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El dogmatismo y el escepticismo representan dos posturas extremas en cuanto al

problema del conocimiento. El dogmatismo sostiene que existe un contacto directo


y real entre el sujeto y el objeto del conocimiento, sin cuestionar la posibilidad
misma del conocimiento. Esta posición se basa en una confianza ingenua en la
capacidad de la razón humana y no reconoce la naturaleza relacional del
conocimiento. Por otro lado, el escepticismo niega la posibilidad de un
conocimiento verdadero, argumentando que el sujeto no puede aprehender
objetivamente el objeto. Se centra exclusivamente en los aspectos subjetivos del
conocimiento y no reconoce la importancia del objeto en la relación cognitiva.

El dogmatismo, en su forma teórica, ética y religiosa, ha sido una postura


predominante en la historia de la filosofía, especialmente en sus primeras etapas,
donde la confianza en la razón humana era más ingenua. Sin embargo, el
surgimiento de los sofistas en la antigua Grecia planteó el problema del
conocimiento y desafió al dogmatismo, llevando a un mayor escrutinio y reflexión
sobre la naturaleza del conocimiento.

El escepticismo, por otro lado, se originó en la Antigüedad, con figuras como Pirrón
de Elis, quien argumentaba que el conocimiento era imposible y abogaba por la
suspensión del juicio. A lo largo de la historia, ha habido diferentes formas de
escepticismo, desde el radical hasta el mitigado, pero todos comparten la idea
central de la imposibilidad de un conocimiento absoluto y la necesidad de dudar
de las afirmaciones dogmáticas.

El escepticismo se ha enfrentado a críticas, especialmente en lo que respecta a su


propia coherencia lógica. Se ha argumentado que al afirmar la imposibilidad del
conocimiento, el escepticismo se contradice a sí mismo al hacer una afirmación
sobre el conocimiento. Sin embargo, algunos defensores del escepticismo
sostienen que la suspensión del juicio es la única forma de evitar esta
contradicción.

A pesar de sus limitaciones y críticas, tanto el dogmatismo como el escepticismo


han contribuido al desarrollo filosófico y al pensamiento humano. El dogmatismo
ha llevado a la formulación de teorías y sistemas de conocimiento, mientras que el
escepticismo ha promovido una actitud de cautela y reflexión, desafiando las
creencias arraigadas y fomentando una búsqueda continua de la verdad.

El subjetivismo y el relativismo son posturas filosóficas que sostienen que no hay


una verdad universalmente válida, sino que la verdad está limitada por factores
subjetivos o relativos. El subjetivismo limita la validez de la verdad al sujeto que
conoce y juzga, ya sea individualmente o en términos del género humano en
general. El relativismo, por otro lado, enfatiza la influencia de factores externos,
como el medio ambiente, el tiempo y la cultura, en la formación del conocimiento
humano.

Estas posturas se encuentran en la Antigüedad, con los sofistas como


representantes clásicos del subjetivismo, y continúan siendo defendidas hasta la
actualidad. El principio de Protágoras, "el hombre es la medida de todas las cosas",
es un ejemplo de subjetivismo individual. El relativismo, por su parte, argumenta
que la verdad está determinada por el contexto cultural y temporal en el que se
encuentra el sujeto.

Sin embargo, tanto el subjetivismo como el relativismo enfrentan críticas y


contradicciones. Se argumenta que al negar la existencia de una verdad
universalmente válida, se cae en una contradicción, ya que una verdad que no es
universalmente válida carece de sentido. Además, se señala que tanto el
subjetivismo como el relativismo, al afirmar sus propias posturas, están
implícitamente atribuyendo una validez más allá de lo subjetivo o relativo a sus
propias afirmaciones.

En resumen, el subjetivismo y el relativismo son posturas filosóficas que cuestionan


la existencia de una verdad universal, pero enfrentan críticas por su falta de
coherencia lógica y su propia dependencia de una validez que van más allá de lo
subjetivo o relativo.

El pragmatismo, en contraposición al escepticismo, adopta una postura más


positiva al redefinir el concepto de verdad. Mientras que el escepticismo niega la
posibilidad misma del conocimiento, el pragmatismo reconoce que el
conocimiento humano está intrínsecamente ligado a la acción y la voluntad. Según
esta corriente filosófica, la verdad ya no se define en términos de concordancia
entre el pensamiento y la realidad objetiva, sino que se redefine como algo útil y
valioso para la vida.

