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Crouzet, Maurice. Arte Egipcio
Crouzet, Maurice. Arte Egipcio
I. EL ARTE
Así pues, el arte egipcio tuvo su evolución, que refleja bastante bien el desarrollo
de la propia monarquía. El Imperio Antiguo, creador de lo que se podría llamar el
modelo y los ritos del Estado, crea ya las tradiciones y los prototipos del arte.
Hay que señalar, sin embargo, una excepción: la arquitectura, pues el plano del
templo tarda mucho en precisarse y las grandes pirámides reales construidas
bajo la IV dinastía quedan sin réplicas. Pero ya están creados los principales
modelos de columnas: las que desde Champollion se llaman "protodóricas", que,
por su forma sin basamento, con su fuste tallado en anacalados, con su capitel
muy simple, evocan un tipo que los griegos popularizarán, aunque inventándolo
más que imitándolo; y las columnas que figuran un haz de tallos terminados, a
guisa de capitel, por una flor de loto o de papiro. La escul tura, alcanza una
técnica notable, crea estatuas y, en las estelas y sobre los muros de los
templos, hallamos los relieves que tratan los temas destinados a ser repetidos
durante siglos: el rey, los dioses, la esfinge, el difunto y su fa milia, las ofrendas
a la divinidad y a los muertos, las escenas de la vida cotidiana, etc. Para todo
esto, las principales convenciones en cuanto a la representación del cuerpo
humano, las actitudes, el vestido y los atributos, están fijadas desde este
momento.
Como iniciador, el arte arcaico se encontró frente a dos grandes tendencias,
realismo e idealismo, entre las que todo arte debe escoger. Reflexionando sobre
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ellas, tomó de ambas una parte variable según la destinación de su tra bajo.
Aunque observando la ley del tema, el arte privado conservó mucha más
libertad: se conformó más con la realidad, que sin duda interpretaba, pero sin
preocuparse de embellecerla en exceso; desdeñado lo que era demasiado pobre,
por degradado y miserable, recogía la vida hasta en sus aspectos pintorescos y
a veces humorísticos. En el arte oficial la relación fue inversa porque un exceso
de fantasía no era decorosa tratándose de dioses o de reyes. Así, se partió
también de la realidad observada, el retrato; pero intervino un hieratismo
respetuoso, guiado por la preocupación de transportarnos a una majestad
serena.
La evolución ulterior
Cada una de las épocas posteriores se señala por un matiz propio. El Imperio
Medio cumplió una gran obra de reorganización interna; sus faraones se
proclamaron fieles cumplidores del sentido del deber, en nombre del cual el
Estado asignaba a cada uno su puesto y su tarea en la labor colectiva. Se
descubre en la cara de ciertas estatuas regias, una humanidad más sensible,
también más atormentada y emocionante hasta en su rudeza; en este terreno, el
realismo progresa rápidamente.
Bajo el Imperio Nuevo se efectúa un retorno hacia el idealismo; pero ahora
la gracia elegante atempera la búsqueda de la noble expresión; nunca las clases
dirigentes de Egipto fueron tan ricas, tan materialmente felices y estuvieron
dotadas de tan amplios medios para satisfacer sus gustos refinados.
Breve, aunque total, al menos en la corte que se traslada a la nueva capital
de El.Amarna, la revolución de Amenofis IV·Akhenatón se tradujo en el arte
como en la doctrina religiosa, por una ardiente corriente de naturalismo. Éste
no retrocedía ni ante las tareas físicas, que no excusa ni en la persona del rey.
Pero su sinceridad le facilita la expresión de la intensa vida espiritual que
animaba al "inspirado" de Atón.
Por último, en el tiempo de las dinastías saítas, el esfuerzo para la restau-
ración de la unidad interna y de la potencia exterior, se acompañan en el arte de
una acentuada voluntad de arcaísmo. Se vuelve deliberadamente a los prototipos
del Imperio Antiguo, que se imitan, haciendo sufrir al retrato realista la misma
rigurosa esquematización.
