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Docentes Que Dejan Huella LIBRO PDF
Docentes Que Dejan Huella LIBRO PDF
Edita:
Junta de Andalucía
Consejería de Educación
Delegación Provincial de Málaga
Basada en www.docentesquedejanhuella.es.
Pero sobre todo podemos ver cómo cristaliza la Educación día a día en
personas concretas. Cómo tiene nombre y apellidos que es posible que
no retengamos con precisión pero que con seguridad nunca olvidaremos
algo importante: su ejemplo.
En denitiva son pequeñas historias que, todas juntas, nos ayudan a com-
prender la que posiblemente sea la Educación más trascendente, la edu-
cación de las emociones y de los sentimientos.
Fue la “seño” de una de mis hijas. Eran otros tiempos, otros escenarios
escolares.
Hasta donde sé, Tomás Blanco Aroca, pues ese es el nombre de mi maes-
tro, sigue estando relacionado, ahora con otras responsabilidades, a la co-
munidad educativa del Colegio Gibraljaire. Mi reconocimiento y mi afecto
al que, como él bien sabe, considero mi amigo.
Nota del autor: Carlos Álvarez aún debe 5000 pesetas (30 €) de un présta-
mo fortuito. No hay dinero posible para pagarte, Tomás.
Doña Encarnita Sainz me enseñó a leer. Sería el año 68. ¡Qué año más im-
presionante para aprender a leer! Si dulce era su voz, que acababa embe-
lesándote, creo que más su letra tan espléndidamente escrita en la pizarra
con un esmero que aún hoy me parece imposible superar. Hace poco, y
por esos milagros que nos regalan los nuevos inventos tecnológicos, me
he reencontrado con ella, una encantadora y entrañable ancianita, nada
menos que a través de las redes sociales en Internet.
Les debo tanto, todo, a todos aquellos docentes que me dejaron huella. Mi
vida volcada con la Educación. Mi dedicación a la enseñanza de la Biología.
La historia de un dibujo
Quiero contar la historia de este
dibujo. Lo hice cuando yo tenía
ocho años y era alumno del Cole-
gio León XIII, en Málaga, bastante
cerca de mi pueblo, Rincón. Sería
el curso 70-71.
El caso es que el profe José Luis, como sabía que a mí me encantaba di-
bujar (le bastaba para ello con echar un vistazo a los márgenes de mis
libros, todos abarrotados de monigotes), me encargó que le pintara unos
cuantos pósters o carteles para decorar la clase y que, a la vez, sirvieran
para que los alumnos hiciéramos un poco menos el bestia. Recuerdo que
dibujé un cartel sobre cómo cuidar los árboles, otro sobre como ordenar
la clase, etc.
A los 11 años mis padres tuvieron la ocurrencia de irse del pueblo y vivir
en Málaga. No sé cómo pasó, pero el caso es que en la mudanza desapa-
recieron todos los dibujos que había conservado hasta entonces. No tenía
ninguno de mi “época rinconera”. Además, me cambié de colegio.
Muuuuchos años después, y cuando digo muchos digo como treinta y tan-
tos, un día, paseando por el parque de Málaga, me encontré a mi profe
José Luis. Le reconocí y me reconoció a pesar de que cuando era niño
no tenía barba como ahora. Hablamos de nuestras cosas y le saqué en la
conversación el asunto de los carteles que dibujaba para la clase. ¡¡¡¡Los
conservaba!!!! ¡Era increíble, había estado todo ese tiempo guardando mis
dibujos! Le pedí uno para mí, si era posible, y me lo regaló. Es éste que he
Lo primero que hice, antes de hablar de otra cosa fue contar esta historia y
pedir un aplauso para él, por dos razones. Por haber guardado mis dibujos
durante más de tres décadas, y por haber sido tan buen profe, un profe
capaz de hacer que cada alumno pudiera sacar lo mejor de sí, capaz de
hacer sentir a cada alumno único, capaz de hacerle a todos un guiño para
que mostrásemos lo mejor que teníamos.
Ángel Idígoras
Dibujante
Desde muy pronto entendí, gracias a ella, qué signicaba trabajar por una
Educación comprometida con los afectos y las emociones, con el desarro-
llo intelectual y moral, con la atención a la diversidad, en denitiva, con la
plena dignidad del ser humano.
Sirvan estas palabras de homenaje a una gran maestra, mi madre para más
señas, y también como la expresión más sincera de consideración, respeto
y elogio a todas las parvulistas de entonces, ahora maestras de Educación
Infantil, a quienes jamás seremos capaces, por más que lo intentemos,
de transmitirles el reconocimiento que merecen por la relevante, difícil
y callada labor que realizan día a día. Espero, amables lectores, que me
hayan perdonado la licencia de haber utilizado en este caso el femenino
como genérico, al referirme a una profesión en la que ellas siempre fueron
abrumadora mayoría.
Málaga es la ciudad donde fui alumno durante los años de aquello que se
llamó Educación General Básica, Bachillerato Unicado Polivalente y Curso
de Orientación Universitaria, o sea, de la EGB, del BUP y el COU, también
acrónimos que sólo viven en el pasado reciente de este país que lleva ya
seis leyes orgánicas de Educación en poco más de 30 años de democracia…
De otro maestro del aquel colegio, don Antonio Benítez, guardo mucho
mejor recuerdo. Nos daba palmetazos en la mano abierta con asombrosa
habilidad, hasta el punto de que conseguía acertar de lleno a pesar de que
el temor al leñazo nos hacía quitarla una y otra vez. Recuerdo que una tar-
de fui con mi madre a verle al colegio y él la convenció para que yo cursara
segundo y tercero en un solo año, para que no perdiera el tiempo. Aquello
hizo que mis padres, haciendo un esfuerzo colosal, le pagaran aparte unas
“permanencias” (clases particulares). Aún siento vívida la extraña sensa-
ción que tuve cuando el maestro entró por primera vez en mi casa con una
carpeta bajo el brazo, desarmado de su palmeta habitual, y sin la pizarra
como telón de fondo.
Don Antonio fue ya para mí el maestro que me dio el primer gran espal-
darazo en la vida, aunque más tarde ese año de adelanto sólo me sirvió
para verme envuelto en un conicto administrativo cuando terminé 8º en
mi siguiente colegio.
El primer maestro que tuve allí fue el entrañable don Enrique, que siem-
pre pareció viejito y al que saludé años después en la calle y se le salta-
ron las lágrimas porque, según me dijo, nunca creía que de tantos niños
que pasaban tan pequeños por su clase alguno pudiera acordarse de
aquel pobre maestro cuando ya fuera un hombre… Después tuve a don
Manuel Acosta (siempre se les llamaba de don), a don Miguel Olalla,
a don Juan Infantes Zurita (llamado “el chichonequi” porque tenía un
bulto en lo alto de la calva cocorota), y así hasta llegar al director, don
Evaristo Morcillo Herrera y su eterna secretaria, la señorita Mari Car-
men, a quien me chocaba llamar señorita porque era mayor como para
llamarla señora. En 7º llegaron algunos profesores nuevos, más jóvenes,
distintos, vestidos de manera informal y con más pelo. Recuerdo que
Y por n llegó el instituto. Los dos primeros años iba y venía en mi bici-
cleta Torrox color butano, con los libros amarrados en la parte de atrás
con un pulpo de goma, desde mi casa en el Paseo de los Tilos hasta el
Instituto Nuestra Señora de la Victoria, “Martiricos”, en la otra punta de
Málaga. Crecí mucho en ese intervalo, y los recuerdos de entonces son tan
emocionantes como oscuros…
Los baratos bocadillos de “la vieja” en la covacha del pasillo común don-
de hacíamos cola con la esperanza de que, tras pasarle el cuchillo una y
otra vez al pan, cuando terminaba no hubiera más foiegras dentro de la
lata que cuando empezó a hacer el bocadillo. Las vueltas y más vueltas al
patio en clase de gimnasia con Antonio Guadamuro, quien había sido el
locutor de “El búho musical”, un programa muy popular en nuestra prime-
ra adolescencia. Lo emitía Radio Popular, y hasta la emisora nos acercába-
mos a dejar notitas que por la noche esperábamos que fueran leídas, ima-
ginando la cara de la chica a la que le dedicábamos aquellas canciones.
