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precación ju d icia l. Sin embargo, creo que el término más general de «interpretación
legal» está justificado, pues mi posición es que la violencia que los jueces despliegan
como instrumentos de un Estado-nación moderno necesariamente involucra a toda
persona que interpreta la ley durante el curso de una conducta que implica canto la
comisión como el sufrimiento de esta violencia.
2. Recientemente ha habido una explosión de erudición legal que pone la inter
pretación legal en el q u id de la actividad legal. Una muestra am plia de este trabajo
puede verse en los varios artículos que aparecieron en dos simposios: Symposium: Law
a n d Literature, 60 Tex. L. Rev. 373 (1982); Interpretation Symposium, 58 S. Calif. L. Rev.
1 (1985) (publicado en dos números). El intenso interés en la «interpretación» o «her
menéutica» en la literatura jurídica reciente es un fenómeno bastante diferente de la
serie tradicional de preguntas sobre cómo debe dársele efecto a una palabra, frase o ins
trumento en un contexto particular. Más bien es el estudio de lo que he llamado «un
universo norm ativo... un id o... por compromisos interpretativos...» Cover, «T heS u-
preme Court, 1982 Term-Forword: Nomos a n d N arrative», 97, Harv. L. Rev. 4, 7 (1983)
[N. del T.: hay traducción castellana en este mismo volumen]. O, en palabras de Ro-
nald Dworkin, es el estudio del esfuerzo «de imponer significado a una institución... y
luego reestructurarla de acuerdo con tal significado.» R. Dworkin, Law's Empire 47
(1986) (el énfasis es del original). Dworkin, en Law's Empire, ha escrito la teoría más
elaborada y sofisticada que asigna a la dimensión de interpretación, con su capacidad
de nombrar y construir, un lugar central en el derecho. Jam es Boyd W hite constituye
otra voz elocuente, que ha reclamado primacía para lo que él llam a «la cultura del ar
gum ento». W hite coloca la retórica en el lugar más alto de la filosofía del derecho. Ver
J . B. W hite, When Words Lose their M eaning (1984); J . B. W hite, Heracles’ B ow (1985).
El aspecto violento de la ley, y su conexión con la interpretación y la retórica, son
sistemáticamente ignorados o subestimados tanto en la obra de Dworkin como en la
de W hite. Es en el capítulo 9 de H eracles'B ow donde W hite se acerca más a la proble
O Editorial G cdisa
mática de este ensayo. Este autor emprende una crítica a la práctica del derecho penal
en cuanto a su ininteligibilidad como «sistema de significado» sin que medien refor
mas significativas. Pero no ve que la violencia tiene un lugar central en el fracaso de
ese sistema de significado. Sin embargo, W hite compara lo que el juez dice con lo que
La violencia y la palabra 115
Para la persona que sufre dolor, éste está tan incontestable e innegociable
mente presente que «sufrir dolor» llega a verse como el ejemplo más vivi
do de lo significa «tener certidumbre», mientras que para otra persona se
trata de algo tan escurridizo que oír hablar de dolor puede llegar a consti
tuir un modelo primario de lo que es «tener dudas». Por lo tanto, el dolor
se presenta entre nosotros como algo que no se puede compartir, algo que
hace con su decir. De todos modos, W hite reitera en su libro la afirmación central de
que «la le y ... debe ser considerada no como una máquina para el control social, sino
más bien como lo que yo llamo un sistema de retórica constitutiva: un conjunto de re
cursos para reclamar, resistir, y declarar significado». Id. pág. 205. Yo no niego que la
ley sea todas esas cosas que W hite afirma, pero insisto en que es todas esas cosas en el
contexto de la práctica organizada de violencia. Y que la «significación» o significado
alcanzado debe ser experimentado y entendido de manera infinitamente diferente se
gún uno sufre o no esa violencia. En «Nomos and Narrative», también pongo énfasis
sobre la capacidad de construir mundos que los compromisos interpretativos tienen
en el derecho. Sin embargo, la idea central de No/nos es que la creación del significado
legal es esencialmente una actividad cultural que tiene lugar (o tiene m ejor lugar) en
tre grupos más bien pequeños. Tal actividad de construcción de significados no es na
turalmente extensible a la gama de violencia efectivamente usada para alcanzar el con
trol social. De este modo -dado que la ley es un intento de construir mundos fúturos-
su tensión esencial es la que se establece entre la elaboración de significado legal y el
ejercicio de o la resistencia a la violencia en el control social. Cover, supra p á g . 18:
«H ay una dicotomía radical entre la organización social de la ley como poder y la or
O Editorial G cdisa
ganización de la ley como significado». Este ensayo elabora los sentidos en los cuales
las formas tradicionales de decisión legal no pueden ser fácilmente captadas por la
idea de la interpretación entendida como se la entiende habitualmente en la literatu
ra, en el arte, o en las humanidades.
116 Derech o , n a r r a c ió n y v i o l e n c ia
ces importante para el régim en, la forma de la respuesta, y el hecho mismo de brin
darla, es siempre c ru c ia l... En la confesión uno se traiciona a sí mismo y a todos
aquellos aspectos del mundo -a m ig o s, fam iliares, país, causa- con los cuales está
conformado el yo».