La Arquitectura
Las excavaciones han ofrecido, sin embargo, algunas indicaciones. Por ejemplo,
el lugar de una población provisional, construida bajo el Imperio Medio junto a
un gran taller de construcción, ha podido ser prospeccionado cómodamente
porque al fin de aquellos trabajos había provocado su abandono. Se ha podido
levantar la planta de los tipos de casas construidas para el personal directivo y
para los obreros; todo ello con datos insuficientes para permitir precisar en las
viviendas grandes el destino de la mayor parte de las habitaciones. Limitémonos
a señalar la estricta clausura de la casa hada el exterior, el largo corredor
acodalado que conduce al patio principal en el que un pórtico bordea uno de los
lados largos, lo pequeños patios interiores, con columnas y estanques, las
terrazas que encima de las habitaciones permitían buscar el frescor; en suma,
una distribución del interior correspondiente a un doble deseo de intimidad
doméstica y de comodidad. En cuanto a las viviendas populares, edificadas en un
barrio especial, separado por una muralla del barrio rico, se limitaban a tres o
cuatro habitaciones exiguas, formando un elemento embutido en un conjunto
monótono, de planta geométrica en forma de damero. Esta búsqueda de la
intimidad doméstica o la humildad de la vivienda obrera, según la clase social de
que se trate, han sido encontradas también en otras partes. No hay en ello nada
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que sorprenda y sea verdaderamente original. No ocurre lo mismo con los
templos y las tumbas, monumentos hechos de materiales sólidos -la piedra no
faltaba -, y, por definición, construidos para una eternidad, que no les ha sido
negada.
El templo
El tipo del templo se fue fijando lentamente. Durante el Imperio Antiguo
parece que no era uniforme, teniendo casi cada divinidad el suyo; de este período
el mejor conocido es el templo del dios-Sol, construido a cielo abierto, como por
su esencia le convenía. En éste la estatua divina estaba reemplazada por un
símbolo solar puesto sobre un ancho basamento piramidal, que es el precedente
del obelisco. Mucho más tarde, el culto de Atón preconizado por su profeta regio
provocó la construcción en EI-, Amarna de un templo solar del mismo tipo. Quizá
un resto de esta especialización original se tradujo por la aparición, en el Imperio
Medio, del capitel de columna "hatórica", en el que el modelado resaltaba un sistro
y una cabeza de mujer adornada con orejas o cuernos de vaca y que siempre
estuvo reservado a los templos consagrados a las divinidades femeninas. Sin duda
este mismo período creó la columna "osirÍaca", a la que se adosa una estatua del
rey bajo forma de Osiris; este tipo fue, en general, utilizado en los templos con-
sagrados a los muertos. Una y otra creación atestigua el prestigio de Osiris y de
Hator, divinidad de su grupo. Paralelamente, la teología solar llegó a imponer
ciertos símbolos a todos los templos. Una vez más se constata la influen. cia
conjunta de las doctrinas de Heliópolis y de Osiris: la tendencia a la unificación
del ritual debía tener como consecuencia la uniformidad del plano del templo.
De la variedad arcaica se llegó, lo más .tarde durante el Imperio Nuevo y quizá
antes, a un tipo clásico de templo divino. En la práctica presentó algunas variantes.
En particular los grandes conjuntos de Karnak y de Luxor, a las puertas de Tebas,
ofrecen el ejemplo de una extraordinaria complejidad, porque numerosos faraones
quisieron señalar en ellos su reinado con construcciones personales, a base de
agrandar o desdoblar algunas partes de las obras de sus predecesores. Con todo
es fácil obtener un esquema general, tanto más válido porque se encuentra
realizado en estado casi puro en más de un caso, aún en fechas muy tardías como,
por ejemplo, bajo las dominaciones macedonia y romana.