Las clases de matemáticas con el pobre Emilio López Gali, apodado cruel-
mente el sapo, un hombre ya mayor al que me daba pena que le tiraran
trozos de tiza cuando se quedaba adormecido en plena clase con la len-
gua entre los labios.
Las novedosas clases de religión y los grupos de convivencia con los curas
Alfonso y José Luis Linares.
Allí la primera obra de teatro escolar, dirigida por el profesor Jesús García
Castrillo, “En la ardiente oscuridad” de Buero Vallejo, tan cargada de me-
táforas políticas. Los primeros recitales de poesía, “qué piensan los poe-
tas, poetas andaluces de ahora…” Por ahí andará aquella cinta de cassette
donde se grabó lo que hicimos en el salón de actos. Allí los viajeros ro-
Allí las clases de Física de Eduardo Martín Delgado, siempre tan serio en
sentido literal y en el mejor de los sentidos. Un andarín imparable mien-
tras explicaba la materia, lo que provocó que un día intentáramos jugárse-
la colocando en círculo los pupitres. Él, con sobriedad británica y sin dejar
de hablar, separó uno de ellos, se metió en el círculo, y siguió andando por
dentro hasta que terminó la clase. Cómo olvidarlo…
Cómo perder de la memoria el pelo de Rocío, aquella chica que nos daba
matemáticas aunque no le tocaba, creo, con una cabellera negra que se
derramaba hasta las piernas bamboleándose con un efecto narcótico
cuando escribía en la pizarra…
Los docentes que vienen a la memoria han jugado ese papel importante,
dentro del proceso formativo de nuestros hijos e hijas como seres hu-
manos y han funcionado como agentes transformadores de la sociedad,
han sido guías, orientadores, facilitadores, investigadores, motivadores y
creadores de oportunidades para fomentar el proceso de educación de su
alumnado a lo largo de todos sus años de ejercicio profesional. Por todo
ello, muchas gracias.
No nos costará dar con profesores a veces demasiado solos, que infre-
cuentemente oyen palabras que sean un estímulo con contenido, un
acicate, un aliciente y que, además, desarrollan su labor en un contexto
complejo, incluso difícil. De ahí que con razón se reclamen más políti-
Bécquer y la Momia
Conchita de la Cuesta era la profeso-
ra de Ciencias Naturales del Instituto.
Era una señora de avanzada edad, alta
y delgada. Los gruesos cristales de sus
gafas resaltaban unos ojos saltones,
aun más inquietantes por su pelo reco-
gido en un gran moño. Su voz era muy
grave y con un fuerte acento castellano.
Evidentemente por todos estos atribu-
tos se le había apodado desde hacía
muchos años con el fácil mote de “la
momia”, y con ello se había forjado toda
una leyenda que nos hacía temblar des-
de los nueve años en preparatoria hasta
los diecisiete cuando preparábamos el
acceso a la Universidad.
Cuando diez años más tarde leía mi Tesis Doctoral sobre los Helechos
de Andalucía, recordé que hay momias que hacen milagros. Y si no que
se lo pregunten a Ramón Lupiáñez, el Berraco, que acabó siendo jefe
Realizó la Virgen de Gracia que preside el patio de doña Leonor del Ins-
tituto. Obtiene por oposición la cátedra en 1970. Entre ese año y 1974,
proyectó y talló el trono de la Virgen de los Dolores de la Cofradía de la
Humildad. Su relación con Archidona nunca la pierde, en el año 2006 vuel-
ve a acoger una exposición suya de dibujos, grabados y esculturas en la
Sala Municipal.
Que nos pedía colaboración para corregir los exámenes como método
para entender mejor la Filosofía y la pedagogía que él empleaba para en-
señárnosla era un trato cordial, de persona a persona, con respeto. Que
trasmitía ilusión por su profesión y sus métodos de enseñanza.
Ahora entiendo que todo aquello que hizo no sólo era por ser una buena
persona y un buen profesional, que ya es bastante mérito, sino que tam-
bién formó parte de la historia haciendo posible una tranquila transición,
participando activamente en el cambio democrático de la organización de
los institutos: comisiones de profesoras y profesores, asistencia del alum-
nado a los claustros, a las evaluaciones, asociaciones de madres y padres,
etc. Iba abriendo brecha para un nuevo concepto de enseñanza.
Con ese espíritu innovador y luchador es el que me quedo…Tal vez esa fue
la semillita de mi profesión.
Doña Eloísa
Doña Eloísa era maestra en esa época en la que las alumnas nombraban
con el doña delante a sus profesoras, en esa época en la que el colegio
era masculino o femenino, en esa época en la que se entraba a clase con
el “Cara al sol” después de realizar el acto del izado de la bandera y de los
vivas a España y Franco, en esa época en la que la directora del colegio
Tengo una deuda pendiente con ella. Hace unos años y de forma casual
leí en un periódico de Málaga una carta de una maestra que se despedía
de sus alumnos actuales y pasados, de los padres y madres que habían
compartido con ella la misión de educar a sus hijos y de los compañeros
y compañeras que había conocido en su dilatada carrera profesional. Se
despedía porque se iba a someter a un duro tratamiento para vencer un
tumor cerebral, y ya estaba mayor. Era doña Eloísa.
Quise localizarla, pero entre el poco tiempo con el que contamos y que no
sabía dónde estaba, ni recordaba su apellido, lo fui dejando, pero siempre
me quedó esa espinita que gracias a esta iniciativa espero resarcir.
Lola Gregori
Maestra de Primaria
Recuerdo como anécdota que doña Eduarda, siempre tomaba una tónica
después del almuerzo que le traía el solícito conserje, debido a las conti-
nuas indigestiones que sufría; a doña Pepita la recuerdo recta y ceñida a
su discurso pedagógico; la directora era una mujer atolondrada y nerviosa,
con un eterno cigarrillo asomando en los labios y siempre alerta; doña
Mari, joven, fresca y con otras ideas de enseñar, era mucho más transgre-
sora y la última en incorporarse; doña Adriana, sexagenaria y de mente
abierta, nos enseñó que, además del encorsetado y trasnochado currículo
que debíamos aprender, más allá, estaba la naturaleza de nuestros pro-
pios cuerpos cambiantes con sus hormonas díscolas; nos mostró que las
personas con síndrome de Down podían integrarse.
De hecho su hija asistía a nuestra clase como una más. La recuerdo como
un sol de cariñosa, besucona, bromista, porque su madre había luchado
para que brillara por sí misma y a nadie le importaba que fuera síndrome
de Down.
