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Antigüedad: Sócrates

Según el planteamiento socrático, una vida que no gobernamos racionalmente, ni siquiera es, propiamente hablando, nuestra vida. Somos
dueños de nuestra vida y somos, por consiguiente, libres, cuando nuestra razón impone su dictado a nuestra voluntad. Cuando, por el contrario, nos
dejamos arrastrar por la fuerza del ánimo o del apetito, entonces nos comportamos como esclavos, más que como amos y señores de nuestra vida.
En ausencia de pensamiento y conocimiento, se puede decir que, más que vivir, "somos vividos por fuerzas que no gobernamos".
Y es contra esta falta de autonomía y de libertad contra lo que se pronuncia regularmente Sócrates. En un sentido muy preciso, la reivindicación
socrática del conocimiento es una reivindicación de la libertad. Sócrates se da cuenta de que el conocimiento es condición de la libertad y que la
ignorancia, por el contrario, esclaviza: nos hace dependientes, nos ata indefectiblemente a algo o a alguien. Un individuo sin conocimiento de sí y del
mundo en el que vive es como un barco a la deriva: no va donde quiere, sino donde es llevado por los vientos y las mareas; y, por lo tanto, no es
libre. Para Sócrates, se trataría de un ser humano que no se comporta como tal, como le corresponde a un ser humano hacerlo, sino cómo se
comportan los seres irracionales.
Ahora bien, sólo a propósito de seres racionales con el conocimiento suficiente para actuar libremente tiene sentido hablar de moral. Sería
absurdo juzgar desde el punto de vista moral a alguien cuya ignorancia le impide actuar libremente. De lo único que, tal vez, cabría hacerle
moralmente responsable es de su propia ignorancia. Pero no de haber actuado mal, porque -si Sócrates está en lo cierto- nadie actúa mal sabiendo
que lo hace.
Sea como sea, Sócrates no dejará de esforzarse en poner al descubierto el vínculo existente entre el conocimiento, la libertad y la moral. Y tal vez
sea este esfuerzo lo más característico y destacable de sus reflexiones filosóficas acerca de la moral.

Antigüedad: Ética Aristotélica

La felicidad
La felicidad, consiste en el ejercicio perfecto de la actividad propia del hombre. Tal actividad no es otra que la actividad del alma que para
que sea perfecta debe ser acompañada por todas las virtudes.
Hacia el final de la Ética a Nicómaco, Aristóteles afirmará que la actividad más propia del hombre y la que mayor felicidad le proporciona es la
contemplación teórica: es decir, la sabiduría. Así es como el empirismo ético lo lleva a una posición ecléctica: la felicidad consiste en equilibrar virtud,
contemplación y bienes exteriores.
La virtud
Aristóteles se aleja del intelectualismo socrático que vincula a la virtud con el conocimiento. Para él, la virtud será la disposición del alma,
es decir, la capacidad y la aptitud de esta para comportarse de un modo determinado:
"No basta que la acción tenga un carácter determinado para que la conducta sea justa o buena; es preciso también que el hombre actúe de un modo
determinado ante todo, que actúe a sabiendas; en segundo lugar, que proceda en razón de una decisión consciente y que prefiera esa acción por si
misma; finalmente, que actúe desde una posición firme e inquebrantable" Aristóteles, Ética a Nicómaco.
La virtud entonces, se adquiere a través del ejercicio y el hábito, es decir que para que un hombre se haga justo, es menester que practique la justicia.
Aristóteles considera que nadie se hace justo por "naturaleza" (aunque una predisposición natural sea importante) ni tampoco resulta suficiente la
enseñanza.
El término medio
Para Aristóteles, la virtud consiste en un término medio, lo cual no significa mediocridad sino un equilibrio entre los vicios de los extremos.
El "valor" es un justo medio entre la "temeridad" y el "miedo".
Puede intuirse en esta concepción cierto resto de simetría pitagórica también adoptada por Platón y así mismo del concepto de "medida", dominante
en la medicina griega contemporánea de Aristóteles. Al igual que los medios, para Aristóteles, el punto medio no es una abstracción en general sino
que se aplica de acuerdo a las circunstancias de cada caso. EL hombre prudente, sabrá elegir el justo medio.

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