La violencia y la palabra 117
Debemos incluir tam bién... los hechos de los santos en los cuales su
triunfo ha resplandecido a través de muchas formas de tortura y de sus
m aravillosas confesiones de fe. ¿Qué católico puede dudar de que sufrieron
más de lo que los seres humanos pueden tolerar para los seres humanos, y
que no lo toleraron por sus propias fuerzas, sino por la gracia y ayuda de
Dios ?7
El Rabí A kiba... eligió continuar enseñando a pesar del decreto (de los
romanos que lo prohibía). Cuando lo llevaban ante el verdugo, decidió
que era el momento de recitar el Sb’ma. Mientras recitaba Sb’ma Yisrael, le
rasgaron la piel con peines de hierro, y él aceptó libremente el yugo del
Reino de Dios. «¿Aun ahora?», le preguntaron sus discípulos. Él respon
dió: «Toda mi vida he estado preocupado por un verso: “Ama al Señor tu
6. Acerca de la «ficción de poder» que la tortura crea, ver E. Scarry, supra nota 3
págs. 56-58.
7. R Brown, T beC ult o f theS aints 7 9 (1 9 8 1)(el énfasis es mío)(citado del Decretum
Gelasianum, Patrología Latina 59-171).
118 D erecho , n a r r a c ió n y v io l e n c ia
Dios con todo tu corazón y con toda tu alma”, que se aplica aun cuando
Él tome cu vida. Muchas veces me pregunté si cumpliría alguna vez con
esa obligación. Y ahora sé que puedo». Y dejó este mundo mientras pro
nunciaba: «El Señor es Uno » .8
El martirio, por toda su extrañeza para el mundo laico del derecho es
tadounidense contemporáneo, es un punto de partida propicio para
entender la naturaleza de la interpretación legal. Precisamente porque
es un fenómeno tan extraño, el martirio nos ayuda a ver lo que está
presente en menor grado cada vez que la interpretación se ve unida a
una práctica de dominación violenta. Ante una fuerza aplastante, los
mártires insisten en que, si la vida ha de continuar, no será en los tér
minos de la ley del tirano. La Ley es una proyección de un futuro im a
ginado sobre la realidad. Los mártires reclaman un futuro -cualquiera
que sea el que les toque—en los términos de la ley con la cual ellos es
tán comprometidos (la Ley de Dios). Y el milagro del sufrimiento de
los mártires es la insistencia en la ley con la cual están comprometidos,
aun frente a un dolor capaz de destruir el mundo.9 Su triunfo -qu e
bien puede ser en parte im aginario- es el triunfo imaginario del mun
do normativo -d e la Torah, del N otnos- sobre el mundo material de
muerte y dolor.10 El martirio es una forma extrema de resistencia fren
fo puede ser visto como un triunfo del amor o de la ley o de ambos, dependiendo de
los motivos dominantes del mundo normativo y religioso del m ártir y su comunidad.
El gran jurista y místico Joseph Karo (1488-1578) tuvo sueños extáticos de martirio:
un m aggid, mensajero celestial que habló por su boca y se le apareció en visiones, le
prometió el privilegio de morir como un mártir. (La promesa no se cumplió: murió de
viejo a una edad muy avanzada.) Ver Z. W erb lo w ski,JW ^ Karo: L aw yer a n d M ystic,
págs. 151-154 (segunda edición, 1977). Ha de notarse también el fenómeno de las
comunidades que se autodestruyen ante un enemigo. Compárese el complejo mito de
los mártires judíos ante los cruzados, elaborado en S. Spiegel, The Last Trial: On the Le-
gends a n d Lore o f the Command to A braham to Offer Isaac as a Sacrifice: the Akedah (traduc
ción de J. Goldin, 1969) con el mito de la Noche Negra representado por Jonestown
en nuestros días, narrado en J . Sm ith, Im agim ng R eligión: From B abylon to Jonestow n,
págs. 102-120, 126-134(1982).
11. El arquetipo de la transición desde el martirio a la resistencia se encuentra en
O Editorial G ed i.a
M acabeos, Libro Primero, con la trágica matanza llevada a cabo por el Sacerdote M ata
tías en M odi'in. Macabeos, Libro Primero, 2, 19-28. Su acto asume una significación
dram ática en el texto en parte porque tiene un marcado contraste con los actos de
martirio heroico descritos en Macabeos, Libro Segundo. Ver supra nota 9.
120 D erecho , n a r r a c ió n y v io l e n c ia
12. Ver D eclaración de Independencia de los Estados Unidos (1776). Sobre las razones
por las cuales la Declaración debe verse como una interpretación de la posición consti
tucional de Estados Unidos en el Imperio Británico, ver Black, «The Constitution of
Empire: The Case for the Colonists», 124 U. Pa. L. Rev. 1157 (1976).
13. D eclaración de Independencia (1976).
14. Ver Blackstone's Commentaries, Vol. IV, 92-93:
«El castigo por alta traición en general es muy solemne y terrible. 1. El infractor
Q Editorial G edisa
zado vivo. 3. Sus entrañas serán extraídas y quemadas, mientras permanezca aún
con vida. 4. Se le cortará la cabeza. 5. Su cuerpo será dividido en cuatro partes. 6.
Su cabeza y partes serán puestas a disposición del rey».
Con respecto a la pérdida de la propiedad y la corrupción de la sangre, ver id. 388-
396. No ha de extrañar, por tanto, que entre las pocas cláusulas de protección incor
poradas en el cuerpo de la Constitución estaban aquellas que definen minuciosamente
la traición, establecen garantías procedim entales ante la condena por traición, y
prohíben la extensión de la pena infamante y la corrupción de la sangre como castigo
accesorio a la familia o a los descendientes de los condenados por traición.
