponer aquí una racionalidad humanista y republicana. El
Código Penal redactado por MORENO, y según sus antecedentes, establecía que
"Cuando la pena correspondiente al menor de 18 años no autorizare la condena
condicional, el tribunal queda autorizado para reducirla, de acuerdo con los
preceptos sobre tentativa" (MORUNO, 1992, 1:101).
VA código penal de 1921 fue sancionado ya vigente la Ley "Agote", y de allí que
en su redacción original (arts. 36 a 39), se mantuvieran los criterios tutelares. La
edad de no punibilidad se establecía en límite de los catorce años. Luego, la ley
14.394 del año 1954 mantuvo básicamente esos andariveles subiendo a dieciséis
la edad mínima y así se trasladó (en la modificación de 1983 por ley 22.803) a la
ley sancionada en agosto de 1980 por el gobierno militar, que antes -bajo presun-
ciones de participación de jóvenes en actividades subversivas-dictara la ley de
facto 21.338 por la que bajaba las escalas a catorce años. Como señalamos al
principio, la diferencia de consideración del niño y del joven tiene un arraigo
histórico tan profundo que incluso una dictadura de rasgos inhumanos debió
finalmente hacer lugar a dicha racionalidad.
En definitiva, visto el marco concreto que viene dado por la ley 22.278 y la
procedimentalidad de la ley 13.364 (art. 43)46, y mientras ello sea Derecho vigente,
en los casos en que el antecedente fáctico de la acriminación es uno de gravedad
(más abajo abordaremos este concepto), es evidente que hay allí una situación
crítica que merece consideraciones particulares las cuales deben plantear los
contenidos con apego constitucional y convencional. Se trata de un enclave
sociojurídico de gran importancia, según también referiremos al tratar las medidas
de seguridad en casos graves de jóvenes no punibles.
Sería consistente, a nuestro modo de ver, que allí pudiesen determinarse siempre
intervenciones tempranas. Las mismas no deberían ser sólo evaluativas, sino de
seguimiento y con un objetivo tal vez modesto pero posible y a la vez respetuoso
de la subjetividad: la orientación ya desde el arranque hacia una posición subjetiva
que encuentre mejores herramientas cognitivas, perceptivas y sociales para
colocarse en una situación de menor vulnerabilidad. Esto es, aparte de las otras
vulnerabilidades relativas a su probable carencia de medios materiales y de
entornos afectivos sólidos -que también deben elaborarse en lo posible según los
medios del Estado-, lo real en que debe asistirse al joven es en la comprensión de
su situación y en las alternativas menos dañosas por las que puede optar. Esto
supone no trabajar sobre la responsabilidad relativa a su hecho -como en la etapa
de ejecución de pena-, ya que aún es jurídicamente inocente, sino sobre su
autopercepción, su lugar social presente, y sus potencialidades. Aquí "trabajar"
implica un modo, un tiempo y un espacio aptos para ello.
Aquí es donde el cruce entre protección integral y Derecho penal tienen su más
rígido punto de encuentro, si es que se está de acuerdo en plantear estas líneas
de análisis que esbozamos. Sólo desde una perspectiva innovadora podría caber,
con criterio pragmático -asumiendo una funcionalidad difícilmente eliminable de la
segregación-, una modalidad más racional de la intervención estatal en esta
encrucijada.
Podría recurrirse, en última instancia, a una medida que operase con un sentido
neto de utilidad social -dentro de una recta interpretación del concepto de "interés
superior"- y como contención coercitiva acorde, en que se disponga de un trata-
miento elaborado interdisciplinariamente, de acuerdo a la té-lesis fijada en el plexo
normativo aplicable y su interpretación más progresiva desde el punto de vista de
los derechos humanos y las constataciones empíricas de las disciplinas involu-
cradas en el análisis complejo de la realidad personal y social.
Es aquí donde puede lidiarse con aquel "miedo" a la concreción del peligro al que
nos referíamos en una forma que proponga mayor racionalidad, recordando que
tanto en la OC 17 (párr. 110-114) y otras pautas de las reglas y directrices, como
en las normas internas (ley 26.061, arts. 19, 33 y 36; Ministerio de Desarrollo
Social de la Provincia de Buenos Aires, Res. 171/07) y la jurisprudencia, aparece
claro el mandato de separar el aspecto tuitivo del penal y sobre todo, de no aplicar
incididas penales a niños en razón de su vulnerabilidad por pobreza, exclusión o
desamparo.
Cabe analizar por ello las previsiones de la Observación General nro. 10 del
Comité de los Derechos del Niño, que en una lectura literal parecen no comulgar
con lo hasta aquí postulado.
No hay duda de que los Tratados internacionales, las Convenciones y Pactos que
se encuentran vigentes en nuestro ordenamiento "con jerarquía constitucional",
por imperio del art. 75, inc. 22 de la Constitución Nacional, lo están "en las
condiciones de su vigencia". La C.S.J.N. ha entendido que el Comité de los
Derechos del Niño es el intérprete de la Convención sobre los Derechos del Niño
y, por tanto, sus exégesis de la norma forman parte de aquellas condiciones de
vigencia.
Hay que recordar, en cualquier caso, que tal apreciación, emanada de la CSJN, es
propia del contexto del fallo "Mal-donado" (considerando 33), el que se produjo en
diciembre de 2005; es decir, casi dos años antes de la emisión de la OG 10.
Las citas que hiciéramos más arriba de los fallos de Corte "Maldonado" y
"Gramajo" sobre la cuestión epistemológica y político-jurídica de la utilización de la
peligrosidad como fundamento de la privación de libertad, revelan que en cierto
aspecto la OG 10 y esa concreta postura de nuestro más Alto Tribunal chocan en
principio frontalmente. Más aun a la luz de su doctrina actual sobre el
encarcelamiento cautelar.
Veamos cuál es el texto en conflicto (cita parcial): "80(...) Además, los Estados
Partes deberán adoptar las medidas legislativas y de otro tipo que sean
necesarias para limitar la utilización de la prisión preventiva. El hecho de utilizar
esta medida como castigo atenta contra la presunción de inocencia. La legislación
debe establecer claramente las condiciones requeridas para determinar si el
menor debe ingresar o permanecer en prisión preventiva, especialmente con el fin
de garantizar su comparecencia ante el tribunal, y si el menor constituye un peligro
inmediato para sí mismo o para los demás...".
El punto más álgido, tal vez, sea precisamente esa contradicción entre la calidad
de intérprete "último" 48 del Comité de los Derechos del Niño de la ONU y la
hermenéutica del sistema interamericano. Es éste un caso en que, nos parece,
dicho Comité será exégeta superior sólo en la medida en que su perspectiva
resulte progresiva y pro homine.
Aun por el mismo vigor del art. 75, inc. 22 de la CN ("...no derogan artículo alguno
de la primera parte...", en relación al art. 18 de la Carta Fundamental) es necesario
hallar una hermenéutica que mejor armonice los textos, de acuerdo tanto con la
sistematicidad constitucional en función de su concepción antropológica como a
los principios de contextualidad y buena fe exigidos por la Convención de Viena
sobre el Derecho de los Tratados (art. 31.2 y 31.3) 49, sobre todo, teniendo en
cuenta que el principio Pro Homine habrá de hacer valer la interpretación que
resulte más favorable, entendida no como elección entre dos normas, sino como
solución integral, como guía 50, para el resultado que más derechos acuerde a la
persona frente al Estado 51, importando esto entender, como se lo hace en
general, que el Tratado, Pacto o Convención apenas fija un piso mínimo de
derechos y garantías.
Por más evidente que parezca, no es ocioso recordar que esto último permite
zanjar, a su vez, la cortapisa (en este caso sólo formal) que impone la misma
Convención de Viena al prohibir que los Estados invoquen su Derecho interno
como justificación del incumplimiento del Tratado (art. 27).
Ante todo, conviene advertir desde el inicio cómo en este asunto se revela
claramente la incongruencia de que el digesto de penas sea el mismo para adultos
y para jóvenes. Este hecho produce profundos desbalances de fondo y de
procedimiento contrarios al sentido de los principios fundamentales de la
especialidad juvenil. Precisamente, aquellos que intentamos compensar mediante
una exégesis apegada a dicha cúspide normativa.
Rodolfo MORENO decía: "En los hechos, la importancia del delito se mide por la
cantidad de pena, de manera que, tratándose de suspender la ejecución de las
sentencias con relación a determinados delitos, la ley tiene que decir cuáles son
las conductas que autorizan esa suspensión...No hay ni, puede haber en la
materia una regla fija, porque son empíricos los límites fijados en las distintas
legislaciones" (el énfasis es propio) (MORENO, 1922, II: 139).
Hace falta, entonces, precisar al menos unos lineamientos sobre qué referencia
legal concreta tiene el concepto de gravedad del hecho, del delito o de la causa en
este sistema penal y procesal del ordenamiento juvenil bonaerense. Cabe al
respecto mencionar que, aun si hay jurisprudencia que entiende lo contrario -a lo
que dedicaremos un párrafo más adelante- hasta donde podemos mirar, la
cuestión no permite pensar que esas expresiones tengan sentidos diversos entre
sí en los diferentes plexos normativos procesales y sustanciales nacionales e
internacionales, dejando a salvo las magnitudes dadas por el adverbio
"especialmente" (graves) o el adjetivo "extrema" (gravedad) que, por ejemplo,
operan en el Código Penal y en la ley procesal penal del sistema juvenil.
Hay tres tesis principales que se han propuesto en la doctrina: a) marcar como
delitos graves aquellos cuyo máximo supere los 6 años, según la divisoria de
delitos correccionales o criminales en el código procesal bonaerense; b) aquellos
con máximo mayor de 8 años, según el art. 169 CPP establece para la
excarcelación (antes de la reforma, lo era también en el juicio abreviado); c), son
los delitos previstos en el art. 27 de la ley del fuero juvenil.
Por otra parte, sencillamente, son los mínimos los que operan en forma definitiva
en relación con la posibilidad de una condena de ejecución condicional, y esto es
lo que articula la lógica conceptual de la ley, como diremos en seguida. En cam-
bio, en este sentido, los máximos altos dificultan la excarcelación en cualquier
hipótesis, toda vez que obligan a extremar la tensión entre el principio de ultima
ratio y las pulsiones de defensa social, así como que impiden la aplicación con
fluidez del instituto de la suspensión de juicio a prueba (CP, art. 76 bis), cuya
genealogía se encuentra íntimamente vinculada al originario Derecho de menores
y constituye en el proceso actual una herramienta privilegiada para operar desde
la ley los principios abstractos del fuero especial.
La última variante interpretativa de las mencionadas, que entre los autores
especializados tiene acogida (GARCÍA MÉNDEZ-VÍTALE, 2009, y otros), luce
obviamente la ventaja de ser sistemáticamente más coherente, ya que es parte del
mismo cuerpo de normas y obedece a la misma télesis. Se consideran como
categoría aparte determinados hechos típicos que requieren juzgamiento por
tribunal y no por juez individual.
No obstante, la norma del art. 43, inc. 4o de la ley del fuero dice que en ningún
caso procederá la prisión preventiva cuando el delito tenga una pena en
expectativa susceptible de ejecución condiciona] de acuerdo con el art. 26 del CP.
Esto señalaría que la propia redacción de la norma del art. 43 de la ley procesal
penal juvenil está planteando serias dificultades a la exégesis que marca sólo
como graves los delitos previstos en su art. 27.
Lo anterior podría sugerir que el legislador tuvo en cuenta que en algunos de los
delitos del art. 27, si -como decíamos-se aplicase (ley 22.278, art. 4) la reducción
prevista para la tentativa en el art. 44 CP, cabría dicha ejecución condicional.
También importaría decir que ha previsto que ya en la IPP y al momento de la
conversión en prisión preventiva, al menos, es de aplicación el art. 4 de la ley
22.278, en la medida en que se pide una prognosis y dicha prognosis contempla la
única norma positiva que plantea la posibilidad de la reducción. Ello presupondría
que sólo los homicidios quedarían fuera de esa posibilidad; no así el abuso sexual
con acceso carnal ni las formas de privación calificada de libertad con finalidad
abierta o prevista. Creemos que no hay razones para pensar que así lo haya
querido el legislador. Es cierto que tan compleja disquisición debía importar alguna
clase de referencia explícita al menos en los fundamentos de la ley.
A todo esto, aun otra perspectiva diferente diría que el legislador ha seguido la
regla de mayores; es decir, la que surge del Código Penal. Ello no resultaría
desajustado, toda vez que -para atenernos sólo a nuestros antecedentes
legislativos- ya en las codificaciones modernas al menos desde el Proyecto Te-
jedor, la homogénea comprensión de la magnitud de la escala punitiva se
relaciona con un aspecto genérico y "objetivo". Es decir, hace alusión a una
traducción de la reacción frente al "daño social" (para usar la idea de antijuricidad
material de VON LISZT) que produce el hecho como tal. No atiende al reproche
personalizado aún; marca precisamente el tenor del injusto penal; no de la
totalidad delictual.
Así dicho esto parece una obviedad, pero conviene evitar explícitamente la
confusión de planos de análisis. Por ello hace falta reafirmar la idea de que en el
proceso hay para los jóvenes también una instancia en que su hecho queda
expresado en su impacto puro, como mensura de aquello por lo que deberá
eventualmente responsabilizarse en la medida en que sea adecuado, ahora sí, a
su menor edad y circunstancia. En tanto las escalas que reflejan injusto y medida
de culpabilidad no sean -como dijimos- especiales, ello podrá ser incluso en la
definición de la prisión preventiva, siempre que el judicante entienda aplicable a
dicha instancia el art. 4 de la ley 22.278, en cuanto asigna al injusto la escala de la
tentativa (CP, art. 42).
En definitiva, esta regla toma en el Código Penal vigente la marca límite de los tres
años de mínimo para entender que hay gravedad. Así está ello definido por la
tradición legislativa penal argentina, en que este límite ha variado históricamente
entre los dos y los tres años (el art. 26 del Código Penal según lo redactara
Rodolfo MORENO (h) optaba por la marca de dos años). Esta modalidad de
precisión es la que informa a su vez la norma del art. Io de la ley 22.278 en cuanto
otorga una causa personal de exclusión de punibilidad a los delitos de jóvenes de
entre 16 y 18 años de edad cuya amenaza de pena no supere los dos años de
prisión (aquí relevando el máximo).
En este sentido, el Código Penal entiende que los delitos graves son los que
superan en su mínimo los tres años de prisión: el art. 277 inc. 3, ap. "a" (según ley
25.815) dispone que se consideran delitos especialmente graves aquellos cuyo
mínimo supera los tres años de prisión. Ello es un juego sistemático con el art 26
CP, que habilita la condena de ejecución condicional cuando el delito se castigue
con menos de o hasta tres años.
Así, desde esta óptica podría entenderse que para el art. 43 de la ley del fuero
juvenil, delitos graves son aquellos cuyo mínimo es mayor de tres años, con
independencia de que una vez afirmado ello, pueda de todas formas caber
condena de ejecución condicional, dadas las especificidades del sistema minoril.
• El abuso sexual gravemente ultrajante (art. 119, 2do. párr.); abuso con acceso
carnal (art. 119, 3er párr); todas las agravantes posteriores -incs. a) a 1)-; el
estupro mediando algunas circunstancias agravantes del art. 119 (art. 120); el re-
sultado muerte en las circunstancias de los arts. 119 y 120 (art. 124).
• El robo calificado por lesiones graves y gravísimas, por uso de armas y armas de
fuego aptas para el disparo, en despoblado y en banda (art. 166);
Por otro lado, si más de tres años implica especial gravedad, entonces podría
interpretarse en principio que hay delitos graves a secas con un mínimo de tres
años -o menos-. De este modo diríamos que a los delitos graves también les
puede corresponder la condena condicional. Pero ello no sería histórica ni
sistemáticamente correcto, a nuestro modo de ver. El giro "especialmente" debe
tenerse por un elemento valorativo aunque extraño a la tipicidad penal, ya que
resulta superfino en términos de su incidencia concreta en ninguna operatividad
legal. Es decir, no hay ninguna norma que otorgue o limite derechos en función de
una gravedad "especial". No hay ninguna diferencia.
Esta noción -de la que el ejemplo expuesto os sólo uno más- permite adentrarse
en otros detalles. Estos aspectos se relacionan con un dato de la realidad y es que
el concepto de "gravedad" de un delito es una noción ambigua pero en la que hay
ciertos marcos intuitivos muy generales construidos socialmente en cada época.
En este, como en muchos otros supuestos de tipos procesales o condales más o
menos "abiertos", la sensibilidad particular del juez, su sistema de valores políticos
y sociales, su posición ideológica respecto del fenómeno punitivo, etc., entran en
juego de diversas formas no siempre explícitas para definir esos alcances.
También lo hacen otros factores externos que, como veremos en el Capítulo II,
tienen hoy un enorme peso.
Dijimos antes que a nuestro criterio no había razones de interpretación legal para
diferenciar entre causas, delitos o hechos graves. Pero merece particularmente
atención analizar si la expresión "causas graves" del art. 43 equivale a decir
"delitos graves", atento que hay opiniones diferentes a la nuestra en tal sentido en
un ámbito importante como es la jurisprudencia.
Por otra parte, las reglas de Naciones Unidas, si bien pilar de interpretación básico
de la Convención de los Derechos del Niño, no son los Tratados internacionales
que en sí son norma con jerarquía superior a las leyes (CN, art. 75, inc. 22.). De
este modo, aun cuando el Comité de los Derechos del Niño, intérprete
supranacional de la Convención, haya recomendado ajustar el Derecho interno a
los estándares de tales reglas -entre otras-, no hay primacía normativa sobre los
cuerpos legales internos vigentes ni conflicto alguno en tanto éstos no vulneren los
principios convencionales mencionados (y esto sin mengua de que son, en la
propia ley del fuero bonaerense, reglas -que en verdad operan como principios- de
interpretación). Las Reglas de Beijing, en particular, son incluso anteriores a la
Convención y sus preceptos han formado el cuerpo de antecedentes de ésta.
De los criterios que hemos reseñado, el que resulta más restrictivo en cuanto a la
posibilidad de dictado de una prisión preventiva es aquel que toma como causas
graves aquellas previstas en el art. 27 de la ley 13.634. La realidad de la práctica
judicial concreta, por el contrario, tiende a mostrar que los parámetros que se
toman son aquellos que permiten la mayor amplitud de alternativas. Ello no es un
dato menor en varios sentidos.
Lo ideal en este sentido sería a nuestro criterio tomar como base una regla
determinada de consideración en función de las tesis comentadas y en cualquier
caso establecer cláusulas de excepción muy restrictivas; una o dos, puntualizadas
y acotadas, que permitan salvar la incongruencia que pueda presentarse en el
universo siempre complejo de la interrelación del Derecho con la realidad.
Por otra parte, admite entender como graves los casos que van de allí en aumento
de la magnitud del injusto hasta las figuras del art. 27, como puede ser un robo
con arma de fuego o con arma punzo-cortante o bien con un arma en sentido
impropio en que su poder vulnerante y el peligro sean de entidad, o un supuesto
de abuso sexual que pudiese resultar gravemente ultrajante.
Esta tesis hace innecesario que se deje tan abierta la tipicidad de la figura a
efectos de que la inclusión de conceptos varios sobre modalidad, tiempo, lugar y
circunstancias del autor pueda constituir el baremo en formas absolutamente
diversas unas de otras, y por otra parte, creemos que opera un criterio de
restricción de punibilidad más acorde con la contextualidad cultural que informa
más o menos razonablemente la resistencia semántica del término; al menos aquí
y ahora.
Existe, como se sabe, una tensión que la norma del párrafo cuarto del art. 76 bis
del CP establece al demandar el acuerdo del Fiscal para la concesión del derecho-
beneficio de la suspensión del juicio a prueba.
Sostenemos que la norma debe aplicarse en las etapas previas al debate siempre
que las normas en juego pidan una prognosis, tal como sucede en el Derecho
procesal penal de adultos. No obstante, hay en esta discusión un aspecto que
merece tomarse en cuenta especialmente, y que constituye el argumento central,
entendemos, de quienes sostienen lo contrario.
Entre las razones que centralmente se invocan para la no aplicación del art. 4o de
la ley 22.278 se halla la necesidad de aquilatar un período de tratamiento tutelar
que permita observar la evolución del joven con posterioridad al hecho que se le
enrostra (a modo de contar con un baremo cierto para la evaluación de la
necesidad y monto de pena al momento de decidirse la cuestión).
Aquí deviene más clara aun la noción de que los jóvenes tienen todos lo derechos
reconocidos a un adulto más otros que les son propios frente al Estado (CIDH,
O.C. 17/02; CSJN, "Maldonado", Fallos, 347:4343); es decir, que al menos tienen
los mismos derechos, y esto importa que si un adulto goza de la posibilidad de una
prognosis de pena para resolver su situación procesal (C.P.P, arts. 151, 169, inc.
3), el joven que ha transcurrido un proceso de sometimiento héteronormativo,
tiene al menos ese mismo derecho (explícito en los arts. 41 y 43 de la ley 13.634)
y lo tiene con sujeción al fin de la pena, que en su caso es de orden netamente
reintegrador y que en sus subetapas procesales importa, en cuanto sea posible y
deseable, la adopción de las alternativas más conducentes y menos
contraproducentes a la operación de los fines educativos y, como suele decirse,
resocializadores.
Los principios esenciales del sistema penal juvenil (CIDN, art. 40; ley 13.298, art.
10 -principios interpretativos de las Reglas y Directrices de la ONU- a través de ley
13.634, art. 98; ley 13.634, arts. 6, 33 y 36; y demás instrumentos concordantes)
aquí no pueden dejar de ser rigurosamente sostenidos. Ellos suponen una télesis
que se aparta diametralmente de la que es más propia del sistema penal de
adultos en la etapa de imposición de sanción, en que las escalas penales reflejan
un quantum mensurable como proporción retributiva.
Cuando el joven ha estado sujeto a una serie de medidas análogas a las que se
impondrán en la suspensión de juicio a prueba, ya se cuenta con elementos más
que suficientes para pronosticar a partir de lo concreto en el modo en que la ley de
fondo lo manda.
Tomando el norte del art. 6o de la ley del fuero, que sintetiza ampliamente los
principios rectores, esa concreta conducta del joven puede mostrar una evolución
favorable en el sentido del "fomento de su sentido de dignidad y valor" y del
"respeto por las libertades fundamentales de terceros", de modo que la "manera
acorde" de tratarlo teniendo en cuenta "la edad del niño", sea tomando en cuenta
su menor culpabilidad y su paulatino alejamiento de la necesidad de pena en
términos de futuro (télesis de la norma en el marco de la CIDN, según una recta
aplicación de la manda interpretativa del fallo "García Méndez", de la CSJN).
En otras palabras, la edad del joven, según tiene dicho la jurisprudencia de todas
las latitudes (en nuestro caso, "Maldonado" -CSJN-) y es una de las normas de
cultura más universales y transhistóricas que puedan relevarse (lo que últi-
mamente se reflejara en el proyecto de reforma de la ley penal juvenil que, antes
de perder estado parlamentario, obtuvo media sanción en la Legislatura Nacional),
importa de suyo una menor culpabilidad.
Cuando hay parámetros concretos sobre una probable culpabilidad por un hecho
que en la lógica de la reintegración (prevención especial positiva) se va
compensando, equiparando, difuminando en función de un proceso de
readecuación social y normativa, ello implica de suyo una menor cuantía en
cuanto al registro (al universo de sentido social tocante al reproche) que marcan
las escalas penales. Tal intelección se corresponde con la manera sistemática que
la normativa vigente prevé como resolución de la operatividad mixta de los fines
generales de la pena en cuanto es retribución por el hecho pero, sobre todo,
impulso prioritario y casi excluyente de reintegración (O.G. 10/07, párr. 10).
De este modo, aquí es claro que esas escalas se encuentran previstas con una
laxitud que opera entre un mínimo y un máximo en función de la gravedad del
hecho típico, y que esa gravedad refleja sólo la antijuridicidad objetiva de la
conducta (la dañosidad social -VON LISZT-) en cuanto entidad del choque con el
valor del bien jurídico abstractamente considerado, así como el marco abstracto
para mensurar tiempo y retribución por la culpa.
Es decir, la pena que pueda caber (por el pronóstico concreto y actual que debe
objetivamente realizarse) no ha de ser ponderada según esas frías y distantes
escalas del CP, cuya génesis, antecedentes y teleología muestran que jamás se
refirieron lisa y llanamente a los menores de edad -con la salvedad de la
pervivencia material del antiguo criterio por el que malitia suplet aetatem, que
viene a fundar hasta el presente la nota diferencial en los casos especialmente
graves, según entendemos-.
Cabría además recordar que la norma del art. 4 o obedece en origen a un sistema
legal cuyo rasgo central era el poder omnímodo del juez frente a un joven
indiferenciadamente "disponible". Precisamente por esto es que la Corte Suprema
dijo respecto de la ley 22.278/22.803 que Xa normativa actualmente vigente en
materia penal juvenil es incompatible con el sistema constitucional" y, además, por
eso, "La ley 22.278 no debe ser interpretada en forma aislada sino en conjunto
con el resto del ordenamiento jurídico" (CSJN, "García Méndez").
Desde estos puntos de vista, desvirtuar la finalidad de la pena y, sobre todo, del
proceso propios del sistema minoril que pueden ya ajustarse sobre bases ciertas y
concretas existentes en la causa, con base en una escala para adultos que sólo
mide extremos abstractos de culpabilidad en función de la gravedad del hecho,
resulta aquí inadecuado a tal punto, según nuestro modo de ver, que resulta
contrario a derecho.
Ahora bien, aun aplicada una menor escala en términos de retribución, de todos
modos restará analizar materialmente si es en efecto probable una condena de
ejecución condicional que abastezca el recaudo del art. 76 bis, párr.: 4, CP, ya que
ello debe confrontar siempre con un argumento basado en un indefinido concepto:
las razones de política criminal.
Como ya dijimos más arriba, la jurisprudencia bonaerense de las Cámaras de
Apelación y Garantías entiende mayoritariamente que la gravedad del hecho debe
ser valorada por el juez según las modalidades y circunstancias en cada caso, y
es allí donde la violencia que se despliegue ha de incidir en la prognosis de la
posibilidad de una condena de ejecución condicional.
En ese orden, los fiscales suelen argumentar la existencia de violencia que, con
base en la Regla de Beijing 17.1.c, constituiría el hecho del joven en uno de
gravedad tal que no permitiría pensar en que la condena que se le impusiera
eventual-mente pudiese ser de ejecución condicional. Las Cámaras de Apelación
y Garantías suelen valorar este extremo, siguiendo la tesitura común en el proceso
de adultos.
Esa gravedad en función de criterios de política criminal hace que se plantee como
respuesta necesaria en el criterio fiscal la convicción de que el joven debe
mínimamente ir a juicio por el hecho; que no puedo beneficiárselo con una
suspensión a esa altura del proceso.
Aquí corresponde detenerse para ver de qué modo pudiese ello obedecer a una
posibilidad de que el orden simbólico del proceso, la sujeción del joven al juicio
oral, pudiesen en definitiva interpretarse desde el interés superior del niño (CIDN,
art. 3) y del interés de la sociedad.
Con ello, aun cuando pueda verse en el impacto simbólico del proceso un arma
importante para una posible inscripción positiva en la subjetividad del joven, debe
extremarse la prevención frente a una sujeción disruptora del proceso favorable
que se encuentra transitando (CIDN, Art. 40; Reglas de Beijing 5 y 17.1.a; Directriz
de Riad 5, incs. c y f; ley 13.634, arts. 6, 33 y 36).
No nos escapa que hay mucha discusión que dar sobre este concepto. En efecto,
resulta difícil sostener un criterio de esta índole cuando un pilar principalísimo del
Derecho penal liberal garantista es precisamente la autonomía ética de la persona
que se arraiga en la división tajante entre Derecho y Moral y que asume por ello
una postura consecuencialista; es decir, la acción humana como hecho, acto,
programa concreto, en un sistema constitucional en el cual "(es el) más
importante: el derecho a ser uno mismo y a seguir siéndolo -esto es, el derecho a
la libertad interior y a la propia identidad, malvada, inmoral o peligrosa-..."
(FERRAJOLI, 1997:484).