Siempre recordaré a doña Adriana como la mujer que, sin quererlo o sin
saberlo, asumió la faceta que nuestras madres no supieron comprometer-
se, acercándose a nosotras como personas y llegando a nuestro corazón
con innita humildad y dulzura. Le estaré siempre agradecida.
Fue en el curso 81/82. Entrábamos en Tercero de EGB. Nos “tocó” don Mi-
guel Racero. Hasta ese curso yo era más bien tímido. Digamos que aún no
había salido del “cascarón” psicológico, esa luz que se enciende en cual-
quier niño si se dan las circunstancias adecuadas y que le permite mostrar
lo mejor de sí mismo. El talento casi siempre se esconde en la infancia
detrás de los clichés y, en ocasiones, los complejos. Aquel era mi caso.
Me solía sentar en las las de atrás y desde allí combatía el miedo a una
caligrafía horrorosa y unas matemáticas que se me atrancaban. Bueno, en
realidad eso me ocurrió hasta el nal del bachillerato.
El caso es que tenía una devoción especial por la música que, a esas eda-
des, no terminaba de estar bien vista. Me gustaba más que el fútbol. Y eso,
en los primeros ochenta en segundo o tercero de EGB, era sinónimo de ser
un “marica”. Mi bicicleta y los vinilos que andaban por casa completaban
mis pasiones. Pero hasta eso me costaba mostrarlo.
Pues don Miguel arrancó el curso con una rueda de presentaciones. Cuan-
do me tocó a mí, temblaba. Me preguntó: “¿Y a usted qué deporte le gus-
ta?”. Allí estaba yo de pie, sin apenas aliento, interrogado por el maestro
y por las miradas de los compis. “El ciclismo, pero lo que más me gusta
del mundo es la música”. Empezó a irrumpir una carcajada colectiva que
don Miguel Racero cortó en seco: “¿Algún problema? A mí lo que más me
gusta del mundo es la música también”.
Hoy tengo tres hijos. Manejan tabletas y digitan sobre pantallas táctiles.
Ellos saben darle al “on”. Y parece que al mismo que a su padre le mostró
don Miguel Racero.
Pero los recuerdo. Como si fuera ayer. Con mucho cariño y emoción. Y aho-
ra que estoy a punto de ser padre, no dudaría ni un instante en poner la
educación de mi hija Paz en sus manos. Son los maestros que me dejaron
huella. Yo soy quien soy por ellos. Gracias.
Ignacio A. Castillo
Periodista de La Opinión de Málaga
Con el cambio, las niñas del grupo A ansiábamos respirar tranquilas. Ves-
tida de seglar llegó la madre Encarna. Alta, morena y con grandes gafas,
siempre usaba su bata blanca de médica. Era nueva en el colegio y parecía
traer aire fresco. Le asignaron nuestra tutoría. Sin embargo, había pasado
diez años como misionera en Zaire y sus tremendas experiencias en un
lugar de extrema pobreza le hacían difícil la adaptación de nuevo a una
sociedad con ciertas comodidades.
Después de ver cómo los niños caminaban descalzos por la selva kilóme-
tros y kilómetros para no gastar sus zapatos antes de entrar al colegio, le
enfurecía que unas niñas pudiéramos malgastar nuestra oportunidad. No
consentía medias tintas en sus pupitres. Nos pedía un rendimiento máxi-
mo y nos asustaba con exámenes sorpresa. Nos enseñó muchas Ciencias,
aunque al mismo tiempo nos produjo tanto agobio que creímos oportuno
recurrir a otra profesora.
Cristina Fernández
Redactora del periódico Málaga hoy
Hacía tiempo que había oído hablar de la maestra paya de Los Asperones
que contra viento y marea estaba sacando adelante el dicilísimo proyec-
to de un colegio consolidado en un enclave tan real como imposible, pero
que sobre todo estaba haciendo que allí creciera una comunidad educati-
va de verdad y así hasta hoy.
Hace unos cuatro años ya, cuando sí la vi de cerca. A ella, como la gran
matriarca que es, le gustaba reunir a su gente alrededor de una buena
comida, de unas papas, un potaje o un puchero. Las viandas eran lo de
menos, lo de más tanto afecto y tanta gente de toda calaña que año tras
año ha ido a Los Asperones a ese formidable encuentro con La Alicia y su
gente en Los Asperones.
Pero sobre todo se lo han dicho a diario en esos niños que faltaban
al colegio más que iban, que empezaron a ir porque se desayunaba
y comía, que siguieron yendo porque allí los acariciaban con palabras
suaves y afecto, que continuaron yendo porque se vieron capaces de
aprender, de superarse por sí mismos, de crecer como personas, por
mucho que tantas y tantas toallas se hayan ido arrojando claudicadas
ante la descarnada realidad de ahí fuera. Y es que sigue haciendo frío
fuera. Demasiado frío, bastante viento. Pero en el colegio siempre está
ese calor encendido para quien quiera recibirlo. Y para quien no quiera
también.
Gracias.
Salud y suerte.
En 2º BUP entré el colegio León XIII; allí don Joaquín Carranza nos daba
clases magistrales sobre el Arte, sobre sus viajes por los museos de toda
Europa y también sobre como escudriñar un texto y sacarle el jugo, lo que
me valió para aprobar selectividad.
Para Elena
La idea de la página me parece maravillosa y sobre todo poder permitir-
me dar las gracias a Elena Imberlón, mi profesora de lengua y literatura
en 3º de BUP del Instituto Santa Rosa de Lima (Argentea) en el curso
79-80.
Concepción Muñoz
Pero cuando tengo que recordar a uno solo mis recuerdos se llenan, no sé
por qué, de don Dionisio: don Dionisio Tapia. Seguro que él sabe por qué.
Como profesor, sabía que ninguna actitud mejor que el ejemplo y la exi-
gencia. El ejemplo en la puntualidad, en la asistencia diaria a clase, en el
trabajo y en la pulcritud didáctica. La exigencia, en esperar de su alum-
nado lo mejor que podía dar de sí, obteniendo su respeto y su cariño.
Su apariencia rotunda y su fuerte carácter mantenían mal escondido un
corazón tremendamente humano y amistoso.
No hay mayor satisfacción para un profesor que ser recordado por sus
alumnos, oír referirse a él, sin excepción, en términos elogiosos, encon-
trárselos doquiera que vaya y saludarlo con aprecio y reconocimiento.
Durante largos años y después de jubilarse, Clemente Fernández siguió
encontrándose antiguas alumnas del Vicente Espinel, mal llamado Gaona,
que lo saludaban con el afecto con que se saluda al viejo profesor, queri-
do y respetado, que para ellas fue mi padre.
Mi maestro Emilio
Recuerdo cuando estaba en 5º de EGB , allá por el año 1983, que en el
colegio Graduada Hogarsol de Málaga, un maestro de Almería con los ojos
claros y sonrisa jovial nos animaba constantemente y nos enseñaba de
muchas formas lo bonito que era aprender.
Era un hombre cariñoso, paciente y con unas ganas de enseñar que con-
tagiaban. Me acuerdo mucho de él, de lo importante que fue, de todo lo
bueno que nos dio, de su hablar de Almería y que al otro año se fue.
Gracias Emilio.
Mi Maestra
Yo estudié en escuela pública, en un pueblo de Toledo llamado Gálvez.
Tuve varias maestras pero sólo voy a mencionar a la que me inuyó para
bien.
