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Alfonsina Storni

Poetisa y periodista argentina

Alfonsina Storni (Capriasca, Suiza; 25 de


octubre de 1892[1][2][3][4]-Mar del Plata,
Argentina; 25 de octubre de 1938) fue una
poeta y escritora argentina del
modernismo.[5]
Alfonsina Storni

Información personal
Nombre en español Alfonsina Storni
Martignoni
Nacimiento 29 de mayo de 1892
Capriasca, Suiza
Fallecimiento 25 de octubre de 1938
(46 años)
Mar del Plata,
Argentina
Causa de la muerte Ahogamiento
Lugar de sepultura Cementerio de la
Chacarita
Nacionalidad Argentina
Información profesional
Ocupación Diarista, poeta,
periodista y escritora
Área Poesía
Años activa Siglo XX
Movimiento Modernismo
Género Poesía
Firma

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Sus padres, dueños de una cervecería en


San Juan, regresaron a Suiza en 1891. En
1896, volvieron a Argentina junto con
Alfonsina, quien había nacido durante la
estancia de la pareja en el país europeo.
En San Juan, concurrió al jardín de
infantes y desarrolló la primera parte de su
niñez. A principios del siglo XX la familia
se mudó a Rosario (provincia de Santa Fe),
donde su madre fundó una escuela
domiciliaria y su padre instaló un café
cerca de la estación de ferrocarril Rosario
Central. Alfonsina se desempeñó como
mesera en el negocio familiar, pero, dado
que este trabajo no le gustaba, se
independizó y consiguió empleo como
actriz. Más tarde recorrería varias
provincias en una gira teatral.[6]
Storni ejerció como maestra en diferentes
centros educativos, y escribió sus poesías
y algunas obras de teatro durante este
período. Su prosa es feminista y, según la
crítica, posee una originalidad que cambió
el sentido de las letras de Latinoamérica.
Otros dividen su obra en dos partes: una
de corte romántico, que trata el tema
desde el punto de vista erótico y sensual y
muestra resentimiento hacia la figura del
varón y una segunda etapa en la que deja
de lado el erotismo y aborda el tema
desde un punto de vista más abstracto y
reflexivo. La crítica literaria, por su parte,
clasifica en tardorrománticos los textos
editados entre los años 1916 y 1925 y a
partir de Ocre encuentra rasgos de
vanguardismo y recursos como el
antisoneto (soneto en verso blanco). Sus
composiciones reflejan, además, la
enfermedad que padeció durante gran
parte de su vida y muestran la espera del
punto final de su vida, expresándolo
mediante el dolor, el miedo y otros
sentimientos.[7]

Le diagnosticaron cáncer de mama, del


cual fue operada. A pedido de un medio
periodístico se realizó un estudio de
quirología, cuyo diagnóstico no fue
acertado. Esto la deprimió y le provocó un
cambio radical en su carácter que la llevó
a descartar los tratamientos médicos para
combatirla.[8]

Se suicidó en Mar del Plata arrojándose de


la escollera del Club Argentino de Mujeres.
Alfonsina consideraba que el suicidio era
una elección concedida por el libre
albedrío y así lo había expresado en un
poema dedicado a su amigo y amante, el
también escritor suicida Horacio Quiroga.
Hay versiones románticas que dicen que
se internó lentamente en el mar; algunas
de esas versiones sirvieron para
componer la canción «Alfonsina y el mar»,
basada enteramente en cómo se suicidó
Alfonsina. Su cuerpo fue velado
inicialmente en Mar del Plata y finalmente
en Buenos Aires. Actualmente sus restos
se encuentran enterrados en el cementerio
de la Chacarita.[9]

Trayectoria
Infancia y juventud

Alfonsina Storni a los 24 años cuando publicó La


i i t dd l l
inquietud del rosal.

Sus padres fueron Alfonso Storni y Paulina


Martignoni, quienes junto a sus hermanos
mayores, María y Romero, llegaron a la
provincia de San Juan desde Lugano,
Suiza, en 1880. Fundaron una pequeña
empresa familiar, y años después las
botellas de cerveza etiquetadas «Cerveza
Los Alpes, de Storni y Cía», comenzaron a
circular por toda la región.[10]

En 1891 la familia viajó a Suiza, mientras


que los hermanos mayores se quedaban
en San Juan. El 22 de mayo de 1892 nació
Alfonsina, la tercera hija del matrimonio
Storni-Martignoni, en la aldea Sala
Capriasca, 8 km al norte de la ciudad de
Lugano. Su padre, un hombre
«melancólico y raro»,[11] fue quien eligió el
nombre. Años más tarde, Alfonsina le diría
a su amigo Fermín Estrella Gutiérrez
(1900-1990): «Me llamaron Alfonsina, que
quiere decir ‘dispuesta a todo’». Hay otras
versiones que indican que nació el 22 de
mayo pero la registraron el 29 y otras que
afirman que nació en un barco en
altamar.[6] Fue bautizada en la parroquia
de Tesserete, la aldea contigua a
Capriasca, lugar en el que actualmente se
puede leer en el margen del acta de
bautismo una inscripción realizada por el
sacerdote Osvaldo Crivelli que dice:
«Grande poetesa morta al mar della
Plata».

Alfonsina aprendió a hablar en italiano, y


en 1896 regresó a San Juan, de donde son
sus primeros recuerdos.

Estoy en San Juan, tengo cuatro


años; me veo colorada, redonda,
chatilla y fea. Sentada en el umbral
de mi casa, muevo los labios como
leyendo un libro que tengo en la
mano y espío con el rabo del ojo el
efecto que causo en el transeúnte.
Unos primos me avergüenzan
gritándome que tengo el libro al
revés y corro a llorar detrás de la
puerta.[12]

Su madre la anotó en el jardín de infantes,


donde se la recuerda como una chica
curiosa y que hacía muchas preguntas,
imaginaba mucho y mentía. Su madre
tenía dificultades para enseñarle a decir la
verdad. Inventaba incendios, robos,
crímenes que nunca aparecían en los
policiales de los periódicos, metía a su
familia en líos y en una oportunidad invitó
a sus docentes a pasar las vacaciones en
una quinta imaginaria en la periferia de la
ciudad.[12][13]
El recuerdo de su padre lo reflejó en el
poema A mi padre, el cual se basa en la
actitud melancólica de su progenitor, que
en esa época promediaba los treinta años,
y en otro recita:

Que por días enteros, vagabundo y


huraño
no volvía a la casa, y como un
ermitaño
se alimentaba de aves, dormía sobre
el suelo
y sólo cuando el Zonda, grandes
masas ardientes
de arena y de insectos levanta en los
calientes
desiertos sanjuaninos, cantaba bajo
el cielo.[14]

Si bien la imagen del padre tiene matices


melancólicos, la de la madre refleja
tristeza oculta que muestra, a su vez, la
marca de la resignación femenina. De ella
escribió:

Dicen que silenciosas las mujeres


han sido
De mi casa materna... Ah, bien
pudieran ser
A veces, en mi madre apuntaron
antojos
de liberarse, pero se le subió a los
ojos
una honda amargura, y en la sombra
lloró.[14]

Se supone que esta descripción de la


madre corresponde a la época que
precedió a la mudanza a Rosario y a los
años posteriores, que fueron difíciles. En
1900 nació Hildo Alberto, el último
hermano, a quien tuvo que proteger.

Viaje a Rosario

En 1901 la familia se trasladó


nuevamente, esta vez al Barrio Echesortu,
de la ciudad de Rosario, provincia de Santa
Fe, por motivos desconocidos. Llevaron
consigo algunos ahorros con los que
Paulina abrió una pequeña escuela
domiciliaria, y pasó a ser la cabeza de una
familia numerosa, pobre y sin nadie que la
manejara. Los alumnos abonaban un peso
con cincuenta cada uno y llegaron a ser
cincuenta; sin embargo, la ganancia de
setenta y cinco pesos mensuales no
permitía una vida cómoda.[15]

Instalaron el Almacén Café Suizo en calle


Mendoza 3699 esquina Constitución,
cerca de la Estación Central del Ferrocarril
Provincial de Santa Fe, actual Terminal de
Ómnibus; no se sabe la fecha con certeza,
pero sí que el proyecto fracasó. Alfonsina
dejó de asistir a la escuela y comenzó a
trabajar lavando platos y atendiendo las
mesas a la edad de diez años. Las demás
mujeres se pusieron a trabajar de
costureras. El fracaso lo puede haber
provocado la imposibilidad de manejar el
negocio y el alcoholismo del padre, quien
se sentaba en una mesa a beber hasta
que su esposa, junto con uno de sus hijos,
lo arrastraban hasta su cama. Una vez
cerrado el almacén, se mudaron de casa,
su hermana María se casó y Ricardo, su
esposo, falleció por causas que no se
conocen. Este hecho coincide con la edad
en que Alfonsina empezó a escribir
poesías. Tenía un mal recuerdo de aquel
momento y lo expresó de esta manera:

A los doce años escribo mi primer


verso. Es de noche; mis familiares
ausentes. Hablo en él de cementerios,
de mi muerte. Lo doblo
cuidadosamente y lo dejo debajo del
velador, para que mi madre lo lea
antes de acostarse. El resultado es
esencialmente doloroso; a la mañana
siguiente, tras una contestación mía
levantisca, unos coscorrones
frenéticos pretenden enseñarme que
la vida es dulce. Desde entonces, los
bolsillos de mis delantales, los
corpiños de mis enaguas, están
llenos de papeluchos borroneados
que se me van muriendo como migas
de pan.[16]

Las tareas domésticas no le dejaban


tomarse un descanso, ya que tenía que
ayudar con la costura a su madre hasta la
madrugada y con las tareas escolares a su
hermanito. Una fotografía tomada en 1905
los muestra sentados en un sillón de
mimbre y al niño vestido con trajecito de
marinero. Esta toma fue hecha por un
fotógrafo del barrio un día que ella vistió a
su hermano y salió con él, según relató
Olimpia Perelli, su media hermana.
Durante el tiempo que la familia Storni
estuvo radicada en el barrio, los primeros
poemas de Alfonsina comienzan a tener
estado público, pues se publican en la
revista Monos y Monadas, que en ese
entonces se editaba en la ciudad.
Precisamente allí, en su número 82 del 8
de enero de 1912, se da a conocer el
bonito poema titulado “Anhelos”, inspirado
en el legendario ombú que durante
muchos años fuera parte primordial de la
Quinta San Pedro.

