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Delegar para arriba

Hace unos días, en un desayuno de trabajo, un amigo me comentaba divertido la


anécdota que había vivido con su Presidente. “La verdad es que a mí me toman el pelo –
decía el Presidente. Ahora resulta que tanto mi Consejero Delegado como mis
Directores Generales han tomado la costumbre de “delegar para arriba”. O sea, que en
vez de decidir ellos, me pasan a mí los temas para que decida yo. Total, que ahora me
toca hacer dos trabajos: el suyo y el mío”.

Nos empezamos a reír y, de repente, me acordé de los monos. Sí; no se asusten: me


acordé de los monos. La tesis, que no es mía (una pena, la verdad), es maravillosa: los
problemas (o marrones) y los monos tienen algo en común: su “tendencia tropista
ascendente”. Es decir: de igual forma que los monos suben a las ramas más altas del
árbol para huir de los depredadores, muchas personas prefieren delegar para arriba la
resolución de problemas que, en teoría, ellos mismos debieran ser capaces de resolver.
Vamos: que decida otro, que yo me quedo más tranquilo. Para más datos, les aconsejo
que lean el libro “El ejecutivo al minuto y la organización del tiempo”, de Kennet
Blanchard, Willian Oncken Jr. y Hall Burrows.

Y de eso va la tribuna de hoy: de la capacidad enorme que tienen algunos de pasarle a


otros sus propios marrones. Y también va de esto otro: de la todavía mayor capacidad
que tienen esos mismos de meterse en los charcos suyos y de los vecinos. Vamos, pues a
ver qué nos sale.

Para empezar, entendamos el problema. ¿Cuántas veces, amigo lector, ha tenido Ud. la
angustiosa sensación de estar hasta arriba de trabajo, mientras ve a su gente mano sobre
mano, a la espera de que Ud. diga o haga algo que necesitan para seguir trabajando?. Y,
reconozca conmigo: ¿cuantas veces ha oído Ud. a uno de sus colaboradores recordarle
“Hola jefe… ¿cómo va lo mío”?. Pues bien. Entérese ya de una vez. Eso que le piden;
esa llamada que tiene Ud. pendiente; esa gestión que nunca tiene ocasión de hacer; esa
reunión que tiene que concertar; ese informe que no puede leer y que necesita su visto
bueno… ese próximo paso “sin el que su gente no puede seguir” (mentira podrida) …
es lo que Oncken ha bautizado como el Mono. Sí. El mono es la “próxima jugada”, es
el marrón que le pasan a Ud. para que mueva ficha y, de esta forma, la pelota quede
siempre en su tejado.

Y.. ¿quién tiene la culpa de todo esto?. Pues no se engañe. Tan culpable es Ud, como su
equipo. Ud., es culpable porque, con intención o sin ella, le sale la vena ecologista y le
da por recoger monos en la calle para cuidarlos, mimarlos y así, de paso, demostrar a
todos que es buen samaritano, superman y, en cierta forma, el “gran hermano” que todo
lo ve y controla. Y su equipo es también culpable porque van dejando por ahí los monos
sueltos (como a los perros en vacaciones), abandonados, en manos del primero que
pasa, para vivir más tranquilos, sin tener que soportar ni su peso sobre la espalda, ni los
gritos que dan los pobres animalitos cuando tienen hambre y nadie les atiende. No se
olvide; todo mono implica dos partes interesadas: uno que lo trabaja y otro que lo cuida.

¿Que puede Ud. hacer frente a los monos?. Oncken, nos da las cuatro reglas básicas
contra el síndrome del mono. Créame. A mí me salvaron la vida. La primera regla es
describir al mono. Es decir, si el mono es, como hemos dicho, eso que queda pendiente
de hacer o “la próxima jugada”… el consejo es claro: la conversación entre Ud. y los
miembros de su equipo no puede terminar sin que se hayan definido “las próximas
jugadas”, es decir, lo que tienen que hacer los miembros del equipo (no Ud., no se
confunda) para que el tema no quede en vía muerta. Esta primera regla tiene muchas
ventajas: exige preparar los temas antes de las reuniones con mucho detalle, pare prever
los próximos pasos; propicia que la gente asuma sus propias iniciativas, porque la
propuesta de los siguientes pasos les corresponde a ellos; evita la “parálisis por el
análisis” y que la gente arrastre los pies, porque la pelota siempre queda en su tejado; y,
sobre todo, se produce una enorme sensación de seguridad, porque la gente sabe qué
tiene que hacer y a qué atenerse.

