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Seminario Ortodoxo de Formación para Iberoamérica

Instituto de Teología San Juan Damasceno

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SOFI271: LOS SACRAMENTOS


EL SACRAMENTO DE LA CRISMACIÓN
LECCIÓN 4 - SECCIÓN 1
4.1. LA CRISMACIÓN

a. Prólogo
La Crismación es un sacramento que es administrado sólo al bautizado.
Se efectúa al ungirlo con el santo Crisma, es decir, al sellarlo con el sello del
Espíritu Santo: así gozará el don divino. Este don hace que la vida nueva
recibida por el Bautismo crezca y se dirija hacia la perfección.
En el Santo Sacramento de la Crismación, recibimos “el sello del don del
Espíritu Santo.” (Ver Hechos 19: 1-10; Romanos 8; I Corintios 6; II Corintios 1:
21-22) Si el Bautismo es nuestra participación personal en la Pascua - en la
muerte y resurrección de Jesucristo - la Crismación es nuestra
participación personal en Pentecostés – es decir, en la venida del Espíritu
Santo. En el Bautismo el hombre es sepultado y resucita con Cristo; en el
Sacramento de la Crismación se hace digno del don del Espíritu Santo. De esta
forma el milagro de Pentecostés se repite y se renueva constantemente en la
Iglesia.
En la Iglesia Ortodoxa, el sacramento de la Crismación siempre se
realiza junto al Bautismo. Tal como la Pascua de Resurrección carece de

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significado pleno para el mundo sin Pentecostés, así también el Bautismo carece
de significado para el cristiano sin la Crismación.
b. Definición general
“Crisma” es una palabra de origen griego que significa «la unción»;
indica el aceite aromático que se usa en el sacramento. El aceite, en general,
ocupó un lugar significativo en la antigüedad: los romanos se ungieron con él,
en preparación para sus fiestas, siendo un símbolo de la alegría. Con los
hebreos, también tuvo su función importante por su propiedad penetrante en el
cuerpo, se usaba en las fiestas (Am 6: 6), y se derramaba a los visitantes en
gesto de generosidad y de respeto (Sal 23: 5), hay también que exaltar su
importancia en la unción de reyes y sacerdotes, pues como el aceite penetra en
el cuerpo y se adentra en los miembros, así el Espíritu de Dios penetra en las
almas de los escogidos «El espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha
ungido para anunciar a los pobres la Buena Noticia» (Isa 61:1).
La mezcla del Crisma contiene aceite de olivo, vino puro de uvas y treinta
y cinco esencias y perfumes naturales, entre ellas bálsamo y almizcle. «Tal
como Cristo asumió un cuerpo terrenal y es el Sacerdote para siempre ante el
Padre, también nosotros recibimos nuestra función sacerdotal de la esencia de
las perfumes de la tierra; a fin de que, habiendo recibido esta unción real,
seamos dignos de participar con el Señor en su obra redentora de la creación
entera», dice san Atanasio.

Este Crisma, también conocido como Santo Myron, es preparado por los
Patriarcas de la Iglesia en el día del Jueves Santo. Su utilización en la
Crismación resalta el hecho que el don del Espíritu en los orígenes era
transmitido a los seres humanos mediante los apóstoles de Cristo, cuyos

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sucesores formales en el mundo son los obispos de la Iglesia (ver Hechos 8: 14;
19: 1-7).
El sacerdote toma el Crisma, y se sirve de ello para ungir varias partes del
cuerpo del candidato, marcándolas con la señal de la Cruz: se empieza por la
frente, luego los ojos, la nariz, la boca, las orejas, el pecho, las manos, y los
pies1. Según va marcando cada parte, va diciendo ‘El sello del don del Espíritu
Santo’. El niño, incorporado en Cristo por el Bautismo, recibe ahora la
Crismación como don del Espíritu Santo, convirtiéndose en laïkos (laico),
miembro pleno del laos (pueblo) de Dios.
La Crismación es la extensión de Pentecostés: el mismo Espíritu que
descendió sobre los Apóstoles de modo visible en forma de lenguas de fuego,
desciende ahora sobre el recién bautizado de modo invisible pero con la misma
vigencia y poder. Por medio de la Crismación, todo miembro de la Iglesia se
convierte en profeta, y toma parte del sacerdocio real de Cristo: todos los
cristianos iguales, al ser crismados, son llamados a testimoniar en plena
conciencia la Verdad. “Vosotros habéis recibido la unción que viene del Santo,
y todos tenéis la creencia” (1 Juan 2: 20).

c. Institución del Sacramento


San Juan Crisóstomo comenta sobre la Revelación divina en el Bautismo
del Señor y dice que el Espíritu Santo vino sobre el Señor «no nada más para
indicar a Juan y a los presentes al Hijo de Dios, sino para que aprendas que, a
ti también viene el Espíritu Santo cuando te bautizas.» La venida del Espíritu
Santo, que san Juan Crisóstomo menciona no se refiere sino a la Santa
Crismación cuya institución se adjunta a la del Bautismo sin ser los dos
envueltos en un solo Sacramento como lo vamos a ver. Y si la ausencia de una
mención clara de la Santa Crismación en las palabras del Crisóstomo se
convierte en un obstáculo para entender su intención, san Cirilo, obispo de
Jerusalén, aclara cualquier confusión al decir: «Él (Jesús) una vez bautizado en
el Jordán […] salió de estas y el Espíritu Santo descendió a Él en forma de
visible posándose sobre Él como alguien que le era semejante. De modo
también semejante, después de que subisteis de las sagradas aguas de la
1
La unción de la frente significa la santificación de la mente y de los pensamientos. La unción del pecho
significa la santificación del corazón o deseos. La unción de los ojos, orejas y labios significa La santificación
de los sentidos. La unción de las manos y los pies significa la santificación de las obras y de todo
comportamiento del cristiano.

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piscina, se os ha dado el Crisma, imagen realizada de aquel con el que fue


ungido Cristo: en realidad es el Espíritu Santo» (San Cirilo de Jerusalén,
Catequesis, Desclée de Brouwer, Bilbao 1991, Pág. 512).

d. La práctica del Sacramento


En tiempos de los Santos Apóstoles, la aplicación del Sacramento de
la Crismación era confiada, exclusivamente, a los mismos apóstoles por la
imposición de las manos sobre los bautizados. Eso lo vemos en (Hechos 8: 9-
17): el Diácono Felipe bautizó a los samaritanos, pero dado que no tenía la
autoridad de la imposición de manos (Crismación), uno de los apóstoles tuvo
que venir para aplicar el Sacramento: «entonces les ponían (Pedro y Juan) las
manos y recibían el Espíritu Santo.» (Hechos 8: 17). San Pablo también,
después de bautizar a unos discípulos del Bautista en el nombre del Señor Jesús,
les puso las manos «y habiéndoles Pablo impuesto las manos, vino sobre ellos
el Espíritu Santo» (Hechos 19: 1-6).
No mucho después, se percibe una ausencia de dicha aplicación por
imposición de las manos. Pues el Sacramento ya se aplicaba por la unción con
el Crisma consagrado exclusivamente por los Apóstoles y, posteriormente, por
sus sucesores, los obispos. A partir del Siglo II, muchos padres de la Iglesia dan
testimonio ya del uso del Santo Crisma. El más antiguo se atribuye a San
Teófilo de Antioquía (180 d.C.): «Nos llamamos Cristianos, porque fuimos
crismados (ungidos) con el óleo de Dios.» Tertuliano dice: «Al salir de la pila
bautismal, fuimos ungidos con el Santo Óleo»; también la Tradición apostólica
de Hipólito, obispo de Roma (215), incluye una clara referencia sobre la
Crismación.
Aunque no sabemos el lapso exacto en el que se empezó a usar el óleo
definitivamente en el Sacramento, no obstante, la extensa difusión de dicha
aplicación, en Oriente y Occidente según los testimonios arriba mencionados,
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nos convence de que el origen de su uso se remonta al Siglo I y, lo más


