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psicología

AISLAMIENTO Y SOLEDAD

EVA MUCHINIK
SUSANA SEIDMANN
Seidmann, Susana.
Aislamiento y soledad / Susana Seidmann y Eva Muchnik. -
1ª. ed. 1ª. reimp. – Buenos Aires : Eudeba, 2004
128 p. ; 22x14 cm. (Material de Cátedra)
ISBN 950-23-0762-3
1 Psicología I. Muchnik, Eva II. Título
CDD. 150

Eudeba

Universidad de Buenos Aires

1ª edición: junio de 1998


1ª edición, 1ª reimpresión: marzo de 2004

© 1998
Editorial Universitaria de Buenos Aires
Sociedad de Economía Mixta
Av. Rivadavia 1571/73 (1033)
Tel: 4383-8025 / Fax: 4383-2202
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Diseño e ilustración de tapa: A y D berón - Eudeba


Corrección y composición general: Eudeba

ISBN 950–29–0762–3
Impreso en Argentina.
Hecho el depósito que establece la ley 11.723

No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su


almacenamiento en un sistema informático, ni su transmisión en
cualquier forma o por cualquier medio, electrónico, mecánico,
fotocopia u otros métodos, sin el permiso previo del editor.
A Moisés y Enrique quienes nos apoyaron
en las largas horas de discusión y trabajo.
EVA MUCHINIK - SUSANA SEIDMANN

Este trabajo forma parte del proyecto de investigación


PS079 de UBACyT “Soledad, aislamiento
y redes de apoyo”, 1995-1997.

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AISLAMIENTO Y SOLEDAD

PRÓLOGO

Un libro sobre la soledad es un desafío harto difícil. Más aún si


pretende afincarse en el terreno del conocimiento científico. Como
bien señalan las autoras, aunque la soledad ha sido un tema de pre-
ocupación a lo largo de la historia, su significado ha ido variando a
través de los tiempos. En nuestro presente, ha adquirido una dimen-
sión mayúscula y alarmante, como resultado de las peculiares condi-
ciones sociales que forman la trama de la vida contemporánea.
Como ocurre con muchos de los problemas que más nos aquejan,
sobran las cosas que se dicen y se escriben sobre este tema. Materia
frecuente en nuestras conversaciones cotidianas, aparece por doquier
en medios y publicaciones sin que esto implique profundidad en el
tratamiento de la cuestión. Al mismo tiempo, sólo recientemente está
llamando la atención en los círculos científicos. Una explicación plau-
sible que puede desprenderse del interesante planteo del libro es que
esto se debe al modo acelerado con que trepan las consecuencias nega-
tivas de un fenómeno que no siempre fue visto como algo perjudicial.
Que la ciencia se ocupe del tema no quiere decir que resulte
fácil establecer su pertinencia gnoseológica, pues como está clara-

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mente puesto de manifiesto en las ilustraciones del texto, se trata de


un tema multidisciplinar cuya naturaleza supera los límites de las
disciplinas tradicionales que conocemos. Las autoras, destacadas es-
pecialistas en psicología social, aprovechan su sólida formación para
profundizar en los aspectos relativos a ese campo.
De particular importancia es la cuidadosa tarea de discrimina-
ción entre los diferentes niveles que implica este concepto. El lector
podrá aprender a diferenciar con precisión la soledad del aislamien-
to, así como los alcances objetivos y subjetivos del problema. El libro
recorre un amplio panorama de situaciones en que la soledad ocupa
un lugar central, mediante un análisis equilibrado de las condiciones
contextuales y emocionales del problema. Un corolario fundamen-
tal es la importancia que adquieren las redes sociales de apoyo tanto
para realizar un diagnóstico adecuado de la situación, como para
examinar las condiciones que pueden contribuir a su mejor afronta-
miento.
La obra tiene, en su conjunto, el mérito de abarcar de manera
global los grandes tópicos de esta materia. Lo logra hábilmente, com-
binando una textualidad prolija pero no abigarrada, que permitirá
una lectura de interés al gran público y despertará en el especialista la
inquietud por la investigación.

Dr. Héctor Fernández Álvarez


abril de 1998

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ACERCA DE LA SOLEDAD

La vida humana se organiza y se construye en las relaciones


interpersonales. Nuestra conducta está configurada, en gran parte,
por la vida con los otros; así como nuestras creencias, nuestras
predilecciones, nuestras emociones e incluso la persona que cree-
mos ser.
Las relaciones permanentes, la pareja, la relación materno-filial,
generan expectativas conocidas, crean lazos y vínculos que consolidan
certidumbres y permiten construir un sentimiento de continuidad, de
protección y de seguridad. La respuesta afectiva del otro responde a una
necesidad humana básica universal. Su fracaso afectará la naturaleza y el
significado de las relaciones interpersonales (R. Linton, 1961).
Los seres humanos viven en complejas redes de interacción so-
cial, con diferentes niveles de involucración que crean el contexto
ecológico fundante de la identidad humana. Existe un nicho ecológico
humano, ámbito de seguridad, concepto que proviene de la ecología
y que amplía su perspectiva.
La soledad es un fenómeno asociado a la calidad de las relacio-
nes interpersonales.

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Como concepto, su significado es vago, posee múltiples acep-


ciones y variados matices. Ya que evoca tanto el placer como el
displacer. La soledad es parte de la condición humana.
El diccionario de la lengua francesa Le Petit Robert señala que el
adjetivo “solo” (seul) aparece por primera vez en el siglo XI (año 1080).
Deriva del latín solus y hace referencia a quien está sin compañía,
separado de los otros, sin vínculos familiares habituales, sin ayuda.
El término “soledad” (solitude) surge en el siglo XIII (año 1213)
ligado a la situación de una persona que está sola de manera momen-
tánea o durable y asociado al aislamiento, al estado de abandono y a
la separación. No presenta de modo sistemático una connotación
negativa. Alfred de Vigny, poeta romántico, dice: “Sólo la soledad es
la fuente de las inspiraciones. La soledad es sagrada”.
La palabra se vincula con situaciones conexas: aislamiento, reti-
ro, estado de abandono, de separación en que el hombre se siente
frente a Dios, a las conciencias humanas o a la sociedad.
La soledad es una emoción, se trate de desesperanza, tristeza,
abandono y pérdida; también de goce y creación.
Es un estado o situación que provoca emociones. C. Moustakas
(1993) la asocia al dolor de quien no puede compartir su sufrimien-
to, ya que la persona erige una barrera entre ella y sus seres amados.
Rom Harré (1985) hace referencia a los fenómenos caracterís-
ticos en la composición y construcción social de las emociones,
asociadas algunas veces a manifestaciones corporales específicas,
como la agitación; también responden a manifestaciones de la cul-
tura, atribuciones cognitivas y morales que se sostienen en el origen
de la emoción, con una interpretación acerca del valor de uno mis-
mo como protagonista del hecho.
Las perturbaciones corporales se “filtran” en la conciencia del
sujeto a través de las prácticas lingüísticas y los juicios morales del
contexto sociocultural. Se prescribe experimentar, por ejemplo, do-
lor en un entierro y así las emociones se comprenden.
En la soledad como emoción no existe estado fisiológico ni
conductual característico, sino una situación de expectativa, una “au-
sencia” a veces sin forma que genera un estado de ansiedad difusa. Las
personas que se consideran solas, creen estar más aisladas de lo que deberían

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estar, perciben una carencia. Por el contrario, quienes manifiestan estar


aislados, así como lo esperaban, no se sienten solos.
Existe una relatividad cultural en la existencia de las emociones pro-
ducida por los significados (creencias e implicaciones de orden moral) que
surgen en la actividad social de la conversación pública.
Las emociones están estrechamente ligadas a un contexto lingüís-
tico, histórico y social. Cada época condiciona la aparición de emo-
ciones particulares. Por ejemplo, en la Edad Media la emoción de
“acidia” surgía como consecuencia del fracaso en el cumplimiento de
un deber que conllevaba la pérdida de la intimidad con Dios. Esta
situación en nuestra época caracterizaría a la culpa y la vergüenza.
Culpa y vergüenza son dos modalidades de control social en nuestra
cultura. La acidia desaparece, más tarde, del repertorio europeo con el
surgimiento del protestantismo. Está inscripta en un modelo de la rela-
ción con Dios y su significado. Comentando a Harré, S. McNamee y K.
Gergen (1996) sostienen que las emociones resultan de la compleja
red comunicacional de las personas y no de estados interiores.
Otros autores (L. Greenberg, L. Rice y R. Elliott, 1996) expresan
la importancia de las emociones para comprender la acción humana,
especialmente en la interacción interpersonal.
Las emociones primarias –sorpresa, felicidad, ira, temor y asco–
son disposiciones innatas biológicamente relacionadas con la adap-
tación y la supervivencia. Están referidas al sustrato biológico del
funcionamiento humano. Para dichos autores, lo cognitivo no agota
la comprensión de los problemas humanos. Las emociones son fenó-
menos adaptativos y regulan la interacción con los demás.
La evaluación de la respuesta del “otro” afecta la conducta y
define las pautas de acción; aislamiento, agresión, rechazo o acerca-
miento. Las emociones implican una tendencia a la acción en relación
a los propios intereses y a las propias habilidades para afrontarlos.
Las emociones más complejas se desprenden de las emociones
primarias, de los significados y “evaluaciones cognitivas del sí mismo.
Aprendidas en relación a la sociedad, las distintas culturas las evocan
de maneras diferentes”, señalan los citados autores. El remordimiento,
la vergüenza, la culpa, el orgullo, los celos y la soledad son emociones
complejas basadas en esquemas con una elaboración cognitiva más

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elaborada que depende estrechamente de la cultura. Requieren ser


simbolizadas verbalmente en la conciencia para ser experimentadas
luego de ser producidas automáticamente por el organismo y presentar
registros físicos. Por ejemplo, la expresión del dolor ligada al parto
varía según la pertenencia cultural en una misma comunidad. En una
zona de frontera en Misiones, las indias tobas parían en soledad colga-
das de un árbol, acto silencioso y solitario, cortaban el cordón umbilical
con los dientes y bañaban al niño en el río. Las mujeres de origen
japonés parían con un rostro impávido ante el dolor y las mujeres de
tradición italiana lo hacían ruidosa y estentóreamente.
La realidad subjetiva de soledad consciente procede de la cons-
trucción de significados personales. Las personas están siempre im-
plicadas en representarse activamente a sí mismas frente a los demás
y ante sí mismas en imágenes y narraciones. Narrarse de cierta mane-
ra es justificarse ante sus ojos y ante los demás.
Para Kenneth Gergen (1996) las narraciones del yo, así como las
emociones, son “procesos sociales realizados en el enclave de lo per-
sonal”. Contrariamente al enfoque de dos mil años de discurso sobre
el yo como unidad independiente en la tradición occidental, las
emociones surgen a partir de las relaciones de las que son rasgos fun-
damentales. George Mead, señala Gergen, acentúa la importancia de
considerar la relación como interdependencia intersubjetiva, el sur-
gimiento de la conciencia de sí al adoptar la perspectiva del otro sobre
uno mismo. Toda relación está teñida de emoción, en la medida en
que “asumir el rol del otro” genera expectativas frente a “sí mismo”.
La persona se ve a sí misma desde la perspectiva del otro.
Vigotsky (1995) enfatiza esta consideración cuando sostiene que
las funciones mentales superiores se desarrollan primero desde lo so-
cial, lo interpsicológico, y luego en lo individual, lo intrapsicológico.
Afirma K. Gergen que “las emociones ‘no tienen influencia en
la vida social’. Constituyen la vida social misma”. Estar solo y sentirse
solo tienen distintos significados en diferentes contextos sociohistóricos.
Otros desarrollos en el área (Kielcot-Glaser et al., 1990) se refie-
ren a la base sociobiológica de las necesidades sociales, incluyendo los
desarrollos de la neurobioquímica, la naturaleza del apoyo social y el
impacto de las relaciones sociales sobre la salud física. Investigaciones

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recientes (M. Hojat, 1989) asocian la soledad con la


inmunocompetencia celular deprimida, con una menor actividad de-
fensiva del organismo.
Estudios epidemiológicos en Estados Unidos señalan que aproxi-
madamente un cuarto de la población experimentó soledad recien-
temente (Weiss, 1973) y que las tasas de mortalidad de personas aisla-
das son de 2 a 3 veces más altas (Berkman y Syme, 1979) que las de las
personas que no comparten esa situación. En nuestra cultura la sole-
dad está tan extendida que puede resultar una amenaza al bienestar
de personas y adquiere un matiz relevante.
Se relaciona la soledad con problemas de salud mental (alcoho-
lismo, depresión, suicidio y muerte accidental). Las personas solas
poseen escasas habilidades sociales (falta de confianza en las relacio-
nes, gran sensibilidad a la crítica de los demás, una tendencia a re-
traerse hacia actividades solitarias), hostilidad y tendencia a rechazar
a los demás y una perspectiva negativa de sí mismos y de los otros
(ansiedad social, introversión, autoconciencia elevada, depresión)
que condiciona una falta de empatía y apertura en las interacciones
sociales (M. Hojat, 1989).
Si bien posee un significado intuitivo para la mayoría de las
personas, éste no es compartido por todas. No es lo mismo estar solo
que sentirse solo. Tampoco tener muchos amigos es lo mismo que
no estar solo. Es la intensidad y satisfacción en la relación emocional
con otra persona lo que cuenta, incluso más que tener cien relaciones
superficiales con otros.
La soledad es una experiencia desagradable diferente del aisla-
miento social, que también es desagradable. Refleja la percepción
individual subjetiva de deficiencias cuantitativas (no tener suficien-
tes amigos) o cualitativas (carencia de relaciones íntimas con otros)
en la red de relaciones sociales.
Existe un conjunto central de experiencias compartidas acerca de
la soledad que la transforman en un constructo psicológico social sig-
nificativo. Soledad expresa una serie de experiencias, un núcleo emo-
cional que aúna una serie de sentimientos distintos, que involucran
pérdida o abandono, carencia o ausencia de otros significativos. Pode-
mos detectar experiencias compartidas y diferenciales entre las distin-

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tas personas que sufren de soledad, como por ejemplo un migrante


reciente o una viuda. El migrante pierde la pertenencia y la soledad se
vincula al desarraigo, a la ajenidad del contexto, connota pérdida.
La viudez también involucra pérdida, especialmente de las rela-
ciones de intimidad.
La pregunta que surge es cuál puede ser el núcleo central de este
sentimiento que implica siempre la carencia o ausencia de “otros
significativos”, un déficit en las relaciones interpersonales dentro de
un modelo cultural, que se refiere a la calidad, más que a la cantidad
de éstas y al significado social e individual atribuido.

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AISLAMIENTO Y SOLEDAD

II

LA SOLEDAD EN LA HISTORIA

El aislamiento y su relación con el sistema social

Para considerar el significado del aislamiento hay que tomar en


cuenta las definiciones del espacio social, los modelos de sociabili-
dad que pautan la interacción humana y su naturaleza y definen la
calidad de los vínculos interpersonales que se establecen, las condi-
ciones en que éstos se organizan y reproducen en diferentes períodos
históricos.
La soledad, como sentimiento, adquiere significado y se define
dentro de un contexto social que enmarca la naturaleza y las expecta-
tivas en las relaciones sociales.
Siguiendo el pensamiento de P. Ariès y G. Duby ( 1989), la emer-
gencia de lo privado delimita en la Edad Media la aparición de nuevos
dominios que toman en cuenta al individuo. Surgen nuevas relaciones
entre el individuo y la colectividad. El individuo puede verse exclui-
do y proscripto del espacio colectivo configurando un modelo de
marginalidad social, doloroso, pero puede también excluirse a sí mis-
mo a fin de arraigarse en un espacio reservado.

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EVA MUCHINIK - SUSANA SEIDMANN

La literatura marca la lenta emergencia de las representaciones


del individuo referidas a su relación privada con el entorno.
La problemática de la relación individuo-colectividad, que se
encuentra en el corazón mismo de las novelas de aventuras, marca sin
embargo que traspasar las fronteras estaba reservado sólo a ciertos
elegidos. El personaje errante de la literatura cortés se desprende del
grupo y vuelve a implantarse después de una aventura fecunda, recu-
perando la pertenencia grupal que no abandonó nunca.
Si alguien se arriesgaba fuera del recinto doméstico seguía es-
tando en grupo. Los relatos de la época señalan el peligro de recorrer
solo el territorio. Se trataba de un problema de supervivencia.
La estructura comunitaria, aunque legendaria, parece no hallar-
se nunca amenazada de desintegración.
Se tenía el derecho de despojar de todo a quien andaba sin
escolta y se consideraba una obra piadosa tratar de reintroducirlo
en una comunidad, reestablecerlo por la fuerza en un espacio orde-
nado. El regreso al orden, la salida de lo extraño, del aislamiento, el
retorno a la comunidad.
“Había que ser por lo menos dos. Y si los compañeros no eran
parientes, se ligaban entre sí mediante ritos de fraternidad, constitu-
yendo así, para que el vínculo durara, una familia artificial.”
Desde los siete años los niños eran considerados sexuados. Los
hijos de los aristócratas salían del dominio de las mujeres y más tarde,
lanzados a la aventura, seguían estando para toda la vida integrados
en equipos. Los caballeros constituían una verdadera familia
itinerante, aun en soledad.
En el mundo medieval se consideraba que el hombre solitario
estaba en peligro. En otros casos, prolongadas soledades buscadas le
permitían al individuo pensativo y absorto en su pensamiento en el
aislamiento, como un privilegio, la toma de conciencia de su interio-
ridad, un nuevo espacio para la reflexión. Esto se genera en un perío-
do de la historia de Occidente.
La época medieval parece haber estado marcada por promis-
cuidad y algarabía en la vida cotidiana. En la vida tanto en el
palacio como en las grandes mansiones no se tenía previsto un espa-
cio para la intimidad individual, tampoco en los breves instantes

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AISLAMIENTO Y SOLEDAD

del fallecimiento. “Estaban siempre cerca ‘unos de otros’, dormían


varios en una misma cama y en las casas no había paredes verdade-
ras, sólo colgaduras” (G. Duby, 1995).
En la sociedad feudal cualquier individuo que aspirara a des-
prenderse de la estricta y abundante convivialidad, a aislarse, a ence-
rrarse, se convertía en objeto de sospecha o de admiración y era teni-
do por contestatario o por héroe, pero estaba siempre relegado al
mundo de lo extraño y diferente. Quien se colocaba al margen, el
aislamiento lo hacía sospechoso y lo convertía en más vulnerable al
ataque de sus enemigos.
Sólo los descarriados, los posesos o los locos se exponían a tal
cosa. Andar errante en soledad era, según la opinión general, uno de
los síntomas de la locura, como fue genialmente trazado el personaje
del Quijote por Cervantes.
Esta situación de soledad queda agudamente narrada por Robert
Fisher (1994) en El Caballero de la Armadura Oxidada. Un caballero que
“luchaba contra sus enemigos... mataba dragones y rescataba damiselas en
apuros... famoso por su armadura” pero atrapado en ella del mismo modo
en que lo constreñía su soledad. Para escapar “partía en todas direcciones”,
sin conectarse con sus necesidades ni darles una respuesta adecuada.
A lo largo del siglo XII se multiplican los signos de una conquis-
ta de autonomía personal y la aparición de la individualidad. Facto-
res sociales y económicos de apertura están en el origen de esta ten-
dencia que favoreció la iniciativa individual y la construcción de
una “subjetividad” diferente.
Existen soledades buscadas, tal como se expresan en la literatura
y la leyenda. Es la soledad voluntaria del héroe o del anacoreta, del
ermitaño o de las reclusas, soledad con sentido que marca al mismo
tiempo un vínculo particular con la comunidad.
Este fenómeno va a tener su expresión en lo religioso, donde
aparecen actitudes que indican que la salvación no se logra por la
simple participación en determinados ritos, pasivamente, sino que ha
de ganarse mediante una transformación de sí mismo. Es un fenóme-
no individual que implica una invitación a la introspección.
Los procedimientos de regulación moral se trasladan al inte-
rior del ser, a un espacio privado que tiene poco de comunitario.

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Comienza una búsqueda de la interioridad, que requiere cierto grado


de aislamiento y de no confusión.
En el arte, por ejemplo, en la escultura aparece la consigna de
desprenderse de las abstracciones, de las imágenes humanas sin rostro
y de animar los personajes. Se introduce en la escena el individuo
que comienza a aparecer en las memorias o en las crónicas. El yo
reivindica una identidad en el seno del grupo.
Los hogares y las familias con las que el sujeto se identifica
comienzan a recortarse de la comunidad, empiezan a portar un
nombre propio. Sin embargo, las personas permanecerán prisione-
ras de este sistema de categorización social, que las liga a un grupo
real o abstracto.
Existían órdenes religiosas en las que se preconizaba la soledad,
en un anhelo de alcanzar la perfección. Su regla limitó para todos la
vida en común por períodos muy cortos, como ejercicios litúrgicos o
ciertas comidas festivas. Resulta ilustrativa la actitud de la Abadía de
Cluny, donde se dejaban sentir las reservas frente al individualismo,
denunciado como una forma de orgullo.
Durante el segundo cuarto del siglo XII se dispuso institucio-
nalmente un lugar para ciertas experiencias limitadas como el
anacoretismo.
Anacoretas y caballeros andantes fueron dos modelos de vida
aislada de la comunidad, pero unidos simbólicamente.
Con respecto a los caballeros andantes, la épica y las novelas
exaltaban, por un lado, la expansión del individuo. Por el otro, en el
ámbito privado se reprimían las aspiraciones de libertad. En la corte
los caballeros vivían en comunidades privadas tan estrictas como
una comunidad religiosa.
La orientación valorativa de este período marca una fuerte
ambivalencia frente a un individualismo incipiente, que se estimula
y se reprime al mismo tiempo.
Ariès y Duby (1990) hablan sobre la situación de la soledad
(siglos XI y XIII) en la Europa Feudal, una sociedad muy compacta
donde se multiplican los signos de un movimiento general que lle-
va irresistiblemente a la persona a desprenderse, poco a poco, del
gregarismo doméstico.

