Está en la página 1de 25

CAPITULO 16

—Zoé, —se oye una voz como no queriendo ser escuchada por la ventana de mi cuarto. —
Zoé, —se vuelve a escuchar, ahora seguido de un “toc-toc” sobre el cristal.
En serio quiero responder, pero si mi instinto no me falla aun es de noche, la tenue luz de la
luna que entra por las cortinas entre abiertas me lo confirma y las ganas de hacerlo
desaparecen.
—Zoé, hey, abre. —Me dice la voz, y vuelve a tocar la ventana.
Logro abrir los ojos, aún sobre el cansancio y veo hacia la ventana sin moverme de mi
cama. Hay alguien allí. Me espanta e inmediatamente despierto. No identifico quién es. No
sé desde cuando está allí observándome, no sé qué busca, estoy a punto de gritar a papá y
vuelve a hablar.
—Zoé, amor, soy yo, abre. —Dice muy quedito para solo oírlo yo.
— ¿Tito? —Me levanto despacio con ciertas sospechas.
Las cortinas de la ventana están abiertas pero la ventana cerrada. El cristal no es tan grueso
como para ahogar la voz o ruidos del que esté cerca o hable otra vez de ella. Me pongo las
pantuflas y me mantengo lejos de la luz de la luna que sigue entrando por la ventana.
—Abre amor. —Lo identifico claramente ahora. Es Tito, es su voz.
— ¿Qué estás haciendo aquí? Es tarde. —Le respondo quedito sin moverme del lugar en el
que estoy, no quiero moverme, estoy en pijama. Y para ser franca estoy espantada.
— ¿Me vas a dejar aquí afuera? —Me dice.
— ¿Es que no entiendo nada? Es muy tarde, —le digo eso y tomo el celular para ver la
hora, 4:15am. —Tito, es demasiado tarde. Vete, me das miedo, luego hablamos.
—Abre o entro a la fuerza. —Noto como le muda el rostro ante mi negativa.
—No por favor, no quiero problemas, mi papá tiene el sueño muy ligero, si escucha ruidos
vendrá inmediatamente.
—No me importa, —responde retador.
—Por favor, entiende, ¿Qué te pasa? ¿Es tu mamá? ¿Ella está bien?
Sigo inmóvil desde la esquina de mi cama. No sé qué hacer y me invade el miedo, intenta
verme a través del cristal pero sigo en un lugar donde la luz de la luna no me revela ante él.
De pronto le da una patada a la ventana y el cristal se hace pedacitos y abre la ventana.
— ¡Papá! —Grito con todas mis fuerzas. Lo veo entrar por la ventana y me aterra.
— ¡Cállate! —Me dice al momento que camina hacia mí en un tono bajo pero agresivo.
Intento dar la vuelta por encima de mi cama para escapar pero las piernas no me responden,
es como si estuvieran muertas. El miedo me paralizó. Intento gritar pero la voz se hunde en
el silencio y mi corazón junto con mi cuerpo tiembla. Estoy en shock. Se acerca lento pero
sin detenerse. Saco fuerzas de lo profundo y vuelvo a gritar: ¡papaaaaá!
—Zoé, qué pasa hija ¿todo bien? —Escucho la voz de mi padre y abro los ojos una vez
más. Estaba soñando.
Me levanto de la cama y corro a abrir la puerta y lo abrazo llorando. Me pregunta qué paso,
pero no sé qué decirle. Me abraza fuerte y después me toma del rostro limpiándome las
lágrimas volviéndome a cuestionar, pero no le respondo nada.
— ¿Una pesadilla? —Me dice. Y le respondo que “sí” asintiendo con la cabeza.
—Ya tranquila, todo está bien. Son terribles. A todos nos pasa, no exageres.
—Fue muy real. —Respondo.
—Lo sé. Si no fueran tan reales no fueran tan agonizantes, —me da un beso en la frente, —
cámbiate que ya es tarde, en 30 minutos me voy.
Sale del cuarto y yo me quedo parada en la puerta como con autismo temporal, viéndolo
bajar por las escaleras sin moverme, luego fijo mis ojos en la ventana pensando en la
pesadilla. Intento acelerar las cosas y en menos de 20 minutos estoy lista. Hago el cambio
de libros para el día de hoy, tomo el celular y lo guardo junto con los libros en la bolsa.
— ¿Nos vamos? —Le digo a papá.
—Uuuy, ¿pero por qué tan seria? —cuestiona mamá.
—No estoy de humor, —respondo lo más amable que puedo. Me acerco a darle un beso y
camino hacia la puerta de salida. — ¡Vamos papá!
—Hey, tranquila. Yo no tengo la culpa de tus malas noches y pesadillas. —Dice
bromeando.
—Fue una buena noche, pero un mal sueño. —Respondo con los nervios aun de punta.
— ¿Qué pasa bebá? —Indaga ahora mi mamá.
Sólo le digo que tuve una pesadilla, de esas donde quieres correr de un payaso asesino que
te quiere hacer pedazos con una motosierra y no puedes. Rieron. Pero la verdad, es que
aunque no fue un payaso, ni me alcanzo con una motosierra, fue muy real. Y aún me sentía
angustiada. En mi mente había miles de preguntas, desde la actitud de Tito en el jardín del
hospital, hasta el sueño de esta mañana. Papá se puso de pie y caminamos juntos hacia el
auto. Le lancé otro beso a mamá y le dije adiós con la mano. Ella respondió de la misma
manera. Fijé mi vista en la carretera y no dije nada. Son esos días en los que te parece un
desperdicio de tiempo decir algo cuando lo único que quieres es callar al mundo entero para
que te deje pensar. Papá lo sabía, y sólo me dijo:
—Pasaremos rápido a la gasolinera, ¿de acuerdo?
—Ajam. —Y él sabía que era una expresión de “no me importa”, en el mejor sentido.
—Ok. —Y yo sabía que ese “ok” era una expresión de “te amo aunque andes de genio
monstruoso”.
Llegamos a la gasolinera y papá bajó del auto. Pagó al gasolinero, y después se fue a la
tienda a quién sabe qué. Me quedé unos minutos sola con las miles de voces en mi cabeza.
Me recosté en el asiento acomodándolo como una cama improvisada y cerré los ojos. Hago
memoria de la pesadilla, y aunque ya no siento miedo, ahora me invade una desconfianza.
¿Qué está pasando Dios? o ¿qué va a pasar? Abro los ojos, acomodo de nuevo el asiento de
golpe y busco el celular rápidamente, ¡Demián! Me pareció ver un mensaje de él cuando
guardé el celular pero no lo confirmé. Saco el celular y descubro dos mensajes suyos en
espera de ser leídos.
Hay una foto de su cabello alborotado seguida de: “Muy bien, lo lograste, estoy que muero
de sueño”.
Se siente tan bien leer y ver sus ocurrencias. Y añade: “Mis ojeras tienen nombre y
apellido: tú”.
—¡Awww cosis…! —digo fuerte dentro del auto estrangulando el celular.
Volteo y veo a papá observándome estupefacto.
—Ah ok, —me dice. Y no contengo la risa. —La soledad te hace bien, ¿verdad?
—No es la soledad, aunque a todos nos hace bien.
—Lo digo porque venias con cara de mártir, sólo te dejo sola un momento y te encuentro
eufórica.
—Es que me escribieron algo chistoso.
— ¿Tienes amigos payasos?
— ¡Ay papá! No. Es alguien.
— ¿Tito? —Preguntó.
“Olvídalo”, le dije sonriendo. Salimos de la gasolinera rumbo a la escuela. Intento
responderle y antes de enviar el mensaje el celular colapsa y muere por falta de energía.
Haber escuchado “Mi manos necias” en la nota de voz de Demián tiene sus consecuencias,
como esta.
— ¡Ugrrr! ¡Rayoooos! ¿Por qué no inventan celulares que se carguen con el calor de las
manos del usuario, o sea, mi celular nunca carecería de carga?
—Claro, igual deberían inventar medicamentos, terapias, etc., para restructurarte o sanarte
las manos cuando la radiación del celular te las deforme por tenerlo pegado a tus manos
todo el día para que se carguen, ¿pero por qué no se nos había ocurrido antes algo tan
maravilloso como eso?
— ¿Se nos había ocurrido? —pregunté.
—Si a los humanos. —Respondió papá con una sonrisa ácida en los labios.
— ¿Te estás burlando?
—Ammm… ¡sí! —Dijo arrugándome la cara y sonriendo burlescamente.
Antes de responderle palabra estábamos en la entrada del colegio, sólo le dije “feo”, le di
un beso en la mejilla y bajé del auto. “No podré recogerte hoy, toma un taxi a casa”, me
dijo explicándome que compromisos en la oficina le impedirían hacerlo, pero que me veía
en casa para ir juntos a visitar a la familia pastoral. Aunque de visita no tendría mucho
debido a que hoy era día de servicio, pero lo más probable es que papá quisiera o llegar
antes del servicio, quedarse después del servicio o invitarles a cenar.
—Está bien Pa´. —Cerré la puerta del auto dije adiós con la mano y se fue.
Un pie a dentro del colegio y la prefecta cerró el portón. Me miró extraño, y yo le devolví
la mirada como diciéndole: “qué, uno tiene derecho a escoger quien será su chofer ¿no?”
Me sonrió y caminé a prisa al salón.
Estaba allí sentado, Demián. Como esperándome, con la pierna izquierda cruzada
moviendo el pie impaciente que descansaba en la rodilla, apoyando el mentón en su mano
izquierda, haciendo, a lo que interpreto de lejos como garabatos en su libreta. Sólo me vio
de reojo pero no hizo más. El profesor ya estaba empezando a escribir algo sobre el
pizarrón.
—Señorita Echegaray, ¿se va a quedar allí o va a pasar? —Espetó.
—La verdad es que me hubiera gustado que eso mismo me preguntara mis padres esta
mañana: “Hija te vas a quedar aquí en casa o iras al colegio”.
— ¿Y no le hicieron esa pregunta? —Cuestionó.
—Pues, ¡heme aquí! De habérmela hecho, usted no me estuviera haciendo la pregunta que
me acaba de hacer. Porque sabe, quería quedarme a dormir.
—Pues si gusta, puede irse a dormir a la dirección. —Contestó mirándome por encima de
sus finos lentes de fondo de botella.
—Yo sugiero que comencemos la clase, profe. —Dijo Demián. Y todos los ojos se
clavaron en él.
— ¿Qué? —Cuestionó al sentir pingüinos en la fría mirada del maestro, —no sé, yo sólo
digo. —Sonrió, muy bonito. Y me miró cerrándome un ojo.
El profesor me hizo un ademan indicándome que entrara y no dudé en hacerlo sin hacer
algún absurdo comentario porque al parecer mi cerebro seguía dormido. Las clases pasaron
como viento. Y en menos de lo que imaginábamos ya estaba sonando la campana para salir
al receso. Demián fue el primero en ponerse de pie, entregar la tarea que estábamos
haciendo y después salir. Después Carolina, y yo le seguí.
—Hey, te estaba esperando, vamos a la cafetería. —Me dijo Carolina sentada en las
escaleras por las que se descienden al patio.