ANHELOS
“Bajo el ombú, que eleva
majestuoso
su verde copa en la lanosa pampa
he sollozado un día los recuerdos
que viven en el alma.
Bajo el ombú, coloso de lo
inmenso,
cuando la noche silenciosa y
quieta
iba robando al día sus colores
lloré mi dicha muerta.
Testigo fué del dolorido grito
con que en las horas del dolor
pasadas,
el corazón rebelde al sufrimiento
protestas levantara.
Tiempo hacía ya que de la herida
abierta
la sangra gota a gota no manaba
Tiempo hacía ya de su tronco
hermoso
la suerte me alejaba.
Y hoy al mirarlo, siento que de
nuevo
acuden en tropel viejas nostalgias
que en el fondo de mi alma
dolorida
juzgaba sepultadas.
Mas, si el dolor de nuevo en mí
provocas
no he de odiarte por eso, árbol
querido,
que al cadáver del indio
vagabundo
un día diste abrigo.
Y en prueba yo también, como ese
ignaro
quiero por cruz tu sombra
silenciosa;
y en vez de blanca lápida labrada
el verde de tus hojas.

Trabajos previos

El trabajo hogareño no la conformaba, ya


que no le rendía económicamente y
conllevaba largas horas de encierro. Para
cambiar su situación, buscó trabajo en
forma independiente: lo encontró en una
fábrica de gorras y, posteriormente, se la
vio entregando volantes en algún festejo
del Día del Trabajo.

En 1907 Manuel Cordero, un director


teatral que estaba de gira en las provincias
junto con su compañía, arribó a Rosario.
Lo hizo en Semana Santa, con el objetivo
de representar las Escenas de la Pasión.
Paulina tomó contacto con la compañía y
se le asignó el papel de María Magdalena.
Alfonsina, por su parte, asistió a los
ensayos y, dado que dos días antes del
estreno se enfermó la actriz que
personificaba a San Juan Evangelista y
que ella sabía de memoria todos los
papeles y no le incomodaba interpretar a
un hombre, la reemplazó. Al otro día la
prensa elogió su actuación.[17]

Al poco tiempo visitó Rosario la compañía


de José Tallavi para entrevistarse con
Alfonsina, quien les demostró que podía
recitar y memorizar largos versos, y se le
ofreció trabajo. De esta manera, Alfonsina
dejó la casa de Rosario junto al resto de su
familia. En un año recorrió Santa Fe,
Córdoba, Mendoza, Santiago del Estero y
Tucumán representando Espectros (de
Henrik Ibsen), La loca de la casa (de Benito
Pérez Galdós) y Los muertos (de Florencio
Sánchez). No se conocen mayores
detalles de este año de gira; únicamente
se sabe que intercambió correspondencia
con Julio Cejador, un filólogo español.[18]

Según declaró a la revista El Hogar, a su


regreso escribió su primera obra de teatro,
Un corazón valiente; sin embargo, no han
quedado testimonios de este hecho.
Además, se enteró de que su madre había
contraído matrimonio con Juan Perelli, un
tenedor de libros, y que se había mudado a
la localidad de Bustinza, donde había
establecido nuevamente su escuela
domiciliaria.[19] Para poder visitarla, el 24
de agosto de 1908 se trasladó en tren
hasta Cañada de Gómez, donde la
esperaba José Martínez para trasladarla
hasta el pueblo en un break con capota,
utilizado para trasladar la correspondencia
hasta dicho lugar. Esa noche asistió a una
fiesta en la casa del juez de paz,
Bartolomé Escalante, e inició una amistad
con algunas jovencitas del lugar, a quienes
visitaba y acompañaba cuando andaban a
caballo.

Se alojó en la casa alquilada por su madre


frente a la plaza, donde jugaba al tenis con
Prima Correa, hija de la dueña de la
propiedad, utilizando unas grandes
alpargatas negras como raquetas. En el
galpón del fondo de la propiedad solía
fumar a escondidas cigarrillos de chala
con Rafaela Ramírez, una joven del pueblo.
También asistía a paseos, fiestas
vecinales y celebraciones religiosas.

Dictaba clases de recitado y de buenos


modales en la escuela de su madre. Una
alumna suya, Amalia Medina, la definió
como una persona muy fina en su porte,
en su bailar y en su mímica. Aunque se la
caracterizaba como una persona delicada
y cariñosa, hay testimonios de algunos
días melancólicos en que se encerraba en
sí misma y cantaba canciones tristes y
dolientes.[19]

Carrera docente
En el año 1909 dejó el hogar materno para
terminar sus estudios en Coronda. En esa
localidad se dictaba la carrera de maestro
rural, en la Escuela Normal Mixta de
Maestros Rurales. En el registro de
inscripciones aparece la leyenda
«Alfonsina Storni, 17 años, suiza». Fue
aceptada por su entusiasmo, porque no
tenía certificado de estudios primarios y
tampoco aprobó el examen de ingreso,
pero la escuela recién abría y necesitaba
alumnos, según declaró la señorita
Gervasoni, directora del establecimiento,
quien además dijo que Alfonsina
mostraba interés en progresar. Además, la
nombraron celadora a cambio de un
sueldo de cuarenta pesos. La pensión
donde se alojaba le costaba veinticinco
pesos, lo que la obligaba a mantenerse
con los quince pesos restantes. Este
alojamiento era propiedad de Mercedes
Gervasoni de Venturini, la hermana de la
directora del colegio. Es posible que
Alfonsina cobrara una beca estatal de
treinta pesos, gestionada por el diputado
Mardoquio Contreras, pero este hecho no
está comprobado.[7]

Su profesora de idioma nacional, Emilia


Pérez de la Barra, la estimuló a trabajar
porque había detectado en ella
condiciones de escritora. Por su parte, la
secretaria de la institución, Carlota Garrido
de la Peña, una escritora santafesina,
propuso publicar un boletín del colegio
que reflejara las actividades de éste y del
lugar. En el segundo número se describe
que la alumna docente Storni cantó una
romanza con voz dulce y sentimental y en
los números cuatro a siete se publicó un
trabajo expuesto en unas conferencias
sobre temas pedagógicos que se
celebraban todos los sábados por los
alumnos del segundo año. Se trataba de
un método para enseñar aritmética en los
primeros grados.[20]
En 1910 comenzó a realizar viajes los
fines de semana sin que nadie supiese
adónde iba y de dónde conseguía el
dinero. Alguien se dio cuenta de que
viajaba a Rosario. En la ciudad de San
Lorenzo, durante la celebración del
aniversario de la batalla de San Lorenzo, le
pidieron que cantara. En un escenario
adornado de banderas argentinas entonó
la «Cavatina» de El Barbero de Sevilla de
Rossini. Le pidieron un bis y en un
momento de silencio alguien afirmó en
voz alta que era la muchacha que cantaba
en Rosario en un lugar de dudosa
reputación, a lo que el público respondió
con risas. Al regresar a la pensión escribió
en una nota: «Después de lo ocurrido no
tengo ánimos para seguir» y se perdió de
vista. La nota fue hallada por la esposa del
comisario, que fue a su habitación a la
hora de la comida para ver por qué no
llegaba. Salió la familia a buscarla y la
encontraron en un barranco llorando. El
comisario le palmeó la espalda y se
tranquilizó. Por la noche recuperó el
humor, pero esta escena pudo ser el
presagio de lo que pasaría treinta años
después.[21]

Su madre asistió a la entrega de diplomas


de maestros. En el programa del acto
figuraban tres poemas de Alfonsina; uno
de ellos fue recitado por alumnos del
jardín de infantes y titulado «Un viaje a la
Luna». Ese año el tema planetario estaba
de moda porque se había visto al cometa
Halley, lo cual despertó temor en la
población e incluso suicidios.[22][23]
Además, entonó «Libiamo ne' lieti calici»,
el brindis de La Traviata de Verdi, y antes
de irse le dedicó a la directora María
Margarita Gervasoni un poema llamado
«El maestro», que incluyó la frase «a mi
inteligente y noble directora».[24]

En abril de 1921 ingresó como docente en


la Escuela para Niños Débiles del Parque
Chacabuco, una institución creada por
Hipólito Yrigoyen para contrarrestar los
efectos de la pobreza, que albergaba a
niños mal alimentados o raquíticos, a
quienes se trataba con un programa de sol
y ejercitación física. Alfonsina no se sentía
a gusto en este empleo porque decía que
las autoridades no eran comprensivas con
ella.[25][26]

Poeta en Buenos Aires

En 1911 se trasladó a Buenos Aires,


llevando consigo sus pocas pertenencias.
Arribó a la estación del ferrocarril del
Norte (actualmente Retiro) y se hospedó
en una pensión hasta el año siguiente. El
21 de abril de 1912 nació su hijo Alejandro,
sin padre conocido.[27] El parto se llevó a
cabo en el hospital San Roque (hoy
Hospital Ramos Mejía). Más tarde madre e
hijo se debieron mudar a una casa
compartida con un matrimonio.[28]

Descansó unos meses y en 1913


consiguió trabajo de cajera en una
farmacia y posteriormente en la tienda A
la Ciudad de México. Realizó algunas
colaboraciones en la revista Caras y
Caretas, se supone que mediante
recomendación. La remuneración era de
veinticinco pesos. Además, leía todos los
avisos que ofrecían empleos hasta que
encontró una solicitud de «corresponsal
psicológico» que contara con redacción
propia. La empresa solicitante se llamaba
Freixas Hermanos, y se dedicaba a la
importación de aceite. Cuando se
presentó a la entrevista laboral, era la
única mujer entre cien postulantes y tuvo
que insistir firmemente para que le
permitieran ser evaluada. El examen
consistió en la redacción de una carta
comercial y dos avisos publicitarios, uno
de yerba mate y otro de aceite de la firma.
Al cabo de unos días le notificaron que era
la elegida. Por ser mujer, su sueldo fue de
doscientos pesos, cuando al anterior
empleado le pagaban cuatrocientos.[29] En
Caras y Caretas se relacionó con José
Enrique Rodó, Amado Nervo, José
Ingenieros y Manuel Baldomero Ugarte;
fue con los dos últimos con quienes su
amistad fue más profunda. Con este
empleo, su situación económica mejoró,
por lo que pudo realizar viajes frecuentes
a Montevideo, donde conoció a la poeta
uruguaya Juana de Ibarbourou y al que
sería su gran amigo, el escritor también
uruguayo Horacio Quiroga.
Storni junto a uno de sus amigos, el escritor Fermín
Estrella Gutiérrez (1900-1990), en Córdoba en 1922
quien le sobrevivió 51 años.

En 1916 comienza a publicar poemas y


prosa, todavía sin el carácter de
colaboradora permanente, en la revista
literaria La Nota, fundada y dirigida por
Emín Arslán.[30][31].[32] En dicha revista
estuvo a cargo de una sección
permanente entre el 28 de marzo y el 21
de noviembre de 1919.[33] En La Nota
publicó por ejemplo los poemas
Convalecer y Golondrinas.[34][35]

La inquietud del rosal, un libro de poesías


donde expresaba sus deseos como mujer
y describía su condición de madre soltera
sin ningún tipo de complejo,[36] se publicó
en 1916, aunque nunca le pudo pagar la
edición al impresor. Lo escribió en su
trabajo mientras dictaba órdenes y
correspondencias a la mecanógrafa. En un
encuentro que tuvo con el poeta Félix
Visillac le leyó los versos; al terminar, éste
le propuso acompañarla a la imprenta de
Miguel Calvello, quien aceptó imprimir el
libro a cambio de quinientos pesos por
quinientos ejemplares. Alfonsina aceptó
pero nunca pagó la cuenta porque no logró
reunir el dinero.[37] Además, le ofreció a
Leopoldo Lugones los originales por
miedo a ser acusada de impúdica a causa
de esta publicación, y también le dio una
dirección postal, Belgrano 843. No hay
referencia alguna de que Lugones
respondiera. El poeta era celoso de sus
potenciales rivales, y más aún tratándose
de una mujer, por lo que jamás le dedicó
ninguna de sus críticas.[38]

El libro no tuvo una buena aceptación. La


revista Nosotros, de Roberto Giusti y
Alfredo Bianchi, le dedicó media página en
marzo de 1916 diciendo: «libro de una
poeta joven y que no ha logrado todavía la
integridad de sus cualidades, pero que en
el futuro ha de darnos más de una valiosa
producción literaria». Llevó a Rosario cien
ejemplares y le comentó a su madre que
había vendido muy pocos ejemplares por
ser una escritora inmoral.[39]

La publicación de este libro le permitió


ingresar a los cenáculos[a] de escritores,
como la primera mujer en integrarlo.
Además, la ayuda del poeta Juan Julián
Lastra y las colaboraciones en Caras y
Caretas le permitieron relacionarse con los
editores de la revista Nosotros, una revista
literaria que reunía a los escritores más
conocidos. A las reuniones asistía
llevando su libro como carta de
presentación.[40] Su primera reunión fue
una comida en homenaje a Manuel Gálvez,
quien festejaba el éxito de su obra El mal
metafísico. En esta oportunidad, Alfonsina
recitó algunos de sus versos y otros de
Arturo Capdevilla, y se destacó su voz
metálica.[41]

A raíz de algunas críticas de sus jefes en


su trabajo de corresponsal psicológico,
quienes no veían bien que la escritora de
un libro que lindaba con la inmoralidad
trabajase allí, tuvo que renunciar. Le
prometieron dejarla seguir si les
aseguraba que no volvería a repetirse, pero
ella no aceptó, según una versión contada
por Conrado Nalé Roxlo; hay otras
versiones que indican que fue por
problemas de salud.[41]

Amado Nervo, el poeta mexicano paladín


del modernismo junto con Rubén Darío,
publicó sus poemas también en Mundo
Argentino, y esto da una idea de lo que
significaría para ella, una escritora sin
reconocimiento aún, el haber llegado
hasta aquellas páginas. En 1919, Nervo
llegó a la Argentina como embajador de su
país, y frecuentó las mismas reuniones
que Alfonsina. Ella le dedicó un ejemplar
de La inquietud del rosal, y lo llamó en su
dedicatoria «poeta divino». Vinculada
entonces a lo mejor de la vanguardia
novecentista, que empezaba a declinar, en
el archivo de la Biblioteca Nacional
uruguaya, hay cartas al uruguayo José
Enrique Rodó, otro de los escritores
principales de la época, modernista, autor
de Ariel y de Los motivos de Proteo, ambos
libros pilares de una interpretación de la
cultura americana. El uruguayo escribía,
como ella, en Caras y Caretas y era, junto
con Julio Herrera y Reissig, el jefe
indiscutido del por ese entonces nuevo
pensamiento en el Uruguay. Ambos
contribuyeron a esclarecer los
lineamientos intelectuales americanos a
principios de siglo, como lo hizo también
Manuel Ugarte, cuya amistad le llegó a
Alfonsina junto con la de José
Ingenieros.[42]

Eran épocas de crisis, en las que la poesía


no alcanzaba para vivir. Para
complementar sus actividades, Storni
escribía gratis para el periódico La Acción
―de tendencia socialista― y en la revista
Proteo ―de tendencia
latinoamericanista―. Buscó un trabajo
más rentable y consiguió ser directora en
el colegio Marcos Paz, en la calle
Remedios de Escalada y Argerich. La
escuela, perteneciente a la Asociación
Protectora de Hijos de Policías y
Bomberos, funcionaba en una casa
rodeada de un gran jardín, y además tenía
una biblioteca con más de dos mil libros
que le permitió completar sus lecturas.[43]
Poco después de conseguir dicho empleo
se mudó a una casa en la calle
Acevedo 2161, que se encontraba más
cerca del establecimiento, junto a su
hermana. Cuando asistía a los encuentros
literarios dejaba a su hijo Alejandro ―de
cinco años―[27] con la hermana, su amiga
Josefina Grosso y Josefina, la hija de esta
última, que jugaba con él para
entretenerlo.[44]

Su voluntad no la abandonó, y siguió


escribiendo. En 1918 publicó El dulce
daño. El 18 de abril de ese año se le
ofreció una comida en el restaurante
Génova, de la calle Paraná y Corrientes,
donde se reunía mensualmente el grupo
de Nosotros, y en esa oportunidad se
celebró la aparición de El dulce daño. Los
oradores fueron Roberto Giusti y José
Ingenieros, su gran amigo y protector, y a
veces su médico. Alfonsina se estaba
reponiendo de la gran tensión nerviosa
que la había obligado a dejar
momentáneamente su trabajo en la
escuela, pero su cansancio no le impidió
disfrutar de la lectura de su poema
Nocturno, hecha por Giusti, en traducción
al italiano de Folco Testena.[44]

En 1918, Alfonsina recibió una medalla de


miembro del Comité Argentino Pro Hogar
de los Huérfanos Belgas, donde también
se homenajeó a Alicia Moreau de Justo y
Enrique del Valle Iberlucea por haber
aparecido como concurrente a un acto en
defensa de Bélgica, con motivo de la
ocupación alemana. Ese año siguió
visitando Montevideo, donde hasta su
muerte frecuentaría a sus amigos
uruguayos. Juana de Ibarbourou diría lo
siguiente, años después de la muerte de la
poeta argentina:[45][46][47]

Su libro Languidez (de 1920) había


merecido el Primer Premio
Municipal de Poesía y el Segundo
Premio Nacional de Literatura.
También en 1920 vino por primera
vez a Montevideo. Era joven y
parecía alegre; por lo menos su
conversación era chispeante, a veces
muy aguda, a veces también
sarcástica. Levantó una ola de
admiración y simpatía. Un núcleo de
lo más granado de la sociedad y de la
gente intelectual la rodeó
siguiéndola por todos lados.
Alfonsina, en ese momento, pudo
sentirse un poco reina.[46][48]

En una visita que realizó al local de las


Lavanderas Unidas, un pseudosindicato
del socialismo, cuyo local quedaba al final
de la avenida Pueyrredón y era
frecuentado por personas de raza negra,
parda y mulatas, comenzó a dudar de la
época en la que vivía; se sintió trasladada
a la época colonial y a temer que sus
poemas resultaran futuristas, cosa que no
ocurrió, ya que logró relacionarse desde el
primer momento.[45]
En 1920 viajó a Montevideo, con el fin de
leer su poesía y la de Delfina Bunge,
esposa del novelista Manuel Gálvez, cuyo
libro Poemas fue traducido del francés por
Alfonsina, y para dictar una conferencia
sobre la poeta Delmira Agustini. Viajó
junto a las familias Gálvez y Capdevila. En
este viaje conoció a Carlos Quijano, quien
años más tarde dirigió el periódico Marcha
en ese país. A su regreso se cree que
Quijano fue quien la despidió en el puerto
arrojando fósforos encendidos.[45]

Visitó el Cementerio del Buceo y escribió


su poema Un cementerio que mira al mar
centrado en un diálogo con los muertos.
También había publicado los libros
Irremediablemente y Languidez
anteriormente. Este mismo año comenzó
a escribir en su nueva casa de José
Bonifacio 2011, donde se mudó con su
hijo, su poema Ocre que tardó cinco años
en publicar reiterando la temática de la
mujer.[49]

Al mismo tiempo participó en el grupo


Anaconda, una agrupación literaria cuyas
reuniones se celebraban en Capital
Federal, en el hogar del acuarelista Emilio
Centurión. Esta variedad de actividades le
produjo estrés a Alfonsina, quien lo
manifestó mediante nervios, cansancio y
depresión. Viajó varias a veces a Mar del
Plata y a Los Cocos, Córdoba, para
descansar.[26] También se reunía en los
altos del Teatro Empire, lo cual en ese
entonces era un cine ubicado en la
esquina de Corrientes y Maipú, donde
entabló amistad con Nalé Roxlo.[50]

Relación con Horacio Quiroga

Horacio Quiroga le recomendó en una


carta a José María Delgado viajar a
Buenos Aires para conocer a Alfonsina y
conversar sobre su poesía; además,
comenzó a concurrir al cine con Alfonsina
y los hijos de ambos y en una oportunidad
en una reunión en una casa de la calle
Tronador, donde se reunían los escritores
de la época, jugaron a las prendas,
consistiendo en que Alfonsina y Horacio
debían besar al mismo tiempo las caras
de un reloj de cadena que sostenía
Horacio. Este rápidamente retiró el reloj en
el momento que Alfonsina se aproximaba
a sus labios terminando en un beso,
episodio que no le causó mucha gracia a
su madre, quien se encontraba
presente.[51]

Quiroga la mencionó frecuentemente en


sus cartas entre los años 1919 y 1922
pero no se sabe a ciencia cierta la
duración y el tenor de la relación. La
mención del escritor la destaca en un
grupo donde no había otras escritoras. En
sus misivas a su amigo José María la
menciona con respeto por su obra y la
trata como su igual y en un aviso que el
grupo Anaconda viajaba a Montevideo la
lista la encabeza Alfonsina sin el apellido,
una demostración de la confianza
mutua.[52] Por otra parte, en un aviso del
11 de mayo de 1922 de una visita para
días posteriores, anunció que viajaría con
sus hijos y con ella y proponía comer
todos juntos. Además, Emir Rodríguez
Monegal, biógrafo de Quiroga, testimonió
el relato de Emilio Oribe, poeta uruguayo
que dijo que Quiroga esperó a Alfonsina a
la salida de unas conferencias que dio en
la Universidad posiblemente sobre la
poesía de Delmira Agustini. Quiroga no
quiso asistir a este evento pero la esperó a
Alfonsina a la salida; ella apareció cubierta
de un sombrero de paja que sorprendió a
los habitantes del barrio cercano al
puerto.[52]

Alfonsina acompañaba a Quiroga al cine, a


las tertulias literarias y a escuchar música:
a los dos les gustaba Wagner.
Frecuentemente viajaron a Montevideo y
se tomaron fotografías, donde aparecen
alegres. Los viajes se realizaron porque
Quiroga fue adscrito del Consulado
uruguayo y siempre lo hacía acompañado
de intelectuales femeninas.[52]

Cuando Quiroga viajó a Misiones en 1925


ella no lo acompañó por recomendación
de Benito Quinquela Martín, quien le dijo:
«¿Con ese loco? ¡No!». De esa manera el
escritor viajó solo a San Ignacio, dejando
su departamento al uruguayo Enrique
Amorim. En esa vivienda Alfonsina se
presentó en una oportunidad para solicitar
noticias de Quiroga, que no escribía.[53]
Este viaje duró un año y a su regreso
Quiroga restableció la amistad con
Alfonsina tras una reunión en una casa
que había alquilado en Vicente López,
donde se leyeron sus creaciones y, más
tarde, salieron al cine y a varios conciertos
ofrecidos por la Sociedad Wagneriana.

