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Presidenta y Directivos de la Asociación de “Amigos da Gaita”

Ribadenses todos, veraneantes y visitantes de nuestra villa en estos días.

Señoras y señores

Buenas noches a todos.

Voy a dar lectura al Pregón del “DIA DA GAITA GALEGA E XIRA A SANTA CRUZ"
que amablemente me han pedido que escriba. Y debo comenzar agradeciendo
profundamente a la Asociación de Amigos da Gaita el haberme elegido para
este acto. Es un honor y un orgullo para mí pronunciarlo, más aun tratándose
de Ribadeo. Espero poder estar a la altura de quienes me precedieron en esta
tribuna, lo cual semeja tarea nada fácil. Entre quienes me antecedieron en este
encargo, recuerdo algunos a los que escuché o leí posteriormente. El de Juan
Suárez Acevedo, que creo fue el primero; Carlos Álvarez Lebredo, bien
documentado y construido; el de Primi Nécega, muy emotivo; los de José Luis
Enríquez, Eduardo Gutierrez y don Rafael del Pino, plagado éste de anécdotas
locales, aunque pudo ser para las Fiestas Patronales. También el de mi
hermana, Loles, que en 1995 fue protagonista de un acto similar y el de mi
antecesora aquí, Mary Carmen Maseda Legazpi, que leyó el pregón el pasado
año.

Desde el principio, he pensado en una simple exposición de mis sentimientos y


vivencias en esta romería. Alejado, en todo caso, de la erudición literaria y de la
conferencia magistral que no vienen en absoluto al caso. De ahí la sencillez
que pretendo dar a las líneas que siguen.

No nací en este pueblo, pero llegué aquí a la edad de diez años. MI padre y
toda su familia eran de Ribadeo. Los Echevarría. Aquí pasé parte de mi
infancia y primeros años de juventud. Aquí hice el bachillerato en La Academia,
en el viejo edificio lleno de historia del Patín, a pocos pasos de Porcillán. Y aquí
estuvo siempre mi casa, no Xardin. Por tanto, aunque nacido por avatares de la
vida en el centro de Castilla y pasando mis primeros años en ciudades tan
distantes como Valladolid, Valencia y Melilla, mi corazón siempre se ha sentido
ribadense. Y de esto he hecho gala, con frecuencia, en los distintos caminos
que mi vida profesional me hizo recorrer por toda España. Por eso, el honor de
este acto es mayor y más emocionante para mí. Más aun, al recordar ahora las
muchas veces que en aquellos años de niñez y adolescencia estuve sentado
en esas butacas y en algunas ocasiones, por allá arriba. Así pues, muchas
gracias.

Como acabo de señalar y conoce una parte de los asistentes a este acto, mis
primeros diez años de vida transcurrieron a más de mil kilómetros de distancia.
Pero he de decir que Ribadeo fue el nombre más repetido, el que escuché más
veces en mi casa de boca de mi padre, César. Su nostalgia y la morriña de su

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pueblo natal y su Galicia le envolvían continuamente. Y nos hablaba del pueblo
y de la casa en que nació y vivió hasta los 18 años, camino de Figueirua,
bajando por a Fonte Cabada. De su ría. De sus correrías por Cabanela y por
las calles que conducen a la Atalaya y a Porcillán. De la playita de las Arenas,
en la vertical de su casa junto al viejo Matadero. De los paseos por las Cuatro
Calles. Y de la Farmacia de Casariego en la que había trabajado antes de partir
de aquí. Y hasta los cuentos infantiles que nos narraba al anochecer giraban
alrededor de un personaje ribadense –real o ficticio nunca estuvo claro- al que
denominaba Parrulo. Los cuentos de Parrulo impregnaron mi infancia y la de mi
hermana y han pasado a mis hijos y, ahora ya, a mis nietos. En los años de
estancia en Melilla, llegaba a casa todas las semanas “Las Riberas del Eo”. Por
ese semanario de tamaño grande, que yo leía con avidez como mi padre, me
enteraba de las cosas que ocurrían en la villa y, sobre todo, porque era lo que
más me interesaba entonces, la marcha del Ribadeo FC en las competiciones
de fútbol en que participaba. Seguía con el mayor interés las crónicas de los
partidos, las alineaciones -que me sabía de memoria- el resultado y la
clasificación en aquellas competiciones no oficiales en las que jugaba en esos
años. En suma, vivía y sentía en ribadense toda mi existencia. Soñaba ante lo
que no conocía todavía. Pero ya era un convicto ribadense.

