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El Calendario Egipcio - Yoyotr
El Calendario Egipcio - Yoyotr
JEAN YOYOTTE
Para hacerse una idea de los conocimientos que los antiguos Egipcios tenían de la
mecánica celeste y de sus teorías al respecto, el hombre moderno tiene mucha
dificultad al enfrentarse con una gran diversidad de leyendas e imágenes míticas. Para
un mismo fenómeno, encuentra muchas representaciones diferentes. El cielo, por
ejemplo, es un techo rectangular cuyas esquinas están sostenidas por cuatro postes. Es
también el cuerpo estrellado de una mujer, la diosa Nut, cuyo padre Shu,
personificación del espacio, ha separado de su esposo Geb, que es la Tierra. Pero el
cielo es también la vaca Hathor que se ha llevado a Ra, el sol, al cielo, y que, después,
tragándoselo lo da a luz cada día, como hace la misma Nut... Los dos astros del día y
de la noche son considerados como los ojos del dios celeste. La luna es el ojo
izquierdo que está representado por el Ojo artificial de Horus quien ha sido herido por
Seth y curado por Thot. Pero el mismo Thot, el ibis, es un dios-luna, lo mismo que
Khonsu, etc... Esta “diversidad de aproximaciones” envuelve los misterios de lo
divino y del cosmos por medio de nombres y relatos poéticos que fundamentan el
modo de tratar de los dioses, y de tratar a los dioses, de los que depende la marcha del
cosmos y de la humanidad. Esta poesía mítica contiene una cosmografía coherente y
constituye implícitamente una física.
treinta y seis decanos, cuyos desplazamientos determinan las horas de la noche (los
decanos en el eje de abscisas y las horas en el de ordenadas), el reverso de la tapa de
los sarcófagos, de manera que la momia podía leer aquí el cielo.
El “Hijo de Ra” tiene vocación de regir “todo lo que el sol envuelve” en su curso,
y de mantener la seguridad y la prosperidad de Egipto. Como se ve, por los
innumerables cuadros en las paredes de los templos, él es quien realiza
permanentemente los actos rituales por los que los dioses son preservados del mal y
de la impureza, y por los que son cuidados y alimentados. A cambio de lo cual, los
dioses le confieren los poderes y la fuerza de gobernar a los hombres, triunfar de sus
enemigos, y asegurar la justicia. Es de su incumbencia, en su papel de jefe de Estado
y de jefe de la guerra, construir y restaurar todos los santuarios, y dotarlos de recursos
necesarios para el mantenimiento de los sacerdotes que, en la práctica, rinden el culto
en su nombre. Fábricas sacro-santas que regulan la marcha del universo, esos templos
están construidos, en su parte central, con piedras sólidas. Inscripciones grabadas
repiten hasta la saciedad los nombres y las virtudes necesarias del soberano o fijan en
la roca las conjuraciones, las oraciones y las respuestas de las divinidades...
Ya sea el Rey o no el hijo del faraón anterior, cada advenimiento es una nueva
mañana del mundo, una garantía de que el orden será mantenido. Los
acontecimientos, tales como las guerras intestinas y las invasiones, son
experimentados como un retorno al caos inicial, las pacificaciones y las victorias
como la restauración de la armonía primordial por el faraón “que se levanta como
SOBRE EL CALENDARIO EGIPCIO 3
Los Osiris, según el título de un ritual de época tardía, se proponen “pasar por la
Eternidad (neheh)”, participando en todas las ceremonias y festividades que jalonan
el curso del Año.
El Año se llama renpet, una palabra que deriva del verbo renep, “ser joven,
rejuvenecer”, hablando de la vegetación, de los animales, de los hombres, de los
dioses y de los astros, y que uno traduce espontáneamente por “nuevo” cuando se
trata de las aguas del Nilo a la vuelta de la inundación. El signo que escribe este
verbo y sirve de ideograma para indicar “año” es un tronco de palmera despojada de
sus hojas y sobre el cual una pequeña excrecencia representa una muesca. Esta es la
forma simplificada del objeto que presentan las divinidades, caminando hacia el rey,
para concederle años por decenas de mil, jubileos de treinta años a millares: una
promesa de eternidad. A menudo, el jeroglífico que escribe el nombre de los jubileos
(heb-sed) está colgado en un extremo, y en el otro extremo el renacuajo, que significa
100.000, agarrado al nudo (shen), que simboliza el universo recorrido por Ra y
dominado por el faraón. Sobre este tallo, Thot, el dios lunar que cuenta el tiempo, el
patrón de las letras y de los escribas que detenta el saber y administra la creación, así
como la diosa Seshat, que preside la contabilidad, la redacción de las inscripciones
reales y la preparación de los planos de las varias arquitecturas, marcan los años
transcurridos y los años por venir.
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Cada estación comprende cuatro meses de 30 días, y cada día del mes está
numerado del 1 al 30. A este total de 360 días se le añade los 5 días epagomenos,
“aquellos que están por encima del año”, lo que hace el total de 365 días. Al término
de esos 365 días, se celebra “la Apertura del Año”, el Nuevo Año.
Sin embargo, como la revolución real del sol comprende un cuarto de día de más,
los días, las décadas, los meses, se corren a razón de un día cada cuatro años, de una
década cada cuarenta años, de un mes cada 120 años, y el Nuevo Año y las estaciones
naturales no se volvían a encontrar en el mismo punto más que tras 1460 años. A
pesar de ese desplazamiento, que se puede decir anual, este sistema, de una rigurosa
abstracción, funcionó durante casi toda la duración de la civilización egipcia. La
instauración de un quinto epagomeno cada cuatro años, decidida por el faraón greco-
macedonio Ptolomeo III, no fue respetada durante mucho tiempo en los templos
autóctonos, y el uso del año móvil se continuó incluso después de que el conquistador
romano hubiese impuesto a Egipto el calendario juliano.
SOBRE EL CALENDARIO EGIPCIO 5
Una observación: La afirmación contenida en una glosa sobre Aratos como que
“los reyes de Egipto prestaban juramento en el templo de Isis de no modificar nada en
el calendario” (ver página 9 de la obra citada) no puede referirse más que a los
Ptolomeos de los siglos IIº o Iº, si no procede de una invención de los eruditos
griegos o latinos. No existían templos importantes de Isis en las épocas anteriores, los
nuevos soberanos hacían confirmar su investidura por los dioses mayores, Amón en
Tebas, Ra en Heliópolis, Ptah en Menfis. La única época en que un templo notorio de
Isis pudo servir de alto lugar dinástico es la época helenística, y puede uno concebir
que los Lágidas, cuando la reforma de Ptolomeo III llevaba fenecida hacía mucho,
hayan podido ir a garantizar en el gran Iseion de Alejandría su respeto a las
tradiciones sacerdotales. Traducción: Miguel A. Aguirre