Esta relación finalizó en 1927, cuando el


escritor conoció a María Elena Bravo y
contrajo su segundo matrimonio. Nunca
se supo si él y Alfonsina fueron amantes,
ya que no abordaban el tema del amor
como tales. Sí se sabe que ella apreciaba
a Quiroga como un amigo que la
comprendía, al que le dedicó un poema
cuando él se suicidó, diez años más tarde,
que presagia su propio final.[52]
Morir como tú, Horacio, en tus
cabales,
Y así como en tus cuentos, no está
mal;
Un rayo a tiempo y se acabó la
feria...

Allá dirán.
Más pudre el miedo, Horacio, que la
muerte
Que a las espaldas va.
Bebiste bien, que luego sonreías...

Allá dirán.

Un nuevo camino para la


poesía

En el año 1923, la revista Nosotros, que


lideraba la difusión de la nueva literatura
argentina y con hábil manejo formaba la
opinión de los lectores, publicó una
encuesta, dirigida a los que constituían «la
nueva generación literaria». La pregunta
estuvo formulada sencillamente: «¿Cuáles
son los tres o cuatro poetas nuestros,
mayores de treinta años, que usted
respeta más?».[54]

Alfonsina Storni tenía en ese entonces


treinta y un años recién cumplidos, la edad
límite exigida para constituirse en
«maestro de la nueva generación». Su libro
Languidez (de 1920), había merecido el
Primer Premio Municipal de Poesía y el
Segundo Premio Nacional de Literatura, lo
que la colocaba muy por encima de sus
pares. Muchas de las respuestas a la
encuesta de Nosotros coincidieron en uno
de los nombres: Alfonsina Storni.[54]

En 1925 publicó Ocre, que marcó un


cambio decisivo en su poesía. Desde
hacía dos años era profesora de lectura y
declamación en la Escuela Normal de
Lenguas Vivas. Su poesía,
fundamentalmente de temática amorosa,
también se ligó a la temática feminista e
intentó desligarse de las hopalandas del
Modernismo y volver más la mirada al
mundo real. La soledad y la marginación
hicieron mella en su salud, y a veces la
neurosis le obligaba a dejar su puesto de
maestra de escuela.[55][56]

En ese período, Gabriela Mistral la visitó


en la casa de la calle Cuba. Fue un
encuentro de importancia para la escritora
chilena, ya que lo publicó ese año en El
Mercurio. Cuando, previamente, arregló su
cita por vía telefónica, le impresionó la voz
de Alfonsina; además, le habían dicho que
era fea y, por lo tanto, esperaba una cara
que no congeniara con la voz. Preguntó
por ella cuando la atendió la misma
Alfonsina, dado que la imagen no
coincidía con la advertencia.
«Extraordinaria la cabeza —recuerda—
pero no por rasgos ingratos, sino por un
cabello enteramente plateado, que hace el
marco de un rostro de veinticinco años».
Insiste: «Cabello más hermoso no he visto,
es extraño como lo fuera la luz de la luna a
mediodía. Era dorado, y alguna dulzura
rubia quedaba todavía en los gajos
blancos. El ojo azul, la empinada nariz
francesa, muy graciosa, y la piel rosada, le
dan alguna cosa infantil que desmiente la
conversación sagaz y de mujer madura».
La chilena quedó impresionada por su
sencillez, por su sobriedad, por su escasa
manifestación de emotividad, por su
profundidad sin transcendentalismos. Y
sobre todo por su información, propia de
una mujer de gran ciudad, «que ha pasado
tocándolo todo e incorporándoselo».[57]

Fue nombrada titular en una cátedra del


Conservatorio de Música y Declamación,
también fue maestra de Castellano y
Aritmética en una escuela de Bolívar y
además fue designada por el doctor Noel
directora del Teatro Infantil Municipal, una
decisión que los medios de prensa
calificaron como acertada.
En esta época elaboró sus teorías acerca
de la relación entre hombres y mujeres
con el objetivo de volcarlo en una obra
teatral; el resultado se vio reflejado el 20
de marzo de 1927 cuando se estrenó su
obra de teatro El amo del mundo, que
despertaba las expectativas del público y
de la crítica. El día del estreno asistió el
presidente Alvear acompañado de su
esposa, Regina Pacini. La obra no tuvo una
buena crítica, y a los tres días tuvo que
retirarse de cartel, lo que provocó la
indignación de Alfonsina.[58]

En la revista Nosotros de abril de 1927 se


publicaron los detalles de la puesta en
escena y se comentó que un señor
apellidado Bengoa se presentó en su
departamento de Córdoba y Esmeralda y
dijo que era empresario teatral y quería
presentar la obra con la esposa de este
como intérprete. La actriz le comentó a
Alfonsina el deseo de interpretar al
personaje de otro modo. En el primer
ensayo, Alfonsina observó que el carácter
del personaje, Márgara, se había desviado
a causa de la falta de acotaciones. Pensó
que iba a poder corregir la situación, pero
por las realidades comerciales del teatro
no lo logró. Intentó hacer otros cambios
en la obra pero el director artístico le dijo
que había entendido la obra mejor que ella
y que tenía la obligación de defenderla, lo
que provocó el enojo de Alfonsina, que no
concurrió más a los ensayos. El día del
estreno descubrió que habían retirado un
proverbio hindú de boca de uno de los
personajes; más tarde consiguió que lo
restituyeran, pero no logró evitar el fracaso
de la obra. El diario Crítica tituló:
«Alfonsina Storni dará al teatro nacional
obras interesantes cuando la escena le
revele nuevos e importantes secretos». La
escritora se sintió muy dolida por su
fracaso, y trató de explicarlo atribuyéndole
la culpa al director y a los actores.[59] El
cronista recomendó en su crítica
incorporar nuevos actores porque los
originales podían dañar la escena debido a
su profesionalismo mecánico y concluyó
que a Alfonsina le faltaba conducir la
acción de sus obras con la vivacidad que
conduce sus diálogos para que sus obras
fueran una pieza fuerte en el teatro
argentino.[59] Según esta crítica, la obra
parecía «tres diálogos y un final», similar a
una tertulia de causeurs[b] que en
ocasiones hacían aportes graves e
inteligentes. Alfonsina afirmó que el diario
Crítica había dado la orden de criticar en
forma negativa todo lo que hiciera su
compañía sin dar a conocer la razón.[60]
Todas las críticas las asumió como el
resultado de una conspiración y no fue
capaz de hacer una autocrítica para
advertir los posibles defectos del texto.

El diario La Nación realizó una crítica que


le molestó; ella colaboraba con el diario, y
dijo con ironía que era admiradora del
crítico Octavio Ramírez pero que nunca lo
saludó. Además, se burló del crítico al
describirlo en un palco o en la platea, con
la cabeza entre las manos, madurando
críticas que al día siguiente serían el
regocijo del mundo teatral. Adujo que
realizó la crítica sin compasión porque
Ramírez quería agradar al director artístico
que estaba enojado con Alfonsina por los
desentendimientos mutuos. Sin embargo,
el director del diario Mitre le permitió hacer
una réplica en donde realizó
consideraciones generales. También
reconoció que se realizó una crítica
positiva del diario La Prensa a pedido de
algún miembro de la empresa pero esta
crítica no fue positiva del todo: afirmaba
que la comedia no era espontánea y
precisa por la inexperiencia de la visión del
teatro.[60] Además criticaba otros detalles
del ambiente y del carácter de la
protagonista. El común de todas las
críticas y lo que Alfonsina no supo
interpretar es que el texto tenía escaso
sentido teatral. Lo positivo que señalaban
estas crónicas eran los parciales aciertos
literarios, la actuación del elenco y la del
niño Héctor Costa, que le pronosticaban
un futuro de actor. La crítica más dura y
ofensiva la realizó Edmundo Guibourg,
quien afirmó que Alfonsina denigraba al
hombre, a lo que ella le replicó que había
escrito trescientas poesías dedicadas al
«animal razonador». Ramírez también
concluyó que la obra era un «alegato con
el propósito de defender a la mujer, tiene
en su contra la artificiosidad de una
situación que, lejos de ser mal
permanente, rara vez se presenta y pierde
todavía consistencia en su expresión
escénica con la insistencia en argumentos
de fácil y conocida sofística, destinados a
infiltrarnos un convencional y lacrimoso
sentido de la vida».

Este fracaso fue difícil para ella, ya que


venía de diez años de elogios por cada
libro de poemas y ahora estaba
exponiendo sus verdades más íntimas. El
argumento de la obra es una síntesis de su
vida: la mujer que ha sido madre revela su
secreto al hombre de quien se enamora y
este termina prefiriendo contraer
matrimonio con otra de no muy buen
pasado pero sin hijos, la mujer termina
ayudando a su rival a conquistar el
hombre que ama y confiesa la verdad de
su origen al hijo, a quien dedica el resto de
su vida.

Poesía en prosa

En 1926 escribió Poemas de amor y ocho


años después publicó Mundo de siete
pozos. En este lapso se orientó hacia otro
género, los relatos en primera persona, a
veces con rasgos autobiográficos donde
las ideas no pertenecen ni al espacio ni a
la poesía ni tampoco a la nota periodística
informativa. El diario Crítica publicó en
ocasiones estos relatos y uno titulado
Psicología de a dos centavos donde una
mujer, Juliana, le cuenta por carta a su
amiga Amelia los pormenores de su
reciente divorcio.

