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FACULTAD DE DERECHO Y CIENCIAS POLÍTICAS

ESCUELA PROFESIONAL DE DERECHO


IV CICLO

CURSO:
DERECHO CONSTITUCIONAL ESPECIAL
DOCENTE: MARIO MERCHAN GORDILLO

TÍTULO:
“EL ACTUAL DILEMA CONSTITUCIONAL PERUANO: CAMBIO O REFORMA DE NUESTRA
CONSTITUCIÓN”
ACTIVIDAD N°04: ACTIVIDAD DE INVESTIGACIÓN FORMATIVA

INTEGRANTES:
1. Moisés Plasencia Chinchay
2. Ángela Doris Ramos Cerna
3. Zurita Vásquez Ponte
4. Nehemías Robles Tamara
5. Liz León García

Chimbote, octubre 2017

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Buscan información: referente a “el actual dilema constitucional peruano: cambio o reforma de nuestra
Constitución”, revisando diversas páginas de la INTERNET.Asimismo en el texto base: Carrasco, L.
(2016). Derecho constitucional peruano. 1a.ed. Lima: Editorial FFECAAT EIRL. Recuperado
de:http://erp.uladech.edu.pe/bibliotecavirtual/?ejemplar=00000040387

“El actual dilema constitucional peruano: cambio o reforma de nuestra Constitución”

Juan Ernesto Gutiérrez Otiniano, Abogado e investigador universitario y Docente de la Universidad Autónoma
del Perú realiza la interrogante ¿Reforma Constitucional o reforma social en el Perú?
Es estado actual de cosas exige de nosotros un análisis profundo sobre sus causas primeras, o al menos
pretender una aproximación, dado que los fenómenos sociales de violencia, corrupción y pobreza, golpean más
fuerte al punto que frustran generaciones, dejando en el limbo las principales instituciones del Estado de
Derecho y por ende toda posibilidad de desarrollo humano.

Es bien sabido que a determinada estructura social, corresponde una estructura constitucional y que todo
proceso de reforma constitucional lleva consigo la necesidad de superar problemas como son: crisis
institucional, falta de legitimidad o que el contenido del texto constitucional sirve a los fines del gobierno de
turno, cuando resulta ser más propio que el gobierno sea quien se sujete a los fines que el legislador
constituyente ha previsto para un país por intermedio de su lex legum. Asimismo, es importante recordar que
todo proceso de reforma constitucional está condicionado por un conjunto de límites formales y materiales: el
procedimiento de reforma (en el caso de Perú, ver los artículos 206° y 32° texto constitucional de 1993), la
forma de gobierno, los derechos fundamentales de la persona humana y el entorno social, cultural y global.

Es menester señalar que, en algunos países de Sudamérica se ha superado, todo lo relacionado a los límites
en el proceso de reforma; por ejemplo a nivel del artículo 411° de la Constitución Política del Estado
Plurinacional de Bolivia de 2009, se establece que: “La reforma total de la Constitución, o aquella que afecte a
sus bases fundamentales, a los derechos, deberes y garantías, o a la primacía y reforma de la Constitución,
tendrá lugar a través de una Asamblea Constituyente originaria plenipotenciaria, activada por voluntad popular
mediante referendo”…, asimismo: “ La reforma parcial de la Constitución podrá iniciarse por iniciativa popular,
con la firma de al menos el veinte por ciento del electorado; o por la Asamblea Legislativa Plurinacional,
mediante ley de reforma constitucional aprobada por dos tercios del total de los miembros presentes de la
Asamblea Legislativa Plurinacional. Cualquier reforma parcial necesitará referendo constitucional aprobatorio”.
Por su parte, a nivel de la Constitución Política de la República Bolivariana de Venezuela, en el artículo 342°
se establece: “La Reforma Constitucional tiene por objeto una revisión parcial de esta Constitución y la
sustitución de una o varias de sus normas que no modifiquen la estructura y principios fundamentales del texto
Constitucional”, y más adelante; pero ya en el artículo 347° del cuerpo legal glosado, prescribe: “El pueblo de
Venezuela es el depositario del poder constituyente originario. En ejercicio de dicho poder, puede convocar a
una Asamblea Nacional Constituyente con el objeto de transformar el Estado, crear un nuevo ordenamiento
jurídico y redactar una nueva Constitución”.