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AISLAMIENTO Y SOLEDAD

Se trata de un período en que se acelera la decontracción de la


economía y el crecimiento agrícola reanima rutas, mercados y aldeas.
Múltiples fenómenos de transformación social y económica du-
rante los siglos XIV y XV marcan el cambio de los tiempos, como la
divulgación de la escritura en las grandes ciudades que colabora en la
invención del sujeto. Pero aún la conciencia de sí aparece balbuceante
porque se superpone la referencia familiar a la referencia personal y
esconde el deseo de interioridad e intimidad, fenómeno presente en
la definición de la “soledad emocional” contemporánea (M. Hojat,
1989). El trabajo y el esfuerzo personal son por el bienestar de la
colectividad y por el bienestar de la casa.
Esto implica un nuevo modelo en las relaciones interpersonales,
una expansión de la sociabilidad, pero orientada hacia la vida pública.
La soledad en el ámbito urbano empobrece. No es en el retiro donde
el espíritu se nutre, sino en medio de la muchedumbre.
La aparición de la autobiografía como expresión literaria marca
la relevancia de los destinos singulares.
El proceso de individuación se perfila a lo largo de múltiples
avatares sociales y muy diversas configuraciones de sociabilidad.
La evolución de las relaciones interpersonales y su relación con
la afirmación de la individualidad lleva, en los siglos XVI y XVII, a
preservar la vida privada, con avances y retrocesos.
La nueva forma de concebir la vida privada no resulta de un desa-
rrollo lineal, regular y unívoco. Exigencias de privacidad, de búsqueda
de cierto individualismo de costumbres separan al individuo de lo co-
lectivo. La esfera de lo privado se reduce a la célula familiar.
La familia se convertirá en el ámbito por excelencia de la
privacidad, único espacio en que se deposita la afectividad y se
salvaguarda la intimidad. Esta actitud marca, quizás, la entrada en
la vida moderna.
La libertad se conquistará lentamente. Los historiadores van a
señalar a lo largo de los siglos primero el afianzamiento de la familia,
luego la desintegración del monopolio familiar. Tanto en la burgue-
sía como en las clases populares, se cede la crianza de los hijos, inter-
viniendo personas que no son de la familia, las nodrizas. Aparecen
nuevas estructuras vinculares y otras desaparecen.

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EVA MUCHINIK - SUSANA SEIDMANN

La amistad, modalidad de relación, definida desde la Enciclope-


dia, crea un sistema de derechos y deberes que supone vínculos entre
personas de rango similar y permite la satisfacción mutua.
La amistad se difunde como relación corriente y necesaria, plural
e inserta en la trama habitual de las relaciones sociales centradas en la
familia. La amistad implica un espacio de libertad, de elección.
La familia mantiene su estructura jerárquica y descansa en la
desigualdad y en la reproducción.
La estructura social genera también otros modelos de relaciones
electivas: las hermandades, las cofradías, las logias, lugares neutros don-
de no interviene el Estado. Supone categorías sociales con mayor mo-
vilidad, ajenas y diferentes a la familia. La sociabilidad de individuos
que se han elegido redefine la libertad del individuo dentro de un
marco de obligaciones. Estos modelos se construyen dentro del movi-
miento de la Ilustración. En Inglaterra el modelo de las asociaciones
libres se configura en el club, asociación libre sin más objeto que su
existencia, nuevo modelo de socialidad restringida, en estado puro.
El colegio marca aún más una profunda ruptura con nuevas for-
mas de control sobre la infancia y la adolescencia. Alejados de la
familia, los vínculos entre pares se hacen más fáciles y necesarios.
El siglo XIX define otros modelos. Se modifican las reglas de
juego en favor de la ampliación del horizonte de la vida social.
Los círculos familiares no desaparecen; siguen siendo la norma
para la mayoría de la población. Pero la gran familia, donde convi-
ven varias generaciones es, al decir de los historiadores, un modelo
mítico que, a partir del siglo XVI, no corresponde a la realidad tangi-
ble en la mayor parte de la Europa Occidental.
Fueron los utopistas, Saint Simon y Fourastié, entre otros, los
que idealizaron la comunidad. Construcciones utópicas de granjas o
establecimientos colectivos, con sujetos unidos por propia volun-
tad, una forma de convivencia orientada hacia la producción y el
consumo. En una época en que se proclama el progreso y se desarro-
lla el capitalismo, paradójicamente, filósofos sociales dan realce a
una comunidad ideal.
Frente a la nostalgia de esa comunidad, el tema de la soledad ad-
quiere nuevos matices. Aparece como un “síntoma clínico” en la

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AISLAMIENTO Y SOLEDAD

sociedad contemporánea asociado, en algunos casos, a la depresión y a la


ansiedad y como uno de los problemas psicosociales del fin de siglo XX.

El hombre frente al aislamiento

Algunos relatos de viajeros y de investigadores señalan que es


posible sobrevivir en altamar sin víveres, pero que resulta un desafío
soportar la falta de compañía.
Bombard (1953, citado por Worchel y Cooper, 1979) relata su
dificultad para soportar los efectos del aislamiento en un viaje de 65 días
por el océano, hace referencia a sus “ataques de soledad”, un sentimiento
insidioso que avanzaba lentamente y al que se reconocía como a un
enemigo, ya que conspiraba contra su posibilidad de supervivencia.
Se asociaba allí soledad y aislamiento. “La soledad total es algo
opresivo que gasta lentamente a la víctima solitaria.” El relator ha-
blaba con objetos inanimados, escuchaba ruidos, veía objetos.
Viajeros solitarios, como el almirante Byrd (1938), se refieren a
soledad y miedo, alucinaciones y delirios.
Otros decían ver personas, “ver un hombre en la quilla de su bote o,
en algún caso sentir que lo acompañaba un marino que fue piloto de
Colón en la Pinta”. Se trataba de alucinaciones de la existencia de otros
en sujetos acostumbrados a estas experiencias de aislamiento.
En una última fase del aislamiento, el solitario aumenta el temor
a estar solo, a hablar con otros seres humanos, a parecer loco.
En otras experiencias en contextos de aislamiento, como la de
los prisioneros, éstos suelen hablar con insectos o pequeños roedo-
res a los que transforman en mascotas por la necesidad de recibir
estímulos de otro ser vivo.
En experimentos sobre la deprivación sensorial, las personas
muestran la severidad de los efectos, aun por períodos muy cortos.
Sufren alucinaciones, son susceptibles al cambio de actitudes, es de-
cir, más fácilmente influenciables y, si pueden hacerlo, rechazan con-
tinuar con la experiencia.
En situaciones experimentales que reproducían diferentes con-
textos de aislamiento social, las personas mostraron mayor depresión,

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EVA MUCHINIK - SUSANA SEIDMANN

procesos de pensamiento ineficientes y más preocupación que las


que pertenecían al grupo control sin estimulación aversiva.
En otros casos, los prisioneros reaccionaban primero con dolor en
relación al tiempo de aislamiento, mayor al principio y luego declina
para entrar, después de un largo proceso, en apatía con escasos senti-
mientos y sin respuesta al entorno (Schachter, 1959).
Aquellos sujetos aislados que se entretienen con juegos físicos o
mentales poseen una menor tendencia a mostrar estos síntomas.
En la sociedad de masas, estas experiencias de soledad, según
Schachter, tienen carácter de epidemia. Se generan situaciones en
que el sujeto pone barreras a los demás y teme romperlas. Defiende su
privacidad –al impedir el acercamiento del otro–, su capacidad indi-
vidual de elegir, su libertad.
Situaciones de aislamiento grupal pueden ser también
generadoras de estrés interpersonal porque no se satisfacen ciertas
necesidades sociales y pueden distorsionar el proceso social mismo,
ya que el sujeto no está en condiciones de confrontar y comparar por
el poco número de personas con quienes se contacta. Tripulantes de
submarinos, prisioneros en celdas, grupos aislados en la Antártida, no
pueden elegir con quién interactuar. El sujeto está confinado.
Efectos del aislamiento son la hostilidad y el aburrimiento. Se
aíslan unos de otros, cada vez más. Las díadas no soportan mucho la
situación experimental.
El aislamiento es estresante tanto en individuos como en grupos.
También la privacidad puede ser necesaria y su falta provocar con-
secuencias negativas. Necesidad de estar solo, el tema es poder elegir.

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AISLAMIENTO Y SOLEDAD

III

LA SOLEDAD EN EL MUNDO CONTEMPORÁNEO

¿Qué es la soledad? Relacionada con el aislamiento, debe ser


redefinida o reconceptualizada dentro de un contexto histórico y
social.
Adquiere características singulares dentro de una sociedad de
masas, donde parece paradójico estar solo, tal como lo definiera
David Riesman hace casi medio siglo en su libro La muchedumbre
solitaria y obtiene matices diferentes si lo ubicamos dentro de la
cultura de la posmodernidad, como lo expresara Gilles Lipovetzky
(1994) en La era del vacío. Vislumbra un “individualismo hedonista
y personalizado” que “se ha vuelto legítimo y ya no encuentra opo-
sición”. “Sociedad posmoderna significa... retracción del tiempo
social e individual.”
Kenneth Gergen en El yo saturado (1992) sostiene que “surgen
de nuestro interior numerosas voces, y todas ellas nos pertenecen.
Cada yo contiene una multiplicidad de ‘otros’ que cantan diferentes
melodías, entonan diferentes versos, y lo hacen a un ritmo diferente.
Esas voces no siempre armonizan”. La multiplicación de estímulos
sociales, la pluralidad de modelos, la intensidad de la saturación

25
EVA MUCHINIK - SUSANA SEIDMANN

social de las modernas tecnologías producen una andanada de estí-


mulos que quiebran el sentido de coherencia en la vida cotidiana y
cercenan la experiencia vital individual, arrojando a la persona a la
búsqueda de certidumbres acerca de sí mismo, en un círculo vicioso
que empobrece y cierra la posibilidad de nuevas experiencias. Desde
esta perspectiva:
La soledad deviene de la fragmentación del sentido de sí mismo.
Cambios sociales y culturales estructurales, modifican las for-
mas de sociabilidad. El debilitamiento de los vínculos familiares, la
fragmentación de los lazos interpersonales terminan por acarrear un
riesgo para la salud física y mental y menoscaban la capacidad de
afrontamiento frente a las crisis. Este fenómeno afectará especialmen-
te al imaginario social de los viejos.
La problemática requiere una formulación dentro de una pers-
pectiva ecológica, ampliar el concepto de “nicho ecológico” o aco-
tarlo haciendo referencia a lo que denominamos nicho ecológico hu-
mano para hacer alusión a la importancia del contacto humano, al
entorno no sólo material, natural o construido, sino al entorno social
humano, recordando a René Spitz con su concepto de hospitalismo a
John Bowlby y su teoría del apego, a Urie Bronfenbrenner (1987) y su
perspectiva ecológica del desarrollo.
Desde la Sociología del Conocimiento se puede plantear que la
vigencia de un problema formulado como tal es parte de la construc-
ción histórico-social y responde a las inquietudes de una época.
La noción de aislamiento paradojalmente cobra vigencia en la
sociedad industrial urbana y la preocupación por la existencia de
redes sociales y redes sociales de apoyo se populariza en la últimas dos
décadas por razones sociales y políticas. Se la consideró de utilidad
en investigación sobre salud mental por considerarla un recurso
importante para el manejo del estrés, aunque no suficiente o ade-
cuadamente implementada. Del tema se interesa no sólo la psicolo-
gía, sino también la antropología y la sociología médica, al estudiar
los efectos del apoyo social. Falta desarrollar un marco teórico que
fundamente su relevancia. Podemos apelar a algunas conocidas
formulaciones, tales como la teoría del Apego o a los efectos amor-
tiguadores del apoyo social en situaciones de estrés, situaciones que

26
AISLAMIENTO Y SOLEDAD

el sujeto no sabe o no puede afrontar por falta de recursos necesa-


rios. La red social de apoyo aparece así como un recurso humano
significativo per se, pero también opera como una fuente generado-
ra de recursos.
En la clínica psicológica, la soledad se manifiesta bajo múlti-
ples ropajes, en los trastornos de ansiedad, en la depresión y en las
patologías sociales. La pérdida de vínculos significativos de sos-
tén, la carencia de intimidad perdurable puede derivar en cual-
quiera de las situaciones antedichas.

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EVA MUCHINIK - SUSANA SEIDMANN

28
AISLAMIENTO Y SOLEDAD

IV

LA SOLEDAD EN LA LITERATURA Y SUS MATICES

En la producción cultural del hombre, la temática de la soledad


aparece ya en la Biblia.
Dice el Génesis “no es bueno que el hombre esté solo, hagámosle
ayuda semejante a él. Y así Dios creó a la mujer, por lo cual el hombre
dejará a su padre y a su madre y se le unirá y serán dos en una carne”.
Desde la literatura, la dimensión de la emoción evocada parece
ser la misma en diferentes épocas. La soledad es en casi todos los casos
ausencia que se asocia al vacío, cuando no a la muerte.
Hay “soledad” y “soledades” (D’Alessio, 1970), la soledad obje-
tiva no existe, se trata de una situación o una condición que evoca un
sentimiento.
El tema perturbó a Góngora, quien lo asocia a la libertad y a la
fatiga de la labor creativa.

Pasos de un peregrino son, errante,


Cuentos me dictó versos, dulce musa:
En soledad confusa
Perdidos unos, otros inspirados.

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EVA MUCHINIK - SUSANA SEIDMANN

Lope de Vega lo expresa así:

A mis soledades voy,


De mis soledades vengo,
Porque para andar conmigo
Me bastan mis pensamientos.

No estoy bien, ni mal conmigo;


Mas dice mi entendimiento
Que un hombre que todo es alma
Está cautivo en su cuerpo.

Revela la necesidad de intimidad consigo mismo, más que la


búsqueda de “otros”.
Francisco de Rioja, en la “Canción a las ruinas de Itálica”, aso-
cia la soledad a lo efímero del hombre:

Estos, Fabio,¡ay dolor!, que ves ahora


Campos de soledad, mustio collado,
Fueron un tiempo Itálica formosa;

Sólo quedan memorias funerales.

Hoy cenizas, hoy vastas soledades.

El poeta Alfred de Vigny evoca en su poema “Moïse” la soledad


del líder, del conductor y guía de un pueblo. Es como si sólo la poesía
y la literatura se permitieran explorar con las palabras los matices de
su profundidad.
“La soledad es el imperio de la conciencia”, dirá un romántico
como Gustavo Adolfo Becker. Existen pensamientos y sentimientos
que sólo nacen con la soledad.
También la soledad se asocia con la muerte, al decir “qué tristes
y solos se quedan los muertos”.
El vínculo con la muerte que posee ecos permanentes a través de los
siglos, es evocado por Octavio Paz en su poema “Algunas preguntas”.

30
AISLAMIENTO Y SOLEDAD

Aunque morimos juntos


la misma tierra nos entierra
y la misma mentira nos envuelve
cada quien, al morir, se muere a solas.

No se trata sólo de la muerte, canta León Felipe:

¡Qué solo estoy, Señor!


¡Qué solo y qué rendido
de andar a la ventura
buscando mi destino!
En todos los mesones
he dormido,
en mesones de amor
y en mesones malditos,
sin encontrar jamás
mi albergue decisivo.
Y ahora estoy aquí, solo...
rendido
de andar a la ventura,
por todos los caminos.
Ahora estoy aquí, solo,
en este pueblo de Ávila escondido
pensando
que no está aquí mi sitio,
que no está aquí tampoco
mi albergue decisivo.

La soledad del poeta va más allá del aislamiento, implica una


búsqueda insaciable, donde no siempre la necesidad del otro está
presente, sino que la trasciende. Es también la del hombre que no
encuentra su sitio en el mundo. Es también la falta de pertenencia, el
extrañamiento, la ajenidad.
La soledad existencial, tal como fue desarrollada por los filósofos
existencialistas, enfatiza que el hombre está esencialmente solo, preso
de su piel, carente de religión o significado en la vida. La existencia del

31
EVA MUCHINIK - SUSANA SEIDMANN

hombre mismo es contingente. A esto se refiere Sartre cuando habla


de “la náusea” (J. P. Sartre, 1938). No podemos huir de nosotros mis-
mos, de la única certidumbre que tenemos en la vida: cada uno de
nosotros tendrá que atravesar solo el umbral de la muerte. “Moriremos
solos”, decía Pascal. Y agrega Albert Camus que la vida es un aterra-
dor aprendizaje de la muerte. Es ésta una visión nihilista de la vida,
donde no es la presencia o ausencia “del otro” lo que se expresa en la
carencia, sino la falta de sentido de la vida.
El lenguaje literario, con su riqueza de matices, nos permite re-
correr una gama más extensa de este sentimiento, más allá de las
construcciones teóricas de la psicología.
Otra perspectiva brinda el joven poeta norteamericano Toby
Olson quien perfila la soledad como “simple ausencia de acoso”, en
la imagen de un niño marginado por las críticas de sus compañeros.
La soledad se convierte así en un momento placentero de solaz frente
al hostigamiento y al odio del entorno.
Antonio Tabucchi presenta a su personaje Pereira ligando la
soledad a su “gran nostalgia de una vida pasada y de una vida futura”.
La soledad queda dibujada a través de las pérdidas pasadas y la falta
de proyectos futuros.

32
AISLAMIENTO Y SOLEDAD

DEFINIR LA SOLEDAD

La soledad es un fenómeno humano, un sentimiento complejo,


con múltiples facetas, dimensiones y orígenes, contextos y signifi-
cados.
M. Hojat (1994) hace referencia a la soledad como una canasta
terminológica que incluye términos que poseen diferencias concep-
tuales referidas a sentimientos y a sus significados.
Por soledad, propiamente dicha, entendemos el sentimiento pro-
longado, desagradable, involuntario, de no estar relacionado
significativamente o de manera próxima con alguien.
Se trata de una apreciación subjetiva, es decir que la persona se
siente sola.
El sentimiento de soledad no está producido inexorablemente
por aislamiento social, por falta de vínculos con otros. Puede surgir
de deficiencias percibidas en relaciones actuales íntimas, o derivar
de las dificultades en la historia de los vínculos tempranos.
El aislamiento se remite a aspectos objetivos, de estar separado de
otros, la pérdida de la comunidad. El ostracismo como castigo para
los griegos antiguos; el aislamiento en la celda de prisiones de todos

33
EVA MUCHINIK - SUSANA SEIDMANN

los tiempos o la experiencia de pérdida de vínculos comunitarios en


el migrante representan tres situaciones de este fenómeno.
Existe también el estar solo (aloneness), situación objetiva, tran-
sitoria y no penosa, en que la persona se encuentra real y
vivencialmente sola, como alguien que descubre que es la última
persona en un espacio, que los demás abandonaron o cuando pasea
solo por las sierras en busca de inspiración.
El idioma inglés es muy rico en los matices que diferencian y
señalan los distintos aspectos del concepto. Así tenemos la noción de
solitude como experiencia positiva del estar solo del creador y reclusion
que señala la condición autoimpuesta del anacoreta que se aislaba en
los bosques o montañas para expiar sus pecados y tener contacto con
Dios, así como aloofness para indicar la situación de desconexión, de
retraimiento, de no participación, indiferencia, de ir a la deriva, de
alguien que se aparta por dificultades del orden de lo psicológico.
Los zombis, en la literatura antropológica, son los “muertos vi-
vos”, aquellos que la comunidad condena y decreta muertos. La muerte
es la exclusión social.
La soledad se expresa también en experiencias de desencuentro,
de incomprensión o de distanciamiento con otros, por ejemplo con
un amigo, con la pareja, en relación a una diferencia de ideas, esta-
mos en un contexto donde no nos sentimos contenidos.
La soledad aparece ligada a la experiencia de pérdida, de muer-
te, cuando perdemos a otro ser humano querido en un vínculo irrepe-
tible e irrecuperable.
Uno siente que perdió no sólo a quien amaba sino alguien por
quien era amado y para quien era significativo, como la muerte de un
hermano o de un amigo. La desaparición de los padres para los adul-
tos, evoca el sentimiento de ausencia y soledad de la figura de apego.
Se experimenta como “alguien para quien yo era importante”, “al-
guien que se preocupaba por mí”. Se menoscaba nuestra capacidad
de disfrutar, de tomar decisiones y de compartir.