Este relato narra la historia de una mujer


recién divorciada que se aloja en una casa
de campo y se enamora de un muchacho
veinteañero. La idea del texto es definir a
la mujer decente; según la autora, para una
mujer normal y decente, tres hombres es
el número exacto: uno es el pecadillo
prematrimonial, el otro es el esposo y el
último el nuevo esposo por divorcio. El
relato reveló además el placer que provoca
la belleza de un hombre joven.[61]

Los nervios
Hay muchas referencias en
correspondencias que hacen alusión a
preocupaciones, malos ratos y apuros, a
falta de voluntad y a estados variables de
salud. Tenía la sensación de que otras
personas estaban molestas con ella y se
sentía insegura al no poder devolver los
favores a quienes se lo hicieran, como se
comprueba en una carta a Roberto Giusti
—fechada posiblemente antes de 1921
porque daba como dirección su casa de
Acevedo donde vivió hasta esa fecha—
donde le da «Muchas, infinitas gracias por
las generosas palabras que dijo usted,
respecto de mí el sábado pasado. Creía
que usted estuviera molesto conmigo, y
aquello me ha aligerado muchísimo». En
otra misiva de 1922, pese a su sentimiento
de culpa, puede interpretarse que trataba
de devolver sus favores, ya que le dijo a
Giusti que le había hablado a Cancela —
colaborador del suplemento literario— y
este le había pedido que le transmitiese a
Giusti que aceptarían sus colaboraciones
en el diario La Nación. Pasó a ser
colaboradora permanente del matutino
bajo el seudónimo Tao Lao.[62]

José Ingenieros le recomendó viajar


anualmente a Córdoba; una anécdota
cuenta que recurrió al jefe de policía para
denunciar que los vigilantes la insultaban
con malas palabras, otro de los muchos
síntomas de paranoia que comenzaba a
padecer. Además, sospechaba que estaba
enferma de tuberculosis.

En uno de los viajes junto a su hijo


Alejandro se hospedó en el hotel de los
Molles y le enseñó lo que no aprendió por
haber dejado la escuela. Su hijo recuerda
que lo hacía con guardapolvo blanco para
darle más seriedad al asunto.[62]

Años de equilibrio

La poeta tuvo intensa participación en el


gremialismo literario e intervino en la
creación de la Sociedad Argentina de
Escritores.

Se mudó al décimo piso de la calle


Córdoba y Esmeralda, donde recibía a sus
amistades en una pequeña sala adornada
con flores, fotos y dibujos de su rostro
hechos a lápiz, y siguió escribiendo
poemas para La Nación.

En 1928 falleció Roberto J. Payró y se


suicidó el poeta Francisco López Merino,
del cual Storni era amiga; se habían
conocido en el vestíbulo de un hotel en
Mar del Plata durante una celebración
literaria: ante un comentario de Merino
sobre el clima desagradable, Alfonsina
replicó: «Sí, sí, pero ideal para estar entre
dos sábanas, con alguien como usted, por
ejemplo».[63]

Ese año vivió en Rosario por un año, se


intensificaron sus manías y se sentía
perseguida pese al reconocimiento de sus
pares. Se cree que se reprochaba el hecho
de no darle un padre a su hijo. Se creía
observada por los mozos de los cafés, los
guardas de los tranvías y casi todo
ciudadano normal que se cruzara con ella.
Para intentar distraerla, su amiga Blanca
de la Vega ―compañera de las cátedras
del Conservatorio de Música― la impulsó
a hacer ese año un viaje a Europa, que
repitió en 1931, en compañía de su hijo.
Allí conoció a otras escritoras, y la poeta
Concha Méndez le dedicó algunos
poemas.[64]

En Madrid visitó el Lyceum Club formado


por las parejas de los intelectuales y la
Residencia de Señoritas que dirigía María
de Maetzu, donde vivían las estudiantes
que cursaban sus carreras en esa ciudad y
en los dos lugares dio conferencias y
cursos destacándose una titulada Una
mujer ultramoderna y su poesía, la cual fue
comentada por Eduardo Marquina y
Enrique Díez-Canedo en el diario El Sol.[65]
En una cena en la Cámara del Libro en su
honor conoció al novelista Carlos
Soldevilla y al poeta catalán José María de
Segarra.[66] Este último escribió en El
Mirador una crónica en su homenaje que
puso muy contenta a Alfonsina y, además,
la comparó con Rubén Darío.

En ese viaje visitaron Toledo, Ávila, El


Escorial, Andalucía, Sevilla, Córdoba y
Granada y luego visitaron París y a su
ciudad natal, Sala Capriasca, en Suiza.[67]

En el segundo viaje visitó con su hijo de 20


años las ruinas de Pompeya y la ciudad de
Ginebra.[68] A su regreso se instalaron en
una pensión de la calle Rivadavia al 900,
muy cerca del café Tortoni.

Alfonsina participó de la peña del Tortoni


junto a Quinquela Martín, Juan de Dios
Filiberto y Pascual de Rogatis, entre otros.
La peña se llamaba Signos y desde allí se
hicieron las primeras emisiones de la radio
Stentor y otras actividades culturales. El
escritor Federico García Lorca no dejó de
ir ni una sola noche en su visita a Buenos
Aires de 1934.[69]

En Buenos Aires la visitaron en su casa de


la calle Rivadavia, Luisa Albornoz, una
amiga de años y presidenta de la
Asociación de Bachilleres del Liceo Nro. 1
y un grupo de muchachas, entre las que se
encontraba Julieta Gómez Paz, que
integraron la subcomisión de Cultura.
Durante la visita le solicitaron que
realizase una conferencia, petición que
aceptó a cambio de la lectura de su obra
Cimbelina en 1900 y pico que estaba en
etapa de pruebas. El encuentro se realizó
a las 17:30 horas del 17 de octubre de
1926 en el salón de actos del Museo
Social Argentino que por entonces
funcionaba en Maipú al 600. Asistieron
profesores del establecimiento y se
notaron las ausencias de sus
autoridades.[68]
Edificio de departamentos creado por la constructora
Bencich Hermanos en 1927. En uno de esos
apartamentos vivió Storni.

En 1931, el intendente municipal José


Guerrico nombró a Alfonsina jurado: era la
primera vez que ese nombramiento recaía
en una mujer. Alfonsina se alegró de que
comenzaran a ser reconocidas las
virtudes de la mujer y afirmó en un diario
refiriéndose a su designación: «La
civilización borra cada vez más las
diferencias de sexo, porque levanta a
hombre y mujer a seres pensantes y
mezcla en aquel ápice lo que parecieran
características propias de cada sexo y que
no eran más que estados de insuficiencia
mental. Como afirmación de esta limpia
verdad, la Intendencia de Buenos Aires
declara, en su ciudad, noble la condición
femenina».[69]

En 1932, publicó sus Dos farsas


pirotécnicas: Cimbelina en 1900 y pico y
Polixena y la cocinerita. También colaboró
en los diarios Crítica y La Nación y sus
clases de teatro fueron su rutina diaria.[70]
En un artículo publicado en la revista El
Hogar ese año, se quejó de la fotografías
que le tomaron, ya que se notaban sus
cuarenta años, y, según ella, los ojos
parecían garabatos y la nariz un muñón
deforme.[71]

Alfonsina viajó a menudo a una casita que


su amiga María Sofía Kusrow («Fifi»)
construyó en un campo en Colonia, en el
Real de San Carlos. Esa propiedad figura
hoy en los folletos turísticos como la casa
de Alfonsina. Viajaba de improviso porque
le gustaba la limpieza de sus habitaciones
y los postres de leche. Su amiga Fifi era
divertida y alimentaba las vacas con los
frutos que cosechaba de los árboles.[72]

También en esa época inició amistad con


la poeta Haydée Ghío, con quien concurrió
a la Peña del hotel Castelar, donde
Alfonsina cantaba de mesa en mesa
algunos tangos acompañada por el piano.
Así la recuerda Conrado Nalé Roxlo
interpretando Mano a mano y Yira yira.
También en este lugar conoció a Federico
García Lorca durante la permanencia de
este en Buenos Aires entre octubre de
1933 y febrero de 1934. El poema «Retrato
de García Lorca» ―que fue publicado en
Mundo de los siete pozos― le fue dedicado
a él y tiene frases premonitorias de la
muerte del poeta español.[73]

Apagadle
la voz de madera,
cavernosa,
arrebujada
en las catacumbas nasales.
Libradlo de ella,
y de sus brazos dulces,
y de su cuerpo terroso.
Forzadle sólo,
antes de lanzarlo
al espacio,
el arco de las cejas
hasta hacerlos puentes
del Atlántico,
del Pacífico...
Por donde los ojos,
navíos extraviados,
circulen
sin puertos
ni orillas...

En Montevideo acudió a las reuniones


organizadas por María V. de Muller,
fundadora de la asociación de Arte y
Cultura que celebraba los encuentros en el
paraninfo de la universidad, lugar al que
asistían la mayoría de escritores
latinoamericanos del momento. Alfonsina
fue invitada y recitó Polixema y la
cocinerita el 12 de julio de 1934. La señora
de Muller le prestó una habitación en su
casa para que se aloje, donde tenía los
vidrios oscurecidos para que la luz no la
moleste. En una carta que Alfonsina le
escribió a María en abril de ese año le
pidió perdón por no haberle copiado los
versos solicitados antes.[73]

En 1934 también publicó, después de


ocho años, un nuevo libro llamado Mundo
de siete pozos, una recopilación de
poemas que dedicó a su hijo Alejandro.
Gabriela Mistral, al leer el libro, comentó
que poetas como ella nacen cada cien
años. La foto de la tapa estaba dedicada a
María Muller y era una prueba de cómo le
gustaba lo que la vida le ofrecía a los
cuarenta años. Lucía el pelo corto, la
cabeza inclinada con coquetería y el brazo
extendido en forma graciosa.

Ese verano lo pasó en el Real de San


Carlos con su amiga Fifí, realizó largos
paseos por el río descalza, descargó sus
nervios y en su habitación durmió largas
noches y también siestas, situación que
repitió al verano siguiente agregando días
en Montevideo y otros en Pocitos, en un
hotel. En ese verano dieron comienzo sus
problemas de salud.[74]
El 23 de mayo de 1936, en el acto de
inauguración del Obelisco de Buenos
Aires, dio varias conferencias y en una de
ellas señaló que la ciudad no tiene ni su
poeta, ni su novelista, ni su dramaturgo
pero sí su cantante de tango y señaló el
barrio Sur como el baluarte de esa canción
porteña. La conferencia se tituló
Desovillando la raíz porteña y fue
transmitida por radio.[12]

Unos días después en otra ponencia


llamada Teresa de Jesús en sangre, en la
primera fundación de Buenos Aires señaló
las similitudes de su letra con la de Teresa
de Jesús y explicó las propiedades de la
creatividad femenina. Alfonsina aceptó en
esta ponencia la idea común de ese
entonces que hace de la mujer algo así
como un ancla, al contrario que sus
primeras afirmaciones poéticas en las que
preguntaba a su madre las claves de su
nacimiento.[75]

En 1937 escribió su último libro llamado


Mascarilla y trébol publicado al año
siguiente. Lo compuso durante las noches
en Bariloche, y trató de desarrollar una
nueva forma de pensar la poesía y, por
consiguiente, una nueva forma de pensar
el mundo. Tenía que superar la muerte de
Horacio Quiroga y evitar el retorno de la
suya; se cuidaba de todo, cuando comía
pan dejaba el trozo que había usado para
sostenerlo. Su amiga Fifí Kusrow
comprobó que estaba haciendo un
exorcismo. De estos cambios habló en el
prólogo de su último libro.