Pero justamente, es razonable preguntarse qué tanto puede modificar estas bases
el hecho de que el adolescente es, de por sí, una persona que tiene un "déficit de
experiencia de libertad" y se encuentra, como con base en la psicología evolutiva
lo dicen los instrumentos internacionales y la jurisprudencia de la Corte Suprema,
en proceso de maduración; y junto con ello, entender que la diferencia de trato
radica también en el hecho de que es, desde un punto de vista social, una persona
más vulnerable y con menores recursos, sobre todo si se trata de jóvenes pobres,
marginados, estigmatizados o, en general, carentes de una apoyatura familiar o
comunitaria sólida: los niños que llegan al sistema; los que son efectivamente
seleccionados y que carecen de algún grado o instancia de cobertura frente a esa
selectividad.
El contenido pétreo de esta idea es alejar al joven todo lo posible de los efectos
deletéreos y estigmatizantes del sistema penal tal como se perfila por su historia y
naturaleza, sin por eso dejar de operar sobre las necesidades
intedisciplinariamente establecidas.
Cabe aclarar, por otro lado, que el hecho de que esto se refiera a jóvenes punibles
o no punibles es indistinto, a la luz de la actual jurisprudencia de la CSJN y la
aplicación que de su doctrina vienen realizando los tribunales. Vale decir que, bien
fundada la diferencia entre un proceso penal y la tutela por razones de
vulnerabilidad a la luz de las normas, fallos y recomendaciones de los organismos
internacionales, así como la peligrosidad es siempre peligrosidad, la ultima ratio es
siempre ultima ratio.
Plantear esta discusión conlleva, por otro lado, sus riesgos. Dejando aparte el
miedo al puro prejuicio, es cierto que las etiquetas limitan y confunden: "Derecho
penal de autor in bo-nam partem" suena en principio a una contradicción en los
términos tal que recuerda a los absurdos categoriales de BORGES. Lo que sí
puede generar problemas es la factibilidad de la utilización perversa (fraude de
etiquetas) de un concepto de esa naturaleza por parte de operadores mal
informados. Pero en definitiva, no es que esto no exista ya: reiteramos que los
nombres no crean las realidades (hacerlo o entenderlo así es un reflejo animista
que no se puede abrigar). Por el contrario, la teoría debe hacerse cargo de
plasmar coherentemente los aspectos de la realidad que nos impulsan a modificar
conceptos, encontrando las explicaciones que lo justifican.
Un otro orden, hay que aceptar que esta visión resulta problemática para los
operadores judiciales, cuya tarea está demasiado constreñida entre las presiones
mediáticas y de la denominada "opinión pública", por un lado, y, por otro, dada la
gran carencia de dispositivos administrativos suficientes y apropiados para
desarrollar finalidades y metodologías diferentes a las que esa realidad permite.
Bien cierto es que si las estructuras estatales previstas por el sistema integral no
son convenientemente financiadas, toda teorización es inútil; y es verdad también
que si los servicios del sistema integral de protección no tienen los recursos, tam-
poco los tiene el magistrado del fuero.
\in esos casos, nos cuesta ver que la respuesta (una vez captado por el sistema
penal) sea dejarlo librado a sus propios recursos y a la espera de una respuesta
puramente retributiva y segregadora. Es necesario que el sistema de protección
integral logre dar una salida mejor y más ajustada a los principios que son su
base. Esta tarea debe elicitar mayores elaboraciones teóricas. Hemos notado que
el particular del "caso grave" no tiene en verdad demasiada teorización en la
especialidad, más allá de algunas referencias escuetas y casi descriptivas.
Por lo pronto, en nuestro caso intentaremos proponer más adelante una visión de
la pena que pueda tener un contenido penal y no de abstracta "protección" aunque
orientado a su evolución provechosa.
Lo que no debe ser visto como contrario a estas teorizaciones, por necesario y
complementario, y sin duda por ser lo que da origen a la especialidad, es la
finalidad de mantener la idea de que el Derecho penal del joven es Derecho penal
clásico ante todo, siendo su cometido específico proveer de estrictas garantías
legales y constitucionales al joven en conflicto con esa ley penal. También es parte
de este esquema un "pangarantismo" en que toda medida de disposición sobre un
niño (sea dictada en el fuero y por el juez que sea, o por la autoridad
administrativa que sea) esté siempre sujeta a los criterios de legalidad penal y
procesal. En definitiva, una necesaria instancia de control frente a la injerencia
arbitraria, que debe llegar a tener una función proactiva en relación a todo el ser-
en-contexto de ese niño.
Aun con las dudas que estas problemáticas plantean, entendemos que la
normativa vigente hace procedente la tendencia a un criterio que se demuestre
lógica, ética y experimentalmente como el mejor para el joven, que será siempre el
mejor para la sociedad a largo plazo. Esto no significa 'de ningún modo, aunque
sobre la aclaración, prescindir de una instancia de castigo y responsabilización
(que es también debida al objetivo de la maduración y aprendizaje); pero esa
instancia deberá tener muy especiales características -como notaremos en los
capítulos siguientes- y de ninguna manera podrá ser la pena tal y como se la
conoce.
En todo caso, vale recordar las palabras iniciales: en los procesos de cambio de
paradigma, pareciera que ciertamente una parte sustancial del cambio es lo que
se conserva.
CAPÍTULO II
EL LUGAR DE LO INNOMBRABLE
I. Operaciones reales
Aquí nos vamos a referir en especial a la situación de los adolescentes que por su
edad han quedado excluidos de la aplicación de toda penalidad, sea cual fuere su
delito, pero respecto de los cuales en ciertas circunstancias aparece la alternativa
de aplicación de una medida de seguridad (ley 13.634, art. 64; ley 22.278, art. 1).
Aun así, no obstante, la norma del art. 64 de In ley 13.634 -a la que nos
referiremos en particular- es ley vigente y no ha sido objeto de declaración de
inconsfitucionalidad en forma relevante, ya que las cámaras de apelaciones de la
provincia de Buenos Aires la han sostenido con diversos fundamentos y el
Tribunal de Casación recientemente no ha hecho lugar a la petición 64, mientras
que la Suprema Corte de Justicia no ha debido abocarse a su tratamiento.
Mientras ello permanezca en ese estatus, habrá entonces supuestos
(excepcionales) para El fallo del Tribunal superior de la Provincia de Buenos Aires
nos exige una ponderación respecto de la doctrina legal do la ('(irle Suprema. En
este orden, abrigamos serias dudas respecto de su interpretación en cuanto
expresa que "Maldonado" diga que sólo existen tres alternativas discretas y
ninguna posibilidad de ajuste intermedia. Entendemos que esa alternativa en
verdad no fue planteada en la discusión. No parece que, más allá de la cita de la
literalidad de la norma, ese tema haya sido tratado implícitamente por la máxima
instancia a la luz de sus pronunciamientos generales. La ingeniería de
"Maldonado" -previa, incluso a la O.G. 10/07 del Comité de los Derechos del Niño
de Naciones Unidas- es una que resuelve algo hasta allí sólo sentado en el nivel
interamericano (O.C. 17/02), cuya virtualidad sigue siendo objeto de asentamiento
progresivo a la fecha: que los jóvenes siempre son menos culpables y que ha
menester priorizar siempre las alternativas reintegradoras.
CAPÍTULO IV
Michel FOUCAULT
Todo esfuerzo por asignarle un objetivo noble a la pena devuelve el eco de las
palabras sabias del más loco de los filósofos, definiendo a la pena como venganza
y a la redención como liberación de ésta.
Raúl ZAFFARONI
Esta criminología que se renueva rescata ideas fuerza muy potentes, entre las que
se cuentan todas aquellas que han puesto de manifiesto la selectividad del
sistema penal, la inequidad, las deletéreas consecuencias de la cárcel y otras
instituciones cerradas, las vinculaciones del sistema socio económico con el delito,
la similitud no relevada entre los negocios y el delito común, los aprendizajes
delictivos, la influencia del entorno geográfico y social, la vinculación entre el
sistema productivo o los nichos de mercado y las tasas de encarcelamiento, la
viabilidad y necesidad de enfoques alternativos de cuño civilista, la centralidad de
la víctima, la identificación de grupos culturalmente diferentes como "desviados",
etc.
A fines de los ochenta y principios de los noventa, en nuestro país apenas se oían
algunas voces discordantes, mientras que el sistema penal -entendido no sólo
como el producto de las agencias gubernamentales en los procesos de sanción de
normas y ejecución de sus consecuencias, sino además como paradigma teórico
construido en las facultades y reproducido por la doctrina y los discursos sociales
en general- discurría por los senderos de las viejas tópicas, sin tomar contacto con
la realidad de aquello sobre lo que teorizaba. Es decir, el sistema se encontraba
cómodo en el management idealista que traía como impronta histórica; ni siquiera
se advertía una necesidad de pasar el test empírico: quienes solitariamente se
esforzaban por contactar teoría y realidad eran vistos como entes su, generis;
nada tenía que ver con la legitimidad o eficacia del Derecho penal la realidad de
las cárceles. Las palabras de estos eriminólogos sonaban lejanas y apagadas; no
tenían eco. No preocupaban. ¿Quién sino muy pocos había escuchado ya antes
hablar do Alessandro BARATTA, Roberto BERGALLI o Rosa DEL OLMO? ¿Quién,
sino esos pocos, conocían sobre el Grupo Latinoamericano de Criminología
Comparada gestado en Venezuela a fines de los setenta, o el manifiesto de
Azcapotzalco, en México, de 1981? (ANITÚA, 2005; ZYSMAN QUIRÓS, 2012).
Si bien, como ya venimos diciendo, los frentes de atención son variados y deben
abocarse a atender la realidad de las prácticas, sigue siendo importante volver a
ahondar en las razones teóricas de un debate que, si a veces parece ser se-
cundario en la doctrina, es porque va implícito o bien se pretende sustituirlo de raíz
con otras ideaciones derivadas de los loables principios internacionales, que son,
como tales, menos específicos y no encuentran siempre un encastre concreto en
la legislación.
Esto supone tratar de reconstruir sus elementos constitutivos, hasta donde nos
sea posible.
La idea de la pena como prevención para la integración está desde fines de los
años sesenta en la CADH (art. 5.6) y otros instrumentos internacionales regionales
y mundiales. Por eso, que en 1989 se hayan plasmado ideas de un paradigma que
ya a esa altura estaba en franco trance de retracción aparecía como un enorme
logro en el plano de los consensos internacionales. No obstante, los lineamientos
centrales de ese paradigma no excluyen en la Convención otros, no originales
pero sí más acordes con la sociedad de mercado y la reacción conservadora
propia de los ochenta, como brevemente diremos más abajo, y sobre lo que
haremos especial hincapié en nuestro desarrollo.
Es útil realizar una inicial aproximación a las visiones de estos fenómenos sobre la
base de los análisis de un criminólogo cuya larga producción reflejara siempre
puntos de vista en diálogo con las idiosincrasias propias de los países centrales.
Hasta cierto punto, además, esos enfoques resultan aplicables a nuestro entorno,
en la medida en que la estructura social y la cultura contuvieran elementos
similares y porque también las ideas emanadas de esos lugares centrales se han
adoptado directamente en nuestro contexto.
En la época que Jock YOUNG (YOUNG, 2003) delimita como la "modernidad", fue
seguramente el auge del Estado de Bienestar y el crecimiento económico con
niveles históricos de inclusión socio económica en los países de Europa occidental
(así como en Estados Unidos) lo que permitió la instalación del paradigma: es la
"edad de oro", a la que alude.
De este modo, la desviación parece no tener lugar tanto por problemas del
presente como del pasado de las personas. Así, la explicación causal hace centro
en la familia y las focalizaciones en las conflictividades grupales dejan lugar al
fenómeno de un individuo que es producto de una historia familiar inusual. Dice
YOUNG: "las clases peligrosas de la pre-modernidad se convierten, en la
modernidad, en el individuo desviado".
"El 'otro' desviado es, por consiguiente: una minoría; distinto y objetivo; constituido
como careciendo de valores que son absolutos y no impugnables..; sujeto a los
objetivos de asimilación e inclusión: los discursos tanto penales como terapéuticos
son, por lo tanto, para la integración...al adolescente aberrante se le enseña a
adaptarse a una sociedad acogedora...".
La descripción de YOUNG, que por otro lado coincide con una enorme serie de
análisis sobre la sociedad central de la posguerra, muestra las racionalizaciones
que constituían un importante consenso.
No es entonces para nada gratuito que las ideas de John BOWLBY hayan calado
tan profundo en los fundamentos de la Segunda Convención de Derechos del Niño
de 1946 (y que hayan permanecido vigentes luego), en lo tocante con la
esencialidad constitutiva del rol materno en la edad temprana como origen de
disfuncionalidades psicoemotivas de los jóvenes, coadyuvantes a su vez de las
conductas desviadas. BOWLBY sostenía que la desviación era, claro, un problema
sociológico y económico, pero en gran medida psicológico.
Sin dejar de lado otros aportes al estudio de la problemática juvenil de
prominentes terapeutas y educadores, los postulados de BOWLBY señalan la
"relación rota" entre la madre y el niño como factor causal de disfunciones. Dicha
ruptura es la que deja en los tres primeros años una impresión característica en la
personalidad del niño, que a partir de ello se delinea como carente de capacidad
para establecer lazos libidinales ni relaciones afectivas genuinas.
En definitiva, como puede verse en esta flaquísima síntesis, una lectura del texto
de la Convención de los Derechos del Niño permite claramente distinguir algunas
de las ideas fuerza que hemos reseñado: las ideas sociales, económicas y
políticas y las teorizaciones psicosociales que de ellas se derivaban con toda
lógica.
No está de más entonces recordar ahora que la situación descripta por Jock
YOUNG era propia de ese "primer mundo", ya que, con muy variados matices, bien
otra aparecía en las regiones "subdesarrolladas" del globo. Los años sesenta -en
el marco de la Guerra Fría- fueron los de la gran repercusión de la Revolución
Cubana; sucedía la primavera de Praga y el Mayo Francés; se alzaba la voluntad
independentista de Vietnam frente al poder de Estados Unidos; en África se daban
los procesos de descolonización; en el mundo árabe surgía la ideología Baazista,
en todo el mundo aparecían convergencias de cuño nacionalista, autonomista o
progresista que en muchas ocasiones enarbolaban ideales socialistas.
Con esta descripción -que admitimos es una enumeración caótica en gran medida
genérica, parcial y hasta sesgada en algún orden- tratamos de mostrar otra parte
de la realidad mundial que también debía influir de alguna manera en la
concreción de los consensos internacionales posibles en materias tan delicadas
como la niñez. Aun en tanto historia reciente, las décadas de los años sesenta y
setenta tanto en el centro como en los países "subdesarrollados" habían dejado un
bagaje enorme que el vuelco de los años ochenta y noventa con su pensamiento
único y el fin de la historia no podían sin embargo hacer desaparecer por
completo. De hecho, importantes ideas fuerza propias de ese espíritu de época
(elaboradas en buena parte por una sociología criminológica progresista en los
mismos países centrales) quedaron plasmadas en las resoluciones de Naciones
Unidas que conforman el plexo jurídico integral de los derechos del niño.
Esta parte de la realidad podría pensarse ya como uno de los polos opuestos
entre los que el texto final de la CIDN debía moverse. El otro, más presente, los
años ochenta como instalación y preludio del ciclo neoconservador.
En 1995, Will HUTTON describía una sociedad del 40:30:30; es decir, un 40% con
trabajo estable, un 30% con empleos precarios y un 30% marginado, desocupado
o con salario de hambre (YOUNG, 2003).
Como es evidente en esta lectura, se puede imponer una pena divisible de prisión
y en ello habrá de seguirse el criterio de proporcionalidad (también) con la
infracción. Ya hemos dado tratamiento a la relación de la gravedad con la propor-
ción. Cabe ahora referirnos al fin que subyace en dicha relación .
Mucho antes, las XII Tablas (siglo V a.c.) contenían las reglas de la composición
ya que tanto en Grecia, como en esa Roma antigua, pena (poiné, poena),
significaba ese arreglo; es decir, el tanto que se daba como reparación de la
ofensa. Lo mismo sucedía con la ofensa privada en el sistema germánico, en que
ella podía ser compensada (wergeld).
Una vez, "pagar" era precisamente eso. Luego la imagen quedó, pero los
contenidos fueron mutando; la misma poiné cambió de sentido. Veremos más
adelante cómo sucederá esto particularmente a partir del siglo XII.
Precisamente, como decimos, aquello que para los estudiosos clásicos ha sido la
característica de los Derechos originarios en que el elemento penal permea la
totalidad de las relaciones jurídicas, para IHERING refleja la sed de venganza, aquel
instinto o pulsión vital (instinto de supervivencia) que se agranda y exacerba ante
el peligro.
Lo que VON IHERING destaca en este orden es que dicha reacción -en el origen de
las sociedades, al no existir un poder público con potestad afianzada- es también
producto de la falta de seguridad objetiva en sus derechos, ante lo cual la víctima
no se da por satisfecha con la retribución material del daño -restitución o
indemnización de la cosa-. Aquí, sin importar la culpabilidad o no del ofensor, el
ofendido pide algo más, algo personal como satisfacción: la pena.
El estudio del Derecho Privado romano lleva a VON IHERING; a postular que, fuera
de un período arcaico, ya en el antiguo sistema previo a las leyes decenvirales, a
las obligaciones se le agregaba una pena privada como castigo para el incumpli-
miento, de manera tal que ello pudiese de algún modo aminorar aquella sed de
venganza, encontrándolo en las XII Tablas, así como en el Derecho germánico y
en distintos ordenamientos de la antigüedad y el medioevo. Se trata de un cálculo,
en efecto, de una ingeniería de compensaciones y búsqueda de igualamiento; de
reciprocidad en la proporción.
Rene GIRARD (1995), en su clásica obra, explica que el sacrificio de la víctima ritual
es prevención de la violencia.
Pero también deja en claro GIRARD que la línea entre crimen y sacrificio es
delgada. Para mantenerse como vía de escape requiere, precisamente, que su
verdadera naturaleza quede oculta: "Al desviarse de manera duradera hacia la
víctima sacrificial, la violencia pierde de vista el objeto apuntado inicial mente por
ella" (1995:13).
La víctima sustituta suele ser una que se asemeja de alguna manera con la
víctima sustituida; se la elige generalmente por su debilidad, porque es fácil y
posible tomarla. Hay que preguntarse quiénes son las víctimas sacrificiales;
quiénes "se parecen pero no son". GIRARD lo dice en perspectiva histórica (que no
varía sustancialmente en muchos órdenes hoy): "... Aparecen los prisioneros de
guerra, los esclavos, los niños y los adolescentes solteros, aparecen los individuos
tarados, los desechos de la sociedad..." (1995:19).
Por otra parte, el sacrificio, la violencia, dadas sus características, es imperativo y
orden divina externa al hombre mismo -manifestada en la obsesividad del rito que
oculta, insistimos, la naturaleza del acto- y por tanto en términos de violencia
aparece como una conducta no propia del que la ejecuta. El desplazamiento es,
nos parece, del objeto pero también del sujeto: ambos se inscriben en un
microcosmos preordenado y del que son los dos objetos.
Este enfoque sobre la retaliación estatal como último acto del círculo de la
venganza es en parte la fundamentación de la pena que sostiene actualmente los
postulados justificacionistas de FERRAJOLI; pero ha sido también antes
especialmente relevado por FICHTE, para concluir que el Derecho es el elemento
disruptor en la lógica de la imitación negativa que hay en la base de la venganza
142.
Esta percepción, nos importa postular, se aplica a todos los demás significantes
que en lo sucesivo han de resultar el nombre, el nudo, de la operación de la
violencia: la infracción, la norma, la pena.
Nos parece razonable afirmar que hay en estas nociones principios explicativos
poderosos; "causas" más atrás de las cuales es difícil indagar respecto de la razón
de ser del castigo considerado en sus aspectos más universales y diacrónicos.
Pero también resalta en ellas otro aspecto: la violencia como moneda de la
equivalencia; regla del pago de la deuda contraída con la ofensa; el origen de la
idea de equivalencia simbólica entre crimen y castigo. Sin embargo, nótese una
diferencia:
Las breves acotaciones y citas anteriores sirven con alguna suficiencia para
sostener una de las cuestiones centrales en la consideración de la respuesta
social que merecen las conductas juveniles, una vez que han pasado el umbral de
la afectación tenue de ciertos bienes jurídicos, ya que puede partirse de la base de
que "No existe en el sistema penal ningún principio de justicia que difiera
realmente del principio de venganza. El mismo principio de retribución violenta, de
la retribución, interviene en ambos casos. O bien este principio es justo y la justicia
ya está presente en la venganza, o bien la justicia no existe en ningún lugar"
(1995:23).
Es necesario ahora analizar una fase histórica en que, a diferencia de los estadios
anteriores como la Grecia de Homero, se plantea una responsabilidad por culpa y
no ya una sin ella (en la Grecia arcaica los causantes eran los dioses). Esta
advertencia nos permite desplazarnos en el análisis con la prevención de que un
concepto (la culpa) tan central a la punibilidad y que ya apunta a la individualidad
del sujeto todavía cargará con la herencia de su origen.
Así, entonces, la etimología (en tren de visualizar "significantes amos" y su campo
semántico) ha servido para desentrañar órdenes de vinculación y sentido entre los
fenómenos que se nombran. Con ella se puede apreciar que la palabra germana
"Schuld", significa tanto "culpa" como "deuda". "Guilt" (culpa), en inglés, no es
igual a "debt" (deuda), pero ésta viene del francés "debte-dette", en que hay
diferencia con "culpabi-lité". "Guilt", sin embargo, viene del inglés antiguo "gildan"
o "gyldan", que significa "pagar", "retribuir", "re-compensar". Es notoria, además, la
vinculación de origen etimológico entre "culpa" (latín y español) y "guilt".
Asimismo, está en la noción de "culpa" desde los griegos del siglo VIII a.c. -al
menos-, la idea de "ser causa" de algo. Culpa y causa se expresan en la misma
palabra: Aitía.
En sus orígenes clásicos, la noción de justicia era pedir igualdad frente al daño o a
la falta de un derecho. No se limitaba al derecho en la relación individual, sino que
se mostraba en la lucha de clases. Se trata de la intuición popular que proyecta y
extiende a todos los órdenes la igualdad en las relaciones sobre las cosas -los
bienes-. Dicha petición y concepción de igualdad viene de los derechos reales, y
termina, no parado-jalmente, evolucionando en el concepto de democracia: como
lo ha analizado la autorizada palabra de Werner JAEGER: "... Toda manifestación
del derecho estuvo, hasta entonces (siglo V a.c), de un modo indiscutible, en
manos de los nobles (...) la palabra derecho, diké, se convierte en el lema de la
lucha de clases (...) el derecho escrito equivalía al derecho igual para todos (...) La
significación fundamental de diké equivale aproximadamente a dar a cada cual lo
debido...significa el cumplimiento de la justicia (...) En el origen tenía, empero, esta
palabra una aceptación más amplia que la hacía más adecuada para aquellas
luchas: la significación de igualdad (...) Para llegar a su mejor comprensión, es
preciso pensar en la idea popular originaria según la cual es necesario pagar lo
mismo con lo mismo, devolver lo mismo que se ha recibido y dar una
compensación igual al perjuicio causado. Es evidente que esa intuición
fundamental deriva de la esfera de los derechos reales, y ello coincide con lo que
sabemos de la historia del derecho en otros pueblos (...) Nos hallamos aquí en el
comienzo de una evolución que debía conducir, a través de la sucesiva
mecanización y extensión de la idea de la igualdad, al establecimiento de la
democracia" (JAEGER, 1957:106-108).
¿Pero de qué forma se produce esta metaforización por la cual una relación
concreta de dar y recibir entre sujetos concretos se convierte en el fundamento del
reproche penal tal como lo conocemos desde hace siglos?
Resultaría que aquel concepto de la diké (o, más adelante: dikaiosyne) se trasladó
de las compensaciones entre partes al modelo "mítico" de una sociedad cuyo
poder la entroniza, también y sólo metafóricamente, en acreedora política de la
deuda por el hecho criminoso.
La violencia del sacrificio tanto como de la pena es lo igual que ha sido infligido a
la víctima. La metáfora, en cada caso más o menos expresiva del "engaño" a que
aludía GIRARD se ubica como trasposición al orden simbólico.
En este sentido, parece posible notar que los griegos del período clásico y su
transición previa ya han enmascarado tras una idea fuerza de orden trascendente
(recordemos: aquella que, de un modo amplio es religiosa, y da un estatuto
fundante indiscutido) la justificación de la violencia, quitándole aquel sesgo inicial y
desnudo de violencia frente a violencia.
Por otra parte, en apreciación que coincide parcialmente, sostenía DURKHEIM: "... la
pena consiste en una reacción pasional (...) la naturaleza de la pena no ha
cambiado esencialmente. Todo cuanto puede decirse es que la necesidad de la
venganza está mejor dirigida hoy que antes. El espíritu de previsión que se ha
despertado no deja ya el campo tan libre a la acción ciega de la pasión; la
contiene dentro de ciertos límites..." (DURKHEIM; 2004:98 y 101).
Así, entonces, hasta aquí podemos ver que la razón para la venganza tiene un
antiguo lugar en la constitución social del hombre y a la vez, una profunda
necesidad de no ser expresada como lo mismo frente a lo cual reacciona. Pero
semejante energía social dispuesta en torno de la elaboración de mecanismos de
ocultamiento (que sin duda generan tensiones intrasocietarias y se encuentran
cíclicamente en proceso de desgaste y crisis) pone de manifiesto la potencia de la
necesidad de retribución.
En este sentido, Franz BOAS ha sostenido que "no existe una diferencia
fundamental entre los modos de pensar del hombre primitivo y el civilizado"
(HENDLER, 2009:17), y GIRARD, por su parte, también expone que, frente a la
relación con la realidad en tanto es necesario dominar aspectos concretos de la
misma, los hombres siempre han razonado igual, apartándose de las
abstracciones en pos de un empirismo tanto más prudente y mezquino cuanto
más lo acucian las fuerzas externas (GIRARD; 1995:39).
Ahora bien, suponiendo que analizamos una hipótesis más o menos fundada
sobre un origen posible de la necesidad de castigar por un hecho causado por
otro, cabe mencionar que ello tiene -en la relación intersubjetiva directa- una
expresión emocional universal, cual es la cólera que produce el daño y que (si no
se reprime, modifica o transfigura) desata una reacción instintiva de ofensa que a
veces es equivalente y muchas veces no.
Hasta aquí miramos la violencia y la pena como aspecto casi solamente relativo a
lo antropológico general (vaga y dudosamente, una "naturaleza humana"). Hay
que analizar otras instancias. Más cercano y mejor conocido, el proceso por el
cual en determinado momento en la historia de la Europa occidental, sobre el telón
de fondo del Derecho romano imperial, se empiezan a dibujar las formas del
sistema judicial externo a las partes y como gestión integral del poder con estatuto
formal, tiene una racionalidad en que la retribución obedece a pautas bien
específicas. La venganza sigue enmascarada, pero el fin de dicha cobertura se
hace más diáfano.
Como ha estudiado Michel FouCAULT (1998), hasta el feudalismo de los siglos XII
y XIII, y desdo la caída del imperio romano (con alguna excepción en cuanto al
delito flagrante) en Europa primó el Derecho germánico, que establecía un par
binario en el conflicto "judicial" y donde el Derecho era la tuerza reglamentada: no
había un tercero imparcial ni noción de infracción, ni sentido de verdad, ni prueba
de hechos.
De este modo es que con la primera gran monarquía en la primera mitad del siglo
XII, aparecen nuevas formas jurídicas que difieren del Derecho bárbaro de la
sociedad feudal v del Derecho romano: la Justicia externa a los individuos que
marca la transformación por la que se produce en pleno la expropiación del
conflicto que subyace hasta hoy en el delito: "La intervención del soberano no es,
pues, un arbitraje entre dos adversarios: es incluso mucho más que una acción
para hacer respetar los derechos de cada cual; es su réplica directa contra quien
le ofendió...Ahora bien, esta parte del príncipe, en sí misma, no es simple: por un
lado implica la reparación del daño que se ha hecho a su reino, del desorden
instaurado, del ejemplo dado, perjuicio considerable y sin común medida con el
que se ha cometido respecto de un particular; pero implica también que el rey
procura la venganza de una afrenta que ha sido hecha a su persona. El derecho
de castigar será, pues, como un aspecto del derecho del soberano a hacer la
guerra a sus enemigos..." (FOUCAULT, 1992).
