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La vor agine
´ 

expSición
blota
naoal d
colomba 
2009 
noviembre
marzo
2010
 

Intervención de
Liliana Sánchez en la
Biblioteca Nacional
para acompañar la
exposición
La vorgine, 2009
 

[2] [3]

José Eustasio Rivera en Yavita, 1923


Archivo Rivera, Universidad de Caldas
 

l a v o bibli il  lmbi

rn á g ei
2009  noviembre marzo 2010

xpsiió
 

El arte vive de la discusión, del experimento, de la L a L e c t u r a d e u n a   obra literaria tendrá en cada tiempo
curiosidad, de la diversidad de intentos,
i ntentos, del intercambio interpretaciones distintas; La vorgine de José Eustasio Rivera
de pareceres y de la comparación de puntos de vista. plantea un contexto que hoy, desde visiones económicas,
HEN R Y JA ES culturales, ecológicas y políticas, pareciera estar a la orden del
día en la sociedad contemporánea: la relación orgánica entre
La vorágne ha sido desde su publicación un oco de atracción hombre y naturaleza, entre sistemas culturales, económicos y
para sucesivas generaciones de lectores. Lo ha sido de maneras biológicos. En este sentido, esta exposición pretende refejar
muy variadas, según los públicos y los tiempos, tal como se visiones múltiples partiendo de la idea de viaje y territorio
puede apreciar en toda la literatura crítica que ha girado en como un espacio amplio de acciones; lugar y contenedor de las
torno a la obra y que habla de su apertura y su complejidad. negociaciones entre los distintos sistemas que se plantean en
Aparentemente no hay nada resuelto ni denitivo en ella. Ni los la novela misma. Se incluyen diversos elementos que se cruzan,
héroes son héroes, ni el amor es amor, ni la belleza encierra dialogan y generan lecturas distintas de la experiencia de la obra
belleza. La naturaleza provoca a la vez ascinación y terror. Todo literaria, enatizando en muchos casos la ambigüedad entre
puede ocurrir en ese escenario inmenso y poderoso en el que cción literaria y realidad histórica que el autor mismo planteó.
el hombre se enrenta a uerzas desatadas y a veces pierde la Las investigaciones de Carlos Páramo y Roberto Franco han
razón. El territorio nacional no existe, no protege, no dado soporte a un guión que acompaña este
[6] da identidad. La civilización produce desazón, hastío. viaje y que se incluye en la presente publicación. [7]
Las ronteras son tierras de nadie en las que ele l ser En él, aparte de dársele un contexto histórico y
humano se convierte en victimario o en esclavo. Y en cultural a la novela, a sus personajes, al autor y a
medio de ese panorama, la majestuosidad, la pasión, su época, también se decodica un vasto tejido de
el valor, la uerza que une a una maraña de seres vivos en una vínculos entre hechos históricos y personajes reales plasmados
ópera de una riqueza y un horror insondables. en clave por Rivera en La vorgine y que han sido objeto de
La vorgine es una construcción de una extrañeza deliberada; análisis de un gran número de académicos desde los tiempos del
una denuncia documentada de los desmanes de los caucheros autor.
en las selvas del Putumayo, un recorrido por los territorios mul- Las uentes a las que acudió la investigación comprenden
tiormes de la violencia, un canto ascinado ante el poder de la documentos ya conocidos dentro del contexto de Rivera y su
naturaleza y las exaltaciones de la imaginación. Un libro lleno obra, al igual que otros inéditos. Incluyen denuncias acerca de la
de resonancias. ¿Qué pasó con la novela desde que salió a la luz explotación del caucho, artículos de prensa sobre la publicación
pública? ¿Qué ha suscitado en las mentes lectoras? ¿Qué le dice de la novela, manuscritos y documentos personales de Rivera.
al público actual? Estas son algunas de las refexiones que dieron Estos provienen de los ondos de la Biblioteca Nacional y de
origen a esta exposición sobre La vorgine, su recorrido, su terri- otras instituciones o colecciones personales que han prestado
prestado su
ble denuncia y, sobre todo, su s u vitalidad creativa. colaboración, como el Archivo General de la Nación, la Biblioteca
Luis Ángel Arango, la Universidad de Caldas y la Universida
Universidadd
a r directora de la Biblioteca Nacional de Colombia Javeriana.

Este viaje lo acompañan imágenes tan diversas como las del en esta “vorágine”. Su estructura es indeterminada y devela, más
artista brasileño Helio elo y las de archivos otográcos como que una supercie, un interior de apariencia brutal y seductora
los de la Fundación Archivo Fotográco de la Orinoquía (FAFO) como la selva de Rivera. Claramente sistemático pero aleatoria-
o del botánico, otógrao y cineasta Jose Kaspar Eberhard, que mente construido, se aleja de cualquier guración o abstracción,
uncionan como enlaces entre la novela y territorio. es en sí mismo una simulación y un símbolo de vida, y en conse-
La mirada de las imágenes de Eberhard –tomadas entre las cuencia de su extinción.
1925 y 1965–, que se presentan por primera vez en esta muestra, La instalación Vorgine, materia prima de Felipe Arturo cons-
es la del occidental que observa con distancia. A dierencia de truye, a través de ediciones piratas de La vorgine, una estructura
las de otros contemporáneos suyos, estas otos carecen de la orgánica que recorre el espacio. Opera como una metáora de la
condición estetizante
estetizante de la otogra
otograía
ía etnográca y son en este obra literaria como construcción cultural en dos niveles: el papel
sentido tan limítroes como el territorio mismo que documentan. –al igual que el caucho– como producto industrial de explotación
Eberhard, como tantos otros inmigrantes de la primera mitad de la selva y la serialidad como paradoja del sistema de circula-
del siglo XX, salió de la Europa arrasada por la guerra en busca ción y lectura en un país como Colombia, donde la gran mayoría
de sentido para su vida, que pareció emerger, al igual que para de quienes han leído la novela lo han hecho desde la ilegalidad en
Arturo Cova, en la promesa romántica de los territorios vírgenes este tipo de ediciones.
de la selva suramericana. Los dibujos de ateo Lopez plantean por otro
[8] Las imágenes de las obras de Helio elo, por lado un juego entre cción y realidad similar al que [9]
otro lado, comparten con la obra de Rivera el tono propone la novela con su autor y protagonista: José
simbólico y poético con respecto a las relaciones del Eustasio Rivera y Arturo Cova parecieran tener una
hombre y la selva, los sistemas de explotación, y la vida de los presencia museológica en la exposición a través de elementos
trabajadores del caucho. elo, artista autodidacta, ue uno de que van desde el avión Ricaurte –en el que Rivera envió la quinta
los miles de brasileños reclutados como soldados da borracha  edición de la novela desde Nueva York–, la silla del poeta o los

durante
el injustoelsistema
segundodeboom cauchero
trabajo “queboom
del primer repitió punto por
llamado puntode
sistema dados
azar”. y barajas con los que Arturo Cova “juega su corazón al
aviamento en el cual el trabajador siempre debía más de lo que Finalmente, los videos de iguel Salazar son un viaje a través
producía”” .
producía 1
de imágenes y citas de la novela, abordados desde temas como
Las intervenciones de los artistas Liliana Sánchez, ateo la selva antropóaga, la última rontera, las ebres de la selva o
López y Felipe Arturo, y el proyecto audiovisual del cineasta naturaleza y barbarie. Ellos enatizan, a través de ragmentos, los
iguel Salazar proponen lecturas paralelas de la obra de Rivera. potenciales cinemáticos
cinemáticos contemporáneos de la obra de Rivera y
La intervención de Liliana Sanchez crea una piel que soporta esta son, de alguna manera, premoniciones de una historia pasada,
relación simbiótica entre naturaleza y hombre, constituyéndose presente y por venir que sigue hoy vigente con nombres, ebres
en el contenedor mismo de las dierent
dierentes
es rutas que se proponen de riqueza y sujetos de explotación distinto
distintos.
s.

1 Todo acre cabe en un solo rbol, José Roca, cls B curador
Catálogo de la 27ª Bienal de São Paulo, 2007.
 

• Viajes al inramundo 15
• El mito de Occidente 16
• Secuelas 20
• Ruido y desolación 22
• Lecturas y lectores 23
• Señor inistro… 26
• ¿Novela indigenista? 28
• Los escándalos del Putumayo 31
• Autor y protagonista 34
• “Un desequilibrado tan impulsivo como teatral” 37
• La otra Selva 40
• ¿Quién escribió La Vorgine? 43
• Los modelos de Arturo y Alicia 45
• Alicia: semilla en el viento 47
• El Pipa, guía del extravío 49
ateo López Parra
• La puerta a lo desconocido:
Naipe, tinta sobre papel, 2009
el pleito de ata de Palma 53
Forma continua, bolígrao sobre papel, 2009
• Los llanos, paraíso o entrada al inerno 54
• Los llaneros 57
• Llegando a la rontera 60
• Jugué mi corazón al azar… 62
• apiripana y la cárcel verde 62
• Los límites desconocidos 66
• La explotación del caucho 68
• Barrera y Zoraida 72
• Un hombre elegante, de botas altas,
vestido blanco y eltro gris 75
• El terror de Funes 78
• El Isana y el Río Negro brasileño 80
• Julio César Arana, el rey del caucho 84
• Oídos sordos ante el horror 86
• El paraíso del Diablo 87
• Clemente Silva, arquetipo de la rontera 90
• Viajes y orígenes de don Clemente 93

