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ALBERT EINSTEIN:

Nunca consideres el estudio como una obligación, sino como una oportunidad para penetrar en
el bello y maravilloso mundo del saber.

NAPOLEÓN BONAPARTE:
Los sabios son los que buscan la sabiduría; los necios piensan ya haberla encontrado.

BENJAMÍN FRANKLIN:
Dime y lo olvido, enséñame y lo recuerdo, involúcrame y lo aprendo.

GROUCHO MARX:
"Fuera del perro, un libro es probablemente el mejor amigo del hombre, y dentro del perro
probablemente está demasiado oscuro para leer."

"Encuentro la televisión muy educativa. Cada vez que alguien la enciende, me retiro a otra
habitación y leo un libro."

ARISTÓTELES:
La inteligencia consiste no sólo en el conocimiento, sino también en la destreza de aplicar los
conocimientos en la práctica.

Considero más valiente al que conquista sus deseos que al que conquista a sus enemigos, ya
que la victoria más dura es la victoria sobre uno mismo.

Lo que con mucho trabajo se adquiere, más se ama.

Saber es acordarse.

Piensa como piensan los sabios, mas habla como habla la gente sencilla.

Hay la misma diferencia entre un sabio y un ignorante que entre un hombre vivo y un cadáver.

La sabiduría es un adorno en la prosperidad y un refugio en la adversidad.

Los grandes conocimientos engendran las grandes dudas.

El verdadero discípulo es el que supera al maestro.

Las ciencias tienen las raíces amargas, pero muy dulces los frutos.

Gracias a la memoria se da en los hombres lo que se llama experiencia.

Se quiere más aquello que se ha conseguido con muchas fatigas.

Aprendemos, o por inducción o por demostración. La demostración parte de lo universal; la


inducción de lo particular.

Sólo hay felicidad donde hay virtud y esfuerzo serio, pues la vida no es un juego.

Todo hombre, por naturaleza, desea saber.

Adquirir desde jóvenes tales o cuales hábitos no tiene poca importancia: tiene una importancia
absoluta.

Yo he vivido el fracaso escolar"


El escritor francés acaba de publicar en Europa Mal de escuela, un
libro autobiográfico que reabrió en su país el debate acerca de la
educación. Allí, el novelista evoca el sufrimiento que padeció como
alumno y su experiencia como docente
Por Álex Vicente (El País)
El escritor francés regresa con Mal de escuela (Mondadori y Empúries), libro autobiográfico sobre
el sufrimiento que experimentan los malos alumnos, que ha sido un éxito en su país, donde ha
logrado reabrir el debate sobre la escuela. Daniel Pennac ejerció durante un cuarto de siglo el
oficio de profesor. Todo ese tiempo vivió en un departamento situado sobre dos patios de colegio.
"Como un ferroviario que se instalara, al jubilarse, junto a un apartadero", escribe en su nuevo
libro. Hace unos años, su mujer se enamoró de otra casa en el barrio vecino. "Me vi obligado a
seguirla", cuenta con nostalgia e ironía. Dos rasgos de carácter que le son propios, como esos
lentes circulares y una sonrisa traviesa y juvenil, pese a que ya tiene 63 años. Pennac tuvo que
dejar su amado barrio de Belleville (el único en todo París que huele a comida china, cuscús y
especias indias a la vez), donde había ambientado la saga literaria de los Malaussène y donde
escribió aquel famoso tratado sobre la lectura que tituló Como una novela . Se instaló en una
acogedora residencia a poco más de seis estaciones de subte, junto al cementerio de Père-
Lachaise, en cuya terraza tuvo lugar esta conversación, en la mañana de un domingo de verano.

-Desde las primeras páginas, advierte que no ha escrito un libro sobre la escuela, sino sobre los
malos alumnos. ¿Temía ser malinterpretado?

-Quería dejar muy claro que éste es un libro sobre el sufrimiento que produce el hecho de no
comprender. No pretende analizar la institución escolar, sino ese tipo de dolor, que me parece
bastante desconocido. Se suele creer que a los malos alumnos les da todo igual, pero la realidad
es otra. El fracaso escolar se vive con un gran sufrimiento. Yo lo sé porque lo he vivido.
-¿Cómo se origina ese sufrimiento?

-Por el simple hecho de no entender la pregunta del profesor. Es algo que empieza a una edad
muy temprana y que tiene efectos colaterales: el niño cree que no encaja en la escuela y
desarrolla una especie de rechazo hacia la institución; la familia se preocupa y no sabe cómo
ayudarlo, y el docente lo vive como un fracaso personal y profesional. Es como una bomba de
fragmentación.

-Sin embargo, su tesis sobre el fracaso escolar es que no existe la fatalidad. Su libro es optimista.