probable, a la época de los apóstoles, ya que en ningún testimonio histórico se
ha mencionado alguna pelea o discusión sobre la utilización del Santo Crisma,
lo que confirma su autenticidad apostólica.
Sostiene esta teoría el hecho de que los mismos Apóstoles, aun realizando
el Sacramento por imposición de manos, tenían completamente axiomática la
relación entre el descenso del Espíritu Santo y el verbo «ungir» (χρίζω); por
ejemplo, Juan el Evangelista dice: «En cuanto a vosotros, estéis ungidos por el
Santo (Espíritu) y sabéis todas las cosas.» (1 Juan 2: 20). Εl Apóstol San Pablo
escribe a los Corintios: «Es Dios el que nos conforta juntamente con vosotros
en Cristo y el que nos ungió, y el que nos marcó con su sello y nos dio en arras
el Espíritu en nuestros corazones.» (2 Corintios 1: 21-22).
San Nicolás Cabasilás, teólogo del siglo XIII, observa que la Iglesia trata
ambos gestos litúrgicos, unción e imposición de manos, en concomitancia: «Los
reyes y los sacerdotes, bajo las antiguas leyes, se ungían. La Iglesia, pues, usa
la unción para entronizar a los reyes, mientras impone las manos en la
ordenación de los sacerdotes, eso significa que mira hacia la imposición de
manos y la unción con el mismo ojo […] En realidad los Padres de la Iglesia
llaman a la ordenación una unción sacerdotal.» Son como las dos caras de una
sola moneda.
Entonces en un principio, sólo el obispo administraba el sacramento de la
Crismación, ya sea por la imposición de las manos o por la unción con el santo
Crisma. Pero la Iglesia, por consideraciones prácticas, ha delegado al sacerdote
que administra el Bautismo el ungir al bautizado con el santo Crisma que ha
sido previamente consagrado por los obispos.2

2
En occidente suele ser el obispo quien confiere la Confirmación; en oriente, la Crismación es administrada por
un sacerdote, pero el Crisma del que se sirve debe bendecirse primero por un obispo. (Según el uso ortodoxo
corriente, solamente los obispos que sean dirigentes de Iglesias Autocéfalas tienen derecho a bendecir el
Crisma). De manera que tanto en oriente como en occidente participa el obispo en el segundo sacramento de
iniciación cristiana, de modo directo en occidente, e indirecto en oriente.

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e. La Crismación acompaña inseparablemente al santo Bautismo


El sacramento de la Crismación es concedido al bautizado
inmediatamente después de ser sacado de la pila bautismal. “Arrepentíos y
bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los
pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo.” (Hechos 2: 38; véase también
Hechos 8:14-17; Hechos 19:1-7). Los antiguos documentos del Cristianismo
oriental y occidental testifican dicha práctica. “Cuando los bautizados salen del
agua… cada uno de ellos se viste con sus ropas… el obispo, imponiéndoles las
manos, ora… y toma el aceite del santo Crisma y unge a cada uno de ellos (los
bautizados) diciendo: “Te unjo con el santo Crisma en el Señor, el Padre
todopoderoso, en Jesucristo y el Espíritu Santo” (Tradición Apostólica de
Hipólito, 21 y 22).

f. La Crismación: realización del Sacramento del Bautismo


En el rito ortodoxo, la Crismación acompaña al Bautizo, pues no separa la
unción de la inmersión más que el vestirse en blanco. Esa adhesión es una
herencia eclesiástica, más aún, evangélica: «porque en un solo Espíritu hemos
sido todos bautizados, para no formar más que un solo cuerpo, judíos y griegos,
esclavos y libres. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu.» (1 Corintios 12:
13). San Juan Crisóstomo, comentando este versículo, dice: «En el descenso del
Espíritu Santo, que aceptamos durante el bautizo antes de participar en la Divina
Eucaristía […], todos hemos recibido el mismo Espíritu»; tan obvia es la
adhesión entre Bautismo y Crismación, que el segundo parece disolverse en el
primero. En realidad, al decir «antes de participar en la Divina Eucaristía», el
Santo obispo se refiere a la Crismación, pues esta relación legítima entre los
dos sacramentos no contradice a que sean dos, ya que el recién bautizado se
reviste con la túnica blanca por haber sido bautizado y también para ser ungido.
Por el bautismo «se le devuelve al hombre su verdadera naturaleza en
Cristo, pues se libera del aguijón del pecado y se reconcilia con Dios y con la
creación» (Alexander Schmemann). Es la incorporación del bautizado en el
cuerpo de Cristo por la participación en su Muerte y su Resurrección (la triple
inmersión) es lo que expresa el canto con el cual los fieles reciben a los
bautizados: «Vosotros que fuisteis bautizados en Cristo, de Cristo os
revestisteis.»
El Espíritu Santo otorga a cada persona re-creada según la imagen de
Dios la posibilidad de realizar la semejanza; la realización de la semejanza era
la vocación que el primer Adán perdió por su caída ya que la imagen divina se
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deformó en él; el Segundo Adán recuperó esta imagen con su Muerte y


