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Anécdotas histórica de Cerro Corá

“Antes de describir mi viaje a Punta Porá –hoy Pedro Juan Caballero-, que lo hice en junio de 1906,
quiero dejar constancia de las conversaciones que, años antes, he tenido con el General Patricio
Escobar, hoy finado.

Es más de una ocasión, me pedía el nombrado General que, si algunas vez tuviese que irme a
Punta Porá, lo avisase á tiempo para acompañarme hasta Cerro Corá, donde cayó prisionero al
terminar la Guerra –de 1865 a 1870- y deseaba volverlo á ver antes de morir á la vez que
mostrarme la sepultura del Mariscal Francisco Solano López.

A esto yo le replicaba diciendo que de aquel entonces á la fecha de nuestra conversación, han
transcurrido cerca de 50 años, que todo habrá cambiado allá; lo que era entonces campo sería hoy
monte…motivo por el cual me parecía que le sería casi imposible hallar aquella sepultura. A este
mi pesimismo contestaba que él se había fijado bien dónde fué sepultado el Mariscal: en medio
mismo de dos árboles que tendrían de diámetro de 4 á 5 pulgadas y distantes, uno de otro, unas 8
á 10 varas, y que si existen dichos árboles, esperaba encontrar el lugar y mostrármelo.

Continuaba yo mis giras pastorales por los pueblos de la República, cuando me resolví misionar en
aquel lejano pueblo de Punta Porá, avisé al General comunicándole el tiempo de mi próxima visita
á aquel apartado departamento y él fué á esperarme en su estancia ganadera de Aramburu-cué.

Llegado á la nombrada estancia, misioné allí durante tres días, al cabo de los cuales emprendí viaje
para Cerro Corá junto con el General y los sacerdotes que me acompañaban, quienes fueron: el Dr.
Narciso Palacios y José Natalicio Rojas, llegando al histórico lugar nombrado el día 1 de junio á las
12.35 p.m. y hospedándonos en un rancho, depósito de alambres custodiado por el brasilero de
nombre Ovidio Freire.

Hecho una ligera comida, montamos todos á caballo y nos dirigimos al lugar buscado. Llegados allí
el General detuvo su montado, quedó un momento pensando –como haciendo una reminiscencia-
, dirigió la mirada a su alrededor y vió los dos árboles –á que más de una vez se refería mucho
antes del viaje- que son curupay-itá, distantes, uno de otro, unas 10 varas y teniendo cada uno de
17 á 18 pulgadas de diámetro. El general dijo: “de aquí al Paso-tuyá del río Aquidabán-niguí habrá
de setecientos á ochocientos metros”; lo que verificamos de visu y lo encontramos á esa distancia.

Perfectamente orientado el General Escobar me dijo: “Monseñor, yo voy á ponerme aquí de


rodillas para jurarle que en medio mismo de estos dos árboles está la sepultura del Mariscal
López”. Yo le contesté que no había necesidad de tal juramento, que me bastaba su categórica
afirmación.

A pocas varas del árbol, que quedaba al Oeste del otro, había tres ó cinco plantas de tala –yuasy-y-
, lugar en que estaba la Carpa de mando del Mariscal y que –muerto éste- fué ocupado por el Jefe
brasilero, quien lo era el General Cámara. Me mostró el montículo –distante del lugar donde nos
encontrabamos, unas 150 varas-, al pié del cual había sido él (Escobar) colocado –en aquel
entonces Coronel, promovido á General después de la guerra acompañado de sus pocos soldados
famélicos y conservando, allí mismo, sus fusiles empabellonados.
Me dijo más. “Prisionero yo, el General Cámara me hizo llamar y me preguntó si conocía al
General Roa, le contesté que sí y que mucho lo estimaba; entonces me inquirió si no tenía
inconveniente en ir á buscarlo y traerlo ante él, á lo que yo contesté que con mucho gusto lo
haría.” Y continúa el General Escobar: “momento después, se me trae un caballo ensillado y se me
pasa una espada brasilera para ceñirme; á esto dije que –“no pudiendo llevar esa arma-iría sin
ella”; se me pregunta el por qué, y yo contesté: “porque he jurado no tomar arma enemiga contra
mi patria”. Dicho esto “se me mandó entre mis soldados prisioneros y recién entonces fueron
recogidos por fuerzas brasileras nuestros fusiles empabellonados”.

