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NÚMERO 78
Arqueología de la obra de
arte
Giorgio Agamben
La idea que guía a estas re exiones mías sobre el concepto de obra de arte SOBRE EL AUTOR
es que la arqueología es la única vía de acceso al presente. Es en este sentido Giorgio Agamben (1942)
como hay que entender el título «Arqueología de la obra de arte». Como lo es un filósofo nacido en
sugirió Michel Foucault, la indagación sobre el pasado no es más que la Roma, Italia. Es
sombra arrojada por una interrogación dirigida al presente. Es buscando principalmente conocido
comprender el presente como los hombres —al menos nosotros, los por su larga investigación
hombres europeos— nos vemos obligados a interrogar el pasado. He de casi veinte años Homo
precisado «nosotros, los europeos» porque me parece que, admitido que la sacer, en donde
palabra «Europa» tiene un sentido, éste, como hoy es evidente, no puede ser emprendió una
ni político ni religioso y mucho menos económico, sino que tal vez consiste arqueología de la política
occidental que retoma
en que el hombre europeo —a diferencia, por ejemplo, de los asiáticos y los
elementos de la obra de
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americanos, para los cuales la historia y el pasado tienen un signi cado Martin Heidegger, Carl
completamente diferente— puede acceder a su verdad sólo a través de una Schmitt, Walter Benjamin,
confrontación con el pasado, sólo haciendo cuentas con su historia. Hace Michel Foucault, entre
muchos años, un lósofo que también fue un alto funcionario de la Europa muchos otros autores y
registros. Entre sus obras
naciente, Alexandre Kojève, sostenía que el Homo sapiens había alcanzado el
más leídas se encuentran
nal de su historia y no tenía ya ante sí más que dos posibilidades: el acceso
La comunidad que viene
a una animalidad poshistórica (encarnado por el American way of life) o el
(1990), El tiempo que resta
esnobismo (encarnado por los japoneses, que continuaban celebrando sus
(2000), Estado de excepción
ceremonias del té, a pesar de que estuvieran vaciadas de cualquier
(2003), El Reino y la Gloria
signi cado histórico). Entre una América íntegramente reanimalizada y un
(2007) y El uso de los
Japón que se mantiene humano siempre y cuando renuncie a todo contenido cuerpos (2014).
histórico, Europa podría ofrecer la alternativa de una cultura que sigue
siendo humana y vital incluso después del n de la historia, porque es capaz
de confrontarse con su historia misma en su totalidad y alcanzar con esta
confrontación una vida nueva.
Por eso la crisis que Europa está atravesando —como tendría que ser
evidente con el desmantelamiento de sus instituciones universitarias y la
musei cación creciente de la cultura— no es un problema económico
(«economía» es hoy una consigna y no un concepto), sino una crisis de la
relación con el pasado. En la medida en que el único lugar en que el pasado
puede vivir es de manera evidente el presente, y si el presente no siente ya a
su pasado como vivo, las universidades y los museos se vuelven lugares
problemáticos. Y si el arte se ha vuelto hoy para nosotros una gura —tal vez
la gura— eminente de este pasado, entonces la pregunta que no hay que
dejar de plantearse es: ¿cuál es el lugar del arte en el presente? (Y aquí me
gustaría rendir homenaje a Giovanni Urbani, que quizá fue el primero que
planteó de modo coherente esta cuestión).
Ustedes saben, por lo demás, que hoy en día la obra parece atravesar una
crisis decisiva, que la ha llevado a desaparecer del ámbito de la producción
artística, en la cual la performance y la actividad creativa o conceptual del
artista tienden cada vez más a tomar el lugar de aquello que estábamos
acostumbrados a considerar como «obra».
Que las cosas fueran justamente así, resulta con claridad por el modo en que
Guy Debord —que antes de fundar la Internacional Situacionista había
pertenecido a los últimos grupúsculos de las vanguardias del siglo XX—
resume su posición sobre el problema del arte en su tiempo: «El surrealismo
quiso realizar el arte sin abolirlo, el dadaísmo quiso abolirlo sin realizarlo,
nosotros queremos abolirlo y realizarlo al mismo tiempo». Es evidente que lo
que debe ser abolido es la obra, pero tanto más evidente es que la obra de
arte debe ser abolida en nombre de algo que, en el mismo arte, va más allá
de la obra y exige ser realizado no en una obra, sino en la vida (los
situacionistas trataron de forma coherente producir no obras, sino
situaciones).
