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NACIONALISMO Y MILITARISMO EN EL PERU: 1968-1980

Luis Domínguez
Romero, Facultad de
Ingeniería, UNAM

Todos los peruanos debemos jugar por el equipo de la


casaquilla bicolor. Juan Velasco Alvarado

Nuestro capitalismo se alimentó más bien de la penetración


extranjera y desarrolló una modalidad monopólica de acumulación
sin saldar cuentas con el atraso agrario, parasitando el campo y
profundizando las desigualdades regionales. De ahí que haya
desgarrado aún más nuestra nación en formación, sin forjar un
Estado nacional que se exprese bajo formas democráticas.
Carlos Iván Degrogori.1

El golpe de estado efectuado por las Fuerzas Armadas del Perú en 1968,
encabezado por el General Juan Velasco Alvarado, se ha caracterizado por ser un
hito en la historia contemporánea del país. Por la trascendencia de este hecho, se le
ha definido mediante varias interpretaciones teóricas, de las que mencionaremos
algunas. Diremos que se ha definido al Estado peruano, y más específicamente al
papel que jugó el régimen militar en estos años, de la siguiente manera: se habla de
un conductivismo político y la noción del “soldado radical”; de un reformismo militar y
la alternativa del mito “la vía peruana al socialismo”; de la creación y fortalecimiento
del un capitalismo de Estado y la tesis del régimen intermedio; de un gobierno militar
visto como un experimento estatista-orgánico; y de un intervencionismo militar
coludido al capital internacional y la posición de la burguesía industrial, por señalar
algunas.2
Nosotros no elaboraremos una nueva interpretación de los hechos, sino que
trataremos de acercarnos a los acontecimientos, para explicar, por medio de una
revisión crítica, los cambios ocurridos durante el periodo que va de 1968 a 1980.
Antes de entrar en materia, creemos necesario hacer la distinción de dos fases en el
periodo que analizaremos: 1968-1975 y 1975-1980. En la primera, que hace
referencia a la administración de Velasco, el régimen militar propone:

. . . un amplio programa de reformas, destinado a implantar un nuevo modelo


de acumulación y establecer las bases un nuevo sistema de denominación
política.3

En la segunda fase, si bien en un principio se creyó en un cambio que sería


continuador y profundizador del proceso revolucionario, sin embargo, en esta
“segunda fase” –al mando del General Francisco Morales Bermúdez- se negó
desmontándose la “revolución” que se había iniciado en la primera.

I. Características generales del Perú antes del golpe de estado de 1968

a) Crisis general del sistema capitalista


Para la década de los setenta, el sistema capitalista mundial empieza a evidenciar los
primeros estragos del deterioro de la actividad económica, que posteriormente –a
mediados de la misma década- se agudizará en una crisis generalizada del sistema.
Esta crisis es considerada como una de las más severas que ha sufrido el capitalismo
en lo que va de nuestro siglo aun y considerando la crisis de 1929. Las fases de
ascenso pierden fuerza y la recuperación se va desarrollando parcial y limitadamente;
las expectativas de un nuevo auge se pierden en la medida en que aparecen los
signos de otro retroceso. Es decir, la reproducción del capital se altera a tal grado que
deja de perder su “continuidad”, aun dentro de su desenvolvimiento cíclico.
Ante este reconocimiento de su naturaleza y el de que se desarrolla en una
fase muy avanzada del capitalismo–en donde la persistencia de la inflación no
solamente crónica sino acumulativa y de altas tasas de desempleo muestran signos
particulares de la misma, combinada con múltiples fenómenos como son los
monetarios, los comerciales y los financieros- no basta con caracterizarla como una
caída cíclica. Sin duda es un fenómeno más complejo que el de una crisis clásica de
sobreproducción pues afecta a los mecanismos de regulación. Esta no es sólo
económica sino que tiene alcances políticos e ideológicos que no son hechos
circunstanciales o pasajeros, como con frecuencia señalan los teóricos burgueses.4
Ahora bien, si esta crisis se desenvuelve en el marco de aquella otra general del
capitalismo mundial, no por esto deja de afectar a los países subdesarrollados y
dependientes del sistema, sino que por el contrario es en éstos donde se manifiestan
con mayor fuerza y agudeza sus efectos. Por lo tanto, es en estos países en donde se
registran las más altas tasas de inflación, y los más altos niveles de desempleo y
subempleo, los desequilibrios financieros y comerciales que van en aumento y son
agravados por el deterioro de los términos de intercambio y el incremento del
endeudamiento.
Aquí es necesario señalar, que si bien la mayoría de los países subdesarrollados tiene en
común estos y otros aspectos, el impacto de la crisis es distinto en cada uno de ellos.
Esto obedece a las particularidades de su desarrollo capitalista, su grado de
articulación a la economía internacional y a la penetración del capital transnacional en
sus economías.