Alfonsina reflexionó sobre el resto de su


vida, a los cuarenta y cinco años de edad y
habiendo sufrido una enfermedad que
difícilmente tuviese cura. Sabía que la
amenaza estaba pendiente y lo reflejó en
sus versos. El libro lo finalizó en diciembre
de 1937 y se lo dio al amigo de sus inicios,
Roberto Giusti.[76] Cuando este lo recibió
lo leyó detenidamente y observó una
manera particular de plantearse las
asociaciones poéticas que le hizo recordar
al español Góngora; principalmente, le
llamó la atención la insistencia en el
paisaje, sobre todo en el río. En un
reportaje del año 1938 admitió que el libro
le pareció «carecer de alma».[77]

En enero de 1938 Alfonsina pasó sus


vacaciones en Colonia y recibió el 26 de
ese mes una invitación del Ministerio de
Instrucción Pública Uruguayo que
intentaba reunir en un mismo acto a las
tres grandes poetas del momento: Juana
de Ibarbourou, Gabriela Mistral y ella. Se
realizó en el Instituto Vázquez Acevedo
solicitando la misiva «que haga en público
la confesión de su forma y manera de
crear». Esa invitación llegó un día antes
del encuentro, fue en auto en compañía de
su hijo y durante el trayecto escribió su
conferencia sobre una valija que apoyó en
sus rodillas. Es así que encontró un título
divertido para la misma: «Entre un par de
maletas a medio abrir y las manecillas del
reloj». El resultado del encuentro fue
exitoso y el público la aplaudía todo el
tiempo, interrumpiendo su charla. Entre
los presentes se encontraba Idea Vilariño.

En el viaje de regreso le comentó a su hijo


los temores por la fragilidad de su salud, y
también le expresó sus miedos a otras
personas. Antes de regresar a Buenos
Aires se hospedó en Colonia en la casa de
su amiga Fifí, y una tarde en que salieron a
caminar y se cruzaron con una víbora,
expresó: «Esto no es bueno para mí» y
agregó, riéndose: «Si alguna vez supiera
que tengo una enfermedad incurable, me
mataría. Alejandro puede defenderse y mi
madre no necesita de mí». Al regresar a
Buenos Aires se enteró del suicidio de
Leopoldo Lugones en un recreo de Tigre y
también de la hija de Horacio Quiroga,
Eglé, con solo veintiséis años. Fue al Tigre
todos los domingos ese año.[78]
Enfermedad

Un día, cuando se estaba bañando en el


mar, una ola fuerte y alta le pegó en el
pecho a Alfonsina, quien sintió un dolor
muy fuerte y perdió el conocimiento. Sus
amigos la llevaron hasta la playa. Cuando
recobró el conocimiento descubrió un
bulto en el pecho que hasta el momento
no se notaba pero en esa oportunidad se
podía tocar con la mano. Al regresar a la
capital le quiso restar importancia al
hecho, pero la verdad se impuso y debió
buscar el apoyo de sus amigos. Ellos
trataban de restarle importancia pero le
aconsejaron acudir a un médico. Blanca
de la Vega, una de sus amistades, recordó
que Alfonsina la había llevado hasta su
dormitorio y se había descubierto el pecho
para que tocase la dureza. El encargado
de acompañarla a la consulta fue Benito
Quinquela Martín a quien le había
solicitado ayuda un mediodía en su
estudio. Ella le comentó que su estado era
grave y que su hijo era muy joven como
para enfrentar la situación. El pintor trató
de disimular su sorpresa y le recomendó
consultar a un especialista. Ese
especialista fue el doctor José Arce. Para
mantenerse tranquila los días previos a la
operación contó con el apoyo de sus
amigos y también ayudó un reportaje para
la revista Multicolor (suplemento del diario
Crítica) del 18 de mayo de 1935, que sirvió
de distracción.[79]

El 20 de mayo de 1935, Alfonsina fue


operada del cáncer de mama en el
sanatorio Arenales. Se pensaba que era un
tumor benigno, pero en realidad tenía
ramificaciones. La mastectomía le dejó
grandes cicatrices físicas y emocionales.
Siempre había sufrido de depresión,
paranoia y ataques de nervios, pero ahora
los síntomas de enfermedad mental se
recrudecieron. Se volvió recluida y evitaba
a sus amistades. Su reposo lo realizó en
«Los Granados», una casa de la familia
Botana en Don Torcuato (en el norte de
Buenos Aires). Fue atendida
especialmente por Salvadora y una
exalumna, Felisa Ramos Mozzi quienes
junto a una enfermera contratada por los
Botana la cuidaban en turnos.[8]

La quinta estaba rodeada por un parque


que era una pequeña reserva natural con
pavos reales, pequeños osos y plantas
exóticas de varias especies y además
tenía una biblioteca muy completa, pero
Alfonsina no pudo disfrutar de la estadía
por sentirse vulnerable a la enfermedad;
solo quería estar rodeada de amigas. Es
así que invitó a Fifí Kustow a permanecer
unos días con ella, pero su amiga no
aceptó la invitación porque, cuando fue a
visitarla, Alfonsina le enseñó un revólver
que tenía para defenderse en caso de robo
y a Fifí no le gustó la idea de dormir con un
arma al lado. Cuando Haydée Ghío la
visitó, Alfonsina le dijo «Haydecita, mi
cuerpo, mi cuerpo».

Después de veinte días de reposo y


habiendo pasado una noche de tormenta
que la asustó, resolvió irse a su casa de la
calle Suipacha 1123 donde vivió hasta el
año 1937 y posteriormente se mudó al
edificio Bouchard House frente al Luna
Park.[80]
Su carácter cambió, ya no visitó más a sus
amistades y no podía admitir sus
limitaciones físicas; deseaba vivir pero no
aceptaba los tratamientos impuestos por
los médicos. Solo asistió a una sesión de
rayos que la dejó exhausta y no pudo
soportar el tratamiento. No permitía que
su hijo la besara y se lavaba las manos
con alcohol antes de acercarse a él o de
cocinar.

Unos años antes, se había realizado un


examen de quirología con Eugenio Soriani,
un italiano estudiante de ingeniería
electrotécnica en el Politécnico de Turín.
El estudio fue parte de una nota para la
revista El Hogar y se publicó el 29 de mayo
de 1935, cinco días antes de la cirugía. El
resultado de este examen fueron detalles
de la vida privada de la escritora, de sus
capacidades intelectuales y se le
pronosticó un debilitamiento de la salud a
los 44 y a los 55 años de edad, previendo
una vida de más de 70 años. Este
pronóstico no fue certero. A dos días del
fallecimiento de Alfonsina el quirólogo
comentó en una nota para Noticias
Gráficas que la escritora estaba intranquila
e impresionada y solicitó que las
revelaciones no fueran publicadas. Con el
consentimiento de Soriani y del periodista,
el trato fue cumplido.[81]
El final

La conferencia de Montevideo fue un


presagio: las maletas estaban a medio
cerrar y el reloj apuraba su marcha. A
mediados de 1938 apareció Mascarilla y
trébol y una Antología poética con sus
poemas preferidos. La escritura de estos
libros le demandó varios meses. Cuando
inscribió su libro en el Concurso de Poesía,
le preguntó al director de la Comisión
Nacional de Cultura, Juan José de Urquiza
«¿Y si uno muere, a quien le pagan el
premio?», pregunta que el señor se la
tomó a broma, pero luego sus amigos
extrajeron conclusiones de este dicho.[82]
Otro suceso fue una solicitud a su amiga
Fifí para hospedarse en su casa Real de
San Carlos, pero esta le dijo que esos días
tenía visitas y Alfonsina resolvió viajar a
Mar del Plata. Cuando su amiga le pidió
que no fuera porque esa ciudad la alteraba
bastante, respondió: «Tenés miedo de que
muera en tu casa», y además le dio la
dirección donde se hospedaría en la
ciudad balnearia. El domingo 16 de
octubre se encontró en Tigre con la poeta
Abella Caprile. Esta le comentó sobre su
poema «Romancillo cantable» publicado
en La Nación y Alfonsina le dijo que podía
ser el último y le confesó que la
neurastenia la hacía pensar en suicidarse.
Su amiga le prometió que rezaría unas
oraciones por ella.[83]

El 18 de octubre de 1938 viajó a Mar del


Plata. Fue a la estación Constitución
acompañada de su hijo Alejandro ―de 26
años―[27] y de Lidia Oriolo de Pizzigatti,
dueña del hotel donde se alojaba
frecuentemente en la calle Tres de
Febrero. Cuando el tren partió le dijo a su
hijo que le escribiese, que lo iba a
necesitar.

Alfonsina le escribió dos cartas de


contenido ambiguo a su hijo, el 19 y 22 de
octubre, en las que parecía que luchaba
contra la decisión de terminar con su vida.
El jueves 20 escribió todo el día en el hotel
abrigada con un poncho catamarqueño,
aunque era primavera. Al día siguiente un
dolor en el brazo le impidió continuar con
su tarea. Sin embargo, se esforzó y el
sábado despachó una carta en el buzón.
Contenía su poema «Voy a dormir», el
último que escribió. El domingo tuvo que
concurrir el doctor Serebrinsky porque ya
no soportaba el dolor. El lunes le solicitó a
la mucama que escribiese por ella una
carta para Alejandro y a las once y media
se acostó a dormir.[9]
Desde allí, envió tres cartas: una a su hijo,
Alejandro; otra a Gálvez, para que
procurase que a su hijo no le faltase nada,
y un poema de despedida al diario La
Nación:

Dientes de flores, cofia de rocío,


manos de hierbas, tú, nodriza fina,
tenme puestas las sábanas terrosas
y el edredón de musgos escardados.

Voy a dormir, nodriza mía,


acuéstame.
Ponme una lámpara a la cabecera,
una constelación, la que te guste,
todas son buenas; bájala un poquito.
Déjame sola: oyes romper los brotes,
te acuna un pie celeste desde arriba
y un pájaro te traza unos compases

para que olvides. Gracias... Ah, un


encargo,
si él llama nuevamente por teléfono

le dices que no insista, que he


salido...
Monumento a Alfonsina Storni frente a la playa La
Perla (en Mar del Plata).