15. Toda práctica institucional tiene lugar en algún contexto. Entre críticos re
cientes, Stanley Fish ha sido uno de los que más ha insistido en el papel dominante
que juegan los contextos institucionales incluso en la interpretación de textos litera
rios. Ver en general S. Fish, Is T h erea Text in tbis Clase? (1980); Fish, «Fish vs. Fish»,
36Stan. L. Rev. 1325, 1332 (1984) («E star... “profundamente dentro" de un contex
to es estar ya mismo y siempre, pensar (y percibir) con y dentro de las normas, están
dares, definiciones, rutinas y objetivos sobreentendidos que definen y son definidos
por ese mismo contexto.») No deseo discutir el argumento central de Fish con respec
to a la literatura. Pienso, sin embargo, que las instituciones que están diseñadas para
realizar futuros normativos en parte a través de la práctica de la violencia colectiva no
se encuentran en una situación equiparable a aquellas instituciones que tienen una re
lación más remota o incidental con la violencia en una sociedad. Puedo aceptar puntos
de vista como el de Fredric Jameson, quien argumenta en favor de «la prioridad de la
interpretación política de los textos literarios.» F. Jameson, The P olitica l Unconscious:
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N arrative as a Socially Symbolic Act (1981). Pero aunque se señale el lugar especial que
debe ocupar la interpretación política en nuestra realidad social, estas opiniones no
reivindican de modo alguno para las interpretaciones literarias lo que yo sostengo res
pecto de la interpretación legal —que es parte de la práctica de la violencia política-.
122 D erecho , n a r r a c ió n y v io l e n c ia
16. He usado el Derecho Penal para dar ejemplos a lo largo de todo el ensayo por
una razón simple. La violencia en el Derecho Penal es relativamente directa. Si mi ar
gum ento no es convincente en este contexto, entonces será menos convincente en
otros contextos. Aceptaría que toda norma relativa a la propiedad, a su uso y a su pro
tección, también tiene una base violenta. Pero en muchas -ta l vez en la m ayoría- de
las transacciones legales visibles relativas a la propiedad esa base de violencia no se po
ne en juego de manera inmediata. Mi argumento no requiere, creo yo, que todo acto
interpretativo del derecho tenga sobre los participantes el tipo de impacto violento
directo que tiene un juicio penal. Es suficiente que eso suceda cuando, en situaciones
en las que la gente responde pasionalmente frente a ciertos sucesos y está preparada
para reaccionar, los funcionarios legales del Estado-nación quieren y pueden utilizar
sanciones penales o sanciones civiles violentas para controlar conductas.
17. Algunos acusados que han elaborado su propia comprensión del orden legal
han intentado negar abiertamente la ficción de que el juicio sea un acto civil colectivo
o comunitario en el que las interpretaciones de hechos y de conceptos legales se pon
gan a prueba y se refinen. Adoptar un curso de acción tan frontal acaba con el acusado
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físicamente atado y amordazado. Bobby Seale nos enseñaba a quienes vivimos en los
años sesenta que en el corazón del proceso penal se sitúa el control físico del tribunal
sobre el cuerpo del acusado. La «conducta civil» del acusado jamás puede, por lo tan
to, significar una comprensión compartida de ese acto: más bien puede significar su
La violencia y la palabra 123
Empezamos, pues, no con lo que los jueces dicen, sino con lo que ha
cen.
Los jueces reparten dolor y muerte.
No es esto todo lo que hacen. Tal vez no sea esto lo que hacen
usualmente. Pero s í reparten muerte y dolor. Desde John Winthrop
hasta Warren Burger, los jueces se han sentado en la cima de la pirá
mide de violencia, y han repartido...
En esto son diferentes de los poetas, los críticos, los artistas. No
sirve insistir sobre la violencia de la poesía fuerte, o de los poetas fuer
tes. Aun la violencia de los jueces débiles es totalmente real -un a rea
lidad naive pero inmediata, que no tiene necesidad de ninguna inter
pretación, de ningún crítico que la revele—.20 Su marca se despliega
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20. Sobre la violencia que los poetas fuertes ejercen sobre sus ancestros literarios,
ver H. Bloom, The A nxiety o fln flu en ce (1973), H. Bloom, The B reaking o f th e Vessels
(1982), y la mayoría de la obra de Bloom desde Anxiety. Los jueces, como todos los
lectores y escritores de textos, ejercen violencia sobre sus antepasados literarios -e s de
126 D erecho , n a r r a c ió n y v io l e n c ia
cir, sobre sus antecesores judiciales—. Para una aplicación interesante de la tesis central
de Bloom al derecho ver D. Colé «Agón and Agora: Creative Misreadings in the First
Amendment Tradition», 95 Y a leL .J. 857 (1986). Colé reconoce que la conexión en
tre el derecho y la violencia diferencia la interpretación legal de la literaria, aunque
desafortunadamente no desarrolla el tema. Id. pág. 904.