—Vamos, muero de hambre.
—Zoé, no voltees, —dijo Caro susurrándome al oído mientras hacíamos fila en la cafetería,
—pero hay un tipo muy guapo a las 3, solo. Leyendo: Posdata te Amo. ¡Adivina quién!
— ¿El tipo tiene el cabello negro y muy cortillo? —Dije sonriendo.
—Ajam. Respondió Carolina siguiéndome el juego.
— ¿El tipo tiene unas cejas que le decoran los ojos bellísimos que matan poquito a poco,
moreno, mide aproximadamente 1.75 metros si no es que más?
—Sí. Aunque necesitaría verlo más de cerca para confirmarte. —Sonreí.
—Muy bien, creo que ya sé quién es. Por último y para confirmar, ¿el tipo se las da de muy
interesante?
—Igual y no eh, porque mira que como sin nada se ha puesto a platicar con Martha.
— ¿Cómo? —Volteé rápidamente hacia donde se supone estaba, y él lo notó. — ¡Ingrata!
— Dije en silencio para que sólo Carolina escuchara. Al parecer, algo chistoso le estaba
diciendo Demián porque ella estaba riendo a carcajadas.
Carolina le levantó la mano a Martha y le indicó que le apartara dos lugares para mí y para
ella, “yo no me voy a sentar allí”, dije negándome. Obviamente sí quería, pero la negativa
no me duró mucho porque a los segundos de haber comprado Carolina se dirigía hacia los
lugares que Martha había apartado y yo estaba haciendo el ridículo al quedarme allí parada,
y aun lo haría más si me iba a sentar a otro lado.
—Hola, nos vamos a sentar aquí, —dijo Caro.
—Claro, adelante. —Amablemente ayudó a Carolina con lo que llevaba en las manos, pero
a mí no.
—Yo también me voy a sentar aquí, —dije.
—Ok, creo que sí entramos. —Respondió. Y no movió ni un dedo para ayudarme.
—Chicas, les presento a Demián, —Martha y sus presentaciones incomodas hablaron, —
Demián ella es Carolina. Carolina él es Demián. Demián ella es Zoé, Zoé él es Demián. —
Culminó Martha con una enorme sonrisa en los labios, sabiendo que, hasta cierto punto lo
conocía mejor que todas juntas.
—Mucho gusto, —saludó a Caro. —Encantado, —me extendió la mano, y lo miré con cara
de: “sin verguenza”.
— ¿Que te ha parecido el colegio en estos primeros días? —Preguntó Martha sin dejarlo de
mirar maravillada, como si jamás lo volviera a ver.
—Ammm… a decir verdad, bien. Incluso mejor que mi antigua escuela, a la cual extraño.
— ¿Y porque te cambiaste de escuela? —Cuestionó, Caro.
—A papá le ofrecieron un mejor puesto, y tuvo que trasladarse, —hizo una pausa… —aquí.
—Ese “aquí”, suena como: “el lugar más terrible del mundo”. —Dije.
—La verdad es que cualquier lugar del mundo, puede ser el más terrible del mundo, o el
mejor, según los ojos con que lo veas. El cielo, podría ser el lugar más aburrido del mundo
y el infierno el más divertido, si así lo quieres ver. Pero al fin y al cabo, la realidad de las
cosas te harán ver lo correcto, la ficción nunca irá sobre la realidad, aunque esta domine por
mucho tiempo.
— ¿Te gustaría ir al infierno? —Pregunté extrañada.
—No gracias, ya estoy apuntado para ir al cielo. —Contestó y sonreímos. —Respondiendo
a tu pregunta, —me dijo, —creo que hay un rincón, un punto, un lugar, área, espacio o
persona que hace de los “aquí”, sea el lugar y tiempo que sea, un “aquí” bello y único. Y
cuando fijas tus ojos en ese punto, lugar o persona, todo se embellece, y cualquier “aquí”,
vale la pena estarlo. Y yo, quiero fijar mis ojos en esa persona que hace de mi “aquí” el
porqué de mi todo fututo.
Mientras hablaba, me miraba. No me quitó los ojos de encima y cualquiera entendería, o
quizá sólo yo, que era su persona que hacía de su “aquí” un lugar perfecto. Si así era, estaba
condenada a tener la mirada de este patán por mucho tiempo, y de confirmarse, íbamos a
terminar en serios problemas. Carolina me miró de reojo y levantó una ceja como diciendo:
“esa fue una indirecta para “alguien”. Ese alguien era yo. Las mujeres somos expertas en
indirectas, cuando una mujer muere, su lapida debería estar invertida. La sorpresa es que
este tipo sabia de indirectas, y una mujer que detecta que un hombre entiende indirectas,
tiemblan. Porque el 70% de sus agresiones silenciosas se vuelven nulas. Marta le hizo otras
preguntas triviales, como: de qué trataba el libro que leía, si tenía hermanos iguales a él,
imagino que esto lo hacía porque sabía que con él, posibilidad no tenía. Pero dijo que sólo
una hermana, y él era el más guapo de los dos. También le preguntó Carolina sobre de qué
ciudad era, sus padres, etc., pero nada profundo, hasta el momento.
— ¿Y tienes novia? —Dijo Carolina.
—Sí, —Respondió tan livianamente. Y a mí me invadió un no sé qué, —sólo que no es de
aquí.
—Oh, es difícil el amor a distancia, ¿no? —Indagó Martha.
—Hasta cierto punto. Y también son la cosa más bonita del mundo, por ejemplo ella vive
en el futuro.
— ¿Te drogas o algo así? —Le pregunté para cerciorarme de que no estaba jugando con su
tonta respuesta.
—No, pero fíjate que mala idea no es, digo, para así ocultar que mi verdadera adicción es
ella.
— ¿Por qué tratas de decir cosas interesantes a las que uno no les encuentra sentido? —
Dije.
— ¿Por qué tratas de evadir tú el sentido de las cosas y distorsionarlas con la excusa de que
no las entiendes? —Respondió con una ligera sonrisa pícara.
— ¡Pues que es eso de decir que tu novia vive en el futuro! ¿Quién te crees? ¿Martin
McFly? ¡Doc, Doc..! —Respondí en tono sarcástico. Y el torció la boca.
— ¡Ay que calor hace aquí! —Corearon Carolina y Martha.
Me miró unos segundos, abrió el agua que tenía y bebió sin dejar de mirarme. Hizo una
ligera mueca y volteo a ver a mis compañeras que considero al igual que yo esperaban una
respuesta, tonta o inteligente, no importa, la esperábamos.
—Dime, —empezó a responder, —qué de malo tiene que ella viva en el futuro. Qué de
malo tiene que esté enamorado de alguien que ahora no esté conmigo, pero, que en la más
exacta de las hipótesis, y con una gran dosis de fe, pero nunca negando que debo
esforzarme para ello, terminará siendo mi novia. Qué de malo que alguien esté con otra
persona en el presente que no sea yo, pero cuando miro al futuro, la veo conmigo.
Porque, si al fin de las cosas no estoy en su presente, estaré en todos sus futuros. Aunque
ella ¡no lo entienda! De todos modos, el futuro se va haciendo presente todos los días, y al
mismo tiempo pasado, día a día. Y no quisiera decir que el destino une cosas, situaciones o
amores, porque sinceramente no lo creo, lo que sí creo es que quiero estar en su futuro, y
hacer de ese futuro eternidades efímeras, que duren para siempre aunque sea por instantes.
Eso, no lo hará el destino, lo hará ella y yo. Aunque el único consciente de las cosas hoy,
sea yo.
Cuando terminó de hablar, me ardía la cara. Si quería que me sintiera interesada en toda la
perorata que emanaba de lo más profundo de sus neuronas, lo consiguió. En mis labios, por
si no lo noto, había una sonrisa dedicada a él y a todo su discurso raro y lindo.
—Awww que bonis, —dijo Caro, — ¿verdad Zoé?
—Síííi… —Añadió eufórica Martha al tiempo que sonaba la campana para volver al salón.
—Sí, ok, lindo. Vámonos al salón que se hace tarde, —respondí fríamente.
No sé hasta cuando me iba a durar la estrategia de chica inconquistable con ese tipo
tumbando mis muros, y mi novio.
Martha y Carolina dijeron que iban rápido al espejo del baño y yo levanté la basura que
habíamos dejado sobre la mesa. Demián no dijo nada, pero me ayudó a levantar las
servilletas juntándolas en un plato, tomamos la misma y rosaron nuestros dedos, quise
esquivarlo y presiono ligeramente mi dedo índice con su dedo índice, lo mire y dijo:
—Eres la persona que hace mi aquí el lugar más bonito de este mundo y los que me he
inventado.
—Demián, ¡ya te dije que tengo novio! —Respondí con cara de “basta y lo siento”.
—En el presente, —dijo sonriendo, —pero en el futuro ya veremos.
— ¡Cállate ya! ¡Fastidioso!
—Encanto, se dice. —Y retiró suavemente su dedo del mío. —Por cierto, que bonita te vez
cuando sonríes por mi causa.
—ja ja ja, —expresé una sonrisa fingida, —Pfff ¿Por tu causa? ¿Te engañas?
—Bueno, deberías mirarte al espejo cuando me escuchas o vez. Y te vas a dar cuenta que
hasta mi nombre se te forma en los labios.
— ¡Eres un ridículo engreído!
—Maravilloso, se dice. —Respondió.
Se dio media vuelta para subir por las escaleras dejándome con la palabra en la boca, iba a
ir tras él para decirle algo agresivo, o quizá no tanto pero Carolina y Martha me alcanzaron
y tuve que ir al paso de ellas. Y ya pensándolo bien, eso de que esté ausente en mi presente
pero que puede vivir en mi futuro no suena tan mal. Sonreí.
— ¿De qué te ríes? —preguntó Carolina mientras nos acercábamos al salón.
—Del tonto de Demián y su ridícula novia del futuro. —Reímos.

CAPITULO 17

—Sé que ya todos se quieren ir a casa, sé que ya están cansados, y la verdad yo también.
Pero vamos a aprovechar estas últimas dos horas, y quien acabe la tarea más rápido se
puede ir en paz, ¿trato hecho?
Por supuesto que queríamos aceptar el trato de Josh Moguel, profesor de literatura, por lo
menos yo sí. Pienso que hay un momento que por mucho que te guste la escuela y todo lo
que ello implique, no quieres estar sentado oyendo a un maestro, que en el peor de los casos
no te enseña nada, sino que atrofia el pensamiento, ese tipo de maestros son tóxicos para
mí. Siempre tengo problemas con ellos, en el mejor sentido lo digo, no soy un chico
problemático, pero sí muy necio para aprender. Soy de esos que tienen que tener todas las
variantes a la vista y aclaradas o me detengo para aprender. Lo sé, no debería ser tan
extremista, pero si no hago esto, no aprendo. El problema que tengo con ese tipo de
maestros que atrofian el pensamiento es que, siempre se quejan de que no aprendo como
ellos enseñan, pero yo no tengo la culpa de salir bajo en las calificaciones y sus
expectativas, el problema lo tienen ellos por no saber enseñar a un genio creativo como yo.
