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" - BELLÍSIMO -
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Quizá por esta razón E.G. Browne en su A Literary History of Persia haya
tachado el Golestán como «la mayor obra maquiavélica de la literatura en lengua
persa»,
afirmación ésta que ha sido rechazada por el profesor M. Nadusan, quien
sostiene, acertadamente, que el maquiavelismo es «la política de gobernar al precio
que
sea y por el método que sea posible» y que «el príncipe de Maquiavelo cree que el
fin
justifica los medios», mientras que el sultán, el emir de Sa’dí, debe alcanzar
altas cotas de
moral y usar su poder precisamente para ejercer el bien, la justicia y la equidad.
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Y prefiere una «mentira piadosa» antes que una «verdad onerosa», tesis ésta que es,
dicho
sea de paso, defendida por muchos incluso en nuestros días, si bien en otro pasaje
nos
advierte de que:
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Y nos da luego a entender en los siguientes versos que no sólo los malvados pueden
enderezarse, sino que los santos pueden perderse:
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Al contrario de, por ejemplo, al-Hamadáni, que rebuscaba en lo más rebuscado, valga
la redundancia, del
léxico árabe, Sa’dí echa mano de términos comprensibles y basa su arte más en la
singular
sintaxis de que hace gala que en un vocabulario ampuloso. En otras palabras, al-
Hamadá-
ni basa el arte de su oratoria en el rebuscamiento léxico mientras que el poeta de
Shiraz lo
hace en el sintáctico, logrando ese «extrañamiento» que todo escritor persigue.
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Con esta poesía en prosa Sa’dí dio al mundo de la prosa [preciosista] una obra
social permanente.
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Víctor Hugo encabeza su obra Los orientales con un frase del prólogo de La
rosaleda, y
Renán dice que Sa’dí parece un escritor europeo. Goethe escribe en su Diván de
Oriente y
Occidente unos versos que se inspiran en estos del Golestán.
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Pese a todo, al igual que Platón, teje para sí un mundo imaginario en el que
sacrifica la fealdad y la maldad
a los pies del bien y de la belleza, y, a la vez, como Sócrates, profiere
osadamente y sin temor todo aquello que considera la verdad
y no da pie a que el odio y la inquina del vulgo entre en sus pensamientos.
Sobre este vulgo habla con amor y cariño y él mismo no se mantiene al margen de él,
pues vive entre la gente, a la que tolera con
condescendencia y paciencia. Es cierto que no considera muy útil educar a los
indignos, empero no
pasa por alto los efectos de la educación sobre aquellas personas predispuestas.
Al igual que sus propios maestros -Saháb al-Din Sohravardi y Abul Faray ibn Yuzi-,
recomienda seguir la tradición y la ley coránica.
Pero ni se convierte en Sohravardi, que se dejaba llevar completamente por
ensoñaciones sufíes, ni tampoco en ibn Yuzi,
que veía al sufí como alguien completamente engañado por el Diablo.
Ésta es la moderación que evita que el hombre se deje llevar por los radicalismos.
Sin esta
moderación, a la que nos exhorta Sa’dí, el hombre no podría ser libre y liberado
como merece por
su condición de humano, y es ahí donde radica la importancia de esta moderación.
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Cada inspiración prolonga la vida, cada espiración alegra el ánimo; así pues, en
cada respiración hay dos
bendiciones, y por cada una de ellas hay que mostrar gratitud.
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Cada vez que un siervo pecador y descarriado levanta las manos al umbral de Dios en
señal de arrepentimiento, el altísimo y todo glorioso no le mira; si de nuevo Lo
vuelve a
llamar, de nuevo Él se muestra reticente, empero si Lo llama otra vez con
imploraciones y
súplicas, entonces Dios, alabado y ensalzado sea, ordenará:
¡Oh mis ángeles! He respondido a mi siervo pues él no tiene otro Dios sino yo, así
pues le he perdonado;
he respondido a sus oraciones y a sus súplicas ya que me avergüenzo de tantas
plegarias y
llantos de este mi siervo.
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Si su descripción se me pidiera,
¿el enamorado definir pudiera
al que de forma carece?