Después de unos cursos sin pena ni gloria, llegó a nuestra escuela doña
María Luisa Hernández Sonseca, nuestra tutora hasta nal de nuestro pe-
riodo escolar.
Recuerdo que cuando tenía que ir a Toledo capital por algún asunto, nos
dejaba la llave de la clase y el trabajo preparado para que nosotras, Ra-
quel y yo, diésemos la clase. ¡Éramos más importantes y felices..!
Yo quería ser maestra como doña María Luisa, pero es que además quería
ser soltera como ella para así poder dedicarme en cuerpo y alma a ello.
Bueno, he conseguido ser maestra, pero me casé, tengo hijos… y nietos, lo
que no me ha impedido trabajar con toda ilusión y con toda mi alma.
En agosto de 2011 preparamos un viaje a Toledo para que mis nietos co-
nociesen donde viví de joven. A este viaje fuimos mi hija mayor y sus
hijos, mi nuera y los suyos y yo.
En una de las visitas guiadas por la ciudad, trabé amistad con otra mujer
que, mira por donde, también era maestra. Derivó la conversación hacia
nuestros primeros estudios, ella me dijo dónde había estudiado y cuando
comenté que yo lo había hecho en Gálvez ella me dijo que una tía suya fue
maestra en este pueblo. A mi me dio un vuelco el corazón y efectivamente,
su tía era doña María Luisa. Me contó que vivía, que estaba en una residen-
cia en el mismo Toledo y que la podía visitar. De todas formas me dio el te-
léfono de la residencia. No fui a verla porque no lo vi prudente. Hice bien.
Don Julián
“Docentes que dejan huella”. Cuando leí el título de esta iniciativa me
vino inmediatamente a la cabeza la gura de mi padre, Julián del Amo
Villar. Sí, mi padre. Profesor de EGB, maestro y Licenciado en Ciencias
Exactas, dedicado toda su vida (40 años) a la enseñanza, a la dirección de
Centros educativos, a su vocación.
Del paso por el instituto Vicente Espinel (1980-1984), son tantos los pro-
fesores que me marcaron que de antemano pido disculpas si me olvido
alguno. Además de la ya mencionada Ana Ceres, excelente profesora y
una de las personas más dulces que he conocido en mi vida, hay otros
muchos que dejaron en mí recuerdos imborrables.
Por último, Vicky de inglés, que es un poco como las tortugas, dura por
fuera pero blandita y adorable por dentro. Hoy en día yo también soy pro-
fesora. Y siempre digo que mi estilo docente es como un puzzle que he
ido construyendo con los años, basado en los recuerdos que tengo de
cada uno de ellos.
Eva Millán
En EGB y en FP
Doy las gracias a mi querida maestra Piedad González, que allá por los
años 1976, 77 y 78, en el Colegio Nuestra Señora de La Piedad de Iznájar,
en 4º y 5º de E.G.B, ya nos enseñó las ventajas del trabajo colaborativo,
por proyectos, la sinergia del grupo y el valor holístico de la educación,
rompiendo con la clásica estructura que habíamos heredado.
Y cómo no, nos transmitió que mujeres y hombres tienen los mismos de-
rechos, y si por aquellas fechas ser niña aún era una desventaja, académi-
camente hablado, ya que se suponía que con los estudios primarios era
suciente, ella nos animó a no dejarnos inuir por las creencias populares
y nos invitó a soñar con el futuro que queríamos y a trabajar para conse-
guirlo. Muchas gracias Piedad, estés donde estés.
Gracias, querida Carmen por trabajar tan duramente por los niños y niñas,
atendiendo a cada uno de ellos con sus propias necesidades, ayudándo-
nos a los padres donde no llegamos (por desconocimiento, por falta de
pedagogía, por falta de tiempo, por tener solo visión de padres…)
Se pueden sentir muy afortunados los futuros padres que la tengan por tu-
tora porque es una trabajadora incansable, extraordinaria, constante, justa
y seguramente mejor persona. Se esfuerza cada día de cada curso como el
primer día de clase en obtener avances de cada niño por igual, indepen-
dientemente de la particularidad de cada niño .El trato con los niños es
excelente, motivador, crea disciplina, hábito de estudio, amor a la mejora
continua, inculca valores, y atiende a la ENSEÑANZA Y A LA EDUCACIÓN.
Mamá de Roberto
2ºB C.E.I.P. Jacaranda de Benalmádena
Gracias a todos y todas por estar siempre ahí, habéis sido muy importan-
tes en nuestras vidas, somos muy afortunados por haberos conocido, ha-
béis aportado el equilibrio y la seguridad que necesitábamos para seguir
adelante. Todos y todas habéis dejado huella en nuestros corazones.
Como era de costumbre el cole organizó una reunión para los padres y
madres de Infantil en el Salón de actos; la mamá de este niño observó
a las tres profesoras con atención y pensó: ¿Cuál será la profesora de mi
hijo? De pronto tuvo una intuición, le gustó la profesora alta de pelo ri-
zado. Todavía no sabía como se llamaba, y ya estaba siendo encantada.
¿Que vio en ella?, pues el solo hecho de estar preocupada en acomodar a
todos, de que se acercaran lo más posible a ella para comunicarse mejor.
Eso le gustó a la familia Romero Ruiz. ¿O hacia esto para controlar mejor
su hechizo? Pues bien, cada profesora nombró a sus alumnos y alumnas
y la familia de este niño tuvo mucha suerte. El poder del universo se pro-
nunció: Ana Gallego Martín, la Hada encantadora nombró al niño.
Pasaron los días y en el cole esta familia se encontró con Ana y esta les
contó: “la dirección me informó de que había un niño de 3 años con nece-
sidades educativas especiales, y ¡yo sabía que me iba a tocar a mí!”. Y así
fue. Claro, estaba usando su magia.
La mamá del niño no daba crédito a lo que pasaba. Si juntabas todas las
vidas de las personas que conocía, no daba para rellenar todas las expe-
riencias que estaba viviendo junto a esta profesora. ¿Tanto tiempo le daba
el no ver la tele, ya que ella no lo hacía? Excusas, era magia. Y que no to-
dos los días conoces a gente así ya que eso la motivaba mucho para vivir
y superar los problemas cotidianos, en denitiva vivir con más ilusión. Ella
transmitía su energía a su alrededor.
Para nosotros como familia fue un placer tenerte cerca todos estos años y
por muchas cosas que te pueda decir no es comparable con las palabras
tu alumna que nos ha dicho: Juan Andrés es el mejor profesor que he te-
nido en el colegio (esto viniendo de ella tú y yo sabemos que es mucho).
Con estas palabras queremos expresar la huella que has dejado en nues-
tra familia.
Gracias por enseñarme a descubrir la lectura, que hoy es una de mis mu-
chas pasiones, pues tú me hacías ver que cada libro es una aventura y una
forma distinta de ver las cosas.
Fíjate hasta donde llego: que podría incluso abjurar de las larguísimas le-
tanías (Mater Inviolata…Ora Pro Nobis. Mater Castíssima… Ora Pro Nobis...
Mater Intemerata…) pero no lo hago.
Sólo estuvo un curso escolar, pero lo que supuso en mi vida es más que
una buena maestra.