34
AISLAMIENTO Y SOLEDAD

VI

LA NATURALEZA DE LA CARENCIA SOCIAL


EN EL FENÓMENO DE LA SOLEDAD

La literatura sobre el tema intenta conceptualizar la problemática


y busca establecer categorías o tipos de soledad de acuerdo a la caren-
cia de relaciones sociales específicas o a la existencia de cierto tipo
de problemas dentro de las relaciones existentes (R. Weiss, 1973; M.
Hojat, 1989; K. Rook, 1989).
Se alude a dos tipos de soledad:

-la soledad por aislamiento emocional, que deriva de la ausencia de


una relación íntima con una figura de apego. Esta es la experien-
cia más desagradable; y

-la soledad por aislamiento social que ocurre por falta de lazos con
un grupo social cohesivo de pertenencia (una red social de ami-
gos o una organización vecinal).

La experiencia de soledad deviene fundamentalmente del sen-


timiento de insatisfacción frente a las relaciones sociales. La persona
vivencia menores niveles de intimidad y reciprocidad de lo esperado.

35
EVA MUCHINIK - SUSANA SEIDMANN

Por falta de “habilidades sociales”, para resolver esta carencia, la per-


sona sola intenta a veces lograr intimidad demasiado rápido, está al
acecho, en las relaciones interpersonales, con el resultado que los
demás se sienten incómodos y se retiran. En esta situación circular la
soledad se autoperpetúa. Más se demanda con ansiedad, más rechazo
suscita. Por ejemplo, jóvenes ansiosos por encontrar pareja se vuel-
ven abrumadores en el vínculo social.
Situaciones conflictivas y/o experiencias negativas en las rela-
ciones sociales contribuyen también al sentimiento de soledad, como
el ser separado de, o rechazado por alguien de quien se espera “algo”.
Existen otras dimensiones para caracterizar la soledad:

- tiempo: soledad como rasgo vs. soledad como estado;


- ámbito relacional: relación de pareja, red de amigos;
- valor de la experiencia: positiva o negativa.

36
AISLAMIENTO Y SOLEDAD

VII

UN APORTE TEÓRICO:
LA SOLEDAD Y LA TEORÍA DEL APEGO

John Bowlby (1969, 1973, 1980) afirmó que cuando se separa a


un niño de su madre o cuidador atraviesa por tres etapas característi-
cas: protesta, desesperación y desapego.
Estas reacciones forman parte de un sistema comportamental
(llorar, sonreír, buscar con la mirada, etc.) determinado genéticamente
por el que se busca la proximidad con la figura que protege.
La conducta de apego desarrolla y afecta el funcionamiento de
otros sistemas conductuales, de exploración, cuidado, apareamiento
sexual, afiliación.
Las experiencias tempranas, fundamentalmente en la infancia y
adolescencia, relacionadas con la constitución del apego tienen con-
secuencias a largo plazo. Una persona con apego seguro desarrolla
mayor confianza en sí misma.
Existe un estilo de apego que parece mantenerse a lo largo de la
vida a través de mecanismos emocionales, cognitivos y
comportamentales que operan como “modelos operantes internos”
de sí mismo y de los otros. La concepción del self es complementaria
con la concepción de los otros.

37
EVA MUCHINIK - SUSANA SEIDMANN

Los desarrollos y consideraciones acerca de la soledad (R. Weiss,


1973; M. Hojat, 1989; K. Rook, 1989) realizados por teóricos e investi-
gadores relacionan estrechamente el surgimiento del sentimiento de so-
ledad con fracasos en la constitución de un apego seguro en la infancia.
La trasmisión de un modelo de socialización de padres a hijos, la
cultura familiar, predispone, muchas veces, la aparición del fenóme-
no. Sin embargo, acontecimientos coyunturales pueden estar en el
origen de la soledad, orfandad, guerras, viudez temprana, abandono o
alejamiento de un padre.
La perspectiva de la teoría del apego sostiene que vínculos de
apego positivos fuertes entre padres e hijos promueven vínculos
interpersonales positivos en momentos posteriores de la vida; fun-
cionarían como una fuente de reaseguro, mayor autoestima, mayor
capacidad de afrontamiento en situaciones de crisis, donde incidi-
rían, no sólo los vínculos actuales, sino también la historia de los
vínculos afectivos. En la relación amorosa se reedita la comunica-
ción tierna (apodos, giros lingüísticos) de la primitiva relación
madre/niño.
Mary Ainsworth y sus colaboradores (1978) investigaron la con-
ducta de apego de niños en una “situación extraña” experimental.
Observaron la conducta de niños en un cuarto de juegos junto a su
madre, con su madre y un extraño, y solos con un extraño. Ya al año,
los niños presentan una pauta de respuestas consistente a lo largo del
tiempo y de las circunstancias.
Mary Ainsworth (1978) describió tres estilos de apego que a
largo plazo se convierten en modelos operantes del self y de los otros.
Ellos son:

- apego seguro: se da en niños cuyos cuidadores responden a las nece-


sidades del niño cuando éste las presenta, disfrutando ambos de una
relación placentera. La interacción es fluida, son confiados, queribles.

- apego ansioso/ambivalente: el cuidador ansioso presenta una res-


puesta de cuidado inestable, imprevisible. El niño queda
crónicamente solo.

38
AISLAMIENTO Y SOLEDAD

- apego ansioso elusivo o evitativo: el cuidador es básicamente inex-


presivo y rechazante. El niño se vuelve desapegado, socialmente
aislado, irritable, distante.

Los niños de apego seguro toman a la madre o a algún sustituto


significativo como “base segura” a partir de la cual exploran el entor-
no. Buscan su proximidad frente a la cercanía de un extraño y se
tranquilizan cuando la madre retorna al cuarto.
Los niños de apego inseguro tienden a explorar menos el am-
biente, incluso en presencia de la madre. Lloran y se trepan a la
madre y son difícilmente tranquilizados por ella. Si la madre deja el
cuarto, a su retorno alternan entre colgársele y empujarla (pauta de
apego resistente) o la ignoran por completo (pauta de apego
evitativo).
Se presume que los niños de apego seguro presentan y presenta-
rán en el futuro menos problemas con la soledad que los de apego
inseguro. Entre éstos, P. Shaver y C. Hazan (1987) demostraron que
aquellos que padecen mayor soledad son los de apego ansioso/
ambivalente, quedando en un punto intermedio los de apego ansioso
elusivo que están objetivamente más aislados y que luchan notoria-
mente menos contra esta condición.

Las personas con apego ansioso/ambivalente siguen buscando


con esperanzas compañeros de apego. Esto define el modelo de
afrontamiento frente a la soledad.

Es de destacar que, si se producen cambios en el estilo de cuida-


do de los padres, podrá cambiar el estilo de apego de los niños. Tam-
bién Main y sus colaboradores (1985, cit. en Rook) demostraron que
adultos que habían tenido un trato poco seguro en la infancia, po-
dían revertir este estilo con sus propios hijos al aceptar las experien-
cias negativas del pasado y cambiar el modelo mental del self y de las
relaciones interpersonales.
En las relaciones adultas, tal como lo señalara el mismo Bowlby,
la figura de apego como modelo continúa vigente. La infancia es
formativa pero no determinante del resto de la vida.

39
EVA MUCHINIK - SUSANA SEIDMANN

Al hablar de apego adulto debemos incorporar un modelo que


considere el curso de la vida y la vejez. J. Bowlby (1986) sugiere que
“el apego es una propiedad de la relación, no de la persona” y estos
patrones tienden a perpetuarse. Implica capacidad para buscar una
figura de apego y ser capaz de despertar apego. Es una relación de dar
y recibir que se complementa como en un matrimonio. Puede no
requerir cercanía, sino que se trata de disponibilidad. Si hay una
emergencia, el otro estará presente. Para Bowlby esto es también parte
de la salud mental del adulto y de su estabilidad.
El modelo de apego evitativo/ansioso lleva a un patrón de auto-
suficiencia consigo mismo que implica gran soledad. Es el “no nece-
sito de nadie, me las puedo arreglar solo”. La realidad de la vida
cotidiana reniega de tales modelos de independencia. La trama de la
vida social es la de la interdependencia. Insiste Bowlby en que “no
importa cuán larga puede haber sido la vida de una persona, una
persona con apego seguro es una persona con una vida feliz”.
El modelo de apego seguro se trasmite a los hijos.
La autosuficiencia, el prescindir del otro, es resultado del temor
al dolor en las relaciones con los demás. Conduce a una vida
emocionalmente empobrecida.
Las relaciones de larga duración no son intercambiables, no se
reemplazan y su ruptura o pérdida nos crea ansiedad y miseria, por la
intensidad de los vínculos afectivos que se generan. Evoca el senti-
miento de soledad.
La relación de apego implica relaciones cercanas que rodean a
un sujeto dentro de un modelo de círculos concéntricos. T. Antonucci
y G. Jackson (1990) denominan “convoy” a la red social que acom-
paña o acompañó a una persona a lo largo de su vida. Posee una
función protectora más amplia aún que el apego (M. Levitt y S.
Coffman et al., 1994), una base más ancha y un sentimiento de reci-
procidad de por vida, en que el apoyo puede ser anticipado.

40
AISLAMIENTO Y SOLEDAD

VIII

HISTORIA DEL DESARROLLO DE LA NOCIÓN


DE SOLEDAD EN LAS CIENCIAS
DEL COMPORTAMIENTO

La consideración acerca de la soledad desde las ciencias del com-


portamiento comenzó probablemente a fines de la década de 1930
con el artículo sobre soledad de Gregory Zilborg (M. Hojat, 1938)
quien hace referencia a tempranas experiencias de abandono.
Otra de las figuras relevantes en la historia del desarrollo de este
concepto fue Harry Stack Sullivan (1953) para quien la soledad,
desde una perspectiva clínica, surge cuando hay una necesidad per-
sonal no satisfecha. Esta experiencia, excesivamente desagradable,
está conectada con la satisfacción inadecuada de intimidad en la
niñez y es asiento de las experiencias de padecimiento humano. La
soledad puede resultar, de acuerdo a este autor, una fuerza motivadora
para la búsqueda de contactos sociales, una tendencia positiva que
asegura los esfuerzos de la gente sola por romper su aislamiento.
Los seres humanos enferman cuando fracasan en la forma de manejar
su soledad.
En la clínica se puede recordar los desarrollos de Frida Fromm-
Reichmann (1959), quien consideraba a la soledad como una experiencia
tan dolorosa y aterradora que la gente haría cualquier cosa con tal de evitarla.

41
EVA MUCHINIK - SUSANA SEIDMANN

De allí se derivan algunas experiencias de sujetos en una bús-


queda compulsiva de compañías indiscriminadas, como sucede con
los jóvenes que se integran a grupos. Recordemos la terrible y hermo-
sa película mejicana Color Carmesí donde algunos de los personajes,
como las viudas, se tornan patéticos, asumiendo conductas de riesgo
en la búsqueda de intimidad.
La soledad es un fenómeno impopular, descalificante en nuestra
cultura. El sujeto solo es estigmatizado como fracasado, paradojalmente,
en una cultura altamente individualista. Es el ejemplo de “la soltero-
na”, “negativamente” connotada, es la que nadie quiso.
El arte parece penetrar la hondura del sentimiento.
Moustakas (1993), en sus cuentos encuentra la profundidad de la
pérdida, la soledad es toda experiencia ligada a una situación de separa-
ción. Relaciona el dolor propio con el dolor del otro frente a un impedi-
mento, una enfermedad o una muerte. “Sentí nuevamente que ella era
mi madre, y que no importaba que estuviera muriendo de cáncer, tenía
que cuidarla, estar con ella y sufrir con ella hasta que finalmente llegara
la muerte; de otra forma, todo estaría mal, sería una espantosa locura. Por
sobre todo, tenía que seguir siendo su hijo y mantener la más profunda
relación con ella hasta el momento final.” Dolor y soledad aparecen
entrelazados entre el muriente que muere para sí mismo y el otro que lo
sobrevive en la soledad de la separación, el dolor y la impotencia.
A la soledad de origen emocional y social le agrega la soledad
existencial.
Las investigaciones empíricas intentan evaluarla con uso de
medidas objetivas sobre la soledad. Éstas comenzaron con el trabajo
doctoral de Paul Dawson Eddy, “Loneliness: A discrepancy with the
phenomenological self” (1961) y Whitehorn (1961), teoría de la
autocontradicción del self y soledad, sometida a prueba empírica.
Pero es, sin lugar a dudas, el importante trabajo de Robert Weiss
Loneliness: The Experience of Emotional and Social Isolation (1973), el
que hizo que Zick Rubin (M. Hojat, 1979) lo denominara “el padre
de la investigación acerca de la soledad” y a su libro “la biblia del
investigador sobre la soledad”.
Para Weiss (1973, 1987) hay un continuo que va desde la percep-
ción de un self aislado, a un sentimiento de dolor interno y finalmente

42
AISLAMIENTO Y SOLEDAD

a un desasosiego intolerable. La soledad es un fenómeno real que debe


ser descripto, en lugar de ser un concepto lógico. En su afán por definir
la soledad arriba a la producción de “mini teorías” (cf. cap. IX), basán-
dose en los relatos que las personas hacen de su experiencia.
Sermat (1978) propone que la soledad es la diferencia entre el
tipo de relaciones que una persona tiene y el tipo de relaciones que
una persona quisiera tener, lo que parece estar fuertemente connota-
do por la cultura.
El interés profesional por el estudio de la soledad adquiere ma-
yor fuerza e interés a partir de la década de 1970. Aparecen artículos
en revistas especializadas, conferencias, simposios, libros, investiga-
ciones. El interés se extiende a temas conexos: las relaciones
interpersonales y en especial las relaciones de intimidad y de apego
en el área de la Psicología Social, la disciplina de las relaciones
interpersonales y las relaciones familiares.
Letitia Anne Peplau y Daniel Perlman en su libro Loneliness: A
Sourcebook of Current Theory, Research and Therapy (1982) conside-
ran que la soledad es la experiencia displacentera y estresante que
deriva de déficits cuantitativos y cualitativos de la red social de apo-
yo en las relaciones humanas.
La base de la soledad estriba en la discrepancia entre lo que uno
desea o necesita y lo que obtiene en la intimidad y cercanía
interpersonal. Cuanto mayor la discrepancia, mayor la soledad. Se
trata aquí de un modelo cognitivo, la disonancia cognitiva entre dos
situaciones relevantes buscadas.
Es probable que aspiraciones muy idealizadas contribuyan a au-
mentar la soledad, tanto o en mayor medida que la insatisfacción real
y actual con las relaciones existentes. El amor romántico, como mo-
delo, está en la base de la insatisfacción de muchos héroes o heroínas
del siglo XIX, que morían o languidecían de amor. Cuando se produ-
ce un cambio en las necesidades sociales de la persona por una situa-
ción de crisis, se desajustan los modelos sociales que generaron ex-
pectativas y el nivel de contacto social existente.
La soledad, se puede decir, es la ausencia o ausencia percibida
de relaciones sociales satisfactorias, experiencia que implica una aguda
autoconciencia que quiebra la red de relaciones del mundo del self.
El self se construye por la relación con los otros significativos.

43
EVA MUCHINIK - SUSANA SEIDMANN

El self es una construcción que surge de la interacción con los


“otros significativos” (P. Berger y T. Luckmann, 1972), quienes sue-
len confirmar la propia identidad. Su ausencia puede llevar a la quie-
bra del mundo del self y a la soledad como sentimiento, que no es
sinónimo de aislamiento social objetivo.
La persona siente la ausencia interna de personas significativas para
quienes él era importante, alguien sin quien no se merece vivir. El sujeto se
sentía significado desde el otro.
Para Bukowsky y Terber (1987) la soledad es el resultado de la
sumatoria de dos factores: la baja aceptación de los pares y la atribu-
ción prejuiciosa de la inutilidad personal, una conlleva a la otra.
Las investigaciones corrientes enfatizan temas relacionados, ta-
les como relaciones interpersonales, redes sociales (Stokes, 1985),
autopresentación (Franzoi y Davis, 1985), amistad (Williams y Sola-
no, 1983), factores cognitivos, en especial teoría de la atribución.
Héctor Fernández Álvarez (1995) plantea que los seres huma-
nos eligen alguna de tres alternativas para ubicarse frente a la expe-
riencia dolorosa de la soledad. Es el modo en que organizan su expe-
riencia de sentirse solos y evocan:

1) el paraíso perdido. Extrañan algo que perdieron. Tienen la sen-


sación de extrañamiento, desesperación que lleva a la desorgani-
zación personal si no encuentran lo que buscan o algo que lo
sustituya. Como consecuencia sucumben en la melancolía;

2) el naufragio, al que fueron arrojados en su soledad.


La búsqueda de refugio es una defensa del mundo. Es una actitud
paralizante, un repliegue sobre sí mismo. Pueden sucumbir en esa
búsqueda como consecuencia del repliegue, porque se aíslan;

3) la desnudez del alma, sensación de estar vacíos y necesitar un


alimento general:
- desarrollan acciones para encontrar una unión en el espíritu,
solos o con otros, unidos en una función espiritual;
- los que no logran unirse, siguen un camino de pérdida absoluta.

44
AISLAMIENTO Y SOLEDAD

IX

ROBERT WEISS: LA SOLEDAD, SU RELACIÓN


CON EL AISLAMIENTO EMOCIONAL
Y CON EL AISLAMIENTO SOCIAL

El interés de Robert Weiss por la problemática de la soledad surgió


como un derivado de la investigación originaria acerca de la naturaleza
de las relaciones “primarias”; sus semejanzas y los elementos que proveen.
A partir de su propia situación vital y de la conceptualización
del funcionamiento de grupos de “Padres sin pareja” concluye que
los diferentes tipos de relaciones primarias responden a necesidades
específicas de las personas, no resultando intercambiables las provi-
siones. De este modo lo obtenido por la pareja no reemplaza a aque-
llo que se recibe de los amigos o los padres. Cualquier carencia
específica produce soledad.
Weiss considera que los distintos tipos de relaciones satisfacen
diferentes necesidades interpersonales u ofrecen diferentes tipos de
“provisiones sociales”, connotadas desde la cultura.
Según Weiss existen seis provisiones sociales:

a) apego en las relaciones. La persona recibe una sensación de


seguridad. Es mayormente provisto por el cónyuge o pareja. Su
ausencia predice la soledad por aislamiento emocional.

45
EVA MUCHINIK - SUSANA SEIDMANN

b) integración social provista por la red de relaciones, los amigos.


Las personas comparten intereses, comulgan ideas, aumentan la
pertenencia y desarrollan la identidad.

c) posibilidad de ser cuidado, nutrido. Implica a una persona que se


sienta responsable por el bienestar de otra. Es un rol asignado mayor-
mente a los hijos adultos, sensación de cuidado que hace al bienestar.

d) reaseguramiento del valor. Se reconocen las habilidades de la


persona, mayormente por parte de los compañeros de trabajo. Su
ausencia es el mejor predictor de la soledad por aislamiento so-
cial. Existe relación entre aislamiento y autoestima.

e) alianza confiable. La persona puede contar con ser asistida ante


cualquier circunstancia. Esta función es provista mayormente por
familiares cercanos.

f) guía por parte de personas en cuya autoridad se confía como


proveedores de consejos y asistencia, tales como maestros,
mentores, figuras parentales.

Weiss sostiene que deficiencias en cada una de estas provisiones


sociales va a producir diferentes tipos de estrés. Su desarrollo se centró
en las provisiones de apego y de integración social. El déficit de apego
conduce a la soledad emocional, a sentimientos de ansiedad y aislamien-
to, búsqueda de otros como proveedores de la relación necesitada. La
carencia de integración social está ligada al aislamiento social, a senti-
mientos de aburrimiento, desesperanza, marginalidad, búsqueda de ac-
tividades en las que un grupo o red lo acepten como miembro.
La influencia de las ideas de John Bowlby echó luz sobre los
aspectos centrales de la experiencia de soledad.
Perfila así dos tipos de soledad, la soledad por aislamiento emocio-
nal que deriva de la ausencia de una relación cercana e íntima con
una figura de apego, por ejemplo en personas con divorcio o viudez
recientes. La persona siente que no tiene con quien contar, nadie lo
conoce realmente, está alejada de todos.

