Está en la página 1de 6

Lectura interpretativa de Kafka “La colonia penitenciaria”

Introducción

En la colonia penitenciaria es un relato del escritor Franz Kafka que fue

publicado por primera vez en el año 1919. Muchos análisis sobre él tratan el
tema de la justicia y el poder como tópicos temáticos. En este trabajo, en

cambio, nos proponemos darle protagonismo a la palabra escrita y desarrollar


un análisis interpretativo y explicativo en torno al lugar que ocupa la escritura

como instrumento plurisignificante dentro del relato, su simbología y su lugar


como eje estructurador de los hechos.

Del marco bibliográfico y de las inferencias realizadas se desprenden las

siguientes categorías de análisis y líneas argumentativas:

- la doble función de la escritura;

- los binomios condena/salvación, razón/locura y


conocimiento/desconocimiento;

- inversión de sentidos: la peripecia;


- absurdo y extrañamiento;

- justicia y poder.

La firmeza emblemática de la escritura en la colonia penitenciaria

La paradoja, el absurdo y la atmósfera de pesadilla son elementos dominantes


en la colonia penitenciaria de Kafka. Un lugar olvidado en el tiempo donde la

escritura cobra fuerza y protagonismo a través de la figura del oficial. Se trata


de un antihéroe obsesionado con una tradición de antaño, un método, un

instrumento de justicia escalofriante: una máquina que escribe, a través de la

tortura sistemática y repetida, una condena.

La escritura es presentada con una doble función: es instrumento de


razón y de locura. Poseerla y más aun, comprenderla, equivale a tener el poder

de juzgar y condenar desde la más absurda irracionalidad; mientras que ser


escrito hasta comprender lo que ella versa significa la muerte. Aquí queda

planteada la doble simbología que sostiene la escritura en este relato, es un


elemento de tortura y agonía a la vez que un elemento de poder y libertad.

El oficial posee los diseños del antiguo comandante, diseños de


condenas, de disposiciones violadas que sólo él es capaz de leer. Estos diseños

son una suerte de encriptados sagrados, ninguna persona, a excepción del


propio oficial, puede tocarlos.

“- (…). Aquí están – y sacó algunas hojas del portafolio de cuero -, pero

por desgracia no puedo dárselos para que los examine; son mi más preciosa
posesión. Siéntese, yo se los mostraré desde aquí, y usted podrá ver todo

perfectamente.

(…) El explorador (…) sólo vio líneas que se cruzaban repetida y

laberínticamente (…).

- Lea – dijo el oficial.


- No puedo – dijo el explorador – (…) es muy ingenioso, pero no puedo

descifrarlo.”1

De este modo, de los cuatro personajes que configuran la terrible escena,


sólo el oficial es el poseedor del conocimiento (sabe cómo funciona la máquina,

es capaz de leer los diseños, conoce la historia de la colonia, la disposición


violada por el condenado y cuál es su condena). Queda planteado así el
binomio conocer/desconocer.

Conocer es poseer la escritura y tener el poder de emplearla; desconocer

significa ser escrito hasta comprender lo que reza la inscripción en la peor de las
agonías, es tomar contacto con el conocimiento para luego morir

irremediablemente.

1
KAFKA, F. (1994): En la colonia penitenciaria. Edicomunicación, S. A. : España. Pp. : 36-37
“- (…) yo soy la persona más capacitada para explicar nuestros

procedimientos, ya que tengo en mi poder (…) los respectivos diseños


preparados por la propia mano de nuestro antiguo comandante.”

Y más adelante se lee, en relación al total desconocimiento del


condenado sobre lo que estaba sucediendo:

-¿Conoce él su sentencia? – preguntó el explorador (…).

-No – replicó el oficial (…)- . Sería inútil comunicársela. Ya la sabrá en

carne propia.”2

En un escalofriante juego de paradojas y absurdos que sólo tienen

sentido dentro del mundo posible de la colonia, quien posee la escritura es


quien condena, mientras que ser condenado implica llegar al conocimiento a

través de la tortura y de la muerte.

El condenado desconoce todo (su delito, el funcionamiento de la


máquina, la lengua en que se comunican el oficial y el explorador, desconoce su

propia condena) y es su ignorancia, absurdamente, la llave de su posterior


libertad; a priori, estará sujeto a la espera y al azar.