Cuando un buen día, inesperadamente, mis padres decidieron venir a residir a


Ribadeo, toda mi vida cambió. Los viejos horizontes mediterráneos quedaron
atrás, en un recodo del camino de mi vida que enfilaba los gallegos. Y así, en
un día lluvioso y feo del mes de julio, llegué a este pueblo. Desde ese momento
El Jardin pasó a ser mi hábitat, en su versión antigua. Es decir bosque y
arbolado salpicado por pocas casas: la de Sela, la de los Consolatos, la del
zapatero y la de la tienda de la Sra. Carmen y el Sr. Manuel, padres de
Amparín Muruais. La ermita de la Virgen del Camino, San Roque, las Cuatro
Calles, el Campo fueran la ruta diaria y habitual, añadiéndole la bajada y subida
por Antonio Otero camino de La Academia. Aunque el nombre de este centro
era, en realidad, Colegio de Santo Tomás de Aquino. Y en este itinerario de los
seis años de bachillerato nacieron amistades, de compañeros de curso y del
colegio, que han pasado a formar parte importante de mi existencia,
perdurando estos sentimientos de amistad hasta hoy. Y junto a ellos muchos y
buenos conocidos del pueblo. Unos que siguen viviendo en él. Otros repartidos
por la geografía hispana.

En Ribadeo están una parte muy relevante de mis raíces, entendiendo por esto
lo que nos ata a un lugar y a unas personas. Aquello que, enterrado en el fondo
de nuestro pasado, va haciéndose un árbol frondoso a base de cariño,
fraternidad, amistad, alegrías y tristezas que, como hojas, conforman día a día
nuestras vidas. Y son los sentimientos, emanados de esas raíces, los que nos
hacen encontrarnos a gusto, bien. Contentos y satisfechos en un lugar. En mi
caso, en Ribadeo. Y, aunque en la vida, hay idas y venidas, encuentros y

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reencuentros, amores y desamores, que parecen a veces alejarnos, siempre se
vuelve. Se regresa al hogar, a casa, con los nuestros. Y con los viejos amigos
de siempre, con los que nuestras conversaciones nos llevan de nuevo a las
raíces.

Narrar todas las aventuras, experiencias y peripecias que he vivido desde


entonces en Ribadeo sería prolijo Ya lo he hecho con amplitud en mis libros
“Entre tus calles, Ribadeo” y “Tras sus huellas”. También en “Desde el Faro de
Tapia”, aparte de breves post en mi blog personal y en Facebook. Pero no
puedo dejar de citar algunas pequeñeces. Cada calle, cada rincón, cada casa
me trae el recuerdo de sucesos, de personas, de vivencias. Y lo mismo con la
ría. Aquí, en este Teatro, viví mil fantasías. Como aquel día en que un mago
hizo desaparecer un biscuter de nuestra vista en este escenario. Ahí enfrente,
compraba cacahuetes en la Flor antes de entrar en este cine. Y algo más allá,
en la Farmacia de Casariego, entrábamos a pesarnos en aquella inmensa
báscula que arrojaba un ticket de cartón con la foto de algún artista de cine y
nuestro peso al dorso. Y las Cuatro Calles, plagadas de paseos y
conversaciones con amigos, con amigas. Arriba y abajo, una y otra vez. Y el
Campo, en el que parecen resonar las voces de toda una tropa de chiquillos
jugando al pinchín o discutiendo sobre los pasos al jugar a polis y cacos. El
Cantón de Agapito, siempre presente en mi vida. De niño, joven y adulto. Como
aquel día, en el que siendo un chaval, me enfrenté al ajedrez con el Capitán de
la Guardia Civil, rodeado de una legión de mirones. Y, aunque este recuerdo es
nebuloso, creo que le gané o hicimos tablas. No lo volví a intentar. Y las
increíbles clases de inglés con Nito Sarmiento en el Cantón que ya he contado
en “Entre tus calles”.

