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Auris

amaria.viana JaviFran Nickie


Anna Karol Joselin♡ Samanthabp
AnnyR’ Julie Sol Giovanni
Auris Lau’s Boice Umiangel
Beatrix MadHatter Val_17
Dakya Mely08610 Valentine Rose
Gesi Miry Vane Black
Jadasa Monse C YessiaCA

AnnyR’ Gesi Julie


Auris Jadasa Mawii
Beatrix Ivana
Daliam Joselin♡

Auris Jadasa Miry


Beatrix Julie Val_17

Genevieve
Índice
Sinopsis Capítulo 16: Darby
Capítulo 1: Darby Capítulo 17: Trex
Capítulo 2: Trex Capítulo 18: Darby
Capítulo 3: Darby Capítulo 19: Darby
Capítulo 4: Trex Capítulo 20: Trex
Capítulo 5: Darby Capítulo 21: Darby
Capítulo 6: Trex Capítulo 22: Darby
Capítulo 7: Trex Capítulo 23: Trex
Capítulo 8: Darby Capítulo 24: Trex
Capítulo 9: Trex Capítulo 25: Darby
Capítulo 10: Darbby Capítulo 26: Trex
Capítulo 11: Trex Capítulo 27: Darby
Capítulo 12: Darby Capítulo 28: Trex
Capítulo 13: Trex Capítulo 29: Darby
Capítulo 14: Darby Agradecimientos
Capítulo 15: Trex Sobre el autor
Sinopsis
Mientras Darby Dixon se encuentra sentada en un pequeño baño
de una iglesia de Texas en el día de su boda con una prueba de embarazo
positiva, se da cuenta de que de todas las malas decisiones que tomó en
su vida, casarse con su abusivo prometido sería lo peor. Nunca ha sido
capaz de defenderse, pero seguro como el infierno que defenderá a su
bebé. Con solo el efectivo que tiene a mano, corre a conseguir un boleto
de autobús al lugar más lejano que pueda pagar. Entre su gran
determinación y su sonrisa de reina de la belleza, consigue un trabajo
como recepcionista en el Hotel Colorado Springs. No es una vida
glamorosa, pero ella y su bebé son lo único que importa.
Como ex marine, Scott “Trex” Trexler ha trabajado en los lugares
más peligrosos, corrompidos y devastados por la guerra, en la tierra.
Ahora finalmente tiene la oportunidad de regresar al último lugar en el
que se sintió en paz: Colorado Springs, Colorado, para aceptar un nuevo
trabajo con el Complejo Cheyenne Mountain, una instalación militar
secreta enterrada en las profundidades del granito.
Al momento en el que Trex entra al hotel, Darby sabe que es
peligroso. No hay forma de que quiera involucrarse con otro hombre que
parece guardar demasiados secretos. Tan encantador y
devastadoramente hermoso como es Trex, claramente, no le ha contado
todo. Pero a medida que los incendios forestales azotan la montaña y el
exprometido de Darby muestra que no está dispuesto a dejarla ir; pronto,
tanto ella como Trex, descubrirán que lo que no sabes te puede hacer
mucho daño.
Crash and Burn #1
Traducido por Joselin♡
Corregido por Beatrix

Darby
La porcelana fría del inodoro se sentía como hielo contra mi espalda
desnuda mientras me encontraba sentada encorvada sobre el blanco y
ondulante tafetán y el tul de mí vestido de novia. El grifo corría, casi
ahogando el sonido de mi futura cuñada y dama de honor, Stacy,
golpeando la puerta. Pellizqué cada extremo del palito blanco entre mis
dedos, viendo como la segunda línea rosa se oscurecía ante mis ojos.
El baño trasero de la Primera Iglesia Bautista Free Will en Fort
Hood, Texas, apenas podía ajustarse al inodoro y el lavabo, pero de
repente había dos personas dentro de la habitación diminuta, y las
paredes se movían más cerca a cada segundo.
—¿Darby? —dijo Stacy de nuevo—. No te estás enfermando,
¿verdad? Shawn no querrá tener que lidiar con vómitos en su noche de
bodas.
—Para lo bueno y lo malo ¿recuerdas? —dijo mi dama de honor,
Carly. No tuve que verla para saber que se encontraba enojada con Stacy.
Mi cuñada era una versión femenina de su hermano. Blunt,
repugnante, y en general gruñona, y eso fue antes de que ella se sintiera
lo suficientemente cómoda como para mostrar el alcance de su crueldad.
Cerré los ojos, sosteniendo el palito en mi pecho. El rímel espesó
las lágrimas en lo alto de mis mejillas. Shawn y yo nos habíamos conocido
casi exactamente un año antes, solo unos meses después de haber sido
destinado en Fort Hood. Recordar cómo me sentía cuando entró en
Legend's Pub fue lo que me ayudó a olvidar cuan malas podían volverse
las peleas, las veces que me empujó al suelo, me empujó contra la pared,
me ahogó o me dio una bofetada en la cara, a ese momento casi silencioso
en la iglesia. Shawn se volvió tan bueno en la humillación, que acepté
casarme con él después de la última disculpa desesperada y la promesa
de cambiar. Agarré la prueba de embarazo con más fuerza. Ya no podía
soportar malas decisiones. Ya no me afectarían solo a mí.
Mi mano derecha sostuvo el palito en tanto tomaba mi teléfono
celular del lavabo, y toqué la pantalla con dedos temblorosos. Mamá
respondió tras el primer timbrazo. Se mudó a Baton Rouge justo después
de que cumplí los dieciocho años, exactamente dos años después del
accidente. Yo era la única persona a la cual ella detestaba más que a
Shawn.
—Lo sabía. Sabía que llamarías. ¿Qué? ¿Necesitas dinero? —
preguntó.
—Mamá. —Me reí nerviosamente—. ¿Alguna vez te he pedido algo?
Suspiró. —La familia de Frank está de visita, y tengo cosas que
hacer. Si no necesitas nada ¿por qué llamaste?
—La um, la boda es en unos minutos. Desearía que estuvieras
aquí. —El único sonido en el otro extremo de la línea era su respiración,
y me imaginé las líneas alrededor de sus labios de fumar desde que tenía
quince años, incrementándose en tanto se negaba a hablar. Sostuve el
dorso de mi mano que sostenía la prueba de embarazo contra mí frente—
. ¿Cómo está Frank?
—Todavía está sin trabajo. Su espalda, ya sabes. Se mudó el mes
pasado. ¿Por qué?
—Oh —dije, pensando en su apartamento de dos habitaciones y lo
abarrotado que estaría.
—Y Johnny también.
—Johnny. ¿Su hijo? ¿No tiene treinta y algo?
—Sí, se divorció. —Sopló en el teléfono, y recordé haberme sentado
en mi silla de niña, evitando la neblina baja del humo del cigarrillo
siempre presente cuando mamá se encontraba en casa. Ese no era un
lugar para criar un bebé. Ella tenía razón. La llamada telefónica era una
pérdida de tiempo.
—Eso es genial. Estoy feliz por ti, mamá.
—Sí.
—Probablemente debería, um...
—Sí. Irte.
Presioné Fin, y me puse de pie, colocando el palito sobre la
encimera al lado de mi teléfono. El grifo chirrió cuando giré la perilla. El
agua fría se sentía tan bien corriendo sobre mis dedos, liberador, como
si no estuviera atrapada en el pequeño baño tratando de descubrir cómo
salir con el bebé de Shawn creciendo en mi interior. Pensé en mis
opciones, y tan agradecida como estaba por tenerlas, la idea de entrar a
una clínica era demasiado. Así que me hallaba atada a Shawn por el resto
de mi vida, el vínculo de un niño más seguro que cualquier ceremonia
nupcial.
La espuma se deslizó fuera de mi piel y por el desagüe. El reflejo en
el espejo llamó mi atención, y me congelé. La mayoría de los días no me
reconocía a mí misma, pero el miedo y la desesperanza hicieron un hogar
en mis ojos. Mis lágrimas habían tirado líneas negras por mis mejillas.
Unas ondas de color miel se escaparon de mi moño, asomando por debajo
de mi velo y enmarcando mi cara desordenada, la misma que ganó Miss
East Texas cuatro años atrás. No me hallaba segura de recordar cómo
sonreír así nunca más. Esa chica se había ido.
En menos de veinte minutos, Shawn estaría de pie al final del
pasillo central, esperando que yo prometiera delante de su familia y la
mitad de la base que lo amaría y obedecería. Nadie sabría sobre el niño
que llevaba e incluso si lo hicieran, no tenían idea de que el estrés
adicional solo haría que el mal genio de Shawn fuera aún más aterrador.
Tomé una toalla de papel y la usé para limpiar el lápiz labial rojo
brillante de mis labios.
—¿Darbs? —Se oyó un golpe más suave—. Es Carly. ¿Puedo
entrar?
Guardé el palito del lavabo y abrí la puerta, dejando que Carly
entrara. Rápidamente cerró la puerta detrás de ella antes de que Stacy
pudiera abrirse paso hacia adentro. —Es tan pequeño aquí, cariño. Lo
siento —le dijo a Stacy mientras cerraba la puerta en su cara. Bloqueó la
cerradura en su lugar cuando Carly presionó el botón en el centro de la
perilla, y ella apoyó la espalda contra la puerta. Entre mi vestido, yo, el
inodoro y el lavamanos, no sé cómo Carly podría caber dentro, pero como
todas las cosas, ella lo hizo funcionar.
—Jesús, ella es odiosa —siseó Carly—. Sus niños malcriados están
en la otra habitación metiéndose chocolate en la boca a la vista de su
inútil padre. ¿Cuánto pagaste por el vestido de niña de las flores y el
esmoquin de ese niño? Están cubiertos de chocolate. ¿Estás segura de
que quieres unirte a eso de por vida? —Cuando no respondí, ella
palideció—. Oh Dios. Tú no.
—Llamé a mamá.
—Oh, mierda —dijo, claramente sin preocuparse por maldecir en
una iglesia. Su dulce acento sureño apenas lo convertía en una
palabrota—. ¿Para decirle que te arrepentiste? ¿Viene a buscarte?
Negué con la cabeza y me miré en el espejo. —Nadie viene a
buscarme. —Mi voz sonaba tan rota como la que sentía.
Carly se revolvió con mi cabello. —Escucha, si quieres hacer esto,
te arreglaremos la cara y te verás hermosa. —El reconocimiento parpadeó
en sus ojos—. Darby... detenme si estoy fuera de línea, pero cariño, mi
auto está justo afuera de la puerta lateral. Recogeré tus cosas cuando
nadie esté mirando, y te llevaré a donde quieras.
Carly no decía nada que no quería decir. Era una bellísima rubia
sureña con relucientes ojos verdes, un bronceado todo el año, suficiente
lejía en el cabello para hacer diez cargas de ropa y todo reluciente. Estuvo
casada con su esposo, el primer teniente J. D. Bowman, durante ocho
años, y tuvieron dos hermosas niñas rubias. J.D. era un buen hombre y
un oficial fuerte en el ejército, pero Carly manejaba su casa, y ninguna
esposa en Fort Hood era más respetada. Ella hizo una matanza vendiendo
maquillaje, y sus fiestas se parecían más a los retiros de empoderamiento
de las mujeres. Intentó convencerme de que no me casara con Shawn tan
pronto como descubrió que estábamos comprometidos. También fue
anfitriona de nuestra fiesta de compromiso.
—No lo sé. Todos están esperando.
—Nadie se preguntaría por qué, Darby. Todos sabemos lo que
sucede en tu casa. Puedes alejarte de esto libre de culpa.
Stacy comenzó a golpear la puerta de nuevo, todo mi cuerpo se
sacudió en reacción.
Carly lamió su pañuelo y limpió la piel debajo de mis ojos. —Si esto
es lo que quieres, iré por un poco de mi lápiz labial, porque necesitas un
poco de color. Si no es así, voy a conseguir mis llaves, y te estaré
esperando afuera.
—¿Qué hay de tus hijos? ¿De J.D.?
Ella sonrió. —Es un hombre inteligente. Lo resolverá. —Su sonrisa
se desvaneció—. Darby, este momento es importante, demasiado
importante para que pienses en alguien más que no seas tú misma. ¿Qué
deseas hacer?
Carly no vio el palito blanco que tenía detrás de mi espalda. No
tenía idea de que la decisión que tomara sería para el bebé que llevaba.
Simplemente no me preocupaba tanto por mí misma hacer algo tan
embarazoso e indignante.
Carly asintió y se excusó. Su voz atravesó la puerta en tanto hacía
una fría excusa para salir de la habitación de la Escuela Dominical que
las tres estábamos usando para prepararnos. Conté hasta cincuenta y
luego abrí la puerta, sonriendo a Stacy.
—Ahí estás —dijo, sus olas castañas y rizadas ya caían de su
improvisado moño—. Carly está afuera. Ella tiene todo su alijo de cosas
de labios por ahí. Quiere que vengas a elegir un color para que no tenga
que traerlo todo.
—Oh, eso suena bien. ¿Te importaría asegurarte de que Allie y
Jonah estén listos? ¿El vestido de Allie le queda bien?
—Acabo de verificarlos. Saqué la mayor parte del chocolate. Juro
que Brian es tonto como una caja de rocas. Están en la habitación de los
padrinos de boda con Shawn y Brian. Su vestido es un poco grande en
los brazos, pero está muy entusiasmada con su cesta de flores. Y antes
de que preguntes, sí, Jonah sabe caminar más despacio esta vez.
Abrí la puerta y eché un vistazo por el pasillo. La ceremonia estaba
por comenzar, el pianista interpretaba a Pachelbel a mi petición anterior,
Canon in D. Shawn y todos nuestros amigos mutuos se hallaban en el
santuario, y la puerta lateral a menos de tres metros de distancia.
—Nadie te verá. Si vas a recoger algo de Carly, ve ahora. Solo
tenemos unos minutos —dijo Stacy. Ella tenía el mismo tono dominante
que Shawn. Nada fue alguna vez una solicitud.
—Vuelvo enseguida —dije, saliendo. Mi corazón latía con fuerza,
mis manos sudaban. Aunque la libertad se encontraba justo afuera de la
puerta, nunca estuve tan aterrorizada en mi vida. El palito se deslizaba
de mi mano sudorosa, pero apreté mis dedos, rehusándome a dejarlo
atrás. Shawn no necesitaba más razones para venir a buscarme.
—¡Darby! —gritó Stacy, sonando enojada.
Me quedé helada.
Me entregó la pulsera marrón que me compró la Navidad anterior.
—Puede que quieras esto. Estoy segura de que Carly querrá que le
paguen.
—Gracias —dije, tomando la pulsera por el lazo de cuero y girando
sobre mis talones. La puerta lateral se cerró de golpe detrás de Stacy
cuando entró. Pude respirar de nuevo.
Según lo prometido, Carly se hallaba sentada en su Lexus, el
nombre de su compañía, Lipstick & Jesus de Carly, y su número de
teléfono en letras de vinilo rosa brillantes en la ventana trasera. Me senté
en el asiento del pasajero, mi vestido de novia se derramó sobre la consola
de su lado.
Ella agarró mi mano. —¿A dónde quieres ir?
—Cualquier lugar excepto aquí.
—¿La estación de bus?
Miré la pulsera en mi regazo y asentí. —Tengo doscientos dólares.
¿Crees que es suficiente?
—No te preocupes por eso. —Carly acarició mi mano y luego usó
esa mano para poner el auto en reversa. Retrocedimos de la iglesia y
salimos a la calle.
Encendí la radio, tratando de ahogar el sonido de las muchas voces
que me advertían de las consecuencias que conllevaría dejar a Shawn.
Me advirtió docenas de veces lo que me pasaría si lo dejaba. A veces, por
la expresión de sus ojos, me encontraba segura de que ni siquiera me
quería, simplemente no podía soportar pensar en mí con otra persona.
Más noches de las que podía contar, me quedaba despierta para escuchar
los sonidos de un ataque inminente.
Carly bajó el volumen y luego agarró mi mano y apretó. —Estás
haciendo lo correcto. Solo va a mejorar desde aquí.
—Lo sé —dije, mirando por la ventana.
—¿Necesitas algo de la casa?
Lo pensé, sabiendo que, en cualquier momento, Shawn se daría
cuenta de que no me encontraba allí, y que iría directamente a la casa
para atraparme empacando. Me estremecí ante la idea de quedar
atrapada en un torbellino de su furia y vergüenza.
—No —dije—. No puedo arriesgarme.
—Tal vez pueda descubrir cómo entrar a la casa y agarrar algunas
de tus cosas. Podría enviártelas. ¿Alguna cosa que puedas pensar de
improviso?
Suspiré. —Álbumes de fotos. La foto de mi padre y yo en la mesita
de noche. Pero Shawn probablemente lo quemará todo.
—Oh, Darby. Lo siento mucho.
Un lado de mi boca se elevó. —No lo hagas. Este es un buen día.
Carly sacudió su cabeza, su cabello moviéndose con eso. —Lo
sabía. Sabía que ese hijo de puta era... Voy a hablar con J.D. cuando
regrese. Tal vez si Shawn se mete en problemas podrá retrasarse. Todos
esperamos que él no te busque, pero…
—Vendrá detrás de mí. Todo lo que tomará es un favor.
—Te refieres al hermano de Shawn.
Asentí. —Derek hace algo con las computadoras para el gobierno.
No puede decirnos exactamente lo que hace, no es que lo entendamos,
de todos modos, pero mencionó que conoció a Edward Snowden antes de
la denuncia. Probablemente sea solo una cuestión de tiempo. —Suspiré.
—Entonces tenemos que alejarte lo suficiente como para que no
pueda encontrarte. ¿Algunas ideas? Espera. No me digas No quiero saber.
¿Quizás puedas intentar llamarme cuando te instales? Mantente fuera
de la red y todo eso. Señor, ni siquiera sabría cómo hacer eso. Efectivo,
¿supongo?
—Dejé mi teléfono celular en el baño. Y no sé tú número. Incluso
si me lo dices, me temo que no lo recordaré cuando llegue a donde voy.
—No hay problema. —En el siguiente semáforo, sacó un Sharpie
negro de su bolso y abrió su Biblia, escribiendo su número en la portada.
—Carly, no puedo llevarme tu Biblia.
—La necesitarás. Te enviaré lo que pueda recuperar cuando se
calme por aquí —dijo alrededor de la tapa en su boca—. Tengo la
sensación de que Shawn me estará vigilando por un tiempo.
—No te envidio —dije.
La luz cambió y Carly presionó el acelerador. Me guiñó un ojo. —
No te preocupes por mí. Tengo a ese niño manejado. Él no me asusta.
El cinturón de seguridad se clavó en mi pecho cuando Carly apretó
los frenos para evitar perderse nuestro turno y se detuvo en la estación
de autobuses de Greyhound. Buscó en su bolso, y luego me entregó un
grueso fajo de billetes. —No estoy segura de cuánto hay allí. Al menos
seiscientos. Es el dinero sobrante de mi última fiesta. Debería conseguirte
un boleto de ida a unos pocos estados, comidas y una muda de ropa.
Negué con la cabeza. —Esto es demasiado.
—Lo necesitas más que yo. Solo quiero que estés a salvo. Además,
es exactamente un mes antes del Día de la Independencia. —Levantó la
barbilla, una sonrisa orgullosa que suavizaba sus facciones—. Estarás
celebrando extra este año. —Agarró mi mano, colocó la palma de su otra
mano sobre la Biblia, y cerró los ojos—. Querido Señor, oramos por un
viaje seguro para Darby. Mírala y cuídala. Oramos para que el próximo
viaje de su vida sea tranquilo, que encuentre la felicidad y continúe
viviendo su vida de una manera que te honre. En el nombre de nuestro
precioso Jesús... Amén.
—Amén. Gracias.
—No me agradeces. Agradécele a Jesús Él es quien te ayudará a
superar esto. Lo hará, Darby. Créelo.
Abracé a Carly sobre el montón de tul blanco y tafetán, secándome
las mejillas en el momento en que nos alejamos.
—Está bien, ya basta de eso —dijo Carly, aclarándose la garganta—
. Este es el resto de tu vida. Este es un momento feliz. Te quiero. Ve con
cuidado.
—Gracias. Muchísimas gracias —dije, antes de tirar de la manija y
salir. Puse la prueba de embarazo en la pulsera, sostuve la Biblia sobre
mi pecho y realicé un inventario de lo que me rodeaba. Nadie, yendo o
viniendo, traté de no mirar. Me centré en empujar a través de las puertas
de vidrio y encontrar lo que buscaba en el tablero sobre los mostradores
de boletos. El objetivo era alejarme, lejos y rápido. Texas y Louisiana
estaban fuera. También Oklahoma. ¿Kansas, tal vez? Me encogí. Kansas
no sonaba como un destino para una aventura. La estación con la tarifa
más barata, la más alejada de Fort Hood y que partía en media hora, era
Colorado Springs, Colorado. Solo esperaba que todavía hubiera asientos
disponibles.
El hombre canoso detrás del mostrador no parecía impresionado
con mi atuendo. —¿A dónde?
—¿Quedan asientos para Colorado Springs?
Sus dedos hicieron clic en el teclado frente a él. —Uno.
—¡Lo tomaré! —dije.
Notó mi vestido. —Es clase turista.
—Eso es perfecto.
Inclinó su cabeza hacia atrás, mirando el monitor de la
computadora a través de la parte inferior de sus bifocales. —¿Registrando
alguna maleta?
—No.
—Ciento uno con ochenta y dos, y tu licencia de conducir.
—¿Ciento un dólares?
Me miró por encima de sus gafas. —Y ochenta y dos centavos.
Conté el efectivo y lo coloqué en el mostrador, junto con mi licencia.
El hombre detrás del mostrador lo tomó, y mi corazón comenzó a golpear
mi pecho otra vez. Contuve la respiración mientras imprimía el boleto, y
exhalé solo cuando me lo entregó, junto con mi identificación.
—¡Siguiente! —dijo el hombre, y me volví, buscando el número del
área que coincidía con mi boleto. Mi vestido se agitó mientras caminaba
hacia un asiento vacío en la esquina. Justo antes de sentarme, una mujer
con un fuerte acento hispano se acercó al sistema de altavoces y nos pidió
que subiéramos.
Los poseedores de boletos prioritarios se alinearon primero. Uno
por uno, salieron al autobús y subieron los escalones. El impulso de
mirar por encima del hombro y mirar la entrada era imposible de ignorar.
Imaginé a Shawn corriendo por las puertas, sin llamar mi nombre con
desesperación, pero gritándome como un padrastro severo, haciendo una
escena. Mi rodilla rebotó hacia arriba y hacia abajo, los tacones Steve
Madden usados que había comprado en la tienda de segunda mano
cavando en la parte posterior de mi talón. Los que tenían boletos
prioritarios claramente no tenían prisa, así que no sabía con certeza por
qué habían pagado extra para subir a bordo primero.
La anunciante llamó para el abordaje general, y me puse de pie,
tratando de no empujarme hacia el frente. Me pregunté si Shawn estaba
en la casa o llamando para hostigar a mis amigos sobre mi paradero. Él
era inteligente. Vendría a la estación de autobuses, y yo tenía que estar
en el autobús a Colorado Springs cuando lo hiciera.
Seguí a la pequeña abuela encorvada frente a mí, ayudándola a
subir los escalones. Levantar su pierna parecía demorar horas, y llegar
al siguiente escalón parecía años. Finalmente, se hallaba en la cima, y yo
también. Quienes se hallaban sentados, dejaron de acomodarse para
mirarme con el vestido de novia blanco e hinchado, sin duda notando mi
máscara manchada. Si alguien venía en busca de una novia fuera de
control, la gente de la estación señalaría en mi dirección.
Mi vestido golpeó a cada persona sentada en los asientos del pasillo
entre la primera y la décimo octava fila, donde finalmente encontré un
asiento vacío junto a la ventana. Me deslicé y me senté, apretando la
Biblia contra mi pecho. —Por favor, Dios, ayúdame a salir de aquí de
manera segura —susurré.
Cada automóvil que se detenía en la estación, y cada hombre que
salía, causaba un pánico profundo dentro de mí. Podría pasar en
cualquier momento que Shawn salga con su traje, rodeado por su
cuñado, su hermana y sus amigos, en un intento por detenerme.
El motor del autobús era un ritmo constante de bajo ronroneo y
zumbido, y vi como el conductor y algunos empleados de la estación
cargaban las maletas marcadas y discutían algo que definitivamente no
era lo suficientemente importante como para mantenernos sentados allí
incluso un minuto más.
Finalmente, el conductor asintió una vez y subió las escaleras,
sentado en su asiento. Agarró su radio, su voz aplastada y monótona
mientras intentaba una broma y nos dijo a dónde íbamos y los
procedimientos de seguridad de los pasajeros.
Imaginé haber visto a Shawn a través de las grandes ventanas de
vidrio, abriéndose paso por la estación, sus ojos finalmente se posaron
en mí. —Por favor, por favor, por favor —susurré en voz baja. Mi rodilla
estaba temblando de nuevo, un grito creciendo en mi pecho.
Justo antes de que pudiera pararme y suplicar nuestra partida, el
conductor cerró la puerta y puso el autobús en marcha, alejándose.
Mientras el autobús disminuía la velocidad para el tráfico antes de
conducir hacia la carretera, me recosté contra mi asiento y suspiré
ruidosamente.
Había escapado.
Traducido por Vane Black
Corregido por Beatrix

Trex
—Gracias, Stavros —dije, sosteniendo la cerveza fría que acababa
de poner en frente de mí en su base.
La sal de la servilleta se sentía arenosa contra mis palmas, una
cosa más familiar sobre el hotel barato que encontré ese mismo año. Era
mi segunda visita al Hotel Colorado Springs, y aunque el personal me
parecía más curioso de lo que me gustaría, las camas eran cómodas, las
sábanas estaban limpias y, a pesar de estar a tope con bomberos
hotshot1, aún podía permanecer discreto.
—Nunca es demasiado temprano para una cerveza. Ha estado
ocupado, así que no he tenido la oportunidad de decírtelo: Me alegra que
hayas vuelto, Trex —dijo, dándose la vuelta para tomar otra orden. Tuve
que ver su boca moverse para escucharlo por el bajo zumbido de la
conversación en el lobby del hotel. Años de explosiones de granadas
demasiado cerca, explosivos y disparos hicieron que entender hablar a
alguien con cualquier ruido ambiental fuera difícil.
Más de dos docenas de bomberos jóvenes me rodearon, discutiendo
todo, desde la línea de fuego hasta las casas de playa en México. Era una
ventaja tenerlos allí, aunque solo fuera porque era refrescante no ser el
único que bebía al mediodía. La excitada charla sonaba más como una
reunión de la escuela secundaria que como una base de operaciones para
docenas de equipos interinstitucionales que se preparaban para luchar
contra el incendio forestal de Queen Canyon devorándose miles de acres
a unos pocos kilómetros de las afueras de la ciudad.
—¿Qué sigue trayéndote a la ciudad? —dijo Stavros, hundiendo un
vaso en el agua jabonosa de un lavabo detrás de la barra. Me recordó a
cualquier camarero que verías en las películas. El chaleco, la corbata de

1Bomberos de élite en grupos de veinte miembros, son los más entrenados y capacitados
de Estados Unidos, responden a incendios forestales o de grandes dimensiones.
lazo y los pantalones negros eran exagerados para un aspirante a Holiday
Inn, si me lo preguntaban, pero no hizo esa pregunta. Me preguntaba por
una respuesta que no podía dar.
—Trabajo —dije simplemente.
—¿Qué, el fuego? No te consideraría un tipo entre agencias.
Ofrecí una sonrisa a medias, sin agitación. Stavros se encontraba
a punto de creer la mentira que inventaría, y ambos seguiríamos con
nuestro día. Maniobrar con la verdad no era difícil para mí. Tener un
predicador Bautista estricto por padre me dio una amplia práctica para
medias verdades y mentiras absolutas. Regla número uno: Nunca reveles
toda la información.
No sería una conclusión lejana para Stavros creer que yo era uno
de los hotshots, el equipo de tierra, el equipo de entrega en helicóptero o
los de viento. Mi ex se quejó más de una vez que yo no era de conversar
mucho, y tenía razón. Hablando de quién era y dónde fui llevado a
preguntas inevitables sobre lo que había visto, y nadie, y menos yo,
quería saber de eso.
—Simplemente voy donde me dicen —dije, tomando un sorbo.
Stavros no lucía convencido. —Nadie te dice nada. Me pareces el
jefe.
—Uno de ellos —dije. Ahora, esa era la verdad, incluso si era en el
contexto equivocado. Mi teléfono celular sonó, y me excusé de la barra,
lanzando un billete de diez dólares sobre el mostrador.
La persona que llamó se mostró en la pantalla como Desconocido,
ya era una pista de que era mi nuevo empleador. Me dirigí hacia una de
las esquinas del vestíbulo, uno de los pocos espacios fuera del alcance
del oído de la creciente multitud de bomberos.
—Trex —dije, sosteniendo mi teléfono en mi oreja.
—Hola, señor Trexler. Mi nombre es Bianca Calderon. Soy la
asistente administrativa del general Tallis y mañana le ayudaré a acceder
a la propiedad. ¿Es un buen momento para hablar?
—Claro —dije. Bianca trabajó con militares. Se hallaba
acostumbrada a respuestas cortas y simples.
—Lo estaré esperando en la primera puerta en cero-quinientos. Lo
procesaremos allí, luego usted y yo pasaremos a través de las Puertas
Dos y Tres. A partir de ahí, ingresaremos al Complejo. Después de un
breve recorrido, le mostraré su sede central y luego se encontrará con su
nuevo equipo en cero-seiscientos. Con el general en cero-ochocientos.
—Mi equipo —repetí, tratando de no parecer sorprendido—. ¿Todo
el mundo?
—Sí señor. Todos de su unidad.
—Genial. —Miré mi reloj—. Nos vemos en cero-cinco.
—Duerma bien, señor Trexler.
—Es solo Trex. Nos vemos, señorita. Calderon.
—Es Bianca.
Presioné Terminar, y metí mi celular en mi bolsillo trasero,
devolviendo mi pinta al asiento que ocupé. No había visto a toda mi
unidad de inmediato en cinco años, y sería bueno volver a unir a la vieja
pandilla, incluso si todos estuviéramos en diferentes etapas de reajuste
a la vida civil.
Ahora mi asiento se encontraba ocupado por alguien un poco más
grande que yo. Su cabello oscuro se hallaba alborotado, su piel parecía
un cuaderno de garabatos. Le di una palmada en el hombro. —Estás en
mi silla.
El hombre levantó la mirada. Su sonrisa se desvaneció, y se
levantó, no porque estuviera intimidado, sino porque yo era la última
persona que esperaba ver allí.
—¿Qué diablos estás haciendo aquí? —preguntó.
—Cálmate, Maddox —dije, tomando su asiento—. No estoy aquí por
ti.
Las conversaciones a nuestro alrededor se calmaron, y sus
compañeros se volvieron hacia la conmoción, creando una pared
impresionante entre nosotros y el resto del lobby. No podría culparlos. La
última vez que Taylor y su hermano gemelo, Tyler Maddox, me vieron
estaba en Estes Park cuando portaba una placa federal e investigaba un
incendio en un campus universitario que podría haber involucrado a su
hermano menor. Por lo que sabía, el caso aún estaba abierto.
—Entonces ¿por qué estás aquí? —siseó, manteniendo su voz baja.
—Obtuve un nuevo trabajo.
—¿Acabas de encontrar un trabajo en Colorado? —preguntó
dudoso.
—Da la casualidad de que lo hice. Ahora vete a la mierda, y déjame
disfrutar mi cerveza. Tengo que presentarme temprano. Mañana es mi
primer día.
—¿Dónde?
—¿Por qué te importa?
Maddox soltó una risa nerviosa. —¿Y qué? ¿Dejaste un trabajo de
mierda por otro?
—No, este es un trabajo privado. Paga mucho mejor. Ahora, en
serio. Déjame jodidamente solo.
Maddox se rio entre dientes, tomando un trago antes de reunirse
con sus amigos al otro lado de la habitación. Eran más jóvenes que yo,
pero habían estado en situaciones más precarias de las que podían
contar. Podía respetar correr hacia el fuego.
Stavros colocó otra cerveza sobre la barra y asintió hacia el grupo
de hombres detrás de mí. Maddox me compró una bebida. No quería
agradarle, pero no podía convencerme de que era un tipo malo. Incliné la
cabeza en señal de agradecimiento y miré hacia adelante.
—¿Qué fue eso? —preguntó Stavros.
—Nada.
—¿Supongo que ustedes dos se conocen?
—Su hermano menor podría haberse metido en problemas.
—¿Y tú ayudaste?
—No —dije, pasando a la nueva cerveza.
—Estás más malhumorado que la última vez que estuviste aquí, y
no pensé que eso fuera posible.
—¿Lo estoy? —pregunté.
—Supongo que el nuevo trabajo tiene algo que ver con el Complejo
Cheyenne Mountain.
—¿Qué es eso?
Stavros sonrió. —El único secreto que se puede mantener por aquí.
—Bueno, suena muchísimo más genial que lo que estoy haciendo
—dije, manteniendo mi compostura.
Lo último que necesitaba era que el barman del hotel difundiera el
rumor de que trabajaba para una instalación muy secreta antes de mi
primer día. Stavros parecía decepcionado y completamente convencido
de que no tenía razón.
—¿Estás aquí solo? —preguntó.
—Sí.
—Nuevo comienzo ¿eh?
Empecé varias veces, pero nunca se sintió completamente nuevo.
Salir de casa para los marines, pasar al FBI, y ahora la seguridad privada.
Como muchos veteranos, trataba de llevar mi vida después de haber
estado condicionado durante años por seguir. Un despido honorable
después de que mi rodilla fuera herida gravemente por fuego enemigo ya
era bastante malo. Una década en el Cuerpo militar, múltiples
despliegues, innumerables misiones y un niño secuestrado de diez años
con entrenamiento de combate mínimo terminaron con mi carrera
militar.
Toqué mi rodilla, sintiendo las cicatrices. —¿Quién sabe? Quizás
este será el indicado.
—Oh, entonces has hecho esto antes.
Asentí. Después de que mi rodilla se curó tanto como podía, llamé
a un viejo amigo que dirigía Deep Six Security. Conducir vehículos a
prueba de balas, pero con aire acondicionado parecía un ascenso al
principio, pero proteger a políticos sucios, contratistas de armas y
señores de la guerra: el sueldo nunca me ayudó a olvidar, y luego mi
hombro izquierdo fue quemado por una granada aturdidora durante una
incursión de medianoche. Cuando fui aceptado en Quantico, pensé que
finalmente encontré mi vocación. Resultó que dos años en el FBI fueron
suficientes para saber que no era para mí. Mi jefe en Denver era decente
en comparación con el imbécil de San Diego, pero mis colegas eran
analistas y traficantes de papel. Incluso los agentes de campo usaban
corbatas y chaquetas para trabajar. Nadie que llevara un traje se
ensuciaba. Trabajar allí fue una decisión tomada con desesperación que
corregí lo más rápido que pude.
—Ella realmente debe haberte jodido —dijo Stavros—. Ni siquiera
veo un brillo de arrepentimiento.
—No. No la he conocido todavía.
—Oh. Eres un creyente de la indicada ¿eh?
Sonreí antes de tomar un trago. Tuve algunas novias, pero nunca
encontré a nadie que pudiera ayudarme a sacudirme la sensación de que
había algo, alguien más. Conocí a Laura justo después de la preparación
básica militar. Podría haber sido una esposa militar de libros de texto.
Vivimos juntos durante un año, pero ambos nos dimos cuenta de que no
era amor, y yo fui el padrino cuando se casó con mi mejor amigo tres
años después. Hubo un puñado de citas y muchas otras mujeres que mi
hermanita Hailey llamó pasatiempos, pero no importaba cuán
asombroso, cuan hermoso, cuan divertido... Sabía que no era ella. Mi
chica estaba en algún lado, y podía sentirla de la misma manera que
Maddox y sus amigos miraban la parte posterior de mi cabeza.
Mi teléfono celular zumbó en mi bolsillo trasero, y me levanté,
dejando caer un billete de cinco dólares enrollado en el frasco de la
propina. —Justo pensaba en ti —dije, caminando hacia los ascensores.
—Por supuesto que sí. ¿Te instalaste? —preguntó Hailey.
Me moví entre los bomberos, todos bebiendo sus cervezas India
Pale Ale a mitad de precio. —Tan instalado como puedo estar en una
habitación de hotel.
—¿No te consiguieron un lugar?
—No.
—Todavía no me has dicho lo que estás haciendo en Colorado
Springs.
—Y no voy a hacerlo.
Hailey suspiró y me reí. Pasamos mucho tiempo hablando de la
verdad. —No tengo mucho tiempo. Estoy en mi hora del almuerzo. Pero
estoy emocionada de que estés a solo tres horas manejando desde aquí.
¿Vendrás a casa para la Pascua? Papá tiene su sermón diez meses antes.
Apreté el botón del ascensor y esperé. —¿No es lo mismo todos los
años? ¿Qué hay con la preparación? Además de quizás decidir cuál de
las historias va a contar.
—Detente.
—En serio ¿has leído los evangelios? ¿Había un hombre, dos
hombres, un hombre y un ángel, o un ángel en la tumba? Es diferente en
Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Y esto es lo que él llama la palabra infalible
de Dios. —La puerta del ascensor se abrió y entré, sintiéndome
inmediatamente culpable—. Lo siento, HayBells.
—¿Desde cuándo te volviste pesimista?
—Desde mi primer despliegue cuando realmente leí la Biblia.
Escucha, voy estar domando el nuevo trabajo la próxima semana. Estoy
trabajando muchas horas para entrenar al equipo, por lo que podría no
estar disponible en las próximas dos semanas.
El ascensor se estremeció cuando disminuyó la velocidad hasta
detenerse. Las puertas se abrieron, salí, giré a la izquierda y, aunque
sabía por dónde ir, revisé el cartel para asegurarme de que mi habitación
se encontraba a la izquierda. La habitación doscientos uno se hallaba al
final del pasillo, y me detuve frente a la puerta, buscando la llave de mi
habitación mientras sostenía la voz de mi hermanita junto a mi hombro.
Hailey parloteó sobre el baile de graduación, y del chico nuevo
husmeando, y de sus aplicaciones para la universidad. No podía culparla
por su ignorancia de cómo era la vida para mí en la escuela secundaria.
Los gritos, las reglas, la privacidad inexistente. Yo era el prototipo.
Aprendieron de mí cómo no ahuyentar a un niño. Papá se relajó, mamá
no era tan firme ahora. La infancia de Hailey fue casi normal.
—¿Me oíste? —preguntó cuando la cerradura de mi habitación hizo
clic. Empujé la puerta para abrirla.
—Lo siento, dijiste sobre el viaje de misión. Es para Honduras esta
vez ¿verdad?
—Fue Honduras la última vez, también. Creo que deberías ir. Me
sentiría más segura contigo allí.
—Ojalá pudiera, Bells. Comienzo un nuevo trabajo mañana. No hay
tiempo libre por un tiempo.
—Es solo una semana. Podrías salirte por una semana.
Caí de espaldas sobre el colchón duro y frío, mirando el techo beige.
No me había molestado en encender la luz, el sol rociaba algunos rayos
a través de un hueco en las cortinas opacas.
—Te extraño, chico.
Pude escucharla haciendo pucheros a través del teléfono, y me hizo
sonreír. Siempre pensaba lo mejor de mí. Era un trabajo de tiempo
completo pretender ser el tipo que creía que era.
—Yo también te extraño, Scottie.
—Dile a mamá y papá que los amo.
—Lo haré. Buena suerte mañana.
Cuando colgó, la habitación se sentía vacía, más oscura. Hailey era
una luz propia. Ella, mis padres y mi hogar de infancia en Goodland,
Kansas, estaban a solo unas horas de distancia. Por alguna razón, no fue
tan reconfortante como debería haberlo sido. Hailey cumpliría dieciocho
en unos pocos meses. Podría subirse a un auto en cualquier momento y
conducir para verme. Nada me gustaría más que pasar tiempo con mi
hermanita, pero guardar secretos era más fácil cuando todos se hallaban
a un avión de distancia.
Eché un vistazo a mi reloj. Otras siete horas para matar antes de
que se apaguen las luces. Cerré los ojos, con el objetivo de tomar una
siesta de media hora, con la esperanza de que fuera suficiente para
recargar, y lo suficientemente corto como para mantener las pesadillas
lejos.
Alguien golpeó la puerta y mis ojos se abrieron. —Esperen —dije,
tropezando hacia la puerta. Lo abrí para ver a Taylor Maddox y algunos
de sus amigos allí de pie. Me tensé, listo para pelear.
—Nos dirigimos a almorzar al centro. ¿Quieres venir? —preguntó
Taylor.
La comida era mejor que luchar contra hombres sin rostro con
rifles que nunca parecían quedarse sin munición desde el momento en
que me dormía. —Me pondré mi camisa.
Traducido por Miry & Joselin♡
Corregido por Beatrix

Darby
El suelo de cemento bajo la mesa de madera en la que me colocó el
anfitrión se hallaba pegajoso, pero el recinto de cristal del restaurante
mexicano que elegí era protección contra el viento olvidado de Dios y el
humo de un incendio no muy lejos de la ciudad. Que el periódico y la
salsa fueran gratis era una ventaja adicional.
Mi vestido de novia colgaba en una tienda de empeños justo al
norte del centro de Colorado Springs, y los cuatrocientos dólares que
obtuve me ayudaron a pagar los pantalones, la blusa con botones, el
sujetador, las bragas de algodón y los zapatos planos que llevaba puestos.
Tomar la mitad de lo que pagué por el vestido menos de seis meses antes
fue francamente doloroso. Mi mochila de la tienda de segunda mano
contenía la sudadera azul marino y un par de pantalones de chándal gris
jaspeado que compré ahí, pero necesitaba algo para las entrevistas y ropa
de trabajo para mujer tenía un cincuenta por ciento de descuento. Así
que vendí el vestido, guardé el anillo de compromiso en caso de que
pudiera necesitar efectivo de emergencia más tarde y traté de no pensar
demasiado en ello. Cualquier oportunidad de dinero en efectivo inmediato
no era nada para comenzar a malgastar.
Mi rodilla rebotando seguía golpeando la mesa, atrayendo la
atención de algunos niños pequeños cercanos. No pude evitarlo. Sentía
que en cualquier momento Shawn se detendría en su estúpida camioneta
y me arrastraría de regreso a Texas por el cabello. Era libre, pero aún
tenía miedo, y eso me enojaba.
El camarero me dejó un bolígrafo con la cuenta para una firma de
pago con tarjeta de crédito posterior, sin saber que pagaría en efectivo
por la cuenta de siete dólares por un queso grande y un refresco que pedí
para un almuerzo tardío. Junto a los cuencos vacíos, utilicé el bolígrafo
para garabatear en los márgenes de los artículos de periódico y circular
los anuncios de los clasificados, todo, desde secretaria de una firma de
abogados hasta empleada de segundo o tercer turno en un hotel. En Fort
Hood, fui camarera, y luego fui la novia de un hombre celoso,
sobreprotector y autoritario que no quería arriesgarse a que yo trabajara
con personas que pudieran poner ideas locas en mi cabeza, o con otros
hombres a los que podría mirar demasiado tiempo o hacerme pensar que
era más inteligente, más divertida, más bonita de lo que Shawn pensaba
que era.
—Eso es bastante bueno —dijo el camarero, haciendo una pausa
por un segundo para notar mí dibujo—. ¿Qué es?
—Una palmera... y una chica hula —dije, tratando de ver las líneas
gruesas y los detalles a través de sus ojos. Era bastante bueno. Lástima
que nadie necesitaba un garabateador profesional.
—¿Estudias la Biblia aquí?
—Oh —dije, mirando a la Biblia de Carly a mi lado—. No.
—Hawaii —dijo asintiendo—. Genial —dijo, y luego se alejó.
Nunca había estado ahí. Nunca estuve en ningún lado. Viajar fuera
de Fort Hood era algo que pensé que haría con Shawn. Ahora me hallaba
a doce horas en auto, sola. Pero, cuando noté mi postura encogida, mi
duda al mirar a alguien a los ojos, sabía que él aún se encontraba
conmigo, de pie sobre mí como el cachorro cobarde y pateado en el que
me convertí.
Quité una de mis alpargatas negras, ligeramente usadas, del suelo
pegajoso para moverme en el asiento, apenas notando el ruido atroz que
hacía. Tenía que seguir recordándome a mí misma que nadie más que yo
sabía dónde estaba, pero aun así, eché cuatro miradas por minuto hacia
el estacionamiento para asegurarme de que no hubiera vehículos
familiares que se acercaran.
—Estás bien —susurré mientras le daba más detalles al cabello
largo y oscuro de la chica hula. Ella sonreía sin preocupaciones, algo que
yo no hacía o sentía desde hacía mucho tiempo. En el autobús, pensé
que una vez que llegara a mi destino, mágicamente volvería a ser lo que
solía ser: sin nerviosismo, sin preocupaciones, sin sentimientos
abrumadores de temor. A medida que pasaba cada hora y no me sentía
diferente, esa esperanza fue reemplazada por algo mucho más oscuro. No
quería que Shawn tuviera el control, y ahí me encontraba, teniéndole más
miedo de lo que nunca había sentido.
El Hotel Colorado Springs estaba a solo unos kilómetros por la
autopista, justo después del Cañón Red Rock. Me preguntaba si el hotel
ofrecía descuentos en habitaciones a los empleados. Eso merecería los
doce dólares por hora que ofrecían. Guardé la Biblia en mi mochila, dejé
dos billetes de cinco dólares en la mesa y me acerqué al mostrador del
anfitrión, con el periódico en la mano y todo lo que tenía colgando de mis
hombros. Llegué a Colorado Springs a las siete y media de la mañana.
Entre buscar a través de tiendas de segunda mano en mi vestido,
encontrar una casa de empeño y ubicar una tienda en el centro que
vendiera bragas de algodón y artículos de tocador, tuve un día
productivo, incluso si no podía sacar el olor a humo de mi nariz.
—Disculpe —le dije al hombre parado detrás del mostrador—. ¿Me
presta su teléfono?
Sacudió la cabeza. —Sin teléfono.
—¿No hay teléfono? —repetí. Mentía. Por supuesto, tenían un
teléfono, pero no para clientes. Suspiré. Recé para que me permitieran
una entrevista cuando llegara ahí. En el momento en que llegara, sería
demasiado cerca de la oscuridad para encontrar otro lugar, y tendría que
gastar una buena parte de lo que quedaba de mi dinero en una
habitación. Al menos era un lugar para pasar la noche.
Reajusté mi mochila y empujé la puerta, caminando por el
estacionamiento hacia la carretera y girando hacia el sur. El sol se
escondía detrás de una cortina espesa y nebulosa, más parecido a una
bola rosada y brillante, me pregunté si el cielo se oscurecería más pronto
de lo normal. El camino se encontraba congestionado por el tráfico de la
hora pico y la gente que salía del Jardín de los Dioses y el Cañón Red
Rock antes de la puesta del sol. Los gases de escape y el humo hicieron
que el aire me quemara la garganta con cada respiración, así que aceleré
el ritmo, esperando llegar al hotel más temprano que tarde. Los coches
desplazándose a mi lado, por un lado, un refugio improvisado en el otro.
Un hombre se sentaba en el suelo junto a un carrito de la compra lleno
de sus únicas pertenencias. Su rostro sucio y gastado, contando una
historia de lucha y fracaso. Desde mi lado, de las paredes de hojalata que
lo protegían del viento, su vida parecía una gran herida abierta,
sangrando mucho y por tanto tiempo, que apenas notaba que algo
andaba mal.
Me detuve en su casa y le di un billete de veinte dólares, y mientras
miraba su mano confundido, me alejé, queriendo asegurarme de tener
paredes reales, agua corriente y una cama para pasar la noche.
La autopista Midland no tenía banqueta, y en ocasiones, no había
mucho espacio entre las caras rojas de los acantilados y el arcén de la
carretera. Dos puertas corredizas de vidrio se abrieron para mí cuando
me acerqué a la entrada del hotel, y entré a un olor de ambientador barato
para alfombra y café recién hecho mientras el aire acondicionado me
golpeaba en la cara. El vestíbulo se hallaba decorado con colores beige y
plantas falsas, sin color o eso hogareño que la mayoría de los hoteles
fallaban en emular. En la pared de atrás estaba el bar del vestíbulo,
donde un cartel al lado del último taburete decía ¡BIENVENIDOS
BOMBEROS! ¡CERVEZA Y APERITIVOS A MITAD DE PRECIO!
Un hombre se encontraba detrás del mostrador, limpiándolo con
un trapo blanco. Su cabello oscuro era rígido, gelificado en su lugar, sus
gruesas y excesivamente cuidadas cejas se unieron cuando me vio.
—Acércate, solecito —dijo, ofreciendo uno de los taburetes. Podía
ver cuando los hombres coqueteaban conmigo, y a decir verdad, la
mayoría lo hacía. Había sido utilizada lo suficiente como para saber si
esa era la intención, y a veces los hombres querían ser utilizados. Pero el
tono del cantinero no entraba en el espectro de la seducción, sino que
sonaba más como si hablara con su hermana pequeña.
Crucé el vestíbulo, pasando junto a un grupo de hombres que
deambulaban, dos sofás y una sola silla reunidos frente a un gran
televisor de pantalla plana. El bar estaba en la esquina, junto a la entrada
del ascensor, y en el lado opuesto de la habitación desde el mostrador de
registro.
—¿Registrándote? —preguntó. En su etiqueta barata se leía
Stavros. Las líneas débiles alrededor de sus ojos se profundizaron cuando
sonrió, haciendo juego con las tres en su frente. Tal vez diez años mayor
que yo, Stavros probablemente vio a cientos de mujeres guapas pasar por
su bar, y yo era solo una de tantas. Era un hombre suficientemente
decente como para no intentar seducir a todas.
Me senté en el taburete y escudriñé el mostrador de registro vacío.
—Espero hablar con un gerente.
—¿Oh?
—Vi el anuncio en el periódico para el trabajo.
Sonrió. —Oh, el trabajo. Él debería regresar en cualquier momento.
¿Puedo ofrecerte una bebida?
Me encogí de hombros. —Solo agua, por favor.
Asintió. —Te ves reseca.
Solté una carcajada. —¿Me veo como cualquier otra cosa? Caminé
hasta aquí. Me sorprendería si no fuera un desastre sudoroso.
—¿Caminaste hasta aquí? —dijo, sirviendo hielo en un vaso con
una cuchara y luego usando la pistola para llenar el vaso. —¿Desde
dónde?
—Un restaurante mexicano en el camino.
Frunció el ceño. —Florecita, ese no está en el camino. Está al
menos a seis kilómetros de aquí. Realmente debes querer el trabajo.
—Lo quiero. E iba a conseguir una habitación para pasar la noche.
Tal vez algunas noches.
—¿Acabas de llegar a la ciudad?
Asentí. —Esta mañana.
Hizo un gesto hacia mi mochila. —¿Qué hay en la bolsa?
—Mis pertenencias. Todas ellas.
Me miró, dudoso. —No te ves como vagabunda.
—No lo soy.
—Confía en mí, aquí hay muchos vagabundos de Texas.
—No soy de... —No tenía sentido. Sabía de dónde era desde el
momento en que abrí la boca.
Me miró por un momento. —¿Por qué viniste?
—Solo viendo el mundo, supongo.
Sonrió de nuevo. —No mientas. Ya puedo decir que apestas en eso.
Me retorcí en mi asiento, cruzando los brazos sobre la cintura. —
Realmente no quiero…
—No lo mataste ¿verdad? —preguntó, no tanto temeroso sino
intrigado—. Al tipo.
Negué con la cabeza.
—Ya veo. ¿Cuál es tu nombre?
—Darby... Cooke.
—Ajá —dijo, no muy convencido—-. ¿Crees que con un nombre
como Darby el apellido falso va a ayudar?
Me hundí en el asiento.
—Será Cooke, entonces. Tu secreto está a salvo conmigo. —La
atención de Stavros se concentró en el mostrador de registro. Una mujer
mayor apareció desde el ascensor, masticando el último bocado de su
comida y frotándose las manos. Se hallaba de pie, con la computadora a
la altura de la cintura.
Stavros puso los ojos en blanco. —Ella es Tilde.
—Parece agradable —dije, viéndola trabajar en la computadora.
Llevaba una sombra azul hasta sus cejas pintadas con lápiz y un lápiz
labial rosa brillante. Era tan redonda como alta, y de vez en cuando
sonreía, aunque no fuera para nadie en particular.
—La mayoría del tiempo. Trabaja en el segundo turno, de las tres
a las once, así que para cuando esté lo suficientemente cómoda como
para mostrar su lado irritable, estarás en las noches. Te entrenará y ha
estado trabajando en turnos dobles para cubrir, por lo que puede ser
irritable a veces.
—Si consigo el trabajo.
—Tienes el trabajo —dijo.
—¿Qué te hace estar tan seguro?
—Porque soy dueño de este lugar.
—Oh —dije, mirándolo cruzar la habitación. Él y Tilde tuvieron una
conversación tranquila sobre mí, y luego me hizo un gesto para que me
acercara.
—Tilde te conseguirá una habitación y recibirá tus papeles. Los
empleados tienen habitaciones por veinte dólares la noche, aumentados
a mitad de precio si estamos llenos, sin servicio de limpieza. ¿Puedes
comenzar ahora?
Mis cejas se elevaron hasta la línea de mi cabello, y pestañeé. —
¿Ahora? Por supuesto. Absolutamente.
—Bien. Consigue tus cosas. Estás justo al final del pasillo desde el
escritorio. Miró a Tilde. —Cien.
Tilde asintió, volviendo al escritorio y haciendo clic.
—¿Luego vuelvo aquí? ¿Lo que visto está bien?
Ondeó la mano. —Te ves preciosa. Ya que puedas, consigue una
blusa blanca a botones y pantalones negros, ese es el uniforme típico.
Tilde se acercó a nosotros con una tarjeta blanca, miré a Stavros.
—No tienes idea de cuánto aprecio esto. Muchas gracias.
Asintió, dirigiéndose de nuevo al bar. —Estaremos llenos pronto.
Vendrán hotshots de todas partes. Solo... trata de mantener el ritmo.
Cuando volvió la espalda, miré a Tilde. —¿Qué es un hotshot?
—Bomberos —dijo, guiándome hacia el ascensor—. Vienen a
controlar los incendios fuera de la ciudad. Solo mírame y sonríe a los
huéspedes. No lo aprenderás todo en una noche.
Casi esperaba que presionara el botón del ascensor, pero siguió
caminando hasta el final del pasillo, justo después de una puerta que
decía ALMACENAMIENTO.
El número en la puerta decía cien, y Tilde me hizo un gesto para
que probara la tarjeta. Se escuchó un pitido y una luz verde brilló cuando
presioné el plástico en el cuadrado negro sobre el mango. El pestillo se
soltó, y le sonreí a Tilde.
—Gracias —dije, empujando la puerta para abrirla.
—¿Puedes volver a la recepción en media hora?
—Sí. Sólo me refrescaré y regreso.
La puerta se cerró de golpe tras de mí, y miré hacia la habitación
oscura, la luz del sol luchando por entrar a través de la rendija de las
cortinas opacas. Extendí la mano hacia el lado de la puerta, encendí la
luz y luego levanté la mano para colocar el pasador plateado. La
ventilación se activó cuando presioné el interruptor de luz. El sencillo
lavamanos se hallaba rodeado por sesenta centímetros de espacio de
encimera, y una cortina de ducha color blanco a juego escondía una
ducha y bañera. El gran espejo estaba impecable. Por un momento fugaz,
deseé que los servicios de limpieza vinieran con el alquiler con descuento,
pero eso sería demasiado bueno para ser verdad.
El corto pasillo se abría a una habitación de doce por veinte con
mesitas auxiliares a cada lado de la cama matrimonial. Una televisión se
encontraba encima de una cómoda de madera con seis cajones. Los otros
muebles consistían en un escritorio, una silla de escritorio, una silla
tapizada que se suponía que coincidía con la alfombra estampada verde
y azul pero que no se parecía mucho, y una unidad de Aire
Acondicionado/Calefacción debajo de la ventana.
Abrí los cajones y me di cuenta de que un lado era un refrigerador
vacío, más grande que el típico de una habitación de hotel. En la pared,
la habitación principal que se compartía con el baño era una zona
insertada para el microondas y la cafetera, una cocina de dos
quemadores con un respiradero arriba. ¡Puedo cocinar! Caí de espalda en
la cama. Confortable. No podía creer mi suerte. Nuestra suerte. Gracias,
Dios.
Toqué mi abdomen, el punto central entre los huesos de la cadera,
una suposición. —Estaremos bien... —¿El bebé era una niña? ¿Un niño?
Mi expresión se crispó hacia el disgusto al decir eso. No lo sabría por un
largo tiempo, si es que lo hacía hasta que él o ella naciera. Mi bebé era
del tamaño de un frijol o algo así. Frijol. Frijolito Dixon—. Estaremos bien,
Frijolito.
Dije las palabras en voz alta, más para mí que nada. Pensamientos
sobre cómo sustentaría un bebé, dónde viviríamos, los costos de los
pañales y la guardería. Me sentía agradecida por el trabajo más que por
el sueldo. Mantenerme ocupada ayudaría a preocuparme por mi mente,
lejos del miedo abrumador. Era una madre soltera. Sonreí. Al menos era
libre.
Incapaz de quitar la sonrisa de mi cara, busqué en mi mochila y
saqué mi pasta de dientes, cepillo de dientes, cepillo para el cabello y
desodorante. Corrí al baño, puse los pocos artículos de tocador que tenía
donde los quería y coloqué un poco de pasta de dientes en el cepillo.
Cepillar y escupir. Cepillar y escupir. Enjuagar. El cepillo de dientes sonó
contra el borde del fregadero, y luego usé un vaso como soporte.
Desodorante, una cepillada a mi cabello, luego agarré la tarjeta llave, la
billetera y salí apresuradamente por la puerta, caminando rápidamente
por el pasillo.
El ascensor se abrió, y choqué contra un hombre alto, reboté hacia
atrás.
—¡Oh, Dios! ¡Lo siento mucho! —dije antes de que incluso hubiera
recuperado el equilibrio.
Me agarró antes de que cayera, mirándome con preocupación en
su mirada. —Cristo, ¿estás bien?
—Sí. Sí, estoy bien —dije, sacudiendo su camiseta, como si hubiera
dejado tierra sobre ella.
—Me pegaste fuerte —dijo.
—Lo siento mucho. ¿Estás herido?
Se rio una vez, y lo miré entonces. Era una cabeza y media más
alto que yo, y sus bíceps fuertemente tatuados llenaban sus mangas, la
obra de arte abarcaba ambas muñecas. Parecía el guardaespaldas de
alguien, al instante me hizo sentir intimidada.
—¿De qué huyes? —preguntó.
—¿Yo? De nada —insistí, mi tono un poco defensivo.
Arqueó una ceja.
—¡Oh! Te refieres a... —Señalé con el pulgar detrás de mí—. Solo
voy a trabajar. —Hice un gesto hacia Tilde en la recepción.
—¿Aquí? ¿Trabajas aquí? —preguntó, señalando al suelo—. No te
he visto por aquí.
—Primer día —dije, esperando que mi sonrisa no fuera tan
incómoda como la sentía—. Probablemente debería...
—Oh. Por supuesto.
—De nuevo, lo siento. —Me alejé antes de que él pudiera responder.
Hablar con hombres aparte de Shawn no era algo que hubiera hecho en
mucho tiempo. Ciertamente no cuando Shawn se hallaba cerca. Las
noticias viajaban rápido en la base, y pocas cosas enojaban a Shawn más
rápido que escuchar que otro hombre me prestaba atención.
Tilde sonrió cuando llegué, cadenas gemelas colgando de los
auriculares de sus gafas balanceándose al unísono. —¿Estás bien?
—Lo siento mucho. No debería haber estado caminando tan rápido.
Estaba emocionada.
—¿Estás bromeando? Eso fue oro puro. Además, no podrías abollar
a ese chico. —Tilde tosió una vez para aclararse la garganta, la misma
tos seca y agria que tenía mi mamá.
—¿Lo conoces?
—Es uno de los muchachos interinstitucionales. —Parpadeé
confundida, y ella continuó—. Los hotshots. El que tiene todos los
tatuajes se registró hoy. Maddox. Él tiene un gemelo, y no estoy segura
de cuál es cuál, pero es indudable que tendrá una niña en su habitación
al menos una vez mientras esté aquí. Comenzarás a ser realmente buena
leyendo personas. Parejas casadas. Parejas casadas que vienen aquí pero
que no están casadas entre sí. Los que vienen por trabajo, los clientes
habituales, los padres agotados con cinco hijos. Las parejas jóvenes que
tienen perros por niños. Las parejas mayores que tienen perros por niños.
Los camioneros. Los drogadictos. Los niños de la universidad. Los
vagabundos. Los verás a todos.
Vi a Maddox pasear por el vestíbulo y sentarse en el bar. Él bromeó
con Stavros por un momento, luego con sus compañeros hotshots.
—Comenzarán a llegar en masa en cualquier momento.
Deberíamos entrenarte en lo básico.
Tilde fue paciente, me mostró el sistema informático, cómo
registrar el ingreso y la salida, crear claves, programar una llamada de
despertar y una reserva, cómo saber si una llamada externa está
entrando o si un invitado llama, cómo conectar una llamada telefónica a
una habitación.
Las puertas dobles de cristal se abrieron, y un pequeño grupo de
hombres entró con bolsas de lona y mochilas, riendo e intercambiando
golpes ligeros y empujones. El hombre sentado en el bar los distrajo y se
le acercaron, quitándose la gorra y turnándose para empujarlo de su
taburete.
—¿Por qué los chicos hacen eso? —pregunté—. Son tan malos el
uno con el otro.
—¿Malos? No, preciosa, así es como muestran afecto. Hombres en
posiciones como las suyas... y policías, soldados, ya saben. Son todos de
esa forma.
Fruncí el ceño. —Alguien debería decirles que no es afecto.
Los hotshots eran delgados, sus pómulos sobresalientes, ojos
hundidos. Parecían bastante felices, se burlaban y se reían, como si
fueran viejos amigos de la escuela secundaria reunidos después de años
de estar separados.
Tilde habló a través de su sonrisa. —Ahí viene.
—¿Maddox? —dije, imitando su tono bajo.
—¡Taylor Maddox! —dijo cuando estuvo lo suficientemente cerca
para escuchar—. Qué bueno verte de nuevo. ¿Cómo está la familia?
—Papá está bien. Los hermanos están bien —dijo Taylor, mirando
hacia abajo mientras sacaba su billetera de su bolsillo trasero. Lanzó su
identificación y una tarjeta de crédito, luego dirigió su atención a su
teléfono y tecleando una rápida respuesta. Cuando lo guardó, levantó la
mirada y captó mi mirada—. Oh.
—Buenas tardes —dije.
—¿Todo es satisfactorio con tu habitación? —preguntó Tilde.
Ignoró a Tilde para responderme. —Nos encontramos en el pasillo.
—Lo recuerdo —dije.
—Entonces... tu primer día ¿eh? ¿Cómo te va hasta ahora?
—Bien —le dije, haciéndole saber con mi respuesta y el lenguaje
corporal que no estaba interesada.
Se rio entre dientes, pareciendo no ofendido. —Tengo una king.
Necesitaré un doble, Tilde. Dos llaves.
—Queda una doble. Tienes suerte —dijo Tilde, haciendo clic en la
computadora—. Necesitaré tu tarjeta de crédito otra vez.
Taylor esbozó una sonrisa perfecta, mirándome durante medio
segundo antes de entregarme su tarjeta.
Se la pasé a Tilde, quien la miró. Cualquier cosa que el hombre
decía la haría sonrojar. Sí, era atractivo y encantador, y en la superficie,
al menos, era amable y humilde. Me preguntaba si sospechaba de él por
la pared que había tenido que construir o si había algo familiar en él, y
no en el buen sentido. Con su cursor, seleccionó una habitación y luego
ingresó el nombre y la información de Taylor. Ella programó dos llaves de
tarjeta y se las entregó. Parece bastante fácil.
—Todo listo —dijo Tilde.
Taylor firmó su recibo, y Tilde le devolvió su tarjeta de crédito, luego
insertó las llaves en un pequeño sobre, extendiendo la mano sobre el
escritorio. —Ahí tienes. Bienvenido a casa. De nuevo.
—Gracias, Tilde. No entendí tu nombre.
Tilde respondió por mí. —Darby. Aún no le hemos dado una
etiqueta con el nombre.
—Aja. Nunca lo escuché antes. Tiene que ser una historia.
—Una muy aburrida —dije.
—Me gustaría escucharla en algún momento, de todos modos —
dijo, caminando hacia el ascensor.
Tilde tarareó. —Oh, cielos. Ya has encontrado problemas.
—No —dije, sacudiendo la cabeza—. No estoy interesada en salir.
Definitivamente no soy su tipo en absoluto. Nada de bomberos, hotshots,
fuerzas del orden, soldados...
Tilde se rio entre dientes. —Tienes razón. Todos esos trabajos
requieren ciertas personalidades, ¿no?
El teléfono sonó, y Tilde lo agarró rápidamente, sosteniendo el
receptor contra su barbilla con su hombro. —Recepción. ¿Cómo puedo
ayudarlo, señor Trexler? Oh. Lo siento mucho por eso. Sí, enviaré algunas
de inmediato. —Tilde presionó el gancho con un dedo—. Maldita sea. —
Liberó y marcó otro número. Esperó. Suspiró. Puso los ojos en blanco y
colgó—. Darby, debería haber un carrito de limpieza en algún lugar al
final del pasillo. Toma cuatro toallas de baño, cuatro toallas de mano y
cuatro batas de baño y llévaselos a Scottie Trexler en la doscientos uno.
Señalé el vestíbulo hacia la pared opuesta. —¿El carrito está en ese
pasillo?
Tilde asintió.
El vestíbulo era difícil de navegar, un laberinto de hombres en su
mayoría muertos de hambre, y algunas mujeres. Doblé la esquina hacia
otro pasillo, la pared interior se rompió por otras veinte puertas de color
beige. A mitad de camino, un carrito de la limpieza estaba desatendido,
lleno de vasos, toallas, paños, jabones y esas botellitas de champú y
acondicionador. Me serví las toallas y los paños y regresé por el vestíbulo.
Los hotshots reunidos alrededor del bar se separaron como el Mar
Rojo, deteniendo sus conversaciones el tiempo suficiente para que yo
pasara con los brazos llenos de algodón blanqueado. El ascensor se
estremeció cuando se acercaba al segundo nivel, y luego rebotó, las
puertas se abrieron a un pasillo tranquilo. Un gran espejo con forma de
diamante colgaba directamente de donde yo estaba. La mujer en el reflejo
se veía diferente a la novia llorosa y atrapada en el espejo de la pequeña
iglesia en Fort Hood. Había esperanza en mis ojos. Independencia.
La habitación doscientos uno se hallaba a solo cinco metros de los
ascensores. Golpeé mis nudillos contra la puerta. —Limpieza —dije, sin
saber si eso era lo correcto o no.
—¡Solo un segundo! —gritó un hombre, y luego un choque sonó
desde algún lugar dentro de la habitación—. ¡Mierda! ¡Sujétate!
La puerta se abrió, y mis ojos se desplazaron a lo largo de más de
cinco pies de felpa blanca, pecho, cuello y luego un par de ojos azul bebé.
El hombre respiraba con dificultad, abriendo la puerta, conteniendo la
respiración cuando su mirada atrapó la mía. Tardó un momento en
formar una sola palabra. —Hola.
—Hola. —Sonreí—. ¿Toallas? —dije, sosteniéndolas.
—Uh...
—Lo siento, ¿Tú las... ?
—¡Sí! Sí —dijo, quitándomelas manos—. Lo siento por eso. Tropecé
con el maldito... No importa. Gracias. —Sonrió. No es el tipo de sonrisa
que un depredador como Shawn mostraría, con la esperanza de
atraerme—. Soy Trex.
—Darby —dije. Solo el sonido de mi nombre pareció complacerlo.
No podía dejar de mirarme y yo no podía apartar la mirada.
—Oh. Maldita sea, lo siento. —Trex buscó en su bolsillo, trayendo
un billete de veinte dólares, y lo colocó en mi palma—. Gracias de nuevo.
Observé el papel gastado en mi mano. —Eso realmente no es
necesario.
—Insisto.
Le devolví el dinero, forzándome a decir las palabras que me
vinieron a la mente. —No, gracias.
Giré sobre mis talones, dejando a Trex de pie en la puerta,
sonriendo todo el camino hasta el ascensor. Decirle que no a alguien por
primera vez en mucho tiempo —tal vez en toda la vida— me dio una
sensación imposible de describir para alguien que nunca hubiera sido
pisoteado la mayor parte de su vida. Fue aterrador y estimulante al
mismo tiempo. No recuerdo haberme sentido tan feliz.
—Darby —dijo en voz alta Trex desde su habitación.
Me congelé, mirándolo por encima del hombro. Me pregunté cuánto
tardaría el miedo paralizante por el sonido de la voz de un hombre
diciendo mi nombre acceder a mi sistema.
—¿Te gustaría ir a cenar alguna vez?
No pude borrar la ridícula sonrisa de mi cara. —No, gracias.
—¿Qué hay del almuerzo?
—No, gracias. —Mi sonrisa probablemente no era convincente, pero
no pude evitarla.
—¿Te encanta derribarme, o soy realmente tan detestable?
—Sí —dije, bailando en cuanto estuve sola dentro del ascensor.
Enfrentarme y decir que no, no era algo de lo que hubiera sido
capaz. Incluso si esto condujera a una muerte horrible, preferiría ir con
un extraño y escuchar las alarmas que estallan en mi cabeza,
desesperadas por mi autoconservación, que herir sus sentimientos. Me
enseñaron a ser cortés, cumplir, apaciguar desde que pude
comunicarme. Abrazar a ese extraño, besar a esa tía, sonreír a todos,
incluso si mi instinto me decía que eran un problema. Es la razón por la
que me encontré en el regazo del padre de un amigo a medianoche
durante una fiesta de pijamas con sus manos en mis pantalones, y por
qué mi abuelo confiaba en persuadirme para que lo frotara en lugares
que no quería mirar, mucho menos tocar.
Decir que no era mi nueva superpotencia, y la usaría cada vez que
tuviera oportunidad, a partir de ahora.
Traducido por Gesi
Corregido por Joselin♡