La segunda regla contra el síndrome del mono es más bonita todavía: debe establecerse
imperiosamente un régimen de propiedad para el mono; todo mono debe estar asignado
a un cuidador. Esto parece evidente, pero lo mejor viene ahora: todos los monos deben
ser atendidos al nivel de organización más bajo que sea compatible con el bienestar de
los animalitos. Esta receta es de Oncken es de gran calado porque toca tres puntos
críticos. Por un lado, le da una buena receta de estrategia: coloque el mono dos niveles
por debajo, porque para subir por las ramas siempre tendrá tiempo. Por otro, le da un
balón de oxigeno, a Ud., y al equipo: cuanto más te libras de los monos de tus
colaboradores, más tiempo te queda para atenderlos a ellos, no a sus monos; hasta te
sobrará tiempo para dar alguna que otra clase sobre cría y cuidado de simios. Y, por
otro, te ayuda a crear profesionales: la mejor manera de desarrollar responsabilidades en
las personas es obligarles a ejercer responsabilidades. Parece obvio, pero… ¿cuántas
veces ha tenido Ud. la tentación de quitarle a un colaborador suyo tal o cual tema
porque Ud. lo hace antes y mejor?. Reconózcalo: más de una. Pues sepa una cosa: si a
su hijo le trata siempre como a un niño, no espere nunca que se porte como un adulto.
¿Para qué se va a preocupar él de las cosas, si ya le tiene a Ud.?.

La tercera regla es establecer una póliza de seguros para el mono. Esta muy bien que
todos tengan y cuiden sus monos, pero tampoco vamos a dejarlos solos en los peligros
de la selva departamental. Así que ponga en marcha el departamento de pólizas de
seguros para monos y tome nota de Oncken. Primera póliza: proponer primero, actuar
después; es decir, que le cuenten detenidamente qué se va a hacer y que actúen
conforme a las directrices. Y segunda póliza: actuar primero, e informar después; es
decir, que le cuenten lo que se ha hecho para que no le pillen en un renuncio.

La cuarta regla es revisar el mono. No olvide que los monos son como los niños: comen
cinco veces al día, duermen ocho horas, y necesitan revisiones periódicas del pediatra
para ver si van cogiendo peso y están en percentiles respecto de los otros niños de su
edad. Por eso es recomendable que recuerde siempre estos papeles: su equipo es el
padre o la madre del mono; pero Ud. es el pediatra. Ponga tantas revisiones como crea
necesarias para ver qué lindo y rollizo va creciendo el animalito.

Bien. Ya sabe cuales son sus deberes. Ya tiene cuatro magníficas recetas para montar un
bonito zoológico. Sin embargo, permítame una cosa más… ¿Conoce Ud. la verdadera
naturaleza de los cuidadores de simios que trabajan en su equipo?. No olvide que tan
importante es el bicho como el cuidador. Por eso creo que es necesario que, al menos,
identifique un tipo especialmente dañino para su zoológico: el cuidador histérico.
El cuidador histérico, es aquel que le va pasando minuto a minuto el parte médico del
mono: que tiene unas décimas; que no me come; que no juega; que le pegan en el cole;
que no le hacen caso… me estoy refiriendo a ese tipo de cuidador que no pierde ocasión
de poner nervioso al jefe pasándole cumplida información de todos los problemas que
tiene. Permítame un consejo: ese cuidador lo que busca es ponerle nervioso a Ud. para
que vea qué enorme es la magnitud de sus responsabilidades. Y no se dan cuenta de que
es desagradable trabajar para un jefe nervioso, sobre todo cuando tú eres el que le pone
nervioso (Oncken).

Pues bien. Ahí tiene a los monos. A lo mejor ahora va y cambia de opinión, y ni la mona
Chita de Tarzán, ni el mono Amedio de Marco, ni Mr. Wilson de Pipi Calzas Largas le
parecen ya tan simpáticos. La verdad es que a mí los monos nunca me gustaron. Chillan,
muerden y huelen mal. Anda y que les den… cacahuetes.

30 de enero de 2002

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