Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
GACELES
Presentación y traducción de
Rafael Cansinos-Asséns
II
III
VII
VIII
1
«El bulbul en el tiempo de las rosas...» El bulbul o ruiseñor persa no es
exactamente el mismo que conocemos en Europa. Según los viajeros es un
pájaro de plumaje gris y de cabeza negra, con unas plumas blancas en el
remate de la cola. Es también más pequeño que nuestro ruiseñor. Los
poetas suponen que canta en penlevi, la antigua lengua persa.
Quise arrojar una piedra
Para espantar al amor;
pero también de la piedra,
un fuego de amor brotó.
IX
IX
XI
Quisiera ser un lago transparente,
y que fueras tú el sol que en él se mira.
Quisiera ser un manantial fluyente
y que tú, flor, me dieras tu sonrisa.
Quisiera ser espina y que tú fueras
la rosa que con ella se guardase.
Quisiera ser un grano diminuto
de trigo en medio de la arena;
y que tú fueses ese pajarito
que viene y se lo lleva.
XII
XIII
XIV
XV
XVI
Con hábitos de mul-lahs2
haría yo una gran hoguera,
en sacrificio a los buenos
espíritus de esta tierra.
Porque innumerables son,
las inquietudes y penas
con que tratan de amargamos
estos pocos días alegres
de nuestra breve existencia.
Nunca con la beatería,
lograrás la paz del alma.
Coge, pues, entre tus brazos
a alguna linda muchacha
y besa sus rojos labios,
y verás cómo se acaban
esos escrúpulos necios
con que la vida te amargas.
Haz lo que hago yo, que soy
según dicen, ¡un idólatra!
XVII
XVIII
XIX
XX
XXI
XXII
XXIII
XXIV
XXV
XXVI
XXVII
El plantel de mi jardín
es una buena lección,
por su sabio ordenamiento,
para todo bebedor.
Esos rojos tulipanes,
que en él puedes admirar,
jamás de su boca apartan
el vaso que hace olvidar.
Yo por modelo los tomo;
y aprovecho la lección,
que el plantel de mi jardín
da a todo buen bebedor.
XXVIII
XXX
XXXI
XXXII
XXXIII
XXXIV
XXXV
XXXVI
XXXVIII
XL
6
«Cuando por vez primera te encontraron mis ojos,...» En este gacel se
percibe un eco de la teoría platónica de las almas gemelas que, al
encontrarse en la vida, tienen la reminiscencia de haberse ya conocido en
existencias anteriores. El sufismo persa estaba impregnado de
neoplatonismo alejandrino.
XLI
XLII
XLIII
XLIV
¡Tabernero! en la mañana
al sol el fulgente vaso
como una antorcha levanta.
Y al sol dile: -¡Oh luz suprema,
en el vaso de Hafiz,
torna brillo y esplendor,
que en eso te gana a ti!
XLV
XLVI
XLVIII
XLIX
7
«Y cuando muera al fin, y en el sepulcro...» Compárense estos versos de
Rafiz con estos otros de Reine, en su Lyrisohes Intermezzo: «Mein süsses
Lieb, wenn du im Grab /Im dunklen Grab wirdst liegen /Dann will ich
steigen zu dir hinab /Und will mich an dich schmiegen...» («Cuando un día
en la oscura tumba yazgas, / hasta ti yo bajaré / y a ti me uniré, mi
amada...»).
A censurarme no tenéis derecho.
Yo de todo pecado libre estoy.
Pues soy tan sólo como Alá me ha hecho.
Porque al formarme el Hacedor de arcilla,
no la mojó con agua, cual la vuestra,
sino del mosto con la sangre rica.
Y al secarse después mi barro, ¿cómo
le habría de remojar con agua insulsa
de la fuente vulgar y no con mosto?
De vino ha menester. Tan sólo digno
es el vino de ella, que en sus venas
tiene desde el principio, en vez de sangre,
¡vino de pura cepa!
LI
LIII
8
«Las colinas de tu pecho / son dos planteles de lirios...» El poeta
compara los pechos de su amada con colinas plantadas de lirios y surcadas
por arroyuelos azules (las venas que se insinúan en la blancura de la piel).
LIV
LV
LVI
LVII
Soy blanda cera en tus manos;
me moldeas a tu capricho.
De defenderme no trato.
De sufrir no soy amigo;
pero me gusta azotarme
con la fusta de tus rizos.
