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MARTIRES JAPÓN

Presentación histórica del martirio realizada por monseñor Juan


Esquerda Bifet, director emérito del Centro internacional de
animación misionera (Ciam) con motivo de la beatificación de 188 mártires
durante el pontificado de Benedicto XVI en el año 2008.

Pedro Kibe Kasui y 187 compañeros mártires (1603-1639)


A fin de resaltar la actualidad del tema de la esperanza, decía el Papa Benedicto
XVI a los obispos del Japón en la visita “ad limina” del 15 de diciembre de 2007,
citando su segunda encíclica: Quien tiene esperanza vive de otra manera;
se le ha dado una vida nueva (Spe salvi, 2). Y para contextualizar esta
afirmación añadió: “A este respecto, la próxima beatificación de 188 mártires
japoneses ofrece un signo claro de la fuerza y la vitalidad del testimonio cristiano
en la historia de vuestro país. Desde los primeros días, los hombres y
mujeres japoneses han estado dispuestos a derramar su sangre por
Cristo. Gracias a la esperanza de esas personas, "tocadas por Cristo, ha brotado
esperanza para otros que vivían en la oscuridad y sin esperanza" (Spe salvi, 8).
Me uno a vosotros en la acción de gracias a Dios por el testimonio elocuente de
Pedro Kibe y sus compañeros, que "han lavado sus vestiduras y las han
blanqueado con la sangre del Cordero" (Ap 7, 14 ss)" (L'Osservatore Romano,
edición en lengua española, 28 de diciembre de 2007, p. 8).
Fueron muchos miles los cristianos japoneses que, en el decurso de
cuatro siglos, pero especialmente durante los siglos XVI-XVII, dieron
este testimonio heroico de esperanza. Algunos ya han sido canonizados. El
8 de junio de 1862, Pío IX canonizó a veintiséis. El mismo Papa beatificó a 205 el
día 7 de julio de 1867. Juan Pablo II canonizó a veintiséis el día 18 de octubre de
1987. Los nuevos 188 mártires -han sido beatificados el pasado 24 de noviembre-
se suman, pues, a una cifra considerable que, no obstante, viene a ser sólo una
pequeña representación de los muchos miles que dieron la vida por Cristo,
además de los innumerables que afrontaron toda suerte de sufrimientos por el
Señor.
Esta realidad histórica queda ya como un hecho salvífico imborrable en la
evangelización del Japón y es también una herencia común para toda la Iglesia.
Será siempre un punto de referencia, como lo ha sido para toda la historia eclesial
la realidad martirial de los primeros cuatro siglos del cristianismo bajo el imperio
romano.

Entre estos mártires se encuentran todas las clases sociales. Cabe


recordar que hubo también algunas apostasías, como en toda
persecución. Pero, al contemplar el conjunto admirable de unas
estadísticas controladas, cabe preguntarse sobre el punto de apoyo de
su perseverancia ante el martirio. ¿Qué preparación y medios habían
tenido? ¿Cuál fue y sigue siendo la clave de la perseverancia?

Las circunstancias actuales han cambiado en todas las latitudes. Pero será
siempre una realidad la “persecución” contra los seguidores de Cristo como él
mismo profetizó (cf. Jn 15-16; Mc 13, 9). La Iglesia estará siempre “en estado de
persecución” (Dominum et vivificantem, 60). Las dificultades, siendo muy
diversas, no son menores en la actualidad, especialmente en una sociedad donde
se sobrevalora lo útil, lo eficaz, lo inmediato, la ganancia, el éxito, las impresiones,
las leyes que contrastan con la conciencia... El cristiano que quiera ser
coherente, tendrá que estar dispuesto, en cualquier época, como decía san
Cipriano refiriéndose a los mártires y confesores del siglo III, a “no anteponer
nada al amor de Cristo”.

Afirmar hoy explícitamente la divinidad y la resurrección de Jesús es un riesgo de


“martirio”, de marginación y descrédito... Decidirse por seguir los principios
básicos de la conciencia y de la razón iluminados por la fe -sobre la vida, la
familia, la educación- será frecuentemente fuente de malentendidos y
tergiversaciones por parte de los que se oponen a los valores evangélicos.
[El artículo se escribe antes de la beatificación. En la imagen el Cardenal Saraiva,
entonces Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, en
representación de Benedicto XVI, durante la ceremonia de beatificación.]

