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Sigmund Freud inaugura el estudio psicoanalítico de la religión con la publicación de “Moisés y la

religión monoteísta” en 1938. Pero, ya antes se había aventurado en el estudio antropológico del
totemismo, “Tótem y Tabú” en 1913; enfatizando la importancia de la fundación del tótem en la
vida cotidiana de los pueblos primitivos, así como la inclusión de la ley primordial que los rige: la
prohibición del incesto. Antecedente fundamental para sostener teóricamente la concepción del
Complejo de Edipo, desde una vertiente biológica, en la incorporación del mito del padre de la
horda primordial.

La inscripción de la metáfora paterna, en el segundo tiempo del Complejo de Edipo, a través del
discurso de la madre, produce la entrada al registro simbólico del individuo, haciendo referencia al
padre en el triángulo edípico. Ésta es la vía para introyectar la norma social y los preceptos
morales que tanto la cultura como la religión establecen. Posteriormente, en la adolescencia, los
ideales paternos son desplazados hacia una figura omnipotente, con las cualidades que en principio
tenía la función paterna.

Freud, con el mito del padre de la horda primitiva establece el origen biológico de inscripción la
ley. Para Lacan, esa sería la neurosis de Freud –el inventarse un padre súper-potente-. Así mismo,
plantea que el padre es el significante primordial; la metáfora paterna del Nombre del Padre,
fundaría la inscripción de la ley, mediante el discurso de la madre en el segundo tiempo del
complejo de Edipo, en la medida que la madre respete con su palabra la ley paterna. Por lo cual, el
sujeto rivaliza con el padre, pugnándose el deseo materno.

La metáfora paterna es el significante Uno, primordial, siento el pivote de la sujeción del individuo
al lenguaje y al registro simbólico. Cuestión que es desarrollada en el segundo y tercer tiempo del
Complejo de Edipo. Entonces, El Nombre del Padre, significante Unario, producto de la represión
primordial, se sitúa como la hiancia original del ser del sujeto, la ex-sistencia que da cuenta de la
falta constitucional del sujeto.

Habría una relación paradojal entre el superyó y la ley. Por una parte, la ley es una estructura
simbólica que regula la subjetividad, y en ese sentido, impidiendo su desintegración. Por otro lado,
tiene un carácter insensato, de pura imperatividad y simple tiranía.

IDENTIFICACIÓN PRIMARIA:

Es a partir de las primeras identificaciones del niño, puntualmente las identificaciones primarias
del Yo a partir del Estadio del Espejo, referida a la impotencia del niño cuando por primera vez se
ve frente a un espejo, reconociendo su imagen especular como frágil que tan sólo puede sostenerse
reflejada. Es la primera identificación con la imagen del espejo, estática, que es simplemente una
construcción imaginaria del Yo (moi). Reconocimiento de identificación inundada por el
dramatismo a consecuencia de la insuficiencia motriz que se siente al reconocer sus limitaciones.
Ese doble será representado a través del inconsciente (es decir, dentro del orden del deseo) pero
que también se introduce, vía lenguaje estructurado, el deseo del Otro. Identidad enajenante, en
tanto aparenta completar las carencias reales. Esta falta constitucional en el sujeto es lo que marca
su entrada al mundo de lo imaginario y a su constitución psíquica.

IDENTIFICACIÓN SECUNDARIA:

Posteriormente, la identificación secundaria se hace presente producto de la inmersión del sujeto


en el Complejo de Edipo. El paso por el complejo de Edipo, es el transito desde lo imaginario a lo
simbólico, lo que queda analizado en la identificación de tres tiempos del complejo de Edipo.
Primero, la relación con la falta, la imposibilidad de “tener” el falo que colme el deseo de la madre,
tratando de convertirse en el objeto de deseo de ella: “ser” el falo que marca su falta. En este punto
la madre es omnipotente y su deseo es la ley. Segundo, ante la intervención del padre Imaginario.
En cuanto que el padre impone la ley al deseo de la madre, negándole acceso al objeto fálico y
prohibirle al sujeto el acceso a la madre. Esta intervención es mediada por el discurso de la madre,
en la medida que la madre respete con su palabra la ley paterna. Tercero, marcado por la
introducción del padre Real. Este “tiene” el falo que prende el deseo de la madre, castrando al
sujeto, pudiendo identificarse con el padre, mediante a la comprensión que él no es el falo, porque
el padre lo tiene.

Esta identificación secundaria –simbólica- trasciende a la identificación primaria –imaginaria- y


forma el Superyó a partir de la identificación Edípica con el padre.