El pragmatismo, cuyo principal exponente fue el filósofo estadounidense William


James, sostiene que el hombre es esencialmente un ser práctico cuyo intelecto está
al servicio de su voluntad y acción. Desde esta perspectiva, la verdad se define en
función de su utilidad y beneficio para la vida práctica y social del individuo. Por
ejemplo, un juicio como "la voluntad humana es libre" se consideraría verdadero en
la medida en que sea útil y beneficioso para la vida humana y la convivencia social.
Sin embargo, esta reinterpretación del concepto de verdad ha sido objeto de
críticas. Se argumenta que no es adecuado identificar los conceptos de "verdadero"
y "útil", ya que sus significados son fundamentalmente diferentes. Además, se
señala que la experiencia demuestra que una verdad puede tener efectos
perjudiciales, como se evidenció durante la guerra mundial, cuando se ocultaron
verdades por temor a sus consecuencias.

A pesar de las críticas, figuras como Nietzsche, Vaihinger y Simmel han defendido
el pragmatismo, manteniendo la distinción entre lo "verdadero" y lo "útil". Sin
embargo, esta posición también se enfrenta a objeciones, ya que sostener que
todo conocimiento es ficción es esencialmente una forma de escepticismo que se
anula a sí misma.

En última instancia, el error del pragmatismo radica en no reconocer la esfera


lógica y la autonomía del pensamiento humano. Si bien es cierto que el
conocimiento está estrechamente relacionado con la vida práctica, no se debe
perder de vista su autonomía y su valor intrínseco como función del pensamiento
humano. Por lo tanto, mientras el pragmatismo resalta la conexión entre el
conocimiento y la vida, no puede negar la importancia de la lógica y la verdad
como criterios fundamentales para la comprensión del mundo.

El criticismo comparte con el dogmatismo la creencia en la posibilidad del


conocimiento y en la existencia de una verdad objetiva. Sin embargo, a diferencia
del dogmatismo, no acepta estas afirmaciones sin un escrutinio riguroso. También
comparte con el escepticismo la actitud de desconfianza hacia el conocimiento
determinado, reconociendo los límites de la razón humana y la necesidad de una
reflexión crítica.

El texto señala a Kant como uno de los principales exponentes del criticismo. Kant
desarrolló su filosofía criticista después de haber explorado tanto el dogmatismo
como el escepticismo. Para Kant, tanto el dogmatismo como el escepticismo son
posiciones exclusivistas que no logran abordar adecuadamente la cuestión del
conocimiento.

El criticismo, en cambio, adopta un enfoque reflexivo y crítico. No asume ninguna


afirmación de manera automática, sino que examina cuidadosamente sus
fundamentos y razones. Es un método que busca llegar a la certeza a través de un
análisis riguroso de las fuentes del conocimiento humano.

Se destaca que el criticismo no debe confundirse con la filosofía específica de Kant.


Si bien Kant fue un exponente destacado del criticismo, esta perspectiva se refiere
más a un método general de filosofar que a una doctrina particular. Reconoce la
importancia de la teoría del conocimiento como una disciplina filosófica
independiente y fundamental, que examina críticamente los supuestos y
condiciones más generales del conocimiento humano.

En resumen, el criticismo representa una posición filosófica que busca superar


tanto el dogmatismo como el escepticismo, mediante un enfoque reflexivo y crítico
que examina cuidadosamente las bases del conocimiento humano.

2. El proceso de formar juicios, como "el sol calienta la piedra", implica una
combinación de datos sensoriales y razonamiento. Observamos la luz del sol
iluminando la piedra y percibimos que la piedra se calienta al tocarla. Sin embargo,
el juicio va más allá de simplemente describir estos eventos; también implica la
idea de una conexión causal entre ellos, es decir, que el sol causa el calentamiento
de la piedra. Esta idea de causalidad no es directamente derivada de la experiencia
sensorial, sino que es aportada por el pensamiento.

La pregunta sobre el origen del conocimiento humano puede abordarse tanto


desde un punto de vista psicológico como lógico. Desde una perspectiva
psicológica, se trata de cómo ocurre el proceso de conocimiento en la mente del
individuo. Desde una perspectiva lógica, se refiere a las bases sobre las cuales se
fundamenta la validez del conocimiento y cómo se justifican las afirmaciones de
conocimiento. Estas dos cuestiones están estrechamente relacionadas, ya que la
concepción de cómo se forma el conocimiento psicológicamente influye en cómo
se fundamenta lógicamente la validez del conocimiento.