Pero en el caso de Moguel, aunque sí me quería ir a casa, me gustó como presentó su clase
y atrapó mi atención, no lo consideré toxico, pero mi niño interior estaba haciendo
berrinches por irse a casa o a cualquier lugar, menos la escuela.
—Cuando se habla de comprensión de textos literarios… —empezó el profesor con mucho
dinamismo después que todos asentimos con un fuerte “¡trato hecho!” ante la oferta que nos
planteó, —…el significado literario está constituido por…—todos atentos a la clase y yo
haciendo un gran esfuerzo por no desmayarme del sueño.
Después de 40 minutos de exposición, preguntas, anécdotas y mil inventos interesantes que
enriquecían su clase, procedió a explicarnos los diferentes tipos de textos literarios. Empezó
con la poesía, a lo cual dijo: “hoy sólo trabajaremos con una parte de éste tipo de textos”.
Se suponía, según nos iba explicando, que este era el punto más importante de la clase, ya
que antes de irnos a casa deberíamos escribir un poema, o pseudopoema en todo caso. “Si
alguien plagia, o copia la idea de su compañero olvídese de tener derecho a examen en el
bimestre”, afirmaba el maestro. Ahora entiendo porque papá eligió esta escuela, el mismo
discurso (que ya parece amenaza), lo han dado todos los profesores esta semana de inicio
de clases, siempre buscando tener altos estándares de calidad y honestidad. “google puede
ser muy peligroso para ustedes si no lo saben usar”, añadió. Pero, debido a que papá
siempre obligaba a Diannela y a mí a escribirle cartas bonitas a mamá cada día de las
madres, tuve que empezar a leer algunos libros de poesía desde los diez años, aunque recién
estoy aprendiendo la teoría con Moguel, así que no me representaba un problema su
comentario sobre el plagio y eso de copiar, tenía suficiente creatividad, eso esperaba, para
escribir algo e irme a casa.
—Un poema se desarrolla en cualquier número de temas por ejemplo: un objeto, una
persona, un paisaje, un sentimiento… —dijo eso y muchos corearon el clásico: “ay
maestro, ya vámonos” pero los calló con un suave y firme “shhhttt”, continuó, —para
empezar a desarrollar su poema, hagan un listado con algunas de las características más
sobresalientes del tema que hayan… —siguió dando otras explicaciones pero ya no le
presté la atención que quizá demandaba. Esto para empezar a escribir o mejor dicho
centrarme en para quién iba a escribir. —También hagan un listado de los sentimientos que
puede despertar el tema de su poema. No se preocupen por el número de silabas de cada
frase, como dijo André Breton, “no te propongas nunca escribir sobre tal o cual cosa, sino
toma papel y pluma y deja que tu mano escriba sola…”, fue lo último que escuché con
atención.
“Tengo hambre prof”, “me duele la cabeza, así no pienso”, esa y muchas quejas a manera
de susurro se propagaron por todo el salón. Efecto de lo que llamo: el síndrome de
depresión pos-tarea final del día. Pero yo pienso en Zoé. Pienso, que si ya tengo una
oportunidad, por mínima que sea, aunque no objetiva, pero que me permite sacar al cursi
que llevo dentro, debo tomarla. A veces las mejores ideas y oportunidades vienen
disfrazadas de insignificancia, para que encontremos el valor que tienen, y solo aquellos
cazadores de oportunidades extraen lo mejor de ellas.
—Profe, y ¿no hay problema si elegimos a Dios para hacer un poema? —Cuestionó con
inocencia la dulce voz de Zoé.
—Para nada, —respondió Moguel, —Dios es el mejor poeta. Y los humanos su más
profundo soneto.
—Voy a escribir poesía erótica, —dijo Iván, un chico que siempre quiere estar en el centro
de la atención, es ese tipo de chicos con un comportamiento súper extrovertido y que te
hace preguntarte sin obtener respuesta: ¿será que su padre no lo abrazo lo suficiente o su
mama no tomó suficiente ácido fólico durante su embarazo? —He estado leyendo a E.L.
James, maestro.
—Iván, tien…—empezaba a intentar responder el profesor pero le interrumpí.
—Hey Iván, compraré la trilogía de 50 sombras de Grey. La pondré en una caja fuerte, y en
un futuro no muy lejano, si alguno de los hijas de James salen en los medios de
comunicación con algún escándalo sexual y por lo cual le preguntaran a James que piensa
al respecto, y lo más seguro es que diga: “no tengo nada que decir”, en ese momento, me
daré a la tarea de conseguir la dirección de E.L, James. Sacaré la trilogía de la caja fuerte,
se la enviaré por correo con una nota que diga: “Si usted no dice nada sobre el
comportamiento de su hijo, y el de muchísimos otros y alrededor del mundo, sus libros sí”.
— ¿Cómo? no entendí. —Respondió confundido.
—Pfff… no te preocupes, no tienes que entenderme, no te esfuerces. Escribe tu poema. —
Zoé entrecerró los ojos y sonrió, le devolví la sonrisa. —Disculpe maestro, lo interrumpí.
—No te disculpes. Inteligente tu comentario. —asintió son la cabeza, y nos apresuró: —
Sólo tienen 20 minutos para terminar esa tarea o no salen temprano.
— ¿Maestro podemos hacer uno por equipo? —Preguntó Martha.
— ¿“Uno” qué?
—El poema, un poema. —Respondió con rostro irónico.
— ¿Es muy complicado para ti hacer uno independiente?
—No, puedo hacer eso y más, —un “uuuuy” recorrió con eco el salón a manera de burla
por el presuntuoso comentario de Martha, — ¡Ay ustedes cállense!
—Ya tranquilos, dejen hablar a su compañera. —Salió a la defensa el profesor. —
Explíquese.
—Lo que Martha intenta pedir es que nos dejen trabajar en equipo a ella, Carolina y yo, —
aclaró Zoé. —Porque las tres queremos escribir del mismo tema.
—Exacto, —afirmó Martha.
—Adelante entonces. Pero no aceptaré un trabajo sin sentido. Tres cabezas piensan mejor
que una.
Acto seguido empezaron a trabajar, al igual que el resto de los compañeros. Escribo. Borro
y escribo. Y vuelvo a escribir. Pensé que sería más fácil, pero no lo es. Quizá es porque el
profesor nos está midiendo el tiempo, porque tengo como dos años sin haber leído algún
libro de poesía. O porque, lo que verdaderamente vale la pena cuesta, y en este caso me está
costando un corto circuito muy serio en mis neuronas. ¡Por Dios tanto que pienso en ella y
ahora no puedo escribir sobre ella! Pausa infinita, cierro los ojos. “Ya acabé maestro”, pasa
al frente Karla con una enorme sonrisa, y yo aun sin escribir una línea.
—Perfecto, pase usted al frente, lea lo que escribió y se puede retirar. —Le indica Moguel
desde su escritorio.
— ¡Ay no maestro, qué pena! —Espeta Karla con un bajo nivel de berrinches y cambios de
semblante.
—Entonces siéntese y espere hasta que acabe la clase.
—Ugrr, —se queja, —está bien. Leeré. —Se afina la garganta y apenada empieza.
—A ver chicos, atención al frente, su compañera leerá su poema, a la cuenta de tres todos
decimos: “Y ahora un poema…” —Lo decimos bromeando y Karla ríe. Pero nadie más
dice nada, ni una burla, ni una queja, porque ese es el destino de todos pasar al frente según
interpreto, así que todos intentan ser reverentes para que hagan lo mismo con ellos cuando
tengan que leer su intento de poesía.
—Hace muchas lunas que no te veo, —Leía Karla, —hace tantos soles que no te siento. Y
sin embargo estas aquí, dando vueltas en la galaxia que abandonaste…
Después de terminar de leer un par de líneas más, le brindamos un rápido aplauso, el
maestro toma nota y le indica que se puede retirar. Al parecer le funcionan algunas
neuronas. Después pasa Iván y procede a leer: “Ay infinitos más grandes que otros
infinitos…”
—Señor, está usted bromeando, ¿verdad?
—jaja, sí. —Ríe Iván de nervios, y el resto del salón por su imprudencia, se disculpa para
empezar a leer lo que escribió, —De este lado del mundo, siempre serás mía… —omitiré
los detalles sexosos de su intento de poema. Moguel anota y le indica que puede salir.
“Bye, bye…”, nos dice y desaparece al cruzar la puerta.
El tiempo corre y el profesor nos lo recuerda.
— ¡Terminamos! —Grita Carolina.
—Sííí… —le sigue Zoé y Martha.
Me brillan los ojos. Pasan al frente y para mí es como si nadie más existiera en ese
momento, sólo Zoé. El maestro les indica que sólo una debe leer y ambas optan por delegar
dicha responsabilidad a Zoé que me ve aterrada. “No sean malos, cierren los ojos”, pide con
carita de angustia. Nadie le hace caso, sólo gana un abucheo. “Cállense, ustedes no saben
nada”, la defiende Carolina. Silencio total, la escuchamos leer:
—Lo que escribimos le llamamos: “Tú siempre serás”. —El profe asiente ante el título y
Zoé lee suavemente pero con mucha precisión enfatizando detalle a detalle:
“Desde el fin, hasta el principio. O viceversa, no importa, nada te altera. Nada te cambia,
pues siempre, Tú eres. Nos callas con tu silencio. Y nos haces temblar al mirarnos.
Callamos. Temblamos y lloramos. De amor, de vida, de todo. Porque contigo no se conoce
la muerte. Y vivimos para morir por ti, se resucita en ti. Y caemos en tus manos y nos
arrullas como la madre al pequeño. Somos un universo feroz que se sosiega a tu aliento. Y
no hacemos sino mirarte. Y sí, cierto es que te negamos. A veces maldecimos, rechazamos
y blasfemamos. Y Tú inmutable. Tan Tú. Tan siempre y para siempre: amor. Y nos seduces
y enamoras, y nos callas con tu silencio. ¿Qué acaso no tienes límites? ¡Basta! Me digo, nos
decimos, lo gritamos. Te acercas y nos consuelas. Te vas, pero siempre te quedas. Allí, en
el aire, en el cielo. Las nubes como el polvo por donde caminas. Y el mundo gira y gira.
Pero Tú estás inconmovible. Y nada hacemos sino mirarte. Y nos asombramos. Sí, cierto es
que callamos de asombro. Pues te vemos, nos vemos; lloramos. ¿Qué somos? ¿Qué damos?
¿Qué deseas? Lo tienes todo y de ti se escribe, se habla, se piensa y vive. Pero de nosotros
nada a menos que nos permitas. Y sí, cierto, lo haces. Y nada te altera. Y no hacemos sino
mirarte una vez más, y no hay más que decir, tu silencio nos ha callado, tu amor asombrado
y cobijado en este frío que quema los huesos y congela la sangre. Frío de insatisfacción que
sólo se detiene en ti. Y no hay más decir, nada más que agregar; nuestro Dios Tú siempre
serás”.