Y la ría, uno de mis grandes amores en la vida. La que me ensancha el ánimo


cada vez que la veo. O que la vivo. Como el Faro y la Illa Pancha. Con tantas
experiencias y vivencias. Como aquel maldito noroeste que, arrancándose de
pronto, embistió el bote “Robaliza” en el que íbamos mi amigo Luis Penzol y yo,
frente a San Román. Poco faltó para irnos a pique. Al cabo de un tiempo duro,
de brega y remo, tuvimos que fondearlo en Castropol con una piedra, a modo
de risón. O el día en que con mi pandilla, abordamos el bote de Luis Mira en
mitad de la ría. O las zaleas a Abres con Ramón del Busto, pobladas de
canciones eternas. Pero no puedo seguir con estas cosas tan personales... que
son parte de esas raíces que citaba antes. Porque aquí estamos hoy para tratar
de la fiesta de Santa Cruz.

Por esto paso ya a hablar de la Xira. Me estrené en esa romería al monte


citado de la manera más original que cabe. Y sorprendente. Era el verano de
1953 y hacía menos de un mes de nuestra llegada a Ribadeo. Aquel día
muchas familias ribadenses subían a comer a Santa Cruz. Y mi hermana Loles
y yo lo hicimos a lomos de un caballo, siguiendo al trote corto a nuestra familia.
Así como suena, montados en un caballo. No he sabido nunca quién nos llevó

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de tal modo hasta la cima del monte. Sospecho que pudo haber sido Suso de
Mon, nuestro vecino en el camino de las Granxeiras. Y esa fue la primera vez.
A Santa Cruz se subía, como en las romerías de antaño, andando. Antes de
llegar al alto se pasaba por la casa del Tapiego y se atajaba en fuerte
pendiente hasta alcanzar pronto la ermita.

Después de aquel primer festejo, otros años, según fuese el rumbo tomado por
la meteorología, subimos a comer al monte o nos vimos forzados a hacerlo en
casa. Esto del tiempo siempre ha sido tema de primer orden aquí. Sobre eso ya
he escrito en alguna ocasión. Los ribadenses acabamos por ser entendidos en
meteorología, aunque ahora nos lo dan ya hecho en internet. No en vano
decía ya Dámaso Alonso que Ribadeo era el cuartel general del viento. Bien lo
sabía él, recordando su infancia en su casa de La Fortaleza aquí en Ribadeo. Y
todos entendíamos de suroestes y de nordés, de noroestes y vendavales. Pero,
entonces, todo era imprevisible. Llegaba el día de la Xira y podía pasar
cualquier cosa. Podía amanecer una espléndida y soleada mañana, pero que a
mediodía se mutaba en viento frío o de lluvia dando al traste con la fiesta antes
de tiempo. O comenzaba el día con lloviznas o fuertes aguaceros y se
convertía luego en día soleado y hasta caluroso. Todo era variable y
cambiante. También desquiciante para las amas de casa que habían preparado
la comida o para los varones que habían subido antes a delimitar una zona del
monte.

De niño, vibraba yo intensamente con todas las fiestas populares. Y la Gira era
una de ellas, la que abría el abanico de agosto en esta villa. Me despertaba y
acudía raudo a la ventana para ver eso... el día que hacía. Luego, al escuchar
los pasacalles de grupos de gaiteiros que llegaban hasta los Canapés, corría a
verlos y me emocionaba escuchando la “Alborada de Veiga”. Pasaba la
mañana por el pueblo, entre amigos, siguiendo la música. Recuerdo a “Os
Quirolos”, “Os Ribanova”, “Hermanos Garceiras” de Melide” y “Os Montes”, de
Lugo, entre otros. Y el colofón eran los foguetes y bombas de palenque que
con su estruendo avisaban que la hora de subir a Santa Cruz había llegado.