Surge entonces la figura del procurador, representante del soberano, del señor o
del rey, y así la primera especie de vindicta publica, ya que cada crimen ofende al
soberano, ofende al poder, replica a la víctima y reclama paralelamente a ella,
hasta sustituirla.
Y sustituyendo la noción de "crimen" (daño que uno causaba a otro), aparece así
la figura de la infracción, que es un ataque al orden, a la ley misma del Estado.
También se sustituye el sujeto de la reparación (el Estado): aparece la multa y la
confiscación ya mencionada como medio del enriquecimiento. Y así nace,
también, la figura del tercero y la noción de sentencia.
Como se percibe, ya en esta etapa se hacen claros los elementos que, otras
transfiguraciones mediante, van a quedar plasmados como retribución en la densa
superposición de capas significantes que anidarán en adelante en la idea de pena
y sistema judicial. La naturaleza sustantiva de la violencia, sin embargo, va
quedando cada vez más enterrada y desdibujada por esas daciones de sentido
basadas en su calidad institucional.
Varios autores han puesto este fenómeno de resalto desde hace ya mucho; no
obstante, la legitimación de la violencia no ha podido encontrar argumentos
distintos en el fondo (aun si elaborados con nuevas herramientas).
Ante todo, es dudoso que en efecto alguna vez la noción de retribución haya
dejado de coexistir con la de prevención en sus diversas variantes: ni siquiera en
KANT y en HEGEL deja de considerarse en algún plano los efectos o los fines del
castigo. Para HEGEL, la intimidación, la corrección, tienen un lugar esencial, pero
ello es en lo fenoménico y en relación a la modalidad de la pena; un plano
contingente y lejano de la inmanencia (HEGEL; 2004:103). Del otro lado, el mismo
Marqués de BECCARÍA sostenía fundamentalmente que la pena debía servir para
prevenir futuros actos, pero asimismo pensaba que ella debía en todo caso ser
proporcional al daño social causado.
Es una reacción que mira al pasado y atiende a una abstracta reposición del statu
quo ante. La función que cumple la pena, según esta visión, es servir a la
realización de la justicia, la que no puede depender de situaciones contingentes;
es una exigencia moral, religiosa o jurídica que la torna en absoluta -de allí su
nombre- (MÍE PUIG, 2009:79).
Para HEGEL, tanto las ideas conservadoras del desarrollo histórico y organicista
como el relieve de la razón del Iluminismo eran ideas importantes, cada una a su
modo. Trató de unirlas en una síntesis filosófica (ZEITLIN, 1970:52).
Hay dos tendencias en HEGEL: por un lado la defensa ideológica del Estado
prusiano y la sociedad alemana ("lo existente es racional, por ende necesario e
inevitable"). Pero por otro lado destaca el cambio constante, el desarrollo dinámico
y dialéctico. Para ver esto hay que comprender en su idea de la dialéctica lo que
denomina los saltos cualitativos (acumulación de lentos cambios orgánicos que
con un poco más, varían la calidad: la bellota se transforma en roble). Puede
describirse esto como la negación de la negación: la bellota era negación de la
semilla, a la que aquélla era inherente. Al continuar los cambios, ésta es también
negada por la forma nueva y potencial que encierra, el roble. Cada cosa contiene
su propia negación; es decir, es el germen del desarrollo (un cambio de acuerdo
con el patrón inmanente de la cosa).
Hay otra vez una enorme trascendencia en el fundamento, que, como diría
GIRARD, es en un sentido no teológico, religioso: "La exposición real de que la
violencia se destruye en su propio concepto es que la violencia se elimina con la
violencia. En cuanto segunda violencia, que es eliminación de una primera, es por
lo tanto justa, no sólo en ciertas condiciones sino necesariamente" (HEGEL;
2004:99).
Con esta formulación es posible comprender las ideas modernas que refundan el
concepto de retribución.
Como la pena no puede (no debe) ser instrumento de motivación, los seres
humanos no son destinatarios de la norma, que se dirige al Estado para que
castigue al culpable del delito (que se caracteriza como violación de una norma).
Esto hace ver -dice RIGHI- que la aplicación de estos principios en términos
absolutos condujo a la aplicación de penas totalmente inútiles.
En tal orden, la pena no está destinada a evitar hechos futuros, porque es sólo
una reacción; por otra parte, establece un sólido vínculo con el delito (hecho).
Además, si el sentido es hacer justicia, debe ser sobre un culpable y, de este
modo, la culpabilidad es fundamento de la pena.
La teoría retributiva apreció la pena con criterio talional, ya que es un mal para el
delincuente que compensa el causado. De ahí, la individualización de la pena
quedó asociada a la gravedad del hecho realizado y al grado de culpabilidad del
autor, enunciándose así un criterio de proporcionalidad entre delito y pena.
Anotemos ahora algunas de las observaciones que se le han hecho a las
posiciones retributivas.
FERRAJOLI reseña que esta noción de que es justo devolver mal por mal -fundante
de todas las teorías absoluta:; de la pena- tiene origen en instituciones arcaicas
como la venganza de la sangre, la idea de la expiación y la de reequilibrio entre; el
delito y la pena; es decir, la subsistencia del impulso primitivo, la religiosidad
básica y el pensamiento mágico preconceptual (FERRAJOLI, 1997).
Desde el punto de vista racional, las tres nociones antes referidas por FIÍRRAJOLI
son calificadas como absurdas e insostenibles: la confusión entre Derecho y
Naturaleza que arrima la rara idea de un nexo necesario entre culpa y castigo y la
mencionada fantasía de la restitución de un orden violado, la idea de expiación,
todas ellas ya objetadas por PLATÓN y SÉNECA, en tanto lo que ya está hecho no
puede ser desecho, sólo se sostienen por una mistificación que encaja de algún
modo con las necesidades de gestión del poder político en la sociedad.
"La idea de que infligir penas tenga un valor intrínseco y no persiga otro fin que la
justa retribución de los delitos le ha parecido a Alf Ross tan carente de sentido
como para hacerle suponer que nadie la ha sostenido nunca seriamente. Por des-
gracia, esta suposición es errónea", concluye el jurista italiano (FERRAJOLI,
1997:254-256).
Desde el punto de vista ético, se objeta que el Estado pueda infligir un mal sin
ulterior sentido; y es la pena desde esta concepción solamente un mal que se
devuelve a quien ocasionó otro; es decir; hay una suma de violencias que no
brindan ninguna solución al conflicto. Además, desde lo concreto, esta imposición
de un mal sí se demuestra empíricamente como contraproducente en lo social,
toda vez que resulta en sí desubjetivante y en muchas ocasiones criminógena.
Ahora bien, FERRAJOLI muestra cómo se produce en esto una falsa ideación al
derivar conclusiones prescriptivas de premisas descriptivas, y viceversa,
generándose lo que él denomina ideologías; es decir, formulaciones que mixturan
equívocamente el mundo del ser con el deber ser.
Una versión diferente (ROXIN) une sólo los fines preventivos, pero no abandona la
idea de que la culpabilidad siempre operará como límite máximo. La ventaja de
esta visión, nos parece, es que abre la posibilidad de fijar penas bien inferiores a
la de la culpabilidad (si es que ésta pudiese fijarse con alguna regla metódica, lo
que hasta el presente no sucede).
Las críticas que se le han formulado a esta índole de doctrinas, según lo expone
JAKOBS, apuntan a dos órdenes de problemas.
Por un lado, suponen que las legitimaciones y los fines de la pena pueden juntarse
por sumatoria sin explicar cuál es el principio que permite unir lo que justamente
es opuesto: o algo se logra por retribución o por prevención. Lógicamente,
entonces, si la unión de opuestos no es posible, lo que hay es una anulación
recíproca de lo reunido. Se retribuye a un responsable, mientras que se reforma al
objeto de necesidades preventivas. La culpabilidad no puede limitar otra cosaque
la retribución; no puede limitar la forma o cantidad de la educación, de la terapia,
de cualesquiera técnicas para la reintegración.
Por otro lado, las suposiciones de unión afectan también a la práctica: esto se ve
en la unión de retribución y prevención especial. Las tesis de la prevención
general negativa no han podido superar la incompatibilidad entre la intensidad de
la motivación (monto de pena) y la relevancia de la perturbación (gravedad del
delito): Una injuria leve se previene con una pena pecuniaria moderada; otro
hecho de cierta gravedad, realizado con odio profundo, sólo por pena larga de
prisión; el robo con homicidio con pérdida de valor múltiple del beneficio y el
homicidio en estado de desesperación, de ningún modo, al igual que los hechos
de los delincuentes por convicción.
Dice JAKOBS (1998) sobre esto, en párrafo que es para nosotros de la mayor
importancia: "Y en aquellos casos donde la prevención especial parece
prometedora, como por ejemplo, en algunos sectores de Derecho Penal de
menores, se desvincula del principio del hecho".
La CIDN, así como los instrumentos que de ella derivan y las leyes internas que la
aplican e instrumentan, tienen de hecho una no explicitada mixtura de prevención
especial positiva y retribución. De ninguna manera hay una teorización sobre
principios en esta materia. En ningún instrumento se alcanza a atisbar una teoría
de si y cómo se combinan la prevención y la retribución. Lo único que puede
saberse con explicitud, es que la retribución parece estar reservada a los casos
graves, que no se definen y de los que se predica en general que pueden ser
aquellos realizados con violencia de alguna entidad (atendiendo, a nuestro modo
de ver erróneamente, a las Reglas de Beijing -17.c.l.-).
Sin embargo, no son los casos de esta índole los que permiten vislumbrar la crítica
virtualidad de la aplicación de castigo como tal y las diferencias posibles de trato,
sino la gran mayoría de situaciones ubicadas en una franja de gravedad
intermedia: particularmente los ataques a la propiedad con diversos grados y
modalidades de violencia sobre las personas.
Dice el jurista que "...Es imposible seguir ocultando que el viejo y buen derecho
penal liberal -al igual que su versión actualizada del retribucionismo liberal- son el
reclamo de una venganza razonable...¿Por qué buscar una venganza razonable y
no la eliminación directa del poder punitivo...? Simplemente porque los penalistas
no tenemos poder para provocar una revolución civilizatoria y eliminar el poden:
punitivo, que continúa siendo un factum político... La dificultad del saber normativo
radica en que el derecho no puede incorporar a la venganza porque no es
racional...cuando se lo considera un poder jurídico....Esta contradicción sólo se
resuelve dejando al poder punitivo fuera del derecho y reconociéndole su
condición de mero factum político...De este modo se desentendería de la
imposible misión de legitimar lo ilegitimable, para legitimar sólo la función de
reducción y contención en la medida de nuestro poder jurídico, tal como lo hace el
derecho humanitario en la guerra" (ZAFFARONI, 2009).
Tendamos en cuenta, además, que, de acuerdo con las realidades que muestran
los fundamentos críticos existentes respecto de la prevención especial positiva,
habrá necesariamente situaciones en que la única explicación posible para la
imposición de una sanción será sin duda la retribución: el caso de quien ha
delinquido ante una situación única e irrepetible (en que no hay pronóstico
probable de reincidencia), el delincuente de cuello blanco o el delincuente por
convicción (a quienes no se puede considerar sujetos aptos para "re-socializar"
mediante tratamiento), probablemente también aquellos que, junto a un
aprendizaje delictivo temprano y sostenido, carecen de condiciones internas y
externas para direccionar su vida en otro sentido, etc.
Justamente, esto pone más de relieve que, en el caso de niños en general -como
ya señaláramos citando a JAKOBS-, y en delitos leves y de mediana gravedad, en
particular, es donde la retribución resulta irracional e inadecuada; siendo contra-
riamente las formas no punitivas de encausamiento las que aparecen en principio
con mayor ajuste. Esto sin mencionar que, aun para los defensores de la versión
actual de la retribución, en la etapa de la ejecución de pena, la prevención es-
pecial positiva sigue siendo al menos desde lo normativo la opción más razonable.
Si seguimos ateniéndonos a las ideas que hemos desarrollado más arriba, visto en
sus rasgos más profundos, la lógica del una vez oportuno "ojo por ojo" es la lógica
de la mercancía, la de los bienes.
De este modo, puede verse, en paralelo con la lógica de la violencia que venimos
analizando, que las reglas de Derecho que, particularmente en las sociedades en
que prima esta lógica del mercader, se han convertido en el mínimo común de-
nominador ético, son las reglas, como dijéramos, de la solución del conflicto
individual basado en reglas formales de distribución de bienes. No se refieren a la
utilidad social o grupal que tiene los valores históricos centrales de la cultura. No
tienen relación con los valores de un Estado que se define -y debe pensarse a sí
mismo como expresión y medio del bienestar colectivo; del bien común.
"Nosotros queremos que cada uno de ustedes sea un buen hombre; y para eso
los querernos convencer de las ventajas de ser un buen hombre y no llevándolo a
la cárcel después si resulta un mal hombre...Yo soy contrario a los reformatorios y
a todos los que piensan en que el reformatorio puede ser un remedio para la
juventud o para los chicos descarriados"
JUAN D. PERÓN
I. Introducción
Tratamos de fundamentar algunas razones por las que una concepción de la pena
como retribución, un castigo visto como venganza, no puede tener lugar en el
plexo ideológico de un Derecho penal juvenil que se conecte con las realidades
verificadas empíricamente por las ciencias y conocidas desde siempre a lo largo
de la historia y no con idealizaciones o superficiales justificaciones basadas en la
defensa social.
Pero para no permitir que la profundización en las razones haga perder el eje
sobre el que desarrollamos estas ideas, hay que traer de nuevo a análisis aquéllas
sobre las que giramos antes. La CSJN en "Maldonado" ha establecido el sentido
integral de la normativa supranacional al decir que las penas deben evaluarse en
cuanto sus posibles efectos negativos para la reintegración del condenado, y es
por eso que la ley requiere que al momento de discernir la pena, haya que atender
a su concreta utilidad a dichos fines ("...asegurar que estas penas atiendan
preponderantemente a fines de resocialización"), y que así necesidad de pena no
equivale a gravedad del hecho (cf. párr. 22; 35). Pero también ha establecido
como valor primario el principio de culpabilidad (capacidad de reprochabilidad)
según una concepción antropológica de las personas como capaces de au-
todeterminación, derivando de ello (párr. 36) sólo la menor cuantía de la sanción
en el delito juvenil, dada la menor capacidad en ese sentido.
Esto supone la contradicción deóntica que implica pensar que la pena tiende a
algo valioso y bueno, pero a la vez que debe ser la respuesta última, excepcional y
por el tiempo más breve que proceda.
Es cierto que los nobles ideales muchas veces han sido y son apenas la cubierta
de prácticas y fines muy diversos. Fuera de toda visión conspirativa, puede
advertirse una diversidad de procesos en que los principios postulados flotan en
distintos grados de relación con unas prácticas materiales. Sin embargo, esto no
alcanza para quitar toda legitimación a la teoría, aun cuando en la concreta
cotidianeidad pueda verse mayor mente que lo que efectivamente sucede no tiene
demasiado correlato con ella. Hay, sí, que mirar en detalle qué parle de esa teoría
conviene a la estructura de las normas internacionales y nacionales vigentes. Por
eso, también aquí nos proponemos un rastreo de al menos algunos de los
fundamentos profundos que podamos encontrar.
Hay claras muestras de que en términos tanto teóricos como prácticos las tesis
preventivas positivas de la pena han mostrado serias inconsistencias. Con todo, el
hecho de que se las haya sostenido y se las sostenga todavía en los Tratados
internacionales (CADH, art. 5.6.; P.I.C.D.y P, art. 10.3.) muestra que estas
doctrinas buscan anidar en principios superiores que lejos están de haberse
superado. No obstante, una visión más descarnada apunta las razones prácticas
de la resistencia. ZAFFARONI ha hecho en torno a ello una profunda conside-
ración.'51 La brutalidad descarnada a la que se refiere es históricamente una
realidad o una amenaza, según las épocas. Sin embargo, es siempre aquello que
la teoría debe mantener excluido de sus racionalizaciones.
Tal visión, por otra parte, merece reformularse apenas en tanto y en cuanto se
trate del Derecho penal de los jóvenes -y sólo en términos de prevención
reintegradora-, toda vez que ni aun en el más clásico y ortodoxo liberalismo puede
negarse que ciertas formas de paternalismo no perfeccionista son necesarias en
un Estado que en verdad apunte a la formación y protección integral de los
niños.152 Incluso, desde postulados de similar raigambre, se ha sostenido que una
forma de en-Lender el Derecho penal hoy debería pensar no ya desde la vieja
dicotomía individuo-Estado (modelo monista de la desviación, incluso) y al primero
formalmente como titular de los derechos, sino a la sociedad (y partes del listado
dentro de ella) como lucha de intereses, en la que hay fuertes y débiles y donde
hay que situar ese Derecho como expresión de la unión de los más débiles y otra
parte de ese Estado. 153 Esto significa, en nuestro caso, que si el primer escalón
en el cambio de paradigma ha sido poner al joven en el lugar del ciudadano titular
de derechos según la ficción de la igualdad ante la ley -incorporación socialmente
ascética en el plano formal del discurso-, el posterior y necesario será buscar el
entendimiento de un Derecho que hunda sus raíces en la realidad para darle
efectividad sociológica a esa posición.
Lo que ha variado en sustancia hoy, a partir de la CIDN, es que fuera del modelo
"tutelar", aparece un consenso relativo en que es necesario encontrar la forma en
que el adolescente excluido, desamparado cuando no hay familia ni comunidad (el
joven que es "cliente" del nuevo sistema penal-protectivo y antes lo era de la
Justicia de menores bajo el paradigma de la situación irregular), sea visto y tratado
como un ser que tiene capacidad de elegir, libertad y voluntad de hacer por sí
(derechos), en el marco de una correlativa exigencia de evolución hacia una
socialización respetuosa de los derechos de terceros (autonomía relativa y
paternalismo no autoritario). En este complejo contexto es en donde hay que
encontrar el si, el cómo, el por qué y el para qué penarlo, de modo de traducir
correctamente qué se entiende por "hacerlo responsable" 154.
Pero nuestra tarea es una de búsqueda de algunos de los fundamentos que deben
estar tras las ideas, de larga evolución, transformación y permanencia, en relación
a la pena y, sólo después de ello, una vuelta a la positividad en la que deben
operar los conceptos fundantes. Hagamos entonces una retrospectiva.
Existe cierto consenso en que a partir de HOBBES se ha denominado útil a aquello
que en general satisface las necesidades o intereses del hombre. En De Cive,
expone que "la medida del derecho es la utilidad". SIMNOZA, en esa línea, asimiló
la conducta racional con la búsqueda de lo útil: "Los hombres que son gobernados
por la razón, esto es, los hombres que buscan lo que les es útil bajo la guía de la
razón, no apetecen nada para sí que no deseen para los demás hombres, y, por
tanto, son justos, leales y honestos".155 Por su parte, uno de los pensadores a
quienes primero se relaciona con el utilitarismo, Jeremy BENTHAM, escribía que la
utilidad era "la propiedad de un objeto por la cual éste tiende a producir beneficio,
ventaja, placer, bien o felicidad"
Listas nociones nos permiten entrever ya una contradicción entre las visiones
benéficas y altruistas de la moral que cain pean en los orígenes y los alcances
individualistas propios del hedonismo que subyace a la búsqueda del placer o
felicidad (concretada, como veremos, en el "beneficio" del que hablaba BENTHAM)
por la atención a los medios. Si bien es cierto que cierto utilitarismo ha proclamado
que la búsqueda del placer o el interés propio conlleva al bien del mayor número,
no es menos cierto que en los hechos aquello no parece haber sido demostrado.
Justamente, si algo han tenido de potente las ideas del romanticismo posterior al
Siglo de las Luces primero, y los fundamentos de la primera sociología positiva de
SAINT SIMÓN, COMTE y DURKHEIM, luego, fue que luchaban en esencia contra esta
ética global basada en lo útil y el resultado de la clase media burguesa (entonces
dominante como parte del paradigma del progreso, la técnica, la producción, el
comercio, la industria) en que sus conceptos de vida social no eran sino, precisa-
mente, los postulados de la economía política.
Así, la medida del Derecho es la utilidad, según HOBBES, y esa utilidad podría
entenderse como una ecuación de acciones que tiendan a que el conjunto (la
mayoría) sea feliz, según dijera primero que los demás BECCARIA. De este modo,
el Derecho deberá regular las relaciones intercambiadas entre los hombres de
manera que en el balance se produzcan más beneficios que perjuicios sobre la
totalidad.
En este orden, entonces, la descripción hobbesiana del hombre como lobo del
hombre y el estado de naturaleza como guerra, no son extrañas tampoco al
pensamiento spinoziano. En SPINOZA, claramente, hay la búsqueda de otra matriz
en el deber ser de las cosas. Pero en el plano del ser, al contrario, también el
racionalista holandés analizaba con crudeza: "Ahora bien, si los hombres
estuvieran por naturaleza constituidos de tal forma que no desearan nada, fuera
de lo que la verdadera razón les indica, la sociedad no necesitaría ley alguna...
Pero la verdad es que la naturaleza humana está constituida de forma muy
distinta; porque todos buscan su propia utilidad, mas no porque lo dicte la sana
razón, sino que, las más de las veces, desean las cosas y las juzgan útiles, porque
se dejan arrastrar por el solo placer y por las pasiones del alma, sin tener en
cuenta para nada el tiempo futuro ni otras cosas. De donde resulta que ninguna
sociedad puede subsistir sin autoridad, sin fuerza y, por tanto, sin leyes que
moderen y controlen el ansia de placer y los impulsos desenfrenados".
Como ya lo hemos expresado, nos parece esencial insistir en que estas nociones
de simetría, equilibrio, paridad, junto con la visión del tiempo como desarrollo
lineal, constituyen basamentos culturales muy profundos y operativos, en niveles y
formas que condicionan los valores hasta extremos muchas veces no plenamente
advertidos en su entidad.
La razón de esta sintética introducción, de otro modo tal vez gratuita, es que
ciertas consideraciones muy nodales de este pensamiento se encuentran no sólo
en los orígenes de la justificación del Estado moderno, sino en un ideario que nos
resulta especialmente importante para nuestro desarrollo: el concepto
antropológico (y psicoanalítico) de Sigmund FREUD.
FREUD es un pensador integral, habla primero de lo más profundo que puede hallar
en ése que es su objeto: el hombre. Dice al respecto LACAN: "El Malestar en la
Cultura es una obra esencial, primera, en la comprensión del pensamiento (Ven
diano...ella aclara...cuál debe ser nuestra posición respecto al hombre..." (LACAN,
2011b:15-16).
Del hecho observado por JAKOBSON de que BENTHAM haya intentado desplazarla
desde aquello que hasta hoy pareciera ser el sitio de lo ideal (así en ARISTÓTELES),
hacia lo real, LACAN observa cómo para FREUD ese placer ("como dimensión de lo
que encadena al hombre") aparece regido por lo simbólico.
Esto porque nos permite encontrar la vía de separación radical entre una posición
preventiva especial negativa de la pena y esa otra que habilita la generación de un
proceso posible que, tomando esa dimensión simbólica de lo ético útil, sea utilidad
concreta, no económica, no equivalente, no imaginaria.
Así, se articula en definitiva esa relación, ese producto del 'malestar" que, por una
parte, reconoce aquello de la búsqueda del placer que es connatural, que está "en
el polo directivo de la realización del hombre", y, por otra, que "todo lo que se
dirige hacia la realidad exige no sé qué temperamento, baja de tono, de lo que es
hablando estrictamente la energía del placer" (LACAN, 2011b:23).
La verdad ética que anida en el plano de lo simbólico (en el placer que ata al
hombre), es el punto de la verdad particular de cada sujeto. Pero su puesta en
circulación está mediada por lo real.
En definitiva, intentamos ver -incluso si ello resulta polémico- cómo esa utilidad en
FREUD, además y por fuera de la instrumentalización, permite la articulación del
sentimiento del otro como insoportable y a la vez como necesario; permite el amor
que hay en ese "poner la otra mejilla".
FREUD destaca la naturaleza agresiva más que amante del hombre, en la que el
otro puede ser el objeto de esa agresividad, a más de posible colaborador u objeto
sexual. "Homo homini lupus: ¿quién se atrevería a refutar este refrán, luego de
todas las experiencias de la vida y de la historia?", dice. En esto, es
particularmente análogo su pensamiento al de NIETZS-CHE quien -como dijimos
antes-, encontraba el origen último del deseo de castigar en el placer de hacer
sufrir al otro.
Conviene ahora tratar de exponer en breve esta dicotomía que plantea lo útil como
parámetro del valor social de la productividad individual y a la vez como
fundamento (teórico) de virtud política y ética para sus derivaciones.
Es importante recordar que la entronización de la burguesía como elemento
dominante de la cultura arranca en sus instancias materiales (economía monetaria
y mercantil de las ciudades) ya bien en la Baja Edad Media. Se trata de un proce-
so largo y no exento de contradicciones que lleva finalmente a esa hegemonía
intelectual de los postulados de la clase media.
Dice al respecto ANITÚA: "De esta clase provendría la nueva visión del mundo,
cabalmente 'moderna'. Como decía el gran teorizador de una nueva virtud del
gobernante -basada en el poder y la fuerza- Niccolo Maquiavelo en la dedicatoria
de El Príncipe: 'Los libros de contabilidad bien llevados, los balances de fin de
año, contribuyeron por lo menos a destruir el viejo mundo del milagro'. Nadie lo
podría haber dicho mejor: la 'racionalidad' moderna tiene un origen en estas
prácticas mercantiles, que asimismo destruirían la idea de que habría un problema
moral en el enriquecimiento y en el goce de los bienes terrenales" (ANITÚA, 2010).
Lo importante para nuestros fines es observar que esta visión por primera vez era
universal; es decir, se podía aplicarla regla de la utilidad a todos los hombres; no
ya a clases. Otro aspecto central es que esto implicaba establecer un criterio único
o casi excluyente de comparación de los hombres entre sí, ya que se trataba (la
utilidad) de un aspecto de la vida de algún modo objetivable. En este orden, el
utilitarismo abrigaba el presupuesto de la identidad de los hombres con los
objetos, en la medida en que todos por igual podían juzgarse por esa utilidad.
Es posible pensar que la utilidad del niño empezará a hacerse concepto más
definido a partir de un momento posterior, en que se lo incorpora a la producción
de la etapa industrial temprana como mano de obra.
Teniendo presente la mención que hicimos de FREUD, es notorio que esta "ética
del resultado" confronta con la "ética de la intención", propia del cristianismo. Ello
es asimismo coherente en el contexto de la afirmación de la burguesía, que lo
hacía frente a un poder tradicional basado en dogmas como el del origen y
legitimidad divinas del mismo; es decir, uno de los enclaves antagónicos era pre-
cisamente el clero.
De allí, por oposición completa, aparece la división, el corte, que luego KANT trazó
tan nítidamente y que sostiene una ética de la virtud fundante, a la vez, de la
doctrina de la retribución como única base de la pena.
En ese plano, FREUD, encuentra lo simbólico que es valor y utilidad; que se funda
como deseo propio e individual, pero que se hace más suave, más acolchado, en
su salida al mundo social, al exterior. Esta es una lectura de la obra de madurez
de FREUD que dice de otro modo algo que ya estaba en la visión de la horda de
Tótem y tabú (1913) en cuanto los hermanos matan al padre e introyectan su
poder, fundando una sociedad de hermanos con instituciones, con ley -un giro
rotundo respecto de la idea de coacción externa propia de la visión hobbesiana del
contrato social, que reflejaba de otro modo el "consenso" rousseauniano-
(MELOSSI, 1992). Es también lo que ha dicho en Psicología de las masas y análisis
del yo (2006 d), al desarrollar el concepto de identificación (VII) y el instinto
gregario (IX), de donde surge que la hostilidad o rivalidad originaria entre los niños
se transforma incluso en la necesidad de justicia e igualdad de consideración de
todos por parte del objeto al que todos aman.