46
AISLAMIENTO Y SOLEDAD

La soledad por aislamiento social proviene de la ausencia de comu-


nidad, una carencia de vínculos sociales significativos en la red so-
cial, de un grupo de amigos con quienes se comparte intereses y acti-
vidades comunes. Se produce en mudanzas, migraciones, cambios
sociales, desclasamiento, un nuevo ambiente social, una nueva ciu-
dad, trabajo o escuela. La persona no se siente “a tono” con los demás,
no se siente parte de un grupo de amigos, no tiene nada en común con
los demás. La soledad por aislamiento social está relacionada con la
cantidad y calidad de las relaciones con amigos que pueden cubrir
diferentes provisiones sociales, tales como servir de guía y otorgar un
sentido de valor y pertenencia.
Se trata de diferentes tipos de soledad que provienen de déficits
relacionales específicos y se caracterizan por sentimientos y compor-
tamientos distintivos.
La soledad por aislamiento emocional está relacionada al desa-
rrollo de un sistema de apego originado en el vínculo de protec-
ción y continuidad que los niños establecen con sus padres, que
resulta en la constitución de un esquema emocional-cognitivo-
perceptual de vinculación a lo largo de la vida. El vínculo de
apego constituído con los padres es reemplazado más tarde, a lo
largo de la vida, por relaciones íntimas con otras personas. La
pérdida de estas últimas produce una ansiedad semejante a la del
niño separado de sus padres. Weiss destaca la diferencia entre figu-
ra de apego y figura íntima, ya que uno puede vivir próximo a
alguien sin estar apegado. Pero la intimidad es un elemento central
a la hora de definir el apego, aunque ambos conceptos no son
intercambiables. Sentirse apegado a alguien es creer que al otro le
interesa mi bienestar, me acepta y valora, me protege utilizando
sus propias energías y recursos.
La conducta de apego, para Bowlby, única conducta instintiva
con determinación biológica, implica la búsqueda de proximidad
con la figura que protege. Otorga la confianza y seguridad necesarias
para poder afrontar las dificultades de la vida. La conducta de apego
se extiende, al decir de Bowlby, “de la cuna a la tumba” y es originada
por desencadenantes específicos: el temor, la amenaza, el dolor, la
enfermedad, el peligro, la soledad. En estas situaciones la persona

47
EVA MUCHINIK - SUSANA SEIDMANN

siente la necesidad de la presencia tranquilizadora de su figura de


apego. Si no ocurre, se sentirá solo.
La conducta de apego es de enorme importancia en los primeros
años de vida, los primeros tres, los dos siguientes y los diez años que
continúan. En la adolescencia hay un doble movimiento, se aleja de
sus objetos originales, los padres e integra nuevos objetos como figu-
ras de apego, los pares.
En la adultez, la figura de apego más fuerte y duradera es la
pareja, con quien se comparte el vínculo sexual y de protección.
Existen otros vínculos que otorgan nutrientes emocionales es-
pecíficas, por ejemplo los amigos que son parte integral de nuestras
vidas. A veces reemplazan las relaciones familiares y a menudo son el
punto de partida de relaciones amorosas. Los amigos brindan signifi-
cado a la vida, la posibilidad de compartir y desarrollar con iguales
proyectos no desplegados en la pareja.
En la vejez cambian nuevamente los apegos. La figura de ape-
go no necesariamente es aquélla con la cual uno comparte cada
momento de la vida, sino aquélla en quien se puede confiar que
estará presente para tomar una decisión importante o para sintoni-
zar las emociones. A veces puede ser un hijo adulto que no vive en
la misma ciudad, pero en quien uno confía y siente que, cuando lo
necesite, estará presente.
Weiss sostiene que la soledad por aislamiento emocional se ate-
núa en la edad avanzada y por lo tanto los viejos experimentan me-
nos soledad.
Este autor toma de John Bowlby la importancia de la constitu-
ción del apego y su fracaso, la angustia de separación, el desapego y su
correlato, la soledad.
Señala la existencia de una continuidad entre las figuras de
apego originales y las nuevas figuras de apego de la vida, en virtud de
un fenómeno de transferencia por el que se entremezclan elementos
de las tempranas figuras de apego con las imágenes visuales y auditivas
de las nuevas figuras de apego.
Una figura de apego no equivale a alguien cercano, íntimo o
confidente. La relación con un hijo pequeño es cercana e íntima,
el progenitor puede estar muy involucrado y ser figura de apego

48
AISLAMIENTO Y SOLEDAD

de su hijo, pero esto no ocurre a la inversa. De ahí la alta inciden-


cia de soledad en progenitores que crían a los niños que aman,
solos. Aparece el sentimiento de desamparo de estos padres aso-
ciado a la soledad.
Una persona puede compartir una habitación con alguien a
quien siente lejano o contarle sus desgracias a algun desconocido.
Todas éstas no son figuras de apego.
Lo que caracteriza centralmente a una figura de apego es que se
la percibe y se la siente como proveedora de seguridad, como alguien
a quien le importa escuchar, es accesible, confiable, interesada y com-
prensiva. La percepción de la existencia y presencia de una persona
con estas características es un antídoto contra la ansiedad que puede
desembocar en depresión.
Las experiencias de angustia de separación y pérdida en los ni-
ños y en los adultos comparten sus características esenciales: tensión,
desasosiego, necesidad de búsqueda, focalización de la atención y el
pensamiento en el objeto perdido, incomodidad, angustia. Con ex-
cepción de la focalización en el objeto perdido, éstas son también las
condiciones de la soledad, de donde Weiss concluye que “soledad es
angustia de separación sin objeto”.
D. Perlman (1982, 1988)acuerda parcialmente con esta defini-
ción ya que, en algunos casos –migración, divorcio, viudez– la perso-
na que se siente sola identifica claramente los vínculos ausentes. Jose-
ph Stokes (1985) considera que el objeto añorado puede estar clara-
mente delimitado, una persona amada y perdida, o ser vagamente
definido, un amigo idealizado o fantaseado.
Retomando las ideas de R. Weiss, Mohammadreza Hojat
las reformula sosteniendo que “soledad es una necesidad de ape-
go sin figura de apego”, un deseo de apego con una persona que
no está emocionalmente disponible o tan perturbada que no
puede establecer relaciones de apego. Problemas en el apego
generan probablemente dificultades para la intimidad
(Muchinik, 1990) y trastornos en las relaciones y los vínculos
en la adultez y en la vejez.

49
EVA MUCHINIK - SUSANA SEIDMANN

Otros aspectos para caracterizar la soledad

La soledad puede ser resultado de una fusión excesiva (intru-


sión parental) o de una presencia insuficiente (descuido, separación
no voluntaria o pérdida) de los padres, ambas desfavorables para la
consolidación de vínculos emocionales firmes con los demás.
Generalmente, la persona que no desarrolló estos aspectos en la
niñez no dispone de los recursos de seguridad, autoestima, capacidad
de afrontamiento de situaciones novedosas o facilidad para estable-
cer nuevos vínculos sociales en la adultez y es más proclive a sentirse
sola, incluso rodeada de gente. Se siente sobrepasada por un senti-
miento de vulnerabilidad y falta de autoconfianza que caracteriza a
la retracción social, al igual que el temor al rechazo.
La figura popular del “compadre” o de la “comadre” –personas
que provienen del mismo origen– es aquella a la que le pasan cosas
parecidas, con la que se convive y se entremezclan los destinos perso-
nales con fuertes vínculos identificatorios.
Los vínculos de apego y de integración social pueden coexistir,
aunque esto no ocurre necesariamente.
La persona aislada socialmente, con una red social escasa, con pocos
vínculos sociales desarrollados, experimenta algunas emociones caracterís-
ticas: enojo, aburrimiento, irritabilidad, vulnerabilidad. La experiencia de
soledad surge a partir de una sed de contactos sociales no satisfecha.
La soledad por aislamiento social produce depresión, así como
la soledad por aislamiento emocional produce ansiedad, sostiene
Weiss, quien discrepa con los hallazgos de Russell (1984, cit. en Rook
y Hojat) que relaciona la soledad por aislamiento emocional con la
depresión y la soledad por aislamiento social con la ansiedad.
Desde la perspectiva temporal, la soledad por aislamiento social
está relacionada con el miedo al futuro y la soledad por aislamiento
emocional con el presente y el sufrimiento del pasado, la memoria de
los vínculos comunitarios perdidos. Una persona separada de las per-
sonas significativas de su entorno teme no saber o no poder resolver
contingencias vitales futuras, no tiene referentes culturales con los
que orientarse. La soledad por aislamiento emocional va a producir
una fuerte nostalgia por los buenos tiempos idos del pasado.

50
AISLAMIENTO Y SOLEDAD

Ambos autores concuerdan en afirmar la existencia de dife-


rentes experiencias afectivas asociadas con cada forma de soledad.
En muchos casos no resulta fácil discriminar y ubicar los sentimien-
tos en categorías y los cuadros psicopatológicos no son tan nítidos.
La pertenencia como miembro de una comunidad otorga pro-
tección, oportunidad para integrarse placenteramente a las activida-
des colectivas, compartir con otros y así afrontar situaciones difíciles
de la vida. Probablemente aquellos capaces de establecer buenas
relaciones con los otros logren mayor intimidad y reciprocidad y sean
sujetos con una moral más alta y mayor satisfacción en la vida.
Weiss sostiene que las personas necesitan tanto una relación
íntima con una figura de apego (por ejemplo, un esposo) como vín-
culos cohesivos con un grupo social (una red de amigos o una organi-
zación vecinal). Ambos tipos de relación desempeñan una función
complementaria. La carencia de alguno de los dos tipos de relación
lleva a la persona a experimentar sentimientos de soledad. Aún cuan-
do la vivencia en un tipo de relación sea altamente gratificante,
como por ejemplo un pareja con vínculos primarios intensos, un gran
compromiso e involucración emocional, es lo que al mismo tiempo
los aísla del medio social circundante y los expone a sentimientos de
soledad. Este vínculo diádico exclusivo queda sometido a presiones
displacenteras que, no balanceadas por la presencia de otros, desen-
cadena sentimientos de soledad. Esto ocurre en la familia endogámica,
sin amigos ni afectos fuera de los miembros familiares.
Si bien la soledad por aislamiento emocional y la soledad por
aislamiento social tienen orígenes diversos, en algunos casos éstos se
superponen y la persona sin vínculos sociales, carece al mismo tiem-
po de relaciones de apego significativas.
Los casos más severos de soledad ocurren cuando las personas
tienen carencias en ambas dimensiones, la emocional y la social.
Así como la soledad por aislamiento emocional y social difie-
ren fenomenológicamente, también requieren diferentes soluciones.
La soledad por aislamiento emocional se alivia con la formación
de una nueva relación íntima que provea una sensación de apego y la
soledad por aislamiento social requiere que la persona entre a una red
de amigos que le provea un sentimiento de integración social.

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EVA MUCHINIK - SUSANA SEIDMANN

52
AISLAMIENTO Y SOLEDAD

SOLEDAD E INTIMIDAD

La intimidad no es un sentimiento, sino la cualidad de una relación


con cierta simetría y mutualidad. Brinda un espacio de confianza.
Al igual que el apego es también un modelo de relación, de
protección y seguridad, caracterizado por la intensidad de los senti-
mientos que provoca y por sus consecuencias en la conducta. Implica
a alguien que brinda y alguien que recibe. En la relación madre-niño,
ésta genera expectativas, de allí su relación con la ansiedad, la ira y el
rechazo frente al fracaso del apego.
La frustración frente al otro condiciona las relaciones futuras y
puede generar el fracaso de la intimidad. La persona no dispone de un
modelo interno operante que la oriente en las relaciones
interpersonales y le permitan el acercamiento afectivo. En una con-
sulta clínica, una mujer se acerca buscando obtener orientación acer-
ca del trato que debería tener con sus hijos adoptivos. La distante
relación con su madre, una mujer muy narcisista, no le favoreció la
asunción del propio rol de madre. No tuvo un maternaje adecuado
que le facilitara su propio maternaje. Tenía información e ilustración
sobre el tema, pero no lo podía integrar afectivamente.

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EVA MUCHINIK - SUSANA SEIDMANN

El apego implica asimetría en las relaciones humanas. La intimi-


dad, por el contrario, supone simetría y reciprocidad.
Intimidad deriva del latín intimus. En inglés innermost significa
profundidad de sentimiento. Es definido por Harry Stack Sullivan
como “el tipo de situación que implica a dos personas y les permite la
validación de todos los elementos de su valoración personal”. Es
también “una colaboración en la que ambos socios se revelan a sí
mismos, buscan y expresan la validación de sus atributos, uno del
otro y comparten su visión del mundo”. La intimidad no puede ser
asimilada a la noción de apego aunque la incluye, ya que supone la
expectativa del cuidado, dentro de un patrón de reciprocidad. Es
comunión de formas de sentir y de pensar, es compartir.
En una perspectiva más elaborada se la puede considerar un
requisito para la empatía adulta, donde se enfatiza la necesidad de la
validación mutua.
La capacidad de sostener relaciones íntimas es una habili-
dad social.
Erik Erikson (1959) señala que la posibilidad de mutualidad en
las relaciones heterosexuales está fundada en una identidad segura
que se instaura en la infancia y se consolida en la adolescencia, que le
permite a la persona establecer relaciones con el autoabandono ne-
cesario que requiere la intimidad.
Rogers (Reis y Shaver, 1989) hace referencia a este modelo de
relación como una “experiencia organísmica”, con una auténtica ex-
presión emocional y aceptación de los sentimientos del otro. Incluye
sentimientos de apoyo, amor, celos y rechazo (ejemplo: sexo y seguri-
dad), con una larga historia donde se revelaron sentimientos sobre sí
mismo y sobre la propia conducta.
La apertura emocional favorece el atractivo mutuo, el cuidado
y la confianza; también aumenta el riesgo interpersonal. Significa
exponerse frente a otro, quedar desnudo, expuesto.
Este modelo de vínculo (Reis y Shaver, 1989) trae un aumento
de la seguridad y la autoaceptación, a la par que disminuye el senti-
miento de miedo y de vulnerabilidad. Pero existe también el temor a
ser abusado por el otro, el riesgo a que lo privado sea explotado al
revelarse; esta situación interfiere con el logro de intimidad.

54
AISLAMIENTO Y SOLEDAD

La revelación de sí mismo es un proceso multidimensional que


se refiere a relaciones muy próximas, donde están incluídas conduc-
tas no verbales y códigos compartidos, escuchar, mirar, tener contac-
to, proximidad. Sin estos contactos la intimidad disminuye porque se
diluye el tono emocional de la experiencia. En algunos casos de
alejamiento, por ejemplo en una migración, cuando el compartir fue
significativo y existen lazos afectivos, la relación puede ser renovada
y el vínculo sostenido con el reencuentro como dos amigos de la
infancia o adolescencia que guardan vivencias compartidas.
En una relación bidireccional estas contribuciones sostienen la
autodefinición de sí mismo. Ante el sentimiento de pérdida de una
relación de intimidad irrumpe la soledad, ya que el otro deja de dar
respuesta a las necesidades, con un sentimiento de vacío y desespe-
ranza. Depende de las expectativas y las necesidades del otro percibidas
por la persona.
La intimidad responde a la necesidad de afecto, de comprensión
y autovalidación. La persona desea compartir sentimientos, tener una
guía, sentir atracción sexual. La lista puede ser infinita. Responde a
las múltiples necesidades que el otro identificado puede satisfacer o
se crea pueda satisfacer.
Cuando uno entra en una relación íntima se expone también a
los riesgos de ser absorbido por el otro, al riesgo de ser abandonado y
de quedarse solo con un sentimiento de vacío y pérdida.
Hay que probar las respuestas del otro, asumir el riesgo al re-
chazo, a la manipulación, a ser absorbido. Toda conducta íntima
implica un riesgo que no todos están en condiciones de asumir. Los
“solitarios” se defienden con el alejamiento de cualquier sufrimien-
to y frustración.

55
EVA MUCHINIK - SUSANA SEIDMANN

56
AISLAMIENTO Y SOLEDAD

XI

LA CONSTRUCCIÓN DE LA SOLEDAD

Investigadores y clínicos coinciden en señalar dos causas princi-


pales de soledad:
-las internas o personales, dificultad para estar solo, habilidades
sociales deficientes o patrones cognitivos disfuncionales; y

-las externas o situacionales, carencia de recursos sociales, econó-


micos, demográficos.

Ambas causas interactúan.


La dificultad para estar solo, tanto como las dificultades para relacio-
narse con otros, forma parte de los aspectos centrales de la soledad. Esto
responde a diferencias individuales relacionadas con experiencias de
apego de la infancia. Las personas difieren en el grado en que disfrutan o
padecen de soledad por aislamiento. Algunas maximizan su tiempo so-
los, lo disfrutan, declinando expectativas en la relación con otros.
Fallas en la constitución del apego pueden llevar tanto a la
dificultad de quedarse solo como al desarrollo de una conducta de
desapego: el “solitario”.

57
EVA MUCHINIK - SUSANA SEIDMANN

La falta de capacidad para estar solo toma dos formas:la evitación


de la soledad y el refugio en la soledad.
La gente sola tiene escasa capacidad para estar sola (Winnicott, 1958),
de hecho temen estar solos. La situación displacentera creada los conduce
a buscar contactos sociales para romper el aislamiento. Pero la desespera-
ción los lleva a implicarse en relaciones inapropiadas que, cuando fraca-
san, acentúan el sentimiento de soledad. Generan relaciones de dependen-
cia patológica como en el caso de la búsqueda desenfrenada de una pareja.
Una resolución favorable sería que estas personas mejoraran su
habilidad para estar solas, pudiendo disfrutar más las actividades en
soledad. Los haría menos dependientes de otros y por lo tanto menos
vulnerables a compromisos riesgosos y menos lábiles en las relaciones
interpersonales.
Personas con una actitud narcisista y megalomaníaca tienen pro-
blemas en la forma de relacionarse con el medio. Sólo aceptan la
admiración y el amor de los demás, tal como lo aprendieron tempra-
namente en el vínculo con su madre. Fueron niños “narcisizados”
que, convencidos de su grandeza e importancia, desarrollaron poca
empatía por otros y fueron muchas veces rechazados y aislados. Esta
situación propende el advenimiento de la soledad. Se origina en
vínculos parentales excesivamente posesivos, en que la familia fue
vista como una isla de seguridad en un medio turbulento y temible.
Muchas personas se refugian en la soledad como estrategia para
la protección frente a rechazos sociales reales o imaginados. Evitan,
de este modo, ataques potenciales a su autoestima, aunque esto sirva
para perpetuar su soledad y, a fuerza de repetición, se transforme en un
rasgo de su personalidad. Sin embargo, la ambivalencia y la lucha
interna perpetúan la problemática que padecen los sujetos en estas
condiciones.
Existen una cantidad de habilidades sociales deficientes relaciona-
das con la presencia de sentimientos de soledad.
Wittenberg y Reis (1986) señalan siete aspectos en las habilida-
des sociales:

1) iniciación del contacto social,


2) apertura de la persona,

58
AISLAMIENTO Y SOLEDAD

3) habilidad para concertar encuentros,


4) capacidad para proveer consejo y guía,
5) asertividad general,
6) asertividad acerca de situaciones y sentimientos negativos,
7) resolución de conflictos.

Las fallas en este “proceso” de acercamiento social, en estos des-


empeños, precipitan el sentimiento de soledad.
Las personas que se sienten solas se autoatribuyen las causas y
se describen como tímidas y agudamente autoconscientes en situa-
ciones sociales. Piensan todo el tiempo “cómo me ven”, “qué les
parezco”, “se notará que...”. Se perciben como fallando
sistemáticamente en los contactos sociales, no pudiendo disfrutar
de los encuentros y aún sufriendo. En la interacción con otros, no se
dirigen a los demás, no les preguntan ni hacen comentarios sobre los
otros. Les resulta difícil y penoso sostener una conversación o resol-
ver los silencios.
A las personas solas les cuesta mostrar su soledad y la escon-
den, sufren en silencio, porque temen ser estigmatizadas en una so-
ciedad que valoriza el éxito social (tener pareja, tener muchos ami-
gos). Se trata de un sesgo atribucional. Quien inicia una relación o
conversación (contacto social) está influido por lo que percibe
alrededor (rechazo).
Estas modalidades son consideradas tanto causas como conse-
cuencias de la soledad, que tiende así a transformarse en profecía
autocumplidora y a la autoperpetuación.
Entre las habilidades sociales, hay dos que permiten predecir la
soledad: la dificultad para entablar relaciones sociales (iniciación,
asertividad) y la inhabilidad para profundizarlas (apertura, guía, re-
solución de conflictos).
Pero se trata tanto de incapacidad, como de inhibición por an-
siedad, autoconciencia aumentada o falta de motivación para parti-
cipar, reticencia que se confunde con animadversión. Estos factores
contribuyen a colocar socialmente a la persona sola en un lugar de
marginación. La persona sola no sabe qué decir ni cuándo hacerlo y
esto es decodificado como falta de interés o compromiso.

59
EVA MUCHINIK - SUSANA SEIDMANN

Entre los patrones cognitivos disfuncionales citados habitualmente


en la bibliografía sobre el tema, se destacan las consideraciones acer-
ca del self, de los otros y de la situación (Peplau y Perlman, 1982; M.
Hojat, “Loneliness”, op. cit.).
Las personas solas sufren de una autoestima baja, percepción nega-
tiva del propio cuerpo, de la sexualidad, de la salud y la apariencia.
La percepción de la situación es pesimista, centrada en fallas
personales propias.
Paradójicamente, también a la falta de “autoeficacia” en el ma-
nejo de situaciones se percibe a los demás negativamente y no mues-
tran deseos de un contacto continuo e íntimo con ellos.
Estos esquemas cognitivos pueden haber tenido sus orígenes
en la infancia, con padres duramente críticos. Se autoperpetuan de
modo poco realista en la adultez, a través de percepciones negativas
del sí mismo.