La gaita, instrumento íntimamente unido a la Xira, lo inundaba todo. Unos


pocos puestos de bebidas, formados por cuadrados de tablones de madera, a
modo de mostrador, y bancos corridos, cubiertos por unas lonas. Y también
algún otro de tiro con escopetas de balines, vendedores de cacharrería,
juguetes y baratijas, completaban el escenario. Detrás de la ermita, en la
explanada, las gentes formaban un gran corro alrededor de los gaiteros y
danzantes de ritmos gallegos. Enseguida, muchos asistentes se sumaban
bailando muiñeiras interminables. La fiesta duraba hasta que la noche echaba
de aquel lugar a los rezagados, para permitir ya el sueño del bosque y de su
hábitat. No había luz en el monte. Por eso, al ponerse el sol, comenzaba la
bajada de quienes habíamos pasado unas horas felices allá arriba.

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Pero antes, la comida, asentado el grupo familiar y de amistades a la sombra
de algún árbol y acotado un espacio suficiente. La Xira llevaba consigo unos
preparativos previos. Se hacían o encargaban las empanadas, elemento
indispensable para este día festivo. Destacaban, por su abundancia y su buen
paladar, las de longueirós. Las navajas, que es su nombre más conocido, se
cogían a sacos en los tesones de la ría. Provistos de un alambre o aguja de
calcetar y un buen cesto, en una hora se podía recoger una cantidad más que
suficiente para una familia. Y junto a las de este molusco, alternaban otras de
bonito, carne o sardinas. En algunas casas se preparaba, pese a estar en
verano, un buen caldo gallego, con sus aditamentos de chorizo, tocino, lacón y
grelos, que se subía en grandes ollas. Se cocinaba, también, una buena carne
con sus patatas correspondientes. A todo esto, se unían postres dulces entre
los que la reina era la tarta al estilo de Ribadeo, con aquellos diseños de una
serpiente adornada, enrollada en el envase. Y todo se regaba con vinos
abundantes, alguna que otra gaseosa de Rañón y el coñac Fundador o
Soberano, que no podía faltar para el café, llevado en termos o hecho allí
mismo con las brasas de una hoguera. Abundaba, también, el aguardiente en
sus diversas variantes y algunas queimadas.

Los grupos familiares solían mandar por delante algún explorador –si no lo
habían hecho ya el día anterior- para adueñarse del sitio en que habrían de
comer. Y se marcaba el territorio acotado con cuerdas entre los árboles, con
mesas y sillas, con bancos de madera o con lo que se tuviese a mano.
Reservarse un buen sitio, no muy alejado de la explanada, pero con buena
sombra y suelo limpio, así como algún árbol para apoyarse durante la siesta,
eran cuestiones fundamentales para disfrutar de la Gira. Al acercarse el
mediodía llegaban las expediciones, precedidas por los grupos de gaiteros y de
danzas gallegas, que habían recorrido las calles del pueblo desde las 9 o 10 de
la mañana. Las familias y grupos se instalaban y preparaban sus manteles y
cestos. La comida era reposada, distendida y larga en el tiempo. Duraba varias
horas, entre charlas y chistadas, bromas y silencios. El vino corría, requerido
por las abundantes viandas. Con los postres y el café se cantaba ya en muchos
grupos. Por todas partes resonaban los ecos de: “”Que somos de Ribadeo” que
inundaban contagiosos el monte, prendiendo de grupo en grupo. Tras todo esto
el personal comenzaba a caer, empezando por los mayores. Era la hora de la
siesta, apoyados en un árbol o tendidos a lo largo del sol-sombra dibujado por
el arbolado. Los que no dormían, deambulaban por el campo en busca de
conocidos o se arrimaban a los corros más animados, en los que sonaba la
música y se escuchaban las canciones. Y aquí salía a relucir todo el potencial
musical que anida en el alma y las buenas voces ribadenses. En esa época se
cantaba en muchos bares y tabernas. También en varias rondallas y coros
existentes. Emulando escenas como la inigualable de la película “El hombre
tranquilo”, en la que una taberna irlandesa es escenario en el que un grupo de
parroquianos cantan una preciosa canción popular, en esos bares ribadenses

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se escuchaban habaneras y rancheras junto a lo más variado del cancionero
gallego.