Dice el pensador (FREUD, 2006 f): "...uno se siente culpable (los creyentes dicen
"en pecado") cuando se ha cometido algo que se considera malo; pero advertimos
al punto la parquedad de esta respuesta...también podrá considerarse culpable
quien no haya hecho nada malo, sino tan sólo reconozca en sí la intención de
hacerlo, y en tal caso se planteará la pregunta de por qué se equipara aquí el
propósito con la realización. Pero ambos casos presuponen que ya se ha
reconocido la maldad como algo condenable, como algo a excluir de la realización.
Mas, ¿cómo se llega a esta decisión? (...) Aquí se manifiesta, pues, una influencia
ajena y externa, destinada a establecer lo que debe considerarse como bueno y
como malo...Podemos hallarlo fácilmente en su desamparo y en su dependencia
de los demás; la denominación que mejor le cuadra es la de miedo a la pérdida del
amor. Así pues, lo malo es, originalmente, aquello por lo cual uno es amenazado
con la pérdida del amor; se debe evitar cometerlo por temor a esta pérdida. Por
eso no importa mucho si hemos hecho el mal o si sólo nos proponemos hacerlo;
en ambos casos sólo aparecerá el peligro cuando la de justicia e igualdad de
consideración de todos por parte del objeto al que todos aman.
Dice el pensador (FREUD, 2006 f): "...uno se siente culpable (los creyentes dicen
"en pecado") cuando se ha cometido algo que se considera malo; pero advertimos
al punto la parquedad de esta respuesta...también podrá considerarse culpable
quien no haya hecho nada malo, sino tan sólo reconozca en sí la intención de
hacerlo, y en tal caso se planteará la pregunta de por qué se equipara aquí el
propósito con la realización. Pero ambos casos presuponen que ya se ha
reconocido la maldad como algo condenable, como algo a excluir de la realización.
Mas, ¿cómo se llega a esta decisión? (...) Aquí se manifiesta, pues, una influencia
ajena y externa, destinada a establecer lo que debe considerarse como bueno y
como malo...Podemos hallarlo fácilmente en su desamparo y en su dependencia
de los demás; la denominación que mejor le cuadra es la de miedo a la pérdida del
amor. Así pues, lo malo es, originalmente, aquello por lo cual uno es amenazado
con la pérdida del amor; se debe evitar cometerlo por temor a esta pérdida. Por
eso no importa mucho si hemos hecho el mal o si sólo nos proponemos hacerlo;
en ambos casos sólo aparecerá el peligro cuando la animidad lo haya descubierto,
y ésta adoptaría análoga actitud en cualquiera de ambos casos" (destacado
agregado).
Este miedo a la pérdida es angustia social, aunque lo llamemos equívocamente -
dice FREUD- "mala conciencia". Es tal por cuanto en los niños es el padre la
autoridad y en el adulto la más amplia comunidad y sólo aparece el miedo ante el
temor-de ser descubiertos por uno u otra. De este modo, el cambio que expone el
vienes se da cuando aparece en la evolución este superyó, esta internalización de
la autoridad en forma de "conciencia": recién entonces habría una conciencia
moral y un sentimiento de culpabilidad. Y esto es en lo simbólico y en lo real; es la
forma de ser social en la necesidad del otro.
La tesis freudiana es, desde este punto de vista, consistente: la virtud como plexo
de normas abstractas, absolutas y sin raigambre en la vida material no tiene lugar.
Aunque no desaparece la ley del Padre, sino que se actualiza ontogenéticamente.
Pero -tratando de no quedar cegados por la luz del genio freudiano- vemos que, al
menos en cuanto a nuestro tema, allí no termina sino que comienza el problema.
No puede dejar de advertirse que hay un salto muy grande desde el arranque en
lo orgánico y biológico hasta los avatares de la vida anímica. Es un puente
demasiado extenso entre fenómenos particulares observables y las reglas
generales de tamaño alcance que se proponen como causas próximas y últimas.
Piénsese que el modelo de esta pulsión (que explicará -o no- hechos sociales) se
construye sobre el hecho de que lo vivo viene después de lo no-vivo, que la
pulsión tiende al regreso, que entonces se muere por causas internas, y que en
los seres pluricelulares la libido sale al encuentro de este empuje mortífero,
derivándolo hacia el exterior contra los objetos, transformándose así en pulsión de
apoderamiento, de dominio, voluntad de poder, observando que parte de ello se
pone al servicio de la función sexual en dos sentidos: hacia fuera (sadismo) y
hacia dentro (masoquismo erógeno). Adviértase que, en rigor, el concepto de
pulsión en FREUD nace y se establece en el ámbito de la descripción de la
sexualidad. De hecho, sostenía FREUD que la agresividad expresada hacia fuera,
sólo podía ser captada en su nexo con la sexualidad.
Aun pesimista como se muestra, la diferencia que FREUD pairee sostener entre
naturaleza atávica y cultura (lo atávico exclusivamente como cosa filogenética), se
pone en crisis en su mismo concepto cuando advierte que la mezcla y la con-
tradicción de las pulsiones opuestas es el "contenido esencial de la especie
humana". En definitiva, FREUD dice mucho más allá de los marcos epsitemológicos
de su época y contexto. Incluso si FREUD no quería ser un "pusilánime" con las
palabras (2006 d), no puede olvidarse que en todo esto se está jugando un
elemento disruptor, subversivo, culturalmente mucho más profundo: la agresividad
y el amor se observan en lo sexual como pulsiones entrelazadas en lo normal
tanto como en lo patológico (el sadismo y el masoquismo). Más profundamente, la
perversión (en tanto cualquier cosa diferente a lo sexual "normal") es ya en FREUD
racionalizable en su mecanismo en función de una estructura psíquica común a
todos y, peor aun, la pulsión erótica no tiene objeto definido, sino uno que se
construye trabajosamente, dejando entrevisto que no hay sexualidad humana
"normal" en tanto heterosexualidad. Ha de imaginarse el impacto disruptor que
esto significaría respecto de los paradigmas de todo orden entonces vigentes y,
con ello, su carácter de amenaza al statu quo del poder institucional.
Volviendo a 1930, refiriéndose a esta tendencia cultural, dice incluso más: "No
sabemos por qué es preciso que sea así: aceptamos que es, simplemente, la obra
de Eros. Estas masas humanas han de ser vinculadas libidinalmente, pues ni la
necesidad por sí sola ni las ventajas de la comunidad de trabajo bastarían para
mantenerlas unidas (...) el natural instinto humano de agresión...se opone a este
designio de la cultura" (FREUD, 2006 f). Este párrafo se vincula asimismo a su
propia explicación de la existencia del valor que funda la consciencia de culpa, si
es que ella está ya en los hermanos que retornan sobre su homicidio del padre en
aquel origen mítico. Ya lo comentamos: allí está la necesidad gregaria que viene
del desamparo, el amor, el ingreso al círculo de protección. O llámese "obediencia
restrospectiva", (2006 b) emanada de la mezcla del amor y la agresividad de la
que surge la culpa.
En su texto anterior -Psicología de las masas y análisis del Yo- (2006 d), también
sobre la base de la estructura iniciada en Tótem y tabú, desarrolla otras
apreciaciones "sociales" con un énfasis particularmente contrario, sobre los
mecanismos psíquicos en lo referente a lo innato e inexplicable del amor, al
sentimiento gregario, a la verificabilidad de la tendencia altruista de los grupos
unidos por factores comunes (aquí el amor al mismo "padre"), a la identificación
del sujeto con su par, su hermano, su rival al que debe -es más útil- amar.
Con todo, si nuestra propia lectura de FREUD pudiera ser discutible, nos apoyamos
en otras palabras más autorizadas: "Al localizar la pulsión de muerte, en su origen,
en la propia persona y al hacer de la autoagresión el principio mismo de la
agresividad, Freud destruye la clásica noción de agresividad clásicamente descrita
como un modo de relación con otro, como una violencia ejercida sobre otro. Aquí
quizá convendría oponer a ciertas declaraciones de Freud sobre la malignidad
natural del hombre (El malestar en la cultura) la originalidad de su propia teoría"
(LAPLANCHE et al., 2012:16).
Hemos analizado los mecanismos del malestar en la cultura que FREUD postula
como relaciones de agresión y a la vez gregarias (basadas en un concepto del
instinto que es de utilidad social), trazando el sentimiento de culpabilidad al su-
peryó introyectado por aquella originaria matanza mítica del padre por los
hermanos (Tótem y tabú). Así también podemos entender el prisma que LEVI-
STRAUSS ilumina con su análisis de las relaciones que surgen del tabú, de modo
de afirmar el principio de utilidad; es decir, la adopción cultural de mecanismos
enraizados en lo simbólico fundante (valores) que se deben a su utilidad social.
Como la pena tal cual es y ha sido no tiene ni puede tener fundamento jurídico, lo
que se observa en la concepción de la misma como reintegración es sí un
concepto que; sólo mira a lo único que puede lógicamente ser útil: la modificación
en el futuro del que ha sido responsable de un daño y de algunos de sus
efectos.169 Pero, fundamentalmente, hay una variación en la idea de la pena como
daño; se piensa un castigo como normalización del sujeto por mecanismos en
buena parte ajenos al dolor.
Para abundar algo más en la lógica del utilitarismo liberal clásico, el concepto
económico político de la utilidad encuentra parentesco con una concepción de la
pena que es preventiva en la medida en que tiende a producir resultados sociales
globales apreciados en términos estadísticos dentro de una sociedad. Esta
percepción del mayor beneficio para el mayor número es una justificación que
puede beneficiar a quienes llevan la mejor parte en las asignaciones de destinos
económico-sociales. Claramente, es una prevención del mantenimiento de un
orden y un statu quo.
También, según ha estudiado el notable Enrique MARÍ (MARÍ, 1982), tanto en los
pensadores del Iluminismo, como en TOMÁS, SAN AGUSTÍN o el mismo TUCÍDIDES (el
pasaje citado de La Guerra del Peloponeso es particularmente instructivo sobre el
carácter político de la utilidad), las apelaciones a la corrección -en verdad, la no
reincidencia- del delincuente tienen relación con un concepto negativo de la pena.
Los que allí iban a dar no eran trabajadores, sino "vagos", desempleados,
muchachos preadolescentes y adolescentes fuera del orden social. De este modo,
en un principio, mediante penas de no poca duración, se lograba un control sobre
los disfuncionales y al final, aumentar la oferta de mano de obra disminuyendo sus
costos a través de la producción de criminales convertidos por el aprendizaje y la
expectativa en virtuales obreros. Pero, según se advierte (Foucault, 1992) en las
primeras experiencias (el Rasphius holandés, los modelos puestos en práctica en
Inglaterra y Estados Unidos -Gloucester, Walnut Street, Auburn-, o el correccional
de Gante en Francia) las técnicas no sólo apelaban a la pura conversión y utilidad
económica, sino a la conciencia moral como sustento y valor de la misma: la
reconstrucción era económica y religiosa a la vez. Se ve, así, el discurso doble de
la utilidad y la virtud que permanece hoy inalterado en lo sustancial.
Ya dijimos más arriba que en la posguerra que vio florecer el welfare state la
incorporación de ese otro como propio (entendido como alguien que no quiere ser
desviado, sino que es llevado a ello por su circunstancia) ya comprendía un
bagaje de teoría social bastante más elaborada que la existente en el siglo XVIII o
en siglos anteriores. Sin embargo, las razones correccionalistas (incluso las
políticamente "incorrectas" como las de DORADO MONTERO, por ejemplo) seguían
en su base sien do casi las mismas. De hecho, en la práctica que conocemos del
primer mundo, así como de nuestros países, la realidad material del castigo para
la corrección y la reeducación no halan variado tanto en sus formas.
Ese sustancial "hacerse cargo", nos parece, estaba presente antes también, al
menos en aquellos que ponían su cuerpo en la tarea de crear y aportar en las
instituciones movidos por razones diferentes a la ingeniería social economicista y
por el contrario más basadas en diferentes formas de humanismo o de caridad.
Esa caridad se transformó gracias a la evolución institucional de ciertos
pensamientos sociales y políticos luego de la Segunda Guerra en reconocimiento
jurídico internacional de valores (derechos humanos y sociales).
Si lo dicho hasta acá es cierto, en este punto vemos que hay un puente cuyo
paradigma hoy se discute, se rechaza, pero que aún observa en concreto fuertes
raíces en las teorías y prácticas actuales. Nos referimos al paradigma del sistema
tutelar que ya hemos analizado brevemente antes. Los "Salvadores del Niño" de
fines del siglo XIX y principios del siglo XX son tributarios de la mezcla evidente en
ese malestar cultural entre virtud y utilidad. Sin duda, tanto hay en ello de huma-
nismo como de control político de los jóvenes "desviados" pertenecientes a las
clases subalternas originadas en la inmigración. La penalización y el estigma
consiguiente de esos niños no estaba en los planes iniciales de las almas que
dieron origen al movimiento (GUEMUREMAN, 2010). No se puede negar, en
cualquier caso, que los principios básicos de ese movimiento (que tal vez han
estado presentes desde muy antigua data en nuestra historia), son hoy todavía
nociones fundamentales en el enfoque a dar al delito de los adolescentes:
puntualmente, aquí, la conciencia de su menor grado de desarrollo formativo y por
ende de mayor posibilidad de resubjetivación.
El castigo desde cierta clase de leve empatia junto a la evaluación de los efectos
personales y sociales a futuro es un rasgo que, en nuestra percepción, hace que
la subsistencia de las teorías "re" (sobre todo en adolescentes) obedezca a un
mandato que en su trasfondo abriga una parte de buenos fines vinculados a la
dignidad de la persona.
Hay por esto una línea muy marcada a tener en cuenta: no aquella entre
retribución y prevención especial en cuanto teorías abstractas, sino entre
mecanismos coactivos sin contenido y los que lo tienen materialmente. Hay
necesariamente castigo cuando el joven es encerrado; puede haberlo con él en
libertad: todo depende de si opera como simple retribución o con fines útiles y
medios acordes con ello.
Aquí es donde vemos de nuevo la idea freudiana del miedo a la pérdida del amor
como miedo al peligro, al extrañamiento y la desprotección, a la "pérdida de la
paz": esa angustia social. "...Ya que se encuentra uno con que una de las causas
principales de la conducta acorde con la moral es el mi miedo, tanto consciente
como inconsciente, a la ira del dios, y a la enemistad de la sociedad. Y es ésta,
por cierto, la razón para que a ciertas personas los preceptos morales se le
presentan como imperativos 'categóricos'. Y uno encuentra, también, que los
códigos morales de una sociedad están en parte determinados por las creencias
que ella abriga sobre las condiciones de su propia felicidad -o, en otras palabras,
que la sociedad tiende a alentar o desalentar una conducta dada mediante el uso
de sanciones morales según aquélla parezca promover o ir en detrimento del
grado de contento de la sociedad como tal. Y ésta es la razón por la cual en la
mayoría de los códigos morales se recomienda el altruismo y se condena el
egoísmo" (AYER, 1946:112-113) (traducción propia).
La recuperación del amor -en tanto reingreso al círculo social- no es entonces una
cuestión de utilidad social ni una de virtud. Es ambas cosas. Hay la convicción de
que lo bueno (bueno en parte, diremos nosotros) es a la vez útil.
No se debe olvidar que en todo caso las racionalizaciones del castigo siempre han
sido tributarias de una ideología de la defensa social. La peligrosidad pasó a ser
con el positivismo criminológico el nuevo artificio (el nuevo mito), pero de ninguna
manera cambió la sustancia del tratamiento real del delincuente con respecto a las
prácticas que se observaban mientras primaban concepciones retributivas.
También en la reintegración hay una forma de la defensa social171
Sobre la crítica que sostiene a la pena así vista como una intolerable
mediatización de la persona (aun con fines benéficos para ella, en el caso de la
reintegración), es en particular más debatible que en el caso de jóvenes
adolescentes se pueda postular su plena autonomía para ser moralmente lo que
se quiera y asumir las consecuencias de ello 172 (la propia CIDN refiere una
autonomía relativa y progresiva en las citas de su preámbulo y en las referencias
de su cuerpo a tomar en cuenta la edad; así como los antecedentes en este
sentido de las Declaraciones de Derechos del Niño de 1924 y 1959, la DUDH, el
PIDCyP y el PIDESC). Es decir, si hay un consenso en la ideología penal de la
protección integral, éste es justamente que el niño debe ser ayudado en el
proceso de formación, corriendo de su camino tanto como se pueda las
alternativas coactivas, deteriorantes, degradantes, estigmatizadoras y fijadoras de
roles "desviados".
Como decía hace ya unos cuantos años el sociólogo argentino Gino GERMANI en
su prefacio a su traducción de la obra de Erich FROMM El miedo a la libertad173:
"Hoy, el efecto convergente de muy distintas corrientes de pensamiento y de-
sarrollos científicos nos ha llevado a abandonar esa imagen universal y a
considerar en su lugar al hombre histórico y socialmente diferenciado, dotado de
una constitución biológica extremadamente maleable y susceptible de adaptarse a
los más distintos ambientes naturales y culturales, a través de su propia
modificación y de la del ambiente mismo (...) Así, por ejemplo, las disposiciones
psíquicas... no son consideradas como 'fuerzas' exteriores a la sociedad y
mecánicamente contrapuestas a ella (como ocurre con los 'instintos' en Freud),
sino que son ya socializadas en sus manifestaciones...".
En igual sentido, hay que mencionar los alcances que las tesis de George H.
MEAD provocaron en la Psicología Social y en una vasta área de saberes
relacionados, las cuales fijaron con solidez la idea de la historicidad de la
autoconciencia, de la interioridad de lo social. "El individuo como persona
autoconciente sólo es posible sobre la base de la sociedad", diría otra vez Gino
GERMANI al introducir la versión castellana de la obra del profesor de Chicago,
mostrando cómo de allí se llega a la postulación de la génesis sociocultural de las
categorías mismas del pensamiento (MEAD, 1953).
Esta referencia -la suma de las referencias- nos permite percibir al adolescente en
un proceso de cambio que es biológico, subjetivo y a la vez social, toda vez que
hay en su constitución unas formas sociales que lo conforman provisoriamente. El
niño, el joven, crece y se forma aprendiendo y jugando roles mediante los que
introyectará las pautas culturales no de una sociedad global y abstracta, sino de
su ámbito (sociedad) inmediato y concreto.
Del profundo sentido social de esa formación daba cuenta ya también muy
tempranamente Jacques LACAN cuando analizaba los complejos en el marco
primario del niño. Su obra La familia destacaba con precisión una visión diversa de
FREUD en cuanto a los instintos humanos en este sentido.
Entonces, además de suponer que ese niño crecerá y evolucionará bien siempre
que sea alimentado, protegido y rodeado de afecto, podemos pensar otras
necesidades que son más complejas y cambiantes y hacen en mucho a nuestra
preocupación: por ejemplo, qué elementos de su entorno vital permitirán la
posibilidad de su conformación normativa en los diferentes momentos de su
evolución, siendo sesto la finalidad jurídicamente declarada de ayudarlo a ser una
persona que se respete y respete a los demás. Éste parece; así un proceso de
doble cara, en el que hay una dinámica personal operando junto a otra dinámica
social (que es la misma cosa, en definitiva): mientras cambia el exterior cambia el
interior. Es esta posibilidad potenciada de cambio la que se puede diferenciar de la
dinámica de un adulto.
La naturaleza educativa del proceso penal juvenil surge del artículo 40 de la CIDN
(recordando que lo hace con jerarquía Constitucional según art. 75 inc. 22, CN) y
de las Reglas de Beijing 1, 5 y 17, Directrices de Riad I y V y VI. Esto supone
ayudarlo a modificar conductas a futuro disvaliosas para terceros y también para
sí.
Pero más allá de esta importante cuestión, lo que queda suficientemente apoyado
es la justificación fáctica, ética y jurídica de un proceso coactivo de educación. En
este sentido, la crítica ética fundamental a la tesis penal preventiva especial no
tiene en el Derecho del joven la misma validez que en un Derecho de adultos. No
hay aquí manda constitucional que pueda interpretarse en ese sentido, según
creemos. Esto en nada afecta el pluralismo que rige en un Estado de Derecho.
Resulta hasta obvio, en el caso de jóvenes, decir que no hay posibilidad de que
esto ocurra desde que las normas fundantes del sistema de privación de libertad
empiezan en la CIDN con el mandato de ultima ratio y mayor brevedad que proce-
da (art. 37, inc. b), además de que existe un consenso amplio en que siempre
habrá un tope superior de la disposición vinculado a la culpabilidad (si esto es así
en la pena, no puede serlo menos en las medidas, aunque no hay aún traducción
normativa, más allá de la regla de la ley 22.278 por la que la "disposición" cesa de
pleno derecho con la mayoría de edad). Una importante salvedad a esto puede
hallarse, en teoría al menos, en la disposición por medidas de seguridad de
jóvenes no punibles (cf. Capítulo II).
Otra crítica que se releva es, tal vez, la que mayor atención provoca. Se trata de
las cuestiones empíricas vinculadas al tratamiento penal con fin resocializador. Es
cierto que no ha podido comprobarse el resultado en términos de los distintos
sistemas penitenciarios, y que es contradictorio pensar en preparar a alguien para
la vida en libertad responsable dentro de un ámbito en que está coercionado y
privado de dicha libertad, siendo, además, a esta altura ampliamente aceptado
que estadísticamente la prisión tiene, al contrario, un profundo efecto criminógeno.
Aquí el sistema penal juvenil puede responder que, atento la residualidad del
encarcelamiento y la existencia prioritaria de prácticas basadas en la semilibertad
o libertad con condiciones de conducta, ese efecto se tiene en cuenta y se intenta
-como norte específico- apartar al adolescente de las influencias nocivas
conocidas. No obstante, el desafío es justamente encontrar la forma de producir el
salto cualitativo en los casos en que hay prisionización efectiva; es decir, en los
casos que se denominan "graves". Es esto o aceptar -como decíamos más arriba-
que allí también la verdadera doctrina que se aplica de hecho es una de
retribución con ciertas concesiones a la prevención especial reintegradora, lo cual
en definitiva no termina siendo tan diferente al Derecho penal de adultos, como no
sea por una mensura de una culpabilidad menor y su traducción en una pena de
menor duración. Por el contrario, las prácticas de las instituciones especializadas
son, con sus enormes falencias, de cierto modo, diferenciales.
Aun otra de las más importantes entre las objeciones a la teoría de la prevención
especial positiva es aquella que estipula la incerteza de los pronósticos de
peligrosidad. En el caso de jóvenes, particularmente, es difícil que pueda existir un
cúmulo de antecedentes tal que dé soporte, desde el sentido común al menos, a la
evaluación negativa del futuro. Según FRISCH 175, con un previo enfoque que,
aunque vago, estará al menos bien orientado -si y sólo si es usado para plantear
vallas a la afirmación de la peligrosidad; no para aseverarla-, son al menos tres los
indicadores de lo que nosotros denominamos ese "sentido común": a) "si la
repetición de situaciones en las que el autor hasta el momento ha actuado
incorrectamente représenla una posibilidad realista", b) "la subsistencia de la
réspectiva actitud de decisión u otra disposición de conducta contraria a la norma"
y c) "si el autor conserva la capacidad para ejecutar el hecho". La negación de
cualquiera de estas tres condiciones niega la existencia de la peligrosidad. Esto
comporta un Derecho penal de autor que -reiteramos, si es utilizado con el fin de
afirmar el mal pronóstico-, será in malam partera y no puede aceptarse (más en
nuestra especialidad). De lo contrario, en forma de descarte, se suma a los
criterios que en cualquier caso, sostienen la imposibilidad de demostrar que ese
joven habrá de reincidir.
La noción del Estado y el monarca como padres tiene, como ya vimos, un viejo
arraigo. Pero una cosa es la utilización simbólica de la misma y otra es en verdad
funcionar como padre.
La tesis del deber de WELZEL supone una constitución "social" de la persona, aun
si la llama "estructura biológica", por la cual en el hombre hay un componente que
es sentido jurídico y que lo obliga a controlar sus impulsos (autoeducarse) en
términos de su voluntad en función de valores. Se trata, claramente, de una
perspectiva monista en la que el sistema de valores es único e incuestionable y es
el de la gran sociedad. También con una base darwinista (dominante en todo el
pensamiento social de la época), se diferencia de lo planteado por MEAD que
releva la pequeña sociedad; es decir, el ambiente inmediato en que se forma la
persona y supone una perspectiva más pluralista. ¿Cómo se relaciona esto con el
libre albedrío, la posibilidad de elegir la conducta, la incorporación de las normas?
A partir del psicoanálisis se hizo notorio que, además, las razones de las
conductas que anidan en la estructura del sujeto no son sabidas por éste, dada la
dinámica del aparato psíquico. "Debe ser claramente comprendido que ni el delin-
cuente ni el neurótico tienen conciencia de la relación entre su comportamiento y
las causas más profundas del mismo" (AICHHORN, 2006:37). Es decir, las formas
de las búsquedas pulsionales, las defensas, represiones, los síntomas, resultan
universos complejos y particulares con una historia de las identificaciones y
apegos libidinales de base, sus ausencias, y un devenir a lo largo de unos años.
Esto significa que si, como dijimos, la cuestión de la utilidad y la virtud se reduce
en último análisis a lo mismo (la conveniencia valorada de ser bueno o malo en
una situación dada), hay que analizar la posibilidad de una "(re) educación" en
términos de la búsqueda de un manejo advertido de ciertas relaciones de la
estructura y su efecto en la vida social.
Como se ve, el castigo tiene relación y proporción con el amor, en uno u otro
sentido; en verdad, no hay noción de castigo en función educativa que pueda
pensarse fuera de esa relación.
Decía hace tiempo Louk HULSMAN: "La 'pena', tal como la entendemos en nuestra
civilización, parece implicar dos elementos: 1.', un vínculo de autoridad entre quien
castiga y quien es castigado. El primero puede decir al otro: Lo que tú haces está
mal, eres responsable, etc., y el otro acepta que su comportamiento sea así
condenado porque él reconoce dicho vínculo de autoridad. 2.', en ciertos casos la
condena es reforzada por elementos de penitencia, de sufrimiento impuesto y
aceptado en virtud del mismo vínculo de autoridad. Tal es el análisis, y el lenguaje,
que estamos acostumbrados a oír y que parece, por ende, fundar la legitimidad de
nuestro derecho de castigar. En nuestro contexto cultural, la verdadera pena es
aquella que presupone el acuerdo de las dos partes. Desde el momento en que no
haya relación entre aquel que castiga y el que es castigado o no haya
reconocimiento de autoridad, se llega a situaciones en que es muy difícil hablar de
legitimidad de la pena. Si la autoridad es aceptada plenamente, se puede hablar
de una pena justa. Si, por el contrario, hay una total impugnación de la autoridad,
no se trata de una pena verdadera, sino de pura violencia".
Nos parece que se debe ser claro al respecto, ya que al menos ello es útil a una
progresiva y sostenida comprensión de qué es lo que sucede y qué es lo que se
puede o no hacer suceder en la administración de sanciones y sus modalidades.
Dicho de otro modo, esa referencia faltante implica que el joven se halla fuera de
las normas simbólicas. Se halla vacío y a la deriva y por ello, con su acto
transgresor a veces "llama" a la referencia simbólica, "golpea" a la normatividad
para entrar en ella (acting out, que viene del desamparo y la angustia). O bien,
encuentra un grupo de referencia, una identificación "subcultural", que en la
literatura criminológica es a veces la subcultura "criminal" (MOLLO, 2010), y sobre
cuyo estigma debe estarse advertido.
Allí podía operarse, según su punto de vista, esa modificación en la instancia del
ideal del yo, que es aquello que guía al sujeto y que se encuentra conflictuado por
una desestabilización del ámbito familiar en origen.
Desde la especialidad del Derecho penal del joven en el marco del paradigma de
la protección integral, particularmente en el sistema propio de la ley bonaerense y
su compar-timentalización competencial respecto de niños con derechos
vulnerados y niños en conflicto con la ley penal, resulta puntualmente muy útil esta
experiencia, ya que los jóvenes con que trataba AICHHORN eran "delincuentes"
pero a la vez eran niños desamparados, abandonados.