Learned Hand ya había descrito correcta y prolijamente el carácter inquietante de
la influencia jurídica en su tributo a Cardozo, M r J u stice Cardozo, 30 Colum. L. Rev. 9
(1939). Mi argumento no es aquí que los jueces no ejerzan el tipo de violencia figurati
va que los poetas ejercen sobre sus padres literarios, sino que llevan a cabo -ad em ás-
una forma de violencia mucho más literal a través de sus interpretaciones, ajena a la ac
tividad de los poetas. Es significativo —y ha sido señalado repetidamente—que la inme
diatez de la conexión entre el juez y la violencia del castigo ha cambiado a través de los
siglos. Ver, por ej., M. Foucault, D iscipline andP u nish : T heB irtb ofth eP rison (traducción
de A. Sheridan, 1977) [Trad. cast.: Vigilar y castigar: nacimiento de la prisión, México, Si
glo XXI, 2000]. Ciertamente en los Estados Unidos de hoy, la responsabilidad eviden
te del juez por la violencia del castigo requiere la evaluación —que todos los que viven en
una sociedad desarrollan- de la forma organizacional de acción. En ese sentido la reali
dad «cándida» no significa demasiado. No se necesita mucha sofisticación para enten
der la violencia de juzgar, pero tampoco se trata de una forma de violencia tan cándida
como la que se ejercería si los propios jueces ejecutaran las condenas que imponen.
Sobre las implicaciones de este punto, ver infra págs. 234-36.
21. Cover, nota 2 supra págs. 40-44.
22. La violencia de los jueces y funcionarios de un orden constitucional estableci
do es generalmente asumido como im plícito en la práctica del derecho y el gobierno.
En esta actividad, la violencia es tan intrínseca, se da tanto por sentada, que no necesi
ta ser mencionada. Leáse, por ejemplo, la Constitución. En ningún lado se establece,
como principio general, lo obvio -q u e el gobierno que ella establece y regula tiene el
poder de practicar violencia sobre la gen te-. Esa idea no necesita ser enunciada como
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proposición general, ya que está sobreentendida en la idea misma de gobierno. Por su
puesto, también está directamente im plícita en muchos otros poderes específicos con
cedidos al gobierno general o a algún órgano o funcionario específico. Por ej., Consti
tución Estadounidense, A rt. I, § 8, par. 1 («P oder para establecer y recaudar
La violencia y la palabra 127
El énfasis dual sobre los actos de los jueces y sobre la violencia de estos
actos lleva a la consideración de tres características de la dimensión
interpretativa de la conducta judicial. La interpretación legal es (1)
una actividad práctica, (2) está diseñada para generar amenazas creí
bles y actos de violencia reales, (3) de un modo efectivo. A fin de ex
plorar la conexión inescindible entre interpretación legal y violencia,
cada uno de estos tres elementos debe ser examinado independiente
mente.
Hans Georg Gadamer elevó estas características del conocimiento práctico al lu
gar central de lo que él denomina «ciencias humanas.» H. Gadamer, Tnith a n d M et-
hod, págs. 5-10 passim (Edición de G. Barden & J . Cummings, 2da. Edición, 1975).
Gadamer sostiene que el ejemplo más claro de estos actos interpersonales y construc
tivos de comprensión -herm enéuticas o interp retacio n es- es lo que él denomina
«dogmática jurídica». El proyecto de Gadamer puede interpretarse en cierta medida
como un intento de comprender todo entendimiento humano en términos de phrone-
sis; es decir, tomar la categoría de razonamiento aplicado que define nuestra situación
como actores morales y generalizar esa situación para incluir todos los aspectos de la
vida. «La comprensión es, pues, un caso particular de la aplicación de algo universal a
una situación particular.» Id. pág. 278.
Para Gadamer, Aristóteles es la fuente -qu ien coloca la acción y la voluntad en el
centro de la filosofía m oral-, «La descripción de Aristóteles del fenómeno ético y es
pecialmente de la virtud del conocimiento m oral... es de hecho una especie de mode
lo de los problemas de la herm éneutica... La aplicación no es una parte subsiguiente o
meramente ocasional del fenómeno de la comprensión, sino que la co-determina co
mo un todo desde el principio». Id. pág. 289. Gadamer desarrolla a Aristóteles, incor
porando la observación fundamental de H eidegger: siempre estamos situados en el
mundo, y construimos los futuros mundos que hemos de habitar. Esta construcción la
realizamos a través de la interpretación, que es simultáneamente un descubrimiento
de lo que sabemos y una nueva comprensión de lo «conocido» que nos perm ite descu
brir más sobre lo que ya sabemos. A partir de Heidegger, Gadamer sostiene la unidad
de toda hermenéutica, de toda actividad interpretativa. Dado que toda comprensión
constituye una construcción tanto del ser como del mundo, en alguna m edida es prác
tica y social, y por ende nunca está divorciada de la ética.
La práctica de la interpretación legal por un juez no es diferente de cualquier otro
ejercicio hermenéutico. Constituye un ejemplo de los efectos constructivos recíprocos
y reflexivos entre un texto, la comprensión previa de ese texto (la tradición), su aplica
ción presente y su comprensión en tanto texto aplicado, y el compromiso con el futu
ro. La dogmática jurídica es para Gadamer el «modelo para la unidad del interés dog
mático e histórico y por ello también para la unidad de la herm enéutica como un
todo.» J W einsheimer, G adam er's H enneneutics, A R eading ofT ru th a n d M ethod, pág.
194(1985).
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—es decir, las variadas formas de actividad interpretativa- puede empezar a entenderse
en términos jurídicos, resultaría posible colocar este elemento interpretativo común
en el centro mismo del derecho. De hecho, este parece haber sido el efecto del lento
fluir de ideas acerca de la interpretación sobre la doctrina jurídica de Estados Unidos.