60
AISLAMIENTO Y SOLEDAD

XII

SOLEDAD Y REDES SOCIALES DE APOYO

Frente a las grandes transformaciones que trajo aparejado el siglo


XX, tanto tecnológicas como estructurales que acentuaron los cambios
demográficos (como la alta concentración urbana y el aumento de la
esperanza de vida) se modificó la forma de la pirámide de población,
disminuyó la mortalidad infantil y aumentó el tamaño de los grupos de
gente de mayor edad. La fragmentación de la vida familiar y el debili-
tamiento de lazos personales trajo un aumento de la tasa de divorcios
con la consiguiente formación de familias uniparentales. La vida urba-
na trajo aparejada cambios a un ritmo sin precedentes, condujo a una
falta de seguridad personal creciente y transformaciones en el sentido
de la identidad y en los modelos de relaciones interpersonales. El acen-
drado individualismo que caracteriza el fin de siglo, llevó como secue-
la el aumento de la soledad. La expresaron los existencialistas, llaman-
do la atención sobre el aumento del materialismo y la declinación de
la espiritualidad que se evidencia en la “soledad universal”, como un
aspecto constitutivo del ser humano.
El aislamiento social es un fenómeno de la sociedad de masas
contemporánea. Deriva de la fragmentación de la experiencia y de

61
EVA MUCHINIK - SUSANA SEIDMANN

la progresión del individualismo que destruye los vínculos comuni-


tarios de sostén. No necesariamente se equipara con el fenómeno de
soledad, ya que ésta apunta al sentimiento de haber sido abandona-
do por alguien importante. Ambos fenómenos pueden coexistir,
aunque uno no necesariamente implica al otro, porque una persona
puede sentirse a gusto sin compañía o sola en medio de una multi-
tud. No obstante, se consideró frecuentemente al aislamiento social como
situación de fondo que predispone la aparición del sentimiento subjetivo
de soledad.
Las personas solas reconocen tener menos amigos y compañeros,
una red más pequeña y menos satisfactoria. Son las medidas cualitati-
vas, grado de satisfacción percibida y disponibilidad de relaciones
sociales íntimas, las mejores predictoras de la soledad, si se lo compa-
ra con aspectos objetivos de la red social (frecuencia, tipo o intensi-
dad de contacto social). De hecho, se constató que la gente casada
sufre menos soledad, mortalidad temprana o tendencia al suicidio.
Los recursos que esas relaciones proveen (fundamentalmente intimi-
dad y apoyo) ayudan a controlar los sentimientos de indefensión y
desesperanza, concomitantes del padecimiento de soledad.
Cassel (1974) acuñó el término apoyo social para resaltar la im-
portancia de las relaciones interpersonales solidarias en el afronta-
miento de los eventos estresantes.
Cobb (1976) define el apoyo social como la ayuda, guía e infor-
mación que uno recibe de la red social que incluye a la familia,
amigos, compañeros de trabajo, vecinos.
El apoyo social, con el sentimiento de ser partícipe de un grupo
social, facilita el afrontamiento de los problemas, propende a la salud
física y psicológica y mejora los efectos adversos del estrés. De este
modo, el apoyo social sería lo opuesto a la soledad.
Investigaciones realizadas (Russell y cols., 1984; Veiel, 1987;
Sarason, 1990) preguntaron a personas a quién le pedirían ayuda o
consejo: la mayoría nombra al cónyuge. Si no lo tiene, identifican a
un amigo o familiar, seguido por vecino o colega. Las diversas rela-
ciones cumplen distintas funciones y cada una de ellas satisface me-
jor alguna necesidad específica. Por lo tanto, resulta equívoca la ge-
neralización excesiva sobre las relaciones sociales y, especialmente,

62
AISLAMIENTO Y SOLEDAD

acerca del significado de la red social de apoyo. No debemos consi-


derarla una panacea.
Las relaciones de apoyo proveen intimidad y cuidado (apoyo
emocional) y también apoyo instrumental (obtención de recursos
para la satisfacción de necesidades).
Se encontró una relación inversa entre la soledad y el tamaño de
la red, la densidad, las interconexiones de la red, la frecuencia de
conductas de apoyo y el grado de satisfacción obtenido.
Interesa determinar si la falta de apoyo social que trasmiten las
personas solas se corresponde con niveles de apoyo menores reales en
las relaciones o si surge de una subvalorización del apoyo que reali-
zan las personas cuando se sienten solas.
En la situación en que surgen problemas por causas sociales ex-
ternas, tales como el desempleo, si bien el apoyo de la pareja es útil,
se hace indispensable el soporte de la red social extensa que abastece
la necesidad de apoyo instrumental (Veiel, 1987).
Veiel considera el apoyo social como una relación entre necesi-
dades individuales y los recursos provistos por la red social. Éstos son
el apoyo instrumental y el psicológico, tanto en situaciones cotidia-
nas como de crisis. La intersección de estas variables satisfacen la
amplia gama de necesidades individuales en diferentes circunstan-
cias vitales. El fracaso en la obtención de apoyo social genera senti-
mientos de soledad.

63
EVA MUCHINIK - SUSANA SEIDMANN

64
AISLAMIENTO Y SOLEDAD

XIII

LA DURACIÓN DE LA SOLEDAD

En relación a la duración de la experiencia de soledad, se puede


diferenciar la soledad crónica de la soledad situacional como episodio
breve, agudo y doloroso, aunque de remisión mas rápida al formar
nuevos lazos sociales, nuevos amigos, compañeros de estudio, etc.
Esta última está relacionada con un estado transitorio, desde la viudez
y la separación a la migración, en relación a la soledad por aisla-
miento social.
La soledad crónica está relacionada con rasgos duraderos de perso-
nalidad en aquellos sujetos que permanecen solos por largos períodos
y la padecen en diferentes contextos. A una persona que creció sin
vínculos afectivos importantes en la infancia, no le resulta fácil enta-
blar y sostener relaciones íntimas que impliquen confianza y cercanía
recíproca. No posee imágenes internalizadas para evocar.
Esta condición resulta de fracasos interpersonales repetidos en rela-
ciones prototípicas (por ejemplo, una relación madre-hijo conflictiva y
frustrante) generan modelos negativos del propio self y, por lo tanto, una
baja autoestima. Estos problemas tienen su origen en la serie de dificul-
tades en la constitución de un apego seguro. Estos individuos suelen

65
EVA MUCHINIK - SUSANA SEIDMANN

desaprovechar las oportunidades de encuentro con otros en la vida adul-


ta y su retraimiento se transforma en profecía autocumplidora.
Se los describe como personas con habilidades sociales deficientes,
sin relación con pares con dificultad en la decodificación de con-
ductas comunicacionales no verbales, con esquemas cognitivos
disfuncionales (K. Rook, 1989), con estilos atributivos fijos y rígidos
que perpetúan el padecimiento y/o necesidades sociales atípicas.
La duración de la soledad está relacionada con el nivel de edu-
cación, el status marital, la historia del divorcio parental, grados de
intimidad y estilo atributivo, entre otros. Se requiere tener, por lo
tanto, una perspectiva multidimensional del fenómeno.
La duración de la soledad depende también de la utilización de
las estrategias de afrontamiento elegidas. A fuerza de repetir una con-
ducta evasiva la persona se va quedando cada vez más sola. La situa-
ción se vuelve circular. Más se aleja, más sola se queda. El temor al
rechazo, por falta de habilidad, lleva a la persona a evitar a los otros,
evitación que es interpretada como rechazo a los demás y a una atri-
bución de “distante”, “fóbica”, “evitativa”, cuando no de “soberbia”
u “orgullosa” y puede decirse de ella: “¡Quién se cree que es!”.

66
AISLAMIENTO Y SOLEDAD

XIV

LA EXPERIENCIA DE SOLEDAD
Y CUESTIONES DE GÉNERO

Hombres y mujeres atraviesan por experiencias de socialización


diferentes. La cultura les adjudica y exige desempeños diversos. El
modelo de relaciones según el género está definido por la cultura.
Una mujer tiene culturalmente permitido un menor acercamiento
espontáneo al hombre, que a la inversa.
Los varones se socializan con preferencia en grupos. Es por esta razón
que suelen desarrollar vínculos de adhesión fuertes a un grupo social.
En contraste, las niñas forman vínculos de apego diádicos más
sólidos. Las mujeres suelen hablar más de lo que sienten; los varones,
de lo que hacen.
La participación en una red social cohesiva y amplia aumenta
las oportunidades para obtener apoyo social y permite múltiples ex-
periencias y expectativas en un modelo más complejo de sociabili-
dad. Sostener las relaciones sociales implica un esfuerzo continuo y
costoso, más allá de la espontaneidad de entablar relaciones fácil-
mente. Se requiere también compromiso y a veces lealtad, como lo
sostiene la Teoría del Intercambio (Homans, 1961), que señala la
importancia de la reciprocidad.

67
EVA MUCHINIK - SUSANA SEIDMANN

Habría un tamaño óptimo de la red social, más allá del cual el


gasto de mantenimiento excede los beneficios.
Las mujeres parecen más implicadas y contrariadas por aconteci-
mientos negativos de los amigos y son quienes asumen con mayor dis-
posición la responsabilidad del cuidado de los demás. También son las
que hacen más referencias explícitas a la soledad, propia o ajena, aun-
que no se encontraron diferencias significativas de género en la aplica-
ción de la escala de la UCLA (Borys y Perlman, 1985; M. Hojat).
Los adultos jóvenes sobrevaloran la posibilidad de una relación
amorosa para resolver una situación de soledad, muy por encima de
una relación amistosa. Ambos tipos de relaciones satisfacen necesi-
dades diferentes y no intercambiables.
La soledad configura culturalmente una experiencia
estigmatizante; a las personas solas se las visualiza como “perdedoras”.
Por lo tanto buscan establecer relaciones que les confieran prestigio
frente a los demás: “Dime con quién andas y te diré quién eres”.
Aparece así “la soledad como estigma social”, que lleva al aumento
que esto implica del factor de riesgo, ya que aumenta la vulnerabilidad.
El desequilibrio demográfico de la población (proporción en-
tre hombres y mujeres) lanza a personas tímidas o inhibidas a la situa-
ción de soledad, haciendo difícil la concreción de una pareja. En una
sociedad en la que, en la adultez, la participación social se realiza
fundamentalmente de a dos, la falta de pareja genera situaciones de
aislamiento, que en algunos casos resulta difícil superar.
La cultura contemporánea ha generado grupos de mujeres, sepa-
radas y viudas que configuran una forma de red social, más frecuente
que los grupos de hombres. Éstos se agrupan generalmente sin com-
partir intimidad. El ejemplo típico, en la sociedad contemporánea,
son los “amigos del club” o los “muchachos de la barra del bar”.
La fase inicial de una pareja está marcada por una mezcla de
sentimientos de atracción sexual y gratificación, excitación por el
conocimiento de un ser humano nuevo y una disminución en los
sentimientos de soledad.
Con el tiempo, la novedad se reemplaza por la familiaridad, el
apego se afianza o se debilita y ahí comienzan los problemas, desilusión,
hostilidad, aburrimiento, desengaño. Son las mujeres las que, siendo

68
AISLAMIENTO Y SOLEDAD

mejores cuidadoras, se hacen más sensibles a la percepción de problemas


en la relación. Fueron social y culturalmente más entrenadas para ello.
Hombres y mujeres difieren en su sensibilidad hacia la soledad,
porque las expectativas frente a la amistad y a la pareja son variadas:
intimidad o actividades e intereses comunes. Por lo tanto, expectati-
vas disímiles producen diversas situaciones de soledad y diferentes atribu-
ciones. Una mujer connota su soledad con el rechazo por parte de los
hombres. Un hombre podrá reprocharse su soledad por falta de ini-
ciativa para entablar nuevas relaciones sociales.
El estilo atributivo de hombres y mujeres difiere.
En los hombres, la soledad se asocia con un bajo deseo de con-
trol. Son aquellos que no buscan controlar situaciones, ni creen que
puedan hacerlo. Hacen atribuciones fundamentalmente externas y
transfieren la responsabilidad de su soledad a los demás. Esto los lleva
a no movilizar recursos para acercarse a otros, “no vale la pena, dejalo
ahí”. También suelen asignar valor a la “libertad”.
En las mujeres, la soledad se asocia con la percepción de falta de
control. Hacen atribuciones externas en que el control se perfila como
un atributo masculino. El hombre suele ser más asertivo y las mujeres
se someten a ello con rencor, “nunca pude tener vida propia. El es
muy ‘machista’ ”. Con esto se resume la frustración y el sentimiento de
incomprensión y soledad.
En las relaciones amorosas, a las mujeres les interesa ejercer un
control y poder más encubierto e indirecto. Manejan los hilos secre-
tos e invisibles del poder. A esto se refiere un conocido chiste mascu-
lino que refiere a que todas las discusiones familiares terminan con la
última palabra del hombre, “sí, querida”.
Se trata de las estrategias de búsqueda o equilibrio de poder en
la pareja, donde el poder de las mujeres aparece siempre encubierto.
En el libro El dinero en la pareja, Clara Coria señala recursos “femeni-
nos” de poder oculto alrededor de un tema tabú: el dinero. Éste se
constituye en punto de entrecruzamiento de pasiones individuales,
normas y mandatos sociales y conductas de control social.
Históricamente más alejada de la vida pública y por ende más
aislada, puede pensarse en una modalidad de soledad por aislamien-
to social. Su círculo de pertenencia y de influencia, según clase so-
cial, se veía y se ve reducido al ámbito familiar.

69
EVA MUCHINIK - SUSANA SEIDMANN

70
AISLAMIENTO Y SOLEDAD

XV

LA SOLEDAD EN LOS DISTINTOS


MOMENTOS DE LA VIDA

El fenómeno de la soledad asociada al sentimiento de abando-


no y aislamiento, transitorio o permanente, ocurre a lo largo del
curso de la vida con aspectos característicos de acuerdo al momen-
to de desarrollo del ser humano y del ciclo vital familiar. Está rela-
cionado con la historia de las relaciones interpersonales, que son
fenómenos frágiles.
No hay acuerdo entre los diferentes teóricos del desarrollo sobre
a partir de qué momento de la vida se puede considerar que los niños
sufren de soledad. C. W. Ellison (1978) considera que “los primeros
signos de soledad aparecen en los primeros tres meses de vida”.
Zick Rubin (1982) señala que niños de tres años y aún menos
pueden experimentar la soledad por aislamiento social (de acuerdo a
la denominación de R. Weiss) con el correlato de sentimientos de
desagrado, aburrimiento y alienación, una vivencia de severo extra-
ñamiento. Un bebé adoptado, que vivió sus seis primeros meses en
una guardería, con falta de estímulos, lloraba con desesperación cada
vez que los padres adoptivos lo levantaban en brazos. La tarea de éstos
consistió en sostenerla en sus “berrinches” y brindarle sensaciones

71
EVA MUCHINIK - SUSANA SEIDMANN

placenteras, generando un pequeño núcleo de relaciones íntimas y


un nuevo entorno social. La asistente social que los visitaba no pudo
reconocer, seis meses después, en la criatura dulce, juguetona y apaci-
ble, a esa nena hosca y de mal genio que recordaba.
Sigmund Freud (1926) vincula la angustia de separación exce-
siva con el miedo a quedar solo y abandonado, fuente de dolor psí-
quico y de afecto de duelo.
El fenómeno de la interacción humana está al servicio de la
vida. En el hombre, la presencia de un “otro” que nos reconozca
contribuye al reconocimiento de “uno mismo” desde la perspecti-
va del “otro significativo” (P. Berger y T. Luckmann, 1972; H.
Gerth y C. Wright Mills, 1963). Funda nuestro sentimiento de
identidad saber quiénes somos, y nos lleva a nuestro conocimien-
to del otro. Avanzamos hacia lo que Jean Michel Quinodoz (1993)
denomina el sentimiento de una soledad domesticada, base de la
confianza en las relaciones con uno mismo y con el otro. La sole-
dad, para el autor, posee dos caras: “una mortal consejera”, un
sentimiento hostil; o bien, cuando domesticada, cuando se logra
elaborar las angustias de separación y pérdida, se transforma en un
recurso creativo valioso.
H. S. Sullivan (1953) destaca que la soledad como carencia de
intimidad sólo puede ser sentida en la preadolescencia (9-12 años), des-
pués del surgimiento de relaciones íntimas y de compromiso personal.
D. Perlman (1988) cree en la aparición temprana de la expe-
riencia de soledad (7-8 años), en el momento en que los niños com-
prenden y son capaces de responder a una escala de evaluación sobre
el tema. Estos datos se correlacionan con los resultados en tests
sociométricos: niños rechazados se sienten solos.
Los teóricos del desarrollo enfatizan, en general, la influencia de
las experiencias infantiles sobre la vida social posterior: el apego, la
amistad, la intimidad. Su fracaso condiciona la aparición de pertur-
baciones emocionales, tales como ansiedad, depresión, desapego y
soledad (J. Bowlby, 1989; M. Ainsworth, 1978).
Los niños cuyos lazos de apego temprano fueron amenazados por
el divorcio parental son más proclives a sentir soledad. La soledad en
los jóvenes se vincula en muchos casos a la separación de los padres,

72
AISLAMIENTO Y SOLEDAD

sobre todo cuando esto significa el abandono de uno de ellos (E.


Muchinik, S. Seidmann y L. Acrich, 1998, inédito).
Las relaciones de los niños con sus padres condicionan también
las relaciones de los niños con sus pares. Si éstas son de pobre calidad,
favorecen la soledad adolescente.
Las personas que experimentan soledad consideran la relación
con sus padres en la infancia como fría, alejada, no confiable, insatis-
factoria y desagradable (Perlman, 1988).

Pese a que las representaciones de la cultura relacionan a la


juventud con la edad de la sociabilidad, la experiencia de soledad se
hace clara y patente en la adolescencia (la autopercepción de soledad
es máxima: 79% en los menores de 18 años), momento de la vida en
que hay un doble movimiento con sus figuras de apego, se desapega
de los padres de la infancia y busca nuevas relaciones con sus pares.
Se trata de un momento en que el adolescente está entre dos familias,
la de origen y su familia futura. Es habitual escuchar las quejas adoles-
centes por su soledad.
La transición trae aparejada un sentimiento de soledad
existencial, una profunda conciencia de estar solo o desgajado del
mundo, y el sentimiento de incomprensión de la que se acusa a los
padres. Son los dilemas de la separación del mundo conocido y segu-
ro de los padres y de la posibilidad de renunciar a una visión
egocéntrica y omnipotente que relativiza los conocimientos y valo-
res acerca del mundo. El ya no podrá cambiar todo a su antojo. El
crecimiento le plantea, de manera desafiante, valores opuestos: ape-
go/separación, fusión/aislamiento. Va cambiando su grupo de perte-
nencia, de los padres a los pares.
La soledad fue descripta en la adolescencia vinculada con el
fracaso en la satisfacción de necesidades de relación con pares y rela-
ciones íntimas, es decir, la falla en la obtención de un sentido de
comunidad, sentimiento de pertenencia a una estructura social que lo
sostiene (Pretty y col., 1994). Se enfatiza el rol de la comunidad o
sistema social amplio en la provisión de posibilidades de desarrollo y
concreción de metas adolescentes, no siempre claras, y esto condicio-
na la marginalidad.

73
EVA MUCHINIK - SUSANA SEIDMANN

Se destacan así los aspectos ambientales y sociales de la sole-


dad. Una consecuencia de esta situación es el suicidio adolescen-
te que puede resultar epidémico, como ocurrió en la localidad de
Gobernador Gálvez, Santa Fe, Argentina, en 1993. Frente a la
imposibilidad de responder a demandas contrarias y contradicto-
rias, la única salida que se perfilaba fue la autodestrucción. Resul-
tó impactante la seguidilla de suicidios adolescentes en una loca-
lidad afectada por una fuerte desocupación y en la que eran más
relevantes las frustraciones y fracasos que los logros de la vida. El
suicidio como solución se erigió en salida. Tampoco se visualizaba
algún apoyo de vínculos cercanos. El adolescente estaba solo frente
a un mundo difícil y hostil.
Los autores señalan dos ámbitos importantes de desarrollo, la
escuela y el vecindario (Pretty y col., 1994). Los adolescentes
poseen en la sociedad urbana múltiples interacciones que no ge-
neran apoyo social.
Los adolescentes suelen tener expectativas mayores que sus habi-
lidades y posibilidades sociales, de ser exitosos sociales, ser buscados y
admirados. Erik Erikson lo denomina “difusión del rol”, falta de defini-
ción social de su rol y “moratoria psicosocial”. Con una idea pobre de
quiénes son y adónde van les dificulta el vínculo con los pares y los
predispone a la soledad. Según cómo resuelvan esta etapa, se posibili-
tará el acceso a la intimidad o la caída en el aislamiento, la difusión del
rol, relacionado con el miedo a la pérdida de la identidad.
El locus de control que utilizan es básicamente externo, de allí la
permanente crítica social. La responsabilidad de los fracasos es de los
demás y ellos se perciben como víctimas de la incomprensión adulta.
Para los adolescentes el vínculo más importante son los amigos,
así como lo son para los niños los lazos primarios con la familia.

En la juventud, la soledad aparece en experiencias de inserción


en ámbitos institucionales desconocidos. Funciona también como
acicate para conocer gente nueva, trabar relaciones de compañeris-
mo y amistad, algunas de por vida. Esta es una etapa de inicio de
consolidación de vínculos, de experiencias e intereses compartidos.
La “amistad” es un vínculo que remite a la libre elección.