Saliendo de la ciudad o del río, conducía al templo un camino empedrado,
bordeado de dos líneas de estatuas de esfinges, a veces con cabeza de carnero,
animal consagrado a Amón y, por consiguiente, apropiado para introducir en el
santuario de este dios. Al extremo de esta avenida se levantaban, procedentes del
culto solar, dos elevados obeliscos monolíticos - su extracción, transporte y
erección constituían acontecimientos dignos de recordarse -, cortados en su punta
en forma de pirámide. Se llegaba así al recinto que, rodeado de gruesas murallas,
cercaba la casa del dios, que era su templo. Esta vivienda había conservado, a
causa del poder de su propietario, el aire exterior de una fortaleza. Se entraba en
ella por una puerta flanqueada a ambos lados por la alta y ancha masa de un pilono
al que se adosaban estatuas colosales del faraón constructor.
Dicha puerta daba acceso a un gran patio bordeado de pórticos con columnas.
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Únicamente en este lugar se podía admitir a la muchedumbre, en ocasión de las
grandes fiestas en las que, durante las procesiones, la estatua divina oscilaba en
su barca. Más hacia el interior, sólo tenían permiso para penetrar unos pocos
privilegiados, que iban reduciéndose del mismo modo que se reducían las
dimensiones de la construcción. Además, por un simbolismo que recordaba la
cotidiana ascensión y ocaso del sol, de una sala a otra el suelo se levantaba algunos
escalones mientras que el techo se bajaba no sólo en el sentido longitudinal sino
también de una y otra parte del eje. A veces incluso los capiteles participaban de
este simbolismo: las flores en que se inspiraban estaban abiertas junto al eje,
pero cerradas en los lados exteriores, del mismo modo que las flores verdaderas
separan sus pétalos a la luz diurna y los cierran al acercarse la noche.
Más allá del patio se encontraba también la sala “hipóstila”, es decir, sostenida por columnas.
El techo estaba formado por bloques tendidos de una a otra columna, con diferencia de
altura entre las hileras de columnas para hacer penetrar por los intervalos el aire y la
luz. Aunque sean de sobra conocidas, hay que citar aquí algunas cifras indis-
pensables y sugestivas: la gran sala de Karnak, terminada por Ramsés 11, mide 103
metros por 50 y en ella se levantan 134 columnas que se elevan intérvalos a más de
20 metros cerca del eje, midiendo 3,40 me2 tros de diámetro. Es natural que haya
dejado en "' todos sus visitantes una impresión inolvidable de sobrehumana
majestad.
En último lugar, en lo más profundo del santuario, en una oscuridad completa a
la que, después del patio inundado de sol, la mediocre luz de la sala hipóstila había
servido de transición, se llegaba a la cámara donde se guardaba la estatua, es
decir, la morada del propio dios: un solo hombre, el rey o su delegado, tenía poder
para romper el sello de arcilla colocado en la puerta y penetrar en la sagra da
estancia para celebrar el culto.
Rodeaban a esta capilla diversas habitaciones usadas para depósitos de
vestimentas y ne objetos preciosos. A todo esto hay que añadir, cercados por un
muro más grande, los terrenos donde se dispersaban las casas del personal, las
oficinas administrativas, los almacenes, los talleres y aun los jardines y el lago
sagrado: todo lo que era necesario a la divinidad y a la vida material de la
comunidad consagrada a su servicio y a la administración de sus bienes.
Un deseo de originalidad en el esfuerzo había hecho escoger a veces un lugar
especialmente difícil para la construcción de un templo. Éste era el caso de
ciertos templos "funerarios" - importantes cuando se trataba de soberanos que
los habían hecho construir durante su reinado -, en los que se ce lebraba el culto
de un muerto divinizado. En general corregpondían al tipo que se ha descrito.
Hasta épocas bastante tardías no se decidió edificarlos lejos de la tumba, y
encontrándose ésta fuera de la llanura inundada y cultivable, los templos eran
colocados en lugares inhóspitos. Los más notables son los que se edificaron al pie
de los acantilados de Deir-el-Bahari, con terrazas unidas por rampas sustentando
patios porticados.