Más tarde venía la merienda. Como si se hubiese guardado ayuno hasta


entonces y no se hubiese probado bocado alguno, las gentes se lanzaban de
nuevo a lo que quedaba de alimentos y vituallas. Caía el resto de las
empanadas, de la carne, de la tarta. Caían los pasteles de las Monjas y de la
Bugalla. Caía todo lo que hubiese. Se acababan el vino, las gaseosas y los
cafés. Cesaban las canciones y hasta las voces de muchos, afónicos ya de
tanto cantar y reventados de tanto saltar, brincar y bailar por la explanada. Tras
todo esto, llegaba la hora de recoger y... ¡a casa!

En esos años en que casi todas las familias ribadenses, y bastantes de los
veraneantes, subían a la romería de Santa Cruz, el trato, la confianza y los
encuentros entre unos y otros estaban garantizados. Todos nos conocíamos. Y
esto no es un tópico ni un falso recuerdo. Era así y constituía el mayor encanto
de la Romería. Más tarde, en la etapa de nuestros años jóvenes,
cambiábamos la familia por la pandilla o grupo de amigos. Las sensaciones
eran ya otras. Menos emoción interna, pero más expectativas de diversión. La
comida más reducida, a base de empanada, tortilla o bocadillos y poco más,
pero la juerga más intensa. Era lo que se podía esperar de grupos de chicos y
chicas en busca de diversión y jolgorio. En mi caso, alguna guitarra que
solíamos llevar y la buena voz de Maximino contagiaban al grupo. Terminaba
toda la fiesta, como ya dije antes, con la bajada por la carretera, caminando en
grupos festivos y bulliciosos, con abundantes canciones. Se vivía en directo
aquello tan ribadense de

“ Santa Cruz tache no alto

Ribadeo no baixiño

na veira da carretera

tache a Virxen do Camiño.

Que somos de Ribadeo

non o podemos negare.

na cara se nos conoce

po los airiños do mare.

Virxen de Villaselán

danos o ventiño en popa,

que somos de Ribadeo,

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traemos a vela rota.”

Y no quiero dejar de comentar algo sobre la ermita y la vieja cruz allí existente.
Fueron fruto de la fe de generaciones anteriores que quisieron situarlas allí
arriba, en un monte antiguamente libre de arbolado, para que pudiesen verse
desde el mar y en el entorno de Ribadeo. Al igual que se hizo en tantos
pueblos costeros de Galicia y que puede encontrarse en ellos hoy en día. Esa
vieja y sencilla cruz, con la compañía posterior de la Cruz de Luz, era un
símbolo visible, sobre todo para marineros y pescadores que faenaban o
navegaban por las proximidades. Por eso, deberíamos seguir conservándolas a
la vista, libres de arbolado, arbustos y vegetación que impidan su visión desde
la distancia. No las escondamos.

No sé cuándo se inició esta costumbre romera al monte de Santa Cruz. Hay


algunas fotografías, con mucha gente comiendo allí, de una época en la que
todavía no se había repoblado la zona con pinos y eucaliptos, que parecen ser
anteriores a la guerra civil. La pradera se observa completamente despejada. Y
desde los años cuarenta ya se celebraba una romería en el mes de mayo. Por
tanto, la tradición viene de lejos. Fue en el año 1965 cuando se dio un paso
importante en la celebración de esta fiesta. Los hermanos Carlos y Amando
Suárez Couto, amantes como pocos de la gaita y de Ribadeo, juntamente con
un grupo de ribadenses que solían reunirse en el Mediante, pusieron en
marcha el “Día da Gaita e Xira de Santa Cruz”, estableciéndola – tal como ya
se solía hacer- el primer domingo de agosto. Fundían así en una sola
celebración la gaita y la Gira, ambas inseparables por su propia naturaleza. Y
el monumento al gaitero gallego, pasó a ser punto central de la fiesta.
Recuerdo ese día perfectamente ya que estuve en esa Gira. Me parece estar
viendo en el monte el paso largo y agitado de Fraga Iribarne, Ministro entonces,
que inauguró ese monumento. Día de mucha fiesta y muchas personalidades
por allí. La Xira se hacía, así, mayor de edad.

La gaita es un instrumento de contrastes. Se dice que refleja en plenitud el


carácter y forma de ser gallego. La gaita hace anidar, en simbiosis,
sentimientos de alegría y de tristeza. Cuenta Dionisio Gamallo Fierros, en uno
de sus escritos sobre Rosalía de Castro, que el poeta castellano Ventura Ruiz
Aguilera, tratando de la gaita, le escribió a la poetisa gallega:

La voz del grave instrumento

suéname tan melancólica.