Las instancias que el psicoanalista releva en su libro son, a pesar de la lejanía del
contexto histórico y social, de gran similitud: comenta y abarca los mismos temas
que los operadores judiciales e institucionales deben afrontar con nuestros niños
seleccionados: el vagabundeo, las "malas juntas", las primeras experiencias de
identificación o falta de ella, la ausencia de hogar o el hogar insoportable del que
se huye, los efectos de las diversas modalidades traumáticas en relación con la
figura paterna y su ausencia, etc. Es también de enorme importancia en función no
sólo de un perfil de la pena, sino del análisis del contexto vital que reclamábamos
más arriba como parte de la igualdad legal de trato.
X. Clínica de la vulnerabilidad
No obstante, hay que agregar algunas otras consideraciones aquí, que precisan
conceptos a los que nos hemos referido a lo largo de estas páginas.
Así como existe una derecha y una izquierda hegelianas, el caso de FREUD -y del
psicoanálisis- es relativamente similar. Las cosas que efectivamente dijo y cuándo
y en qué contexto las dijo no siempre son las que sobre sus dichos se han
afirmado en forma contemporánea o posterior: ha habido una vertiente
conservadora a partir de él, pero también aspectos fuertemente progresistas.
Es cierto también que las escasas referencias directas de FREUD al tema delictivo
(y las que según o sobre él se han hecho luego) resultan útiles en la medida en
que seamos conscientes de que no deben ser un discurso totalizador, que las
encuadremos dentro de un marco relativo en cuanto a la normatividad y la justicia
de dicha normatividad, que las pongamos en paralelo con otros conocimientos de
las ciencias sociales. En este orden, no debe obviarse el aspecto universal ya
histórico que supone la estructura misma del discurso psicoanalítico (BARATTA,
2011), su raíz conceptual subjetiva, que deja al fenómeno aislado del contexto de
las relaciones sociales que lo determinan en gran medida.
Si el delincuente es el reverso del neurótico en tanto aquél no sofoca las pulsiones
que éste resuelve con fantasía, lo es en una medida igual a tantos otros que no
cometen acciones tipificadas por los códigos penales, o que sí las cometen pero
tienen cobertura, no son vulnerables a la selección del poder punitivo. Las
pulsiones yoicas, los instintos como tales, cuando se expresan no se pueden
asimilar necesariamente a actos antisociales y cuando se puede hacerlo, no
siempre se trata de delitos.
FREUD refiere (como DURKHEIM, como MERTON, y en contacto con SUTHERLAND) que
el pulsional será "delincuente" o "gran hombre", según sea su lugar de poder en la
sociedad. También marca la entrada en una mirada que va más allá de lo
etiológico, ya por el mismo hecho de apuntar los efectos de la represión social.
Esto ha hecho decir a ZAFFARONI que el psicoanálisis freudiano de alguna manera
prefigura la criminología de la reacción social.
Y si bien la misma cortó todo lazo con el discurso psi, ello fue porque éste no
tomaba en cuenta la operatividad nociva del propio poder punitivo, su efecto
reproductor, y además tenía aún la sombra de aquella medicina racista que
constituyó la psiquiatría como discurso legitimante y criminalizante a través de la
patologización de "lo desviado".
Ahora bien, esto no puede hacer que se obvie la posibilidad de una clínica que
tome en cuenta las particularidades de la persona, del sujeto, más allá de los
procesos sociales globales: "La sociología y las disciplinas psi no pueden
ignorarse, pues ambas convergen en el conocimiento de la conducta humana y de
ambas se derivan aplicaciones prácticas., sólo que las de la primera se traducen
en programación y ejecución de políticas y las de la segunda en el abordaje de los
casos particulares" (ZAFFARONI, 2011:330).
Esta tarea, claro, si desoye los datos de la realidad que marcan las otras miradas
(los otros "saberes secantes"), volverá a confluir en un destino de muleta del poder
punitivo como poder sobre el enemigo. En concreto, siempre que se deslinde
ontológica y metodológicamente el fenómeno del delito de la patología, de la
clasificación psicomoralizante que se enseñorea en las caracteropatías al uso y
las aplicaciones burocráticas de discursos prefigurados, será posible aunar
saberes en pos de la validación de un derecho humanitario y lo más socialmente
productivo posible.
La consabida relación indiferenciada entre la ley del padre y la ley del Estado
(traslación de la figura de autoridad por el amor a la de la autoridad por la coacción
en el marco de un contrato social único que desconoce los conflictos y diferencias)
da lugar a que como el delito es lo que se opone a la ley y el delincuente es aquel
que expresa sus pulsiones sin el freno del padre, la delincuencia queda plasmada
siempre en ese discurso psicológico desavisado como sistema de falta de
identificación con una figura, un superyó débil, una carencia de mediación
simbólica, etc. Una vez más: no es que esos procesos no existan necesariamente;
es que en ellos el delito es un elemento más del contexto vital. La comisión del
delito puede tener relación con ello, pero la subjetividad no es el delito.
Aquí, como hemos dicho también respecto de FREUD, es esencial entender que el
límite de esto está dado por que esa responsabilidad no es social, sino subjetiva;
la clínica sólo apunta a liberar al sujeto, a su verdad, para que ésta se encuentre
más cerca de su dominio; es en el marco de esa verdad en que opera la
responsabilización. Claro es que en psicoanálisis así como nada se olvida (aunque
se reprima o se excluya), todo acto de un sujeto es su responsabilidad, pero no
debe confundirse el nivel de interacción que existe en la psique y que ordena -mal
o bien- las relaciones entre lo real, lo imaginario y lo simbólico, con el nivel de
interacción entre los actos y su efecto social en tanto jurídicamente captados por
la norma penal.
Es central mantener en vista que el Derecho penal del joven presupone unas
nociones especiales que evitan en lo posible el tratamiento al sujeto criminalizado
como resto, como desecho; al contrario, la ultima ratio de la privación de libertad,
la asunción de que la sujeción al proceso en ocasiones es contraproducente, el
principio de subsidiariedad, las alternativas menos deteriorantes como norte,
tienen la declarada finalidad de permitir que el sujeto pueda re-hacerse, re-
significarse (lo que, sobre todo en adolescentes, debe leerse mejor como "ha-
cerse", "significarse"). Esto señala una consistencia general.
Aun por otra parte, siguiendo con LACAN, es cierto que esas prácticas que
AICHHORN llevara adelante se basan en ideales de cultura que han sufrido
modificaciones desde entonces. Por caso, hay que dar cuenta del desplazamiento
en la figura del Otro (el significante que manda; el superyó) que se da en la época
de lo que llamamos con YOUNG y HOBSBAUM la "modernidad tardía", y que en
LACAN se marcase como la época de la inexistencia de ese Otro (al menos en
tanto Nombre del Padre que define el sentimiento de culpa asociado a la falta y' al
castigo); época de pluralización de ese Otro.
Creemos de todos modos que en este orden, esa culpa por mandato de goce y la
correlativa ausencia o desplazamiento del Otro freudiano deben volver a mirarse a
la luz de nuestro aquí y ahora. No sea cosa que hagamos lo mismo que queremos
evitar al poner en cuestión la psiquis y el contrato de la sociedad victoriana como
piedra de toque.
cauces?
En este caso, se trata de elaborar cómo debe interpretarse esa noción de "interés
superior" en la etapa de imposición-ejecución de una medida o una pena (art. 58,
inc. 3o, ley 13.634). El concepto mismo en general ha elicitado consideraciones
muy diversas que, por conocidas, no creemos necesario reseñar. Sí cabe
mencionar que en ningún caso hay una apreciación concluyente. Y ello es natural
a la propia índole de un principio de estas características, dado en el marco de un
convenio internacional suscripto por todos los países miembros de la Organización
de Naciones Unidas, salvo EE.UU y Somalia.
Esta diferencia entre decir "la" o decir "una" consideración primordial ha sido
relevada en las discusiones preparatorias de la C.I.D.N. como materia sobre la
cual se establece esta relatividad del principio. Algunas delegaciones argumenta-
ron en tal orden que "los intereses del niño deberían ser una consideración
primordial en acciones que conciernen a niños, pero no eran dirimentes, o
consideración suprema en todos los casos, en tanto otras partes podrían tener
intereses iguales o aun superiores en algunos casos" (DETRICK, Sharon, A comen-
ta ry on United Nations Convention on the Rights of de Child,
Martinus Nijhoff Plubishers, La Haya, Boston, Londres, 199H, pág. 91) 183.
Ahora bien, este reconocimiento, por el que claramente la propia CIDN limita (y
ello es evidente en la O.G. 10, como ya lo hicimos notar más arriba) ese derecho
surgido del "interés superior", no puede permitir que la exégesis y la práctica
constituyan "una hermenéutica hacia atrás" (BELOFF, 2004), en especial teniendo
en cuenta la consideración que ha venido a hacer de este aspecto la Observación
General nro. 14 del Comité (mayo, 2013), en el sentido de extremar la
interpretación a favor del niño: "..."Si no es posible armonizarlos, las autoridades y
los responsables de la toma de decisiones habrán de analizar y sopesar los
derechos de todos los interesados, teniendo en cuenta que el derecho del niño a
que su interés superior sea una consideración primordial significa que los
intereses del niño tienen máxima prioridad y no son una de tantas conside-
raciones" (4.39).
Por otra parte, el Principio 2 de la Declaración de los Derechos del Niño de 1959,
antecedente del actual art. 3 de la Convención, ya decía: "El niño gozará de una
protección especial... para que pueda desarrollarse ...en forma saludable y normal.
Al promulgar leyes con este fin, la consideración fundamental a que se atenderá
será el interés superior del niño..." (destacado agregado).
En dicho orden, nos parece que la forma en que debe responderse a la nueva
"interpelación al adulto" que produce la CIDN, debe hacerse cargo de un sentido
progresivo concreto y en él, de la idea rectora de que las medidas y acciones
deben orientarse al hecho de que lo mejor para el joven ha de ser en el mediano y
largo plazo también lo mejor para la sociedad. De esta manera, la modalización y
encuadre del contenido de la pena puede respetar ese "interés superior" como
vehículo a la vez de los intereses de la sociedad.
De este modo, somos de la creencia de que no alcanza con que ese tercero
significativo haga el intento de mostrarle que es bueno no hacer daño a otros. Hay
que mostrarle, en ese proceso, las razones por las que él mismo se daña actual o
potencialmente con las conductas dañosas tipificadas como delito. Para esto, el
enfoque debe ser realista. Si algo hay que enseñarle es a ser inteligente.
Volvemos así a la dicotomía de la intención versus el resultado; es decir, a la
utilitaria consideración de lo que es bueno en la medida en que produce buenos o
mejores resultados para los otros y para sí, poniendo en paralelo las finalidades de
la pena reintegradora con las existenciales del propio joven.
Justamente, en este orden, fue AICHHORN quien "...mostró en qué medida, incluso
con niños agresivos, una maniobra educativa terapéutica era posible, pudiendo
hacer aparecer una situación nueva para ellos: tener el derecho de sobrevivir sin
mostrarse agresivos; o más precisamente, que su existencia pueda no ser puesta
en duda y que tenga verdaderamente un valor (Sauvagnat, 2004)" (MOLLO,
2010:146).
Es entonces de singular importancia tener una noción realista y clara sobre lo que
en efecto hay en juego en la vida concreta de las personas y qué se les debe en
tal sentido: "... no nos preocupamos por una etiología de la conducta criminal sino
por una etiología de la vulnerabilidad, que reclama una clínica para revertiría". 184
Con estas palabras ZAFFARONI proponía ya en su criminología anterior una clínica
de la vulnerabilidad.
La privación de libertad bajo la concreta forma cárcel o instituto (incluso con sus
enormes diferencias) pueden hacer que lo que se interiorice no sea ese otro ideal
o valor paternal que oriente mejor en la vida, sino la fijación del rol, la asunción de
una identidad vinculada al ideal delictivo. Pero, siguiendo las premisas que desde
SUTHERLAND han quedado explícitas -comparando con el delincuente de cuello
blanco, que habla sociopáticamente de los valores tradicionales pero los
menosprecia en el acto- tal vez incluso el aprendizaje útil sea, en el borde de la
clínica, un aprendizaje que sepa medir y aplicar las correctas formas de la
hipocresía que le son líci tas a todos los demás que tienen de una u otra forma
cobertura moral y punitiva.
Esto supone dejar de lado el "como si" y darle nombre y expresión a una realidad
visible y sabida la cual refuta la idea de las tesis monistas de toda época en
cuanto a que los valores convencionales están desprovistos de cualquier
asociación con la criminalidad. En los años noventa, todavía, notables
criminólogos como HIRSCHI y GOTTFREDSON sostenían teorías del control basadas
en una mezcla de estas ilusiones parsonianas con la naturaleza primitiva del
hombre al estilo hobbesiano.
Dice sobre ello CRAWFORD: "La teoría del control sólo nos permite culpar y
demonizar a las instituciones socializadoras inmediatas, la escuela y la familia
(principalmente a la 'madre sola') sin hacer un examen crítico del contexto social y
cultural más amplio en el que se insertan" (CRAWFORD, 1998).
Precisamente, hay que tener en cuenta que en la concreta práctica del Derecho
penal del joven con demasiada frecuencia -y ante la falta de dispositivos de
inclusión reales y suficientes- la inercia, la necesidad de contextualizar lo penal (el
acto típico que desata la intervención) y una aplicación ingenua o desinformada de
la teoría y práctica psicológica, hace que se convierta toda diversidad y desviación
del ideal monista en patología individual. Esto es, que ese paradigma monista de
cultura y sociedad que subyace a la teoría psicoanalítica original -entronizado por
el funcionalismo liberal (PARSONS-MERTON) hasta convertir todo lo individual o
específico en función del "sistema" social, y a toda diversidad como desviación
(BA-RATTA, 2011:124)- no debe oscurecer el hecho de la existencia de múltiples
perspectivas sobre el bien y el mal, la diversidad de grupos con referencias
culturales distintas de la moral de la clase media y particularidades que no encajan
en el modelo "social", por oposición a uno "antisocial". No nos referimos, por
cierto, al denominado "superyó criminal" de algunos (muy pocos) bien adaptados
delincuentes.
Ese joven que miramos, como cualquier persona, no sabe qué es lo que lo mueve
y determina en muchos órdenes vinculados al deseo y la realidad.
En esto, hay que tener presente que el sujeto no puede en puridad por todo esto
relacionarse con otro en términos recíprocos. La alteridad habita lo imaginario
(MILLER, 1971). Lo que los une y ordena sus vínculos está en otra escena; de ello
sólo vemos los efectos (que, si lo hemos entendido bien, confundimos por
causas). Es una alteridad absoluta, en ausencia. Esto supone una falta, y ninguna
relación de un sujeto con otro o con un objeto puede suplir esa falta, sino con la
formación imaginaria que la sutura (LACAN, 2011 a).
Por esto, más allá de la profunda apuesta cuestionadora del contrato social como
visión monista que esto implica, es útil ver que si la intervención de esa psicología
que debe asistir además de relevar datos no bien diferenciados de lo que ya es
jurídico o moral, propone para nuestro sujeto procesal (que debe ser ayudado a
rehacerse como socialmente aceptable -frente a sí mismo y a otros-) ese "ajuste"
al contrato, lo hará siempre a costa de desubicarlo en esa estructura que en
gobernada por un imaginario que tapona la Calla (cuando lo hace) y que lo
constituye.
Más allá de las críticas que hemos también transcripto a dicha tesitura, notamos
que, de acuerdo con lo que hemos dicho respecto de las diferencias entre delitos
leves, medios y graves, es necesario rescatar una utilidad en la necesariedad del
sentido del castigo como reproche y como limitación o privación de derechos.
De otro lado, también hicimos especial énfasis en una mirada que descree de la
tajante diferencia entre una ética de la virtud y una ética utilitaria, poniendo de
manifiesto esa comprensión en el central pensamiento freudiano respecto de la
naturaleza y la cultura.
Por encima de la técnica, el contenido no puede, como dijimos, apuntar a un mero
"exorcismo" de las emergencias pulsionales, si es que se toma en cuenta la
profunda complejidad del contexto vital del joven
Por lo tanto, el desafío es encontrar una mecánica que combine lo puntual del
castigo por el hecho con la apuesta de futuro que los principios de la especialidad
ordenan. Se debe unir en un esquema no abstracto, sino real y posible.
Presuponiendo siempre que pueda existir una forma de que algo o alguien se
tornen significativos para el joven en el proceso de ejecución de las sanciones, la
dimensión simbólica que anida en formular claramente ante la percepción del
sujeto un eje más allá del cual la cultura no acepta "el perdón" en forma absoluta y
reclama una modalidad de retribución, es en los casos en que se ha producido un
daño grave e irreparable, como es la privación de la vida de una víctima, por
ejemplo, una opción que no sólo es sociológicamente obligada, sino que puede
hacerse necesaria como parte de un proceso de internalización simbólica, siempre
que éste sea conducido con las prevenciones que hemos detallado.
Listo importa advertir que los tradicionales límites de las ideas que se conocen
como teorías de la pena se desdibujan y se mixturan, tal como en líneas generales
los sostendores de la unión lo postulan y las prácticas lo muestran. Lo que, nos
parece, resulta necesario mantener presente, es que nada de todo esto sucede de
suyo; nada es sino lo que se hace efectivamente. Hay finalidades expresas y hay
subproductos necesarios en la concreción. O de lo contrario, hay simples falacias,
como lo mostrara FERRAJOLL
LIBRO 4
1.2. Función del derecho penal
Sumado a ello, debe señalarse que los hechos delictivos más graves, que
comprometen ataques a la vida, suelen implicar también para el perpetrador la
exposición a riesgos sumamente elevados a sufrir, ellos mismos, la pérdida de su
vida o severos daños a su salud (de ello dan cuenta los casos de legítima defensa
que ganan notoriedad en los medios de comunicación), lo cual, evidentemente, no
los ha disuadido de cometer el delito; ¿por qué entonces deberíamos suponer que
la pena los disuadirá? No es difícil colegir de allí que las modificaciones al sistema
penal no tienen incidencia significativa en materia de seguridad: aún se
aumentaren todas las penas o se crearen nuevos tipos penales, ello no tendría
potencialidad para modificar los índices de inseguridad.
La inversión del Estado en los distintos rubros que son fundamentales para la vida
en sociedad debe realizarse teniendo en consideración las necesidades de la
población y la eficacia de las medidas que se han de adoptar. En este punto, el
legislador no está absolutamente desvinculado de cualquier consideración. La
Convención sobre los Derechos del Niño impone a los Estados la obligación de
adoptar medidas de protección y medidas sociales lauto legislativas como
administrativas. El Comité de los Derechos del Niño de las Naciones Unidas se ha
encargado de señalar que (e)l término 'adoptarán' implica que los Estados partes
no tienen potestad para decidir si satisfacer o no su obligación de adoptar las
convenientes medidas administrativas, legislativas y de otra índole para dar
efectividad a los derechos del niño, como las medidas relativas a los presupuestos
públicos"11. Es decir que el Estado debe, necesariamente, respetar los derechos
de la niñez a la hora de determinar hacia dónde se destinan los recursos. En un
Estado en el que las necesidades básicas no han sido satisfechas, resulta difícil
de justificar el maximizar los recursos que se destinan al sistema represivo. Aun
dentro de una lógica penal, si lo que se busca es reducir la incidencia del crimen
en la sociedad, el aumento de recursos públicos debería orientarse a los fines
antes señalados, la voluntad del niño. Este aspecto, entonces, debe ser
ponderado por el juez en cada caso, de lo cual se desprende que la decisión de
aplicar pena en cada situación deberá tener en consideración todos los factores
que rodean tanto al hecho como a la personalidad del niño, pues lo que es
conveniente para unos puede no serlo para otros.
Más allá de la finalidad de la pena, cabe establecer qué factores se han de tener
en cuenta para decidir su aplicación o no.
Los estándares fijados por las normas internacionales coinciden en que debe
demostrarse que otro tipo de castigos alternativos son Improcedentes y que la
sanción privativa de la libertad debe ser precedida de un cuidadoso estudio que
tenga en cuenta el bienestar del adolescente y los derechos de las víctimas.
Una vez que el juez ha decidido que el niño es penalmente responsable y que
cabe la aplicación de una pena, surge la pregunta respecto de bajo que escala el
juez decidirá la pena en concreto. Pues en materia de derecho penal juvenil, la ley
no solo concede al juez la facultad de decidir si aplicará o no pena, sino también le
permite aplicar la pena de la tentativa respecto de delitos consumados.
De la lectura del texto de la ley 22.278 surge con claridad que el juez está
facultado a reducir, pero la reducción no aparece como un imperativo (art. 4 o: "(...)
pudiendo reducirla en la forma prevista para la tentativa"). Sin embargo, la
pregunta acerca de la reducción obligatoria tiene lugar en función de las
exigencias provenientes de normas de jerarquía superior, en particular del
principio de culpabilidad y su relación con los estándares internacionales en
materia de derecho penal juvenil.
Más allá de cuál sea la fuente normativa de este principio, que no se encuentra
redactado de manera explícita en nuestro ordenamiento jurídico positivo, no
existen dudas ni en la doctrina ni en la jurisprudencia respecto de su vigencia e
importancia, ya sea que este se derive de la segunda parte del art. 19 de la CN.
como complemento y fundamento del principio de legalidad, de las exigencias del
Estado democrático o del Estado de derecho, o como derivación de la dignidad
humana.
I. Introducción
Ahora bien, el punto más complejo que este trabajo pretende plantear es en qué
consisten estos derechos específicos y qué consecuencias arrojan durante el
proceso penal juvenil respecto del ejercicio de la coerción procesal'.
El vigente Código Procesal Penal de la Nación (en adelante CPPN) prevé una
modalidad de privación de la libertad de personas imputadas menores de edad
sometidas a un proceso penal sustentada en el riesgo procesal (similar a los
imputados adultos).
La asimilación hace aplicable para este supuesto todos los estándares antes
mencionados respecto de la prisión preventiva (el principio de proporcionalidad, la
duración razonable, la existencia de elementos de cargo en contra del niño, la
rapidez en la tramitación, el examen periódico, la ausencia momentánea de olías
alternativas, etcétera).
4. La evolución jurisprudencial
Sin perjuicio de ello, a fines del 2016 persistía una diferencia apreciable en las
decisiones de restricción de la libertad entre los juzgados nacionales de menores y
los tribunales orales de menores, ambos de la Capital Federal.
Los primeros, con una diferencia notable en cuanto al panorama de dos décadas
atrás, utilizan en general una narrativa tutelar que, si bien abreva en las facultades
de disposición de la ley 22.278, recoge las carencias individuales y familiares.
Fundamentan su decisión, articulan para la solución de la problemática descripta y
limitan a la duración de la privación de la libertad de los niños acusados de
cometer delitos.
Los tribunales utilizaban de manera más asidua la normativa procesal penal (art.
411, CPPN) que habilita una detención por motivos similares a la prisión
preventiva de las personas adultas. Puede aportarse que quizás el mayor esfuerzo
en combinar de manera razonable ambas posturas proceda de las instancias
revisoras (Cámara Nacional de Apelaciones en lo Criminal y Correccional de la
Capital Federal, Cámara Nacional de Apelaciones en lo Criminal y Correccional
Federal de la Capital Federal, Cámara Federal de Casación Penal y Cámara
Nacional de Casación en lo Criminal y Correccional de la Capital Federal).
Cabe mencionar como punto de partida contemporáneo el caso "F, E.", en el cual
se sostuvo que la privación de la libertad del menor imputado solo podía
justificarse por motivos cautelares como evitar su fuga, garantizar la investigación
y asegurar la ejecución de la ley penal.
Ahora bien, con el nuevo marco normativo dado por la ley 26.579, la aplicación
automática de los estándares constitucionales correspondientes a las personas
adultas cuando la persona imputada cumple los 18 años de edad no se tradujo en
la obtención de la libertad, sino en la continuación de la prisión preventiva.
De forma tal que, si presenta una evolución favorable, puede recurrirse a otra
medida de coerción procesal menos restrictiva de la libertad personal.
6. A modo de conclusión
Entonces, ¿para dar iguales derechos a los niños tendríamos que renunciar a las
características propias de una justicia especializada?; en otras palabras, ¿la
solución sería prever un sistema penal con sanciones más leves y más intensidad
de las garantías, pero sin la aplicación del principio de especialidad, sin la
intervención de un equipo técnico auxiliar y sin la idea basal de la protección
especial e inserción social?
3.1. Latinoamérica
Privados de Libertad.
Algunas legislaciones establecen franjas etarias entre los 12/14 años a los 18
años, distinguiendo el proceso y las posibles medidas a aplicar40 y, respecto de los
niños inimputables en razón de la edad, en algunos casos mantienen la
responsabilidad civil y, entre supuestos, quedan sujetos a medidas de protección.
3.1.1. BRASIL
En el año 1990, Brasil sancionó el Estatuto del Niño y del Adolescente (ECA). No
obstante, el proceso legislativo brasilero no se agotó con el Estatuto, sino que
continuó perfeccionándose hasta la sanción en el año 2012 de la Ley Nacional
12.594 de Sistema Nacional Socio-Educativo, que regula aspectos relacionados
con la problemática de las personas menores de edad que cometieren algún ilícito
o contravención, al modificar aspectos sustanciales del proceso vigente hasta este
momento.
La Ley 7576 de Justicia Penal Juvenil del año 199658 y la Ley 8460 de Ejecución
de Sanciones Penales Juveniles de 2005, regulan el régimen penal juvenil. La ley
7576 se aplica a todas aquellas personas mayores de 12 y menores de 18 años al
momento de la comisión de un hecho tipificado como delito o contravención60. Si
bien se denomina ley penal juvenil, no utiliza la denominación "responsabilidad"
sino que establece las edades sin referencias a priori a la culpabilidad.
En cuanto a las personas menores de 12 años, la ley 7576 prevé que estos casos
serán remitidos por los juzgados penales juveniles al órgano administrativo de
protección (Patronato Nacional de la Infancia), con el fin de brindar la atención y el
seguimiento necesario. En caso de que las medidas administrativas que se
apliquen conlleven una restricción de la libertad ambulatoria del niño, se deberá
consultar al juez de ejecución penal juvenil, quién deberá controlarlas.
3.1.5. ECUADOR
Con relación a los niños y niñas (menores de 12 años), la citada ley dispone que
estos son absolutamente inimputables y tampoco son responsables; en otras
palabras, no quedarán sujetos a ninguna tipo de juzgamiento, ni a la aplicación de
medidas socioeducativas. Ningún niño podrá ser detenido, ni aun en caso de
infracción flagrante. En estos supuestos, deberá ser entregado de inmediato a sus
representantes legales y, de no tenerlos, a una entidad de atención. Se prohíbe
recibir a un niño en un centro de internamiento, así como su detención e
internación preventiva.
En definitiva, queda fuera del ámbito de acción del sistema de justicia penal juvenil
todo aquel niño menor de 12 años de edad, ya que el sistema está previsto para el
adolescente (entre 12 y 18 años de edad).
3.1.6. EL SALVADOR
En relación con los menores de 12 años que "presenten una conduela antisocial"
se establece que no están sujetos ni al régimen jurídico especial de la ley ni al
común, ya que están exentos de responsabilidad y que, en su caso, debe darse
aviso al organismo administrativo para su "protección integral".
3.1.7. GUATEMALA
La Ley de Protección Integral de la Niñez y Adolescencia del año 2003 tiene como
objetivo la integración familiar y promoción social que persigue el desarrollo
integral y sostenible del niño y adolescente, basado en el respeto a los derechos
humanos. De acuerdo con esta normativa se considera niño o niña "a toda
persona desde su concepción hasta que cumple 13 años de edad", y adolescente
"a toda aquella desde los 13 hasta que cumple 18 años de edad.
Con relación a la situación de la persona menor de trece años, la ley dispone que
los actos cometidos por estos que constituyan delito o falta no serán objeto de las
disposiciones de la ley, la responsabilidad civil quedará a salvo y se ejercerá ante
los tribunales jurisdiccionales competentes. Estos niños serán objeto de aten-
ciones médicas, psicológicas y pedagógicas, que fueren necesarias bajo el
cuidado y custodia de los padres o encargados y deberán ser atendidos por los
juzgados de la niñez y la adolescencia.
3.1.8. HONDURAS
La citada normativa dispone que la niñez comprende dos períodos: "La infancia
que se inicia con el nacimiento y termina a los doce (12) años en los varones y a
los catorce (14) años en las mujeres y la adolescencia que se inicia en las edades
mencionadas y termina a los dieciocho (18) años. Los mayores de esta edad pero
menores de veintiún (21) años toman el nombre de menores adultos". En relación
con 'los niños infractores de la ley' (Título III), la ley establece que el sistema
previsto se aplicará a personas mayores de 12 años que cometan una infracción o
falta.