“Mi nombre es Yoaina Mohamed Al-Lal y curso 4º ESO. Por medio de este
breve párrafo deseo ensalzar la gura de mi MAESTRA “persona de mérito
relevante entre las de su clase. La profesora que de verdad me ha marcado
Se involucra mucho en todo aquello que esté relacionado con los alum-
nos, ya les imparta clase o no. Si tenemos algún problema, aunque sea
personal, se preocupa y hace todo lo que esté en sus manos por ayudar-
nos. Intenta ponerse en el lugar del otro.
Además, cada vez que habla, sienta cátedra. Reparte mucho cariño y siem-
pre hace el bien… y es sumamente agradecida.
Cuando hablemos de Bilbao, tengamos siempre presente que hay pueblos que
le rodean, le dan solera y ambiente a toda Vizcaya entera. ¡Aupa el Erandio!,
que es de Erandio. ¡Aupa el Kaiku!, que es de Sestao, los hornos de Baracaldo
alumbran todo Bilbao. Puente de Portugalete, tu eres el más elegante…
Hará más de cincuenta años que la aprendí, quedó tan grabada en el disco
duro de mi cerebro que ni vendavales ni turbulencias del gran viaje de la
vida han conseguido borrarla.
Era de Bilbao, naturalmente. Hizo por su patria chica más que todas las
ikastolas juntas. Enseñaba Geografía y aprovechaba bien tiempo y temas
para enseñarnos la canción de su tierra. Unas letras en la pizarra, dos o
tres repeticiones, un ensayo general y, en media hora, ya estábamos toda
la clase cantando, “Cuando hablemos de Bilbao”.
Con una canción metía ella en nuestra mente toda la geografía docente
que tocaba aquel año, obligadamente y delante del mapa.
Gracias, sor Claudia Landa por ser columna que cimienta y sostiene el
viaje de la vida de tantas discípulas.
Un profesor especial
Aunque son varios los profesores que han dejado huella en mi vida por
uno u otro motivo, quiero dedicar estas palabras a don Estanislao Isla
Cuéllar. Cuando lo conocí yo tenía 11 años y acababa de entrar proceden-
te de un colegio rural al Colegio José Luis Villar Palasí, más conocido como
Zona Norte en Vélez-Málaga, para estudiar 6º de EGB. Fue mi profesor y
tutor durante 3 años. Son varias las cosas que me hacen recordarlo de
modo especial.
En primer lugar, su gran amor por las asignaturas que impartía (Matemáti-
cas y Pretecnología); explicaba los contenidos de una manera tan didác-
tica y asequible, que aún hoy, 30 años después de haber pasado por sus
clases, cuando tengo que ayudar a algún conocido a recuperar las mate-
máticas, puedo usar los ejemplos que él nos ponía, y continúan siendo
igual de ecaces.
Creo que es justo que se sepa esto. Si se hiciera un cómputo del dineral
que este hombre le ahorra al Instituto anualmente creo que sería una
cifra astronómica. Y ¿quién se benecia de ese ahora? Nuestros alum-
nos y alumnas.
Siempre me sentí respetada, es más, querida por ellos y creo que es ese
clima el que propició y asentó las bases de un deseo de aprendizaje, de
superación, de gusto por el estudio y la lectura.
Otro detalle maravilloso a mi modo de ver es que, muchos años más tarde,
(ya era yo madre de mi hija) quiso el destino que nos volviésemos a ver. Yo
la reconocí al instante, es natural, pero lo más sorprendente fue que ¡ella
también me reconoció y llamó por mi nombre! ¿Cuántos alumnos antes
y después de mí pudieron pasar por sus manos? ¿Cómo de excepcional
puede ser una persona para hacerte sentir así, única, en este mundo cada
vez más gregario y alienado?
Desirée Pérez
Entre ellos se encuentra el magníco docente don Juan Jesús Zaro Vera.
Don Juan Jesús era mi profesor de inglés en 2º de BUP y en COU. Consi-
guió motivarme y sacar lo mejor de mí.
Vaya para don Ginés Collado mi más sincera gratitud y mi felicitación des-
pués de tantos años.
Mencionar también a dos profesores del Colegio Paulo Freire don Fran-
cisco Minaya y don Emilio del que no he podido rescatar de mi memoria
sus apellidos.
Don Antonio, vaya para usted también mi más profundo afecto y gratitud
en el lugar en el que esté siempre se merecerá mi más sincero agradeci-
miento y cariño.
Finalmente debo mencionar por supuesto a doña María del Carmen Mota
Rubio profesora de Física y Química en el Instituto Salvador Rueda. María
del Carmen me explicó con paciencia y exigencia los problemas de Mate-
máticas y de Física haciendo un hueco en su apretado horario de tarde, y
gracias a su tesón pude sacar adelante ambas materias en BUP.
Era una docente que amaba impartir clase y que sus estudiantes mejora-
ran, y fue sin lugar a dudas una gran profesional de la educación. Pese a
sus dicultades desde el punto de vista físico, supo superar muchas ba-
rreras y salir adelante en el mundo de la enseñanza. Era muy inteligente,
eciente e innovadora y compartió todo lo que tenía en su corazón y en su
mente privilegiada con los alumnos y compañeros en el Instituto Salvador
Rueda. Estoy completamente seguro de que muchos de sus estudiantes y
compañeros la recuerdan también con mucho afecto.
Como buen profesor de inglés, le apasionaban The Beatles y nos ponía sus
canciones cada vez que surgía la ocasión. Tenía frases y chascarrillos para
cada situación, y aún en este ambiente desenfadado mantenía intacta su
autoridad en el aula.
Ignoro si esta habilidad suya era un don natural, el fruto del aprendizaje
de un padre de familia algo más que numerosa, o bien algo adquirido con
el paso del tiempo en sus numerosos años de ejercicio de la docencia. En
cualquier caso, conseguía que aprendiéramos sin apenas esfuerzo.
En cualquier caso, de una forma u otra, cada uno de ellos ha dejado una
huella indeleble en sus alumnos. Nos han formado no sólo en materias,
que a n de cuentas están recogidas en cualquier libro de texto, sino que
nos han ofrecido la mejor parte de ellos: su vitalidad, su compromiso con
lo que hacían, su disfrute en el ejercicio de su profesión y sobre todo, más
que nada, el valor del esfuerzo.
Me gustaría para nalizar hacer un cariñoso guiño para este gran maestro
que tantas generaciones conocimos. Para ello quisiera trastocar el mito de
Perseo y Andrómeda, y quiero imaginar que su alumnado se ha convertido
en Andrómeda, separada estelarmente de Perseo, de nuestro Perseo parti-
cular, el cual continúa brillando cada día como si fuera agosto en nuestras
memorias; para recordarnos que entre él y sus eternos discentes siempre
brillará la luz del conocimiento y su eterna sonrisa de estrella. Una es-
trella que aunque se haya apagado en este mundo, continúa encendida
y titilante desde tal distancia (la de la vida y la muerte) y de tal manera
que siempre que lo recordamos surgen las lágrimas de sus San Lorenzos
particulares…
Dedico este breve homenaje a todos y cada uno de los familiares de don
Juan. Por seguir llevando dentro la luz de su estrella. Y a mi querido don Juan.
In memoriam.
Sin que nadie se lo pidiera, sin sugerírselo tan siquiera, estuvo acudiendo
a su domicilio durante meses las tardes que lo permitía la situación médi-
ca para impartirle clase.
Gloria
Siempre he sido una persona de Ciencias, y cuando fui alumno de Gloria la
Historia era la asignatura que menos me gustaba. Por ello, creo que tiene
más valor el que Gloria haya sido una profesora que me ha dejado huella.