Los aplausos de se dejan oír. Y estoy literalmente con un nudo en la garganta, escucharla
allí en frente leer así, dedicarle cada letra a Dios, es como la culminación de mi irrealidad
para empezar a vivir una realidad, no digo que sea una confirmación pero, ¡sí, conoce a
Dios! Termina de leer y me ve. Le devuelvo la mirada. Me levanta una ceja izquierda
torciendo la boca, como diciendo: “supera eso, patán”. Le levanto la ceja derecha y luego la
izquierda, como diciéndole: “ya veremos” y sonríe.
—Excelente muchachas, —les dice el profesor. —Se merecen exentar, pero mejor no, —
ríen de nervios, recogen sus cosas y el maestro les indica que se pueden retirar, pero dicen
que no.
—Queremos oír al chico nuevo, —dice Zoé. Y la miro con ojos de: “no me hagas esto”, —
¿verdad chicas? —Sííí, gritan las otras dos bandidas.
Todo está dicho, no se van a mover de allí hasta que pase al frente. Nunca había sentido
tanta carga de hacer algo bien, o quizá este era el inicio de las cargas por hacer siempre las
cosas bien para ella. Eso es lo que entendía en su demanda de miradas.
—Yo también podría escribir sobre Dios, —Le dije al profesor, —pero será en otra
ocasión. A manera de coctel de poemas, uno basta por hoy, —le lancé una mirada a Zoé.
—Usted escriba de lo que quiera, —Respondió Moguel.
Escribo a prisa manteniendo en orden mis ideas, y de vez en cuando volteo a ver a Zoé que
está cerca de la puerta con Caro y Martha. Me hace caras. Y la ignoro aunque estoy
concentrado en ella. “si en cinco minutos no acaban les pondré otra tarea para que cubra los
ultimo 30 minutos de la clase”, amenaza el profesor. Y me doy prisa.
—Acabé prof. —le digo nervioso.
—Adelante, Demián. —Paso al frente y me tiembla todo, pero debo mantener una
apariencia serena.
—Lo que escribí lo titulé: “El asunto eres tú, mi amor”. —Vi a Zoé mientras decía el título
del poema.
— ¿Quién? —preguntó el profesor.
—No, no. Nadie en específico. —Respondí nervioso.
—Su novia profe, —habló Zoé, —sólo que no lo escuchará porque vive en el futuro. —
Sonrió con sarcasmo.
— ¿Cómo? —Cuestionó el maestro.
— ¿Te estas burlando? Echegaray. —Le pregunté amablemente frunciendo el ceño.
—Ya basta, déjense de cosas y luego pelean. Lee por favor Demián. —Intervino el profesor
ubicándome en lo que tenía que hacer.
—Sí, lo siento. Ahora leo. —Me aclaré la garganta y calmé mis nervios. Leí:
“El asunto es ella. Ella que resucita mis muertes con un beso, aunque no me haya besado, y
ahoga mis nostalgias con caricias de sus ojos. Ella se viste de suspiros, y se esconde en mi
sonrisa. Ella es la luna que ilumina mi planeta, la estrella que toco con mis labios aunque
no la haya besado. Ella es un universo exclusivo, un mundo no explorado. El asunto es ella.
Que no me deja, que sigue aquí, que me sabe suyo, y lo disfruto. Lo disfrutamos. Que no
me pide nada, sin embargo estoy dispuesto a darle todo, en medio de mi nada. Es ella.
Causante de mi yo, en ella; de un nosotros para siempre. Desde hoy. El asunto eres tú, vida
mía, novia mía aunque hoy no lo seas. Cosa mía. Y te llamo cosa, porque en ti vive cada
milésima de motivos que hacen brillar mi vida, eres cosa mía. Novia mía, tus ojos son la
ciudad de mis curiosidades. Tu cabello que me trae suelto de mi ego porque lo somos. Tu
sonrisa, el infinito donde caer es levantarse. Tú duermes en mis realidades, y despiertas en
mis sueños. Ya quiero que nos encontremos en el futuro para vivirnos en medio de esta
muerte que genera esperarte. Pues es cuando dejemos de buscarnos en sueños que nos
encontraremos en la realidad. Mi realidad sin ti, se vuelve una ilusión, un sueño, una nada.
He perseguido tu ausencia en medio de mi todo efímero. Y me atrapaba un vacío lleno de
todo, menos de ti. Y se volvió abismo. No me busques, yo te encuentro amor. Te crearé en
letras si no existes. Pero mis ideas desaparecen de la mente cuando las escribo en papel,
luego el papel huye, corre. No se conoce escrito, no soporta que te plasme en él. Egoísta.
Torpe y tonto. Más yo estoy aquí para ti, y tú allí para mí. Estamos para ambos. A distancia
de no sé qué. En medio de un quién sabe dónde. Y nos veremos quién sabe cuándo, no
sabemos, ni qué futuro. Pero estaremos. Por ahora nos vivimos lento y amargamente sin
conocernos como queremos. En ambos mundos paralelos que colapsan sin saber por qué, y
nos buscamos para sabernos. Nuestros mundos no se saben sin ser el uno del otro. Siempre.
Y se descubren queriéndose en la imaginación, sin antes haberse visto, palpado, y
confirmado ser reales. Nuestros mundos se siguen buscando y en algún punto de la
existencia se encontrarán. Y se amarán siempre. Porque el asunto de todo esto, siempre ha
sido ella a quien he encontrado aunque hasta hoy, no lo ha notado”.
— ¡Waooo! —dijo el profesor.
Y yo respiré hondo. Miré hacia donde estaba Zoé, y si mi hipótesis no me fallaba, estaba en
shock. Le levanté las dos cejas como diciéndole: “¿superado?”, y ella sólo movió unos
milímetros la cabeza para asentir y expresar sin decir nada: “sí, superado”, al menos eso
interpreté. Le sonreí.
— ¿Nos vamos a casa? —le dije, —pero ella no respondió. — ¡Aah, el efecto secundario
de ser tan maravilloso! ¿No?

CAPITULO 18

No sé cómo pero sé que habla de mí. Intento convencerme de que no es así pero lo sé.
Mientras lo pienso, veo los tiempos marcados por el reloj definirse en infinitos lentos. Y él
habla, habla tan perfecto, respeta todas las leyes gramaticales, de oratoria y aumentan los
palpitares de mi corazón, me llueven todas las letras por todo el cuerpo. Se me filtran por
las pupilas los sentimientos que en ellas hay. Porque detrás de cada letra hay un
sentimiento. Y sigue leyendo y llega al punto de hacerme creer que ha roto la ley de la
gravedad para elevarme y colocarme en lo más alto de mi ego femenino. Este tipo es
monstruosamente perfecto.
Aún estoy en el viaje que me llevó oírlo leer cuando me mira y levanta las dos cejas, no sé
qué intentará decirme este chico que me ha envuelto una vez más en la magia de sus
palabras, pero ese leve movimiento lo interpreto como una pregunta, creo quiere saber si ha
superado mis expectativas; y realmente lo ha hecho, él con una pluma y papel ha movido
más emociones en mí que la mayoría de las personas que lo han intentado con sus actos. Y
aún estupefacta atino a asentir levemente con la cabeza. Él sonríe como para marcar su
victoria, aun así, no deja de impactarme.
— ¿Nos vamos a casa?- Me dice con su tono de voz burlesca, y con tantas palabras
atoradas en la garganta, no sé qué decirle, nunca sé nada con él; una vez más me quedo
muda.
Estoy parada en el umbral de la puerta del colegio viendo cómo se van los autos con los
estudiantes dentro, Martha y Carolina han salido como una bala jalándome del brazo
después de la arrolladora poesía de Demián, bajamos las escaleras riéndonos y
cuchicheando cosas de él. Para mi desgracia, no he visto a Demián desde hace más de 10
minutos, esto por obvias razones me pone inquieta, desde que escuché su poema no dejo de
sentir como si mi corazón quisiera saltar de mi pecho y comenzar a brincar por toda la
explanada del colegio; tal vez es porque este tipo sabe realmente lo que una chica quiere
escuchar. O porque sabe poner sus sentimientos en palabras. ¿Sentimientos por mí? Como
sea. Lo intento buscar en la multitud de estudiantes que acaban de salir impulsados por el
timbre, fallo y me volteo, Carolina me mira sonriente con los brazos cruzados mientras
Martha forma un corazón con ambas manos moviéndolas de izquierda a derecha. Pongo los
ojos en blanco haciéndole ver que me parece ridícula su acción puberta.
— ¿Qué? ¿Por qué pones esa cara, Carolina? Y tú Martha, deja de hacer eso —les digo
mientras intento con una mano tocar el rostro de Caro y con la otra separar las manos de
Martha para que deje de hacer su deforme corazón. De repente a Carolina se le ensancha
más la sonrisa y mira detrás de mí. Demián.
— Hola, club de poetas muertas. —Esa voz. La piel se me eriza, siento como si miles de
bichitos me recorrieran el cuerpo, abro mucho los ojos mientras me doy media vuelta y me
queda justo enfrente llevando su mochila en un hombro y sosteniéndola con la mano del
mismo. — ¿Qué hacen?
Y ahí está, en todo su esplendor, Demián Quintana, todo sonrisitas coquetas y manos de
poeta. Martha sonríe, yo me cruzo de brazos.
— Estábamos hablando sobre Zoé, al parecer su papá no vendrá por ella y queremos ir a
comer a algún lado, —explica Carolina mientras me mira como: Dile algo ¿No?
Por una parte quiero que venga, realmente quisiera saber más cosas sobre él, ¿hay acaso
alguna mujer que se sienta atraída por alguien y no quisiera saber el montón de cosas casi
ridículas que intentamos indagar como su color favorito, qué música que escucha, desde
cuándo escribe tan bonito y así? Y sobre todo algo que me tiene pensando desde hace unos
cuantos días, ¿creerá en Dios? digo, ¿será cristiano? espero que lo sea, pero, ¿por qué
quiero que sea cristiano? ¡Zoé contrólate… tienes novio!
— Zoé, Zoé —alguien truena sus dedos frente a mí.
— ¿Sí? —salgo de mi diálogo interno apenada.
— Decían iban a comer algo rápido —interviene Demián.
— ¿Tú también vienes? —Le cuestiono.
— Sí, podríamos ir a ammm… —se rasca la cabeza,
— ¿Al sushi o algo así? -Sugiere Martha.
Mi mirada cae directamente en ese chico de ojos envolvedores, él me mira, finge una
pequeña tos y sonríe; sé que recuerda el mensaje del auto y que sabe que a mí me faltarán
días para olvidarlo. Frunzo ligeramente el ceño.
—Si podría ser el sushi, a mí me encanta. Es lo único que sugiero porque es lo único que
conozco hasta ahora. —Responde y me sonríe. Patán coqueto en tres, dos, uno…
—Mejor vayamos a las pizzas, —propongo, no porque el recuerdo me perturbe cada vez
que vaya a ese sitio, pero prefiero mantenerme alejada del lugar por el temor de convertir el
lugar como en uno de momentos extraños entre Demián y yo.
—O podríamos ir a tu casa y nos preparas hamburguesas a todos. —Desecha mi propuesta
provocándome.