LVIII
LIX
LX
LXI
LXII
LXIII
LXIV
LXV
LXVI
LXVII
LXIX
LXXI
El huracán de cuajo
los árboles arranca
con soplo sobrehumano.
Pero a mi -oh maravilla-
lo que de la existencia
vulgar y cotidiana,
me ha sublimado a un reino
de ventura colmada,
ha sido el suave aliento,
perfumado, amoroso,
de una dulce boquita...
de tu boca, mi amada,
deliciosa, divina...
LXXII
LXXIII
LXXIV
LXXV
Cuando mi sensualidad
reprocharme osáis, miopes,
yo os maldigo, pues os falta
el sentido más profundo
de todos, críticos torpes.
LXXVI
LXXVII
De todo puritanismo
y de toda hipocresía
sin duelo me he desprendido.
La buena fama que antaño
conseguí, cual una nada
lejos de mi he arrojado.
Mi grave cabeza blanca
a tus pies humildemente
en el polvo he doblegado.
Ambición y estudio, unidos
con la virtud y el pudor,
todo me lo he sacudido.
¡Y en tus celestiales ojos
he anegado, para siempre,
mi alma en feliz abandono!
LXXVIII
LXXIX
LXXX
LXXXI
LXXXII
LXXXIII
LXXXIV
LXXXV
LXXXVI
LXXXVII
LXXXVIII
LXXXIX
XC
XCI
XCII
XCIII
XCIV
XCV
Mi jardín lleno de rosas en flor
es la predilecta mansión del ruiseñor.
A cortar una rosa tan sólo no me atrevo,
que el corazón me parte; el ruiseñor lo entona,
dolido de que toquen a sus queridas rosas.
Tanto las ama el pobre, con tal ansia
su fuerte aroma aspira que, embriagado,
cae, al fin, de la rama, como muerto,
lo mismo que un borracho.
XCVI
La juventud escurrióse
de mis manos;
ya no soy aquel alegre
mocito despreocupado.
Aún no tengo blanco el pelo;
aún las mujeres me miran;
pero ya me ha abandonado
la alegría.
De mis rizos la guirnalda
de rosas se desprendió;
mi rostro se ha puesto serio;
¿cómo no?
Hoy esas fragantes rosas
ciñen frentes juveniles;
y otros cuerpos más esbeltos
y gentiles.
La juventud escurrióse
de mis manos;
yo no soy ya aquel alegre
mocito despreocupado.
XCVII
Mi pena ahogar yo quiero
en vasos tintineantes
del noble vino de Schirás repletos.
La guerra al ruiseñor
le voy a declarar,
por sus cantos insípidos de amor.
La traición aquí priva
en este mundo amargo;
lealtad en pecho de mujer no habita.
Ahogaré, pues, mi pena,
en copas tintineantes,
del noble vino de Schirás repletas.
Y mataré al ruiseñor
de una pedrada certera;
para que no cante más...
¡como si el mundo estuviera
lleno de felicidad!
XCVIII
XCIX
En la noche destrenzada
de los rizos de Suleima,
una guirnalda prendí,
con flores de almendro hecha.
En mi jardín nos sentamos,
a la orilla de la fuente,
y yo levanté la copa,
llena de vino fulgente.
Leve bisbiseo de amor
el agua dejaba oír;
y en la fronda, el ruiseñor.
A las mezquitas corred,
a pedirle gracia a Alá;
y en los bazares y zocos
y almonedas, trapichead.
Pero a mi no pretendáis
arrastrarme con vosotros
a ese mundo que estimáis.
Mi mundo está todo él,
¡entre los mórbidos brazos,
de mi Suleima adorada!
C
Como una novia fragante,
ardiente cual mi pasión,
así brillas en la copa,
dulce vino embriagador.
Como a novia te amaré;
y cual mi pasión profunda,
te correrás por mi sangre,
hasta mi misma médula.
Y entonces balbuceando,
yo trazaré raros versos,
tan sólo a ti dedicados,
y en los que, agradecido,
expresaré la ventura
que a ti siempre te he debido.
CI
CII
CIII
CIV
CV
CVI
CVII
CVIII
CIX
CX
1
1
«Todo el poder del mundo de humillación no salva;...» En esta estrofa
-y en otras de más adelante- que es una rubaya o cuarteta, emplea Hafiz el
primor retórico de terminar los versos asonantados en una misma palabra.