Concentrando en la memoria todo su ser, mirando hacia su cerebro,


recordaba
recor daba el mapa que tantas veces había estudiado en la casa de
Naranjal, y veía las líneas sinuosas, que parecían una red de venas,
sobre la mancha de un verde pálido en que resaltaban nombres
inolvidables:: Teiya, arié, Curí-curiarí. ¡Cuánta dierencia entre una
inolvidables
región y la carta que la reduce! ¡Quién le hubiera dicho que aquel
papel, donde apenas cabían sus manos abiertas, encerraba espacios
tan innitos, selvas tan lóbregas, ciénagas tan letales! Y él, rumbero
curtido, que tan ácilmente solía pasar la uña del índice de una línea a
otra línea, abarcando ríos, paralelos y meridianos, ¿cómo pudo creer
que sus plantas eran capaces de moverse como su dedo?
  La vorgine tercera parte

 
Señor inistro:
[12] [13]
De acuerdo con los deseos de SS he arreglado para la publicidad los
manuscritos de Arturo Cova, remitidos a ese inisterio por el cónsul
de Colombia en anaos.
En esas páginas respeté el estilo y hasta las incorrecciones del
inortunado escritor, subrayando únicamente los provincialismo
provincialismoss de
más carácter.
Creo, salvo mejor opinión de SS, que este libro no se debe publicar
antes de tener más noticias de los caucheros colombianos del río
Negro o Guainía; pero si SS resolviere
resolviere lo contrario, le ruego
ru ego que se
sirva comunicarme oportunamente los datos que adquiera para
adicionarlos a guisa de epílogo.
Soy de SS muy atento servidor,  

JOS EUSTASIO RIVERA


apa incluido en la quinta y sexta edición de La vorgine.   La vorgine prólogo
 

 
VIAJES
AL INFRAUNDO
La  vorgine es una nueva rendición del mito más
infuyente de la antigüedad greco-latina: Oreo, poeta
y semidiós cuya lírica conmovía hasta a las bestias,
descendió a los inernos a rescatar a su esposa
Eurídice, muerta a causa de la mordedura de una
serpiente.
Variaciones sobre este tema se encuentran en la
historia de Jesucristo, quien también bajó al inerno
durante tres días antes de su resurrección. En la Enei-
da, Virgilio narra cómo su héroe buscó en el Hades el
espíritu de su padre. Por lo mismo, Dante quiso hacer
de Virgilio su guía hacia el Averno, cuando “a la mitad
de la vida” se “encontraba en una selva oscura”, en el [15]
comienzo de su Divina comedia.
El tema de Oreo dio pie para que naciera la ópera
en el siglo XVII, en particular con los “dramas para
música” de Jacopo Peri, Giulio Caccini y Claudio
onteverdi. También inspiró los ritos de iniciación
masónica, tal y como se describen en La auta mgica 
de ozart. En Viaje  al  centro  de  la  Tierra, Julio Verne
produjo una versión secular y cientíca del viaje al in-
ramundo, mostrándolo como un retorno al principio
de los tiempos. Luego, en El  corazón  de  las  tinieblas,
Joseph Conrad retomó este último punto y situó el
inerno –sede del terror colonial– en las proundida-
des del río Congo. ás o menos por la misma época,

Alberto Rangel describió


selva amazónica la vida
como Inerno de los
 verde . caboclos en la
José Eustasio Rivera, La vorgine, 1ª edición, Bogotá, Cromos, 1924. José Eustasio Rivera, que nunca alcanzó a leer
Dedicatorias del autor a Antonio Gómez Restrepo y, de su puño y
letra, a Custodio orales, Biblioteca Nacional de Colombia.
a Conrad pero sí conoció la obra de Rangel, logró

conciliar estos temas con la intuición de un genuino


pensador de mitos.
La vorgine es también la historia de un poeta que
desciende al “inerno verde” a buscar a su amada
y, como en el caso de Oreo, su pesquisa termina en

tragedia. Es un viaje
tación cauchera, en iniciático a la sombra
el que Arturo de la explo-
Cova encuentra el
lado salvaje de su existencia y sabe que a su paso no
dejará “más que ruido y desolación”.
Algunos pasajes de Inerno verde delatan su uerte
infuencia en La  vorgine. En las últimas páginas del
diario de Arturo Cova aparece mencionado quien le
 .
obsequió esta novela a Rivera:    d
   r
   a
Y en San Gabriel, pueblo edicado sobre el    h
   r
   e
congosto por donde el río gigante [el Vaupés] se    b
   E
   r
precipita, hubimos de abandonar el bongo para    a
   p
   s
[16] no arriesgarlo en el raudal. El preecto apostó-    a
   K
   f
lico, monseñor asa, nos acogió benévolamente    e
   s
   o
y nos ha orecido la gasolina de la isión para    J
   e
   d
seguir a Umarituba.    a
    í
   f
   a
   r
   g
   o
En un artículo clásico, Eduardo Neale-Silva ob-    t
   o
   F

servó que el presbítero no asumió la preectura hasta


principios de 1920, lo cual sitúa la acción de los últi-
mos días de La vorgine hacia esa echa.

EL ITO
DE OCCIDENTE
La vorgine sintetiza el mito que le da sentido a Oc-
cidente: el surgimiento de la cultura por oposición a la
naturaleza. En ese sentido, encontrarse con la selva
signica encarar el lado oscuro de la civilización: lo
que no ha sido domesticado, los instintos, el mundo
descontrolado de los sueños, el rompimiento de los

tabúes, la locura, la brujería y el canibalismo. Todos


estos temas hallan cabida en la novela.
Por ello se entronca en una riquísima tradición de
viajes épicos y trágicos, y temas arquetípicos. Viajes
por el río en busca de sí mismo, como el de Sigrido en
el drama musical de Richard Wagner –el compositor
preerido de José Eustasio Rivera–, o el del tirano
Lope de Aguirre, quien en 1561 se amotina en pleno
Amazonas y declara su desnaturalización de España,
sin dejar a su paso “más que ruido y desolación”. Te-
mas como el de la nave de los locos, barca que navega
sin más dirección que el desastre y lleva a bordo a
todos los necios del mundo, acaso incluyendo a ese
“desequilibrado tan impulsivo como teatral” que es
Arturo Cova. O seres a medio camino entre la natu-
raleza y la cultura, como el Calibán de Shakespeare
[18] o el Pipa.
El poeta Eduardo Castillo tildó a La  vorgine  de
“olletín semipolicíaco” y aun cuando quiso degradar
a la novela, también le amparaba algo de razón. La 
vorgine  es una búsqueda criminal, como en La  jan- jan-
gada  o El  soberbio  Orinoco de Julio Verne, autor que
Rivera tenía en gran estima y que situó estas dos de
sus obras en la amazo-orinoquía.
Pero sobre todo es una busca de la esencia de lo
salvaje, como Moby   Dick o El  corazón  de  las  tinieblas.
O como El  mundo  perdido, novela de Arthur Conan
Doyle –el mismo creador de Sherlock Holmes–, en la
cual una expedición cientíca halla dinosaurios ante-
diluvianos justo en la región donde se pierden Arturo
.    
Cova
no hayy su comitiva
salida. NadieLasobrevive
dierenciapara
es que en La
contar vorgine
la historia.
Sólo queda un diario. Algo parecido ocurre con Las 
aventuras  de  Arturo
Arturo  Gordon  Pym  de Edgar Allan Poe,
Fotograía de Jose Kaspar Eberhard.

y esta similitud es reveladora: al parecer, sólo Poe y


Rivera, ambos poetas delirantes, tienen el coraje de
reconocer que, en la rontera, Occidente lleva la bata-
lla perdida: “Ni rastro de ellos… ¡Los devoró la selva!”
se lva!”..

SECUELAS
La infuencia de La  vorgine  en la literatura lati-
noamericana ha sido enorme. Horacio Quiroga, otro
gran escritor de la selva y la rontera, la consideraba
“ el
el libro más trascendental que se ha publicado en el
continente”.
Se ha dicho que la obra de Rivera inaugura el género
conocido como “novela de la tierra”, en el que una situa-
ción real o cticia da pie para describir con temor y asci-
nación al paisaje y las uerzas de la naturaleza, así como
para exaltar la geograía nacional y los dramas o glorias
[20] de sus habitantes. También se ha señalado su carácter
de denuncia y, en ese sentido, su preocupación por los
confictos sociales. Uno o ambos atributos converg
convergen
en en
obras como To (1933) de César Uribe Piedrahíta, Doña 
Brbara (1929) y Canaima (1935) de Rómulo Gallegos, La 
serpiente de oro (1935) de Ciro Alegría, Sangama (1942) de
 paraíso del diablo (1966) de Alberto
Arturo Hernández y El paraíso
ontezuma Hurtado. Igualmente, el boom latinoame-
ricano hizo eco de La  vorgine  en Los  paso
 pasoss  per
 perdido
didoss 
(1953) de Alejo Carpentier y La casa verde (1966) de ario
Vargas Llosa. La crónica periodística también mostró
su impronta. Varios libros de Alredo olano y Germán
Castro Caycedo así lo atestiguan.
Pero acaso la infuencia más palpable y notoria se
demostró en la guerra con el Perú (1932-1934). La invo-
cación a La vorgine no sólo ue obligada en casi todos
los reportajes y memorias sobre el conficto, sino que César Uribe Piedrahíta, To: narraciones de
muchas veces sirvió literalmente de guía de viajeros a caucherías, anizales, Arturo Zapata, 1933.
Biblioteca Nacional de Colombia.

