Está en la página 1de 4

La cosmovisión mágica de los antiguos egipcios

Hay un lugar especial entre la tierra y el cielo, un lugar antiguo y ancestral, cuyas solitarias ruinas
resisten todavía hoy el implacable embate de los siglos como testigos mudos y silenciosos de un
pasado remoto… Un tiempo mítico y legendario, en el que los grandes sabios, héroes y magos,
hicieron su primera aparición en el escenario de la historia. Un tiempo fuerte y sobrenatural,
saturado de energía creadora1, en el que los hombres fueron capaces de levantar pirámides,
templos y obeliscos, en honor al divino principio de «armonía universal» que rige los mundos2. Un
tiempo mágico en el que los dioses realizaron un pacto con los hombres, revelando entonces
algunos de los más poderosos secretos de su «ciencia divina». Según declaran los egipcios en sus
textos y algunos autores griegos como Platón o Plutarco, fueron los propios dioses egipcios los que
iniciaron a los hombres en los herméticos conocimientos de la magia, la medicina, la astronomía,
las matemáticas, la arquitectura, la geometría, los símbolos y el lenguaje escrito. Con ello se hizo
posible el nacimiento de una de las más grandes y longevas civilizaciones de la historia: la egipcia.

Egipto es el nombre que los griegos usaron para referirse al legendario país del Nilo. El término
Aegyptus deriva del vocablo griego Aegeon-Uptyos, que significa «la tierra que está más allá del
Egeo», lo que en su mentalidad era una forma de aludir al misterio de lo desconocido, de aquello
que está «más allá del mundo conocido». Sin embargo, su nombre egipcio original era Khemet, que
significa «la tierra negra», pues ése era el color que adquiría la tierra egipcia después de la
inundación. El limo fértil del Nilo traía la vida, la prosperidad y la abundancia al «País de las dos
Tierras», o el País de Ta-Mery, como llamaban los propios egipcios a su «tierra amada».

Lo cierto es que desde la aurora del «tiempo primero», en esta tierra bendecida por el Ka3 de los
dioses, acunada por la luz el sol y amamantada por las aguas del Nilo, reinó la paz y el silencio.
Todavía hoy, muchos siglos después de que sus antiguos moradores abandonaran estos lugares, la
cálida brisa que acaricia las viejas piedras de sus capillas, sus templos y sus tumbas, trae hasta
nosotros el intemporal perfume de lo sagrado. Hace largo tiempo que ya no hay sacerdotes ni
sacerdotisas que depositen sus ofrendas en los altares, ni cantoras sagradas que entonen al alba sus
himnos de alabanza al «Señor de la vida y el orden de los mundos», sin embargo, aquí en Egipto el
misterio de la creación se reproduce cada día.

Esquema del viaje del dios Ra por el firmamento


Cada nuevo amanecer el «Señor de la Luz» emerge triunfante del Nun, el océano primordial de
tinieblas, como Jeper-Ra, el Sol «eternamente joven», y con él trae la renovación, la vida y la alegría.
Cada mañana Ra se eleva desde el horizonte oriental en su barca diurna (mandyet) hasta alcanzar
el cenit del cielo como Hor-Ajty (el Rey, Hor, en su trono de luz, Ajty). Y cada día al caer la tarde, Ra,
bajo su forma de Atum (el sol anciano), se oculta majestuoso tras la montaña de occidente y
desciende al reino del misterio convertido en Osiris, el «Señor de la Resurrección», «Juez de las
almas» y «Rey del Inframundo», que gobierna con suprema bondad y justicia el reino invisible del
más allá. Y así, mientras el padre Ra atraviesa el firmamento nocturno en su barca nocturna Mesjetet
y, auxiliado por su divina tripulación, recorre las 12 horas del Amduat derrotando cada noche a las
oscuras potencias del caos que pretenden aniquilar la creación, aquí, en la tierra de los vivos; cada
día al caer la noche, el vientre estrellado de la madre Nut4 resplandece de gozo mientras los
«Señores de Eternidad» navegan por su cuerpo infinito en sus plateadas «barcas de millones de
años», sosteniendo la Maat en el universo.

Esta forma mágica de ver y entender el mundo, que desde un punto de vista puramente racional
podría calificarse de extremadamente simbólica, incluso ingenuamente romántica, en el antiguo
Egipto era una realidad vital e incuestionable; para ellos los dioses no eran símbolos, ni
abstracciones teóricas, sino realidades vivas cuya esencia, cuya energía y cuya presencia estaba
inmanente en todos los ámbitos de la naturaleza. Se manifestaba en el curso diario del sol y en el
fluir de las aguas del Nilo; en la circunvolución periódica de las estrellas y en el cambio cíclico de las
estaciones; en el eterno retorno de la inundación y en el florecer de la vegetación; en el poder
germinal de las semillas y en la inmutable armonía del mundo celeste. No hay ningún paisaje egipcio,
ninguna fuerza o proceso de la naturaleza, ningún aspecto de la vida o de la muerte, en el que no
participaran o estuvieran presentes sus dioses.