Su docencia, junto con la de su compañera Mavi, era innovadora entonces.
Por otro lado, Gloria, nos hacía trabajar de manera rigurosa. La primera vez
que visité una biblioteca pública, la de la antigua Casa de la Cultura, fue
para recabar información sobre Mesopotamia. También recuerdo buscar
como loco en la biblioteca de la Diputación información sobre el aspecto
social de la civilización romana. Por más que consultaba los libros, ningu-
no parecía mencionar dicho aspecto.
Para aprender a valorar la maestría de los artistas nos animaba a que noso-
tros mismos hiciéramos alguna escultura o pintáramos el cuadro de algún
artista reconocido. Yo hice en plastilina el David de Miguel Ángel y pinté
el bufón Sebastián de Morra de Velázquez. Incluso, en grupo, intentamos
modelar en arcilla la catedral de León. Hace pocos años tuve la suerte de
visitar dicha catedral y, por supuesto, el recuerdo de aquel intento en ar-
cilla me hizo atractiva, aún más si cabe, la visita.
Cada vez que veo una iglesia trato de identicar el estilo arquitectónico al
que pertenece, tal como Gloria me enseñó entonces. En séptimo de E.G.B.
estudiamos el Renacimiento y en el verano siguiente fui con mis padres a
Florencia. Quedé fascinado al ver con mis propios ojos lo que había estu-
diado con Gloria, sobre todo con Santa María de las Flores o con las obras
de Miguel Ángel. También en Geografía disfrutamos aprendiendo las capi-
tales de los países como si se tratara de un juego, o haciendo volcanes de
También te quiero, Gloria. Fíjate por donde, acabé casándome con una
profesora de Historia. ¿Tendrás algo que ver en eso?
Recordando a Gloria
Hoy, que asistimos a una seria revisión de la educación pública en España,
considerada ineciente y costosa, es obligatorio reconocer en voz alta sus
valores por aquellos que fuimos formados en ese ámbito y que en la ac-
tualidad ocupamos puestos de responsabilidad en muy variados sectores
sociales.
Me atrevería a decir que hay cohesión social gracias a esa educación que
la mayoría recibimos, incluidos muchos de los que hoy claman contra lo
público. En este terreno, nuestro “cole” fue modélico. Al frente de aque-
lla escuela pública se encontraban nuestros maestros, personas que con
abnegación e inteligencia dieron lo mejor de sí para provocar un vuelco
de urgencia en la rancia tradición escolar heredada, convirtiéndose en ba-
luartes de la nueva etapa histórica.
Me imagino que todos lo recordamos: «el porqué de las cosas», nos repetía
insistentemente. Era su leit motiv que divulgaba con pasión. Poseía Gloria
la autoridad de la persuasión del razonamiento que a mí me cautivó. Pero
hay una cualidad que siempre he apreciado especialmente, el valor. Con
ella aprendí sobre el poder de la Voluntad con un acto tan nimio como
decidido: cambiar su nombre porque el que tenía, que no lo había elegido
ella, no le gustaba. Y eso en tiempos en los que no era una actitud habitual
hacer aquellas cosas. Creo que el real era…, bueno, eso es accidental, pero
la Voluntad por hacer cosas, no; eso es sustantivo.
Esta circunstancia permitió las salidas fuera del centro escolar para buscar
información u observar de primera mano monumentos, museos, ciudades,
etc. Gracias a eso pisé por primera vez una biblioteca pública. También
hicimos salidas a la naturaleza para ver, por ejemplo, formaciones geoló-
gicas que nos maravillaban, como los paisajes kársticos de El Torcal.
Tantas cosas que agradecerte… aquellos largos dictados de Heidi que nos
mantenían a todas en vilo… la lectura en voz alta en el aula…
Era don José un hombre ya mayor, calculo de unos sesenta años, empe-
ñado en enseñarnos lo que era un oxímoron, una metáfora o una sinalefa
pero, según repetía, darnos sobre todo la llave de un tesoro, la llave que
nos permitiría abrir el cofre de la poesía y para ello, aseguraba, debéis
aprender a leerla.
Versos que jamás olvidaré porque con ellos descubrí y disfruté, con 12
años, del placer más grande que tiene el ser humano junto con la música,
y por eso ahora, cuando veo a tanta gente, de cualquier edad y de cual-
quier nivel intelectual, leer horrorosamente un poema y destrozarlo, doy
gracias a la diosa Fortuna que me concedió la ocasión de encontrar a un
maestro tan generoso.
José Jiménez
En sus clases, explicaba los temas con palabras más sencillas, de manera
que el alumnado comprendiera y, sobre todo, siempre explicaba el por
qué de las cosas. Además, nos motivaba dándonos ánimos constantemen-
te para que no dejásemos la asignatura de lado y sacásemos los mejores
resultados posibles.
Era una persona recta, seria, en clase parecía inaccesible, pero en el trato
cercano era amable, educado y, sobre todo, era justo, profundamente jus-
to. Jamás abandonaba a un alumno. Siempre recordaré cómo impartía sus
clases. Nunca imponía nada, sabía que la mejor manera de convencer era
con el ejemplo, y de eso teníamos grandes dosis todos los días. Entonces,
como ahora, los niños, los jóvenes de entonces estábamos necesitados no
de críticos, sino de modelos. Y él era el modelo al que la mayoría de sus
alumnos queríamos parecernos.
No sé si alguno de sus hijos leerá este escrito, pero deseo que sepan que
la labor que su padre realizó ha perdurado en el tiempo y que perma-
necerá, al menos su sello, en los actuales alumnos de quienes siendo
hoy profesores, un día gozamos de su magisterio. Qué verdad existe en
el pensamiento que transmitió Henry Brooks Adams cuando armó que
“un profesor trabaja para la eternidad: nadie puede decir dónde acaba su
inuencia”.
Mi profe de “Mates”
Hace unos días, mi madre me habló de esta página y yo le dije que quería
escribir, pues la idea me parece muy interesante.
Aquellos apuntes eran y siguen siendo (por ahí los tengo guardados como
oro en paño) una de las mejores historias de la literatura española del si-
glo XX que se pueden leer. Lástima que no se publicaran. No recuerdo que
suspendiera ningún alumno de aquel grupo de COU del 82. En eso seguía
el consejo de Antonio Machado.
Don Alfonso (siempre será don Alfonso, aunque hayan pasado ya más de
treinta años), fue mi profesor en 3º, 4º y 5º curso de la E.G.B. (lo que ahora
es Educación Primaria), si la memoria no me falla.
Eran los setenta, y recuerdo con tristeza cómo algunos profesores ridi-
culizaban a los alumnos que tenían algunos problemas a la hora de leer
o escribir (ahora sé que se llama dislexia), pero él nunca adoptó ese
papel. Con don Alfonso los niños y niñas aprendíamos, pero no sentía-
mos el temor de ser ridiculizados o puestos en evidencia cual monos
de feria.
Aún recuerdo el día que nos dijo con lágrimas en los ojos que ya no sería
más nuestro profesor, puesto que pasábamos a la siguiente etapa educati-
va. Ese día fue también muy triste para sus alumnos, porque no compren-
díamos bien qué pasaba, tras llevar tres años con él.
Aún nos saludamos cuando nos cruzamos por la calle, pues se acuerda de
mí. Es normal que yo me acuerde de él, por todo lo que nos enseñó y no
Lamento no tener fotos que mostrar, bueno, tengo fotos, pero en mi re-
cuerdo y cada vez que lo veo.