Ahora sí, comencemos este arduo recorrido por las fórmulas de la sexuación, que tienen sus
antecedentes en la evaluación que hace Lacan del padre freudiano en el Seminario 17 (Jacques
Lacan: El Seminario, Libro 17, El reverso del psicoanálisis (1969-1970), Editorial Paidós, Buenos
Aires, 2002). Es en ese seminario donde Lacan va más allá del Edipo y plantea al padre de la horda
como un operador lógico y estructural.

Es importante tener en cuenta que para Lacan, el padre puede ser imaginario, simbólico o real. El
padre imaginario es una imago, un constructo imaginario que el sujeto erige conforme a su
fantasma. De allí que el padre imaginario puede ser un padre ideal, un padre degradado o un padre
terrorífico. Por ejemplo, cuando escuchamos a un sujeto hablar de su padre como un padre ideal,
estamos ante el padre imaginario. En cambio, el padre simbólico no hace referencia al fantasma. El
padre simbólico, hemos dicho, es el significante del Nombre-del-Padre y se esclarece por su
función. ¿Cuál es esa función? Es la de regular y nombrar al deseo materno a través del Falo. Si el
niño puede interpretar el enigma del deseo materno en términos fálicos, es porque en él ha operado
el padre simbólico. Finalmente, en lo que respecta al padre real, este resulta más complicado de
definir, pues Lacan proporciona pocas claves sobre lo que entiende por padre real. La única
expresión que parece inequívoca sobre el padre real es aquella que lo asocia con el agente de la
castración. Sin embargo, tal expresión es debatida en el Seminario 17, cuando plantea que
científicamente la noción de padre real es insostenible, pues “sólo hay un único padre real, es el
espermatozoide y, hasta nueva orden, a nadie se le ocurrió nunca decir que era hijo de tal
espermatozoide.” (Jacques Lacan: “Más allá del complejo de Edipo. VIII. Del mito a la estructura”
en El Seminario, Libro 17, El reverso del psicoanálisis, (1969-1979), Editorial Paidós, Buenos
Aires, 2002, p. 135) De allí que para Lacan la posición del padre real –y esto es lo que deseo
resaltar- es ante todo imposible. Que el padre real sea imposible concuerda con lo que Lacan define
por ese entonces como real: “lo real es lo imposible” (P. 131)

Entonces, para examinar en profundidad estas cuestiones Lacan comenzó por referenciar el
asesinato del padre en los dos mitos que él opone en el Seminario 17: el mito de Edipo Rey y el
mito de “Tótem y Tabú”.

Lacan examina el mito de Edipo Rey en los años 50 cuando trabaja la metáfora paterna; sin
embargo, en el Seminario 17 Lacan reevalúa el mito de Edipo llegando a decir que en él la muerte
del padre habilita un goce. ¿Cuál goce? El goce de la madre. Al decir goce de la madre se pone el
acento en el genitivo “de”, pues este implica dos cuestiones: el hijo que goza de su madre y la
madre que goza del hijo. Incluso Lacan se pregunta si Yocasta sabía que Edipo era su hijo o si acaso
se olvidó. El tema es que en el mito de Edipo Rey, el asesinato del padre antecede el acceso al goce
por parte del sujeto. Es decir, primero está el asesinato del padre y luego está el goce de la madre.
Pues bien, a la altura del Seminario 17, Lacan considera más interesante abordar el asesinato del
padre en el mito freudiano de “Tótem y Tabú”, pues este da cuenta de que el goce está en el origen
de todos los tiempos. ¿El goce de quien? El goce del padre.

Recordemos que en “Tótem y Tabú” el padre tiene acceso a todas las mujeres, goza de todas ellas.
Y Freud supone que en algún momento los hijos que desean a esas mujeres -que no son
necesariamente sus madres- se unen fraternalmente para matar a ese padre primitivo. Matando al
padre, los hijos piensan que podrán gozar de todas las mujeres. Como puede apreciarse, “Tótem y
Tabú” es una variación de Edipo Rey. La cuestión es que en ambos mitos se mata al padre con la
idea de poder acceder al goce sexual de las mujeres. Un goce que estaba reservado al padre hasta el
momento del parricidio. El problema está en que tras el acto parricida adviene la culpa y la
obediencia retroactiva que prohíbe nuevamente el acceso al goce de las mujeres del padre. Tal sería
el origen de la exogamia, pues todas las mujeres que eran del padre pasan a ser prohibidas, aún
cuando el padre esté muerto. Es la presencia del padre muerto, la que constituye el tótem y las
mujeres se convierten en tabú. En esto consiste el mito de “Tótem y Tabú”.

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