-" Q
En este sitio se levantan los templos de los dos Mentuhotep correspondientes
al Imperio Medio y en especial el de la reina Hatschepsut, en el que el arquitecto
supo integrar y armonizar su obra humana con una naturaleza grandiosamente
deshumanizada.
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Estos templos se abrían en parte en la roca, e incluso en este estilo existieron
templos completamente subterráneos, "rupestres". En Abu-Simbel, más abajo de la
segunda catarata, Ramsés 11 hizo excavar dos, precedidos de patios al aire libre,
pero hundiéndose el resto en el corazón de la montaña, con muros y columnas
reservados durante el vaciamiento. Sobre la fachada del más grande se destacan
cuatro estatuas colosales del rey, sentado; después, en la profundidad de la roca,
se suceden múltiples habitaciones, comprendida una sala hipóstila sostenida por
ocho pilares osiríacos.
La Tumba
El túmulo, destinado a guardar la momia, así como las estatuas de los "dobles" y a
asegurar una casa al muerto cuya alma había vuelto al cuerpo, fue .ocasión de
realizaciones extraordinarias. Pronunciada a propósito de Egipto la palabra tumba,
hace surgir la imagen de las tres formidables masas de piedra que se levantan en
Gizeh, en el horizonte del sudoeste de El Cairo. Pero las grandes pirámides
representan un solo momento de la historia de la tumba egipcia y, más
concretamente aún, de la tumba regia.
Los elementos fundamentales de la tumba se perciben con el máximo de nitidez
en los primeros monumentos funerarios que sucedieron a las simples fosas, bajo el
Imperio Antiguo. La cámara sepulcral propiamente dicha estaba profundamente
excavada en el suelo y a ella se descendía el sarcófago, por un pozo en ángulo recto
que se rellenaba después del enterramiento para garantizar la integridad de la
sepultura. En la superficie se levantaba un túmulo, construido con ladrillos o
piedras talladas, que por su forma se ha designado con el nombre árabe de
mastaba ("banco"). En su parte oriental, se abría una primera habitación que era la
capilla del culto tributado al difunto y que se encontraba encima del sarcófago. Su
mobiliario comprendía ante todo la mesa de las ofrendas, colocada al pie de una
estela; detrás de ésta, otra cámara se hundía en la mastaba, era el "corredor"
(serdab, en árabe) donde se colocaban las estatuas del difunto. La indicada estela
limitaba dos mundos, el de los vivos :- el de los muertos, que sólo se comunicaban
entre sí por una estrecha hendidura a la altura de un hombre. La estela se esculpía
figurando una puerta - de donde su nombre de "estela falsa puerta" - y en su
encuadramiento a veces se destacaba una estatua: la del muerto volviendo entre
los vivos, o bien un ventanuco abierto sobre la puerta donde asomaba un busto: el
muerto acechando al visitante.
Cámara sepulcral, depósito de estatuas y capilla, tales eran las tres partes
esenciales de la tumba. En las mastabas de los ricos se complicaban en cámaras
anejas, más o menos numerosas; complejidad mayor aún para las tumbas reales.
A partir de la III dinastía, se pueden seguir los tanteos que produjeron el
tipo de pirámide regular. El audaz innovador fue Imhotep, el arquitecto del rey
Djoser, con la pirámide escalonada de Sakkara, construida con seis mastabas
superpuestas. El primer rey de la IV dinastía edificó la primera pirámide de planta
cuadrada y de pendiente uniforme. Sus tres sucesores inmediatos, fueron los
constructores de las tres grandes pirámides, respectivamente llamadas "horizonte
de Keops", "grande es Kefrén" y "divino es Mikerinos". Conviene aquí también citar
algunas cifras. La base de la primera cubre más de 5 hectáreas, con un lado que
sobrepasa los 230 metros;. su altura era de 146,59 metros, y su volumen alcanzaba
2.521.000 m.:J. La segunda (215 metros de lado y 143,50 de altura) es ligeramente
más pequeña y sólo la tercera realiza una concepción menos gigantesca, con 103,04
de lado y 66~40 de altura. La imaginación es impotente para apreciar la enorme
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masa de trabajo realizado por las muchedumbres forzadas. Heródoto nos dice que,
para la construcción de la de Keops fueron necesarios veinte años, después de diez
empleados en trabajos preparatorios. De todas maneras la monstruosidad del
esfuerzo hace pensar en otra cosa que en el látigo al servicio del orgullo: más bien
en la adhesión de un pueblo a las creencias que empujaban a su amo a exigir tanto
de él.