Trex
Seguí mirando al último lugar en que la vi, como si fuera a
reaparecer y reír por estar haciendo una broma, pero el ascensor sonó y
eme hallaba seguro de que ella se encontraba de camino hacia abajo.
Negué con la cabeza. Se veía como una reina de belleza sin veinte capas
de maquillaje, completado con una sonrisa creadora de paz mundial y un
caminar digno de escenario. Antes, me crucé con mujeres hermosas,
incluso salí con algunas, pero no esperé ver a una mujer como ella
trabajando en un lugar como este. Debería estar casada con George
Clooney y luchando por los derechos humanos, dirigiendo una caridad
de agua potable, básicamente salvando el mundo, no es un hotel de
mierda en Colorado Springs.
Avergonzado por pasar tanto tiempo mirando por el pasillo, cerré
la puerta.
Sonó mi celular, dejé las toallas en el baño y corrí a mi mesa de
noche. Desenchufé el cargador y me tiré boca arriba sobre el colchón. —
Oye, Val.
—Han pasado meses. ¿No pudiste llamar? —preguntó. Su voz era
reconfortante, incluso sabiendo que estaba a kilómetros de distancia.
Ella siempre me cubrió la espalda, y durante años intentó ser la voz de
la razón cada vez que quería salir y darle el dedo medio a mi jefe.
—He estado en el extranjero, intentando mantenerme ocupado —
dije, jugueteando con el cordón de mi bota—. ¿Adivina con quién acabo
de almorzar?
—¿Tu padre?
—Muy graciosa. Taylor Maddox.
—Tonterías.
—¿Por qué mentiría?
—¿Cómo sucedió eso?
Sorprendido, me reí. —Están en un incendio cerca de aquí. Me
estoy quedando en el mismo hotel. Cuando lo vi por primera vez, pensé
que iba a atacarme, pero me pidió que almorzáramos.
Suspiró. —Esos chicos Maddox. Entonces… ¿cómo estuvo el
almuerzo?
—Bien. Creo que Taylor está enamorado de la mesera. Acaba de
conocerla hoy, por cierto. Nos olvidamos de darle propina y enloqueció.
Le va a llevar el dinero esta noche.
—Oh, eso es un poco dulce.
—Sí, si ella no lo odia.
—Entonces, te gusta allí ¿eh? ¿En Colorado?
—Eso creo —dije.
—Bueno… supongo que eso es todo, entonces.
—Te extrañaré, Val. Realmente lo haré. Cuídate.
—Tú también. Pero… ¿Scottie? No pierdas el contacto. Y si
necesitas algo, solo llama.
—Gracias, Val.
Presionar Finalizar no era el cierre que esperaba. Val quería
decirme más, pero no había nada más que decir. Un beso durante una
noche de borrachera en un pub local no fue suficiente para hacer que me
quisiera quedar. Era probable que ella lo haya superado para el próximo
mes.
Mi teléfono hizo un ruido sordo cuando lo arrojé al colchón.
Reflexioné sobre el día siguiente, emocionado de volver a ver a mis viejos
amigos y nervioso por hacer el trabajo a satisfacción del General Tallis.
Era conocido por ser un tipo inflexible.
El resto de mi equipo me estaría esperando a las seis en punto en
el complejo Mountain Cheyenne. Algunos no nos habíamos visto en años.
El complejo estaba al menos a media hora de distancia, y primero tenía
que obtener mis credenciales. Levanté mi brazo para ver los números
digitales rojos de mi reloj. Solo unos minutos después de las siete. Tenía
el tiempo justo para cenar y ducharme antes de intentar ocho horas
completas de sueño. Mi primer día en el complejo sería al menos de doce
horas.
Me levanté, mis músculos dolían por mi entrenamiento en el
gimnasio Iron Mountain, donde compré una membresía la semana
anterior. Después del almuerzo, levanté peso hasta que mis brazos
apenas funcionaron para conducir de regreso al hotel. Con los
auriculares y todos mis músculos agotados, hice que mis pensamientos
se entumecieran; mi único espacio seguro lejos de la preocupación, la
culpa y la ansiedad que inundaban diariamente mis pensamientos.
Especialmente después de dejar mi trabajo y mudarme, tenía mucho
terreno que cubrir. Los soldados éramos una mercancía defectuosa, y
todos teníamos que encontrar la forma de vivir con las pesadillas que se
reproducían en nuestras mentes, estuviéramos despiertos o dormidos.
Una vez más, estaba en el ascensor. Debería encontrar un lugar
propio pronto. Subir y bajar en esa caja se podría viejo rápidamente, y
también me recordaba demasiado al Buró.
Un timbre sonó antes de que las puertas se abrieran y salí. El
vestíbulo no se había despejado mucho. En vez de estar parados en la fila
para registrarse, los hotshots estaban parados alrededor con vasos de
plástico llenos de cerveza. Una parte de mí esperó encontrarse de nuevo
con la chica de limpieza, pero esta vez, se hallaba detrás del mostrador
de registración. Los bomberos de Hotshots, los jefes interinstitucionales
y los altos mandos del Departamento Forestal rodeaban el mostrador de
la recepción. Tilde los registraba una habitación a la vez mientras
entrenaba a Darby. Sin embargo, Darby no parecía aturdida, sus ojos
absorbían todo con una sonrisa en el rostro.
Un hotshot tenía los codos apoyados en el mostrador y una sonrisa
tonta en el rostro mientras hablaba con Darby. Ella parecía claramente
desinteresada, concentrándose en su entrenamiento. Algo se agitó en mi
pecho al verla ignorando a un tipo que intentaba cortejarla a medio metro
de distancia. Él no tenía aspecto feo, y la mayoría de las chicas se
enamoraban del estilo bombero. Darby no podría haber estado menos
interesada. Me pregunté por qué a medida que me acercaba al mostrador
principal y oía al pobre bastardo prácticamente canturreándole.
—Tilde —dije, colándomele al hotshots que esperaba. Sé
inteligente, Tex—. ¿Dónde hay un buen lugar para comer por aquí?
—Hay un restaurante mexicano por la carretera —dijo Darby—. Su
queso es fantástico. Sin embargo, eso es todo lo que sé.
—¿Se puede ir andando? —pregunté.
—Dios mío, no —dijo Tilde—. Son al menos seis kilómetros.
—Caminé hasta aquí desde allí. —Darby se encogió de hombros
con una sonrisa en el rostro.
Le sonreí de regreso. Un pequeño gesto, pero una sonrisa era más
de lo que había conseguido el hotshot coqueteándole. Algo sobre llamar
su atención me hizo desearla más. Justo antes de que preguntara a qué
hora salía del trabajo, Tilde me entregó un menú de tres piezas.
—De Jimmy’s. Parecen comidas caseras. Al otro lado de la calle y
hacia abajo. No puedes perderlo.
Darby se inclinó hacia adelante, intentando leer el menú. Cuando
me vio observándola, se enderezó, pareciendo atrapada. —Lo siento —
dijo.
—¿Hambrienta? —pregunté.
Sacudió la cabeza rápidamente.
Tilde la observó por un momento, luego frunció el ceño. —¿Solo
almorzaste queso? Estaremos aquí hasta las once. Te morirás de hambre.
—También comí salsa. Estoy bien —dijo, tratando de concentrarse
en el siguiente hotshot para registrar.
Su acento era jodidamente adorable. —Probablemente cerrarán
antes de que termine tu turno. Podría traerles a ambas algo.
—Eres el más dulce —dijo Tilde—. Déjame conseguirte un poco de
dinero, cariño.
—Después lo buscas —dije, buscando un bolígrafo en el
mostrador—. ¿Qué les apetecería a las damas trabajadoras? —Quise
escribir sus órdenes, pero Darby dio un paso atrás como si fuera a
agarrarla. Me moví más despacio, como si estuviera en presencia de un
animal salvaje. Sus mejillas color marfil se sonrojaron cuando vio lo que
buscaba. Sostuve el bolígrafo sobre el papel, esperando su respuesta.
Estudió una tarjeta de acceso, manteniendo la cabeza baja. Lucía
tan segura antes, pero ahora actuaba como un perro pateado. —Estoy
bien —dijo.
Anoté mi número, entregándole el papel a Tilde. —Morirán de
hambre cuando salgan del trabajo. Realmente no me molesta. Solo
envíame un mensaje con lo que quieran.
Comencé a alejarme, pero Darby tiró de mi camisa. —¡Trex! Yo… —
Colocó algunas hebras sueltas de cabello rubio miel detrás de su oreja—
. No me pagan por dos semanas. No puedo devolverte el dinero hoy.
—Entonces devuélveme el dinero cuando puedas. Solo es comida.
Sus labios carnosos se presionaron en una línea. Apenas llevaba
maquillaje y ropa demasiado grande, incluso para sus curvas sureñas, y,
aun así, era deslumbrante. Miré hacia abajo. Todavía colgaba de mi
remera.
—Lo siento mucho —dijo, cruzando los brazos sobre su cintura.
Miró a su alrededor, esperando que alguien le dijera que hizo algo mal.
—Está bien, Darby. Solo relájate. —Sus hombros bajaron desde los
lóbulos de sus orejas a una posición normal. Esta chica estaba más
herida que la pretina de la esposa de un ministro bautista en un
desayuno tenedor libre de tortitas—. Todo está bien.
Asintió.
—¿Vas a enviarme un mensaje? —pregunté.
—No tengo celular.
—Solo haz que Tilde me escriba, entonces. Si estás ocupada, no te
preocupes. Simplemente escogeré algo para ti.
Me giré, sintiendo que me veía caminar a través de las puertas
automáticas. Incluso con el sol de verano revoloteando sobre el horizonte
y velado por el humo de lo que los canales de noticias llamaban un fuego
de cuatrocientas hectáreas, su cálido aliento sopló en mi rostro. Observé
a mis alrededores, viendo el letrero de letras neón que decía JIMMY’S
exactamente donde Tilde dijo que estaría.
Toda mi caminata la pasé pensando en la rubia detrás del
mostrador, haciendo coincidir su voz con la arraigada en mi cerebro
incluso cuando me encontraba despierto. Tenía la forma sin complejos
que no vi en muchas mujeres en California. Podría curvar los dedos
alrededor de su cintura, pero la mitad de los botones de su camisa Oxford
trabajaban a tiempo extra para contener sus copas doble D, y sus caderas
no se veían como las de una muñeca Ken, sino que se extendían
gentilmente en muslos que podría agarrar. Intenté alejar la imagen de mí
pasando mis manos por sus curvas, sintiendo mi polla presionarse contra
la parte posterior de mis pantalones, incluso mientras esquivaba el
tráfico cruzando la carretera hacia Jimmy’s.
No se necesitaba ser un genio para descubrir que alguien la había
lastimado en más de un sentido. Solo ese pensamiento hizo que cualquier
pensamiento sexual se desvaneciera con una ola de culpa. Hailey
también era una maravilla, y amenacé a más de un tipo que se la comiera
con los ojos y tuviera pensamientos lascivos incluso antes de hablarle.
Darby parecía dulce, y no necesitaba que un idiota fantaseara con ella.
—Bienvenido —dijo el anfitrión cuando pasé a través de la puerta
de vidrio. Miró detrás de mí—. ¿Cuántos?
—Solo uno —dije, siguiéndolo hacia un reservado. Jimmy’s era
demasiado brillante para esa hora de la noche y me recordó más a un
café de una parada de camiones que a la cocina de abuela que imaginé,
pero la comida olía increíble—. Voy a necesitar un servicio rápido. Les
llevaré comida a algunos amigos.
—Se lo haré saber a Ginny —dijo, entregándome un menú.
Ginny llegó a los pocos minutos. Al menos tenían buen servicio. —
Escuché que tienes prisa —dijo con una sonrisa.
Estudié el menú por última vez. —Tomaré agua, un número seis, y
dos números dos para llevar, por favor.
La mesera se rió. —Eso fue fácil.
Asentí, entregándole el menú, y se pavoneó hacia la cocina. Me
recosté, entrelazando los dedos y apoyándolos sobre mi cabello. Acaba de
cortarlo, pero a menos que mi cabeza estuviera afeitada, los muchachos
me iban a dar mierda por la mañana. En la Marina, no mantuve más de
un centímetro de cabello en la cabeza o unos días de barba en la cara.
Trabajando para Deep Six Security, dejé crecer una larga y descuidada
barba. Una cabeza rapada y una barba de leñador no eran estándar en
el FBI, y con un jefe que se enfurecía por las cosas más pequeñas, era
mejor mezclarse.
El restaurante no se encontraba cerca de completar su capacidad,
solo unas pocas familias, un puesto ocupado por dos mujeres celebrando
una noche lejos de sus familias, y algunos chicos en la barra
pretendiendo estar más interesados en el juego de la pantalla plana que
en ubicar a una mujer soltera. Estar solo fue algo a lo que tuve que
adaptarme después de estar en un equipo la mayor parte de mi vida
adulta. Sentarme en una cabina frente a nadie también fue un ajuste,
pero era mejor nadie que tener alguien que no era ella.
Las mujeres en la cabina frente a la mía me miraron algunas veces.
Soltaron una risita y bebieron otro sorbo de su vino, sus alianzas de boda
destellaban en la luz fluorescente. No entendía por qué las mujeres
casadas se sentían atraídas por mí. Incluso mi ex no mostró tanto interés
hasta después de casarse con mi mejor amigo. Tal vez parecía el tipo que
sería de un buen rato y fácil de alejarse. Fruncí el ceño, inseguro de cómo
me sentía acerca de eso. Mi carrera me dejó a los treinta y cinco años sin
casarme y sin hijos. Ahora, aquí estoy, y ella está justo al otro lado de la
calle, y tengo que actuar como si no la hubiera estado buscando durante
toda mi vida adulta.
En solo diez minutos, pagué por la bolsa de plástico en mi mano
llena de comida y salí por la puerta. La carretera habría sido más fácil de
cruzar si hubiera caminado unos cuatrocientos metros, pero en cambio
tomé la ruta directa, esquivando autos y semirremolques que se
desplazaban a cien kilómetros por hora. Estar en medio de una carretera
concurrida me resultó extrañamente reconfortante. Concentrarme en
sobrevivir en vez de en los recuerdos en mi cabeza fue la razón por la que
extrañaba ser un Marino activo cada segundo de mi día.
Tan pronto como las puertas automáticas se abrieron, docenas de
cabezas miraron en mi dirección, pero nadie realmente me prestó
atención hasta que le di la bolsa en la mano a Darby. El hombre en el
vestíbulo parecía muy interesado en cada cosa que ella hacía, y eso me
molestó.
Tomé mi caja de comida de la parte superior. Tilde sonrió. Darby
vaciló.
—Ambos son lo mismo. Pastel de carne, puré de patatas y salsa.
Espero que esté bien. No recibí un mensaje.
—Perdón por eso, tuvimos un pequeño aluvión de registraciones.
El pastel de carne está perfecto. ¡Lo mejor del menú! —dijo Tilde,
agarrando la siguiente caja. Se la entregó a Darby y luego tomó una para
ella. Olió el vapor que salió de la comida cuando abrió la tapa—. Oh,
cielos. Estoy salivando. —Abrió los cubiertos de plástico y atacó, cerrando
los ojos.
—¿Lo jodí? ¿No te gusta el pastel de carne? —pregunté.
—Me gusta —dijo, mirando la caja cerrada—. Es mi favorito, en
realidad. Gracias.
Me alegré de que ya no hubiera una línea para registrarse así tenía
más tiempo para hablar con ella. —No me debes nada, Darby. Solo es
comida.
—Lo aprecio —dijo, su mirada fija en la tapa de poliestireno.
Me incliné, y retrocedió, nuevamente avergonzada por su instinto.
Quería golpear al idiota que le arraigó eso. Podía decir que ella lo odiaba.
—No volveré a hablarte si no quieres que lo haga —dije, esperando
que no aceptara mi oferta—. Simplemente no quería que tengas hambre.
De ninguna manera es una táctica para obligarte a hacer algo conmigo.
Tilde dejó de comer para observar la reacción de Darby. Aún no
hacía contacto visual con nada más que la caja de comida. Abrí la tapa y
lentamente coloqué un juego de cubiertos de plástico a un lado antes de
alejarme.
—Gracias. —Su voz fue apenas audible sobre el ruido del vestíbulo,
pero la escuché, y sonreí.
Traducido por MadHatter
Corregido por Joselin♡

Darby
Tan pronto como Trex se alejó, abrí los cubiertos de plástico y los
metí en la carne. No me importaba quién estuviera mirando, o quién
pensara que colocar tanto en mi tenedor a la vez antes de meterlo en mi
boca, era desagradable. Aliviar el gruñido que había estado retumbando
en mi estómago durante las últimas tres horas era mi principal
preocupación.
Mientras masticaba rápidamente y tomaba otro bocado, consideré
el comportamiento de Trex. Era amable y atento, pero no sabía con
certeza si Trex me perseguía. La mayoría de los hombres al menos
intentaban coquetear conmigo, incluso algunas mujeres. Nunca lo había
admitido en voz alta, pero cualquiera que pensara que presumía no había
experimentado tener a un tipo de más de cuarenta años haciendo
avances sexuales hacia ella a la tierna edad de doce años. Ciertamente
yo no lo había pedido. Pero Trex no me miraba como un objetivo
potencial. Simplemente reconocía al humano frente a él, y eso era
refrescante.
―Querido Señor ―dijo Tilde―. Te permiten un descanso para la
cena, ya sabes. Media hora. Si te hallabas hambrienta...
―Necesito ir a la tienda de comestibles. No tengo nada en mi
habitación.
―Hay una nevera más grande en tu habitación. Tendrás mucho
espacio para poner comida. Bueno, más que las otras habitaciones.
―Solo puedo llevar algunas bolsas a la vez ―dije tapándome la boca
en tanto masticaba.
―Toma un taxi. O puedo llevarte por un tiempo. Soy vieja como la
suciedad ¿sabes?; no tengo idea de cuándo revocarán mi licencia.
Solté una risita con la boca llena.
―Aprovecha el desayuno continental que servimos por las
mañanas. A Stavros no le importa.
―Gracias ―dije, justo antes de tragar. Me sumergí en el puré de
patatas y la salsa, tarareando de placer.
Tilde dio un mordisco a mis tres en punto, viéndome atacar cada
bocado en la caja de espuma de poliestireno. Cuando me enjugué la boca
y me senté para lanzar un suspiro de satisfacción, las cadenas gemelas
de Tilde cayeron de sus lentes y se menearon al igual que su cabeza. ―No
estoy segura de qué pensar, para ser honesta.
―Tenías razón. El almuerzo no fue suficiente para contenerme. No
me di cuenta de que hoy estaría trabajando, o habría pedido más.
―O no tienes suficiente dinero para comida ―dijo Tilde, dudosa.
―Solo tengo un presupuesto ―le dije, llevándome su caja vacía y la
mía también. Los bomberos en el bar dejaron de hablar cuando arrojé el
contenido en mis manos a la basura y luego usé el fregadero de Stavros
para lavármelas.
―¿De dónde eres? ―preguntó uno de ellos. Se encontraba sentado
en el taburete frente a mí, acariciando la última mitad de una cerveza
rubia que combinaba con el cabello que sobresalía de su gorra roja y su
barba rala. Sus ojos azules me miraban con curiosidad más que ilusoria.
―Del sur ―dije.
Sonrió, sus dientes contrastando contra su piel bronceada. ―¿Cuál
es tu nombre?
―Eso me recuerda. Necesitamos conseguir una insignia con tu
nombre ―dijo Stavros―. Ella es Darby. Darby... ellos son Zeke y Dalton.
Son los Alpines hotshots de Estes Park.
―Encantada de conocerte, Zeke. Lo siento, pero tengo que volver al
trabajo.
Stavros llamó detrás de mí. ―Es una pena que te vayas corriendo.
Estos muchachos se han estado muriendo por hablar contigo.
―Oh ―dije, deteniéndome. Regresé, esperando lo que fuese que
sucediera a continuación.
―Está bien ―dijo Zeke―. Nadie dijo nada que no fuera agradable.
―Depende de cuál sea tu definición ―dije, olvidándome de mí
misma por un momento. Me molestaba que Stavros me hubiera puesto
en un aprieto para que me quedara, y traté de no mirarlo. Por la sonrisa
en su rostro, pude ver que estaba tratando de avergonzar a los chicos
más de lo que me estaba forzando a ser social.
―Grosero, improcedente o inapropiado ―dijo Zeke.
Sonreí, y los ocho hombres sentados en el bar vitorearon como si
acabara de hacer un touchdown, tan fuerte que el ruido me sobresaltó.
―¡Lo siento! ―dijo Zeke, extendiendo sus manos y riéndose.
―Ellos comenzaban a preguntarse si sonreirías a menos que fuera
para saludar o para decirle adiós a un invitado ―dijo Stavros, entretenido.
Pensé en mi tarde y noche, preguntándome si tenían razón. ―Pensé
que dijiste que todo estaba bien.
―Se preocupan por ti, eso es todo ―dijo Stavros―. Uno pensaría
que estos tipos eran todos tus hermanos mayores. Durante horas han
estado advirtiéndoles a los demás que sean amables.
Contuve un pequeño jadeo a través de mis labios. Eso era lo mejor
que alguien había hecho por mí. ―Oh ―dije, mi tono más agradecido esta
vez.
―Nos dices si alguien te da problemas. Los haremos enderezar
―dijo Zeke.
Stavros abrió la tapa de una botella. ―Su jefe acaba de informarme
que es la última, muchachos.
Los bomberos gimieron, pero para mi sorpresa, en vez de ordenar
otra ronda, todos pagaron sus cuentas y se dirigieron a sus habitaciones.
Todos menos Zeke.
―¿Cómo estuvo su primer día? ―preguntó, apoyando el codo contra
la barra.
―Fue genial ―dije, asintiendo.
Stavros sonrió. ―Ella tiene que decir eso. Soy su jefe.
―Bien. Que tenga dulces sueños, señorita Darby. ―Zeke inclinó su
gorra y se unió a los demás en el ascensor.
―Vas a tener que compartir esa magia conmigo ―dijo Stavros,
limpiando la barra.
―¿Qué magia sería esa? ―le pregunté.
―La que hace que la gente tropiece consigo misma, para hablar
contigo, para que les agrades y para que te protejan.
Me volví para ver a Zeke y a sus amigos entrando al ascensor.
―Eso no es realmente algo común... conmigo. Sobre todo, yo tengo
que protegerme, y no soy tan buena en eso.
Varios segundos pasaron antes de que Stavros volviera a hablar.
―No sé qué dejaste, pero ya no tienes que preocuparte por eso.
Especialmente ahora que prácticamente te han adoptado.
―Eso es dulce ―le dije, mirando el lugar vacío en donde estaban.
―Espero que los hayas visto bien. Algunos se van con la primera
luz y no siempre vuelven.
―Eso es... horrible. ―Tragué saliva. Ninguno de ellos actuó como si
fuera su última noche en la tierra. Sospechaba que, si alguno de ellos
dejaba que ese pensamiento cruzara por su mente, no harían lo que
hacen. Shawn pensaba que él también era invencible. Intocable. Pero
estos tipos no se parecían en nada a Shawn. Él nunca le habría dicho a
otro hombre que no hablara de una mujer, una extraña, de una manera
inapropiada. Él se les habría unido. Yo lo había escuchado.
Me pregunté si el enorme ego de Shawn lo ayudaría a dejar de
preocuparse cuando Carly regresó a la iglesia sin mí y le dijo que yo me
había ido, o si había resuelto encontrarme y arrastrarme de regreso. La
idea de que Shawn me buscara me hizo estremecer, y traté de alejarlo
tan pronto como apareció.
―¿Estás bien, niña? ―preguntó Stavros.
―Sí. ―Miré mi reloj―. Parece que es tiempo de irme.
Stavros asintió una vez. ―Buen trabajo el de hoy. Una vez que estés
entrenada, te voy a colocar en las noches. Nuestro chico del día también
está cubriendo las noches. Él debería llegar en cualquier momento.
―Todo el mundo está trabajando turnos dobles ¿eh?
―Hacemos lo que debemos. Tu horario es de domingo a jueves.
Viernes y sábados libres. ¿Puedes hacer eso?
Asentí una vez. ―Absolutamente. Eso es más que justo. Um...
¿Stavros? Si no estás de acuerdo con esto, resolveré algo. Pero me
preguntaba... ¿me pueden pagar en efectivo?
Stavros arqueó una ceja oscura, escaneándome antes de hablar.
―¿En cuántos problemas estás metida?
Un chico flaco entró por las puertas corredizas de vidrio,
enderezando su corbata, y la sonrisa de Stavros rápidamente se
transformó en un ceño fruncido.
―Llegas tarde ―le gritó Stavros.
Echó un vistazo a su reloj. ―Llegué a tiempo.
―Por centésima vez, Ander. Si no estás…
―...temprano llego tarde. Sí, lo sé.
―Entonces, llegas tarde.
Él sonrió. Su cabello negro azabache, sus ojos grises y su barbilla
cuadrada probablemente encandilaban a cualquiera excepto a Stavros.
―Te amo muchísimo, Stavros.
Stavros gruñó, viendo a Ander saludar a Tilde con un abrazo.
―A Tilde no parece importarle ―le dije.
―Él no puede hacer nada malo para sus ojos. Ander es su nieto.
Su nieto favorito.
―¿Ella dijo eso? Seguramente no.
―Solo lo sé.
―¿Cómo? ―le pregunté.
―Porque yo soy su otro nieto. Ander es mi hermano pequeño.
―Oh ―dije, mirando a Stavros cerrando la barra.
Cuando me iba, él me gritó. ―Dices eso mucho. Oh.
―Te mostraré cómo cerrar tu turno mañana ―dijo Tilde, usando su
camisa para cubrir una tos profunda.
―Suena bien. Gracias. Buenas noches ―dije, saludando con mi
mano.
Caminando por el pasillo, me abracé el estómago. Estar en el hotel
de Stavros con su familia no era un hogar, pero me sentía más bienvenida
allí que en cualquier otro sitio. Hacer amigos en la escuela no fue fácil
para mí. Por lo general, les caía mal a las personas de alguna manera.
Stavros al decir que tenía una forma mágica de agradarle a la gente, era
lo mejor que alguien me había dicho en mucho tiempo, incluso si no era
verdad. No sabía con certeza por qué a la gente de aquí le agradaba tanto,
pero nunca antes pude complacer a las personas, sin importar lo mucho
que lo intentara, lo valoré más de lo que nunca sabrían.
Un involuntario bostezo se apoderó de mi cuerpo mientras
caminaba penosamente por el pasillo, mis pies se sentían más pesados
con cada paso. Una vez que entré en mi habitación, una ducha me
pareció demasiado esfuerzo, así que me derrumbé sobre la cama.
Después del segundo rebote, me pregunté si debería hacerlo por el bebé.
Me di la vuelta, mirando al techo. Había cosas que hacer, como
hacer una cita con el médico. Odiaba no saber qué estaba bien y qué no.
Hasta que pudiera encontrar la forma de pagar por un médico, tendría
que encontrar algunos libros. Haría eso en la mañana antes de mi
próximo turno, pero ¿cuáles? Si no podía pagar un médico ¿cómo podría
hacerme cargo de un bebé? No tenía seguro, ni ahorros, y cosas como el
costo de pañales, mamaderas, ropa y medicinas comenzaron a llenar mi
mente.
Mis ojos se cerraron con fuerza, empujando las lágrimas que se
formaban. Un dolor profundo ardió en mi pecho ante la idea de entregar
a Frijolito a unos padres adoptivos. Ni siquiera me sentía segura de qué
tipo de madre sería. La mayoría de los días, no me reconocía a mí misma.
Le había dado tanto de mí a Shawn en el año que estuvimos juntos, que
no me sentía segura de lo que quedaba. Me acordaba de esa chica, pero
se encontraba tan lejos de alcance. Tenía que creer que este era el plan
de Dios. Que casi me mataran a palos antes de marcharme, embarazada
y sola, no sonaba como un plan, pero no tenía que entenderlo. Había algo
más para mí, y tal vez era en Colorado Springs.
Si pudiera regresar, cambiaría todo. Sentía culpabilidad a medida
que lamentaba haber deseado que el bebé que crecía en mi interior se
desvaneciera. El bebé, al que no sabía con certeza de cómo iba a
alimentar, o vestir, o...
Meneé la cabeza y me tapé la cara. Tenía suficiente en qué pensar,
sin preocuparme por cosas que se encuentran, la mejor parte, a un año de
distancia. Basta, Darby.
Me concentré en mi aliento, inhalando por completo, y exhalando,
de forma lenta y controlada, comenzando de nuevo hasta que mi cuerpo
cedió ante el agotamiento. Un día a la vez. Esa era la única forma de
superar esto. Y lo haría. Había atravesado cosas peores.

***

La alarma emitió cuatro pitidos antes de presionar el botón de


apagado y luego miré a mi lado, esperando a que Shawn se diera la vuelta
y volviera a dormirse o se enfureciera. Él no estaba allí. No se encontraba
dormido junto a mí. Toqué mi estómago con una mano, mi frente con la
otra, respirando con dificultad. El alivio que me invadió fue tan intenso,
lloré. Él todavía no nos había encontrado. Aún estábamos a salvo.
Después de que el temblor involuntario se detuvo, dejé que el miedo
y la preocupación se desvanecieran con un suspiro. Nada malo me
ocurría, al contrario, en realidad. Justo al final del pasillo se encontraba
mi nuevo trabajo. Nadie me conocía ni a mí ni a mi pasado. Frijolito y yo
teníamos todo por delante.
Lentamente me levanté de la cama y caminé hacia la ventana,
abriéndola. Mi vista consistía en las unidades de calefacción y aire
acondicionado y el cobertizo de mantenimiento, pero más allá de eso se
encontraba Pikes Peak. Me hallaba lejos de Shawn y Fort Hood, del calor,
la humedad, el miedo. Mi estómago todavía se sentía plano bajo las yemas
de mis dedos, pero Frijolito existía allí en algún lugar, creciendo y en paz.
Una repentina náusea me abrumó. Mi boca comenzó a hacerse agua, y
la bilis se elevó en mi garganta. Me tapé la boca y corrí hacia el baño,
agachándome frente al inodoro y abrazando la porcelana, expulsando la
pequeña cantidad de pastel de carne y puré de patatas que no había
digerido. Después de la última arcada, me recosté contra la pared,
sintiendo que la cálida losa de mi espalda contrastaba con la fría pared
contra mi espalda.
La mayoría de las mujeres embarazadas en la base apenas tenían
dieciocho años. Hubiera sido una de las esposas mayores, sin duda la
mayor sin un hijo. Había visto todos los síntomas: las náuseas del
embarazo, el cansancio, la acidez estomacal, los pies hinchados. Pero yo
era hija única; no tenía idea de qué hacer con un bebé. La biblioteca de
Pikes Peak quedaba en la misma calle que el hotel, pero al menos a una
hora de camino de ida. Podría conseguir una tarjeta y echar un vistazo a
algunos libros sobre embarazo. Tal vez incluso averiguar mi fecha de
parto y cómo obtener atención prenatal sin tener cómo pagarla. Se me
revolvió el estómago y me tapé la boca. Primero una tostada, luego
caminaría a la biblioteca.
Esperaba que Tilde tuviera razón, que a Stavros no le importaría
tener a una embarazada en la barra de desayuno continental. La
recepción no se encontraba vigilada, y cuando doblé el separador que
aislaba el vestíbulo del comedor, me di cuenta de por qué: los bomberos
pululaban en busca de comida, y el pobre Ander era el único de servicio.
―¿Necesitas ayuda? ―le pregunté.
Ander sonrió. ―Estoy bien. ¿Estás aquí para desayunar?
Asentí. ―Tilde dijo que estaba bien.
―Por supuesto que está bien. Sírvete tú misma.
No pude evitar la sonrisa extendiéndose por mi rostro. ―Gracias.
―¿Tostadas? ―dijo Zeke, entregándome un plato de espuma de
poliestireno con pan tostado con mantequilla.
―¿Cómo lo supiste? ―le pregunté.
Se encogió de hombros. ―¿Quieres sentarte conmigo?
Lo seguí hasta una mesa, y colocó su plato frente a él, con un
tenedor en su mano, revoloteando sobre la montaña de comida en su
plato. ―Puedes comer lo que quieras. Voy a regresar, de todos modos.
¿Viste que tienen una máquina de gofres? Estoy en el cielo.
―¿No te alimentan entre incendios? ―bromeé.
Sonrió. ―Carga de carbohidratos. Caminamos kilómetros hasta las
montañas. No comemos mucho allí, así que aprovecho cuando puedo.
Intento mantenerme bajo cierto peso, así que solo como así antes de
subir.
―¿Para caber en tu uniforme?
Zeke estalló en carcajadas. ―No. No, porque si tomamos un
helicóptero, hay límites de peso. Si alcanzas el máximo, no puedes llevar
nada contigo. Ni una manta, ni naipes, nada. Son bastante estrictos, así
que me gusta quedarme con un peso bajo, a pesar de que no es difícil con
toda la caminata que hacemos.
Mordí la tostada, masticando lentamente y esperando que
permaneciera en mi estómago. Tendría que decirle a Stavros sobre el bebé
alguna vez, pero no hasta que tuviera que hacerlo, y no quería que lo
oyera de otra persona. No parecía del tipo que me despediría, así que no
tendría que lidiar con un despido por maternidad, pero yo no lo conocía
tan bien y no podía arriesgarme.
Después de cada bocado, la náusea disminuía. Zeke habló sobre
Estes Park y la próxima boda de su hermana mayor. Mientras hablaba,
me pregunté cuándo se iría, y si lo que dijo Stavros acerca de que algunos
de ellos no regresaban pasaba por su mente. Él tenía planes y seres
queridos. No parecía correcto.
―¿Cuándo vas a subir? ―le pregunté.
―Usualmente, son catorce días arriba, dos abajo, pero esto es un
fuego político. Los Alpines son segundos en la rotación. Hacemos
descansar a la tripulación actual cada setenta y dos horas ―dijo,
masticando.
―¿Por cuánto tiempo?
―Otras setenta y dos horas.
―Ten cuidado ¿de acuerdo?
Dejó de masticar para sonreír y luego tragar antes de hablar. ―Así
será. Al menos no somos helicoidales. Trabajan catorce días, dos abajo,
pase lo que pase. No hay tantos, pero les pagan más. ¿Creo que cuando
regrese podríamos ver esa película del espacio? Me moría de ganas de
verla, pero los muchachos piensan que es una película de chicas.
Tropecé con mis palabras, mi nueva política de ser educada
luchando con mi nuevo súper poder. ―No puedo. Gracias de cualquier
forma.
―Oh ―dijo Zeke, avergonzado―. Tienes novio. Por supuesto que sí.
Eso fue estúpido.
―No, yo simplemente no...
―Oh ―dijo, con un destello de reconocimiento en su mirada―. Una
novia.
―No, acabo de salir de una relación ―dije, tratando de pronunciar
las palabras rápidamente antes de que me volviera a interrumpir.
Asintió lentamente, tratando de procesar lo que eso significaba.
―Bueno... ¿y si es solo para ir? Ni siquiera tenemos que sentarnos juntos.
Siempre hay un asiento entre nosotros, cuando voy con uno de los
muchachos.
―Eso es raro.
Se encogió de hombros. ―Lo sé. El único que no lo hace es Taylor.
A él no le importa si alguien piensa que tiene una cita con un tipo. ―Dio
otro mordisco.
―¿Sólo como amigos? ―pregunté. Dejó de masticar para esperar mi
respuesta―. Quiero decir, sí, si es solo una película. ¿Cuánto cuesta?
Zeke me hizo un gesto para desestimarme. ―Yo me encargo. Son
como ocho dólares.
Meneé la cabeza. ―Mejor no. Estoy tratando de ahorrar dinero.
Se rio entre dientes. ―Yo me encargo, tonta.
Junté mis labios. Eso significaría que le debo a Trex y ahora a Zeke.
―Mejor no.
―¿No irás conmigo por ocho dólares? ―Parecía decepcionado en
lugar de indignado.
Solté una carcajada. Él tenía razón. Era ridículo. ―Bueno. Pero te
voy a devolver el dinero.
Asintió una vez. ―Trato. ―Utilizó la uña de su meñique para extraer
algo de sus dientes rápidamente antes de pararse para ir a buscar otra
ronda. Señaló el buffet con su tenedor de plástico―. ¿Quieres alguna
cosa?
―En realidad ―dije, también colocándome de pie―, tengo que ir a
buscar algunas cosas al centro. Gracias por la tostada.
Zeke me saludó con el tenedor, y apreté el lazo de cuero de mi
pulsera en mi palma.
Utilicé un mapa de la estantería que teníamos en la recepción para
encontrar el camino a la biblioteca de Pikes Peak. La caminata no fue tan
larga como pensé, menos de media hora, y las puertas estaban abiertas
cuando llegué. Una pequeña mujer de cabello gris se subió las gafas con
la mano que tenía libre mientras me mantenía abierta la puerta con la
otra. Miré alrededor de la habitación, luego me dirigí a la sección de
Embarazo y Parto. Aunque solo éramos la bibliotecaria y yo, el impulso
de mirar por encima de mi hombro se volvió demasiado intenso para
ignorarlo. En un libro con una cubierta rosa, encontré una rueda de
fechas probables de parto. Moviendo la sección inferior al primer día de
mi último período, la parte superior me mostró una fecha aproximada. Ni
siquiera tenía seis semanas de embarazo. Recordé la noche en que
Frijolito fue concebido, con la mano de Shawn alrededor de mi cuello,
apretándola tan fuerte que apenas podía respirar.
Mis rodillas se sintieron débiles a medida que miraba el mes y el
día en que Frijolito podría venir al mundo. De repente, era real. El uno
de febrero, todo cambiaría.
La pequeña pila de libros encajaba en la mochila de la tienda de
segunda mano que colgaba de mis hombros, y seguí el mapa de regreso
al Hotel Colorado Springs, pensando en a quién llamar para ayudarme a
encontrar cuidado prenatal, preocupada de que Shawn pudiera
encontrarme si me inscribía para recibir asistencia y me registraban en
el sistema. Tendría que pagar en efectivo, y no me encontraba en ningún
lugar cerca de la cantidad que necesitaría.
¿Qué voy a hacer?
La adopción era la única opción, pero cuando el pensamiento entró
en mi mente, me invadió una tristeza abrumadora. Me imaginaba
sosteniendo al pequeño bebé que había llevado durante meses, luego le
daba ese precioso paquete a la enfermera y un dolor silencioso ardiendo
en mi cuerpo mientras veía a mi hijo o hija siendo entregado a extraños.
Sería egoísta mantener a Frijolito solo porque las alternativas me
dañarían, pero las imágenes me hicieron llorar durante todo el camino a
casa.
Un grupo de bomberos, sucios y cubiertos de hollín, caminaba
pesadamente desde sus camiones interinstitucionales hasta las puertas
de entrada conmigo. Parecían exhaustos pero felices, algunos de ellos ya
con las llaves de la habitación en la mano, listos para quitarse el desierto
de encima con una ducha y estrellarse contra sus camas.
Stavros me saludó cuando pasé, y Tilde ya reemplazó a Ander, de
pie detrás de la recepción con una brillante sonrisa en su rostro.
―Buenos días, Darby ―dijo, su voz sonaba como si se hubiera
restregado el interior de la garganta con papel de lija. Su sonrisa se
desvaneció―. ¿Estás bien?
―Buenos días ―dije―. Estoy bien gracias. ¿Cómo te sientes?
―Oh ya sabes. Todo bien. Te fuiste temprano.
―Fui a la biblioteca ―le dije de pasada.
Los bomberos esperaban al ascensor, llenando la sala con el espeso
hedor de humo. Aún podía olerlos cuando la puerta de la escalera se abrió
y Taylor salió.
―Tenemos que dejar de encontrarnos de esta manera ―dijo. Parecía
feliz, su corte al ras y su rostro bien afeitado contrastaban con los otros
puntos calientes―. ¿Estás bien?
―Sí. Sí, estoy bien ―dije―. ¿Hoy vas a subir?
Meneó la cabeza. ―Tengo una cita con una camarera.
―¿Todavía la estás persiguiendo? ―le pregunté.
―Todavía la persigo ―dijo con una sonrisa.
―Buena suerte ―grité por encima de mi hombro. Cuando llegué a
mi puerta, me aseguré de abrirla y cerrarla rápidamente detrás de mí
para tratar de evitar que el humo persistente se filtrara en mi habitación.
Cuando llegué a mi cama, ya me sentía cansada y me preguntaba
cómo iba a pasar una tarde detrás del mostrador de facturación. Una
siesta era necesaria, pero quería abrir al menos un libro antes de
quedarme dormida. Quería ver cómo era Frijolito, y uno de los libros que
había tomado prestado de la biblioteca estaba lleno de fotos en color de
bebés en el útero.
Pasé al primer capítulo y entorné los ojos. Frijolito, cinco semanas
y cuatro días, parecía más un lagarto que un bebé. Giré el libro hacia un
lado y luego hacia el otro, tratando de distinguir las características,
aunque el pie de la imagen decía: Emerge una cara.
Miré fijamente al bebé lagarto hasta que mis párpados se volvieron
demasiado pesados como para mantenerlos abiertos, y justo cuando me
quedaba dormida, me desperté bruscamente. Un control mental recorrió
mi mente, que todo en la casa se encontraba en su lugar, que los platos
estaban limpios, la ropa doblada, planchada y guardada, y la cena
planeada para la noche siguiente. Un segundo después, mis músculos se
relajaron contra el colchón. Shawn no estaría en casa para sacarme de
la cama si algo lo molestaba, no me escupiría en la cara mientras se ponía
rojo y las venas de su cuello se hinchaban. El pánico que había sentido
todas las noches durante más de medio año, era solo una reacción
instintiva, pero cuando recordé en dónde me encontraba, y que Shawn
se encontraba a más de mil trescientos kilómetros de distancia, el miedo
remitió y me alejé, en paz, sabiendo que Frijolito y yo estábamos a salvo
solos en la oscuridad.
Traducido por MadHatter & Val_17
Corregido por Joselin♡