b) El Perú antes de 1968

Es en esta década, la de los sesenta, que el Perú registra un intenso proceso de


industrialización gracias a la implantación de la llamada “sustitución de
importaciones”. Con esta medida se pretendía cambiar el modelo económico
primario-exportador por otro de carácter industrializador, que enfrentara y resolviera
la problemática de su atraso y dependencia; que le permitiera alcanzar una mayor
homogeneidad en la estructura económica, para resolver los problemas
ocupacionales y de distribución del ingreso. Sin embargo, el proceso industrializador
no concluye en el dorado sueño de alcanzar un capitalismo independiente y
autosostenido. Esto se debe, principalmente, a la dependencia de insumos
importados que prácticamente se mantiene, para el conjunto de la economía y se
acrecienta para el sector de Bien de Capital, y a la penetración y financiamiento del
imperialismo –sobre todo el estadounidense-, que en el Perú se expresaba mediante
un creciente predominio del capital monopolista internacional, sobre las actividades
productivas como la minería, el petróleo y la industria.
Esta situación interna de inestabilidad económica y social, al inicio de los años
sesenta, abonada por los efectos de la crisis general del capitalismo, llevaron al Perú
a una crisis que se agudiza aún más en los años de 1966 y 1967.

Los inicios de la crisis se observan con nitidez en la evolución de las tasas de


crecimiento del PIB. En el año de 1960 la tasa era de un 8.2%, mostrando una
inestabilidad durante el gobierno de Belaúnde (1963-1968), pasando a una tasa de
4.6% en 1967 y después a otra de 1.4% en 1968. 5

De esta forma, la crisis económica, política y social se fue agudizando hasta


desembocar en el golpe de estado de 1968: la caída de la inversión casi
conjuntamente con la declinación del PIB; el paso de la inflación “normal” a la inflación
de recesión; las pugnas intercapitalistas por la distribución de ganancias; el creciente
desempleo; la mayor concentración en la distribución del ingreso; la deformación en
las pautas de consumo y la mayor acentuación del desarrollo desigual, acrecentaron
aún más ésta.

Estos hechos, a costa de una mayor explotación de los trabajadores, restablecieron


las condiciones para la reanimación económica que fue acelerada por los conflictos
sociales que precipitaron la caída de Belaúnde.
Por otra parte, antes del golpe militar de 1968, la “burguesía oligárquica”, fracción
hegemónica del bloque en el poder, tenía su base material en la producción agrícola
para la exportación (algodón y azúcar de caña). Sus intereses más importantes se
encontraban en la agricultura de exportación, con diversificaciones en la propiedad
inmobiliaria urbana, bancos, seguros, comercio, transporte, y en una extensión menor
en la manufactura. Estaba estrechamente ligada al capital extranjero y era capaz de
encontrar aperturas para la expresión política de sus intereses entre los militares y los
partidos políticos. Así también, en la sierra existía una burguesía correspondiente a la
fracción oligárquica, basada en la agricultura comercial cuya base material se
encontraba en la ganadería y en la producción agrícola, especialmente para el
mercado interno.

En lo referente al sector industria, después de la posguerra se había desarrollado


también una considerable burguesía industrial equipada para la producción para el
mercado interno: la existencia de un capital industrial “independiente” era fuerte en
aquellas actividades en las que tenía larga historia, por ejemplo en la industria
maderera, de alimentos y bebidas; existía también un sector de capital foráneo que
estaba asociándose cada vez más con la economía urbano-industrial;6 y estaba
emergiendo, también, un nuevo sector de capital peruano estrechamente ligado a las
nuevas actividades del capital extranjero, a menudo dependiente de financiamiento y
tecnología externa. Este grupo producía insumos para los sectores de bienes
durables (tales como repuestos de automóviles) o productos manufacturados bajo
licencia de compañías extranjeras