A lo largo de la historia de la filosofía, estas dos preguntas han estado


interconectadas. Por ejemplo, aquellos que consideran que la razón es la única
fuente de conocimiento tienden a enfatizar la autonomía y especificidad de los
procesos de pensamiento. Por otro lado, aquellos que basan todo conocimiento en
la experiencia sensorial tienden a negar la autonomía del pensamiento, tanto desde
una perspectiva psicológica como lógica.
El racionalismo es una corriente epistemológica que considera que la razón y el
pensamiento son la fuente principal del conocimiento humano. Según el
racionalismo, un conocimiento es verdadero cuando es lógicamente necesario y
universalmente válido. Esto se ejemplifica en juicios como "el todo es mayor que la
parte" o "todos los cuerpos son extensos", que se derivan exclusivamente del
pensamiento y poseen necesidad lógica y validez universal.
Esta corriente encuentra su fundamento en la matemática, donde el conocimiento
se deriva de conceptos y axiomas supremos, independientemente de la experiencia
sensorial. Platón fue uno de los primeros exponentes del racionalismo, al postular
la existencia de un mundo suprasensible de las Ideas, que son modelos de las
cosas empíricas y de los conceptos.

Otra forma de racionalismo, denominada racionalismo teológico, se basa en la idea


de que el conocimiento humano proviene de la iluminación divina. Plotino y San
Agustín son representantes de esta corriente, que sostiene que Dios o el Nus
cósmico son la fuente de las Ideas o conceptos supremos.

En la Edad Moderna, el racionalismo se intensifica con filósofos como Descartes y


Leibniz, quienes postulan la existencia de ideas innatas, es decir, conceptos
fundamentales del conocimiento que no provienen de la experiencia, sino que son
inherentes a la razón humana. Esto se conoce como racionalismo inmanente.

Finalmente, en el siglo XIX surge una forma más rigurosa de racionalismo, llamada
racionalismo lógico, que distingue entre el origen psicológico del conocimiento y
su valor lógico. Esta corriente se centra en la "conciencia en general" como fuente
de los principios supremos del conocimiento, y considera que el pensamiento es la
única fuente del conocimiento humano, sin depender de la experiencia sensorial.

A pesar de su énfasis en la razón y el pensamiento, el racionalismo tiende al


exclusivismo y al dogmatismo, lo que ha generado críticas y ha dado lugar a
corrientes opuestas como el empirismo.
El empirismo, derivado de la palabra griega "experiencia", sostiene que la única
fuente del conocimiento humano es la experiencia. Según esta corriente, no existe
ningún conocimiento innato y la conciencia cognoscente se nutre exclusivamente
de la experiencia sensorial. Mientras el racionalismo se basa en un ideal de
conocimiento, el empirismo se fundamenta en hechos concretos y observaciones
empíricas.

El empirismo argumenta que todos nuestros conceptos, incluso los más generales
y abstractos, se originan en la experiencia. Esta corriente suele tener sus raíces en
las ciencias naturales, donde la observación y la experimentación son
fundamentales. La evolución del pensamiento y del conocimiento humano, según
los empiristas, demuestra la importancia de la experiencia en la formación del
conocimiento.

Se distingue entre dos tipos de experiencia: la interna y la externa. Mientras que la


externa se refiere a la percepción sensorial, la interna se relaciona con la
percepción de uno mismo. Algunos enfoques empiristas, como el sensualismo, se
centran exclusivamente en la experiencia sensorial.

En la Antigüedad, las ideas empiristas aparecieron en filósofos como los sofistas,


los estoicos y los epicúreos, pero fue en la Edad Moderna, especialmente en la
filosofía inglesa de los siglos XVII y XVIII, donde se desarrolló de manera
sistemática. John Locke es considerado el fundador del empirismo moderno, quien
rechazó la idea de las ideas innatas y sostuvo que el alma humana es una "tabla
rasa" que se llena gradualmente con las impresiones de la experiencia.

El intelectualismo surge como un intento de mediación entre el racionalismo y el


empirismo, reconociendo tanto la importancia del pensamiento como de la
experiencia en la formación del conocimiento. Mientras que el racionalismo
considera que los conceptos son innatos, el intelectualismo sostiene que se derivan
de la experiencia. Su axioma fundamental es "nihil est in intellectu quod prius non
fuerit in sensu" (nada está en el intelecto que no haya estado antes en los
sentidos).

Este punto de vista tiene sus raíces en Aristóteles, quien buscó una síntesis entre el
racionalismo y el empirismo al situar las ideas platónicas dentro de la realidad
empírica. Según Aristóteles, las ideas son las formas esenciales de las cosas y se
encuentran dentro de ellas. La experiencia adquiere así una importancia
fundamental, ya que proporciona las imágenes perceptivas de los objetos
concretos, dentro de las cuales se encuentra la esencia general o idea de la cosa. El
entendimiento real o agente extrae esta esencia de las imágenes sensibles,
permitiendo así el conocimiento.