Trex
El clip se cerró de golpe en el bolsillo delantero de mi camisa. La
imagen en la identificación parecía inútil, pixeleada y en escala de grises,
pero era el código de barras el que me permitía ingresar al complejo en la
montaña Cheyenne e ir de una sección a otra. Todos parecían nerviosos
por algo. Supuse que era posiblemente porque la Fuerza Aérea había
regresado hace menos de un año. Los guardias se encontraban en
silencio, y la mayoría de los empleados y militares matenían la cabeza
gacha.
—¿Es debido a que viene el general Tallis? —pregunté,
manteniendo la voz baja.
Bianca sonrió, sus cortas piernas dieron dos pasos hacia mí. —El
general Tallis está aquí todos los días. Todos se encuentran nerviosos por
el nuevo jefe de seguridad.
—¿Por mí? —pregunté. No era exactamente conocido como la
persona más tranquila en mi unidad, pero no era alguien a quien temer
a menos que me dispararas y estuvieras en el lado equivocado de mi rifle.
—Te sorprende —dijo Bianca, fue más una afirmación que una
pregunta—. Parece que tu reputación te precede. Eres el hombre que
derrotó a Jabari Tau y a todo su séquito.
Bajé la vista y fingí rascarme la nariz mientras asimilaba las
expresiones de aquellos a quienes pasábamos. La mayoría intentaba no
mirar. —No es lo que piensan.
—¿No es así?
—Esperaba que mi equipo regresara. Ese es exactamente el tipo de
mierda que sucede.
Bianca no parecía asombrada. —No los esperabas. Fueron heridos
y los enviaron al frente para alcanzar a los militantes en su camino a
masacrar a la próxima aldea. Mataste a doce de los asesinos más
despiadados de Sudán del Sur, incluido a su líder. Detuviste un golpe.
La muerte de Jabari creó inestabilidad y luchas internas dentro de sus
milicias, y eso se extendió por toda la región, liberando a cientos de niños
soldados.
Solté una carcajada de disgusto, no de orgullo. Bianca me hacía
sonar como un superhéroe. Fui disparado en la rodilla por un niño
apenas lo suficientemente grande como para sostener el rifle de asalto de
fabricación soviética que le obligaron a tomar. La maldita cosa falló,
creada dos décadas antes de que su padre violara a su madre para crearlo
a él. Fui herido porque no pude dispararle a un niño antes de que me
disparara a mí. Esperé porque le ordené a mi equipo que fuera a buscar
al resto de la unidad del niño mientras nuestra sangre se mezclaba y se
acumulaba debajo de nosotros. Miró el techo y exhaló por última vez en
mis brazos, y lo dejé caer suavemente cuando los hombres de Jabari se
metieron en la primera fila de chozas en las que me arrastré.
—Lo único que hice fue no morir —le dije, irritado porque el
recuerdo todavía tenía el poder de atraparme con la guardia baja. Incluso
cuando la pelea se detuvo y llegué a casa, mi corazón todavía luchaba
con las imágenes en mi mente.
—Y es humilde —dijo Bianca para sí misma—. Si te preguntas por
qué el general te eligió…
—Fóllame en el culo —dijo Martinez, de pie junto a la larga mesa
rectangular en la que se apoyaba cuando entré por la puerta.
Los ojos oscuros y vacíos del niño se desvanecieron de mi mente
cuando Othello Martinez extendió los brazos y me abrazó. Me dio una
palmada en la espalda dos veces y luego me apretó, tan feliz de verme
como yo. La hora más oscura antes del amanecer, en algún lugar en la
frontera de Sudán del Sur, fue el último lugar en donde lo había visto, su
rostro aparecía y reaparecía mientras destellaba en mi conciencia.
Martinez fue al sur después de eso. Los cárteles de drogas eran más
fáciles de apuntar que los niños. No había cambiado mucho, tal vez cinco
años más de entrecerrar los ojos contra el sol sudamericano, era evidente
alrededor de sus ojos.
Me volteé para abrazar a Kitsch, Sloan, y luego estreché la mano
de Harbinger. No soportaba que lo tocaran demasiado; guardaba el
esfuerzo para sus hijos.
—¿Todos se hallaban en el mismo escuadrón en Sudán? —
preguntó Bianca, a pesar de que ya sabía la respuesta. Asentí. Habíamos
sobrevivido a una noche varados en una zona controlada por los rebeldes,
en la frontera entre Sudán y Sudán del Sur, llenos de agujeros de bala y
muertos de hambre, tratando de alejar a un escuadrón pequeño, pero
particularmente sanguinario que atravesaba cualquier aldea vulnerable
en su camino, y fuimos emboscados por un grupo de niños. Noches como
esas, cementaba una hermandad, y éramos exactamente el equipo que el
general quería para su seguridad.
—Luces apuesto, T-Rex —dijo Naomi.
—Nomes —dije, atrayéndola para darle un abrazo rápido. Ella era
hipersensible a parecer demasiado emocional o débil delante de cualquier
otra persona, un síntoma de ser una mujer en el ejército. Golpeó mi
mejilla barbuda una vez y la agarró antes de que Bianca se aclarara la
garganta y mirara su reloj.
Sloan arrugó la nariz. —¿Este lugar huele a moho y calcetines
sucios para todos o sólo soy yo?
—Deberíamos comenzar la gira y conocer al general. Habrá mucho
tiempo, más tarde, para recibir saludos y opiniones sobre el olor
característico de una cueva construida por el hombre —dijo Bianca.
Intercambié miradas con mi equipo e hice un gesto para que la
siguieran. Bianca describió cada sección: pasillos con hombres y mujeres
con batas blancas sentados frente a tecnología que nunca había visto,
laboratorios, puertas más gruesas que yo, aviadores con insignias en las
mangas que decían CMAFE, puertas protegidas por soldados con
uniformes que no reconocí. Cuanto más profundizábamos, más oscuro
se volvía el aire.
Las paredes pintadas se convirtieron en túneles de acero. Las
tuberías corrían a lo largo de las paredes curvas y el techo, nuestros pies
chocaban contra una rejilla metálica que formaba el suelo. Se escuchaba
un zumbido bajo en el pasillo, interrumpido por el goteo intermitente de
agua que se deslizaba por las paredes de roca ya húmedas.
—No se siente bien —dijo Sloan.
—Tranquilo —susurré.
—Lo que estás sintiendo es una combinación de experimentos de
frecuencia y vibración y la forma en la que afecta a la montaña. No estás
equivocado —dijo una mujer detrás de nosotros. Nos volteamos para
mirarla, un revoltijo de cabello rubio rizado, y gafas de plástico cuadradas
de color melocotón en la punta de la nariz. Extendió su mano hacia mí—
. Doctora Sybil DuPont.
Kitsch olfateó. —¿Doctora de qué?
—Astrofísica —dijo la doctora DuPont.
Mi equipo intercambió miradas.
—¿Qué hace un astrofísico aquí? —preguntó Naomi.
—Es clasificado —dijo Bianca.
Cambié mi peso de pie. —Soy el jefe de seguridad. Tengo la máxima
autorización de seguridad.
La doctora DuPont sonrió, divertida por algo. —Para la instalación,
señor Trexler. No para los programas del gobierno.
—¿Qué es esto? —preguntó un hombre, caminando al lado de la
doctora DuPont. Era apenas más alto que su hombro, la luz se reflejaba
en la piel oscura de su calva. Los rizos blancos y apretados se aferraban
a la sección sobre sus orejas, como si su cabello se hubiera escapado,
asustado, de la parte superior, aferrándose a sus oídos, en busca de
seguridad.
—Doctor Angus Philpot —dijo Bianca—, este es el señor Trexler,
nuestro nuevo jefe de seguridad, y su equipo, Harbinger, Sloan, Kitsch,
Martinez y Abrams.
No pasé por alto que Bianca dijo el apellido de Naomi como una
mala palabra que no podía esperar para liberar de su boca. Era algo más
que la confianza, y tuve la sensación de que probablemente era Bianca,
no el general, quien no confiaba en Naomi.
Le estreché la mano al doctor Philpot, pero parecía estar más
interesado en Sloan, posiblemente el miembro más lánguido de nuestro
escuadrón. Tenía un metro ochenta y seis de músculo sólido, pero seguía
siendo el más delgado de nosotros, no podía competir con las curvas de
Naomi.
—Sólo Trex —dije, sacando a Philpot de su preocupación.
—Oh. Muy bien, entonces —dijo. Los lentes de las gafas redondas
con marco de alambre de Philpot eran tan gruesas que se acentuaban
cada vez que parpadeaban sus ojos de telescopio. No medía más de metro
y medio, tragado por su chaqueta blanca de laboratorio. Se hallaba
demasiado cerca del tamaño de un niño, y sabía que mi equipo se sentía
tan preocupado por eso como yo.
—Tienes, uh… —dijo Sloan, señalando su propio chaleco táctico.
El doctor Philpot bajó la vista.
—Jesús, Angus —dijo la doctora DuPont, dando un paso atrás.
—Oh, es uh… es sriracha —dijo, limpiándose con un dedo y
lamiéndolo.
La doctora DuPont parecía tener náuseas. —Eso espero. Podrías
despertarte con parásitos hurgando en tu cerebro mañana.
Martinez escaneó el pasillo. —¿Qué tipo de lugar es este?
—Cállate —gruñó Kitsch.
—Principalmente, es una instalación científica —dijo la doctora
DuPont—. Pero si le preguntas al general, es una operación militar.
Arriba está el NORAD, la planta baja se encuentra fuera de los límites. —
Sacudió un pequeño octágono de plástico en el chaleco de Naomi—.
Mantenlos encendidos.
Martinez sacó su propio octágono de medio centímetro de su
chaleco. —¿Qué es, de todos modos?
—Un dosímetro —dijo Bianca.
—¿Un dose qué? —preguntó Sloan.
La doctora DuPont parecía encantada por nuestra ignorancia y
mostró el suyo. —Dosímetro. Un dispositivo de medición para la
radiación.
Naomi suspiró. —Es por eso que este trabajo paga muy bien.
—¿Por qué no tienes uno? —le preguntó Martinez a Bianca.
—Porque rara vez me encuentro más allá de las puertas blindadas
o los laboratorios —dijo Bianca, como si fuera un hecho.
—¿Qué hay abajo? —pregunté.
—Es clasificado —dijo Bianca.
—¿Cómo podemos asegurar la instalación si no se nos permite
entrar en cada sección? —argumenté.
Bianca parecía aburrida con nuestras preguntas, pero aun así, las
esperaba. —Esas secciones tienen su propia seguridad.
—¿Otra unidad de seguridad? ¿Cuándo los conoceré?
—No lo harás —dijo Bianca—. Están inmersos en Echo y sus
habitaciones están ahí.
—¿Echo? —preguntó Naomi.
—Los corredores inferiores —dijo Bianca, mirando su reloj—.
Continuemos con el recorrido. Tenemos ocho minutos y medio antes de
dar media vuelta para reunirnos con el general.
—Doctores —dije, haciendo un gesto con mi cabeza, antes de seguir
a Bianca por el pasillo.
Harbinger se mantuvo cerca y se inclinó cuando habló. —¿Qué
mierda está pasando aquí?
—No estoy seguro todavía. Pero lo averiguaré.
—Será mejor que lo hagas —dijo, acercando su rifle.
Nos mostraron los pasillos Alfa, Bravo, Charlie y Delta y luego nos
dirigieron arriba para reunirnos con el senador Bennett. —Buenos días.
Qué agradable sorpresa —dijo Bianca. Una expresión que no había visto
suavizó sus facciones mientras esperaba que el senador respondiera.
—¿Lo es? —preguntó, una esquina de su boca elevándose.
Naomi me lanzó una sonrisa irónica, y me esforcé por no poner los
ojos en blanco. El senador llevaba una alianza dorada, mientras que el
dedo de Bianca estaba desnudo.
—Peter —dijo Naomi, saliendo por detrás.
Bennett sonrió, luciendo más aliviado que sorprendido. —Naomi.
Harbinger susurró en mi oído otra vez. —¿Qué hace un senador
junior aquí? —Antes de que pudiera responder, habló—: Bennett. ¿Como
el presidente Bennett? ¿Supongo que ese es tu padre?
Bennett se arregló la corbata. —Estás en lo correcto.
Entonces, tenía sentido. Bennett probablemente fue asignado a
algún comité innecesario y no supervisaba absolutamente nada para
afirmar que el Congreso se encontraba por encima del gasto de defensa.
Por lo general, se pasaba demasiado tiempo vigilando a uno de mi equipo.
—¿Lo conoces? —preguntó Martinez.
Naomi se encogió de hombros. —Nos hemos conocido.
Bennett no pudo haber lucido más desconsolado, y Bianca
disgustada. Ella se aclaró la garganta. —¿Nos vamos? No queremos que
el general espere.
Naomi no pudo evitar mirar por encima del hombro a Bennett antes
de que saliéramos de la sala de operaciones de NORAD hacia el ascensor.
Nadie habló mientras volvíamos por el corredor Charlie, a través de las
puertas blindadas y las oficinas administrativas. Bianca nos dejó solos
en una gran sala de conferencias.
Las paredes se encontraban en blanco a excepción de algunas
grietas y una línea de retratos de hombres blancos, posiblemente
antiguos generales que habían manejado el Complejo en el pasado, pero
sin fechas ni nombres debajo, era difícil estar seguro. La pintura parecía
ser la fachada original, las estanterías casi vacías, la gran mesa de roble
rectangular con muchas menos sillas de las que podía acomodar.
—¿Nos trajeron aquí para morir? —dijo Sloan, mirando a su
alrededor.
—Es donde el doctor Philpot te hará una cena a la luz de las velas
—bromeó Naomi.
—Vete a la mierda, Nomes —dijo Sloan, pero no lo decía en serio.
Él aceptaría una bala por ella, al igual que cualquiera de nosotros lo haría
por alguien de nuestro equipo. Al igual que Abrams lo hizo por nosotros.
—¿Cómo conoces a ese idiota que está arriba? —preguntó
Martinez.
Ella se encogió de hombros sin mirarlo a los ojos. —Nos conocimos
en DC.
—¿Y? —preguntó Martinez.
—Y no es de tu maldita incumbencia —espetó Naomi—. ¿Yo
pregunto sobre tus conquistas?
Sloan resopló. —¿Fue una conquista?
—No lo preguntas porque no recuerdo sus nombres —dijo Martinez
con una sonrisa.
—Excepto que tu padre es de la milicia, y odia a Bennett —le dije.
Me lanzó una mirada asesina. —Estoy sosteniendo un arma
cargada. Cállate, o te volaré la otra rodilla.
Fruncí el ceño, pero antes de que pudiera replicar, el general entró
valiéndose de su séquito, incluyendo a Bianca. Ella todavía parecía
enojada.
Kitsch ladró para que nos mantuviéramos firmes.
—Descansen —dijo el general—. Todos han sido dados de baja o
están retirados, de todos modos —dijo, sentándose en la cabecera de la
mesa—. Trexler, toma asiento. El resto del equipo puede esperar en su
alojamiento.
Mi equipo buscó mi aprobación, y cuando asentí, salieron sin decir
una palabra más. Me senté al lado del general e hice mi mejor esfuerzo
para no parecer demasiado rígido. Él no parecía preocupado por eso.
—¿Confío en que tu equipo ha sido ubicado? —preguntó.
—Todos menos yo, general Tallis.
—¿Oh? —Miró a Bianca.
Ella dio un paso adelante, pero no le di tiempo para que
respondiera. —Quería encontrar mi propio lugar.
El general consideró mis palabras y luego asintió. No tenía líneas
de sonrisa, pero las bolsas debajo de sus ojos y la cicatriz en su mejilla
eran familiares. —¿Bianca les ha dicho las reglas? ¿El recorrido?
¿Procedimiento?
—Así fue. Hasta el cansancio —dije.
Él se rio entre dientes, pero la expresión parecía incómoda en su
rostro. Se aclaró la garganta y se sentó, entrelazando los dedos sobre la
mesa. —El teniente Saunders te ayudará a familiarizarte con los sistemas
de monitoreo y alarma. Te dejaré delegar a tu equipo como mejor te
parezca.
Un hombre vestido de azul dio un paso adelante, con un parche de
CMC cosido a su manga. —Buenos días, Trexler. Soy Saunders. Te
entrenaré con los sistemas. Te encontraré en la sala de control a las
quince horas.
Lo examiné por completo, desde sus zapatos brillantes hasta su
sombrero. —Gracias. —Mi primera inclinación fue ofrecer un comentario
inteligente sobre un eco en la habitación, pero las cercanías del general
me mantenían a raya. Saunders ya parecía molesto porque no consiguió
mi trabajo.
El general escaneó la habitación. —Déjennos —le dijo a Bianca y a
los pocos guardias que aún se encontraban presentes.
Todos detrás de mí giraron sobre sus talones y salieron de la
habitación. Una vez que la puerta se cerró detrás de ellos, el general se
recostó en su silla. —Probablemente pienses que eres alguien especial
por conseguir este trabajo.
Arqueé una ceja. —¿Discúlpeme, señor?
—Me escuchaste. Tenemos un equipo de seguridad, seleccionado
por mí, en la planta baja que puede manejar todo lo que sea arrojado en
esta instalación. Un ejército, un misil Scud, una maldita bomba nuclear.
Scott Trexler y su banda de inadaptados atormentados por el trastorno
de estrés postraumático no van a hacer ni una pizca de diferencia.
Me senté derecho. El general sonrió. —¿Me estás haciendo una
reverencia, hijo?
—No soy tu hijo.
Él no se alteró. Ni un solo músculo se crispó, y una esquina de su
boca se elevó como si supiera que fantaseaba con usar mi arma para
darle una bofetada. —Estás aquí porque el hijo del presidente está
enamorado de tu chica.
—¿Mi chica, señor? —Al principio pensé que hablaba de mi
hermana, Hailey. Él no hablaba con sentido, maldita sea.
—Naomi Abrams.
—Tonterías.
—De ningún modo. El tío abuelo del senador Bennett es Walter H.
Bennett. No solo está en el Comité de Servicios Armados de la Cámara,
sino en el Subcomité de Supervisión e Investigaciones. Peter podría
solicitar una piscina cubierta y marines entrenados, y ocurriría. ¿Sabes
por casualidad en qué estado se eligió al Senador Senior Bennett? En
Nuevo México. La pequeña señorita Milicia era la chica de al lado.
—¿Esperas que crea que uno de los refugios gubernamentales de
mayor seguridad en los Estados Unidos ha contratado inadaptados con
trastorno de estrés postraumático como seguridad por un
enamoramiento? ¿Por qué no sólo contrataste a Naomi? —pregunté.
El general se rio entre dientes. —He visto cosas más estúpidas en
el gobierno. —Se puso de pie—. El senador no puede justificar su
afirmación de que el Complejo necesita un equipo adicional de seguridad
especializada si sólo contrata a un marine, ¿no es así? Disfruta de tu
sueldo, recorre los pasillos, mantente alejado del camino, y espera que
Abrams tenga una debilidad por el joven senador.
—Disculpe la franqueza, señor, pero tiene que estar jodidamente
bromeando.
—Si tuvieras permitido bajar a Deep Echo, sabrías que ciertamente
no lo estoy. La gente que lidera este país son niños quisquillosos con
recursos y poder ilimitados. Alégrate de que te estés beneficiando, en
lugar de la alternativa.
—¿Deep Echo, señor?
—Buen día, Trexler.
—Es sólo Trex —dije, poniéndome de pie.
El general no levantó la vista, en su lugar miró un agujero en la
mesa. —No vas a informar a tu equipo.
—¿Sobre Deep Echo? Es difícil informarles si no sé lo que es.
¿Asumo que es otro corredor?
—Sobre el acuerdo.
—¿Qué? ¿Entonces por qué decirme?
—Para que conozcas tu lugar. Tenemos reglas estrictas aquí, Trex.
Vas a cumplir con esas normas, o descubrirás rápidamente la alternativa
que te mencioné. Quédate en las áreas sin restricciones, cuida a las ratas
de laboratorio con batas blancas y sonríele a los turistas. Si tú o
cualquiera de tus hombres siente curiosidad, estarán mirando una celda,
y no las cómodas que ocupan los malditos civiles.
—¿Turistas?
—El Complejo ofrece recorridos limitados el último viernes de cada
mes. Tu trabajo es secreto. No trabajas aquí. Tu equipo no trabaja aquí.
Inventa cualquier historia que desees, pero no puedes afirmar ni admitir
asociación. Tendrás cierto conocimiento de esta base y sus funciones. Lo
guardas para ti y evitas las preguntas. ¿Entendido?
Asentí una vez.
—Retírate —dijo, permaneciendo en su posición menos-que-
formal—. Y cierra la puerta detrás de ti.
Regresé a nuestros cuartos en un aturdimiento. El equipo detuvo
sus actividades para esperar a que explicara mi expresión de confusión.
Sloan salió del baño, todavía secando sus manos en una toalla de papel.
Kitsch se hallaba sentado en el extremo de un largo banco de metal
ubicado entre los casilleros que se alineaban en las paredes, esperando
que hablara, y Naomi estaba de pie junto a los casilleros con los brazos
cruzados, viéndose ruborizada. Nuestros nombres ya fueron grabados en
las placas de metal de los respectivos casilleros, todos excepto el de
Naomi.
—¿Qué demonios es esto? —dijo Naomi, señalando las cajas
verdes—. Mi cuarto está al otro lado del pasillo. Soy la única allí. Hay
veinte casilleros vacíos allí dentro.
Me encogí de hombros.
—No —dijo Naomi—. El tratamiento especial es una mierda. Y no
me digas que es por razones de seguridad.
—No haría eso, Nomes.
—Porque él quiere vivir —bromeó Martinez.
Quería decirle que todo lo que tenía que hacer era mencionárselo a
Bennett, y probablemente se le asignará un casillero en este cuarto al
final del día, con una placa de identificación de oro sólido y alguna mierda
de sonido envolvente y control del clima. —Lo voy a mencionar.
Ella arrojó su equipaje al suelo. —Estoy tan cansada de esta
mierda.
—Sólo utiliza el mío por ahora —dijo Sloan.
—¿Qué dijo el general? —preguntó Harbinger.
—Nos dijo que recorriéramos los pasillos, y que Saunders nos
entrenará en el sistema. Dirigen un barco estricto. Cruzamos la línea
restringida, y estamos fuera. Tal vez peor.
Martinez frunció el ceño, dos líneas profundas se formaron entre
sus cejas. —¿Qué demonios?
Lo fulminé con la mirada. Martinez era médico, pero también era
un bromista. Siempre hacía estupideces como enviar a los chicos nuevos
por todo el hospital en busca de tubas uterinas de repuesto. —No vayas
a ningún lado al que no estés autorizado a entrar. Esta es una instalación
altamente secreta. Sin juegos. Hablo en serio.
—Lo escuchaste —dijo Kitsch—. Mantente enfocado. Muévete.
Kitsch apresuró a los hombres al pasillo, dejándonos solo a Naomi
y a mí. Tuve dificultades para mirarla, sabiendo la información que el
general compartió conmigo, y el no poder contarle me ponía en una
situación en la que nunca antes estuve. La confianza era primordial, y la
mentira no estaba en nuestro vocabulario.
—Estás actuando raro —dijo ella.
—¿Lo estoy? —pregunté, poniendo mi bota en la banca para
reajustarla.
—¿Cómo es el hotel?
Sonreí, pensando en Darby. —Es bueno.
—Oh-oh.
—¿Qué?
—Tienes esa mirada.
—¿Qué mirada? —pregunté, molesto.
—Esa mirada tonta y soñadora que tienes cuando utilizas a tu
prometida falsa para evitar una segunda cita.
Me puse de pie y señalé a Naomi. —No es falsa. Es una cosa real.
No tiene sentido ir a una segunda cita si no es ella.
Naomi rodó los ojos. —Sólo admítelo. Le tienes fobia al
compromiso.
—Eso no es cierto. Estoy muy comprometido. Sólo con ella.
—No hay ninguna ella.
—La hay. Y… está bien, no le digas a los chicos, me molestarán.
—¿De qué estás hablando?
—Esta mujer que trabaja en el hotel. Tengo un presentimiento
sobre ella.
Naomi no pudo ocultar su sorpresa. —¿En serio? ¿Crees que
finalmente la has encontrado? ¿Este… —hizo un gesto con las manos—,
epítome de perfección?
—Nunca dije que fuera perfecta. Sólo dije que era perfecta para mí.
Naomi abrió la pesada puerta de metal que conducía al pasillo. —
Espero que tengas razón. Nos salvaría a todos de tener que oírte
quejándote sobre ella durante los próximos diez años.
Nos encontramos con el resto del equipo en el pasillo y caminamos
hacia la sala de control. Saunders se encontraba de pie en la entrada con
la mirada constipada que parecía ser un elemento permanente en su
rostro. Como esperaba, la sala de control era enorme, con monitores de
televisión, computadoras y una enorme pantalla en la pared. La mayoría
del equipo parecía tan viejo como yo y más. Mi equipo notó nuestro
entorno, y luego miraron hacia adelante. Me sentía orgulloso de que no
estuvieran mirando boquiabiertos como los turistas que probablemente
entraban y salían como ganado el viernes anterior. Eran todo negocios,
parecían rudos en una sala llena de aviadores.
—Estoy seguro de que han visto monitores antes —dijo Saunders—
. ¿O tal vez todo lo que les mostraron en la Marina es cómo disparar un
arma y escupir correctamente?
Martinez estrechó los ojos, y di un paso adelante para mantener a
mis hombres en línea y a Saunders lejos de una experiencia cercana a la
muerte. —Estoy seguro de que podemos manejarlo, Saunders.
Simplemente entrénanos como siempre. Trataremos de seguir el ritmo.
Saunders soltó una carcajada y se volteó. Martinez dio un paso
adelante, pero Kitsch lo retuvo.
—Estos monitorean la entrada. Esta sección, el norte exterior; el
sur está allí, el este, el oeste. Luego tienes los interiores: Alfa, Bravo,
Charlie, Delta —dijo, señalando cada monitor—. Este es Doherty,
Haskins y Lev. Manejan esta área… los monitores, sensores de fuego,
terremoto, radiación y explosión. Toda esta instalación se encuentra
sobre enormes muelles. También se manejan esos. Así que básicamente
son los salvadores de este lugar.
—Muelles —dijo Naomi, divertida—. ¿Hablas en serio sobre esa
mierda?
Saunders se cruzó de brazos y se inclinó hacia Naomi. Con una de
sus famosas miradas de advertencia, retrocedió.
Ellos se enfocaron en el monitor de incendios, alternando entre las
térmicas exteriores y las temperaturas interiores.
—¿Por qué se está monitoreando un incendio que se encuentra por
lo menos a una hora al oeste, teniendo en cuenta que este lugar es una
roca? —preguntó Sloan.
—Tenemos sistemas en el lugar. Simplemente no queremos que el
fuego se acerque demasiado. Entonces tendríamos que luchar contra los
helicópteros del noticiero y las personas que husmean. No es bueno para
nosotros siendo una instalación secreta y todo eso.
—Oooh, me siento tan especial —dijo Martinez.
—Ya basta, Martinez —dijo Kitsch.
—¿Entendiste todo, o necesitas que te lo escriba en recordatorios?
—preguntó Saunders.
—Lo entendemos —dije.
—Bien, porque es hora de comer. —Saunders hizo un remolino
invisible en el aire con el dedo índice, indicándonos que saliéramos—.
Defac está por acá. —Martinez y Sloan trataron de contener la risa.
Probablemente Saunders esperó hacer eso toda su vida, y finalmente tuvo
su oportunidad con los marines que habían visto el fuego enemigo. Sala
de comida, comedor, cafetería o servicio de comedor en lugar de DFAC era
suficiente. Saunders se esforzaba mucho por encajar con los niños
grandes.
—No es necesariamente su culpa —dije, manteniendo la voz baja—
. Somos un grupo difícil de impresionar.
—Estoy seguro de que su abuela piensa que él es un guerrero —
dijo Sloan.
El equipo se esforzó aún más para no estallar en carcajadas, pero
incluso Harbinger luchaba contra ello. Finalmente se aclaró la garganta.
—Está bien, está bien. No seamos despedidos en nuestro primer día.
La comida era mejor que en cualquier otro lugar que habíamos
estado, con un buffet que ofrecía platos como filete orgánico y cuencos
de camarones, ensalada de pescado, hasta un sándwich Kotlet… lo que
sea que fuera eso.
Sloan tenía la mayor cantidad de comida en su plato rectangular,
el plástico azul recordaba a los años cincuenta, al igual que el resto de la
habitación. Nada se había actualizado en la instalación durante sesenta
años. No tenía que serlo. Fue construida para sobrevivir a las
consecuencias de una bomba nuclear, por al menos dos vidas.
Nadie tenía mucho que decir mientras comían, acostumbrados a
tener un tiempo limitado para llenar sus estómagos antes de que nos
gritaran que saliéramos de la habitación, o fuéramos bombardeados. La
sensación no se sentía mal. Bianca se encontraba de pie en la puerta con
un portapapeles, esperando impacientemente que la notáramos.
Sloan frunció el ceño mientras masticaba, una pequeña porción de
mayonesa en la esquina de su boca. —¿Alguien más tiene la sensación
de que no nos quieren aquí? ¿O sólo estoy siendo sensible?
—No —dijo Naomi—. No están desplegando la alfombra de
bienvenida. Bianca dijo que estaban nerviosos por Trex. Creo que están
nerviosos porque somos forasteros.
—Me sentí más bienvenido en un pueblo iraquí que aquí —dijo
Martinez.
—Muy bien —dije—. Olvídenlo. No hay que darles la razón. Hemos
pasado por cosas peores. Hay que dejar de sentir y manejarlo.
El equipo se levantó con confianza renovada. El almuerzo y una
charla de ánimo fue todo lo que se necesitó para darles un segundo
aliento después de una larga mañana de una orientación de mierda que
ningún soldado debería tener que soportar. Agotamiento físico, emocional
y mental, sí. ¿Horas de sermones sobre reglas, regulaciones y manuales
técnicos? No, gracias.
Al final del día, cuando nos íbamos, incluso la puesta de sol nos
hizo entrecerrar los ojos. Me sentía desnudo después de llevar un rifle
todo el día, para luego dejarlo atrás.
—Se acostumbrarán a la luminosidad después de dejar el Complejo
—dijo Bianca, inafectada—. Deberían alegrarse de no ser residentes.
—¿La gente vive aquí? —preguntó Martinez.
No podría decir sí a Bianca le molestaban las preguntas o era
indiferente. —Algunos de los científicos, y el otro equipo de seguridad.
—Está bien. Demos por terminado el día —dije, dándole una
palmada en el hombro.
La grava crujía bajo nuestras botas mientras dejábamos a Bianca
sola en la entrada, si no contábamos a la media docena de
parlamentarios.
Estreché manos, golpeé puños, y di medios abrazos a mi equipo
como despedida, luego subí a mi camioneta, dejando escapar un suspiro.
Habíamos terminado.
Naomi apoyó un brazo sobre la puerta abierta de su auto con una
sonrisa engreída.
Rodé los ojos. —¿Qué?
—¿Se encuentra allí? ¿La chica? ¿En el hotel?
—Sí, Nomes, ella trabaja allí.
—¿Realmente crees que es la indicada? —dijo con una risita.
—No me mires así —gruñí—. Esperaría esto de los chicos. Pensé
que no tendría que preocuparme de ti.
Se encogió de hombros. —Es sólo un poco… fantástico para ti. Por
lo general eres más práctico que esto.
—¿De verdad crees que pienso que mis sentimientos sobre esto son
normales? ¿Que alguna vez pensé que todos los demás esperaban a
alguien que nunca han conocido? Sólo sé lo que sé.
—¿Eso sería fe, T-Rex? Muy espiritual para un ateo.
—La fe y la religión no son mutuamente excluyentes. Y vete a la
mierda.
—Vete a la mierda, también —dijo—. Y buena suerte, Trex. Espero
que ella sea la indicada. —Me lanzó un beso y guiñó un ojo, luego cerró
la puerta detrás de ella, encendiendo el motor.
El viaje de regreso al hotel fue largo. El sol ya se escondía detrás
de la cordillera, algunas estrellas empezaban a salir de una manta de
color azul oscuro. Mi cara se arrugó mientras bostezaba, y jugueteé con
el volumen de la radio. Faros dobles se acercaban y pasaban, las líneas
amarillas se deslizaban bajo mi camioneta, el ruido de la carretera me
arrullaba hasta un estado de relajación, pero en vez de analizar el día, a
Bennett, Bianca y el general, sólo pude pensar en ella. Hace dos días, mi
mente se encontraba llena de cosas como ir al gimnasio, buscar nuevas
propiedades de bienes raíces en Zillow, y mi nuevo trabajo. De alguna
manera sabía que Darby sería hermosa. No sabía que sería tan hermosa.
Aparqué la camioneta en el estacionamiento y seguí a algunos tipos
malolientes cubiertos de hollín que regresaban de su recorrido en la
montaña. Las dos puertas de vidrio se abrieron, soplando su hedor
directamente en mi cara.
Darby se encontraba de pie junto a una sala de espera con algunas
sillas y dos sofás, una planta falsa tan alta como ella y una pantalla
plana. Sonreía ante los fuegos artificiales explotando en la pantalla, con
los brazos cruzados sobre su cintura.
Sin dudarlo, caminé detrás de ella y le dije al oído—: Hola. —Lo dije
como si fuéramos viejos amigos, y al mismo tiempo me inquietaba la
necesidad de hablarle. Al igual que todos los otros idiotas desesperados
en el vestíbulo. Me decepcionaba a mí mismo.
—Oh. Hola. Me pagan el próximo viernes.
La miré por un momento, preguntándome por qué escogió decirme
eso.
—Por la comida —me recordó.
—Oh. Ya lo había olvidado. —Asentí hacia la pantalla—. ¿Ya es
época de fuegos artificiales?
—Simplemente están informando sobre los próximos planes para
el Día de la Independencia en el estado… bueno, los que no vamos a tener
—refunfuñó—. Esos son del año pasado —dijo, señalando la televisión—
. No se ve bien para nosotros. —Se mordió la uña del pulgar, y decidí que
era casi tan lindo como su acento—. Casi todo el estado ha prohibido los
fuegos artificiales este año debido a los incendios. Todo al sur de
Kremmling, donde sea que esté.
—Al norte de aquí —dije—. No puedo culparlos. Ha estado bastante
seco y esta es la temporada de incendios más activa que hemos tenido en
mucho tiempo. ¿Tienes planes para el Cuatro? —Di un paso atrás.
Mantente fuera de su espacio personal, Trex. Ella no te conoce. Tú no la
conoces. Cálmate, maldición.
Negó con la cabeza y se volvió para mirar la televisión. —Voy a
trabajar en las noches después de que sea entrenada.
—Eso apesta.
Se encogió de hombros.
Sólo un minuto más. Todavía no estoy listo para que esto termine. —
¿Estuviste ocupada hoy?
—En realidad no. ¿Subiste a la montaña? —Se giró para mirarme,
y sentí que podía respirar por primera vez en todo el día, pero aun así la
mentira que estaba a punto de decir me estranguló. Doce horas antes,
recibí instrucciones de no revelar a mi empleador.
—Uh… sí —dije. No era una mentira.
—Estás bastante limpio. Supongo que acudes a los llamados desde
la base o como sea que se llame. —Ella pensaba que era un hotshot, o
posiblemente un tipo del Departamento Forestal, y si le dijera lo
contrario, eso dirigiría a preguntas.
—Síp. —Tampoco era una mentira.
Una pequeña sonrisa levantó sus mejillas, y estuve acabado.
Stavros mencionó el efecto que la nueva contratación tenía sobre los otros
chicos, pero los otros chicos no habían estado esperando por ella desde
la secundaria. Traté de explicarme todo el día por qué creía que era mi
chica, pero no podía. Era hermosa, sí, pero era más que eso. Era la forma
en que me sentía cada vez que la veía, que estaba cerca de ella, que
escuchaba su voz. Ya me tenía envuelto alrededor de su dedo. Era parte
alivio, parte terror, parte emoción.
—Estás lleno de encanto hoy. —Sus ojos brillaban cuando hablaba,
y sus labios eran de un color rosado oscuro natural, labios de los que
tenía que apartar la vista. Era impresionante. La delgada piel bajo sus
ojos era de un ligero tono lavanda, y me pregunté cómo iba a trabajar
hasta las once. Se veía exhausta.
—¿Tienes hambre? —pregunté.
—Stavros nos trajo sándwiches hace un rato.
—Me alegra oír eso. —Bajé la vista, jugueteando con las llaves en
mi mano. Una nueva colgaba del llavero: lisa y de color negro mate… la
llave maestra de todas las áreas autorizadas del Complejo. Tenía un
trabajo que hacer, necesitaba entenderlo y alejarme de esta chica. No
podía ser ella, de todos modos. No lo complicaría. Darby no sólo era
intoxicante… era tóxica. Casi podía leer cada cosa jodida que le había
ocurrido, como si fueran créditos desplazándose en sus ojos.
—Bueno. Buenas noches —dije.
—Buenas noches.
Me detuve en la puerta de las escaleras, mirando hacia atrás para
ver a Darby todavía de pie en el vestíbulo. Apenas notó que me fui.
También odiaba eso. Y odiaba odiarlo. Tenía que encontrar mi propio
lugar. Rápido.
Traducido por Gesi & Lau’s Boice
Corregido por Joselin♡

Trex
Era un poco idiota de mi parte sentir odio casi inmediatamente
después de conocerlo, pero el tipo parado a mi lado en el ascensor se
comía con los ojos a quien acababa de llamar “el trasero caliente detrás
del mostrador”. Sus ojos se encontraron con los míos, sus cejas se
levantaron una vez y luego apuntó hacia el mismo espacio donde ella se
hallaba parada. No tuve que darme la vuelta para saber a quién miraba.
No parecía un hotshot, pero lo había visto en el vestíbulo. Entonces lo
recordé en la fila para registrarse, con las manos en el culo de la mujer
con la que se registró.
Se rio una vez más, bajando la vista. —No puedo alejarme de eso
—dijo, volviéndose hacia la recepción.
Pulsé el botón del elevador con mi pulgar, silenciosamente
regañándome. Ella no es tu problema. No te importa. No te importa. Sólo
ve a tu habitación. Deja de preocuparte. Mierda. Las puertas plateadas se
abrieron y entré. Suspiré, esperando que se cerraran y me olvidara de la
chica detrás del mostrador. Cuando comenzaron a cerrarse, empujé
contra ellas y salí corriendo como si alguien hubiera arrojado una
granada dentro.
El agarrador de traseros se inclinaba sobre el mostrador de
registro, prácticamente arrullándole a Darby. Ella se veía asqueada, y no
podía culparla. El tipo aún tenía cabello de cama por follar a su
compañera de cuarto en el piso de arriba. Había una aureola blanca
alrededor de donde debería estar su alianza, y algo me decía que la mujer
en la habitación no era su esposa.
Lo fulminé con la mirada antes de hablar. —Oye, nena. Antes de
que se me olvide, ¿necesitabas que te trajera algo de la habitación? —
pregunté, tratando de mantener la furia fuera de mi voz.
Parpadeó, y durante medio segundo, no estuve seguro de si me
seguiría la corriente. Miró al hombre que tenía adelante, y su rostro se
relajó con una sonrisa. —No, pero no tienes que irte ahora mismo. Puedes
pasar el rato aquí si quieres.
El hombre se puso derecho. —Oh. Oye —dijo, estirando la mano
para sacudir la mía.
Simplemente la miré, luego regresé mi atención a la chica detrás
del mostrador.
—Tenga una buena noche, señor —dijo.
El hombre simplemente asintió antes de retirarse hacia los
ascensores.
—Lo siento. Tenía la sensación de que te molestaba.
—Así es —dijo, pareciendo relajada. Tuve éxito en poner a esta
chica en su elemento—. Nada que no pudiera manejar.
Di en el clavo. Me gustaba ser capaz de predecir cosas sobre ella, y
no como si fuera un juego. Sentí una extraña sensación de orgullo.
—No lo dudo ni por un segundo. Aun así… de esta forma era más
eficiente. —No tenía la certeza de que fuera verdad, y ella no iba a decir
lo contrario. Probablemente toda su vida rechazó hombres—. Bien…
buenas noches.
—Gracias —dijo antes de que hiciera un giro de ciento ochenta—.
No quise decir que no aprecio el esfuerzo.
Dudé antes de volver a hablar. Incluso una palabra más, y estaría…
—¿Dijiste que trabajas por las noches?
—Hasta las once esta semana. Comienzo con las noches la próxima
semana después de terminar mi entrenamiento.
—¿Entrenamiento? Parece que ya lo estás haciendo por tu cuenta.
Sonrió, sus ojos brillaban. La cosa de llamada de sirena que hacía
ni siquiera era a propósito, y eso fue lo que me confundió. Al mismo
tiempo irradiaba seducción e inocencia sin esfuerzo. Nunca había visto
algo así, y quedé completamente deslumbrado.
—Tilde no se sentía bien. Se fue un poco antes.
—Eres una campeona. Será mejor que Stavros no te deje ir nunca
—dije. Sonrió, y seguí hablando solo para ver si podía hacer que
sucediera de nuevo—. Voy al trabajo a las seis de la mañana, así que la
próxima semana probablemente te veré a la salida.
—Probablemente. —No jugueteó con su cabello, ni me miró
demasiado tiempo a los ojos, no me habló ni me echó un vistazo. Nada
en ella indicaba que se sintiera atraída por mí, y aun así todo lo que
quería era su atención. Sólo una sonrisa más. Una palabra más. Lo que
sea que me diera, y eso me molestaba.
—¿Qué vas a hacer para la cena? —pregunté, sin saber que más
decir.
—¿Por qué?
Me encogí de hombros. —Podría comer.
Se río, y fue la mejor cosa que oí. De hecho, cuánto más hablaba,
más seguro me sentía de que era ella. —¿Por qué siempre tratas de
alimentarme?
No pude evitar reírme con ella. Tenía razón. —No lo sé. Pareces
hambrienta, supongo.
—Um… ¿gracias? —Soltó una risita.
—Me refiero a que… eh… —Miré alrededor. Luchar
desesperadamente era algo nuevo para mí. Usualmente conocía mujeres
en un bar, un club o una fiesta. Esto era peor que el territorio enemigo.
Por supuesto, la que valía la pena sería un desafío—. El vestíbulo se
despejó rápido.
Miró a su alrededor, como si acabara de notarlo. —La mayoría de
los hotshots deben despertarse temprano para subir a la montaña o están
cansados por el campamento de fuego.
—¿Campamento de fuego? Suenas como uno de ellos —bromeé.
—¿De ellos?
—Nosotros.
Me miró por un momento. Sabía que mentía. Mierda. Soy mejor que
esto.
—He hablado con más de cien en los últimos dos días —dijo.
Trataba de dejar pasar mi comentario, orgullosa de que hubiera señalado
lo rápido que aprendió la jerga. Una cosa que aprendí en el buró fue cómo
leer a las personas, y esta chica, a pesar de sus esfuerzos, era un libro
abierto para alguien como yo. No era de Colorado. Por su acento, venía
directamente desde Texas. Usaba la misma ropa para el trabajo, no el
típico uniforme, y devoraba la comida que le daba. Llegó a Springs
deprisa, con el dinero que tenía en ese momento y con la ropa que llevaba
puesta. Por mucho que quisiera preguntarle por qué huía —o de quién—
no quería asustarla.
Metí las manos en mis bolsillos. —Entonces… ¿cómo va el
entrenamiento? Llegar durante un incendio político tuvo que ser
intimidante.
—He oído eso un par de veces. ¿Qué es un incendio político?
—Uno cubierto por las noticias, por lo que traen a todos.
—Oh. No sabía eso. ¿Es por eso que estás aquí? —Abrí la boca para
hablar, pero continúo—: Porque estabas aquí antes del incendio.
Intenté mantener una expresión tranquila, pero incluso aunque no
creyera en ningún dios, mentirle a esta chica se sentía como un pecado.
Si hubiera tomado el trabajo en otro lugar, podría habérselo dicho. Era
doloroso decir las palabras. —Esta área ha estado en alto riesgo durante
un tiempo.
—¿Eso es lo que haces? ¿Explorar sitios de potenciales incendios?
Me froté la nuca. —Es… complicado.
Arqueó una ceja. —Misterioso.
Llevó un largo control remoto negro hasta los sofás y lo apuntó al
televisor, cambiando de canal. Las noticias locales seguían informando
sobre el incendio, y se abrazó la cintura.
—Está bien —dije, dándome cuenta de que la seguí
automáticamente—. Todavía está a kilómetros de distancia.
—Zeke dijo que subirá pronto. Parece que está empeorando.
—Comiendo una gran cantidad de superficie, supongo. Él estará
bien. Ha estado haciendo esto por un tiempo. ¿Lo conoces?
Negó con la cabeza. —Sólo ha sido amable conmigo. Se supone que
veremos una película cuando regrese.
—Oh —dije, comprendiendo y luego sintiendo una abrumadora
sensación de desilusión.
Se giró en mi dirección, notando mi expresión. —No, somos, um…
sólo somos amigos.
Asentí, tratando de no parecer muy aliviado. Me hizo sentir más en
el borde que estar solo, de noche, desangrándome en la frontera sur de
Sudán, y me encantó.
Sus mejillas se hincharon y expulsó aire.
—¿Estás bien? —pregunté.
—Solo me siento mareada y temblorosa de repente.
—Tal vez tu nivel de azúcar está bajo. ¿Por qué no te sientas? Te
conseguiré algo de la máquina expendedora.
Sacudió la cabeza. —La máquina expendedora está llena de
porquerías.
—De acuerdo. ¿Algo de la sala de desayunos?
Pensó en eso. —Buena idea. Probablemente cereal, una banana o
algo por el estilo.
Comenzó a ponerse de pie de nuevo, pero levanté una mano. No se
veía en condiciones de protestar. —Simplemente relájate. Te encontraré
algo.
Corrí por el vestíbulo hacia el área del comedor, buscando en los
armarios. Encontré dos tazones de cereal, una banana, y escondida
detrás de una puerta había una nevera grande llena de cartones de leche
y pequeñas tazas de helado de vainilla. —Anotación —dije en voz alta,
agarrando cuatro copas y dos cucharas.
Corrí de regreso. Sus ojos se ampliaron y se deslizó hasta el borde
de su asiento. —Dios mío, ¿hablas en serio?
Apoyé el helado, las cucharas de plástico, la leche, los tazones de
cereales y la banana. —Sírvete.
—¿Tenemos helado?
Observé con una extraña satisfacción cómo abría la leche, quitaba
la tapa del tazón de cereal y los mezclaba, y luego comía. Echó más leche
en un segundo tazón y también se lo terminó antes de pelar la banana.
Tarareó, y sonreí, todo mi cuerpo se relajó mientras la veía comer. Tiró la
cáscara a la mesa, lo que me llevó a abrir dos cuencos de helado.
—Por los desayunos continentales —dije, sosteniendo mi taza hacia
la suya.
Golpeó su taza con la mía. —Por Stavros. Tendré que devolverle el
dinero por todo esto.
Saqué una cucharada llena y me la puse en la boca. —No
desayuné. Eso lo compensa.
Trató de sofocar una sonrisa, pero falló, y luego tomó un bocado,
cerrando los ojos y saboreando cada momento que el helado estuvo en su
boca.
—Te ves muy feliz ahora mismo.
—Lo estoy —dijo, recostándose en el mullido cojín—. No tienes idea.
—¿Es un buen momento para preguntar sobre tu nombre?
Giró la cabeza hacia mí. —¿Mi nombre?
—Sí. Maddox me dice que hay una historia.
—Oh —dijo, sacudiéndose las migas de los pantalones—. Así que
estuviste hablando con Taylor sobre mí, ¿eh?
Me habría avergonzado, pero el más leve destello de sonrisa curvó
las comisuras de su boca. —Síp.
Su mirada fue hacia el techo y un millón de recuerdos parecieron
reproducirse en su mente. —Es muy tonto.
—No hay nada tonto sobre ese nombre. —Darby. Le quedaba
perfecto. Único sin ser tonto. No muy femenino, pero bello sin esfuerzo—
. ¿De dónde lo sacaron a tus padres?
Suspiró. —Hay una película sobre un tipo irlandés borracho y
algunos duendes que solían mirar todo el tiempo. Supongo que me
nombraron en honor al tipo. O algo así.
—¿Darby O’Gill and the Little People?
Soltó una risita. —¿Has oído hablar de eso? Mi hermano solía decir
que era horrible.
Solía decir. Maldición. Su hermano está muerto. No seas un agente
ahora mismo, Trex. No analices todo lo que dice y la interrogues
intensamente sobre lo que no tiene sentido en este momento. Sólo escucha.
—Esa es toda una historia. No tan intrigante como pensé, pero
única. Sean Connery estaba en esa película, sabes. Los efectos especiales
son bastante convincentes.
Sin dejar de mirar el techo, cubrió su risa. Parecía agotada. Miré
mi reloj. El otro chico, Ander, debería venir a relevarla dentro de una
hora, y eso significaba que nuestra conversación terminaría.
—Tu turno —dijo.
Me instalé en el sofá. —Soy originario de Kansas. Goodland. Mi
padre, Scott, es un predicador Bautista. Mi madre, Susanne, toca el
piano y dirige el coro. Tengo una hermana pequeña, Hailey. Este año será
una estudiante de último año.
Me miró como si estuviera describiendo a la familia perfecta, y
debería haberle dejado creer eso, pero ya le era deshonesto con mi
carrera. Mentirle sobre cualquier otra cosa se sentía aún más injusto.
—Nop, no es tan bueno como parece.
—¿En serio? Porque suena bastante bueno.
—Mi padre era estricto. Como del tipo: “Si sueltas la soga, malcrías
al niño”. Me golpeaba, y luego golpeaba a mi madre por llorar por ello.
Aunque se relajó con los años.
Se contrajo de dolor. Era empática hasta el punto de poder sentir
el cinturón en la piel de mi madre. Probablemente porque lo sintió en el
pasado. Mi corazón se aceleró y los vellos de mi nuca hormiguearon
cuando la inevitable imagen se formó en mi mente. —Lo siento —dije
entre dientes. Tomé aliento para tratar de relajar mi mandíbula—.
Probablemente demasiada información.
—No, está bien. —Me miró de una forma diferente, como si
estuviéramos en el mismo equipo. La confianza titiló en sus ojos, pero
sabía que tomaría más que una historia ganármela—. ¿Cuántos años
tenías cuando se detuvo? —preguntó.
—Cuándo fui más grande que él. Me mudé apenas cumplí
dieciocho… —Estuve a punto de decir “para unirme a la Marina”, pero
me detuve. Contarle sobre mi carrera militar solo me llevaría a cómo me
convertí en un hotshot o trabajar con ellos. No podía decirle lo que
realmente hice, y ella no me conocía lo suficiente como para saber que
no mentía. Mis opciones eran mentir… o mentir. Pensé que mantener esa
parte de mi vida lo más vaga como fuera posible no haría daño—. Me
mudé a San Diego por un tiempo.
Ella asintió, como si estuviera recordando conmigo. —Mi mamá
también era dura. Me mantuvo en concursos hasta que estuve en la
secundaria. —Soltó una risa—. Es difícil de creer que fue una mamá de
concursos ahora. Todos mis amigos deseaban que sus mamás salieran
de sus vidas. Parece que ahora no puedo tener su atención.
Fruncí el ceño. ¿Quién puede ser tan estúpido para ignorar a
Darby? —¿Qué hay de tu papá?
Dos pequeñas líneas aparecieron entre sus cejas. Dolor. Ella
escondía dolor.
—Lo siento. No tienes que hablar sobre eso.
Bajó la mirada. —No… es… lindo hablar acerca de él. No lo he
hecho, en realidad. —Observó su helado derritiéndose, luego lo puso en
la mesa—. Había conseguido mi licencia hacía un mes. Cinco autos
chocaron. Fuimos los segundos. Fue horrible. Mi papá y mi hermano
Chase fueron las únicas muertes.
—¿Conductor ebrio? —pregunté.
Giró su cabeza para verme. El color reapareció en su rostro. Se
sentía mejor, pero el dolor en sus ojos era innegable. —No. Fue mi culpa
—dijo—. Mi papá se enojó porque le oculté algo. Discutimos. Mi atención
no se hallaba en la carretera. Viendo hacia atrás, él no se encontraba
molesto conmigo para nada. Se enojó porque había sido amistoso con
alguien que no era su amigo. Sé que era lo que me hubiera dicho si aún
estuviera aquí. Los extraño mucho a ambos.
Traté de no sonreír. Sonreír no sería adecuado para esta situación,
pero ella era realista como yo. Había muchas cosas que podrían
destruirnos, pero también éramos conscientes de nuestros errores sin
jugar a ser víctimas. Respetaba eso sobre ella más que nada.
Continúo—: El auto en frente de nosotros cambió de carril, y en el
segundo siguiente… —Exhaló como si la hubieran golpeado hasta dejarla
sin aire—. Golpeé la camioneta en frente de nosotros. Murieron al
instante. Desperté en el hospital cuatro días después. En vez de
pasarelas, practiqué caminar cuando mis piernas sanaron. Una vez que
mi mamá me puso de pie, se fue a Louisana. Ni siquiera me dijo adiós. —
Se detuvo, su expresión cambió—. Pareces molesto.
Relajé mi rostro. —¿Yo? No. No, sólo odio escuchar que alguien te
trató mal.
Sus cejas se alzaron. —Entonces no te contaré el resto.
Empecé a producir adrenalina, del mismo modo en que lo sentía
cuando algo malo se acercaba. No pude verlo, pero la urgencia de ser un
héroe con cada palabra que ella decía era difícil de ignorar. No se merecía
la vida que tuvo. No había duda de por qué huyó.
—Puedes decirme lo que quieras. Escucharé.
Sonrió. —Apuesto a que lo harás.
—Pareces saber algo sobre mí que yo no.
Sorprendida, se acomodó en el sofá y se inclinó un poco. El hecho
de que pudiera saber lo que pensaba sin que me lo hubiera dicho, la
intrigaba. —Dime. ¿Qué piensas que sé?
—Que estoy hablando contigo sólo para obtener algo.
—¿Y qué es eso? —preguntó.
Sonreí. —No te consideraba una jugadora.
Parpadeó. —No lo soy.
—Entonces dilo. No tenemos que darle vueltas por una hora. Quien
sea más sincero gana.
—Desafío aceptado. No hay manera de que duerma contigo. Nunca.
Acabo de terminar una relación no muy buena y tengo mucho que hacer.
—¿Cómo qué?
Dudó, pero finalmente decidió ser sincera como dijimos. —Eso no
es de tu incumbencia. —Parecía complacida de decir esas palabras;
aliviada, incluso.
—Bastante justo. Pero no estoy hablando contigo por nada. Estoy
interesado en conocerte. Ambos sabemos que probablemente eres la
mujer más hermosa en tres estados.
—¿Sólo tres? —Sonrió, y casi olvidé lo que iba a decir.
—Estaba siendo cauteloso. Pero esta no es una misión de
reconocimiento.
—¿Misión de reconocimiento? ¿Qué hiciste antes del servicio en los
centros forestales?
—No es de tu incumbencia —dije.
Comenzó a reír. Tenía que reconocer que ser así de honesto era
refrescante, y ella me gustaba más por disfrutarlo tanto como yo, a pesar
de que hasta ahora iba en contra de su educación sureña, tendría que
concentrarse para mantenerla.
—¿Aún hablas con ella? —pregunté—. Con tu mamá.
—La llamé justo antes de venir aquí. Estuve comprometida. —
Levantó la vista para ver mi reacción—. Ella no se encontraba en posición
de ayudarme, claro, así que hui por mi cuenta. Vine a Colorado Spring
con mi vestido de novia.
—¿Una novia fugitiva? —pregunté, no esperaba esa parte de la
historia.
Movió las cejas, formando dos líneas gemelas entre ellas. —Shawn
era muy malo. Realmente malo. Tenía que salir de ahí.
—¿Te golpeó?
Me miró de reojo.
Exhalé, tratando de sacar toda la rabia que se formaba dentro de
mí. Quería matar a un hombre que no conocía. No sería la primera vez,
pero no le quería explicar todo eso a Darby.
—No soy estúpida, sabes. Quiero decir, le creí la primera vez que
se disculpó. Después de un tiempo, las disculpas eran el único momento
de paz. Es sólo… que en ese momento no me preocupaba por mí misma.
No pensé que merecía algo mejor. He causado tanto daño a mucha gente.
—Aun así, tú… no merecías eso, Darby. Lo juro por Dios que no lo
merecías.
—No jures por Dios —dijo, sus suaves facciones arrugándose con
disgusto.
—Lo siento. No quise decir nada con eso. Sólo que no significa nada
para mí. Lo olvidé.
—¿Qué quieres decir? —dijo, poniendo toda su atención—. ¿No
crees en Dios?
—Hay más de tres mil dioses en la historia humana. ¿Cuál de
todos?
—El único.
Me reí entre dientes. —¿Quién dice?
—¿Tu papá no es un pastor?
—Sí.
—Entonces, ¿cómo es que no crees?
—Porque he leído la biblia, y luego investigué cómo es que se hizo.
Después de eso, busqué la historia del cristianismo. Luego, el paganismo
y el Segundo Templo. ¿Te ofende? Porque no estoy en contra tuya por
creer en un hombre invisible en el cielo.
Cruzó los brazos y miró al frente. —No estaba ofendida hasta ahora.
—¿Habla contigo? ¿Escuchas una voz?
—De hecho, lo hace. —Se volteó para verme, una mueca pesada en
sus facciones. Sabía que la hacía enojar, pero no podía detenerme. Era
como si finalmente pudiera decirle todo lo que esperaba a mi padre, y
vaciaba mi boca con palabras, todo hacía una mujer de la que me volvía
adicto.
—¿Oh? Quiero decir, es genial. Sólo me sorprende. ¿Cómo suena
Dios? Tu Dios. Asumo que es el único que te habla, porque… ya sabes…
es el único.
Sus labios se abrieron como si quisiera soltar un jadeo, pero las
comisuras de su boca se curvaron. No parecía enojada, solo sorprendida.
Hablar con Darby era como tomar el fuego de un enemigo, espantoso y
reconfortante. Me sentía vulnerable, y como si en cualquier momento mi
mundo fuera a acabar, pero me encontraba también en mi elemento. Era
bueno en navegar el laberinto que era Darby Cooke, como si tuviera otra
opción. Todo acerca de ella me atraía, su voz era suave y relajante, sus
ojos calmados, esa dulce sonrisa calmaba la rabia dentro de mí. No había
sentido esa clase de paz en un largo tiempo. Sabía que podía sacarla un
poco de su zona de comodidad y no me odiaría por eso. De hecho, lo
recibió, alentándome a hacerlo.
—Es más como un sentimiento que una voz audible —dijo.
—Así que, ¿tu conciencia? Entonces realmente eres tú, no con
Dios, con quien hablas. Porque, lo creas o no, eso te hace sonar menos
loca.
Sus mejillas se encendieron con un rosa brillante. —Se llama fe.
No estaría aquí si no fuera por Dios.
—¿Qué es lo que él hizo?
Sus ojos se entrecerraron. —Me mantuvo segura. Él me trajo aquí.
—Te mantuvo segura —dije sin expresión—. ¿Entonces por qué
llegaste a Colorado Springs sólo con lo que tenías puesto?
Ella miró al frente, cruzando los brazos en su pecho.
—A menos que hayas llegado en el Mazda de Dios y él manejara
hasta aquí… suena a que te salvaste tu misma.
—Yo… —Se detuvo. Pensando en mis palabras—. Lo hice. Pero él
me dio la fuerza.
—¿Así que eres débil? No me creo eso. Alguien que viaja sin un plan
o el suficiente dinero para comida es malditamente valiente.
—O estúpido —gruñó.
—Te fuiste porque decidiste no casarte con un novio abusivo.
Suena algo inteligente para mí.
—Eso es porque no conoces las cientos de decisiones que tomé
antes de esto y no puedes juzgarme por ellas.
—No lo haría, de todos modos.
Me sonrió. Darby era un paraíso en el que podría creer.
—Eres un ser humano decente, Trex. Aunque seas ateo.
Solté una risa. —Tomaré eso como un cumplido.
—No me gusta que seas ateo, lo que sea que eres, pero aún me
puedes agradar, supongo.
—Bueno, eso no es muy cristiano.
Me miró. —Todos estamos destituidos de la gloria de Dios.
—Eso es conveniente.
—¡Ugh! ¿Por qué no sólo te vas y me dejas trabajar?
Todavía sonreía. No lo decía en serio, eso hizo que mi interior
revoloteara, chocara los cinco, golpearan los puños, y el pecho. Darby me
hacía sentir como un chico y un superhéroe al mismo tiempo. Era
decente por ella, no era un monstruo. Si hubiera sabido más acerca de
mí, cambiaría de idea.
Levanté mis manos. —Te dejaré trabajar, pero ya saliste hace
media hora.
—¿Ya salí? —preguntó, buscando mi reloj.
Mi brazo en sus manos fue lo mejor que había sentido en mucho
tiempo, dejé que los músculos de mis brazos se relajaran, dejándola que
estuviera ahí tanto como lo necesitará. Su piel era tan suave y cálida. La
urgencia de tocar el resto de ella surgió.
—Ya salí —repitió. Me miró y luego al escritorio en frente. Ander ya
se encontraba apoyado en la pared, escribiendo en su teléfono. Sus ojos
cayeron a mis labios—. Un ateo. Trex, estoy tan decepcionada de ti.
—Sólo tenemos deferencias religiosas. En realidad no creo que
estés loca. Quizás un poco despistada.
Se inclinó, aun mirando mis labios. Su respiración era dulce, el
helado persistente en la lengua que quería en mi boca. No podría pensar
en algo más en ese momento incluso si quisiera.
—Tengo un largo y horrible historial con los idiotas —dijo.
—Puedo fingir que soy uno el tiempo suficiente para tener tu
atención.
—La tienes.
Tragué. No había conocido nunca a alguien como Darby. Era como
drogas y Navidad. Se detuvo unos centímetros cerca de mi rostro,
parpadeando como si un hechizo se hubiera roto. —Probablemente
debería… —Se puso de pie, agachándose para recoger la basura de
nuestra cena.
—Yo lo hago —dije—, deberías descansar. —Me puse de pie—. Te
ves cansada.
Levantó la mirada hacía mí. —¿Estás criticando mi apariencia, o
estás tratando de cuidarme?
Pretendí pensarlo. —Definitivamente lo último.
—Estoy cansada.
—Entonces, buenas noches. —La miré, nunca necesitando tanto
besar a alguien en mi vida.
—Querías besarme, ¿no?
—¿Alguna vez has estado a solas con un hombre que no quisiera
hacerlo?
Pensó en eso. —¿Aparte de mi papá y mi hermano? No.
—Quizás sea mejor que no lo hagamos. Los ateos somos terribles
besadores.
—Oh, ¿en serio?
—Sabe como a azufre.
Se rio entre dientes. —¿Supongo que eso significa que yo tendré
sabor a nubes y rayos de sol?
—Esperaba que a helado —dije.
Mi respuesta la sorprendió por un momento, y luego tocó mi pecho,
pretendiendo ver los botones de mi camisa, contemplando qué hacer a
continuación. Me incliné en su mano hasta que pude sentir la calidez de
su piel. La culpa ensombreció su cara. Me dio dos palmaditas, y supe que
nuestra noche había terminado.
—Lo siento. No soy… no puedo.
—No te disculpes. En serio. No tienes nada que lamentar.
Se veía decepcionada cuando se despidió. —Buenas noches —dijo,
caminando a su cuarto.
Después de que desapareciera de mi vista, Ander me lanzó una
mirada. —Auch.
—Cállate, niño —dije, agachándome para recoger los cuencos de
helado, cartones de leche y plástico envolvente.
—Stavros dice que algo malo le pasó.
Fruncí el ceño, llevando la basura al recipiente y tirándola. —Sí.
—¿Sabes lo que fue?
—No —mentí, protegiendo su secreto y a mí mismo. Antes de
conocerla, quería matar a cualquiera que le hiciera daño. Ahora sería
todo lo que podría hacer para no pedir favores y cazar al bastardo.
—Bueno, lo que haya sido, él era un soldado o algo así. Mi abuela
dice que ella ha evitado a todos los militares, bomberos, policías… así
que no eres tú. Puedo decir que le gustas. Es sólo que ya no está
interesada en tipos como tú.
—Ten una linda noche, Ander.
Ander meneó su cabeza una vez, y pude sentir su mirada en mí
mientras caminaba hacia las escaleras. Darby era un desastre, yo era un
desastre, y seguir hablando con ella era pedir problemas. No podía decirle
sobre mi trabajo, e incluso si pudiera, me alejaría, de todas formas.
Pensé que no podía odiar más al hombre que dejó atrás, pero con
ese único pensamiento, lo quería muerto.
Traducido por MadHatter
Corregido por Auris