Ronald Dworkin sintetiza estas ideas interpretativas en su nuevo trabajo, Laws's
Empire, Ronald Dworkin, supra nota 2. Law's Empire constituye un elaborado desarro
llo de la forma de conocimiento práctico, reflexiva y deliberativa, que tiene raíces en
la phronesis de Aristóteles. También parte de la crítica previa de Dworkin al positivis
mo legal, para presentar a la «interpretación» como la actividad central del acto judi
cial, manteniendo a su vez la centralidad de la actividad judicial para el derecho.
Coincido totalmente en que la forma dominante del pensamiento jurídico debería ser
interpretativa en el sentido amplio de la palabra. Sin embargo, el lugar central conce
dido a la interpretación no refleja, por sí solo, el modo en que los actos interpretativos
de los jueces son simultáneamente pronunciamientos performativos en una estructura
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26. H. L. A. Hart, The Concept ofL aw , págs. 77-106 (1961). Dworkin ha cuestio
nado agudamente el papel supuestamente central de las reglas secundarias en la teoría
de derecho. R. Dworkin, Taking R igbts Seriously (1977). La crítica de Dworkin es espe
cialmente pertinente para socavar la idea de que las reglas de reconocimiento justifi
can adecuadamente ciertos principios que tienen efecto de ley. Ver también Cover, su-
p ra nota 2. Sin embargo, algunas reglas de reconocimiento secundarias no están
destinadas a generar el reconocimiento del contenido de reglas o principios, sino a re
conocer los resultados que han de llevarse a cabo. Es decir, que algunas reglas secun
darias organizan la cooperación social para la realización de los actos violentos del de
recho. Por lo general las reglas secundarias que organizan la violencia del derecho son
más claras y más jerárquicas que aquellas que organizan el contenido ideológico del
derecho. Para una excelente reseña de la importancia de la posición de Dworkin para
la viabilidad del positivismo legal como sistema, ver Coleman, N egative a n d Positive
Positivism, 11J . Leg. Stud. 139 (1982).
27. Ver R. Dworkin, supra nota 26, págs. 105-130; ver también infra nota 61.
La violencia y la palabra 131
D ia gn ostica n d S ta th tica lM a n u a l o f M ental Disorders, págs. 317-321 (3a ed. 1980) (que
clasifica a las personas antes descritas como personas que sufren de «desorden antiso
cial de la personalidad»). Para algunas clasificaciones anteriores, ver W. McCord & J.
McCord, T hePsychopath, págs. 39-55 (1964).
132 D erecho , n a r r a c ió n y v io l e n c ia
30. Ver, por ej., C. Ford & F. Beach, P a ttern s o f Sexual B ehavior, págs. 64-65
(1951) (quienes señalan las variadas respuestas culturales asociadas al dolor y la sexua
lidad). Se discute si hay una atracción sadomasoquista más profunda hacia el dolor o la
violencia con formas más serias de imposición o sufrimiento de dolor que sea sim ilar
mente universal. La atracción hacia la violencia puede ser justificada en términos de
un impulso de «agresión». Ver generalm ente K Lorenz, On Aggression (traducción de M.
W ilson, 1966).
31. Ver, por ej., S. M ilgram , Obedience to A uthority (1974). Janis y Mann discuten
y ubican los experimentos de M ilgram en el contexto de un conjunto mucho más ex
tenso de trabajo experimental y de material anecdótico acerca de la toma de decisio
nes. Ver I. Janis & L. Mann, D ecisión M aking: A P sychological A nalysis o f Conflics, Choi-
ce, a n d Commitment, págs. 268-271 (1977).
La violencia y la palabra 133
33. Id. págs. 135-138. M ilgram sugiere incluso que puede haber reguladores
neuroquímicos de tal subordinación.
34. Id. págs. 123-164.
35. Id. págs. 125-130, 143-148. M ilgram también se p regu nta—muy apropiada- '
m ente- si la hipótesis de un impulso general o tendencia a la agresión intrínseca al ser
humano y normalmente suprimida por factores sociales explicaría mejor el comporta- <
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36. Anna Freud sigue a Stone cuando llam a al fenómeno «delegación». «El indi
viduo se priva de la satisfacción de sus deseos agresivos, pero concede permiso para
ello a algún agente superior como el Estado, la policía, las autoridades m ilitares o le
gales.» A. Freud, Comments on Aggression, en Psychoanalytic Psychology o f N orm al Deve-
lopment, pág. 161 (1981) (The W ritings ofA nna Freud, Vol. III). Debo esta referencia a
Diane Cover.
