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¿Qué decimos cuando decimos “comunidad”?

El área de la psicología que nos convoca se denomina “comunitaria”, es importante cuidar


delicadamente nuestro “objeto”, y velar porque la conceptualización que utilicemos para
desarrollar nuestras labores sea adecuada teórica y técnicamente a la fenomenología
social de nuestros tiempos. Esta es justamente la razón por la cual Alipio Sánchez Vidal
dedica un capítulo completo de su libro “Psicología Comunitaria: bases conceptuales y
operativas. Métodos de Intervención” a este asunto.

El autor sitúa la necesidad de contar con una definición clara de comunidad en la simple
constatación que la Psicología Comunitaria (PC) podría definirse como una psicología de,
en, por y con la comunidad, lo que sitúa a la “comunidad” como sujeto, localización,
agente responsable y destinatario de la teoría y praxis de la PC.

La distinción entre comunidad y asociación se sitúa en que las relaciones establecidas


obedecen a una voluntad “natural” en la primera, y a razones instrumentales a la segunda.
De este modo la comunidad sería proclive a utilizar pauta tradicionales –microsociales-
“con escasa movilidad geográfica, social y de contactos externos, estratificación simple,
predominio de grupos primarios, relaciones directas y duraderas, y con un número reducido
y poco especializado de roles” dice el Sánchez Vidal.

El autor delimita una serie de puntos que lo llevan a una definición de comunidad que
expone en los siguientes términos: “sistema o grupo social de raíz local, diferenciable en el
seno de la sociedad de que es parte en base a características e intereses compartidos por
sus miembros y subsistemas”, con localización geográfica, estabilidad temporal,
instalaciones, servicios y recursos materiales, estructura y sistemas sociales y un componente
psicológico de sentido de comunidad.

La raíz local de la comunidad puede ser cuestionable, por cuanto la movilidad física de las
personas y el desarrollo vertiginoso de sistemas de comunicación harían sencillamente
imposible la estabilidad que requiere una definición como ésta, la que únicamente sería
operativa, p.e., en espacios rurales tradicionales. Este mismo aspecto cuestiona la
necesidad de una localización geográfica al momento de hablar de una comunidad, pues
el funcionamiento colectivo en redes y agrupaciones de personas ocurre en ocasiones sin
que ni siquiera se conozcan, obedeciendo a un sentido de comunidad evidente que
trasciende los lazos presenciales.

La estabilidad temporal es también un aspecto que cabe revisar. Cada vez más es posible
observar organizaciones de personas cuya finalidad contiene un límite temporal,
habitualmente asociado a la obtención de una meta colectiva, y ello no implica
desagregación o ausencia de apoyo social, influencia grupal o conexión emocional.

El autor enuncia, sin desarrollar, las consecuencias teóricas derivadas de nuestras


sociedades “postindustriales contemporáneas, cada vez más complejas, inestables y
secundarias (…) al primar la dimensión asociativa y racional sobre la trama comunitaria
básica y estabilizadora”. Parece defender una visión romántica y clásica que deja a la PC
con un cada vez más restringido campo, pues aquella anhelada trama comunitaria parece
ser poco común, y en retirada del imaginario mental social.

Díaz, D. (2003). ¿Qué decimos cuando decimos “comunidad”?. Febrero 20, 2017, de
Universidad Católica de Chile Sitio web: http://www.comunitaria.cl

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