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CORRESPONDENCIA DEL AULLIDO Y

AULLADO
Ensayo sobre el hombre-bestia y la imagen poética
desde El Lobo Estepario de Herman Hesse
por Camila Fernández

“Soledad era independencia, yo me la había deseado


y la había conseguido al cabo de largos años. Era fría,
es cierto, pero también era tranquila,
maravillosamente tranquila y grande, como el
tranquilo espacio frío en que se mueven las estrellas”

“Una liebre bastara también a mi anhelo;

dulce sabe su carne en la noche callada y oscura.

¡Ay! ¿Por qué me abandona en letal desconsuelo

de la vida la parte más noble y más pura?”

poema de El Lobo Estepario, Herman Hesse

El infierno es, cuando dos épocas se cruzan, el cruce de generaciones irreconciliables. Se pierde
toda norma y se mira de frente al caos. Todo es desorden. Entre las puertas del más allá, todo se
afirma en el corazón. El lobo estepario atraviesa el infierno. Usa este lugar como templo (el lugar
de la literatura, el terreno de la imagen poética). Solo para locos, donde todo es abandono. Solo
para locos, el hambre de la muerte.

Cuando cree que no es observado, el que merodea usa cualquier lugar como templo. El que
imagina usa cualquier imagen como templo. En el templo se obtiene la melodía, el canto-rugido
de los astros que usan el cuerpo del hombre. Danza y júbilo, se muere por vivir o se vive por
morir, danzas y alabanzas, la aparición de las imágenes rebasa las creencias. Se escribe sin creer
que se pueda escribirse, las palabras están para permitir intensidades.

Con los ojos abiertos al caos, con los ojos abiertos al delirio (César Brañas), el corazón todo lo
acepta y se deja atravesar. El infierno es cuando se produce una imagen poética. Se entrecruzan
los versos más inverosímiles con las pulsaciones del universo. Se crea de pronto, irrumpe en la
conciencia y no se explica. “[…], empecé de pronto a recitar versos, versos demasiado bellos,
demasiado singulares para que yo hubiera podido pensar en escribirlos, versos que a la mañana
siguiente ya no recordaba y que, sin embargo, estaban guardados en mí como la nuez sana y
hermosa dentro de una cáscara rugosa y vieja.” (Hesse, 1927)

En cuanto el abandono se convierte en un abandono de identidad, se abandona el juicio, se


abandona la forma, se abandona el mandato, la certeza. Es la aparición de la poesía. Las
imágenes poéticas se crean en el cruce de épocas, de generaciones. Se entrecruzan, se
encuentran, estalla lo inesperado y estrella. Los elementos más alejados vienen a encontrarse.

“La vieja pared del hospital con el viejo color verde pardo, sucia y ruinosa, en cuyas grietas y
ruinas podía uno imaginarse cientos de frescos, ¿quién se ponía a tono con ella, quién se
adentraba en su espíritu, quién la amaba, quién percibía el encanto de sus colores en dulce
agonía?” (Hesse, 1927), aulla el lobo estepario que agoniza de imágenes.

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André Breton analiza este fenómeno del surgimiento de una imagen capaz de hacer temblar el
universo de su imaginante. Breton habla de la imaginación como familiar a la locura si se ésta
como la ruptura con el miedo, “imaginación, lo que más amo de ti es que no perdonas” (Breton,
1924). La imaginación con sus imágenes poéticas no perdona porque no cesa de provocar, no
cesa de transportar. Al principio puede que abrume, que uno se sienta perdido en terrenos donde
no conoce nada, donde no se sabe sino se saborea. El loco es el que saborea las patas de la
mosca, el que hace acrobacias con la lengua, el que digiere. Una imagen poética no está nunca
lejos de una locura, de un infierno.

Se trata de la voluntad de atravesar, un infierno y luego otro, sin que sea “el miedo a la locura el
que nos obligue a poner a media asta la bandera de la imaginación”. (Breton, 1924) Se trata,
como lo dice Harry Haller, de “horas demoledoras, que […], extraviado, volvían a transportarme
junto al palpitante corazón del mundo.” Frente a frente con el palpitante corazón del
mundo.” (Hesse, 1927)

La puerta del más allá se abre, se abre más de una, se cruzan los cielos y se ve a los dioses en
sus tareas; bienaventurados son los dolores y no oponemos resistencia.

Cabe preguntarnos si este sufrimiento lo causa la imagen o bien lo soporta, lo plasma, lo refleja.
La imagen poética surge con violencia, traspasa las barreras de la razón. Ni razón ni sin razón, los
movimientos de la imagen poética son de danza, de re-evolución. (Y cada imagen poética con su
crueldad, con sus con-versaciones.)