136 D erecho , n a r r a c ió n y v io l e n c ia
37. Mi colega Harlon Dalton refiere un punto de vista sostenido por algunas per
sonas que han trabajado como asistentes de los jueces del Tribunal de Apelaciones del
Segundo Circuito: los jueces parecen reacios a confirmar las condenas del jurado cuan
do creen que el acusado está en la sala. Dalton sugiere dos razones para explicar la ten
dencia de reservarse la decisión en tales casos. Primero, los jueces desean dar la apa
riencia de deliberación a fin de minimizar, en lo posible, la insatisfacción del perdedor
por el resultado; segundo, y más importante, los jueces desean evitar que un acusado
descontento (cuyas inhibiciones ante la comisión de violencia sean débiles) decida
«enfrentar al tribunal». Dalton recuerda una escena que presenció cuando trabajaba
para quien entonces era un juez de distrito bastante nuevo, que cometió el error de
dictar sentencia en una pequeña antesala situada detrás de la sala de audiencias del tri
bunal. (La sala de audiencias estaba momentáneamente fuera de uso por una u otra ra
zón.) El pedido del acusado de que su fam ilia estuviera presente durante el pronuncia
miento de la sentencia fue por supuesto concedido. Como resultado, el juez debió
enfrentarse a la esposa en llanto, a los niños abatidos, al abogado -qu e pudo entonces
desplegar su actuación en un escenario íntim o—y al acusado -q u e tuvo entonces la
oportunidad de presentar su alegato al juez cara a cara a una distancia no mayor de
unos tres m etros-. Para el juez resultó, por lo tanto, imposible esconderse o aislarse
de la violencia que se desprendería de las palabras que estaba a apunto de pronunciar,
y estaba visiblemente afectado cuando pronunció la sentencia. Aun así, ni él ni Dalton
estaban preparados para lo que siguió. El acusado comenzó alternativamente a gritar y
a suplicarle al juez que cambiara de opinión; su mujer comenzó a llorar en voz alta; el
acusado se arrastró hacia el juez, aparentemente con el solo objeto de acercarse a quien
le estaba haciendo algo espantoso. Dado que el diseño de los asientos de la antesala no
tenía previstos dispositivos de seguridad, al jefe de la guardia le llevó uno o dos se
gundos —uno o dos largos segundos—sujetar al acusado. Luego, como la única salida
de la sala se encontraba detrás del lugar en donde se habían sentado el acusado y su fa
m ilia, el juez tuvo que esperar hasta que, uno a uno, fueron obligados y forzados a re
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tirarse antes de que él pudiera salir. De este modo, presenció personalmente cómo se
traducían sus palabras en hechos. Agradezco a Harlon Dalton por este testimonio.
38. Es la fantasía de este modo de actuar lo que justifica la atracción de tantos hé
roes violentos. En los lugares en los que los sistemas de disuasión y justicia dependen,
La violencia y la palabra 137
Imán refleja esta dicotomía en un contexto religioso. Ver R. Mottahedeh, The M antle
o f the Prophet: R eligión a n d Politics in Irán, págs. 172-173 (1985). De acuerdo con las
creencias chiítas, sólo el advenimiento de este «Imán de los tiempos» haría posible
una comunidad política islámica perfecta. Id. págs. 92-93.
138 Derecho, n a r r a c ió n y v io l e n c ia
ser deferente con los deseos o las directrices políticas de otros actores políticos. Mi
opinión, más bien, es que en todo acto -aun aquellos que uno cree que «pertenecen» a
los jueces- hay un elemento necesario de deferencia hacia aquellos requisitos necesa
rios para transformar el pensamiento judicial en acción violenta.
140 D erecho , n a r r a c ió n y v io l e n c ia
« le y » , tam bién le confiere sign ificado a los hechos que llevan a cabo
esta transform ación, tornándolos así «leg ales» y ortorgándoles le g iti
m id ad . U na de las tareas centrales del intérprete legal es atender los
aspectos problem áticos de la integración de papel, hecho y palabra, no
sólo cuando la violencia - e sto es, la ejecución de la m edida ordenada-
carece de sign ificad o , sin o tam bién cuando el sig n ificad o carece de
violencia.
En una nación como la nuestra, en la cual las condiciones de la do
minación estatal raramente están ausentes, es demasiado fácil asumir
que habrá funcionarios fieles para llevar a cabo lo que decretan los jue
ces, y jueces disponibles para tornar legales los actos de esos funciona
rios. Para apreciar cuán importante es esta estructura que se da por
sentada, puede ser útil examinar un caso en el que ella está ausente.
Las decisiones del juez Herbert Stern en el caso United Staes v. Tiede4j
demuestran una comprensión infrecuentemente lúcida de la significa
ción de las conexiones institucionales entre la palabra judicial y los he
chos violentos que ella autoriza.
El juez Stern era (y es) juez de distrito federal en Nueva Jersey. En
1979 fue nombrado juez especial del Tribunal de los Estados Unidos
para Berlín. Este acontecimiento singular - e l único caso de convoca
toria del Tribunal para B erlín- constituyó la respuesta estadouniden
se a la renuencia de Alemania Occidental a procesar a dos secuestra
dores que habían usado un arma de juguete para amenazar a la
tripulación de un avión de pasajeros polaco que se dirigía de Gdansk
hacia Berlín Oriental, forzándolo a aterrizar en Berlín Occidental. El
estatus oficial de Berlín como ciudad «ocupada» perm itió que los
Aunque en general los jueces han salido notoriamente bien parados si se tiene el cuen
ta el número de gente a la que perjudican, hay ejemplos ocasionales de violencia d iri
gida contra los jueces. Y el problema de proteger a los testigos es un problema serio y
persistente del sistema de la justicia penal.
43. 86 F.R.D. 227 (U.S. Ct. for Berlín 1979). La decisión publicada registra sólo
O Editorial G edisa
persuadido para que lo haga. Ahora considero, sin embargo, que ustedes
no reconocen limitación alguna fundada sobre el debido proceso...
No tengo que ser un gran profeta para entender que probablemente
no haya aquí un gran futuro para el Tribunal de Estados Unidos en Ber
lín .46 (...)