los soldados del interior del país que por primera vez se muchos combatientes, el equivalente del inerno en
adentraban en la espesura amazónica. Así por ejem- la tierra), era igualmente perturbador. También eran
plo, en 180 días en el rente (1933), Arturo Arango Uribe tiempos de revolución: en éxico, la agraria; en Rusia,
recuerda cómo sus compañeros de campaña la leían la obrera. De las trincheras de Palonegro y de Verdún
“para escribir a Bogotá sus impresiones de la selva, parecía surgir la misma angustia: la civilización era
vista a través del prismático aebrado del poeta”.
po eta”. incapaz de sobreponerse a la selva que habitaba el
interior de cada ser humano. Ese era el problema
RUIDO existencial que acometía La  vorgine. No en vano ue
Y DESOLACIN escrita en la también era de Freud, el expresionismo y
La  vorgine  retrata muy bien el clima intelectual el surrealismo en las artes.
y político de la Colombia de los años veinte. En cierto No obstante, en 1921 Rivera había producido otra
sentido, su aán por examinar y denunciar los muchos obra, una colección de 55 sonetos que marcaba otra
problemas de la rontera –de la geográca, como la mirada. Tierra  de  promisión, cuyo título y exaltación
explotación inrahumana producida por las econo- a la naturaleza incontenible del paisaje y la auna
mías extractivas; pero también de la rontera entre americanos se oponían a la idea de “tierra de nadie”
la naturaleza y la cultura, entre el mundo blanco y el e, incluso sin saberlo, a la de un libro de poemas aún
[22] mundo indígena, entre la selva, el llano y el altiplano, más célebre, La tierra baldía (1922) de T. S. Eliot. [23]
entre el bien y el mal, entre la razón y la locura, etc.–
respondió a las inquietudes propias de la llamada LECTURAS Y LECTORES
“generación del Centenario”, a la que perteneció José Hoy en día, La vorgine es una de las novelas más
Eustasio Rivera, las cuales eran: ¿qué era Colombia importantes de la literatura colombiana. Pero en la
al cabo de cien años de existencia? ¿Había logrado época de su aparición, su impacto ue mucho mayor.
congurarse como nación, política y culturalmente? Luego de Tierra  de  promisión (1921), el poeta Raael
¿Conocía sus límites? aya opinó que “la aparición de Rivera ue como si
En 1924 las respuestas eran más bien pesimistas. el viento de la selva hubiera penetrado de improviso
El siglo había iniciado con una guerra ratricida de tres en una sala hermética”. El eecto ue todavía mayor
años –la guerra de los il Días–, cuyo trauma sólo se con La  vorgine, obra que desde el inicio planteaba
había hecho aún más uerte con la pérdida de Pana-  justamente esa idea de Occidente como viento, que
má, justamente por el desdén rente a las ronteras impulsado por la atalidad deja en su camino “ruido y
del país. La toma de La Pedrera (1911) y la expansión desolación”. El Hado era el motor mítico de la historia:

de la Casa
persistía eseArana en el YPutumayo
abandono. conrmaban
el panorama que,
internacional
internacional, “Antes
“Ant
 juguéesmi
que me hubiera
corazón apasionado
al azar porlamujer
y me lo ganó Viol alguna,
Violencia”.
encia”.
al cabo de la Primera Guerra undial con sus otos y Nada hasta nuestros días plasma mejor la con-
testimonios de la desoladora “tierra de nadie” (para dición del hombre de rontera. No obstante, otros

 lectores
lectores de su época encontraron deectos en este
vigoroso aserto. Críticos y amigos del poeta, como
Luis Eduardo Nieto Caballero, iniciaron su reseña
señalando que “ Tiene
Tiene un deecto este libro: dema-
siada cadencia… Hay mucho consonante. Hay mucho

José Eustasio Rivera, Tierra de promisión, 


asonante”.
Igual, poco ¡Se
másleadelante
olvidabaaseguraba
que Arturoque
Cova era
“La poeta!
 vorgine 
Bogotá, Imprenta Nacional, 1921. es uno de los libros denitivos del trópico”. Otros,
Biblioteca Nacional de Colombia. como Armando Solano, teórico de la melancolía an-
dina, o aximiliano Grillo, intelectual veterano de los
il Días, ueron todavía más entusiastas.
Pero sobre todo, el impacto de La  vorgine  se vio
en sus primeros lectores. uchos dieron la historia
por estrictamente verídica. Un cura solicitó entrevis-
tarse con Rivera para que le diera las coordenadas
de Alicia y Arturo, e ir en pos de ellos y santicar su
unión. Otros, como el aventurero Pablo V. Gómez, se [25]
hallaban convencidos de haber sido quienes inspira-
ron los personajes. Escribía a Rivera en 1925:
e hizo volver a vivir, con la vida del recuerdo,
esos tres años de intenso salvajismo que llevé en
correría vagabunda y aventurera por las selvas
de Colombia, Venezuela y el Brasil. No sé si será
pretensión mía, pero le coneso que, leyendo
La  vorgine, me he gurado, en algunas de sus
escenas, retratado en su protagonista Cova.1

El hecho es que Gómez parece haber estado en


muchos de los lugares por los que pasó Arturo Cova,
ue cauchero y surió de beriberi. Esto indica, sobre
todo, que Rivera retrató magistralmente a los aven-
Felipe Arturo, La vorgine materia tureros de la selva, que desde las primeras páginas
 prima, libros y ganchos para pelo,
sintieron que hablaba de ellos y como ellos.
dimensiones variables, 2009.

SEOR INISTRO…
La  vorgine  es la primera genuina pieza de de-
nuncia social en la literatura colombiana. Y aunque
con anterioridad varios relatos retrataron distintas
ormas explotación social, estas obras no sólo se con-
ormaban con enunciar sin propiamente denunciar,
sino que la mayoría de veces hacían una distinción
sucientemente clara entre el dominio de la cción
y aquel de la cruda realidad. José Eustasio Rivera
procuró deliberadamente mezclar ambos géneros y
 jugar con esa ambigüedad.
La vorgine inicia con una carta a quien presumi-
blemente es el ministro de Relaciones Exteriores de
Colombia, dando a entender que lo que sigue es un
manuscrito del desaparecido Arturo Cova. Este texto,
a su vez, dice Rivera que le ue remitido “por el Cón-
[26] sul de Colombia en anaos”. uy probablemente el
ministro en cuestión uera Antonio Gómez Restrepo,
reconocido literato y mentor poético de Rivera, y a
quien estuvo dedicada la primera edición de la nove-
la. El cónsul podía ser su amigo Demetrio Salamanca
Torres, autor del notable tratado La amazonía  colom-
biana  (1916), cuyo segundo volumen ue proscrito y
mandado incinerar por el gobierno nacional dado que
denunciaba la laxitud y la corrupción de los diplo-
máticos colombianos en la rontera sur. Con ambas
reerencias,
reer encias, que debían ser claras para alguien de la
época, La vorgine iniciaba enatizando su arraigo en
la “realidad”.
Y no sólo eso: la “campaña de expectativa” ade-
lantada por la Editorial de Cromos en varios periódi-
cos aprovechó el equívoco.
A poco tiempo de aparecida, la crítica –sobre todo Campaña de expectativa en torno a la primera edición de
la internacional– empezó a compararla con Yo acuso, La vorgine. Nuevo Tiempo , agosto 29 de 1924.

el célebre escrito de Emilio Zolá a avor del capitán


Dreyus, procesado por espionaje en Francia. Otros,
como el misionero y explorador inglés sir Kenneth G.
Grubb, se rerieron a La vorgine como “La cabaña del 
tío  Tom  de la vida amazónica”. Rivera, por su parte,
continuaba de manera cada vez más vehemente
sus denuncias, en la prensa y el Senado, contra la
equívoca política colombiana en los predios de Ara-
na y Funes. Con La  vorgine  había nacido el escritor
comprometido.

¿NOVELA INDIGENISTA?
Se ha dicho que La vorgine inauguró el género de
las “novelas de la tierra”, pero de manera indirecta
también ue un antecedente importante de la litera-
tura indigenista. Ciertamente, obras como Huasipun-
[28] go de Jorge Icaza, Los  ríos  proundo
 proundoss  de José aría
Arguedas o José Tombé de Diego Castrillón Arboleda,
aparecieron en la década del cuarenta, cuando do-
minaban otros movimientos, estéticas y lenguajes.
Sin embargo, la perspectiva que dio Rivera a la pro-
blemática indígena ue igualmente importante, pues
era la visión que el blanco tenía de los indios: miope
e instrumental que, justo por eso, selló el destino de
la población nativa rente al avance de la colonización.
Un ejemplo temprano de esta preocupación es un
soneto que apareció en Tierra de promisión
 promisión cargado de
gran violencia:
Por saciar los ardores de mi sangre liviana
y alegrar la penumbra del vetusto caney,
un indio malicioso me ha traído una indiana
de senos forecidos, que se llama Riguey.
Sueltan sus desnudeces ondas de mejorana;
Fotograía Jose Kaspar Eberhard.