-Sí, porque he logrado que alumnos sin ningún sentido de la ortografía, que hacían 350 faltas por
línea y que desconocían todo tipo de estructura gramatical, salieran adelante en pocas semanas.
Eso te convierte inevitablemente en un profesor optimista [risas].
-¿Cuál es su fórmula milagrosa?

-He comprobado que podemos curar las malas aptitudes si ignoramos las causas y nos
concentramos en los efectos. Hay que resistir esa tentación natural que tiene todo joven profesor,
que consiste en hurgar en el alumno para descubrir por qué se le da tan mal la escuela. Lo más
fácil es creer que un estudiante es malo porque sus padres lo sentaron sobre los fogones de la
cocina como castigo cuando era pequeño. Siempre he desconfiado de ese tipo de discursos.

-¿Tal vez porque usted mismo no tenía ningún trauma infantil que justificara sus malas notas?

-Exacto. Fui un niño relativamente amado, nacido en una familia burguesa, sin ningún problema
particular y ninguna razón psicológica que explicara mi ineptitud.

-Seguro que por ese motivo ha desconfiado siempre de ese tipo de dogmas.

-A principios de los años 70, los profesores se limitaban a dar sermones a los malos alumnos;
creían que se trataba de un problema moral. En la década del 80, se puso de moda justificarlo
todo por razones psicológicas: los malos alumnos sufrían una inhibición y se encontraban
desestabilizados por circunstancias personales. En los años 90, la tendencia fue atribuirlo todo a
motivos de orden sociológico: se decía, por ejemplo, que el mal alumno surge de una clase social
desfavorecida...
-¿Y cuál es su tesis?

-El problema está en la forma de enseñar ciertas materias. Muchos docentes deberían
replantearse sus métodos. En mi caso, como profesor de Lengua, tenía que hacerles entender que
la gramática no es un simple conjunto de reglas, sino el instrumento con el que la humanidad
consigue expresar razonamientos y sentimientos. Que los adjetivos no son abstractos, sino que
proceden del deseo de precisar el significado de un nombre. Que los pronombres pueden esconder
grandes misterios. Si procedemos así, en poco más de una semana el alumno descubre cosas
apasionantes, pero que siempre le habían enseñado de forma normativa y aburrida.
-¿Todos reaccionan con ese entusiasmo?

-No. La primera reacción siempre es: "A mí todo esto me importa un bledo". El reto es hacerles
entender que la lengua es algo constitutivo, que sin la gramática no son nada. Que si no
adquieren esa caja de herramientas, sus pensamientos los acabarán asfixiando en el sentido físico
del término, porque no tendrán un discurso estructurado, no sabrán cómo exteriorizar sus
emociones.

-¿Qué efectos ha observado en los alumnos que padecen ese problema?

-La violencia, el autismo, la esquizofrenia, el silencio absoluto y la estupidez, así como un fuerte
deseo de vengarse de la institución y de los buenos alumnos.

-Siempre se había creído que eran los buenos alumnos los que salían traumatizados del colegio
por las burlas de los díscolos.

-A corto plazo puede parecer así. Pero al final los buenos alumnos terminan enorgulleciéndose de
su trayectoria escolar y confían en ellos mismos más fácilmente.

-"Siempre he pensado que la escuela la hacen, en primer lugar, los profesores", escribe. ¿Le
parece una opinión generalmente compartida?

-Sí, el papel del maestro sigue siendo determinante y su responsabilidad, inmensa.


-¿Entonces por qué es un oficio desvalorizado?

-El principal motivo es que los niños de otras épocas no eran clientes, que es en lo que se han
convertido hoy. El profesor que entraba en un aula hace cuarenta años se encontraba con treinta
alumnos que no se planteaban qué estaban haciendo allí, simplemente lo aceptaban. Hoy se halla
ante treinta clientes consagrados al consumo de bienes materiales: zapatillas deportivas, iPods y
celulares de última tecnología.
-¿Qué consecuencias tiene este nuevo estatus?

-Los niños acaban confundiendo deseos superficiales con necesidades básicas. La publicidad se
dirige a ellos desde que tienen 2 años. Si tienen la desgracia de que sus padres sean de los que se
dejan estafar por esa propaganda que les asegura que si no les compran a sus hijos un juguete
determinado eso significa que no los quieren, la situación puede volverse desastrosa. Yo les tengo
que enseñar necesidades fundamentales, como estructurarse mentalmente, aprender a leer y a
contar o estudiar las subordinadas. Los deseos del alumno son antagónicos a esta voluntad: los
niños de hoy quieren consumir educación "a la carta", como quien compra productos electrónicos.
-¿No le parece que su discurso es conservador?

