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LA CONCEPCIÓN SEMÁNTICA DE LA VERDAD:

Correspondencia y Lenguajes Naturales.

José Andrés Forero Mora


Corporación Universitaria Minuto de Dios

Resumen
El objetivo del presente escrito es examinar la concepción semántica de la verdad
propuesta por el lógico polaco Alfred Tarski. Para hacerlo se tendrán en cuenta
básicamente dos problemas: 1) su adecuación o no al modelo correspondentista de la
verdad y 2) su concepción de los lenguajes naturales. El escrito estará dividido
básicamente en tres secciones: en la primera se presentará la definición de Tarski, luego,
en la segunda sección, se reflexionará acerca de si esta concepción obedece o no a un
modelo correspondentista de la verdad y, por último, se esbozarán algunas anotaciones
críticas acerca de la concepción tarskiana de los lenguajes naturales.

1. La concepción semántica de la verdad de Tarski.

En 1944 Tarski publica su famoso artículo La concepción semántica de la verdad y los


fundamentos de la semántica, en el que pretende presentar de una manera clara los
resultados más importantes de sus investigaciones acerca del concepto de verdad, así
como hacer frente a algunas objeciones que dichos resultados han suscitado. En esta
sección se examinará principalmente lo concerniente a lo primero; si bien se mencionará
una objeción en particular, no se profundizará demasiado en ella.

En primer lugar, es necesario resaltar que Tarski se propone brindar una definición de la
noción de verdad que sea “materialmente adecuada” y “formalmente correcta”, es decir,
una definición satisfactoria del término. Antes de explicitar cuáles son las condiciones
que hacen materialmente adecuada y formalmente correcta a la definición de verdad, es
necesario precisar la extensión del predicado “es verdadero”, es decir, se debe indagar a
qué objetos (términos, conceptos, etc.) se atribuye dicho predicado.

Como ya es sabido, en la tradición filosófica existe una larga discusión acerca de la


extensión del término “verdadero”: algunos, de manera psicológica, pretenden que los
portadores de verdad sean entidades tales como los juicios o las creencias, otros, con un
tinte demasiado fisicalista, pretenden que sean objetos físicos, etc. Tarski asume que los
portadores de verdad son las oraciones (oraciones enunciativas) y que “siempre
debemos relacionar la noción de verdad, así como la de oración, con un lenguaje
especifico; pues la misma expresión que es una oración verdadera en un lenguaje, puede
ser falsa o carente de significado en otro” (Tarski, 1944: 277).

Teniendo en cuenta que la extensión del termino verdadero son las oraciones, Tarski
procede a indagar por su intensión, esto es, por su significado. Para esto el matemático
examina la definición clásica (aristotélica) de verdad: “Decir de lo que es que no es o de
lo que no es que es, es falso, mientras que decir de lo que es que es y de lo que no es
que no es, es verdadero” (1125b). Esta definición ha tenido varias versiones
contemporáneas entre las que se destacan “la verdad de una oración consiste en su
acuerdo con la realidad” y “una oración es verdadera si designa un estado de cosas

1
existente”. A ojos de Tarski, estas definiciones no son satisfactorias, pues son imprecisas
y ambiguas –sobre ellas cabe preguntarse ¿qué es lo que es?, ¿qué es la realidad?, ¿Qué
es un estado de cosas, etc.? –. Como bien lo afirma Alfonso García (1997: 194), el
objetivo que se propone Tarski, es brindar una definición de la verdad que sea lo
suficientemente precisa y que, al mismo tiempo, capte el significado de la vieja noción
aristotélica.

Ahora bien, con el ánimo de enunciar las condiciones materiales que harían satisfactoria
a una definición de la verdad, Tarski propone considerar la oración “la nieve es blanca”.
De acuerdo con la vieja noción aristotélica, esta oración es verdadera si la nieve es
blanca y falsa si la nieve no es blanca (Tarski, 1944:278). Así, se puede observar la
siguiente equivalencia:

La oración “la nieve es blanca” es verdadera si, y sólo si, la nieve es blanca

Según las palabras del propio Tarski (1944: 279), en el segundo miembro (derecha) se
encuentra la oración misma, en tanto que en el primero (izquierda) se encuentra el
nombre de la oración. Esta equivalencia es sólo una instanciación de la llamada
convención-V (también conocida como equivalencia-V):

X es verdadera si y sólo si p.