Hacia la una de la madrugada del martes


25 de octubre de 1938, Alfonsina Storni
abandonó su habitación y se dirigió a la
playa La Perla. Esa noche su hijo Alejandro
no pudo dormir; a la mañana siguiente, lo
llamó la dueña del hotel para informarle
que le habían reportado del hotel que su
madre estaba cansada pero bien.

Esa mañana, la mucama Celinda había


golpeado la puerta del dormitorio para
darle el desayuno y no obtuvo respuesta y
pensó que era mejor dejarla descansar y
fue lo que le comunicó a la dueña. Pero
cuando dos obreros descubrieron el
cadáver en la playa, se difundió la noticia;
su hijo se enteró por radio y el cuidador del
hotel, José Porto, se lo confirmó vía
telefónica. Hay dos versiones sobre el
suicidio de Alfonsina Storni: una de tintes
románticos, que dice que se internó
lentamente en el mar, y otra, la más
apoyada por los investigadores y
biógrafos, que afirma que se arrojó a las
aguas desde una escollera.[9][9]

A la tarde, los diarios titulaban sus


ediciones con la noticia: «Ha muerto
trágicamente Alfonsina Storni, gran poeta
de América». La sorpresa obligó a
reconstruir el hecho. A las ocho de la
mañana, los obreros de la Dirección de
Puertos Atilio Pierini y Oscar Parisi
observaron algo flotando a doscientos
metros de la playa La Perla y que podría
tratarse de una persona. Pierini se arrojó
al agua mientras su compañero
denunciaba el evento a la policía. Actuaron
la Comisaría Primera y la Subprefectura;
los cabos Antonio Santana y Dámaso
Castro ayudaron al joven obrero a llevar el
cuerpo sin vida a la orilla. Determinaron
que era una mujer bien vestida y que había
estado flotando poco tiempo. Una
ambulancia la trasladó a la morgue, donde
fue examinada por el doctor Bellati, quien
reconoció a Alfonsina Storni cuando
destapó el cuerpo. Se especuló que Storni
se arrojó desde la escollera del Club
Argentino de Mujeres a doscientos metros
de la costa. Sobre la escollera se encontró
uno de sus zapatos, el cual se había
enganchado con los hierros en el
momento en que su dueña se había
arrojado al mar.[84]

Esa misma tarde, en el Colegio Nacional


de Mar del Plata se organizó un homenaje
al que asistieron autoridades, alumnos y
periodistas y a las veinte y treinta el ataúd
fue trasladado a la estación Norte del
ferrocarril para llevarlo a Buenos Aires. La
gente le arrojó flores durante el traslado. El
tren con los restos de Alfonsina Storni
llegó a Plaza Constitución al día siguiente
a las siete y treinta de la mañana.[84]
Esperaban los restos dos filas de alumnos
del Instituto Lavardén y su hijo Alejandro
con sus amigos Arturo Capdevila, Enrique
Banchs, Fermín Estrella Gutiérrez y Manuel
Ugarte, quienes condujeron el féretro
hasta el Club Argentino de Mujeres en la
calle Maipú al 900 donde se llevó a cabo el
velorio. Ugarte colocó sobre las manos de
Storni unas rosas blancas.[85]

El cortejo fue acompañado, según el diario


Crítica, por un desfile iniciado en la plaza
San Martín, siguiendo por Arenales y
Libertad hasta la avenida Quintana
sumándose gente en el recorrido. Demoró
una hora en llegar al destino final: arribó a
las dieciséis y treinta horas, donde
aguardaban las autoridades nacionales y
el doctor Sagarna, miembro de la Corte
Suprema de Justicia, además de sus
colegas escritores. A su entierro asistieron
los escritores y artistas Enrique Larreta,
Ricardo Rojas, Enrique Banchs, Arturo
Capdevila, Manuel Gálvez, Baldomero
Fernández Moreno, Oliverio Girondo,
Eduardo Mallea, Alejandro Sirio, Augusto
Riganelli, Carlos Obligado, Atilio Chiappori,
Horacio Rega Molina, Pedro M. Obligado,
Amado Villar, Leopoldo Marechal,
Centurión, Pascual de Rogatis, Carlos
López Buchardo y Camila Olivieri, entre
otros.[86]

Los discursos de despedida fueron


iniciados por el titular de la SADE, Manuel
Ugarte y una vez finalizados los restos de
Alfonsina Storni fueron depositados en el
Cementerio de la Recoleta en la bóveda
familiar de Salvadora Onrubia, esposa de
Natalio Botana, periodista y director del
diario Crítica, quienes financiaron la
ceremonia, pero en 1963 se trasladó el
féretro al «Recinto de las Personalidades»
del Cementerio de la Chacarita, donde
actualmente reposan en el interior de una
escultura realizada por Julio César
Vergottini.[87]

Al otro día La Nación publicó su poema de


despedida, «Voy a dormir», que termina
con un misterio poético que ninguna
biografía podrá develar. Dice:

Si él llama nuevamente por teléfono

le dices que no insista, que he


salido...

Casualmente, en un período de 20 meses,


no solo murió Storni sino también sus
amigos y escritores Horacio Quiroga y
Leopoldo Lugones (ambos por
suicidio).[88]

Críticas
Según Alberto Acereda, la obra de
Alfonsina Storni es una defensa a la
libertad artística e individual. Su vida y
obra es un mito iconográfico de un
activismo resentido contra lo masculino.
Afirma que ella es un mito más; sus letras
muestran a una excelente poeta del amor,
una mujer luchadora por la igualdad
femenina que no se la puede ubicar en el
feminismo radical. En su vida y obra se
entremezclan emoción, sentimiento y
reflexión; su poesía es erótica
humanamente, busca el amor, tiene
vivencias y poesía de su ego angustiado
que termina con el suicidio.[89]
Acereda afirma que Storni fue feminista en
el sentido literal de la palabra, ya que
siempre buscó la igualdad entre el hombre
y la mujer. Tuvo el coraje necesario para
oponerse a la regla que exigía la virginidad
femenina pero no la masculina. De aquí
nació su obra Tú me quieres blanca,
heredera del Hombres necios de Sor
Juana. Lo mismo ocurre en poemas como
Hombre pequeñito, La que comprende,
Siglo XX o Veinte siglos, textos basados en
la búsqueda de la igualdad real para la
mujer en el medio. Se pueden poner como
ejemplo además La inquietud del rosal
(1916), El dulce daño (1918),
Irremediablemente (1919), Languidez
(1920), y los posteriores Ocre (1925),
Mundo de siete pozos (1934) y Mascarilla y
trébol (1934) y otras creaciones en prosa y
teatro como un intento de lograr la libertad
femenina contrarrestando la tendencia
machista de ese entonces.[89]

El autor afirma que hay críticas del


feminismo radical que presentan la obra
de Alfonsina Storni dentro de un lenguaje
complicado y enmarañado lleno de pura
demagogia dando una falsa idea de
sabiduría. Estas críticas radicales
conforman un hilo complicado que
termina por cansar. Lo real (según
Acereda) es que en ella está el «yo» de
mujer, el sentimiento encarnado en la
mujer que aboga por la igualdad con el
varón pero admite la necesidad de él
como compañero.[89]

Por su parte, el crítico José Miguel


Oviedo[c] señaló que ni el contexto ni la
manera de pensar de Alfonsina Storni
permiten dudar de su deseo de igualar al
hombre con la mujer porque no hay
ninguna ironía en esos versos.

Otras críticas califican a la obra de


Alfonsina Storni como prolífica, vigorosa y
original, y afirman que cambió las letras
latinoamericanas. Con cada una de sus
publicaciones se incrementaba su
importancia literaria y los críticos
mostraban más interés en su obra. Estas
críticas ubican a las obras en el
modernismo caracterizado además en el
acento romántico, la profundidad lírica y la
sencillez.[90]

Jaime Martínez Tolentino divide en dos


etapas a la obra de Alfonsina Storni. La
primera es de corte romántico y abarca
desde La inquietud del rosal hasta Poemas
de amor, los cuales están basados en las
temáticas del amor carnal y espiritual, con
dimensiones eróticas y sensuales dejando
ver insatisfacción y resentimiento hacia la
figura masculina. También afirma, como
Acereda, que en su obra la poeta defendió
los derechos de la mujer y que además se
preocupó por el contenido de sus obras y
empleó una gran cantidad de estructuras
poéticas.[d] La segunda etapa de la
clasificación de Martínez Tolentino
comienza con Mundos de siete pozos y
afirma que su título «…sirve de metáfora
para aludir a la imagen de la cabeza
humana y obra donde se observa el
predominio del intelecto sobre las
emociones». La poeta abandonó el
erotismo concreto y la nota autobiográfica,
para pasar a escribir sobre el amor de una
forma más abstracta y reflexiva utilizando
en ocasiones la ironía. Además, se centra
más en el contenido de su poesía y utiliza
más el verso libre y soneto sin rima. En
palabras del crítico: «…su poesía se vuelve
más depurada y pura, más hermética y
más repleta de simbolismo oscuro, y la
poeta comienza a rehuirle a las formas
poéticas de mayor libertad para acercarse
a otras de mayor restricción formal».[91]

El poeta Jorge Valdivieso reflexionó


acerca de la obra literaria y poética de
Alfonsina Storni:

La obra poética de Alfonsina Storni


ha producido reacciones muy
distintas en la crítica, pero en
general se ha tomado su creación
como ejemplo de la vida de una
mujer atormentada por el amor y
por las limitaciones sociales que se
imponían a la mujer de su época.