En vísperas del golpe de estado, las contracciones dinámicas de la acumulación de


capital en al formación social peruana habían alcanzado un nivel de intensidad que
requería una nueva forma de intervención del Estado: la contradicción entre trabajo
asalariado y capital se manifestaba en una creciente y aguda incidencia de acciones
huelguísticas, asociadas con la expansión de los campamentos de invasores de
tierras con el brote de contradicciones sociales en la esfera de la reproducción de la
fuerza de trabajo; los conflictos y contradicciones entre las fracciones del capital
aerocomercial e industriales habían alcanzado un punto de serio embate que los
partidos políticos convencionales eran incapaces de resolver efectivamente o de
mediarlo; la heterogeneidad de la estructura de clases, la limitada ausencia de las
relaciones de producción capitalista en todo el territorio del país y, más crucialmente,
el continuo atraso de la economía agraria tradicional definía un contexto socio-
económico en el cual los movimientos campesinos y la lucha de clases sobre la
cuestión agraria estaba adquiriendo un carácter crecientemente explosivo.
Fue a causa de la gravedad de estas contradicciones, y de su aparente situación
intratable dentro de la armazón tradicional del sistema político, que se da el golpe de
estado el 3 de octubre de 1968, asumiendo el poder el Gobierno Revolucionario de las
Fuerzas Armadas (GRFA). Al respecto, Julio Cotler expresará lo siguiente:

Si el primer rasgo de la militarización del estado es que su composición,


representación y legitimidad se funda en el aparato castrense, el segundo
es hacer adaptado las prácticas y procedimientos organizacionales del
mismo. La racionalización tecnocrática de los problemas y el
procedimiento burocrático de los actos de gobierno, así como el estricto
control que consuma la práctica del secreto y de la “razón de estado”.7
Así, los problemas de la nación pasaron a ser considerados como estrictamente
técnicos. De esta forma, la política se convierte en un acto burocrático que debe
de resolverse por vía administrativa, sin considerar el planteo ni la participación
autónoma de los diferentes sectores de la sociedad en la solución de sus
problemas.

II. Nacionalismo y militarismo en el Perú

a) Caracterización ideológica del nacionalismo peruano


El programa de reformas implantadas en la primera fase del GRFA asume un
carácter antioligárquico, nacionalista y antiimperialista, estas medidas iban
encaminadas a:
. . . poner fin al caos económico, a la inmoralidad administrativa, a la
improvisación, al entreguismo respecto a las fuentes naturales de riqueza y
a su explotación en beneficio de grupos privilegiados, así como a la
pérdida del principio de autoridad y a la incapacidad para realizar las
urgentes reformas estructurales que reclama el bienestar del pueblo
peruano. . .8

El gobierno militar planteará como principal finalidad llevar a cabo un proceso de


transformación de las estructuras económicas, sociales, políticas y culturales, con el
objetivo de apoyar la acumulación de capital y la creación de una nueva sociedad en
su país.
La revolución, para los militares, es principalmente nacionalista, independiente y
humanista y no responderá a ninguna ideología “extraña” a su pasado histórico, a los
intereses del pueblo peruano y a su propia realidad. Este movimiento principalmente
estará inspirado en “los altos valores de la patria”.

La Revolución Peruana se define como Nacionalista e Independiente y


doctrinariamente se fundamenta en un Humanismo Revolucionario de clara oposición
a los sistemas de explotación social y a los dogmáticos y totalitarios. Por tanto, recusa
los sistemas capitalista y comunista.9

Es decir, por ser nacionalista e independiente, la Revolución Peruana mantiene una


irrenunciable posición antiimperialista: rechaza cualquier intento de interferencia
extranjera; asume una actitud militante contra toda forma de dominación externa o de
dependencia política, económica o militar; y declara su posición de país no alineado,
ubicándose entre los países tercermundistas.
Por otra parte, a su vez, en su humanismo revolucionario convergen importantes
corrientes del pensamiento social surgidas de la tradición histórica universal: el
socialismo (no dogmático y totalitario); el pensamiento libertario y el cristiano. La
esencia de estas tradiciones –declara el gobierno revolucionario de las fuerzas
armadas- se expresa en su carácter participatorio y pluralista:

A partir de estas bases ideológicas, la Revolución Peruana plantea como


su objetivo final la construcción de una democracia social de participación
plena cuyos elementos esenciales son: a) un sistema político participatorio
apoyado en las bases populares; b) un sistema económico pluralista
basado en un prioritario sector de propiedad social; c) un sistema social
sustentado en un conjunto de comportamiento y valores morales que
enfaticen la justicia, la libertad, la participación, la solidaridad, la
creatividad, la honradez y el respeto por la dignidad de la persona
humana.10
b) Primera fase del régimen militar peruano: 1968-1975