CXI
CXII
CXIII
CXIV
CXV
CXVI
CXVII
CXVIII
CXIX
CXX
Ten húmeda tu boca, de la boca del vaso;
la vida nos escancia de lo dulce y lo amargo;
de la amada en la boca libamos el acíbar;
en la boca del vaso, las mieles aspiramos.
CXXI
CXXII
CXXIII
CXXV
¡Tuya seré -me dijiste-; suspende, pues, tus ayes!
La paz del corazón haz que lograr, amable.
¿La paz del corazón?.. Pero ¿cómo encontrarla?
Mi corazón es uno y miles son mis males.
CXXVI
CXXVII
CXXVIII
CXXX
Toda la noche riego con lágrimas por ti;
y la mañana siembro de suspiros por ti.
Pero ¿qué sabes tú de lágrimas y suspiros?
La noche y la mañana ríen siempre por ti.
CXXXI
CXXXII
CXXXIII
CXXXV
Ve en la noche al jardín, junto a la fuente,
donde ya el loto bajo el agua duerme.
¡Y levántate el velo! Creerá el loto
que ha amanecido, y se erguirá por verte.
CXXXVI
CXXXVII
CXXXVIII
CXL
Son tus ojos la fuente oscura y encantada,
en que el sol va a ponerse en la tarde dorada;
tus labios que sonríen son el venero,
de donde todas las delicias manan.
CXLI
CXLII
CXLIII
CXLV
Quien busca curación, no es digno de la herida;
La herida debe amarse, aunque nos mortifica.
El médico de amor así a Hafiz le dijo:
-No merece sabor alma que no es sufrida.
CXLVI
CXLVII
CLVIII
CXLIX
CL
CLI
CLII
CLIII
¡Oh luna de mi amor! Poder mirarte extático
es mucho más que ser un gran sultán asiático.
¿Por qué tan desdeñosa le niegas tu mirada
a tanto enamorado que por ti no halla calma?
Te fuiste, amada mía, se fue mi corazón;
¿por qué de contemplarte nunca me canso yo?
Oh céfiro errabundo, que caprichoso vuelas;
no juegues, atrevido, con sus rizadas trenzas.
Un mundo Hafiz diera, por uno solamente
de esos finos cabellos que diademan tu frente.
CLIV
CLV
CLVI
CLVII
CLVIII
CLXIX
CLX
CLXI
CLXII
CLXIII
CLXIV
CLXV
CLXVII
CLVIII
CLXIX
CLXXI
CLXXII
CLXXIII
CLXXIV
CLXXV
CLXXVI
CLXXVII
En la quima del ciprés,
en una noche de luna,
el ruiseñor cantó así,
para aquellos que entendemos
el divino pehleví:
-Ven, el rosal se incendia cual la zarza
de Musa aquella vez;
de la Unidad divina en él la esencia
podrás tú comprender.
En el jardín la pléyade de mis hermanos canta;
y el dueño bebe, oyendo su arrullante canción;
feliz es el mendigo que a la intemperie duerme
en tanto desvelado se agita el gran señor.
Su copa en este mundo dejó el pobre Chemschid;
nunca ambiciones bienes que han de quedarse aquí.
Bien habló el labrador que le dijo a su hijo:
-oh, niña de mis ojos, ojalá siempre sea
lo que siembres, aquello que luego coger quieras.
Oh ¡quizá a mi copero, se le fue algo la mano,
porque tengo el turbante un poco ladeado!
CLXXVIII
CLXXIX
CLXXX
3
1
«Cuando la brisa de Yam con el jardín oreaba,...» La brisa de Yam
orea...
CLXXXI
CLXXXII
CLXXXIII
Se acabaron los ayunos, ¡oh creyentes!14
Ya podéis beber tranquilos
por la noche, por la tarde y la mañana,
sin tener que desojaros, atisbando si la aurora
ya reluce en la ventana.
De principio, pues, la fiesta. Que nuestros alegres ojos
se bañen en el torrente bullidor del vino rojo.
Es la hora del bebedor. ¿Por qué censurar a aquellos
que gustan de la bebida, si el vino la vida alegra,
lo mismo que los amores, y es, más que el amor, sincero?
Yo prefiero un bebedor que tenga pura su alma,
a un hipócrita que finge con su compungida cara.
No me engañan los hipócritas ni los mentidos ascetas;
yo bebo tranquilamente, sin cuidarme del pecado;
Alá, que todo lo sabe, penetra en las entretelas
de nuestro ser, y perdona, generoso y apiadado.
