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Heroísmo de capellanes y soldados en Malvinas

La atención espiritual a los militares tiene precedentes muy antiguos. Podemos


encontrarlos en la misma Sagrada Escritura: desde Moisés, que intercedió por el pueblo
de Israel perseguido por el ejército egipcio en su marcha hacia la Tierra Prometida 1 y,
más tarde, oró al Señor de los Ejércitos para que le diera a los israelitas la victoria en la
batalla contra Amalec2; hasta San Juan Bautista, que aconsejó a unos soldados 3; San
Pedro que bautizó al centurión Cornelio4; San Pablo que evangelizó a su carcelero 5. El
epígono lo constituye el mismo Señor Jesús, que atendiendo la súplica de un oficial
subalterno del ejército romano por un sirviente suyo que estaba enfermo, no sólo le
concedió lo que pedía sino que quedó admirado por la fe de este soldado: “Yo les
aseguro que ni siquiera en Israel he encontrado tanta fe”.6

Ya en el medioevo encontramos la descollante figura de San Juan de Capistrano


(1386-1456). Este franciscano acompañó a los ejércitos cristianos que al mando de Juan
de Hunyady derrotaron completamente a los turcos en Belgrado. Tal fue la magnitud de
esta victoria, que salvó a Europa de caer en poder de la media luna. El juicio moderno
del historiador Juan Hofer sostiene que “Juan de Capistrano salvó a Belgrado en tres
oportunidades: induciendo a Hunyady a trabar batalla naval; resistiendo a las propuestas
y presiones de los jefes militares para que se abandonara la ciudad a su suerte y, en la
noche del asalto, en ausencia de los jefes militares, animando a los combatientes con su
presencia y palabra”.7

En aquella Cruzada, San Juan de Capistrano alentó a sus hermanos capellanes


que lo acompañaban: “celebren Misa, escuchen confesiones, sosieguen las discordias,
curen a los heridos y a los enfermos, sepulten a los muertos, prediquen la valentía y la
resistencia. Ustedes los sacerdotes cuídense de golpear al enemigo, ni administrar a
otros piedras o flechas para herir o matar, ni lleven armas ni las preparen. Sus armas
contra los enemigos de la cruz de Cristo sean las oraciones, los sacrificios, las obras de
misericordia y la administración de los sacramentos”.8

1
Éx. 14, 13ss.
2
Éx. 17, 8-16.
3
Lc. 3, 14.
4
Hch 10, 1ss.
5
Hch 16, 29-33.
6
Lc 7, 9.
7
MIGLIORANZA, CONTARDO, San Juan de Capestrano, Buenos Aires, Misiones Franciscanas
Conventuales, 1994, p. 201.
8
Íb., p. 173.
Canonizado en 1690 por Alejandro VIII, en 1984 el Beato Juan Pablo II lo
declaró “Patrono ante Dios de los Capellanes Militares de todas las Fuerzas Armadas de
las regiones tanto occidentales como orientales del mundo”. Su festividad se celebra el
23 de octubre.

Haciéndose eco de esta inmemorial tradición y atendiendo a las indicaciones


pastorales del Concilio Vaticano II, el Beato Juan Pablo II promulgó el 21 de abril de
1986 la Constitución Apostólica Spirituali Militum Curae, por la cual los Ordinariatos
Castrenses fueron equiparados jurídicamente a las diócesis, con el fin de organizar
establemente la asistencia pastoral o religiosa de los militares católicos. Porque, como
dice el primer punto de la Spirituali Militum Curae, “La asistencia espiritual de los
militares es algo que la Iglesia ha querido cuidar siempre con extraordinaria solicitud
según las diversas circunstancias. Ciertamente éste constituye un determinado grupo
social y “por las condiciones peculiares de su vida”, bien porque formen parte de las
Fuerzas Armadas de forma voluntaria y estable, bien porque sean llamados a ellas por
ley para un tiempo determinado, necesitan una concreta y específica forma de asistencia
espiritual; por esta necesidad, a lo largo de los tiempos, ha velado la sagrada jerarquía, y
en particular los Romanos Pontífices, dada su función de servicio o “diaconía”,
proveyendo del mejor modo en cada uno de los casos, con la jurisdicción más apropiada
a las personas y a las circunstancias”.9 La Spirituali Militum Curae recoge lo enseñado:

1. En el Decreto Christus Dominus: “Como se debe especial solicitud al cuidado


espiritual de los soldados por las peculiares condiciones de vida, eríjase en cada nación,
según se pudiere, un Vicariato Castrense. Tanto el Vicario como los capellanes se
consagrarán fervorosamente a esta difícil obra en unánime cooperación con los Obispos
diocesanos.

Por tanto, los Obispos diocesanos ofrezcan al Vicario Castrense sacerdotes en


número suficiente idóneos para este grave cargo y favorezcan juntamente las iniciativas
para promover el bien espiritual de los soldados”.10

2. En la Constitución Dogmática Lumen Gentium: “Para el desempeño de la


misión de enseñar a todas las gentes y predicar el Evangelio a toda creatura, a fin de que
todos los hombres consigan la salvación por medio de la fe, del bautismo y del
cumplimiento de los mandamientos, Cristo prometió a los Apóstoles el Espíritu Santo, y

9
Constitución Apostólica Spirituali Militum Curae, p. 1.
10
Nº 43.
lo envió el día de Pentecostés, para que, confortados por su virtud, fuesen tus testigos
hasta los confines de la tierra ante las gentes, los pueblos y los reyes. Este encargo que
el Señor confió a los pastores de su pueblo es un verdadero servicio, que en la Sagrada
Escritura se llama con toda propiedad diaconía, o sea, ministerio”.11

3. En la Constitución Pastoral Gaudium et Spes: “Los que, al servicio de la


patria, se hallan en el ejército, considérense instrumentos de la seguridad y libertad de
los pueblos, pues desempeñando bien esta función contribuyen realmente a estabilizar la
paz”.12

4. En el Decreto Presbyterorum Ordinis: “Donde, empero, lo pidiere la razón del


apostolado, háganse más fáciles, no sólo la adecuada distribución de los presbíteros,
sino también las obras pastorales peculiares para diversos sectores sociales que deban
llevarse a cabo en alguna región o nación o en cualquier parte del orbe”.13

Con esto, la Iglesia brinda “la posibilidad de promover una acción pastoral cada
vez más adecuada y mejor organizada por una parte importante del Pueblo de Dios, es
decir, los militares y sus familias, con sus instituciones como cuarteles, escuelas
militares y hospitales”.14

Así, el Vicariato Castrense de la República Argentina, erigido por el Acuerdo del


28 de junio de 1957 entre el gobierno de nuestro país y la Santa Sede, se convirtió en el
Obispado Castrense de la República Argentina, siendo su primer Obispo Castrense
Monseñor José Miguel Medina, hasta entonces Vicario Castrense. Durante la Guerra del
Atlántico Sur, Monseñor Medina era el Vicario Castrense.

En nuestra Patria, la asistencia religiosa a las Fuerzas Armadas se remonta a los


tiempos españoles. Muchas capellanías castrenses de fuertes y cantones de frontera
dieron origen a parroquias y comunidades cristianas “civiles”. A modo de ejemplo,
encontramos que en las islas Malvinas, durante el período hispánico, entre 1767 y 1811,
actuaron 35 capellanes castrenses: 16 franciscanos, 18 mercedarios y un dominico. A
esto le agregamos los 21 capellanes navales de la Armada española, del clero secular,
embarcados en los navíos que periódicamente arribaban al archipiélago. Lo que nos da
un total de 56 sacerdotes para un período de 44 años. Dos de estos capellanes fallecieron

11
Nº 24.
12
Nº 79.
13
Nº 10.
14
BENEDICTO XVI, Discurso en el Encuentro Internacional para los Ordinariatos Militares, Roma, 22
de octubre de 2011.
en las islas y allí fueron sepultados: el mercedario Fray Juan López Neyla (+1/9/1788) y
el Pbro. Mariano José Zarco (+1803).