Esta teoría fue desarrollada en la Edad Media por Santo Tomás de Aquino, quien
afirmó que todo conocimiento deriva de la experiencia sensorial. Según él,
empezamos recibiendo imágenes sensibles de las cosas concretas, de las cuales el
intelecto agente extrae las imágenes esenciales generales. Estas son recibidas por
el intelecto posible, que juzga sobre las cosas. Los conceptos esenciales así
formados se utilizan para obtener conceptos más generales, como los principios
del conocimiento, que también tienen su origen en la experiencia.

En resumen, el intelectualismo reconoce la importancia tanto del pensamiento


como de la experiencia en la formación del conocimiento humano, buscando una
síntesis entre el racionalismo y el empirismo.
El apriorismo surge como otro intento de mediación entre el racionalismo y el
empirismo, reconociendo tanto la experiencia como el pensamiento como fuentes
del conocimiento. Sin embargo, el apriorismo define la relación entre la experiencia
y el pensamiento de manera opuesta al intelectualismo. Mientras que este último
considera que los conceptos se derivan de la experiencia, el apriorismo sostiene
que existen elementos a priori independientes de la experiencia.

Para el apriorismo, los factores a priori son de naturaleza formal, no son contenidos
sino formas del conocimiento que se llenan con los contenidos concretos de la
experiencia. El principio fundamental del apriorismo establece que "los conceptos
sin intuiciones son vacíos, las intuiciones sin conceptos son ciegas". A diferencia del
intelectualismo, que deriva el factor racional del empírico, el apriorismo rechaza
esta derivación y afirma que el factor a priori proviene del pensamiento, de la razón
misma.

Immanuel Kant es considerado el fundador del apriorismo. En su filosofía, Kant


intenta mediar entre el racionalismo y el empirismo al sostener que la materia del
conocimiento proviene de la experiencia mientras que la forma proviene del
pensamiento. Para Kant, las sensaciones carecen de orden y regla, y es el
pensamiento humano el que crea este orden en el caos de las sensaciones,
mediante las formas de la intuición (espacio y tiempo) y del pensamiento
(categorías). De esta manera, la conciencia cognoscente construye el mundo de sus
objetos utilizando elementos de la experiencia pero organizándolos según las leyes
inmanentes del pensamiento.

En resumen, mientras que el intelectualismo se acerca al empirismo al derivar los


conceptos de la experiencia, el apriorismo se asemeja al racionalismo al rechazar
esta derivación y afirmar que los elementos a priori provienen de la razón.
La crítica a tanto al racionalismo como al empirismo desde una
perspectiva psicológica y lógica lleva a la conclusión de que ambas
posturas resultan insuficientes para explicar completamente el
conocimiento humano.

Desde el punto de vista psicológico, tanto el racionalismo como el


empirismo son refutados. El empirismo, al derivar todo el conocimiento
de la experiencia, no puede dar cuenta de la existencia de contenidos no
intuitivos e intelectuales en la conciencia, como lo demuestra la psicología
moderna. Por otro lado, el racionalismo, al postular conceptos innatos o
derivados de fuentes trascendentes, carece de fundamentos psicológicos,
ya que la formación de los conceptos está influida por la experiencia. Así,
el conocimiento humano se origina de una interacción compleja entre
contenidos intuitivos y no intuitivos, entre el factor racional y el empírico.
Desde una perspectiva lógica, tanto el racionalismo como el empirismo
también presentan limitaciones. Si bien el racionalismo es válido para las
ciencias ideales, donde la verdad se deriva puramente del pensamiento,
no puede explicar adecuadamente el conocimiento en las ciencias reales,
donde la experiencia es fundamental. Por otro lado, el empirismo es
adecuado para las ciencias reales, donde la experiencia es la base del
conocimiento, pero no puede explicar las verdades lógicas y matemáticas
que son independientes de la experiencia.

Las posturas intermedias, como el intelectualismo y el apriorismo,


reconocen tanto el factor racional como el empírico en la formación del
conocimiento humano. Sin embargo, también tienen sus propias
limitaciones y suposiciones metafísicas. El intelectualismo presupone una
estructura racional en la realidad, mientras que el apriorismo postula la
existencia de factores a priori que hacen posible la experiencia.

En conclusión, ninguna de las posturas filosóficas tradicionales puede


explicar completamente el conocimiento humano. Se requiere una
comprensión más amplia que considere tanto los aspectos psicológicos
como los lógicos del conocimiento, así como una evaluación cuidadosa
de las suposiciones metafísicas subyacentes en cada teoría.

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