siempre el rostro me oculta por atávica ley, violencia con que Occidente entra en la selva y ultraja
y al sentir mis caricias apremiantes
apremiantes,, se aana a sus habitantes, también muestran que las relacio-
por clavarme las uñas de rosado carey. nes del mundo blanco con el indígena han partido de
un trágico equívoco: al querer dominar una selva que
Hace luna. La uente habla del himeneo. no entienden, los blancos se han vuelto más salvajes
La indiecita solloza presa de mi deseo, que los “salvajes” que la habitan.
y los hombros me muerde con salvaje crueldad.
LOS ESCÁNDALOS
Pobre… ¡Ya me agasaja! Es mi lecho un andamio, DEL PUTUAYO
mas la brisa y la noche cantan mi epitalamio Antes de La  vorgine hubo varias obras que se
y la montaña púber huele a virginidad. encargaron de denunciar las atrocidades de los cau-
cheros blancos en las selvas del Putumayo. uchas
Escenas similares pasan al mundo de La vorgine: de estas ueron uente directa de inormación para
Sucede que estas noches los siringueros
han invadido el zarzo de las mujeres, para go- José Eustasio
viaje de Rivera
Clemente y, en particular, para ilustrar el
Silva.
zarlas como premio de su semana, según vieja Ya en 1908, Raael Uribe Uribe había publicado
[30] costumbre.
costumbr e. Hediondos a hu
humo
mo y a mugre, apenas en Por   la  América  del  Sur  los dolidos testimonios de [31]
acaban de umigar, se le presentan al centinela y varios colonos colombianos
colombianos de la zona que habían sido
con gesto lascivo encargan el turno. Los menos asesinados o desplazados por los agentes de Julio
rijosos cambian su derecho a los impacientes César Arana y sus asociados. Sin embargo, en 1909,
por tabacos, por goma o por píldoras de quinina. con la publicación en Londres de una serie de repor-
Anoche, dos niñas montubias lloraban a gritos en tajes sobre el mismo asunto a cargo de la revista The 
lo alto de la escalera, porque todos los hombres Truth y basadas en el testimonio del estadounidense
las preerían y les era imposible resistir más. Walter E. Hardenburg, se destaparon verdaderamente
Una de ellas, desesperada, se tiró al suelo y se los escándalos del Putumayo. Allí se acusaba no sólo
astilló un brazo. Acudimos con luces a recoger
recogerla
la a los peruanos, sino se daba a entender que los socios
y la guarecí en mi chinchorro. británicos de Arana eran cómplices de todo aquello
–¡Inames, inames! ¡Basta de abusos con y se ponía en evidencia que buena parte de las tor-
estas mujeres desgraciadas! ¡La que no tenga turas eran ejecutadas por barbadianos al servicio de
hombre que la deenda, aquí me tiene! la empresa. Por ser entonces Barbados una colonia
británica, los crímenes de estos capataces los hacían
Arturo Cova, y acaso Rivera, creen que los indios directamente responsables ante la corona.
no son capaces de deenderse solos. En ello refejan Fruto de todo esto ue la aparición, en 1912, del libro
los prejuicios de su tiempo. Sin embargo, al mostrar la de Hardenburg, The  Putumayo, the  Devil’ s  Paradise  (El 

Putumayo, el  paraíso
paraíso  del  diablo) y, más infuyente aún,
del inorme presentado ante el Parlamento británico
por el cónsul Roger Casement –quien visitó la región
en 1910–conocido como El  Libro  Azul  del  Putumayo. 
Aprovechando el escándalo, el periodista Sidney G.
Paternoster presentó al año siguiente The Lords o  the 
Devil’ s Paradise (Los señores del paraíso
 paraíso del diablo).
Asimismo, el papa Pío X emitió en 1911 su bula La-
crimabili  Statu, en la que condenó los crímenes contra
la población indígena y solicitó a los obispos de Amé-
rica Latina que pusieran remedio a “tan monstruosa
ignominia y deshonra”. Tal disposición, así como las
recomendaciones de Casement en su inorme, ueron
undamentales para el ingreso de las misiones capu-
chinas a la zona.
En todo este panorama, el gobierno colombiano
–hasta entonces indolente rente al etnocidio– reactivó [33]
sus reclamos limítroes rente al Perú. Como parte de
la campaña comisionó al publicista inglés Norman
Thomson para que recogiera las denuncias, las cuales
aparecieron en Londres bajo el título de El  Libro  Rojo 
del  Putumayo  (1913), buscando que su aparición coin-
cidiera con el enjuiciamiento de Arana y sus socios.
Bajo un espíritu similar, Vicente Olarte Camacho había
publicado poco antes su volumen Las crueldades  de los 
 peruanoss  en  el  Putumayo   y 
 peruano y   en  el  Caquet, y el poeta y
diplomático Cornelio Hispano (seudónimo de Ismael
López) su recuento De  París  al  Amazonas. Las  feras 
del Putumayo . En 1933, durante la Guerra con el Perú,
se publicó La guarida  de  los  asesinos , una interesante
memoria de un ex empleado de la Casa Arana, Ricardo
A. Gómez.
Ricardo Gómez A., La guarida de los asesinos: relato histórico de los En Perú también aparecieron varios volúmenes.
crímenes del Putumayo, Pasto, Imprenta La Cosmopolita, 1933. ás devastador que el inorme de Casement ue El 
Biblioteca Nacional de Colombia.

 proceso del Putumayo. Sus secretos inauditos de Carlos


 proceso
A. Valcárcel, quien intervino como juez en el proceso.
Los caucheros, por su parte, produjeron, bien uera
de su propia pluma o sirviéndose de algún escritor  .
   a
   i
antasma, varios panfetos en su deensa, publicados  .
   b
   ”    m
   o
en Barcelona por la Imprenta de la Viuda de don Luis    m   l
   a    o
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Tasso. Aparecían como autores Carlos Rey de Castro   y    e
   A    d
(cónsul peruano en anaos), Carlos Larrabure i Correa    a    l
   i    a
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(diplomático), Pablo Zumaeta (socio de la compañía) y    r    o
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   o    c
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el propio Julio Arana, quien se hallaba asociado con    a    N
   n    a
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ellos: los dos primeros estaban bajo su paga y el ter-    d    e
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cero era su cuñado.    m   i
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Y PROTAGONISTA
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La relación entre José Eustasio Rivera y Arturo    a     o
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[34] Cova aún es un misterio.    a  ,
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La  vorgine  es una de las primeras novelas en la    o
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literatura universal que se sirvió de otograías para  ,
    ú    B ,
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darle veracidad a su trama y diuminar los linderos    a    ó
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entre la realidad y la cción. Tanto así, que en las tres    G    d
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primeras ediciones (1924, 1925 y 1926) aparecía la oto    d    1 ,
   s    e
de “Arturo Cova en las barracas del Guaracú, tomada    a    n
   c    g
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por la madona Zoraida Ayram”. Sin embargo, muchos    r    r
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críticos y amigos de Rivera,
Ri vera, como Jorge Añez o Ricardo    a
   s    L
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Charria Tobar, se aprestaron a identicar al personaje    n    a
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de la imagen con el propio escritor. No les altaba    a    i
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razón.    C    o
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Aún así, no es claro si Rivera, apelando a la técnica   u
   t    s
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del otomontaje (muy en boga por entonces), superpu-     é
   s
qu e podía ser el verdadero 
so su imagen a la de alguien que    J
   o
Arturo Cova o la inspiración de su modelo. Pero no
importa demasiado, pues ambos personajes se pare-
cían en varios aspectos: ser poetas tolimenses y haber

estudiado leyes, por ejemplo. Pero también en muchas “centenaristas” en los días de estas cívicas y
cosas se distinguían. Rivera era una gura pública, religiosas. 2
reconocida en su época no sólo como literato sino por
su labor como diplomático genuinamente preocupado
por la deensa de la soberanía nacional. Un polemista “UN DESEQUILIBRADO TAN
agudo y prolíco, tanto en lo que concernía a asuntos
de lírica como en cuestiones de límites geográcos,
ge ográcos, tal IPULSIVO
Sabemos COO
que una de las TEATRAL”
novelas que más infuyó en
y como lo atestiguó su copiosa producción de artículos José Eustasio Rivera ue Don Quijote. Tal parece que lo
para la prensa. Y a dierencia de
d e Cova, a Rivera no se le mismo sucedió con Arturo Cova. Ciertamente hay algo
conoció novia. de quijotesco en el protagonista de La  vorgine. Algo
Su amigo Ricardo Charria Tobar dejó esta elo- que a veces es ridículo y hasta cómico, como cuando,
cuente descripción de la época en que Rivera viajó por al cabo de escuchar las desdichas de Clemente Silva,
segunda vez al llano. ¿Podría ser el retrato de Arturo le dice con grandilocuencia: “Sepa usted que soy por
Cova antes de su uga? idiosincrasia el amigo de los débiles y de los tristes”.
[C]reo que ue un Domingo de Ramos, o un En otras ocasiones su carácter asume un desvarío
Jueves de Corpus, que para el caso da lo mismo, cruel e inhumano, como cuando sin inmutarse –y casi
[36] cuando a eso de las tres de la tarde se presentó con gozo– ve cómo a los dos indios maipureños que [37]
en el departamento de mi hermano un hombre los guían los succiona la mítica vorágine. Es entonces
corpulento, de alta estatura, de color trigueño, cuando Franco le espeta con ira que él ese s “un desequi-
negros ojos luminosos, más bien grandes que librado tan impulsivo como teatral”.
pequeños, amplia la rente, luciente el rostro A veces asume aires de mesías, como cuando
recién aeitado, con aquella brillantez que da la dice a sus compañeros, que lo toleran pero que lo
navaja de barba y luciendo un bigotillo de puntas saben inestable y débil, “Aunque vosotros andáis
erguidas, a la usanza de aquella época, el cual conmigo, sé que voy solo. ¿Estáis atigados? Podéis ir
retorció incesantemente durante nuestra con- caminando en pos de mí”.Y a veces nos deja entrever
versación, con cierto deleite táctil. Después de sus propias dudas sobre su capacidad de raciocinio y
colocar con natural lentitud, en el paragüero, su su proclividad para urdir planes imposibles, cuando
bastón de mango plateado, se quitó los guantes, con angustia se pregunta “¿estaría loco? ¡Imposibl
¡Imposible!e!
para tenderme en seguida la diestra, gesto que La ebre me había olvidado unas semanas. ¿Loco
se complementó con un abrazo. Un sacolevita, por qué? i cerebro era uerte y mis ideas limpias.
un chaleco de antasía y pantalón de lo mismo, ¿Loco yo? ¡Qué absurdo más grande!”. En cada caso,
o a rayas, ormaban el atuendo del poeta, que se su vanidad (a veces irritante, a veces conmovedora)
complementaba con un espléndido prendedor recrea con gran veracidad los estados de ánimo
de perla en la corbata. Así vestían los cachacos por los que pasa quien entra en contacto con las

ronteras de la razón. Casi pudiéramos ver ahí una


reinterpretación de don Quijote. Además porque a
Rivera le pasaba lo mismo. Su biógrao Eduardo
Neale-Silva recogió esta anécdota reveladora de su
estadía en los llanos:
Cierto día iban Rivera y un compañero por los
llanos cuando oyeron lastimeros ayes y alaridos.
Era una india a quien vapuleaba inmisericorde
un hombre. Rivera le echó el caballo encima al
verdugo y sin apearse le arrebató el látigo:
–¡Cobarde…!
–¡Cobar de…! ¡Guache…! ¡Canalla! ¡Así no se
trata a nadie y menos a una mujer!
El otro, que parecía ser un rico ganadero,

requirió el revólver y le contestó reciamente al


poeta:
–¡Para usted también hay… y para su madre!
Rivera dio un rugido, le clavó erozmente las [39]
espuelas al caballo que, encabritado, saltó sobre
el grosero jastial y lo arrojó en la yerba como un
pelele.
El valeroso cantor de la selva se apeó, reco-
gió el revólver y con él en la mano, le dijo al otro:
–Voy a darle diez latigazos en la cara: uno por
esa pobre india, otros por todos los indios… y los
ocho restantes por mi madre.
Dicho esto, esgrimió el látigo, que, al caer
sobre la mejilla del palurdo, le dejó una huella
roja como una cicatriz.
El hombre lanzó un budo, que devolvieron
La relación entre Cova y Rivera se expresa muy bien en esta página
los ecos de la selva. Rivera alzó de nuevo el brazo
del manuscrito original de La vorgine, adelantada sobre un libro de
cuentas. A la izquierda, la escritura de Cova es atropellada, ebril y otra vez el látigo pintó una serpiente de uego
y obsesiva, y termina describiendo una literal vorágine a guisa de sobre la mejilla del llanero. Este se arrodilló,
tachón. La cuidadosa caligraía de Rivera, a la derecha, pareciera  juntó las manos en imploración
imploración y suplicó:
demostrar en cambio una personalidad mucho más reposada. –¡Perdóneme, señor!
icroilm, Fondo Germán Arciniegas, Biblioteca Nacional de Colombia.

El poeta le arrojó el revólver al azotado y le


dijo tranquilamente:
tranquilamente:
–Tome su revólver y asesíneme, si quiere
por la espalda. Le perdono los ocho latigazos en
nombre de mi madre.3

LA OTRA SELVA
José Eustasio Rivera murió en Nueva YYork,
ork, el 1 de
diciembre de 1928, a los 40 años. Allí se encontraba
negociando los derechos de lmación de La vorgine y
acababa de supervisar el tiraje de las ediciones quin-
ta y sexta de su novela, en las cuales había incluido
varias correcciones y hecho varios cambios, como la
sustitución de las otos por mapas.
No sabemos de qué alleció Rivera. Los partes
[40] médicos describieron la sintomatología como similar
a la de un absceso cerebral o algo relacionado con el
avance de la malaria que desde hacía varios años le
aquejaba. Si ue lo segundo, la selva tampoco quiso
perdonarlo.
El último evento público en que se le vio ue el
20 de noviembre, cuando despidió al piloto Benjamín
éndez Rey en el que ue el primer vuelo Nueva York-
Bogotá. El aeroplano de éndez era un Curtiss Falc
Falconon
0-1 bautizado Ricaurte en homenaje a San ateo, el
municipio donde había nacido el poeta (el capitán
Antonio Ricaurte se hizo célebre en la Independencia
por haberse volado con sus hombres, antes de que Gastos de
hospitalización
los españoles pudieran capturar un polvorín en la de Rivera en el
hacienda venezolana de San ateo, en 1814. El pueblo
Policlínico de
donde nació Rivera se llamó así en conmemoración Nueva York, 1928.
del hecho, y desde 1934 ue rebautizado justamente Archivo Rivera,
como Rivera, hoy en el departamento del Huila). A Universidad
de Caldas.

bordo del Ricaurte iban dos ejemplares de la reciente ¿QUIN ESCRIBI


edición de La vorgine, uno para la Biblioteca Nacional LA VORáGINE? 
y otro para el presidente Abadía. Algunos han sostenido que Rivera no escribió
Cinco años después de la muerte de Rivera, en La  vorgine, sino que la plagió. Para John Brown, un
plena guerra con el Perú, el Ricaurte  –que participó negro estadounidense que trabajó en las caucherías
en varias operaciones militares durante el conficto– de la Casa Arana, “Esa es pura novela. Dice muchas
partió desde el Putumayo con dos tripulantes rumbo mentiras. José Eustasio Rivera no estuvo aquí. La no-
a la base de Flandes, Tolima. Pero nunca llegó. Los vela no es de él. Para escribirla le compró el manus-
devoró la selva. crito a Arturo Cova… Conocí a Arturo Cova… y Alicia.
La turca no existió”. Eso armó en una entrevista que
concedió a Joaquín olano Campuzano en 1971, en
Puerto Leguízamo4.
Otros, en cambio, han querido desdeñarla por
...Los que un tiempo creyeron que mi inteligencia inexacta. En  Aguas  arriba, Alredo olano recogió el
testimonio de Carlos Palau, un viejo colono del Gua-
irradiaría extraordinariamente, cual una aureola viare, que por su parte sostuvo que Rivera
[42] de mi juventud; los que se olvidaron de mí apenas [...] era un mentiroso que… no salió del [43]
mi planta descendió al inortunio; los que al mosquitero por miedo a los mosquitos y nunca
recordarme alguna vez piensen en mi racaso y se conoció a los Barrera y mucho menos a la a-
pregunten por qué no ui lo que pude haber sido, dona... La tal Alicia nunca existió, y Arturo Cova
era un cauchero de Puerto [sic] Espín que tenía
sepan que el destino implacable me desarraigó de
de
dieciséis peones y que ue tan malo o tan bueno
la prosperidad incipiente y me lanzó a las pampas, como Barrera. La vorgine son puras antasías de
para que ambulara, vagabundo, como los vientos, y muchacho. Cuando la adona conoció el libro, lo
me extinguiera como ellos sin dejar más que ruido y quemó de la rabia.5
desolación.
Ahora bien, ambos niegan que la obra uera escri-
ta en su integridad por Rivera, pero en todo lo demás
FRAGENTO DE LA CARTA DE ARTURO COVA
se contradicen. Lo cierto es que esa es en parte la
  La vorgine  epígrae magia de La  vorgine. Los personajes y situaciones
ocurrieron y no ocurrieron, y Rivera –que sin duda
ue su autor, aún si hubo un diario de Arturo Cova (lo
cual no es de descartarse)– jugó con este eecto para
que nos preguntáramos por hasta dónde termina la

realidad e inicia la antasía, por hasta dónde escribe


Cova y retoma Rivera, y cuál de ellos dice la verdad.
Eso, cuarenta años antes del “realismo mágico”.

LOS ODELOS DE
ARTURO Y ALICIA
Por un censo de caucheros del Orinoco y Casi-
quiare (1911) se sabe que hubo un Arturo Cova dueño
de un barracón cauchero en Puercoespín, entre el río
Casiquiare y San Fernando de Atabapo, con 16 peones
a su servicio. Tal vez Rivera supo de él en San Fernan-
do en 1922 o a su paso por el Casiquiare en camino
a anaos, en 1923. Tal vez Luis Franco Zapata, su
amigo, le habló de él, ya que ue vecino de Cova en el
Casiquiare, en 1912.
Pero para Eduardo Neale-Silva, biógrao de Rivera,
Arturo Cova y Alicia representan a Luis Franco Zapata [45]
y a su esposa Alicia Hernández Carranza. De acuerdo
con sus investigaciones, las historias de Luis Fran-
co y su mujer sirvieron para congurar las escenas
importantes de la novela. Franco recorrió el Vaupés

hasta
los Yavaraté
Yavaraté
llanos en la rontera
con Alicia, con el Brasil
una muchacha y escapó
de Guateque quea
querían casar contra su voluntad con un viejo terra-
teniente. Bajaron por el río eta y se instalaron en
el barracón La Ceiba, junto al caño Casiquiare, donde
conocieron a varios de los personajes que aparecen
en la novela. Posteriormente subieron a Orocué, don-
de hicieron amistad con Rivera (1918).
El poeta dejó constancia de la incondicional
solidaridad de Franco, llamándole Fidel (es decir,
el) en La vorgine. También se dice que Franco tomó
José Eustasio Rivera en Yavita, 1923.
la oto de Rivera/Cova que aparece en las primeras
Archivo Rivera, Universidad de Caldas. ediciones.

ALICIA: SEILLA
EN EL VIENTO
El domingo la vi  en misa,
el lunes la enamoré,
el martes  ya
ya le propuse
 propuse,
el miércoles me casé;
el jueves
 jueves me dejó solo,
el viernes la suspiré;
el sbado el desengaño...
 y  el domingo a buscar  otra
 porque solo no me amaño.

Hay dos Alicias en La  vorgine. Una es Alicia a


través de los pensamientos de Arturo Cova, que a
veces la desprecia y a veces la idealiza. Otra es ella
en sí misma: un personaje de una gran complejidad
psicológica. [47]
Alicia es, de hecho, el motor de la historia. De
allí que Arturo la llame “semilla en el viento”; él, que
vaga “como los vientos… sin dejar más que ruido y
desolación”.
“Querían casarla con un viejo terrateniente”,
cuenta Arturo. Al unirse la desesperación de ella y la
vanidad de él, nace la idea de escapar hacia Casanare.
as no bien salidos de Bogotá, Arturo ya está arre-
pentido.
¿Qué has hecho de tu propio destino? ¿Qué
de esta jovencita que inmolas a tus pasiones? ¿Y
tus sueños de gloria, y tus ansias de triuno, y tus

primicias de celebridad? ¡Insensato! El lazo que


a las mujeres te une, lo anuda el hastío.

 Abism os de a mor  (1949), rodada en éxico. De allí en adelante no tendrá problema en trai-
Archivo Rivera, Universidad de Caldas. cionarla, incluso después de enterarse que espera un

hijo suyo. Aún así, cuando ella parte con los engan- EL PIPA, GUA DEL EXTRAVO
chados por Barrera hacia el Vichada, tampoco dudará La vorgine es una novela de pasos: entre la ciudad
en ir en su búsqueda. Y cae en la vorágine. y el llano, entre el llano y la selva, así como entre la
A ratos, la voz de Arturo Cova es despechada: razón y la locura, la civilización y la barbarie, la natu-
¿Y yo por qué me lamentaba como un
eunuco? ¿Qué perdía en Alicia que no lo to- ralezaestán,
guía: y la cultura. Cada paso
por ejemplo, don se da con
Rao, quela ayuda
saca de un
a Arturo
para en otras hembras? Ella había sido un y Alicia de Bogotá hacia Casanare, el catire Helí esa
mero incidente en mi vida loca y tuvo el n o Clemente Silva. Sin embargo, de entre todos ellos
que debía tener. ¡Barrera merecía mi gratitud! hay un guía particular porque su unción es despistar.
despistar.
Además, la que ue mi querida tenía sus de- Se trata del Pipa.
ectos: era ignorante, caprichosa y colérica. Su Su nombre era Pepe orillo Nieto. Creció entre
personalidad carecía de relieve: vista sin el lente llaneros, teniendo que soportar el maltrato constante
de la pasión amorosa, apare
aparecía
cía la mujer común, de sus superiores, hasta que un día mató a alguien.
la de encantos atribuidos por los admiradores El dueño del hato apresó al chicuelo, lián-
que la persiguen. Sus cejas eran mezquinas, su dole garganta y brazos con un mecate, y mandó
cuello corto, la armonía de su perl un poquillo dos hombres a que lo mataran ese mismo día,
[48] convencional. Desconoció la conciencia del beso abajo de las resacas del Yaguarapo. Por ortuna, [49]
y sus manos ueron incapaces de inventar la pescaban allí unos indios, que destrizaron a los
menor caricia. Jamás escogió un perume que la verdugos y le dieron al sentenciado la libertad,
distinguiera; su juventud olía como la de todas. pero llevándoselo consigo.
Errante y desnudo vivió en las selvas más de
Sinseembargo
Alicia, entera decuando Arturo
que ella se reencuentra
ha comenzado con
a ejecutar veinte años, como instructor militar de las gran-
des tribus, en el Capanaparo y en el Vichada; y
la venganza que él habrá de terminar. Es ahí donde la como cauchero, en el Inírida y en el Vaupés, en
novela nos hace saber que ella también tiene carác- el Orinoco y en el Guaviare, con los piapocos y
ter, que vive una vida propia. Ante la inestabilidad de los guahibos, con los banivas y los barés, con los
Arturo Cova, ella ha asumido las riendas de su desti- cuivas, los carijonas y los huitotos. Pero su mayor
no. Ha aprendido a disparar. Ha aprendido a resistir. infuencia la ejercía sobre los guahibos, a quie-
Se ha hecho respetar. Todo eso mientras transcurre nes había pereccionado en el arte de las guerri-
su embarazo.
llas. Con ellos asaltó siempre las rancherías de
los sálivas y las undaciones que baña el Pauto.
Cayó prisionero en distintas épocas, cuando una
raya le lanceó el pie, o cuando las ebres le con-
sumían; pero, con riesgosa suerte, se hizo pasar

por vaquero cautivo de los hatos de Venezuela,


y conoció dierentes cárceles, donde observaba
intachable conducta, para volver pronto a la in-
clemencia de los desiertos y al usuructo de las
revoltosas capitanías.

A lo largo de la novela el Pipa aparece y desapare-


ce, siempre jugándole una mala pasada a Arturo Cova
y su comitiva. De hecho, es el único personaje cómico
de la novela, así su nal sea terrible.
Lo que hace particular al Pipa es que es medio

 o
blanco, medio indio. Un símbolo del mestizaje, pudiera
t  
 o
 g decirse, o de lo que el mundo blanco llamó la “malicia

 a
f  
í  
 a indígena”. Por ello se le ha comparado con Calibán:
 d 
 e
aquel nativo de una isla caribeña en La  Tempestad  de
 J 
 o
 s 
William Shakespeare, que es mitad hombre, mitad
 e
f  
K  [50] animal; mitad cultura, mitad puro instinto. Un ser in- [51]
 a
 s 
 p
comprensible
comprensib le y de poco ar, que por lo mismo entien-
 a


de a la naturaleza como no lo puede hacer Occidente.
 b 
 e

Cuando Cova y su gente asisten a una toma de yagé, el

 a

Pipa es el único que sabe interpr
interpretar
etar las revelaciones
 d 
 . de la planta:
Dijo que los árboles de la selva eran gigantes
paralizados y que de noche platicaban y se hacían
señas. Tenían deseos de escaparse con las nu-
bes, pero la tierra los agarraba por los tobillos y
les inundía la perpetua inmovilidad. Quejábanse
de la mano que los hería, del hacha que los derri-
baba, siempre condenados a retoñar, a forecer,
a gemir, a perpetuar, sin ecundarse, su especie
ormidable, incomprendida. El Pipa les entendió
sus airadas voces, según las cuales debían ocu-
par barbechos, llanuras y ciudades, hasta borrar
de la tierra el rastro del hombre y mecer un solo

ramaje en urdimbre cerrada, cual en los milenios


del Génesis, cuando Dios fotaba todavía sobre el
espacio como una nebulosa de lágrimas.
¡Selva proética, selva enemiga! ¿Cuándo
habrá de cumplirse tu predicción?

LA PUERTA A LO
DESCONOCIDO: EL PLEITO
DE ATA DE PALA
En abril de 1918, Jorge Ricardo Bejarano y José
Nieto llegan al buete del recién graduado Rivera para
solicitarle que los represente en un pleito que tienen
en Casanare por el ganado del Hato ata de Palma,
que era del nado Ramón Oropeza. Rivera acepta y
parte para Orocúe, donde conocerá la vida de los
llanos. [53]
Ramón Oropeza había sido el dueño del hato más
rico del Casanare a nales del siglo XIX y comienzos
del XX. Jorge Brissón, ingeniero rancés al servicio
del gobierno de iguel Antonio Caro y autor del libro
Casanare (1896),ormado
no y que había cuenta el
quehato
eraata
de origen venezola-
de Palma en la
vecindad de Trinidad, sobre el río Pauto, en 1856. La
mujer de Oropeza era Josea Esteves y su hermano
Jacinto –casado a su vez con una hermana de Orope-
za– era dueño del hato vecino.
Cuando murió Ramón, en 1914, se desató un pleito
que duró varios años, en el que las amilias Oropeza y
Esteves se trenzaron en una serie interminable de de-
nuncias y acusaciones. José Nieto decidió contratar al
recién graduado Rivera por su tesis sobre Liquidación 
de las herencias, pues había comprado el ganado a los
herederos de Oropeza-Esteves. A los pocos meses de
Folio del pleito de ata de Palma.

llegar a Orocué, Rivera, no se sabe exactamente por describía con emoción la exuberancia del paisaje y la
qué, pasó a deender a la contraparte representada auna. El tenor era muy similar
simi lar al de Arturo Cova cuan-
por Josea Esteves. Rivera perdió el pleito en el tri- do hacía la conmovedo
conmovedorara descripción del amanecer en
bunal superior de Santa Rosa de Viterbo, pero de su la primera parte de La vorgine. En esos momentos, el
estancia en los llanos de Casanare y de su amistad con llano era una visión del paraíso en la tierra, y Rivera y
Luis Franco Zapata en Orocué surgió la primera parte Cova podían decir “Hasta tuve deseos de connarme
de La vorgine. para siempre en esas llanuras ascinador
ascinadoras”.
as”.
Aunque Rivera no conoció a Oropeza, se cree que Pero para ambos la ensoñación dura poco. En
lo investigó y ue la base del viejo Zubieta, uno de los aquella misma carta nos enteramos de que Rivera vio
llaneros que aparece en la primera parte de la novela. cómo un amigo suyo moría ahogado, “probablemente
También
Tam bién allí se en
encargó
cargó de retratar a uno de los jueces paralizado por el temblador, que es un pez eléctrico
que terminó sentenciando en su contra: que inmoviliza cuando toca”:
[E]se uncionario era el que rmaba José Al otro día emprendí marcha a Villavicencio
Isabel Rincón Hernández… que de peoncejo de con miedo de perderme en esas inmensidades,
carretera
carrete ra ascendió a músico de banda municipal sin poder olvidarme del ahogado… Todavía
y luego a juez de Circuito de Casanare, donde sus creía sentir en mi epidermis el roce de la car-
[54] abusos lo hacían célebre. ne del muerto cuando rebullido bajo las aguas [55]
El tísico rostro del señor juez era bilioso translúcidas lo agarré del pelo y de la cintura… Y
como sus espejuelos de celuloide y repulsivo sobre todo me perseguía el recuerdo de que ya al
como sus dientes llenos de sarro. Simiescamen- descenderlo al hoyo, cayó de medio lado, por lo
te risible, apoyaba en el hombro el quitasol para que bajé a enderezarlo y a taparle la cara con mi
enjugarse el pescuezo con una toalla, maldi- pañuelo para que no se le llenara de tierra, y me
ciendo los deberes de la justicia que le imponía alejé son ojos llorosos para no verlo.6
tantos sacricios, como el de viajar mal montado
por tierras de salvajes, en inevitable comercio El llano se torna así en el preámbulo de la catás-
con gentes ignorantes y mal nacidas, dándose al troe. En la misma puerta del inerno de la que Dante
riesgo de los indios y de las eras. decía que quien la ranqueaba “perdía toda esperan-
za”. Eso justamente le sucedió a Cova, luego de que
el llano le mostrara su inclemencia con la muerte de
illán, y la misma sensación de terror y angustia le
LOS LLANOS,
ENTRADA AL INFIERNO
PARASO O invadiera cuando describió el cortejo únebre:
Los llanos orientales causaron ascinación en Lentamente, el desle mortuorio pasó ante
Rivera. Allí viajó por primera vez en 1916. De esta incur- mí: un hombre de a pie cabestreaba el caballo
sión inicial dejó como testimonio una carta en la que únebre, y los taciturnos jinetes venían detrás.

Aunque el asco me runcía la piel, rendí mis


pupilas sobre el despojo. Atravesado en la
montura, con el vientre al sol, iba el cuerpo de-
capitado, entreabriendo las yerbas con los dedos
rígidos, como para agarrarlas por última vez.
Tintineando en los calcañales desnudos pendían
las espuelas que nadie se acordó
a cordó de quitar, y del
lado opuesto, entre el paréntesis de los brazos,
destilaba aguasangre el muñón del cuello, rico
de nervios amarillosos, como raicillas recién
arrancadas. La bóveda del cráneo y la mandíbula
que la sigue altaban allí, y solamente el maxilar
inerior reía ladeado, como burlándose de noso-
tros. Y esa risa sin rostro y sin alma, sin labios
que la corrigieran, sin ojos que la humanizaran,
me pareció vengativa, torturadora,
torturadora, y aun al través
de los días que corren me repite su mueca desde [57]
ultratumba y me estremece de pavor.
Fotograías de Jose Kaspar Eberhard.
De allí sólo hay un paso a que Fidel Franco que-
me su casa –creando así una verdadera muralla de
uego– y que con ello Arturo se despida del llano
exclamando: “¡En medio de las llamas empecé a reír
como Satanás!”.

LOS LLANEROS
…Por sobre yo, mi sombrero.
Por grande que sea la tierra,
me quea bajo los pies.
En sus buenos tiempos, los hatos ganaderos de
los llanos orientales colombianos eran unidades
autosucientes –sólo necesitaban comprar sal– que
reproducían el ganado y caballos de orma extensiva

en sabanas comunales sin cercas. En los hatos se es- que no uera el suyo. No en vano era zona de reugio
tableció una estructura social de tipo jerárquico,
je rárquico, a cuya para próugos y aventureros con un pasado oscuro, así
cabeza se encontraba el dueño o “blanco”. A su servicio como para excluidos del régimen de castas. Ni siquie-
se encontraban el caporal, los undacioneros, los va- ra después de la Independencia cesaron de concebir
queros, los caballiceros, los mensuales y las cocineras. su tierra como una sola extensión undamentalmente
En el trabajo  de llano –proceso mediante el cual suya. Le pregunta Arturo Cova a Bastiana:
se recogía el ganado de las sabanas llevándolo a los –ulata –le dije–: ¿cuál es tu tierra?
corrales de “palo a pique”, para marcar los terneros –Esta onde me hayo.
orejanos , escoger los novillos y vacas viejas para la –¿Eres colombiana de nacimiento?
venta, y curar las reses enermas o engusanadas–, se –Yo soy únicamente yanera, del lao de ana-
destaca un personaje muy curioso e interesante, el re. Dicen que soy craveña, pero no soy del Cravo;
velador, que le canta, habla y silba al ganado durante que pauteña, pero no soy del Pauto. ¡Yo soy de
la noche para evitar que se “barajuste” rompiendo los todas estas yanuras! Pa qué más patria, si son
corrales y dispersándose por la sabana. tan beyas y tan dilatáas! Bien dice el dicho: ¿Onde
Desde tiempos coloniales, estos llaneros se ca- tá tu Dios? ¡Onde te salga el sol!
racterizaron por su independencia de cualquier orden
[58] [59]
Llanero. Foto cortesía de Cilita de Rey y FAFO.

LLEGANDO A LA FRONTERA
Desde los tiempos de las estancias y misiones
 jesuitas en el siglo XVI y XVII, el ganado y el hato se
convirtieron en el vehículo de colonización de los
llanos orientales, hasta entonces ocupado por los
indígenas achaguas y guahibos.
Los guahibos pertenecen al grupo indígena sikua-
ni del Vichada y el eta, y están divididos en cuatro
amilias lingüísticas: macaguanes de Arauca, guaya-
 .
beros del río Guaviare, cuivas del Casanare y sikuanis    d
   r
   a
del Vichada. Estos grupos, originalmente nómadas y    h
   r
   e
   b
hoy sedentarios, vivían trashumantes por los caños    E
   r
y sabanas. Su movilidad les permitió resistir a los    a
   p
   s
   a
intentos de reducirlos, mientras que los sedentarios    K
   f
achaguas sucumbieron a la violencia colonizadora    e
   s
   o
   J
española.    e
   d
[60] Las autoridades civiles y judiciales de Colombia    a
    í
   f
   a
llegaron de orma tardía a los llanos orientales. Regía    r
   g
   o
la ley del más uerte. En este territorio se presentó    t
   o
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una conrontación entre los llaneros y los indios, que  .
   s
   o
tuvo su expresión más acusada en las guahibiadas y      b
   i
    h
   a
cuibiadas. Estos dos términos se reeren a la matanza    u
   g
   s
de estos indios como si ueran seres irracionales.    a
   n
   e
En su novela, Rivera menciona en varias partes el    g
    í
    d
   n
grave conficto entre llaneros e indios. Los llaneros     I

acusaban a los guahibos de matar el ganado, y reac-


cionaban con horribles matanzas:
ientras los jinetes corrían haciendo uego,
vi que una tropa de indios se dispersaba entre
la maleza, ugándose en cuatro pies, con tan
aceleradaa vaquía que apenas se adivinaba su de-
acelerad
rrotero por el temblor de los pajonales. Sin gritos
ni lamentos las mujeres se dejaban asesinar, y
el varón que pretendiera vibrar el arco, caía bajo

las balas, apedazado por los molosos. as con ¡Oh selva, esposa del silencio, madre de la soledad y de la
repentina resolución surgieron indígenas de neblina! ¿Qué hado maligno me dejó prisionero en tu cárcel
todas partes y cerraron con los potros para des- verde…? ¡Tú me robaste el ensueño del horizonte y sólo
 jarretarlos
 jarretarlos a macana y vencer cuerpo a cuerpo
tienes para mis ojos la monotonía de tu cenit, por donde pasa
a los jinetes. Diezmados en las primeras aco-
metidas, desbandáronse a la carrera, en larga el plácido albor, que jamás alumbra las hojarascas de tus
competencia con los caballos, hasta reugiarse senos húmedos…! Déjame huir, oh selva, de tus enermizas
en intrincados montes. penumbras ormadas con el hálito de los seres que agonizaron
en el abandono de tu majestad. ¡Tú misma pareces un
cementerio enorme donde te pudres
pud res y resucitas! ¡Quiero volver
JUGU I CORAZN a las regiones donde el secreto no aterra a nadie, donde es
AL AZAR…
En el llano, Arturo Cova encuentra su destino, imposible la esclavitud, donde la vida no tiene obstáculos y
marcado por el juego. El destino son los dados y nai- se encumbra el espíritu en la luz libre! ¡Quiero el calor de
pes que juega con Zubieta, y los gallos que al nal le los arenales, el espejeo de las canículas, la vibración de las
hacen perder todo. pampas abiertas! ¡Déjame tornar a la tierra de donde vine, para
[62] En los dados le acompaña Clarita, esa “escoria de desandar esa ruta de lágrimas y sangre que recorrí en neando [63]
lupanar”, “sobra del bajo placer”, “loba ambulante y
día, cuando tras la huella de
d e una mujer me arrastré por montes
amélica” que aún así le protege sin más interés que
su propio desamparo. A ella también la jugaron: la y desiertos, en busca de la Venganza diosa implacable que sólo
“riaron al tresiyo, como simple cosa”. En lo gallos le sonríe sobre las tumbas!
auspicia el tuerto auco: brujo, curandero y “amigo La vorgine segunda parte
de tóo el mundo”. La una trata de salvarlo, el otro lo
contamina.
Arturo juega su corazón al azar… y gana la Vio-
lencia.

APIRIPANA
Y LA CÁRCEL VERDE
Ninguna
fexionado obrasobre
tanto en lalaliteratura
selva comooccidental ha .re-
La  vorgine En
ella aparecen todos los temas con que la selva es re-
presentada por Occidente: como mujer cruel y venga-
tiva, como prisión, como inerno, como cementerio.

Que esto es una obsesión para Rivera, lo demuestra


una magistral reiteración, justo a la mitad del relato.
Aparece contado por Helí esa, quien lo reere como
un mito indígena: es la historia de la Indiecita api-

ripana. […] es la sacerdotisa de los silencios, la


celadora de manantiales y lagunas. Vive en el
riñón de las selvas, exprimiendo las nubecillas,
encauzando las ltraciones, buscando perlas de
agua en la elpa de los barrancos, para ormar
nuevas vertientes que den su tesoro claro a los
grandes ríos. Gracias a ella, tienen tributarl
tributarlos
os el
Orinoco y el Amazonas.

Un día, llegó a sus dominios un misionero co-


rrupto, “que se emborrachaba con jugo de palmas y
[64] dormía en el arena con indias impúberes”. apiripana
lo capturó y le mantuvo preso en su cueva por muchos
años.
Para castigarle el pecado de la lujuria –cuen-
ta el catire–, chupábale los labios hasta rendirlo,
y el ineliz, perdiendo su sangre, cerraba los
ojos para no verle el rostro, peludo como el de
un mono orangután. Ella, a los pocos meses,
quedó encinta y tuvo dos mellizos aborrecibles:
un vampiro y una lechuza. Desesperado el misio-
nero porque engendraba tales seres, se ugó de
la cueva, pero sus propios hijos lo persiguieron,
y de noche, cuando se escondía, lo sangraba el
vampiro, y la lucíuga lo refejaba, encendiendo
sus ojos parpadeantes, como lamparillas de
vidrio verde.

Al nal, el misionero reconoció que esos hijos  Abism os de a mor  (1949), rodada en éxico.
Archivo Rivera, Universidad de Caldas.

eran el ruto de su propia culpa: del ultraje de la selva


y de sus habitantes. “¿Quién puede librar al hombre
de sus propios remordimientos?”.
El mito recoge de nuevo todos los elementos
e lementos de la
“plegaria a la selva”, además de que se entronca en la
misma tradición de otros personajes similares, como
la adremonte, la Patasola o la Serrana de la Vera.
Sin embargo, todo parece indicar que de principio a
n ue concebido por Rivera. En una expedición al
Guaviare, el sociólogo Alredo olano se dio a la tarea
de ubicar alguna versión entre las distintas etnias de
la región. Pero nada apareció, ni entre los puinaves,
los guayaberos, los piapocos o los guahibos. Ninguna
de estas comunidades –escribió olano– recordó “de
una u otra manera haber oído hablar jamás de dicho
mito. Ni los más viejos nos dieron razón del cuento” 7.
[66]
LOS LITES DESCONOCIDOS
El 19 de septiembre de 1922, Rivera viajó al Orinoco
con el cargo de secretario abogado del inisterio de
Relaciones Exteriores para participar en una de las
comisiones de demarcación de límites de Colombia y
elitón Escobar Larrazábal (izq.) era el ingeniero
Venezuela. colombiano de la comisión y un buen y leal amigo
Esta racasada comisión acompañada por expertos de Rivera (der.). Fueron los únicos dos miembros
suizos hizo parte de las innumerables conversac
conversaciones
iones de la expedición que renunciaron en protesta por
y discusiones sobre la orma de denir los límites en- la desatención de la Cancillería, la presión de los
tre Colombia y Venezuela
Venezuela que estos dos países tuvie- venezolanos y la crueldad de los suizos para con
los indígenas de la zona. Aún así, Rivera también
ron desde la muerte de Simón Bolívar y la disolución hizo uertes amistades con algunos venezolanos
de la Gran Colombia en 1830. El principio jurídico para de la comisión. En particular con el cardiólogo

dirimirque
el conficto ue ellasuti ronteras
 possidetis   juris
 possidetisestablecidas
 juris de 1810,por
es Ramón Ignacio éndez Llamozas (centro), quien
decir, se tomarían le atendió sus varios ataques de paludismo.
los españoles entre el virreinato de la Nueva Granada Según éste, “ue en los largos y tediosos días de
la permanencia en Yavita cuando José Eustasio
y la Capitanía General de Venezuela. escribió muchos de los capítulos de La  vorgine ”.
A pesar de esto, sólo a nales del siglo XIX se Archivo Rivera, Universidad de Caldas.

logró denir los límites ronterizos mutuos mediante


el laudo arbitral de 1891 de la corona española. Pero
Venezuela ejerció jurisdicción y soberanía sobre
ambas bandas del Orinoco, el Inírida, el Atabapo y el
Guainía desde mediados del siglo XIX hasta la tercera
década del siglo XX, en que se establecieron las pri-
meras autoridades colombianas en estas regiones y
se demarcaron de manera denitiva y sobre el terreno
los límites no arcinios.
El 26 de noviembre de 1922, Rivera renunció a su
cargo por ausencia de ayudas de los dos gobiernos
interesados y se lanzó a una expedición por la selva de
orma independiente, aguas arriba por el Orinoco. Es
así que viajó por el río Temi afuente del río Atabapo, el
río Guaviare y el río Inírida. En su recorrido conoció de
primera mano la situación de los pobladores de toda
[68] la zona y en julio de 1923, cuando llegó a anaos, envió
al inisterio de Relaciones Exteriores en Bogotá su
amosa denuncia sobre la esclavitud de colombianos
e indígenas en Venezuela y Brasil.

DELEXPLOT
LA EXPLOTACIN
ACIN
CAUCHO
La principal actividad económica en la zona ron-
teriza de Colombia y Venezuela, donde se encuentran
los ríos Orinoco, Guaviare, Inírida y Atabapo, era la
extracción del caucho y la balata, gomas de gran valor
en el mercado internacional hasta 1916.
Los primeros caucheros en entrar al territorio al
sur del río Caquetá ueron los colombianos Crisósto-
mo Hernández y Benjamín Larrañaga. Hernández era
un negro del alto Caquetá, quien descubrió las tribus
del Caraparaná y al gran cacique uitoto Ié, y los puso
a trabajar el caucho a cambio de mercancías que traía Un cauchero. Foto aparecida en la primera edición de La vorgine,
Bogotá, Cromos
Cromos,, 1924. Biblioteca Nacional de Colombia.

de Florencia. Con Hernández entró Gregorio Calderón, asegurar la esclavización. Justamente en La vorgine,
quien se estableció en El Encanto. Clemente Silva increpó
increpó a un juez señalándole que
Benjamín Larrañaga ue un pastuso que trabajó […] el crimen perpetuo no está en las selvas
con Raael Reyes en el tiempo de las quinas (1875- sino en dos libros: en el Diario y en el ayor. Si Su
1884), lo que le permitió amiliarizarse con la región Señoría los conociera, encontraría más lectura
amazónica y sus posibilidades. A nales del siglo en el DEBE, que en el HABER, ya que a muchos
XIX descendió el Orteguaza en compañía de algunos hombres se les lleva la cuenta por simple cálculo,
caucheros, se asentó en el Caquetá, más abajo del según lo que inorman los capataces. Con todo,
puerto de Hernández, y se encontró con una tribu de hallaría datos inicuos: peones que entregan kilos
uitotos. Desde allí reconoció el terreno y undó su casa de goma a cinco centavos y reciben ranelas a
cauchera en lo que llamó Colonia Indiana, hoy en día veinte pesos; indios que trabajan hace seis años,
La Chorrera, último punto navegable a vapor en el y aparecen debiendo aún el mañoco del primer
Igaraparaná. Rivera denió a Larrañaga como: “ese mes; niños que heredan deudas enormes, proce-
pastuso sin corazón, socio de Arana y otros peruanos, dentes del padre que les mataron, de la madre
que en la hoya amazónica han esclavizado más de que les orzaron, hasta de las hermanas que les
treinta mil indios”. violaron, y que no cubrirán en toda su vida, porque
[70] Las dicultades para transportar el caucho eran cuando conozcan la pubertad, los solos gastos de [71]
tan grandes que, cuando aparecieron los primeros su niñez les darán medio siglo de esclavitud.
vapores de Arana, Larrañaga y Calderón no dudaron
en vender. Arana compró a Larrañaga La Chorrera en El sistema de extracción del caucho consistía en
1904 y El  Encanto  a Calderón en 1907. Los restantes rayar una serie de árboles con un cuchillo o machete
caucheros colombianos vendieron o ueron expulsa- y recoger el líquido blanco. Cada cauchero debía tra-
dos por los peruanos. bajar en tres “ábricos” o “zaras” en el año. Por cada
La explotación del caucho se hacía con indígenas ábrico tenía que entregar unos 60 kilos de caucho,
de las etnias Piaroa, Puinave, Curripaco-baniwa, que elaboraban en la orma de chorizo, por lo que
Baré, Uarequena, aquiritare, Piapoco, entre muchas ueron llamados “chorizos del Putumayo”. La entrega
otras, y de los colonos de la región. El control de la del caucho se hacía en una serie de “puestas” de 10 a
mano de obra estaba basado en un sistema de deudas 12 kilos cada 10 días. Cuando los indígenas no llega-
a perpetuidad en la que los trabajadores recibían mer- ban con la cantidad estipulada, los empleados de la
cancías a precios escandalosos y entregaban la goma sección capturaban al jee de la tribu y lo ponían en el
a precios muy bajos. Era común la venta de las deudas cepo hasta que uera entregado el altante. Y si había
de los trabajadores traspasándolos a otros explota- ugas, el jee de la cuadrilla era golpeado y enviado en
dores, así como la herencia de las deudas de padres busca de los próugos. Si no lograba encontrarlos, era
a hijos. La violencia y el terror ueron el método para torturado o asesinado.

BARRERA
Y ZORAIDA
Julio Barrera alo ue un cauchero y comerciante
que se internó en la selva durante las primeras dos
décadas del siglo XX. El Vichada ue el río de sus in-  ,
   a
   r
cursiones y donde buscó instalar su hegemonía. En    e  .
   r    s
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medio de sus extensos y prolongados viajes encontró    a    d
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la clave para enriquecerse: el auge del caucho en el    a
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mercado internacional. Se dedicó a engañar gente en    a    d
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el eta y el Vichada, entregándoles baratijas en con-    d    d
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signación y con el argumento de que se harían ricos    n    e
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con el caucho.  ,    U
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   a    a
Enganchados con un adelanto,
ade lanto, los llevaba al Ori-    r    r
  y    e
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noco o al río Negro, donde los vendía con su deuda    a    R
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a caucheros como iguel Pezil o Tomás Funes. De    a    i
   r    h
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hecho, en 1923 Rivera denunció ante el inisterio de    Z    r
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[72] Relaciones Exteriores de Colombia cómo, trece años    o    r
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antes, Julio Barrera había vendido a iguel Pezil 62    m   b
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colombianos, algunos de los cuales todavía sobrevi-    L    o
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   o   y
vían en la cuenca del río Negro.    ñ    a
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Barrera
Sabah estuvo
o Narcisa casado
Sabas. con que
Se sabe la libanesa
tuvieronNasira
un al-    C    n
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macén en Orocué llamado “La Puya”, que viajaban a   u    r
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Ciudad Bolívar en el bajo Orinoco y que tenían casa    n    o
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comercial en San Fernando de Atabapo.    d    a
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La identicación de Nasira Sabah con la madona    m   e
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Zoraida Ayram y de Julio Barrera con Narciso Barrera    a    o
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