En este esquema la X es reemplazada por el nombre de una oración (“la nieve es


blanca” entrecomillada), en tanto que la p es reemplazada por la oración misma (la
nieve es blanca). Ahora bien, esta convención representa la condición material que debe
cumplir cualquier definición de la noción verdad. “Deseamos usar el término
‘verdadero’ –afirma el matemático polaco– de manera tal que puedan enunciarse todas
las equivalencias de la forma V y llamaremos [materialmente] ‘adecuada’ a una
definición de la verdad si de ella se siguen todas estas equivalencias” (Tarski, 1944:
280). La equivalencia-V puede ser vista como una definición (aunque no general) de la
verdad, en la medida en que todas las instanciaciones son definiciones parciales, es
decir, definiciones de la verdad para dicha oración. Así, por ejemplo, la ‘nieve es
blanca’ es verdadera si y sólo si la nieve es blanca constituye una definición de la
verdad para la oración “la nieve es blanca”; “Giovanni está enfermo” es verdadera si, y
solo si, Giovanni está enfermo constituye una definición de la verdad para la oración
“Giovanni está enfermo”; etc.

Por otro lado, el concepto de verdad, en opinión de Tarski, es un concepto semántico,


esto es, sólo aplicable al lenguaje. Sin embargo, este tiene un carácter distinto a otros
conceptos semánticos como por ejemplo el de designar. Mientras que este último
expresa una relación entre una expresión lingüística y algo más, el concepto de verdad
no expresa ninguna relación sino una propiedad de las oraciones, la propiedad de
satisfacer a la clase de oraciones que satisfacen la convención-V (Defez, 1993: 75). El
predicado “es verdadero”, a diferencia de otros conceptos semánticos que expresan una
relación entre propiedades lingüísticas y extralingüísticas denota una clase: la clase de
proposiciones verdaderas1.
1
Esta opinión ya había sido mantenida por Russell en los principios de la matemática. Esto quiere decir
que la verdad es una propiedad, un atributo. Todo lo que tenga la propiedad de verdadero, en el caso de
Tarski que sea una instanciación de la equivalencia-V, se encuentra dentro de la clase denotada por el

2
Según Tarski, el intento de definir los términos semánticos en los lenguajes naturales
lleva constantemente a paradojas, i.e, la paradoja del mentiroso. Para evitarlas es
necesario que la definición de los conceptos semánticos se haga dentro de un lenguaje
que tenga una estructura formalmente especificada, es lo que muchos filósofos y
comentaristas han denominado verdad para un lenguaje-L. Dejamos, entonces, las
condiciones materiales que hacen adecuada a una definición de verdad, para entrar a las
condiciones formales que la hacen correcta. Las condiciones formales para que un
lenguaje contenga una estructura especificada parecen identificarse con las condiciones
que brinda la lógica clásica para la axiomatización (axiomas, teoremas, reglas de
deducción), claro está, incluyendo algunos términos lógicos y semánticos.

El problema de la definición de la verdad –afirma Tarski- adquiere un significado


preciso y puede resolverse en forma rigurosa solamente para aquellos lenguajes cuya
estructura se ha especificado exactamente. Para otros lenguajes –por ejemplo para los
lenguajes naturales o ‘hablados’– el significado del problema es más o menos vago y
su solución sólo puede tener un carácter aproximado. Grosso modo la aproximación
consiste en reemplazar un leguaje natural (o un trozo) por otro cuya estructura se
especifica exactamente y que difiere del lenguaje dado ‘tan poco como sea posible’
(Tarski, 1944: 283).