Continúa el General Escobar: “Inmediatamente á mi negativa, hizo llamar al Mayor Medina


?…vecino de Limpio, ya prisionero, quien –sin dificultad alguna- aceptó caballo y espada brasilera y
acompañado de un pelotón de soldados brasileros- se dirigió hacia la boca de la picada del
Chirigüelo y, poco tiempo después, se oyó una descarga de fusilería y entonces me dije: han
matado al General Roa.”

Toda esta referencia me hizo el General Escobar durante nuestra ida de Aramburu-cué á Cerro
Corá. Y dijo más: que, cuando estaba acampado cerca de la Laguna de Capiyvary las tropas del
General Roa y la carretería –á cargo del entonces Coronel Escobar- un día aquel llamó a éste y le
leyó la orden que acababa de recibir del Mariscal –quien se encontraba en Cerro Corá- mandando
que hiciera atar sobre el pértigo de una carreta al Mayor Limpieño y lo condujera ante él para
dársele el castigo merecido. ¿Cuál era su delito? Las familias que acompañaban al Ejercito se
habían quejado porque dicho Mayor las había saqueado abriendo sus cajas é incautándose de sus
alhajas, lo que había llegado á conocimiento del Mariscal.

Viendo el General Roa que, si cumplía la orden superior recibida, el referido Mayor moriría
martirizado antes de llegar donde el Mariscal, hizo llamar al Coronel Escobar –que era su íntimo
amigo y confidente-, le expuso el caso y éste le dijo que, según su manera de ver, podía mandar al
Mayor preso y bien custodiado, detrás de una carreta, y que cuando salga de la picada del
Chirigüelo –distante una legua larga de Cerro Corá- se le atara sobre el pértigo. Así resolvieron
hacer.

Pero, es el caso que cuando las carretas salían de la nombrada picada, fue atacado Cerro Corá por
las fuerzas brasileras y muerto el Mariscal López, lo que, como era natural, causó una gran
confusión. En este entrevero se escaparía y caería prisionero el Mayor Limpieño, de quien ya
hemos hablado.

El General Escobar me confesó que siempre ha creído que el aludido Mayor había sido el causante
de la muerte del General Roa, y más le confirmó lo que vá á continuación. Me dijo el Gral Escobar
que cierta ocasión, le visitó al Mayor y, hablando ambos de episodios de aquella guerra, aquel
preguntó á éste si alguna vez se ha recordado del General Roa y le contestó que sí; entonces le
dijo: ”Cada vez que lo recuerde, rece por su alma, pues á él le debe Ud. su vida”. Le relató la orden
del Mariscal que había recibido Roa para su prisión. Cuando el Mayor oyó tan patético relato, “ví,
dice el General Escobar, que dos gruesas lágrimas se desprendían de sus ojos y entonces me
confirmé en mi creencia de que él fué el causante de la muerte del General Roa”.

Téngase en cuenta que –después de 30 años- estoy escribiendo esta anécdota, por eso me he
olvidado constatar en su debido lugar, lo que sigue: Me dijo el General Escobar que á unos pasos
de la Carpa de López, fue muerto su hijo Pancho, de 18 años de edad, y Coronel; que á una cuadra
de allí, estando el Vice Presidente Sánchez entre algunas carretas, se le intimó rendición y él –
sacando su espada- dijo: “un paraguayo no se rinde” y entonces lo balearon, ignorando Escobar
donde fueron enterrados estos dos. Como los soldados brasileros apenas enterraron la mitad del
cuerpo de López, se presentó Madama Linch ante el General Cámara pidiendo permiso para
hacerlo sepultar mejor y –habiéndosele concedido la gracia solicitada- hizo cavar en el mismo
lugar una fosa de una vara de profundidad y lo enterró. (sic)

