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Facultad de Periodismo y Comunicación Social

Universidad Nacional de La Plata

Asignatura: Comunicación, Cultura y Poder


Docentes: Federico Rodrigo, Guillermo Romero y Sol Logroño
Año: 2021

UNIDAD 2: La dimensión cultural de los fenómenos sociales: emoción,


rituales y dinero.

SEMANA 5. Las emociones

Con esta clase, dejamos atrás la unidad en la que nos acercamos a una serie de definiciones
sobre el concepto de cultura y elaboramos, a partir de los autores y diversas tradiciones
disciplinares, una concepción que nos permite analizar la cultura en su relación con el poder.
Con Clifford Geertz definimos cultura como un marco de significaciones compartidas que
regulan la conducta humana. La cultura es constitutiva, de manera que, no hay biología
humana sin cultura
El de las emociones y el cuerpo, es un terreno asociado históricamente a la biología. Se suele
decir que la violencia, el amor, la tristeza, el odio, son parte de la naturaleza humana, que
incluso se atribuyen a cierta irracionalidad que la cultura cubre con un manto para su control.
Esta explicación biológica la encontramos en muchos discursos. Cuando decimos que en los
momentos extremos se evidencia la “verdadera naturaleza humana” (ya sea el egoísmo o la
solidaridad), cuando las neurociencias explican las diferencias en el comportamiento de
varones y mujeres por sus características cerebrales, cuando decimos que las emociones son
universales, cuando proyectamos sentimientos propiamente occidentales al resto de la
humanidad (como el deseo de autonomía e individualidad). Pero en la clase de hoy queremos
trabajar con la idea de que las emociones, las maneras en las que sentimos, gozamos, nos
enojamos o nos angustiamos, están modeladas por la configuración cultural en la que estamos
insertxs. No se trata de una capacidad universal que las diferentes personas y grupos humanos
maquillan con cultura.
Pensemos juntxs: ¿a qué le tenemos miedo? ¿qué hacemos cuando tenemos miedo? ¿Siempre
le tuvimos “miedo a un enemigo invisible que se mete en nuestras casas”? En La Plata,
¿teníamos miedo a la lluvia antes de la inundación del 2013? ¿Qué hay sobre el amor?
¿Amamos de la misma manera que nuestros abuelos y abuelas? ¿Cómo vivimos el dolor?
¿Son los mismos los umbrales del dolor de todos los grupos humanos? En los siguientes
apartados, vamos a desarrollar esta idea a partir del texto del antropólogo y sociólogo francés
David Le Bretón y su propuesta de “Una antropología de las emociones”.

El enfoque naturalista de las emociones

Algunxs de ustedes quizás vieron la película de Disney “Intensa-mente”. A través de un viaje


por el mundo interior de Riley, una niña de 11 años, la película muestra el universo de las
emociones humanas a través de otros cinco personajes: Alegría, Tristeza, Miedo, Ira y
Desagrado. Con estas cinco emociones, la película recorre un punto de inflexión en la vida de
la protagonista: una mudanza que la obliga a dejar su infancia atrás. La trama se valió de
estudios psicológicos y neurocientíficos sobre el funcionamiento de las pasiones humanas.
Esta película estuvo inspirada en, y asesorada por, Paul Ekman, un científico estadounidense
que sostiene la teoría de que las expresiones faciales de las emociones no están determinadas
por la cultura, sino que tienen un origen biológico universal: la serie policial “Lie to me”, de
la cadena Fox, está basada en este mismo supuesto.
Luego de la película de Pixar, investigadorxs de distintas disciplinas aportaron algunas
observaciones sobre la cuestión. Algunxs hablaron sobre la necesidad de no localizar las
emociones en una única parte del cerebro, otrxs cuestionaron que el film redujera las
emociones a apenas 5 y determinaron que las personas somos capaces de sentir al menos 27.
Le Bretón nombra a este tipo de aproximaciones a la emotividad humana como
“naturalistas”. El enfoque naturalista se caracteriza por pensar a las emociones como: a)
sustancias orgánicas de origen biológico; b) universales; c) reducidas a movimientos
musculares de la cara; d) posibles de ser traducidas de un grupo humano a otra; e) invariables
en el tiempo y en el espacio.
¿Cuál es el problema de este tipo de enfoques? ¿Qué aspectos dejan de lado? Según el autor,
este enfoque naturaliza las emociones con un vocabulario que diluye las diferencias y no
permite conocer el “mosaico afectivo” de las sociedades humanas en el tiempo y en el
espacio. Le Bretón asegura que la emoción no es una sustancia, un estado fijo e inmutable
que se encuentra de la misma manera y bajo las mismas circunstancias a través de la historia
de la especie humana, sino “un matiz afectivo” que es dinámico, que es situacional y
relacional, que se elabora y recrea en las interacciones humanas.