—Sííí… —chillan Carolina y Martha.
—Lo que necesito es algo diferente a mi casa y la escuela. —Respondo sin titubeos.
—Bueno, sólo decía. En donde ustedes quieran está bien. Son mujeres y siempre terminan
haciendo lo que ustedes quieren y cuando no, lloran, nos manipulan, o hacen algún
berrinche y ¡terminan haciendo lo que quieren! —Responde ácida y graciosamente como el
perfecto caballero patán que es. Reímos.
—Pues ni más ni menos, vamos. —Dice muy entusiasta Martha mientras toma el brazo de
Demián. Vaya que ella se ha ganado unos cuantos pensamientos de estrangulación de mi
parte y por la cara estoy segura que Carolina no se queda atrás.
Hemos caminado como tres cuadras, Demián y Martha al frente. La muy pilla parece un
grillete humano prendida de su brazo, y no deja de mirarlo sonriéndole mientras le cuenta
lo bonito que es Cancún. Y yo… bueno yo y Carolina vamos juntas, detrás de ellos
cruzadas de brazos. En un momento él voltea, nos mira y sonríe; Caro hace un pequeño
bufido, yo me limito a cerrar un poco los ojos. Demián suelta a Martha, o más bien ella a él,
y comienza a frotarse el ojo.
—Caro, ¿qué tengo? Ay, me pica mucho, —nos detenemos.
-A ver, déjame ver eso. —Me ofrezco, espero que mis pensamientos de estrangulación no
se estén proyectando de esta manera.
—No, no, tú y Demián adelántense, —se sigue frotando el ojo, —Carolina sabe sacar
basuritas de los ojos, ¿verdad? Caro —le da un codazo.
— ¡Claro! —Reacciona Carolina uniéndose al drama. — ¡Ah sí! Soy buenísima, ven acá.
—Martha me empuja por la espalda hacia el frente y me cierra un ojo. Demián me espera
allí sonriente, al momento me doy cuenta de lo que sucede. Comenzamos a caminar. Estoy
nerviosa por el momento y me limito a poner mi mirada fija en el suelo frente a mí.
— ¿Te ayudo? —Me dice dándole un jaloncito a mi mochila que es buen momento para
que me trague.
— ¿Cómo? —Respondo, no entendiendo.
—Que si te ayudo cargando la moshila, pues.
“Moshilaaa” grito para mis adentros. ¡Su acento norteño!
—Se dice mo-chi-la. —Respondo incitándolo a que lo vuelva a decir.
—Ah, ¿llevadita la señorita? —Me dice mientras me dedica una mirada retadora.
—Ay, ya perdón. Es que sonó… ammm… lindo. —Digo apenada. Y le doy mi enorme
bolso. No dice nada y lo pone sobre su hombro libre.
—Es buena actriz ¿no? —Dice cortando de golpe mi burla. Sonríe.
—Un poco exagerada diría yo.
—Dale gracias, ya estás a mi lado, no soportabas tenerme cerca y no estar más cerca de mí.
—Ahí está, el plan “Zoé debe caer” inicia de nuevo, “no empieces”, le digo ligeramente. —
Pues tomando en cuenta que leíste tu poema como el guion de una telenovela, diría
entonces que la única digna de llamarse actriz por aquí, eres tú.
—Te aseguro que ninguna telenovela se enfocaría en la grandeza de Dios, por eso cada día
hay más gente con menos valores, y niños que no saben lo que es respetar porque la única
educación en casa es la que les dan los programas en la televisión. —Cuando termino, él
me está mirando como si me hubiera salido un cuerno de la cabeza, ante esa reacción
frunzo el ceño.
— ¡Wow! Estoy totalmente de acuerdo contigo. —Se pasa la mano por el cabello, me
derrito un poco más con ese gesto o por que los casi 40° centígrados de este verano me está
consumiendo. —Cuando mis hijos me pidan ver la televisión, —añade, —los sentaré en un
sillón y comenzaré a leerles, principalmente historias de la biblia. —Una imagen se posa en
mi cabeza, Demián leyéndole a dos niños sentados en sus piernas, y esa imagen le queda
tan bien que me da por sonreír como tonta, como siempre que estoy con él. —O el poema
que una vez su madre leyó valientemente en su salón de clases. —Concluye mirándome.
Ruedo los ojos para ponerlos en blanco, este chico siempre con su ego tan grande como el
hambre que tengo, sino es que aún más.
— ¿Ah sí? —Me quedo callada ante su indirecta tan directa como los comentarios de
Martha.
—Claro, luego le leeré a ella, para seguir provocándole la sonrisa más bella que he tenido
frente a mí.
Y con esas palabras no sólo siento bichitos en la piel, ni mariposas en el estómago, siento
una jauría de elefantes, rinocerontes e hipopótamos juntos correr por todo mi cuerpo.
¡Contrólate Zoé, sólo lo dice para impresionarte, pero no, no lo logrará!
— ¿Y qué le leerás? —Indago.
—La historia que escriba a besos sobre la línea de sus labios. —Tiemblo.
—Que valiente será esa mujer, digo, no cualquiera se atreve a enamorarse de un tipo tan
soberbio como tú. —Respondo protegiéndome porque tal vez ya me impresionó y aún
estoy aquí tratando de que no derribe mis muros, que más que muros ahora se parecen a la
reja del colegio.
—Sí, ella es valiente —Mira hacia el frente y yo sigo su mirada, el local de pizzas está a
una cuadra —Muy valiente, igual que tú. —Añade, pero no lo volteo a ver. Mi mirada se
queda al frente, en un punto fijo. Este chico es seguro de sí mismo, seguro de lo que
quiere, y lo que más me conmueve es que creo que eso que quiere… soy yo.
— ¡Ufff! Chicos, enserio caminan rápido. —Dice Martha sonriente y aliviada de todo
dolor.
—Sí, hasta se olvidaban de nosotras. —Comenta Carolina despreocupada pero con una
mirada de: “me tienes que contar todo después de esto”.
— ¿Ya no te pica el ojo Martha? —Pregunto con sarcasmo, como descubriéndolos en su
pequeña trampa mal formada.
— ¿Que me pica qué?-Caro la codea. — ¡Ah! sí, eso, este… era nada más una basurita.
Todo bien.
Una trampa que me sacó sonrisas y me hizo descubrir lo que quería y ansiaba saber.
Demián era un cristiano muy chulo, algo arrogante y ególatra en proceso de
transformación, pero muy en el fondo, allá guardado, o quizá no tanto, estaba el Demián
que quería conocer. Abrió la puerta con elegancia y caballerosidad, aún con el uniforme del
colegio no dejaba de parecer el hombre que sería en el futuro. Caro y Martha tomaron una
mesa cerca del área de los niños, él y yo les seguimos.
— ¿De qué quieren la pizza? —“Champiñones, hawaiana, pepperoni”, decimos las tres en
coro, nos miramos y reímos.
—Entonces, ¿una de todo? —Sonríe y camina hasta la ventanilla mientras nosotras
quedamos en la mesa.
— ¡Oh mi Dios! ¡Cuéntanos todo, todo! —Chilla Martha.
—Sí Zoé, no te hagas que la virgen te habla. —Espeta Carolina.
—Mira que gratis no hice todo el teatrito de hace rato, eh —Carolina la voltea a ver, y, si
las miradas fueran cuchillos las de ella serían sables de ninja dirigidos a nuestra amiga.
—Teatrito, ¿eh? —Les sonrío — ¡Pillas, únanse contra mí!
— ¡A tu favor! ¡Es a tu favor! —Responde Caro. Demián llega equilibrándose, trae la caja
de pizza en una mano, con los platos y las servilletas encima de esta y las bebidas en la otra
mano, las coloca en la mesa.
—Aparte de poeta, mesero. —Le susurro, y tuerce la boca tiernamente, él se sienta frente a
mí a lado de Carolina, cada uno toma una rebanada de pizza y su bebida.
—Así que… ¿Las tres son cristianas? —Comienza preguntando a nadie en particular.
—Sí, —responde Martha masticando un gran pedazo de pizza.
—De toda la vida. —Continúa Caro.
—Yo desde el vientre, ellas después de nacer. —Termino el punto sonriendo
— ¿Y tú? —Pregunto fingiendo indiferencia pero con el corazón a mil por hora.
—Como tú lo has dicho, desde el vientre. —Sonríe.
Un extraño sentimiento se abre en mi pecho, sonriente continúo comiendo, hay cosas de las
que no me preocupo, cosas como estas, en las que Dios toma el control, porque estoy bajo
su voluntad, Él puede mover mi vida como tenga antojo porque, aunque algunas veces me
duela o no lo quiera e incluso reniegue, sé que siempre hará lo mejor para mí, sé que me
pondrá en los lugares correctos en los que debo estar, a las personas con las que debo
compartir mi vida, mis anhelos, y sueños; así como las personas que valen una sonrisa, un
buenos días y más. Pero sobre todo sé que Él pondrá al hombre perfecto para mí, perfecto a
la manera de Él y de lo que sabe que necesito, no a la manera terca en las que a veces
quiero las cosas. Sólo tengo dos problemas que me hacen sentir culpabilidad. El primero es
saber si me adelanté a un tiempo que no era tiempo con alguien que no debería estar. El
otro es el punto que crítico y rechazo de otras chicas, y creo que sin darme cuenta he caído
en ello, ¡tengo novio y otro me atrae! Me atrae un tipo que es arrogante, ególatra y patán
según lo percibo hasta ahora. Y a su manera es monstruosamente perfecto, aunque aún no
lo conozca del todo, Demián Quintana es así.

CAPITULO 19

Lo único incomodo de Cancún, que más que incomodo siendo brutalmente honesto, es que
el calor es tan húmedo por la zona que uno termina más sudado que un taco de canasta. Y
según me informan aquí, en diciembre es como si apenas se fuera saliendo del verano, o sea
¡no hace frio! Chihuahua, ¿dónde estás amada mía que en diciembre me dejas más frío que
un muerto? Me pregunto mientras entramos a la pizzería con Zoé y sus amigas. Creo que el
único poder que ella no tiene es el poder de hacerme olvidar que el sol me está rostizando
como si se tratara de un pollo dentro de un horno, ¡calentamiento global me hartas! o lo que
sea.
Carolina y Martha tomaron una mesa cerca del área de los niños, Zoé y yo les seguimos.
Les cuestiono de qué quieren la pizza y después de oír sus deseos llego a la conclusión que
quieren una pizza de todo, me dirijo al mostrador para pedirla y después espero. Observo a
Zoé de lejos, y la veo entrar a ese círculo de cuchicheo que todas las mujeres tienen entre sí
cuando murmuran de un hombre, o de una mujer, da igual, las mujeres te acaban con el
cuchicheo y aunque te sientas entero no lo estás cuando tu nombre entró al círculo de
cuchicheo de un pequeño grupo de mujeres, ¡te comieron! Después de unos minutos la
pizza está lista y me dirijo hacia ellas.
—Aparte de poeta, mesero. —Me susurra Zoé, y le tuerzo la boca tiernamente. Tiene que
saber que hasta cuando hace bromas fuera de tiempo la quiero.