En 1806 las tropas hispano-criollas que expulsaron a los invasores ingleses


fueron al combate luego de asistir a la Santa Misa, ya sea en un templo, como las tropas
de Juan Martín de Pueyrredón en el templo de la Villa de Nuestra Señora de Luján antes
de enfrentar a los británicos en Perdriel, ya sea Misa de Campaña, como las tropas de
Santiago de Liniers en la Chacarita, antes de derrotar a los intrusos en las calles de
Buenos Aires.

El Primer Gobierno Patrio15 mantuvo la atención religiosa castrense que se hacía


desde los tiempos españoles. Sabemos que el Ejército Argentino “nació con la Patria en
mayo de 1810”, en virtud del decreto del 29 de mayo de 1810, emitido por la Junta
cuatro días después de su conformación. Y casi dos semanas después, el 14 de junio, se
produjo el nombramiento de los primeros capellanes castrenses por decreto de la Junta
presidida por Cornelio Saavedra, Comandante de Patricios, con acuerdo del Obispo de
Buenos Aires, a la sazón Teniente Vicario Castrense, Monseñor Benito de Lué y Riega.
Los primeros capellanes del Ejército Argentino fueron los Pbros. Joaquín Ruiz y
Manuel Albariño, destinados al ejército que se dirigió al Alto Perú.

También el ejército que marchó en campaña al Paraguay a fines de 1810,


comandado por el Grl Manuel Belgrano contó con capellanes castrenses: los Pbros. Juan
José García de Arboleya y Juan Valle. Antes de la batalla de Paraguary, se levantó un
altar de campaña en la cumbre del cerro Mbaey y se celebró allí la Santa Misa.

En 1812, estando al frente del Ejército del Norte, Belgrano hizo bendecir la
bandera por él creada. La bendición la hizo el capellán, canónigo Juan Ignacio Gorriti
en San Salvador de Jujuy el 25 de mayo de 1812. La preocupación de Belgrano por la
asistencia religiosa de sus tropas se evidencia en dos documentos de la época:

“Prevendrá a todos [los capellanes] cumplan con su obligación de hallarse


presentes a la hora del rosario, y cumplir con las órdenes que estén comunicadas sobre
prédica, dándome cuenta de los motivos por qué no lo ejecutasen.”16

15
El Pbro. Manuel Alberti, vocal de la “Primera Junta”, era Cura Párroco de San Nicolás. Entre marzo y
octubre de 1790 fue capellán castrense interino de la Guardia de Chascomús. Falleció en Buenos Aires el
31 de enero de 1811. Cf. Ludovico García de Loydi, Los Capellanes del Ejército, Bs. As., 1980, T. III p.
196.
16
Nota de Belgrano al Vicario Castrense Juan Ignacio Gorriti en AGN, Ordenanza al ejército. Tucumán,
28-X-1816
Y al Gobierno, le comunica el General lo que sigue:

“Acá trabajamos lo que se pueda, y espero que sea con buen éxito, mediante
Dios y Nuestra Generala, María Santísima de Mercedes: vista V. E. a las tropas con el
escapulario de esta Señora: mande que recen con devoción el rosario, y que los
capellanes le expliquen, después de él, la doctrina cristiana, siquiera un cuarto de hora:
no importa que lo ridiculicen los despreocupados; V. E. verá las felices resultas: hablo
por experiencia.”17

Veintidós días más tarde de esta comunicación de Belgrano al Triunvirato, la


Asamblea del Año XIII creó la Vicaría General Castrense, que nacionalizó y dio marco
jurídico a lo que ya se venía realizando desde los tiempos de la dominación española. El
Primer Vicario Castrense fue el Deán Dr. Diego Estanislao Zavaleta.