La pirámide es la protección de la cámara sepulcral; ésta, en lugar de estar
excavada en el suelo, se encuentra situada en el interior de la masa pétrea, surcada
por galerías complicadas, cerradas por rastrillos y con corredores sin salida. Pero
ninguna de estas precauciones descorazonaba a los ladrones que ya en la antigüedad
llegaron hasta los sarcófagos. En el exterior, al pie de la fachada oriental, un
templo funerario abrigaba a la vez el equivalente del serdab y la capilla. Como este
conjunto estaba edificado en la meseta desértica, en el valle existía otro templo,
unido al primero por una rampa cubierta que escalaba la pendiente.
Cada una de las grandes pirámides formaba, pues, una parte de un todo, en el
que se reconocían, a pesar de su desasociación, los elementos de la tum ba tipo,
desarrollados hasta la enormidad o multiplicados muchas veces. Añadamos al
conjunto, en las proximidades, el espolón rocoso cuya forma natural se utilizó para
acabar dc esculpirlo en forma de esfinge con cabeza de Kefrén, y también una gran
pululación de otras tumbas, mastabas o pirámides, levantadas por los miembros de
la familia real y los altos dignatarios. Al "occidente" de Memfis - al noroeste, más
exactamente -, capital de la monarquía viviente, la necrópolis perpetuaba la
majestad divina de los soberanos difuntos y las jerarquías de su corte.
Mikerinos redujo las dimensiones de su pirámide y nunca más las hubo tan
grandes, pues el esfuerzo realizado para levantadas era demasiado aplastante.
Sin embargo, adoptando para las tumbas privadas, el tipo de pirámide realizado
con materiales de inferior calidad, por ejemplo ladrillos, subsistió hasta el
Imperio Nuevo. Éste no tenía ya su sede en Memfis, sino en Tebas, en el Alto
Egipto, donde la meseta, mucho más irregular que en el Norte, ofrecía menos
facilidades para asentar grandes monumentos. En esta región, desde siempre, las
tumbas se excavaban en el acantilado rocoso, en especial las de los príncipes
locales emancipados por la anarquía. Por otra parte, los faraones de la XVIII
dinastía, esperando que sus momias escaparían más fácilmente a la profanación
de los expoliadores de tumbas, adoptaron también el "hipogeo" o tumba subte-
rránea. Su templo funerario quedó en la llanura, cerca del Nilo, sin ninguna clase
de comunicación con la sepultura, abierta en el flanco de uno de los salvajes
valles secos, que descienden de la meseta, uno de los cuales, por la abundancia de
sus tumbas regias, ha merecido el nombre de "Valle de
los Reyes", mientras que a otro se le llama "Valle de las Reinas". Después de las
exequias, la entrada era obstruida cuidadosamente con piedras y escombros. A la
tumba se llegaba por un corredor tortuoso, "siringe" en griego, que es también
otro nombre dado a este tipo de fosas; penetraba en la roca, formando recodos,
pendientes y escaleras, ensanchándose en cámaras más o menos vastas, a veces
sostenidas por columnas, hasta llegar a la habitación sepulcral. Después del fin
del Imperio Nuevo es difícil seguir la evolución de la tumba real, circunstancia en
parte debida a que en el Delta, donde se habían trasladado la capitalidad y la
realeza, las condiciones naturales eran desfavorables a la conservación de los
monumentos.
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Fig. 13. - Plano del hipogeo de Amenofis 11 (XVIII dinastía; siglo xv antes de J. C.).