La beatificación de los nuevos 188 mártires, todos ellos japoneses y casi todos
laicos (183), tendrá ciertamente una gran repercusión, especialmente en el Japón.
Si “la sangre de mártires es verdadera semilla de cristianos” (según Tertuliano:
PL I, 535), esta realidad martirial actual anuncia, a pesar de las previsiones
humanas, un resurgir de la comunidad eclesial en el Japón, con repercusión en la
Iglesia universal.

El martirio cristiano es siempre un “misterio” de la historia. Ninguna figura


histórica ha sido tan amada y tan perseguida como la figura de Jesús, que
prometió estar presente entre los que creen en él. Pero la vida martirial de
los discípulos de Jesús es siempre una gracia que tiene un dinamismo
misionero imparable.

Un hecho histórico de valor permanente: los mártires japoneses,


especialmente de los siglos XVI-XVII

El 15 de agosto de 1549 llegó san Francisco Javier al Japón, donde desarrolló su


actividad apostólica durante unos tres años. Los jesuitas fueron llegando
continuamente. Los primeros franciscanos misioneros llegaron de Filipinas en
1592. Los dominicos y agustinos, también procedentes de Filipinas, llegaron en
1602. Hay que recordar que las Filipinas fueron evangelizadas inicialmente por
los misioneros agustinos, ya desde la ocupación española, en 1565. Fueron
cuatro las Órdenes religiosas que evangelizaron el Japón durante
estos inicios: jesuitas, franciscanos, dominicos y agustinos.

Los años que transcurren entre 1549 y 1650 se han calificado de “siglo cristiano”
del Japón; en 1644 los católicos eran unos 300.000, según la cifra aceptada por
algunos historiadores. San Francisco Javier había escrito en 1552 que se
produciría persecución azuzada por algunos bonzos. Él mismo había manifestado
la alegría de poder llegar a ser mártir.

Se pueden observar, en el contexto histórico, diversos motivos circunstanciales


que dieron origen a la persecución: las luchas comerciales por parte de
navegantes ingleses y holandeses, que sembraban la sospecha y el rechazo hacia
los portugueses, provenientes de Macao, y hacia los españoles, provenientes de
Filipinas; el temor de algunas autoridades japonesas a una invasión; la inquina
de algunos bonzos budistas que veían disminuir a sus seguidores. Pero los
mártires japoneses murieron por no querer renunciar a su fe; se les
proponía la posibilidad de salvar su vida a precio de esta renuncia a la
misma, aunque fuera simulada.

Un primer edicto de persecución en todo el país fue firmado en 1614, y se


enviaron copias a todos los daimyós del Japón. Hay que recordar que existía un
ambiente de guerra civil en Japón entre dos shôgun o gobernadores mayores; de
hecho, el emperador estaba como “prisionero” en Kyoto. Tokugawa Leiasu se
proclamó shôgun en 1603 y murió en 1616, contra el Shôgun Toyotomi Hideyoshi,
dejando fundada la dinastíaTokugawa. Tokugawa Yemitsu asumió la plena
autoridad del shôgunado en 1632 y reclamó obediencia absoluta a su autoridad
por parte de los cristianos, por encima de la fe y de la conciencia.

Estas dificultades se acentuaban por el hecho de que, para los perseguidores,


losshôgun -gobernadores mayores- eran la ley suprema. Los cristianos tenían que
ser eliminados porque seguían el primer mandamiento del decálogo: amar a Dios
sobre todas las cosas. Ese es el argumento del apóstata Fabián Ungyô, con su
libro: Ha Deus, Contra la secta de Dios, año 1620.

Se puede constatar la internacionalidad de los mártires, aunque la inmensa


mayoría eran japoneses. En la documentación y también en las listas de los ya
beatificados o canonizados, se encuentran coreanos, mestizos (luso-japoneses,
chino-japoneses), de Malaca, un indio de Malabar, un indio de Bengala, uno de
Sri Lanka, algunos chinos, etc. Entre los misioneros, casi un centenar, había
portugueses, españoles, italianos, mexicanos y algunos de Flandes, Francia,
Filipinas, Polonia...

Los primeros mártires fueron asesinados ya en 1558. Desde entonces


están documentados los martirios, al inicio casi anualmente y en diversos
lugares del Japón, hasta 1867. Pero especialmente quedan documentados con
más precisión hasta el año de la clausura del Japón, en 1639, época Sakoku o de
país clausurado. Todavía después de esta fecha, quedaron -o ingresaron
clandestinamente- muchos cristianos, misioneros y catequistas que fueron
mártires durante el decurso de todo el siglo XVII.

Desde el martirio masivo de Nagasaki, el 5 de febrero de 1596, con Pablo Miki, s.j.,
a la cabeza -veintiséis mártires ya canonizados el 8 de junio de 1868, entre los
que aparece san Felipe de Jesús-, hubo siempre grandes martirios:

 En Edo-Tokio - año 1613, con veintitrés mártires.


 En Arima-Kuchinotsu -año 1614, con cuarenta y tres mártires.
 En Miyako-Kyoto - año 1619, con cincuenta y tres mártires.
 Nagasaki - año 1622, con cincuenta y tres mártires.
 Shiba-Edo - año 1623, dos grupos, con cincuenta y veinticuatro mártires.
 Minato-Akita - año 1624, con treinta y dos mártires.
 Kubota-Akita - año 1624, con cincuenta mártires.
 Okusanbara - año 1629, con cuarenta y nueve mártires.
 Omura - año 1630, dos grupos, con setenta y tres, y diez mártires
 Aizu-Wakamatsu - año 1632, con cuarenta y tres mártires.
 Edo-Tokio - año 1632, con quince mártires, etc…

Es imposible concretar con exactitud el número de mártires. Ciertamente


pasaron de varios miles. El cálculo más conservador sobre este número,
desde finales del siglo XVI hasta mediados del siglo XVII, indica entre
5.000 y 10.000 mártires(cf. Positio, p. 40). Los mártires extranjeros no pasan
del centenar. Pero sólo en la llamada “insurrección” de Shimabara, abril de 1638,
según algunos escritores modernos, pudieron haber llegado a 20.000 -aparte de
los caídos en la guerra- los japoneses que fueron sacrificados por el hecho de ser
cristianos. En una publicación reciente, las fichas documentadas y precisas, con
nombre, fecha, lugar, modalidades, etc., pasan de dos mil, pero alguna de estas
fichas se refiere a algún grupo sin poder precisar más (El Martirologio del Japón
1558-1873; ver el grupo de Shimabara en la página 740).

Es impresionante la actitud de muchos niños mártires, en solitario,


en grupo o con sus padres. Algunos eran de muy tierna edad. Un
testimonio muy documentado habla de un grupo de dieciocho niños,
en el segundo gran martirio de Edo-Tokio, 24 de diciembre de 1623: “Los seguían
(a los mártires adultos) dieciocho niños, que como casi todos eran pequeñitos y
no sabían todavía temer a la muerte, iban alegres y risueños como si fueran a
jugar, llevando algunos de ellos en las manos los juguetes que en esa edad suelen
usar, moviendo con ello a lágrimas a los mismos gentiles que lo veían... Llegados
al lugar determinado, los primeros en que se ejecutó la cruel sentencia fueron los
dieciocho niños, en los cuales ejecutaron crueldades tan bárbaras que sólo oírlas
causa horror”. (ib., p. 490).

Los suplicios fueron variando y recrudeciéndose, como puede constatarse en el


conjunto de los 188 que resumiremos más abajo. Además de la cárcel y
arresto domiciliario, se produjo frecuentemente la pérdida de todos
los bienes y el exilio. Pero en el caso de martirio cruento, además de
las decapitaciones, hogueras y crucifixiones, se ejercieron toda clase
de humillaciones o vejaciones y torturas, que constan detalladamente
en los documentos de la época, por parte de testigos presenciales. Además
de la amputación de miembros y el apaleamiento, se practicaba el ahogo lento o
repetido en agua, el veneno, el aceite hirviendo, la crucifixión, alanceados o
también quemados, el lanzamiento al mar, la inmersión en los sulfatos del monte
Unzen en Nagasaki, lapidación, tormento de la fosa -colgados boca abajo y
metida la cabeza en una fosa-, etc.
Eran de todas las clases sociales: nobles samurais, autoridades civiles, artesanos,
profesores, pintores, literatos, campesinos, ex-bonzos convertidos, esclavos ya
liberados y prisioneros de guerra (de Corea), algún corsario convertido,
trovadores ciegos especializados y diplomados en el arte melódico-narrativo.
Pero dentro del cristianismo se sentían todos como en familia.

Como dato interesante hay que constatar que en 1632 fueron desterrados a
Manila más de cien leprosos cristianos. En 1601 tuvieron lugar las primeras
ordenaciones de sacerdotes japoneses, jesuitas y diocesanos. A pesar de la
fidelidad por parte de la inmensa mayoría, se constata también la
primera apostasía de un misionero europeo, el padre Cristóbal
Ferreira, en 1633.