El amplio programa de reformas implantado por el gobierno del General Juan Velasco
Alvarado, estaba destinado a estructurar un nuevo modelo de acumulación y
establecer las bases de un nuevo sistema de dominación política. Para lograr este
objetivo, que ayudará a superar al mismo tiempo las barreras que habían anquilosado
el desarrollo económico, se llevó a cabo la construcción de un poderoso sector estatal
que, asociado con el capital internacional, acelerará la acumulación de capital y
permitirá la inserción dependiente del país en un nuevo nivel de la división
internacional del trabajo del mundo capitalista:

La materialización de esta estrategia de desarrollo requiere de la


asociación entre el capital estatal y el capital extranjero, que asume
diferentes formas en los distintos sectores económicos. En el área minero-
petrolera esta asociación se concreta en la combinación de importantes
inversiones directas de empresas internacionales en la extracción con la
presencia del Estado en el transporte, refinación y comercialización de la
producción. En la Industria se ah desarrollado la fórmula de las empresas
mixtas.
. . Por su lado, el crecimiento de las empresas públicas se realiza en lo
fundamental sobre la base del financiamiento, la tecnología y la
supervisión del capital internacional. 11

De esta forma, quedaba en evidencia el carácter del nacionalismo y el


antiimperialismo peruano, esta asociación lejos de llevar al país a alcanzar su
independencia lo llevó a un callejón sin salida, en la medida que la dependencia
estructural se profundizaba:

Los avisos nacionalistas del gobierno de las Fuerzas Armadas mostraron


sus límites. Quedó al descubierto que el discursó político no correspondía
con los hechos. En términos generales, las tendencias, las políticas
monetarias y fiscales eran las mismas que las registradas en el gobierno
de Belaúnde. Aún más, lejos de que la mayor intervención del Estado en la
economía estuviera contenida la vía peruana al socialismo, ésta no hizo
otra cosa que llevar a un plano superior la contradicción fundamental –
apropiación privada socialización de la producción-, mostrándose con
mayor agudeza las tendencias desarrolladas en los sesentas. 12

Por eso, en la medida en que el proceso reformista avanzaba, hacía más clara la
objetividad de las reformas, éstas contrariamente a lo que esperaban los
planificadores, produjeron una reconcentración de la riqueza y del ingreso, así como
una mayor penetración de las empresas transnacionales en la economía del país.
Ahora bien, si el gobierno tenía como finalidad implícita la de construir un estado
comunitario, con claras fijaciones cristianas, que se expresará mediante un intento de
conciliación de clases y que procurará en su fin último la unidad nacional, la
reestructuración militar no dio cabida dentro de su proyecto a las organizaciones
populares y sí, por el contrario, rechazó la participación autónoma e independiente de
éstas. En otras palabras –expresará Cotler-, que la relativa democratización social
que supone el conjunto de las medidas gubernamentales se lleva a cabo de manera
autoritaria dentro del marco de la militarización del estado. 13
Para lograr obtener un consenso social que apoyara su proyecto, el Gobierno
Revolucionario de las Fuerzas Armadas, a lo largo de los primeros seis años de
existencia, intentó echar a andar como alternativa de cohesión social un sistema de
corporativización para que mediatizara la participación de las fuerzas populares. Fue
así como en base a este sistema se desarrolla en el seno del gobierno una tendencia
dispuesta a resolver la falta de “comunicación” entre los sectores populares y las
fuerzas armadas, este proyecto quedará plasmado en el Sistema Nacional de Apoyo
a la Movilización Social (SINAMOS).14 El SINAMOS, fuera de lo que esperaron los
militares obtener de él, desde un principio se ganó la repulsa de los diferentes
sectores de la sociedad. Las masas populares percibieron cómo a través de esta
política se pretendía encuadrar y mediatizar sus aspiraciones reivindicativas.