A mi alma revela tantas

desdichas, penas tan hondas

que no se si deciros

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Si canta o si llora

A lo que Rosalía, en un conocido poema sobre la gaita gallega, le dice en su


estrofa

Eu podo decirche

Non canta, que chora

Hago otro inciso en este punto, para señalar que la figura de los hermanos
Suárez Couto me resultó siempre enormemente familiar. Y éste es otro
estímulo personal añadido para este pregón. Y no sólo porque Amando fue mi
profesor de dibujo algunos años. La razón está en la amplia amistad y
vivencias comunes que los Suárez Couto tuvieron con mi padre y mi tío
Manolo. Y esa amistad fraguó en la larga convivencia que tuvieron los cuatro
en Madrid, en los años treinta, al publicar el libro “Ribadeo Antiguo”. Esta obra,
que juntamente con “Apuntes sobre Ribadeo” de Fernando Méndez San Julián,
considero personalmente como lo mejor sobre la historia de Ribadeo hasta la
fecha, se elaboró en la imprenta de Carlos Suárez Couto, en la calle Jesús
frente al Cristo de Medinaceli. Mi tío Manolo, con ayuda de mi padre, lo
imprimió. Ellos, día tras día, con la presencia y colaboración continua de
Amando dieron forma a las cuartillas escritas que Paco Lanza –el autor del
libro- enviaba desde América periódicamente. Se entiende así esa familiaridad
con los dos hermanos que viví siempre en mi casa y de los que oí hablar con
frecuencia

Nunca agradecerá suficientemente Ribadeo a los hermanos Suárez Couto lo


que hicieron por su pueblo. La divulgación y expansión del mundo de la gaita
gallega y de Ribadeo fue muy notable. Con la inestimable ayuda de Primitivo
Díaz y de “El Valenciano” formaron, además, el grupo femenino de gaitas,
“Saudade”. Este grupo de niñas, ataviadas con el traje gallego de Ribadeo,
adquirió pronto fama y prestigio y fue una novedad en el folklore gallego. La
Gira experimentó desde ese momento un impulso grande, ayudada por el
desarrollo creciente de los medios de comunicación y del turismo de masas.
Desde entonces, el primer domingo de agosto, junto a las familias ribadenses,
una marea humana invade el pueblo desde primeras horas de la mañana. Y,
más tarde, sube en oleadas al monte. Muchos de ellos son forasteros. Gentes
de poblaciones cercanas y de otras más alejadas que llegan, con camisetas y
pañuelos de color al cuello, a disfrutar de la fiesta. Siempre claro, en función de
las veleidades de esa climatología de la zona, si se me permite, de tanto
carácter e intrincada personalidad.

Llega una nueva edición de la fiesta de la gaita y de la Xira. Dentro de pocas


horas se iniciará la ascensión, ahora mayoritariamente en coche. Tributo a
pagar a los tiempos actuales. No sería malo recuperar la costumbre tan romera
de subir a pie. Seguro que no faltarán las vituallas que antes cité y espero que

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el abundante vino anime la fiesta con moderación, pero no emponzoñe la
alegría de la gente. Deseo que la buena educación, la camaradería y los
buenos modos lubriquen bien la fiesta y la música. Que de eso se trata. De
pasar un día agradable y divertido que pueda ser recordado por todos y que los
niños fijen en su memoria para el mañana.

¡Que soe xa a gaita! ¡E que volten as notas da muiñeira, os alalás, a jota


galega, os aturuxos, as alboradas, as pandeiradas...!

¡Que se escoiten as cantigas entre a arboreda! ¡ Catro vellos mariñeiros, O


andar miudiño, San Benitiño, Un adiós a Mariquiña., a Rianxeira, Ay
Pepiño,adiós, Para vir a xunto a min, Polo río abaixo, e tantas outras..!

E con o final d´este Pregón queda inaugurada e aberta a grande festa do “DIA
DA GAITA GALEGA E XIRA A SANTA CRUZ"

Boas noites a todos e boa festa.

Muchas gracias

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