Los casos citados, tienen por común denominador la posibilidad de reestructuración de sus bases o pilares
fundamentales, que un sector de la doctrina sigue denominando reforma y que el propio Carl Schmitt bautizó

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“como destrucción de la Constitución”; aspectos que propongo deben ser analizados en los predios académicos,
pues en tanto nos seguimos jactando de presentar el mayor crecimiento económico de los últimos años a nivel
de la región; sin embargo descuidamos aspectos neurálgicos para los ciudadanos en general. En este rubro,
algunos países de la Unasur nos están llevando la delantera, en la medida que si el sistema político vigente en
su territorio no funciona es reestructurado en todas sus líneas, con la participación incisiva de todas sus
organizaciones de base etnias, ocasionando la tan anhelada revolución de todas las sangres.
Los límites en el proceso de reforma constitucional vigente, no debe significar problemas u obstáculos, más
bien un mal necesario en razón al proceder de la clase política de turno. Su mala praxis obliga preservar algunos
criterios rectores destinados a condicionar o limitar su accionar, en su defecto ya se habrían adoptado
decisiones descabelladas como por ejemplo: pretender apartarse de los alcances del pacto de San José de
Costa Rica (idea que no se borra de la mente en el oficialismo), no porque se anhele resolver problemas
relativos a una eventual afectación de nuestra soberanía, ya bastante relativizada hoy en día, sino porque se
pretende crear el espacio idóneo para la arbitrariedad.

Todo texto constitucional, sin perjuicio de ser considerado el instrumento normativo supremo de un Estado, es
fiel reflejo de su proyecto político común, es decir, representa la visión de país proyectada a corto, mediano o
largo plazo y ésta es en cierto modo la explicación del por qué hay textos constitucionales antiquísimos en el
mundo como la de los Estados Unidos (1787) y la constitución viva de Inglaterra (1215). En efecto, que un país
ostente un proyecto político común, importa que el espíritu de Nación sea fuerte haciendo que todos sus
integrantes conduzcan el vehículo hacia la misma dirección, siendo factible que el proceso de reforma
constitucional tenga plena efectividad.

Referencia Bibliográfica:

Recuperado de:
http://peruintelectual.blogspot.pe/2010/10/reforma-constitucional-o-reforma-social.html

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Cambio y Constitución

La constitución vigente, que ha prestado grandes servicios, ya no es suficiente para garantizar


nuestros derechos. Estamos obligados a fijar nuevas reglas que limiten el poder, también financiero y
devuelvan la eficiencia a nuestros dirigentes.

La necesidad lo determina todo. Somos la única especie que para poder vivir tiene forzosamente que decidir,
tiene que elegir y competir. Y esta necesidad se ha convertido en nuestra categoría diferenciadora y nos ha
forzado a organizarnos y a fabricar el Derecho, un conjunto de palabras, de reglas que inventamos para poder
defendernos, para poder mantenernos. La verdad en derecho es verdad porque nos interesa.

Por eso no hay un Estado sin Derecho aunque solo el Estado de derecho, la democracia, viene regulada y
sometida a una norma superior que nos dice quién puede ejercer el poder y en qué condiciones, cómo se hacen
las leyes y cuáles son nuestros poderes.

Así es; la Constitución es un producto nuestro, demasiado nuestro: parcial, imperfecto, caprichoso y siempre
interesado, que debe cambiar porque sus palabras también envejecen y se desgastan como cualquier otra
materia.

La Constitución es como el agua o el oxígeno, una herramienta, no un fin; un instrumento que no tiene nada
trascendente. Un pacto, un contrato social que institucionaliza un determinado “orden” que será justo si sirve
para realizar los derechos. Por eso la Constitución o la ley a toda costa no tiene sentido, porque lo primero debe
ser la persona, todo lo demás son medios e instrumentos.

Y así hace apenas una generación los ciudadanos nos tomamos muy en serio y consensuamos la mejor, la
más eficiente Constitución de nuestra historia. Pero todo lo que tiene un principio tiene un final. ¿Cómo podría
ser si no? Todo aquello que se produce nace y muere, y nuestro actual contrato social, sobre todo después de
la última reforma, está herido, fuera de época y los poderes del Estado muestran claros síntomas de debilidad
y la debilidad es ruidosa como la copa vacía que siempre hace más ruido que la llena, y autoritaria, porque el
más armado suele ser el más cobarde.

La forma de elección de nuestros representantes, necesaria y adecuada para consolidar la democracia tras
décadas de dictadura, no nos representa y las dotadas y caras instituciones de garantía han dejado de ser
comisiones de control para convertirse en instrumentos de los partidos y del Gobierno al que debieran vigilar.
Sencillamente, están a sus órdenes, pendientes de sus intereses e instrucciones.