En este punto queda claro que la definición de la verdad solamente puede estar
restringida a un lenguaje formal; los lenguajes naturales, debido a que no tienen una
estructura formalmente especificada, no pueden servir para una definición del concepto
en cuestión. Para el lógico polaco, los lenguajes naturales son semánticamente cerrados
en la medida en que contienen expresiones, los nombres de dichas expresiones y
términos semánticos. Principalmente por esta característica llevan a paradojas que hacen
indefinibles los términos semánticos. Un ejemplo paradigmático lo constituye la famosa
paradoja del mentiroso. Tomemos la siguiente oración (S):

“la oración ‘la mesa es azul’ es falsa (no es verdadera)”

De acuerdo con lo anterior, para definir la verdad de esta oración es necesario


esquematizarla según la convención-V. Así:

“la oración ‘la mesa es azul’ es falsa” es verdadera si y sólo sí ‘la oración la
mesa es azul’ es falsa”

En este caso, tendríamos entonces que

“S” es verdadera si y solo si S es falsa

Lo cual constituye claramente una contradicción. Según Tarski, el hecho de que se den
este tipo de contradicciones en los lenguajes naturales muestra que ellos son
inconsistentes, es decir, que no tienen una estructura especificada.

Para superar estas inconsistencias el autor acude a la distinción entre el lenguaje-objeto


y el metalenguaje. El primero es el lenguaje acerca del que hablamos, es decir, son las
oraciones en sentido estricto, en tanto el segundo corresponde al lenguaje en que

término verdadero.

3
hablamos acerca del primer lenguaje, esto es, son las expresiones con las que nos
referimos a las oraciones del lenguaje-objeto. El metalenguaje debe ser esencialmente
más rico que el lenguaje-objeto, es decir, debe contener más expresiones que este
último, pues además de tener expresiones que se refieran a las oraciones del lenguaje-
objeto, debe poseer, por lo menos, los términos semánticos que permitan definir la
noción de verdad.

Así, la verdad y el resto de las nociones semánticas de un lenguaje particular digamos L,


se definen en un metalenguaje para él, digamos L’. Este último debe contener medios
para referirnos a todas las expresiones de L, esto es, nombres de las expresiones más
básicas y algún mecanismo para construir los nombres de las expresiones más
complejas, medios para expresar conceptos semánticos como ‘refiere a’, ‘satisface’ o ‘es
verdadero’ y medios para traducir las expresiones de L a L’ (Frápolli, 2000: 334).

La parte izquierda de la convención-V (X es verdadero…) pertenece al metalenguaje,


mientras que la parte derecha (…p) pertenece al lenguaje-objeto.

Hasta aquí tenemos las condiciones formales y materiales para poder enunciar una
definición general de la verdad. De acuerdo con las condiciones materiales, todas las
oraciones verdaderas deben ser una instanciación del esquema-V. En este sentido, una
definición de la verdad debe implicar todas las equivalencias-V. Por otro lado, de
acuerdo con las condiciones formales, podemos enunciar una definición de la verdad
para un lenguaje-objeto que posea una estructura especificada sólo desde su
metalenguaje; claro está, para poder definir conceptos semánticos, dicho metalenguaje
debe ser esencialmente más rico que el lenguaje-objeto. Puestas estas condiciones se
puede proceder a definir semánticamente la noción de verdad.

Tarski define la verdad mediante el concepto semántico de satisfacción. “La satisfacción


es una relación entre objetos arbitrarios y ciertas expresiones llamadas ‘funciones
proposicionales’” (Tarski, 1944: 289). Una función proposicional puede ser definida,
grosso modo, como una función que posee variables y deviene en oración en cuanto
estas variables son sustituidas por valores2. La verdad es definida mediante el concepto
de satisfacción como sigue: “Una oración es verdadera si es satisfecha por todos los
objetos y falsa en caso contrario”3 (Tarski, 1944: 290). Esta definición implica todas las
equivalencias-V, por lo que es concebida como materialmente adecuada. De la misma
manera, es enunciada en un metalenguaje que hace referencia a un lenguaje-objeto
particular con una estructura especificada, por lo que es formalmente correcta.

Luego de presentar su concepción semántica de la verdad Tarski hace frente a algunas


objeciones que ha suscitado dicha definición. Tal como se aclaró al inicio de esta
sección, haremos mención solamente de una objeción que será sumamente importante
para la ulterior discusión.