Resurrección. Nuestro Bautismo, como participación en la Muerte y
Resurrección de Cristo, es participación en la imagen recuperada, es decir en el
Cuerpo resucitado de Cristo, la Iglesia; y en ella, empieza la marcha hacia la
santidad, meta que el Espíritu Santo con su descenso personal (Crismación)
hace factible.

g. Crismación y Pentecostés
- Pentecostés: el descenso del Espíritu Santo:
«Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos juntos unidos (la
Iglesia) […] quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en
otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse» (Hechos 2:1-4). Pues
el mismo Espíritu Santo era otorgado a los apóstoles como don, mientras los
carismas - es decir, las fuerzas y capacidades que los apóstoles tuvieron
enseguida - son consecuencias del misterio realizado; pues, mientras los
apóstoles recibieron al Espíritu Santo, Él les concedió hablar en otras lenguas.

En los Maitines de la Fiesta de Pentecostés cantamos: «Oh Santísimo


Espíritu, que procede del Padre, y viene, por el Hijo, sobre los Discípulos […]»
(Exapostelario de Pentecostés). El icono de Pentecostés revela la reunión de la
Iglesia, el Cuerpo del Señor, en la que el Espíritu Santo descendió a cada uno de
los miembros: «Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se
repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos» (Hechos 2: 3).
- «El sello del don del Espíritu Santo»:
La unicidad de este sacramento y su importancia se manifiestan en la
frase recitada al ungir los miembros del bautizado: «el sello del don del Espíritu

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santo», lo que revela la Crismación como Pentecostés. Sería equivocación


mezclar el uso de la palabra «don» en singular (κάρισμα) con el plural «dones»
(καρίσματα), cuando se dice que la frase mencionada - como explican algunos
teólogos de Oriente influenciados por una teología escolástica occidental - se
refiere a la adquisición unos dones del Espíritu Santo.

Es obvio que la práctica litúrgica ha insistido siempre en el uso


singular de la palabra «don», a pesar de que el vocabulario eclesiástico la
dispone también en plural; p.e. San Pablo dice: «Hay diversidad de dones,
pero el Espíritu es el mismo» (1 Corintios 12: 4). Si la meta del Sacramento
de la Crismación fuese conceder «dones» especiales u otorgar una «Gracia»
necesaria para que el hombre conserve su vida cristiana, la palabra
hubiera aparecido en plural. Si no aparece en plural, es debido a que la
novedad de este Sacramento y su completa unicidad surgen que otorga al
hombre, no un don especial o dones del Espíritu Santo, sino que le otorga al
mismo Espíritu Santo como don.
- Pentecostés de los Apóstoles: primera práctica de la Crismación:
El Espíritu Santo que descendió sobre los Apóstoles en forma de
«lenguas como de fuego», desciende sobre los bautizados invisiblemente por el
sacramento de la Crismación: «Somos ungidos con el Crisma que es el símbolo
del descenso del Espíritu Santo», dice San Cirilo de Alejandría.
En la oración que inicia cada servicio, rogamos al Espíritu Santo: «ven a
habitar en nosotros», ya que la adquisición del Espíritu Santo es «el objetivo de
toda vida cristiana» como dice san Serafín de Sarov. En otras palabras, según
Vladimir Losky, un teólogo ortodoxo contemporáneo: «Pentecostés es el objeto
y la meta de la Divina Providencia en la tierra», ya que el Reino del cielo, como
lo define San Pablo, es «justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo» (Romanos
14:17). Dado que el Espíritu Santo no se encarnó sino el Hijo, su presencia