Hemos hablado ya por algunos minutos y hemos reído, pero mi sonrisa se debe más a lo
que ya suponía y acabo de confirmar, que al momento en sí. “Desde el vientre”, acaba de
responder Zoé cuando le he preguntado si creía en Dios. ¡Si! Esta pequeña etapa de mi vida
se llama “eres genial Dios”.
—Como tú lo has dicho, desde el vientre. —Sonríe contestándole después que me
devolviera la misma pregunta.
No existen casualidades, así como tampoco la suerte, existen propósitos inesperados que te
dejan mudo con tu niño interior sonriendo, porque Dios siempre supera las expectativas que
tienes de la vida. ¿Cómo iba a suponer que de la punta norte a la punta sur de la república
mexicana iba a encontrar este momento tan único en un pedacito de cielo llamado Zoé? Por
un momento fugaz pienso en Abraham, en José, Moisés y todos esos hombres que Dios los
movió de su tierra sólo para introducirlos en una mejor, no sin antes procesarlos a su
manera, y no en la manera que ellos querían. Pienso en este Damián, aferrado a permanecer
en una ciudad en la que sólo le liga el sentimiento de nostalgia porque allí creció, pero no el
propósito. Es sorprendente como, sin darnos cuenta somos capaces de tirar al caño todo un
plan divinamente trazado por aferrarnos más a emociones pasajeras que a propósitos
divinos. Aunque estoy consciente que Zoé no es el propósito final de toda mi vida, si tengo
que reconocer que es una etapa perfecta y sublime de ese fin, y que no podré, ni tampoco
quiero, llegar al fin sin antes haberla vivido con ella. No puedo imaginar a Dios enojado
porque me enamore. ¡Ja!
—Chicas es tarde, aún tengo que llegar a casa. ¿Nos vamos? —Sugiere Zoé a Carolina y
Martha, me mira como buscando mi aprobación y ella sabe que no me resisto cuando
asiento.
—Venga, vámonos tía que tu padre nos mata si sabe que te hemos raptado. —Le dice
Martha bromeándole al momento que levantan sus bolsas y se dirigen a la puerta de salida.
—Su papá es español, pero no se nota, —me indica a susurros sonriente Carolina, —
¿verdad?
—No tengo el privilegio de conocerle, —respondo apenado.
—E igual y no lo conoces he. No creo que el Tito se ponga feliz de saber que Zoé trae a un
galán como tú tras sus huesos, —me dice Caro.
— ¿Quién es Tito? ¿Y porque me impediría conocer al papá de Zoé?—Le cuestiono con
cierta ignorancia y sutileza a la vez que tiro a la basura la caja de pizza.
—El novio de Zoé, —dice mientras salimos de la pizzería, —muy guapo el chico, la
verdad. Pero es de dominio público que su papá no lo pasa. El chavo es medio raro, no
pierde la cabeza porque la trae pegada.
— ¿Y qué tiene que ver él para que no conozca al papá de Zoé? —Espeto.
—Ay Demián, pues que como todo novio, no creo que se sienta cómodo que te ganes el
favor del padre, que créeme, tú sí te lo ganas. Y de una u otra manera cuando sepa que su
novia te atrae, —hizo una pausa, miró hacia delante para cerciorarse que Martha y Zoé
estaban lo suficientemente lejos, — ¿Por qué si te atrae Zoé, verdad?
—Me gustan hasta sus células muertas. —Carolina estallo en una carcajada.
—Shtttt… —la silenciñe, —calla.
—Me encantan tus ocurrencias. —Sigue sonriendo y caminamos.
—A mí me encanta Zoé como para mezclar su apellido con toda mi descendencia. No,
conozco a su mamá pero dicen que tiene cara de que le gusto para yerno. —Vuelve a reír.
—Ok, me queda más que claro que te gusta.
—Me gustaba desde antes que la conociera. —Le digo como respirando la estela del grato
aroma de Zoé.
— ¿Cómo es eso posible? —Pregunta.
—Ocurrencias mías. Ignóralas. El punto es que cuando su novio sepa de mi atracción por
ella ¿Estaré en problemas?
—Supongo, —dijo encogiéndose de hombros.
—Tito es…
—No digas nada, sé todo, o lo suficiente sobre él. —Respondí interrumpiéndola.
—Y por qué dijiste que no sabías quién era. —Me miró cerrando los ojos y frunciendo el
ceño.
—Amm… ocurrencias mía, —dije.
Apresuramos los pasos y alcanzamos a Zoé y Martha que ya estaban bajo la sombra de un
árbol sofocadas intentando parar un taxi a toda costa.
— ¿La llevarás a su casa Demián? —Pregunta Martha, —o la llevamos nosotras.
—O que se vaya sola, —bromea Carolina. Zoé le dispara con la vista.
—Es que nosotras nos vamos en dirección muy diferente a ella. —Confirma Martha.
—Yo la llevo. —Zoé está callada mirándome.
—¡Oh my God! —Chillan las dos, y añade Carolina, — ¿en bicicleta?
—Emm… nop. También iremos en taxi o caminando, la residencial está relativamente
cerca.
Ambas se despiden de beso, Martha dice que en la noche platican por el grupo de
“fanseses”. Se despiden de mí y se van en un taxi. Zoé y yo estamos allí solos en carretera,
en silencio. Bajo un árbol y a nuestro alrededor un sol que consume todo lo que se expone
ante él.
—Y… ¿caminamos o nos vamos en taxi? —Cuestiono. Y sólo me hace una mueca con la
boca levantando un hombro como diciendo: “me da igual”. —El sol nos va a rostizar, nos
haremos aproximadamente 15 o 20 minutos a casa, caminando rápido ¿caminamos? —No
obtengo respuesta, sólo me mira con los labios curveando una ligera sonrisa. — ¡Si o no!
—Dijo firme.
—No. —Responde y vuelve a tomar su pose.
—No qué, —Indago.
—Sí. —Vuelve a responder.
—Sí qué, no qué, Zoé. Se explicita. —Me acerco y ella tiene colgando de sus manos la
bolsa de sus libros que descansa sobre sus pies. —A ti es a quien le urge irse.
—Tal vez. —Dice muy tranquila.
— ¿Me estas tomando el pelo, me estás haciendo algún tipo de berrinche nivel
principiantes, o me estas coqueteando? —Le dijo seriamente, —Porque me estás poniendo
incómodo y cuando me pongo incomodo beso a lo primero que tengo enfrente.
—Besa a ese señor que está vendiendo aguas, —señala hacia el semáforo.
—Ese señor no está enfrente de mí, está a varios metros de mí y a mi lado izquierdo.
— ¿Y quién está frente a ti? —Me dice retadora.
—Tú, y no me retes. —Respondo. Doy un paso más frente a ella separados apenas por unos
cuantos centímetros.
Parece inmutable, pero no se le borra la ligera sonrisa que presume desde hace unos
momentos. No parece intimidada.
—Me da igual. —Dice, y a mí me da no sé qué de oírla tan desahogada.
— ¿Segura? —Pongo mi rostro muy cerca de ella. Creo que el intimidado soy yo. Ella ni se
inmuta.
—Me-da-i-gu-al, Demián. —Se pone seria.
—Pues no debería, Zoé. —Le dijo arrebatadamente.
Tiro mi mochila al suelo y rápidamente le tomo el rostro con mis dos manos, con
delicadeza pero suficiente fuerza para que sepa que no se librará fácilmente. Se espanta
pero tampoco presenta resistencia. Cierro los ojos y respiro muy cerca de ella. Me mira
como esperando algo.
— ¿Qué? —Le pregunto.
—Me… vas a… —Dice agitada.
— ¿Besar?
—Ajam. Sip. —Dice como en monosílabos. Y yo sigo sosteniendo su rostro en mis manos.
— ¡Claro que no! Tú tienes novio, además no quiero que nuestro primer beso tenga sabor a
pizza. A tacos con mucha cebolla quizá, pero no a pizza. —Sonrío.
—Ugrrrr, —ruge e intenta safarse.
— ¡Hey, hey!. Quieta señorita, no me gustan rebeldes e indomables.
— ¡Suéltame, me estás lastimando! —Me tira pataditas y las esquivo.
—Te lastimas sola. Quédate quieta que no he acabado. —Bufa del coraje.
—Zoé Echegaray, —le digo una vez quieta y veo su rostro rojo del coraje, —este es un país
libre, y si quiero te beso. ¿Y sabes qué? No quiero.
La suelto suavemente y retrocedo, se queda allí frente a mí con la boca abierta y la
respiración agitada. Me cruzo de brazos y disfruto su espectáculo femenino. Se inclina,
toma su bolso lleno de libros que estaba en el suelo y me ve, según discierno, muy irritada.
—Demián, —inhala hondo, —Quintana, —exhala. —Nunca me había sentido tan tonta
como hoy ante un ¡arrogante como tú! —Y empieza la guerra.
Usa su bolsa como arma y la azota sobre mi hombro, “Zoé, espera…”, intento calmarla
pero no es posible. Se cansa de pegarme con la bolsa y arremete a patadas. “Te vas a
lastimar, tranquila”, no puedo evitar reírme y más se enoja. “Eres un arrogante, engreído,
detestable patán, abusador, manipulador de mis sentimientos…”, me grita agitada, “lárgate
de mí vista no quiero que te acerques más a mi…”, y sigue furiosa atacándome. “Hey, ya
karate kid”. Las personas que pasan por la calle nos ven haciendo un teatro. “Pégale
chiquilla”, grita el señor que vende aguas. No puedo evitar reír, es tan cómica la escena.
“No te rías que más te odio…”, se descuida y logro atraparla por la espalda impidiendo que
se mueva.
—Ya, ya. Quieta. —Patalea e intenta zafarse.
—Suéltame, odioso. —Sigue gritando.
—A ver usemos tus pies para una buena causa. Hazle la parada al taxi con tus pies. —
Bromeo.
—Ya bájame. —Solloza.
—Hey, perdón. Lo siento, ahora te bajo, pero quédate tranquila. —Le indico.
— ¡Eres el peor! —Solloza y se tapa el rostro con las dos manos. Se sienta en la banqueta y
mete el rostro entre sus piernas.
—Perd…
—Cállate, lárgate de aquí… —responde. —Ya no me hables.
—Oye Zo…
—Que te vayas te digo. —Sigue sollozando. Y yo me siento el peor, como bien lo dijo.
Me pongo en pie y no sé qué decirle. Doy tres pasos y habla:
— ¿Dónde rayos vas? —Espeta.
— ¿No acabas de decir que me largue? —Respondo confundido.
—Pues ahora quiero que te quedes. —Ya no solloza, ordena, pero sigue con el rostro entre
las piernas.
— ¿Quieres sentir que tú tienes el control verdad? —Le cuestiono. Y de golpe se pone de
pie.
—Ummm —me saca la lengua, —ni que besaras tan rico, fíjate. ¡bye! —Recoge su bolsa
llena de tierra y empieza a caminar.
—Oye, ¿que no estabas llorando? ¡Me manipulas! —Le grito.