Darby
Abracé el inodoro mientras mi cuerpo expulsaba las galletas que
comí antes de salir de la cama, un truco que leí en uno de los libros de
embarazo que saqué de la biblioteca la mañana anterior. La mayor parte
del día me lo pasé leyendo La Guía de las Chicas para el Embarazo,
deteniéndome solo cuando era hora de comer y luego otra vez cuando
tenía que prepararme para el trabajo.
Hablar con Trex se sintió tan natural, tan refrescante, que me
había olvidado de comer toda la noche. Con mucho gusto escucharía su
historia una vez más. No estaba segura de si era solo para pasar más
tiempo con él, o porque lo encontraba fascinante. Después de un breve
descanso y unas cuantas galletas más, todavía me sentía enferma.
Tendría que poner la alarma a las tres de la mañana para comer, así
Frijolito no tendría que esperar tanto tiempo entre bocadillos. Había una
tienda de comestibles al final de la calle. Podría conseguir algunos
artículos para soportar hasta el día de pago.
Era enloquecedor, saber que sólo bastó un hombre particularmente
guapo y aparentemente agradable para olvidarme de Frijolito y de mí.
Desde el momento en que nos encontramos, los ojos azules claros de Trex
me observaron como si yo fuera el centro de su universo. Su cabello
oscuro y ondulado y su rastrojo constante de barba, era tan diferente de
Shawn que era fácil creer que el resto de él también lo sería. Aparté la
idea de mi cabeza. Comencé este viaje tomando decisiones para dos.
Esperaba que dejar atrás a Shawn y Texas me convirtiera en una
persona nueva. El odio que sentí hacia mí misma en ese momento por
seguir siendo la misma chica tonta y confiada que era antes, obligó a que
las lágrimas brotaran de mis ojos. ¿Me encontraba tan emocionalmente
débil que me aferraría a cualquiera que fuera amable conmigo? La
atención era algo a lo que me encontraba acostumbrada. Durante mucho
tiempo, pensé que era algo que hacía, una señal que les enviaba a los
hombres para que me apuntaran, pero algunas repeticiones de Oprah
finalmente me convencieron de algo que debería haber sido obvio: lo que
me sucedió como niña no fue mi culpa. Simplemente sonreír o ser amable
con un hombre no era una invitación. Era aterrador reconocer que aún
me sentía desesperada por tener a alguien en quien confiar. La
desesperación fue una fuerte cadena que me mantuvo atada a Shawn por
muchísimo tiempo. No podía dejar que me empujara hacia otra persona.
Tiré la cadena del inodoro, me aparté del piso de baldosas, me lavé
las manos y luego coloqué una pasta de dientes verde menta sobre mi
nuevo cepillo de dientes. Mientras me frotaba los dientes en pequeños
círculos, me volví hacia un lado para ver si todavía tenía el estómago
plano. Era plano como siempre, tal vez incluso más plano. Me preguntaba
si estaba perdiendo peso, y entre las cientos de otras preocupaciones, me
preguntaba si el bebé todavía se encontraba bien. A través de la
computadora de la recepción, descubrí que Planned Parenthood tenía
Medicaid, pero tenía que llegar al Departamento de Servicios Humanos
para presentar la solicitud, y se hallaba, por lo menos, a ocho kilómetros
de distancia. A juzgar por mi tiempo de caminata a la biblioteca, me
tomaría al menos una hora y media. Solo poder hacer un recado por día
era frustrante.
Alguien llamó a la puerta, y me congelé, preguntándome si era Trex.
Se suponía que debía estar en el trabajo, pero no podía pensar en quién
más sería. Me paré en la entrada y mantuve un ojo cerrado para mirar a
través de la mirilla. Era Stavros.
—¿Si? —pregunté.
—Buen día, querida. ¿Crees que puedes manejar las cosas tú sola
hoy? Tilde cambió de turno con Ander, tiene un virus respiratorio o algo
así y Ander también tiene algo, así que necesito a alguien desde las tres
hasta las once. —La cadena tintineó y la cerradura hizo clic mientras
abría la puerta. Stavros jadeó—. Te ves como el infierno. ¿También te
encuentras enferma?
Negué con la cabeza. —No —dije rápidamente—. No, estoy bien.
—Maya puede trabajar hasta las tres. Por lo general es ella la que
cubre el día los fines de semana y puede manejarlo. Necesita las horas,
así que eso se halla cubierto, gracias a Dios.
—No estoy segura de cómo cerrar mi turno. Se suponía que Tilde
debía mostrarme eso esta noche.
—Yo puedo ayudarte. Ander dijo que lo harías bien en el turno de
noche. Dijo que aún seguías en el recibidor a la medianoche.
—Um…
—Me aseguraré de que llegue temprano para ayudar. De todos
modos, esperamos más hotshots.
Me sentí aliviada de que no necesitó que admitiera que no me
encontraba lista para cerrar por mi cuenta. —¿Más hotshots?
Asintió. —No te preocupes. Puedes manejar esto.
Asentí, viendo a Stavros caminando por el pasillo. Se me revolvió el
estómago y corrí al baño, caí de rodillas y tuve arcadas. No salió nada, y
no había cerrado la tapa desde la última vez que estuve enferma. Frijolito
se hallaba decidido a recordarme que estaba embarazada. Sola, en el
piso, enferma y cansada, era más fácil sentir que había viajado a otro
planeta en lugar de a otro estado. El tiempo de inactividad consistía
principalmente en leer y dormir, pero momentos como este me
recordaban que no tenía a nadie. Me pregunté si Shawn me buscaba, si
Carly estaría preocupada, si mamá se molestó en llamar. Las esposas de
la base probablemente crearon veinte escenarios diferentes de por qué
me fui, qué me pasó y a dónde fui.
Volví a tirar de la cadena, cerré la tapa, me lavé las manos y me
cepillé los dientes por segunda vez. El reloj en la mesita de noche decía
que era mediodía. No era de extrañar que Stavros se sorprendiera de que
acabara de despertarme, y no me extrañaba que me sintiera tan enferma.
Tenía que alimentar a Frijolito.
Me vestí y caminé por el pasillo, esperando que todavía quedara
comida del desayuno. Tan pronto como doblé la esquina, lo olí. Pizza
grasienta y con mucho queso. Los bomberos se movían alrededor de
largas mesas rectangulares cubiertas con una caja de pizza tras otra.
—Darby —llamó Zeke.
—¿Qué es todo esto? —pregunté.
—El almuerzo, son felicitaciones de la ciudad de Colorado Springs.
¿Tienes hambre?
—Estoy muerta de hambre —dije—. ¿De verdad puedo?
—Sí —dijo, llevándome a las mesas. Agarró un plato y lo puso en
mis manos, la espuma de poliestireno se sentía débil en mis manos—.
¿Eres fanática del pepperoni? También hay una con champiñones…
pero… es asquerosa. Tenemos con salchichas. Hawaiana. —Hice una
mueca y se rio―. ¿Suprema?
Asentí. —Con pepperoni. Y champiñones, por favor.
La sonrisa de Zeke se desvaneció, y cargó mi plato como si no
aprobara mi elección, luego me acompañó a una mesa. —¿Agua o
refresco?
—Agua, pero no tienes que…
Antes de que pudiera protestar, Zeke ya se hallaba en la mitad de
la habitación, saludando a su tripulación cuando pasaban. Zeke regresó,
sentándose a mi lado con una botella de agua. Para su disgusto, otro
bombero también se sentó junto a mí.
—¿Quién es esta? —preguntó.
—Darby. Vete —refunfuñó Zeke.
Tomé un bocado, haciendo caso omiso de su disputa. En ese
momento, la pizza y sólo la pizza era importante.
—Randon Watts —dijo el amigo de Zeke, tendiéndome la mano. No
la tomé, sino que me metí un gran bocado en la boca.
—Está comiendo, Watts. Déjala en paz.
Watts se rio entre dientes, mirándome con diversión. —Como una
campeona. ¿Entrena para un concurso de comer pizza?
Zeke volvió su atención hacia mí, sus cejas se dispararon. Ya me
había terminado una porción y comenzaba con la segunda.
—¿Eres de por aquí? —preguntó Watts. Tenía la barba de los
bomberos, pero las patillas oscuras y unos cinco centímetros del pelo
afeitado, todo el camino hasta la otra oreja. El cabello en la parte superior
era más largo. Me miró con la familiar chispa de deseo en sus ojos
oscuros, incluso cuando consumía comida.
Negué, masticando. Mamá me habría agarrado el rostro hasta que
escupiera la comida, obligándome a empezar de nuevo y comer como una
dama… incluso ahora. Pero la prioridad de mamá era Frank y su hijo, y
mi prioridad era Frijolito. No importaba si me comportaba como una
dama, o si me perdonaba por quitarle a papá, o por llevarme a su único
hijo, la luz de su vida, y la mía, mi hermano pequeño, Chase. Mis pecados
de antes ya no eran importantes, incluso si hacía las cosas bien. Frijolito
era mi salvación en más de un sentido.
—No —dije, tomando otro bocado. Me imaginé que parecía una
persona abandonada en una isla desierta durante una década,
masticando rápidamente y revisando mi entorno como un animal salvaje.
Watts levantó una ceja. —Bien entonces. Iré a ver al jefe.
—Hazlo —murmuró Zeke. Cuando Watts se fue, se volvió hacia
mí—. Lo siento. —Me tendió una servilleta.
La usé, tragándome el último bocado de pizza antes de hablar. —
¿Por qué lo sientes?
—Sé que no te gusta que te molesten, y parece que cada vez que
hablamos, uno de los chicos intenta ser gracioso. Me están haciendo
pasar un mal rato.
—¿Por qué?
Se encogió de hombros. —Porque estoy hablando con una chica
bonita, supongo. Realmente no... salgo en citas.
—Esta no es una cita.
—No, lo sé —dijo, buscando a tientas las palabras que pudieran
salvarlo—. No importa cuántas veces lo explique. Ellos lo disfrutan.
—¿Disfrutan hacerte pasar un mal rato? ¿Por qué no tienes citas?
—No lo he hecho desde... maldita sea, esto es extraño.
Me volví para mirarlo, limpiándome la boca por última vez. —Solo
si eres un asesino en serie o algo así.
—¿Qué? No, nada de eso. Es solo que... mi ex... estuvimos saliendo
desde el octavo grado. Rompimos poco después de unirme a los Alpines
hace un par de años.
—Oh —dije. La parte de mí que se había esforzado tanto por no
interesarse, falló. La mirada en los ojos de Zeke sacó a la superficie algo
que enterré profundamente en mi interior. Sin importar cómo alguien
desaparecía de tu vida, ya sea por muerte u odio o algo intermedio, la
pérdida es una pérdida—. ¿Y no has salido desde entonces?
—Una o dos veces. Nada funcionó.
—Bueno —dije, recogiendo nuestros platos vacíos y las servilletas
sucias—. No fue tu culpa.
—Fue el trabajo. Fueron muchas cosas —dijo.
—Aun así, no fuiste tú. —Le di unas palmaditas en el hombro con
la mano libre antes de dirigirme hacia la papelera.
—¿Todavía vamos a ir a ver la película? —preguntó.
Hice una pausa. —Uh... trabajo de tres a once hasta la próxima
semana. Cuando empiece mi turno regular, podré.
—¿Cuál es tu turno regular?
—Por las noches. De once a siete.
—Auch. Bueno, creo que saldremos mañana por la mañana. Iremos
a una cuando regrese.
Recordé lo que dijo Stavros sobre algunos de los hombres que no
regresaban. Arrojé la basura al cubo y volví con Zeke. Se levantó, y lo
abracé. Envolvió sus brazos alrededor de mi cintura y me apretó fuerte.
Tener los brazos de otro hombre a mí alrededor se sintió extraño, y
durante medio segundo, surgió una vieja preocupación. Shawn no me
vería. Él no tenía idea, y nunca lo haría. Apreté mi agarre alrededor del
cuello de Zeke y luego lo solté, mirándolo a los ojos. —Ten cuidado allá
fuera.
—Sí, señora —dijo, con una sonrisa de satisfacción en su rostro.
Regresé a mi habitación, recogiendo la ropa sucia que tenía y
llevándola a la lavandería. La gran sala llena de lavadoras, secadoras y
mesas plegables se encontraba a unas pocas puertas de mi habitación, y
el personal me miró mientras llevaba mis cosas a una máquina vacía.
—¿Está bien que haga esto? —le pregunté a la mujer más cercana
a mí. Tenía más o menos la edad de mamá, con piel bronceada y arrugas
oscuras alrededor de la boca, del tipo de los fumadores. Uno de sus
dientes frontales tenía un borde dorado, y su cabello oscuro y rizado se
escapaba fácilmente del broche en su cabello.
—¿Eres la chica nueva? —preguntó, con un marcado acento
mexicano.
Asentí.
—Adelante —dijo, haciendo un gesto hacia la lavadora frente a mí—
. Regresa en quince minutos.
—Gracias —le dije, arrojando la ropa y buscando un poco de
detergente.
La mujer me entregó una botella de color rosa pastel. —Va aquí,
así —dijo, sacando la jabonera. Me mostró en dónde verter el detergente,
luego cerró el recipiente y me mostró qué botones presionar.
—Muchas gracias —dije—. ¿Cuál es tu nombre? —Miré su insignia.
Cubrió el nombre, Ann, antes de hablar—. Sylvia. —Señaló a las demás—
. Juana, María, y esa es mi hija, Rosa.
—Encantada de conocerlas. A todas. Estoy segura de que nos
veremos de nuevo.
—¿Tú eres la que se queda en el cuarto cien? —preguntó Sylvia.
—Sí.
—Puedo limpiar por ti. Si lo deseas.
—Oh, eso es agradable. Creo que está bien por ahora.
—¿Estás segura?
Asentí. —Ya vuelvo. —Abrí la puerta y corrí a mi habitación,
usando la llave antes de empujar la puerta. No pude llegar al baño lo
suficientemente rápido. El olor del detergente me dio náuseas al instante.
Me paré frente al baño, tratando de calmar mi estómago, pero con una
fuerza incontrolable, mi estómago se revolvió, y toda la pizza grasienta
que acababa de ingerir, salió de mi boca y cayó con tanta fuerza en el
inodoro, que el agua me salpicó el rostro.
Una vez que terminé, me senté con la espalda contra la pared, el
piso se sentía maravillosamente frío debajo de mi trasero. Tan pronto
como terminara con mi ropa, tomaría otra siesta, trataría de comer
nuevamente y luego iría a trabajar. Todo lo que quería hacer era
acostarme, cerrar los ojos y dormir hasta que esta parte del embarazo
terminara. Toqué mi estómago y dije en voz alta—: Dame un respiro,
Frijolito. ¿Por favor? Estoy haciendo mi mejor esfuerzo.
Traducido por samanthabp
Corregido por Joselin♡

Trex
El sol apenas se asomaba por encima de las montañas cuando me
detuve al lado de la primera parada de seguridad en el Complejo
Mountain Cheyenne. Gerald, el primer oficial de seguridad para la Puerta
Uno, escaneó nerviosamente mi placa y me hizo un gesto para que
siguiera adelante.
Los dos kilómetros de camino de grava que llevaban hacia la
segunda puerta se encontraban bordeados con una reja de varios metros
que tenía alambre de púas en la parte superior y estaba vigilada por
agentes de seguridad armados cada pocos metros. Los hombres y las
mujeres iban vestidos con uniforme y cargaban armas semiautomáticas.
Me hizo preguntarme si este era un refugio para guerreros o un lugar
para alguien que había sido llamado para desperdiciar sus talentos.
Como mi equipo, por ejemplo.
Karen me despejó para la Puerta Dos. Una barrera de tráfico se
levantó y las puntas de metal se aplanaron en el suelo. Conduje mi Toyota
Land Cruiser modelo setenta y ocho a través de un estacionamiento
exterior y un edificio administrativo para llegar a la tercera puerta y
después a la entrada, un pequeño túnel salía de la montaña con el aviso
COMPLEJO MOUNTAIN CHEYENNE en una señal blanca con letras
metálicas en la parte de arriba. Conduje a través de este, adentrándome
en la oscuridad, pasando las señales de advertencia sobre el camino de
dos carriles y señales que llevaban a un estacionamiento asignado para
nuestro departamento.
Fui el primero del equipo en llegar y aparqué mi camioneta en el
centro entre cinco espacios libres.
El motor chisporroteó y murió una vez que giré la llave, me senté
solo, pensando en mi noche con Darby. Incluso después de que entré,
dormí como la mierda. Los pensamientos en mi cabeza eran muy ruidosos
para dormir. Salí del auto y saqué mi mochila del asiento trasero.
Una vez que mi equipo llegó, caminamos juntos, hablando sobre
nuestra tarde. Traté de quedarme fuera de la conversación, pero Naomi
me acosó antes de que pudiera terminar la combinación en mi casillero.
—Estás muy callado, T-Rex, ¿Qué pasa?
—¿Yo? Nada.
Martinez se dio la vuelta para mirarme. —Escúpelo.
—Es solo... uh. —Suspiré—. Me estoy quedando en el hotel por
ahora. Estoy buscando un lugar. Están todos estos equipos forestales allí
por el incendio. Los gemelos Maddox son dos de ellos.
—¿Los chicos que investigabas para los federales? —preguntó
Naomi—. ¿Te están dando problemas? Dame dos horas. Se verá como un
homicidio-suicidio.
—Reduce la velocidad, Nomes. Vamos a aclarar las cosas antes de
que comiences con la jerga asesina. Son buenos chicos. En realidad, toda
la familia lo es. Han sido amables. No es por ellos.
—¿Quién es entonces? —preguntó Sloan—. Porque te ves molesto.
—¿Molesto? ¿Qué mierda, Sloan? —dijo Martinez.
—Cállate, hombre. No está bien molestar todo el tiempo —espetó
Sloan.
—¿Estás diciendo que necesitas molestar todo el tiempo por mí? —
preguntó Martinez y dio un paso adelante.
—Es una chica —escupí.
—¿Una… qué? —preguntó Naomi.
—Una mujer. Es la nueva recepcionista del hotel. Es como una
novia fugitiva. Huyó justo antes de prometer el resto de su vida al imbécil
de su abusivo prometido. Pero él es militar. Ella no quiere tener nada que
ver con nosotros.
—Bueno, eso es estúpido —dijo Naomi—. En cualquier grupo
grande, vas a tener tus héroes y tus villanos. Mi esposo vivía y respiraba
por la armada naval, y él era el mejor hombre del planeta, junto a ti.
—Él lo era —dije, tomando un momento para extrañar a mi amigo.
Había tenido una esposa en casa a quien amaba más que a cualquiera
de nosotros, y aun así, saltó en esa granada sin pensarlo dos veces.
Luchaba cada día para ser merecedor de eso.
—Oye —dijo Naomi, tocando mi mejilla—. Sal de allí. —Me dio una
bofetada y después mantuvo su mano en el lugar en el que acababa de
golpearme. Naomi hacía mucho eso, sólo me golpeaba lo suficientemente
fuerte para traerme de regreso al presente. Tocó mi hombro como Abrams
solía hacerlo—. Ya pasó. Es de la manera en que él lo quiso. Vuelve al
presente.
Asentí y me volteé para poner mis cosas en el casillero.
—Oye, Nomes. Mira esto —dijo Martinez, apuntó hacia arriba y
mostró una placa con el apellido ABRAMS grabado sobre el metal y
atornillado en el borde superior del casillero junto al suyo.
—Hijo de puta —dijo Naomi, alcanzó la plata y la tocó con una
sonrisa—. De verdad me sacaron de la sala para niñas. Matt habría
odiado esto, tener un casillero... un descanso para el almuerzo.
—Demonios, sí que lo odiaría. Pero habría amado pagar ese auto
que tienes con su bonificación, así como lo hiciste. Vamos a empezar. A
toda marcha. Las rondas comienzan en noventa segundos —dijo Kitsch,
colgando la correa de nylon para su arma sobre su pecho, revisó su arma
y la deslizó en la funda, también tocó el táser y el cuchillo para cazar que
se encontraban en cada uno de sus puntos solo para asegurarse de que
iba armado y listo. Era excesivo para el trabajo, pero de nuevo, el
Complejo era el tipo de instalación que no requería nada hasta que
necesitabas todo.
—Trexler, tenemos un cuatro noventa y nueve en el lado sur del
Complejo, dos kilómetros desde el cable —dijo alguien por el radio.
Sonaba como Saunders. Presioné el pequeño cuadrado pegado al cuello
de mi camisa.
—Copiado. —Miré a Kitsch y él asintió.
—Bien. Las rondas pueden esperar. Vayamos.
Sloan se veía perdido y Harbinger suspiró. —El Complejo tiene
códigos. Un cuatro noventa y nueve es una posible brecha en el
perímetro. Lee tu manual.
Sloan asintió. —Sí, señor.
Caminamos rápidamente al corredor Charlie, tomamos el ascensor
para descender un nivel y salimos hacia la sala gigante que servía como
almacenamiento de equipo. Teníamos todo, desde equipos de tácticas
ligeras todo terreno —vehículos blindados— a tanques de combate en
movimiento y vehículos de recuperación Hércules. Trotamos hasta el
vehículo militar asignado y salté al asiento del conductor con Harbinger
de copiloto. Naomi y Kitsh se encontraban en el asiento trasero, Martinez
y Sloan iban detrás.
Bajé por el camino sin pavimentar y atravesé a través del terreno
hacia el sitio donde vigilancia captaba borrosos los tres objetivos, las
llantas arrojaban rocas y polvo. El humo del fuego había sido como una
pluma, esto era más como una manta siendo levantada y extendida en la
estratósfera. Nos mantuvimos alerta. Además de las colinas ciegas, no
había muchos árboles en ese lado de la montaña, haciendo fácil detectar
personas no autorizadas.
—A las doce en punto —dijo Naomi.
Frené en seco, lo que creó una nube marrón a nuestro alrededor.
Cuando se disipó, tres niños estaban de pies a centímetros de distancia
del parachoques del auto.
Martinez y Sloan saltaron fuera de este, ladrando órdenes a los
niños para que pusieran sus manos en el aire. Dos muchachos con el
cabello alborotado con más o menos quince años y una chica. Ella era
rubia, me recordaba a mi hermanita.
Sus caras se encontraban manchadas, sus cabellos cubiertos con
una capa ligera de polvo.
—Tranquilo, Sloan —dije saliendo del lado del conductor—. ¿De
dónde demonios vienen?
Naomi se bajó las gafas por el puente de su nariz y miró por encima
de ellas. —Vinieron directamente por la cresta. Eso es bueno o habríamos
estado por fuera.
Me incliné, notando las rocas debajo. —Auch. Todo parece igual
aquí.
—Yo conduciré la próxima vez —dijo Harbinger.
—¿Esa fue una broma? ¿Haces bromas ahora? —pregunté,
cerrando un ojo por el sol.
Naomi empujó las botas de uno de los niños con su pie. —¿Qué
están haciendo aquí, chicos?
—Ha-hay una fiesta. Tomamos el giro equivocado, creo —dijo uno
de los chicos.
—Esa es una mentira —dijo Sloan aún alerta—. ¿Una fiesta a las
seis de la mañana? Buen intento.
—Ya se acabó, imbécil —dijo la chica—. Vamos de camino a casa.
Naomi sonrió. —Me cae bien. —Tomó a la chica de la parte de atrás
del cuello de su camiseta y tiró—. Llevémoslos a donde pertenecen.
Llamé por el radio. —Gerald, es Trex, cambio.
—Gerald, señor, lo escucho fuerte y claro.
—Has que la policía de Colorado Springs nos encuentre en la
puerta uno para recoger a unos jóvenes delincuentes que han allanado
esta propiedad. Trata de que sus padres los recojan en la estación.
—Copiado, señor.
Martinez sonrió. —Creo que le gustas a Gerald.
—Cierra la boca, Martinez. Pon al más pequeño en la parte de atrás.
—¿Y este? —preguntó Sloan, levantando al alto desgarbado. El
pobre chico se veía como si estuviera a punto de cagarse en sus
pantalones, pero tenía el presentimiento de que la próxima vez no se
aventurarían a estar tan cerca del complejo.
—Todos van en la parte de atrás. Revísenlos primero. ¿Naomi?
—Entendido —dijo trayendo a la chica a su lado.
—¡Quítame las manos de encima, perra! —gritó la chica.
Todos nos quedamos congelados, esperando que Naomi rompiera
el cuello de la niña. O que al menos le diera algunas bofetadas. Tomó un
momento para que Naomi procesara que alguien había tenido las bolas
para hablarle de esa manera, sabía que habían pasado años, y entonces
se echó a reír. —He cruzado caminos con mi yo de catorce años.
Impresionante. —Revisó a la niña y apuntó a la parte trasera del auto—.
Supongo que tu mamá no te ha dado una paliza últimamente, pero si no
metes tu trasero en ese auto, lo haré por ella… y te durará por un tiempo.
Muévete. ¡Ahora!
La chica se asustó y se movió hacia la parte trasera con Martinez y
sus amigos.
Sloan hizo un gesto a Naomi para ser la siguiente, luego entró él.
Cerré la puerta y aceleré el motor.
—¿Vas a intentar volar por el costado de la montaña nuevamente?
—preguntó Harbinger.
—Chúpamela, John —dije.
Harbinger se rio una vez y después su espalda se presionó contra
el asiento mientras salíamos hacia la puerta uno.
—Creo que Colorado es bueno para ti. Esa es una sonrisa y media
durante la misma mañana. —Su sonrisa se desvaneció y tomó el mango
de su asiento, rebotando mientras atravesábamos el terreno rocoso.
Dejamos a los niños en la puerta uno y conduje al equipo de vuelta
a la bodega. El ascensor se cerró detrás de nosotros y parecía
extrañamente tranquilo mientras subíamos. Sonó justo antes de que se
abriera y saliéramos hacia el corredor Charlie.
—Bien —dije sosteniendo mi rifle contra mi torso—. Kitsch, Sloan,
ustedes a Alfa y Beta. Harbinger, Martinez, ustedes a Charlie y Delta.
Repórtense con Saunders para vigilancia a las ochocientas horas. Nomes,
estás conmigo en Echo. Los veo a todos en la oficina a las diez, nos
reasignaremos y haremos la reunión. Mantengan la comunicación
abierta.
—Sí, señor —dijeron todos al mismo tiempo.
Nos separamos y caminamos en direcciones opuestas. Cuando las
botas de los demás se sentían lejanas, y con Naomi entramos a Echo,
preguntó lo que esperaba. Sabía tan bien como yo que su asignación de
rondas conmigo no era una coincidencia.
—¿Entonces? La chica… —dijo Naomi.
—Sí. Terminé quedándome despierto y hablando con ella. Entonces
cuando finalmente me fui a mi habitación, no pude dormir ni una mierda.
—¿Y eso por qué?
—Su ex, hombre. Le puso las manos encima. Ella huyó, llegó aquí
sin nada. No conoce a nadie. No tiene familia, en realidad. Su padre y su
hermano murieron en un accidente hace unos años.
Naomi suspiró. —Suena como a un montón de equipaje, Trex. ¿De
verdad te sientes atraído por ella, o estás tratando de salvarla?
—Esa es la cosa. Es hermosa. Quiero decir... intoxicantemente
hermosa. —Le di un vistazo a Naomi, quien tenía la expresión que
esperaba—. Y todos esos jodidos hotshots en el hotel la querían. Ella no
quiere tener nada que ver con ninguno de nosotros, pero es dulce al
respecto, ¿sabes? Y no quiero ser ese chico.
—¿Así que crees que todos los demás la desean?
—Ese es el problema. No creo que sea solo eso.
Naomi se detuvo y juntó sus cejas. —De verdad te gusta esta mujer.
¿Cuánto tiempo has pasado con ella?
Seguí caminando. —Como, nada. Es la cosa más jodidamente
estúpida.
Naomi sonrió. —No puedes controlar la química, T-Rex. No puedes
explicarlo. Demonios, Matt era un vaquero. Silencioso. Podía tener una
conversación con un objeto inanimado tan fácil como lo podía hacer con
él. No era gracioso. No era particularmente interesante o presumido. De
ninguna manera era mi tipo.
—¿Entonces por qué te enamoraste de él?
Sonrió. —Porque era un buen hombre, humilde, no jugaba... Y
tenía un buen culo.
Me reí. —¿Eso es todo?
—Eso es todo. Quiero decir, sí, era agradable que supiera cómo
usar un rifle y que no estuviera intimidado por mí en absoluto. Teníamos
algunas cosas en común. Pero tenía sus momentos. Ocasionalmente era
encantador. De verdad fue la manera en que se interesaba por mí, la
manera en que me trataba y algo más que no puedo explicar. Tiene que
ser química. O tal vez estábamos destinados a estar juntos.
—Definitivamente estaban destinados a estar juntos. Nunca he
visto a un hombre amar a una mujer de la manera en que Matt te amó
Nomes.
Me miró. —Él está allá arriba en algún lugar, aun amándome, tanto
como yo lo hago desde aquí abajo.
Asentí. No iba a discutirlo. Si nuestras energías continuaban de
alguna manera, no dudaba que Matt estuviera en algún lugar, aún
enamorado de su esposa.
—No tiene que ser nada específico, Trex. No tiene que haber una
razón en particular por la que te puede gustar. Incluso te puede gustar
demasiado sin razón. Tal vez es que todavía no sabes la razón.
—Gracias, Nomes. Sabía que me ayudarías a comprenderlo.
Llegamos a una T y dimos vuelta hacia la derecha. El aire cambió
haciendo que Naomi sostuviera su rifle más cerca.
—Creo que son esos experimentos de los que hablaban —dije—.
Siempre he escuchado que hay un montón de cerebritos de espacio y de
misiles allí.
—Hay mucho más que misiles aquí.
Nos detuvimos frente a una puerta grande, una franja de rayas
rojas y blancas se extendía por la mitad con al menos media docena de
señales de advertencia. Puse mi placa en el cuadrado negro en la pared
por curiosidad. Parpadeó con color rojo y solo sonó un pitido.
Ambos dimos un paso hacia atrás y una pantalla pequeña cerca
del lector de placas se encendió revelando a un grupo de hombres
armados de pie —supuse— del otro lado. Uno de ellos dio un paso hacia
adelante para presionar un botón en el panel de su lado, permitiendo que
su voz fuera escuchada por nosotros.
—Fuera de aquí, Trexler. No estás autorizado en esta área.
—Oh, ¿este es Deep Echo? Es, uh... no tan profundo.
—He experimentado cosas más profundas —dijo Naomi con una
cara seria.
Los hombres en la pantalla sonrieron con suficiencia. —No estás ni
cerca de Deep Echo. Den la vuelta.
—Me dijeron que tenía acceso por completo al edificio con
excepción de Deep Echo —dije, no seguro si debí gritar o no, pero los
hombres del otro lado parecían escuchar bien. Levanté mi voz de todas
maneras.
—Díselo al general. Da la vuelta, Trexler. Última advertencia.
Tomó todo mi esfuerzo no preguntar qué harían si no me iba.
Ninguno de ellos parecía tener sentido del humor.
—Vamos, Trex. Lo discutiremos con Bianca. —Naomi tiró de mi
chaleco y la seguí—. ¿Qué demonios fue eso? —preguntó una vez que
estuvimos fuera de su rango de escucha—. ¿Deep Echo?
—No lo sé. Aparentemente está por encima de mi salario.
—Hay alguna mierda extraña pasando en este lugar. Mucho más
extraña de lo que pensé. Así que, ¿qué vas a hacer con esta chica?
—¿Darby? —pregunté, aturdido por el súbito cambio de tema.
—¿Su nombre es Darby? —preguntó Naomi. Asentí—. Eso es único.
—También es una historia genial.
Naomi sonrió. —Hablaron. Sobre, como... mierda real.
—Sí —dije con una sonrisa. Se desvaneció—. Ella no saldrá con
soldados. Su ex es militar.
—No eres un soldado. Eres de la marina.
—Vamos, Naomi. ¿Cómo te sentirías sin alguien tratara de
engañarte con un tecnicismo?
—Patearía su trasero.
—Y no podemos hablar sobre este trabajo. Ella piensa que estoy en
el departamento forestal.
—¿No la corregiste? —preguntó.
Negué con la cabeza. —Haces muchas preguntas que no puedo
responder, Nomes.
—Es una fugitiva que dejó atrás a un chico abusivo, un padre y un
hermano muerto. La mamá no está en el panorama, y ella culpa a todos
los militares por el comportamiento de su ex. Tendrás que mentirle por
omisión sólo para salir con ella. ¿Todavía crees que es una buena idea?
Pensé en ello por un momento. —Ella es mi chica… la indicada.
Naomi negó con la cabeza. —Vas a perderla.
—¿Qué debo hacer entonces? Este es mi trabajo. Tengo un equipo
entero que depende de mí. No puedo alejarme de esto, y sé que suena
loco, Nomes... pero he dicho por años que sabría quién sería cuando la
conociera. Es ella.
—Siempre he pensado que eres valiente. Lo sabes. No estoy segura
de qué es esto. Si de verdad crees que ella es la chica de la que has estado
hablando desde que te conocí, estás arriesgando mucho.
—Lo entenderás cuando la conozcas.
Naomi se dio la vuelta, luciendo halagada. —¿Voy a conocerla?
Debe gustarte de verdad. Porque vas a tener que hacer algunas
acrobacias orales para explicarle quien soy.
Fruncí el ceño. —No pensé en eso.
—¿Tal vez alguna vieja amiga de los federales?
—No saldrá con militares, policías, bomberos… eso probablemente
incluye a agentes federales.
—Oh, estás jodido. Estás totalmente jodido. Va a querer saber
sobre tu pasado en algún momento. Entonces, cuando se entere, y lo
hará, te odiará por no contarle y te quedarás con un corazón roto.
—Tal vez ni siquiera le guste, Nomes.
—¿Es estúpida?
—No —dije haciendo una mueca.
—Entonces le gustas. Y probablemente ya sabe que hay algo que
no está bien, y que hay alguna cosa que no le estás diciendo.
—Definitivamente lo sabe. Se lo explicaré. De alguna manera...
después. Sólo quiero que me conozca primero para que sepa que no soy
lo que cree que somos.
—¿Cómo vas a explicarle si no puedes contarle sobre el trabajo?
—No puedo contarle sobre el Complejo. Puedo decirle que soy un
contratista civil.
—De todas maneras, te va a agrupar con los militares. Lo siento,
Trex. Sólo estoy intentando prepararte.
Me encogí. —Joder, tienes razón. Esto va a terminar mal.
—Deberías renunciar ahora.
Fruncí el ceño. —Debería. Pero no puedo.
—Lo sé —dijo, empujando mi brazo.
Traducido por Beatrix
Corregido por Daliam

Darby
Me aparté del suelo. Los próximos pasos se volvieron demasiado
familiares: tirar de la cadena, grifo, jabón, enjuague, cepillo de dientes,
pasta de dientes, frotar, escupir, enjuague. Lo único sorprendente fue
que tenía hambre de nuevo.
De vuelta en la lavandería, saqué la ropa mojada y las toallas de la
lavadora y las puse en la secadora. Retrocedí unos pasos y me senté en
una silla de plástico blanca que se parecía a las que solía usar en la
escuela primaria.
—No te ves muy bien —dijo Sylvia. Los demás mostraron su
acuerdo con un gesto.
—Hoy, um... hoy había pizza en el vestíbulo. No me hizo bien.
—Pizza —dijo sin expresión.
Sylvia no me creyó, y no podía culparla. Tenía la frente húmeda y
me encontraba segura que tenía un hermoso tono verde. La secadora
comenzó a girar los pantalones, la camisa y la ropa interior con un suave
ritmo. La lavandería se hallaba tranquila, a pesar que el olor a talco de
bebé/lavanda/anciana me daba ganas de vomitar.
Sylvia no se entrometió. Ella y sus colegas volvieron a doblar y
planchar, hablando en un silencioso español.
—¿Señorita? —dijo Rosa suavemente, presionando mi hombro—.
¿Señorita?
Parpadeé, viendo que la ropa en la secadora se asentó en el fondo.
Me desperté, mirando a mí alrededor. Rosa y yo éramos las únicas que
todavía estábamos en la lavandería.
—Lo siento. Son casi las tres. Necesitaba la secadora, así que saqué
la ropa.
Me senté derecha. —¿Casi las tres?
Rosa simplemente se encogió de hombros y señaló una mesa vacía.
Mi ropa se encontraba doblada perfectamente, recién prensada.
—¿Hiciste esto? —pregunté, sacándolos de la mesa. Rosa asintió,
y suspiré—. Gracias. ¡Muchas gracias! ¡Tengo que irme! ¡Llego tarde! ¡Lo
siento!
Sin esperar la respuesta de Rosa, abrí la puerta y corrí por el pasillo
hacia mi habitación. El reloj de la mesita de noche decía tres menos
cuarto.
Me hice un moño y salté a la ducha, enjuagándome en un tiempo
récord antes de saltar para secar rápidamente mi piel con la toalla. En
dos minutos, me cepillé los dientes y me lavé la cara, luego corrí a la
habitación para vestirme.
—Gracias, Rosa —le dije, poniéndome mis pantalones y mi camisa
ligeramente almidonada. Podría haberlos dejado en la secadora, e iría a
trabajar con ropa arrugada. Me cepillé el pelo, me puse mis sandalias
negras y comprobé que tenía la llave de mi habitación antes de dejar que
la puerta se cerrara detrás de mí.
Antes de llegar al vestíbulo, pude escuchar el bajo retumbar de la
charla, incluso más que el día anterior. Como sospechaba, la habitación
se encontraba llena de hotshots, algunos regresaban de su ciclo en la
montaña, otros se preparaban para salir, algunos acababan de llegar.
Maya seguía trabajando en una fila que esperaba para el registro,
y salté para ayudar. No hablamos, no nos tomamos el tiempo para las
presentaciones, en su lugar solo trabajamos para que los invitados
tuvieran sus tarjetas clave para poder guardar sus cosas antes de
reunirse con sus compañeros. El pelo corto y oscuro de Maya golpeaba
sus mejillas cada vez que se movía, sus gafas se posaban en sus mejillas
ruborizadas. Su maquillaje la hacía parecer más una bloguera de belleza
que recepcionista, e hice una nota mental para preguntarle si mi teoría
era correcta más adelante.
Después de una hora de trabajar juntas, terminamos con la fila, y
Maya suspiró. —Santo cielo, eso fue una locura. Gracias por la ayuda.
—Gracias por quedarte.
Se encogió de hombros. —Stavros me dijo que probablemente lo
necesitaría. Soy Maya —dijo, tendiéndome la mano. La tomé, sorprendida
por su firme agarre.
Se volvió y se inclinó, trayendo consigo un bolso y una bolsa de
maquillaje transparente. Se encontraba llena de polvos, sombras de ojos,
máscaras, bases, pinceles, correctores, antiojeras y todo lo demás que
había visto en un Sephora.
—Guau —dije.
—Sí. —Se rió, abriendo la parte superior—. Ni siquiera uso la mitad
de esto. He querido deshacerme de ello. Oye... ¿usas maquillaje?
—Yo… —Negué con la cabeza—. Solía hacerlo, pero no puedo pagar
ninguno ahora mismo. Está en la lista.
Me miró a la cara. —Dios mío, las cosas que podría hacer con esos
pómulos y ojos. Y tus cejas… —Se estiró, y yo retrocedí.
—Necesito arreglo. Lo sé. De alguna manera tuve que salir de prisa.
—Oh, mierda. ¿Fue un incendio o algo así? —Miró su bolsa de
maquillaje—. Si hubiera un incendio, agarraría esto primero.
Me reí, pero hablaba en serio. Buscó en su bolso, sacando objetos
con el sello todavía en ellos, y algunas piezas del tamaño de una muestra.
—Aquí. No puedes simplemente no tener maquillaje.
—¿Qué? No puedo tomar el tuyo.
—No los he usado. Tengo un canal de YouTube con más de
cuarenta mil seguidores. Las empresas me envían mierda gratis todo el
tiempo.
—¿Un canal de YouTube?
Sonrió. —Sí. Cuento historias y hablo de temas aleatorios. A veces
hago tutoriales de maquillaje. Es muy poco convincente, pero a la gente
le encanta escuchar mi miseria.
—Oh. Lo siento.
Rió. —Invento la mayor parte. Lo que sea, por los seguidores,
¿verdad? Solo busca a Maya Bee.
—¿Maya…?
—Bee —dijo, sin dejar de hurgar en su bolso—. Es la abreviatura
de Berkowitz. Nadie se tomará la molestia de buscar a Maya Berkowitz
en YouTube. Es por eso que está Miranda Sings, y la diosa de YouTubers,
Jenna Marbles. Ahí. Tienes lo básico. Y algo de iluminador patea traseros.
El iluminador debe ser básico. Y polvos. Es mi favorito.
—Yo no…
—Reduce tus ojeras, y cariño... lo necesitas. Mira mi canal de
YouTube. Hago una reseña completa sobre eso. La base podría estar a
media sombra, pero si salieras de vez en cuando, haría juego.
—Gracias —le dije, mirando el montón de maquillaje en el
escritorio.
—Está bien, me voy. Ten una buena noche.
—Tú también —dije, desconcertada. Nadie me había dado algo
antes. Ciertamente no un extraño. Quería decirle que salía, que caminaba
a todas partes a donde iba, pero luego tendría que explicarle por qué
parecía un muerto, así que la dejé alejarse.
Maya saludó con la mano a Stavros, que sacudía algo detrás de la
barra para que una rubia teñida recibiera mucha atención de los
hotshots. Stavros me miró y levantó la cabeza, indicándome que fuera.
Obedecí, preguntándome si me iba a chocar los cinco por triunfar con la
fila, o regañarme por apenas llegar a tiempo. Por su expresión, podría
haber ido en cualquier dirección.
—Aquí —dijo, colocando una botella de agua sobre la mesa.
La levanté y miré la etiqueta. —¿Quieres que lleve esto a una
habitación? —le pregunté.
—No, quiero que lo bebas. Te ves un poco verde. Y sedienta.
—Oh —dije, abriendo la tapa. Tomé un pequeño trago, luego varios
grandes. No me había dado cuenta de lo sedienta que me encontraba—.
Gracias.
Stavros asintió una vez. —Sé que dijiste que te sentías bien, pero
puedo ver que no. Los chicos de aquí hablaban de eso. Los círculos
oscuros, los ojos caídos. Te pareces a Tilde. Te enviaría a casa, pero vives
aquí, y no tengo a nadie más.
—De verdad estoy bien.
Una pequeña sonrisa curvó su expresión endurecida. —Aprecio
que seas una persona trabajadora. Realmente lo creo. Si no estuviéramos
llenos de bomberos alcohólicos, me haría cargo para que pudieras
descansar. Relájate. Nada extra.
—Gracias, Stavros —dije, notando su expresión de culpabilidad
antes de volver a cruzar el vestíbulo con la botella de agua en la mano.
—Tengo algunas pastillas Pepto en mi habitación.
Levanté la vista con una sonrisa cansada. Era uno de los hotshots
a los que había oído llamar Sugar. Todo lo que quería era una siesta. —
Gracias, estoy bien. El agua está ayudando.
—¿Tienes un virus estomacal o algo así? —preguntó. Era enorme,
un poco más grande que Maddox, pero podía decir que fuera de la
temporada de incendios, era incluso más enorme. Su cabeza afeitada le
hacía parecerse más a un marine que a un bombero. Él sería intimidante
si no fuera por la bondad en sus ojos.
—No, solo intento ajustarme a la altura, creo.
Asintió de nuevo, mirando por encima de su hombro, mientras
reorganizaba la recepción por segunda vez desde que entraba.
—¿Todo está bien, Sugar?
—Sí, señora. ¿Puedo pasar un rato aquí?
—Por supuesto. ¿Los chicos te están molestando?
Sacudió la cabeza. —No, señora. Voy a salir pronto, y mi madre
está llamando. Ella se preocupa por todo. Llora. Mucho. No puedo volver
a mi habitación porque Fish está compartiendo habitación conmigo, y es
un buen tipo, pero adora molestarme por mi madre. Está sola en casa.
Sólo somos nosotros. Quiere que viva mi vida, pero ella…
—Se preocupa.
Asintió.
—Puedes tomar todo el tiempo que necesites.
Su celular sonó en silencio. —Gracias. Hola, mamá. Sí, todavía en
el hotel. No, no salen hoy. Están pensando salir en la mañana.
Podía oír su alboroto desde donde me encontraba, y tenía sentido
por qué él quería estar al otro lado de la habitación. Ella seguía diciéndole
a su hijo cuánto lo amaba, pero su voz era estridente, y me puso nerviosa.
No me podía imaginar cómo hizo sentir a Sugar. Iba a darle su espacio,
pero luego decidí que se hallaba parado a mi lado por una razón. Si me
fuera, los otros chicos probablemente tomarían mi lugar y escucharían.
Fingí estar ocupada con la computadora, tratando de no escuchar
a Sugar consolar dulcemente a su madre, tranquilizarla sobre su vuelta
a la montaña. Su profunda voz era catártica, calmando las náuseas que
sentía, ayudando a que mis hombros se relajaran y mi mente se calmara.
Apenas noté que Trex se acercaba a mi escritorio.
—Hola ahí —dijo, con esperanza en sus ojos.
—Hola —dije, tratando de no parecer tan feliz de que hubiera
vuelto. Miré mi reloj—. ¿Ya es hora? —Me sentía incómoda a su alrededor
ahora. Olvida las mariposas, los cañones se desprendían de mi estómago,
y me hallaba segura que eso no podría ser bueno para Frijolito. Basta,
me regañé a mí misma.
—¿Este tipo te está molestando? —preguntó Trex. Bromeaba, pero
todavía sentí la necesidad de defender al pobre Sugar.
—Está hablando con su... hermana.
Sugar me guiñó un ojo.
—Eres una terrible mentirosa —dijo Trex con una sonrisa divertida.
Sugar conectó su otra oreja y le dio la espalda a Trex, manteniendo
su voz baja. —Sí, mamá, lo haré. Sí, señora. —Esperó mientras rezaba
en voz alta sobre él, sonando como un sermón durante un intenso
avivamiento—. Amén. Gracias, mamá. También te amo. Ahora adiós. —
Se guardó el teléfono en el bolsillo y me saludó con un gesto tímido—.
Ahora ves por qué alejo las llamadas de los chicos.
—A la mierda si no pueden entender que eres un buen hijo —dijo
Trex de inmediato.
Sugar pensó en sus palabras y asintió una vez. —Tienes razón. No
debería estar avergonzado. Estoy avergonzado de estar avergonzado.
Trex palmeó el enorme hombro de Sugar. —Eso suena agotador.
Debes dejar todo eso, hombre. Sé tú sin pedir disculpas. Ama a tu madre,
sé un buen hijo, deja que los demás la oigan consolarse con sus
oraciones. Puede hacerles bien.
Sugar asintió. —Gracias, Trex.
Trex asintió una vez, vio a Sugar alejarse con una sonrisa en su
rostro, luego se volvió hacia mí. —Hablando de estar agotado, lamento
haberte mantenido hablando por tanto tiempo.
—Era consciente —dije—. Soy una niña grande. Sé cuándo dar las
buenas noches.
—Debo haber sido una compañía decente, entonces.
Intenté no sonreír. Lo intenté muy, muy duro, pero sucedió, y
expresó todo lo que intentaba no sentir. Eso solo me decepcionó, cómo
podía huir de un hombre y no tener suficiente miedo e ira conmigo misma
para evitar que volviera a caer en otra cosa. Tal vez. Lo que sea que fuera
esto.
—Quiero decir, supongo —le dije, bajando la vista.
La sonrisa confiada de Trex vaciló. —¿Todo bien?
Sentí que me sonrojaba y me temblaban las manos. Parecía un
enfrentamiento, aunque no lo era. Las partes de mí arraigadas para
complacer y hacer felices a otros se encontraban en guerra con la
necesidad de criar a mi bebé independiente de un hombre, independiente
en general. —Sí… solo… eres realmente agradable.
—Oh-uh.
Solté una carcajada. —No, no es eso.
Hizo una mueca. —¿Es este el discurso no eres tú, soy yo? Porque
ni siquiera hemos estado en una cita adecuada, a pesar que anoche fue
bastante genial.
Esa maldita sonrisa se extendió por mi rostro otra vez. —Lo fue.
Fue grandiosa.
Me miró por un momento, sin duda tratando de usar sus
habilidades sobrehumanas de lectura de personas para decidir a qué me
refería en lugar de lo que decía. —Darby… no sé de qué estás huyendo,
pero no soy yo.
Negué con la cabeza. —Ya no estoy huyendo.
—Como dije... eres una terrible mentirosa.
—Tal vez simplemente no me gustas.
Se tomó un momento para responder. Por primera vez, parecía
inseguro. —¿Por qué no?
—No lo sé —dije, nerviosa. Me dolió ver su reacción, y eso me hizo
entrar en pánico—. No crees en Dios, para empezar.
—¿No me quieres porque no creo en Dios? Jesús estuvo con la
escoria de la tierra en la Biblia. Recaudadores de impuestos judíos,
¿sabes cuánto odiaron los judíos a hombres como Zaqueo por recaudar
impuestos de su propia gente para los romanos? Era un traidor, y
también fue uno de los doce mejores amigos de Jesús.
—Y eres manipulador —espeté.
Trex no se comportó mal ni a la defensiva como esperaba; en
cambio su sonrisa solo se hizo más suave, sus hombros más relajados.
Era mucho mejor en esto que yo, y sabía que me encontraba llena de
mierda. —Lo siento, eso no fue muy agradable.
—¡No lo sientas! —Cerré los ojos con fuerza, sintiéndome como si
fuera una batalla perdida.
—¿Por qué? ¿Porque será más fácil odiarme si soy un imbécil? No
soy perfecto, pero no soy un idiota. Y me gustas, aunque seas mala como
el infierno y mientas mucho.
—No miento mucho —dije, exasperada—. Simplemente no te
conozco lo suficientemente bien como para decirte la verdad.
Su expresión se puso seria. —Es bastante justo. Pero puedes
hablar conmigo. Lo que sea que tengas que decir se mantendrá entre
nosotros. No quiero que te pase nada malo.
—Entonces aléjate de mí —le dije, agarrando una pequeña libreta
y un bolígrafo. Rápidamente me dirigí a la seguridad de Stavros en la
barra—. Oye —dije, sin aliento, aunque sólo había cruzado la habitación.
Stavros dio la espalda a los hombres en la barra, trabajando en el
secado del mismo vaso. —¿Trex te está molestando?
—¿Qué? No. No, él es agradable.
—Oh —dijo Stavros.
—¿Puedes decirme los pasos para cerrar? —pregunté, con el
bolígrafo listo.
—Ha pasado un tiempo desde que lo hice. Tengo notas en mi oficina
en alguna parte.
Suspiré. —¿Puedes... fingir darme las notas?
Se inclinó. —Está bien, ¿qué está pasando? —Mantuvo la voz baja,
demasiado baja para que los hotshots sentados en el bar oyeran.
—Nada. No pasa nada. Es sólo que Trex es muy...
—¿Lindo?
Cerré los ojos. —Sí, cualquier persona con ojos estaría de acuerdo
en que es atractivo. Pero…
—Solo dile que acabas de salir de una relación y no estás buscando
nada.
Miré a mi jefe, agradecida de tener a alguien con quien hablar de
esto. —No puedo. Sabrá que no estoy diciendo toda la verdad.
—¿Estás buscando una relación?
Arrugué mi nariz. —Por supuesto que no, pero…
—Pero claramente todavía no estás lista, por lo que tendrá que
esperar hasta que lo estés o seguir adelante.
Me encogí. —No puedo decírselo.
Stavros me guiñó un ojo y luego se volteó hacia sus clientes. —
Seguro que puedes.
Fingí escribir cosas, mirando por encima de mi hombro a Trex. Me
miraba directamente. Sonrió y saludó.
Suspiré. —Bueno. Esto está ocurriendo. Voy a hacer esto —dije,
sobre todo a mí misma. Volví a la recepción, manteniendo mi postura
erguida y los hombros hacia atrás, haciendo todo lo posible para
despertar la confianza de una reina de belleza mientras caminaba hacia
Trex. Sonreí, agradable y confiada—. Tienes razón. Mentí, y me disculpo.
Eres agradable. Y divertido. E interesante…
—Y guapo. No te olvides de devastadoramente guapo.
—Y arrogante.
—¿Soy arrogante? Ni siquiera te he pedido una cita hasta ahora, y
estás rompiendo conmigo.
—No. Definitivamente no estamos rompiendo. —Sonrió de nuevo.
Era hermoso y dulce y… No. No, Darby. Ya basta—. Sabes a lo que me
refiero. No estábamos juntos para romper. Me gustas, pero tengo que ser
honesta. No estoy lista para una relación de ningún tipo, y no lo estaré
por mucho tiempo. Y, en el momento en que lo esté, puedo prometer que
no estarás interesado.
—¿Y por qué es eso? —dijo, retomando la última parte.
Me encogí. El objetivo era no invitar a más preguntas, me había
arrancado la piel y expuse todo.
Ignoró mi comentario por el momento. —¿Qué tal una simple
amistad?
—¿Solo quieres que sea tu amiga? —Ugh. Esa sonrisa otra vez. Deja
de sonreír, Trex.
—Por supuesto que no. Creo que eres increíble, incluso cuando
pareces estar a punto de vomitar.
Suspiré. Su pequeña sonrisa era adorable, y arruinaba mi
resolución. Y el hecho de que si no hubiera estado embarazada, habría
saltado encima de esto, y de él, era simplemente vergonzoso. —No creo
que eso sea posible.
—Porque te gusto.
—Apenas te conozco.
—Pero lo suficiente como para que te guste.
Mis hombros cayeron, y la confianza se derritió bajo su sonrisa
segura. —¿Qué tal si me das un poco de espacio?
—Puedo intentarlo. Ambos vivimos en el mismo edificio. Y trabajas
aquí.
Me encogí. —Tienes razón. Eso no va a funcionar.
—¿Qué tal si finjo que no me gustas por un tiempo? ¿Eso ayudará?
—Sí —dije, emocionada. Lo señalé—. Sí, eso funcionará. Gracias.
Se inclinó y besó mi mejilla, sus labios suaves y cálidos sobre mi
piel. —Lo tienes, hermosa.
Cerré los ojos y me apoyé en él un poco antes de que se fuera. Me
puse de pie, sosteniendo mi mano sobre la zona aún caliente que sus
labios acababan de tocar. Los cañones dentro de mi estómago
continuaron como si no hubiera perdido otra batalla.
Stavros me miró, sus ojos apuntando a Zeke cuando se puso de pie
para dirigirse hacia mí. La expresión de Stavros coincidía con mi
monólogo interno.
Mi cabeza y mi corazón se hallaban en guerra, luchando por lo que
debería hacer y lo que quería. Sin embargo, no importaba. Incluso si
cediera a mis sentimientos, sucedería una de dos cosas: Trex cambiaría,
porque según mi experiencia, eso es lo que hacían los hombres cuando
conseguían lo que querían, o me enamoraba de él y en cuatro o seis
meses, mi vientre en crecimiento lo haría huir, dejándonos a ambos, o tal
vez solo a mí, con el corazón roto.
Traducido por MadHatter & Anna Karol
Corregido por Ivana