“¿Cómo no había yo de ser un lobo estepario y un pobre anacoreta en medio de un mundo,

ninguno de cuyos fines comparto, ninguno de cuyos placeres me llama la atención?” (Hesse,
1927)

El lobo estepario, Harry, es un hombre que existe entre el cruce de épocas, comparte el malestar
de Nietzsche, está justo en donde sucede el estallido, sus ojos no están abiertos al mundo cmo al
delirio. El estallido insoportable provoca la imagen poética. Cuando lo que parecía que no iba a
acercarse nunca, se encuentra.

Pierre Reverdy lo dice de esta forma: “La imagen es una creación pura del espíritu. No puede
nacer de una comparación sino del acercamiento de dos realidades más o menos alejadas.
Cuanto más distantes y precisas sean las relaciones entre las dos realidades que se ponen en
contacto, más intensa será la imagen, y tendrá más fuerza emotiva y realidad poética.” (Breton,
1927) La imagen poética implica que todo se acepte en el corazón, todo puede llegar a
encontrarse y a manifestarse en el corazón.

Explosiones inesperadas, entrecruces, desesperación, despojamiento: el corazón se despoja de


sí mismo y se funde con lo inesperado. “Confía en el carácter inagotable del murmullo, —reclama
André Breton en su manifiesto del surrealismo— […] la primera frase vendrá sola, puesto que
cada segundo hay una frase, ajena a nuestro pensamiento consciente, que pugna por
manifestarse.”

Es la semilla sana la que se manifiesta a través de su cáscara podrida. Es el aliento que atraviesa
la podredumbre y sopla en la cara con el canto de los ángeles. Nada de esto se recuerda, nada
de esto se asemeja a las palabras que lo pronuncian.

Es el infierno el que se atraviesa, es con el caos con el que se está frente a frente, con los ojos
abiertos al delirio: este sufrimiento es necesario, en cualquiera de sus manifestaciones. Lo que se
provoca es una ruptura, una hendidura, un punto de fuga. Se rompe la imagen de una época, se
rasgan los vestidos de una cultura. El lobo estepario se llama a sí mismo de ese modo, no
comparte los fines del mundo, no comparte los nombres del mundo; ninguno de sus placeres le
llama, ¿cómo no iba a ser un lobo estepario?, alejado y en la estepa.

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“[…] entonces soy yo el que no la tiene (la razón), entonces es verdad que estoy loco, entonces
soy efectivamente el lobo estepario que tantas veces me he llamado, la bestia descarriada en un
mundo que le es extraño e incomprensible, que ya no encuentra ni su hogar, ni su ambiente, ni su
alimento.”A falta de refugio y alimento, con los ojos abiertos al infierno, hambriento, el lobo
estepario se convierte en mago, inventa sus placeres en el camino de la muerte. El lobo estepario
con el movimiento de sus patas, estremece las entrañas de la tierra, excava, siembra, deforma,
sin notarlo, crea vida en su camino hacia la muerte.

Crea imágenes poéticas. No acepta nada del modo en que le es dado. Todo lo hace pasar por su
filtro de transformación, su verso, su estepa. La crueldad del lobo estepario consiste en
transtornar el presente. A través de él se manifiesta el choque de las épocas, las sensibilidades.

El escritor Knut Hamsun atribuye estas revelaciones, de versos e imágenes poéticas al hambre.
Hamsun dice “Era como si una vena se hubiera roto dentro de mí, las palabras se sucedían unas
a otras, se adaptaban a cada situación, las escenas se acumulaban, la acción se desarrollaba, las
réplicas surgían en mi cerebro. Sentía un placer prodigioso.” Lo que se manifiesta escapa a la
razón, no se identifica con la conciencia, se presenta con vida propia, potencia propia.

Las imágenes poéticas no se identifican con el sujeto que las crea, sujeto de la época, sujeto del
lenguaje de una cultura. Las imágenes poéticas revelan su autonomía. Una imagen hace temblar
al universo (Bachelard)

“Si había sido posible que esta pequeña melodía celestial echara misteriosamente raíces en mi
alma y un día dentro de mí hiciera brotar su encantadora flor con todos los bellos matices, ¿podía
estar yo irremisiblemente perdido?” (Hesse, 1927)

Surge la imagen poética de la bestia-hombre, hombre-bestia. Un hombre que se nombra bestia;


un lobo. La imagen de la bestia-hombre prolifera. Se acercan realidades distantes, aparentemente
irreconciliables. Es el infierno que se atraviesa, donde uno se deja enraizar el corazón por
melodías y flores, uno se hiende de brotes que lo deforman, uno habla con las piedras.