Las emociones como relación

Entonces, las emociones no son estallidos irracionales, sino que siguen criterios culturales y
subjetivos, están insertas en tramas de significación que las hacen posibles y comprensibles
por los demás. Tampoco son universales, sino que se elaboran y viven según los sistemas de
significados que organizan nuestra vida, que no son los mismos siempre ni en todos lados.
Las emociones se aprenden en el proceso de socialización e inscripción en una cultura. Son
modos de afiliación a una comunidad social, una forma de reconocerse y estar juntxs, “bajo
un fondo emocional próximo”:
La emoción es a la vez interpretación, expresión, significación, relación,
regulación de un intercambio; se modifica de acuerdo con el público, el
contexto, se diferencia en su intensidad, e incluso en sus manifestaciones, de
acuerdo a la singularidad de cada persona. Se cuela en el simbolismo social y
los rituales vigentes. No es una naturaleza descriptible sin contexto ni
independiente del actor (Le Bretón, p. 9)

Esta definición se hace más clara cuando observamos que no es posible traducir una emoción
de un idioma o trama cultural a otra sin pérdidas, porque hay algo que Le Bretón llama
“culturas afectivas”, un “tejido apretado en el que cada emoción está colocada en perspectiva
dentro de un conjunto”, un “conjunto de significados y de valores de los que depende y de los
que no puede desprenderse sin perder su sentido”. Esto se vincula directamente con el
concepto semiótico de cultura de Geertz: las emociones tienen sentido en una trama de
relaciones significativas. Al mismo tiempo, Le Bretón nos permite pensar la agencia, la
diferencia y la desigualdad en la manera de vivir las emociones en una misma “cultura
afectiva” o “configuración cultural” (como proponía Grimson) según cuál sea nuestro género,
nuestra edad, nuestra clase social.
Para desarrollar esta idea, utiliza una metáfora teatral para pensar las interacciones cotidianas.
Las personas somos actores o actrices que podemos jugar con la expresión de nuestros
estados emocionales en función de la audiencia y de la situación de interacción. Dentro de esa
cultura afectiva podemos movernos más o menos libremente e inventar emociones que no
existen en estado bruto, pero acudimos a repertorios culturales aprendidos que hacen que
nuestras expresiones sean signos socialmente reconocibles. Para que una emoción sea
sentida, percibida y expresada por el individuo, debe pertenecer de una u otra forma al
repertorio cultural del grupo al que pertenece. A partir del análisis del modo en el que las
personas incorporan su nota al matiz afectivo de su cultura, el autor se aproxima a la cuestión
de la heterogeneidad y la desigualdad que sugiere Grimson. Dentro de una cultura afectiva
existen diferencias y desigualdades en las posibilidades de vivir y expresarse afectivamente.

The power of women’s angry - Charla TEDx

“El enojo está generizado”. En este video, Soraya Chemarly habla sobre el enojo como una
emoción reservada para lo masculino y blanco. ¿Qué posibilidades tienen las mujeres de
enojarse? ¿Qué desigualdades están en la base de la organización emocional de los
géneros, razas y clases? ¿Esas desigualdades son naturales?

Para resumir, el siguiente cuadro opone el enfoque naturalista con la propuesta del autor de
pensar las emociones de manera relacional.
Transformar lo familiar en exótico y lo exótico en familiar