Trex
Nueve días. Pasaron nueve malditos días desde que hablé con
Darby excepto por el ocasional saludo cordial, y eso me hacía odiar todo.
A pesar de que acepté fingir que Darby no existía, todavía vivía por
los veinte segundos que me llevaba caminar desde la entrada del hotel
hasta los ascensores. Siempre me miraba de reojo, y me alegraba todo el
día.
Algunos días, el viaje hasta el hotel era una eternidad, pero esta
vez sentí que acababa de abandonar el complejo cuando aparqué en una
plaza de aparcamiento vacía cerca del frente. Un grupo de hotshots salía,
vestidos con camisetas y pantalones vaqueros, sus mejores ropas para ir
a explorar los clubes locales. Me preguntaba si pasaría algo con Naomi
mientras se encontraban fuera. La idea me hizo reír. Estos muchachos
pensaban que eran rudos hasta el momento en que Naomi les mostrara
lo contrario.
—¿Por qué sonríes? —preguntó Darby, de pie detrás de uno de los
sofás en el área de espera.
Me detuve en seco. Las puertas corredizas intentaron cerrarse y
luego retrocedieron. Darby soltó una risita y me llevó más lejos al
vestíbulo. Llevaba maquillaje, un par de pantalones cortos, una camiseta
sin mangas, y su cabello caía sobre sus hombros en suaves ondas.
—¿Trex? —preguntó. Me di cuenta de que no le había respondido.
—Lo siento, me atrapaste con la guardia baja —dije, sintiendo que
mi mal humor se desvanecía—. ¿Vas a salir? —Después de que terminó
su entrenamiento, comenzó el turno de las once de la noche a las siete
de la mañana, desde el domingo por la noche hasta el jueves por la noche.
Ella no salió ni una vez desde que tenía ese horario.
—Así es. Le prometí a Zeke que iríamos al cine cuando él volviera,
y... ha vuelto.
—Oh sí —dije, incapaz de ocultar el ceño fruncido en mi cara.
Sacudió la cabeza, de repente avergonzada. —Es... es solo una
película. Además, no es mi tipo. Bomberos, policías, soldados... todos se
encuentran fuera de la lista.
—Sí —dije asintiendo—. Bueno, diviértanse.
Dejé a Darby sola en el vestíbulo. Otro grupo de hotshots entró,
llevando sacos marrones con grandes logotipos rojos que decían Colorado
Springs Meat & Seafood Co. Al pasar, el leve hedor de los peces llenó el
aire, y momentos más tarde, el sonido seco y agitado.
Darby se encontraba inclinada sobre el cubo de basura más
cercano, expulsando su última comida. Corrí a su lado, retiré su cabello
mientras se tambaleaba de nuevo.
—Jesús, Darby. ¿Estás bien?
Volvió a tener arcadas.
Miré a mi alrededor, notando las miradas de asombro de todos en
el vestíbulo, incluido Stavros. Él se acercó corriendo, entregándome un
paño de la barra limpio y luego se alejó, tapándose la nariz. —¿Ella... está
bien?
—Estaba bien hasta hace unos segundos —dije.
Darby se puso de pie, y le entregué el paño. Se secó la cara, con su
respiración laboriosa. —Lo siento mucho, Stavros.
Asintió. —Quizás deberías…
—Ya me siento mejor —dijo.
—Darby —comenzó Stavros, mirando a su alrededor—. Deberías
recostarte un poco. Enviaré algunas galletas y Sprite a tu habitación.
—Me siento bien de verdad. Fue solo el pescado que trajeron esos
tipos. Olía a podrido o algo así.
Arqueé una ceja. Apenas noté los pescados. Darby debe haber
tenido una nariz como un sabueso si la afectó con tanta violencia.
—Vamos —dije—. Te acompañaré a tu habitación.
—Puedes refrescarte antes de la película —dijo Stavros.
Miré a Darby antes de que protestara de nuevo. —Trata de decirte
cordialmente que te largues de su vestíbulo antes de que vuelvas a
vomitar.
—Oh —susurró Darby, avergonzada. Pareció darse cuenta de que
todos la miraban—. Lo siento mucho. Me iré.
Mantuvo el paño en sus manos, cubriéndose la nariz y la boca con
él cuando pasamos a los bomberos con los sacos marrones de mariscos.
Una vez que llegamos a la habitación cien, sostuvo su llave electrónica
en la cerradura y sonó justo antes de presionar la manija y empujarla
hacia adentro.
Paseé por el pequeño pasillo de entrada que se hallaba al lado del
baño. Darby entró directamente, cerrando la puerta detrás de ella. El
grifo de agua y el sonido mientras se cepillaba los dientes fueron los
únicos ruidos.
El grifo se cerró, y segundos más tarde, abrió la puerta, luciendo
tan hermosa como cuando entré en el vestíbulo.
—¿Estás bien? —pregunté.
—Sí —dijo con un suspiro—. Sí, estoy bien. El pescado me hizo
mal.
—Yo apenas lo olí.
Señaló su nariz. —Debe ser mi súper poder, entonces.
—Darby —dije, dando un paso hacia ella, apartándole el cabello de
la cara con mis dedos. Me aterrorizaba hacer mi próxima pregunta—.
¿Estás enferma? Me lo puedes decir.
Sacudió la cabeza. —He tenido náuseas. Pasará.
Un suspiro de alivio brotó de mis labios. Algo pasaba, y tal vez se
encontraba enferma, pero en ese momento, el miedo fue reemplazado por
la curiosidad. Darby escondía más que solo su pasado. Algo andaba mal.
—¿Hay algo más que quieras decirme? —pregunté.
Lo pensó durante unos sólidos diez segundos antes de sacudir la
cabeza.
Llamaron a la puerta y Darby la abrió. Tilde se hallaba allí con una
sonrisa, una bandeja de galletas y una lata de Sprite.
—Muchas gracias, Tilde. De verdad.
—Stavros dijo que vomitaste por todo el vestíbulo.
—En el cubo de basura —dijo, dejando la bandeja en la cómoda—.
Por favor, dile que lo siento.
—Ya te disculpaste —le recordé.
—Díselo otra vez —dijo, sonriéndole a Tilde.
Tilde asintió. —Deberías descansar.
—Gracias, lo haré —aseguró Darby, cerrando la puerta detrás de
Tilde.
Darby miró el despertador en la mesita de noche. —Me reuniré con
Zeke en el vestíbulo en quince minutos.
—Aun así, no irás, ¿verdad? Acabas de vomitar en el cubo de
basura del vestíbulo.
—Te lo dije…
—Estás bien. Lo sé. Debe ser más que solo una película si no te
encuentras dispuesta a cancelar cuando estás enferma.
—No estoy enferma.
—¿Tienes algún tipo de reflejo mutante de arcadas, entonces?
—No soporto el olor a pescado, ¿cuál es el problema?
—Estoy preocupado por ti, Darby. Sé que me ocultas algo. Y está
bien, es asunto tuyo, pero estoy preocupado por ti.
Sonrió. —Y lo aprecio. Pero, te lo prometo, estoy bien. Ni siquiera
necesito descansar, pero me voy a acostar unos minutos porque le dije a
Tilde que lo haría.
—¿Puedo quedarme contigo hasta que sea hora de que te vayas? —
pregunté.
No pudo ocultar la mirada conmovida en su rostro. —Pues... sí.
Hice un gesto para que marcara el camino, y luego coloqué una
silla al lado de la cama. Se acostó de espaldas, cruzando las manos sobre
su cintura. Miró al techo por unos segundos, luego cerró los ojos. Su
pecho se levantó y cayó mientras tomaba una respiración profunda y
relajante. Hubiera dado cualquier cosa por arrastrarme a su lado y
abrazarla, pero me quedé en mi silla.
—Estamos a mano, sabes —dijo, su voz suave y tranquila.
—¿Qué quieres decir?
—Tú también tienes secretos.
Me congelé, sin estar seguro de cómo responder.
—Está bien. Son asuntos tuyos. Todos tenemos derecho a tener
secretos, siempre y cuando no lastimen a nadie más.
Me quedé callado. Se giró de lado, deslizó sus manos entre su cara
y la almohada, y me sonrió.
—Dios, eres hermosa —dije. No pude evitarlo.
A Darby no pareció importarle. —Gracias.
—Estoy seguro de que te lo dijeron miles de veces antes.
—Tú no.
Me reí una vez y bajé la mirada. —Lo siento. Se supone que debo
fingir que no me gustas.
—Haces un trabajo horrible. ¿Crees que no veo que me miras todas
las mañanas cuando te vas al trabajo? ¿Crees que no te veo lanzándome
miradas por la tarde?
—No creo que sea posible no mirarte. Incluso las mujeres lo hacen.
—Pregúntale a mi mamá. Ella hace lo mismo.
—¿De verdad te hace responsable de sus muertes?
—No puedo culparla. Yo también me siento así.
—Sabes que eso es una mentira, ¿verdad?
—Quiero decir, obviamente, no los maté. Pero…
—Nada de peros. No fue tu culpa, fue un accidente, y lo siento, pero
tu madre es una idiota por haberte hecho pensar de otra manera.
Soltó una carcajada, riéndose tanto que se tapó la boca.
—¿Siempre dices exactamente lo que piensas?
—Cuando puedo.
Miró el reloj. —Bueno... debería ponerme en marcha. —Se sentó, y
yo me levanté, extendiendo la mano para ayudarla a levantarse de la
cama.
—¿Qué película vas a ver? —pregunté, tratando de no dejar que los
celos se filtraran lo suficiente como para que pudiera notarlo.
Darby pensó en eso. —Sabes, no tengo idea. Supongo que Zeke ha
elegido algo.
Se dirigió hacia la puerta, y la abrí para ella, esperando que pasara
antes de que la cerrara detrás de nosotros.
—Darby —dijo Zeke, sorprendido de verme.
—Hola —saludí con una sonrisa.
—Trex. —Zeke me miró de arriba abajo, luego dirigió su atención a
Darby—. Escuché que estabas enferma.
—No —dijo ella. Me gustó la forma en la que no le dio toda la
información. Dominaba el arte de la omisión, haciéndome pensar de
nuevo en nuestras conversaciones, para comprobar si me perdí de algo.
—Oh. Bueno... —Hizo un gesto hacia mí.
Me deslicé junto a él.
—Adiós, Trex —dijo.
—Diviértanse en el cine, chicos —dije con un saludo.
Zeke se hallaba claramente confundido de que acabara de salir de
la habitación de Darby, sabía que salían juntos, y parecía estar bien con
eso. Sonreí, feliz de mantenerlo en la oscuridad.
Darby comenzó a caminar por el pasillo, y Zeke la siguió. Él me
miró una vez más antes de doblar la esquina y desaparecer de la vista.
Decidí tomar la escalera, sintiendo mi teléfono zumbar en mi
bolsillo antes de estar a mitad de camino a mi habitación. Era Hailey, y
contesté antes del segundo timbre.
—Oye, Bells. ¿Cómo van las cosas?
—Sentada y aburrida.
—¿Sin planes? Es viernes.
—Me invitaron a salir. No era mi tipo.
—No va a tu iglesia, ¿verdad?
—Es católico.
—Hailey. Solo porque tiene diferentes creencias que tú...
—Papá no lo permitirá, y lo sabes.
—¿Por qué no puedes ser como todos los otros adolescentes y hacer
exactamente lo contrario de lo que te dicen?
—De todos modos, me gusta Rob Major.
—¿Ese de medio metro del campamento de la iglesia?
—No has estado en casa en mucho tiempo, Scottie. Él se ve muy
diferente. Y ahora su madre es la líder de alabanza y adoración en nuestra
iglesia.
—Oh, Dios mío. Asegurarte de no abandonar tu fe es una forma
segura de mantenerte con la misma mentalidad.
—Scottie... —advirtió.
—Lo siento. Entonces, ¿por qué Rob no te invita a salir?
—No lo sé —dijo con voz entrecortada. La imaginé acostada en su
cama rosa bebé, con las piernas cruzadas y apoyada contra la pared, su
cabello rubio cayendo en cascadas por el costado del colchón y rozando
el suelo. Rob Major era probablemente una versión más delgada de mi
padre. Pensé en él perdiendo los estribos y gritándole a mi hermana, todo
mientras recitaba las escrituras para que ella se sometiera y obedeciera
a su marido, o peor aún, poniéndole una mano encima. Lo mataría.
—Será mejor que sea amable contigo, Bells. Eso es todo lo que voy
a decir.
—¿Rob? Es lo más dulce que hay. No le haría daño ni a una mosca.
Es por eso que me gusta. Es muy diferente de papá en todos los sentidos.
—Eso es un alivio —dije.
—¿Qué hay de ti? ¿Tienes algún plan esta noche? ¿Cómo se
encuentra Colorado? ¿Ya has hallado casa? ¿Cuándo puedo visitarte?
—Conoces todas las respuestas. —Suspiró, así que seguí adelante
y la hice feliz—. No tengo planes. Colorado es hermoso. Es casi julio y
todavía hace frío por la noche. Todavía no he encontrado un lugar, pero
tampoco busco demasiado. Puedes visitarme cuando encuentre algo. No
puedes venir aquí. Está plagado de bomberos, y todos han estado lejos
de sus novias y esposas durante unos meses. No es buena idea.
—¿Ya conociste a alguien?
—Conocí a mucha gente.
—Sabes a lo que me refiero.
—Yo eh... en realidad no.
Hailey contuvo el más leve jadeo y escuché cómo se movía. —Lo
hiciste. Conociste a alguien. ¿Cómo es? ¿De dónde es? ¿Qué hace?
—Espera, Hailey, Jesús.
—¡Scott Solomon Trexler!
Me estremecí. —No uses mi segundo nombre, Bells. Sabes que lo
odio.
—¡Y no te atrevas a tomar el nombre del Señor en vano! Puede que
no te importe tu alma, pero a mí sí.
—Lo siento.
—¿Entonces? —exigió saber.
—Trabaja aquí en el hotel.
—¿Eh?
—Es... —suspiré—. Es hermosa, Bells. Tampoco es solo tu belleza
ordinaria. Es como exótica, modelada, impresionantemente hermosa. Y
no tiene ni idea. Nunca he visto a alguien como ella en persona. Bien
podría comenzar la batalla de Troya.
—Vaya.
—Es de Texas. También tiene un lindo acento del campo.
—¿Por qué no la llevas a una cita?
—Se encuentra en el cine con un bombero llamado Zeke.
—¡No! Si te gusta tanto, ¡ve a robarla!
Me reí. —No sale con Zeke. Su boda fue hace unas semanas.
—¿Está casada? —lamentó Hailey.
—No, no... no siguió adelante con eso. Él era agresivo y ella se
escapó. No busca salir con nadie.
—Oh —dijo, desinflándose—. Nunca te oí hablar de alguien de ese
modo. Ni siquiera de Laura. Dijiste que es impresionante. Deberías
decirle eso.
—No. Necesita tiempo, y se lo voy a dar. Ha pasado por mucho. Y...
—Empecé a decir que creía que se encontraba enferma, pero decidí que
Hailey no necesitaba saber todo.
—¿Y?
—No tengo prisa, Bells, ya lo sabes.
—Solo deseo... quiero que seas feliz, eso es todo.
—¿Quién dice que no lo soy?
—Bien. Te extraño.
—Yo también te extraño. Asegúrate de que Rob viva una larga vida
advirtiéndole sobre tu hermano.
Soltó una risita. —No me quiere de esa forma. Todavía.
—Eso lo dudo. Te amo.
—¡También te amo! ¡Buenas noches!
Empujé la puerta de mi habitación y de inmediato caí de espaldas
sobre el colchón. Con los dedos enlazados detrás de mi cabeza, respiré
hondo y lo solté mientras miraba el techo. Si Darby se encontraba
enferma, no podía salvarla de eso. ¿Y si necesitaba tratamiento y no podía
pagarlo porque se escapó de ese cabrón en Texas? Podría hacer algunas
llamadas a California. Val podría averiguarlo en cuarenta y ocho horas,
pero eso era si quería violar seriamente la privacidad de Darby. Nop. Sin
importar cuánto quisiera saber, eso se hallaba fuera de discusión. Era su
decisión decirme o no. Me estaba volviendo loco sin saber, incluso si ella
era perfectamente capaz de salvarse a sí misma. Solo quería ayudar.
La acababa de encontrar. Perderla provocaba una sensación de
malestar en mi estómago.
Mi celular sonó, y lo levanté, leyendo un mensaje de texto de Naomi.
Estoy en un bar de mala muerte en el centro. Sálvame, T-Rex.
¿Del aburrimiento? Porque no es algo que no puedas manejar
tú sola.
Sí. Dos tragos y todavía no es divertido. Y los hombres aquí
son molestos.
Suspiré, escuchando a Matt diciéndome que levantara el culo y
fuera con su esposa. Escribí una respuesta.
De acuerdo. Estaré allí en quince.
Que sea en diez.
Salté de la cama, tomé una ducha por un par de minutos, luego
corrí por la habitación para vestirme antes de agarrar mi billetera, llaves,
teléfono y apurarme por las escaleras para salir y llegar a mi camioneta.
La única mujer hacia la que me apresuraría así, además de mi hermana,
era Naomi... y ahora Darby.
Naomi me envió un mensaje de texto con su ubicación, y probé mi
suerte al conducir ciento veintiocho kilómetros por hora hasta allí. La
camioneta derrapó hasta detenerse en un pequeño estacionamiento al
otro lado de la calle y en la mitad de un callejón del Pub McCormack's;
corrí hacia la entrada, abrí la puerta de un tirón y busqué a Naomi.
Se me quedó mirando con una sonrisa, el puño contra su barbilla,
su otra mano extendida, el puño y el dedo medio eran lo único entre ella
y un hotshot que reconocí desde el vestíbulo del hotel. También sonreía,
tratando de ocultar la vergüenza de un rechazo muy público. Lo vi hablar
con Darby, también. Parecía más un modelo de Abercrombie & Fitch que
un bombero. Era demasiado lindo como para ensuciarse, incluso con su
barba desalineada. Su cabello se hallaba gelificado y almidonado.
—Hola —dije jadeando—. ¿Eso es todo? ¿Por eso arriesgué una
multa por conducción imprudente?
—¿Ella es eh...? —me preguntó Watts.
Naomi respondió por mí: —¡Por supuesto! Debo pertenecerle
porque no estoy interesada en ti.
—¿Quién dijo que no te interesabas en mí? —dijo Watts.
—Yo —respondió Naomi—. Dos veces.
—Watts —dije, sacudiendo la cabeza—. No quieres causarle
problemas.
—¿Es tu hermana? —preguntó.
Naomi y yo nos miramos. Era exótica y salvaje; yo un simple chico
blanco de Kansas. No podríamos haber parecido más diferentes.
—¿En serio? —pregunté.
Watts se sentó. —Solo trato de indagar. Tal vez eres adoptado, no
lo sé.
—Trabajamos juntos —dije.
—Trex —me regañó. No quería que Watts supiera nada de ella.
—¿No viste la alianza de bodas? Está casada, hombre, acéptalo.
Watts miró hacia abajo. —Lo tiene en su dedo medio.
—¿Se ve como una conformista? —pregunté.
Watts se encogió de hombros y se levantó. —Es hermosa. Si no
quiere que los chicos piensen que es soltera, tal vez debería usarlo en el
dedo correcto.
Naomi lo fulminó con la mirada. —O créeme cuando entres y lo
primero que diga es que te vayas.
—Tienes razón. Me disculpo —dijo. Inclinó la cabeza hacia mí una
vez y luego se alejó.
—¿Por qué lo pones en tu dedo medio? —pregunté.
—Perdí peso después de que Matt murió. Ya no cabe en ese dedo.
—¿Y si ajustas el tamaño? —sugerí.
—No. Matt eligió este anillo. Se quedará tal como él lo recuerda.
—Debe haber sido difícil para ti mudarte aquí.
Negó con la cabeza. —Esa parte fue fácil. No podía mirar ese
apartamento un día más. No me di cuenta hasta que recibí la carta.
Entonces no pude empacar lo suficientemente rápido.
—¿Te quedas allí? —pregunté.
Cruzó los brazos sobre la mesa y se encogió de hombros.
—Algunos días son más fáciles que otros.
Asentí. —Me preguntaba por qué te encontrabas aquí si no estás
de humor para socializar.
—Se me permite salir y eso no quiere decir que quiera atención
masculina.
—Eso no es lo que quise decir y lo sabes.
Tomó un trago de su cerveza. —Maldición. Lo siento, Trex.
—Habla conmigo.
—El cumpleaños de su madre es hoy. Es extraño lo que me molesta
y lo que no.
Alcancé la mesa y envolví mis dedos en su muñeca. —Puedes
llamarme para venir y pasar el rato si no quieres someterte en antros de
mala muerte. Así no estás sola, conviviendo con completos extraños.
Echó un vistazo a Watts, quien hablaba con sus amigos, pero
miraba a Naomi al mismo tiempo. Fue entonces cuando vi a Zeke, luego
a Darby. Ella se hallaba a mitad de camino en dirección a mi mesa,
mirando mi mano en la de Naomi. Giró sobre sus talones y regresó a
Zeke, dándome la espalda.
—Mierda —dije, poniéndome de pie.
—¿Qué? —preguntó Naomi.
—Esa es la umm... es ella.
—¿La chica? ¿Darby?
Asentí.
—Sabes lo que está pensando, ve…
Antes de que pudiera terminar su oración, ya estaba en camino a
la pequeña multitud de casanovas que se juntaron con Darby y algunas
otras mujeres que no reconocí.
—Oye —le dije, poniendo una mano suave sobre su espalda. Se dio
la vuelta con una de sus sonrisas de desfile pintada en su rostro.
—Hola, Trex.
—¿Puedo...? —Miré a Zeke—. ¿Puedo hablar contigo un segundo?
Hay alguien que quiero que conozcas.
Darby miró hacia Naomi y luego a Zeke.
—Te lo dije, es su compañero de trabajo —dijo Watts.
Darby entrecerró los ojos, descontenta con que Watts revelara que
habían estado hablando sobre Naomi. —Uh, seguro. Sí. Conozcamos... a
tu compañera de trabajo.
El traslado hasta la mesa de Naomi me hizo un nudo en el
estómago. No tenía idea de cómo explicarle, pero tampoco podía dejar que
Darby pensara que me encontraba en una cita.
—Nomes, esta es Darby.
Naomi sonrió alegremente, algo que no le vi hacer desde que Matt
vivía. —Me llamo Naomi, en realidad. Así que eres la famosa Darby.
Encantada de conocerte finalmente.
Oh, mierda, Naomi, eres brillante.
—Hola —dijo Darby, tendiéndole la mano para sacudir la suya.
Naomi la tomó, y yo podría decir que omitió el típico agarre fuerte que
normalmente usaba. Los hombres generalmente parecían sorprendidos
por la fuerza que Naomi aplicaba, pero Darby la soltó sin reaccionar—.
Entonces, ¿trabajas en el Departamento Forestal?
—No —contestó, todavía sonriendo—. ¿Trabajas en el hotel?
Darby me miró. —Sí.
—Eres tan hermosa como él dijo que eras. Guau.
—Gracias —dijo, las palabras como si las hubiera escuchado un
millón de veces, porque era consciente de eso—. ¿Entonces, qué haces?
—Soy contratista independiente —respondió Naomi.
—Ah, genial. Bueno, fue un placer conocerte.
—¿Te gustaría unirte a nosotros? —soltó Naomi antes de que Darby
pudiera alejarse—. Sé que a Trex le encantaría.
—Estoy aquí con unos amigos. Pero gracias. Sé que a Watts le
agradaría si te ofreciera que te unas a nosotros.
—Estábamos aquí tratando de distraerme de mi esposo muerto,
pero gracias.
—Oh. Oh, Dios, lo siento mucho —dijo Darby, aturdida. Sus cejas
se levantaron.
—Nomes —dije, cerrando los ojos—. Lo siento —le dije a Darby.
—Veo por qué son amigos —indicó Darby con una sonrisa—.
Prefieres la franqueza.
—Naomi sin duda es así —expliqué—. Pero no es todo. Su esposo,
Matt, era un buen amigo.
—No es de extrañar —dijo Darby, y luego pareció darse cuenta de
que lo había dicho en voz alta—. Este… eh...
—¿Que estábamos aquí juntos y él tenía su mano en mi brazo? Sí.
Es por eso. Créeme, ha hablado de ti el ochenta y cinco por ciento del día.
—Eso no es verdad —corregí.
—¿No? —preguntó Darby.
—Al menos noventa —dije.
Darby y yo nos sonreímos por unos segundos, hasta que Naomi se
aclaró la garganta.
—Debería eh... probablemente debería irme... —La expresión de
Darby cambió, y se sentó en mi silla, colocando una palma sobre la mesa.
—¿Estás bien? —pregunté, agarrándola del brazo. El color
desapareció de su rostro, y miró a la mesa.
—Sí, simplemente mareada —dijo—. Estaré bien.
—No te ves bien —dijo Naomi—. Te ves como si fueras a…
Darby se inclinó y se sacudió, el agua que expulsó salpicando en el
suelo. Naomi y yo observamos conmocionados y confundidos.
Zeke y Watts se apresuraron a venir.
—¿Darby? —dijo Zeke, tomándola del brazo.
Watts vio el charco en el suelo y se llevó la parte posterior de la
muñeca a la nariz.
—No seas tan cobarde. Ve a buscar un paño del cantinero —dijo
Naomi.
Watts salió corriendo, y mi boca se abrió antes de que mi cerebro
pudiera alcanzarla. —¿Que mierda, Zeke? ¿La traes a un bar cuando está
enferma?
—¿Está enferma? —preguntó Zeke—. Yo ... yo no lo sabía.
—Sabías que vomitó antes en el vestíbulo del hotel.
Darby se sacudió de nuevo.
—¿Fue algo que comió? —preguntó Naomi, casi inafectada.
Zeke negó con la cabeza. —No ha comido nada. No se sintió bien
en toda la noche.
—¿Así que la traes aquí en vez de llevarla a casa? —gruñí,
agarrando su camisa.
—Paren. ¡Paren! Estoy bien —dijo Darby, con la cabeza baja.
—Yo... dijo que se encontraba bien —dijo Zeke. Claramente se
sentía horrible. No necesitaba hacerlo sentir peor. Sabía que Darby era
una mentirosa crónica cuando se trataba de admitir su estado de salud.
Lo solté y miré a mi amiga.
—Nomes... —dije.
—Sí, ve... —respondió.
Watts trajo una toalla, y Darby la tomó.
—Lo siento mucho —dijo, secándose la boca mientras la ayudaba
a mantenerse de pie.
La levanté en mis brazos. —Vamos. Vamos a llevarte a casa. —Miré
a Zeke, quien asintió. Sabía que no necesitaba permiso, pero era decente
de su parte no discutir.
Darby sostuvo la toalla contra su boca y apoyó su cabeza en mi
hombro.
Una vez que hizo eso, mi ritmo se aceleró, y apenas noté que la
cargaba. Estar tan cerca creó una extraña sensación de conflicto entre
querer caminar lentamente para alargarlo y correr para llevarla a algún
lugar cómodo. Me conformé con caminar rápidamente por la calle y por
el callejón, presionando el botón de desbloqueo de mi llavero a cinco
metros. Las luces parpadearon una vez, iluminando el callejón por un
momento antes de que nos bañáramos en la oscuridad de nuevo.
Mis pies crujieron contra la grava seca en tanto luchaba por
sostenerla, mantener el equilibrio, y abrir la puerta.
—Puedo caminar —afirmó Darby.
—Estamos aquí —dije, abriendo la puerta y colocándola en el
asiento del pasajero.
—Esperé demasiado para comer... otra vez. Me acostumbraré.
—¿Te acostumbrarás a qué? —pregunté—. Darby, dime. ¿Qué tan
enferma estás? ¿Qué tan serio es?
Se limpió la boca otra vez y miró hacia abajo. —Por favor, no le
digas a Stavros. O a nadie. No quiero que me despida.
Tragué. —¿Qué es? ¿Cáncer? —Mi estómago se hundió. La quería
de vuelta en mis brazos.
—No —dijo, sacudiendo la cabeza—. Yo estoy, eh... —Hizo una
mueca—. No creí que sería tan difícil decirlo.
No es cáncer. Una vez que sacamos eso del camino, mi mente se
hallaba lo suficientemente clara para responderme. Los vómitos cuando
no comía en un rato, el mareo, que bebiera agua con hielo en un bar, el
agotamiento, el hecho de que dejó a su novio en el altar: su firmeza al no
iniciar ningún tipo de relación. Yo era un jodido idiota.
Tenía a alguien más para proteger. —¿Estás embarazada?
Me miró un momento, decidiendo si podía confiar en mí, luego
asintió despacio.
Me alejé, entrelazando mis dedos en mi cabeza. —¡Gracias, carajo!
—grité. Agarrando mis rodillas, sintiendo un impulso abrumador de
llorar. No me encontraba seguro si alguna vez me sentí de esta manera,
incluso de niño. Respiré y luego me puse de pie, volteándome para
enfrentar a Darby.
Me miró, sus ojos cautelosos.
Me acerqué y la envolví en mis brazos, riendo una vez, meciéndome
hacia atrás y adelante. —Pensé que te estabas muriendo. —No me abrazó,
así que la solté, viéndola a los ojos por una pista—. Lo siento. Debí haber
preguntado antes de abrazarte. Estoy tan aliviado. —Me miró como si
esperara que estallara en llamas—. ¿Qué?
—¿No lo entiendes? —preguntó.
—¿Que estás embarazada?
Asintió. —Estoy embarazada.
—Sí... pero... —Miré su estómago—, ¿estás segura de que es mío?
Darby guardó silencio por unos segundos. Soltó una carcajada, y
luego no pudo dejar de reír. Se cubrió la boca, su cara se transformó de
risitas al miedo, y comenzó a llorar. —Es la primera vez que lo digo en
voz alta.
—¿Nadie más lo sabe? Ni siquiera…
Negó con la cabeza, le temblaban las manos.
—Darby —dije, abrazándola de nuevo—. Está bien. —Le besé el
cabello—. Estará bien.
Asintió contra mi pecho, agarrando mi camisa en sus puños. En
ese momento, nada más existió; solo éramos nosotros y el bebé creciendo
dentro de ella. El impulso de mantenerla segura se había duplicado.
Traducido por Sol Giovanni
Corregido por Ivana

Darby
Abrí los ojos, y lo primero que vi fue a Trex dormido en la silla junto
a mi cama. Su brazo colgaba a un costado de la silla, su mano
sosteniendo la mía. Respiré hondo y me estiré, dejando que mi mano
resbale de la suya, pero sus dedos apretaron los míos.
Lo observé, esperando ver a sus ojos abiertos, pero no lo estaban.
Su otra mano se encontraba presionada sobre su rostro, perfectamente
relajado. Me relajé, dejando que mi cabeza repose sobre la almohada de
plumas mientras observaba el techo. No habíamos hablado mucho en el
camino desde la casa de McCormack porque Trex tuvo que aparcar dos
veces, aun cuando solo tenía arcadas. Me cargó hasta mi habitación y me
alcanzó unas galletas, asegurándose de que las haya comido antes de
preguntarme si podía sentarse en la silla cuando yo dormía.
Me volví, leyendo el reloj. Solo estuve dormida por cuatro horas,
pero me sentía descansada. Cuando me volví a acomodar en la cama,
Trex se hallaba despierto.
—Oye —dijo, refregando su rostro y ojos. Me apretó la mano—.
¿Qué hora es?
—Unos minutos después de las cinco.
Sonrío. —Esta probablemente fue una siesta bastante larga para
ti.
—Sí —dije, sentándome—. No quiero estropear demasiado mis
horarios. Debería volver a acostarme para las diez.
—Probablemente estarás cansada para las diez, considerando.
Arqueé una ceja. —Sabes mucho sobre el embarazo, ¿verdad?
—Solo lo básico, aunque casi no haya notado esto.
Fruncí el ceño. —Necesito este trabajo, Trex. Stavros es un buen
hombre, pero también es dueño de un negocio. Necesito tiempo para
poder probarle que soy una buena empleada, y que valdrá la pena
esperarme luego de que… —Bajé la mirada hacia mi estómago.
—No diré nada —dijo inmediatamente—. Tu secreto se encuentra
a salvo conmigo, Darby. Lo prometo. —Entrelazó sus dedos con los míos.
Quité mi mano de la suya y miré mis uñas, observando la piel
mordisqueada en los bordes de mi pulgar. —Me gustas, pero las
relaciones son lo suficientemente complicadas.
Asintió. —Tienes razón, y yo evito lo complicado.
Tragué saliva, agradecida por el dolor que estaba sintiendo en ese
momento. Luego hubiera sido mucho peor.
—Me pregunté mientras dormías, por qué el hecho de que estés
embarazada de otro hombre no cambia en nada lo que siento. Nada de
esto tiene sentido, pero no puedo dejar de pensar en ti.
—Solo creo que será mejor si hago esto sola. No es una buena idea
abandonar una relación para entrar en otra. Y no nos conocemos. No
realmente.
—Entonces déjate conocerme. Y déjame a mí conocerte. Esto no fue
un accidente, que ambos estemos aquí.
Arqueé una ceja. —¿Has encontrado tu religión, Trexler?
Sacudió la cabeza. —No. Te encontré a ti.
Me sentí sonrojar, y me apunté al rostro. —¿Ves? No quiero ser una
niñita enamoradiza.
—No eres nada de esas cosas, Darby. Esto podría ser lo más fácil
en el mundo. Luego… veremos.
—Necesito tener un plan. No puedo seguir improvisando.
—¿Quién dice que estamos improvisando? Estoy sentado en esta
maldita silla para estar tan cerca de ti como te sientas cómoda. —Sonrió,
haciendo que mi corazón palpite. En ese momento me pregunté si no
seguir a mi corazón era permitirle a Shawn que me controle de una
manera distinta. ¿Qué es lo que realmente quiero?
Me puse de pie. —Volveré en unos segundos —dije, caminado hacia
el baño. La puerta se cerró silenciosamente detrás de mí, y coloqué mis
palmas contra ella, recostando mi frente contra la madera. He conocido
a un montón de hombres en mi vida, algunos buenos, la mayoría unos
bastardos. Pero Trex se encontraba en aquel bar con la viuda de su mejor
amigo, y luego cuidó de una mujer embarazada cuando dormía,
sosteniendo su mano, y no porque esperara acostarse con alguien. He
visto a hombres mirarme con esa hambre en sus ojos que me resultaba
tan familiar. Él se sentía atraído por mí, pero no trataba de conquistarme.
Tomé mi cepillo de dientes y abrí el grifo. Mientras cepillaba mis
dientes, recordé que, si bien había soportado a Shawn, eso no me
convertía en estúpida. Aún podía tomar buenas decisiones, y Trex… sabía
que era bueno.
Escupí en el lavabo, enjuagué mi boca y salí. —Aún estás aquí —
dije.
Se puso de pie. —¿Querías que me fuera?
Me senté en la cama, recostándome contra el respaldo, para luego
extender mi mano. La observó, dudando. —Dijiste que estarías tan cerca
como me sintiera cómoda. Acércate.
Se puso de pie lentamente, fijando su mirada en mí cuando se
quitaba sus botas, para luego recostarse en la cama junto a mí. Me miró
a los ojos unos momentos antes de estirar su cuello y besar mi mejilla.
Su frente tocó mi cien. —Estoy tan contento de que estés bien —
murmuró, y luego suspiró con alivio.
—¿De verdad pensaste que estaba muriendo?
Me acercó delicadamente junto a él y hundió su rostro en mi cuello.
Desde hace mucho tiempo no me sentía cómoda siendo abrazada
de esta manera. Se me ocurrió que era muy extraño solo estar ahí
acostada, por lo que recosté mi mano en su espalda. Instintivamente,
comencé a recorrer su espalda con mis uñas, desde el borde de sus
vaqueros hasta el espacio entre sus omóplatos. Un recuerdo apareció en
mi mente, una noche cuando hacía mi mayor esfuerzo por permanecer
relajada, esperando que Shawn se durmiera para deshacerse de la furia
y el tequila, y que lo haga antes de que algo lo volviera a hacer estallar.
Me detuve y dejé mi mano en la parte inferior de su espalda. Eso había
sido algo que Shawn insistió que yo haga hasta que se durmiera todas
las noches que se encontraba en casa, y quería mantenerme lo más
alejada posible de lo que él quería.
—¿Hábito? —preguntó Trex.
—Me llevará tiempo.
—Toma todo el tiempo que necesites. Estaré justo aquí.
Exhalé una risa. —¿Cómodo?
—Como nunca. No estoy seguro de poder moverme el resto del fin
de semana
Apoyé mi mentón en su coronilla. Permití que Shawn me tratara
tan horrorosamente por tanto tiempo, que no me hallaba segura de por
qué estaba tan en contra de permitir que Trex me tratara del modo que
me merecía. Cerré mis ojos y dejé que resultara fácil, silenciando a los
gritos dentro de mí, aquellos miedos que aseguraban un mal inminente.
Eso era lo divertido acerca de los miedos; no podías estar seguro si era
una advertencia del subconsciente acerca del futuro o del pasado.
—Sabes —dije en la oscuridad—, algunos hombres corren cuando
saben que una mujer está embarazada de sus bebés.
Levantó la cabeza. —¿Me veo como de los que salen corriendo?
Sonreí y sacudí la cabeza.
Su mirada se fijó en mis labios, y una sensación de calor comenzó
en mi pecho y llegó hasta mis pies.
—¿Puedo besarte? —preguntó.
Observé sus labios. Se veían suaves, aun estando rodeados de vello
facial que comenzaba a crecer. Recordé la manera en que se sintieron
contra mi mejilla, la manera en que su calor permaneció conmigo incluso
después de alejarme de él. —Sí.
Su mano se deslizó hasta detrás de mi cuello, sosteniéndolo con
delicadeza mientras me acercaba a él. Pasó tanto tiempo desde que
alguien que no fuera Shawn me había tocado. Solos en un cuarto oscuro,
envuelta en los brazos de Scott Trexler, me sentí todo menos asustada.
Cerré los ojos, y sus labios se posaron sobre los míos. Él intentó
que fuera un beso superficial, esperando algún tipo de permiso, por lo
que tomé su rostro entre mis manos y lo acerqué aún más hacia mí,
abriendo mis labios y esperando que se sintiera lo suficientemente
confiado como para...
Su lengua se deslizó dentro de mi boca, saboreándome. No sabía
que esperar más que aquel beso en la mejilla, pero Trex se encontraba
destruyendo cualquier tipo de expectativa que tenía dentro de mi cabeza.
Sus labios se movieron con más rapidez, no tan gentiles, y colocó su
cuerpo arriba del mío, para estar sobre mí y no recostado a mi lado. Desde
mi cabello hasta los dedos de mis pies, mi piel comenzó a vibrar. Sujeté
su camiseta entre mis puños y lo atraje hacia mi cuerpo.
Se alejó, y apoyó su frente contra la mía. —Espera… un momento
—dijo, intentando recuperar su aliento. Se acostó nuevamente a mi lado,
recostándose sobre su codo.
Fijé mi mirada en el techo, ya sabiendo qué iba a decir. Estaba
embarazada. Eso no era precisamente sexy.
—¿Qué harás esta noche? —preguntó.
No necesariamente lo que esperaba...
—¿Eh? —pregunté, incapaz de esconder mi sorpresa.
Se rio entre dientes, y besó el trazo de piel detrás de mi oreja. Sus
labios permanecieron allí un momento, para luego sentarse y mirarme a
los ojos. —Quiero llevarte a cenar. Conocí un lugar que sirve pasta
cuando fingía que no me gustabas. También tienen gelato. Todo el rato
que estuve allí no podía dejar de pensar que quizás te gustaría.
—¿En verdad lo hiciste? —pregunté, tratando de no derretirme por
el hecho de que estuvo planeando nuestra primera cita.
—Entonces… ¿cena? ¿Conmigo?
—Cena —dije, asintiendo una vez. Por supuesto. Eso es lo que
hacían los hombres correctos—. ¿Hoy más tarde está bien?
—¿A las ocho? —preguntó.
Asentí, y luego él se enderezó, poniéndose de pie. Señaló hacia la
puerta. —Estoy casi seguro de que haré una embarazosa danza de la
victoria en el pasillo. Así que no me veas.
—¿Te irás?
—Volveré, solo iré a buscar algo para el desayuno.
—Oh —dije con una sonrisa.
—Mejor que esperar a que vuelvas a vomitar, ¿verdad?
—Cierto. Deja que te traiga algo de...
—Nop. Déjamelo a mí.
—No quiero… —comencé.
—¿Qué?
—No quiero estar en deuda con nadie.
Frunció el ceño. —No me debes nada, Darby.
Empujé mis labios a un costado, intentando no sonreír. —Mmm.
—Volveré pronto. ¿Te gusta el jugo de naranja?
Asentí.
—¿Puedo tomar esto? —preguntó, sosteniendo la llave electrónica.
Cuando asentí, sonrió—. Por favor no te muevas ni un centímetro. El
desayuno en la cama sucederá en menos de veinte minutos.
—Está bien.
—Bien —dijo, tomando su cartera y su teléfono del suelo. Palmeó
su bolsillo para asegurarse de tener sus llaves, y luego se inclinó, sus
manos soportando su peso sobre la cama para besarme rápidamente.
Hizo un ruido de satisfacción para luego marcharse de la habitación.
Me hundí contra las almohadas, cubriendo mis labios. ¿Cómo pasó
esto? Me alejo de una situación horrible, embarazada, ¿y termino en los
brazos de uno de los hombres más dulces que he conocido? Una sensación
de angustia se apoderó de mí. Demasiado bueno para ser verdad
usualmente significaba que lo era. Incluso si no lo era, tener algo precioso
se convertía en algo peor cuando ya no estuviera.
Cubrí mis ojos con una mano. Basta, Darby. Solo porque siempre
te ha sucedido de esa manera no significa que siempre será así. Intenté
disfrutar del momento de quietud en la cama, esperando que un hombre
guapo y considerado traiga el desayuno a la cama. El miedo se escurrió
en mi mente, escapando de mis intentos de ignorarlo. Aun cuando me
daba la oportunidad de estar asustada, porque ¿quién no lo estaría luego
de un año con Shawn Littlefield? Comencé a llorar. Lloraba por quien fui
antes de Shawn, pero luego recordé que no era el tipo de persona que me
gustaba, tampoco. Me alegraba que tuviera al embarazo como excusa de
mis emociones desperdigadas por todos lados. Estaba hecha un lío.
La cerradura se abrió y Trex entró a la habitación, sosteniendo dos
bolsas blancas. Su sonrisa amplia se desvaneció rápidamente al ver mi
rostro. Colocó ambas bolsas a los pies de la cama y se sentó a mi lado,
colocando al cabello que cayó sobre mi rostro detrás de mi oreja.
—¿Qué sucedió?
Sacudí la cabeza —Hormonas, espero.
—Cuéntame.
—Esto —dije, señalando el espacio entre nosotros—, se siente como
algo bueno.
—Te asusta que no lo sea.
Me gustaba el hecho de que no tuviera que explicárselo a Trex. Solo
necesitaba un pequeño indicio y luego lo deduciría él mismo. —Y odio
sentirme así. Me siento horrible, pero no puedo detener a estos
pensamientos en mi cabeza.
—Es normal que te preocupe. Cien por ciento normal. En toda
nueva relación, en la mayoría de los casos, la esperanza de por lo menos
una de las personas es básicamente que no lo decepcionen.
Tenía tanto sentido. Amaba la forma en que él observaba al mundo.
—Y créeme, lo sé todo acerca de ser incapaz de detener a tu cerebro
de trabajar horas extras. Trastorno de estrés post traumático es lo que
es, Darby. No importa de dónde provenga.
Fijé la mirada en él, sorprendida. Nunca se me había ocurrido que
eso era lo que significaba.
—¿Has considerado hablar con alguien?
—Incluso si quisiera, no tengo el dinero para hacerlo.
—Aquí hay una Asociación Cristiana de Mujeres Jóvenes. Puedo
llevarte allí esta semana, ver qué servicios proveen.
—¿Cómo... cómo sabes todas esas cosas? ¿Es eso lo que haces?
¿Eres como un psicólogo para los hotshots o algo así?
Me alcanzó un pañuelo de la caja en la mesa de luz. —No. Solo he
estado muy cerca de la muerte en mi trabajo.
Me sequé los ojos y la nariz. —¿Cómo tu mejor amigo?
Asintió, pero las dos líneas entre sus cejas se profundizaron.
—Darby...
—¿Sí?
Se aclaró la garganta y sacudió la cabeza, pareciendo cambiar la
dirección de su pensamiento. —El tiempo es lo único que te ayudará a
confiar en que no soy como él. Y todo lo que tengo es tiempo.
—Quieres decir hasta que el fuego haya sido controlado.
—No —dijo, deslizando sus dedos entre los míos—. Estoy buscando
una casa aquí. Me quedo.
—¿Te quedas?
Una comisura de sus labios se levantó. —Me quedo. Comamos.
Sacó una caja de plástico y me la dio, luego abrió una bolsa de
tenedores y cuchillos de plástico. Quité la tapa y se abrió, revelando una
pila de panqueques dorados.
—Son de suero de mantequilla —dijo, alcanzándome el tenedor y
cuchillo—. Hay una tortilla y una salchicha en los otros contenedores. —
Removió la tapa de un pequeño envase de jarabe, luego se detuvo sobre
mis panqueques—. ¿Un poco o mucho?
—Mucho.
—Buena chica —dijo, empapando los panqueques con el espeso
jarabe marrón.
Corté un trozo, tomé un bocado y gemí sonriendo y masticando al
mismo tiempo mientras Trex cortaba una porción enorme de tortilla
dentro de la caja en su regazo.
—¿Acaso es una tortilla estilo Denver? —pregunté—. Huelo
pimiento, jamón... y… ¿cebolla?
Asintió, aún masticando. Cortó otro trozo y me lo ofreció. Abrí la
boca y lo metió dentro, riendo cuando gemí aún más alto.
—Oh, por Dios —dije, mi boca llena.
—Lo sé, ¿verdad? —dijo, masticando su comida. Sacó un vaso de
polietileno con tapa y una pajilla de un posavasos y me lo alcanzó—. Jugo
de naranja.
Tomé un sorbo y lo observé comer por un momento. Se veía tan
feliz teniendo un picnic de desayuno en mi cama. Intenté alejar de mi
mente todos los pensamientos sobre no merecerlo o los miedos a
encariñarme y que luego se marchara.
—Estás pensando —dijo, limpiando su boca con una servilleta—.
¿Pensamientos malos o buenos? —Cuando no respondí, asintió—. Yo
también estoy asustado. Esto se siente muy, muy bien, ¿Y qué sucede si
decides que ya no me deseas cerca o que no te gusto? ¿Qué sucedería si
aparece alguien mejor? ¿Qué tal si me enamoro perdidamente de ti y
luego se termina sin más?
—¿Te ha pasado eso alguna vez?
—Mi trabajo ha hecho muy difícil que me aferre demasiado. Pero
los viajes ya se han terminado. Voy a echar raíces. Y maldita sea si no
tengo suerte al final. Tú también te encuentras aquí.
—Está bien. Entonces, ¿nos lanzamos a esto asustados?
—Aterrorizados.
Suspiré. —Entonces que así sea.
Sostuvo su jugo de naranja contra el mío. —Por mirar al miedo a
la cara.
—Beberé por eso.
Sorbimos nuestro jugo por las pajillas, sonriéndonos. Fue el mejor
desayuno que tuve en mi vida… hasta ahora.
Traducido por Mely08610 & Julie
Corregido por Mawii

Trex
Las flores eran tan cliché, pero de igual manera las traje. Cena y
una película tampoco eran algo especial, pero ese era el plan. Había
estado fuera de práctica por tanto tiempo, todo parecía malo y estúpido,
pero cuando Darby abrió la puerta y vio las rosas en mi mano, se cubrió
la sonrisa con ambas manos y jadeó.
Darby no era difícil de sorprender.
No necesitaba diamantes o viajar a lugares lujosos. Solamente
quería amabilidad y consideración, ambas cosas las podía hacer, pero se
merecía más. Sus curvas llenaron casi cada centímetro del simple vestido
de verano color azul marino con rayas blancas que iban desde el escote
hasta el dobladillo justo encima de sus rodillas. Tuve que detenerme
antes de jadear. Los diferentes tonos de rubio se destacaban más en la
trenza que caía en cascada por su hombro izquierdo. Sin aretes, sin
collar, solo sus ojos dorados y su labial rosa.
⎯Vaya ⎯dije. Fue todo lo que pude decir.
Miró hacia abajo. ⎯Lo compré más temprano. Estaba a la venta en
TJ Maxx por siete dólares.
Nunca había visto a alguien como a ella en mi vida, e incluso
cuando me jaló para un abrazo, era difícil creer que estar tan cerca de
ella era algo real.
⎯Son hermosas ⎯dijo Darby, abrazando suavemente las rosas en
su pecho mientras las olía.
Giró sobre sus talones y se dirigió al lavabo del baño. Entré en su
habitación y miré hacia donde ella estaba parada. Llenaba el lavamanos
con agua, el ramo a un lado, aún envuelto en el plástico. ⎯Un florero. La
próxima vez conseguiré un florero.
⎯Puedo comprar uno en la tienda más tarde ⎯me dijo sonriendo
a los pétalos de rosa. Pasó su dedo por una flor antes de tomar mi mano
y llevarme al pasillo. Ella estaba relajada, sonriendo como si no le
importara el mundo. Esperaba que yo fuera el motivo.
⎯¿Emocionada?
⎯¿Tú no? ⎯preguntó.
⎯Nervioso y emocionado ⎯admití.
Se dio la vuelta, envolviendo sus manos detrás de mi cuello. —No
te pongas nervioso.
⎯Tienes razón. La mayoría de las personas están nerviosos a mi
alrededor.
⎯Yo no.
⎯Solo es otra razón del porqué me gustas.
⎯No estés nervioso ⎯dijo inclinando su cabeza, y cerrando sus
ojos para darme un beso pequeño⎯. Esta es la parte divertida. Vamos
⎯dijo jalando de mi mano por el vestíbulo.
Los hotshots nos observaron, algunos con curiosidad, y otros con
envidia. Stavros nos miró, sin una pizca de sorpresa en su rostro. La
atención me hizo pararme un poco más recto. Necesitaba que estos
muchachos supieran que esta cita era una decisión y no una invitación
abierta, porque la realidad era que algunos de estos chicos veían el
interés de una mujer en otro como una razón para estar interesados. Una
mujer deseable era de alguna manera como “temporada abierta”. O tal
vez ya se habían retirado por Zeke. De cualquier manera, no quería que
ninguno de ellos estuvieran cerca de Darby porque estaba abierta a tener
citas.
Las puertas corredizas se abrieron, dejando soplar aire caliente en
nuestras caras. A Darby no parecía importarle, pero yo ya sudaba para
cuando llegamos a mi camioneta. Le abrí la puerta y le sostuve la mano
mientras se sentaba en el asiento del copiloto.
—¿Qué? —me preguntó observándome.
—Te ves malditamente bien sentada allí. Ese asiento te ha estado
esperando.
Se rió, sentándose y relajándose. Ella ya era hermosa antes, pero
algo en verla feliz me quitaba el aliento.
Me senté a su lado y me extendí sobre la consola para deslizar mis
dedos entre los suyos. Me llevó un poco más de tiempo detallar el GPS de
mi Land Cruiser que ducharme y vestirme, pero quería asegurarme de
que las cosas que podía controlar fueran perfectas. La camioneta olía a
limpio y a carro nuevo, y de repente me pregunté si los productos
químicos serían malos para ella o la pondrían enferma.
⎯¿Estás bien? ⎯le pregunté saliendo del estacionamiento.
⎯Sí, ¿por qué?
⎯Me acabo de dar cuenta de que hoy lavé la camioneta y huele a…
⎯¿Productos químicos y a carro nuevo?
⎯Sí ⎯dije, un poco triste. Fue demasiado para la perfección.
⎯Me gusta.
⎯¿Te gusta? ¿Qué hay del bebé?
⎯Oh, no pensé en eso. ⎯Me sonrió⎯. Gracias, pero estoy segura
de que está bien.
Abrí un poco mi ventana, por precaución, y me apretó la mano.
Aparcamos frente a Laundry, un lugar que la esposa de Harbinger
dijo que le gustaba. El ladrillo anaranjado estaba cubierto por un viejo
mural de Laudromat, que hacía referencia al nombre. Por dentro había
luces bajas, tubos industriales modernos y bisagras metálicas en madera
gris. No era seguidora de lo que Hailey llamada comida de gente rica, pero
Darby sonreía de oreja a oreja.
Nos acercamos a un hombre de pelo plateado que estaba frente a
una computadora y él inmediatamente nos saludó. ⎯Buenas noches,
señor. ¿Tiene alguna reservación?
⎯Así es. Está bajo el nombre de Trex.
⎯Trex. Sí, hablamos antes. Por aquí, por favor.
Nos condujo a una mesa de la esquina junto a la ventana y me
sentí orgulloso de alejarlo para poder agarrar la silla de Darby para
ayudarla a sentarse. Se sentó, viéndose casi mareada, y me senté a su
lado en lugar de sentarme enfrente. El anfitrión se detuvo en mi lugar sin
dudar mientras Darby empezaba a ver el menú.
Todas menos una mesa y un taburete en el bar estaban llenos.
Esperaba que fuera porque la comida era buena. No había exactamente
una guía para poder llevar a una mujer embarazada a una cita, pero
estaba seguro de que la comida se encontraba en los primeros puntos de
la lista para hacer las cosas bien.
⎯Las servilletas son como las de mi abuela. Gruesas y blancas con
rayas rojas en cada extremo. Me estás llevando al tren de los recuerdos y
ni siquiera lo sabías ⎯dijo Darby
No podría haberme dicho un cumplido mejor. ⎯Me gusta tu trenza
—comenté.
Se la tocó. ⎯La hice rápido. Mi pelo no se está comportando bien
últimamente. El libro dice que son las hormonas.
⎯Eres hermosa.
Sonrió viendo el menú. ⎯Gracias. —Dijo las palabras sin pensar y
tuve que recordarme a mí mismo que la frase no le afectaba como a otras
mujeres. Ella sabía que era hermosa⎯. Me gustaría escuchar de tu
abuela algún día. Y el resto de tu infancia.
Sus ojos se iluminaron. ⎯¿Mi abuelita? Era la mejor. Hacía unos
rollos de canela… ¡Oh, por Dios! Se derretían en tu boca. Cubierto con
glaseado. Ella nunca escatimó en ponerle una guinda. ¿Has estado aquí
antes?
⎯No.
⎯Mira esta comida. Es muy extraña.
El mesero se acercó vertiendo agua en nuestros vasos con una jarra
de metal. ⎯Buenas noches. Mi nombre es Shawn, y los estaré atendiendo
esta noche. ¿Alguna vez han cenado con nosotros?
Darby y yo nos mirábamos mientras esperaba su reacción. No
estaba seguro de si eso iba a arruinar nuestra noche o no. Una risa cayó
de su garganta, y se cubrió la boca. Yo también me reí, y miré a Shawn.
—No, no lo hemos hecho.
⎯Nuestros platos son compartidos. Elijan tres o cinco. Sugiero
cinco para una comida completa, pero todos son diferentes. ¿Ya saben lo
que van a beber?
⎯Estoy bien con agua con hielo —dijo Darby.
⎯Yo también.
⎯Muy bien. Les daré unos minutos. Si tienen alguna duda,
háganmelo saber. ⎯Shawn nos dejó tan solos como era posible en una
habitación llena de gente.
⎯Esta es una buena prueba. Tendremos que estar de acuerdo en
todo o llegar a un arreglo.
⎯Fácil ⎯dije.
Sonrió y luego puso su atención de nuevo en el menú. ⎯¿Qué
piensas del carpaccio de ternera?
⎯Vamos a probarlo.
⎯¿Los camarones empanizados?
⎯Me apunto.
⎯¿Los chicharrones y salsa de frijoles?
⎯Dámelos.
⎯¿El ganso?
⎯Todo el día.
⎯¿Mejillas de cerdo?
⎯¿Mejillas de cerdo? —le pregunté mirando por segunda vez el
menú. No se vía tan mal, pero Darby disfrutaba de mi duda, así que opté
por ello⎯. ¿Como las mejillas de un cerdo?
Se rio. —¡Está cocinada! ¡Estoy segura de que es mejor que la cola!
⎯¿Qué demonios es la cola?
⎯La cola de una vaca ⎯dijo todavía riéndose. Hice una mueca con
mi cara y ella estalló en risas⎯. No sabes de donde viene el jamón,
¿verdad?
—Ay… mierda. ¿Es del trasero del cerdo? Porque como uno cada
Acción de Gracias.
Sostuvo su estómago, inclinándose mientras su cuerpo temblaba
por la risa.
Shawn regresó y Darby ordenó luciendo como una profesional
mientras señalaba cada plato.
⎯Todos son mis favoritos ⎯comentó⎯. Bien hecho. ¿Seguro que
no quieren un buen vino blanco?
⎯Yo… ⎯Darby se tocó el estómago.
⎯Oh… ⎯Sus ojos se iluminaron con comprensión⎯. Felicidades a
ambos —dijo asintiendo una vez antes de retirarse.
⎯Lo siento —se disculpó Darby con las mejillas enrojecidas⎯. Esto
probablemente es extraño.
⎯No, para nada.
Dudó en decir sus siguientes palabras. ⎯Yo… no estoy en busca
de un padre para mi bebé. Ya lo sabes. No necesito que me cuiden. Tomé
una decisión de hacer esto sola, y todavía estoy cómoda con esa decisión.
⎯Lo sé. La situación no es lo normal, pero eso no cambia lo que
siento por ti. Tu independencia es una de las razones por las que me sentí
atraído por ti, y lo último que quiero que pienses es que quiero quitarte
eso. No necesitas que te salven, de igual manera tendrás un bebé. Hay
cosas mucho peores en el mundo.
Asintió. ⎯Exacto.
Me di cuenta de que trataba de decidir si podía creerme o no, si
solo le decía lo que quería oír, y luego la vi tomar la decisión. Sonrió y se
inclinó hacia mí. ⎯Esto es muy lindo. Gracias.
Miré mi reloj. ⎯La película es en noventa minutos. ¿Quieres una
comedia romántica o de acción?
⎯Acción.
⎯Está bien. Entonces vamos a ver el Dios de la Guerra.
⎯Oh, vi el tráiler en la televisión del vestíbulo. Se ve muy buena.
⎯Me encantan las películas de verano.
⎯Vi en las noticias que no estarán permitiendo fuegos artificiales
este año. Eso es malo, pero supongo que es algo bueno para ustedes —
dijo, soltando un suspiro.
⎯Sí —confesé. No era mentira. Saunders había dicho más de una
vez que se empezara a supervisar a los niños que se acercan al complejo
para encender fuegos artificiales⎯. ¿Tal vez podría llevarte al norte?
Steamboat Springs tiene una gran exhibición de fuegos artificiales. O
podríamos ir aún más lejos a Deadwood, Dakota del Sur, o monte
Rushmore si te sientes particularmente patriota.
⎯Tengo que trabajar ⎯dijo, su voz gruesa con pesar.
Me encogí de hombros. ⎯Tal vez el próximo año. —Ella sostuvo mi
mirada⎯. A veces me gustaría poder leer tu mente. Mucho sucede detrás
de esos ojos tuyos.
⎯Dijiste el próximo año. Solo me pregunto si lo dices en serio.
⎯Sí —aseguré sin dudar.
—Voy a tener un bebé el próximo año. Viajar será algo complicado.
Tenía razón; no había pensado en eso. —Cierto. ¿De qué estamos
hablando? ¿Una sillita para el coche? ¿Una bolsa de bebé? ¿Pañales?
¿Toallitas húmedas? ¿Una cuna móvil? Vamos a tenerlo. Mi camioneta
tiene una cabina para pasajeros, Darby. Podemos hacer que funcione.
⎯Eso es mucho tiempo a partir de ahora. Muchas cosas pueden
pasar entre el ahora y ese entonces.
⎯Eso espero ⎯le dije.
La mirada conmovida de su rostro fue el último hilo que se rompió
antes de que yo cayera. Era tan fácil hacer su noche, su día, su semana…
si ella quisiera que fuera su caballero de brillante armadura, o no, pero
sin dudas me hacía sentirme así.
⎯Estás haciendo muy difícil que tenga cuidado ⎯dijo.
⎯Bueno. Pensé que no hacíamos eso, de todas maneras. Pensé que
estábamos poniendo todo sobre la mesa. Terriblemente honestos y reales.
⎯Es más fácil decirlo qué hacerlo.
—Pero lo estoy haciendo.
⎯Está bien ⎯dijo dejando escapar una sonrisa para cubrir su
miedo.
Shawn trajo un plato redondo cubierto de finas rebanadas de carne
con trozos grandes y pedazos de pan. Nos señaló lo que era el queso, los
condimentos de alcaparras y la sal de lava.
⎯Gracias —dijo Darby, casi salivando encima del plato.
⎯Ve por ello ⎯animé, haciéndole un gesto hacia su plato.
Ella usó su tenedor para agarrar un pedazo de carne del plato y lo
colocó en el pan. Le dio una mordida y dijo⎯: Oh, por Dios, esto está muy
bueno.
⎯¿De verdad? ⎯pregunté agarrando un trozo para mí. Conseguí
un pedazo más grande de lo que pretendía, pero eso no me impidió
ponerlo sobre el pan y llevármelo a la boca. Darby tenía razón. Está
increíble⎯. Mierda.
Darby asintió, y soltó una risita mientras agarraba otro pedazo.
Arrasamos la carne, los camarones empanizados que trajo Shawn sobre
una tabla de madera, luego la salsa de frijoles, el ganso y finalmente las
mejillas de cerdo. Venían con unos bollos al vapor, una especie de salsa
de naranja, pimientos rojos rebanados, jengibre… como para hacer tu
propio mini sándwich. Solamente tocar los panecillos era tan divertido
que hizo que el comer las mejillas de cerdo valieran la pena.
Y al final, no estaba lleno, pero sí satisfecho, y Darby se veía tan
feliz que era difícil no estirarme cada segundo para poder tocarla.
Hablamos hasta que llegó el momento de pagar la cuenta y
retirarnos para ir al cine, donde nos acurrucamos en las sillas del cine
hasta que los créditos llegaron a su fin. Pensé en buscar otra excusa
cursi, como estacionarme en un camino de tierra y acostarnos en la parte
trasera de mi camioneta y mirar las estrellas, pero el humo del fuego
cubría el cielo.
Decidí que lo mejor era llevarla a su casa a descansar. Los círculos
debajo de sus ojos se ponían más oscuros a medida que avanzaba la
noche.
⎯Buenas noches ⎯me dijo Darby.
⎯¿Qué harás mañana? ¿Cuándo regreses de trabajar?
⎯Trabajo de domingo a jueves.
⎯Así que, ¿estás libre?
Asintió.
⎯¿Quieres hacer todo esto de nuevo? ⎯le pregunté.
A pesar de que estaba cansada, no pudo evitar que la sonrisa se
extendiera por su rostro. ⎯Sí quiero, pero hoy acabo de conseguir este
vestido, realmente no tengo otra cosa.
⎯Viste tu vestido de boda ⎯bromeé.
⎯Lo empeñé para comprar ropa de trabajo, zapatos, una mochila
y efectivo.
Me encogí de hombros. ⎯Es precioso para ti. Póntelo de nuevo. O
ponte tu ropa de trabajo. O tu pijama. Me gustará lo que sea, mientras
esté contigo.
⎯¿Y si mejor pedimos comida?
⎯Perfecto. Traeré pizza y a mí mismo aquí a las siente.
Se balanceó sobre las puntas de sus pies por un segundo. ⎯Sí,
suena perfecto. ⎯Se mordió el labio, y eso fue todo para mí. Tuve que
besarla.
Se apoyó voluntariamente en mis brazos cuando los pasé a su
alrededor y se rio contra mis labios cuando la apreté contra mí. La besé
lentamente, acercándola aún más. Ella podría haberme dejado tenerla
allí toda la noche, pero sabía que estaba cansada.
⎯Mañana ⎯le dije⎯. ¿Y tal vez el sábado por la noche?
⎯Tal vez ⎯respondió abriendo la puerta de su habitación.
Me vio hasta que la puerta estaba totalmente cerrada, y crucé mis
manos en la cabeza, suspirando. Sonreí, luego subí las escaleras hacia
mi habitación de dos en dos, preguntándome cómo demonios iba a ser
capaz de dormir y mantener mi trasero quieto cuando sabía que ella se
encontraba tan cerca.
Pero lo haría. Teníamos tiempo. Darby no se negó cuando le
mencioné los planes para el próximo año. Me deje caer en mi cama,
viendo al techo, pensando en un viaje por la carretera con un bebé. Me
sentía emocionado en lugar de asustado. La curiosidad llenó todos mis
pensamientos en lugar del miedo. Para un chico que nunca quiso niños,
no podía entender mi falta de inseguridad. Supongo que mi padre tenía
razón en una cosa: Cuando sabes, lo sabes, y sabía en el segundo en que
vi a Darby Cooke. Fue eso del amor a primera vista, que hasta ese
momento podría haber dicho que era una tontería. Pero desde ese
instante, ella fue el centro de mi universo, y quedaba mucho más por
conocer. Fue asombroso como aterrador, y tan simple y complicado. Sin
embargo, tomé la decisión en ese momento, observando el techo de mi
habitación número doscientos uno del hotel Colorado Springs, de que
esperaría hasta ese entonces.