—Jummm. —Avanza gallardamente con dignidad en su rostro. — ¡Arrogante! —Voy tras
ella aprovechando que el cielo se comienza a ver eclipsado por una enorme nube.
—No quiero sonar arrogante, —la alcanzo y me pongo a su lado izquierdo, —pero, debes
sentirte orgullosa que de los millones de seres humanos que habitan la tierra te he elegido a
ti, como el objeto de todo mi amor. Aunque sea imperfecto. —Se detiene un momento y me
mira.
—Eres patético. —Vuelve a retomar los rápidos pasos. Se detiene, —Y patán. ¡Jummm!
—De haber sabido que te ibas a poner así, mejor hago uso de la libertad que este país me
ofrece para besarte.
No dijo nada. Avanzamos un par de minutos en silencio. Sé que no está enojada, sólo
furiosa porque no la besé.
— ¿Sabes? Así desgreñada, con polvo por todas partes, —se detiene y se contempla, —e
incluso con esa bolsa sucia, pero sobre todo trompuda casi echando espuma por la boca del
coraje, me sigues pareciendo encantadora.
Sólo me mira de forma indiferente, deja caer los hombros y vuelve a avanzar.
—Ya me cansé. — Dice algo agitada mientras la sigo cruzando por un pequeño parque algo
abandonado y con unos árboles que se mecen con fuerza. —Debiste parar un taxi. —Allí va
la bolsa con libros a estrellarse en mi cuerpo.
—Oye, ya basta, mujercita, fuiste tú la que empezó a caminar, yo sólo te seguí. —
Respondo.
—Cállate. Ya estamos a una cuantas calles de casa. —Espeta.
—Entonces no te quejes. —Le digo. Me mira y sonríe.
—Ay no.
—Y ahora qué.
—Mira el cielo que negro esta. ¡Va a llover! Camina, no quiero terminar llena de lodo con
esta tierra que traigo encima.
— ¿Qué? Pero cómo que va a llover, si hace unos minutos nos consumía el sol ¡Qué te pasa
Cancún! —Grito al cielo.
—Ya camina por favor que no quiero mojarme. —Dice Zoé apresurándome.
Apenas me levanto para dar algunos pasos y el cielo se abre. “¡Corre Demián!”, me grita
Zoé como a unos quince metros de mí. Ambos corremos. Logro alcanzarla y ríe mientras
corremos, “Lo único que me gusta de Cancún eres tú”, le digo mientras corremos con las
mochilas en la cabeza a modo de paraguas. Llegamos a una avenida y rápidamente me
ubiqué. Es la misma calle por la que hace unos días la lleve en bicicleta.
— ¿Por qué te ries? —Me pregunta, —Corre más rápido.
—Porque te disfruto como no imaginas. Ya sea en bicicleta, corriendo, con el sol o con la
lluvia, te disfruto. —Se detiene.
— ¿Nunca dejas de ser cursi?
—Nunca dejas de fascinarme. Nunca. —Sonríe apenada, da media vuelta y vuelve a correr.
Entramos a la residencial y saludamos al guardia de seguridad pidiendo posada en su
pequeño cuarto. Mira a Zoé extrañado.
—Señorita, disculpe usted, pero es la primera vez que la veo en esas fachas. —Le dice.
—Se cayó. —Le digo, —Pero no se preocupe, no la chupo el diablo. Ni yo. —Bromeo.
— ¡Demián! —Me da un golpe en el brazo, —cállate.
—Si gustan, pueden usar mi paraguas, —nos indica el guardia. —Sólo que lo regresan.
—Ay muchas gracias don José, en serio. —Zoé me indica con los ojos que lo tome.
Salimos de la caseta de seguridad y caminamos bajos los arboles de la residencial.
—Pégate más a mí o seguirás mojándote. —Le digo.
—El tontito te dicen ¿verdad?, no desaprovechas ningún momento.
—¿Vas a empezar? —Le retiro el paraguas.
—Oye, grosero, me estoy mojando.
—Pégate más a mí, —le ordeno. No tiene opción y lo hace. Yo y mi gran don de
aprovechar los momentos con ella.
Llegamos a su casa y ni adiós me dice. Entra por el portón rápidamente, lo cierra y detrás
de él me saca la lengua, “arrogante”.
—Ya, no te enojes, sonríe. —Le aviento un beso, “muack”.
—Pues tú también sabias a pizza, fíjate.
—Oye, —le grito como a medio patio antes de llegar a la puerta de su casa y voltea. —No
quiero sonar arrogante pero después de este día, vas a esperar con ansias el día que te bese.
— ¡Siempre voy a saber a pizza Demián Quintana, para que nunca lo hagas, grosero!
— ¡Me encantas! —Le grito.
— ¡Cállate! —Avanza rápido bajo la lluvia que no para por nada.
Yo sigo allí observándola desde el portón de su casa con el paraguas cubriéndome. Se da
media vuelta al entrar por su puerta y me vuelve a sacar la lengua señalándome como
culpable, le aviento un gran beso pero cierra de golpe. ¡Ay Zoé, como me encantas!

CAPITULO 20

—Uggrrr… —Se escuchan mis gimoteos mezclados con el fuerte “plaff” de la puerta al
azotarse.
Tengo mi bolso empapado al igual que todo el cuerpo, el cabello hecho un desastre, y los
dedos de mis pies parecen peces en una pecera. El shock se intensifica cuando levanto la
mirada después de examinarme hasta los pies y me veo frente al espejo que está en la
entrada de la casa. Si hace seis meses me hubieran dicho que iba a entrar por esa puerta
convertida en un zombi jamás le hubiera rogado a papá que lo instalara en la entrada.
—Zoé, tienes un espejo en tu cuarto, en el baño, en la sala y hasta en tus bolsos y carteras,
¿para qué quieres otro en la entrada principal?
—Porque la vanidad de una mujer temerosa como yo no tiene límites, —reímos.
Y sí, convencí a mi padre de que la entrada de la casa era un lugar excelente para ese
espejo. En estos momentos me siento arrepentida. Estaba hecha un monstruo y más fría que
un pecador. Y todo gracias a ese uggrr…
— ¡Demián! —grite frente al espejo. — ¿Cómo pudiste hacerme esto? ¡Cómo!
En realidad no fue él, pero a las mujeres nos encantan los culpables que mitiguen nuestras
desgracias. Lanzo mi bolsa a unos cuantos metros con furia, hasta cierto punto controlada,
tenía que liberarme de esta ambivalencia que me provocaba, de pronto odio que sea tan
patán y a la vez… uggrrr me da no sé qué. Me quito los tenis con rapidez para lanzarlos
contra el piso, lanzo uno, lanzo el otro, me quito los calcetines con el mismo enojo, el
último lo estiro con más furia. Mejor que lo paguen ellos y no mi cuerpo somatizando. Me
vuelvo a mirar frente al espejo retorciendo el calcetín exprimiéndolo hasta que quede seco.
— ¿Nunca dejas de ser cursi? —dramatizo frente al espejo ese momento. —¡Ja! Mejor debí
preguntarte ¿nunca dejas de ser patán? —Y se te ocurre decirme “nunca dejas de
fascinarme”. ¿Pero cómo voy a fascinarte Demián, cómo? Si de segur…
—Bueno, igual y le gustan greñudas, —me interrumpe una voz. Volteo lentamente, todo se
pone en pausa ante mi obra de teatro. Es mamá. —Porque tienes razón, te vez fatal, ah pero
a un hombre enamorado le gustas hasta recién levantada después de días de desvelos y te
piropea hasta las ojeras. —Añade sonriendo mientras se seca las manos en el mandil que le
hicimos papá y yo para un 10 de mayo y que lleva escrito: “Mamá siempre tiene razón,
sonríele”.
— ¿Pero desde qué momento estas allí? —Le pregunto aun inmóvil.
—Desde que un muchacho muy guapo y atento como todo un caballero te dejó en el portón
de la entrada. —Me dice señalando con sus dedos índices el letrero del mandil.
Retrocedo espantada, pego mi espalda a la puerta de entrada y me dejo caer suavemente
escurriéndome hasta sentir el piso. Me arde la cara de vergüenza.
—Juwwmmm… ¡mamá! —Me cubro el rostro con las dos manos ocultándolo entre las
rodillas.
La miro de reojo entre los espacios de mis dedos y me sonríe acercándose. Gimoteo
nuevamente y estiro los pies mientras ella se escurre por la puerta para sentarse a mi lado e
intenta quitarme las manos del rostro.
— ¡No! —Respondo usando mis manos como mascara. Afuera la lluvia sigue aún más
fuerte.
—A ver señorita, basta. Qué ha pasado, necesito claridad en el berrinche.
—No es berrinche, es frustración.
—Son parientes, —lo dice con una ironía que me hace sonreír despojándome de la máscara
de dedos.
—Ash tú, déjame. —Le digo bromeando.
—Qué ha pasado, cuéntame. —Fija sus ojos en mí.
Así es, me da miedo, terror o cualquier cosa que te haga sentir indefensa. Sé que aunque
salga corriendo a esconderme a mi cuarto e inverne por meses en él, o la deje de ver por
años, el día que la vuelva a tener de frente volverá a hacerme esa pregunta que no acepta
mentiras, sino que exige la verdad de todo: “Qué ha pasado, cuéntame”. Lo siento como un
eco en lo profundo de mis hemisferios cerebrales, me retumba como un sonido de alarma y
la veo a los ojos parpadeando muy confusa y ella está inmutable con una sonrisa en los
labios mirándome fijamente. Intento evadir.
— ¿Verdad que yo heredé tu sonrisa? —Le digo mientras ambas estamos allí en el suelo e
intento exprimir el agua que queda en mi cabello.
—La tuya es más bonita porque también se mezclaron los genes de tu padre. —Me
responde y no deja de mirarme, sonriendo.
—Aww. —Suspiro
—Qué ha pasado, cuéntame. —Vuelve al ataque, sólo que el nivel de seriedad en ella
aumenta. — ¿Me contarás? —asiento con la cabeza.
Miro fijamente el espejo que me devuelve mi imagen frustrada, intentando escoger las
palabras correctas, aunque eso es parte del problema, el no poder expresar lo que estoy
pensando. Hago un recopilación de todos los hechos durante esta semana e incluso de
meses atrás imaginándome a Tito entrar por esa puerta para hablar con mi papá, a Demián
volando frente a mis ojos y aterrizo mi idea viendo a mamá fijamente.
— ¿Alguna vez te enamoraste de alguien que no es tu novio? —Mamá me mira rara.
—Quiero creer que no encontraste mejores palabras para decirme lo que estás pensando o
que estás en un momento donde la sinceridad te fluye como río. —Reímos.
—Ambas cosas. —Respondo.
— ¿Ese muchacho de allá fuera era Demián? —Me cuestiona frunciendo levemente el
ceño, — ¿Ese es el problema, verdad? —Levanta una ceja torciendo la boca.
—Ammm…estem… yo, pues sí. Él es Demián. —Respondo exhalando.