3.1.9. NICARAGUA
Los niños que no hubieren cumplido los 13 años de edad no serán sujetos a la
justicia penal especial del adolescente estando exentos de responsabilidad penal
(son inimputables). No obstante, el juez remitirá el caso al órgano administrativo
correspondiente con el fin de que se le brinde protección integral, velará y
protegerá en todo caso para que se respeten sus derechos y garantías. Se
prohíbe aplicarles cualquier medida que implique la privación de la libertad.
3.1.10. PARAGUAY
El Código de la Niñez y la Adolescencia (ley 1680) del año 2001 establece los
derechos, garantías y deberes del niño y del adolescente; regula las políticas de
protección y promoción de sus derechos e instituye una justicia especializada que
deberá entender en toda cuestión relacionada con sus derechos.
3.1.11. URUGUAY
En relación con las medidas ambulatorias, el juez podrá disponer que el Instituto
Nacional del Menor otorgue protección a sus derechos a través del sistema de
atención integral diurno y solicitar el tratamiento ambulatorio médico, psicológico o
psiquiátrico a instituciones públicas o privadas. El Instituto Nacional del Menor
podrá solicitar o aplicar directamente estas medidas cuando su intervención haya
sido requerida por el niño, padres o responsables o terceros interesados.
La ley dispone que solo puede aplicarse una sanción una vez que el joven ha sido
declarado penalmente responsable en un juicio, ha cumplido los 18 años de edad
(impide que se sancione penalmente a un niño) y ha sido sometido a un período
de tratamiento tutelar no inferior a un año, prorrogable en caso necesario hasta la
mayoría de edad. En caso que llegara a cumplir el plazo de tratamiento antes de
que el joven alcance la mayoría de edad109 resulta aplicable el art. 8o de la ley
22.278, para lo cual deviene preciso efectuar un informe amplio sobre la conducta
del joven.
La autoridad judicial está facultada para disponer del niño o niña, lo cual significa:
"a) La obligada custodia del menor por parte del juez, para procurar la adecuada
formación de aquel mediante su protección integral. Para alcanzar tal finalidad el
magistrado podrá ordenar las medidas que crea convenientes respecto del menor,
que siempre serán modificables en su beneficio; b) la consiguiente restricción al
ejercicio de la patria potestad o tutela, dentro de los límites impuestos y
cumpliendo las indicaciones impartidas por la autoridad judicial, sin perjuicio de la
vigencia de las obligaciones inherentes a los padres o al tutor; d) El discernimiento
de la guarda cuando así correspondiere". No se establece un plazo máximo para
esta disposición; no obstante ello, cesa de pleno derecho cuando el niño o niña
alcanza la mayoría de edad.
4. Consideraciones finales
Tanto los países latinoamericanos como la República Argentina han adecuado sus
legislaciones a los estándares internacionales de protección de los derechos
humanos.
Por lo contrario, es preciso contar con una política criminal juvenil enmarcada en el
derecho internacional de los derechos humanos que enfatice en los enfoques
preventivos respecto de quienes se encuentran por debajo de la edad mínima de
responsabilidad penal.
IRIS ROSARIO
I. Introducción
También hay casos en los que el Ministerio Público solicita una renuncia con el
propósito de que sea el juez el que evalúe la coherencia de continuar otorgándole
a la persona menor de edad el tratamiento especial que el sistema juvenil está
dispuesto a proveer. A través del testimonio de peritos, el carácter, la impulsividad,
la irresponsabilidad, la madurez y la posibilidad de rehabilitación del joven, es
posible observar que mientras más presentes se encuentren estas características,
mayor es la probabilidad de que el joven sea tratado en el tribunal ordinario y, por
lo tanto, reciba la misma pena que un adulto.
Con el pasar del tiempo, las transferencias se fueron haciendo cada vez más
flexibles; más aún, luego de que la Corte Suprema de los Estados Unidos
estableciera en "Kent v. U.S.A." (1966)1 unas pautas sobre cómo debían llevarse a
cabo. Luego, se habilitaron las remociones automáticas de los menores desde los
tribunales juveniles hacia el sistema de adultos.
Como consecuencia de ello Puerto Rico se rige, por un lado, por lo que ordenan
las leyes estatales según sean interpretadas por el Tribunal Supremo de Puerto
Rico, y, por el otro, por lo que ordenan las leyes federales, según la postura de la
Corte Suprema de los Estados Unidos y su modelo de precedentes. Puerto Rico
no puede tener menos derechos constitucionales de los que reconoce la Corte,
aunque sí ampliarlos por ser la Carta Magna una "de naturaleza más ancha"7
debido a su reciente redacción y aplicación. Es así que históricamente se
observan las decisiones de la Corte estadounidense como guía y punto de partida
para el reconocimiento de los derechos constitucionales sin, por ello, limitar su
ampliación. Es decir, en la jurisdicción se pueden crear mayores derechos que los
reconocidos por la Constitución de los Estados Unidos, pero nunca menores. El
derecho de menores puertorriqueño no es la excepción en esta relación.
3. "Kent" y los requisitos que el debido proceso de ley impone al trato de las
personas menores de edad como adultos
Aun bajo la vigencia del régimen tutelar, las legislaciones sobre personas menores
de edad contemplaron las renuncias de jurisdicción en ciertas circunstancias. Por
ejemplo, en Tennesse bajo una ley de 1934, la Corte juvenil tenía la potestad de
renunciar la jurisdicción a los "incorregibles" y a niños "de color" por delitos graves
y menos graves.
Por entender que los mecanismos de traslado que autorizaban algunas leyes
estatales carecían de un debido procedimiento legal adecuado, se acogió
mediante un recurso de revisión en la Corte Suprema de los Estados Unidos el
caso de "Kent v. U.S." (1966).
Morris Kent estuvo bajo la jurisdicción de menores desde que tenía 14 años de
edad cuando fue aprehendido por escalamiento y por intentar arrancarle la cartera
a una mujer. Por estos hechos se le concedió una probatoria en el tribunal juvenil.
No surge de la jurisprudencia qué tipo de rehabilitación o tratamiento se le ofreció
al joven durante esta medida dispositiva. A los 16 años, Kent fue vinculado,
mediante una comparación de huellas dactilares, a un robo domiciliario y una
violación. Al ser aprehendido por la policía, fue sometido a un interrogatorio en el
que admitió su participación en el hecho en cuestión y en otros de similar natu-
raleza. Kent estuvo detenido en un "Hogar de Recepción" por casi una semana.
Allí se le realizaron exámenes psiquiátricos con el fin de ofrecerle
recomendaciones al juez, quien atendía la posible renuncia de jurisdicción del
menor.
"Si un joven de 16 años de edad o más fuera acusado de una falta, que siendo
cometida por un adulto constituyera un delito grave, o cualquier niño acusado de
una falta, que siendo cometida por un adulto fuera penada con la muerte o cadena
perpetua, el juez podría, luego de una investigación completa, renunciar la
jurisdicción y ordenar que ese menor fuese sometido a juicio en el tribunal que
tendría jurisdicción si el delito hubiese sido cometido por un adulto (,..)" n.
Finalmente, Kent fue llevado al tribunal ordinario y encontrado culpable por ciertos
hechos e inimputable por otros. El joven recibió una sentencia de treinta a noventa
años de cárcel, aunque por los cargos que fue encontrado inimputable debía
ingresar en una institución psiquiátrica.
La diferencia enorme entre una condena de cinco años (lo que correspondía como
menor a Kent) y una sentencia de pena de muerte (la que le correspondería como
adulto) hacía imperativo que se celebrara una vista de renuncia de jurisdicción en
sus méritos, que su abogado tuviese acceso a expedientes y reportes de Servicios
Sociales y a que el Tribunal emitiera una resolución en donde fundamentara su
decisión.
Luego de este pronunciamiento se tendría que considerar, según un anexo
contenido en esta jurisprudencia, varios aspectos para renunciar la jurisdicción del
Tribunal de Menores: la sofisticación y la madurez del joven tomando en
consideración en qué hogar nació, su ambiente familiar, su actitud emocional y su
patrones de conducta el historial del joven en el Tribunal de Menores y la
capacidad del sistema juvenil para rehabilitarlo sin poner en peligro a la sociedad.
Asimismo, la seriedad del delito y si el traslado protege a la sociedad, si el delito
conllevó agresividad y violencia contra bienes o una persona, el quantum de
prueba que posee el fiscal para probar su caso ante un gran jurado y si hay otros
adultos que tendrían que ser procesados en el tribunal ordinario.
Este caso era especial porque se evaluaban los derechos que debían existir en el
Tribunal de Menores, pero dentro del contexto de una renuncia de jurisdicción. Sin
embargo, previo a que el juez FORTAS procediera a delimitar los procedimientos y
estándares que deben seguirse en una vista de renuncia de jurisdicción reconoció
que, aunque el propósito original del régimen tutelar era encomiable, en la realidad
no se cumplía debido a que faltaba personal, facilidades y técnicas para llevar a
cabo adecuadamente el rol de parens patriae del Estado. Termina esta
declaración manifestando su preocupación de que "los niños reciben lo peor de
dos mundos: ni obtienen las protecciones acordadas para los adultos y tampoco el
cuidado y tratamiento regenerativo postulado para los niños." 13. Luego se apresuró
a aclarar que en "Kent" no se trataba de ello.
¿Para qué hacer la crítica entonces? Las razones podían ser varias: 1) se
intentaba otorgar carácter jurídico a una discusión que ya tenía sus críticos en
movimientos políticos y algunos círculos académicos que denunciaban las
injusticias que ocurrían en el régimen tutelar; 2) quizás se lanzaba una invitación
por medio de una opinión a cuestionar mediante otros casos la carencia de
garantías en los tribunales de menores, o 3) se advertía a los operadores
judiciales, responsables de tomar en cuenta en una vista de renuncia de
jurisdicción el historial del joven en la Corte de Menores, que los tratamientos que
se otorgaban no se llevaban a cabo por la ausencia de personal y recursos.
Está claro, sin embargo, que este caso provocó una ruptura en el pensamiento
sobre el régimen tutelar y ello tuvo como consecuencia que otros casos que sí
estaban relacionados con los procedimientos que se llevaban a cabo en los
tribunales de menores llegaran hasta la Corte Suprema. Sin embargo, fue esta
combinación de temáticas en un solo caso lo que facilitó la confusión respecto de
que la concesión de derechos a los niños conllevaba la renuncia al trato especial.
4.1.1. DISCRECIONALES
Cabe destacar que los límites en cuanto a la edad para celebrar vistas
discrecionales no siempre utiliza como referencia la edad en la que se cometió el
delito. Algunos estados definen sus procedimientos en torno a la edad que tiene el
menor al momento de ser procesado.
4.1.2. MANDATORIOS
En esta forma de traslado la figura del juez solo se utiliza para corroborar que no
tenga jurisdicción sobre el menor que tiene ante sí. Como regla general, se
examina si el menor reúne los requerimientos estatutarios para ser trasladado:
edad, tipo de delito y existencia de antecedentes penales.
4.1.3. PRESUNTAS
Existen casos en donde la discrecionalidad del juez está limitada por una
presunción controvertible de que el menor debe juzgársele como adulto. La
mayoría de estos traslados se fundamentan en una edad específica, en ciertos
delitos imputados y en la existencia de un expediente previo como menor de edad.
A los traslados solicitados por el Ministerio Público se les conoce por presentación
directa (direct file). Hay quince estados que lo tienen disponible.
Cabe destacar que bajo esta modalidad de renuncia la discreción de los fiscales
continúa siendo muy amplia, pues en nuestro sistema son los que determinan a
quién acusan y por cuál delito. Es decir, si un fiscal tiene la intención de que un
menor sea juzgado en la corte criminal, podría determinar la existencia de algún
elemento esencial de ciertos delitos para que se lleve a cabo la renuncia y
someter la acusación de tal forma que pueda presentarse directamente en el
tribunal de adultos.
Raúl Hernández Mercado tenía 16 años de edad cuando disparó y mató a otro
joven. Como consecuencia, se le presentaron las querellas por faltas en el
Tribunal de Menores y fue ingresado a un instituto juvenil. De la jurisprudencia
publicada por el Tribunal Supremo de Puerto Rico en los casos relacionados con
Raúl, surge que el resultado de la vista de renuncia se conoció a los dos meses de
acontecidos los hechos delictivos.
Antes de aplicarle al menor los criterios que deben tomarse en cuenta al decidir
una renuncia, el Tribunal expresó que ninguno de los factores puede tener más
peso que el otro y manifestó, citando a la Comisión que tuvo a su cargo la
redacción de la Ley de Menores de 1986, que "para ello es necesario que la
particularidad atención que reciba el menor se determine no solo a base del acto
cometido, sino de sus necesidades psíquicas, intelectuales y sociales" 31. No
obstante, el Más Alto Foro Judicial de Puerto Rico se apartó de lo manifestado
anteriormente y en todo momento, como se verá, le otorgó mayor peso al
elemento de la naturaleza del delito que había cometido el joven para descartar el
enfoque rehabilitador de los Tribunales de Menores.
Los peritos que testificaron durante la vista de renuncia afirmaron que el menor
"era una persona de conducta antisocial, agresiva e irritable y que reaccionaba
violentamente a las frustraciones". También manifestaron que, aunque "conocía lo
que había hecho, no le importaban las consecuencias de sus actos y presentaba
rasgos de indiferencia y desprecio hacia el valor de la vida humana" y que en "el
último año había usado distintos tipos de drogas". Añadieron que Raúl carecía de
controles y "se encontraba capacitado para distinguir entre el bien y el mal, por lo
que recomendaban la renuncia de jurisdicción". Sobre el aspecto de la
rehabilitación testimoniaron que "era cuesta arriba" ya que requería "externos [sic]
muy rígidos que no estaban disponibles en los hogares juveniles".
Con esta prueba pericial como sustento, el Tribunal de Primera Instancia expresó
y el Tribunal Supremo validó: "Aunque R. H. M. no tenía antecedentes delictivos,
su perfil social reflejaba un menor con graves problemas de disciplina en el hogar
y en la escuela, con una condición crónica de adicción a drogas y de utilización de
armas de fuego". El juez de Menores del tribunal de primera instancia indicó que el
menor "(...) reflejaba una 'conducta socializada agresiva' con unos rasgos de
'personalidad que presenta peligros para él y para la comunidad', así como una
total incapacidad para adaptarse a la sociedad y convivir en una comunidad. Los
estudios realizados por los trabajadores sociales y psicólogos demostraron [sic]
una persona carente de los valores básicos de nuestra sociedad y 'sin sentido de
arrepentimiento por los actos cometidos'".
Además, el juez de Primera Instancia sostuvo que "los hechos alegados en las
querellas (...) señalan la comisión por el menor de un acto agravado, atroz e impío,
al disparar a otro ser humano con un arma de fuego". Estas palabras fueron
calificadas por el Tribunal Supremo como "elocuentes".
La laxitud con la que ocurren los traslados de menores a los tribunales de adultos
provocó que los menores fueran penados, en ciertas ocasiones, hasta con la
muerte. Desde 1976 hasta 2003 se ejecutaron 22 personas que habían cometido
delitos siendo menores de 18 años35. Otra consecuencia de los traslados también
fue la imposición de cadenas perpetuas sin libertad bajo palabra a los menores
renunciados36.
El juez realizó un recorrido por las decisiones previas de la Corte en cuanto a este
asunto y sostuvo que en "Thompson v. Oklahoma"42 se determinó que los
estándares de decencia no permitían la ejecución de una persona que al momento
de cometer el delito, por el cual se le encontró culpable, tenía menos de 16 años
de edad. En "Thompson", afirmó KENNEDY, se explicaron "las razones por las
cuales los jóvenes no son confiados con los privilegios y responsabilidades de un
adulto y por qué su conducta de irresponsabilidad no es tan moralmente
censurable como la de un adulto". De acuerdo con la mayoría, la culpabilidad
inferior de los ofensores menores de 16 tiene como consecuencia que la pena de
muerte sea inapropiada desde el enfoque retribucionista, mientras que la poca
probabilidad de que ofensores menores de 16 se envuelvan en "la clase de
análisis de costo y beneficio que otorgue cualquier peso a la posibilidad de una
ejecución" hace a la pena de muerte inefectiva como un medio disuasivo.
En este caso el menor fue condenado por un robo en el que también participaron
otros dos jóvenes. No hubo ningún homicidio durante la comisión de los hechos.
Graham era un menor con desorden de hiperactividad y déficit de atención. El
Ministerio Público tenía la discreción de procesarlo como adulto y así lo hizo. Al
joven se le concedió en el tribunal de adultos una pena mixta, luego de hacer una
alegación de culpa mediando un preacuerdo: 12 meses en cárcel y 2 años de
probatoria. Posteriormente y cuando faltaban 34 días para que cumpliera 18 años
de edad, fue arrestado por un robo domiciliario, en el cual, uno de los dos
coautores resultó herido. Luego de que pasara un tiempo considerable en prisión y
de que se le revocara la probatoria, Graham fue sentenciado a cadena perpetua
sin posibilidad de salir bajo palabra. Dicho régimen de libertad condicionada ya no
se encontraba disponible en el estado de la Florida.
Con estas palabras se declaró al joven como un menor incorregible, sin remedio
de rehabilitación posible y se le sentenció a pasar el resto de su larga vida en la
cárcel. Su abogado acudió en certiorari a la Corte Suprema y alegó que el castigo
recibido era desproporcionado y, por lo tanto, violatorio de la prohibición
constitucional contra castigos crueles e inusitados.
Por ello, la opinión mayoritaria hizo un recorrido por las distintas jurisdicciones de
los Estados Unidos y determinó que existía un consenso nacional de no imponer
las cadenas perpetuas, aunque exista legislación que la autorice, para personas
que cometen delitos siendo menores de 18 años y que no conllevan la muerte de
un ser humano.
La opinión también menciona otros aspectos que resultaron persuasivos y que son
parte del dictwn de la Corte para el juez a la hora de tomar la decisión que se
evalúa. Son los mismos que también se manifestaron en "Roper": la opinión de la
comunidad internacional y el llamado consenso que ello impone en el momento de
analizar la Octava Enmienda53.
Para la jueza KAGAN, el asunto a cuestionarse en estos dos casos era el posible
desbalance entre la culpabilidad de los menores y la severidad de las penas
impuestas. Con el propósito de encontrar una respuesta la Corte acudió a los
precedentes de "Roper" y "Graham" y afirmó que ya se había decidido que la
capacidad de los menores que delinquen es aminorada y que ello afecta también
cualquier fin legítimo de una pena y, como consecuencia, al análisis de su
proporcionalidad.
La jueza KAGAN sostuvo que los esquemas de imposición de cadena perpetua sin
libertad bajo palabra son defectuosos, aun en casos donde ha ocurrido la muerte
de un ser humano, porque impiden tomar en cuenta la juventud de un acusado y lo
equiparan en términos de culpabilidad con un adulto y eso, precisamente, es lo
que prohibió "Graham". Agregó que cuando "Graham" concluyó que las cadenas
perpetuas comparten ciertas características con las sentencias a pena de muerte,
abrió la puerta para que se discutan también los precedentes que obligan en los
casos de la pena capital a tomar en cuenta la individualización del sentenciado.
De hecho, expresó la jueza KAGAN que eso le ocurrió a Miller, pues durante su
vista de renuncia no se le permitió tener su propio experto en salud mental. Se
afirmó que durante las vistas se escoge una alternativa entre dos extremos: una
pena liviana como menor o la pena que le corresponde a un adulto. Durante la
sentencia, por otra parte, se escogió específicamente una pena.
Por lo contrario, otros podrían entender que, dado que los argumentos utilizados
por la Corte estuvieron muy vinculados a la doctrina de la capacidad disminuida, a
los fines penológicos de la sanción y cómo la ausencia de estos fines incide sobre
el principio de proporcionalidad, estas nuevas decisiones constituyen un serio
quiebre a los mecanismos de traslado y la imposición de penas a menores como
adultos.
Sería lógico inferir que si la Corte Suprema ha decidido que ciertas penas que son
la consecuencia inevitable de los traslados automáticos son inconstitucionales
cuando se aplican a menores, porque deben perseguir un fin legítimo (retribución,
disuasión, inhabilitación) y con los menores dicho fines no se justifican debido a su
falta de madurez, capacidad, impulsividad y desarrollo, entonces cualquier
mecanismo procesal por el que se logra la imposición de esos castigos tampoco
puede justificarse.
"La imposición de pena respecto del menor a que se refiere el art. 2 o estará
supeditada a los siguientes requisitos: 1o. Que previamente haya sido declarada
su responsabilidad penal y la civil si correspondiere, conforme a las normas
procesales. 2o. Que haya cumplido dieciocho (18) años de edad. 3o. Que haya
sido sometido a un período de tratamiento tutelar no inferior a un (1) año,
prorrogable en caso necesario hasta la mayoría de edad. Una vez cumplidos estos
requisitos, si las modalidades del hecho, los antecedentes del menor, el resultado
del tratamiento tutelar y la impresión directa recogida por el juez hicieren necesario
aplicarle una sanción, así lo resolverá, pudiendo reducirla en la forma prevista
para la tentativa (...)".
Prescindir de este análisis científico que posiciona a los niños en una especial
etapa de la vida y que tiene como resultado lógico que no pueda definirse el
carácter de cada cual por la carencia de madurez y control de impulsos, es
equivalente a permitir que el criterio de la "peligrosidad", contrario a un derecho
penal donde se juzga a los sujetos por sus actos y no por su carácter, impere de
forma amenazante sobre un derecho penal garantista. No puede, por lo tanto,
determinarse con base en la conducta cometida por el joven su "incorregibilidad",
su imposible capacidad para rehabilitarse y su futura propensión a delinquir. De
otra forma estaríamos estigmatizando a los jóvenes y negándoles cualquier
capacidad de rehabilitación que hasta a los adultos se les concede.
Al reconocer que los niños carecen del desarrollo emocional que caracteriza a un
adulto y amparándose en el "principio de culpabilidad", la Corte Suprema sostuvo
que la reacción del Estado frente a las actuaciones delictivas de los menores debe
ser proporcional a su desarrollo intelectual y no como las que se imponen a una
persona adulta, dejando sin efecto la sentencia apelada de prisión perpetua.
LIBRO 5
CAPÍTULO III.
Entiendo con CÁMARA ARROYO, que el hecho de que las CCAA tengan la
competencia en la ejecución de medidas judiciales puede generar
desigualdades935 muy grandes en una materia que es muy delicada y más en un
momento como el presente en el que los presupuestos de cada región son muy
desiguales. La desigualdad presupuestaria es notoria y también afecta a las
medidas de internamiento en régimen cerrado, que son las más graves,
LANDROVE DÍAZ alerta de la falta de medios materiales y personales que es
patente en las CCAA, que son las que ejecutarán las medidas de internamiento en
régimen cerrado. Este autor, remarca también las diferencias que existen entre las
CCAA en cuanto a medios se refiere y que acentuarán las graves diferencias
existentes en el momento de la ejecución de esta medida.
En esta línea VIDAL HERRERO VIOR afirma que: «...la realidad de los centros de
menores en que han de operar las respuestas sancionadoras es enormemente
dinámica entre las distintas comunidades autónomas. Y dependiendo en qué
aspectos, puede ser enormemente positivo. Pero tiene sus desventajas, en la
mayoría de los casos por ausencia de las dotaciones necesarias...».
Así las cosas, entre comunidades autónomas existen diversos modelos de eje-
cución, diversos tipos de estructuras para el cumplimiento de medidas, que
podrían poner en entredicho el principio de igualdad, así HERRERO PIETRO.
MONTERO HERNANZ distingue el momento en el cual cada CA debería ser
competente, así:
a) Intervención preceptiva.
b) Intervención no preceptiva».
Quiero resaltar que las entidades que han de colaborar en la ejecución de me-
didas judiciales, según la LORRPM no han de tener ánimo de lucro. ¿Es cierto
este extremo en la realidad?. El Diario de Sevilla de 2 de julio de 2007 en una
entrevista a la titular del Juzgado de Menores de Huelva, Dña. Carmen Orland,
expresaba: «Se están haciendo multinacionales de tratamientos de menores
porque, aunque tienen que ser entidades sin ánimo de lucro, de hecho son
negocios. Todo esto es un tinglado. La Comunidad está contratando a entidades
privadas que,... no son entidades locales y tienen centros en otras provincias, «el
modelo» no responde a criterios de una red local que conoce el entorno de los
chicos».
Que una entidad sea privada o pública no tiene porque ser mejor o peor en la
ejecución de las medidas a menores, lo que remarca DOPICO GOMEZ-ALLER es
la posibilidad real de conflictos de intereses privados y públicos, y sobre todo
que el Ius Puniendi del Estado nunca puede estar en manos privadas, así: «En
cualquiera de los casos, lo que resulta insuperable es la objeción de fondo: el ius
puniendi no puede ser ejercido por una entidad privada. Lo máximo a lo que puede
aspirar un particular es a colaborar con un ente público que dirija y ejecute las
medidas judiciales»948. El mismo autor, hace una breve clasificación de las
principales problemáticas que puede conllevar el sistema de ejecución penal del
menor que disponemos en la actualidad, así distingue entre: «La Constructora-
gestora de centros de menores (que puede encubrir la concesión y la construcción
de la gestión a un complejo empresarial), la gran concesionaria de servicios
correccionales, la Fundación de un holding empresarial de servicios, asociaciones
de profesionales del sector, que son portadores de evidentes sectores económicos
en la gestión del centro, aunque sean de menor escala».
Quiero añadir también que uno de los problemas que veo puede provocar
desigualdades, es la situación jurídica que tienen los menores que cumplen
medidas en un centro de gestión pública y otro de gestión privada. No estaríamos
en la misma situación cuando un menor es privado de su libertad irregularmente
por un funcionario que por un vigilante o cuidador que no lo es, cabe pensar en el
art. 530 del C.P., pues las garantías jurídicas no son iguales. Por otra parte, un
menor que tiene un enfrentamiento violento con un vigilante, cuidador, educador
etc. que es funcionario y le agrede, puede estar en el ámbito del delito de
atentado a la autoridad ex art. 550 C.P. o resistencia a la autoridad ex art. 556
C.P., y no está tan claro cuando agrede a un vigilante o cuidador privado.
Creo además que el personal del centro en el que se ha de cumplir la medida, si
es personal con estatus de funcionario, tiene una estabilidad laboral que
no tiene el personal contratado. Pienso que los profesionales que han de reeducar
y reinsertar al menor, han de tener una cierta continuidad y seguridad en su
puesto de trabajo, ya sean funcionarios o no, pues los menores necesitan una
estabilidad y unos patrones educativos que permanezcan y no vayan cambiando
con frecuencia9'3. Los referentes educativos creo que han de ser objeto de
especial protección por parte del legislador, pues estamos ante menores que
precisan de un trato muy personal y duradero y ello sobremanera en los casos de
VFP.
Siguiendo a SUAREZ: «El educador debe explicitar valores, reflexionar sobre ellos
con el adolescente, sin imponerlos. La idea que tenga el adulto sobre la
adolescencia va a influir en su relación con él.. .». Y no podemos olvidar el control
judicial para el efectivo cumplimiento de las medidas. El art 44.1 LORPM, como he
comentado con anterioridad dispone claramente que son los jueces los que
habrán de proceder a controlar para que se ejecute correctamente la medida
conforme a la Ley.
«1. La ejecución de las medidas previstas en esta Ley se realizará bajo el control
del Juez de Menores que haya dictado la sentencia correspondiente a cuyo
efecto el art. 44955 les atribuye una serie de funciones...».
Las visitas a los centros es uno de los medios más eficaces de los que disponen
los jueces para poder controlar las ejecuciones de medidas in situ.
El número de visitas para cada 100 internos oscila entre los 14,34 del año 2008 y
el leve descenso en 2014, llegándose a 12,80 visitas por cada 100 internos.
Entiendo que los jueces de menores ya van bastante cargados de trabajo, y que
llegan hasta donde pueden, realizando jornadas de trabajo interminables.