***

Los fideos se arremolinaban alrededor de mi tenedor como una boa


constrictora, apretando el metal mientras lo retorcía en mi mano. Los
inevitables pensamientos de clavar un cuchillo en la suave carne del
abdomen de un viejo enemigo resplandecían en mi mente. Cerré los ojos
con fuerza, reemplazando el pensamiento con la sensación del cabello
largo y suave de Darby en mis dedos, sujetándolo suavemente mientras
ella vaciaba el contenido de su estómago en el inodoro por tercera vez esa
semana.
Las náuseas de Darby estaban disminuyendo, pero a veces un olor
le sentaba mal, y no importaba la frecuencia con la que comía, las
náuseas la golpeaban tan fuerte que no tenía más remedio que hallar el
cubo de basura o el inodoro más cercano. Esa mañana en particular,
justo después de que saliera del trabajo, llegó un grupo de hotshots, y el
hedor en sus ropas era diferente esta vez. El fuego había alcanzado a una
manada de ganado, y la carne quemada era demasiado para la nariz
sensible de Darby.
—¿Dónde estás? —preguntó Naomi. Nos hacíamos esa pregunta a
menudo, cuando veíamos que uno de los miembros de nuestro equipo se
perdía en un pensamiento o en un recuerdo. La mayor parte del tiempo
nos encontrábamos atrapados en una pesadilla, congelados en un
momento en el que queríamos todo menos recordar. Lentamente
comenzaba a reemplazar mis oscuros recuerdos con pensamientos de
Darby.
⎯Estuve en Sudán. Ahora mismo, estoy en el hotel. En el baño de
Darby.
Mi equipo intercambió miradas. Sloan y Martinez se rieron como
niños.
Fruncí el ceño. ⎯Le sujetaba el pelo. Estaba enferma.
⎯¿Un virus? ⎯dijo Harbinger⎯. Mis hijos tuvieron eso hace un par
de semanas. Está dando vueltas.
⎯No ⎯dije, moviendo la cabeza. Naomi me miró desde abajo de sus
cejas, preguntándome silenciosamente si quería abrir esa lata, e
instantáneamente me arrepentí de responder tan rápido.
⎯¿Intoxicación alimentaria? ⎯preguntó Martinez.
Le entrecerré los ojos y levantó las manos. —¡No estaba siendo un
sabelotodo! —dijo—. ¡Hablo en serio! Soy un maldito médico, lo sabes.
⎯Lo sé ⎯dije, centrándome de nuevo en mi comida. Nunca le había
mentido a mi equipo, y no quería empezar. Eventualmente se enterarían
del embarazo de Darby; no tenía sentido inventar una historia.
⎯Así que estaba vomitando y no es una intoxicación alimentaria
ni un virus ⎯dijo Martinez⎯. ¿Está embarazada o algo así? ⎯Se rio.
Cuando no contesté, los ojos de Sloan se agrandaron. ⎯¡T-Rex! ¡No
perdiste el tiempo!
⎯Ocúpate de tus asuntos, Sloan ⎯advirtió Kitsch.
Harbinger se aclaró la garganta, se rascó la nariz y miró hacia
abajo. ⎯Lo conoces mejor que eso, Sloan. Vamos.
Las cejas de Sloan se elevaron. ⎯Amigo, ¿estás tratando de quedar
atrapado? ¿Tienes a alguien excesivamente pegajosa en tus manos?
Fruncí el ceño. ⎯No. No dijo que fuera mío. Ella no es así.
⎯Entonces, ¿está embarazada? ⎯preguntó Martinez.
Miré a Naomi, que ya tenía una mirada de “te lo dije” en la cara.
Tiré el tenedor en el cuenco. ⎯Maldita sea, chicos. No es asunto suyo.
⎯Oh, mierda ⎯dijo Sloan. La mesa se quedó en silencio.
—¿Estás seguro de esto? ⎯dijo Harbinger⎯. Una madre soltera no
es algo que consideres a medias, Trex.
⎯Es madre. No está soltera ⎯le dije.
Naomi levantó una ceja. ⎯Por eso has estado tan exigente
buscando un lugar de repente. Supongo que se está poniendo serio.
Me encontré con la mirada de todos y luego me eché a reír. —Me
gusta mucho. Ella es asombrosa.
⎯¿Estás seguro de que no es porque necesita que la salven?
⎯preguntó Naomi.
Fruncí el ceño. ⎯Estoy seguro.
⎯¿Qué tiene de asombrosa? ⎯preguntó Sloan.
⎯Por un lado, es jodidamente valiente. Estaba a minutos de
casarse con ese imbécil de su ex. Se alejó, sin la ayuda de nadie. ¿Saben
que apareció en Springs con su vestido de novia? Apenas con algo de
dinero, ni ropa, ni nada. Eso requiere pelotas, hombre. Es divertida,
dulce, preciosa... nos sentimos atraídos el uno por el otro. ¿Necesita una
maestría? ¿Horas registradas en el Cuerpo de Paz? ¿Qué constituye lo
asombroso en estos días?
Naomi se encogió de hombros. ⎯Me alegra oírte decirlo. Y me alegro
por ti. Solo... ¿vas a ser el padre de alguien? ¿Allí es donde se dirige esto?
Y no digas que no lo sabes. Esto es definitivamente algo que deberías
saber.
⎯¡Lo sé! ⎯gruñí. Suspiré⎯. Lo sé.
⎯¿Deberíamos comprar cigarros? ⎯preguntó Sloan, mirando a su
alrededor—. Creo que deberíamos salir con T-Rex y celebrarlo.
⎯Esta noche no puedo. Tengo planes ⎯dijo Naomi rápidamente.
⎯¿Con quién? ⎯preguntó Martinez.
⎯¡Atención! ⎯exclamó Saunders. Nos paramos mientras que el
General Tallis entraba, seguido de cerca por Bianca. Miró la comida, y
luego a nosotros, antes de acercarse a la mesa.
⎯Es día de pasta, señor ⎯dijo Bianca.
Asintió. ⎯¿Disfrutando la pasta?
Mi equipo intercambió miradas y asintió al general.
⎯¿Cómo ha sido tu primer mes?
⎯Sin incidentes... señor ⎯le dije.
⎯Oí que encontraste el camino a Echo. Como hablamos, es un área
restringida.
⎯Nos gusta ser meticulosos al hacer las rondas, General ⎯le
dije⎯. Eso incluye revisar todo el pasillo, hasta las puertas blindadas. El
equipo de seguridad del otro lado ha dejado de orinarse cada vez que nos
ven venir.
Martinez soltó una carcajada, pero el general no encontró humor
en mi comentario. ⎯Abrams.
—¿Señor? —dijo Naomi.
—Has completado oficialmente una sexta parte de tu período de
prueba. Felicitaciones.
⎯Gracias —dijo ella, insegura. Buscó en mi expresión una pista,
pero mantuve mi cara impasible. El general, por la razón que sea,
intentaba desestabilizar a mi equipo.
Sin decir una palabra más, el general se giró y abandonó la
habitación, junto a Bianca. Cerré los ojos, esperando la ira de Naomi.
Ella agarró mi camisa por el cuello. ⎯¿De qué diablos está
hablando, Trex?
Abrí los ojos y miré directamente a mi amiga. Incluso cuando tu
gente tiene razón, tienen que saber cuál es su lugar. ⎯Suéltame,
teniente. Ahora.
Me soltó, sorprendida por su propia reacción. No le gustaba perder
el control más de lo que le gustaba ser sorprendida. ⎯Perdón, señor.
Me enderecé la camisa. ⎯Para que conste, protesté. No les gustó
tu historial, Nomes ⎯expliqué⎯. Eso es a todo lo que se reduce. No tiene
nada que ver con que seas una mujer.
Gruñó. —Mi historial es impecable.
⎯Tu historial liderando una de las compañías de milicia más
grandes de tu padre, y el hecho de que te uniste después de la caída de
Matt.
⎯Tiene sentido, Naomi ⎯dijo Harbinger⎯. Todos sabíamos que tu
historia con la milicia sería un problema en todo momento. Este es solo
uno de ellos. Ignóralo.
Naomi tiró su bandeja sobre el mostrador y frunció el ceño. ⎯Algo
no está bien, Trex. Puedo olerlo.
Suspiré. La omisión ahora estaría demasiado cerca de una mentira.
⎯Nomes, estás a salvo. No pueden despedirte.
Entrecerró los ojos. ⎯¿Qué quieres decir?
Dudé y decidí decirlo. ⎯Todos fuimos traídos aquí por ti.
Le llevó unos segundos averiguarlo. Palideció. —Peter.
⎯¿El senador joven? ⎯preguntó Harbinger.
Naomi metió las manos en los bolsillos. ⎯Sabía que él... siente algo
por mí. Siempre ha sido así, pero incluso cuando lo vi... no pensé que
llegaría tan lejos... ⎯Me miró⎯. Dime que no lo hizo.
⎯Lo hizo.
⎯¿Qué cosa? ⎯preguntó Martinez.
Naomi pasó de insegura a enojada. ⎯¿Él nos trajo aquí? ¿A todo el
equipo? No tiene sentido, Trex. Ni siquiera ha intentado hablar conmigo.
⎯Espera. ¿Qué? ⎯dijo Harbinger⎯. ¿Ese vándalo es la razón por
la que nos trajeron aquí? ¿Por qué está enamorado de Naomi?
⎯Desde que éramos niños ⎯confesó con un suspiro⎯. Lo conocí
cuando su padre estaba en conversaciones con el mío. Ambos son
congresistas de Arizona.
⎯¿Qué pasará cuando se dé cuenta de que a ella no le gusta?
⎯preguntó Martinez⎯. ¿Estamos fuera?
⎯Lo sabe ⎯dijo Naomi.
Seis semanas antes, no me hubiera importado, pero ahora tenía
una razón para quedarme en Colorado Springs. ⎯Si él lo sabe, ¿por qué
movió tantos hilos para traernos aquí?
⎯Me sacó de un contrato de trabajo ⎯dijo ella⎯. No estaba
contento cuando fui desplegada. Me advirtió que me pondría detrás de
un escritorio.
⎯¿Por qué no lo hizo? ⎯preguntó Harbinger.
⎯Amenacé con paralizarlo permanentemente, y él sabía que lo
decía en serio ⎯dijo Naomi con voz fría⎯. Voy a hablar con él. ⎯Se subió
la cremallera de su chaleco y dio un paso antes de que le agarrara el
brazo.
⎯Espera. Vamos a pensarlo bien. ¿Quieres irte? ⎯Miré a
Harbinger⎯. ¿Lo quiere tu esposa? ¿Tus hijos?
⎯Los niños no estaban emocionados al principio, pero ya les está
gustando. Fuimos al Jardín de los Dioses el fin de semana. Les encantó.
Naomi frunció el ceño. ⎯Así que... dejamos que se salga con la
suya.
⎯Estamos asentados, Nomes ⎯expliqué⎯. Tuvimos una opción.
Ganamos seis cifras al año, la mejor paga que hayamos tenido, y es un
trabajo diurno. Harbinger puede ir a casa con su familia todas las noches;
ahora todos podemos tener vidas.
⎯Y que te enamores de una nativa no tiene nada que ver con esto,
supongo. ⎯Naomi sonrió con suficiencia.
⎯¿Qué importa eso? Ya está hecho. Y ya veo por qué estás enojada
que puso todo esto por ti, y si se convierte en un problema, puedes
apostar tu culo a que lo arreglaremos.
⎯Estoy más enojada porque lo sabías ⎯dijo⎯. No nos ocultamos
nada el uno al otro. Nunca.
⎯Tienes razón. No debería habértelo ocultado. A ninguno de
ustedes. Así no es como trabajamos. Sabía que no era así.
⎯¿El general lo sabe? ⎯preguntó.
⎯Él me informó. Y no está contento de que tu acosador cambie las
cosas en sus instalaciones. Supongo que esa es otra razón para tu
período de prueba: mantener a Bennett alerta.
⎯Muy bien. Se acabó el descanso, vamos a movernos ⎯dijo Kitsch.
Le di una palmadita a Naomi en el hombro. ⎯¿Quieres joder con el
equipo de Echo otra vez?
Sonrió. ⎯Es la mejor parte de mi día.
Les asigné tareas a todos los demás, y Naomi me siguió hasta la
boca del corredor Delta. Miré hacia el techo, la humedad que se
acumulaba en las tuberías y líneas eléctricas, goteando de forma
intermitente. Si el agua no nos golpeaba, caía a través de la rejilla
metálica que usamos como camino por el corredor de Delta hasta Echo.
El hedor a moho se hacía más espeso a cada paso, cuanto más nos
adentrábamos en Delta hacia Echo.
⎯Tengo que decirlo, Trex. Darby y tú, es rápido para cualquiera,
pero especialmente para ti. Nunca te enamoras tan rápido de nadie. Ni
siquiera de Laura, y pensé que ustedes dos se casarían ⎯dijo Naomi.
⎯Exactamente. Mi duda con ella fue acertada. Se casó con Brad,
¿recuerdas? No hay vacilación esta vez.
Naomi casi se ahogó. ⎯¿Qué? ¿Ya estás pensando a largo plazo?
Trex ⎯protestó.
⎯Se dirige hacia allá. Ni siquiera me avergüenza admitirlo. Es ella,
Nomes, lo sé. Tuvimos nuestra primera cita la semana pasada. Hemos
pasado todas las noches juntos desde entonces. Sería más si no trabajara
de once de la noche a siete de la mañana.
⎯Bueno, bueno... supongo que también le gustas.
⎯Dios, eso espero. Esto es todo lo que me perdí con Laura.
⎯Iba a preguntar por qué era diferente.
⎯Es solo que es mejor. Mucho mejor.
⎯¿Por el sexo?
⎯Aún no hemos llegado a eso.
⎯¿Qué? ¿Te estás enamorando de esta chica y todavía no te has
acostado con ella? Debe tener algún tipo de hechizo sobre ti.
⎯No, y no puedo explicarlo. No puedo esperar a volver al hotel para
verla. Quiero pasar cada segundo con ella. Invento excusas para visitarla
en el trabajo. Trabaja de noche y tengo que forzarme a ir a la cama en vez
de salir con ella.
⎯Eso explica por qué has estado tan cansado últimamente.
⎯Sabes, con Val, ella tenía todo eso de seguir casada, y yo no
quería nada de eso.
⎯Y ahora te estás acercando a la velocidad de más de cien
kilómetros por hora a ser papá y eso está bien. Debe ser amor.
Por más loco que sonara, no lo negué. Nos acercamos a las puertas
blindadas al final del pasillo de Echo y, como de costumbre, las luces
amarillas empezaron a girar y sonó una alarma baja. La seguridad del
otro lado estaba en formación, apuntando con sus rifles a la puerta,
aunque solo podíamos saberlo mirando la pantalla.
⎯Aléjate de las puertas, Trexler ⎯dijo el oficial de guardia a través
del altavoz.
⎯¿Nos extrañaste? ⎯le pregunté.
⎯Tienes diez segundos ⎯dijo.
Naomi trató de no sonreír, pero fracasó. ⎯Esperas esto todos los
días. Admítelo.
⎯Cinco segundos ⎯dijo, sin gracia.
⎯¿No es ese...? —empezó ella.
El doctor DuPont y el doctor Philpot estaban de pie a cincuenta
yardas detrás del equipo de seguridad, en una acalorada discusión.
⎯Sí, pero deberíamos movernos ⎯le dije.
Hicimos un amplio giro en U, y caminamos en la otra dirección,
nuestras botas chocando contra el suelo metálico.
⎯Son tan irritables ⎯dijo Naomi riendo.
⎯Espero que el general nunca nos pida que tomemos su lugar.
Odiaría estar tan enojado todo el tiempo.
⎯O atrapada ahí ⎯dijo, mirando por encima de su hombro⎯. ¿Se
van alguna vez?
⎯No lo sé. Por su bien, eso espero. Si los médicos entran y salen,
deben hacerlo ellos también.
⎯Jefe, adelante ⎯dijo Kitsch a través del comunicador.
⎯Adelante ⎯dije.
⎯Tenemos cosas raras en el lado sur.
⎯¿Estás en el exterior? ⎯pregunté, confundido.
—Rondas completadas. Vi algo en la cámara. Debería venir a ver
esto, señor.
Me encontré con la mirada de Naomi. ⎯En camino.
Traducido por Dakya & Anna Karol
Corregido por Beatrix

Darby
Por primera vez en semanas, mi cuerpo no luchaba contra mí a
cada paso, y no tenía ganas de vomitar en cualquier momento lo que
tuviera en mi estómago en ese instante. Mi energía había regresado, y
también mi apetito.
La sensación de que un alienígena se apoderó de mi cuerpo empezó
a desaparecer. Eso, por supuesto, trajo nuevas preocupaciones, así que
me alegré de que los Servicios de Salud pudieran ayudarme y pudiera
hacer una cita con el Dr. Park justo cuando comenzaba a preocuparme
por Frijolito.
Me senté en la sala de espera, viendo actualizaciones sobre el fuego
desplazándose por la parte inferior de la pantalla del televisor. Completé
una docena de formularios, pisé una báscula y oriné en una taza, ahora
todo lo que tenía que hacer era esperar. No era una principiante en la
oficina del ginecólogo, estaba acostumbrada a ver la mezcla de mujeres
muy embarazadas, miserables o desagradablemente feliz —no había
punto medio—, unos pocos niños jugando o peleando por los juguetes en
el piso, una abuela parlanchina, y un puñado de mujeres como yo, que
acudían por un chequeo anual, una infertilidad, o simplemente todavía
no se presentaban. La mayoría de los esposos parecían incómodos, pero
siempre había uno que las apoyaba de más. Y, por supuesto, el dúo de
madre e hija, tratando de no hablarse entre sí en tanto esperan la primera
cita de la adolescente con la ginecóloga, ambas muy nerviosas.
Una enfermera en bata de color lila salió. —Darby —dijo ella. Sus
mejillas llenas se redondearon cuando sonrió. Me puse de pie, con un
aspecto muy poco embarazada y soltera, rodeada de mujeres con la piel
apenas ajustada sobre sus membranas perfectamente redondas, sus
narices y tobillos hinchados, las manos de sus maridos sobre los bebés
que habían ayudado a crear.
—Hola, soy Shannon —saludó la enfermera, cerrando la puerta
detrás de nosotras. Sus rizos bañados por el sol flotaban justo sobre sus
hombros, sus curvas llenando su bata. Tenía anillos de plata en sus ocho
dedos, un diamante diminuto en el pliegue de su nariz, y un bronceado
que alardeaba que cualquier tiempo libre lo pasaba en el sol de verano de
Colorado—. Estarás en la habitación dos, segunda puerta a tu izquierda.
Entré en la habitación y decidí en el momento dónde sentarme. El
papel de cera colocado sobre la mesa por razones sanitarias hizo un
sonido que para mí era peor que uñas en una pizarra. Así que pasé la
mesa y me senté en la silla.
—Hola, Darby. Es un placer conocerte —dijo Shannon, de pie junto
a una tableta en un soporte. Lo tocó un par de veces y luego me sonrió—
. El laboratorio lo confirma. Estás embarazada. Felicidades.
—Gracias.
—¿Recuerdas el primer día de tu último período?
—Uh… seis de mayo.
Tocó la pantalla unas cuantas veces más. —De acuerdo, parece que
nacerá el primero de febrero.
Sonreí y asentí, sin saber qué más decir.
—¿Alguna pregunta o preocupación? —preguntó, deslizando un
clip pequeño en mi dedo y un manguito de presión arterial sobre mi
brazo.
—Me he estado sintiendo mucho mejor. Las náuseas, los mareos y
los vómitos cesaron por fin. Solo quiero asegurarme de que todo esté bien.
—¿Las náuseas matutinas fueron muy intensas? —preguntó.
—No fue divertido.
—Lo siento mucho. Si tienes algún problema de nuevo, no dudes
en llamar. Incluso si no podemos vernos de inmediato, el médico puede
recetarte algo para ayudar. Te recibimos hoy por las cancelaciones de las
vacaciones… ayer fue cuatro y todo eso.
—Lo agradezco.
—¿Hiciste algo divertido a pesar de la prohibición de fuegos
artificiales?
—Pasé la noche con un amigo.
—¡Eso suena divertido! ¿Todo está bien en casa? ¿Te sientes
insegura? ¿Estresada? ¿Estás comiendo bien? No veo drogas ni alcohol.
No fumas…
Revisaba la lista de cosas que respondí en la documentación, a
veces hablando sola, algunas veces haciéndome preguntas. No estaba
segura de si mezcló las preguntas difíciles con las fáciles para hacerme
equivocar o si era típico.
—Me siento a salvo. Estoy un poco estresada. Me mudé aquí, pero
trabajo en el Hotel Colorado Springs, y vivo allí también. Mi jefe es muy
bueno, pero no sabe que estoy embarazada. Me gustaría mantenerlo así
por un tiempo. Solo intento comenzar mi atención prenatal, y descubrir
cómo pagar todo es un poco estresante. No tengo auto, pero no es nada
que no pueda manejar.
Shannon parpadeó. —¿Te mudaste aquí sola?
Asentí.
—¿De dónde? ¿Escucho un acento de Texas?
—Sí, señora.
—¿Dónde está el padre?
—En Texas. Él tampoco lo sabe. No me sentía segura allí.
—¿Pero ahora sí?
—Sí.
Sonrió. —¡Estupendo! La doctora Park llegará en breve.
Shannon arrojó un gel sobre una servilleta en una bandeja de
plata, y luego me dejó sola.
Golpeé las uñas en los brazos de madera de la silla en la que me
encontraba sentada, mirando alrededor de la habitación.
—¡Buenas tardes! —dijo la doctora Park, entrando. Tenía su pelo
rubio recogido en un moño bajo, sus gafas estaban bajas sobre su nariz.
Se sentó en un taburete rodante, su bata de laboratorio blanca sobre un
par de pantalones grises claros y una blusa blanca—. Las constantes
vitales se ven bien. Los análisis se ven bien. He oído que has tenido
vómitos. Eso no es divertido. Pero, ¿te sientes mejor?
—Um... sí. Los últimos días han sido buenos.
—Shannon me dice que te mudaste aquí desde Texas, y que tal vez
no estabas en la mejor situación antes.
—Correcto. Pero ahora estoy bien aquí.
—Pero sin familia. ¿No hay contacto de emergencia? Y no tienes
transporte, ¿correcto?
—No.
—Está bien, es bueno saberlo. Tendremos que hacer un plan
juntas cuando estemos más cerca de —Verificó la tabla—, febrero.
¿Puedes sentarte en la mesa? ¿Alguna alergia? ¿Látex?
—No. Ninguna. —Subí, y me advirtió antes de inclinar el asiento
hacia atrás.
—Vamos a echar un vistazo, ¿sí? ¿A ver lo que encontramos? —
dijo. La forma en que hizo muchas preguntas a la vez me hizo sentir más
abrumada por el momento—. Es un poco pronto, pero podemos
intentarlo.
—¿Vamos a ver al bebé? —pregunté, sorprendida.
—¿Está bien? ¿Puedes levantar tu camisa para mí?
—Sí, simplemente no esperaba eso, supongo.
Metió una servilleta en mis vaqueros y echó gel en mi estómago. —
Solo voy a echar un chorrito aquí, y… —Puso la cosa que parecía un
micrófono en su mano con el gel, y extendió alrededor de lo que había
puesto en mi estómago, luego se detuvo junto a mi hueso pélvico,
presionando hacia abajo—. Hola, bebé —dijo, sonriendo al monitor. Era
blanco y negro, y no se veía mucho. Me señaló el saco, mostrándome el
granito de arroz que era mi Frijolito. Mis ojos se llenaron de lágrimas
mientras medía y tomaba datos, arrullando a Frijolito como si ya
estuviera aquí.
—¿Es eso…?
—El latido del corazón. Agradable y fuerte. —Retiró la sonda y me
limpió el estómago con un trapo blanco limpio, dejándome que acabara.
Solo así, Frijolito se había ido.
—¿Todo está bien? —le pregunté.
—Todo se ve maravilloso. Te quedan unas semanas de tu primer
trimestre, luego pasamos a cosas mejores como sentir al bebé moverse
por primera vez, verlo, la ropa de maternidad. ¡Algo muy emocionante!
¿Has comenzado a tomar vitaminas prenatales? Tienen algunos muy
buenos de venta libre. Pueden hacer que sientas náuseas otra vez, así
que solo intenta con eso. Intenta tomarlos justo antes de irte a la cama,
o tal vez después de una comida... todos son diferentes. Encontraremos
algo que funcione para ti. Es importante encontrar algo con ácido fólico.
Asentí. Mi cerebro se sentía lleno, y comencé a tener dolor de
cabeza.
La doctora Park se rio. —Te lo escribiré todo, sin preocupaciones.
¿Quieres una foto?
—¿Una…?
—Copia de lo que hay en la pantalla —explicó.
—Um… ¿sí?
Presionó algunos botones, y una serie de imágenes comenzó a
derramarse desde la máquina de ultrasonido. La doctora Park se quitó
los guantes, los arrojó a la basura y se levantó.
—Bueno. Ya estás lista. Te veremos dentro de cuatro semanas. —
Arrancó las fotos y me las dio.
Cerró la puerta detrás de ella justo cuando le di las gracias. Me
quedé sola en la habitación, luego bajé la mirada y limpié con cuidado el
gel restante de mi estómago. La luz fluorescente de arriba destelló en las
imágenes en mi mano, atrapando mi atención. Lo que se suponía que era
mi bebé parecía un desastre de blanco y negro. Realmente no vi nada.
Puse las fotos en mi bolsillo trasero, me despedí de Shannon y salí a la
recepción con Michelle.
—¡Nos vemos el próximo mes! —dijo Michelle con una sonrisa
brillante.
El camino de regreso a casa fue caluroso y se sintió como si hubiera
tomado más tiempo que llegar al consultorio de la doctora Park. El viento
soplaba el humo hacia la ciudad, y sentía la garganta seca y áspera.
Cuando llegué al hotel, tosía y fui directamente al bar a tomar un vaso
de agua.
—¿Darby? —dijo Stavros—. ¿Como te sientes?
—Genial —dije, aclarándome la garganta.
—Qué bien, porque Tilde tuvo que irse temprano. Maya la está
cubriendo, pero ya ha trabajado cuarenta horas esta semana. ¿Puedes
venir temprano? O sea... ¿muy pronto?
—Puedo —dije.
—Te ves bien —comentó Zeke con una sonrisa.
—Gracias —le dije, usando la pistola para verter agua fría en un
vaso. Me aclaré la garganta.
—Lo sé. El humo es malo hoy. Los vientos cambiaron. Dijeron que
podría suceder. Me alegro de que estuvieran preparados.
—Yo también. ¿Cuándo vuelves a salir? —Tomé un trago, sintiendo
que el líquido frío extinguía la sensación de ardor en mi garganta.
—Dicen que mañana por la mañana.
Fruncí el ceño. —Bueno, ten cuidado, ¿de acuerdo?
Sonrió. —Siempre lo tengo.
—¿Dónde has estado últimamente? No te he visto por aquí.
Zeke sonrió. —Haciendo cosas. Igual que tú.
—¿Igual que yo? —Sonreí—. Trex está más ocupado de lo que
pensaba.
Se rio entre dientes. —Trex no.
—¿Una chica? —le pregunté. Cuando Zeke no ofreció nada más,
insistí—. ¿Oh en serio? ¿Dónde la conociste?
—Fuera, una noche.
—Tan misterioso —bromeé, tomando un trago—. ¿Es agradable?
—Ella es todo —dijo Zeke.
—Bueno. No mereces nada menos.
Tenía esa mirada modesta que me conquistó tantas veces. Pero
Zeke era genuino. Me alegré de que la chica misteriosa estuviera
poniendo una sonrisa en su rostro, y me di cuenta de que Trex había
tenido la misma.
—Gracias —dijo Zeke—. Entonces, ¿te estás sintiendo mejor?
Parece que sí.
—Así es.
—Todavía me siento mal… por el bar. Trex tenía razón, no debería
haberte llevado allí.
Stavros se acercó, enderezando su corbata antes de comenzar a
limpiar detrás de la barra.
—¿Ya comiste?
—Sí. —Me reí entre dientes—. Todo el mundo actúa como si fuera
a morir si no como.
—No, solo vomitas por todo mi vestíbulo —bromeó. Asintió a Zeke—
. ¿Qué están haciendo, niños?
—Relajándonos antes de la cena —contestó Zeke—. Me voy a la
cama temprano esta noche. Nos dijeron que probablemente saldremos
mañana.
—No te ves tan feliz con eso —dijo Stavros.
—Acaba de conocer a una chica misteriosa. Apuesto a que dejarla
durante diez días le molesta —le conté.
—Darby, maldición —dijo. Intentó, sin éxito, parecer molesto.
—Chica misteriosa. Suena intrigante —comentó Stavros.
—No hablo de eso —aseguró Zeke.
—¿Hablaste de eso con Darby, pero no puedes hablar de eso con
tu barman? Eso no está bien.
—No lo hice —dijo Zeke, señalándome—. No hablé de ella con
Darby.
—Es cierto, no sé mucho —dije.
—Bueno, me preguntaba —empezó Stavros.
—¿Qué? —preguntó Zeke.
—Tienes una nueva distracción. Eso explica cómo superaste tan
rápido que Darby no estuviera interesada en una relación de ningún tipo,
y luego llegó Trexler y ella estuvo de acuerdo.
Mi boca se abrió, y Zeke se bajó la gorra de béisbol sobre la frente.
—No sé nada de eso.
Stavros estaba más que satisfecho consigo mismo, casi aturdido.
—Lo admito. Me gusta el drama. —Su sonrisa desapareció y se puso
serio—. Pero no chismeo. El chisme no es verdad.
Fruncí el ceño. —Me voy a preparar para el trabajo.
—Qué tengas un buen día, cariño —me dijo Stavros.
—¡No hablo contigo! —grité, corriendo a mi habitación.
Saqué las fotos de mi bolsillo trasero y las coloqué en la mesita de
noche, luego me dirigí lentamente a la ducha, para lavar los restos de gel
secos de mi estómago y el sudor de la caminata a casa. Me pregunté qué
estaría haciendo Trex, y si también pensó en mí durante el día. Pasamos
tanto tiempo juntos esa semana, que era como si hubiéramos estado
juntos el doble. Sin juegos, sin preguntarse si le caía bien, sin
preguntarse en qué tipo de estado de ánimo estaría. Trex escuchó, tuvo
muchas historias geniales y todavía había mucho que aprender el uno
del otro. Fue tan refrescante que casi me hizo echar de menos tener un
teléfono celular para poder enviarle mensajes de texto durante el día.
Casi. Liberarme de mi teléfono fue la mejor decisión que tomé en mucho
tiempo.
Me vestí y jugué con el maquillaje que Maya me dio, me recogí el
pelo en un moño, me puse la camisa y los pantalones recién planchados
y me dirigí al pasillo. Un día, cuando pudiera pagar un departamento,
iba a extrañar conveniencia de caminar por el pasillo para ir a trabajar.
Saludé a Maya, y me sonrió. —Guau. Lo hiciste genial.
—Um... solía hacer concursos. Llevaba un montón de maquillaje
en ese entonces.
—Te ves como una supermodelo —dijo—. ¿No te encanta?
—Es divertido cuando no tienes que hacerlo.
Revisé una fila de hotshots, y entre descansos conversé con Zeke,
Watts, Sugar, Kasen y Sweets, hotshots de otros dos equipos. Estaban
zumbando a mi alrededor, pareciendo intrigados por los productos en mi
cara.
—Hola —dijo un hombre con un marcado acento australiano. Se
alzó sobre mí, al igual que el otro hombre rubio de ojos oceánicos que lo
acompañaba. Se hallaban con Maddox—. Vamos a registrarnos, cariño.
Deberíamos tener una habitación reservada.
—¿Nombre? —le pregunté.
—Liam Walker. A menos que esté bajo el nombre de este tipo.
En tanto que registraba a los hombres, otro de la parte de atrás
rompió algo lo suficientemente fuerte como para que yo lo escuchara.
—Está bien, no tenemos todo el día —anunció Maddox.
—Hola, Taylor —dije—. ¿Todo bien?
—Es Tyler —refunfuñó.
—¿Perdón?
Suspiró. —Soy Tyler. Sí, somos gemelos. Sí, somos idénticos. Sí, el
parecido es asombroso. Ha sido un largo día. ¿Puedo registrarme, por
favor?
—Es mi culpa, querida. Lo hice ponerse de mal humor durante el
viaje —contó Liam.
Tecleé el nombre de Tyler, tratando de mantener una sonrisa en mi
rostro. Estaba medio enojada, medio intimidada, y luego enojada por
sentirme intimidada. Tyler no era Shawn. No iba a acercarse al escritorio
y apretar mi cuello hasta que pudiera desmayarme. Pero, aun así, un
hombre que me hablaba tan bruscamente me ponía nerviosa.
—¿Solo una llave? —le pregunté.
—No, dos.
Su respuesta me dio una pausa. —Un adulto, ¿correcto?
Miró por encima del hombro a la mujer de cabello oscuro que se
hallaba a pocos pasos detrás de él. —No, está conmigo. Ellison Edson.
Toqué el ratón y lo moví. —La tengo en una habitación king,
reservada por... MountainEar Magazine.
Tyler miró por encima del hombro a Liam y Jack. Tenían una
conversación entre ellos, sin prestar atención. —Solo una habitación.
—¿Quieres que cancele su habitación? Tendré que confirmar con
ella.
—No… no. —Suspiró, frustrado—. A la mierda, no importa. Solo...
pon su habitación en mi tarjeta.
—Puedo hacerlo. —Procesé su tarjeta, creé su llave y la aparté—.
Solo necesito que firmes aquí para la tuya, y luego comenzaré la suya.
Para cuando terminó de firmar, ya pasaba su tarjeta de nuevo.
Suspiró por segunda vez, y se inclinó más cerca.
Traté de no inclinarme hacia atrás, así que contuve la respiración
y me quedé quieta.
—¿Puedes asegurarte de que tenga una buena vista?
—Lo siento, señor Maddox, es nuestra última habitación. Es una
vista al estacionamiento, pero está en el tercer piso, y…
—Cristo, olvídalo.
Levanté una ceja. —Que tengas un mejor día… señor.
Tyler se encogió. Me di cuenta que se sintió mal, pero no iba a
perdonarlo hasta que se disculpara. Se giró para darle a Ellison la llave
de su habitación, y los vi conversar en voz baja durante unos segundos.
—Qué te jodan —dijo ella, arrebatándole la tarjeta de su mano.
Marchó hacia el ascensor, y Tyler la persiguió. Sin embargo, no llegó
antes de que las puertas se cerraran, y pareció aliviado cuando el
siguiente se abrió segundos después de presionar el botón.
Liam dio un paso adelante. —No es un mal tipo. Ellos son solo...
—Disfuncionales —dije.
—Más o menos.
—¿Va a estar bien? —le pregunté.
—¿Ellie? Mierda, sí. Le dará una golpiza.
—Es muy probable —dijo Jack, asintiendo.
Suspiré de alivio. —Bueno. Eso es bueno. Qué tengan una buena
noche, señores.
—Voy a tomar una cerveza. ¿Quieres una? —preguntó Liam.
—Estoy... trabajando —dije.
—Maldición —soltó Liam, mirando hacia la sala de reuniones. El
jefe de los Alpines, Chief, parecía infeliz. Liam golpeó a Jack en el
hombro—. Deberíamos ver qué está pasando.
Los hotshots del vestíbulo se dirigieron directamente a la sala de
reuniones, de pie detrás de Chief, mientras daba un discurso severo a los
jefes del Departamento Forestal. Me preguntaba por qué Trex no vino a
la reunión. Si Chief estaba perdiendo la paciencia, tal vez Trex se
encontraba en la cima. Eso me puso nerviosa. Saqué una pluma y una
libreta, dibujando el bosque. No estaba ardiendo; todos se encontraban
a salvo. Así es como me imagino a Trex.
—Hola —saludó Ellison, parada frente a mí.
Sonreí, alejando el bloc de notas.
—Eso es bastante bueno —dijo.
—Gracias. ¿Qué puedo hacer por ti?
Ellison colocó su tarjeta de crédito en la recepción. —¿Puedo
cambiar la tarjeta de mi habitación?
—Claro —admití, deslizando el rectángulo plateado del escritorio.
Hice clic varias veces en mi ratón, pasé la tarjeta—. ¿Para imprevistos,
también?
—Sí. Todo.
—De acuerdo —le dije, entregándole la tarjeta una vez que la
pantalla confirmó la aprobación. El recibo se imprimió, y lo puse frente a
ella—. Solo firma aquí.
Había algo en Ellison que la hacía agradable. Se negaba a aceptar
la mierda de nadie y parecía que le había estado diciendo a la gente que
no y soltando lo que tenía en mente desde su nacimiento. Envidiaba eso.
Su cabello corto y raído se hallaba libre de complicaciones, y no llevaba
mucho maquillaje, pero era deslumbrante. Exótica. Salvaje. Yo no era
ninguna de esas cosas.
—Gracias, Darby.
—No hay problema, MountainEar —dije. Iba a ser una broma, pero
me di cuenta de lo patético que fue en el momento en que Ellison ni
siquiera intentó reírse. Me dejó para ir a sentarse en el bar frente a
Stavros, sin preocuparse por hacerme sentir mejor por mi momento
socialmente incómodo. Esa era una libertad que nunca experimenté.
—Es muy sensual, esa de allí —confesó Jack, cruzando los brazos
y levantando la barbilla como si estuviera orgulloso de solo conocerla—.
Ya la hemos visto desnuda.
—¿Se acabó la reunión? —pregunté.
—No estamos invitados hasta dentro de quince minutos —contó
Liam, de pie con Zeke.
—Bonito lápiz labial —añadió Trex mientras se dirigía desde el
ascensor hasta la recepción.
Sonreí. Probé uno de los rojos que Maya me había dado. —Hola,
guapo. No te vi entrar.
—Bueno —dijo Zeke, saludando antes de dirigirse a la sala de
reuniones.
—Se llama Fly Girl. ¿Te gusta? —le pregunté.
—Me gustas tú —dijo, apoyando los codos en el escritorio—. ¿Te
llamaron temprano?
Asentí. —Te vas temprano.
—Pasé por un segundo. En mi camino de regreso. ¿Cómo ha sido
tu día?
—Tuve una cita. Salió bien.
—¿Una cita? O sea, con el...
—Obstetra —dije en voz baja.
—Oh. —Trex hizo una expresión extraña, una mezcla de sorpresa
y decepción.
—¿Qué es esa cara?
—Solamente pensé... no sé, creo que es estúpido pensar que me
invitarías.
—¿A mi cita?
—Bueno, sí.
Parecía avergonzado de admitirlo, pero una parte de mí lo creyó
entrañable. La otra, pensó en lo desastroso que podría ser. Imaginé a
Trex en el consultorio del médico conmigo, como todas las parejas que
esperaban en el vestíbulo. Cuanto más creciera mi barriga, más alivio
sentiría, pero tener que explicarle al médico quién era él tan pronto en mi
embarazo no era algo que estuviera dispuesta a hacer.
—Trex…
—Está bien. No tienes que explicar. Lo entiendo. Es raro.
—Es un poco extraño.
—Lo siento. No pretendo presionarte.
Me reí. —No lo haces. No me siento presionada.
—Bien —dijo, poniéndose de pie—. Tengo que volver al trabajo por
un rato. ¿Vas a salir temprano?
—No, estaré aquí hasta las siete de la mañana. No vas a subir a la
montaña, ¿verdad? —pregunté.
—Sí, pero no cerca del incendio.
Sonreí, aliviada. —Bueno.
Sus labios formaron una línea dura. —Ojalá no estuvieras en el
trabajo. Tengo un deseo incontrolable de besarte.
Me incliné, deteniéndome cerca de su boca. —Entonces, vuelve
pronto.
Gruñó, pero sonrió cuando giró sobre sus talones y atravesó las
puertas correderas. Miró a su alrededor antes de subir a su camioneta y
retroceder, su motor rugiendo mientras salía del estacionamiento.
Me dirigí a Stavros, tratando de fingir que ya no echaba de menos
a Trex.
—¿Aguantando allí? —le pregunté, apoyándome en la barra.
—Algunos de los hotshots no dan propina —refunfuñó—. Y, hasta
ahora, todos son heterosexuales.
—Ha sido así toda la semana —dije, descansando mi barbilla en mi
mano. Era esa hora del día en que me gustaría poder tomar cafeína. El
café o un refresco hubieran hecho que el resto de la noche fuera más
manejable. Ellison se apartó de mí y se inquietó—. ¿Estás bien?
—¿Quién era ese tipo que acaba de irse? —preguntó—. ¿El que te
habló antes de salir corriendo por la puerta?
—¿Trex? —pregunté, sintiendo que una sonrisa incontrolable se
extendía por mi boca. Me sorprendió que no lo conociera ya, entre ser
reportera de MountainEar Magazine, correr con los Alpines y salir con un
chico Maddox.
—Sí —dijo Ellison, moviéndose en el taburete. Reajustó las grandes
gafas de sol negras sobre su cabeza, haciendo que algunos mechones de
cabello oscuro asomaran en diferentes direcciones como un petardo
negro.
No estaba segura de cómo responder a eso, y sabiendo que era
periodista, solté lo primero que pude pensar: —Es un bombero que se
queda aquí hasta que se apague el fuego. Es como... algún tipo de equipo
especial. No es un hotshot ni un equipo de tierra. No habla de eso. —No
era técnicamente una mentira. No hablaba al respecto, y él era algo…
especial. Y buscaba una casa. Se mudaría cuando terminara el incendio.
Probablemente.
—¿Como el servicio secreto de bomberos? —preguntó Ellison.
Solté una risita. —Probablemente. Más de ese rango.
—Entonces, ¿no lo conoces? —preguntó.
Empezaba a preguntarme de qué se trataba su interés en Trex.
—Un poco.
—¿Solo un poco? —preguntó Stavros con una sonrisa.
—¿Y tú? —le pregunté a Ellison. Peiné con los dedos mi cola de
caballo, esperando que lo viera como una señal de que solo quería una
conversación informal. Era así, pero ahora me sentía un poco territorial.
Ellison era hermosa, salvaje y no estaba embarazada. Tenía el respeto de
los Alpines... tenía mucho a su favor. Si llevaba su atención hacia Trex,
no estaba segura de poder competir con eso. Sentí que mis ojos se
humedecían y aparté las lágrimas. Los vómitos y los mareos podrían
haber desaparecido, pero los cambios de humor seguían presentes de
forma odiosa—. Supongo que eres periodista, por tu tarjeta de crédito.
—Fotógrafa. Estoy siguiendo a los Alpines.
—Oh. Conocí a Taylor Maddox y Zeke Lund. Son amigos. Han
estado saliendo con Trex. —¿Tal vez mencionar que el gemelo de su novio
es amigo la detendrá? Me sentí como una chiquilla, pero Trex por fin fue
algo bueno en mi vida. Tenía que protegerlo.
—¿Sí? —preguntó Ellison, sorprendida.
—Sí, ha estado en su habitación casi todas las noches desde que
llegaron aquí.
—¿Cuánto tiempo lleva Trex aquí??
Stavros parecía sospechoso, y me alegré de no haber sido la única
que encontraba la línea de preguntas de Ellison... agresiva.
Me encogí de hombros. Algo me dijo que no respondiera más a sus
preguntas. —Dos semanas. —Más o menos—. Llegó aquí antes de que
comenzara el incendio. —Maldita sea, Darby, cállate.
Ellison frunció el ceño. —Eso es raro.
Sonreí, tratando de restarle importancia. —Tal vez no sea el servicio
secreto para incendios. Tal vez sea el vidente secreto para incendios.
Una familia entró al vestíbulo, luciendo acalorada y agotada.
Regresé a la recepción para recibirlos antes de que llegaran, agradecida
por la distracción. Estaba fallando en proteger cualquier cosa.
—Tenemos una reserva —dijo el padre—. El apellido es Snow. —
Los niños lloriqueaban y peleaban, la madre se encontraba demasiado
cansada para interceder. Escribí su nombre y me detuve cuando oí a
Ellison gritar al otro lado del vestíbulo.
—¡Maddox!
Taylor se alejaba de ella, parecía enojado. Ellison se volvió hacia
Stavros y él le sonrió.
Intenté hacer todo para que se registraran las Snow lo más rápido
posible, dándoles sus tarjetas y mostrándoles el ascensor como una
transición para dirigirme al bar.
—¿Todo está bien? —le pregunté.
Stavros puso otro trago frente a ella. —Ahora tiene vodka. Está
bien.
Una repentina colección de caminatas y traqueteos me llamó la
atención, y vi a los Alpines caminar por el vestíbulo desde el ascensor
hasta el estacionamiento, uniformados y con el equipo a mano. Esperé a
que Ellison se volteara, pero se tragó su bebida. Tyler ni siquiera se volvió
para mirar en su dirección.
—Vaya, está muy enojado —dijo Stavros—. Ni siquiera miró atrás.
—Stavros —lo regañé. Me senté al lado de Ellie—. Necesita
concentrarse. Estoy segura de que solo trata de mantener la cabeza fría.
—Seguramente —dijo Ellison, empujando su vaso hacia adelante.
No lo entregaba, pedía otro—. Ahorrémonos tiempo y hagamos que sea
un doble —dijo Ellison.
—La chica puede beber —comentó Stavros, impresionado.
—¿Esto es por Maddox? —le pregunté.
—En realidad —dijo Ellie, tomando dos grandes tragos hasta que
el líquido transparente desapareció. Pasó el vaso vacío hacia Stavros—,
no es por Maddox. Esta es mi postura contra el patriarcado.
—Esto hará que se sienta mejor —dijo Stavros, sirviendo otro doble.
—Quiero decir, me gusta. Es un buen tipo. Pero seamos honestos.
Un saco de pelotas me llevaría al campamento de bomberos.
Stavros soltó una carcajada y me miró, completamente divertido.
—¿Eres originaria de East Park? —le pregunté.
—Mi familia tiene una casa allí.
—Lo sabía —dijo Stavros—. Ellison Edson. Estás relacionada con
la gente de Edson Tech, ¿verdad?
—Más o menos —dijo, tomando otro trago.
—¿Bebes así... a menudo? —le pregunté.
—Últimamente no. Tengo prisa por emborracharme antes de que
cambie de opinión. —Se apartó el pelo oscuro hacia atrás con los dedos
antes de cruzar los brazos sobre la barra. Bebió el próximo trago, luego
Stavros le hizo algo más... recreativo... para beber durante la siguiente
hora. Le advirtió que, si no bebía a sorbos, ya no le serviría más. Ella le
siguió el juego, hablando más de lo que bebía, pero en el momento en que
terminó su hora, pidió otro doble.
—Sigue siendo una mierda —dijo Ellison. Hablaba más despacio, y
yo estaba dividida entre desear que el licor la golpeara fuerte y rápido
para que se desmayara, o esperar que Stavros simplemente la frenara y
le diera de comer algo. Desafortunadamente, no venían al hotel muchas
mujeres que pudieran beber como Ellison, y él se entretuvo mucho.
—¿No crees que el que te hayan dejado tiene algo que ver con la
seguridad? —preguntó Stavros—. Puede que estés un poco sensible sobre
esto —le dijo.
—No, Juez Judy, no lo estoy. He estado viajando a todas partes con
los Alpines, incluida la maldita línea de fuego. Un incendio nunca es
seguro. Esto es un incendio político, y ¿no sería mala prensa para el
Departamento Forestal si la hija del CEO de Edson Tech estuviera frita?
De eso se trata, y es una mierda. Y... Tyler ni siquiera me defendió.
—Él dijo que sí. Todos lo hicieron —intervine. Me miró con mala
cara, y me di cuenta de que el alcohol ya empezaba a tener efecto.
—Claramente, no se esforzó lo suficiente —refunfuñó. Tomó una
bebida de tamaño normal, entrecerrando los ojos mientras se perdía en
sus pensamientos—. ¿Alguien sabe dónde están los límites del fuego?
Podría ponerme detrás y sacar fotos desde allí… al menos terminar con
algo.
—Bueno, estás borracha —dijo Stavros—, y esa es la primera razón
por la que es una mala idea. Segundo, podrías ser arrestada. En tercer
lugar, es peligroso.
—¿Que es peligroso es el tercero? —le pregunté.
—Cuarto… —continuó.
Ellison ya estaba aburrida con su lista. —He estado bebiendo desde
que tenía once años. Puedo beber más que seis hombres rusos grandes,
no es una analogía, en realidad lo he hecho.
—Lo creo —dijo Stavros, sirviéndole otro.
Le lancé una mirada, esperando que la interrumpiera pronto. Ella
bebía tan rápido que iba a desmayarse.
—El último por una hora —advirtió Stavros.
Ellison echó la cabeza hacia atrás y se tragó todo el doble de un
solo trago. —No he comido hoy. No te necesitaré en una hora. Se puso de
pie y golpeó con la mano el mostrador. Aún no se tambaleaba, pero pude
ver en sus ojos que sus pensamientos se encontraban nublados.
—Ellie —la llamé—, por favor, no intentes salir. No es seguro.
—Exactamente —dijo, poniéndose las gafas de sol.
Traducido por Umiangel
Corregido por Beatrix

Trex
—Trex. Necesito tu ayuda. —No podía creer las palabras que Tyler
Maddox me decía por teléfono.
—¿Qué pasó? —pregunté, todavía sentado en mi camioneta en el
estacionamiento del hotel. Estuve emocionado todo el viaje a casa por ver
a Darby, pero mi teléfono sonó justo cuando apagué el camión.
—Es Ellie. Tuvo una recaída y salió a la base de la montaña. Ella
se perdió...
—¿Qué recaída? —pregunté.
—¡Maldición, Trex! Es alcohólica. Bebió después de que los Alpines
se fueran... después de que la dejé allí... y deambuló por horas sobre una
montaña en llamas.
—¿Por qué? —pregunté, incrédulo. Ellison sonaba como un
desastre loco y complicado.
—Por lo general, es nuestra fotógrafa. Ella nos sigue por la
montaña. No pudo ir esta vez, se enojó, se fue de todos modos.
Finalmente la encontramos, la arrestaron, está sentada en una celda de
la cárcel del condado.
—Eso apesta, hombre. Lo siento. ¿Qué esperas que haga al
respecto?
—Eras FBI, ¿verdad? Entrar ahí y sacarla.
—No soy 007, Tyler. Tampoco soy un criminal. Eso es ilegal.
—No, quiero decir, habla con ellos para que la liberen.
—Tyler. No puedo.
—Maldición, claro que puedes. Y lo harás.
—No tengo tiempo para esto…
—Hablé con Darby antes. No tiene idea de quién eres en realidad,
¿verdad? ¿Por qué? ¿Qué estás escondiendo?
—Tyler…
—¿Por qué no le has dicho que eres ex agente del FBI? ¿Qué estás
haciendo ahora?
Suspiré. —Es clasificado.
—Entonces, le estás mintiendo.
—Es complicado.
Tyler esperó un momento. —Podría ser aún más complicado si
Darby supiera que no formas parte del Departamento Forestal.
—Me estás haciendo enojar.
—Solo... —Suspiró. Casi podía verlo frotándose las sienes, tratando
de mantener su mierda junta para poder ayudar a la mujer que amaba—
. Ayúdala. Esto es culpa mía.
—Bien. Haré algunas llamadas, pero no puedo prometer nada. Pero
a cambio, tú y Ellie tienen que prometer que mantendrán la boca cerrada.
No tienes idea en qué te estarás metiendo. Es seguridad nacional, idiota,
y si creen que tú o Ellie saben algo sobre mi empleo, no es bueno para
ninguno. No estás autorizado a saber. ¿Lo entiendes?
—Entiendo. Gracias.
Colgué y dejé caer la cabeza hacia el reposacabezas. Me hallaba a
punto de hacer un montón de mierda ilegal para evitar que Darby me
odiara, y no estaba seguro de poder hacerlo. Me apresuré a entrar en el
hotel, pasando sigilosamente cerca de Darby para subir corriendo las
escaleras y buscar un traje, y luego pasé a su lado otra vez. No fue fácil.
Tuve que esperar hasta que estuviera ocupada con los huéspedes del
hotel, y el vestíbulo se encontraba casi vacío, a excepción de los pocos
peces gordos reunidos para echar mierda. Me detuve en el
estacionamiento, mirando mi Land Cruiser. De ninguna manera creerían
que ese hermoso trozo de basura fuera transporte oficial.
—Oye, Stavros —dije, de pie detrás del pez gordo más grande que
pude encontrar cerca del bar—. Ese Audi en el frente es tuyo, ¿verdad?
—Sí, ¿no es hermosa? Fancy es negro sobre negro sobre negro
sobre negro, y vidrios polarizados.
—Mira... mi camión no arranca, y tengo una reunión en quince.
¿Puedo tomar prestada a Fancy por una hora?
Stavros me miró con el ceño fruncido.
—¿Por favor?
Buscó detrás de la barra y dejó las llaves. —Le haces un rasguño,
y te la cargaré a tu habitación.
—Trato —le dije, recogiendo su llavero y caminando rápidamente
hacia el estacionamiento.
Conduje a la estación de servicio y me cambié de ropa, luego me
deslicé detrás del asiento del conductor, respirando con dificultad y
alisando mi corbata. El sol de verano caía sobre la pintura negra de
Fancy, creando un efecto de horno que el aire acondicionado tenía
dificultades para mantenerse frío.
Horneando, con el aire caliente soplando a través de las rejillas
hacia mí en un traje caliente, me desplacé a través de mis contactos y
luego toqué el nombre de Val.
—Bueno, bueno, bueno... —contestó al sexto tono—. Este es el
segundo favor que has necesitado en tantos meses. ¿Qué es esta vez?
—En realidad, soy el que hará el favor esta vez —dije con un
suspiro. Salí a la calle, esperando que algún movimiento ayudara al aire
acondicionado.
—Habla —respondió ella. No sonaba como la grácil, risueña Val
que recordaba. El apego emocional se había ido.
—Hubo un incendio al norte de Springs... capturaron a una
fotógrafa tratando de ir a la montaña para filmar.
—¿Está desaparecida?
—No. Fue capturada y arrestada. Estuvo bebiendo. Está sentada
en una celda del condado.
—Parece que violó la ley.
—Sí, pero es la novia de Tyler Maddox. Así que ese es mi favor. A
cambio de uno.
—Es un extraño giro a la trama. Y tienes algunas pelotas de mierda,
¿lo sabías?
—Necesito que busques algunos nombres para mí.
Ella suspiró. —El agente especial asistente a cargo…
—Maddox lo aclarará. Sabes que sí.
—No lo sé. Lo haría si fuera uno de sus hermanos, pero una novia...
Probablemente no.
Me froté las sienes con el pulgar y el dedo medio. El agente especial
asistente a cargo de la oficina de San Diego resultó ser el hermano mayor
de Taylor y Tyler, Thomas. —Tyler está desesperado. Estoy aquí. Puedo
ayudar.
—No sucederá, Scottie.
—Si dice que no, dile que le pediré a Tyler que lo llame para pedirle
a su hermano mayor su propio favor.
—No lo presiones, Trex. Deberías haber hecho lo que te pidió.
—¡Maldición! Fui a Estes Park, interrogué a Taylor y Tyler. Ellos no
sabían nada sobre el incendio en el campus. No puedo evitar que el
hermano pequeño del agente especial asistente a cargo violara la ley. E
hice lo que Thomas dijo, Val. Me jodió por eso.
—Te encontrabas a punto de salir, de todos modos. Odiabas el
trabajo.
No podía discutir. Pero Thomas hizo que fuera fácil irse.
—Trex —Val comenzó de nuevo—, escucha... Si es la novia de Tyler,
tienes razón, probablemente lo haga. Sabes que hará cualquier cosa por
la familia. Incluso si es para ti. Podría apreciar que estás tratando de
ayudar.
—Lo llamé coño autoritario cuando me fui, Val.
—Él no guarda rencor. Transferiré la llamada.
—Espere. ¡Val! —Una melodía desagradablemente tranquilizadora
vino por el receptor—. Mierda —siseé.
—Bien, hola a ti, también, Trexler —dijo Thomas Maddox.
Agarré el volante. —Maddox, no tengo mucho tiempo.
—Val me comunicó. ¿Ellison?
—Sí, y Tyler está enloqueciendo.
—¿Tú qué sacas de esto?
—Nada de tu puta incumbencia —dije, en voz baja.
—¿Pensé que dijiste que no tenías mucho tiempo?
Suspiré, mis nudillos se pusieron blancos bajo la presión mientras
apretaba más el volante. —La chica con la que estoy saliendo. Está
huyendo de una verdadera mierda enferma. Fort Hood.
—Bueno, eso es desafortunado.
—Mientras tanto, Ellie está sentada en una celda en el condado y
tu hermano se está orinando así mismo.
Se tomó un momento para pensar, y luego habló. —Haré la
llamada. La historia es que Ellie es un activo. Eres un agente por lo que
saben, y de nada. ¿Dijiste que necesitabas nombres?
—Darby Cooke —dije—. El nombre del ex es Shawn. Es militar en
Fort Hood. No sonaba de alto rango. ¿Puedes ver lo que hay de ellos?
—Dixon —dijo Maddox.
—¿Qué? ¿Qué significa eso? —pregunté.
—Val la buscó hace un tiempo. Una mujer despechada es incluso
mejor que el mejor agente del FBI. A Val le gustabas, ¿sabes?
—Ve al grano, Maddox.
—El verdadero nombre de tu chica es Darby Dixon, está limpia,
pero mantente alerta sobre su ex, Shawn Littlefield. Tiene algo de mierda
interesante en su registro. Me sorprende que todavía esté en la base.
Debe conocer a alguien que lo mantenga protegido.
Mi mandíbula crujió debajo de la piel. —¿No crees que podrías
haberme dicho esto antes?
—No está autorizado, Trex. ¿Crees que me arriesgaría por ti?
Los pelos de mi nuca se erizaron. Si Thomas hubiera estado parado
frente a mí, le habría dado un golpe. —Está aterrorizada de él. Todavía
tiene pesadillas. Necesito mantenerlo alejado de ella.
—No te debo una mierda, Trex.
—Solo sé un maldito ser humano, Maddox —gruñí.
Él suspiró. —Haré que Sawyer lo vigile.
—¿Sawyer? —Gruñí—. ¿Qué mierda, Maddox? —Sawyer era el
esposo de Val, y no iba a estar feliz de hacerme ningún favor.
—Él es el mejor, Trex. ¿Lo quieres o no?
Miré al techo, maldiciendo en voz baja. —Bien.
—Buena suerte, Trexler. Parece que lo necesitarás.
Toqué el botón Finalizar, di reversa y salí corriendo del
estacionamiento hacia la cárcel del condado.