En la medida que SINAMOS legitimaba las reivindicaciones populares y proclamaba la


búsqueda de un socialismo “a la peruana”, alentaba las presiones redistributivas de la
población popular, que chocaba contra los intereses de acumulación por parte del
estado y de la burguesía, contrariamente a lo esperado, esas presiones apuraban el
divorcio entre la población y el gobierno, manifiesto en el surgimiento de una ola de
huelgas que duplicaba, en su número y personas afectadas, a las que había
experimentado el país en el periodo “prerrevolucionario”.15

Al igual que SINAMOS, se crean otros organismos que jugarán el mismo papel que
éste. Por ejemplo en el sector campesino se crea por Ley la Confederación Nacional
Agraria (CNA); en el sector obrero la Central de Trabajadores de la Revolución
Peruana (CRTP); en el magisterio el Sindicato de Educadores de la Revolución
Peruana (SERP), etcétera. Estas organizaciones, la igual que la instrumentación
política para reformular la organización de la sociedad alrededor de un aparato
corporativo que debía congregar la unidad nacional bajo el comando militar, fracasó
estrepitosamente, desde sus inicios.

Las propias limitaciones reformistas del gobierno, aunadas a su violencia verbal a


favor de las exigencias populares, determinó que la población popular derrotara en
todos los frentes, las perspectivas estatales. Sin embargo, la falta de integración
política de dicha población hizo imposible que esa derrota pudiera transformarse en un
triunfo político de las clases dominadas.16

Por otra parte, tendríamos que señalar que si bien el proyecto conciliador y
corporativista del régimen militar fracasó en el polo popular, lo mismo aconteció con
la burguesía industrial peruana. Aunque en un principio las reformas de corte
nacionalista lograron una ampliación relativa del mercado interno y la tasa de
ganancia de la burguesía, ésta no se alineó con el gobierno revolucionario. Este
rompimiento se explica, en términos generales, por el interés del nuevo estado por
desarrollar voluntariamente un proyecto manteniéndose alejado de las clases básicas
de la sociedad. La burguesía fue considerada, legítimamente, como un apéndice
“extranjero”, sin capacidad ni voluntad de revolucionar nacionalmente a la sociedad.
De ahí que los militares concibieran esta revolución “burguesa” aun en contra de la
voluntad de los burgueses.

. . . el estado, hasta 1975, se encontraba entre dos fuegos, el de las clases


populares y la burguesía, las que por razones diferentes, no encontraban en el
juego de conciliación de clases y no se incorporaron en la organización corporativa
17
dispuesta por el Estado.

La situación anteriormente descrita ponía al gobierno en “un clima de


desconfianza”. A esto tendríamos que agregar los siguientes factores, que
precipitaron aún más la crisis y la posterior caída del régimen de Velasco
Alvarado: a raíz de la recesión internacional, los precios de los productos de
exportación iniciaron una baja considerable, entre ellos el cobre; las expectativas
del auge petrolero se esfumaron, en tanto no se encontró el tan ansiado Dorado;
con esto se crea una difícil situación financiera, que afectaba duramente la
balanza comercial y de pagos; así también la huelga de la policía evidenció las
fisuras internas en la institución castrense; y por último, la tensa situación
fronteriza permanente con Chile y Bolivia obligó a los comandos militares de
derecha a retomar el poder.
El 29 de agosto de 1975, en un nuevo acto institucional, los comandantes de las
regiones militares desautorizaron a Velasco y lo obligaron a que renunciara. 18

c) Segunda fase del régimen militar peruano: 1975-1980

Desde el primer momento en que el gobierno del General Francisco Morales


Bermúdez toma el poder -29 de agosto de 1975-, éste se vio precisado a reconocer
que la economía peruana estaba en crisis por razones de orden interno y externo. El
modelo económico adoptado desde un principio por el nuevo gobierno consistió en
una drástica reducción del gasto fiscal, en la eliminación de los subsidios, en un
reajuste de precios del mercado interno, en la devaluación progesiva de la moneda y
en una apertura ilimitada hacia el capital privado nacional y extranjero. Estas medidas
iban encaminadas a restablecer la salud económica del país, además de procurar
distanciarse del proyecto nacionalista implantado por el gobierno anterior.