Bajo esas circunstancias, ¿quién va a proteger a Tiede si yo se los en
tregara por cuatro años? Si la Constitución no es de aplicación, si Uds.
mismos no se consideran limitados de manera alguna, ¿quién se colocará
entre él y ustedes? ¿Qué juez? ¿Qué juez independiente tienen ustedes
aquí? ¿Qué juez independiente permitirían ustedes aquí?
Cuando un juez dicta sentencia, pone al acusado bajo custodia -en
Estados Unidos el juez dice, «Lo dejo bajo custodia del Procurador Gene
ral de Estados Unidos», etcétera-. Aquí supongo que dice «lo coloco ba
jo custodia del Comandante, o del Secretario de Estado», o lo que fuera...
Yo no lo haré. No bajo estas circunstancias...
En consecuencia declaro que el condenado ya ha cumplido su pena.
Desde este momento... queda Usted en libertad .47
a aplicar la ley alemana, que establecía una pena mínim a de tres años para el delito por
el cual Tiede fue declarado culpable, id. págs. 350-355.
46. Stern había recibido oficialmente la «orden» de no proceder en un caso civil
contra Estados Unidos. El caso era el últim o intento en un complicado procedimiento
en el cual el gobierno de Berlín Occidental había adquirido espacios verdes -supues
tamente en violación de la ley alemana—para la construcción de un complejo de vi
viendas para el Comando del Ejército de Estados Unidos en Berlín. Los oficiales esta
dounidense se habían negado a perm itir que los tribunales alemanes entendieran en el
caso, ya que afectaba los intereses de la autoridad de ocupación. El Embajador ameri
O Editorial G cdiui
cano W aiter Stoessel le había escrito oficialmente a Stern -u n día antes de su senten
cia en el caso T iede- que «su designación como juez de la Corte de Estados Unidos
para Berlín no se extiende a esta cuestión». Id. pág. 353.
47. Id. pág. 370.
144 D erecho , n a r r a c ió n y v io l e n c ia
48. El Juez Stern debió enfrentarse con una situación inusual -inexistencia de un
sistema judicial y falta de denegatoria explícita por parte de aquellos que controlaban
la violencia oficial de que su poder estaba constitucionalmente lim itado -. En algún
sentido, se trataba de una situación de «anarquía legal de ju re». Pero el razonamiento
de Stern va más allá del caso en cuestión: puede ser extendido para incluir, por ejem
plo, el estado de anarquía legal d e ja cto que rige la vida de muchas de las prisiones de
Estados Unidos. El denominado litigio judicial de reforma institucional -aplicado a
prisiones, escuelas, u hospitales- involucra cuestiones complejas relativas al alcance
de los remedios ordenados por el Poder Ju d icial. En muchos casos, estas cuestiones
conllevan problemas de discrecionalidad en la administración de remedios judiciales.
Cuando se discute el dictado de una orden judicial de hacer (injunction), los jueces ge
neralmente «interpretan» la ley teniendo en cuenta las dificultades que im plica llevar
a cabo las sentencias. Pero la decisión de Stern en el caso Tiede sigue un camino dife
rente. Un juez puede ser o no capaz de dominar los actos de violencia oficial, pero
siempre puede negarse a aportar la justificación de tal violencia. Puede o no ser capaz
de lograr buenas condiciones en una prisión, pero también puede negarse a condenar a
alguien a cum plir su pena en una prisión constitucionalmente inadecuada. De hecho,
algunos jueces han seguido este curso de acción. Ver, por ejemplo, Barnes v. G overn
ment o f the Virgin h la n d s, 415 F. Supp. 1218 (D.V.I. 1976).
La violencia y la palabra 145
49- Compárese la discreta distancia de los jueces de hoy en día en las condenas a
muerte con el espectáculo de la ejecución de la pena de muerte en Hay, «Property,
Authority and the Criminal Law», en Albion's Fatal Tree: C rim ea n d S ociety in Eighte-
enth-Century England, págs. 28-29 (1975).
50. Esta presión a favor de la necesidad de una justificación más estricta de la con
dena a muerte se encuentra presente en el desarrollo de la postura que exige un «debi
<f) Editorial G edisa
do proceso agravado» {«super d u ep rocess» ) en los casos de pena de muerte. Ver, por
ejemplo, Radin, «Cruel Punishment and Respect for Persons: Super Due Process for
Death», 53 S. Cal. L Rev. 1143 (1980) (que describe las garantías procedimentales es
tablecidas por la Corte Suprema a partir de la Octava Enmienda de la Constitución
146 D erecho , n a r r a c ió n y v io l e n c ia
53. La actual Corte (o su mayoría) es muy hostil ante estas demoras Los casos Ba-
refoot v. Estelle, 463 U. S. 880 (1983), Z ant v. Spephens, 462 U S 862 (1983\ C alifor
nia v. Ramos, 463 LJ. S. 992 (1983), y B arclay v Florida, 463 U S 939 (1983), marcan
una inversión de la tendencia que permitía o favorecía una audiencia plena para escu
char todas las pretensiones o defensas posibles Sin embargo, incluso con esta nueva
impaciencia ante la ejecución, habitualmente hay demoras substanciales en alguna
instancia antes de la ejecución.
54. Considérense las opiniones de los distintos jueces en R osenlerg v. U nited States,
© Editorial G cdisa
■S 346 U.S.273 (1953), que revierte la suspensión de la condena a muerte que había sido
a concedida por el juez Douglas. Para un análisis de las deliberaciones, ver Parrish,
| <-Cold W ar Justice: The Supreme Court and the Rosenbergs» 82 Am Hist R eí 805-
o 842(1977).
