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Improntas personales

de la violencia
simbólica educativa
Espistemes Educacionales Descolonizadoras

Presentamos una reflexión breve sobre aspectos relacionados con la violencia


simbólica en el propio proceso educativo y su relación con la perspectiva
descolonizadora

YUDELKIS MARGARITA RENGIFO BLANCO


PNFA ARTES Y CULTURAS DEL SUR
07/02/2022
Si bien en líneas generales el recuerdo de lo que ha sido mi proceso
educativo, en lo que respecta a mis maestras y ambiente escolar de la
educación primaria es agradable; pues siempre que hacía el ejercicio de
recordar estas vivencias, las catalogaba de momentos felices; de hecho
estoy casi segura que soy maestra gracias al ejemplo de mis maestras del
primaria: Asela, con su copia, dictado y dibujo; Doris con sus trabajos en
equipos; Petra, con su exquisita pericia para enseñar a multiplicar;
Marina: la mejor, la pianista; Blanca, con su carácter fuerte pero dulce y
siempre atenta y América, la gran sabia, además era amiga de mi abuela…

Esta asignación en particular y luego de algunos acercamientos al


pensamiento decolonial, han hecho en mí una grieta en cuanto a la
construcción romántica que tengo sobre la educación.

Partiendo de este hecho me dispongo a contar brevemente lo que considero


improntas de la violencia simbólica educativa en mi vida y cómo las
reproduje; no voy a negar que esa reproducción siempre fue un acto de
violencia para mi conciencia y sigue siendo una lucha entre saber que es
violencia y la duda si es necesaria “porque así aprendí yo”.

1.- Las nalgadas a la bebé para que se duerma.

Decía mi papá que para que me durmiera casi recién nacida, él me daba
nalgadas. Nunca me dijo si eso surtió el efecto esperado o no, pero es una
impronta de violencia (nada simbólica) para el aprendizaje de una
conducta. En este caso aprendí a justificar a unos padres muy jóvenes y
que quien te quiere te procura dolor. Y de manera consciente desarrollé
una gran resistencia a las injusticias.

2.- El tapuseo de comida a la niña para que no sea lambusia.

Mi mamá me contó y de eso me acuerdo bien de que era una nieta


consentida y en la nevera habían cosas para mí y lo pellizcaba todo sin
comerlo; hasta que mi mamá me sentó y me hizo comer a la fuerza 1
quesillo, 1 gelatina, 1 avena (de esos potecitos que los tapaba un
aluminio) y un cambur. Este tipo de acciones se repitieron con otros
“alimentos” en dos ocasiones más. La impronta es que no me gusta el
cambur; lo “lambusia” no se me quitó, solamente que no lo hago en
público.

3.- El preescolar en 3 estados.

En los primeros años de vida de un matrimonio joven fuimos corridos del


lugar de habitación como dos veces (de las casas de las abuelas materna y
paterna). Por ello hice los 3 niveles de preescolar en: 1 Caracas, 2
Guárico, 3 Miranda. Lo más duro fue la vez que mi mamá me dejó en esa
Escuela Gigante en Zaraza-Edo. Guárico y yo pasé la tarde llorando
agarrada a los barrotes hasta la hora de la salida y la vez que pasó algo en
Caracas y la señora del transporte me llevó a su casa hasta que mi mamá
me recogió a la noche (la pasé chévere en la casa de la señora; pero tantas
horas sin mi mamá fueron de terror). La huella que quedó en mí junto con
la reflexión es la siguiente: que sistema educativo tan cruel que separa a
los niños y niñas de sus hogares con tanta violencia.

4.- Las maestras que decían nosotros.

De toda la vida en las escuelas hay muchas más maestras que maestros.
En mi escuela decían nosotras; hasta que llegó un maestro de educación
física, un solo maestro nuevo, joven hizo que las 24 maestras dijeran
nosotros y eso si que dejó una impronta en mí; ¿cómo unas súper mujeres
y maestras, por uno solo tuvieron que dejar de nombrarse?

5.- El liceo y su matemática.

Pasar de 1 o a lo sumo 2 maestras maravillosas que te conocían a 11


profes, que te llamaban por un número. Sobre todo es un acto de
violencia el profe de matemática feo, antipático y mal vestido que te decía
maestro no, profesor. Luego me reconcilié con la matemática; porque ella
no es difícil, fue mal enseñada.

6.- Los exámenes de admisión en la universidad.

Al principio de los 90 los exámenes para ingresar a la universidad eran un


acto de violencia simbólica y verdaderos actos de discriminación social,
étnica y económica. La competencia para ingresar en las universidades
públicas era contra estudiantes de grandes colegios privados de curas y
monjas (colonialismo en pasta); hasta los del cnu eran filtros destruye
anhelos.

7.- El niño que no dejé ir al baño.

Ya en mis primeras prácticas como maestra, no dejé ir a un niño de 9 años


al baño porque no era la hora que en el colegio dejaban ir al baño y se hizo
pipí encima (me lo había advertido). Lo tuve que bañar con agua tibia, le
pedí disculpas. Nunca pude entender los regímenes de horarios de las
escuelas.

8.- Tumbaron el liceo.

En septiembre de 2003 nos tumbaron la escuela que nos servía de liceo y


tuvimos que estar dos años dando clases en un bar restaurant por turnos
en compañía de ratas y frío con una platabanda a punto de caerse y con
escasez de agua. Todo por una mala gestión de las autoridades. La
impronta fue robustecer mi animadversión a las injusticias y a no
quedarme muda ante las autoridades; lo cual siempre tuvo sus
consecuencias.

9.- ¡Cómo te puse te saco!

Un director que tuve alguna vez; que por que mis estudiantes estaban
acostados en el piso y un par de ellos atravesados en la puerta y tras una
visita en compañía de un obrero me dijo que esa no era la manera de tener
a los estudiantes en el espacio y yo le dije que era parte de la clase de arte;
su respuesta fue que como me puso en ese espacio me quitaba y yo le
respondí que tenía 23 estados, 1 distrito capital sin contar las
dependencias federales donde podía ir a trabajar, que me sacara si quería.
El aprendizaje que dejó en mí fue que el otro o la otra tienen habilidades
que yo no tengo y que son necesarios para que el trabajo fluya; yo puedo
dirigir pero contando con las potencialidades del otro y de la otra.

10.- Los especialistas.

El liceo donde empecé a trabajar en el sector público de la educación fue lo


que se denominó el séptimo bolivariano; que tenían como finalidad dar
prosecución de estudios a los egresados de las primarias de escuelas
rurales. Los profesores éramos maestras y maestros de primaria que por
las tardes éramos maestros de primero, segundo o tercer año. En ese
proceso tanto el estado como nosotras y nosotros mismos nos dimos
cuenta que nos hacían falta los especialistas; aunque el modelo de
educación integral nos había funcionado muy bien.

El tema es que dichos “especialistas” de verdad creían que eran


“especiales”. Ellos y nosotros habíamos estudiado los mismos 5 años,
teníamos un título que decía Profesor en; pero el de los especialistas
pesaba simbólicamente más que el nuestro. Lo que dejó esa experiencia
en mí es darme cuenta que no es lo que dice tu título sino lo que sabes y lo
que pones en práctica a favor de la colectividad.

11.- El sistema banal y opresor del tareísmo.

De hace unos años para acá; el MPPE se ha ocupado de enviar las más
absurdas tareas que nadie se puede imaginar; unas sobre otras, todas
para hacerlas sin vinculación real; atropellando a las escuelas, sus
directores y maestros y estos a su vez a las niñas, niños y jóvenes. De esto
me quedó la práctica del cumpli-miento. Mando la foto y hago lo que creo
que es importante; hasta hace algún tiempo; ahora simplemente decido
que es importante y que no lo es.

12.- La mamá maestra.

Hacer la tarea que les mandan a mis hijos ha sido la experiencia más
divertida, absurda y violenta que he tenido. Ellos tienen razón en decir
que esas tareas son aburridas (para mí algunas son absurdas); pero las
boletas daban pena y tocó obligarlos; porque de verdad son tan aburridas
que ya les dije que es un mal necesario. Hasta la paciencia he perdido y les
he dado su coquito de vez en cuando; no quiero que esta conducta se
instale en mí, ni que deje ninguna impronta. Por lo pronto hacemos la
hora del mal necesario y aprendemos otras cosas mejores y de manera
más divertida. Las mamás no deberían darles clases a los hijos; clases de
esas de las escuelas.

13.- La violencia del “superior”.

Esto lo viví varias veces, desde mi supervisora, haciéndome esperar tres


horas para atenderme; porque está muy ocupada (habiendo colocado ella
la hora de la cita); una vice gritona y caprichosa y un ministro absurdo
que logró asustarme con vigilancia. Esto fortaleció mi espíritu
emancipado; y como tengo que seguir trabajando con esta gente, lo que
hago es llevar la fiesta en paz, colocando mis límites.

14.- La violencia del “subalterno”.

Este tipo de violencia fue hasta de género. Un subalterno que primero fue
superior mío y que por incapaz lo sustituyeron conmigo, me preguntó si
ese cargo me lo habían dado a cambio de favores sexuales, a lo cual le
contesté que igual que los favores que pagó él en su momento. Luego tener
que trabajar un año completo con su ineptitud sin poderlo sacar del
equipo.

El colonialismo en su práctica más tenaz, cuando por ser hombre e


“intelectual” se les hace difícil que unas “maestricas” planifiquen,
organicen y pongan en práctica proyectos que para ellos no pasaron de
tertulias interminables donde lo que más se mostraba era el largo de sus
pelajes.

Lo interesante de este recorrido es que ya voy a aprendiendo a escoger mis


batallas, no peleo por todas las injusticias a las cuales me enfrento; pero
no dejo de considerar los argumentos para dar paso a otras formas más
amables de educar, aunque sean pocas y pequeñas; vamos abriéndole
grietas al sistema colonialista y patriarcal; que nos seguirá costando
luchas pero poco a poco vemos el horizonte horizontal al que queremos
llegar.

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