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litigio; que corresponde en el campo del derecho a una etapa primitiva porque viene a ser algo
así como el precursor del proceso oficial, es un instituto fuertemente influenciado por el
Derecho Público y no sólo el producto de la mera voluntad de los compromitentes, partes
obligadas por el imperio de la ley, a respetar el fallo que se dicte al final del procedimiento
arbitral.
Durante la vigencia del Código Adjetivo de 1873, la sentencia arbitral era publicada por los
propios árbitros quienes admitían o negaban el recurso que por ante ellos mismos se
interpusiera y, una vez admitido, pasaban los autos al juez del lugar llamado a conocer
en primera instancia del negocio, para que le diera al recurso su curso ordinario. Si no se
intentaba recurso alguno, también pasaban los autos al juez oficial para que procedieran a la
ejecución del laudo.
No existía en los Códigos de 1836 y 1873 disposición alguna que ordenara la intervención
de los tribunales oficiales con el fin de homologar el laudo arbitral, a pesar de que el artículo
1817 del Código Civil podía inducir a pensar lo contrario, estableciendo “Las sentencia
arbitrales producirán hipoteca sólo desde el día en que se hayan hecho ejecutorias por
decreto de la autoridad judicial competente”, claramente atribuye, la letra de este artículo del
Código sustantivo, al juez natural la función de hacer ejecutoria la sentencia arbitral ósea de
dotarla de fuerza de cosa juzgada; se evidencian mayores inexactitudes en el Código Civil de
1880 reformado en 1896 al expresar el artículo 1857 “Las sentencias arbitrales no valen por
sí mismas, sino como transacciones de los litigantes. Toca al juez competente hacerlas
ejecutorias y mandarlas a cumplir conforme a las reglas establecidas en el Código de
Procedimiento”.
En el Código de Procedimiento Civil de 1880, la situación no varia, el laudo arbitral
adquiere cualidad de ejecutoria una vez que el compromiso arbitral quede autenticado, y es
este Código, el que establece por primera vez que la publicación del fallo arbitral la efectuará
el juez natural correspondiente y que la nulidad se hará valer por
vía de recurso contra el aludo que haya quedado ejecutoriado. Luego, esto se modifico en el
Código de Procedimiento Civil de 1916, estableciendo que el juez ante quien se consigne el
laudo junto con los respectivos autos procederá a su publicación en audiencia pública previa
citación de de las partes.
En las disposiciones contenidas en Libro Cuarto, Titulo I del Código de Procedimiento Civil,
de 1985, vigente, se estableció que el laudo se pasaría con los autos al juez, ante quien fueron
designados los árbitros y será este quien pasara a publicarlo al día siguiente de su
consignación, no pudiendo el juez natural negarse a la publicación del laudo aunque
considerase que el mismo era contrario al orden público, ya que es este acto, la publicación, el
que le permite ciertamente a los compromitentes tener conocimiento cierto de esa sentencia y
aprestarse a defenderla o atacarla, incuso frente al juez natural que la publicó, lo que permite
concluir que revestía una especial importancia, el acto de publicación, porque a partir de esa
oportunidad las partes podían enterarse de su contenido y además desde ese día comenzaban
a correr los lapsos para el ejercicio de los recursos y además una vez efectuado ese acto si
podía este funcionario, el juez, aún de oficio, decretar la nulidad del laudo si en su criterio era
manifiestamente contrario al orden público o a las buenas costumbres, haciendo uso para ello
de las facultades que le otorga la ley, es decir, que el juez natural
no puede quedar sujeto a que alguno de los compromitentes ejerza o no el recurso de nulidad
sino que en cumplimiento de lo establecido en el artículo 11 del Código de Procedimiento
Civil: “ En materia civil el juez no pude iniciar el proceso sin previa demanda de parte, pero
puede proceder de oficio cuando la ley lo autorice, o cuando en resguardo de orden público o
de las buenas costumbres, sea necesario dictar alguna providencia legal aunque no la soliciten
las partes… (omissis)” . Tanto en el Código de 1916 como en el de 1985, en las disposiciones
hoy derogadas, referidas al arbitramento, disponían que el laudo ejecutoriado era susceptible
de ejecución aunque estuviese pendiente el recurso especial de nulidad que se haya intentado
contra el mismo.
Finalmente, con la entrada en vigencia de la Ley de Arbitraje Comercial (LAC), el 7 de abril
de 1998, se concede un reconocimiento final a los contratos o convenios contentivos de
cláusulas arbitrales y del procedimiento arbitral mismo, facilita el desarrollo de dichos
procedimientos y la ejecución de los laudos emitidos, y somete a un mismo control
jurisdiccional del Estado a árbitros, procedimientos y laudos.
Un procedimiento arbitral justo le impone cumplir ciertas obligaciones jurídicas y morales
a los árbitros, a fin de asegurarles a las partes un juicio imparcial e imbricado por la garantía
constitucional del debido proceso de ley, igualdad procesal y plena oportunidad para la
defensa y explanación
de las alegaciones; todas garantías establecidas en la Constitución Nacional, cuyas
disposiciones además consideran que el sistema de justicia está conformado, de igual forma,
por los medios alternativos de justicia, demostrando el rol preponderante y de influencia
recurrente que los medios alternativos de justicia desempeñan en los presentes días.
