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Las circunstancias actuales han cambiado en todas las latitudes. Pero será
siempre una realidad la “persecución” contra los seguidores de Cristo como él
mismo profetizó (cf. Jn 15-16; Mc 13, 9). La Iglesia estará siempre “en estado de
persecución” (Dominum et vivificantem, 60). Las dificultades, siendo muy
diversas, no son menores en la actualidad, especialmente en una sociedad donde
se sobrevalora lo útil, lo eficaz, lo inmediato, la ganancia, el éxito, las impresiones,
las leyes que contrastan con la conciencia... El cristiano que quiera ser
coherente, tendrá que estar dispuesto, en cualquier época, como decía san
Cipriano refiriéndose a los mártires y confesores del siglo III, a “no anteponer
nada al amor de Cristo”.
La beatificación de los nuevos 188 mártires, todos ellos japoneses y casi todos
laicos (183), tendrá ciertamente una gran repercusión, especialmente en el Japón.
Si “la sangre de mártires es verdadera semilla de cristianos” (según Tertuliano:
PL I, 535), esta realidad martirial actual anuncia, a pesar de las previsiones
humanas, un resurgir de la comunidad eclesial en el Japón, con repercusión en la
Iglesia universal.
Los años que transcurren entre 1549 y 1650 se han calificado de “siglo cristiano”
del Japón; en 1644 los católicos eran unos 300.000, según la cifra aceptada por
algunos historiadores. San Francisco Javier había escrito en 1552 que se
produciría persecución azuzada por algunos bonzos. Él mismo había manifestado
la alegría de poder llegar a ser mártir.
Desde el martirio masivo de Nagasaki, el 5 de febrero de 1596, con Pablo Miki, s.j.,
a la cabeza -veintiséis mártires ya canonizados el 8 de junio de 1868, entre los
que aparece san Felipe de Jesús-, hubo siempre grandes martirios:
Como dato interesante hay que constatar que en 1632 fueron desterrados a
Manila más de cien leprosos cristianos. En 1601 tuvieron lugar las primeras
ordenaciones de sacerdotes japoneses, jesuitas y diocesanos. A pesar de la
fidelidad por parte de la inmensa mayoría, se constata también la
primera apostasía de un misionero europeo, el padre Cristóbal
Ferreira, en 1633.
La invasión de Corea, a finales del siglo XVI, había dado como resultado la
llegada de muchos esclavos coreanos, que vivían en el distrito de Nagasaki
llamado Korai-machi. En una reunión de los misioneros con el obispo de
Nagasaki, padre Cerqueira, s.j., en 1598, se inició un proceso de liberación.
Muchos coreanos se hicieron cristianos; algunos serían mártires, ya beatificados
y canonizados.
De los detalles concretos del martirio consta por parte de numerosos testigos y
por documentos contemporáneos eclesiásticos y civiles, puesto que las
autoridades dieron pie a la máxima espectacularidad de cada evento. Muchas
veces, los perseguidores hicieron desaparecer los restos, por ejemplo arrojando
las cenizas en el mar, para evitar el culto a las reliquias de los martirizados. Pero,
todavía hoy, algunos de estos mártires son considerados como héroes por la
sociedad japonesa no cristiana.