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Los moradores sintieron mucho la muerte del Conde de Frías, ya que este
personaje había sido bueno y caritativo con este pueblo. Los caciques y demás
pobladores de manera mancomunada decidieron agregar Frías, al nombre
actual, en agradecimiento a la generosidad del conde Español. Es decir que el
pueblo pasó a llamarse, San Andrés de Frías, y es así como empiezan a
regístralo en las diferentes crónicas y documentos coloniales, a partir de 1550
aproximadamente.
La leyenda de las propiedades curativas del pueblo de San Andrés de Frías, se
seguía expandiendo desde muchos años atrás, siempre ha sido considerado
como un pueblo mágico, religioso, curativo y muy atractivo para visitarlo debido
a su ambiente y clima sano para curar diversos males. Es así que en el año de
1834, Teodoro de los Santos Fernández de Paredes y Noriega Carrión Gelder,
hijo de Don Francisco Javier Fernández de Paredes y Noriega, último Marqués
de Salinas, tuvo que trasladarse a este pueblo para tratar de curarse de
problemas pulmonares y de alcoholismo. Después de muchos esfuerzos por
mejorar la salud del hijo del Márquez, no se pudo lograrlo, debido a que estaba
en la fase terminal y había llegado demasiado tarde. Su padre, el Marqués,
después de su muerte tuvo tal desconsuelo por la pérdida de su único hijo,
dicta la tradición, lo llevó a construir el cementerio que aún hoy conserva la
ciudad de Piura, el cual, fue levantado para honrar la memoria y ganar el cielo
para el joven Teodoro.
La leyenda del Conde de Frías, se ha y trasmitido de generación en generación;
son casi nulos los vestigios y referencias bibliográficas que se han podido
encontrar sobre este personaje. Son solo narraciones que en los últimos años
han sido escritas en algunos archivos, pero no consideran otros datos con
fundamento histórico y referencias bibliográficas. Se ha mantenido la leyenda
de este gran Conde, a través de la oralidad y que en el tiempo siempre será
recordado, no como un invasor español, sino un benefactor del pueblo de San
Andrés.
LA LEYENDA DE LA SHINGAYA(Piura):
Lo que voy a narrar me lo conto un amigo, que casi le ha pasado de todo. No se
si será verdad o mentira, lo cierto es que concuerda con esas tantas historias
que la gente del alto Piura cuenta; esos relatos sobre duendes, fantasmas,
muertos, el diablo, entre otros seres inimaginables, que parece ser cierto. Me
causó total asombro escuchar por primera vez a mi compañero de trabajo decir:
- Has escuchado hablar de la shingaya- Le dije que no. -¡Ah entonces no sabes
nada me dijo!- Te voy a contar lo que me sucedió en Huarmaca cuando yo
trabajaba con mi mujer en Hualapampa, un caserío cercano a la ciudad.
Cerca de las dos de la mañana y con los estragos del alcohol, emprendí mi viaje
al caserío de Hualapampa. Ya en el camino a mi mente nuevamente se volcaban
los recuerdos fantasiosos de la Shilcaya y otros duendes malévolos. La neblina
densa hacía contraste con el oscuro manto de la noche; por coincidencia
ningún viajero pasaba por aquella carretera. La oscuridad había penetrado
hasta en lo más profundo de mí ser, solo se veía a un metro de mi nariz, ya que
la luz de la moto tampoco ayudaba en nada y tenía que manejar lentamente y
evitar desbarrancarme en alguna de esas curvas peligrosas que por Huarmaca
existen. Ya eran casi las tres de la madrugada, en una curva peligrosa, cerca de
un enorme higuerón, al costado de ……..,la luz de la moto reflejó a lo lejos la luz
de dos ojos muy rojos que se iban acercando más y más, yo pensé que de
repente era un perro vagabundo u otro animal nocturno. El miedo empezó a
filtrarse en mí, mi cabeza la sentía pesada haciendo que las ideas y
pensamientos se junte y consuman en un solo en el ser del cual me habían
contado. Era ella, la Shilcaya, aquel ser maligno que toma la forma de un animal
y a veces se aparece con cuerpo de perro y cabeza de mujer conocida y se les
aparece aquellas personas que conviven con algún familiar y que en otros
lugares de la serranía piurana le llaman cawishos o diablos. Por los nervios la
moto se apagó. El silenció invadió mi ser; solo alumbraba el reflejo de sus ojos
y su cuerpo era como un perro sin rabo de color tierra. Allí estaba babeando y
sus ojos no dejaban de brillar cada vez más, se acercaba más y más e iba
tomando el tamaño y la apariencia de una vaca. Yo casi había perdido el
conocimiento y todo tipo de control. Ese ser escalofriante y terrorífico empezó
a dar gritos extraños, parecidos a los que dan los animales de la selva, sus gritos
era como una mescla de dos animales. Fue tan grande mi pavor que me orine
en el pantalón; yo sentía que mi cuerpo ya no resistía más, quería gritar, pero
no podía, miraba a los alrededores y solo era penumbra y soledad. Estaba cerca
de convertirme en uno de ellos y que me lleve a su guarida y posea mi espíritu y
alma. Como se sabe, según la leyenda, a las personas que se les aparece la
shilcaya, los consume y logra convertirlos en uno de esos seres terroríficos. No
sé de donde me salió fuerzas para acordarme de Dios, pensé en Jesucristo y
eleve una oración; tome mucha fuerza y le di arranque a mi vieja motocicleta;
por obra del señor prendió rápidamente y salí de aquel lugar. Mis manos frías y
“engarrotadas” trataban de dar vuelta al acelerador y dar marcha
aceleradamente. La moto se había enfriado y el sonido era Toc,toc,toc,… como
que si la gasolina no subía al carburador. Mi experiencia como chofer
motorizado hizo poner en práctica mi habilidad de conductor de mucho tiempo
y aceleré totalmente, haciendo que el vehículo corra rápidamente. Apurado
manejaba, que no volvía a mirar hacia atrás, solo miraba de reojo el reflejo del
espejo retrovisor. Grande fue mi sorpresa al ver que mis ojos estaban muy
rojos, parecía que brotaba sangre. Me encantó ese ser, fue lo que primero
pensé y nuevamente el miedo quería apoderase de mí. Mi cabeza imaginaba
muchas tonterías, recreaba caras de muchas personas extrañas, seres
inimaginables, caras de payasos. Me encontraba aturdido, pero seguía
manejando. Ya alejado muchos metros del lugar fui recobrando la noción y los
estragos del licor habían desaparecido por completo. Volví a la normalidad y me
di cuenta que me había hecho en mi pantalón, había sido muy grande el susto.
Al poco rato con el miedo mermado llegué a mi destino.
No sé qué fue lo que salvó mi vida, fue mi valor, las animas benditas que en el
camino había o fue la ayuda de Dios, que hizo que me acercara más a él. Lo
importante fue que el ser humano tiene una infinidad de poder interno que de
alguna manera los exterioriza en los momentos difíciles. Seamos crédulos del
señor y enmendemos nuestros errores. Hagamos el bien y profesemos que lo
bueno y lo malo existe.
Y al conjuro mágico se creó el indio mochica, que salió del propio árbol del
algarrobo, ya mayestático.
LA CONFESIÓN DE NAYLAMP:
LA SIRENA: