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Lucrecio, los átomos y los dioses:

ateísmo en el De Rerum Natura


Manuel Cevallos Alcocer*

Introducción

R
esulta difícil abarcar toda la riqueza literaria y de pen-
samiento de los autores clásicos grecolatinos, máxime
cuando han sido en su entorno figuras relativamente so-
litarias. Éste es el caso de Tito Lucrecio Caro. Este poeta fue el
primero en verter la filosofía epicúrea en el lenguaje de la poesía
latina, lo que hace de él un escritor sumamente original, como se-
ñalaremos más adelante. Parte de esta originalidad estriba en que,
junto con los atomistas presocráticos, es el único pensador de la
antigüedad que ofrece una justificación del ateísmo. Y esto toma
un matiz especial al recordar que Lucrecio, además de atomista,
fue epicúreo.
En el presente estudio, nos proponemos dejar ver los trazos
más significativos que avalan la idea de que el atomismo es la
piedra de bóveda que usa Lucrecio para dar una justificación co-
herente a su ateísmo. Sin querer abordar de modo exhaustivo la
ideología epicúrea plasmada en la poesía de Lucrecio, intentare-
mos evidenciar algunos rasgos que muestran la relación entre sus
presupuestos filosóficos, la visión del mundo y el reflejo en la re-
ligiosidad del poeta. Ciertamente, el ateísmo al que he aludido an-
tes no parte de postulados, como el de los pensadores post-
iluministas, sino que es expresión de lo que Lucrecio se propone
al escribir su obra: librar a los hombres del temor a los dioses y
del temor a la muerte, y de este modo, guiarlos hasta la consecu-
ción de la paz del alma ante un destino ineluctable. Sólo desde es-

––––––––
*
Licenciado en filosofía por el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum.
Ecclesia, XIX, n. 4, 2005 - pp. 499-510
500 Manuel Cevallos Alcocer

ta óptica se puede captar el profundo sentido del atomismo como


justificación del ateísmo en el pensamiento de Lucrecio.
Nos fijaremos solamente en los libros I y III que, además de
guardar un cierto paralelismo en el conjunto de la obra, son los
libros que ofrecen las ideas clave para nuestro objetivo. Desde
aquí se explorarán los principios básicos de su particular concep-
ción del universo y la concreción de éstos en el modo de ver al
hombre, muy en concreto, su alma. Éstos dos puntos nos abrirán
paso para captar su visión sobre la deidad. Finalmente, ofrecere-
mos en la conclusión la relación entre los elementos analizados.

Algo sobre su vida


No es fácil situar con precisión el año de nacimiento y de
muerte de Tito Lucrecio Caro, pues los testimonios son discre-
pantes. Por un lado, el Chronicon de san Jerónimo anota en el año
97: «Nace el poeta T. Lucrecio, quien enloqueció por un filtro
amoroso (amatorio poculo) y, escribiendo algunos libros en los
intervalos de la locura y que publicaría más tarde Cicerón, se sui-
cidó a la edad de 44 años»1. Este dato situaría su muerte en el año
53 a.C., pero una carta de Cicerón a Quinto2 confirma que en el
febrero del 54 a.C. el Arpinate tenía en sus manos unos poemas
de Lucrecio y que estaba por publicarlos, lo que supondría que la
muerte de Lucrecio ocurriese en el invierno del 55 al 54 a.C.
Pertenecía a la gens Lucretia, una de las más antiguas de Ro-
ma, por lo que muy probablemente era miembro de una familia
senatorial o al menos ecuestre3. De hecho, cuando dedica su poe-

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1
T. Lucretius poeta nascitur, qui postea amatorio poculo in furorem versus,
cum aliquot libros per intervalla insaniae conscripsisset, quos postea Cicero
emendavit, propria se manu interfecit anno aetatis XLIV (S. Hieronymus,
“Chronicon”, PL XXVII, c 523).
2
Ad Quintum fratrem 2,9,3.
3
R. HUMPHRIES en Great Books of the Western World, Encyclopaedia britan-
nica Inc. USA, 19902, p. ix.
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ma a Gayo Memmio4, le habla como quien trata con uno de la


misma condición, aunque esto queda a nivel de conjetura. La es-
casez de datos biográficos, no obstante las convulsiones de la
época en que se sitúa su vida y de los cuales no hace mención en
la obra, da como resultante una figura aislada. Pero este aisla-
miento responde no sólo al aspecto biográfico, sino también al
contraste entre la continuidad expresiva de la poesía precedente y
la excepcionalidad de los contenidos de su poema De Rerum Na-
tura. Lucrecio no ve el glorioso pasado de Roma con particular
interés5, y resulta lógico que tampoco guarde esperanzas para el
futuro. Esta es la huella que estampa su poema si se le sitúa en su
contexto histórico. Incluso da a entender de modo implícito la to-
tal separación del intelectual del estado y sus valores6. No obstan-
te la falta de datos, podemos establecer algún vínculo entre su vi-
da personal y las ideas reflejadas en su obra.