La estrategia de Morales Bermúdez sustentaba algunos cambios: 1) Expulsó a las


fuerzas populistas y nacionalistas de Velasco del Estado, el ejército, la burocracia,
disociando a su régimen de los “capitalistas nacionales” y los sectores de izquierda,
especialmente los del Partido Comunista Peruano y la Confederación General de
Trabajadores del Perú; 2) Sustituyó la coalición de alianza que sustentaba a Velasco
por el sector monopolista del capital nacional e internacional; y 3) Aplicó políticas
económicas, “sugeridas” por el FMI, tendientes a congelar salarios, disciplinar a la
fuerza de trabajo, reducir subsidios a los alimentos, el circulante monetario y el gasto
estatal, incrementar la tasa de interés, acudir a la devaluación monetaria para
“proteger” las reservas de la Banca Central y renegociar la deuda externa buscando
concertar nuevos préstamos.19

En realidad, ninguna de las medidas resultaron adecuadas y, la mayoría de las veces,


mostraron que la crisis que enfrentaba ahora el gobierno de Morales Bermúdez no
podía ser resuelta con medidas técnicas, pues su transfondo era más bien social.
En estas condiciones, la lucha popular alcanzó niveles que el gobierno sólo fue capaz
de detener mediante la represión. Este rescató y llevó a la práctica un viejo decreto
que limitaba el derecho de huelga, encarceló a dirigentes y abogados sindicales
buscando así con esto reprimir la acción de las masas:

A pesar de las restricciones de las huelgas, éstas tuvieron un crecimiento


insólito en la vida sindical, lo que incapacitaba al gobierno para resolver su
situación con los intereses internacionales y con la burguesía local. Por
otro lado, la burguesía se sumó a la presión sobre el estado para que
deshiciera las comunidades industriales, restringiera la autonomía de la
prensa y disciplinara al movimiento obrero, a fin de contribuir al arreglo de
la crisis económica. . .20

Mientras el gobierno revolucionario de las fuerzas armadas perseguía y reprimía al


movimiento popular, fue otorgando concesiones a la burguesía, así en julio de 1976,
cuando el gobierno provocó una nueva devaluación de su moneda del 44% -
inaugurando posteriormente una sucesión de minidevaluaciones-, conjuntamente
decretó el estado de sitio, el toque de queda del país, el cierra de las revistas y por
último el estado de emergencia nacional, que prohibía formalmente las huelgas y las
reuniones políticas y sindicales.

Cuando el régimen de Morales Bermúdez trató de resolver la crisis interna, aceptando


las reglas del juego establecidas por el capital internacional, el carácter de clase del
Estado se hizo tan evidente que la retórica “revolucionaria y nacionalista” de “ni
capitalismo, ni comunismo sino humanismo peruano”, ya no fue más una forma
efectiva para mantener a una creciente masa del pueblo, que estaba hambrienta,
desempleada o enfrentando la disminución de sus salarios. El régimen,
crecientemente, ha reemplazado la retórica con la represión. Las huelgas son
declaradas ilegales; los líderes despedidos, encarcelados y exiliados. Algunas
organizaciones que fueron creadas por los militares, para darle una base de
legitimidad (tales como la Confederación Nacional de Agricultura, la Confederación
de los Trabajadores Peruanos Revolucionaria) se han pasado a la oposición del
régimen. Como la crisis se agudizaba y la represión de las huelgas aisladas se
intensificaba, la huelga general se convirtió en un arma clave de los trabajadores y
campesinos. Las huelgas generales fueron organizadas exitosamente en julio 19,
1977, febrero 27 y 28, 1978 y, mayo 22 y 23, 1978. En el transcurso de cada huelga
se reflejaba una mayor organización y solidaridad y se incrementaba el aislamiento
de los militares. Con cada huelga, nuevos defensores del pueblo se incorporaban a la
lucha. Durante la huelga general de mayo de 1978, la ciudad entera fue paralizada,
los campesinos se unieron con los trabajadores para bloquear los caminos,
demostraron y aprendieron el poder de la lucha colectiva.21

La intensidad y proliferación de la represión social y política hicieron cada vez más


evidente que la lucha ya no solamente era económica, ante la imposición de las
medidas de “austeridad”, sino política ante un régimen contradictorio que buscaba
obtener su legitimidad y consenso social a través de la imposición.
Cercado, asimismo, por la presión financiera del Fondo Monetario Internacional y el
acoso político de la oligarquía ambiciosa de recuperar el poder, Morales Bermúdez
inicia un proceso de retorno al gobierno civil. En las elecciones de junio de 1978 el
APRA (Alianza Popular Revolucionaria Americana), la izquierda a través de Izquierda
Unida (UI) y la derecha tradicional, el Partido Popular Cristiano (PPC), se repartieron
en partes aproximadamente iguales las bancas de la Asamblea Constituyente que
redactaría la Constitución actualmente en vigor.
Por otra parte, “Acción Popular”, el partido de Fernando Belaúnde Ferry que había
boicoteado las elecciones constituyentes resultó triunfante en los comicios
presidenciales de 1980. Belaúnde inauguró su gestión presidencial devolviendo a sus
antiguos propietarios los periódicos expropiados por Velasco Alvarado y anunció una
política económica coherente con las recomendaciones del Fondo Monetario
Internacional. Coincidentemente se procedió a mantener el esquema neoliberal de la
economía peruana, abriendo las inversiones extranjeras y reduciendo la participación
del Estado en dicho sector.