—Mira, no quiero sonar cruel, pues sé que se aconseja que no se debe decir lo que te voy a
decir, pero soy tu madre y no debo andarme por las ramas: te lo advertí, o mejor dicho: te lo
dije.
—Es que en sí, no estoy enamorada de él, el problema es que no me quiero enamorarme de
él teniendo ya un compromiso. —Respondo.
—Esa parte de : “compromiso”, me sonó muy a “obligación”.
—Bueno, lo digo en el sentido de que ya tengo novio.
—Nadie te obligo. —Me dice sonriendo.
—Ese comentario no ayuda, señora Abigail. —Espeto.
—Al grano entonces, dime que está pasando y desde cuándo. —Su tono es firme y serio. —
Si no estás enamorada de alguien que no es tu novio, qué está pasando. Sin titubeos, por
favor.
—Sucede que contra todos los pronósticos planeados aparecen los no planeados, y Demián
es uno de ellos, apenas hace una semana que apareció en este nuevo ciclo escolar y no sé
cómo ni porqué se me ha metido en cada neurona.
— ¿Es interesante? —Me pregunta.
—Uy si, —respondo con una sonrisa pícara, —muy interesante. No es digamos ese
caballero de siglos pasados, pero a la vez lo es, es como si solo usara un prototipo de
imagen contemporánea de patán pero en el fondo escondiera todo lo que una mujer quisiera
—mamá me mira extrañada por lo que digo y cómo lo digo, —lo siento es que sucede que
tampoco te lo puedo describir, no porque sea inexplicable, es sólo que necesitarías
conocerlo. Es del tipo impenetrable que a la vez se puede deshacer por alguien.
— ¡Estas grave! —Me dice tocándome la frente, espantada.
— ¿Qué? —Me toco los cachetes.
—Ah de ser la lluvia, hija. Déjame te doy alguna pastilla para la fiebre.
— ¿Te estas burlando? —Le pregunto dudosa.
Se levanta sonriendo y camina a la cocina. Yo me quedo allí mirándome frente al espejo sin
decir una palabra. Me toco la frente, miro mi mano y cuestiono lo que le dije.
—Oye, ¿qué dije? —Le grito al tiempo que intento incorporarme. Camino hacia la cocina.
—Podrías decirme qué pasa.
—Ve a cambiarte o te pondrás más grave, hueles… —voltea a verme, —raro, y a… ¿pizza?
— ¡Mamá! Estaba hablando en serio. —Le digo algo incomoda.
—Yo también cariño, pero te voy a hablar más enserio. —Me mira una vez más con esos
ojos que desnudan el alma. —Engañoso es el corazón más que todas las cosas, ¿quién lo
entenderá? Sólo Dios. Aprende a no seguir los impulsos de tu corazón, sino los de Dios. No
que descartes las emociones y las mutiles cuando te enamores, pero ninguna relación debe
estar fundamentada en simples emociones fluctuantes, no las minimices, pero te he dicho
más de una vez que hay cosas más importantes que no puedes dejar al azar.
—Lo sé. Me alejaré de Demián. —Respondo en tono triste.
—Lo que te dije, no es por Demián ni por Tito, lo dije por ti y por cualquier decisión que
tengas que tomar. No le faltes el respeto a Tito, y tampoco le faltes el respeto a Demián
dándole alas con las que nunca vas a volar a su lado. No conozco a Demián, pero como te
expresas de él me dice que no te mueve el tapete, como dicen ustedes, te mueve la casa y el
universo, y de no ser porque tienes un compromiso ya hubieras caído.
—No soy una fácil, —me defendí.
—Nunca dije eso, lo que dije es que el corazón es muy manipulable. Y hasta ahora de los
meses que tienes con Tito, jamás te has expresado así de él. Estás entrando en una etapa de
confusión en la que si no pones un freno vas a estrellarte en el dolor.
—No estoy confundida, es… sólo, una simple atracción.
— ¿Ya empezamos con los mecanismos de defensa? ¡Negación! —Dijo con una sonrisa
sarcástica cruzando los brazos al recostarse sobre el lavabo.
— ¿A qué horas vendrá papá por nosotras? —Pregunté intentando cambiar de tema.
— ¡Ajá! Evasión.
—No, no es eso, sólo que me acord…
—¡Racionalización! —dijo fuertemente, riendo e interrumpiendo mi discurso.
—Uggrrrr, ¡mamá! ¡basta! —Respondí enojada.
—Shhhttt. Quieta, quieta mi pequeña princesa psicópata. —Se acerca y me abraza
estrujándome contra ella.
—No te engañes. —Me dice al oído, y después me mira a los ojos poniendo mi rostro entre
sus manos. —Ese chico te está volando la cabeza aunque no estés enamorada de él, pero
sucederá. Y creo que ya lo sabes, pero deduzco que tú ya se la volaste a él. Está enamorado
de ti. Antes de que ambos se estrellen tomen las decisiones correctas, no quiero volver a
usar la infernal palabra de: te lo dije.
La veo a los ojos para encontrar en ellos mi reflejo confundido. Le doy un beso y camino a
la puerta para recoger mis cosas. Subo por las escaleras con la incómoda ropa mojada.
—A las seis y media debes estar lista, princesa. —Grita mi madre.
—Sí, ma, gracias.
— ¿Estas bien? —Me dice al asomarse por la puerta de la cocina.
—No, —le respondo al subir el último escalón. —Te dejé mis tenis y calcetines allí cerca
del sofá, ¿los lavas?
—No. —Responde metiéndose a la cocina.
Entro a mi cuarto deseosa de bañarme y la lluvia afuera sigue interminable. El aire azota el
agua en mi ventana de cristal. Me quito la ropa mojada y sin pensarlo me meto al baño.
Pasa una estampida de ideas por mi cabeza, qué complicado es ser mujer, ser yo, Zoé.
Salgo del baño buscando algo cómodo para descansar, y también eligiendo que usaré en la
noche. Me cambio y me tiro a la cama escuchando el aire y la lluvia arrulladora.
— ¿Vas a comer? —Escucho la voz de mamá detrás de la puerta.
— ¿Lavarás mis tenis y mi ropa mojada?
—No.
—Entonces, no.
—Espero ya te hayas bañado y te estés arreglando para cuando llegue tu papá por nosotras.
—No. —Le respondo bromeando.
—Ok, sólo que si no estás lista te quedas, por cierto, hice lasaña. —Escucho sus pasos
bajando las escaleras.
—Oye, sí, quiero un poco, —intento levantarme de la cama pero el sueño empieza a
ganarme. —“No”, escucho que me responde mamá, —Tráeme a la cama, por favor. —
“No”, vuelvo a escuchar el grito de respuesta que se hace un débil eco y mis ojos se cierran
terminándolo de matar. Duermo.
Suena mi celular, y abro los ojos inmediatamente espantada, siento que ha pasado
muchísimo tiempo. Es Demián llamando. Solo han pasado 22 minutos. Contesto.
—Hola, ¿cómo has estado? —Le digo.
—Sin ti. —Responde.
— ¿Cómo?
—Sin ti, dije.
— ¿Ya vas a empezar otra vez de latoso? —Digo simulando enojo.
—Ay pero que tierna eres, me vas a enamorar. —Sonrió al escucharlo. —Sólo quiero saber
cómo estás.
—Bien, muchas gracias, estaba durmiendo. —Dije soñolienta.
—Oh, disculpa, entonces te dejo dormir.
—No, espera. —Dije titubeante.
— ¿Sí?, dime qué pasa.
Pasa por mi mente las palabras de mi madre.
—Demián…—Dude en preguntarle, —quiero hacerte una pregunta, y por favor quiero una
respuesta sincera.
—Me estás espantando, —río. —Pregunta lo que quieras y cuantas quieras, para cada una
tendrás una respuesta.
— ¿Yo te intereso? ¿Cuánto y en qué sentido?
Hubo un momento de silencio y no sé qué me espanto más si la respuesta que esperaba, la
que no esperaba o el tiempo de silencio de segundos pero que sentí interminable.
—Sí, que no te quede la menor duda, pero tampoco quiero llegar al punto donde represento
un fastidio y no un alivio a tu confundido corazón.
— ¿Estas consciente de que tengo novio? —Le dije firmemente.
—Un detalle que se arregla fácilmente. —Sentí lo ácido de su comentario.
—No estoy jugando Demián, te hablo en serio. Quiero que me escuches atentamente, —Me
senté recostándome sobre el espaldar de la cama, la lluvia continuaba pero más suave. —Tú
también me atraes, y mucho, por favor no empieces de arrogante, pero tampoco quiero que
ambos salgamos lastimados en esto.
—Debí besarte. —Respondió.
—No Demián, no es eso. Qué bueno que no me besaste. Pero, no está bien esto.
— ¿Amas a Tito? —Me preguntó.
—Sí, —me apresuré a responder sin ni siquiera considerar las implicaciones. —Lo amo.
—Ok, no quiero presionarte a nada, pero aquí me mantendré, esperando que surja la
oportunidad para demostrarte que soy tu mejor opción.
—Ay Demián, —Sentí un nudo en la garganta. —No te garantizo nada.
—No pido garantías, no me interesan las garantías, me interesas tú.
—Gracias, —dije a punto de colgar, —disculpa, me tengo que ir porque saldremos con mis
padres. Te ofrezco mi amistad, y me gustaría que respetes eso.
—Te ofrezco mi corazón, cariño, afecto, y también mi amistad, y espero que respetes eso,
Zoé.
—Aww… ¡Basta!, ya hablamos de eso, por favor. Me tengo que ir. —Dije finalmente.
—Oye, también tengo una pregunta. Y quiero que seas sincera.
—Dime. —Respondí nerviosa, sin poder especular que me preguntaría.
—Sólo dime una cosa, ¿vale la pena o la felicidad esperarte? —Suspiré profundo y abrí los
ojos asombrada. —Porque últimamente lo único que me interesa e incluso obsesiona es
saber que soy el culpable de tu sonrisa. Simplemente miénteme, dime que me amas y yo me
dedicaré a hacer verdad esa mentira, y no te arrepentirás jamás. Pues después de todo sólo
puedo prometerte una cosa: cada día te levantarás con mil dudas sobre la vida, pero nunca
dudando si te amo. ¡Nunca! Seré el espejo en el que siempre te veas bonita. Sólo
respóndeme.
—Yo… —se me hizo un nudo en la garganta y sentí como se humedecían mis ojos, — es
que, no sé qué decirte Demián. En serio no sé.
—No te preocupes, deja la pregunta flotando en el aire y cuando gustes la respondes.
—Adiós, que tengas linda noche. —Le dije.
—Qué sabes tú de buenas noches si nunca las has pasado conmigo en un sillón viendo
películas de terror abrazándome para que te proteja.
—Me encanta tu sentido del humor. —Le respondí sonriendo y secándome lo húmedo de
los ojos.
—Te encanto yo. —Dijo arrogantemente.
—Me provocas ambivalencia Demián. Deja de atormentarme. Adiós, dije.
Le colgué sin decirle más, me quedé viendo el celular pensando si había hecho lo correcto.
La lluvia se había detenido pero en mi interior había comenzado una tormenta.

También podría gustarte