En cambio el oficial, poseedor de la escritura maligna, del poder y del


saber, se encuentra en una posición crítica. Supone que al ser juez y dueño de la

escritura lo es también de la verdad, pero está equivocado y pagará muy caro su


error. En una suerte de peripecia griega, el oficial sufre a manos del absurdo que

gobierna su mundo. El administrador de justicia y de orden padece una


inversión de la doble significación de la escritura. Comprende (en lucha interna

consigo mismo), cuál fue su mayor delito: ser injusto con respecto al cambio en
la legislación del delito, arraigarse a una tradición caduca, obsoleta y medieval,

casi de verdugos.

2
Idem, p. 32
Esta alteración de sentidos y significaciones es tan retorcida y siniestra

que otra vez, el único capaz de razonar en torno a ella es el oficial, que pasa de
juez a víctima a través de su diálogo con el explorador. Intenta convencerlo de

que apruebe y apoye su tradicional castigo frente al nuevo comandante de la


colonia, pero no lo consigue. Comprende entonces que es el final y lo acepta.

Resignado, decide morir junto con su proyecto y recibir el castigo que ello
implica.

“Desde el primer momento el explorador no había dudado de cuál debía


ser su respuesta (…).

-No (…). Desapruebo este procedimiento- dijo entonces el explorador

(…).

El oficial callaba; se volvió hacia la máquina, se agarró de una de las

barras de bronce, y contempló, un poco echado hacia atrás, el Diseñador, como


para comprobar que todo estaba en orden.

(…)

-Así que el procedimiento no lo convence- dijo para sí, y sonrió, como un

anciano que se ríe de la insensatez de un niño, y a pesar de la sonrisa prosigue


sus propias meditaciones-. Entonces llegó el momento- dijo por fin, y miró de

pronto al explorador con clara mirada, en la que se veía cierto desafío, cierto
vago pedido de cooperación.”3

La peripecia es tan extrema que la máquina del horror parece


comprenderlo y se destruye al tiempo que acaba con la vida del oficial. La

leyenda que él mismo colocó en el Diseñador, “sé justo”, no se inscribe en su


cuerpo, no es necesario que conozca la sentencia en carne propia ya que la

conoce de antemano, como dueño irrevocable de las escrituras, es su propio


juez y verdugo.

3
Idem, pp. 49-50
“Ya estaba desnudo. El explorador se mordió los labios y no dijo nada.

Sabía muy bien lo que iba a ocurrir, pero no tenía ningún derecho de
inmiscuirse. Si el procedimiento judicial, que tanto significaba para el oficial,

estaba realmente tan próximo a su desaparición- posiblemente como


consecuencia de la intervención del explorador, lo que para éste era una

ineludible obligación-, entonces, el oficial hacía lo que debía hacer; en su lugar


el explorador no habría procedido de otro modo.”4

En el mundo irracional, arbitrario y absurdo de la colonia, la escritura es


símbolo de locura y de muerte. Pero paradójicamente, es ella el único camino

hacia el conocimiento y la razón. “Es el sistema de la razón llevada ad adsurdum,


o la admisión de que el camino del pensamiento es absolutamente estéril si no

va acompañado de otros procedimientos, porque en tanto que se explica, no


puede explicarse nada.”5

Conclusión

Todo texto kafkiano es una red compleja de significados, En la colonia

penitenciaria lo plurívoco viene de la mano de la propia escritura, ésta se


presenta como clave estructurante. “Kafka comprende y se apoya

constantemente en su necesidad de producir textos; lo devora la angustia del


tiempo y se tortura durante los períodos en que no escribe; y pese a todo, teme

4
Idem, pp. 52-53
5
MODERN, R. E. “Introducción a Kafka” en Estudios de literatura alemana: p. 106. Ediciones Nueva
Visión.
a su literatura, comprende su peligrosidad, se destruye al construir con la

palabra.”6

Esta cita sintetiza la hipótesis propuesta: en la colonia, la palabra tiene el poder

de salvar o de condenar. La escritura como conocimiento destruye y mata, al


tiempo en que construye sentidos o sinsentidos. Es instrumento de locura y de

condena, pero paradójicamente, también es un instrumento de la razón. Lo


racional se presenta peligroso: conocer en la colonia, comprender, es morir de

la peor manera, es padecer una tortura constante y repetida. La razón acaba


siendo la más desdeñable de las culpas, y comprenderlo es el más agobiante y

atroz castigo que se pueda tolerar.

6
SARLO, B. (1970): “Kafka: realidad y absurdo” en Revista Capítulo Universal: p. 105. Centro Editor de
América Latina: Bs. As.

También podría gustarte