De esta forma podemos concluir –expresaba Márquez Morales- con la reafirmación


de que la crisis que vive el Perú es una crisis global, que afecta a todas las instancias
del sistema, y que al igual que la del resto de América Latina, la crisis política del
Perú forma parte de la crisis general del sistema [capitalista].22

Notas

1 “Sendero Luminosos el desafío autoritario”, en Revista Nueva Sociedad, núm. 90, julio-
agosto, 1987, p. 27.
2 Ver: “Algunas consideraciones teóricas sobre el Estado peruano, 1968-1978”, David
Slater, Revista Mexicana de Sociología, Instituto de Investigaciones Sociales, UNAM,
vol. 44, núm. 4, oct-dic., 1982, pp. 1249-1278.
3 Portocarrero, Felipe, “El Estado y el capitalismo internacional en el Perú”, Revista Mexicana
de Sociología, Instituto de Investigaciones Sociales, UNAM, vol. 40, núm. 3 jul-sep.,
1978, pp. 977-978.
4 Márquez Morales, Arturo, “Perú: acumulación, crisis y Estado”, p. 155, en Imperialismo y
crisis
en América Latina, Daniel Cataife y otros, Instituto de Investigaciones Económicas,
México, DF, UNAM, 1985.
5 Márquez Morales, Arturo op. cit., p. 185.
6 Esta nueva forma de capital internacional estaba originalmente involucrada en las así
llamadas ramas intermedias, por ejemplo en caucho y químicos, pero más tarde en los
años sesenta, firmas extranjeras tales como la Volkswagen, Chrysler, Philips, Hoechst,
Unileve, Nestlé, Procter and Gamble, Pirelli y Singer, entraron en la economía para
establecer industrias de productos de bienes de consumo durables como, por ejemplo,
automóviles y aparatos eléctricos, también industrias de productos perecederos tales
como alimentos envasados y farmacéuticos. Ver David Slater, op. cit., p. 1269.
7 Cotler, Julio, “Perú: Estado Oligárquico y Reformismo Militar”, p. 403, en América Latina:
Historia de Medio Siglo, varios autores, Editorial Siglo XXI Editores, México, primera
edición, 1977, pp. 373-423.
8 Estatuto del Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas, decreto-Ley núm. 17063,
artículo primero, (Publicado en el Diario Oficial El Peruano el 4 de octubre de 1968),
citado en Cambios estructurales en el Perú 1968-1975, varios autores, editor Ernst J.
Kerbush, Instituto Latinoamericano de Investigaciones Sociales-Fundación Friedrich
Eber Lima, Perú, 1976, p. 161.
9 Bases Ideológicas de la Revolución Peruana, (Publicado en el Diario Oficial El Peruano el
26
de febrero de 1975), Ibidem, p. 183.
10 Op. cit., p. 186.
11 Portocarrero, Felipe, op. cit., pp. 978-

979. 12 Márquez Morales, Arturo, op. cit.,


p. 187. 13 Cotler, Julio, op. cit., p. 413.
14 SINAMOS era el organismo llamado a incorporar a las masas en el estado, a través de
un amplio aparato corporativo. Se dividía en sectores encargados de “apoyar” la
organización y reorganización de la sociedad en términos funcionales: campesinos,
trabajadores urbanos, pueblos jóvenes o barriadas urbanas, profesionales e
intelectuales, jóvenes.
15 Cotler, Julio, op. cit., p. 415.
16 Ibidem, p. 418.
17 Ibidem, p. 419.
18 Ibidem, p. 421.
19 Márquez Morales, Arturo, op. cit., p. 188.
20 Cotler, Julio, op. cit., p. 422.
21 Márquez Morales, Arturo, op. cit., p. 189.
22 Ibidem, p. 190.

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