¿Qué duda cabe? Los partidos endogámicos están contribuyendo a debilitar la democracia al instrumentalizar
las instituciones de garantía en su propio interés y convertirlas en muros de contención de las protestas. Cuando
las cosas van mal, cuando arrecian los gritos de indignación de la gente, piden un informe o aprueban una
norma para intimidar.

Han convertido la ley en propaganda, en objeto de consumo. Se anuncian, tramitan y reforman para calmar los
ánimos, para distraer la atención o desarticular una protesta. Leyes ligeras, sin consistencia, aprobadas para la
galería y a menudo poco claras, coyunturales, sin vocación de continuidad, incluso mal redactadas, con un
exasperante legalismo, un exceso de concreción, de rigidez, de detalle basado en la idea interesada de que la
realidad social puede y debe controlarse totalmente por las normas.
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Por eso repiten sin rubor “la legalidad y la constitucionalidad por encima de todo”, porque defienden su legalidad
y su constitucionalidad y la defienden porque está a su servicio y con ella nos amenazan. Incluso pueden
convertir la reforma constitucional en una “pose” y decirnos que todo lo hacen por nuestro bien. Pero cuando
los poderes democráticos necesitan levantar murallas de papel legal para protegerse es que algo se ha roto en
el fondo del sistema.

En fin, que la Constitución vigente, a la que rendimos culto por los servicios prestados, ya no es ni eficiente ni
suficiente para garantizar nuestros derechos y controlar al nuevo capitalismo financiero global, ante el cual
nuestros dirigentes han levantado los brazos. El resultado es el triunfo absoluto de la lógica mercantil frente a
unos ciudadanos cada día más debilitados, agotados de tanto competir.

Es verdad que el problema en gran medida es global y que siempre ponemos más énfasis en los momentos de
crisis que en las buenas situaciones, al igual que la enfermedad siempre se siente más que la salud, pero
tampoco podemos engañarnos, estamos en un momento desesperadamente y, en parte, artificialmente
complicado, con conflictos territoriales muy graves sin resolver por miedo a abrir el debate. ¡Presidente!
llamamos a la puerta y nadie responde.

Por supuesto que sabemos que la Constitución por sí sola no puede cambiar la realidad, que no resuelve los
problemas, pero qué duda cabe de que sí nos dice quién puede y debe hacerlo. Por eso conviene reafirmar
nuestro contrato social con una reforma que no se reduzca al cambio de las comas para disimular o al estudio
exclusivo de la gramática de sus palabras, que coincide con la falsa excelsitud de quienes ponen los ojos en
blanco cuando hablan del “concepto” de “ley” o de “principios” y no están dispuestos a dejarlos contaminar con
historias, casos o subjetividades.

No tenemos más remedio que dedicarnos a fijar nuevas reglas que limiten el poder, también financiero, y
devuelvan la eficiencia a nuestros dirigentes y la confianza en nuestros representantes. Necesitamos como el
agua un cambio constitucional creíble y que esté por encima de “todos”.

No hay otra opción, porque los cambios casi nunca son voluntarios; los cambios suelen ser inevitables y
necesarios y siempre los impulsan los que no están bien, los que más los necesitan. Y hay que abordarlos, sin
los tradicionales extremismos, que son la mejor forma de eludir los compromisos. Tan peligroso es no afrontar
la situación como afrontarla desde la perspectiva apocalíptica del que se consuela divulgando sus frustraciones
diciendo que no merece la pena hacer nada, que no hay remedio, que no hay solución porque las hay, aunque
parciales y temporales… Todo se construye a trozos.

Referencia Bibliográfica:

Recuperado de:
https://elpais.com/elpais/2015/07/22/opinion/1437583288_424971.html

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Soy Walter Mauricio Robles Rosales, abogado peruano, Profesor Principal de la Facultad de Derecho y
Ciencia Política de la UNFV, especializado en Derecho Constitucional y Ciencia Política en pre grado y en
las maestrías y doctorado.
Director de la Escuela Profesional de Derecho de la UNFV desde enero del 2011 hasta la actualidad. En este
Blog, usted podrá encontrar artículos, ensayos y trabajos de investigación sobre Derecho Constitucional,
Derechos Humanos, Derecho Administrativo, Ciencia Política, Conciliación, entre otros. Mediante esta página
web pongo a disposición de todas las personas mis trabajos, así como los comentarios de análisis político que
realizo a través de diferentes medios de comunicación y eventos académicos que se llevan a cabo en mi país.