¡El pecado no te inquiete, pecador!
¿Que mortal hay que no tenga
mácula en su corazón?
CLXXXIV
CLXXXV
5
1
«... / de Behrám, de Chemschid y Kaikobad. / ¿Dónde está Feridún?
¿Y Jusrav, dónde?..» Kaikobad fue el primer rey de la dinastía kaiena o de
los kai. Sucedió en el trono a Núder, último monarca de la dinastía de los
Pischdadián, que murió a manos del rey turanio Afrasyab, el cual usurpó el
trono de los persas. Los nobles eligieron entonces como jefe a Kobad, que
se comprometió a expulsar al usurpador y librar a la patria del yugo
turanio. Así lo hizo Kobad y, aclamado monarca por los nobles, se sentó en
el trono y tomó el sobrenombre de Kai (grande) que llevaron luego todos
los monarcas de su dinastía. Feridún, Feridón, Afridún o Fredún, fue el
séptimo rey de la dinastía de los Pischdadián. Su elevación al trono fue el
resultado de la revolución, promovida por un herrero llamado Gaveh contra
el tirano Zoak, que le había matado dos hijos. Cuenta la tradición que el
diablo habíasele aparecido a Zoak en figura de juglar y besádolo en los
hombros, de los que le brotaron dos serpientes, que habían de ser
alimentadas con las cabezas de los jóvenes más hermosos del país. Gaveh,
indignado, se levantó contra Zoak y buscando a Feridún, le rogó se pusiese
al frente de las tropas sublevadas. Hízolo así Feridún y, llevando como
bandera el mandil de cuero de Gaveh, venció y dio muerte al tirano.
cuando ama, tiene siempre erguido el cáliz,
cual bebedor que nunca su sed sacia.
Si como él yo no porfío y demando, es simplemente
porque las brisas amigas de Ruknabad y Mosel-la,
partir a la vida errante, como seria mi deseo,
con su imperio no me dejan;
Hafiz, nunca alces tu copa, sin que te acompañe el músico,
y con sus notas te encante;
que en los dedos del arpista,
la alegría florece amable.
CLXXXVI
CLXXXVII
6
1
«Nuestro prior anoche,...» Este verso hace suponer que Hafiz formaba
parte de algunos de los muchos conventos de derviches sufíes, como había
dejando el monasterio,
a la casa del vino,
se dirigió corriendo.
Oh y qué techo nos queda
aún que seguir, hermanos,
si el superior se entrega
a tales arrebatos.
¿Cómo adelantaremos
en la virtud, nosotros
y a la Meca la cara
volveremos devotos,
cuando la suya vuelva
nuestro maestro, tan loco
adonde bulle el vino
y en él cifra su gozo?
Vayamos allá luego,
pues somos sus novicios,
y encendamos el pecho
en la llama del vino.
Puede que gozar sea
nuestro dulce destino,
y que así desde siempre
en el Libro esté escrito.
La brisa con sus juegos
alborotó sus trenzas,17
y mis ojos al punto
cubrió de densa niebla.
Nunca otro premio puede
de ti lograr, mi bella,
que el estar suspendido
de tus negras guedejas.
La paz por un momento
en mi pecho anidó.
Pero el aire lascivo
entonces en Persia.
17
«La brisa con sus juegos / alborotó sus trenzas,...» Los orientales, al
decir de los viajeros, consideran de mal augurio que el aire descomponga
sus cabellos.
tu pelo desató,
y la paz en seguida
dejó mi corazón.
Si pudiera la mente
humana comprender,
el placer que yo siento
tu pelo suelto, al ver,
el sabio más austero,
perdiera su saber,
y en tan dulces cadenas,
dejárase prender.
La clave de la gracia
nos reveló tu labio;
mi pecho la inspiraba
gozoso y encantado;
mi lira desde entonces
con sones acordados,
sólo respira gracias
y al amor da su canto.
Mis nocturnos suspiros
tu corazón no ablandan;
y el mío se consume
siempre en su propia llama.
Como dardos, al cielo
derechas van tus quejas,
Hafiz, pero no logras
conmoverlo con ellas.
Calla, pues, y no lances
al cielo tales flechas,
que contra ti se vuelven
y tus males aumentan.
CLXXXVIII
CLXXXIX
A mi grácil cervatillo,
dile, céfiro, te ruego,
que tras él corro los montes
y los valles sin aliento.