***

Un ayudante del sheriff con Duffy inscrito en su placa de metal me


esperaba cuando llegué, ansioso por mostrarme más allá del mostrador
de registro regular, a través de una puerta protegida por código, a un
largo salón blanco donde Tyler se encontraba sentado en una silla.
Estaba solo, sosteniendo su rostro entre sus manos. Tan preocupado que
apenas se dio cuenta cuando me acerqué.
—Señor Maddox —dije en un tono firme.
Tyler se levantó, su cara roja y manchada. —¿Lo hiciste, eh... ?
—Te llevaré a ti y a la señorita Edson a un lugar seguro. Por ahora,
voy a necesitar que esperes aquí.
Tyler asintió y se sentó, entendiendo rápidamente que necesitaba
que permaneciera en silencio.
—Entonces —dijo Duffy, repasando el papeleo—, eres un federal,
¿eh? ¿Qué es? ¿Protección de testigos? Porque no ves esto todos los días.
—No tengo la libertad de decirlo. Lo más rápido posible, oficial. No
podemos tenerla en un lugar demasiado tiempo.
Asintió, apresurándose entre los papeles. —¡Chuck! —llamó. Otro
oficial, este era grande, de mandíbula cuadrada, y sin impresionarse con
mi traje—. Edson será liberada bajo custodia federal.
Chuck me miró un momento.
—La necesitaremos inmediatamente, oficial —dije.
Chuck asintió y luego sostuvo una tarjeta de identificación contra
una caja negra. La cerradura hizo clic, la puerta zumbó y Chuck
desapareció en la parte de atrás.
—Ella vendrá en seguida, agente Trexler. Solo necesito que firme
estos formularios —dijo Duffy, deslizando una docena de papeles hacia
mí.
En cinco minutos, la puerta se abrió, y Chuck sostenía a Ellison
por el brazo. Su cabello era un desastre, su rostro manchado de hollín y
un corte justo debajo de su ojo. No era tan lista como Tyler, parecía
confundida al verme. Ella abrió la boca, pero me levanté, la quité de las
garras de Chuck y le susurré al oído mientras él se apartaba de nosotros.
—No hables —le advertí.
—Estamos liberando a la señorita Edson bajo su custodia, agente
Trexler —dijo Duffy—. ¿Asumimos que se asegurará de que no esté en
una zona restringida de nuevo?
—Va a estar en el norte. En ningún lugar cerca del fuego —dije.
Ellison permaneció en silencio mientras la escoltaba por el largo
pasillo hacia Tyler. No se había movido, en la misma posición que antes.
Cuando la puerta se cerró detrás de nosotros, él levantó la vista.
—Oh, gracias a Dios —dijo, poniéndose de pie y envolviendo sus
brazos alrededor de Ellison.
Era difícil imaginar la sensación de saber que Darby se encontraba
en una situación de la cual era incapaz de salvarla. Pelear una batalla
que no podíamos ganar no ocurría a menudo para tipos como Tyler y yo,
pero ninguna cantidad de músculo o habilidad sacaría a Ellison de esa
celda. Y ninguna cantidad de persuasión de mí sacaría a Darby de su
caparazón más rápido. No confiaría en mí hasta que estuviera lista, y no
tenía idea de cuándo sería, o tal vez nunca. La paciencia, el amor y un
poco de suerte eran las únicas cosas que ayudaban en estos momentos,
y mi mente y mi corazón lucharon por esperar tanto como necesitaba y
mucho más.
Tyler la besó en la sien, luego la alejo para mirarla. Ella hizo una
mueca.
—¿En qué demonios pensabas, Ellison? Quiero decir... ¿qué
mierda? —preguntó.
—No aquí —dije, manteniendo abierta la puerta del vestíbulo.
Caminamos y salimos al frente. Abrí la puerta trasera del lado del
pasajero del Audi, y Ellison se deslizó adentro, seguida por Tyler. Una vez
que la puerta se cerró, los gritos de Tyler fueron amortiguados, pero me
golpeó cuando abrí la puerta del conductor. La cerré rápidamente y me
retiré antes de que Tyler llamara la atención.
—De verdad, lo siento mucho. Eso fue tan estúpido. No estaba
pensando —dijo Ellison.
—Eso tiende a suceder cuando estás borracha —espetó Tyler.
—Solo tomé dos copas —dijo Ellison.
—¿Realmente vas a mentirme? ¿Después de que moví cientos de
hilos para sacarte de la cárcel?
—No estoy... mintiendo —dijo Ellison, hundiéndose en su asiento.
—Guau. De acuerdo, entonces —dijo, mirando hacia el frente. Los
músculos de su mandíbula se crisparon cuando apretó los dientes.
—Técnicamente —dije—, fui yo quien movió los hilos.
Ellison no se encontraba feliz. —¿Cómo lograste que lo hiciera?
—No preguntes cómo, Ellie. Solo agradece.
—¿A quién? ¿Al FBI? Quiero saber. ¿Qué hay para ti, agente
Trexler?
—Ya no es agente —dije.
—¿Qué? —preguntó ella.
Tyler asintió. —Habla en serio. Ya no trabaja para el gobierno.
Aparentemente, su jefe es un verdadero idiota.
Me reí, deseando poder decirle que mi antiguo jefe era su hermano
mayor.
—¿Cómo moviste los hilos, entonces? —preguntó Ellison. Era una
chica inteligente, le daría eso.
Tyler suspiró. —Simplemente lo hizo, Ellie.
—¿Por qué? —exigió—. ¿Qué hiciste a cambio, Tyler? —Ella
tampoco retrocedió. Sería una buena agente.
—Es lo que tú no vas a hacer —dije.
—Todos nosotros —agregó Tyler.
Ellison se cruzó de brazos y me miró por el espejo retrovisor. —¿De
qué estás hablando? ¿Qué quieres decir?
—Darby —dije simplemente.
—¿Darby? —Ellison arrugó la nariz—. Piensa que eres un Hotshot,
¿sabes?
Mis músculos se tensaron. No pensé que Ellison podría haber
hablado con Darby cuando estaba borracha. Quizás ya sea demasiado
tarde. —Soy consciente. ¿Le dijiste lo contrario?
—No.
Mis hombros cayeron.
—Bien —dijo Tyler—. Tenemos que mantenerla así. Ese era el trato.
—¿Que dejemos que Trex mentirle a Darby? —preguntó—. ¿Quién
es ella?
—Solo una chica —le dije, aunque las palabras me sabían amargas
en la boca—. Pero revelas mi tapadera con ella, y estás de regreso en esa
celda.
Ellison se echó hacia atrás, haciendo pucheros. —No vas a
lastimarla, ¿verdad?
Fruncí el ceño, la idea me revolvió el estómago. —Ese es el punto,
Ellison. ¿Estás de acuerdo o no?
Ella miró a Tyler. —¿Confías en él?
A una parte de mí le gustaba que estuviera cuidando a Darby, la
otra parte solo quería que aceptara.
—Te sacó de la cárcel, ¿no? —dijo Tyler. Estaba tan impaciente
como yo.
—¿No la estás investigando? —preguntó Ellison.
—No.
—Bien —espetó Ellison—. Eres un Hotspot.
No pude evitar sonreír, la sensación de victoria me tentó a bajar las
ventanas de Fancy y probar sus parlantes. —Gracias.
Traducido por Julie
Corregido por Beatrix

Darby
El dibujo del papel que saqué del cubo de la basura detrás del
mostrador de facturación empezaba a parecerse a un bosque en llamas,
pero lo hacía hermoso. Una sola rosa floreció en el negro claro que dejó
el fuego. Siempre sacando lo mejor de las cosas, pensé. No es que tuviera
nada de malo, pero un zurullo no debería llamarse rosa. Trex era una
rosa. A diferencia de Shawn, Trex no mostró un lado diferente. Era
amable y considerado, y tenía toda la intención de quedarse. De vez en
cuando, los pensamientos oscuros se arrastraban hacia arriba, pero los
empujaba hacia abajo tantas veces como tenía que hacerlo. Trex me hacía
feliz, y merecía ser feliz. No más debería o no debería. Esas eran las reglas
de otra persona, de todos modos. No las mías.
Dejé de dibujar cuando Trex entró detrás de Ellison y Tyler. La cara
de Ellison se hallaba sucia, un corte sangriento bajo un ojo. Su espíritu
se rompió, la vergüenza oscureciendo sus ojos. Tyler no se veía mucho
mejor. Todavía llevaba su uniforme amarillo, su casco blanco en la mano
sucia. Parecía indefenso y derrotado. Mi primer pensamiento fue que se
habían peleado, pero conocía a Tyler mejor que eso. Y habría tenido sus
propios moretones. La vergüenza en la cara de Tyler era porque Ellison
cruzó una línea, a un lugar que no podía seguir.
Trex no pareció darse cuenta.
—Oye —dijo.
—Stavros dijo que escuchó a los bomberos decir que Ellie fue
arrestada. ¿Es eso cierto?
Miró a Tyler y Ellie entrando en el ascensor. —Yo también escuché
eso. ¿Stavros te tiene trabajando en otro doble? —preguntó, infeliz.
—Tilde tiene setenta y un años, Trex. No se ha sentido muy bien
últimamente. Estoy preocupada por ella.
—No es bueno para el bebé que estés de pie tanto tiempo.
Le sonreí. —Me he estado sintiendo muy bien.
—Vaya —dijo, mirando mi garabato—. No tires eso. Quiero
quedármelo.
—Oh, déjalo —dije.
—Hablo en serio. Eres muy buena.
Señalé hacia el pasillo vacío frente a los ascensores. —¿Está bien
Ellison?
Trex miró en la dirección que yo señalaba. —No lo sé. Veré qué
puedo averiguar.
Asentí, viendo a Trex entrar en la habitación justo al salir del
vestíbulo que los altos mandos del Departamento Forestal habían
reclamado como cuartel general.
Tyler pasó junto a mí solo, manteniendo los ojos en el suelo hasta
que se fue por las puertas correderas. Él cogió un paseo con un grupo
pequeño en un vehículo interagencial, y el camión se salió del
estacionamiento. Ellison caminó hacia mí unos minutos más tarde, su
bolso en sus manos. El marcador se me cayó de las manos, me agaché
para recogerlo y luego me paré. —¿Ellie? ¿Estás bien?
Colocó la llave electrónica en la parte superior del escritorio. —Sí.
Tengo que irme. —Su voz sonaba como si estuviera al borde de las
lágrimas.
—Metí la pata. Me envían a casa.
Sacudí la cabeza. —¿Cómo la fastidiaste? ¿Porque estabas
bebiendo? —Sabía exactamente lo que hizo, pero no los detalles.
Esperaba que ella llenara los espacios en blanco.
—Es una larga historia. Trex puede explicártelo.
Su respuesta me tomó por sorpresa. Miré a la sala de reuniones. —
Bueno... si alguna vez vuelves... asegúrate de pasar a saludar.
Ellison sonrió, parecía cansada pero agradecida. —Lo haré.
Un hombre mayor con un traje usado la esperaba en un auto
afuera. Saludé a Ellison, pero se giró antes de verme.
La puerta de cristal de la sala de reuniones se abrió y Trex salió.
Me sonreía, y ahí fue cuando vi sus botas de combate. Vestía todo de
negro, desde la gorra hasta los zapatos, excepto sus aviadores amarillos.
Medía por lo menos uno ochenta y ocho, y caminaba como si fuera
invencible, como si fuera el dueño del mundo porque lo había sobrevivido.
Los soldados tenían un cierto pavoneo, diferente de los bomberos o
policías, y él había estado practicando durante mucho tiempo.
—La encontraron vagando por un área restringida —dijo—. Está en
un montón de problemas. ¿Qué es esa mirada? —preguntó Trex,
juntando las cejas.
—Nada —dije, mirando hacia abajo. De cualquier manera, no
quería saberlo.
—Dime —dijo.
Sacudí la cabeza. —Nada.
Frunció el ceño. —Pensé que estábamos de acuerdo en que
preferíamos la franqueza.
—También acordamos que estaba bien tener secretos, pero no
mentiras.
Las dos líneas entre sus cejas se profundizaron. —¿Qué demonios
ha pasado en los tres minutos desde que me fui?
—Bien. ¿Por qué estás vestido como un soldado?
Miró su ropa, desprevenido por mi pregunta. —¿Qué?
—También caminas como uno. ¿Eres militar? Porque sabes lo que
siento por...
—Vale —dijo, mirando por encima de su hombro—. Esta es una
conversación privada para otro momento.
—Hemos estado solos más de una vez.
Cerró los ojos y se frotó la nuca. —¿Puede esperar? Ha sido un día
largo.
Entrecerré los ojos. —Supongo.
—Gracias —dijo. Besó la esquina de mi boca y corrió hacia la
puerta de la escalera.
Stavros se acercó al mostrador de facturación. Había estado
esperando a que Trex se fuera. —Aprecio que trabajes en el turno de
Tilde. Mañana Maya cubrirá de tres a once. Pronto contrataré a alguien
por las noches.
—¿Qué? —le pregunté—. Pero tengo el tercer turno.
—Tilde no va a volver. Voy a tener que ascenderte. A menos que te
gusten las noches, entonces te dejaré allí.
—¿Está bien?
—Tiene varias citas en las próximas semanas. Su médico hizo
algunas pruebas. No es bueno.
—¿Neumonía?
—Cáncer de pulmón. Etapa cuatro.
Me tapé la boca. —Stavros, no.
Me dio una palmadita en el hombro. —Lleva fumando un paquete
y medio al día desde que tenía catorce años. No es una sorpresa.
Dejé que mi mano se cayera de mi boca. —Sigue siendo triste.
Todavía estás triste. Ella es tu abuela.
—Por supuesto que estoy triste. —Dio un paso hacia el bar, pero
luego se volvió hacia mí—. Aprecio que hayas dado un paso al frente y
cubras sus turnos. Prometo que contrataré a alguien pronto. ¿Querías
quedarte por las noches?
—Sí, está bien. No me importa. pero puedo guiar a tu nuevo
empleado de tres a once.
Sonrió, pero sus ojos estaban cansados. —Eres un ángel. Vale,
también dejaré a todos los demás donde están. Ander en los días, y Maya
se quedará los fines de semana y para los reemplazos. ¿Suena bien?
—Sí. Sí, lo que necesites.
—Podría estar entrando y saliendo en un futuro previsible.
¿Conoces algún buen barman?
—Preguntaré por ahí —dije.
Stavros escudriñó el vestíbulo antes de sacar el teléfono de su
bolsillo y hacer una llamada.
Mis hombros se hundieron. Tilde había estado enferma desde mi
primer día. No tenía ni idea de que era cáncer. Eso me hizo más decidida
a mantener las cosas en orden para Stavros. Yo era la empleada más
antigua del vestíbulo. Ander y Maya no serían capaces de manejar las
cosas mientras él no estaba.
Trex no volvió al vestíbulo hasta casi la hora de la cena. Pasó con
su ropa de gimnasio, sin hacer contacto visual a propósito, y salió
corriendo por la puerta con su ropa de gimnasio. Una hora más tarde
regresó, tres semicírculos de sudor oscureciendo su camiseta en el pecho
y las axilas, y una raya bajando por su espalda.
—Oye —dijo, nervioso. Me dio una caja de poliestireno y una bolsa
transparente con cubiertos dentro—. Te traje pastel de carne.
—Gracias —dije, abriendo la caja.
Stavros, caminando hacia nosotros desde el bar, me llamó la
atención.
—Darby, ¿por qué no te tomas un descanso? Te cubriré mientras
comes —dijo.
—Pero el vestíbulo está lleno de bomberos, y... —empecé.
—Puedo manejar el vestíbulo y el bar por una hora. Vete. —Movió
la cabeza hacia mi habitación.
—¿Una hora? —le pregunté.
—Sí. Vete —dijo, alejándome de la recepción.
—Vale, vale —dije, llevando la caja blanca conmigo. Me detuve,
viendo a Trex aún de pie junto al mostrador de facturación—. ¿Vienes?
—¿Estoy invitado?
Fruncí el ceño. —Sí. ¿Por qué no lo estarías?
Trex me siguió a mi habitación y esperó tranquilamente mientras
yo usaba la llave electrónica para entrar. Me senté en la cama y abrí la
caja, liberando el tenedor y el cuchillo de la bolsa y probando. —Dios mío,
eso es bueno —dije, cerrando los ojos.
—Debí haber dejado el gimnasio antes —dijo, paseándose—. No
debería haberte hecho esperar tanto.
—No estás a cargo de alimentarme, Trex.
—Me preocupo por ti. Mucho. Eso significa que cuido de ti, y no
hice un gran trabajo esta noche.
Corté otro trozo del pastel de carne, mezclándolo con el puré de
papas. —Me comí un sándwich en la nevera de atrás. Planeaba comer
cuando tuviera un momento libre. Aunque no algo tan bueno como esto.
Gracias.
—Necesitas más que un sándwich de mantequilla. Deberíamos ir
al supermercado este fin de semana. —Miró su reloj. Se estaba
demorando y presionado por el tiempo a la vez.
—Mi hermano solía hacer eso —le dije—. Hacía ejercicio cuando se
hallaba molesto. A veces no podía usar los brazos después ni pararse
porque su cuerpo estaba agotado. Pero... ¿por qué estás tan molesto?
¿Conmigo?
Trex se detuvo, se sentó en la cama y deslizó sus dedos entre los
míos. —No, no estoy molesto contigo.
—¿Entonces qué es?
—Solo estoy tratando de resolver algunas cosas.
—¿Cómo estar con una chica embarazada?
Se rio una vez, la tensión alrededor de sus ojos desapareciendo. —
No. Esa parte es fácil. Es la parte de perderla lo que estoy tratando de
evitar.
—¿Por qué me perderías? ¿Es tan malo lo que tienes que decirme?
—pregunté, sintiendo que mi apetito desaparecía.
Se puso de pie de nuevo, se paseó de nuevo. Mis ojos lo seguían,
de un lado a otro, mientras entrelazaba sus dedos sobre su cabeza y
parpadeaba mucho. Nunca lo había visto tan nervioso. —No es lo que
tengo que decir. Es lo que no puedo decir. Así que te voy a contar todo lo
demás y —Miró su reloj—, tengo cuarenta y cinco minutos para hacerlo.
Pero deberías comer mientras hablo. ¿Trato hecho?
Asentí.
Respiró hondo, caminó hacia la mesita y silla en el rincón más
alejado de la habitación, hacia la boca del corto vestíbulo de entrada y
hacia atrás.
Comí un bocado, mastiqué y tragué, apenas probando mi comida.
Tomé otro. —Trex —le dije. Mis ojos se llenaron de lágrimas—. ¿Estás
casado?
—No. —Se detuvo, pero no me miró, sino que se sentó al final de la
cama, de espaldas a mí—. Ander me dijo que dijiste que no saldrías con
militares, policías o bomberos.
—Cierto —dije.
Trex suspiró. —No he sido sincero contigo, Darby. No trataba de
manipularte. Solo necesitaba que me conocieras primero, antes de decirte
la verdad. Porque no puedo decirte toda la verdad, y necesitaba que
confiaras en mí.
—¿Me haces confiar en ti mintiéndome?
—Lo omití.
—La omisión es mentir —dije.
Se volvió, se encontró con mi mirada, midiendo mi expresión, y
luego miró la caja. Tomé otro bocado y él volvió a mirar hacia la pared.
Estaba encorvado, con los músculos de la espalda tensos contra su
camiseta gris, la línea húmeda del centro comenzando a desaparecer.
—Tienes razón. Te mentí, y lo siento.
—Entonces, ¿cuál eres tú? —Tragué—. ¿Militar o policía? Porque
sé que no eres bombero.
—Del FBI.
—¿Eres un agente del FBI? —le pregunté, tratando de procesar
todo lo que decía—. ¿Así es como sacaste a Ellie de la cárcel?
Se estremeció. —Lo has pillado, ¿eh?
—¿Usaste tus contactos en el FBI para sacarla de la cárcel? —
Asintió, y yo sonreí—. Eso fue muy bueno de tu parte, Trex. —Intentaba
con todas mis fuerzas enfadarme con él, pero por mucho que lo intentara,
no podía. Me había ocultado cosas, y eso no estaba bien, pero aparte de
esconder parte de su pasado porque pensaba que me perdería, me había
demostrado una y otra vez que era bueno hasta la médula.
—Dejé el FBI hace varios meses, viajé a visitar amigos, y hacia el
final de mi viaje, me ofrecieron un nuevo trabajo aquí en Colorado
Springs. Así que, moví toda mi mierda de un almacén en San Diego a un
almacén aquí, y he estado buscando un lugar.
—El trabajo que tienes...
—No es en el Departamento Forestal, ni en el Departamento de
Agricultura.
—¿De verdad no puedes decirme lo que haces?
Se me acercó y se sentó. —Soy de seguridad privada. Es todo lo que
puedo decir. Come, Darby. No quiero que te enfermes.
—El FBI, ¿eh? —pregunté, comiendo un poquito de puré de papas.
Me encogí de hombros—. Eso es impresionante. Una parte de mí sabía al
menos algo. No soy estúpida, sabes.
—Lo sé. Nunca pensé que lo fueras.
—¿No pensabas que era estúpida, pero esperabas que no me diera
cuenta?
—Planeaba hablarte de esto, pero estamos bien juntos. No sé tú,
pero para mí fue instantáneo. No quería decirte que me descartaras antes
de que tuviera la oportunidad.
—¿Por qué no puedes decirme qué haces ahora?
—No puedo decírselo a nadie. Es parte de mi contrato. Podría
perder mi trabajo, y hay gente que depende de mí.
—¿Así que tienes familia?
—¿Eh? No. Quiero decir... solo los que te conté. Mis padres y mi
hermana, Hailey. Mis abuelos han fallecido. Tengo una tía y un tío en
Dakota del Sur, pero no los he visto en años. Nunca he estado casado.
Sin hijos... todavía. Mi equipo depende de mí.
Tomé otro bocado y mastiqué, pensando en lo que podría decirme.
—¿Alguna vez has golpeado a una mujer? —Se detuvo durante mucho
tiempo, y pude sentir los músculos de mis hombros tensarse—. ¿Trex?
—He disparado a unas cuantas que me disparaban. No estoy
orgulloso de ello, pero no tuve elección.
—¿Has disparado a una mujer? —Asintió, claramente avergonzado
e intentando apartar la imagen que tenía en su cabeza.
Su cara se oscureció. —He matado a mucha gente, Darby.
Demasiadas para contarlas.
Toqué su mano. —¿Así que eras qué...? ¿SWAT?
—Agente de campo.
No estaba exactamente segura de lo que era, pero sabía que Trex
no tenía la personalidad típica que había jurado evitar.
—¿Darby?
Levanté la vista y me encontré con su mirada. No me había dado
cuenta de que había estado con la mirada perdida hasta ese momento.
—Siento no haber sido completamente sincero contigo.
—Me alegro de que no lo fueras. Tienes toda la razón. Habría
asumido que eras un imbécil megalomaníaco y no estaríamos aquí ahora.
Sonrió, aliviado. —¿Alguna otra pregunta?
Consideré su oferta para más respuestas. —¿Has tenido novia en
el pasado?
—Sí, unas cuantas. La única con la que fui en serio se casó con mi
mejor amigo.
Tenía que tener mi sorpresa bajo control. Incluso me sentí un poco
enojada. —Por suerte para mí, supongo. ¿Por qué se separaron?
—Ella no era la indicada. Ambos lo sabíamos.
—¿Cómo lo supiste?
—Porque ella no eras tú.
Una comisura de mi boca se levantó. Trex siempre fue encantador,
pero últimamente, nunca perdía la oportunidad de hacerme sentir que
yo era todo para él.
—¿Pelearon?
—Unas cuantas veces.
—¿Cómo los resolvieron?
Se rio una vez. —Oh. Esto se ha convertido en una entrevista, ¿no?
—¿Estás evadiendo la pregunta?
—Normalmente conmigo disculpándome.
—¿Por qué?
La pequeña sonrisa en su cara desapareció. —Por lo que sea que la
hizo enojar, que era mucho. No podía culparla. Tenía que ser frustrante
estar con un hombre que estaba enamorado de una mujer que nunca
había conocido.
Trex me miró, y di otro mordisco, pensando que eso es lo que
esperaba.
—¿Es ilegal lo que estás haciendo ahora? —le pregunté—. ¿Estás
vendiendo drogas o algo así?
—¿Qué? Demonios, no, estoy contratado por el gobierno.
Asentí.
—¿Estamos bien? —preguntó—. Soy bastante bueno leyendo a la
gente, y ahora mismo, no tengo ni idea.
—¿Sinceramente?
Volvió a asentir.
—Estoy tratando de decidir si puedo confiar en ti.
Me cogió de la mano con las dos suyas, me besó las muñecas y
cerró los ojos. —Lo sé. Sé que es raro que no pueda decírtelo. Y soy
plenamente consciente de lo loco que es para mí pedir perdón por
mentirte y luego pedirte que confíes en mí al mismo tiempo. Pero nunca
me he sentido así por nadie. —Se encontró con mi mirada—. El miedo
puede hacer que la gente haga cosas estúpidas, y nada me asusta más
que perderte.
Le aparté las manos y moví la caja a la mesita de noche.
—¿Has terminado? —Tragó saliva—. ¿Hemos terminado?
Me senté de rodillas. —¿Cuánto tiempo tenemos?
Trex parpadeó y miró su reloj. —Treinta minutos.
—Bastante bien —dije, desabrochándome la camisa. Me la quité,
saqué los brazos de las mangas, sonriendo ante la mirada de incredulidad
y deseo en la cara de Trex. La tiré sobre la silla y luego me subí a su
regazo y me puse a horcajadas sobre sus piernas.
Levantó la barbilla para mirarme. Tomé su mandíbula en mis
manos y me incliné para besarlo, abriendo mis labios para permitir que
su lengua entrara. Sin pausa, me envolvió con sus brazos y me acercó,
moviendo su boca contra la mía. La forma en que me besó fue sanadora.
Tomó mi culpa, vergüenza y mi dolor y lo reemplazó con confianza,
bondad y...
—Te amo —dijo. Amor—. Sé que parece una locura —susurró
contra mis labios—, pero sé desde hace mucho tiempo que estabas ahí
fuera en alguna parte. Solo tenía que encontrarte.
Hubo un silencio incómodo durante unos segundos, ese momento
en el que se suponía que tenía que decirle lo mismo, pero no pude. Pensé
que amaba a Shawn, pero no fue así. Trex merecía que esté segura. En
vez de repetir sus sentimientos, lo besé. No pareció importarle, sus manos
dejaron mi cintura y agarraron mis muslos, acercándome. Mis labios se
dirigieron a su cuello, probando su piel hasta que llegué a su oreja.
Gimió, y pude sentir su bulto sobre mi muslo. Tomé su cara en mis
manos y lo besé de nuevo. Nos miramos fijamente el uno al otro por un
momento, respirando con fuerza.
—Te deseo —susurré contra su boca—. Pero tenemos que tener
cuidado.
Al instante se ralentizó, sus manos parecían menos desesperadas.
—Tienes razón. Deberíamos esperar hasta que... lo sepamos con
seguridad.
Se refería a que ambos deberíamos hacernos la prueba de
enfermedades o infecciones. Me alegró que estuviera de acuerdo. No
podía ser imprudente, no mientras compartía mi cuerpo con otra
persona. Nunca más. Le tiré de la muñeca, mirando su reloj. —Todavía
tenemos veinte minutos.
Me eché hacia atrás, mi mirada se encontró con la de Trex mientras
me desabrochaba el sostén y empujaba las correas hacia abajo hasta que
cayó al colchón entre nosotros. No tenía la ropa interior más sexy del
mundo, pero era imposible encontrar un sostén sexy para la talla E.
Durante mi embarazo, mi doble D había crecido fuera de control.
Trex me puso una mano en la espalda, la otra detrás del cuello, y
lentamente me acostó en el colchón. Sus labios tocaron la piel justo
debajo de mi clavícula y suspiré. Era un lugar lo suficientemente bajo
como para que no se viera ni tocara en ninguna otra situación que no
fuera la intimidad, y eso hacía que el beso fuera mucho más excitante.
Shawn nunca había prestado atención a detalles como esos, y me di
cuenta de que Trex disfrutaba el privilegio de besarme en ese mismo
lugar.
Trex me desvestía una pieza de ropa a la vez. Éramos conscientes
de los minutos que pasaban, pero él saboreaba cada segundo. Cuando
finalmente me hallaba desnuda y debajo de él, corrió sus dedos por mi
clavícula, e hizo una línea tierna y lenta desde entre mis pechos hasta mi
ombligo, luego bajó entre mis muslos y acarició mi tierna piel. Sus dedos
se movían en pequeños círculos, y se inclinaba para besarme de vez en
cuando, pero sobre todo disfrutaba de mis expresiones y de la forma en
que me retorcía y temblaba bajo su tacto. Me quejé y lloriqueé, y luego
grité. Trex me cubrió la boca con la suya mientras yo temblaba debajo de
él.
Sus dedos se ralentizaron, y se acomodó entre mis piernas,
cargando su peso sobre sus codos. Seguía vestido. —Tus mejillas están
sonrojadas. Y tu pelo es un desastre.
—Probablemente debería cepillarlo antes de volver al trabajo. Y tal
vez vestirme.
—Definitivamente vístete —dijo con un guiño—. Esos bomberos se
incendiarían si salieras así.
—¿Y tú?
Entrecerró los ojos, pensando. —No estoy seguro si estallaría de
orgullo o moriría de celos.
—¿Estarías orgulloso de que ande por ahí con mi traje de
cumpleaños? —dije con una risita.
—Estoy orgulloso de ti en general. Eres dura como una piedra, eres
la mujer más hermosa que he visto en mi vida, y me dejas hacer esto. —
Con eso, se inclinó para picotear mis labios—. Soy un hombre afortunado
y no finjas que no lo sabes.
Toqué sus labios con mi dedo índice, luego su barbilla. —Yo soy la
afortunada.
Se inclinó para besarme de nuevo, esta vez más despacio. Sus
caderas se balanceaban suavemente contra mí, y tarareó. Se sentó
rápidamente y se bajó de la cama. —Debería irme. Te dejaré prepararte.
¿Nos vemos luego?
Me senté sobre mis codos. —Sí.
Asintió una vez, caminando hacia la puerta. —Impresionante.
La puerta se abrió lo suficiente como para que se deslizara, y luego
se fue.
Me recosté, cubriéndome la boca, con mi cuerpo relajado, mi
corazón lleno, esperando que Trex fuera todo lo que parecía.
Traducido por YessiaCA & MadHatter
Corregido por Julie

Trex
Su espalda desnuda estaba expuesta, la sábana envuelta alrededor
de ella de su cintura hacia abajo. Yacía sobre su estómago, su brazo
izquierdo doblado, su palma hacia abajo, tocándose su nariz perfecta con
el pulgar. La única luz venía del baño, la puerta se rompió lo suficiente
como para evitar tropezar con algo y despertarla. Traté de memorizar
cada peca, cada curva de su cuerpo en esa posición, sus ojos cerrados,
la esquina de su boca ligeramente levantada de un buen sueño. Era la
segunda noche que pasaba en su habitación, y no tenía ganas de volver
a dormir en mi habitación los domingos por la noche hasta el jueves.
Aunque pasé la mayor parte del tiempo a solas complaciéndola, me
encontraba decidido a esperar hasta que tuviéramos la oportunidad de
hacernos la prueba antes de seguir adelante. No confiaba lo suficiente en
mi fuerza de voluntad como para no tener nada entre nosotros. Nuestros
horarios de trabajo opuestos ayudarían un poco, no es que estuviera
contento con eso.
Darby tenía los viernes y los sábados libres, pero tenía que trabajar
en turnos dobles hasta que Stavros contratara a alguien nuevo para el
turno de tres a once de Tilde. Esos fueron los únicos dos días en los que
ella no estaba en el trabajo cuando yo salía del mío, dormía o me iba a
trabajar. Pasaba la cena y algunas horas de la madrugada con ella
cuando no estaba ocupada. Animé a Stavros más de una vez para
contratar a alguien lo antes posible.
Salí al pasillo, caminando hacia el vestíbulo.
—Buenos días —dijo Stavros detrás del mostrador—. Ya son dos
veces seguidas que vienes desde el pasillo y no desde el ascensor.
—Ocúpate de tus asuntos —le dije al pasar—. Tienes una semana
para contratar a alguien y sacar a Darby de los turnos dobles.
—Ella no renunciará.
—No, pero la robaré. Creo que encontré un lugar.
—¡No te atrevas! —dijo Stavros.
—¡Una semana!
Salí corriendo al estacionamiento, apurado porque pasó demasiado
tiempo despierto con Darby, y luego la miraba dormir antes de irme. Aún
era de noche, los grillos y las ranas seguían llorando. No había nada que
odiara más que dejarla sola en esa cama. Me hizo difícil salir a trabajar,
disfrutar de mi trabajo, a pesar de que mi equipo lo hacía soportable.
Naomi se deslizó hacia su lugar de estacionamiento, Harbinger y
Kitsch a continuación. Justo antes de que decidiéramos entrar y fichar,
Martinez se estacionó, seguido por Sloan.
—Llegas tarde —le ladré a los dos últimos.
—¡No llegamos tarde! ¡Todavía tenemos diez minutos! —dijo Sloan.
—¡Eso es tarde! —dijo Kitsch.
Nos reportamos, y luego le di tareas. Quería revisar el perímetro de
nuevo. Parecía que después del fin de semana, siempre encontrábamos
cosas raras cerca de un grupo de rocas residuales cerca de la valla. Los
rumores iban desde rituales satánicos en la base de la montaña hasta
actividades de pandillas. Encontramos conejos desmembrados y fogatas
con marcas de quemaduras que de alguna manera nunca aparecieron en
las cámaras de seguridad, pero hoy no había nada. Harbinger y Kitsch
tenían una apuesta en marcha, y yo esperaba que la idea de Harbinger
de que solo eran niños aburridos ganara. Naomi y yo fuimos a Echo para
molestar a la seguridad de Deep Echo. Habían llegado a donde encendían
la luz y tocaban la bocina de advertencia antes de que llegáramos a la
puerta.
—¿No te preguntas qué vigilan allá abajo? —preguntó Naomi,
caminando conmigo hacia la sala de comida.
—Extraterrestres, probablemente.
Naomi se rio una vez, y luego sus ojos se agrandaron. —Vas en
serio.
—Completamente.
—Guau. Creí que te conocía.
Nos detuvimos en nuestros casilleros antes de dirigirnos a la
cafetería. Era el día de comida italiana, y Naomi estaba muy
entusiasmada con la opción de hacer tu propia pasta. Tan pronto como
atravesamos las puertas anaranjadas, el olor a orégano, albahaca y
tomate nos golpeó en la nariz, y lo inhalamos. Naomi sonreía más cada
vez que agregaba un ingrediente a su pasta.
Nos sentamos, esperando al resto del equipo. Martinez y Sloan
entraron por las puertas, apenas reconociéndonos antes de hacer una
línea recta hacia el buffet de fideos.
—Has estado sonriendo mucho hoy —dijo Naomi—. No creas que
no me he dado cuenta. ¿Las cosas van bien con Darby?
—Eso es quedarse corto.
—¿Oh?
—Le dije que la amaba la otra noche. No me lo ha respondido, y ni
siquiera me importa. Ella es todo lo que pensé que sería.
Sloan y Martinez se sentaron, seguidos de cerca por Harbinger y
Kitsch.
—¿Ya? ¿Ya le has dicho la palabra con “A”? —dijo Naomi con
disgusto. Se limpió la cara con su servilleta y arrojó el papel blanco a la
mesa—. Justo después de que le dijeras la verdad, espero.
—La mayor parte de la verdad —aclaré—. Ella sabe que yo era un
agente federal.
—Vaya —dijo Harbinger—. ¿Cómo lo tomó?
—Sorprendentemente bien —dije—. Te lo digo, es la indicada.
Estábamos casi solos en el rincón más alejado de la gran sala, una
docena de filas de mesas largas y sillas que chirriaban contra el suelo de
linóleo cada vez que nos movíamos, resonando para recordarnos que
estábamos en lo más profundo de la tierra. Los bajos murmullos de los
hombres y mujeres que trabajaban en la cocina era el único ruido que
competía con nuestros tenedores al raspar los platos.
—¿Cómo es que no ha huido gritando? —dijo Martinez con una
sonrisa.
—Está bien, es suficiente —dijo Kitsch.
—Nunca te he visto así —dijo Naomi—. Has estado sonriendo por
días.
Me encogí de hombros. —Estoy enamorado, ¿qué puedo decir?
El equipo intercambió miradas, sin saber qué decir a continuación.
No podía culparlos. Estaban acostumbrados a verme preocupado. Verme
sonriendo como un idiota y hablando sobre el amor debe haber sido
discordante.
—¿Cómo lo sabes? —dijo Sloan
—Porque ahora que la he encontrado, nunca quiero saber cómo es
estar sin ella.
—Oye —dije Martinez, intercambiando empujarme por enganchar
su brazo alrededor de mi cuello—. Estamos felices por ti, hombre.
—Sabes, recuerdo que hablabas de ella hace un par de años —dijo
Kitsch—. En nuestro último despliegue. Es genial que finalmente la
hayas conocido. Sé que no te referías a Darby, pero que sientes que has
conocido a esa persona indicada para ti.
Todos asintieron, y Sloan me dio una palmada en el hombro. —El
momento perfecto, ahora que estamos todos asentados.
Las puertas dobles se abrieron y entró el senador Bennett. Se aflojó
la corbata, el sudor brillando en su frente. Al estar bajo tierra, no
teníamos aire acondicionado, pero eso fue porque no era necesario.
Estábamos demasiado abajo para que el sol calentara el aire. —Acabo de
enterarme de lo que encontraron los hombres que caminaban por el
perímetro el otro día. ¿Por qué diablos no me informaron?
Me limpié la boca con una servilleta y me senté derecho. —Me
disculpo, señor. No está en la cadena de mando, y yo…
—Al diablo si no lo estoy. Dirijo esta maldita instalación. Debería
ser el primero en saber si hay un montón de animales sacrificados en la
propiedad. —Miró a Naomi. Inestable.
Me aclaré la garganta. —Mis disculpas, señor. Desde entonces no
ha pasado nada fuera de lo común. Creemos que fue una de las ratas de
laboratorio o tal vez uno de los pilotos haciendo una broma.
—¿Estás seguro? —dijo Bennett.
—¿Qué otra cosa podría ser? —preguntó Naomi, mirando a
Bennett.
—Vine aquí para hacerles esa pregunta. Quiero que me denuncien
cualquier cosa sospechosa de inmediato. —Bennett tomó una servilleta
de la mesa y se secó la frente. Él me miró—. Naomi, tráeme un informe
completo en una hora.
—No hay ningún informe, señor —dije antes de que Naomi pudiera
responder.
—Lo siento, Trexler. Te escuché mal. Parece que no completaste un
informe oficial de alguna actividad sospechosa cerca de una instalación
gubernamental secreta —dijo el senador—. ¡Cuando eres el maldito jefe
de seguridad! —gritó.
—El general fue muy específico —le dije.
—Peter ¿por qué estás tan nervioso acerca de esto? ¿Qué pasa? —
preguntó Naomi.
—Si esto sale a la luz, los medios estarán por todos lados.
—¿Por unos pocos animales muertos? —preguntó Naomi.
—Ha habido un temor subyacente en Colorado Springs de la
actividad de culto alrededor de esta montaña durante décadas. ¿Saben
que hace quince años encontraron a una chica asesinada a menos de
cinco kilómetros de aquí? ¡Siguen haciendo historias sobre ella en las
noticias de las seis en punto! ¿Cómo carajo se supone que voy a explicar
la zona de exclusión aérea a los helicópteros de noticias? Es una maldita
pesadilla de relaciones públicas. —Se enderezó la corbata y luego la volvió
a aflojar—. Ya es suficientemente malo con los incendios. Tenemos que
advertir a los helicópteros de noticias todos los días.
—Esta montaña alberga NORAD. Señor —dije—. Este es un espacio
aéreo restringido. Con todo el respeto, no tiene que explicar una mierda.
Bennett resituó su corbata y se fue. Miró hacia atrás y me señaló
a Saunders, que estaba de pie junto a la puerta. —Me gusta él. Asegúrate
de que se quede quieto.
—Le diré al general, señor.
Todos nos relajamos una vez que el último hombre había seguido
al senador Bennett.
—Jesucristo, eso no es normal —dijo Harbinger—. Seguramente no
está tan tenso por un poco de prensa de teoría de conspiración.
—Es joven y fue puesto en el comité de esta instalación por quién
es su padre —dijo Naomi—. Él no quiere estar en el centro de atención,
aún no.
Todos la miraron fijamente.
Ella levantó las manos. —Es solo una suposición.
—Claro —bromeó Martinez.
Naomi agarró su tenedor y lo apuñalo en la mesa a centímetros de
la mano de Martinez. Él miró al tenedor, con los ojos muy abiertos.
Sloan se rio entre dientes. —¿Aún no has aprendido?
—Hablábamos de la vida amorosa de Trexler, no la mía —dijo.
Fruncí el ceño—. Ah, vamos. ¿Perdiste el sentido del humor cuando te
mudaste aquí? —dijo Naomi, empujándome el brazo.
—¿Alguna vez tuvo uno? —preguntó Martinez.
—¿Cuándo podremos conocerla? —preguntó Sloan.
—Nunca —dije.
El equipo se quejó, rápidamente callados por Kitsch.
—No le he dicho que soy marine. Ella no puede saber, aún no.
Naomi frunció el ceño.
—Voy a decirle. Solo necesito que me conozca primero para que
sepa que no soy como él.
—¿Cómo quién?
—Su ex, Shawn. Era un verdadero desgraciado. La lastimó. Ella ha
dicho en varias ocasiones que no saldría con un militar, y yo no… —
Naomi me dio una patada—. ¡Ay! ¡Mierda!
—Trex —espetó Naomi—. No dejas de ocultarle cosas y ella no
aceptará que no puedes decirle los detalles de tu trabajo. Y si lo descubre,
es una amenaza para la seguridad nacional.
Martinez señalo a Harbinger. —¿Qué le dices a tu esposa?
Se encogió de hombros. —Solo que tengo nuevas órdenes. No
pregunta. Ya no me pierdo los partidos de fútbol ni los cumpleaños... eso
es todo lo que le importa.
Sloan señaló a Harbinger. —¿Ves?
—Esto todavía es nuevo, Sloan. No voy a arruinarlo al presentarle
a ustedes paganos.
—¿Paganos? Ahora estoy ofendido —dijo Kitsch, incapaz de
mantener una cara seria.
Un grupo de batas blancas entró por las puertas, los doctores
Philpot y DuPont entre ellos. El grupo se dirigió con entusiasmo hacia el
buffet de fideos. Por lo que sabíamos, todos habían pasado los últimos
meses en Deep Echo. Se veían pálidos y cansados, pero emocionados por
aventurarse.
El doctor Philpot se frotó las manos mientras le señalaba los
ingredientes al cocinero, y luego conversó con otro hombre en una bata
de laboratorio blanca del doble de su tamaño. Philpot tuvo que retroceder
varios pasos para evitar que su cuello se volviera hacia atrás. Uno por
uno, tomaron sus bandejas y se sentaron a la mesa detrás de mí.
Naomi los estaba mirando, masticando su comida al mismo tiempo.
—¿Qué? —dijo finalmente.
Me volví para ver al docto DuPont sonriéndole.
—¿No es interesante —comenzó el doctor DuPont— que haya
treinta mesas en esta cafetería, y el doctor Cohen, el primero de nosotros
en agarrar su bandeja y sentarse, eligió la mesa junto a las suya? Los
humanos intrínsecamente temen la soledad. Ansiamos pertenecer, ya sea
que nos demos cuenta o no.
—No es porque huela bien —dijo Sloan. El equipo se rio entre
dientes, pero la pequeña y espeluznante sonrisa del doctor DuPont no se
alteró.
—Parece un poco cansado, doctor DuPont. No le hemos visto en
unas pocas semanas.
—¿Dónde ha estado? —preguntó Harbinger.
—En Deep Echo —dijo Philpot, comiendo su plato de fideos.
—¿Han estado durmiendo ahí abajo? —preguntó Naomi.
—Sí, cuando hay mucho trabajo por hacer —respondió el doctor
DuPont.
—No es que sea necesariamente voluntario —se quejó el médico
alto.
—Trex, conoce al doctor Andrew Cohen. Él es nuestro biofísico.
—¿Biofísico? —preguntó Martinez—. ¿Por qué diablos necesita la
montaña un biofísico? Supongo que eso también es secreto.
—Sí —dijo el doctor DuPont.
—¿Hay algún tipo de experimentos alocados con gente allá abajo?
¿Extraterrestres? —preguntó Martinez.
—Todo clasificado —dijo el doctor DuPont.
—Mierda —exclamó Sloan, ganando la atención de Philpot.
—Alégrate de no saberlo —dijo—. En la montaña, la ignorancia es
una bendición.
—Al menos tienes el conocimiento para tomar una decisión
informada, tanto si quieres trabajar para este equipo como si no —dijo
Harbinger, descontento.
—No, te equivocas —dijo el doctor Cohen—. El conocimiento aquí
quita la decisión.
—Bueno, eso es espeluznante —opinó Martinez.
—Está bien. —Me puse de pie—. Se acabó el descanso, volvamos a
reunirnos en nuestros cuartos.
Mi equipo me siguió por el pasillo hasta nuestro vestuario. Me senté
en el banco central, escribiendo un mensaje a Darby que nunca le llegaría
ya que no tenía teléfono.
—Eso es tan… espeluznante —comentó Naomi.
—Entonces, ocúpate de tus asuntos —le dije.
—¿Por qué no le das un teléfono? —preguntó Sloan—. A las chicas
les gusta eso, ¿no?
—Le he preguntado. A ella no le gusta tener uno. Shawn enloquecía
si no contestaba al primer timbrazo o no respondía inmediatamente. No
puedo culparla, pero ahora… tengo que hallar un modo de conseguirle
uno. Estoy buscando una casa pronto. Será fácil conectar cámaras de
seguridad y un sistema de alarma. Botones de pánico. Está a unos dos
kilómetros y medio de una estación de policía. Si pudiera llevarla allí,
estaría a salvo las veinticuatro horas del día.
—No estoy segura de la casa, pero tal vez si ella supiera que todo
lo que quieres es escribirle notas de amor por teléfono, lo aceptaría —
bromeó Naomi.
Mi radio hizo un ruido, y Saunders apareció por el altavoz. —Trex,
preséntate en la sala de control con tu equipo inmediatamente.
—Entendido —le dije, haciendo un gesto para que el equipo se
desplegara.
Saunders estaba de pie frente a la entrada cuando llegamos. Nos
acompañó a través de la sala hacia los monitores exteriores. —El incendio
está a dieciséis kilómetros del Complejo.
—¿Y qué? Los sistemas de riego y el departamento de bomberos del
Complejo pueden manejarlo. Podemos llevar a todo el personal y el equipo
dentro —dije—. Deberíamos comenzar.
—Los vientos no están a nuestro favor, y… —Señaló una sección a
unos pocos kilómetros de las vallas exteriores—. Hay un pequeño grupo
de bomberos que se están acercando a nuestro perímetro exterior. Se les
ha ordenado que salven el Complejo. Pero si los vientos cambian... están
jodidos.
—Los Alpines están ahí fuera hoy. ¿Dijeron por casualidad que
eran ellos? —le pregunté.
—No, no lo dijeron —respondió Saunders.
—Deberíamos ir allí. Mantenernos alerta, tal vez estar listos para
una evacuación rápida —dijo Naomi.
—No están entrenados para eso —comentó Saunders
—Pongan el satélite en el área —le dije, señalando el monitor—. Ya.
—Tu objetivo es asegurarte de que la gente en esta instalación y
propiedad estén a salvo. Ese es tu único objetivo —dijo Saunders.
—Todos nos hemos estado quedando en el mismo hotel durante
meses. Son amigos, y no son solo civiles, sino funcionarios —le dije,
dando un paso hacia Saunders—. Y están protegiendo este complejo.
Esto forma parte de mi objetivo.
—Con todo respeto, Trexler, no estoy de acuerdo.
—Me importa una mierda si estás de acuerdo o no. —Pasé por
delante de mi equipo—. Vamos.
Harbinger, Kitsch, Naomi, Sloan y Martinez vinieron detrás,
deteniéndose frente a la puerta de metal de la sala de control.
—Naomi, sube y danos autorización para ayudar.
—¿Qué? ¿Cómo?
Fruncí el ceño, descontento con mi propio plan. —De parte de
Bennett.
Su boca se abrió, sus mejillas se sonrojaron. —¿Quieres que le
deba un favor? ¿Hablas en serio? Tiene que haber otra manera.
—Esta es la forma más rápida. Sube y no aceptes un no por
respuesta. Kitsch, toma a Sloan y trae el equipo. Martinez, asegúrate de
que todo el personal esté adentro. Ponte en alarma. Harbinger, vienes
conmigo.
—¿Hacia dónde nos dirigimos? —preguntó Harbinger.
—Al almacén para encontrar un vehículo. Si los vientos cambian,
necesitaremos sacar a esos hombres rápido.
Acabábamos de llegar al punto medio del almacén en el corredor
de Charlie, cuando sonó la alarma. Harbinger y yo corrimos a un Jeep y
entramos.
Un guardia trotó hacia nosotros. —El general nos ha instruido que
cerremos, señor. Lo siento, pero…
—Trex —ladró Naomi por las comunicaciones—, solo tenemos
autorización para evacuación. Es lo mejor que pude hacer.
—¿Todos tienen sus objetivos bloqueados? —le pregunté—. Griten.
—Personal adentro —dijo Martinez.
—El último equipo viene ahora —ladró Sloan, su voz amortiguada
por el sonido de la maquinaria.
—Encuéntranos en el almacén en cinco. Vamos a estar allí para
evacuar a la tripulación si es necesario.
Pasamos junto al equipo de bomberos del Complejo en el camino
hacia el almacén. Rociaban el perímetro con retardantes, revisaban las
mangueras y se aseguraban de que todos los empleados estuvieran
adentro. Llegamos a la puerta de metal del tamaño de un hangar justo
cuando el guardia la estaba bajando. El Jeep apenas se deslizó por
debajo, y salté. —¿Qué estás haciendo? Todavía tienes a tu equipo de
bomberos por ahí.
Señalé la puerta que se cerraba lentamente. —Mi equipo ha sido
autorizado por el Senador Bennett para la evacuación de los bomberos
en la montaña.
—Lo siento, señor, pero no le doy informes al senador Bennett. Esta
es una orden directa del general —dijo el guardia.
Naomi, Martinez, Sloan y Kitsch llegaron, respirando con
dificultad, pero animados. Habíamos caminado por los pasillos por
demasiado tiempo. Estábamos todos listos para tener más acción.
—¿Van a abrirla de nuevo o qué? —preguntó Martinez. Su rostro
se oscureció cuando la puerta se vislumbró con la luz del sol.
Meneé la cabeza. —El general tiene el Complejo en el bloqueo.
Naomi hizo un gesto hacia una puerta más pequeña. —Podemos
colocar los cuatriciclos allí.
Miré a los guardias. —¿Cerrarla detrás de nosotros?
El mayor reflexionó y luego asintió.
—¡A la carga! —grité, corriendo hasta la esquina del almacén con
hileras de cuatriciclos.
Cada uno de nosotros agarramos cascos, elegimos un ATV,
aceleramos los motores, y salimos por la puerta más pequeña, pasando
a mucha velocidad junto a los bomberos del Complejo y la puerta aún
abierta con la que trabajaban. Mantuvimos nuestras radios encendidas
y nos desplegamos, rodando sobre el terreno rocoso de la Montaña
Cheyenne hacia el área en donde vimos por última vez a la tripulación
alpina en las pantallas de la sala de control.
—Griten si ven algo —grité al otro lado de la radio.
Condujimos durante diez minutos, luego quince, nuestros
cuatriciclos levantando suficiente polvo para competir con el humo. La
nube oscura asentada en el Bosque Nacional de las Montañas Rocosas
se hizo más espesa cuanta más distancia dejábamos entre nosotros y el
Complejo.
—¡Llamas, a la una en punto! —dijo Kitsch.
Pasamos por delante de álamos y piceas azules que se hallaban
indefensos, en la mira del fuego. Nos detuvimos en un acantilado poco
profundo, mirando hacia el otro lado. El fuego se encontraba a menos de
doscientas yardas de distancia y se precipitaba hacia nosotros.
—¿Qué demonios? —dijo Sloan. El humo comenzó a despejarse
ante nuestros ojos. Los vientos habían cambiado.
—¡Zeke! —gritó Naomi, saliendo de su ATV. Se quitó el casco y cayó
de rodillas, mirando hacia abajo.
La seguí, de pie al borde del acantilado y mirando hacia abajo. El
grupito de Alpines que se había separado de los otros se hallaba de pie
en el fondo, trabajando contra reloj para armar un aparejo para Fish,
cuya pierna lucía herida. Estaba apoyado contra el tronco retorcido de
un gran álamo doblado.
—¿Todos están bien? —pregunté, mirando hacia abajo. Estaban
atrapados, y con uno de ellos herido.
Taylor Maddox estaba junto a su hermano gemelo Tyler y Zeke,
mirándonos, confundidos.
—¿Qué hacen aquí? —preguntó Zeke, sus ojos rebotando de Naomi
hacia mí, luego el resto de nuestro equipo.
—¿Importa? —preguntó ella, sonriendo. La suciedad llenó su
rostro.
Zeke y Taylor miraron hacia las llamas que se acercaban. —¿Tienen
una cuerda? —preguntó Taylor—. Fish se dobló el tobillo. No vamos a
apagar el fuego de aquí.
—Por suerte para ti —le dije mientras Harbinger soltaba una
cuerda—. También tenemos ruedas. ¿Ustedes son todos?
Tyler asintió. —Si no tienes espacio, solo saca a quien puedas.
Intentaremos desviarnos.
—No dejaré a nadie atrás —le dije—. Levantemos a Fish primero.
¡Vamos! —grité.
Los bomberos se pusieron en acción, atando la cuerda alrededor
del pecho de Fish. Lo levantamos primero, y luego el resto de los Alpines
subieron uno a la vez. Todos se encontraban exhaustos, pero usaron su
última energía para llegar hasta donde estábamos. Les gritamos para
darles ánimo, a cada uno mientras el fuego quemaba más cerca. El humo
comenzó a rodearnos justo cuando el último bombero, Taylor, casi había
llegado a la mitad del camino. El fuego se arrastró por el suelo y pronto
el extremo de la cuerda se incendió.
—¡Vamos! —ladró Tyler—. ¡Hazlo más rápido!
Taylor puso una mano sobre la otra, pero la llama subía más rápido
que él.
—No va a lograrlo —dijo Zeke.
—¡Mueve tu trasero, Maddox! —gritó Tyler.
Cuando el fuego trepó por la cuerda y llegó a los pies de Taylor, su
hermano golpeó a Zeke y se tambaleó hacia adelante, su mitad superior
cayó sobre el borde, sus piernas lo siguieron. Zeke se zambulló por los
tobillos de Tyler, agarrándolos justo a tiempo.
—¡Lo tengo! —gritó Tyler.
Los otros Alpines se unieron a Zeke y empujaron a Maddox hacia
la cima.
Pateé la cuerda, dejándola caer al fondo, viendo cómo el fuego
devoraba lo que quedaba.
Los Alpines estaban cubiertos de hollín, con los hombros caídos
por el cansancio.
Taylor me miró por debajo de su frente sucia. —No le digas a Falyn.
Señalé el parche en mi brazo que decía “Complejo de la Montaña
Cheyenne”. —No se lo digas a Darby.
Taylor subió a la parte trasera de mi ATV, Zeke en la parte posterior
del de Naomi, Fish estaba con Martinez, Runt y Smitty se subieron con
Kitsch, Tyler con Sloan, Watts y Cat con Harbinger. El humo ya nos
ahogaba en el momento en que nos alejamos, el calor en mi espalda me
recordó que mantuviera mi pulgar presionado hacia abajo. Incluso con la
lesión de Fish, Martinez no disminuyó la velocidad, se desvió de los
árboles y saltó por encima de los baches como el resto de nosotros, con
la esperanza de mantenerse por delante de las llamas.
Taylor palmeó la parte posterior de mi casco. —¡Más rápido!
No me molesté en explicar que los ATVs habían sido construidos
para revisar el perímetro, no para huir de incendios. Mi pulgar estaba
presionando el acelerador tanto como me era posible. Lo único que podía
hacer era no frenar.
El equipo de bomberos del Complejo se había ido cuando llegamos
a la línea de la cerca, e incluso a través del humo, pude ver que las
puertas del almacén estaban cerradas. Los cuatriciclos levantaron tierra
cuando nos detuvimos y las cenizas cayeron a nuestro alrededor.
—¿Seguimos adelante? —preguntó Naomi, gritando por encima del
rugido del fuego.
Asentí. —Lado suroeste.
El sistema de rociadores masivo se activó y el vapor se elevó justo
fuera de la línea de la cerca.
—¡Vayan, vayan, vayan! —grité.
A toda velocidad, conducir a través de los galones de agua que
inundaban el exterior del Complejo se sintió como si se tratara de un
cohete a través de una tormenta, y los bomberos se agacharon para evitar
ser apedreados por la lluvia punzante.
Empapados, sangrando por las ramas afiladas, saturados de barro,
hollín, ceniza, hierba, grava y hojas, redujimos la velocidad hasta
detenernos cerca de la entrada del Complejo. El estacionamiento estaba
a solo unos cientos de metros. Me llamó la atención un destello, y di
media vuelta, viendo cómo el fuego giraba y devoraba todo a su paso,
pero alejándose del Complejo.
Nos sentamos por un momento, con incredulidad de que ya no nos
perseguía.
Sloan se quitó el casco. —Mierda. Es como si esa maldita cosa
tuviera mente propia.
—Tengo que recordarme a mí mismo que no es así —dijo Zeke.
Fish gimió, bajando la mirada hacia su tobillo hinchado. Le faltaba
una bota, y el brazo de Smitty estaba quemado.
—Trex a Saunders. Adelante —llamé por la radio, inclinando la
cabeza hacia el micrófono.
—Saunders —repitió, haciendo clic en su radio.
—Estos hombres necesitan atención médica. Llama a un par de
ambulancias para que se reúnan con nosotros en el primer control de
seguridad y llama a su cuartel general para informar que sus muchachos
están a salvo.
—Copiado eso, cambio —dijo Saunders, su lado volviendo a
callarse.
Asentí hacia mis hombres, y continuamos en los vehículos todo
terreno, transportando a los bomberos sucios, sudorosos y exhaustos a
la primera cabina.
Taylor saltó, revisando a Fish antes de regresar a mí y extender su
mano.
La tomé, sacudiéndola un par de veces.
—Nos salvaste los traseros, Trex —dijo Taylor.
Naomi abrazó a Zeke, agarrando sus mejillas y evaluando los cortes
en su rostro.
Zeke hizo una mueca. —¿Tuviste que pasar por cada rama de árbol
entre el acantilado y el Complejo?
—Sí —dijo—. ¿Notaste que fuimos los primeros en regresar?
Un lado de su boca se elevó. —Eres tan malditamente competitiva.
Ella le guiñó un ojo. —No te das una idea.
La ambulancia se llevó a los bomberos y nos quedamos en el puesto
de control y esperamos hasta que desaparecieron.
—¿Qué demonios fue eso, Nomes? —preguntó Sloan.
—Nada que sea de tu maldito interés —dijo, caminando hacia su
ATV.
Harbinger me dio una palmada en la espalda. —Buena decisión,
jefe. Me sentí bien por salvar vidas otra vez.
—Oorah —dije, colocándome el casco.
Traducido por JaviFran
Corregido por Julie

Darby
—Te ves bien —le dije a Tyler—. Pero también pareces nervioso.
—¿Qué opinas? —preguntó, sosteniendo una cajita rojo oscuro.
—¿Puedo? —le pregunté. Asintió. Incliné la tapa hacia atrás,
revelando una pequeña banda de oro blanco con un solo y redondo
diamante.
Se encogió de hombros, arrugando la nariz. —Sabes que su padre
es millonario, pero a ella le gustan las cosas simples, así que pensé...
—Le encantará —dije con una sonrisa.
—¿Sí? —preguntó, todavía inseguro.
—Absolutamente.
Cerró la caja y miró hacia otro lado, con dolor en los ojos. —Ellie
ha pasado por mucho. Se ha ido un tiempo y no nos separamos en
buenos términos, así que no estoy seguro.
—Haz lo que te parezca correcto —dije.
Tyler sonrió. —Gracias, Darby.
Asentí, y luego le empujé el hombro. —Ahora, vete. Vete antes de
que llegues tarde. Quieres asegurarte de que estás ahí cuando ella se baje
del avión.
Se fue corriendo, saludando una vez antes de salir por las puertas
de entrada.
Regresé al mostrador de facturación, situando los papeles e
ingresando las llamadas de despertador en el sistema. Trex estaría en
casa en cuatro horas. Esta era la parte más larga del día, y me alegraría
cuando pudiera despertarme, hacer recados y ver a Trex durante unas
horas antes de mi turno. Él era más o menos mi vida fuera del trabajo, a
pesar de que Maya me había pedido que saliera con ella unas cuantas
veces, pero nuestros horarios nunca parecían funcionar.
Sonó el teléfono y contesté. —Hotel Colorado Springs, ¿en qué
puedo ayudarle?
El otro lado de la línea estaba silencioso, pero no muerto, como si
la otra persona estuviera esperando. —¿Hola? Este es el Hotel Colorado
Springs. ¿Puedo ayudarle?
Aún nada, pero podía oír movimiento. Un escalofrió recorrió mi
espalda, y el temor que sentí en Texas, escuchando la camioneta de
Shawn estacionando en la entrada, me invadió. Colgué, mirando al
recibidor. Sentí como si una vida entera hubiera pasado desde que sentí
ese miedo, pero no me tomó mucho tiempo recordar que se había ido.
—Hola —dijo una voz aguda desde el otro lado del escritorio.
Salté. —¡Oh, Dios! —Me toqué el pecho—. Lo siento, no la vi entrar.
¿En qué puedo ayudarle?
La mujer frente a mí tenía cuatro tonos más oscuros de lo que
debería haber sido su tono natural, su cabello rubio decolorado y sus
labios de un rosa brillante. —Mi nombre es Jojo. Soy la nueva chica de
la revista MountainEar. Reemplazaré a Ellie.
—¿Reemplazarla? —dije, sorprendida—. ¿La dejan subir?
—Oh no. —Miró alrededor del vestíbulo, complacida—. Me quedaré
aquí, entrevistando a los Hotshots, sacando algunas fotos de ellos entre
turnos. También hay una historia ahí.
—Ya veo —dije, haciendo clic en el ratón. Tenía una reservación.
Debió hacerla en las pocas horas del día que yo no estaba en la recepción.
Una parte de mí se sentía a la defensiva del lugar que ocupaba Ellie aquí,
y era difícil no reprochárselo a Jojo—. Necesito una identificación y una
tarjeta de crédito, por favor.
Jojo estaba subiendo las escaleras, tan lejos de los hotshots como
podía ubicarla, cuando Stavros corrió a mi escritorio desde el bar. —Solo
quería decírtelo mientras tengas un minuto libre. Tengo grandes noticias.
Tengo una entrevista con una chica esta tarde, y estoy seguro de que será
la nueva empleada.
—¿En serio?
—Así que, prepárate para entrenarla por una semana, y luego
volverás a tu turno regular.
—Gracias —dije con alivio.
—Y… esto… —Me entregó un sobre.
—¿Qué es esto?
—Una comisión además de las horas extras, por trabajar duro y
sin queja.
Lo abrí, viendo un montón de billetes. —¿Qué?
Stavros se fue sin ninguna otra palabra, pasé mis dedos sobre los
billetes de veinte. ¡Quinientos dólares!
—¡Gracias! —le grité, tratando sin éxito de contener las lágrimas
en mis ojos. Doblé el sobre y lo metí tan dentro de mi bolsillo como fuera
posible, haciendo ya una lista mental de cosas en las cuales utilizar el
dinero. Cita prenatal, comida, pañales, ahorros. Había tantas cosas en
las que podía gastarlo, que era difícil elegir. La vida estaba mejorando.
Toqué mi estómago. —Lo estamos haciendo bien, Frijolito.
Después de atender el bar y ver dos docenas de hotshots dirigirse
a casa por dos días de descanso y recreo, Stavros volvió con una morena
alta. —Darby, esta es Lane. Estará trabajando de tres a once.
—Felicitaciones —dije con una sonrisa. En ese momento, Lane, con
su largo y brillante cabello castaño, su cintura diminuta, su trasero
redondo, sus labios llenos y su doble D perfectamente proporcionada, era
mi mejor amiga. Ella me daría más tiempo con Trex, más tiempo para
descansar y cuidar de Frijolito. Aunque mi mejor amiga era hermosa y
una gran bola de energía nerviosa, no podía ignorar la extraña expresión
de la cara de Stavros—. ¿Qué pasa?
—Solo.... no mires la televisión —dijo.
Miré a mi derecha a través de la falsa planta de bambú para ver a
un grupo de hotshots y de funcionarios de Silvicultura y Agricultura
reunidos frente a la pantalla plana. La mayoría fruncía el ceño o sostenía
la barbilla con las manos.
—¿Son nuestros hombres? —le pregunté.
Stavros asintió dos veces. —Intentan redirigir el fuego desde el
complejo de la Montaña Cheyenne.
—¿El qué?
—Es una instalación del gobierno. Dicen que es un riesgo. El viento
no está a su favor.
Usé el escritorio para estabilizarme. Zeke, Sugar, Maddox, Dalton...
demasiados para nombrarlos.
—¿Te traigo agua? —preguntó Lane.
—Esa es una buena idea, Lane, gracias —dijo Stavros.
Corrió por el vestíbulo hacia el bar, y Stavros se acercó al escritorio
para agarrarme del brazo. —No te vas a volver sureña conmigo y te vas a
poner toda emocional, ¿verdad?
—Estoy bien —dije.
—Estás blanca como una hoja, niña.
—¿Sabes... sabes si Trex está ahí fuera con ellos?
—No estoy seguro. ¿Trabaja con ellos? Nunca lo ha dicho.
Me encogí de hombros, sin saber qué más decir.
—¿Nunca te lo ha dicho? —preguntó. Cuando sacudí la cabeza,
frunció el ceño—. Eso es raro, Darby.
—Es la política.
—Oh —dijo, reconocimiento iluminando sus ojos—. Lo sabía. Me
engañó totalmente. Apuesto a que realmente trabaja para la montaña.
—¿Cuál?
—El Complejo de la Montaña Cheyenne. Es una instalación
gubernamental de alto secreto. Ni siquiera puedes conducir por ese
camino sin que te arresten a punta de pistola. Eso explica por qué no
puede decirte lo que hace. Tal vez esté ahí.
Arrugué la nariz. —¿Trex? No. Es de seguridad privada.
—Oh, vamos. Tal vez él es su seguridad. O podría ser parte de un
programa secreto. Tal vez NORAD2. Están alojados allí. Tal vez están
experimentando con él. ¿Resplandece por la noche?
Lo golpeé con el codo y rodé los ojos. —Déjalo. —Luego palidecí,
empujando a mi alrededor y a través de los funcionarios para ver bien la
pantalla plana. Solo había una reportera en el estudio con una foto vieja
al mismo nivel de su hombro derecho.
—¿Han mostrado a los Hotshots?
Lloyd, uno de los oficiales, agitó la cabeza. —NORAD está en la
montaña. Es una zona de exclusión aérea.
—¿Incluso para helitack3?
—Están esperando la autorización.
—¿Qué? —dije, buscando a alguien más para que interviniera.
Todos miraban intensamente a la pantalla—. ¿Alguien de la... montaña
está ayudando?
Lloyd pareció darse cuenta de que estaba ahí de pie. —No lo han
dicho.
Lane me trajo un vaso de plástico con agua. Tomé un sorbo y le
agradecí, viendo a Stavros sonreírle como si acabara de ganar el Premio
Nobel de la Paz.
—¿Te sientes mejor? —preguntó Lane.