La Reforma Constitucional

Un tema recurrente que es parte de la agenda política y que obliga a los partidos políticos a tomar posición
respecto de reformar la Constitución de 93 o una nueva Constitución por la vía de una Asamblea Constituyente.

Los líderes políticos y constitucionalistas más importantes del país tienen puntos de vista discrepantes al
respecto. Quien habla ha asumido ya hace un buen tiempo una posición eminentemente doctrinaria.

Plantearé la inquietante interrogante ¿Es necesaria una reforma parcial o un cambio total de la actual
Constitución?

¿Qué es la Constitución?

En primer lugar fijemos el concepto de Constitución ¿Qué es una Constitución?

Lasalle nos dice que una constitución es una ley fundamental sobre el cual descansa todo el sistema jurídico
político de una nación. Es una ley fundamental que expresa los verdaderos factores de poder que rigen en un
país.

Hans Kelsen dice que una constitución es el fundamento del estado, es la base del orden jurídico. Es un principio
donde se expresa jurídicamente el equilibrio de las fuerzas políticas, es la norma que regula la elaboración de
las leyes y la conducta recíproca de los miembros de una sociedad.

Carlos Santiago Nino nos dice que una constitución es una “carta de navegación “, porque guía y orienta el
destino de un país mediante procedimientos y valores que revisten de legalidad y legitiman el poder político
garantizando el respeto, la promoción y el desarrollo de los derechos humanos.

Es decir, la Constitución es un conjunto de normas que fundamentan y regulan la existencia del Estado, el
gobierno y la sociedad. Es la ley de leyes, es decir, la madre de todas las leyes, porque de ella se derivan todas
las leyes que forman parte del ordenamiento jurídico de una sociedad política.

¿Cuáles son las partes de una Constitución?


Y ¿cuáles son las partes de una Constitución? De acuerdo con la doctrina una Constitución se divide en los
siguientes:

1. El Preámbulo es la parte introductoria de la Constitución. Ella contiene la filosofía política, histórica,


sociológica y cultural, así como la doctrina de los más importantes pensadores y hechos que
caracterizan a una sociedad, todos los cuales sustentan la Constitución, de tal manera que su
finalidad está debidamente trazada en esa parte inicial, que algunos constitucionalistas creemos que
forma parte de la Carta Política. Por ejemplo la Constitución de 1979, conocida como la Constitución
de Haya de la Torre es explicativamente rica es su Preámbulo.

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2. La parte Dogmática contiene todo el acervo de los derechos humanos, convertidos en Derechos
Fundamentales. La doctrina considera que la parte dogmática es el núcleo duro de la Constitución.
Es decir aquella parte que no se puede reformar, cambiar o tocar. Por ejemplo, los derechos
fundamentales, la forma de Estado, el régimen político, etc.

3. La parte Orgánica es aquella que contiene el conjunto de instituciones y los mecanismos que los
articula. Son propiamente las normas que regulan el aparato político del Estado y del gobierno y de
la sociedad civil.

4. Y la parte final que contiene las Disposiciones Finales y Transitorias, que sólo rigen por un tiempo
determinado y que generalmente constituyen el puente normativo entre la Constitución vieja y la
Constitución nueva

El concepto de Reforma y el núcleo duro de la Constitución.


Ahora bien, fijemos el concepto de reforma en su verdadera acepción. En primer lugar, el concepto de reforma
implica una reforma parcial, es decir, reformar las parte de un todo. Bajo este concepto se puede reformar un
artículo, un capítulo, o un título de la Carta Política. Sobre la existencia de ese todo habría que hacer las
reformas. Pero la reforma de un todo tiene que respetar los principios rectores que sustentan ese todo, tiene
que respeta su núcleo duro. No se puede alterar sus esencias.

En nuestro caso, ese TODO, sería la Carta del 93 y lo que se pretende es hacer una o varias reformas sobre
todo. Es decir, habría que hacer meras reformas, sin tocar su núcleo duro, respetando sus esencias, su
identidad y garantizando su continuidad constitucional. Porque reformar no es suprimir el TODO.