Tarski afirma que una de las críticas que se ha formulado en contra de su definición
semántica de la verdad consiste en involucrarla con un realismo lógico extremadamente
acrítico, pues se afirma que según ella una oración como “la nieve es blanca” se
considera como semánticamente verdadera si la nieve es de hecho blanca. “Si yo tuviera
2
En términos de Tarski se podría decir objetos arbitrarios; en términos de Frege se podría decir
argumentos.
3
En este caso, la expresión “objetos” hace referencia a la oración del lenguaje-objeto, es decir a p.

4
la oportunidad de discutir esa objeción con su autor, –afirma Tarski– […] le pediría que
eliminase las palabras ‘de hecho’ que no figuran en la formulación original y que son
equivocas […] estas palabras producen la impresión de que la concepción semántica
tiene por finalidad establecer las condiciones en que tenemos la garantía de poder
afirmar cualquier oración” (Tarski, 1944: 301). La concepción semántica que presenta
Tarski no pretende estar involucrada directamente con compromisos ontológicos; por el
contrario, lo que esta concepción indica es que siempre que se afirme o se rechace una
oración como “la nieve es blanca” debemos estar listos para rechazar o afirmar la
oración correlacionada en el metalenguaje “la oración ‘la nieve es blanca’ es verdadera”
Pero, ¿qué criterios tenemos para afirmar o rechazar la oración “la nieve es blanca”’?
ésta es una cuestión epistemológica de la que el polaco no se ocupa. Podemos aceptar la
concepción semántica y seguir siendo realistas ingenuos, realistas críticos, idealistas,
empiristas, etc. “La concepción semántica es completamente neutral respecto de todas
estas posiciones” (Tarski, 1944: 302) La cuestión que surge aquí es: si no existe un
compromiso ontológico, ¿puede Tarski ser tildado de correspondentista?

2. La concepción semántica de la verdad y la correspondencia

En el inicio de la sección anterior, se aclaró que el primer paso de Tarski en la definición


de su concepción semántica es la revisión de la concepción clásica (aristotélica) de la
verdad –decir de lo que es que no es o de lo que no es que es, es falso, mientras que
decir de lo que es que es y de lo que no es que no es, es verdadero– y algunas versiones
contemporáneas –p.ej. la verdad de una oración consiste en su acuerdo con la realidad–
que, sin embargo, para el polaco son vagas y confusas porque no son formalmente
correctas ni materialmente adecuadas. No hay ninguna duda que estas últimas versiones
se adscriben a un modelo correspondentista de la verdad, pues en ellas está claro que la
verdad implica un acuerdo con la realidad.

Si se tiene en cuenta que la concepción tarskiana pretende captar el significado de la


vieja noción Aristotélica, al igual que sus versiones contemporáneas, se podría sostener
también que es una teoría correspondentista. La cuestión, sin embargo, no es tan fácil
como parece, pues si bien es cierto que Tarski no pretende alejarse en ningún sentido de
la concepción clásica de la verdad, su teoría no adquiere compromisos ontológicos, es
decir no habla de objetos en sentido estricto. De este modo, de aceptar la
correspondencia, se tendría que determinar qué es lo que corresponde exactamente con
qué. Así mismo, si se afirma que Tarski no es correspondentista, se estaría pasando por
alto aquella advertencia en la cual él mismo aduce que su concepción captura el espíritu
de la vieja noción aristotélica. Hay que examinar un poco más a fondo, con el fin de
aclarar la relación que hay entre la concepción semántica y la correspondencia.