Creo que en los casos de VFP, los controles de la ejecución de medidas deberían
ser más altos numéricamente, pues estamos ante una tipología de menores y de
actos delictivos muy peculiares, que precisan de una atención muy concreta y
especializada.
En 2013, cabe destacar de nuevo el JME n°. 7 de Madrid con 36 visitas para 796
internos. Asimismo destaca también por su desproporción el JME n°. 1 de
Zaragoza, con 23 visitas para 314 internos.
Una proporción muy diferente es la del JME n°. 1 de Vitoria-Gasteiz, con 16 visitas
para 23 internos.
En 2014, vuelve a aparecer el JME n°. 7 de Madrid con 36 visitas para 755
internos. También resalta el JME n°. 1 de Las Palmas de Gran Canaria con 5 visi-
tas para 255 internos. Sorprende ver también el dato del JME n°. 1 de Sevilla con
27 visitas para 26 internos.
Con los datos comentados, vemos que también en España el panorama del
control judicial en la ejecución de las medidas es muy desigual, hay datos que indi-
can una posible sobrecarga de trabajo, y en contraposición encontramos a
juzgados con muy pocos internos a controlar y por lo tanto, también pocas visitas
a realizar.
La saturación de ciertos juzgados creo que debería terminar, pues en nada fa-
vorece el control efectivo del cumplimiento de las medidas, y por tanto puede
afectar a la correcta reinserción del menor.
Cada CA tiene sus recursos y ofrece una tipología de centros de menores, fruto de
la asunción de competencias en la ejecución de las medidas que prevé la
LORRPM.
Si bien puede haber otras clasificaciones, hago aquí una sucinta enumeración
sobre los centros de menores, a saber957:
Existen para los casos de urgencias que precisan que el menor ingrese en ellos
de forma inmediata por causas diversas. La situación de los menores de estos
centros es provisional hasta que no se estudia si se pasan a centros para cumplir
medidas o se les deriva a otros recursos.
Hay que decir que dentro de este grupo entran los centros de recepción de
inmigrantes, que debido a las avalanchas de extranjeros que entran de forma
ilegal en España, se encuentran desbordados, y hay sectores políticos y sociales
que los quieren clausurar. No obstante, el cierre de estos centros, en su caso,
obligaría a tener alguna alternativa coherente para dar solución a una
problemática hoy día ya muy grave. En estos centros, los derechos humanos más
elementales han de garantizarse, pues se trata de una población muy sensible que
llega a nuestro país en condiciones muy precarias.
En los centros de reforma es donde se cumplen las medidas más duras, y por ello
es preciso buscar el equilibrio entre la sanción y la reeducación, por lo tanto, a mi
modo de ver los derechos de los menores internos han de ser aquí especialmente
protegidos y supervisados.
El art. 57 de la LORRPM concreta los deberes que han de observar los menores
ingresados en centros de reforma: «Los menores internados estarán obligados a:
MONTERO HERNANZ afirma que hay una semblanza entre estos deberes y los
previstos en la legislación penitenciaria para los internos en establecimientos
penitenciarios y que aparecen recogidos en el art. 4 de la LO 1/1979, de 26 de
septiembre, General Penitenciaria y en el art. 5 del RD 190/1996, de 9 de febrero,
por el que se aprueba el Reglamento Penitenciario, así, «...Esa similitud entre los
deberes previstos en la LORRPM y en la legislación penitenciaria es lo que motiva
que en el análisis de cada uno de los deberes impuestos a los menores internados
se hagan algunas referencias al tratamiento que el TC ha hecho en el ámbito de
los adultos...».
Como he comentado anteriormente, el problema que tenemos hoy día con estos
centros es la falta de plazas, pues las dotaciones presupuestarias han ido dismi-
nuyendo a causa de la coyuntura económica del país.
Son aquellos centros que están situados en los núcleos poblacionales o cerca de
ellos, en zonas con habitantes. Sería deseable que todos los centros de menores
estuviesen en zonas habitadas integradas en zonas pobladas para su mejor
reinserción y por tanto menor sensación de confinamiento; hay que decir no
obstante que cuando se propone instalar un centro de menores en una población,
normalmente prima facie existe un rechazo popular por las posibles externalidades
negativas que puedan existir.
Son centros que están fuera de los núcleos poblacionales y que se destinan al
cumplimiento de medidas de internamiento en régimen cerrado o específico. Si lo
que se busca es la reinserción del menor, entiendo que alejando el centro de la
población, la finalidad es más difícil de conseguir. En la actualidad la tendencia es
la de construir centros de menores fuera de las poblaciones, y además ante la
situación de ajustes presupuestarios, se tienden a cerrar centros y unificarlos 975,
creando grandes establecimientos con muchos más internos dificultándose así su
tratamiento individualizado y su eficacia en la reinserción976. He de decir además
que existen provincias como la de Tarragona que no cuenta con un centro de
reforma, y los menores de esta zona son ingresados a cientos de km. de su lugar
de residencia.
Hay CCAA que han optado por la creación de grandes centros de menores fuera
de las poblaciones y en los que se pueden cumplir todas las medidas, mientras
que otras, han seguido la línea de la creación de centros más pequeños en los
núcleos poblacionales, permitiéndose así la utilización de recursos ordinarios para
que se cumplan la totalidad o parte de las medidas.
Existen otras clasificaciones posibles como las que ofrece CÁMARA ARROYO de
forma exhaustiva en su estudio Internamiento de Menores y sistema
penitenciario™.
Este inventario parte del estudio empírico de una serie de variables982 que
demuestran que el menor no es alguien aislado, sino que está en un contexto di-
námico y que interacciona con él. La familia, el sistema escolar, su entorno social,
la comunidad a la que pertenece, van haciendo que el menor conforme su forma
de comportarse influido también por sus circunstancias personales, por ejemplo el
padecer una psicopatía, como he comentado ya anteriormente y con más detalle.
Los factores de riesgo se dividirían en dos grandes grupos, los estáticos y los
dinámicos. Sobre los factores estáticos no se puede trabajar, pues un historial de-
lictivo cuando ya se ha llevado a cabo poca solución tiene, aunque creo que como
fundamento y base de una futura intervención son claves.
Dimensiones Factores
Vinculación afectiva Afecto físico
Apoyo-Contención
Comunicación-Interacción
Control conductual Rígido-Estricto
Democrático
Indulgente
Control psicológico Intrusividad-Manipulación
Sobreprotección-Control
Coparentalidad Acuerdo
Conflicto
Para este estudio se contó con padres y madres con hijos de edades de 14 a 19
años, usuarios del programa recurra-GINSO. Esta escala se administró a 140
padres y madres acompañada de un cuestionario para la recogida de datos. Se
procedió a la realización de un estudio cualitativo que buscaba las conductas que
iban especificando los padres, y fueron 120. Finalmente se terminó con 55 ítems.
Pasando ya a hablar de los programas en sí, entiendo que para que un programa
pueda ser efectivo es necesario que se dote al menor de los instrumentos
psicológicos necesarios para de alguna forma cambiar su forma de pensar. Si
estamos ante un menor agresor por VFP, habrá que hacerle ver que lo que hace
no está bien, que ello tiene una serie de consecuencias nefastas a nivel personal,
familiar y social y que además puede tener una repercusión penal. Una vez que el
menor reconozca que lo que ha hecho no está bien, se le debería de proporcionar
una serie de estrategias para solucionar conflictos sin acudir a la violencia
potenciando el autocontrol. Más que «amenazar» con una consecuencia legal
penal, diría que es más efectivo motivar con hacer comprender que sencillamente
se vive mejor si se vive en un entorno familiar y social de forma normalizada, así el
menor verá su propio beneficio en primer lugar994. Así GRANA GÓMEZ,
GARRIDO GENOVÉS y GONZÁLEZ CIEZA: «...En primer lugar, se propone el
desarrollo de un protocolo central de intervención psicológica dirigido a modificar
actitudes y creencias que justifican la violencia y las emociones negativas
asociadas a la misma (por ejemplo, ira y hostilidad), así como los hábitos
agresivos que conducen a la comisión de un acto delictivo. Es importante
considerar en el desarrollo de este programa de intervención las características de
personalidad más importantes en este tipo de población (ej. impulsividad,
búsqueda de emociones y empatia) y que potencian o predisponen al desarrollo
del comportamiento desviado socialmente de los delincuentes».
En otro orden, para que un programa de intervención tenga éxito y la Ley pueda
aplicarse consiguiendo reinsertar al menor, entiendo que ha de cumplir una serie
de requisitos mínimos que seguidamente relaciono y que el lector podrá valorar si
aparecen o no mencionados en los que hemos encontrado en España.
Los principios básicos para que un programa de intervención tenga éxito podrían
ser:
• Claro está que el programa habrá de ser lo más personalizado posible para
que pueda tener en cuenta la realidad personal de cada menor. No es lo mismo
trabajar con menores con recursos intelectuales óptimos que con menores
policonsumidores con una percepción de la realidad alterada.
• Los programas que sólo trabajan con las madres no son eficaces.
Metodología de intervención
• Taller para padres: Aquí se busca que se utilice el cuerpo y el espacio para
conseguir una participación dinámica con la intervención de dos psicólogos.
Cada sesión se trabaja el mismo día y hora con ambos grupos, para que la familia
pueda compartir el recurso como una experiencia vital conjunta.
• Otras características: Este programa se lleva a cabo de forma itinerante a
lugares geográficos dispersos geográficamente y/o con escasa población que
solicite el recurso. Es también aquí un punto que quiero resaltar, el hecho de ir al
encuentro de las familias que precisan ayuda y que no pueden acudir con
regularidad a las capitales para ser atendidos.
Por el momento las áreas que están atendidas están dentro de la provincia de
Huelva. Es fundamental, la coordinación que se lleva a cabo desde el Servicio de
Prevención y Apoyo a las Familias (Delegación de Igualdad y Bienestar Social de
la Junta de Andalucía en Huelva) con otras corporaciones tales como la
Diputación de Huelva, la Fiscalía de Menores y el Servicio de Protección de
Menores. Así pues se trabaja en consonancia con otros recursos ya existentes
(desde el propio diseño previo de las actuaciones hasta la ejecución de las mis-
mas), tales como los Equipos de Tratamiento Familiar de los Servicios Sociales
Comunitarios de cada zona.
Estos autores propusieron en 1989 un modelo que explicaba la VFP con una
relación mínima con el origen y causa de los otros tipos diversos de violencia
dentro de las familias, configurándose pues como un tipo de violencia muy
suigeneris. AGNEW y HUGULEY dan una explicación desde este modelo que
combina la mayor parte de teorías explicativas más utilizadas, con las teorías de
la delincuencia juvenil.
Esta teoría habla también de que una posible conducta violenta continuada
quedará reducida en la medida en la que se establezcan cuatro lazos sociales. El
apego es el primero de los lazos, que indica si el menor tiene afecto hacia padres
o maestros. El segundo lazo es el compromiso, que consiste en tener una serie de
relaciones duraderas con actividades como la educación, la buena fama, etc. El
tercer lazo se refiere a mantener actividades convencionales u otras como leer o
participar en tareas. El último de los lazos es el que hace referencia al mayor o
menor compromiso con los valores sociales.
Estos autores proponen como causas decisivas de la VFP las siguientes: Tener
amigos que agreden a sus padres, mostrar aprobación de la delincuencia, percibir
una baja probabilidad de recibir una sanción oficial, presentar lazos de unión
pobres con los padres, y ser de raza blanca. Como factores adicionales
contemplan el aislamiento, el consumo de drogas, el estrés, etc.
Los mismos autores son críticos con este modelo, pues no aprecian con claridad
la relación entre aparición e inhibición del comportamiento violento, requieren el
estudio de variables objetivas y ven necesario incluir variables psicológicas y bio-
lógicas. También consideran que la teoría debería ser probada con datos longitu-
dinales.
He comentado anteriormente que por el hecho de ver y/o vivir conductas violentas,
ello no tiene que tener un correlato necesario con la actuación de las mismas. Ha
de haber una cognición del sujeto que llevará a reproducir conductas violentas no
solamente de forma inmediata, sino de forma diferida. Para ello es necesario que
se den cuatro procesos, a saber:
• Procesos atencionales: Hay procesos en los que el ser humano atiende y re
produce una serie de conductas y otras no, y ello puede ser explicado porque hay
una previa selección de comportamientos observados, ya sea por una mayor
atracción de lo sucedido, porque la persona que se observa es más atractiva, o
porque resultan más beneficiosos ciertos comportamientos (aunque lo sean
solamente en apariencia). Pensemos en los casos de menores que son violentos
porque grupalmente ven que en pandillas, la violencia les «hace más fuertes» y
consiguen lo que desean.
Este modelo explica que las pautas de enseñanza de los padres en los primeros
años de vida del niño, si no son consistentes, son erráticas, o son demasiado
severas, van a provocar problemas conductuales. Si a ello se le suma que el niño
puede ver con frecuencia que los problemas en su casa se solucionan mediante
agresiones, tenemos una situación muy proclive a crear problemas que se verán
reflejados en la conducta del menor.
Será un factor problemático el que los padres ante las peticiones de los menores
actúen sin criterios razonables y lo concedan todo sin más, pero también es un
factor causal, el que los padres actúen con violencia para detener el afán de
demandas filiales, pues según este modelo, el niño va a responder entrenándose
para primeramente soportar los embates violentos de los padres, que tiempo
después van a ser reproducidos por los mismos hijos, es entonces cuando es muy
probable que se entre en una escalada de violencia.
Es preciso decir que esta relación bidireccional entre padres e hijos que
interaccionan violentamente, se ve alimentada si existe un contexto social
conflictivo, si hay escasez económica, si hay el factor de exclusión por raza, etc.,
pero todo ello, porque hay una base educacional parental muy deficitaria ya en
edades muy tempranas.
PATTERSON estudió también el porqué del mantenimiento de las conductas
antisociales a lo largo del tiempo, y vieron que ello no tiene una secuencia lineal,
sino circular, es decir, hay una retroalimentación entre variables, un auténtico
«círculo vicioso». Además, si existen cambios sustanciales en la vida familiar y
ello no es vivido de forma racional por los padres, ello va a afectar a las conductas
de los hijos y a veces en proporción desmesurada, pues no tienen una base
educacional y afectiva sólida.
El menor habrá tenido vivencias pasadas en las que pudo comprobar como, por
ejemplo, comportamientos parentales eran agresivos, y que así se solucionaban
los problemas o se conseguían los objetivos. Así el menor va a aprender a actuar
de forma violenta para resolver sus problemáticas sociales. Por lo tanto, aquí
serán decisivos los contextos sociales en los que el menor se desarrolle, porque
de ahí va a extraer conocimientos y pautas violentas o no, que le marcarán como
algo natural, y que le llevará a reproducir comportamientos. La pobreza, la
pertenencia a grupos sociales en riesgo, el rechazo por parte de los progenitores o
de los iguales y las pautas de crianza inadecuadas se han relacionado con una
mayor atribución de hostilidad en la interacción social del menor.
Este modelo parte de la base de que existen una serie de factores que van desde
los individuales hasta los macrosociales, con distintos efectos sobre la VFP.
Según estos autores no es necesario que se den todos los factores para que se
desarrollen comportamientos de VFP, sino que puede darse el caso de que un
solo factor sea preponderante sobre los demás e incida con más contundencia.
Este autor habla de la posibilidad que existe cuando hay padres que intentando
resolver la situación conflictiva, lo único que hacen es agravarla y/o mantenerla,
ello entorno a cinco patrones relaciónales.
En primer lugar se identifica un efecto paradójico que consiste en que cuando hay
un hijo en la familia que es violento, la familia se organiza alrededor de él y
modifica sus pautas de conducta porque consideran que el menor violento está
pidiendo ayuda, y por lo tanto se acude en su favor. Puede pasar entonces que
se llegue a una situación de sobreprotección que empeora la situación, pero
también puede suceder que las relaciones se enfríen, no se preste atención al
menor violento, y su conducta se agrave, llegándose a puntos en los que la
violencia puede haberse instalado en la familia, o incluso «enquistado».
Seguidamente MICUCCI habla de la posibilidad que existe en que los padres vean
a su hijo como el problema de todo, y adopten actitudes de ira, rechazo y
hostilidad.
Las autoras del programa afirman que para poder comprender la problemática de
la VFP, es necesario realizar antes una evaluación muy detallada basada en la
praxis.
La forma quizás más conocida es la del aprendizaje social por modelado o por
imitación. Se produce cuando imitamos la conducta de otra persona que vemos,
pensemos así en niños violentos porque han visto cómo sus padres también han
utilizado habitualmente la forma violenta para interrelacionarse.
Otra forma que destacan las autoras es la del refuerzo positivo y del negativo.
Estamos ante un refuerzo positivo cuando recibimos algo que nos satisface
cuando actuamos de alguna forma en concreto, y ello normalmente se prolonga en
el tiempo. Por ejemplo, si voy a entrenar a natación, después siento un gran relax,
que hará que vaya repitiendo el mismo procedimiento.
En la VFP los hijos aprenden que cuando se comportan de manera agresiva
reciben algo positivo (normalmente dinero o cosas materiales^). Por otro lado,
elre-fuerzo negativo, consiste en que cuando se emite la conducta, la persona se
libera o alivia de algo desagradable o que quiere evitar. Por ejemplo, no voy a
estudiar porque me aburre y es pesado para mí, así que prefiero jugar con una
consola.
Los refuerzos pueden ser emitidos por personas como los padres, familiares,
profesorado, etc. Si el refuerzo viene de alguien ajeno a mí, estamos ante el
refuerzo externo. Sin embargo, si las consecuencias vienen porque he realizado
una acción positiva diversas veces y he obtenido recompensa, la consecuencia es
interna. Pensemos en la satisfacción que tenemos cuando hacemos un duro
entrenamiento de-potivo y después nos sentimos mucho mejor.
y victimarios.
• Factores sociales: que están en íntima relación con los patrones de estilo
educativos. Aquí se relata la incidencia mayor de la VFP por la dificultad en el
mantenimiento del orden y disciplina a causa de: El incremento de parejas que
sólo tienen un hijo, que será el «rey de la casa», el incremento de la
monoparentalidad, padres que tienen hijos en edades avanzadas y a los que les
cuesta mantener las normas familiares por la mengua de su energía, muchas
horas de trabajo de los padres y poco tiempo de dedicación a los hijos, pues se
llega cansado a casa y se intenta que no haya conflictos con el hijo, que puede
abusar de esta situación con conductas disruptivas, la falta de colaboración de los
padres hacia el profesorado, una sociedad que facilita el acceso a medios
audiovisuales violentos a los hijos, y una sociedad basada en el nihilismo y el
hedonismo.
Hay dinámicas familiares de riesgo que se repiten, como puede ser un conflicto
en la relación conyugal en el pasado o actual, que puede generar una debilitación
en los esquemas educativos de la familia, e incluso puede afectar a la misma
jerarquía familiar, que a su vez afectaría a la imposición de normas y límites.
Según este modelo sistémico, cuando hay un conflicto conyugal, puede suceder
que el hijo se posicione por uno de los progenitores e incluso llegue a aliarse con
él, máxime cuando hay una posible fase de monoparentalidad. El hijo intentaría
después «despegarse» de esa relación tan próxima y llega a utilizar la violencia
para poder conseguir lo que desea en cada momento.
Esta visión sistémica señala tres pilares fundamentales que pueden afectar a la
aparición de la VFP, y que son: La jerarquía y señalamiento de normas, la
protección de la imagen familiar, entra aquí la vergüenza de reconocer que tu
propio hijo te está maltratando, y la separación y fusión. Puede llegarse a casos
de pseudoincesto y de relaciones que son tan estrechas como insanas, así como
la figura del padre que es más amigo que padre y pierde la autoridad.
En esta etapa, es fundamental que se puedan asignar todos los recursos posibles
para ayudar al menor en un momento tan crítico y cambiante.
La VFP puede darse en todo tipo de familias, pero son decisivas las caracte-
rísticas socio-familiares como: tipología de familia, edad de los miembros de la
familia, capacidad económica y existencia de familias monoparentales.
Como moderador existen también los estilos educativos de los que he hablado
anteriormente con detenimiento.
La existencia o no de una red social de apoyo es otro de los moderadores que
señalan PLAZAZOLA, RUIZ y MONTERO'041. Pensemos que buscar apoyo entre
los amigos puede ser un factor que acreciente la ira del menor violento, pero por
otra parte puede ser un factor positivo en cuanto los padres podrán obtener
mayores herramientas de formación, protección, anticipación de riesgos,
intercambio de experiencias, etc.
El género de los integrantes del sistema familiar hay que tenerlo en cuenta. Se
apunta que las madres son más proclives a sufrir VFP, pues suelen ser las que
más se involucran en la educación de los hijos, y por lo tanto hay más facilidad de
tener enfrentamientos, si bien con la incorporación progresiva de la mujer al
mundo laboral, esto está cambiando.
En cuanto a si son los niños o las niñas las que protagonizan con más frecuencia
VFP, la doctrina no es unánime, si bien existen estudios que indican que los niños
llevan a cabo una violencia de carácter físico y las niñas de modo psicológico con
más frecuencia.
Este modelo entiendo que permite además valorar si existen estresores con
antelación a episodios violentos, teniendo en cuenta las relaciones entre las
causas, cosa que permitirá trabajar con mayor eficacia la VFP desde la
prevención.
Así, este autor hace un paralelismo entre los emperadores romanos y los menores
que cuando desean algo de sus ascendientes lo quieren de inmediato, pues de lo
contrario tienen comportamientos violentos, que si se repiten acaban
atemorizando a los miembros del núcleo familiar y consiguiendo sus deseos.
Según esta teoría cada persona es afectada de modo significativo por las inte-
racciones de una serie de sistemas que se superponen:
Así, esta teoría forma parte de las teorías dialécticas contextúales que explican
el cambio de conducta del individuo a través de la influencia del entorno o medio
siendo, por lo tanto, un cambio multidireccional (según la cultura un individuo será
de una manera de ser diferente a otro), multicontextual y multicultural.
Los autores de este protocolo dejan claro que a veces hay que actuar en casos de
urgencia, pero que ello no debe entorpecer el trabajo terapéutico con un plan de
trabajo previsto y pautado previamente.
Los primeros datos que se tomarán del caso los recogerá un miembro del equipo
pero no un terapeuta, mediante llamada telefónica o de forma presencial. Aquí se
tomarán todos los datos posibles para que no quede ningún dato importante
olvidado. El centro transmitirá siempre una imagen de objetividad y
transparencia, sin prejuzgar a nadie. Si hubiere algún caso que estuviera dentro
de los criterios de inadmisión como podrían ser los consumos de tóxicos, se
tendría que avisar para que la familia buscase otro recurso.
Después de la toma de los datos se van a decidir los miembros de la familia que
van a intervenir en la primera sesión de trabajo, y también si va a ser necesario
que acuda también el profesional que ha derivado el caso, como pudiera ser
adexem-plum, un miembro de servicios sociales.
• La fase inicial: Se llevará a cabo con todos los miembros de la familia con una
periodicidad de una sesión cada dos semanas, y allí se hará una lectura de toda
la problemática que acontece.
Esta fase inicial, termina con una propuesta de intervención que se formalizará
con un contrato terapéutico. Si no es posible su intervención, no se estima
necesaria la misma, o bien, no hay un acuerdo con la familia, se da el alta o en su
caso se deriva a otro recurso.
El pacto está propuesto por los profesionales del centro y tiene como objetivo el
fomentar la discusión y valorar quien lleva a cabo incumplimientos, en el caso de
haberlos. Si la violencia no cesa, el problema ya no está solamente en manos de
la familia, sino del equipo terapéutico, la responsabilidad de la marcha de los
acontecimientos ahora está compartida.
Intervenciones específicas
Hay situaciones en las que los padres con la finalidad de mantener a toda costa
el matrimonio, permiten a su hijo cualesquiera conductas, o incluso llegan a
simular que no existen las mismas.
Aquí el protocolo indica que hay que dejar muy claro el papel y la relación entre la
familia y el equipo terapéutico. El equilibrio para que la intervención sea efectiva y
se colabore con la justicia, hará que el tratamiento se prolongue entre 4 y 5
sesiones.
Se pactan los contactos entre los profesionales del tratamiento y los responsables
de justicia. Se incide en: Que familia, hijos y equipo terapéutico han de actuar
conjuntamente para que la intervención surta efecto, en el cumplimiento del
contrato terapéutico, se diferenciará entre el contexto terapéutico y otros contextos
coercitivos, se intentará transmitir la neutralidad y la diferenciación entre el
equipo terapéutico y el agente coercitivo.
Intervención en familias reconstituidas: A veces la VFP es una consecuencia
de familias que se reconstituyen y parten incluso de una monoparentalidad.
Otras posibles Intervenciones: Puede haber casos en los que se acuda a Eus-
karri para que diferentes familias entren a compartir experiencias favoreciendo el
apoyo mutuo; se puede trabajar para que el menor se integre gru-palmente, se
autocontrole y negocie con sus padres, en lugar de acudir a la violencia como
solución para conseguir sus objetivos; si el menor violento no acude a la terapia se
podrá trabajar con los padres para que tengan herramientas suficientes.
Es muy posible que los padres acudan a este recurso desanimados, hartos de
pasar por profesores, psicólogos, psiquiatras, terapeutas de diversa índole,
sistema judicial de menores, etc., incluso de gastarse mucho dinero, pero se
intentará motivar a los mismos para que vean una solución posible y que no van
a perder más su tiempo y recursos. En este taller se busca que los padres tengan
una idea proactiva del recurso, es decir, que no vayan a esperar que se les
«solucione la papeleta», habrán de colaborar e implicarse, pero esta vez con una
formación sólida.
por haber hecho las cosas mal y se quita importancia a los diagnósticos previos
que se aporten. El programa, entiendo que no pretende invalidar la tarea previa de
otros profesionales como pueden ser psicólogos, psiquiatras, pedagogos, etc. sino
que se intenta que no piensen que una vez más se «etiquetará» a su hijo
recibiendo unos cuantos consejos y se acabó. Se busca que este instrumento
genere en los padres una esperanza positiva que vaya mitigando agotamientos,
frustraciones y sentimientos de impotencia, el típico y abrumador «ya no sé qué
hacer más con mi hijo/a...». Se busca dotar a los padres de una serie de
conocimientos que ayuden a recuperar la confianza en sí mismos y en que van a
recuperar el control de su familia.
Las estrategias que pretenden infundir este programa son: Proactividad sí,
reactividad, no, relaciones sí, aislamiento no, información sí, desconocimiento
no.
Este taller busca transmitir también que los padres han de actuar en base a las
conductas de sus hijos y no como reacción a las provocaciones de los mismos. El
típico intento de manipulación que usan los menores cuando agreden
psicológicamente con frases hirientes: «.. .tú nunca me has querido..., eres el/la
culpable de que tenga unos padres separados..., etc.». Aunque entiendo que es
difícil para los padres, este taller transmite que no pueden ser cautivos de las
emociones.
Se indica a los padres unas tareas que han de realizar en casa, «deberes», y
seprocura que las sesiones sean dinámicas e interactivas, no se aconsejándose
la clase magistral.El responsable del taller ha de mostrar estos rasgos: Empático
y dispuesto siempre a escuchar, dinamizador, resolutivo, honesto, asertivo,
positivo pero realista. El educador ha de buscar en la educación de los padres
en: contención, aceptación y enseñar valores prosociales.
Las metas básicas que unos padres con hijos no conflictivos intentan conseguir
son: Imponer límites, imponer castigos, uso de la inducción y el razonamiento para
que los hijos aprendan autocontrol, y que siempre imbuidos por su amor hacia
ellos, les provean de la seguridad material y emocional necesarias.
Ideas principales para trabajar en esta sesión: Los diagnósticos no pueden
producir en los padres el sentimiento de que no hay nada más que hacer. Si hay
medicación y es necesaria, se utiliza, pero no hay que «abandonarse a la
medicación» como el remedio único y que funcionará solo.
Los padres han de aprender a no sentirse culpables, han de tener actitudes po-
sitivas y huir del derrotismo, y han de entender que su caso no es el único. Si el
caso está en manos de la justicia, los padres no pueden «dimitir» de ser padres
por ello.
Las metas de esta primera sesión son conseguir que los padres entiendan
que: Muchos padres tienen problemas como los suyos, los padres se han de
implicar en la intervención, aclarar ideas erróneas, y que hay esperanza en el
cambio positivo.