-Lo sé, pero no quiero ser malinterpretado. Yo no digo que el pasado fuera mejor en todos los
sentidos. La familia se estructuraba en torno al silencio, la soledad mental de los niños era
gigantesca y se ignoraba todo tipo de psicología. Pero el oficio de profesor era algo más fácil, ya
que los alumnos eran conscientes de estar satisfaciendo necesidades básicas en la vida. El docente
era respetado como una persona notable. Hoy gana unos 1500 euros al mes, cuando sus alumnos
pueden conseguir más del doble con cuatro changas.

-¿Pero no cree que este nuevo estatus del alumno podría ser positivo, en el sentido de que es un
sujeto con más autonomía y voluntad propia?

-El problema es que no tiene ninguna libertad. Es un sujeto prefigurado por la publicidad, que
desea por desear. Sé que parezco un poco reaccionario. Pero cuando los psicólogos me dicen que
un niño debe llevar zapatillas de marca o si no será excluido del grupo, yo me muero de la risa.
Entonces pienso que el comercio nos ha ganado la batalla a todos.

-¿Pero cómo puede la escuela mantenerse al margen de este desenfreno consumista?

-No puede. Pero puede analizarlo. Puede mostrar los mecanismos necesarios para desactivar esta
ilusión consumista. Es cierto que, como profesor, se necesita mucha energía, entusiasmo y
convencimiento.
-¿Cómo eran los profesores que lo salvaron?
-Sólo tuve tres o cuatro. Uno era una especie de Buda de las matemáticas, que te hacía descubrir
lo que sabías en lugar de recordarte lo que no sabías.

-¿Tres o cuatro buenos profesores en toda una vida escolar no es una proporción muy baja?

-En Francia existe cerca de un millón de profesores. ¿En nombre de qué gran injusticia podríamos
pedir que todos fueran excepcionales? En todas las profesiones hay un alto porcentaje de
imbéciles y de mediocres. Tres o cuatro de los sesenta que conocemos a lo largo de nuestra vida
escolar es la proporción normal.

-¿Los estudiantes deben tratar al profesor de usted, como se hace en Francia? ¿Han de levantarse
cuando éste entra en el aula, como pide Sarkozy?

-Son rituales de poder que no siempre van ligados a un respeto real. Si nos limitamos a
conservarlos por tradición, el combate está perdido antes de empezar. Piense que algunas clases
parecen un festín de feromonas, que algunos alumnos cuando vuelven de las vacaciones miden
una cabeza más. Hay que ayudarlos a tranquilizarse. Con el silencio, por ejemplo. Al principio de
cada clase les pedía que se callaran y que escucharan los sonidos de París durante unos minutos.
Quiero creer que los ayudaba a concentrarse.

-Defiende métodos algo anticuados, como el dictado o la memorización de poemas.

[Risas] -Lo anticuado no es el dictado, sino la forma de llevarlo a cabo. Lo que propongo a los
alumnos es que se construyan una biblioteca mental con grandes textos literarios, algo que
conservarán toda la vida. Cuando me encuentro con ex alumnos por la calle, se siguen acordando
de lo que memorizaron conmigo. Me recitan cosas, como la primera página de Cien años de
soledad .
-Sorprende su defensa del internado...

-Puede ser una solución para los alumnos que se encuentren en una situación de fracaso escolar
absoluto. No digo que sea un remedio universal, sino que en mi caso funcionó. Entiendo que las
generaciones más jóvenes no lo crean, pero a veces puede permitir que el alumno se libere de su
familia durante un tiempo y que tenga al maestro como único interlocutor.
-¿Cómo tomaron sus padres su fracaso escolar?

-Mi madre, peor que mi padre, aunque ambos sufrieron mucho. Mi madre tiene 103 años y sigue
preguntándome si tengo dinero suficiente, si ya tengo departamento en París, si algún día me
casaré, si lograré salir adelante... Ha fosilizado su sufrimiento por mí y vive en un tiempo verbal
pluscuamperfecto. Mi padre era más irónico. Cuando me gradué, poco después de Mayo del 68,
me dijo: "Para la licenciatura has necesitado una revolución, ¿debemos temer una guerra mundial
para la cátedra?" Hace unos años encontré una carta que me mandó cuando me destinaron a la
primera escuela. En el sobre había escrito: "Daniel Pennac, profesor". Al encontrarla, me puse a
llorar. Entendí que lo había escrito con alivio, porque finalmente yo tenía un oficio.

-¿Cuál fue la peor nota que llevó a casa?

-En Francia, los maestros apuntan comentarios con cierta mala fe al lado de la calificación de cada
materia. Una vez me escribieron: "No hay nada que esperar de este alumno". Me pareció
excepcionalmente cruel.
LN

* Mal de escuela. Daniel Pennac. Traducción de Manuel Serrat


Crespo. Mondadori. Barcelona, 2008. 256 páginas.

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