Los estudios antropológicos en terreno (aquello que estudiamos en las clases anteriores como
“etnografía”) nos proporcionan infinidad de descripciones sobre las emociones en otros
grupos culturales que nos obligan a repensar la “naturaleza universal” de nuestra manera de
vivir los sentimientos. Por ejemplo, Margaret Mead, antropóloga estadounidense, se preguntó
si la rebeldía y la angustia de la adolescencia en los Estados Unidos de los años 20 eran
similares o no en Samoa, en comunidades del otro lado del mundo. El libro, Adolescencia,
sexo y cultura en Samoa, demuestra que la adolescencia como un período turbulento de
cambios y desapego con las autoridades adultas no es nada natural, y que los/as samoanos/as
atraviesan ese momento de la vida sin demasiados conflictos. Le Bretón nos ofrece otros
ejemplos, desde la noción de “amae” en Japón, hasta la relación entre miedo y sueño en Bali,
(la tendencia de las personas a dormirse cuando viven temor) que son muy esclarecedores y
nos demuestran que las emociones están inherentemente vinculadas con el espacio cultural en
el cual se elaboran. Si quisiéramos traducir una emoción de una época o de una configuración
cultural a otra, no alcanzaría con encontrar una palabra equivalente, sino que deberíamos
reconstruir toda una trama de relaciones en la que esa emoción tiene sentido.
Bonus track metodológico: Sobre este punto, vale la pena detenernos un segundo sobre el
enfoque metodológico para estudiar estas cuestiones. Hay investigadores e investigadoras que
consideran que para estudiar las emociones, es necesario “dejarse afectar” en alguna medida,
es decir, comprometerse emocionalmente con aquello que afecta a las personas que
estudiamos. De esa manera, el antropólogo Renato Rosaldo pudo “sentir” lo que significaba
la ira y la aflicción de los cazadores de cabeza Illongot (Filipinas) cuando su esposa Michelle
falleció durante su trabajo de campo (¡historia real!), o Jeanne Favret-Saada pudo
comprender algo de la brujería cuando se sumergió lo suficiente en el campesinado francés
como para ser embrujada. Sobre este tema podemos seguir conversando.

Esa cosa cultural llamada amor

Hay personas que nunca se habrían enamorado si no hubieran oído hablar del amor - François de La
Rochefoucauld