Lucrecio y su poesía
Como ya se ha dicho, Lucrecio fue quien logró plasmar el pen-
samiento de Epicuro con el lenguaje propio de la poesía latina. Lo
hizo, además, restituyendo al género didáctico una propiedad que
habían descuidado los poetas de épocas precedentes: la transmi-
sión de un mensaje. Su motivación es la propaganda; él mismo
ilustra la esencia de su poema didáctico: un contenido fuerte y
poco agradable endulzado con la forma poética. Estos dos ele-
mentos conducen a un tercero. En la poesía lucreciana hay ele-
mentos de retórica, dado que pretende persuadir. Este anhelo de
convencer es lo que puede explicar la impasibilidad de Lucrecio
ante el panorama histórico-político que tiene de frente. El interva-
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4
De Rerum Natura I, 26: Memmiadae nostro, quem tu, dea, tempore in omni /
omnibus ornatum voluisti excellere rebus. Sigo la edición de C. BAILEY, Cla-
rendon Press, Oxford 1947. En lo sucesivo lo abreviaré DRN.
5
Hay alusiones genéricas a Escipión (DRN III, 1034) y a las guerras púnicas
(Ibíd. 832), pero sin gran conmoción.
6
Cf. I. LANA, A. FELLIN; Civiltà letteraria di Roma Antica vol 2, Casa Editrice
G. D’Anna, Messina-Firenze, 1969, p. 79.
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lo de vida del poeta abarca los períodos de mayor agitación en la


fase final de la República y la transición al Imperio y, a diferencia
de otros escritores –por ejemplo, del mismo Cicerón–, las convul-
siones históricas no parecen dejar huella en su alma. En realidad,
el resultado de su arte persuasiva es tan contundente que el sabor
que deja su extenso poema es de amarga tristeza y soledad, con-
secuencia de la insuficiencia del materialismo atomista como ca-
mino de felicidad y liberación para el hombre, como podremos
ver más adelante. Convence sobre el no temer a los dioses ni a la
muerte, pero es incapaz de cubrir el vacío que deja su impiedad.
Quienes nutren la corriente ideológica de Lucrecio son los
atomistas presocráticos Leucipo y Demócrito; confluye también
Epicuro y probablemente, aunque en otro sentido, Filodemo de
Gadara, quien fue un distinguido miembro del círculo epicúreo de
Herculano, en el sur de Italia7. Precisamente la usanza de estos
epicúreos de recurrir a la lengua griega para su filosofía motivó a
Lucrecio a hacer lo mismo que Cicerón: escribir la filosofía de los
griegos con la lengua de los veteres romani. Ciertamente su inten-
to no fue vano, sino innovador, en el sentido que llevó al género
didáctico hasta las cumbres de la poesía más elevada8.
Antes de entrar de lleno en nuestro recorrido por algunos pasa-
jes del De rerum natura, conviene mencionar que los seis libros
que lo componen están agrupados en torno a unos ejes comunes:
los libros impares tratan sobre el sustrato profundo de la realidad
y los pares sobre las diversas configuraciones de tal sustrato. De
esta forma, encontramos los libros I, III y V por un lado: el prime-
ro es una introducción general sobre todo el poema a la luz de los
principios de la filosofía epicúrea; el tercero habla de la naturale-
za, estructura y destino del alma; y el quinto es la cosmogonía. En
el otro lado de la ecuación tenemos los libros II, IV y VI: el se-

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7
Cf. A. BARIGAZZI (a cura di) Lucrezio. Vita e Morte nell’Universo. Antologia
dal De Rerum Natura, Paravia, Torino, 19742, p. xii.
8
Cf. M. MONTANARI (a cura di) La poesia latina - forme, autori, problemi, La
Nuova Italia Scientifica, Roma, 1991, p. 53.
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gundo trata sobre el movimiento de los átomos y la conjunción-


disolución de los cuerpos; el libro cuarto trata sobre las sensacio-
nes, el pensamiento y otros procesos psíquicos y el sexto comple-
ta el ciclo: la exposición sobre los fenómenos meteorológicos.
Resulta, pues, que también están entretejidos en parejas: I y II tra-
tan los principios; III y IV retratan la antropología; V y VI el
mundo en su evolución.