Don José logró aunar un grupo heterogéneo y nos llevó en volandas hasta
que llegamos a esa etapa. Y eso que tuvo que lidiar con realidades muy
dispares, incluso con algunos que, como yo, no querían entrar en el aula
el primer día de escolarización.
Poco a poco, con paciencia y muchísimo amor por su vocación (que ade-
más fue su profesión hasta que le quitaron las ganas de enseñar), consi-
guió que todos sus alumnos fuéramos partícipes activos de nuestra edu-
cación, de nuestro aprendizaje.
Gracias don José por su legado. Esté donde esté, vivirá para siempre en
mi corazón.
[Creo recordar que empecé con él a los 3-4 años, allá por el año 70-71, y
estuvo con nuestro grupo hasta comenzar la segunda etapa de EGB, hasta
nales de los 70]
Lobillo nació en 7 de enero del año 1888, y pese los duros problemas
económicos de su familia, ciertamente muy numerosa, puede lograr ti-
tularse como Maestro de carrera corta, que era por entonces, un año de
estudios en la Escuela Normal.
Llegan los terribles años de la Guerra Civil, en la que Eduardo, aun siendo
republicano y de izquierdas, no se aparta de sus creencias religiosas y,
junto con su esposa y un honrado mariscador, siguen asistiendo juntos y
casi diariamente a misa, todo esto pese a verse forzados por piquetes que
se lo impedían.
Cofradía ésta a la que ayuda Lobillo a que gran parte de sus enseres y
patrimonio histórico no fuesen quemados en guerra, siendo la única que
logró sobrevivir a tan difíciles vicisitudes y contrariedades sufridas.
Sólo nos queda añadir que toda su callada y enorme labor, fue posible
gracias a la muy sufrida compañera, también maestra nacional, que estuvo
toda su vida a su lado.
En Torre del Mar lugar donde nació y al que no volvió más, sigue siendo
hoy día un auténtico desconocido. Su gura bien merece ser recordada,
mientras en la ciudad de Rota hay un epitao a D. Eduardo que dice:
La seño Pepa
A lo largo de mi vida he tenido la suerte de tener excelentes maestros,
dentro y fuera de las aulas, que me han ayudado a formarme como estu-
diante y como persona.
De esto hace ya más de veinte años, pero su sonrisa y su voz siguen po-
blando mi memoria con una huella imborrable y una dulzura de la que
solo la seño Pepa era capaz. Si hay algo bueno en mí, ella ayudó a forjarlo
(mientras escribo esto canto: Aranzazu, aranzazu, culi culi culi culi…).
Carmen Alcaraz
Así que no la llamé de ninguna manera, nunca supe cómo dirigirme a ella,
pero siempre estuve atenta a sus explicaciones claras y precisas, a la lec-
tura expresiva de cada poema de Antonio Machado o escena de Doña
Rosita la Soltera, y ella siempre estuvo pendiente de mí, aunque tampoco
se evidenciara en clase el cariño y el interés lial que una tía tan cercana
profesa a una sobrina.
El colegio de mi abuelo
Me llamo Juan José y soy nieto de Juan
Crossa de Médicis (1896-1982), que fue
alumno del centro que a continuación voy
a detallar. Me gustaría descubrir una huella
docente tapada hace más de un siglo y que
tenemos en pleno centro de Málaga ciudad.
Contrajo matrimonio en 1944 con don José Cobos Ruiz maestro nacional,
hombre de excepcional cultura, y se vienen ambos destinados a Nerja. Aquí
forman su familia de cinco hijas y un hijo y se dedican a formar personas.
Ella tiene una Escuela Unitaria femenina en la Plaza de Cantarero y él una
Escuela Unitaria Masculina. Ambos animan a los niños y niñas a estudiar y
les buscan becas a los que no tienen medios, en aquellos tiempos difíciles.
Hoy en día sus alumnas, que son abuelas de las mías, la siguen recordan-
do con cariño. Recientemente han puesto una copia de una foto, en el
escaparate de la librería de la plaza Cantarero, allí donde un día estuvo “La
escuela de doña Agustina”.
Tanto quería a sus libros que los colocó en el piso de encima de los Arcos
del Balcón de Europa, para que tuvieran las mejores vistas.
Ahora sé que esto es bien cierto; además tienen su orgullo, y si los prestas,
no vuelven.
No ha tenido una vida muy fácil, ya que ha pasado muchos años junto a
su padre que estaba enfermo en una cama. Eso fue algo que me marcó en
la vida, ya que con tan solo ocho años comprendí lo que es la dedicación
y la vocación que se puede llegar a tener para saber dedicar el día a día a
los niños.
Muchas veces venía cansada a clase habiendo pasado toda la noche sin
dormir, aunque siempre intentaba estar sonriente y hacer también que a
nosotros se nos iluminara la cara de una manera especial.
A menudo nos traía pequeñas sorpresas con las que nos alegraba el día,
cosas que parecen insignicantes pero que dicen mucho de una persona.
A veces nos traía chocolate, gusanitos, pequeños regalos o juguetes.
Por todos esos buenos momentos que he pasado junto a “la seño Loli”
considero que es la mejor maestra que he podido tener en toda mi vida y
con la que he vivido más momentos bonitos a lo largo de mi paso por el
colegio.
Pero este gran trabajo sólo lo realizan docentes de vocación que no sólo
se interesan por que los alumnos alcancen objetivos numéricos, gracias a
lo cual de ese colegio hemos salido personas educadas, autónomas y for-
madas moral y éticamente, preparadas para ser ciudadanos y ciudadanas
que aporten y transmitan a nuevas generaciones todas estas cosas tan
valiosas que hoy en día brillan por su ausencia.
Y así sigue siendo; de este maravilloso Colegio Público Ardira siempre se-
guirán saliendo personas formadas en todos los ámbitos que envuelve la
educación, no sólo en la parte numérica.
Solo puedo decir que gracias a todos los maestros y maestras que inter-
vinieron en mi formación primaria, que supieron perfectamente orientar
mis habilidades, soy Educadora Social por vocación.
La huella imperecedera
La huella que dejaste será imperecedera para tus alumnos porque te ga-
naste la libertad de ser profesor, les enseñaste a pensar y a descubrir el
conocimiento y con ello llegó la alegría de llegar a la verdad.
Tus clases eran una vivencia plena del aprendizaje, compartiendo con
ellos los descubrimientos que alcanzabas y tu forma de ser, respetuosa,
afable, alegre, con humor, convertía cada clase en una aventura y un reto
Era viuda y seca, como yo me imaginaba que era su Soria natal, y amaba
a los Machado. Nos hacía leer a ambos en una época en que uno de ellos
era innombrable y a mí me hacía tan amena las clases que supo sacar
de mi interior este afán por los libros que cada vez es más importante
en mi vida.
Encarnación Romero
Don Víctor
No recuerdo el apellido, lo siento. Era mi profesor de primaria en el cole-
gio de las Escuelas Pías de San Fernando en los años 60. Un colegio de
curas. Privado (quizás no existía ninguno público cerca). En el barrio de
Argüelles, en Madrid. Los Escolapios. De ninguna manera un colegio eli-
tista. Mi familia no era pudiente; ni creo que la de mis compañeros. Pero
sí que había que pagar una cuota mensual; de eso estoy seguro. Yo era
el número 24 de la clase (desde entonces mi número favorito… tiene un
montón de divisores).