74
AISLAMIENTO Y SOLEDAD

La soledad se expresa también en la relación de pareja.


Por esta razón los jóvenes se sienten particularmente solos los
días viernes y sábado a la noche, si no se concretan las expectativas de
encuentros sociales. Ésos son momentos probatorios decisivos de su
aceptación y éxito social. El que inicia una ruptura amorosa sufre de
menor soledad que el que fue rechazado, ya que tiene un cierto con-
trol sobre la situación.

En la mediana edad, un buen matrimonio provee la intimidad, el


afecto, la identidad y el cuidado necesarios para el bienestar físico y
psíquico. El amor en la adultez implica la integración de apego, pro-
tección y vínculo sexual.
En esta etapa de la vida se dan los menores porcentajes de sole-
dad (53% entre 45-54 años; 37% para mayores de 55 años) (Perlman,
1988). No obstante, resultan alarmantes las cifras propuestas porque
incluyen casi a la mitad de la población. Esto resulta coherente con el
aumento de personas que viven solas en las grandes ciudades.
La situación se agrava en el caso de solteros y en familias
uniparentales, divorciados, viudos.
La soledad también puede aparecer dentro del matrimonio,
cuando hay mucha disparidad de actividades e intereses entre los
cónyuges. Disminuye la satisfacción con el matrimonio, así como
la vida sexual y la permanencia de la relación se transforma en
rutina y aburrimiento.
Un momento crucial para la soledad se produce en la celebra-
ción de fiestas, en particular las de fin de año. Los solteros y divorcia-
dos toman mayor conciencia de su aislamiento y su carencia, deseo y
necesidad de vínculos sociales más íntimos. Aumenta la frustración y
el sentimiento de fracaso social, con envidia a las parejas.
Jenny Jong-Gierveld (1986) relaciona redes, género y soledad.
Destaca que la soledad en los hombres está fuertemente asociada con
la calidad percibida de la relación con su mujer, pareja y confidente.
En cambio la soledad en la mujer se asocia marcadamente con la
evaluación subjetiva de su red en general.
Un estudio realizado por Stokes (Perlman, 1988) señala que la
gente con redes más densamente interconectadas tiende a sentirse

75
EVA MUCHINIK - SUSANA SEIDMANN

menos sola. La calidad de las relaciones es más importante que la


cantidad. En general suele ocurrir que las redes formadas
preponderantemente por miembros familiares tienden a ser más den-
sas. Por lo tanto, los individuos que pertenecen a redes de este tipo
no padecen tanto de soledad.
Existen situaciones prototípicas de soledad en la mediana edad.
En la situación del sindrome del “nido vacío” –del que no se deben
hacer excesivas generalizaciones– las mujeres que dedicaron todo su
tiempo a la crianza de sus hijos y al cuidado de su hogar, suelen
atravesar un período de intensa soledad, en comparación con muje-
res profesionales o con alguna actividad fuera de su casa. Se suele
exagerar los efectos de esta situación. La soledad experimentada en
forma dramática se relaciona con un trastorno de personalidad, más
que con la situación coyuntural.
Otra situación crítica aparece en caso de divorcio, en que de
manera estresante se pierden muchos vínculos sociales. El malestar se
agudiza en el tiempo anterior a la separación, cuando son rechazados
o excluidos, cuando son estigmatizados (en especial las mujeres),
cuando aparecen problemas económicos, cuando carecen de un com-
pañero con quien compartir la toma de decisiones o las tareas coti-
dianas. Los sujetos que padecen mayor soledad tienen, en general,
más problemas con sus excónyuges, con la crianza de sus niños y con
los vínculos con amigos y presentan mayor depresión.

Contrariamente al estereotipo, los viejos como grupo no pade-


cen significativamente de soledad, exceptuando al grupo mayor de
80 años, los llamados “viejos viejos” (60-69=35%; 70-79=29%; 80 y
más=53%; L. R. Dean, 1962, 1988).
Hay varias razones para explicarlo. Peplau y Perlman conside-
ran que la “disonancia cognitiva” disminuye porque se achica la dife-
rencia entre los niveles de contacto social deseados o necesitados y
los reales. Es un hecho constatable que la cantidad de contactos so-
ciales declina con la edad, pero también lo hace el nivel deseado de
los mismos, situación que protegería a los viejos de experimentar
soledad. Tener pocos contactos sociales o vivir solo, no desemboca
necesariamente en soledad emocional o social, en especial si hay

76
AISLAMIENTO Y SOLEDAD

hijos adultos que viven cerca y con los que se mantiene contacto
regularmente. La red tiene mayor densidad y muchas veces los viejos
eligen preservar su intimidad frente a los propios hijos (E. Muchinik;
S. Seidmann, 1997, en prensa). Muchos viejos valoran su indepen-
dencia. “Esta predilección por la autonomía parece ser parte de una
preferencia que se incrementa históricamente en las sucesivas cohortes”
(N. Krause, 1997).
La otra causa es que los ancianos tienden a considerar sus rela-
ciones de mejor calidad que los jóvenes. Vínculos más íntimos, más
satisfactorios, previenen contra la soledad. Es notable que los viejos
prefieren contactos sociales con amigos de la misma edad a contactos
con familiares, incluso hijos, teniendo estas relaciones un importante
impacto sobre el bienestar. Esto es así porque las relaciones familiares
implican obligatoriedad y aquellas con amigos elección recíproca y,
por ende, mejoran la autoestima.
No obstante, existen entre los adultos mayores situaciones obje-
tivas que están significativamente asociadas con el fenómeno de la
soledad y con el bienestar físico y psicológico: mala salud, bajos
ingresos, dificultades de traslado, pérdida de control sobre las posibi-
lidades de interacción, pérdida de autonomía, vivir solos.
Los contactos sociales más significativos se producen, para este
grupo de edad, con los hijos y otros familiares (E. Muchinik, 1986).
Son los que brindan más apoyo y ayuda, aunque muchas veces se
ritualicen, enfatizando más la obligación que la calidez o la cerca-
nía. Eileen Brody señala que la “responsabilidad filial” es en estos
casos más importante que el vínculo afectivo, teñido por la historia
de los conflictos. Un estudio realizado por Scharlach (Perlman,
1988) demostró que las madres se sentían más solas, cuanto más se
visualizaban como un peso para sus hijas. Esto depende del modelo
de relaciones intergeneracionales existente y de la historia de los
vínculos a través de largos años.
La viudez, independientemente de la edad en la que sobrevie-
ne, produce soledad, especialmente en el período inmediato poste-
rior a su ocurrencia. Junto con el cónyuge, se pierde un compañero
con el que se compartió actividades, que reguló la propia autoestima,
un amigo, un apoyo económico, una parte importante del “nicho

77
EVA MUCHINIK - SUSANA SEIDMANN

ecológico humano”, la red social que lo protege. Se trata de un


espacio relacional.
A pesar de que la soledad sobreviene a cualquier edad, posee sin
duda matices diferentes, varía en su importancia y gravedad de persona
a persona y en diferentes momentos del curso de la vida. La viudez
joven, cuando implica responsabilidad por los hijos es probablemente
más proclive al sentimiento de soledad que en la adultez más tardía.

78
AISLAMIENTO Y SOLEDAD

XVI
LA SOLEDAD Y LA FAMILIA

Tanto la soledad como la capacidad para estar solo (Winnicott,


1958) forman parte del mismo continuo de experiencia que los suje-
tos atraviesan e internalizan en su familia de origen.
Todas las personas se sienten solas en algún momento, incluso
en el seno de la propia familia. Las personas aprenden también a estar
solas en el contexto de su familia. Winnicott señala que:

...los niños aprenden a jugar solos primero con la presencia emo-


cional de uno de sus padres. Aprenden a manejar sentimientos
tolerables de soledad. Pueden elegir placenteramente estar solos.
La experiencia de soledad puede ser considerada también como
señal de un déficit en la familia, una quiebra o distanciamien-
to dentro del sistema.
Puede sobrevenir como experiencia subjetiva incluso cuando los
miembros de la familia convivan y sean accesibles.

La toma de conciencia de la soledad puede provocar angus-


tia, pero también puede servir como mecanismo adaptativo de

79
EVA MUCHINIK - SUSANA SEIDMANN

retroalimentación que rescata al sujeto de una situación estresante


de carencia, hacia un nivel de contacto humano óptimo en canti-
dad o forma.
Este cambio puede llevar a la exploración y búsqueda de nue-
vas relaciones tanto dentro como fuera de la familia.
Se puede considerar que la soledad es tanto una experiencia
individual como una experiencia interpersonal que se plasma den-
tro de la familia.
Desde la separación física y el abandono vivido como muerte
psíquica1 al sentimiento subjetivo de soledad, con diferente nivel de
tolerancia, existe una gama de situaciones que influyen, en calidad y
cantidad, sobre la experiencia de las personas con los miembros de su
familia. Dentro de una familia no todos sus miembros vivencian las
situaciones de la misma manera, hay un matiz subjetivo personal que
tiñe el significado de la situación.
La experiencia de soledad en una familia está supeditada a ca-
racterísticas específicas del sistema: tamaño de la familia, estructura
multigeneracional, estadío de desarrollo, intercambio con otros siste-
mas, herencia cultural, mitos familiares e interacción en la familia.
Tom Large (1989) señala cinco patrones característicos de fami-
lias de sujetos crónicamente solos. En cada familia tenderá a dominar
uno de ellos:
- Duelo no resuelto. Cuando hay una pérdida, se produce un va-
cío en el sistema. Surgen emociones específicas: pena, enojo, alivio,
vacío. Hay un proceso de ajuste que cambia a toda la familia. Cuan-
do la pérdida es inesperada, prematura (muerte de un niño o de un
padre joven) o coincide con algún otro acontecimiento familiar pe-
noso o disruptivo (una mudanza, una pérdida del nivel económico y
social), el proceso de duelo se complica, se prolonga y puede
posponerse varias generaciones, dejando una marca familiar. Es el
sentimiento de soledad, sentimiento de que alguien especial está au-
sente, sentimiento de vacío, de “ser nada”, confusión, desesperanza,
indefensión, sensación de no pertenencia, tristeza.

1. Muerte psíquica se refiere al sentimiento catastrófico y abrumador del bebé


frente a la ausencia de una figura de apego estable y segura.

80
AISLAMIENTO Y SOLEDAD

Esta situación suele asociarse con otras situaciones disfuncionales


en la familia: enfermedad física, disfunción sexual, problemas maritales,
suicidio. Resulta doloroso conectarse y mostrar socialmente estos te-
mas. “De esto no se habla” es un lema vigente en estas familias.
La soledad se convierte así en el modelo familiar poco funcio-
nal de resolución de la pérdida. Uno de los miembros se transforma
en el portador del vacío familiar, mientras que los demás actúan
con mayor adaptación.
La familia espera ayuda de una figura muy idealizada que com-
parte características con el miembro familiar muerto e idealizado.
El sentimiento de soledad, por lo tanto, es una señal para la familia
de que el muerto amado sigue existiendo aunque esté fuera del
alcance. El nombre del muerto se repite en nuevos miembros, gene-
rando expectativas.
- Certidumbre patológica. Se refiere a acuerdos familiares construi-
dos, a convicciones rígidas que son impuestas intrafamiliarmente en
grupos multigeneracionales a través de la identificación proyectiva y
que producen soledad crónica, por no sentirse escuchado ni respetado,
por falta de la posibilidad de elegir. Por ejemplo un adolescente al que
se le impone indiscutidamente qué carrera seguir sin contemplar ni
escuchar sus necesidades. Un hombre, ya maduro, recuerda que en su
adolescencia se lo obligó a estudiar medicina, ya que era único hijo,
sobrino y nieto y debía ocuparse, contrariamente a sus deseos, de la
salud de sus mayores. Es así como no pudo concretar ningún proyecto
propio, con la consiguiente frustración, resentimiento y soledad.
El poder se usa arbitrariamente en las relaciones familiares para
imponer sistemas de creencias y preservar un sistema de expectativas
que se suele depositar en alguno de sus miembros. Es un mandato
familiar para sostener una realidad que resulta problemática.
- Sincronización. Se produce en familias que funcionan con la
armónica precisión de una máquina. Se valoriza la productividad y
eficiencia en desmedro de la espontaneidad y el acercamiento afecti-
vo. Como cada uno funciona en su propia órbita, la soledad se trans-
forma en un aspecto tácito del estilo relacional familiar aceptado,
del que no se habla, ni se siente la necesidad de hablarlo. La expre-
sión de temores o inseguridades se convierte en un tabú.

81
EVA MUCHINIK - SUSANA SEIDMANN

- Expansión familiar. La familia multigeneracional pasa por un pro-


ceso con períodos de expansión y contracción que se asocian con fuertes
respuestas emocionales, en particular con temor y sentimiento de sole-
dad. Los jóvenes que dejan el hogar, paralelamente a los padres de me-
diana edad que reconsideran su carrera y su pareja, y simultáneamente
con la jubilación de los abuelos y la enfermedad crónica de los mayores,
muestran la naturaleza interaccional de la soledad en las tres generacio-
nes (abuelos, padres e hijos). Los diferentes miembros de la familia tie-
nen su propio patrón de cambio, no siempre coincidente. Cada genera-
ción tiene otras necesidades y se siente no comprendida por la otra.
- Abdicación parental. Cuando un progenitor abdica prematura-
mente a su función, alguien en la generación siguiente estará predis-
puesto a la soledad, no importando cuál haya sido la causa del retiro
(un derrumbe psicótico, una madre que se dispone a realizar una
carrera, un divorcio conflictivo).
Es la pérdida de la situación de protección la que genera la
experiencia penosa de la soledad. Los niños pueden sentirse respon-
sables y culparse por la ausencia del padre o madre y sentirse
consiguientemente abandonados. Para llenar el vacío frecuente-
mente uno de los hijos, generalmente el mayor, suele asumir el rol
de “hijo parental”, con sus beneficios secundarios, pero con alto
costo, entre ellos su soledad.
Otro tipo de interacción familiar, descripto por Andersson y
cols. (1989) se refiere a la intrusión narcisista. Este modelo genera una
pesada carga emocional para el niño. Le resulta muy dificultosa la
separación de sus padres en busca de autonomía y autoafirmación y
queda absorbido en la identidad familiar colectiva. Todo intento de
separación es controlado bajo la amenaza de no ser querido y de ser
abandonado. Esto genera culpa. La intrusión narcisista parental es
mayor si la madre tiene un sentimiento de inadecuación y toma a sus
hijos como prolongación de sí misma.
Si el niño se conforma, comienza el proceso de construcción
de un pseudoself. Así el niño no podrá expresar enojo o decepción.
Reprimirá su rabia, no podrá percibir sus verdaderas necesidades.
Se castiga el intento de rebelión, es lo que Lyman Wynne (1974)
denomina el “cerco de goma”.

82
AISLAMIENTO Y SOLEDAD

Existen familias con cultura endogámica, cerrada a experien-


cias divergentes, que adhieren a un único modelo familiar, sospe-
chando de lo ajeno y diferente. Todo acto de afirmación de sí mismo
es repudiado, y la persona es excluida del grupo y condenada al
sentimiento de culpa y soledad.

83
EVA MUCHINIK - SUSANA SEIDMANN

84
AISLAMIENTO Y SOLEDAD

XVII
EL AFRONTAMIENTO DE LA SOLEDAD

El reconocimiento de la condición de estar solo es una primera


aproximación a la posibilidad de afrontar la soledad. Se utiliza el
concepto de afrontamiento (coping), en el sentido de Lazarus y Folkman
(1984), relacionado con el manejo del estrés.
Por temor al estigma social, la gente puede negar su condición,
al punto de no sentir la soledad y experimentar, en su lugar, una
amenaza, desesperación o desasosiego marcado e inexplicable. Con
estas conductas se fuerza el contacto con otras personas desde una
posición de autodesvalimiento.
En otras oportunidades, el temor al rechazo social conduce a un
mayor aislamiento y al deseo de arreglarse solo, sin ayuda, encerrán-
dose, con una fantasía autoprotectora y omnipotente de no necesitar
la compañía de otro.
Salir de la situación de soledad requiere estrategias de afronta-
miento y un primer paso puede ser revelar el estado.
La soledad está condicionada por su duración, su causa e intensidad.
Es más fácil mostrar la soledad cuando es una condición reciente o breve,
no demasiado intensa y atribuible a factores externos como haber sido

85
EVA MUCHINIK - SUSANA SEIDMANN

abandonado por otro. Es más fácil mostrar la soledad en el marco de una


relación cercana, segura y confidencial (un hijo, un amigo, un hermano).
Pero muchas veces se trasmite esta condición a un desconocido (el pelu-
quero, el taxista) frente a quien también se siente seguro, dado que desco-
noce la red social del sujeto solo y la información no puede ser divulgada.
En los casos en que la persona sola pueda identificar el origen de
su soledad y compartirlo con otros en una relación de intimidad, la
soledad se atenúa. Pero la intimidad es un modelo con sus riesgos. Uno,
al mostrarse, pone en evidencia su dependencia y vulnerabilidad.
Rubenstein y Shaver (1982) señalan cuatro estrategias de afron-
tamiento de la soledad:

a) pasividad, tristeza, autocompasión letárgica. Las personas comen en


exceso, se refugian en la TV, duermen, toman tranquilizantes, se
alcoholizan, caen en inactividad. Estas son quienes más sufren la sole-
dad en un círculo vicioso de baja autoestima y aislamiento social.

b) soledad activa. En un esfuerzo por afrontar la soledad, buscan


formas constructivas de pasar el tiempo solos, desarrollan un ho-
bby, leen, realizan actividad física.

c) gasto de dinero como forma de aliviar los sentimientos negati-


vos asociados a la soledad y como forma de pasar el tiempo.

d) búsqueda de contacto social, llamar amigos, visitar a alguien.

Desde una perspectiva de intervención clínica, existen diferen-


tes abordajes terapéuticos, ya sea que se trate de la soledad como
estado o como rasgo.
Para la soledad como estado son más apropiadas las terapias breves
dirigidas a una intervención en crisis o a una reconstrucción de la red
social, ambas apuntando a un cambio en la situación. Por ejemplo, un
grupo de ayuda para cuidadores familiares de pacientes crónicos que
trabajen con un abordaje psicoeducativo.
Para la soledad como rasgo se requiere intervenciones que mejo-
ren las habilidades sociales e interpersonales del sujeto.

86
AISLAMIENTO Y SOLEDAD

Karen Rook (1984) considera tres tipos de intervención:

- las que facilitan los contactos sociales;

- las que promueven mejores estrategias de afrontamiento de la


soledad, mejor identificación de otros significativos: amigos, fa-
miliares, el desarrollo de habilidades sociales;

- la prevención de la soledad, por ejemplo en grupos de apoyo en


situaciones de riesgo, hijos de padres divorciados, promoción de
relaciones sociales entre gente de edad avanzada.

La soledad por aislamiento social requiere como solución una estrate-


gia comunitaria, ya que es en este área donde se produce básicamente el
déficit. Destacar el valor de la persona en el grupo social le provee una
identidad pública, una mejoría en su autoestima y un reaseguramiento
de su posición en el presente, con mayor autoafirmación.
La soledad por aislamiento emocional requiere una estrategia dirigi-
da al pasado, retrabajando la capacidad de la persona para establecer
vínculos afectivos con los demás y, por lo tanto, los patrones básicos de
su personalidad o de rasgos de conducta. Se trabaja con una terapia
profunda que revise la historia y el desarrollo de vínculos de apego.
Existe una relación entre el estilo atributivo de personas solas y con-
ductas de afrontamiento frente al estrés.
Creer que uno controla una situación no siempre ayuda, especial-
mente cuando los acontecimientos tienen resultados negativos. Se produce
una desmoralización que linda con la depresión.
Un escaso deseo de control y pocas ambiciones de ascenso so-
cial protegen al self del estrés futuro y, por lo tanto, el fracaso tendrá
menores implicancias personales porque la persona no espera mucho
de la situación.
La gente sola que realiza predominantemente atribuciones ex-
ternas padece menos de síntomas físicos y presenta estilos de afron-
tamiento más pasivos. Pelea menos con su circunstancia y se resigna
más a “su suerte”. “Así son las cosas, qué le vas a hacer” son comen-
tarios habituales en gente que se entrega sin pelea ni rencor.

87
EVA MUCHINIK - SUSANA SEIDMANN

Edison plantea seis alternativas de afrontamiento:

1) Una orientación activa sensorial, búsqueda en el alcohol, dro-


gas y el sexo compulsivo.
2) Una salida religiosa, mística.
3) Búsqueda de relaciones interpersonales.
4) Actividades de recreación no sociales diversas, leer, estudiar.
5) Desarrollar contactos íntimos con amigos y figuras secundarias.
6) Refugio en conductas de pasividad.