De los faraones de Sais han quedado hien pocos rastros. Hacia el Este, en Tanis,
se han encontrado las tumbas de las XXI y XXII dinastías, modestas, excavadas
en el recinto de los templos, sin trazas de superestructura: convertida en una
cosa frágil, la monarquía consentía en reducir el esfuerzo exigido para sus
muertos.
Contemporáneamente, en el Alto Egipto se continuaban abriendo siringas
para particulares. Éstos habían imitado siempre, con algún retraso y según su
fortuna, las costumbres reales, adoptando la pirámide o adaptándola a la
mastaba y horadando los acantilados occidentales de las regiones de Abydos y
de Tebas. En cuanto a los pobres, no es sorprendente que se contentaran
siempre con simples fosas, o que aprovecharan la anarquía, la negligencia o la
extinción de familias importantes para embutir con sus momias las tumbas
excavadas para otros muertos.
2. LA ESCULTURA Y LA PINTURA
La estatuaria
El relieve y la pintura
Junto a las inscripciones, muy decorativas en sí mismas, el
relieve disponía en los muros de los templos de inmensas superficies para
decorar. No se empleó sistemáticamente y en los lugares donde lo fue quedó lo
bastante discreto para no alterar la sensación de grandeza producida por la
visión huidiza de los muros de elementos perfectamente ajustados. El
altorrelieve se empleó escasamente, y el bajorrelieve es tan poco acentuado que
la sombra señala sólo las líneas de contorno. A veces el modelado falta en
absoluto, especialmente en los relieves profundos que parecen hechos con
punzón; en el exterior de los monumentos como para disminuir las probabilidades
de degradación y en el interior, por un deseo de rapidez en la ejecución, sensible
en especial bajo los faraones constructores del Imperio Nuevo, como Ramsés 11.
La conveniencia de acentuar el dibujo en salas oscuras o mal iluminadas,
condujo, desde los orígenes, al empleo de los colores encima de los relieves. Su
menor precio de coste, la rapidez y la facilidad de su ejecución hicieron que
pronto la pintura fuera empleada sola. Aparece como sustituto del relieve en
algunas tumbas privadas del Imperio Antiguo. Después su uso se fue ex-
tendiendo y llegó a ser casi exclusivo en los hipogeos, incluso de reyes, en ra zón
de la mala calidad de la roca, encima de la cual, para pintar, se ponía una capa de
yeso superficial.
Es natural, por lo dicho, que estos dos artes asociados ,o de destinación
idéntica, la pintura - siempre de tintas planas - y el relieve, obedezcan a las
mismas reglas que las del dibujo. Dibujo siempre convencional, tanto por la
negación obstinada de toda perspectiva como por la arbitraria representación del
cuerpo humano. Éste, por ejemplo, muestra siempre la cabeza de perfil, pero el
ojo de frente; salvo en rarísimas excepciones, también de cara los hombros y la
parte superior del torso, pero con un único pecho figurado. El perfil reaparece
para los miembros, aunque si bien los cinco dedos de la mano se ven fácilmente,
los de los pies están todos disimulados por los gruesos.
La lista de estas convenciones podría ser alargada con facilidad; no es ne-
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cesario decir que ninguna se explica por la torpeza del artista, sino que todas se
deben al respeto de tradiciones inmutables. La temática oficial era muy ex" tensa
y por ello nos limitaremos a indicar algunos de sus asuntos, que eran a la vez los
principales actos del culto: la "teogamia", es decir, la unión de Amón con la madre
del futuro rey; los cuidados prodigados a éste por las divinida des; las grandes
fiestas reales; la construcción y decoración de los templos; el pago de los
tributos por los extranjeros; la victoria sobre el enemigo y muchos otros. Pero
estos temas aún son escasos si comparamos su número con la extensión de las
superficies disponibles, los pilonos de los templos, sus pórticos y las murallas de
sus salas. Asuntos tratados sin cansancio, de manera tan poco individualizada, que
en más de una ocasión un faraón pudo apropiarse los relieves ejecutados en
tiempo de alguno de sus predecesores y cuya repetición, con frecuencia
fastidiosa, prueba la persistencia de la religión y de la ideología monárquica
durante milenios.