¿Cómo es posible se olvide
de que, por todo sustento,
tiene sólo esa dulzura
que irradian sus ojos bellos?
Oh rosa, tan engreída
con tu hermosura te has puesto,
que a tu amante, el ruiseñor,
le muestras tanto desprecio
¿Por qué en esos lindos rostros,
brillantes como luceros
nunca he de advertir señales
del amoroso desvelo?
No veo en ti lugar alguno;
de belleza eres compendio;
sólo de amor y constancia
0
2
«.../ como un bajel de plata, la alta luna, / de Hachi-Kovamu lo ha
enriquecido...» Hachi Kovamu-d-Din fue visir de Hazamu-l-Kani y de su
hijo Scheij Avis, sultanes de Persia, contemporáneos de Hafiz y famosos
por su mecenismo.
en ti señales no veo.
Con tejida red, al ave
lista atrapar es su sueño;
al sabio no se le caza
sino con los nobles gestos.
No extrañéis que Sohra baga
bailar al propio Mesías;
ya que le marca el compás,
de Hafiz la melodía.
CXC
CXCI
CXCII
1
2
«Hafiz, cuando está alegre / se ríe de las tiaras; / Kaus y Kis y la
Persia...» Kaus y Kis fueron dos poderosos monarcas de la antigua Persia.
La tiara era en ese país el símbolo del poder real.
pinturas magistrales
si sus vivos colores
no llegan a realzarlas,
no agradan.
¿Qué es tu vida, Hafiz?
Moneda despreciada,22
que sólo cuando al pueblo
se le arroja en las fiestas,
agrada.
CXCIII
2
2
«Moneda despreciada,...» Se trata de una moneda persa de escaso valor,
llamada Nisav, que era costumbre arrojar al pueblo como Pelón en las
grandes fiestas y regocijos públicos.
nuevamente sin ella,
cruel tortura padezco,
pero cuál, no inquieras.
¡Ay! Hafiz, ha llegado
el amor en la senda
a un punto que te ruego,
te ruego no inquieras.
CXCIV
CXCV
CXCVI
¡Escánciame, saki, el vino!
Dame la copa colmada;
que el amor, de aire tan dulce,
me tiene el alma llagada.
Una gota solamente
del almizcle de su pelo,
cuánta sangre les arranca
a los que en él se perdieron.
Mancha de vino el tapiz
si al Peri-Mugan le agrada,23
nadie mejor que el viajero
sabe de ruta y posada.
¿Cómo podré estar tranquilo
entre mocito y muchacha,
si pronto la campanilla
me dirá: -¡Da pie y en marcha!
Por mar encrespado voy
a una noche desolada,
cuando ya la paz debiera
buscar en amena playa.
Mi locura a risa mueve;
la gente befas me gasta24
y en la mesa dejo ver
que mi mente bien no anda.
Si el corazón paz te pide,
y en verdad quieres hallarla,
únete con lo que adoras
y al mundo vuelve la espalda.
3
2
«Mancha de vino del tapiz / si al Peri-Mugan le agrada,...» Peri-
Mugan significa, a la letra, mago sabio. Es epíteto que se aplicaba a los
directores espirituales de los guebros o adoradores del fuego y también, con
intención irónica, a los dueños de tabernas. El tapiz a que se refiere el poeta
es el tapiz o alfombrilla sobre el que se arrodilla el creyente para hacer la
oración, y que debe estar siempre absolutamente limpio.
24
«Mi locura a risa mueve; / la gente befas me gasta...» El conde de
Noroña recuerda muy a propósito, comentando este paso, los versos de
Horacio -oda XI de los Epodos-: «eu me per urbem, non pudet tanti mali /
fabula quanta fui...».
CXCVII
CXCVIII
CXCIX
5
2
«Joven de pies de plata,...» En persa, Simi-Sak. El conde de Noroña
traduce argentípedo. Es el mismo epíteto que Homero aplica a Tetis.
de mi hurí al aposento,
murmura de Hafiz
el canto fresco, fresco.
CC
6
2
«Ya que no oigo el murmullo / del ruiseñor amante;...» Hafiz hace
aquí un juego de palabras: «Gulgul-i bulbul» («el golgoteo del bulbul»; esta
voz tiene el doble significado de ruiseñor y de botella).
de cuando en cuando trae.