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Si hoy en día el arte se presenta como una actividad sin obra —incluso si, con
una interesante contradicción, artistas y marchantes continúan estipulando
su precio—, esto ha podido ocurrir precisamente porque el ser-obra de la
obra de arte ha permanecido impensado. Yo creo que sólo una genealogía
de este concepto ontológico fundamental (si bien no registrado como tal en
los manuales de losofía) podrá volver comprensible el proceso que —según
el famoso paradigma psicoanalítico del retorno de lo reprimido en formas
patológicas— ha llevado la práctica artística a asumir aquellas características
que el arte así llamado contemporáneo ha extremado en formas
inconscientemente paródicas. (El arte contemporáneo como retorno en
formas patológicas de la «obra» reprimida).
Y aquí comienza el pasaje (1050a 21-35) que me interesa leer junto con
ustedes. El n, el telos —escribe— es el ergon, la obra, y la obra es energeia,
operación y ser-en-obra: de hecho, el término energeia deriva de ergon y
tiende por eso hacia la completitud, la entelecheia (otro término forjado por
Aristóteles: poseerse en el n propio). No obstante, existen casos en los
cuales el n último se agota en el uso, como en la vista (opsis, la facultad de
ver) y en la visión (el acto de ver, horasis), en las cuales no se produce nada
más aparte de la visión; existen, en cambio, otros casos en los cuales se
produce algo más, como, por ejemplo, del arte de construir (oikodomiké),
además de la operación de construir (oikodomesis), se produce también la
casa. En estos casos, el acto de construir, la oikodomesis, reside en la cosa
construida (en toi oikodomoumenoi), es originada (gignetaz, «se genera») y está
junto a la casa. Por consiguiente, en todos los casos en que se produce algo
más que el uso, la energeia reside en la cosa hecha (en toi poiumenoi), del
mismo modo en que el acto del construir está en la casa construida y el acto
de tejer en el tejido. Cuando, en cambio, no existe otro ergon, otra obra
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además de la energeia, entonces la energeia, el ser-en-obra, residirá en los
sujetos mismos, del mismo modo en que, por ejemplo, la visión reside en el
vidente y la contemplación (la theoria, es decir, el conocimiento más alto) en
el contemplador y la vida en el alma.
Al lado de las actividades que producen obras, existen otras sin obra —que
Aristóteles ejempli ca en la visión y en el conocimiento— en las cuales la
energeia está, en cambio, en el sujeto mismo. Sobra decir que éstas son,
para un griego, superiores a las otras, una vez más, no porque no fueran
capaces de apreciar la importancia de las obras de arte con respecto al
conocimiento y al pensamiento, sino porque en las actividades
improductivas, como es precisamente el pensamiento (la theoria), el sujeto
posee perfectamente su n. La obra, el ergon, es en cambio de algún modo
una obstrucción que expropia al agente de su energeia, que reside no en él,
sino en la obra. La praxis, la acción que tiene en sí misma su n, es por esto,
como Aristóteles no se cansa de repetir, de algún modo superior a la poiesis,
a la actividad productiva, cuyo n está en la obra. La energeia, la operación
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perfecta, es sin obra y tiene su lugar en el agente. (De manera coherente los
antiguos distinguían las artes in e ectu, como la pintura y la escultura, que
producen una cosa, de las artes actuosae, como la danza y la mímica, que se
agotan en su ejecución).
Los primeros treinta años del siglo XX han sido bautizados con razón «la era
de los movimientos». No sólo, tanto a derecha como a izquierda del espectro
político, los partidos ceden su lugar a los movimientos (tanto el Fascismo
como el movimiento obrero se de nen de este modo), sino que también en
el arte, en las ciencias (cuando Freud intentó de nir en 1914 el psicoanálisis,
no encontró nada mejor que «movimiento psicoanalítico») y en cualquier
aspecto de la cultura los movimientos sustituyen a las escuelas y las
instituciones. Es en este contexto donde «la renovación de la Iglesia a partir
del espíritu de la liturgia» emprendido en Maria Laach acabó siendo de nido
como liturgische Bewegung, precisamente del mismo modo en que muchas
vanguardias de aquellos años se cali caban como «movimientos» artísticos o
literarios.
BIBLIOGRAFÍA