Estas limitaciones no regían en los palacios, las casas y, sobre todo, en las
tumbas privadas, que conocemos mucho mejor que las reales. Su división en varias
salas multiplicaba las paredes cuya superficie constituía una invitación a ser
decoradas, cosa que el culto de los muertos, lejos de refrenar, propulsaba. Se
representaban escena8 funerarias y de psicostasis; pero éstas conducían a otra
vida que para los poderosos sólo podían imaginarse como una reproducción de su
feliz vida mortal. Además era conveniente prever la posibilidad de interrupciones
en el servicio de las ofrendas por los descendientes y por los sacerdotes
encargados. El medio más simple para remediarlo era usar la virtud creadora de
la imagen, representando todo lo que podía hacer falta al difunto y todo lo que le
pudiera alegrar. Con la misma fuerza con que las estatuas del serdab podían
reemplazar la momia, las representaciones esculpidas o pintadas sustituían a la
realidad desaparecida.
Éste fue el punto de partida de representaciones extraordinariamente va-
riadas: escenas de ofrendas con figuraciones de todos los productos imagina bles,
alimentos, bebidas, flores, vestidos, etc., eran representados en abundancia,
apetitosos y lujosos hasta el máximo. Se reprodujeron asimismo todas las escenas
de la vida rural y artesana, con el fin de explicar o asegurar la producción y para
colocar de nuevo al muerto en sus tierras y entre sus trabajadores. Siempre con
el mismo poder evocador se añadieron escenas de caza y de pesca, de navegación
y de paseo, de intimidad familiar,
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de banquetes amenizados por la música, las danzas, las acrobacias y las juglerías.
Este repertorio era casi ilimitado y si se fueran compaginando sus imágenes, un
libro de innumerables páginas resucitaría todos los actos y los instantes de la
vida material, con sus trabajos y sus alegrías cotidianas, de un Egipto empeñado
en proyectar en el más allá la dicha de vivir, que en este mundo no se le
regateaba.
Este repertorio tenía sus fórmulas no solamente sociales, sino también ar-
tísticas. Es raro que un mismo tema no sea tratado varias veces, pero siempre
con variantes que lo hacen interesante. En efecto, sintiéndose más libres que con
los encargos oficiales, escultores y pintores, dotados de una viva imagina ción,
sabían, sin apartarse de las convenciones, modificar las actitudes y variar los
detalles. En medio de escenas clásicas se introduce lo imprevisto, a menudo
sabroso, siempre pintoresco y espiritual, jamás desagradable; incluso los glotones
y aún más las glotonas, devolviendo su comida han sabido conservar su elegancia.
Este arte -la pintura para el uso privado había suplantado al relieve -llegó a su
apogeo hacia la mitad del Imperio Nuevo. La calidad en la representación de
animales era notable desde hacía mucho tiempo, alcanzando en este momento su
punto culminante por la agudeza de la observación y la vida palpitante que anima a
los gatos salvajes, a los pájaros e incluso a los rumiantes.
Si se pudiese realizar una revisión completa, más de una de las artes menores
merecería mencionarse, en especial la orfebrería, con frecuencia deslumbrante
de preciosa delicadeza, y la ebanistería, de la que el mobiliario de la tumba de
Tut-ankh-Amón ofreció las piezas más suntuosas y sorprendentes. Atestiguan
todas una habilidad técnica sin par y también una ingeniosidad que sabe
conservarse graciosa en sus más atrevidos hallazgos; todas, en fin, de una riqueza
excepcional correspondiente a la refinada clientela a la que se destinaban, a la
cual ninguno de los aspectos de la elegancia era extraño. Cuando esta clientela
escaseó, a causa de la crisis del tiempo, Egipto se hizo exportador en gran escala
de estos objetos, después de haberlo sido sólo de manera accidental en los
momentos de su esplendor.