Si sólo en sueños gozo
sus abrazos suaves;
esa dulce bebida
que sueño infunde, trae.
¿Qué hacer, si estoy borracho?
Para que luego acabe
de perder el juicio,
una ancha copa trae.
Y otra y otra y mil más,
a Hafiz al instante,
esté o no permitido,
bello copero, trae.
CCI
7
2
«De Zerdust el sacro rito /... de Nemrod el fuego alegre...» Zerdust o
Zerduscht: Zoroastro. Nemrod es el famoso cazador de la Biblia.
Toma la copa y olvida
esas historias nefandas
de Aâd y Tsamud, de tales28
horrores el oído aparta.
Con las rosas y los lirios,
es el mundo una morada
de delicias; ¿por qué el tiempo
al contemplar su hermosura,
encantado no se para?
Cuando ligera la rosa
por el éter se encarama,
como el propio Solimán
en su alfombrilla encantada,
el pájaro mañanero
como el mismo David canta.
No dejes pasar el tiempo
de las rosas sin amada,
ni amigo ni dulce música,
que el tiempo bello y florido,
en un momento se pasa.
Copa de bullente vino
en tu mano el aire lanza
y brinda por Emedu-d-Din,29
este Asaf cuyos consejos
Solimán mismo tomara.
En tanto que él nos gobierne,
alegre esté nuestra alma;
y el mundo cubra cual sombra
bienhechora su alta fama.
Venga vino, vengan copas,
que Hafiz nunca se cansa
8
2
«... / esas historia nefandas / de Aâd y Tsamud, de tales...» Aâd y
Tsamud eran dos tribus árabes idólatras, que Dios castigó, según refiere el
Korán, exterminándolas.
29
«..., y brinda por Emedu-d-Din,...» Emedu-d-Din Mahmud fue un visir
de Persia que dejó fama de hombre recto y verdaderamente virtuoso. El
poeta lo compara con Azef, el gran visir de Salomón, con cuyo nombre
encabeza David algunos de sus salmos.
de pedírselo a los cielos,
y de ser oído no pierde
jamás, jamás la esperanza.
CCII
0
3
«... / por el negro lunar de su mejilla, / Samarcanda y Bojara juntas
diera...» Samarcanda (Samarkand) era la capital de la Tartaria Usbeca,
corte del famoso Timur-lenk o Tamorlán. Bojara, célebre, entre otras cosas,
por haber nacido en ella el gran Avicena o Ibn-Siná, era una ciudad a orillas
del Oxo o Chihón, río que divide la Tartaria de la Persia. El poeta, en el
exceso de su entusiasmo, dice que daría esas dos ciudades por el negro
lunar de su Batilo. y cuentan las crónicas que, habiendo llegado a noticia de
Tamorlán esos versos de Hafiz, llamó al poeta y le reprendió severamente
por ellos: -¿Cómo te has atrevido -le increpó- a decir eso? ¿Es qué puede
fijarse como precio de un lunar esas dos ciudades que yo he embellecido
con los despojos de todo el mundo?
A lo que Hafiz, según unos, contestó:
-¡Ah, señor! A esa prodigalidad mía debo la desnudez en que hoy me veo.
-Según otros autores, Hafiz le dijo al tirano:
-¡Oh, señor! ¿Es qué los regalos de Hafiz pueden empobrecer a Timur? Sea
como fuere, la donosa salida del poeta hízole gracia a Timur-lenk, que le
colmó de agasajos.
31
«Con sus lascivos fuegos esos lulos...» Los lulos eran unos habitantes de
Persia, así apodados porque, para expresar su alegría, lanzaban gritos de
lulu, lulo. Eran famosos por su guapura y su carácter voluptuoso y travieso.
como los turcos el jani-yegma.32
Para lucir mi amigo su belleza,
de adobo no precisaba;
mostrar le basta su gentil figura
que a todos los cautiva.
Trata sólo de amor en tus poesías,
de vino y canto; osado, no pretendas
averiguar del sino los misterios;
que es vana en ese punto toda ciencia.
No hay duda para mí; si un día Suleika
de mi Yúsuf mirara el rostro bello,
al punto locamente enamorada
rompiera del pudor el frágil velo.
Oh joven delicioso, presta oídos
a mis consejos sabios;
del anciano el consejo provechoso
escuchar debe el joven con agrado.
Que hablaste mal de mí, dicen. ¡Mentira!
De mí bien has hablado.