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personal no tiene imagen sino que revela todo lo que pertenece a Cristo, pero
«todo se vuelve icono o imagen suyo (del Espíritu Santo) cuando viene y hace
su morada en nosotros» (Alexander Schmemann); Cristo mismo en su diálogo
con Nicodemo habla de esta presencia dinámica del Espíritu Santo: «el viento
sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a donde va.
Así es todo el que nace del Espíritu» (Juan 3: 8). Se trata, entonces, de una
experiencia personal inexpresable por el vocabulario humano.
Obteniendo al Espíritu Santo por la Santa Crismación, la santidad es el
nuevo contenido y objeto de nuestra vida: «Si vivimos según el Espíritu,
obremos también según el Espíritu» (Gálatas 5: 25).
h. Consagración a Dios
En este Sacramento se anuncia la consagración entera del bautizado a
Dios. Por eso, el sacerdote unge con la señal de la cruz todos los miembros del
cuerpo, pues esta consagración es un obsequio de Dios, que el hombre es
incapaz de obtener salvo por la asistencia de Espíritu de Dios. San Cirilo de
Jerusalén explica a los recién iluminados la importancia de la unción de las
diferentes partes del cuerpo: «Fuisteis ungidos en primer lugar en la frente,
para ser liberados de la vergüenza que el primer hombre que pecó exhibía por
todas partes y para que, a cara descubierta contempléis la gloria del Señor
como en un espejo. Después en los oídos, para que pudieseis oír los divinos
misterios, de los que Isaías decía: “Mañana tras mañana despierta mi oído,
para escuchar como los discípulos” (Is 50: 4); […] Luego fuisteis ungidos en la
nariz, para que, al recibir el divino ungüento, dijeseis: “Somos para Dios el
buen olor de Cristo entre los que se salven” (2 Cor 2: 15). También fuisteis
ungidos en el pecho, para que “revestidos de la justicia como coraza”
pudieseis resistir a las asechanzas de Diablo” (Ef 6: 14, 11)» (San Cirilo de
Jerusalén, Catequesis, Desclée de Brouwer, Bilbao 1991, Pág. 514)

i. Crismación: El Sacramento del Sacerdocio Real


La Crismación es el sacramento del Sacerdocio Real. Los fieles
bautizados, todos los fieles, participan del sacerdocio de Jesús y concelebran
con Él, “el Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec”. Este misterio es el
que hace que todos los fieles se reúnan como pueblo de Dios en Cristo, y que
todo bautizado sea laikós, laico, miembro del pueblo de Dios y participante del
Sacerdocio Real.

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j. Oración de la Crismación
Bendito eres, Señor Dios todopoderoso. Fuente de todo bien, Sol de
justicia, que hiciste resplandecer sobre los que estaban en las tinieblas la luz de
la salvación con la manifestación de tu Hijo Unigénito y nuestro Dios, que nos
diste, aunque indignos, bendita purificación en el agua santa y divina
santificación en la Crismación vivificante, que también ahora te dignaste
regenerar a este tu servidor (esta tu sierva) que ha recibido iluminación por el
agua y el Espíritu y le concedes remisión de sus pecados voluntarios e
involuntarios. Tú mismo, Señor, compasivo Rey de reyes, concédele también el
sello del don de tu Santo Espíritu todopoderoso y adorado, y participación del
santo Cuerpo y de la preciosa Sangre de tu Cristo, consérvale en tu santidad,
afírmale en la Fe Ortodoxa, líbrale del maligno y de todas sus asechanzas.
Conserva su alma en pureza y rectitud, por tu temor salvador, para que te agrade
en todo hecho y palabra, y que sea hijo y heredero de tu Reino celestial. Porque
Tú eres nuestro Dios, Dios de misericordia y salvación, y te glorificamos, a ti,
Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos.
Amén.

k. Otros usos del santo Crisma


- Un miembro de la Iglesia Ortodoxa que apostata de su fe, pero luego se
arrepiente y retorna al cuerpo de la Iglesia, es ungido nuevamente con el santo
Crisma.
- Cuando un cristiano no ortodoxo es recibido dentro de la Iglesia
Ortodoxa, sólo debe ser ungido con el santo Crisma, siempre y cuando haya
sido bautizado en el nombre de la Santísima Trinidad. De no haber sido así,
primeramente será bautizado y, enseguida, ungido con el santo Crisma.
- El altar, la iglesia, el antimensio3 y los iconos, al ser consagrados, son
ungidos con el santo Crisma.

l. Epílogo
Si los Sacramentos Eclesiásticos son una verdadera Presencia Divina en
la vida de la Iglesia y de los creyentes, la Santa Crismación es una presencia del
3
Antimensio es una tela que lleva impreso el icono de la sepultura del Señor, firmada por el obispo local y
puesta sobre el santo Altar. Durante la liturgia, iniciando la parte de los fieles, el sacerdote desdobla el
antimensio, y sobre él coloca la ofrenda. En caso de celebrar la Divina Liturgia fuera del templo es
indispensable el uso de un antimensio consagrado que, en este caso, sustituye el santo Altar.

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Espíritu Santo, presencia que sella su vida para siempre. Pero el amor divino
nunca elimina la libertad del hombre, el cual tiene que escoger entre «sí» o «no»
para que el Sacramento actúe en él; si se encuentra «vaso de elección», su vida
resplandece con una santidad del «Santo» que mora en él, y será un icono de
Quien no tiene imagen.

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