En efecto, durante mucho tiempo, la rareza de estas exportaciones había
acrecentado su precio y su fama en un mundo mediterráneo sobre el cual el país
del Nilo había tomado tanta ventaja. De todas partes se despertaban codicias
hacía la tierra de donde llegaban esas maravillas, mientras que viajeros y
mercenarios admiraban los edificios colosales que había podido y sabido
construir. Hacia el fin de la Antigüedad, abierto Egipto a los extranjeros por la
conquista, atrajo a los viajeros y ofreció cosas bellas y preciosas a los
coleccionistas. Con todo, fue muy poco lo que las otras culturas tomaron del
arte egipcio; cuanto más algunas de sus técnicas, pero nunca la inspiración
profunda. El arte egipcio no fue en un plano estético, ni el educador ni el guía de
ninguno de los grandes artes de la Antigüedad.
Sin duda la explicación hay que buscarla en su desconocimiento del hom bre,
al que no dio un lugar en el arte, como no se lo daba en muchos aspectos de su
civilización gigantesca. Lo estudió poco en tanto que individuo y lo sirvió menos a
excepción de las clases dirigentes, que primero rodeó de grandiosa nobleza y
después de gracia delicada. Demasiado atado a éstas por la misión religiosa y
política que tenía que cumplir, no pudo nunca desprenderse de la argolla que le
encadenaba a las tradiciones oficiales, ni de la imitación de un pasado arcaico.
En un mundo en el que, desde antes de la mitad del I milenio, las fuerzas nuevas
proclamaban un ideal muy distinto, el arte egipcio estaba condenado a ejercer
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poca influencia y, replegado sobre sí mismo, a repetir indefinidamente las
mismas fórmulas o a amanerar su delicadeza.
LA VIDA INTELECTUAL
La vida intelectual no dejó sobre la civilización egipcia una huella com parable
a las de la religión o del arte. Como este último, fue un anejo de la religión,
derivado de ella y sirviéndola. Pero sus realizaciones fueron siempre mucho más
modestas que las del arte. Por muchos de sus rasgos se parecía a la vida
intelectual que, paralelamente, se desarrollaba en Mesopotamia. Salidas del
mismo punto de partida, del mismo tronco espiritual del que siempre rehusaron
separarse, se encaminaron en direcciones análogas, con preocupaciones y
maneras de actuar casi idénticas; sólo la literatura propiamente dicha tuvo en
Egipto aciertos originales de verdad. Puesto que los mesopotámicos, con
seguridad, llegaron en casi todos los aspectos mucho más lejos que los egipcios,
será mejor reservar, para el capítulo a ellos destinado, una explicación más
extensa de los métodos aplicados y de los resultados obtenidos. Parece que
entre los griegos la reputación que se tenía de los pensadores y sabios egipcios,
era superior a la de los mesopotámicos; lo que quizá sea debido a que siendo
Egipto accesible por el mar y, antes de la conquista de Alejandro, en lucha
contra el rey persa, que era también su enemigo, les atraía y les deslumbraba. O
quizá, de manera más simple, era que los egipcios, más parlanchines, sabían
hacer mejor su propaganda. Sea como sea, no se pueden despreciar las
adquisiciones del espíritu egipcio, que son muy valiosas.
La escritura
Aprender a leer y a escribir era una empresa difícil que exigía largos años de
entrenamiento Existía una verdadera ciencia de la escritura. Y su lento
aprendizaje se ancla en las escuelas del palacio o de los templos cuya
frecuentación asidua empezaba desde una edad temprana. Los primeros
ejercicios se hacían en placas de piedra blanda o en tiestos cerámicos - y el uso
de estos ostraca no fue nunca despreciado, incluso en la administración, para los
documentos de menos importancia -, antes de proseguirse en papiro. La planta
acuática que proporcionaba la primera materia de este producto era bastante
común en Egipto. Pero sus fibras debían sufrir una larga elaboración antes de
convertirse en bandas ligeras y enrollables que en parte se mantenían aplanadas
para trazar los signos con la ayuda de un pincel de caña mojado en la tinta.
La literatura
CONCLUSIÓN