José Angel Medina y Fernando Cembranos (1996) enfatizan la


importancia de comprender qué nos ocurre para controlar nuestros
sentimientos y los aspectos de la situación, para saber qué podemos
modificar. Si un amigo muere, no podemos cambiar el hecho. Si
estamos tristes porque no nos llama, es un error pensar que nada pode-
mos hacer por cambiar la situación.
La soledad puede ser considerada un problema cuando no la
elegimos, no sabemos estar con ella o no sabemos salir de ella. El
fracaso en las relaciones interpersonales puede ser útil si sacamos
provecho y revisamos nuestro estilo de relacionarnos con los demás.
No siempre obtendremos éxito en las relaciones con los demás.
Pero también recordemos que la soledad puede ser una oportuni-
dad, ya que permite sentir los recuerdos, las ilusiones, los pensamien-
tos y el propio cuerpo.
Para aumentar la calidad de las relaciones interpersonales hay
que demistificar la espontaneidad, planificar nuestras acciones ya
que las habilidades sociales son un rasgo de conducta que se aprende.
Escuchar, pedir ayuda, brindar ayuda, recibir críticas.
La amistad se construye y requiere cierta dosis de esfuerzo, de solida-
ridad, de afecto, y reciprocidad para sostenerla.

88
AISLAMIENTO Y SOLEDAD

XVIII

LA SOLEDAD Y EL SISTEMA INMUNITARIO

Consideraciones a partir de la experiencia sostienen que la sole-


dad impacta el sistema inmunitario (Kielcolt-Glaser et al., 1984).
La gente que vive sola, sin red social de apoyo, sin figuras de
apego sólidas, tiene una mayor reincidencia de enfermedades cardía-
cas, infecciosas e inmunitarias y necesita un tiempo más prolongado
para su recuperación. De aquí se deducen los efectos protectores del
apoyo social provistos por relaciones íntimas y cercanas. Se enfatiza
la importancia sociológica de los lazos sociales como mortero en el
que se construye la sociedad y la función benéfica de las relaciones
sociales en la regulación de la conducta.
Si una pareja convive 40-60 años en un vínculo muy próximo,
es altamente frecuente que al morir uno, al poco tiempo muera el
otro. No existen razones médicas que lo expliquen más que la caída
del sistema inmunitario producida por el proceso de duelo.
Es así que M. Hojat (conferencia 1994) considera que la sole-
dad es hermana melliza del Sida, que se produce por una falta o
ruptura del sistema de apoyo social. Al disminuir las defensas, hace
eclosión la enfermedad.

89
EVA MUCHINIK - SUSANA SEIDMANN

Pero incluso no es necesario que el apoyo se dé en el contexto de


una relación humana; el contacto con un animal doméstico a quien se
cuida, ayuda a preservar la salud. Es conocido el efecto de las mascotas
como acompañantes de los viejos. Existe con ellas un vínculo afectivo
importante y el reconocimiento que algún ser vivo los está esperando.
En el fenómeno de la soledad, el proceso se origina en lo
perceptual y lo cognitivo –la percepción de estar solo y de ser vulne-
rable– y va hacia lo fisiológico. Weiss sostiene que la explicación de
la soledad deberá ser hallada en la neuroquímica de las emociones.
Un persistente cambio neuroquímico podría explicar la persistencia
de imágenes visuales y auditivas de figuras de apego. Estos mecanis-
mos explicarían la asociación entre la percepción del aislamiento
emocional y los dolores físicos, la sensación de opresión respiratoria,
la necesidad de llorar y un alto nivel de movilización fisiológica.
El área de los marcadores neurobiofisiológicos de la soledad re-
quiere desarrollar investigaciones conjuntas médicas-comportamentales.
La literatura contemporánea (L. Goldberger y S. Breznitz, 1993)
enfatiza el rol amortiguador que ejercen las redes sociales de apoyo
frente a situaciones de estrés y su relación no sólo con desórdenes
psicosomáticos (F. Creed, 1993), sino también su efecto en la rela-
ción entre eventos de vida y la aparición de desórdenes orgánicos.
Algunos estudios muestran la relación entre la secuencia de eventos
disruptivos e infarto de miocardio y el rol del grupo familiar en la
rehabilitación, tanto en el sentido positivo como negativo.
Un reciente trabajo, presentado por Ph. D. Sheldon Cohen (Mo-
nitor, 1997), plantea una alta correlación entre estrés crónico, difi-
cultades en las relaciones interpersonales o largo desempleo y enfer-
medad. Las personas con mayor exposición a situaciones de estrés
duplicaban su probabilidad de enfermarse, aumentando la tendencia
al contagio viral. Ésta es una conclusión empírica a la que no pudo
agregarse una explicación psicológica.
Nociones como la de red social o red social de apoyo de la literatu-
ra anglosajona de epidemiología social nos brindan información sobre
la naturaleza y la función de los vínculos que las personas mayores man-
tienen con el entorno social y sobre el rol que éste puede jugar en el
mantenimiento de una relativa autonomía de vida y el mejoramiento de
la autoestima (D. Le Disert, M. Di Palma, M. C. Leonard et al., 1989).

90
AISLAMIENTO Y SOLEDAD

XIX

EL PROCESO DE ATRIBUCIÓN
Y LAS CAUSAS DE LA SOLEDAD

La teoría de la atribución, tal como fue originalmente propuesta


por Fritz Heider (1944, 1958), sostiene que todos somos “psicólogos
ingenuos” que intentamos explicar las causas de las acciones propias
y ajenas, relacionando por proximidad y similitud causa y efecto,
actor y acto. Así un “mal” acto se conecta con facilidad con una
“mala” persona (el actor) y los actos quedan imbuidos de las caracte-
rísticas de las personas que los realizan. Por ejemplo, Juan está solo
porque es egoísta, desconsiderado.

El sentido común lleva a la gente a explicar y configurar el


mundo en el que vive. Muchas veces son más importantes las
causas que la gente atribuye a los hechos, que los hechos mismos.
Lo que consideramos la causa de un hecho como situación real,
termina por configurar al hecho mismo, como consecuencia.

Si pensamos que la soledad se produce por falta de relaciones


sociales empáticas y vemos que Juan está solo, lo percibiremos
poco solidario y escasamente comprometido. La forma de atribuir

91
EVA MUCHINIK - SUSANA SEIDMANN

y los tipos de atribución van a condicionar las conductas en la


interacción social, como profecía autocumplidora. “Dejalo, siem-
pre está solo, por algo será”.
Heider distingue dos tipos de causas: las personales y las
situacionales, ya sea que las acciones dependan de la persona (capa-
cidad, esfuerzo, intención, habilidad) o de factores del entorno (rela-
ciones con la tarea, suerte, desgracia). Esta división lleva a una prime-
ra clasificación de la atribución en interna versus externa, en función
del origen de la causalidad percibida.
Weiner (1986) amplía la consideración de Heider con un plan-
teo multidimensional de la estructura de la causalidad percibida.
Aplica la teoría atributiva a la motivación y a la emoción. Nuestra
forma de atribuir influye en nuestra forma de sentir.
Clasifica las causas en función de tres dimensiones:

- lugar o locus de la causa, según sea interna o externa a la persona


a cuya conducta se refiere. El éxito que se atribuye internamente (a
la capacidad, a la constancia) contribuye a aumentar la autoestima.
Inversamente, el fracaso atribuido internamente lo disminuye. Por
ejemplo, “no logro amigos porque soy poco simpático”.

- estabilidad referida a la constancia o inconstancia temporal de


una causa. Así la causa sería estable (invariable) o inestable (va-
riable). Esta dimensión tiene importancia en relación a expecta-
tivas de éxito y fracaso en el futuro. Puede estar vinculada a
sentimientos de desesperanza cuando el fracaso está atribuido a
causas internas y estables. Por ejemplo, “soy un fracaso con las
mujeres”. El uso del “siempre” o del “nunca” calificando conduc-
tas ejemplifica esta situación.

- controlabilidad o grado de control voluntario sobre una situa-


ción. De esta forma la causa sería controlable/incontrolable y
provocaría emociones variables. Causas adversas controladas por
otros provocan ira. “Cada vez que escucho su consejo, pierdo las
mejores oportunidades de establecer un vínculo reconfortante y
me lleno de odio.” Fracasos de otros incontrolables producen

92
AISLAMIENTO Y SOLEDAD

lástima: es un “pobre desgraciado”. No bien comienza un encuen-


tro social con otros, algo ocurre y todo se arruina.

La soledad está asociada con un escaso deseo de controlar y con


la creencia que uno no tiene el control..

Al científico del comportamiento el fenómeno de la atribución


le permite comprender, desde una perspectiva más global, cómo las
personas habitan un mundo estructurado por significados particula-
res. Tiene diferentes implicancias pensar que un fracaso se debe a la
falta de capacidad (atribución interna, estable, no controlable) que al
escaso tiempo dedicado a preparar el evento (atribución externa, ines-
table, controlable). En el primer caso la persona diría “Estoy solo por-
que no sé acercarme a los demás”. En el segundo caso el cambio
atributivo redundaría en una mejoría en la autoestima y una percep-
ción de mayor control. La persona sostendría “estoy solo ahora por-
que no tuve tiempo de organizar un encuentro”.
Diferentes autores propusieron otras dimensiones referidas al tipo
de causalidad:

- intencionalidad (Weiner, 1979): la persona posee la capacidad


para tomar decisiones. Está solo porque quiere;

- globalidad (Abramson, 1978), “en todas partes”, “siempre”;

- excusabilidad (Jong, 1988) aludiría a la diferencia entre excusa


(se admite un acto malo pero se niega la responsabilidad, “estoy
solo porque nadie vino a verme”) y justificación (se acepta la
responsabilidad pero se niega la cualidad negativa, “me quedé
solo y no me molesta”).

Estas dimensiones acerca de la naturaleza causal de la acción se


combinan de diferentes maneras y tienden a estabilizarse en estilos
atributivos. Incorporados a los modos habituales de comportamien-
to de las personas, éstas tienden a realizar inferencias causales simi-
lares en diferentes situaciones y tiempos. Muchos sujetos aceptan su
soledad como un rasgo.

93
EVA MUCHINIK - SUSANA SEIDMANN

El estilo atributivo tiene un importante papel en la situación


de indefensión aprendida (Seligman, 1975, 1984; Abramson, 1978),
en la que la persona tiende a percibir que los acontecimientos son
negativos causados por factores internos, estables y globales que la
sumergen en la desesperanza.
En la experiencia de indefensión aprendida, realizada tanto en
animales como en personas, los sujetos expuestos a estímulos aversivos
incontrolables aprenden que el control no es posible y, por lo tanto,
dejan de intentarlo. Aparecen conductas de descorazonamiento, pe-
simismo, falta de iniciativa.
Cada una de las dimensiones está vinculada a consecuencias
específicas.
Cuanto más interna es la causa, más baja es la autoestima del
sujeto; cuanto más estable es la causa, más se cronifica la indefensión;
cuanto más global es la causa, más se generaliza la impotencia a otras
situaciones. “No tengo condiciones para las relaciones sociales, es
inútil que me insistas, no voy a reuniones.”
De este modo la entrega a la situación negativa es altamente
probable porque se renuncia a cualquier situación de cambio activo.
Lo que conduce a esta conducta son las atribuciones que la
persona hace sobre las causas de la ausencia de control.
Atribuciones estables y globales sobre un evento incontrolable
generan más expectativas sobre futuros eventos incontrolables y ge-
neran pasividad e indefensión ante nuevas situaciones al anticipar el
fracaso. Después de experimentar una falta de control, se incrementa
la actividad atributiva, influida por la situación emocional. Se gene-
ra de este modo un círculo vicioso que encierra a la persona en el
padecimiento de la soledad. Se transforma en algo que se sufre.
Cuando la gente se siente triste, maximiza las causas negativas y
realiza más atribuciones causales. Estas potencian el ánimo depresi-
vo. O sea que un estilo atributivo depresivo predispone a la depre-
sión crónica, cuanto más explica su tristeza, más triste se pone.
Sujetos con predominio de atribuciones internas acerca del fra-
caso tienen baja autoestima. También los que atribuyen las experien-
cias agradables a factores inestables, específicos y externos. O sea, sus
logros son casuales o dependen de otros.

94
AISLAMIENTO Y SOLEDAD

La combinación de atribuciones estables, globales e internas a


situaciones negativas configuran un estilo explicativo depresivo.
En el sentimiento de soledad, un tipo de atribución incontro-
lable, interna, estable y global para el fracaso dejaría a la persona
fijada a relaciones de apego deficiente o con dificultades de inte-
gración social.
El estilo atributivo característico consiste en un patrón de
autorreproche que perpetúa la experiencia de soledad.
En el caso de los éxitos, la atribución es incontrolable, externa,
inestable y específica.
La gente crónicamente sola hace atribuciones internas, incon-
trolables y estables en relación a la timidez o miedo al rechazo social.
La controlabilidad es una dimensión atributiva aún más impor-
tante en los casos de soledad que el locus de causalidad. Aparente-
mente la gente sola percibe su incapacidad de control, no lo busca ni
lo desea. Algunos autores consideran que esta conducta protege al
self de situaciones de estrés. “No fracaso porque no intento sobresalir
socialmente” como mecanismo de afrontamiento evitativo.
En principio no parece claro por qué algunas personas recurren
sistemáticamente a un estilo atributivo exclusivo, mientras otras lo
alternan. Esto está relacionado con modalidades y estilos cognitivos.
En diferentes estudios (Higgins y Bryant, 1982; Jellison y
Green, 1981; Beauvois y Dubois, 1988) se señala la influencia
cultural en la socialización de los niños en Occidente que adquie-
ren progresivamente una atribución disposicional y, por lo tanto
interna, de las causas del comportamiento. El aprendizaje tempra-
no de la culpa es un elemento educativo importante. A los niños
se les enseña, desde chiquitos, a buscar el responsable de cada
situación. “Fue por culpa de Juan que se rompió el jarrón” o “por-
que te portaste mal, no podés salir”.
Otra modalidad de control puede ser la vergüenza, con menor
predominio en nuestra cultura occidental judeo-cristiana.
Las teorías implícitas de la personalidad enfatizan la causalidad
personal, poniendo en segundo plano la causalidad situacional. Esta
modalidad se refleja en el lenguaje usado. Se habla de actores agresi-
vos y no de situaciones hostiles.

95
EVA MUCHINIK - SUSANA SEIDMANN

Se atribuye el comportamiento a factores situacionales cuando


la conducta no se corresponde con las expectativas previas. “Su aisla-
miento tiene que ver con la situación por la que está pasando.” Existe
una tendencia marcada a atribuir los errores propios a la situación y
los ajenos a la disposición personal. Esta determinación del locus es
una conducta de protección de la autoestima. La relación se invierte
en las personas que padecen de soledad, con el correspondiente défi-
cit en la autoestima. Así los errores son propios.
A pesar de que la gente que se siente sola desea controlar las situa-
ciones, tiende a percibir el resultado de sus actos totalmente fuera de su
control.
Cualquier atribución fija inmoviliza la posibilidad de cam-
bios futuros.
Las personas que se sienten solas atribuyen la soledad a:

- lo inexorable de la vida, el destino que les tocó vivir inevita-


blemente;

- su culpa, porque hicieron cosas que los llevaron a ello, no supie-


ron cuidar a otro. Conlleva un sentimiento de autodepreciación;

- el perjuicio que otro les ocasiona;

- la mala suerte o un mensaje divino. El destino.

96
AISLAMIENTO Y SOLEDAD

XX

LA MEDICIÓN DE LA SOLEDAD

El conocimiento de los procesos sociales basa su desarrollo en la


investigación empírica, en la obtención de datos sistematizados sobre
un área de problemas. A ello contribuyen tanto los métodos de eva-
luación cuantitativos como cualitativos.
Dentro de los métodos cuantitativos se encuentran las escalas,
como instrumento de evaluación diferencial de personas en relación
a la posesión de un atributo o característica.
Uno de los instrumentos de medición pioneros sobre la so-
ledad es la escala de soledad de la UCLA desarrollada por Dan
Russell, L. A. Peplau y Carolyn E. Cutrona (1980, cit. en Vincenzi
y Grabosky) de extendido uso (80%) entre los investigadores
del tema.
Se trata de una escala unidimensional, con un fuerte factor ge-
neral, que no fue diseñada para evaluar tipos de soledad. Hojat sugie-
re cautela en su uso, ya que es una medida unidimensional de un
constructo multidimensional, la soledad.
Cabe señalar que los autores de la escala no hacen referencia a
formulaciones teóricas sobre el tema.

97
EVA MUCHINIK - SUSANA SEIDMANN

Esta técnica está compuesta por 20 afirmaciones, 10 de ellas


relacionadas con sentimientos de soledad y las otras 10 con senti-
mientos de satisfacción con las relaciones sociales. Los items de la
escala de soledad de la UCLA fueron extraídos originariamente de
informes de gente sola en relación a su experiencia de soledad. Por lo
tanto, la escala aparece como medida de discriminación de la expe-
riencia subjetiva de soledad por aislamiento emocional, sentimiento de
no estar cerca de nadie, de ser incomprendido por los demás, y soledad
por aislamiento social, relacionada con el sentimiento que uno com-
parte pocas cosas con otros, que no pertenece al grupo de amigos.
Existe una tendencia en la investigación sobre soledad a consi-
derarla como una medida sustitutiva de la calidad y cantidad de
relaciones interpersonales. En rigor, las mediciones habituales en uso
apuntan al estudio del síndrome interno, a los factores de personalidad
predisponentes y a los estados emocional y cognitivo más que a cual-
quier variable relacional. Es de destacar que la gente que padece de
soledad no carece de lazos sociales, sino de relaciones satisfactorias
(B. Sarason, 1990).
Estudios que usaron esta técnica de medición avalan la eviden-
cia de confiabilidad y validez. Los hallazgos acerca de la soledad son
notablemente consistentes, ya se trate de la escala de soledad de la
UCLA, como medidas más sencillas, entrevistas, relatos.
Es de destacar que la mayor parte de la investigación sobre la
soledad se centró en la medición de conductas de estudiantes univer-
sitarios blancos de clase media a través de cuestionarios. También se
realizaron estudios sobre la soledad en niños, adolescentes, adultos
mayores, pacientes psiquiátricos y poblaciones de riesgo.
Otros instrumentos utilizados para la evaluación de la soledad
son el Differential Loneliness Scale (DLS) (Schmidt y Sermat, 1983, cit.
en Vincenzi y Grabosky) que evalúa la soledad en cuatro tipos de
relaciones –romántica, amistad, familia, grupo-comunidad–, la esca-
la NYU (Rubenstein y Shaver, 1980), análisis de contenido en dia-
rios y relatos, entrevistas en profundidad con gente sola.
Otra técnica de medición es The Emotional/Social Loneliness
Inventory (ESLI), diseñada por Harry Vincenzi, teniendo en cuenta
los desarrollos de Weiss (1973), Rubenstein y Shaver (1982) y Jones

98
AISLAMIENTO Y SOLEDAD

(1982) y prestando especial atención a las fallas de los instrumentos


de medición anteriores (UCLA, DLS y otros).
Se trata de una escala multidimensional diseñada para medir
cuatro conceptos: soledad emocional, soledad social, aislamiento emo-
cional y aislamiento social.
Si bien R. Weiss no discriminó los términos aislamiento y sole-
dad, investigadores actuales consideran que se trata de categorías
distintas aunque relacionadas.
El aislamiento emocional o social está centrado en la evaluación de
la red social en términos objetivos, aunque connotados en forma diferente.
La soledad, emocional o social, es un sentimiento de privación,
una reacción a un estado percibido de aislamiento.
El ESLI presenta un formato de a pares para medir la soledad y el
aislamiento, contrastando la percepción de la red con los sentimien-
tos sobre ella.
Se trata de una escala tipo Likert, con respuestas entre 0 y 3 (de
muy pocas veces verdadero a generalmente verdadero).
El aislamiento emocional se define como una deficiencia en la
intimidad y los apegos en la red social actual.
El aislamiento social es una deficiencia en la integración social y
en la afirmación de valor en la red social actual.
La soledad emocional es el sentimiento de privación en las rela-
ciones íntimas y apegos.
La soledad social es la privación sentida en la integración social y
afirmación de valor.
Suele ser usada para evaluar clínicamente a grupos de personas,
discriminando diversos matices en el fenómeno de la soledad.
Otro aporte del ESLI es que le permite al clínico obtener un
amplio panorama de los déficits en las redes sociales y al mismo tiem-
po evaluar niveles de angustia frente al estrés, así como el estrés que
provoca el sentimiento de soledad.
En diseños experimentales es factible la implementación de técni-
cas hipnóticas y de imaginería para inducir diferentes tipos de soledad.
La investigación sobre la soledad en estudiantes universitarios
realizada por Russell, Cutrona, Rose y Yurko (1980) aplicó un con-
junto de instrumentos para medir diferentes aspectos de la problemá-

99
EVA MUCHINIK - SUSANA SEIDMANN

tica. Ellos son: la escala de soledad de la UCLA; la escala de provisio-


nes sociales (Russell); una medición de la red social presente de cada
estudiante que incluyera sus amigos cercanos y ocasionales, relacio-
nes amorosas y relaciones familiares; las escalas Costello-Comrey de
depresión y ansiedad; y un cuestionario de medición del afronta-
miento de la soledad que clasificó en cinco respuestas posibles: con-
ductas que elevaran la autoestima, soluciones comportamentales del
problema, redefinición cognitiva del problema, conductas de dis-
tracción del problema, soluciones cognitivas del problema.
Esta investigación eligió para ello como alternativa un abordaje que
tomara en cuenta las múltiples variables que construyen el fenómeno.
Se utilizó asimismo medidas cualitativas acerca de la satisfacción con
las relaciones, tomadas como mejor predictor que las mediciones más ob-
jetivas de la red social (Cutrona, 1982; Russell y col., 1981). Estos hallaz-
gos fueron consistentes con investigaciones anteriores sobre la soledad.
Una escala, la MSW para la medición de la soledad creada por
P. M. Murphy y cols. en 1989 en Inglaterra, considera los factores
culturales, evaluando opiniones y satisfacción en relación a diferen-
tes vínculos en varias subescalas.
R. Weiss propone un abordaje fenomenológico al estudio de la
soledad, profundizando en los sentimientos de vulnerabilidad, la au-
sencia de confianza en uno mismo en poder dar u obtener protección,
en la naturaleza de las relaciones de apego y su funcionamiento en la
vida adulta. Utilizó la técnica de inducir sentimientos de soledad a
través de ejercicios vivenciales y describir la experiencia y su significa-
do. Destacó la observación directa y la descripción del fenómeno como
métodos valiosos para generar y profundizar nuevos conocimientos
sobre los significados que las personas poseen sobre la soledad.
Los métodos fenomenológicos previenen definiciones
operacionales prematuras que caracterizan gran parte de la investiga-
ción en psicología social. Son especialmente útiles para el estudio de
sentimientos y relaciones interpersonales, para discriminar los tipos
de soledad, la relación de la soledad con otros estados emocionales,
como depresión y ansiedad, y la relación entre las relaciones de ape-
go, sentirse vulnerable y sentirse solo. Este método es útil para el
desarrollo futuro de investigaciones y teorías.