La cosmología de Lucrecio
Nos fijaremos en tres aspectos que sientan las bases ideológi-
cas del poema: la eternidad de la materia, la existencia del vacío y
la infinidad del universo. Estos puntos fijos serán la plataforma de
explicación de otras realidades como la de los fenómenos astroló-
gicos e incluso la constitución del hombre.
1. Eternidad de la materia
Hay dos presupuestos fundamentales que soportan su concep-
ción de la materia como eterna: la nada proviene de la nada y la
nada vuelve a la nada.
En el primer libro, después de la exhortación y alabanza de
Epicuro como el liberador de la superstición religiosa, Lucrecio
pretende explicar la naturaleza del universo. El primer principio
que maneja pertenece a la tradición griega: nihil e nihilo. Lucre-
cio lo toma directamente de Epicuro9 y en el poema, lo enuncia
así:
Principium cuius hinc nobis exordia sumet,
Nullam rem e nilo gigni divinitus umquam10
(Para nosotros el principio de la explicación toma su inicio
aquí; ninguna cosa nace de la nada por poder divino)

––––––––
9
Epistula ad Herodotum, 38.
10
DRN I, 149-150.
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La consecuencia que sigue al primer principio es que «nada


vuelve a la nada». Así lo habían formulado ya los atomistas y los
físicos antiguos11. En Lucrecio, el nacimiento, el crecimiento y la
muerte están íntimamente relacionados por los distintos tipos de
átomos: el nacimiento no significa que algo salga de la nada sino
que un átomo de una cierta especie empieza a agregarse con otros
del mismo tipo para ser una determinada cosa y su crecimiento es
la “absorción” de materia mientras que la muerte es la disgrega-
ción. La ley que regula esto la enuncia Lucrecio en la exhorta-
ción, después de haber declarado victorioso a Epicuro sobre la re-
ligión supersticiosa:
Unde refert nobis victor quid possit oriri,
quid nequeat, finita potestas denique cuique
quanam sit ratione atque alte terminus haerens12
(De donde regresa [Epicuro] victorioso diciéndonos qué cosa
puede nacer, qué cosa no puede y, en fin, por qué razón [cada co-
sa] tiene un poder delimitado y un término profundamente mar-
cado)
No es indiferente la imagen poética que usa: la idea del viaje
de Epicuro que precede los versos apenas citados la pudo haber
tomado de Parménides cuando describe su viaje a la sede de la
Verdad13, pero usa una figura militar: el unde refert nobis es co-
mo el spolia referre de Virgilio en su Eneida14. El pensamiento
que está como telón de fondo alude a que cada cosa, cada realidad
de cualquier tipo tiene una finita potestas y un alte terminus hae-
rens. Está en plena sintonía con la concepción de una especie de
fatum afinalista. El terminus haerens no es que lleve inscrito un
desarrollo que ve a un fin último, sino un punto final que consti-
tuye un nuevo principio para otro tipo de agregado.
––––––––
11
Demócrito DK A 1; Empédocles DK B 11 y 12; Anaxágoras DK B 5.
12
DRN I, 76-77.
13
Cf. DK 28 B1, 1-32.
14
Æneidos IV, 93.
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Lucrecio no puede concebir que las cosas sean creadas de la


nada sencillamente porque no hay nadie que pueda dirigir este
surgir de la nada, por lo cual, es necesario que los átomos se con-
figuren según la ley de nacimiento-crecimiento-muerte ya expli-
cada. Las consecuencias que se pueden desprender de esto son
múltiples, por ejemplo, que los cuerpos no son un verdadero todo
estrictamente, sino un agregado de partes cuya única “unidad” es
el movimiento. Otra consecuencia lógica de este planteamiento es
la ausencia de un logo/j, por decirlo con una expresión más estoi-
ca que epicúrea, que dirija la naturaleza. El resultado en este paso
es claro: eliminando la providencia –finalidad– se elimina a Dios
o viceversa, pues en la dinámica lucreciana es exactamente lo
mismo.
2. La existencia del vacío
Nuestro poeta acepta la afirmación de Leucipo, para quien el
no-ente era una existencia no corporea en un espacio no ocupa-
do15. Lo retrata diciendo que no sólo existe la materia compacta,
sino que también existe el vacío:
Nec tamen undique corpora stipata tenentur
Omnia natura: namque est in rebus inane16
(Mas todas las cosas no se mantienen compactas estando inin-
terrumpidamente apretadas por lo corpóreo, pues también existe
en las cosas el vacío).
Y lo define como intangible y libre de materia: Quapropter lo-
cus est intactus, inane vacansque17
(Por lo cual, un lugar es intacto, vacío y desierto).