También el Padre de la Patria comprendió la necesidad absoluta de la asistencia


religiosa tanto del Regimiento de Granaderos a Caballo, como del Ejército de los Andes.
Así lo expuso el mismo Grl San Martín: “Se hace ya sensible la falta de un vicario
castrense, que contraído por su instituto al servicio exclusivo del ejército, se halle éste
mejor atendido en sus ocurrencias espirituales y religiosas que lo está actualmente por el
párroco de la ciudad, cuyas ocupaciones inherentes a la vasta extensión de su feligresía
le distraen de un modo inevitable. Si a todo se agrega carecer de capellán los cuerpos
del ejército, convendremos en la absoluta necesidad de esta medida.”18

Y bien, ¿qué perfil debe tener un capellán castrense? El capellán castrense, ante
todo, es sacerdote de Jesucristo. Pero con una vocación particular para ser pastor de las
almas que sirven a la defensa y la seguridad de la Patria. Como sacerdote, es enviado a
anunciar el Evangelio y a administrar los sacramentos ahí donde estén presentes los
militares y sus familias. Apremiante exigencia que es, nada más ni nada menos, que
“garantizar a los hombres y mujeres de las Fuerzas Armadas una asistencia espiritual
que responda a todas las exigencias de una vida cristiana coherente y misionera. Se trata
de formar cristianos que tengan una fe profunda, que vivan una práctica religiosa
convencida y que sean testigos auténticos en sus ambientes.”19

17
AGN, Oficio del Belgrano al Gobierno, Jujuy, 6-VI-1813.
18
Nota de San Martín al Gobernador Intendente de Mendoza Toribio de Luzuriaga en AGN, Documentos
referentes a la Guerra de la Independencia y Emancipación de la República Argentina, Bs. As., 1917, p.
372.
19
BENEDICTO XVI, Ibídem.
El Santo Padre Benedicto XVI, atento a la evangelización del mundo militar, nos
exhorta a los capellanes castrenses a “tener una sólida formación humana y espiritual,
una constante atención por la propia vida interior y, al mismo tiempo, estar disponibles a
la escucha y al diálogo, para poder acoger las dificultades personales y ambientales de
las personas a ellos confiadas”.20

Abnegación, celo apostólico, fortaleza, caridad pastoral, a semejanza de Nuestro


Señor Jesucristo, que “no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida”. 21 Hasta
el heroísmo, porque “nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos”. 22
Debe ser el capellán el hombre que haga presente a Jesucristo en aquellos que poseen
una vocación de servicio tan peculiar como la milicia, que implica de suyo la
posibilidad de ofrendar la vida, si fuera preciso, para asegurar la defensa y la integridad
de la Patria. Por eso, el Romano Pontífice nos recuerda que “la vida militar de un
cristiano, de hecho, se pone en relación con el primero y más grande mandamiento, el
de amor a Dios y al prójimo, porque el militar cristiano está llamado a realizar una
síntesis por la que sea posible ser un militar por amor, cumpliendo el ministerium pacis
inter arma”.23

Sirva este marco doctrinal e histórico para comprender la importancia de la cura


de almas de nuestros hermanos militares, máxime en el momento supremo de ofrendar
la vida por la defensa de la Patria. Como acaeció 1982 en la turba malvinera, las frías
aguas del Atlántico Sur y en los cielos australes, siguiendo la senda trazada por los
fundadores de la Patria, que iban al combate comulgados, encomendados a María
Santísima, aferrados al Rosario y al escapulario, que los capellanes les brindaron,
manteniendo una clara continuidad espiritual con las gestas reconquistadoras y
emancipadoras que dieron origen a nuestra Patria.

20
Ídem.
21
Mt. 20, 28.
22
Jn. 15, 13.
23
BENEDICTO XVI, Ibídem.

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