Pensemos un ejemplo próximo como para seguir el planteo de Le Bretón. ¿Sabían que la
expresión “te amo” no existe en lengua yiddish? Esto viene a cuento de la popularización que
en 2020 tuvo la serie de Netflix “Poco Ortodoxa”. Algunos y algunas de ustedes quizás la
vieron. Se trata de una serie de cuatro capítulos basada en una novela a su vez basada en una
historia real, la de una joven judía, Esther Shapiro (Shira Haas) que escapa de una comunidad
jasídica en Brooklyn, Williamsburg, y va a buscar una “vida mejor”, “menos ortodoxa” en
Berlín. Unorthodox cuenta, en gran medida en idioma yiddish, la historia de Esthy y
reconstruye las reglas rigurosas que organizan la vida de su comunidad: matrimonio,
educación, sexualidad, crianza, comensalidad, vestuario, estética. La historia va y viene entre
el presente en el que la protagonista se encuentra con los repertorios culturales de la vida
berlinesa y su pasado sometida a los mandatos religiosos que empeoran notablemente desde
que contrae matrimonio a partir de un arreglo familiar.
Más allá de los lugares comunes de la serie, la demonización de lo exótico y la idealización
de la sociedad occidental de mercado para vivir el amor y la sexualidad (y todas las demás
cosas) de manera libre, podemos detenernos en algunos elementos relacionados con el
planteo de Le Bretón. Para empezar, que el amor no es un sentimiento que se viva y practique
de igual modo en todos lados y que, inclusive, en algunos grupos no existe un nombre para
una expresión romántica tan común como “te amo”. Entre las personas de la comunidad judía
que reconstruye la serie la elección amorosa no es un aspecto relevante. ¿Cuál es la “cultura
afectiva”, ese complejo conjunto de relaciones significativas, en la que se inscribe el amor
como nosotrxs lo conocemos?
Algo de esto nos ayuda a pensar la socióloga marroquí Eva Illouz que nos alerta sobre la
necesidad de estudiar las emociones desde una perspectiva sociológica, ya que estas se
encuentran insertas en marcos dotadores de sentido que las definen. El amor, como el resto de
las emociones, no tiene que ver con características fisiológicas o psicológicas individuales,
sino que se construye en función de una trama cultural. El amor como lo conocemos no es
natural, no se reduce a una atracción física atávica entre dos personas que deciden amarse
para siempre, formar una familia y un hogar y completarse. Tampoco es natural el amor
entendido como un lugar de experimentación y búsqueda de deseo y realización personal, ni
los sentidos de la responsabilidad afectiva y el consentimiento. Son productos de
sedimentaciones históricas. El amor romántico, de hecho, es bastante reciente en relación a
la historia humana. En la Edad Media las personas se casaban por acuerdos de mantenimiento
de propiedad y herencia o para reproducir la fuerza de trabajo. La elección y la
compatibilidad sexual basada en sentimientos no tenían relevancia. En todo caso el
enamoramiento podía ser una consecuencia indirecta de la unión.
A fines de siglo XIX y principios del XX, con el crecimiento de la sociedad de masas,
comienza a tener más relevancia la decisión y el afecto en la formación de las familias. Del
cortejo lento, basado en las visitas en el interior de la casa de la mujer con la presencia de la
familia, a la chaperona que acompañaba a las parejas en las citas, se va abriendo la
posibilidad de intimidad y experimentación sexual anterior al matrimonio. El amor se va
transformando en una búsqueda activa de placer, diversión y autoconocimiento por medio del
consumo de productos y de ocio. Esta construcción social del amor se elaboró, a su vez, a
través de las industrias culturales, el cine y la televisión. Esa manera de vivir el amor,
entonces, está inscrita en una trama de significados particular, la economía capitalista del
modelo norteamericano.
Con “Poco ortodoxa” quizás nos sorprendimos al notar lo diferente que es la manera de vivir
las relaciones sexo-afectivas en la vida de Esthy en esa comunidad judío ortodoxa en la que
los matrimonios están obligados a tener sexo para traer hijxs al mundo, observados y
vigilados por toda la comunidad, el consentimiento o el placer femenino quedan desplazados
por la voluntad del hombre y “Dios espera demasiado” de una mujer. Como contracara, nos
da la ilusión de que la salida de la comunidad minoritaria permite romper cadenas como si se
tratara de un camino hacia una sociedad sin reglas. Por otra parte, también nos puede mostrar
en espejo cuáles son aquellas reglas que organizan las relaciones sexo-afectivas en ese otro
mundo, cosmopolita y posmoderno, en el que la música, la belleza, la amistad y la incursión
sexual son experiencias deseables.
Algo de esto relata Tamara Tenembaun en un libro muy leído publicado en 2019: El fin del
amor. Desde su experiencia como mujer socializada en una comunidad judío-ortodoxa del
barrio de Once (Ciudad de Buenos Aires), construye una distancia con el mundo de la soltería
que le permite ver sus códigos y lógicas de funcionamiento. Porque en donde ella creció ser
soltera no es una vía posible, conseguir marido es el objetivo central desde que una niña se
convierte en mujer. Las mujeres solteras son adolescentes eternas que viven en las casas de
sus padres. Al salir de ese espacio de interlocución, la autora se encuentra con el mundo de la
Buenos Aires del amor libre y las relaciones ocasionales y esboza una hipótesis sobre las
relaciones sexo-afectivas en la actualidad:

“Las parejas han cambiado poco (...): nuestras ideas de fidelidad son muy
parecidas a la de nuestros padres, más allá del ruido que nos hagan o de
que cada vez más personas se animen a pensar pactos vinculares
diferentes. Lo que se modificó por completo, en cambio, es el modo en
que vivimos fuera de la pareja” (Tamara Tenembaun, 2019, Revista
Anfibia)

“Chonguear”, “Tinder”, “Happn”, “match”, “Clavar visto”, “ghostear”, responsabilidad


afectiva, son categorías que forman parte de ese terreno en elaboración de las relaciones por
fuera de los noviazgos convencionales que nos hablan de un modo de vivir el amor difícil de
imaginar años atrás. La serie Poco ortodoxa no solo nos puede servir para asombrarnos de lo
regulado que está el amor en esa otra cultura, sino también para reflexionar acerca de cuáles
son las reglas que rigen el amor contemporáneo en los grandes centros urbanos. ¿Qué
significa el amor? ¿Qué transformaciones vivieron nuestros sentimientos y relaciones
sexo-afectivas en los últimos años? ¿Qué novedades incorporan los debates acerca del
consentimiento en las nuevas maneras de relacionarse? ¿Cómo se reorganizan los vínculos en
este contexto de cuarentena? ¿Qué procesos históricos hicieron que en Argentina fuera
socialmente aceptado que el Ministerio de Salud haga recomendaciones sobre el sexo en el
aislamiento?

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