––––––––
15
Tenemos una referencia de Aristóteles que atribuye este pensamiento a Leu-
cipo: Física 4, 6, 213b5 ss.
16
DRN I, 329-330.
17
DRN I, 334.
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Esta terminología deja ver mejor cómo el movimiento de los


átomos es al fin y al cabo, una continua sucesión de “espacio no
ocupado” y “espacio ocupado”. ¿Hay una diferencia ontológica
entre ambos estados? Ciertamente no. Todo entra en el proceso de
agregación-disgregación del universo.
3. La infinidad del universo
Prosiguiendo con el razonamiento anterior, podemos decir que
si todo es una continua sucesión existente, por llamarla así, es ló-
gico que Lucrecio conciba un universo infinito, en contra de los
que sostenían Platón y Aristóteles. El universo es infinito porque
siempre habrá un espacio más que se le pueda aumentar. No es
del todo errado ver aquí un primer paso para negar todo tipo de
finalidad en el universo en cuanto que está él mismo privado de
fin y determinación.

Un paso ulterior: la antropología de Lucrecio


En el libro segundo del poema, Lucrecio habla del tipo de los
átomos y su movilidad. En lo que se refiere a su intento de justifi-
car el ateísmo, interesa más el libro tercero, en el que explica el
alma del hombre.
Antes de entrar al análisis de este punto, es fundamental consi-
derar que Lucrecio siempre parte de los principios base de la “teo-
logía” epicúrea (el famoso tetrafa/rmakon) que están menciona-
dos al inicio de las Ratae Sententiae y que ayudan a procurar el
bien propio y sumo del hombre, la ataraxía. La consecución de la
felicidad, en efecto, consiste en eliminar el miedo a los dioses, el
miedo a la muerte, el miedo al dolor y el miedo a la dificultad pa-
ra conseguir lo que necesitamos.
Esta visión va acompañada por el otro pilar del pensamiento
lucreciano: el hombre es una parte más del universo, es decir,
átomos/vacío/movimiento. Aquí ya podemos ver más claramente
el perfil atomistico-ateista del poeta latino.
Lucrecio, los átomos y los dioses: ateísmo en el De Rerum Natura 507

La articulación es la siguiente: el universo atomista no tiene un


principio último regulador que no sea el movimiento de los áto-
mos; el hombre es un agregado de alma y cuerpo cuya composi-
ción no es otra que la de átomos de diverso tipo, por lo tanto, un
alma mortal en un cuerpo igualmente mortal que no debe tener
ningún miedo a la muerte porque ésta no es otra cosa que el cese
del movimiento atómico y por ende, de toda percepción. Siendo
así, los dioses no tienen ningún sentido “escatológico”, no repre-
sentan realidades supremas en este tipo de configuración de con-
tinuo ser y no-ser. Mucho menos tendrán un papel soteriológico,
ya que la “salvación” – si podemos llamarla así– consiste en la
disgregación. Esto se verá de modo más claro en los apartados si-
guientes.
1. Anima y Animus
Lucrecio hace una distinción: explica que el hombre tiene un
animus y una anima que están íntimamente unidas formando una
sola sustancia en la que predomina el primer componente sobre el
segundo. Esta distinción se funda en la griega entre νους y
ψυχη. La sede del primero es el pecho y la de la segunda está di-
seminada por todo el cuerpo. Así, Lucrecio reelabora esta conjun-
ción con el esquema atomístico en el que el animus transmite los
impulsos al anima y ésta a su vez al corpus. Teniendo esto firme,
puede sostener que el alma está compuesta por átomos y es capaz
de recibir impulsos y retransmitirlos al cuerpo:
Nunc animum atque animam dico coniuncta teneri
inter se atque unam naturam conficere ex se,
sed caput esse quasi et dominari in corpore toto
consilium quod nos animum mentemque vocamus18
(El ánimo y el alma se tienen estrechamente ligados y entre el-
los componen una sola sustancia en sí; mas lo sabio domina como