Era justo la mitad de la clase (lo recuerdo porque siempre había algún
profe gracioso que sacaba a decir la lección “¡venga! al de en medio”, es
decir, a mi). O sea, que éramos unos 48 en clase (hoy día una “ratio” mons-
truosa). Había profesores curas y otros contratados de fuera que, a juzgar
por sus atuendos y aspectos, no debían cobrar mucho.
Don Víctor era manco y siempre llevaba chaqueta con media manga (de-
recha o izquierda, no estoy seguro) colgando o cogida con un gran imper-
dible. Iba en una moto que tenía un manillar para la mano buena y una
cazoleta para el muñón. La moto de don Víctor aparcada en la puerta del
colegio con su cazoleta, imagen imborrable. Don Víctor tenía una regla de
madera de medio metro, de las de siempre, con los números en una lista
blanca. La regla se llamaba doña Catalina y su misión era golpear la palma
de las manos de los niños vagos, negligentes o duros de mollera. Cada día
había una pequeña la de niños esperando la actuación de doña Catalina.
No debía ser un sistema muy original porque ya he oído repetidamente
Don Víctor era mi maestro de antes del bachillerato (el que se empezaba
después del Ingreso con unos 11 años), así que enseñaba de todo. Y bien.
Sin embargo, aunque todos sean geniales (y eso se respira) nosotros que-
remos centrar hoy nuestra atención y nuestro agradecimiento, por su hue-
lla, a la seño Julia, actualmente en la clase de 4 años, por su gran dedica-
ción que hizo el pasado año, el que hace este año, el que hará el siguiente
y los venideros, igual que los que hizo años atrás seguramente.
Encarni peleaba lección tras lección con nosotros para que atendiéramos
y ella pudiera trasmitir conocimiento. Casi siempre lo hacía con una son-
risa, aunque se encontrara cansada, estresada o en ocasiones harta de
nosotros. Cuando en su rostro no se reejaba la felicidad común en ella es
cuando realmente se podía observar su pasión y dulzura, su buen corazón
y su ternura. En algunas ocasiones, estúpidos nosotros, estuvo cerca de
derramar la lágrima (no recuerdo si alguna vez llegó a llorar) viéndose en
un aula donde algunos de mis compañeros no hacían caso a lo que propo-
nía ni la dejaban trabajar.
Desde aquí quiero pedir perdón a la docente comentada por las interrup-
ciones que cometí, por las veces que no me esforcé, por las ocasiones en
que me distraje, pero al mismo tiempo quiero darle las gracias; gracias
por su tiempo, gracias por sus conocimientos, gracias por su incansable
devoción, gracias por su ternura, gracias por su amabilidad, gracias por su
afecto; en denitiva, gracias por todo, gracias por ser como es.
Con el tiempo, hace dos años volví a coincidir con ella para que me ayuda-
ra a preparar el último examen oral de la Escuela Ocial de Idiomas. Aquí
pude observar cómo una vez más hacia fácil lo difícil.
Nos dábamos besos en los recreos y en los pasillos. Un día, este chico me
dijo: “Sofía, Carmen ha hablado conmigo y dice que quiere hablar contigo,
y va a llamar a tus padres”. En ese momento se me encogió el corazón:
mi madre estaba enferma y se iba a llevar un disgusto y eso no me gustó
nada. A la salida, Carmen me llevo al despacho del Jefe de Estudios y habló
conmigo, y con mi padre. Yo estaba llorando… en ese momento no podía
comprender por qué ese chico no era bueno para mí si yo creía que éramos
uno para el otro. Pero ella me hizo entrar en razón; yo me merecía algo más.
Señorita Carmen
CEIP Simón Fernandez de Estepona
Sofía Vázquez
El profe Pedro
Mi experiencia escolar la recuerdo con añoranza. La verdad es que tengo
buenos recuerdos de esos años, tanto en Primaria como en Secundaria
hasta ingresar en la Universidad. Durante esos años hubo profesores bue-
nos y otros no tan buenos, pero la verdad que yo no me puedo quejar.
A mí, todos los temas me gustaban, no había una asignatura que me gus-
tara más que otra, pero creo que este profesor daba muy bien Lenguaje.
Con él, todos aprendimos a buscar en el diccionario de una manera muy
rápida, y aunque en cierto modo fomentaba la competitividad al hacer
pruebas de quién buscaba más rápido una palabra o quién resolvía antes
una operación matemática, en el fondo aprendíamos y lo veíamos como
un juego.
Creo que era una persona autocrítica y siempre buscaba modos de me-
jorar las clases, y yo lo notaba en que siempre en la hora de ética en que
otra niña y yo nos quedábamos con él, porque no dábamos religión, siem-
pre estaba instruyéndose con libros o periódicos para aumentar sus co-
nocimientos, y pensando en qué actividades podía hacer para aumentar
nuestra motivación.
Las relaciones que tenía con otros profesores eran muy buenas, y también
con el resto de mis compañeros, interesándose mucho por todos, y en
especial por una alumna con una discapacidad física a la que ayudaba
mucho. También se interesaba por nosotros, y esto se notaba al hacer reu-
niones con los padres para comentar nuestro progreso.
Abigail Nava
Cuando estuvo bien trabajó y mucho con nosotros, cuando no estuvo tan
bien, siguió trabajando mucho con nosotros, y a veces forzando un poco,
incluso su propia salud, continuando hoy su constancia y dedicación en
las aulas, incluso a pesar de haber superado la edad de la merecida jubi-
lación y el merecido descanso.
Guillermina y Manolita
A mí la huella me la dejó una profesora llamada Guillermina Bonilla. Y
dejó una huella que ahora intento dejar yo sobre otros pupilos, pues soy
maestra, “por culpa”, como yo digo, en gran parte a ella.
También formaba parte del claustro del Colegio Nuestra Señora del Pilar,
colegio del que muchas nos sentimos orgullosas y del que todas, recorda-
mos de manera especial el olor del salón de actos. Siempre he supuesto
que era el de la madera del escenario, pero que se idealizaba por la ilu-
sión que teníamos por ir allí.
Irene Garrido
¡Cómo me gustaría ser recordada como ella y que sigan habiendo perso-
nas motivadoras que se involucren para con sus alumnos/as!
Resulta paradójico que elija a mi madre como la mejor, pero es así, no sólo
por el año en el que fue mi profesora, sino por todo lo que me ha enseña-
do a lo largo de mi vida.
¡Gracias!
Pues bien, estoy seguro de que quien haya conocido y tratado a María
Luisa Alcaide, maestra recién jubilada en el colegio Santa Amalia de Fuen-
girola, no me va a contradecir si digo que es una suerte haber encontrado
en ella a uno de esos personajes que dejan huella; una huella de la que
se siente uno orgulloso para lucirla donde se presente la ocasión de decir
bien alto que nos hemos cruzado por el camino con una gran maestra.
Aunque lojeña de nacimiento -querida y luchadora María Luisa- ahora
ya no les perteneces a tus paisanos aunque allí, en Loja, gure tu partida
de nacimiento. Ahora eres nuestra, de todos los que te hemos conocido
y disfrutamos del regalo de tu amistad. Y voy a decirte algo que hasta
puede que no te guste, si bien voy a hacerlo con todo el cariño que te ten-
go. Ojalá que el cacareado cambio en la edad de jubilación no te hubiera
dado tiempo ni opción a que nos dejes.