El arbitraje se diferencia del proceso, es decir, de la actividad del juez ordinario o natural,
porque si bien en ambos existe proceso, o mejor un procedimiento, es de la esencia del
proceso o del juez ordinario el ser una institución de derecho publico que constituye una
emanación de la voluntad soberana del Estado, de lo que se deduce que obliga a las partes
independientemente de su voluntad; en cambio, el laudo arbitral obliga a las partes, porque
previamente así lo han querido, es decir, su obligación dimana solamente de un contrato.
En este punto, se hace menester dilucidar sobre si son o no los árbitros verdaderos jueces,
algunos afirman que los árbitros no son verdaderos jueces pues su poderes le son otorgados
por las partes que son los creadores de sus atribuciones y hasta de sus limitaciones y por
consiguiente su función es de carácter privado, a diferencia de la función de los jueces
naturales; otros afirman que aún cuando sean los particulares quienes los designan, los
árbitros, si son verdaderos jueces, ya que, sus derechos y obligaciones le son atribuidos
directamente por el Estado a través de
la Ley y es que el solo hecho de tener facultades decisorias vinculantes y el que deban resolver
la controversia con imparcialidad y potenciales efectos de cosa juzgada les otorga la misma
cualidad que tiene los jueces naturales. Prueba de ello es que los árbitros pueden ser objeto de
recusación como los demás funcionarios o auxiliares de justicia y así lo estable la LAC en su
Capitulo V.
El arbitraje comercial nace del acuerdo entre las partes, fuente básica, fundamental del
poder otorgado al árbitro, poder que concede poderes expresos e implícitos y que se
concatenará y complementará con los límites y potestades conferidas por la legislación de
fuente interna e internacional, este poder se expresa en el deber de un tercero juzgador, el
árbitro, emita dentro del un límite de tiempo previamente fijado por la ley, reglamento o por
las partes mismas, un laudo, un titulo por escrito, final, vinculante, expreso y dispositivo, que
resuelva todas las cuestiones, objetos, hechos y derechos sometidos por las partes al arbitraje,
sin albergar ambigüedades o vacilaciones de ningún tipo y capaz de ser sujeto a un
procedimiento de anulación, y el cual, en el caso de no ser acatado de manera voluntaria, será
ejecutado de manera forzosa, empleando los métodos de ejecución de sentencia que pautan
las disposiciones contenidas en el Titulo IV del Código de Procedimiento Civil y sus tribunales
ordinarios.
El producto del procedimiento arbitral, el laudo, es una sentencia
que obliga a las partes independientemente de la voluntad de ellas, representa una
preparación del material lógico necesario para que el juez ordinario con un acto de voluntad
suyo afirme la voluntad de la ley siendo este acto jurisdiccional la verdadera sentencia, y así
puede ser susceptible de ejecución forzosa, pero no por los propios árbitros que la dicten sino
por el juez ordinario, quien debe brindar apoyo a la actividad jurisdiccional a los árbitros,
incluso cuando se requiera durante el arbitraje; el árbitro, puede dirigirse a un tribunal
natural o a otra autoridad pública exigiéndole la realización de algunas actuaciones de su
competencia y así está ejerciendo el poder o función jurisdiccional y podrán ejercer
coercitivamente algunas funciones como realizar inspecciones oculares, en presencia de
ambas partes, entre otras, siempre que no se trate de actos de ejecución, ni del cumplimiento
de órdenes o de decretos que requieran el poder o la jurisdicción ejecutiva de que carecen los
jueces privados o árbitros.
En Venezuela no existe duda sobre la actividad o función jurisdiccional que desempeñan
los árbitros durante la sustanciación del arbitraje y que el laudo tiene cualidad jurisdiccional
per se, es decir, que es una verdadera sentencia, ya que reviste ciertas características
especiales en cuanto a la realización directa de determinados actos por partes de los árbitros,
no sólo respecto de la ejecución del laudo sino también en cuanto a la sustanciación
del arbitraje, siempre con algunas limitaciones lógicas en razón de que la coercibilidad, ya
que, ésta sólo puede y debe estar en manos del Estado,
La doctrina ha considerado que la sentencia arbitral válida como sentencia por sí misma,
sin necesidad de otros actos que la aprueben o que la doten de eficacia jurisdiccional, es una
manifestación de voluntad del Estado y sus efectos jurídicos en nada se diferencian del fallo
pronunciado por los jueces oficiales, es una prolongación de la actividad jurisdiccional y
alcanza, como toda sentencia la autoridad de cosas juzga; las partes renuncian en el
compromiso al conocimiento de su controversia por la autoridad judicial, es decir, por sus
jueces naturales; pero no a la solución justa del conflicto de intereses que ella supone, lo que
hacen es sustituir un órgano por otro.
Sin embargo, de mediar una disputa futura entre las partes del arbitraje comercial acaecido
y que resultó en la emisión del un laudo final vinculante entre ellas, salvo pacto especial al
contrario, dicho laudo no creará un precedente judicial con efecto de cosa juzgada material ni
formal entre las partes arbitrales litigantes. Con respecto al efecto sobre terceros en el
proceso arbitral, un tribunal de arbitramiento no tiene la jurisdicción necesaria para proferir
un laudo que afecte los intereses jurídicos actuales de una persona que no haya sido parte del
convenio arbitral y aún menos, del proceso levado a cabo entre las partes.
BIBLIOGRAFÍA
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