La invasión de Corea, a finales del siglo XVI, había dado como resultado la
llegada de muchos esclavos coreanos, que vivían en el distrito de Nagasaki
llamado Korai-machi. En una reunión de los misioneros con el obispo de
Nagasaki, padre Cerqueira, s.j., en 1598, se inició un proceso de liberación.
Muchos coreanos se hicieron cristianos; algunos serían mártires, ya beatificados
y canonizados.

La persecución y los martirios continuaron hasta 1873. Fueron todavía muchos


los mártires de la segunda mitad del siglo XIX, al inicio de la “apertura”
comercial del Japón. En 1873, por presión de los gobiernos occidentales, un
decreto oficial hizo retirar los bandos oficiales que habían prohibido la religión
cristiana durante siglos, desde el inicio del siglo XVII; los cristianos apresados
pudieron volver a sus casas. Pero en los años inmediatamente anteriores a 1873
habían muerto en las cárceles 664 cristianos, por inanición o por torturas. La
discriminación respecto de los católicos, a veces por parte de algunos bonzos
budistas, continuó hasta casi la segunda guerra mundial, a mediados del siglo XX.

El nuevo elenco de 188 mártires beatificados


El conjunto de los 188 mártires corresponde a una misma época (1603-1636).
Todos ellos fueron víctimas de la misma tendencia claramente persecutoria
respecto del cristianismo, con el objetivo claro y planificado de borrarlo
totalmente del Japón. Esta lista de 188 corresponde a quienes fueron
compañeros de otros numerosos mártires ya reconocidos precedentemente por la
Iglesia como tales, y que sufrieron el martirio en las mismas circunstancias.

En la presente lista destaca la fidelidad a la Santa Sede, por parte de Julián


Nakaura (sobre estas líneas); la tenacidad en seguir la vocación, padre Pedro Kibe;
la heroicidad de misioneros y catequistas japoneses perseguidos y ocultos
durante años; la vida cristiana de familias enteras sacrificadas, etc. Los treinta
samurais martirizados, nobles y casi siempre con sus familias, junto con
numerosos fieles del pueblo sencillo, son una muestra de la importancia de este
martirio para la historia del Japón, en un momento clave de su unificación
política en el inicio del siglo XVII; fueron fieles a la autoridad civil,dispuestos a
dar su vida y sus haciendas por sus señores, pero nunca a renegar de
su fe ni de los deberes de conciencia.

De los detalles concretos del martirio consta por parte de numerosos testigos y
por documentos contemporáneos eclesiásticos y civiles, puesto que las
autoridades dieron pie a la máxima espectacularidad de cada evento. Muchas
veces, los perseguidores hicieron desaparecer los restos, por ejemplo arrojando
las cenizas en el mar, para evitar el culto a las reliquias de los martirizados. Pero,
todavía hoy, algunos de estos mártires son considerados como héroes por la
sociedad japonesa no cristiana.

La intención anticristiana de los perseguidores es evidente, como consta por los


edictos de los gobernantes, así como por la búsqueda organizada para apresar a
todos los cristianos y la invención de toda clase de tormentos para conseguir la
apostasía, con la cual hubieran quedado liberados del suplicio.
Cinco son religiosos: cuatro jesuitas -tres sacerdotes y un hermano- y un padre
agustino; ciento ochenta y tres son laicos. Los treinta samurais murieron
indefensos, dejando aparte las armas, hecho inexplicable y señal de cobardía en
ellos si no fuera por un ideal superior. Hay niñas y niños pequeños, ya llegados al
uso de razón, que mostraron una tenacidad heroica unida a su candor y fervor
cristiano. Hay familias enteras, madres embarazadas o con sus hijos muy
pequeños, jóvenes y ancianos, catequistas -uno era ciego- y gente sencilla del
pueblo, que se prepararon asiduamente con oración y penitencias para el
martirio, mostrando siempre no solamente entereza y fortaleza, sino también la
alegría de dar la vida por Cristo.

Algunos de los mártires ya beatificados o canonizados anteriormente, habían


dejado escrito su testimonio sobre estos 188 mártires, que han sido beatificados
el pasado 24 de noviembre . La causa de los nuevos mártires, todos ellos
japoneses y casi todos laicos (183), no había sido estudiada hasta hace
pocos años. Fue Juan Pablo II, en su visita al Japón (año 1981), quien
alentó a recordar y estudiar otros muchos mártires además de los ya
reconocidos; esta invitación fue corroborada por una carta del entonces
prefecto de la Congregación para la evangelización de los pueblos, cardenal
Agnelo Rossi.

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