“Tranquila me miraba la oscura pared de piedra, envuelta en niebla profunda, hermética,


hondamente abismada en su sueño.” (Hesse) El que no rechaza nada de su corazón y no cierra
los ojos al delirio. “[…] algo dentro de mí respondía, era receptor de llamadas de lejanos mundos
superiores, en mi cerebro se habían animado mil imágenes… […]” (Hesse, 1927)

Una correspondencia de hambre. La luz con la que cada época se ciega no la hace menos
deseosa de la oscuridad. Hambre de lo que rebalsa el entendimiento. Es en la oscuridad cuando
se revela lo que no se ve durante el día; tiene sus propios modos de luz.

Un lobo estepario no encuentra alimento en su época, se encuentra en el estallido, en el


entretejido que vibra, con los ojos abiertos al delirio.

Lo que no soporta el lobo estepario, la figura de la bestia-hombre, es que se trague sin digerir.
Como los hombres irresponsables que devoran las palabras de otros sin digerirlas. ¡Bendito el
proceso de digestión donde lo que se ingiere y el cuerpo que lo hace se hacen uno solo, se
acercan hasta el estallido!

“[…] allí estaba en el globo ardiendo el aeronauta Gianozzo y tocaba la trompeta […]” (Hesse,
1927)

La imagen poética del hombre-lobo se expresa de la boca de Harry Haller. “Hoy no eres lobo, —le
dice su amada— pero el otro día, cuando entraste en el salón, como caído de la luna, entonces
no dejabas de ser un pedazo de bestia, precisamente esto me gustó.” (Hesse, 1927) Se dice que
lo que encanta es la locura. El encanto de cada uno es su pedazo de bestia. Es el suceso de
transformación, el momento de vibración intensa, donde no se piensa sino se porta la luna.

“Habría podido así diseñar un árbol, una ola, un instrumento musical, cosas de las que
normalmente soy incapaz de dar el bosquejo más elemental. Me introduciría sin temor de
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extraviarme en un dédalo de líneas que al comienzo no parecen llevar a nada concreto. Y al abrir
los ojos tendría una muy fuerte impresión de cosa `nunca vista´”, agrega Knut Hamsun.

Hay melodías en las paredes que se pudren, melodías y ritmos en lo que se descompone.

Mozart se relaciona con las estrellas. No hay de qué avergonzarse. Los elementos más
irreconciliables vienen a encontrarse en la celebración de la noche, en las horas celestiales que
atraviesan el infierno, en el propio corazón. “ […] y aunque no podía contar con una orquesta de
cámara y aunque no pudiera encontrarse un amigo solitario con un violín, aquella linda melodía
seguía, sin embargo, en mi interior, y yo mismo podía tarareármela con toda claridad cantándola
por lo bajo en rítmicas inspiraciones.” (Hesse, 1927)

El acercamiento de las realidades más distantes, mientras más distantes con mayor potencia,
produce un estallido, un aullido, una imagen poética. La imagen poética libera, no se rige por
reglas ni por lo premeditado. La imagen poética es el cuerpo de lobo que muere de hambre y aún
así se expresa, estalla, re-brota, vive de otro modo. La imagen poética es la bestia que nunca
muere, siempre naciendo de nuevo. Lo espontáneo, lo salvaje y violento se encuentra con lo
dulce y el éxtasis. Certeza de la incerteza; la imagen poética no se define sino a través de sus
movimientos, de las intensidades que hace pasar. La imagen poética usa al cuerpo. Las
imágenes poéticas se manifiestan en la carne propia y uno se vuelve otro. Otra clase
inclasificable. “En esta clase de personas vivían el hombre y el zorro, o el hombre y el pez, el uno
junto al otro, y ninguno de los dos hacía daño a su compañero, es más, se ayudaban
mutuamente, y en muchos hombres que han hecho buena carrera y son envidiados, fue más el
zorro o el mono que el hombre quien hizo su fortuna. Esto lo sabe todo el mundo.” (Hesse, 1927)

Lo divino y lo demoniaco se encuentran; el sufrimiento y el placer, la agitación y la armonía. Es la


composición de una imagen poética que hace que el mundo tiemble, injerta una nueva forma de
sensibilidad. Es un pensamiento peligroso el que concibe a la humanidad como un aborto. El
aborto, en el campo poético, se encuentra con la inmortalidad. Se trata del encuentro de
realidades aparentemente irreconciliables, en el que las imágenes poéticas tienen la potencia del
aullido. El aullido es necesario ante la muerte.

