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Fides et ratio, n. 5
los medios disponibles. Seguramente el prejuicio de los racionalistas encuentra
explicación lógica en la prevención que sentían hacia esas otras doctrinas no
contrastadas racionalmente que tanto se habían alejado de la realidad, contrariando
incluso el más evidente uso racional, y en su consiguiente confianza en cambio de
paradigma asociado a un progreso sin precedentes que ya entreveían.
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Fides et ratio, n. 83
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Fides et ratio, n. 83
En el comienzo de “Fides et ratio” se van dan dos definiciones del hombre en
función de la capacidad de conocimiento y de su situación en el mundo. La primera de
ellas explica que el hombre es “aquel que busca la verdad”. La vida como una búsqueda
es una constante de la filosofía medieval cristiana, y también últimamente se ha vuelto a
poner de relieve en autores contemporáneos 4. Precisamente ese carácter del hombre “in
via” le hace abrirse a ulteriores posibilidades que no alcanza a conocer con sus propias
fuerzas naturales. Inmediatamente se impone otra definición del hombre como “aquel
que vive de creencias” 5, que no excluye la anterior, sino que la complementa, de la
misma forma que la capacidad racional humana no excluye sino que más bien requiere
la ayuda de otros para formarse y sostenerse. Todavía esa confianza informe en los
demás remite a una confianza mayor en quien no puede engañarse ni engañarnos: Dios
mismo. La fe se expresa como confianza necesaria para que la razón no desespere en la
búsqueda a la que naturalmente se encuentra abocada y no fácilmente satisfecha.
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Vid la definición de Alasdair MacIntyre en Tras la virtud: expresa toda vida humana como relato de una
búsqueda de la verdad y del bien. Cfr. Tras la virtud, Crítica, Barcelona, 1984, p. 270.
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Fides et ratio, n. 31
No sucede lo mismo con la valoración de la filosofía de la modernidad en “Fides
et ratio”. Junto a aspectos positivos que toda filosofía puede aportar, se centra en
algunas críticas a su carácter cerrado respecto a la trascendencia, en buena parte debido
al rechazo de la metafísica del ser y a la adopción de una idea sesgada del hombre
mismo. Da la impresión de que el juicio de la encíclica respecto a la modernidad
consiste en haber despreciado una oportunidad importante de aportar unos aspectos
positivos al conocimiento humano, como la capacidad de la conciencia, el pensamiento
crítico, la valoración de la técnica y la historicidad. Pero, a causa del énfasis de los
pensadores modernos en la autonomía de la razón humana, y en los límites
consiguientes para autotrascenderse, su evolución histórica ha llevado a callejones
teóricos sin salida (relativismo, subjetivismo, nihilismo), y a consecuencias prácticas
desastrosas desde el punto de vista práctico (regímenes totalitarios, materialismo
práctico, etc.).
Juan Pablo II confía en que se puedan recuperar los aspectos positivos del
pensamiento moderno sin caer en estas lacras, pero para ello sugiere unas condiciones
que están presentes en la tradición bíblica:
A estas tres condiciones de la tradición bíblica se añade una cuarta: “el hombre
no puede comprenderse sino como «ser en relación»” 7. Aquí también es urgente la
superación de los caminos individualistas de la modernidad, y más en concreto, del
individualismo e inmanentismo de la empresa filosófica.
Un poco más adelante, al tratar de la verdad y los caminos que conducen a ella,
la encíclica se detiene en un argumento de tipo personalista. Las verdades que se
derivan de una relación interpersonal se basan en la verdad de la persona. No es la meta
humana la consecución de una verdad abstracta “sino que consiste también en una
relación viva de entrega y fidelidad hacia el otro”. 8 Ahí se encuentra la certeza, ausente
de tantas concepciones modernas de la verdad, donde ésta se ve reducida, en el mejor de
los casos, a un ideal orientador pero inalcanzable. Con ello la búsqueda del hombre se
bifurca en “búsqueda de una verdad y de una persona de quien fiarse” 9. Juan Pablo II
nos pone ante los ojos el descubrimiento de la vida sobrenatural y de que sólo en Cristo
se encuentra el final de esa doble búsqueda, donde confluyen a su vez la verdad natural
y la verdad revelada.
Resulta llamativo el desinterés con que algunos críticos han recibido la encíclica
“Fides et ratio”. El silencio ha sido la máxima expresión de una oposición frontal. Pero
las pocas críticas aparecidas han acusado al documento de presentar a la filosofía como
una esclava de la teología. No se han parado a pensar que, precisamente esa formulación
“ancilla theologiae” brilla por su ausencia en la argumentación de la encíclica. Y sin
embargo, Juan Pablo II se ha apropiado la expresión kantiana “sapere aude”. En la
introducción, el documento afirma que fe y razón son como las dos alas del
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conocimiento humano. Quienes pretenden ignorar el problema de las relaciones entre
ambas instancias de conocimiento, en el fondo están cortando las alas del saber, y el
perjuicio recae en primer lugar sobre la propia razón que supuestamente defienden.