148 D erecho , n a r r a c ió n y v io l e n c ia
55. Ver, por ejem plo, R. Brown, Strain o f Vióleme, H istorical Studies o f American
V iolenceand Vigilantism, págs. 144-179 (1975) (discute las actitudes legales frente a la
justicia por mano propia en Estados Unidos).
56. Ver R. Zangrando, The NAACP Crusade A gainst Lynching, 1909-1950, págs.
9-11 (1980).
57. Leo Frank era un judío neoyorquino que administraba una fábrica de lápices
en Georgia. Fue acusado de violar y asesinar a una empleada de la fábrica de 14 años.
El juicio (y condena) tuvo lugar en una atmósfera enrarecida por la presión de la mu
chedumbre, razón por la cual la Corte debió sugerir al acusado y a su defensa que no
estuvieran presentes en la sala de audiencias en el momento de la lectura del veredicto
por miedo de que fueran atacados violentamente. Después de la condena, Frank fue
© Editorial G cdisa
sacado por la fuerza de su lugar de detención y linchado. El caso fue crucial para la
constitución del B ’nai Brith Anti-Defamation League. La Corte Suprema se negó a re
visar la condena. V. Frank v. M angum , 237 U.S. 309 (1915), con enérgicas disidencias
de los jueces Holmes y Hughes.
La violencia y la palabra 149
58. Por supuesto, no pretendo sugerir que ya no »e legistre violencia 110 autoriza
da por parte de la policía, carceleros, etcétera. Pero la postura casi publica de que la
«justicia» de la muchedumbre debe suplantar al debido proceso ante los tribunales
dejó de ser prevaleciente. Ver el extraordinario artículo de Charles Bonaparte, «Lynch
O Editori il G edis»
Law and Its Remedy», 8 Yale L .J. 335, 336 (1899) (quien argumenta que el propósi
to subyacente del linchamiento «no es violar, sino reivindicar ía ley, o, para ser más
preciso,... se deja de lado la parte “adjetiva” a fin de que su parte “sustantiva” sea
preservada»).
150 D erecho , n a r r a c ió n y v io l e n c ia
59- Ver, por ejemplo, 28 U.S.C. § 1291 (1982) (en el que se declara que existe un
derecho a apelar las decisiones finales de los tribunales de distrito); id. § § 4 6 (b), 46
(c) (en el que se establece que las audiencias ante los Tribunales Federales de Apela
ción requieren la presencia de tres jueces, salvo en los casos en los que se exija la reu
nión del tribunal en pleno); Constitución de los Estados Unidos, Art 1, § 9, par. 2
(que consagra el babeas corpus).
La violencia y la palabra 151
60. 28 U.S.C. § 1 (1982) (que establece una Corte Suprema de nueve jueces de los
cuales, con quorum de seis). La otra excepción histórica significativa relativa a la gene
ralización que efectúo en el texto me lleva a ser prudente con respecto a la inconstitu-
Edicori ti G rdisa
cionalidad de una Corte Suprema de un solo juez. Es cierto, por supuesto, que el Can
ciller era, form alm ente, una A lta Corte unipersonal. Y, aunque no sea la regla,
algunos sistemas judiciales estadounidenses han mantenido un tribunal de arbitraje
unipersonal, aunque muchas veces con una instancia apelación colegiada.
152 D erecho , n a r r a c ió n y v io l e n c ia
61. El Hércules de Dworkin aparece por primera vez en el artículo «Hard Cases».
Dworkin, «Hard Cases», 89 Han/. L. Rev. 1057 (1975). Hércules sigue vivo en Law's
Empire, supra nota 2 págs. 239-275, donde asume la investidura de juez modelo de
«integridad». Para Dworkin, esta no parece ser fundamentalmente una cualidad per
sonal, sino una postura interpretativa que valora la consistencia y coherencia intelec
tual. Id p á g s. 164-167.
La violencia y la palabra 153
IV. Conclusión
Hay una valiosa tradición que nos hace escuchar al juez como la voz de
la razón: verlo como la personificación de los principios. El actual in
terés académico por la interpretación, la atención que se presta a la co
munidad de significado y de compromiso, no son apologéticos ni en
su intención ni en su efecto. Esta tendencia representa, por lo general,
un intento de lograr un ideal valioso ante lo que todos concordarían
que es una realidad ineluctable. No discutiría el impulso que lleva a
este tipo de crítica.
Sin embargo, olvidar los límites que son intrínsecos a esta activi
dad de interpretación legal o exagerar la medida en la cual cualquier
interpretación, en tanto parte de un acto de violencia estatal, puede
constituir una base de comprensión coherente y común, tiene sus peli
gros. He subrayado dos clases bastante diferentes de límites a las posi
bilidades de lograr una comunidad coherente de significado. Una es la
de los límites prácticos que surgen de la organización social de la vio
lencia legal. Hemos visto que, para llevar a cabo la violencia de mane
ra segura y efectiva, la responsabilidad por esa violencia debe ser com
partida: el derecho debe operar como un sistema de disparadores y
señales para muchos actores que de otra manera no estarían dispuestos
a realizar actos de violencia, serían incapaces de hacerlo, o irresponsa- *
bles por ellos. Esta organización social de la violencia se manifiesta en ¿
reglas y principios secundarios que en general aseguran que ninguna J
mente única y ninguna voluntad solitaria puedan generar los resulta- J
La violencia y la palabra 155