Que no paso a creer que salgan hieles
de tus melosos labios.
Tus versos como perlas del oriente
engarza, oh Hafiz;
entona el canto con tu boca de oro,
¡Y derramen las pléyades su lumbre
fulgente sobre ti!
CCIII
2
3
«... / como los turcos el jani-yegma...» Frase turca que literalmente
designa despojo de la mesa. Alude a la costumbre turca de colocar, en días
señalados, unos platos de arroz cocido en los patios de los palacios, que los
soldados se disputaban compitiendo en rapidez y brutalidad, como si se
tratase del botín del enemigo. La institución de esa costumbre tenía por
objeto, según dicen, mantener en la tropa el instinto del saqueo.
de flores el vergel.33
El ruiseñor anuncia con sus trinos
que la divina rosa ya abrió en él.
Brisa, si por el prado que renace
a nueva vida vuelas,
a la rosa, al ciprés ya la albahaca,
un saludo mío lleva.
Si mi lindo copero se dignase
una fineza igual tener conmigo,
el umbral de su casa yo barriera
con mis cejas, de fijo.
Esos que al vernos retozar borrachos,
se burlan de nosotros, siempre ahora
también su religión con prisa insana
sumergen en la copa.
Huye de la Fortuna ya sus puertas
no implores el sustento;
es engañosa, a todos los invita
y los degüella luego.
Si al fin para morada han de bastarnos
dos puñados de tierra solamente;
¿a qué ese afán de levantar palacios,
que lleguen hasta el cielo, hombres dementes?
La luna de Kanaán reina en Egipto34
y de fulgor toda su tierra baña;
sal ya de tu mazmorra; el trono es tuyo,
el reino ya te aguarda.
No sé yo qué descubro de agorero,
en tu guedeja ungida de abelmosco;
que está toda revuelta, alborotada,
y el céfiro la agita rencoroso.
Sobre tu frente, de lunar blancura,
apoya el arco como el ámbar puro,
3
3
«Torna la juventud y se engalana / de flores el vergel...» Estos versos
recuerdan aquellos del pastor fido de Guarini: «O primavera, gioventú del
anno... / bella madre de fiori...».
34
«La luna de Kanaán reina en Egipto...» Luna cananea. Epíteto que los
poetas orientales aplican al patriarca José (Yúsuf).
y sobre un tierno corazón dispara,
que no lo ha menester, pues es ya tuyo.
Bebe, Hafiz, los placeres
disfruta y goza sin miedo;
mas no adulteres, hipócrita,
del libro los santos versos.
CCIV
5
3
«Vano es pretender al Enka,...» El Enca es un pájaro de la mitología
irania que algunos identifican con el Fénix, y suponen que anidaba en el
monte Kaf (el Cáucaso).
Ama Hafiz la copa; ¡oh cefirillo!
busca corriendo a Chami;36
y en tanto bebe, dile que lo quiero
para que se solace.
CCV
CCVI
CCVII
CCIX
CCX
CCXI
Ya de rosas tempranas
corono mis guedejas;
ya levanto la copa
y, al lado de mi bella,
me río de los sultanes
y de su pompa necia.
CCXII
CCXIII
4
4
«... / y desde Ri, tu fama...» Ri es una ciudad de Persia, famosa por
haber sido cuna de muchos ilustres personajes; está situada en el extremo
norte del Irak pérsico o Kubistán, en lo que antes se llamó la Partia o
territorio de los partos.
ÍNDICE DE PRIMEROS VERSOS
¡Tabernero! en la mañana
Te lo ruego, mi amada, sonríeme
Te regalo mi alma... pero ¿cómo?
Ten húmeda tu boca, de la boca del vaso
Toda la noche riego con lágrimas por ti
Todo el poder del mundo de humillación no salva.
Todo en el universo se renueva
Todo está predestinado
Torna la juventud y se engalana
Trájome un mensajero, así Alá lo bendiga
Tú gustas de sentarte ante los libros
Tu imagen adorada siempre llevo en mi pecho
Tú me sorbes la sangre, de tal modo
Tu sonrisa, tan dulce en nuestra despedida
Tus caderas, Sulamit, son dos cojines
Tus cejas abovedadas
Tus formas sin excepción son un dechado
Tus grandes ojos de almendra
Tus lindos rizos el seso
Tuya seré -me dijiste-; suspende, pues, tus ayes.
Tuyo seré mientras mis pulsos latan