Continúa…la narración del General Escobar. Me motivó el lugar mismo en que se entregó por
prisionero refiriéndome las circunstancias que rodearon al hecho, y son como sigue: Encargado de
la conducción de las carretas en que venían elementos de guerra, enfermos…y en medio de la
picada de Chirigüelo, vió en el monte –á unas varas del camino- á una señorita (cuyo nombre y
apellido me contó, pero los he olvidado) á quien fué á verla y le pregunta el porqué no seguía con
la comitiva, á lo que ella respondió llorosa diciendo: que su mamá no podía ya caminar por
habérsele desollado las plantas de los pies y que, por eso, quedaba allí para atenderla. Entonces el
Coronel Escobar –quien, me consta, era hombre de muy buen corazón- dispuso que la señora
enferma fuera alzada en la carreta y su hija la siguiera á piés; así se hizo.

Como al salir la carretería de la picada se oyeron los últimos tiroteos –que terminaron con el
Mariscal y la guerra de cinco años- el Coronel Escobar reunió los pocos soldados que tenía y se
adelantó con ellos para prestar auxilio á los que estaban en Cerro Corá. Algunas cuadras antes de
llegar topó con un Capitán brasilero que conducía como cien soldados, quien le ordenó se rindiera
porque López había muerto y la guerra estaba terminada.

El General Escobar le dijo que: si López ha muerto la guerra estaba terminada, pero que él no se
entregaría si no se le comunicaba por escrito la muerte del Mariscal; á esto el el Capitán brasilero
saca su revólver para tirarle cuando se presenta entre los dos contendientes aquella misma
señorita –cuya madre con los pies desollados venía en la carreta- y dice al Capitán: “Señor, no
mate á este hombre –se refería á Escobar- que es nuestro salvador”.

Al ver sorprendido el Capitán la actitud enérgica y decidida de la señorita, preguntó quien era ese
Jefe, á lo que éste contestó: “yo soy el Coronel Escobar”, al oír esto, preguntó: “¿es Ud. el Coronel
Escobar?, y cuando éste le dijo que sí, sacó del bolsillo de su chaqueta una tarjeta y se la entregó.
En dicha tarjeta decía un alto Jefe brasilero: “Cuando encuentren al Coronel Escobar trátenlo con
toda consideración”. ¿Donde estará esa tarjeta? El Gral. Escobar me dijo que tenía entre la
colección de sus papeles; ¿en manos de quién estará hoy? !Dios que lo sepa!

El Capitán brasilero –atento á la exigencia y ley de Guerra- mandó ante su Comando á un soldado
en busca de la orden escrita ó sea la constatación escrita de la muerte de López y recién entonces
el Coronel Escobar se dió por prisionero con su poca y debilitada tropa.

Dormimos sobre nuestra colcha; al día siguiente –2 de junio de 1906-, ensillados los montados, me
despedí del Gral. Escobar –quien regresaba á Aramburu-cué para yo seguir viaje a Punta Porá – y
me dijo: “mi Obispo, algunas cuadras más allá del arroyo Chirigüelo, á la izquierda del camino, si
éste no se ha cambiado, habrá una planta de donde salen tres ramas; si la encuentra, rece un
responso por el alma de Venanciom López –hermano del Mariscal- quien murió allí”.Efectivamente
á poca distancia después de pasar el citado arroyo, encontré la planta –guayayví- con tres ramas
salidas de un mismo tronco; allí me detuve y rezamos, junto con mis sacerdotes, responses por el
alma del finado.

Aquí termino el relato que me hizo el Gral. Escobar y del viaje que hicimos hasta Cerro Corá. Yo no
pongo en duda toda la anécdota que me refirió, pues, me consta –por conocerlo bien- que era un
hombre muy observador y veraz en relatos históricos”.

Juan Sinforiano Bogarín

Arzobispo

Asunción, setiembre de 1936

BY TAGUA EN 13:48

2 COMENTARIOS:

0limpero dijo...

Excelente anécdota.
Jorge.0

4 DE ENERO DE 2010, 17:38

Unknown dijo...

patricio escobar todo un heroe con mayuscula!!

5 DE ENERO DE 2016, 2:34

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