Sobre los dos tipos de reacción se explica que los padres pueden reaccionar de
forma reactiva y violenta, pero ello es dejarse manipular más, y cada vez la
escalada de actos violentos se acrecentará. La otra reacción es no hacer nada y
dejar que el menor violento se canse por aburrimiento. Entiendo que el no actuar
no será posible en el momento en el que hay una agresión clara y contundente a
un hermano menor o a una mascota, por ejemplo.
GARRIDO hace también aquí una explicación muy detallada sobre como el
profesional que lleva a cabo la intervención ha de interaccionar con los padres
para conseguir las metas propuestas.
Aquí lo que se persigue es que no haya una espiral ascendente de violencia, y que
se reafirme la presencia de los padres. Pero muchos padres podrán pensar que
otra vez será la misma «historia», el sermón que no sirve para nada y que acaba
además con frecuencia en otra situación violenta. Aquí es donde hay que cambiar
de actuación, será mejor dar una consigna breve, clara y firme, que un largo
discurso.
Las metas de esta tercera sesión son: Presentar la idea de la RNV y la recu-
peración de la figura de ser padres, identificar la respuesta afirmativa como
expresión esencial de la RNV y el principio de la respuesta demorada, aprender
formas de responder a una mala conducta y destacar la importancia de la elección
en el hijo violento.
El educador que imparte el taller, habrá de hacer entender que los padres
actuando con decisión, entereza y de forma no violenta, recuperarán su posición
de padres, la autoridad que perdieron, y que si la recuperan todo funcionará mejor.
El educador o terapeuta repartirá entre los padres unas fichas con frases en las
que se podrán apoyar en momentos de posible conflicto: «Mientras nos hables así,
la respuesta es no»; «Si quieres conseguir [tal cosa], así no lo vas a lograr»;
«Reaccionando de este modo ya ves que los resultados no son los mejores. ¿Por
qué no intentas algo diferente?», etc.
Hay otro punto en el que estoy muy de acuerdo y que anteriormente he explicado,
se trata de conseguir que los padres no se aislen con el problema de la VFP.
Las metas de esta cuarta sesión son: Comprender la relación existente entre
información y poder, ser capaz de identificar las lagunas de información que tienen
respecto a sus hijos, aprender a crear una red de información, poder identificar y
elegir respuestas razonables ante una nueva información, informar del problema y
crear una red de apoyo. Para conseguir la primera meta se intenta por parte del
educador que los padres interioricen la idea de que tener información lo más
completa posible sobre los hijos es muy positivo, pues los padres podrán
actuar con anticipación ante cualesquiera factores que predispongan a tener
conductas violentas.
Para la segunda meta, los educadores a través de una serie de cuestiones que
buscan respuesta, intentan que se entienda que hay que identificar puntos sobre
los que no se sabe nada o poco de los hijos. Muchas veces se ignora si el hijo sale
con una chica, el nombre de su tutor, quienes son los padres de sus amistades,
etc. y se vuelve a incidir en la idea de que los padres no se han de sentir culpables
por entrar en la intimidad de los hijos, sino todo lo contrario, así se está creando
una «base de datos» muy importante para anticiparse a los acontecimientos de
forma proactiva.
Para crear una buena red de información, GARRIDO GENOVES propone:
Conocer personalmente a los amigos y compañeros de trabajo, disponer de los
números de teléfono de padres, amigos y compañeros, tener relación con los
profesores y/o tutores de los hijos, mantener relación con los vecinos, inspeccionar
la habitación del hijo y sus efectos personales (incluyendo el ordenador). En este
punto es donde los padres, entiendo pueden sentirse más culpables, pues parece
que registrar una mochila sea algo «criminal». Hay que trabajar el aspecto de que
los padres no sientan este sentimiento de culpabilidad, pues si encuentran en la
mochila papel de fumar entre otros artículos como puede ser un grinder1064,
podrán también anticiparse y actuar en consecuencia. Se recomienda ir a los
lugares de ocio que frecuentan los hijos para ver y vivir in situ la situación real de
ciertos lugares. A veces los padres se crean una serie de expectativas negativas o
positivas, exageradas o aminoradas, por lo tanto, entiendo que lo mejor es acudir
a los lugares y valorar el contexto de la forma más objetiva posible.
GARRIDO GENOVES hace una distinción muy clara en la siguiente meta, que es
poder identificar y elegir respuestas razonables ante una nueva información. El
autor distingue situaciones en las que la respuesta ha de ser inmediata y situacio-
nes en las que no.
Meta quinta: Informar del problema y crear una red de apoyo: Aquí se intenta
que los padres comprendan lo necesario que es contar el problema que tienen
para rodearse de personas que podrán aportar una información importante para la
reeducación de su hijo, aunque ello cuente con el obstáculo de la vergüenza.
La Respuesta Reactiva (RR). Aquí se explica que los padres si actúan de forma
reactiva, lo están haciendo manipulados por sus hijos y a su antojo, perdién-
dose el control de la situación. Se distingue entre la respuesta reactiva consistente
en no hacer nada y la respuesta reactiva en sobrepasarse.
Sacar al niño del hogar familiar: Si hay una medida judicial de internamiento,
está claro que el menor ya está fuera de casa, pero en la mayoría de las veces,
los hijos siguen estando en casa.
El Modelo Cantabria recomienda que el hijo pase unas horas a la semana en casa
de algún familiar para que vea que allí no tiene a sus progenitores para actuar de
forma violenta. De esta forma el menor podrá ver que hay contextos familiares en
los que lo normal no es resolver los asuntos violentamente.
La separación del hijo durante horas o incluso días, permitirá a los padres
recuperar fuerzas.
Otra de las opciones que comenta el Modelo Cantabria es el ingreso del menor
en un internado. En este caso, se recomienda que se trate de un internado con
los recursos materiales y pedagógicos idóneos, entiendo que para abordar la VFP,
se necesita una formación específica.
La opción del internado puede ser buena si los padres no se desvinculan del hijo y
emplean el tiempo aprendiendo a interactuar con el menor de forma que pau-
latinamente mejore la relación.
El educador puede adoptar muchas estrategias, entre las que están: El desplaza-
miento al hogar para prestar apoyo, acudir a recursos de la Administración,
reforzar el tratamiento para que el menor violento no «aproveche» la situación de
vulnerabilidad, pedir un cambio de medida y utilizar con más intensidad a la red de
apoyo.
Evaluación del taller. Aquí se realizó una valoración del tratamiento por parte de
los padres y de los especialistas que aplicaron el programa, evidenciándose en
general una notable mejoría. Así pues, una evaluación con un seguimiento
entiendo que es fundamental, pues pueden detectarse lagunas, mejoras,
empeoramientos, reincidencia, etc., pudiéndose actuar, pero ya sin partir desde
cero.
Se realizó después de todas las sesiones una valoración de cada una de ellas y
de la totalidad de las mismas de forma global.
El Modelo Cantabria de Garrido Genovés, nos ofrece también una serie de pautas
para trabajar con los hijos, que son los autores de la VFP. La intervención sobre
los hijos que propone este autor gira en torno a tres ejes primordiales, a saber:-
Que el hijo comprenda y reconozca su situación de forma realista, que el hijo
consiga tener las estrategias y herramientas para la solución de conflictos sin
entrar en situaciones violentas, que el hijo sepa mantener vínculos positivos con
los adultos, y en especial, con los padres y familiares.
GARRIDO señala que es muy importante hacer ver al menor una meta positiva
en todo el proceso, que hará que el joven se dirija a la misma realizando un
esfuerzo.
El adolescente explicará los siguientes puntos: Donde ocurrieron los hechos, qué
fue lo que él dijo e hizo, dónde estaban y quiénes eran las otras personas impli-
cadas, y qué dijeron e hicieron las otras personas implicadas.
Hay que proporcionar los recursos al menor para solucionar futuras conductas
violentas, siendo ello diferente si el menor es reactivo o proactivo, puesto que el
reactivo actúa más motivado por las emociones instantáneas, y el proactivo lo
hace más fríamente.
Aquí se busca saber por qué el menor realizó tal acción, y se le hacen una serie
de preguntas al respecto. Será normal que el menor en un principio no quiera
«abrirse» para contar algo tan íntimo. Entiendo que aquí será fundamental el tacto
que tenga el terapeuta para obtener la información que se precisa. Será preciso
indagar sobre las emociones que se vivieron cuando el menor decidió hacer el
paso de actuar de forma violenta. Será entonces el momento en el que empieza
realmente la educación emocional, transmitiendo al menor que las emociones
están más relacionadas con los pensamientos que con los hechos externos. Se
preguntará al menor como se produjeron las secuencias que llevaron al acto o
actos violentos, y se desgranan en partes para enseñarle cuando puede ofrecer
una respuesta no violenta y romper con la cadena negativa de escalada violenta,
identificando cada paso.
Después de todo ello, el menor básicamente ha de ser capaz de: Reconocer que
sus respuestas son poco eficaces y que suelen traer nefastas consecuencias, inte-
riorizar que se puede cambiar el panorama secuencial, que es controlable, com-
prender lo importante de los pensamientos en las emociones y que conducirán a
conductas y llegar a tener una buena relación con el profesional que va a ayudar
en el proceso de cambio.
Para el autocontrol será fundamental que el menor entienda que hay varias
respuestas posibles ante situaciones delicadas que pueden acabar en conflictos
violentos, y que esas respuestas se pueden escoger valorando bien la que
conviene.
Etapa de confrontación con los padres. Aquí el joven ya está ante el inminente
acto violento, y según GARRIDO es el momento de aplicar técnicas para el
control de la ira. Según este autor las secuencias del autocontrol serían: Etapa
primera: Prepararse para la provocación; etapa segunda: Impacto y confrontación;
etapa tercera: Enfrentarse a la ira; etapa Cuarta: Reflexionar sobre la conducta
negativa realizada y el control personal.
En este programa se propone trabajar con los hijos, con los padres, y después con
ambos de forma conjunta. Se propone también una escuela de padres que servirá
para que los progenitores comprendan el problema y aprendan estrategias para la
solución del mismo, que a la vez podrán compartir con otros padres que se
encuentran en situaciones parecidas.
A los adolescentes, también se les trata de forma grupal, siendo el objetivo del
programa que los comportamientos violentos vayan disminuyendo hasta su
desaparición. La práctica del día a día del aprendizaje de comportamientos no
violentos tiene aquí una gran importancia.
Aquí se trabaja con los padres y con los hijos de forma individual. Son dos los
bloques de intervención que aquí se ejecutan, la intervención con padres
individualmente e hijos también de forma individual.
• Fase de Hipótesis: Aquí se intenta explicar a los padres donde está el proble
ma de forma individual, y con el grupo de padres también se trata el tema de
forma más general. Entiendo que aquí las experiencias de los distintos padres
pueden ayudar a que las familias vean que ya no son «los únicos» con esta
problemática, y que como mínimo hay un porqué, una explicación racional y
razonada por expertos.
Son aquí dos bloques de la intervención los que se llevan a cabo, con los padres
de forma individual, y con los padres en grupo (escuela de padres).
Creo que el seguimiento es una de las partes más importantes del programa, pues
aquí se verá si todos los esfuerzos se han materializado en el cese de la violencia
o al menos van disminuyendo los episodios de la misma, hasta su erradicación.
2. Se busca aquí que los padres entiendan el problema que ha llevado a sus
hijos a actuar de forma violenta.
Entiendo que aquí es muy interesante el planteamiento que se hace a los padres
sobre conocer y reconocer la problemática de conductas aprendidas negativas y
que son modificables. Se intentará que los padres abandonen ideas como la de
«mi hijo es un enfermo mental», «esto ya es crónico, no hay nada que hacer»,
«esto es genético, ya hay otros familiares así...», etc. Veo que este punto que se
plantea en este programa es muy importante, pues hay padres, que como
consecuencia de una situación límite y desesperada, terminan por «delegar» la
intervención en los terapeutas, porque ellos entienden que en definitiva, «esto no
tiene remedio». Cosa muy diferente es que se diagnostique alguna patología
mental, que entiendo deberá ser tratada de forma específica.
El refuerzo positivo, entiendo que es muy efectivo, sobre todo a largo plazo, lo
que sucede es que también hay que educar en saberse comunicar, escuchar, y
mostrar los sentimientos de forma pacífica y auténtica.
6. Trabajar las tareas y los contenidos del grupo. Llegados a este punto, se
revisan los extremos más relevantes de cada caso en el grupo de la escuela de
padres y de forma general. Con los padres de forma ya individualizada, se
procederá a ver si han comprendido bien las instrucciones que se han dado
grupalmente, revisándose asimismo cada tarea.
Creo muy interesante también que las autoras del programa propongan que
participen miembros de la familia relevantes en la vida del menor, como
pueden ser tíos, abuelos, etc., pues no podemos olvidar que la VFP es un
fenómeno complejo y que afecta a toda la familia. Participando más miembros de
la familia que sean importantes, se conseguirá además más información, y se irá
construyendo alrededor del menor una red de apoyo con estrategias positivas y
que deberán estar en coherencia.
Sobre las tareas que se encomiendan a los padres, se recomienda que se traigan
hechas en cada sesión para poder proseguir el tratamiento, de lo contrario, si uno
o los dos progenitores no cumplen, el período programático puede alargarse. La
información que aporten los padres va a ser fundamental para los terapeutas, que
habrán de valorar si se ha de seguir trabajando un aspecto, o bien se puede pasar
al siguiente. El número de sesiones será variable e irá en función de si los padres
tienen pensamientos muy rígidos de carácter irracional, si tienen demasiados
prejuicios, si colaboran, si tienen recursos intelectuales o no, etc. Los
resentimientos y resquemores por el pasado sufrido, entiendo que serán un lastre
que se tendrá que ir liberando paulatinamente.
Por otra parte se destaca la gran importancia que tiene el saber ponerse en el
lugar del prójimo, es decir, la empatia, pues muchas de las agresiones que se
cometen, se llevan a cabo porque el menor nunca se ha «puesto en la piel» de sus
padres.
Además es importante remarcar que los menores agresores habrán dejado de ver
a sus padres como un referente de autoridad, factor que va a costar recomponer.
Será preciso a través de este programa hacer interiorizar a los menores que vivir
con normas es mejor que vivir si ellas, pues ello les va a proporcionar mejores
relaciones familiares, sociales, académicas, etc. Entiendo que es necesario hacer
que los menores vean que las normas juegan a su favor, y que a medio y largo
plazo les van a reportar más beneficios.
Enseñar a los menores que la negociación con los padres es un buen instrumento,
y que siempre es mejor que la agresión es muy importante, a la vez que tendrán
que comprender que los padres tienen la autoridad y que la decisión final tendrá
que ser tomada por ellos, que por algo son los padres, sin que ello se viva como
una especie de «dictadura».
Aquí se van a mandar tareas que los menores habrán de cumplir, y el terapeuta
entiendo que habrá de motivar mucho al menor para que vea que hay
posibilidades de cambio, y que su vida puede mejorar. El cumplimiento puntual de
las tareas entre sesiones es fundamental para que la intervención vaya por buen
camino.
Como con los padres, puede suceder que se tengan que trabajar aspectos de
creencias irracionales, resentimientos, sentimientos de venganza, reactividad, etc.
Se buscará que los roles de cada miembro familiar sean los que corresponden,
y que se valoren de forma positiva y mutua los avances de cada parte. Se
intentará que padres e hijos sepan demostrar su afecto de forma sincera y sin
vergüenzas mal entendidas, y asimismo se intentará que cada miembro se sienta
que forma parte de una unidad familiar en la que se convive con unas normas
que harán que el día a día sea una experiencia vital positiva.
Además de intentar que ambas partes se hayan quedado con un buen recuerdo
del reencuentro, será importante que las dos partes hayan podido vivir de primera
mano que es posible relacionarse sin violencia.
Estamos ante una sesión en la que todo es muy delicado, pues se recuerda el
inicio de todo el itinerario, y se van a recordar puntos que pueden resultar
desagradables, pero que entiendo hay que afrontar para aprender a no volver a
caer en el mismo error.
Los padres e hijos deberán aquí adquirir y manifestar compromisos sobre que las
cosas van a cambiar a mejor.
Aquí participan padres e hijos, y los contratos serán revisados previamente con el
terapeuta de forma individual, y luego de forma conjunta. Los padres y los hijos
habrán de asimilar que son los padres los que han de recobrar la autoridad, para
poder después «pilotar la nave» de la estructura familiar. El centro será un punto
de partida y luego desaparecerá.
Los terapeutas indicarán los puntos en los que ha habido una mejora, y en los que
no la ha habido, y que se tendrán que seguir trabajando.
Objetivo general.
Objetivos específicos.
Las autoras del programa indican que la gran mayoría de los menores que
ingresan en los centros por VFP, lo hacen porque tienen problemas conduc-
tuales, y que estamos ante comportamientos aprendidos y no genéticos.
Se tendrá que hacer entender a los padres cuál ha de ser su auténtico rol en la
familia, y que suelen llevar a cabo ciertas pautas educativas negativas que se han
ido repitiendo, a veces, sin quererlo. Un claro ejemplo de ello son las crianzas de
los menores basadas en la condescendencia y admisión de conductas que se
tenían que haber parado desde un inicio. A veces los padres piensan que han
hecho todo lo que estaba en sus manos, pero realmente, sólo han hecho, sin ser
conscientes, educar de forma equivocada, provocando y alimentando conductas
equivocadas por parte de los menores.
2. Comprender el porqué y el mantenimiento de la conducta violenta. Aquí de
forma general y conjunta se explica el porqué del problema y su mantenimiento
a lo largo del tiempo. En las sesiones individualizadas, se abordará cada caso de
forma específica.
5. Entender qué significa «educar». La gran mayoría de los padres creen que
educar consiste en dar todo lo más posible a su hijo. Es típica la frase «te estoy
dando todo lo que yo nunca tuve». Pero precisamente es ahí donde puede estar
la base de una conducta violenta, el hecho de dar todo y no saber limitar con
una negativa a tiempo.
También hay padres que dicen que son amigos de sus hijos, cosa que entiendo es
errónea, pues aquí se confunden en la mayoría de ocasiones los roles. El juez
CALATAYUD en muchas de sus conferencias cuando toca este tema siempre dice
que él no es amigo de sus hijos, porque entonces, entre otras cosas, estaría
dejando a los mismos como huérfanos. El padre tendrá que aprender a ser
padre/madre, y pautar lo que se ha de hacer o no hacer en la familia.
Las autoras de este programa, entiendo, con muy buen criterio, hablan de que
educar tiene tres factores: afecto incondicional, disciplina y comunicación
adecuadas.
No se trata de que los padres hagan de «policía» vigilando a sus hijos todo el día,
sino que será importante aprender a supervisar sin que el menor se vea
vigilado casi de forma inquisitoria, pues ello de ser así, se puede convertir en un
factor que desencadene conductas violentas.
Los padres tendrán que realizar tareas en casa pedidas por los terapeutas y éstas,
se recogerán en las sesiones en grupo o en las individuales y se comentarán en
las individuales, si bien, en grupo se les inquiere para que digan si ha habido algún
problema. Las sesiones de los padres en grupo van a ir paralelas, si es posible, a
las sesiones de los padres individualmente, los hijos individualmente, el grupo de
hijos y los adolescentes con los padres.
Objetivo general.
Aquí se trata de hacer que los menores comprendan que la asertividad es un buen
recurso, y que servirá para defender sus intereses y lograr mejores resultados.
Prima facie, es más que probable que los educadores encuentren ante sí a
menores que no ven como factible lo que se les está explicando, y hasta que no lo
experimenten, no valorarán esta forma de actuar principalmente con sus padres.
ante los padres y ante el círculo social de los menores. Será entonces cuando los
menores decidirán por sí mismos si utilizan o no la asertividad, lo que sí se exige
en este bloque es que la utilicen con los ascendientes durante toda la intervención
terapéutica.
Objetivos específicos: 1. El conocimiento de habilidades sociales diversas; 2.
Diferenciación del estilo agresivo, pasivo y agresivo, remarcando las ventajas
del asertivo; 3. Aprendizaje a realizar peticiones de forma asertiva; 4. La acepta-
ción de las negativas; 5. Aprendizaje al rechazo de peticiones de forma asertiva; 6.
Aprendizaje en la aceptación de las críticas de los demás; 7. Aprendizaje a
afrontar críticas rechazando o aceptando de forma asertiva; 8. Aprendizaje a
hacer y recibir cumplidos.
Metodología. Las sesiones se llevan a cabo de forma grupal, ya sea con un grupo
específico o con el grupo de convivencia.
De la misma forma que se hizo con los grupos de padres, aquí se realizan
sesiones teórico-prácticas. En primer lugar hay explicaciones teóricas, y más tarde
se utiliza el roleplaying, dinámicas grupales, etc.
Las autoras del programa aconsejan que el role playing se lleve a cabo en grupo,
pues es mucho más ameno y motivador que hacerlo de forma individual, y afirman
que los menores se desinhiben más rápidamente.
Los participantes en las sesiones se colocan en semicírculo y se utiliza una pizarra
y tarjetas, en las que se dará a cada menor su rol para que lo ponga en práctica.
Para cada bloque se indican de forma muy detallada como se ha de llevar a cabo
cada sesión con una serie de anexos.
y las estrategias de defensa que les van a ayudar a vivir, a relacionarse de forma
satisfactoria y a desarrollar todas sus potencialidades. La capacidad de adaptación
no sólo permitirá al adolescente aclimatarse a situaciones novedosas, de mayor o
menor riesgo, sino que le motivará a perseguir metas posibles y a recuperarse
emocionalmente de las circunstancias más espinosas que viva...».
Los datos de que dispone el ARJRMI, son muy significativos: Delitos por maltrato
familiar habitual/violencia doméstica1073
Los autores, partían de la base de que los menores cometen actos de VFP, pero
no por mayoría de casos con enfermedades mentales, trastornos graves o
psicopatías. El APvRMI se inclina más por un enfoque psico-socio-educativo
que por otro en el que prevaleciese una concepción médico-psiquiátrica-
farmacológica.
Asimismo se plantea el abordaje con todos los componentes de la familia,
pues entienden los autores que las interrelaciones entre los mismos son la causa
del conflicto, y que ahí es donde se ha de intervenir.
Cada sesión constará de: Conceptos clave, técnicas, material, objetivos generales,
objetivos específicos y contenidos, actividades sugeridas, tareas y anexos.
Después de cada sesión, el terapeuta deberá realizar una evaluación para saber si
se han conseguido los objetivos de la misma, y si se puede pasar a la siguiente
sesión. El programa incluye un modelo de ficha estructurada para la evaluación de
cada sesión.
Manual para menores
A continuación se describen una serie de actividades con mucho detalle que podrá
aplicar el profesional que lleve a cabo la intervención, y que por mor de brevedad
no reproduzco.
Los autores afirman que las conductas violentas se aprenden a lo largo de los
años, y que por lo tanto pueden desaprenderse, aunque ello será laborioso. La
violencia se instala en el comportamiento del menor cuando le es fácil utilizarla,
cuando con ella consigue sus objetivos, cuando no sabe manejar otros recursos, o
incluso añadiría que quizás no quiere utilizar otros recursos no violentos, pues
exigen más esfuerzo.
Se enseñará en este módulo que cada persona puede tener metas a conseguir, y
que ello es legítimo, pero que es mejor acudir a estrategias no violentas. Habrá
que convencer al menor para que se implique en un mínimo para que empiece a
funcionar bien la intervención.
Se tendrá que trabajar la idea de que el menor no podrá conseguir sus obje-
tivos con la violencia, ya sea cuando está en régimen cerrado, o cuando
empiezan a producirse los primeros contactos con los progenitores. Estos
contactos tendrán que prepararse muy bien y se habrá de supervisar el proceso al
detalle. La ayuda e implicación de los padres aquí va a ser muy decisiva.
Es interesante remarcar que llegados a este punto, el programa muestra una tabla
con la distinción entre la agresividad y la violencia, si bien los autores, reco-
nocen que ambos términos a veces se utilizan como sinónimos.
AGRESIVIDAD VIOLENCIA
Innata Humana
Inevitable Evitable
Biológica No biológica
Tiene a la cultura como inhibidor Procede de una evolución cultural
Es un impulso para sobrevivir Utiliza instrumentos
Entiendo que en esta sesión la idea nuclear es que siempre que hay un com-
portamiento violento, es que proviene de una decisión, y que por consiguiente
hay un responsable. Así las cosas, si hay un responsable, hay posibilidad de
cambio. Además de lo dicho se habrá de hacer comprender al menor que los
comportamientos violentos jamás son justificables.
Objetivos generales: Integrar los conflictos en las relaciones con las demás
personas, obtener habilidades para afrontar conductas conflictivas, y aprender a
favorecer comportamientos alternativos a la violencia.
Objetivos específicos: Hacer que el menor perciba y entienda que hay una forma
de cambiar en positivo, las relaciones violentas con los padres son algo que está
en el pasado, como una etapa superada de la vida, se busca que el menor
asimile lo positivo y lo negativo de su pasado violento. Se enseña saber
expresar lo que se ha vivido, a saber identificar las mejoras a nivel personal y
para con los demás. Se busca la consolidación del concepto de autoeficacia, a
los efectos de que el menor sepa que en futuras situaciones sabrá actuar sin
violencia.
Se buscará aquí que los padres colaboren y se muestren como parte activa en el
tratamiento de la VFP que sufren. Con frecuencia los padres se presentarán con
sentimientos de culpabilidad por no haber sabido educar, no haber hecho lo
suficiente, haber denunciado, etc. El programa se muestra claramente a favor de
no culpabilizar a los padres y a fomentar un clima de diálogo sincero y honesto
para que la intervención sea efectiva. Para ello será necesario instruir a los padres
sobre lo que es la violencia y como se ha instalado en nuestra sociedad, haciendo
hincapié en el hecho de deslegitimar las actuaciones violentas desde
cualquiera de sus manifestaciones.
Aquí se buscan puentes entre los padres y los hijos, para que su relación
mejore de forma sana. La interacción y colaboración entre los padres y los
expertos será aquí cuestión clave. Se mostrará a los padres que hay otros
caminos, que hay otras alternativas a la violencia.
Sesión 5- Pautas educativas.
Objetivos específicos: Hay que dejar claro el enfoque que tiene la problemática
y mostrar lo que se va a trabajar y de qué forma se hará; incidir en que la
confidencialidad es fundamental; que los miembros de la familia expresen lo
que sienten en relación al proceso de cambio que están viviendo; pautar unos
mínimos en la interacción grupal.
Objetivos generales: Tomar conciencia del impacto que tienen los pensamientos
en las emociones y conductas; ser capaz de identificar y cambiar los pensa-
mientos que favorecen la VFP abordándolo de forma conjunta; fomento del inter-
cambio positivo.
Para finalizar, decir que este programa tiene unos anexos formados por acti-
vidades divididas en hojas, que describen con minuciosidad los pasos que ha de ir
realizando el terapeuta.
Cada sesión está compuesta también de unos contenidos que se desarrollan con
actividades muy pautadas, que entiendo habrán de ser desarrolladas y adaptadas
conforme a cada caso.
OBJETIVOS
2. Metodología.
2.1. Ámbito de aplicación. Para que un menor y su familia puedan formar parte
del programa Abarca es preciso: Que el menor tenga que cumplir una medida
judicial debido a VFP; que lamedida sea de una duración de entre 10 y 12
meses; que la Comisión Socioeducativa del Centro valore de forma óptima el
recurso dadas las circunstancias de cada caso; la familia ha de presentar una
actitud clara de voluntad de colaborar en la intervención basada en el programa;
se procederá a la exclusión del programa a los menores que presenten
conductas violentas asociadas a algún trastorno psicopatológico u orgánico, y/o al
consumo de alcohol u otras drogas.
En cuanto al tipo de abordaje, hay que decir que Abarca sigue una terapia
cognitivo-conductual, que siempre busca adaptarse a cada casuística. Si bien
este tipo de terapia es el eje de la intervención, no se excluyen técnicas basadas
en el abordaje sistémico, psicodrama, Gestalt1075, entre otros, buscándose
siempre la mejor flexibilidad y coherencia.
En cuanto al número de menores con los que se puede trabajar en cada sesión,
se lleva a cabo la intervención con grupos de entre 8 y 10 menores, obteniéndose
así