La licenciada chilena Elizabeth Frances


Richter Barragán afirma que las letras
poéticas de Alfonsina presentan un
conjunto de metáforas y ejercicios de
introspección que la hacen una viajera de
sí misma. Según Richter, la poeta expresó
en sus escritos un gran número de
estados de alma e ilustró el miedo a través
del lenguaje incluyendo la muerte. Este
último tema se presenta en los poemas
Versos otoñales, Melancolía y finalmente
Voy a dormir, redactado especialmente
para anunciar su suicidio.[92][e] Frances
Richter manifiesta, además, que la vida de
Alfonsina estuvo marcada por el dolor y la
muerte a raíz del cáncer mamario que se
presentó a una edad muy joven. La poesía
refleja la espera del momento final que
evoluciona con el transcurrir de los años.
En las letras, Alfonsina demostró un
estado de vejez espiritual que presenta su
cuerpo como un «recipiente de las aguas
frías y del hielo que bañan su alma
envejecida por una muerte inminente y
dolorosa». Y finalmente las letras de su
poema de despedida, el «Voy a dormir»
enviado al diario La Nación, anuncian la
partida final y su postura frente a la
muerte. No es un viaje hacia el interior
sino que lo es hacia la madre tierra,
madrina de su alma y de su mundo.[92] La
licenciada finalmente concluye que el
tema de la muerte lo manifestó de varias
formas: temor, rebeldía, aceptación, amor
y por último la entrega. Las letras que
provenían de su alma reflejan versos
hermosos, desgarrados e intensos pero a
la vez demostrando el temor a la
muerte.[92]
En una clasificación realizada por la
Crítica Literaria, la obra entre los años
1916 a 1925 se encasilla en
«tardorromántica» y a partir de Ocre se
provocará un cambio que se confirma en
Mundo de siete pozos y Mascarilla y trébol
presentando señales de vanguardismo y
nuevos recursos estéticos como el
antisoneto. Mereció un análisis separado
la obra Poemas de amor, que presenta un
tardorromanticismo por una parte y
lirismo y crítica irónica por el otro; se
muestra al amor como algo inalcanzable,
efímero y fugaz, y como un incentivo de
vida y de muerte. Constituye un punto de
vista de un cuerpo y una voz femenina que
atrae masivamente a un público numeroso
y provoca desconfianza en sus colegas
escritores. La obra puede verse como la
afirmación de una escritora mujer en un
ambiente histórico cultural
latinoamericano e internacional,
construyendo cierto discurso regular en la
variedad de géneros literarios.[93]

Sobre Poemas de amor, la misma


Alfonsina dice en el prólogo que «son
frases de estado de amor escritos en
pocos días ya hace algún tiempo» y no los
considera una obra de literatura, sino «una
lágrima de las tantas lágrimas de los ojos
humanos». Además, está lleno de un
sentimiento amoroso exagerado escrito
probablemente sobre la pasión, en sus
cuarenta y siete versos en prosa escritos
en el tiempo verbal presente del indicativo
casi por completo y donde se pueden leer
relatos basados en el sentimiento
amoroso con un tono erótico sensual
elevado que difieren intencionalmente el
orden literario de su tiempo histórico.[94]

Una vez finalizada la obra en prosa poética


se dedicó al verso donde la indagación
poética es constante y no expresa el tema
amoroso con tantos desbordes y delirios.
Parece que ya no le interesaba traspasar
ese límite, dando a entender el
agotamiento de este tema y dando lugar a
otros más cercanos a la conciencia
racional y estética.[95]

Reconocimientos
El 18 de noviembre se realizó un homenaje
en la Universidad de Montevideo,
organizado por la Sociedad Arte y Cultura
Popular. Juana de Ibarbourou envió unas
palabras, María V. de Muller expresó que
se había perdido a una amiga insustituible,
Eduardo J. Couture analizó Voy a dormir y
el poeta Carlos Sabat Ercasty compuso un
soneto.
El 21 de noviembre de 1938 el Senado de
la Nación le rindió un homenaje con un
discurso del senador Alfredo Palacios,
quien se centró en el contexto social para
explicarse con claridad.[96] Palacios dijo:

Nuestro progreso material asombra


a propios y extraños. Hemos
construido urbes inmensas.
Centenares de millones de cabezas de
ganado pacen en la inmensurable
planicie argentina, la más fecunda de
la tierra; pero frecuentemente
subordinamos los valores del
espíritu a los valores utilitarios y no
hemos conseguido, con toda nuestra
riqueza, crear una atmósfera
propicia donde puede prosperar esa
planta delicada que es un poeta.

Alfredo Palacios

En la costa de Mar del Plata, en la playa La


Perla, se erige un monumento realizado
por el escultor Luis Perlotti, que es
utilizado como lugar de peregrinación y de
escritura de grafitis.[97] Similar
reconocimiento se le ha realizado en otra
localidad costera de la provincia de
Buenos Aires, Santa Teresita, donde una
estatua de su figura fue emplazada en la
Avenida Costanera y Calla 30.
Su suicidio inspiró la canción «Alfonsina y
el mar», de Ariel Ramírez y Félix Luna, que
ha sido interpretada por innumerables
músicos de lengua española,
destacándose la versión de Mercedes
Sosa y la versión de Chabuca Granda. El
grupo de música celta Bad Haggis
también grabó una canción titulada
«Templo de agua», inspirada en el suicidio
y compuesta e interpretada en
colaboración con el panameño Rubén
Blades.[98] También los compositores
argentinos Saúl Cosentino y Juan María
Solare han musicalizado diversos poemas
suyos. Desde 1996 hasta 2010, la actriz
Amelia Bence la interpretó en "Alfonsina, el
mar y yo" (obra que intercalaba música y
poesía) en diversos teatros
latinoamericanos. Ella fue alumna de
Storni en el Teatro Infantil Lavardén
durante la década de 1920.[99]

Con motivo de la celebración del


septuagésimo aniversario de su muerte, la
Asociación Mujeres en el Arte de Valencia
en colaboración con O2 Project decidió
rendirle un homenaje a la poeta, para lo
cual se realizaron una serie de conciertos
en Nueva York, Luxemburgo, Bremen y
Buenos Aires entre enero y julio de 2009
con obras musicales basadas en sus
textos.
Varias calles llevan su nombre en
localidades de Argentina, por ejemplo en
el barrio porteño de Saavedra, en el barrio
Paso Piedras de Junín, en Rosario, en
Concepción del Uruguay y por supuesto en
Mar del Plata.

Véase también
Bibliografía de Alfonsina Storni

Notas y referencias
1. Cenáculo es una reunión de personas,
generalmente artistas o escritores, con
intereses afines.
2. «Causeur» es una palabra francesa que
significa conversador o platicador.
3. José Miguel Oviedo es doctor en
literatura por la Pontificia Universidad
Católica de Perú; profesor de Literatura en
universidades estadounidenses, «trustee
professor» de la Universidad de Pensilvania.
Realizó una gran labor como crítico literario
analizando la obra de varios autores.
4. Jaime Martínez Tolentino es un escritor
de Puerto Rico, profesor de idioma francés
en la Universidad de ese país. Además
realizó investigaciones sobre literatura
española y tuvo a su cargo la cátedra de
Literatura Española en la Universidad
Interamericana de Puerto Rico.
5. La licenciada en letras Elizabeth Frances
Richter Barragán tiene una mención en
Lingüística y Literatura por la Pontificia
Universidad Católica de Chile.

Referencias

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argentino, nació en Sala Capriasca (Suiza),
el 22 de mayo de 1892, trasladándose con
su familia a la Argentina, a muy temprana
edad».
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febrero de 2010.
3. «Rincón Literario - Escritores» .
Consultado el 20 de febrero de 2010. «El 29
de mayo de 1892, en Sala Capriasca, Suiza
nació Alfonsina Storni Martignoni. La
tercera hija del matrimonio Storni. Llevó el
nombre del padre. En 1896, la familia Storni
se instaló en la Argentina, en la provincia de
San Juan, donde ya habían vivido años
atrás».
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2008). «Alfonsina, esa mujer inolvidable» .
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«Quien lee la obra de Alfonsina Carolina
Storni (así reza su partida de nacimiento
extendida el 22 de mayo de 1892, en Sala
Capriasca, cantón Tisino) puede vislumbrar
a la mujer que hay detrás de la poesía».
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biográfica en el sitio web Geni. Afirma que
Alejandro Storni (Buenos Aires, 21 de abril
de 1912-Buenos Aires, 19 de diciembre de
2009) era hijo de Alfonsina Storni con
Carlos Tercero Arguimbau ―quien ya tenía
tres hijas: Delia Arguimbau, Francisca
Arguimbau y Rosa Arguimbau, de quien
Alejandro fue «medio hermano»―.
Alejandro se casó con María Emilia Maggio,
con quien tuvieron dos hijos: Alejandro
Eduardo Storni y otro/a.
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corazón» . Arcadia (49).
99. Martínez, Adolfo C. (20 de mayo de
2007). «Amelia Bence hace teatro por los
barrios» . Argentina: diario La Nación.
Consultado el 13 de marzo de 2011.

Bibliografía
Usadas como referencia

Delgado, Josefina (1991). Alfonsina


Storni: una biografía. Buenos Aires:
Planeta. ISBN 9789507420207.
— (2006). Diario La Nación, ed. Alfonsina
Storni, la caricia perdida. Aguilar.
ISBN 987-04-0483-9.
Uruguay Educa, Portal Educativo de
Uruguay. Apuntes sobre su vida y obra .
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formación de la subjetividad
femenina/feminista . Archivado desde el
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Storni: Análisis y contextualización del
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septiembre de 2015.
Diz, Tania (2005). Revista Científica de la
Universidad de Ciencias Empresariales y
Sociales, vol. IX, núm. 1, ed. Periodismo
y tecnologías de género en la revista La
Nota, 1915 - 1918 . Buenos Aires.
Consultado el 1 de septiembre de 2015.

Lecturas adicionales
Andreola, Carlos A.: Alfonsina Storni:
vida - talento - soledad. Primera biografía
integral y documentada que reúne
antecedentes estrictamente
desconocidos y revela aspectos
apostamente vedados hasta hoy; guía
cronología, práctica y fundamental,
destinada a las escuelas, colegios y
universidades. Buenos Aires: Ed. Plus
Ultra, 1976.
Atorresi, Ana: Un amor a la deriva -
Horacio Quiroga y Alfonsina Storni.
Montevideo: Solaris, 1997. (Colección
«Personajes de la historia») ISBN 987-
9172-11-6
Bula Píriz, Roberto: Alfonsina en mi
recuerdo: con una noticia bio-
bibliográfica y poesía comentada de
Alfonsina Storni. Montevideo: El Galeón,
1997. (Colección Literaria; 6). ISBN
9974-553-14-8
Mizraje, María Gabriela (1999):
Argentinas de Rosas a Perón. Buenos
Aires: Biblos.
Nalé Roxlo, Conrado / Mármol, Mabel
(1966): Genio y figura de Alfonsina
Storni. Buenos Aires: Editorial
Universitaria. (Biblioteca de América:
Colección genio y figura).
Verlichak, Carmen (1996): Las diosas de
la Belle Époque y de los años locos.
Buenos Aires: Atlántida (Colección
Ensayo Argentino). ISBN 950-08-1599-0

Traducciones

Poemas citadinos/Motivos de ciudad,


Gleiton Lentz (trad.), (n.t.) Revista
Literária em Tradução , n.º 2.
Florianópolis (Brasil), marzo de 2011.
ISSN 2177-5141.

Enlaces externos
Wikisource contiene obras originales
de Alfonsina Storni .
Wikimedia Commons alberga una
categoría multimedia sobre Alfonsina
Storni .
Portal dedicado a Alfonsina Storni en la
Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes
Audiolecturas y poemas de Alfonsina
Storni

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