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LA EDUCACIÓN QUE MERECEMOS

por: Marlon H. Correa Ardila

“Que cualquiera que vaya a ser maestro comience enseñándose a sí mismo


antes de enseñar a otro”

Khalil Gibran

Hace ya varios días en una de mis clases, una estudiante y madre me decía:
“Profe a mi hijo la profesora le dijo que si le iba a enseñar a dictar clase y, que
si era así, que se parara a dictar la clase él” Al escuchar esto, muchos
pedagogos se horrorizarían y dirían: “¡Qué retrograda!” “¡Qué tradicionalista!”
Tristemente debo decir que no me sorprendió ya que en mis días de estudiante
tuve que afrontar una situación similar.

En mis años como estudiante en el Colegio José Elías Puyana en


Floridablanca, una tarde de 1997 en clase de ciencias sociales, la profesora de
ese entonces explicaba no sé si desde su experiencia de varias décadas al
servicio de la educación pública o con su sabiduría casi ancestral la primera
guerra mundial. Recuerdo que estaba haciendo un mapa conceptual para
explicar los bandos de la guerra “La triple alianza y la triple entente” ¡Sí! Era un
tema que manejaba con gran elocuencia pues mi sed de conocimiento y mis
ansias por profundizar en el tema, me llevaron a clavar mis narices en las
enciclopedias que mi padre nos compró para estudiar, para que no saliéramos
a otro lado y las investigaciones fuesen en casa.

Una vez terminó de dibujar un garabato parecido a un triángulo que con gran
pericia trazó con la tiza a medio gastar mencionó los países de cada bando.
Sentí que era el momento oportuno y quise agregar algo de información.
Levanté mi mano indicando que tenía una duda, para lo cual ella me concedió
la palabra y agregué: “Profe, olvidó mencionar que Italia, Japón y Estados
Unidos se unieron a la Triple Entente, mientras el Imperio otomano y Bulgaria
se unieron a la Triple Alianza… Italia y Bulgaria se unieron a la guerra en 1915,
Rumania en 1916 y Estados Unidos en 1917.”

Yo tan solo quería mostrarle a mi profesora cuanto me apasionaba la historia.


Debo confesar que hablarle a mis estudiantes acerca de historia, es fascinarlos
con las maravillas alcanzadas por el hombre a través del espacio y el tiempo,
es cautivarlos con eventos que ellos jamás se imaginaron sucederían en la
historia de la humanidad. Luego de realizar mi aporte para la clase, yo
esperaba sorprenderla ya que para mí sería una hazaña demostrarle a mi
maestra que en verdad me esforzaba por conocer más de lo que se veía en
una clase. Para mi desdicha, lo primero que mis oídos captaron fue una
alocución producida con unas notas de rabia y un toque de sarcasmo
amalgamados en una amarga ironía. “Nadie le pidió su opinión y si tanto sabe
pues pase al tablero y explique el tema” Después de eso, se retiró molesta y
ofendida por mi participación. Lleno de miedo sin saber qué hacer, porque en
verdad tenía un dilema. Quedarme en mi puesto y no desafiar la autoridad de
mi maestra, quien además de eso, era mayor de edad; o pasar al tablero a
explicar lo que medio sabía para evitar las críticas y la burla de mis
compañeros así como hacer una de las cosas que más amaba en el mundo:
“Hablar de lo que me apasiona”. Opté por la segunda, tomé la tiza y debajo del
garabato agregué los países que hacían falta en cada bando y adicioné
eventos como el frente que hicieron Francia y Reino Unido a Alemania en la
primera batalla de Marne en el conocido Frente Occidental, la caída del imperio
Ruso en 1917 y la posterior humillación de los alemanes quienes retrocedieron
y se rindieron en 1918. Pero no vengo a hablarles de historia sino de lo
fantástico que se sintió tener la atención de mis compañeros mientras
explicaba algo que con agrado había estudiado.

Justo después de terminar mi explicación la profesora, llena de soberbia, me


miró desde el muro de la jardinera que llevaba hacia los baños y la
coordinadora me llamó con nombre y apellido. Empecé a temblar, me llené de
miedo, mi consciencia me bombardeaba con frases como: “Ahora sí te metiste
en un problema” “¿Mi mamá? ¿Qué le digo a mi mamá?” “Me van a pegar por
irrespetuoso” Deseé que la tierra me tragara cuando la coordinadora con esa
calma que anuncia la desgracia, me preguntó pausada pero con esa voz de
reclamo: “¿Qué pasó?” No alcancé a procesar la pregunta cuando de la nada
me siento en el ojo del huracán, relativamente en calma, pero con la angustia
de que en algún momento esto iba a ser una catástrofe. Mis únicas palabras
fueron: “Hice lo que la profesora me pidió: Dictar la clase” Después de eso, la
profesora estalló en ira y me dijo irrespetuoso, insolente, atrevido y muchos
otros calificativos que no recuerdo, no porque no quiera, sino porque no son
importantes. Yo solo le dije a las dos que yo preguntaba y estudiaba porque
quería aprender, porque era mi derecho y que no era mi culpa que la profesora
no estuviese preparada para mis preguntas. En ese entonces no lo entendía,
pero hoy después de diecinueve años comprendo que ese acto de rebeldía o
valentía era mi llamado a la vocación. Bien dice el adagio popular “No hay mal
que por bien no venga”. Entendí que no quería que los niños de escasos
recursos tuviesen profesores que acallaran con gritos su fervor por aprender.
Comprendí que debía esforzarme por ser el mejor para no caer en la
mediocridad, pero también me enseñó que soy humano y me equivoco. Hoy,
con una sonrisa en la cara y unas gracias de corazón le digo a mi profesora
que fue por ella y por ese día, que aún se proyecta en mi memoria como esa
primer película que de niño vi en el cine, que decidí ser un docente. Decidí
entregarle mi vida a aquellos que no pueden, pero que desean una educación
de calidad, una educación integral y ante todo una educación conjunta, donde
maestro y estudiante de la mano aprenden a través de un sinnúmero de
experiencias, constantes como el vuelo del colibrí pero diversas como la
riqueza de mi tierra.

La historia concluyó con la corroboración de que sí había dictado la clase por


parte de la representante del salón, y una frase que nunca olvidaré: “Haga
preguntas, pero trate de no hacer quedar mal a la profesora delante de sus
compañeros.” Junto con la propuesta de ser promovido al grado décimo.

Para un joven inexperto como yo, eso era una hazaña contra el sistema, la
norma y las reglas. Hoy la historia la cuento desde el otro lado del río, donde
soy yo quien tiene que sortear las miles de preguntas que mis estudiantes
hacen para acrecentar su conocimiento. Cada vez que un estudiante me hace
una pregunta que no sé responder recuerdo a mi profesora y mi respuesta
siempre es la misma. “No lo sé, podemos investigarlo, o me lo dejas de tarea
para respondértelo la próxima clase” La idea de ser docente no es saberlas
todas, la idea de ser docente, mi idea, es ser yo mismo, es ser transparente
con mis estudiantes y mostrarles que no soy un ser supremo o superior, bien
dice Bertrand Russell que ninguna persona puede ser un buen maestro a
menos que tenga sinceros sentimientos de afecto hacia sus alumnos. Mi
verdadera intención es demostrar que la tierra está llena de conocimiento y
tanto ellos como yo debemos emprender ese arduo camino para llegar a ser
mejores personas, personas integrales, que no se queden atascados en la
mediocridad y puedan brindarme la satisfacción que en un futuro, no muy
lejano, me hayan superado.

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