Como se mostró en la primera sección, se puede decir que existen dos definiciones de
verdad en el pensamiento tarskiano, la primera es la que apela a la convención-V, que,
valga recordarlo, no constituye una definición general, sino una parcial para la oración
instanciada; y la segunda es la que se hace mediante el concepto de satisfacción; ésta
constituye la definición general del concepto semántico de verdad e incluye todas las
equivalencias-V. Respecto a estas últimas existen algunos filósofos que las interpretan
como afirmaciones expresas de la correspondencia con la realidad. Un ejemplo
paradigmático es Karl Popper. Popper piensa que la convención-V de Tarski afirma
expresamente la correspondencia con la realidad y esto se muestra porque podemos

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cambiar la expresión “es verdadero” por “corresponde con los hechos” sin que el
contenido de la convención-V cambie. En este caso se construye una convención, que
Popper denomina C, de la siguiente manera:

P corresponde con los hechos si, y sólo si, p (Popper, 1979: 312-316).

Las equivalencias-C, al ser análogas a las V, se obtienen de la misma manera. El


problema aquí parece ser que, aunque por traducción las convenciones C y V sean
análogas, la primera no podría haber sido sostenida por Tarski porque, como ya se
observó, éste no adquiere ningún compromiso ontológico. De la misma manera, si bien
es cierto que “verdad” constituye un concepto semántico, es un concepto no de relación
de entidades lingüísticas con extralingüísticas, como lo sería por ejemplo el de denotar,
sino de relación de entidades lingüísticas con una clase, es decir, determina una
propiedad.

Si bien es cierto que al nivel de las equivalencias-V la relación de correspondencia no se


muestra tan clara; en la definición mediante “satisfacción” la relación de
correspondencia parece aclararse un poco más.

El concepto semántico de verdad, como es desarrollado por Tarski, merece ser llamado
una teoría de la correspondencia por el papel desempeñado por el concepto de
satisfacción, pues, lo que se ha hecho es explicar la propiedad de ser verdadero en
términos de la relación entre el lenguaje y otra cosa (Davidson, 1969: 48)

Generalmente, llamamos teoría de la correspondentista a una teoría que explica la


verdad de una oración en virtud de las entidades sobre las que versa la oración, esto es,
en virtud de cómo es el mundo (Fernández, 2000: 365). Esta visión nos llevaría a
adquirir un compromiso ontológico, pues para saber si una oración es verdadera
tendríamos que saber en qué condiciones ella es verdadera, cómo tendría que ser el
mundo. Si atendemos a esta visión, Tarski no puede ser considerado correspondentista
porque, como se ha dicho repetidamente, no tiene un compromiso ontológico.

En este punto es necesario reconocer que existe una ambigüedad bastante fuerte en el
dictum mismo “verdad por correspondencia”. Como bien lo señala Raúl Meléndez “la
noción de correspondencia con lo real ha llegado a ser tan general y vaga que se ha
vuelto vacía, ya no nos dice nada, o si nos dice algo aún, ello que nos dice requeriría de
tanta clarificación como la misma noción de verdad” (2002, p. 122). De acuerdo con
Juan Antonio Nicolás y María José Frápolli hay que distinguir entre un sentido débil y
un sentido fuerte de la teoría de la correspondencia. “En un sentido débil la teoría de la
correspondencia representa una intuición de sentido común que de un modo u otro ha de
ser tenida en cuenta por cualquier teoría de la verdad” (1998, pp. 10-11). Este sentido
débil e intuitivo queda perfectamente capturado en el famoso pasaje de la Metafísica de
Aristóteles.
Existe, por otro lado, un sentido fuerte de la correspondencia que históricamente ha
estado ligado a una epistemología y una metafísica realistas. La caracterización que
hace el filósofo argentino Alberto Moretti, puede adecuarse como una explicación de
este sentido fuerte. De acuerdo con él, una teoría de la verdad por correspondencia debe
reunir tres componentes: “la existencia de un nexo fuerte entre oraciones verdaderas y
hechos específicos (componente representacional), la dependencia de la predicación de

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verdad respecto de la existencia de hechos (componente fundacional) y la naturaleza
general extramental o no epistémica de los hechos (componente realista)” (Moretti,
2004, p. 115).
De este modo, la teoría de Tarski podría ser identificada como correspondentista, pero
aclarando que lo es en un sentido débil.
3. Sobre la presunta inconsistencia de los lenguaje naturales