Si se exige una reforma, entonces, ¿qué instituciones se quiere reformar? ¿Se quiere reformar el
Congreso de la República para que no sea de una sola Cámara sino de dos Cámaras? ¿Se quiere
reformar la modalidad del voto, para que ésta no sea obligatoria sino facultativa? ¿Se quiere reformar
las atribuciones del Presidente de la República para que sólo sea Jefe de Estado más no Jefe de
Gobierno?

En puridad de verdad toda reforma es buena porque permite que una Constitución del siglo pasado, gracias a
su reforma, se convierta en una Constitución moderna y ágil y por lo tanto, aplicable.

La Constitución de 1993: Origen ilegítimo e ilegal


Esta premisa nos plantea referirnos el origen de la Constitución de 93. ¿Cuál es su origen? Me pregunto ¿La
Constitución del 93 fue el resultado de un movimiento de propuestas, de opinión, de debate nacional? ¿Hubo
un “sentimiento constitucionalista” en el país para hacer la Constitución del 93, como diría Lowenstein? ¿La
Constitución del 93 tuvo un origen legítimo que la convierta en invulnerable a cambios profundos y modernos?

Creo que esas interrogantes son fundamentales, porque una Constitución, no es cualquier ley ordinaria, no es
el resultado de la ocurrencia de unos pocos legisladores que diseñan una Constitución por encargo de algún
autócrata de turno, Una Constitución trasunta la voluntad constituyente del pueblo soberano.

Entonces, para elaborar la Constitución del 93 ¿hubo una convocatoria nacional, un sentimiento constitucional
en todo el país, que le entregaba poder constituyente a aquello legisladores de un denominado Congreso
Constituyente, que de democrático sólo tuvo el nombre, con facultades para desconocer la Constitución de
1979? ¿Quién o quiénes le dieron facultades de Poder Constituyente a quienes se atrevieron a quebrantar el
Art. 82° de la Constitución del 79, y hacer una nueva Constitución como fue la del 93? ¿Acaso el poder de un
gobierno usurpador tuvo poderes constituyentes para hacer una nueva Carta Política? ¡Nadie¡

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Al autócrata de Fujimori y a sus amigos se les ocurrió diseñar una Constitución a su medida: autócrata con
visos de liberalismos que afirmara la concentración del poder, que borre toda mención de lo “social”, y que el
Estado sólo tenga la función de un ente subsidiario que atienda allí donde no es negocio para las empresas
transnacionales, y que se entierren las ideas de concertación, de propuestas sociales, cooperativas, comunales
y laborales de trabajadores y campesinos.

El constitucionalista español Fernández Segado, calificando a la Constitución del 93 nos dice que esta
Constitución más que original es un texto que simplemente ha buscado acomodar una Constitución con la
particular concepción de gobierno a los intereses políticos de Fujimori y con escasas innovaciones. Enrique
Bernales, agrega que, había que poner un MARCO JURÍDICO AD HOC al proyecto político-militar de
reestructuración autoritaria del Estado y la sociedad que aparentemente inspiraron el golpe.

Abona a su ilegitimidad, que esta Constitución del 93 después de haber sido aprobada en el llamado Congreso
Constituyente Democrático, cuando se somete a referéndum, su resultado es duramente cuestionado, por el
fraude que se comete en unos resultados obscuros.

Entonces, el origen de la Constitución del 93 es ilegal e ilegítimo, cuya esencialidad calza a un régimen político
autócrata, afirmo, que NO DEBE SER EL TODO SOBRE EL CUAL SE HAGA LAS REFORMAS NI PARCIALES
NI TOTALES. Porque estaríamos construyendo un edificio moderno sobre bases corroídas de corruptelas,
hediondas y putrefactas. Poca vida tendría lo saludable y bueno de algunas reformas parciales que tenga como
fundamento las putrefacción de las mismas autocráticas.

Lamentablemente la clase política tomó una decisión tibia, una decisión hipocritona, que consistió es solo borrar
la firma de la promulgación de la Constitución del 93. Esa decisión que osciló entre la ridiculez y los intereses
privatistas que pinta de cuerpo entero a una clase política desfasada de la historia y de la modernidad. Ese
matrimonio antinatura entre lo legal y lo ilegal, entre lo legítimo y lo ilegítimo, será el baldón histórico de quienes
no tuvieron el coraje de REIVINDICAR la dignidad del pueblo y del patriarca de una Constitución de 1979, de
avanzada que orientó Haya de la Torre.

Referencia Bibliográfica

Recuperado de:
http://constitucionalrobles.blogspot.pe/2010/02/la-reforma-constitucional.html

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