100
AISLAMIENTO Y SOLEDAD

XXI

EVALUANDO CUALITATIVAMENTE LA SOLEDAD

La investigación sobre “Soledad, aislamiento y redes sociales


de apoyo” encaró, en una primera etapa del estudio, un análisis
cualitativo a partir del análisis de 120 entrevistas de personas dis-
criminadas de acuerdo a dos variables: grupo etáreo (jóvenes: de 18
a 25 años y viejas: de 65 a 75 años) y nivel de escolaridad (primaria
completa o secundaria incompleta /secundaria completa o terciaria o
universitaria incompleta o completa). Se seleccionaron estos dos gru-
pos a fin de relacionar dos variables relevantes que caracterizaban
a dos grupos especialmente vulnerables a la problemática en estu-
dio. Se trabajó con una comparación transversal de dos grupos,
tomando en cuenta que jóvenes y viejos participan de dos cultu-
ras diferentes.
Se configuraron cuatro grupos: JP, jóvenes con estudios prima-
rios; JS, jóvenes con estudio secundarios; VP, viejas con estudios pri-
marios; y VS, viejas con estudios secundarios.
Tomando en cuenta las definiciones de Robert Weiss sobre sole-
dad por aislamiento social y soledad por aislamiento emocional, se bus-
caron los matices y aspectos diferenciales de la experiencia de soledad.

101
EVA MUCHINIK - SUSANA SEIDMANN

Se abordó en primer lugar la diferencia percibida entre “estar


solo” (aislamiento social, situación objetiva) y “sentirse solo” (senti-
miento subjetivo displacentero).
Estar solo desde la perspectiva del aislamiento social no presenta
diferencias entre los dos grupos etáreos. Sin embargo, está
emocionalmente connotado de manera negativa en las jóvenes con
estudios secundarios (JS)(“Estar sin apoyo, sin contención, sin nadie
en quien confiar, nadie con quien compartir”; “No podés confiar en
los demás. No confían en vos. No tener pareja, amigos, no tener con-
fianza”; “No estás en el pensamiento de nadie”) y en las viejas con
estudios primarios (VP)(“No tener con quien compartir las cosas im-
portantes de la vida”; “Es muy feo. Como si le faltara algo donde
apoyarse. Se siente desamparado”; “No tener a nadie en el mundo que
cuide de uno”). Las mujeres mayores con menor educación son las
que presentan mayor aislamiento, por encima del grupo de mayor
educación (“Es triste y terrible. Hay días que no se pasan”; “Es triste”;
“Es algo espantoso, fatal”).
Un aspecto relevante es que las viejas con estudios secundarios
(VS) presentan un nivel alto de aislamiento no asociado al senti-
miento negativo de soledad. Por lo contrario, connotan positiva-
mente el estar solo (“Estoy sola y comparto. Poder hacer lo que yo
quiero”; “Estar con una misma. Si hay otra persona, ya no estás sola”;
“Reflexiono y soy consecuente conmigo misma”; “Necesito estar sola,
hago un balance de mi vida”).
El mayor nivel educacional y la mayor experiencia de vida que
provee la edad genera mejores recursos de afrontamiento. Las “viejas
secundarias” (VS) presentan menores dificultades en la posibilidad
de relacionarse con los demás aunque la dimensión del dolor de su
soledad sea mayor, tienen un sentimiento interno más profundo y
aciago del sufrimiento que acarrea la soledad (“Es un sentimiento, un
estado de ánimo, la sensación que tu vida pierde sentido. Si no tenés
a nadie es porque no le importás a nadie”).
Sentirse solo implica en todos los casos una percepción princi-
palmente de problemas en los vínculos interpersonales, abandono,
no comprensión, no confianza, falta de intimidad: “Ser indiferente a
los demás”, “solo contra el mundo”, “involuntario”, “no te aceptan”

102
AISLAMIENTO Y SOLEDAD

(“Cuando estás mal adentro”, “No tengo a nadie con quien contar”
JP; “Sentirse sin contención, abandonada, sin apoyo. Nadie confía
en vos. No podés confiar en nadie. No tenés diálogo, la gente no
pega con vos, no te entiende” JS; “Sentirme triste. Tristeza. Pasan
cosas que afectan a mí y a mis seres queridos” VP).
Es únicamente en las viejas donde aparece el significado positi-
vo de la experiencia de soledad (“Si me siento sola, me voy a caminar
o voy a la iglesia. No es feo sentirse sola” VP; “No me siento sola
aunque esté sola porque sé que hay gente que me quiere. El que cree
en Dios, nunca se siente solo”, “Nunca me sentí sola”, “No me siento
sola, hago cosas” VS).
Frente a la pregunta directa acerca de si se sintió alguna vez sola,
la gran mayoría contesta afirmativamente (“Cuando me había pelea-
do con mis padres. Cuando murió mi abuelo”, “Cuando hay proble-
mas en casa. Cuando me hace falta una amiga que no está” JP; “Mu-
chas veces por incomprensión y falta de apoyo y contención de mis
padres. Ellos estaban ocupados en sus peleas de pareja. Opté por irme
a vivir sola. Me crié solita” JS; “Cuando me operaron”, “Cuando vine
a la Argentina de Italia”, “Cuando me separé” VP; “Cuando me acuer-
do que se murió alguien” VS).
Las jóvenes destacan como experiencia significativa la falta o
alejamiento de la pareja y la separación de sus familiares, ya sea por
migración o por disolución de la familia (“Cuando vine acá, yo tenía
13 años. ¡Cómo sufrí sin la ‘vieja’!”, “Cuando quedé embarazada y
Rodrigo se borró” JP; “Sólo siento soledad de pareja”, “Cuando me
peleé con mi novio y mis amigos estaban en otra”, “Cuando me peleé
con mi novio que era todo para mí” JS).
Debido a su mayor capacidad de conceptualización, las JS re-
lacionan el sentimiento de soledad con las dificultades para esta-
blecer vínculos sociales significativos (“No tener una persona que
me escuche, que comparta mis tristezas y alegrías”, “Es estar aislado
de todo el mundo, no tener ningún apoyo, a nadie que te apoye o
que te diga buen día”).
En las viejas, la soledad está asociada a la viudez y a las pérdi-
das familiares, por enfermedad o muerte (“Cuando murió mi espo-
so”, “Cuando enviudé. Me gustaría tener pareja” VP; “Cuando

103
EVA MUCHINIK - SUSANA SEIDMANN

tuve algún problema. Cuando murió mi tía”, “Cuando descubrí la


infidelidad de mi esposo. Sentí defraudación, sensación de vacío
insuperable” VS).
En todos los casos la familia tiene relevancia en la construcción
del sentimiento de soledad. Las mujeres mayores prefieren la red fa-
miliar. Las jóvenes priorizan la compañía de amigos o la necesidad de
alguien íntimo que pueda escucharlas.
En las viejas, la menor educación genera un mayor sentimiento
de soledad en relación a las viejas secundarias.
Buscando la relación entre sentimiento de soledad y apego, la mayoría
de las personas no se sintieron solas ni poco cuidadas de chicas, en
todos los grupos (“Siempre estaban mis padres, mi madrina, mis abue-
los, yo los quería” JP; “Mi familia me contenía. Tenía buena relación”
JS; “Estaba todo el día en casa con mi mamá y mi abuela que me
enseñaban a bordar, tejer, cocinar para que sea una buena esposa” VP;
“Nací en el campo, en Victoria, Entre Ríos. Mis padres tenían un alma-
cén de ramos generales. La peonada, los animales, el río, mi mamá, mi
papá, mi hermana. ¡Qué momentos felices...!” VS).
Las VS son quienes tuvieron un menor sentimiento de soledad
en la niñez, contrastando con las JP en la carencia afectiva. En éstas se
destacan los problemas de padres ausentes y abandonos familiares,
padres sin comunicación y en situaciones de desamparo, y son quie-
nes se sintieron menos cuidadas de niñas.
Indagando acerca del sentimiento de soledad actual, las jóvenes
secundarias (JS) tienen mayor conciencia del mismo, el sentimiento es
más profundo (“La soledad es inevitable. Los seres queridos nos ayu-
dan, pero en el fondo estamos solos. Nadie puede hacer nada por noso-
tros, aunque puedan acompañarnos”). Este sentimiento se refiere en las
jóvenes, en general, a experiencias de abandono, peleas familiares,
desinterés de otros significativos y el aislamiento social que produce la
migración (“Desde que vine a vivir acá, me alejé de todos, me quedé
sola. Rodrigo trabaja todo el día, yo estoy sola todo el tiempo”, “Aprendí
a no sentirme sola por la falta de interés de mis padres hacia mí y a
buscar sentirme cómoda y acompañada por otros lados”).
Aparece en las jóvenes el sentimiento de soledad existencial
(“en el fondo estamos solos”).

104
AISLAMIENTO Y SOLEDAD

En las viejas, la soledad se asocia a la viudez, a la nostalgia y a los


recuerdos del pasado, con el sentimiento que “nadie comparte mis
recuerdos” o que “los tiempos cambiaron y mis hijos trabajan tanto
que no puedo pretender que estén todo el día conmigo”. Expresan así
una situación de aislamiento social (hijos demasiado ocupados), ais-
lados en su propia cultura, un sentimiento de extrañamiento cultural
(“Me siento sola permanentemente desde que enviudé”).
La representación del sentimiento de soledad es pasajera,
temporaria, coyuntural en las jóvenes (“Mi sentimiento de soledad es
pasajero, sólo cuando extraño mucho”). En las VP este sentimiento se
hace permanente y son quienes más solas se sienten.
Buscando la atribución de causas en el sentimiento de soledad, se desta-
ca la atribución interna referida a su forma de ser, a su necesidad de figura
de apego, a la disconformidad con su vida, en las jóvenes (“Fue mi culpa.
No supe manejar la situación. Subestimé a la gente que me rodeaba”, “Yo
estaba mal conmigo misma”, “Un factor interno me produjo la soledad
porque todo el mundo tiene necesidad de padres o sustitutos”, “Fue algo
interno lo que me produjo la soledad. Yo me sentí frustrada por no tener
cerca a mi tía para cuidarla. Yo la habría acompañado mucho”). Esta
situación sugiere la hipótesis de la existencia de un modelo de socializa-
ción temprana basada en la culpa y en la atribución interna que contri-
buye a la construcción del sentimiento de soledad.
En el grupo de mujeres mayores se destaca la atribución externa,
en especial en mujeres con educación primaria que se refieren más al
destino, a la frialdad de los otros, a la enfermedad de familiares y a las
muertes, en particular la del marido.
El tipo de relación que buscan para paliar la experiencia de soledad no
se remite a un grupo en particular, priorizando conjuntamente a la
familia, la pareja y los amigos. Las VS incluyen la presencia comuni-
taria que se corresponde con su necesidad y posibilidad de apertura a
otras relaciones sociales.
Indagando acerca de las relaciones de intimidad, la mayor parte
tiene relaciones cercanas y las necesita. Las VP son quienes menor
registro de necesidad tienen. En cuanto al logro de relaciones ínti-
mas, éste es menor que la necesidad que reconocen tener. La diferen-
cia se acentúa significativamente en las JP y en las VP, lo cual destaca

105
EVA MUCHINIK - SUSANA SEIDMANN

el factor educacional. Sobresalen características atribuidas a las “for-


mas de ser mías”, atribución interna (“soy sociable, soy abierta, me
gusta estar con los demás”). Resulta relevante la importancia de la
mutualidad en la relación (“Que haya algo en común para charlar,
para conversar”, “Es una cuestión de piel que a uno la acerca por su
manera de ser”). Es destacable los altos porcentajes de mujeres con
dificultad para establecer contactos sociales, especialmente las JP. En
una sociedad que enfatiza la capacidad propia para generar encuen-
tros sociales, la mayoría de las mujeres se atribuye a sí misma la difi-
cultad en los vínculos. Prevalece en todos los grupos la atribución
interna de causas por encima de la atribución externa y de la respon-
sabilidad mutua en los compromisos interpersonales.
Las viejas comparten su tiempo mayormente con la familia y los
amigos y las jóvenes lo hacen con la pareja y los amigos.
La importancia de la red familiar persiste a lo largo de las eda-
des. Las jóvenes visualizan a la familia como causa de su malestar y
desasosiego y buscan mayormente a los amigos como recurso de apo-
yo social. Esta relación se invierte en las mujeres mayores. Penan más
por las pérdidas de los pares y se refugian en las relaciones familiares.
Los modos de afrontamiento de la soledad se divide en positivos/
negativos y en activos/pasivos.
Los positivos implican fundamentalmente una búsqueda activa
de acercamiento al otro (“Busco compañía, amigos, alguien con quien
charlar”) o de participación en actividades placenteras (deportes,
paseos, lectura, escuchar música).
Aparecen actividades más pasivas (ver televisión) que no pue-
den ser connotadas de manera unívoca como positivas o negativas.
Resulta destacable en las jóvenes la dificultad de afrontar la
soledad. Evitan el afrontamiento, se aíslan (comen, duermen, lloran,
se encierran, “Más sola me siento, más me retraigo”).
Las viejas buscan muchas veces la soledad, con la diferencia que
la connotan positivamente (“No me siento sola, combato la soledad,
busco compañía”). Buscan compañía y actividades placenteras, de
manera activa, en especial, las personas mayores.
En general, no aparece un modo de afrontamiento único, sino
una apelación a múltiples recursos.

106
AISLAMIENTO Y SOLEDAD

Evaluando las situaciones críticas de la vida, se destacan, entre


las positivas, en las jóvenes, en general, la existencia de la pareja y
los vínculos afectivos con pares y amigos. En las JS adquiere relieve
la carrera y el proyecto de vida. Todas estas metas se afrontan con
alegría, con emoción, con esperanza, abriéndose a los demás, enca-
rando soluciones.
Las mujeres mayores destacan la importancia de la pareja, la familia
y los hijos y se caracterizan por un afrontamiento activo y afectivo (“Sen-
tir afecto de personas, haber vivido sola, supe crecer” VS).
Los eventos críticos malos de la vida se relacionan fundamentalmen-
te con las muertes. Las jóvenes los vinculan con la muerte de los padres
y abuelos. Las mujeres mayores los vinculan con la viudez y la muerte
de los hijos que reactualizan el dolor por la muerte de sus padres.
El afrontamiento resulta penoso (llanto, angustia, dolor, tristeza,
vacío) para todos los grupos, especialmente para las VP.
Otros recursos que aparecen apuntan a respuestas activas de afron-
tamiento (“Lo afronté sola, siempre se puede un poco más”, “Recordé
los buenos momentos”, “No me aislé, hablo con la gente”) y a la
ayuda y apoyo de amigos y familiares. Las VS se destacan por el afron-
tamiento activo solas, que es coherente con el hecho de tener mayor
cantidad de recursos internos y externos.
Es de destacar la escasa importancia que se le otorga a la ayuda
terapéutica.
El nivel educacional provee para las jóvenes una mayor sutileza
y profundidad al sentimiento de soledad y a las viejas les da mayores
recursos propios para afrontarlo.
Las jóvenes con menor nivel educacional aparecen con mayor
vulnerabilidad frente al aislamiento social y con un sentimiento vago
y difuso de malestar frente a la soledad emocional.
En esta evaluación cualitativa es mayor el énfasis en la soledad
por aislamiento social que realizan nuestras entrevistadas, que en la
soledad por aislamiento emocional.

107
EVA MUCHINIK - SUSANA SEIDMANN

108
AISLAMIENTO Y SOLEDAD

XXII

UNA REFLEXIÓN FINAL

Nuestra sociedad de fin de siglo ve peligrar la estabilidad y la


felicidad de las personas sometidas a una estimulación descontrolada,
enfrentadas a la incertidumbre, la ansiedad y el desasosiego.
Perdidos en la inmensidad de los otros anónimos carecemos cada vez
más de vínculos cercanos significativos, afectivos y sólidos, constitutivos
de una “individualidad segura”. Es paradójico encontrar a tantos seres
humanos solitarios y dolorosamente solos en la era de las comunicaciones.
La soledad es un fenómeno complejo multidimensional, psico-
lógico y a la vez psicosocial y un producto sociocultural. Correspon-
de en una época determinada, al sistema de valores y al modelo de
relaciones interpersonales.
Exacerbación del individualismo en nombre de la autonomía,
extrañamiento y ajenidad, coexisten paradojalmente con un proceso
de globalización impuesto por la tecnología, que excluye el contacto
humano. Sus correlatos son la discriminación, el aislamiento y la
intolerancia por la diversidad.
Las viejas identidades, aún muy poderosas, no alcanzan para soste-
ner los sentimientos de pertenencia frente a la quiebra del cuerpo social.

109
EVA MUCHINIK - SUSANA SEIDMANN

Recortes de subjetividad que son hilvanados de acuerdo a las necesida-


des del mercado y producen una ilusión de individualidad auténtica.
Será menester recapturar el valor del grupo humano, el sentido
de la pertenencia grupal y de la solidaridad social. Transitar el cami-
no para la profundización de los valores sociales fundamentales y los
encuentros significativos con los otros que posibiliten una mejor ca-
lidad de vida para el hombre de fin del milenio.

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AISLAMIENTO Y SOLEDAD

ÍNDICE

PRÓLOGO .......................................................................................... 9

I. ACERCA DE LA SOLEDAD ............................................................ 11

II. LA SOLEDAD EN LA HISTORIA ..................................................... 17


El aislamiento y su relación con el sistema social ............................ 17
El hombre frente al aislamiento ...................................................... 23

III. LA SOLEDAD EN EL MUNDO CONTEMPORÁNEO ............................... 25

IV. LA SOLEDAD EN LA LITERATURA Y SUS MATICES ............................ 29

V. DEFINIR LA SOLEDAD ................................................................. 33

VI. LA NATURALEZA DE LA CARENCIA SOCIAL


EN EL FENÓMENO DE LA SOLEDAD ................................................. 35

VII. UN APORTE TEÓRICO: LA SOLEDAD Y LA TEORÍA DEL APEGO ........... 37

121
VIII. HISTORIA DEL DESARROLLO DE LA NOCIÓN DE SOLEDAD
EN LAS CIENCIAS DEL COMPORTAMIENTO ................................... 41

IX. ROBERT WEISS: LA SOLEDAD, SU RELACIÓN CON


EL AISLAMIENTO EMOCIONAL Y CON EL AISLAMIENTO SOCIAL ....... 45
Otros aspectos para caracterizar la soledad ................................... 50

X. SOLEDAD E INTIMIDAD ............................................................ 53

XI. LA CONSTRUCCIÓN DE LA SOLEDAD .......................................... 57

XII. SOLEDAD Y REDES SOCIALES DE APOYO ....................................... 61

XIII. LA DURACIÓN DE LA SOLEDAD .................................................. 65

XIV. LA EXPERIENCIA DE SOLEDAD Y CUESTIONES DE GÉNERO ............... 67

XV. LA SOLEDAD EN LOS DISTINTOS MOMENTOS DE LA VIDA ............... 71

XVI. LA SOLEDAD Y LA FAMILIA ....................................................... 79

XVII. EL AFRONTAMIENTO DE LA SOLEDAD ......................................... 85

XVIII. LA SOLEDAD Y EL SISTEMA INMUNITARIO ................................... 89

XIX. EL PROCESO DE ATRIBUCIÓN Y LAS CAUSAS DE LA SOLEDAD .......... 91

XX. LA MEDICIÓN DE LA SOLEDAD ................................................... 97

XXI. EVALUANDO CUALITATIVAMENTE LA SOLEDAD ..........................101

XXII. UNA REFLEXIÓN FINAL .........................................................109

BIBLIOGRAFÍA ................................................................................ 111

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