Como ya se dijo, Tarski piensa que los lenguajes naturales son inconsistentes porque
constantemente llevan a paradojas y antinomias (i.e la del mentiroso) y que, en virtud de
este tipo de anomalías, la verdad no puede ser definida en los lenguaje naturales. Esta
interpretación negativa de los lenguajes naturales se debe en gran medida a la
afirmación de las oraciones como portadores de verdad. En lo que queda se afirmará a
manera simplemente de esbozo que, si se consideran a las proposiciones como
portadoras de verdad la antinomia del mentiroso desaparece y, por tanto, la necesidad de
crear un metalenguaje y un lenguaje-objeto con una estructura formalmente especificada
para definir el concepto de verdad también lo hace.

La base de la posición que se intenta esbozar está en la eliminación de las oraciones


como extensión del predicado verdadero y la instauración de las proposiciones como
portadores de verdad. Antes que nada hay que aclarar varios malentendidos que surgen
cuando se menciona el término “proposición”. El mismo Tarski afirma que en lo que a
este término respecta, “su significado es, notoriamente, tema de varias disputas de
filósofos y lógicos” (1944: 277). Existen varias interpretaciones de las proposiciones:
hay quienes sostienen que son contenidos mentales, otros afirman que son realidades
“ideales” o “conceptuales”, otros que son los hechos del mundo externo, algunos dicen
que son los significados de las oraciones, hay quienes incluso las identifican con las
oraciones4. Para evitar entrar en una discusión acerca de la realidad ontológica de las
proposiciones, la mejor manera de interpretarlas es como enunciados, es decir usos de
oraciones en casos concretos, en otras palabras, como los contenidos de nuestros actos
lingüísticos.. Así, por ejemplo, la oración ‘Andrés es filósofo’ puede usarse de distintas
maneras: en una conferencia se podría decir ‘Andrés es filósofo’ o incluso en un salón
de clase para burlarse de alguien que haya expresado su opinión en palabras crípticas,
pueden pegarle un papel en el que se lea “Andrés es filósofo” (Pérez, 2007: 46-47).
Estas dos utilizaciones concretas de la misma oración corresponden a dos proposiciones
distintas. En este sentido, no es la oración por sí sola la que es verdadera o falsa, sino la
proposición, es decir, la utilización en un caso concreto de la oración “Andrés es
filósofo”.

¿Cómo ayuda esta concepción a solucionar la paradoja del mentiroso? Lo primero que
hay que decir es que, así como existen varias proposiciones que son expresadas con una
sola oración, existen oraciones, expresiones gramaticalmente bien formadas, que no
expresan proposiciones. Un ejemplo de este tipo de oraciones sería la que constituye la
paradoja, es decir: “la oración ‘la mesa es azul’ es falsa, es verdadera”, aunque ésta es
una oración gramaticalmente bien formada, no expresa una proposición, y, por tanto, no
puede ser catalogada como verdadera o falsa. Las oraciones del mentiroso, así, no dicen
nada (Frápolli, 2000: 333) y, en consecuencia, no son ni verdaderas ni falsas. Esta
4
Una explicación de cada uno de estas interpretaciones de las proposiciones puede ser encontrada en
(Pérez, 2007:48-59)

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solución a la paradoja del mentiroso demostraría que los lenguajes naturales no son
inconsistentes y, por esto mismo, no son semánticamente cerrados. Si tomamos en serio
esta consecuencia no habría la necesidad de acudir a ningún metalenguaje.

Estas observaciones apoyarían, más que una visión tarskiana, una visión cuasi-
tractariana de la verdad. Debido a que un lenguaje no puede reproducir su forma lógica
ni sus condiciones de posibilidad para la significación, no existen proposiciones
autorreferenciales, así como tampoco un metalenguaje que defina verdad para un
lenguaje-objeto. En general la verdad, aunque sea tomada como correspondencia, no
puede ser definida porque ella se muestra. No se puede decir (mediante una
proposición) qué es la verdad, más bien, se puede mostrar la naturaleza de la verdad,
mediante elucidaciones o enunciados gramaticales que muestran el uso que hacemos del
predicado “es verdadero” en la vida cotidiana.

Bibliografía

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