Al estudiar la cosmovisión mágica y la geografía sagrada del antiguo Egipto, tal y como se ve reflejada
tanto en los relieves y pinturas de sus templos y sus tumbas, como en la orientación celeste de sus
monumentos, nos damos cuenta de que, para los antiguos egipcios, el eje ontológico de referencia
que orientaba su existencia era «lo divino» y «lo eterno». Para ellos todo cuanto existía en la tierra
no era más que el reflejo material, o doble corpóreo, de un modelo celeste. Entender la geografía
sagrada del antiguo Egipto pasa por conocer su geografía celeste, por eso en el Discurso de Iniciación
vemos que el dios Thot le dice a su discípulo Esculapio: «¿Acaso ignoras tú, oh Esculapio, que Egipto
es la imagen del Cielo? ¿La proyección aquí abajo del orden que reina en el mundo celeste?»

En efecto todo en Egipto toma su modelo de referencia del mundo celeste y divino. De este modo,
el Faraón asume la misma función que el Sol en el cielo pues, de igual forma que Ra gobierna en el
mundo celeste y mantiene el cosmos en perfecto orden y armonía, su hijo, el Rey (Sa-Ra) lo hace
también en la tierra como garante de la «Justicia Divina» (Maat) entre los hombres. Asimismo,
dentro de esta cosmovisión sagrada, el Nilo era el doble terrestre del Nilo celeste o Vía Láctea. De
hecho, ellos creían que las aguas del Nilo provenían del Nun, el océano primordial del que había
surgido la vida en el principio de los tiempos. Por eso el sabio griego Heródoto decía que Egipto era
un «don del Nilo» y tenía mucha razón, ya que sus aguas atraviesan el país egipcio de sur a norte,
como una columna vertebral de más de 1000 kilómetros, fecundando la vida a su paso. Así, cada
año al llegar el verano, el Nilo se desbordaba inundando los campos con sus «aguas de vida», y
fecundaba la tierra con el oscuro limo fertilizante que arrastraba en su seno.
Era el fenómeno de la crecida, que señalaba el comienzo del Año Nuevo y el inicio del calendario
egipcio y dividía el año en tres estaciones: Ajet «la inundación», Peret «la siembra» y Shemu «la
cosecha».

Las aguas del Nilo, por si solas, no son suficientes para sostener y renovar la vida; hace falta también
la potencia generatriz del Sol para poder fecundar las semillas, haciendo florecer la vegetación y las
cosechas. Es por ello que, para los antiguos egipcios, estas dos divinas potencias de la naturaleza
eran las que ordenaban el mundo egipcio dándole un sentido teleológico y sagrado. Hapy, el Nilo, y
Ra, el Sol, eran los dos ejes primordiales que orientaban su geografía sagrada, dinamizando sus
recursos naturales y ritmando sus ciclos vitales en armonía con el cosmos. De esa forma, al atravesar
el país egipcio de sur a norte, las aguas del Nilo mantienen unidas «las dos tierras« (el Alto y Bajo
Egipto).

El Nilo divide la tierra egipcia en dos riberas, la oriental y la occidental, y dado que el Sol renace cada
día por el horizonte oriental y desaparece cada tarde tras el horizonte occidental, dentro del
pensamiento egipcio la orilla oriental del Nilo se convirtió en la «tierra de los vivos» y la orilla
occidental en la «tierra de los muertos». Esto explica porqué prácticamente todas las ciudades, los
palacios, las «Casas de la Vida» (escuelas de sabiduría) y los templos, se edificaban sobre la ribera
oriental; mientras que todas las necrópolis, con sus respectivas tumbas, pirámides, templos
funerarios y escuelas de embalsamadores, se encontraban en la ribera occidental del Nilo.
En cualquier caso, no cabe duda que en la Cosmovisión mágica de los antiguos egipcios el Nilo y el
Sol, junto con las demás divinas potencias de la naturaleza, interactuaban entre sí de una forma
tanto complementaria como interdependiente para que los antiguos egipcios pudieran vivir su
existencia en perfecta armonía con el cosmos.

Javier Vilar

1 Heka es el dios de la Magia, y también la poderosa energía que usaron los dioses para crear el
universo.

2 Maat es la diosa egipcia que personifica el orden cósmico de la existencia, el equilibrio natural y
la armonía universal.

3 Ka es el “doble luminoso” o cuerpo energético de todas las cosas vivientes. Según los egipcios,
todos los seres tienen un ka.

4 La diosa Nut personifica el firmamento estrellado.

También podría gustarte