––––––––
18
DRN III, 136-139.
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una guía todo el cuerpo: [es] lo que nosotros llamamos animo y


mente).
2. Mortalidad del alma
Para probar que el alma es mortal, Lucrecio hace ver cómo el
cuerpo y el alma siguen la misma suerte: cuando el cuerpo decae,
también lo hace el alma y lo que sigue es la muerte. Es el cuerpo
el que determina la divisibilidad y la mortalidad del alma y esto es
en el fondo, un materialismo a ultranza, no obstante que antes
haya hablado de animus y anima. Al fin de cuentas, el cuerpo es
principio de disgregación y muerte. Algunos versos significativos
en este proceso:
Origen y destino comunes:
Praeterea gigni pariter cum corpore et una
crescere sentimus pariterque senescere mentem19
(Además, el alma nace igualmente con el cuerpo y considera-
mos que, igualmente, crece y envejece con él).
Lucrecio va más allá. Los procesos de disgregación son por su
misma dinámica graduales y es así que el alma va dejando poco a
poco los miembros del cuerpo. Aquí se ve que el alma está sujeta
a división, en cuanto que puede estar en algunos miembros del
cuerpo y en otros no. Esta divisibilidad es la que muestra su mor-
talidad: un alma que se divide no puede ser inmortal20. Veámoslo
plasmado en el poema:
Et quoniam toto sentimus corpore inesse
vitalem sensum et totum esse animale videmus,
si subito medium celeri praeciderit ictu
vis aliqua ut sorsum partem secernat utramque
dispertita procul dubio quoque vis animae
––––––––
19
DRN III, 445-446.
20
Cf. A. BARIGAZZI (a cura di) Lucrezio…p. 141.
Lucrecio, los átomos y los dioses: ateísmo en el De Rerum Natura 509

et discissa simul cum corpore dissicietur.


At quod scinditur et partis discedit in ullas
Scilicet aeternam sibi naturam abnuit esse.21
(Y puesto que consideramos que en todo el cuerpo está la vita-
lidad, vemos que [en él] está toda el alma; si un golpe lo cortase
rápidamente por mitad, y con tal fuerza de modo que separase re-
pentinamente la vitalidad, es obvio que también el alma se corta-
ría con el cuerpo. Y lo que se divide en partes y se corta, no puede
tener así una naturaleza eterna).
La consecuencia lógica es la mortalidad del alma:
Ergo disolui quoque convenit omnem animae,
naturam, ceu fumus, in altas airis auras;
quandoquidem gigni pariter pariterque videmus
crescere et, <ut> docui, simul aevo fessa fatisci22
(Por lo tanto conviene al alma disolverse como humo en los al-
tos soplos del aire; pues cuando nace, igualmente crece y, como
enseñé, igualmente y al mismo tiempo, la vemos deshebrarse
herida por el tiempo).

Conclusión
Este pequeño resumen de las ideas principales de Lucrecio re-
flejadas en el poema De Rerum Natura permite ver cómo se pue-
de justificar el ateísmo con elementos puramente físicos y contin-
gentes como son el espacio y el movimiento.
Como ya dijimos antes, no se trata de un ateísmo ideológico
que postula sus principios, como los que se han visto a lo largo de
la historia del pensamiento, sino un ateísmo que es fruto de la to-
tal reducción de la realidad (Dios, universo, hombre, alma) a lo
que en un primer momento se experimenta más fácil y directa-
––––––––
21
DRN III, 634-641.
22
DRN III, 455-458.
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mente (el movimiento) y al mismo tiempo, paradójicamente, a lo


que no es en ningún modo objeto de experiencia directa (los áto-
mos).
Esta doble reducción, a mi modo de ver, es lo que facilita justi-
ficar la ausencia de un Dios ordenador y providente, e incluso,
provee el esquema de los futuros ateísmos, como es la reelabora-
ción de Marx, por ejemplo. No es extraño que en el primer escrito
filosófico de este pensador («Sobre la diferencia de la filosofía de
la naturaleza de Demócrito y de Epicuro»), las observaciones pre-
liminares (Vorbemerkung) hayan tenido un marcado cariz ateo-
atomista, como clave de interpretación de todo su estudio. Así lo
demuestran los títulos de los capítulos de la primera parte del
Vorbemerkung: “La relación del hombre con Dios: el miedo y el
ser del más allá; el culto y el individuo; la providencia y el Dios
degradado”.
En definitiva, no creemos atrevido afirmar que la reducción de
la realidad a lo material es el primer paso para abrir la puerta de
par en par a todo tipo de barbarie, donde no hay otro principio
que el de la transformación de la materia. Desaparecen el alma, el
espíritu, el hombre y desde luego, Dios y su providencia.

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