En la imagen poética se relaciona el hombre y la bestia, la vida y la muerte, la fuerza y la


debilidad. No se trata solamente de un encuentro de contrarios, es una nueva creación. Se presta
a la creación de la imagen, a la extravagancia de la conmoción. Choque. Encuentro. Estallido. Las
imágenes no cesan, su roce provoca el degollamiento, la sangre salpica, todo se mancha de
potencia insoportable.

“Veía ante mí a este tipo, a este animal de lobo estepario, como una mosca en las redes, y notaba
cómo su sino lo empujaba a la decisión, cómo colgaba enredado e indefenso de la tela, cómo la
araña estaba preparada para picar, cómo surgió a la misma distancia la mano salvadora.” (Hesse
1927) El lobo estepario no cesa de acudir a las imágenes, ellas lo envuelven hasta asfixiarlo. Es
entonces cuando la vida se enfrenta con la muerte. Las imágenes muertas inquietan al espíritu, lo
hacen buscar el escape. Y el espíritu no habla con el cuerpo, lo pone en movimiento. El lobo va
en busca del contacto, el lobo huele la sangre de la loba, rechaza las imágenes muertas.

Este lobo desea aullar sobre las cumbres, embarrarse del líquido celeste, o bien incoloro, “Pero lo
que más me hacía falta, por lo que suspiraba tan desesperadamente, —aúlla el lobo— no era
saber y comprender, sino vida, decisión, sacudimiento e impulso.” (Hesse, 1927)

El cuerpo se pone en movimiento. La potencia de la imagen se hace insoportable en el cuerpo sin


decisión, sin sacudimiento, sin impulso, “[…] imaginarme por anticipado el encuentro, la
conversación, los sucesos de la noche, afeitarme con este fin y vestirme (con cuidado especial,
camisa nueva, corbata nueva, cordones nuevos en los zapatos).” (Hesse, 1927)

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Y los esfuerzos del cuerpo, los movimientos, demuestran ser recíprocos con satisfacciones.
Correspondencia de aullidos e intensidades. Correspondencia de imágenes y potencias.
Correspondencia de respuestas.

“En realidad todos los hombres debían ser espejos así los unos para los otros y responder y
corresponderse mutuamente de esta manera, pero los pájaros como tú son todos personas
extrañas y caen con facilidad en un encantamiento que les impide ver y leer nada en los ojos de
los demás, y ya no les importa nada de nada. —le dice la deseada al lobo— Y si uno de estos
pájaros vuelve a encontrar así de pronto una cara que lo mira verdaderamente y en la que nota
algo como respuesta y afinidad, ¡ah!, entonces experimenta naturalmente un placer.”

La siguiente frase vendrá sola, el siguiente rostro, la siguiente imagen que hace temblar al
universo.

El lobo estepario deja de satisfacerse en la estepa. Su espacio más familiar lo induce a huir de él,
se siente como un espacio viejo que hace envejecer. La locura comienza a morir. El cuerpo que
imagina, el hombre se debilita, no soporta la potencia bestial de la imagen. Es menester que el
lobo recupere su cuerpo joven y vigoroso, el que no mide las distancias, el que no piensa y es el
movimiento mismo. Entonces la muerte vive de nuevo, renace, brota de entre la carne en forma
de melena al viento, en forma de imagen poética. Nunca estática, siempre en transformación,
imposible de atrapar, de señalar en un mapa. La muerte se espera con Mozart, con la carcajada y
el frío; Mozart entra en la casa y abre las puertas por donde pasa Wagner y a Brahms, Mozart ríe
de la cara larga y de lucha sin sentido, ofrece cigarrillos y conversa de melodías. “Y es que, claro,
el pecho, el cuerpo no es nunca más que uno; pero las almas que viven dentro no son dos, ni
cinco, sino innumerables; el hombre es una cebolla de cien telas, un tejido compuesto de muchos
hilos.” (Hesse, 1927)

“Aun cuando tiene todavía toda clase de matices humanos dentro de sí, se manifiesta ya el otro
mundo, la risa, ¿no?”, contesta Mozart de pie. (Hesse, 1927)

Bibliografía

Breton, A. (1985). Manifiestos del surrealismo. (Primera Edición, 1924) Barcelona: Labor

Hesse, H. (2010). El lobo estepario. (Primera Edición, 1927) México: Editores Mexicanos Unidos

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