2North American Aerospace Defense Command. Se trata de una organización conjunta


de los Estados Unidos y Canadá que provee de defensa y control aéreo a toda
Norteamérica.
3 Se refiere a “recursos de fuego entregados por helicóptero” y es el sistema de
administración y uso de helicópteros y sus tripulaciones para realizar fuego aéreo y
otras tareas de extinción de incendios, principalmente el ataque inicial contra incendios
forestales.
—Sí. El agua está ayudando —dije, volviendo al mostrador de
facturación. Stavros y Lane me siguieron, presenciando cómo bebía mi
agua como si estuvieran a cargo de mi consumo.
—¿Cuándo nacerá tu bebé? —preguntó Lane.
Mi boca se abrió, mis ojos bailando entre ella y Stavros. Sin tener
idea de que ella tenía razón, él se ofendió por mí.
—Es pequeña, Lane. ¿Qué te haría decir...? —Se fijó en mi
expresión—. Darby. ¿Lo estás? —Su voz subió una octava.
Inhalé mientras pensaba qué decir. —Iba a decírtelo —dije.
Su nariz se arrugó. —Todo el vómito, el cansancio... ¿estás
embarazada?
Le agarré del brazo. —Stavros, necesito este trabajo.
La mirada de dolor en su cara se intensificó, y miró a Lane.
—¿Podrías disculparnos, por favor?
—Por supuesto —dijo Lane, girando sobre sus talones y
dirigiéndose hacia el bar.
Stavros se volvió hacia mí. —¿De verdad crees que soy la clase de
persona que despediría a una mujer embarazada? Especialmente
sabiendo tu situación... ¿o lo que sé de ella?
Mis hombros cayeron. —No lo eres. Lo sé, pero al principio no lo
sabía, y quería demostrarte que valía la pena mantenerme durante una
baja por maternidad. Iba a decírtelo. Ha estado tan ocupado y no ha sido
un buen momento.
Su expresión se suavizó. —Creo que estoy más molesto porque aún
no lo sabía. —Se puso de pie, molesto otra vez, entrecerrando los ojos—.
Y me dejaste hacer trabajar a una mujer embarazada hasta la mitad de
la muerte con turnos de dieciséis horas por semanas. Qué vergüenza.
Me hundí de nuevo. —Está bien. Necesitaba el dinero.
—Estoy entrenando a Lane. Saldrás a las once.
—¡No! Puedo hacerlo. ¿Por favor? Realmente necesito las horas.
Stavros me miró el estómago y me dejó sola para ir al bar. Se
agachó, apareció llevando y lo dejó detrás de mi escritorio. —Úsalo
cuando no estés con un invitado. Sin limpieza. Sin levantar nada. O te
despediré.
Se me abrió la boca por segunda vez, pero la cerré y me senté en el
taburete. —Sí señor.
Stavros regresó al bar, enviando a Lane hacia mí. No se veía
particularmente arrepentida, de pie a mi lado, esperando que la
entrenara en algo.
—¿Vas a empezar ahora? —le pregunté.
—Sí —dijo con confianza.
—¿Cómo... cómo lo supiste?
Parpadeó con sus largas y gruesas pestañas, escondiendo sus
cálidos ojos café. —Mi hermana está embarazada. Se marea y se toca el
estómago, tal como tú. Pero está súper gorda, así que se le nota más.
Heredó el cuerpo de mi abuela. Yo soy como mi madre, y ella nunca subió
más de tres kilos. Aún no estás allí. ¿Crees que te pondrás enorme? Eres
sureña, ¿verdad? Apuesto a que lo harás.
Lane no era mi mejor amiga.
—No tengo ni idea. He perdido peso hasta ahora. —Miré a la
multitud alrededor de la televisión, tratando de medir la situación por
sus expresiones.
—No llevas anillo. ¿Quién es el padre del bebé? —preguntó.
La miré fijamente por un momento. —Para registrar a un cliente —
le dije, mirando hacia abajo a la pantalla—, asegúrate de que estás en la
pantalla principal, luego pasa el ratón por encima del botón de registro.
Haz clic en él y verás una lista detallada de las reservas que aún no han
llegado. Consigue su identificación. Si tienen una reservación, solo tienes
que hacer clic en su nombre. ¿Ves las casillas marcadas? Todo es para
no fumadores, pero asegúrate de que las cosas como las mascotas y la
preferencia de cama sea la correcta. No tenemos suites, así que esa no es
una opción. Asegúrate de poner a los más ancianos en el primer piso...
y... sí, luego haz clic en la casilla donde introduces la tarjeta y luego la
deslizas. Si el lector de tarjetas no funciona, es probablemente porque no
has hecho clic en la casilla de la tarjeta de crédito.
—Entendido —dijo.
Lane me miró, entendiendo más despacio de lo que me hubiera
gustado. La ayudé a registrar a los siguientes cuatro huéspedes, todos
los hotshots que regresaban del receso. Todos fueron directamente a la
televisión de pantalla plana.
—Discúlpame —le dije a Lane cuando terminamos con el último
huésped. Me apreté entre la multitud y me agaché para agarrar el mando
a distancia, apuntándolo a la pantalla y subiendo el volumen.
Una reportera se paró al lado de un área boscosa, neblina en el
fondo, un letrero de RESTRINGIDO detrás de ella con un emblema de los
Estados Unidos debajo de la impresión. —El Departamento Forestal ha
informado que la tripulación alpina escapó por los pelos una vez que
desviaron las llamas del Complejo de la Montaña Cheyenne, con la ayuda
del Departamento de Bomberos de la Montaña Cheyenne y la seguridad
del Complejo.
Exhalé y toqué a la persona más cercana a mí. —Oh, gracias a Dios.
Están bien.
Las puertas de entrada se abrieron, y un fuerte hedor a humo
procedió a todo el equipo alpino. Estaban todos cubiertos en hollín, y
sonriendo. Los hotshots del vestíbulo estallaron en aplausos y alentando,
chocando los cinco con los Alpines mientras caminaban hacia el bar.
—Está bien, está bien —gritó Stavros—. ¡Todos reciben una ronda
de cerveza en mi nombre!
Todo el vestíbulo se llenó de gritos de alegría, y docenas de hotshots
y oficiales llenaron ese lado de la habitación, dejándome sola. Miré la
pantalla de la televisión, esperando más noticias. Algo no se sentía bien,
impidiéndome regresar a mi escritorio, aunque sabía que Lane esperaba.
El olor a fogata se intensificó. —Hola —dijo una voz profunda y
ronca justo detrás de mí.
Me di la vuelta, mirando a Trex. Su cara estaba roja y sudorosa,
todos menos sus ojos empolvados de hollín.
—Gracias a Dios —dije, abrazándolo. Agarré su camiseta sucia con
los puños, tirando de él tan cerca como pude.
Se rió. —¿Me extrañaste?
—Estuviste en el incendio, ¿no?
Trex me abrazó, apoyando su mejilla en la cima de mi cabeza. —Lo
lamento. Pero no puedo darte una respuesta ya que es peligroso que lo
adivines. Oh, mierda —dijo, retrocediendo. Su ropa había manchado mi
camisa. Con su pulgar, me limpió la mejilla. Luego extendió la mano,
dejando que cayera a su lado—. Lo empeoré.
—Está bien —dije, mirando la prueba de que había estado en mi
contra—. Has vuelto pronto.
—Resulta que estaba cerca. Ayudé. Ellos, uh... nosotros... tuvimos
una... cosa.
Odiaba verle luchar para decirme lo que podía sin mentirme. Fue
admirable, y lo aprecié. —Una cosa, ¿eh? Estoy celosa.
La boca de Trex se curvó hacia un lado con una dulce sonrisa.
—Me alegro de que todos estén bien —dije.
—Tengo que reconocérselo a los australianos. Saben lo que hacen.
Supieron al minuto cuánto tiempo teníamos antes de que el incendio...
—Trex miró tras de mí con una expresión que nunca antes había visto en
su cara.
—Darby —dijo Lane, inclinándose hacia adelante. De repente tuvo
el lenguaje corporal de una niña, una timidez que antes no existía—.
Siento interrumpir —Miró a Trex menos de un segundo, luego se lamió el
labio—, pero todavía hay muchas cosas de las que no estoy segura.
—Claro, estaré allí en un segundo.
Lane se alejó, un rebote en su paso. Trex y yo la vimos girar para
darnos una última sonrisa sobre su hombro.
Trex retornó su atención hacia mí, inmediatamente notando mi
expresión. Tragó, repentinamente incómodo. —¿Qué?
Pestañeé y negué con la cabeza. —Nada.
—No me digas que es la nueva empleada —dijo, el color saliendo
de su cara.
Arqueé una ceja. Los celos no eran una emoción con la que estaba
familiarizada. Siempre había sido el centro dulce de la atención, y por
una vez, quise serlo. Cuando el hombre con el que había soñado por fin
llegó, tenía el bebé de otra persona creciendo dentro de mí, y eso me puso
en desventaja contra alguien como Lane, una mujer que se encontraba
por encima de la media en belleza, y que ya tenía a todos los hotshots en
la habitación peleándose por una razón para hablar con ella. Pero si era
sincera, no se me habría ocurrido estar celosa de ella antes de quedar
embarazada, solo unos pocos meses antes.
—¿Cuál es el problema? —pregunté, cruzando los brazos—. ¿Será
una distracción?
—Claro que no —dijo, arrugando la nariz. Intentó alcanzarme, pero
miró sus manos sucias y luego se cruzó de brazos—. Quiero que Stavros
contrate a alguien para que te ayude. Me sorprende que la contratara.
Solía sentarse en el bar antes de que empezaras aquí. No está aquí por el
trabajo. Quiere conseguir un hotshot. Créeme, no es una distracción. —
El ceño fruncido se suavizó—. Te veo después de salir del trabajo, te llevo
a cenar y te abrazo mientras vemos una película hasta que empieza tu
turno. Lo único que me interesa es que pronto tendrás tiempo libre.
—Ugh —dije, mis mejillas se sintieron calientes—. Lo siento. Los
celos no son algo que estoy acostumbrada a sentir.
—No, me gusta —dijo, incapaz de dejar de sonreír—. Nunca te
había visto celosa. Es muy lindo. Y ahora sé que te gusto más de lo que
dices.
Presioné mis labios, tratando de no sonreír, y él me besó
rápidamente, haciendo que mis esfuerzos fueran inútiles.
—Te amo —dijo, mirando por encima de su hombro antes de
inclinar su cabeza hacia mi estómago—, y a ti.
—Stavros lo sabe —dije.
—¿Qué? —dijo, sorprendido—. ¿Desde cuándo?
Me encogí de hombros. —Hace media hora. La nueva empleada le
reveló el chisme. —La miré, entrecerrando los ojos durante los dos
segundos que no miraba a Trex—. Estoy seguro de que es una especie de
demonio clarividente.
—¿Cómo diablos lo supo? —preguntó—. ¿Qué dijo Stavros? Debes
seguir teniendo un trabajo.
—Estaba bastante enfadado conmigo por no decírselo. Puso un
taburete detrás del escritorio. Se supone que debo sentarme cuando no
estoy ayudando a un huésped. —Miré a Stavros, y él señaló al suelo,
haciéndome señas para que me sentara.
—Bien —dijo Trex, siguiéndome al escritorio.
—Hola. —Mi nueva compañera de trabajo sonrió ampliamente y
extendió su mano—. Lane.
—Trex —dijo con una frialdad que no experimenté cuando nos
conocimos. Siempre se sintió atraído por mí. Me invitó a salir en los
primeros cinco minutos. No podía estar menos interesado en Lane, y era
casi imposible ocultar mi satisfacción. Me las arreglé hasta que él le
agarró la mano y trató de alejarse. Solo por un milisegundo, ella aguantó.
Cuando Trex recuperó su mano, entendió mis sospechas
anteriores. La comprensión centelleó en sus ojos justo antes de que me
guiñara el ojo y sonriera. —Te amo, cariño. Nos vemos en la cena.
Le agarré de la muñeca y miré su reloj. —Solo unas pocas horas.
Llevó mi mano a los labios y me besó los nudillos antes de soltarme
para ir a los ascensores.
Tanto Lane como yo lo miramos irse con la misma expresión.
Lane finalmente suspiró y sacudió la cabeza, mirando hacia la
computadora. —Él es algo.
—Sí, lo es.
—¿Sabe lo del bebé?
—Por supuesto que sí —espeté.
Levantó las manos. —Solo preguntaba. Stavros no lo sabía, así que
no estaba segura. ¿Está contento?
—Debe estarlo —dije, sentándome en el taburete—. No huyó
cuando se lo dije.
—Ese va a ser un bebé muy apuesto —dijo Lane, mirando hacia el
ascensor vacío. Me devolvió su atención—. ¿Dónde lo conociste?
Me costó todo lo que tenía para arrancarle sus ojos errantes, así
que cambié de tema. —¿Lista para repasar la salida?
Lane sonrió con suficiencia. —Claro.
Traducido por Umiangel
Corregido por Julie

Darby
—No, este —dije, corrigiendo a Lane.
—Estaba a punto de decirlo —dijo, molesta.
Lane no aprendió tan rápido como yo, pero odiaba que la corrija
frente a los invitados. Era un equilibrio complicado entrenarla de forma
correcta y pacificarla para que no lanzara un pequeño ataque de histeria
en la recepción. Sería un turno largo. De nuevo. No podía esperar hasta
que Lane estuviera bien entrenada, pero ya había sido el doble de tiempo
que me hizo falta a mí.
—Gracias —dijo Lane con esa sonrisa falsa a la que me había
acostumbrado—. Disfrute su estadía, señor Bringham.
Lane se volvió hacia mí, la sonrisa desapareció. —¿Podrías darme
unos segundos para resolverlo? Por eso me está llevando tanto tiempo
aprender.
—Sí. Lo siento —me disculpé, ofreciéndole una sonrisa falsa.
—Claro —dijo, volviéndose.
Miré la actividad repentina en la sala de reuniones. Algunos de los
hotshots se hicieron notar y se dirigían hacia allí.
—Vuelvo enseguida —le dije a Lane, dirigiéndome al bar.
—Parece un problema —dijo Stavros, mirando la puerta de vidrio
de la sala de reuniones.
—Claro que sí —dije.
Stavros sacudió la cabeza para mirarme, confundido por medio
segundo antes de darse cuenta de que hablaba de Lane.
—¿Todavía se comporta como una perra?
—Esas son tus palabras, no las mías —dije.
Volvió su atención a la sala de reuniones. —Lo siento. Pensé que
había tenido suerte otra vez. Haces que la belleza, el cerebro y la
amabilidad parezcan fáciles.
—Qué tierno —le dije, empujando su brazo con mi hombro.
—Deberías estar sentada —dijo. Tomé el banquillo más cercano.
Frunció el ceño ante los hotshots cuando salieron de la sala de
reuniones—. Esto no se ve nada bien —señaló. Todos los demás hacían
llamadas telefónicas y se dirían directamente al televisor. Stavros tomó el
control remoto y subió el volumen—. Canal Siete dijo antes que el viento
se levantó y quemó trescientas hectáreas esta mañana. Las brasas están
volando y creando docenas de incendios nuevos hasta a diez kilómetros
de distancia. Están evacuando a las personas a lo largo de la carretera,
incluidos algunos de los ranchos más antiguos del estado.
—Los Alpines fueron llamados hace unas horas —dije, escuchando
un quiebre en mi voz. La piel de gallina se formó sobre todo mi cuerpo.
El bar se despejó, y el vestíbulo de repente se llenó de movimiento.
Se formaron dos líneas cuando la gente entraba y salía de la sala de
reuniones. Los teléfonos comenzaron a sonar, creando una sinfonía
desordenada, un zumbido constante de charla.
—Oye —dijo Stavros, tratando de llamar la atención de uno de los
hotshots que pasaba—. ¿Todos están bien?
—Tenemos algunos tipos desaparecidos.
—¿Desaparecidos? —pregunté, de pie—. ¿Qué tripulación?
—La tripulación Alpine fue dividida por el fuego. Creemos que el
grupo más pequeño se separó del resto cuando los dos incendios
convergieron. Solo tuvieron unos minutos para despejarse.
Me cubrí la boca. Stavros enganchó su brazo con el mío y me dio
unas palmaditas en la muñeca.
—¿Cuándo sabremos algo? —le pregunté.
—Estamos coordinando la búsqueda y el rescate en estos
momentos —dijo, alejándose.
—Están bien —afirmó Stavros, fingiendo confianza.
A medida que pasaban los minutos, me pareció que hablaba mucho
y no ocurría lo suficiente, pero me encontraba segura de que había un
rescate en marcha en la montaña el cual no podíamos ver. Regresé al
mostrador para encontrar cosas que me mantuvieran ocupada, aliviada
de ver a Tyler entrar con Ellison. Caminó directamente a la sala de
reuniones con los oficiales y algunas de las otras tripulaciones. Supe
entonces que su hermano era uno de los Alpines que buscaban.
Ellie se dirigió hacia el mostrador.
—¡Ellie! Esperaba que vinieras.
Ofreció una media sonrisa, hurgando en su bolso. —Estoy aquí.
Necesito una habitación —dijo, entregándome su identificación y tarjeta
de crédito—. Hazme un favor —pidió Ellison en voz baja, inclinándose
más cerca.
—Claro —dije con una sonrisa, todavía revisando las habitaciones,
tratando de registrarla tan rápido como pude.
—No iré a ninguna parte cerca de Stavros mientras esté aquí.
Levanté la vista para ver su expresión, tratando de descifrar a qué
se refería.
—No beberé nunca.
—Oh. Oh. Sí, la última vez fue... malo.
Asintió. —Y no mejoró después de eso.
Un destello llamó mi atención, y extendí mi mano sobre el escritorio
para tomar su mano para ver mejor el anillo en su dedo. Tyler lo hizo. Le
pidió que se casaran, y ella dijo que sí. —¡Nuggets de pollo, no puede ser
tan malo! ¡Felicidades!
—Sí —dijo con una sonrisa, una verdadera, algo que nunca había
visto de ella.
—Maldición, es bonito. Y no te preocupes, le avisaré a Stavros que
no beberás.
—Gracias —dijo Ellison.
Codifiqué dos tarjetas para ella y se las entregué, y vi mientras
Ellison miraba el sobre en el que guardó las tarjetas y luego miraba por
encima del hombro para ver cómo estaba su prometido. Reajustó la
correa del bolso de la cámara y se dirigió a los ascensores.
Unos minutos más tarde, los equipos salieron de la sala de
reuniones, incluido Tyler. Mensajeaba por teléfono mientras salía con los
demás. Me abracé, sabiendo que probablemente se despedía de Ellison.
Iría a buscar a su hermano.

***

Cuando se puso el sol, las puertas del vestíbulo se abrieron y Trex


entró, deteniéndose cuando vio a Ellison parada cerca del sofá donde veía
las noticias en la pantalla plana. Intercambiaron palabras, y luego
Stavros le llevó un refresco.
Trex me guiñó un ojo, luego se acercó para deslizar su dedo por mi
mano desde la muñeca hasta la punta de mi meñique. —Mi gente dice
que tienen ojos en el equipo de rescate. —Revisó su teléfono y lo guardó.
Enganché mi brazo alrededor de Trex y lo jalé unos pocos
centímetros. —¿Qué quieres decir con “tu gente”?
Respondió con una disculpa en su voz. —Mi equipo se quedó atrás
para poder mantenerlos informados aquí y podrían estar atentos a la
situación en la montaña. Eso es todo lo que puedo decirte, Darby, lo
siento.
—Lo sé —dije, sacudiendo la cabeza—. Solo... Zeke todavía está
ahí.
—Lo sé. Créeme, están sacando la artillería pesada.
—¿Estás bien? —le pregunté.
—Sí. Sí, cariño, estoy bien. ¿Cómo te sientes? ¿Has cenado? —Lo
pensé por un momento, y frunció el ceño.
—Con todo lo que sucede, simplemente lo olvidé. Estoy feliz de que
hayas vuelto. Cuando no apareciste a la hora habitual, me preocupé.
—Llamé —dijo Trex, sorprendido. Echó un vistazo a la recepción—
. Lane respondió. Dijo que te encontrabas ocupada. Le dije que te dijera
que llegaría tarde.
Me volví y vi que Lane le sonreía a Trex, pero esa sonrisa se borró
en cuanto se dio cuenta de que la habían atrapado. —Debió haberse
olvidado de decirme.
Trex besó mi frente. —Lamento haberte preocupado, nena. Debí
pensármelo mejor antes que confiar en que ella te avisara.
—No es tu culpa —le dije, mirando a Lane. Sonreí cuando volví a
mirar a Trex—. ¿Te quedarás?
—Sí. Vamos, necesitas algo de comer.
Mientras revisamos la nevera en la parte posterior de la sala de
desayunos, los oficiales convocaron otra reunión. El vestíbulo estuvo casi
vacío durante media hora, y me senté en el sofá, dejando que Lane
manejara la recepción.
—¿Te sientes mejor? —preguntó Trex.
—Estoy bien. ¿Has escuchado algo?
Miró hacia abajo. —A veces desearía que no me preguntaras cosas,
Darby. Haría las cosas mucho más fáciles para mí.
—Lo siento. Normalmente no lo haría, pero Zeke está ahí. Tengo
que saberlo —dije.
Entrelazó sus dedos con los míos. —No hemos escuchado ninguna
comunicación de radio del grupo más pequeño desde las seis. En su
última llamada dijeron que desplegaban sus refugios contra incendios.
Inmediatamente me eché a llorar, moviendo mi nariz cuando de
repente me ardía. Se me hizo un nudo en la garganta y, por más que
intenté no llorar, las corrientes salieron disparadas por mis mejillas.
—¿Quién está en el grupo más pequeño?
La puerta de la sala de reuniones se abrió, y todos los que estaban
atiborrados en el pequeño espacio salieron, caminando por la habitación
para abarrotarse alrededor de la pantalla plana.
Trex mantuvo su voz baja. —No digas nada. Solo los superiores
saben en este momento, y sería extremadamente difícil para mí explicar
cómo lo sé.
Me llevé el nudillo a la nariz y asentí, esperando su respuesta.
Ellison se encontraba de pie, y no quería que me viese llorar.
—Taylor Maddox; los australianos, Liam y Jack; Jew... y Zeke. Zeke
era el más alejado. Los otros corrieron para advertirle, y luego tuvieron
que irse. Es un terreno accidentado, y eso les redujo la velocidad. Su
última comunicación fue... —Tragó saliva—. Fue intenso, Darby. Espero
que estén bien.
Apreté mis temblorosos labios, asintiendo. Me limpié la cara
rápidamente, y caminamos más cerca de los otros alrededor de la
televisión.
Una mujer reportera apareció en la pantalla plana con aspecto
sombrío. Estaba de pie frente a la hierba alta y árboles quemados,
sosteniendo un micrófono con ambas manos.
—No, no, no, no —susurré—. Por favor, Jesús, mantenlos a salvo.
Ellison se sentó a mi lado en el sofá, tapándose la boca con las
manos.
—¡Suban el volumen! —gritó alguien desde el fondo.
Agarré el control remoto y presioné el botón hasta que estuvo en el
nivel máximo.
—La última comunicación informada con el equipo de Estes Park
fue a las seis en punto esta noche, justo cuando los dos incendios
principales convergían. Según los informes, han desplegado sus refugios
contra incendios.
Ellison se puso de pie, pareciendo perdida. Cogí un pañuelo de
papel de la caja sobre la mesa de café y se lo entregué. Ellison se secó las
mejillas rápidamente, saliendo de allí.
—Están bien —dijo Lloyd, dando palmaditas en el brazo de Ellison.
—¡Ellie! —Una mujer con un delantal alrededor de su cintura entró
corriendo al vestíbulo, luciendo aterrada y con los ojos desorbitados.
Ellison la abrazó—. Acabo de enterarme —comentó, respirando con
dificultad—. ¿Hay noticias?
Ellison negó con la cabeza, limpiándose la nariz con el pañuelo que
le di. —Nada. Llegamos justo después de las siete. Tyler manejó como un
loco. Está por ahí con los equipos buscándolos.
La camarera la abrazó de nuevo.
Trex se inclinó en mi oído. —Esa es Falyn, la novia de Taylor.
Ellison y Falyn se sentaron en el sofá, con los ojos llorosos y
aferrándose una a la otra en busca de apoyo.
A medida que pasaron las horas, me hice cargo de ellas para
mantener mi mente ocupada, a pesar de que obtuve varias miradas
tristes de Trex y Stavros. El hotel se encontraba lleno, y la mayoría de los
que se hospedaban esperaban noticias, pero a medida que avanzaba la
noche, la charla se convirtió en susurros, y las llamadas dejaron de llegar.
La multitud alrededor de la televisión se redujo, pero me quedé con
Ellison y Falyn en el sofá, perdiendo la esperanza con cada actualización
de Trex.
Trex guardó su teléfono, con círculos oscuros bajo sus ojos.
—¿Algo? —preguntó Ellison.
—Solo que no se han encontrado cuerpos —dijo Trex. Cuando
Ellison se cubrió la cara con frustración, Trex se sentó junto a ella en el
brazo de la silla—. Es algo muy bueno, Ellie. Significa que encontraron
una salida. Ningún cuerpo significa movimiento. El movimiento es vida.
—Espero que tengas razón —dijo entre sus manos.
—Los helicópteros tienen focos, pero el humo dificulta ver. —Me
miró, con la piel alrededor de los ojos tensa—. Los llamaré nuevamente
en diez minutos. Te haré saber en cuanto escuche algo.
Me tomó suavemente del brazo y me llevó con él, susurrándome al
oído. —El equipo de rescate de Tyler está regresando. El grupo más
pequeño no está con ellos. No quería ser quien le dijera a Ellie y a Falyn,
pero... no se ve bien. Voy a regresar al trabajo pronto. Trataré de obtener
autorización para hacer nuestra propia búsqueda.
Cerré los ojos y las lágrimas me corrieron por las mejillas.
—Te irás pronto. Deberías descansar un poco.
—Estoy bien —le dije, volteándome hacia las puertas mientras se
abrían.
Por un segundo, Falyn lucía esperanzada. Por un segundo, pensó
que el hombre que entraba era Taylor Maddox, pero su gemelo, Tyler, se
quitó el casco, cubierto de pies a cabeza de hollín, a excepción de dos
vetas gemelas en sus mejillas. Ellison corrió hacia Tyler, lanzando sus
brazos alrededor de él y llorando.
—No lo encontramos. No pude encontrarlo, Ellie. —Tyler se
atragantó.
—¡No! —gritó Falyn.
Tyler se acercó a ella, abrazándola fuerte. Le susurró al oído, y ella
sacudió la cabeza, sus rodillas cedieron. Tyler la mantuvo allí, de pie,
firme y fuerte.
Stavros llegó con una bandeja llena de café, agua y una leche.
—¿Adivinas para quién es la leche? —Le ofrecí una sonrisa cansada
y la saqué de la bandeja—. Adelante. Descansa un poco. Haré la auditoría
de la mañana.
—¿Estás seguro? —le pregunté.
Asintió, llevando la bandeja a la mesa de café.
Toqué el brazo de Trex. —No has dormido. Al menos trata de tomar
una siesta antes de irte. Ven conmigo.
Trex vio a Tyler ayudar a Falyn llegar al sofá, y luego me tomó de
la mano, me llevó más allá del mostrador y bajó por el pasillo hasta mi
habitación. No habló mientras desataba sus botas y se quitaba la camisa
y los pantalones. Me desvestí y me puse una camisa de dormir, tirando
de la mano a Trex hacia mi cama. Nos acomodamos, abrazándonos. Mi
cabeza encajaba perfectamente debajo de su barbilla, mi labio rozando
su clavícula.
Me encontraba cansada, pero mi cerebro no dejaba de repetir los
escenarios, tanto mejores como peores. Oré, le supliqué a Dios, a Jesús
y al Espíritu Santo que los mantuviera a salvo. Entonces decidí comenzar
agradeciéndole por mantenerlos a salvo. Él lo haría. Lo creía. No importa
cuántos pensamientos aterradores pasaran por mi mente, ninguno era
de Zeke o los otros muertos. Heridos, tal vez. Algunas quemaduras, pero
los imaginé amontonándose para protegerse del frío, en alguna cueva,
más allá del alcance del fuego. Caminando para desplegar el campamento
en este momento, sucios, cansados, pero felices de estar vivos, todo bajo
la protección del Señor.
—¿Darby? —susurró Trex—. ¿Estás bien? Me preocupa todo el
estrés que has sufrido.
—Zeke está bien, lo sé.
Besó mi cabello, su piel cálida contra la mía. Incluso con el aire
acondicionado soplando en las alturas, las partes de nuestra piel que se
tocaron se humedecieron al instante con sudor, un cambio aceptable
para finalmente poder sostenerlo después de tantas horas de distancia el
uno del otro. —¿Cuándo es tu próxima cita con el médico?
—El próximo mes.
—¿Sería raro si quisiera ir?
No pude evitar sonreír. —Ya veremos. No estoy segura de cómo
explicar quién eres. Asumirán que eres el padre.
—Entonces, déjalos asumir. ¿Por qué alguien necesita saber algo
diferente?
Levanté la cabeza. —Porque no nos conocemos el tiempo suficiente.
—Nadie necesita saber eso tampoco. Y pasa todo el tiempo. Mi
primo Christopher fue el producto de una aventura de una noche. Mi tía
lo tuvo cuando tenía diecinueve años.
Fruncí el ceño. —¿Eso es lo que propones que le diremos a la gente?
¿Que este bebé es producto de una aventura de una noche?
—No digo que debamos esforzarnos para decirle a todo el mundo
que soy el padre. Solo digo que no tengo problemas con dejarlos asumir
si así lo desean. De esa manera no tienes que explicar.
Bajé la cabeza y suspiré. —Tal vez. —Trex se mantuvo en silencio,
lo que me llevó a decir más—. Estoy empezando a recuperarme. No es
algo simple de explicar. Shawn tomó más de lo que le di. —Toqué mi
estómago—. Y ahora estoy aquí.
—Conmigo.
—Y un bebé... Soy madre. —Acababa de asimilarlo. Era la madre
de alguien. Era un desastre. ¿Cómo escogió Dios esto? No tiene ningún
sentido.
—Ahora sabes que eres lo suficientemente fuerte como para hacer
lo necesario, incluso si es difícil y aterrador. Eres valiente. Te alejaste de
un hombre que intentó ser tu dueño en lugar de amarte. Estoy seguro de
que la chica que eras era genial, pero estoy enamorado de esta. Aquella
cuyos ojos se llenan de fuego un poco más cada día.
—Me haces sonar como una superheroína.
Me abrazó más fuerte. —Eres la mía. Y para que conste, no me
importa que nos hayamos conocido hace menos de sesenta días. Si todo
lo que pasó antes no hubiera ocurrido, y yo fui quien te ayudó a tener ese
bebé la misma noche que te conocí, estaría aquí, así, tan feliz de
abrazarlos a los dos como lo estoy ahora mismo.
Cerré los ojos, esperando que no notara la lágrima que se acumuló
en el rabillo del ojo, y ahora goteaba de la punta de mi nariz. —No soy
valiente. Desde el día que salí de esa iglesia, no he tenido tiempo de hacer
nada más que pisar agua. No he tenido tiempo de pensar en nada,
excepto en lo aterrador que fue y sintiendo pena por mí misma. He
fantaseado con comenzar de nuevo, haciendo las cosas de manera
diferente. Sin este bebé, y de alguna manera sin ti, porque no tendría a
ninguno de los dos sí hubiera dejado a Shawn cuando debí hacerlo. Eso
no es de superhéroe. Eso no es valentía. Es egoísmo.
—¿Por qué eres mucho más dura contigo misma que con cualquier
otra persona? ¿No crees que todas las mujeres en tu situación han
sentido lo mismo? Está bien querer que las cosas sean un poco más
fáciles. Está bien querer que las cosas sean diferentes. Has pasado por
muchas cosas, Darby.
—Tengo que ser mejor. Tengo que compensar a Frijolito por tener
los pensamientos que tuve. Este bebé merece una madre que toma
buenas decisiones, que piensa en las cosas y no solo las siente.
—Entonces, lo que dices es que estás sintiendo cosas —dijo, medio
en broma.
—Sí.
—Llamo a eso progreso —dijo, apoyando su mejilla contra mi sien.
Su teléfono sonó. Lo miró y suspiró—. Los encontraron.
Me senté. —¿Están bien?
—Están bien y regresaran en este momento.
Me derrumbé sobre su pecho. —Gracias a Dios.
—Gracias al helitack. Los vieron caminando hacia el campamento
de bomberos. Sus comunicadores se encontraban dañados.
Me senté y lo miré a los ojos. —¿Cómo puedes saber que
sobrevivieron y no pensar que Dios tuvo algo que ver con eso?
Dudó.
—Habla —dije.
—No quiero que esto se convierta en una fuente de controversia.
—Quiero entenderte.
Contuvo la respiración mientras decidía si responder. —Si no
hubiesen sobrevivido, ¿hubieras culpado a Dios?
—¿Culparlo? No.
—¿Es culpa de Dios que hayan sido separados?
—Por supuesto que no.
—Entonces, ¿por qué recibe el crédito por salvarlos? Si hubieran
muerto, habrían orado por ellos y sus familias. Todo habría estado en el
plan de Dios, ¿verdad?
—Cierto —dije de inmediato.
—No puedo adorar a un dios que planea que los hombres buenos
mueran así. O planea el cáncer infantil. O los tsunamis, o los pedófilos.
Ese no es un buen plan.
—Simplemente no lo entendemos.
—Sí. —Tocó mi estómago—. Planeo que este bebé esté sano y viva
una vida larga y feliz. Cualquier cosa que él o ella necesite saber, haré
todo lo posible para enseñarle en lugar de darle cáncer para demostrar
un punto. Si este bebé estuviera enfermo, y pudiera curarlo, lo haría. Si
un pedófilo estuviera en mi casa, abusando de ella, lo detendría. ¿No es
así?
Arrugué mi cara en disgusto. —Por supuesto.
—Entonces ya somos más morales que tu dios.
Fruncí el ceño. —No digas eso.
Dejó que su cabeza descansara sobre la almohada. —¿Ves? No
puedo ganar. Explico, y soy culpable de disuadirte de tus creencias. Estoy
de acuerdo con tus creencias. No tenemos que hablar sobre las mías.
—No tienes ninguna.
—Eso no es cierto. Creo en la ciencia. Creo en el amor y la igualdad.
Sin hacer daño, pero sin aceptar ninguna mierda. Creo en ayudar a quien
pueda y no lastimar a los que no puedo. Creo en el deber, el sacrificio y
la lealtad.
—Esas son todas cosas buenas —dije.
—Quiero que tengas algo en lo que creas. No pienso menos de ti
por eso porque quiero que sientas lo mismo sobre mí y mis creencias.
—Está bien —dije, asintiendo contra su pecho.
—¿De verdad? —preguntó, sorprendido.
Presioné mis labios contra su piel, dejándolos allí por un momento.
Me reí una vez. —Como si no tuviéramos suficiente trabajo en contra de
nosotros... me enamoré de un ateo.
No se movió. Durante varios segundos, ni siquiera respiraba. —¿Me
amas?
Me senté, mirándolo a los ojos. Era demasiado gallina para decir
algo más, así que simplemente asentí.
Tomó mis mejillas en sus manos y se sentó, su boca sobre la mía.
Le cubrí las manos con las mías, permitiéndome sentir la emoción que
transmitía con sus labios. Necesitaba la aceptación que le mostré durante
más tiempo del que le conocía, de alguien que no fuera yo. No lo dijo,
pero pude sentir su alivio cuando se recostó contra el colchón y me
envolvió en sus brazos.
—Gracias —susurró, su cuerpo relajado.
Traducido por AnnyR’
Corregido por Daliam

Trex
La cinta de doble cara era la solución perfecta para sujetar la
chimenea que Darby dibujó. Una vez que terminó, me arrastré hacia
atrás, sentándome al lado de Darby en el suelo al final de la cama. Me
dio una taza de chocolate caliente.
—Es perfecto —dijo, tocando el bulto apenas sobresaliente de la
camiseta de gran tamaño que usaba como camisón. Se tocaba el vientre
cada vez que pensaba en Frijolito, lo cual era mucho.
—Esto se ve bien en ti. Deberías quedártelo —dije, refiriéndome a
la camisa. Justo cuando pensaba que no podría ser más bella, comenzó
a usar mis camisas. Sus piernas desnudas y tonificadas sobresalían de
una camiseta FBI de color gris jaspeado que le quedaba muy bien sobre
su creciente cintura.
—Gracias, creo que lo haré. Y gracias por agarrar la cinta de
camino a casa. Y por mis suministros de arte.
—¿El mejor novio de todos los tiempos?
Asintió una vez, luego tomó un sorbo de su taza. —En realidad, lo
eres.
Sonreí. Darby era buena para contenerse y no dejarse llevar
demasiado, pero a medida que la temperatura se enfriaba, se
acostumbraba a la idea de nosotros. Todavía no me había dejado
acompañarla a la consulta del médico, pero al menos me dejó conducir y
finalmente nos hicieron una prueba en su última cita. Mientras más
paciencia mostraba, más confiaba en mí.
El incendio fuera de Colorado Springs había sido controlado en
nueve semanas. La columna de humo que fue un accesorio en el
horizonte de verán, desapareció, la bruma en el cielo que cubría las
montañas, se disepó. La ceniza y el hedor a humo desaparecieron,
también, reemplazados por una sutil vivacidad en el aire. Darby hablaba
mucho sobre el cambio de hojas, la nieve y un viaje a las montañas,
mientras sostenía mi taza y escuchaba. Saboreaba las pocas horas que
teníamos desde el momento en que yo volvía del trabajo y Darby tuviera
un turno a las diez y cuarenta y cinco. El viernes, por lo general, me
hallaba exhausto, pero el bebé en crecimiento nos daba a los dos una
excusa perfecta para recuperar el sueño los fines de semana.
Se echó hacia atrás, mirando al techo. —Entonces… tengo una cita.
Otro ultrasonido. Puedo averiguar si Frijolito es una niña o un niño. No
estoy segura si quiero saber. ¿Tú sí? ¿Quieres saber?
—Diablos, sí, quiero saber.
Se rio, pero su sonrisa desapareció. Me preocupaba haber dicho
algo equivocado hasta que volvió a hablar. —¿Aún quieres… ya sabes…
quieres ir?
—¿Tienes que preguntar?
Miró a la fingida chimenea. —Tendrías que pedir permiso del
trabajo, así que si no puedes…
—Lo he hecho antes. Sabes que no me importa. Solo dime cuándo.
—Martes a las diez.
—Hecho.
Su hermosa sonrisa se extendió por su rostro, y se relajó contra mi
hombro, tomando una respiración profunda. Dudé unos dos segundos
antes de decidir que era hora de contarle más buenas noticias.
—Entonces —comencé—, encontré un lugar.
—¿Ah, sí? —dijo, sentándose de nuevo. Apartó el vapor de su taza
y bebió otro sorbo, sus ojos se llenaron de emoción.
—Es un poco grande, pero estoy pensando a largo plazo, así que
solo… tengo mente abierta.
—Está bien —dijo, volviéndose más hacia mí.
No pude evitar sonreír. Su entusiasmo era entrañable. —Primero
sacaré la mierda escalofriante del camino. Son mil doscientos veinte
metros cuadrados, cinco dormitorios, patio trasero de buen tamaño en
una calle privada. Cochera para tres autos.
Casi escupe su cacao en la taza. —¿Cinco habitaciones?
—Lo sé, es más grande de lo que necesitamos, pero es un excelente
vecindario. No se encuentra lejos de la interestatal veinticinco, así que
tendríamos acceso rápido a Denver, y tiene una cocina gourmet. La casa
es nueva. El contratista la terminó hace un par de meses.
No iba a dejar que la cocina la distrajera de lo que le dije. —
Nosotros…
—Está bien. —Levanté mi mano libre—. Sé que probablemente se
siente como presión, pero no lo es. Solo soy un planificador.
—Un planificador —repitió. La emoción se hallaba ausente de sus
palabras, por lo que mi corazón comenzó a latir como un cañón antiaéreo
martillando en mi caja torácica.
Mierda. —Qué pasa si… quiero decir, voy a pedir tiempo libre, de
todos modos. Hailey me ha estado pidiendo que me vaya a casa. ¿En qué
piensas, después de tu cita, podríamos ir a Kansas y pasar un par de
noches?
Tomó el mango de su taza. —Mmm… creo que sería bueno, pero no
puedo irme. No hay nadie que cubra mi turno.
—Bueno, ¿y qué hay del próximo fin de semana?
Por la expresión de su rostro, pude ver que pensaba encontrar una
excusa para no hacerlo. —Creo que Stavros me va a necesitar para…
—Solo dilo, Darby. Hablemos de lo que sea que te preocupe.
Bajó la mirada. —¿Realmente vas a hacer que me encuentre con
tus padres así? Dudo en explicarle esto a mi médico, ¿y quieres sentarte
a cenar con tus padres y tener esta conversación?
—Creo que es una buena historia.
Entrecerró los ojos. —Solo quieres enojar a tu padre.
—No —le dije, firme—. No es eso. Hailey quiere verme. Pregunta
por ti todos los días. ¿Y qué importa si lo descubren ahora o más tarde?
—Es solo… —Se encogió de hombros y cerró los ojos—. Es
embarazoso de alguna manera. No puedo imaginar que tu padre, el
predicador, esté feliz de que tu novia esté embarazada, y luego, cuando
le digamos que es el bebé de otro hombre. Solo buscas una fea pelea
familiar.
—Hay cosas peores que un bebé. Como el hecho de que su hijo es
ateo, por ejemplo. Cuando descubran que eres una mujer cristiana
temerosa de Dios, no les importará si tienes seis hijos. Estarás como
Flynn.
—No lo sé —dijo, poniéndose de pie. Puso su taza en la mesita de
noche. El bulto de su bebé se volvía obvio—. Tal vez después de que llegue
el bebé. Tal vez no es el momento adecuado. No quiero molestar a nadie.
No quiero entrometerme en que tengas una buena visita con Hailey.
No quiere decirme que no. —Darby, está bien. No quiero que hagas
nada que no quieras. Si no quieres ir, no iremos.
—Deberías ir a ver a tu hermana —dijo. Pude ver la culpa en sus
ojos. Quería decir que no iría sin ella, pero me negué a manipularla de
esa manera, incluso si era lo que sentía.
—Bueno. Una cosa a la vez. Solo estoy feliz por la cita con el doctor.
Bajó la mirada y pasó su mano por la forma del pequeño tazón bajo
su camisa. —Lane dijo que voy a engordar.
Sonreí y caminé hacia ella, envolviendo los brazos a su alrededor.
—Eso espero. Espero que parezca que tienes trillizos en alguna parte.
Soltó una risita, y su cabeza cayó hacia atrás. —¡No!
—¡Sí! —dije, poniéndome de rodillas—. Quiero que Frijolito tenga
mucho espacio para crecer. ¡Espero que seas grande como una casa!
Su estómago se balanceó mientras se reía, y lo besé una vez, luego
me puse de pie.
—Hablas de para siempre como… si simplemente fuera así —dijo.
—Simplemente es así. Finalmente te encontré. No te dejaré ir.
Embarazada, gorda, flaca, obstinada, con casas separadas. Incluso si te
lleva cinco años tener el valor de conocer a mis padres. Soy tuyo.
Hizo una mueca. —¿Qué vas a hacer con todas esas habitaciones?
Me encogí de hombros. —Oficina. Depósito. Habitaciones de
invitados. Dormitorios. Lo que sea que la vida nos arroje, supongo.
—Nos —repitió, sacudiendo la cabeza y tomando mi rostro—.
Nunca he conocido a alguien como tú, Trex.
—Y no lo harás, porque nadie puede amarte como yo. Me aseguraré
de que sea imposible.
Alguien tocó a la puerta y me levanté para responder. Ander se
hallaba de pie en el pasillo, sosteniendo una pila de correspondencia.
—¿Esto es de los dos?
—Sip.
—Gracias —le dije.
—Claro —dijo, volviéndose.
Elegí el mío y le entregué el suyo a Darby, notando que teníamos el
mismo sobre sin marcar. Darby casi no recibía ningún correo, por lo que
fue difícil ignorarlo.
—Oh —dijo, mirando el rectángulo en sus manos.
—Creo que son los resultados.
Darby se puso a abrir la suya, leyéndola y luego mirándome
mientras yo hacía lo mismo. —¿Todo limpio? —preguntó.
Me senté a su lado. —Todo limpio.
Dejó su taza a unos metros de distancia y se arrastró hacia atrás,
poniéndose de rodillas, sonriendo con un brillo nuevo en los ojos.
—Hola —dijo con una sonrisa.
—Hola.
Alcanzó debajo de la dobladillo de su camiseta, y con un pequeño
tirón, sus bragas se encontraban agrupadas alrededor de sus rodillas en
la alfombra.
Bajé la mirada, con la polla dura al instante. —Encaje negro.
—Fui a caminar ayer.
Fruncí el ceño. —Sabes que puedo llevarte. O puedo ir al trabajo
con Naomi y puedes quedarte con la camioneta.
Negó con la cabeza lentamente, moviéndose hacia mí. —Entonces
no sería una sorpresa.
—¿Has estado pensando en esto? —pregunté, sorprendido. He
estado tratando de no hacerlo. La intimidad limitada con una chica de la
que me hallaba locamente enamorado fue una tortura, y yo sabía una
cosa o dos acerca de la tortura real.
Darby asintió, plantando una rodilla en el exterior de uno de mis
muslos, la otra en el otro lado. Saber que no llevaba bragas debajo de esa
camiseta, que se cernía sobre mí, me volvía loco, pero me hallaba decidido
a mantener mi expresión tranquila.
—¿No? —preguntó.
Me reí una vez. —Nunca, jamás, no.
Se inclinó, abriendo mi cinturón, tirando del botón de mis vaqueros
hasta que se soltó. Lentamente me bajó la cremallera y luego se sentó
sobre sus rodillas lo suficiente como para llegar dentro de mis
calzoncillos. Me recosté, incapaz de moverme. Nadie me había tocado en
mucho tiempo, y la mano de Darby se sentía como seda alrededor de mi
polla. No podía recordar nada mejor. Su mano se movió por mi eje
lentamente, y gemí. Se inclinó, tocando con la lengua la punta de mi
pene, y no pude evitar alcanzar su cabello. —Mieeeerda —dije mientras
ajustaba perfectamente su húmeda y cálida boca a mí alrededor—. Estoy
tan contento de que ya te haya dicho que te amo, porque quiero decírtelo
ahora, y estoy pensando que no me tomarías en serio.
Darby se rio, la vibración envió escalofríos por mi cuerpo. Su mano
se deslizó por mi muslo, deslizándose debajo de mi camisa y alcanzando
mi pecho.
—¿Nena? —comencé.
Darby retrocedió, creando la más mínima sensación de succión, y
casi me vengo. En este momento no era el momento de decirle. —Te
amo. Te amo. Y tu boca es increíble, pero no tienes ropa interior, y todo
lo que puedo pensar es… —La levanté en mis brazos, llevándola al
colchón, bajando lentamente de espaldas. Me quité los zapatos y empujé
mis vaqueros al piso, viendo cómo asimilaba verme así.
—Ven aquí —dijo, reclinándose sobre los codos.
Me arrastré hacia ella, flotando a solo unos centímetros por arriba,
acunando las caderas entre sus muslos. La besé una vez y encontré su
mirada mientras tocaba con la punta de mi pene su cálida y suave piel.
Contuve la respiración por unos segundos mientras me mecía
lentamente, tensándome cuando sentí su piel envolviéndose y tensando
a mi alrededor. Tan pronto como la parte inferior de mi eje la tocó, me
detuve, rozando la mejilla con la suya.
—¿Te encuentras bien? —susurró.
—No… quiero hacerte daño.
—No lo harás —dijo, besándome el cuello.
Enganchó sus rodillas en mis caderas, y luego trabó los tobillos en
la parte baja de mi espalda. Luché contra un orgasmo con cada golpe,
tocando su frente con la mía. Me agarró, desesperada porque esté más
cerca, porque me hunda más profundamente. Sus expresiones eran
mucho más intensas de lo que eran cuando mis dedos estuvieron entre
sus muslos, lo que me hacía casi imposible no venirme.
Su cuerpo era la playa y el mío el océano. Darby me empujaría y
me alejaría, una y otra vez hasta que me superara, cada pensamiento,
cada sensación, cada músculo de mi cuerpo a sus órdenes, reaccionando
de maneras que no podía controlar.
Me tensé, culminando en su interior, sabía que había encontrado
mi salvación, y yo era su esclavo.

***

—¿Te encuentras bien? —pregunté, tocando la rodilla de Darby.


—Sip.
—No tienes que hacer esto, ya sabes.
La enfermera salió con una tableta en la mano. —Darby Cooke.
—Darby Trexler —susurré mientras nos levantábamos. Decidí,
después de que Maddox me dijera el verdadero apellido de Darby
semanas antes, que eso no importaba. De todos modos, iba a cambiar.
Darby me dio un codazo juguetón, y me reí entre dientes, tomando
su mano en la mía. Estuve pensando en la cita desde que me dijo que
estaba invitado, preguntándome si estaría nervioso o asustado. Para mi
sorpresa, se sintió natural. Más que nada, me alegraba de que esto
sucediera, de acompañarla, y era un poco agridulce porque me perdí las
citas anteriores. Para todos los efectos, estaba enamorado de los dos, y
ese bebé era mío. Era difícil no sentirse frustrado porque Darby no se
encontraba cien por ciento a bordo con esa idea.
Los ojos de la enfermera se iluminaron con curiosidad cuando se
dio cuenta de que seguía con su paciente.
—Hola —dijo, mirándonos pasar—. Habitación dos.
Darby me llevó de la mano a la segunda sala de examen e
inmediatamente reconocí la máquina de ultrasonido. No sabía lo
emocionado que me hallaba hasta ese segundo. Había visto las fotos
borrosas en blanco y negro de Frijolito enmarcadas en la habitación del
hotel de Darby, pero esto era diferente. Yo era parte de este momento.
Vería a Frijolito en tiempo real.
—Soy Shannon —dijo la enfermera, estrechándome la mano.
—Trex —le dije.
—¿Tu eres…? —comenzó Shannon, mirando a Darby.
—No —dijo.
Me senté, tratando de no dejar que su respuesta hiriera mis
sentimientos. Era técnicamente cierto, pero no para mí.
—Trex es mi novio.
—Oh —dijo Shannon con una sonrisa de sorpresa—. Bueno, un
placer conocerte, Trex.
—Las preguntas que te hice antes, ¿todavía se aplican esas
respuestas? —preguntó Shannon. Pregunta vaga. Debe tener algo que ver
conmigo.
—Sí —dijo Darby con un asentimiento.
—Genial. ¿Alguna preocupación?
Darby negó con la cabeza. Todavía nerviosa, y Shannon podía verlo
tan claramente como yo.
—Puedo salir un minuto —ofrecí, comenzando a levantarme.
—¡No! —dijo Darby, alcanzándome y agarrándome del brazo.
—Está bien, cariño —le dije, volviendo a mi asiento—. Cálmate un
poco o el brazalete de presión arterial va a salir volando de tu brazo.
Darby se rio, ayudándola a relajarse.
—¿Cuánto tiempo han estado saliendo? —preguntó Shannon,
colocando el brazalete sobre el brazo de Darby.
—Nos conocimos antes de mi primera cita —dijo Darby,
sonriéndome—. Sé que es un poco raro, así que lo hice esperar para que
viniera.
—¿Lo hiciste esperar? —preguntó Shannon.
—Se encuentra bastante convencido de que este bebé es suyo —
dijo Darby.
—¿No es así? —bromeé.
La risa de Shannon se disipó mientras se aquietaba para escuchar
el corazón de Darby. Segundos más tarde, el brazalete se despareció y el
estetoscopio se halla nuevamente sobre su cuello. —La presión arterial y
la frecuencia cardíaca son elevadas. No puedo imaginar por qué —dijo
con un guiño—. Voy a verificarlo nuevamente antes de que te vayas.
Darby asintió, dejando que sus pies se balancearan sobre la mesa.
Shannon se quedó en la puerta, sosteniendo el mango en una
mano, la tableta en la otra. —La doctora. Park debería estar aquí en
breve.
La puerta se cerró, y me moví hacia adelante en mi silla,
sosteniendo la mano de Darby. —Gracias.
Sonrió. —¿Por qué?
—Sé que esto no es fácil para ti, que comenzar una relación de esta
manera es un poco ortodoxo. Sé que invitarme aquí es un gesto de
confianza. No te defraudaré, lo prometo. Estoy en esto. Estoy enamorado
de ti y de quien sea que venga.
Me apretó la mano. —Lo sé. —Levanté su mano y le besé los dedos.
Dos semanas antes, me dijo que me amaba. Yo lo decía al menos una vez
al día desde entonces, y aun no me lo decía de nuevo. Me enteré de que
Darby, en su mayor parte, se sentía más cómoda mostrando sus
sentimientos que diciéndolos.
—Eso es todo lo que me importa —le dije.
—Trex —comenzó—. Debo decirte…
La puerta se abrió, y una mujer con pantalones, una blusa granate
y una bata blanca entró. —Bueno, hola, hola —dijo, yendo directamente
al fregadero. Se lavó las manos y se volvió hacia mí, tendiéndome la
mano—. Soy la doctora Park.
—Trex —le dije, sacudiéndole la mano. Tenía un buen agarre para
ser mujer. No como el de Naomi, pero aun así impresionante.
Se volvió para deslizar guantes azules sobre sus manos, y luego se
sentó en un taburete rodante. —Entonces —dijo, usando sus pies para
llevarla y el taburete a la silla en la que Darby estaba sentada. La doctora
medio sonría, medio suspiraba y miraba directamente a Darby.
—Nos conocimos justo después de mudarme aquí. Él me ha estado
llevando a las citas.
La doctora Park me señaló. —Pero solo para ser claros… no es el
padre.
—No técnicamente —dije—. Espero que me dé el trabajo, sin
embargo.
La doctora Park me miró por encima de las delgadas gafas
rectangulares que se encontraban a medio camino por el puente de su
nariz, y luego a Darby. —Es encantador, ¿eh?
Darby asintió. —Es el hombre más amable que conozco.
La doctora Park notó que estábamos tomados de la mano, y parecía
estar bien para continuar la cita. —Bueno. Muy dulce. Bien, vamos a
relajarte —dijo, presionando un botón para hacer que la silla de Darby
se convirtiera en una mesa.
Darby se levantó la camisa y se bajó un centímetro de su pantalón.
El botón superior de sus pantalones vaqueros se halla desabrochado, y
decidí en el momento que la llevaría a conseguir ropa de maternidad más
cómoda. La doctora metió una cosa azul que parecía servilleta en los
pantalones de Darby y la dejó caer sobre su regazo. El gel que la doctora
extrajo de una botella blanca acababa de comenzar a asentarse cuando
introdujo el transductor en el gel y comenzó a empujarlo suavemente
alrededor vientre de Darby.
Esta miró la pantalla, y yo también lo hice, esperando.
La doctora Park tipeó en el teclado de la máquina de ultrasonido,
midió algunas cosas y luego hizo una pausa. —¿Estás segura de que
quieres saber el sexo?
—Sí, por favor —dijo Darby, asintiendo.
La doctora señaló la pantalla. —¿Puedes notarlo? Eso sería un
signo de hamburguesa. Las hamburguesas son iguales a las chicas.
Tienes una chica de buen corazón y tamaño perfecto que crece allí.
Felicitaciones.
—¿Una niña? —dijo Darby, volviéndose hacia mí. La brillante
sonrisa en su rostro se desvaneció.
—¿Te encuentras bien? —me preguntó.
La doctora Park se volvió hacia mí, y fue entonces cuando noté la
humedad en mis ojos. La quié rápidamente.
—Sí. Sí, estoy bien —me reí entre dientes. No había llorado en
mucho tiempo, me sorprendió tanto como a Darby. Observé con asombro
cómo la niña de Darby se movía y se estiraba para tocarse el rostro,
chuparse el dedo y estirarse. Junto a Darby, era lo más hermoso que vi
en mi vida.
—Guau —dijo Darby, estirándose para tocar la pantalla—. Esa es
mi hija.
—Esa es. Ahora solo necesitas un nombre —dijo la doctora. Apartó
el transductor y la pantalla se puso negra. Me invadió una extraña
sensación de pérdida, y tuve que recordarme a mí mismo que el bebé no
se hallaba en el monitor, pero que Darby la llevaba con nosotros a todos
lados.
Darby y la doctora Park hicieron una breve sesión de preguntas y
respuestas, Shannon entró para una última revisión de la presión arterial
de Darby, y la doctora le dio una larga lista de imágenes antes de decir
adiós. Shannon dejó a Darby con el papeleo, y esta se sentó, limpiando
el gel restante de su piel. Inclinada, su cabello oscurecía mi vista de su
rostro mientras se limpiaba lentamente; olfateó una vez, y luego otra vez,
así que me incliné.
—¿Te cuentras bien? —le pregunté, apartándole el cabello.
Me miró y luego miró las fotos, con los ojos rojos y húmedos. —No
me merezco esto. No merezco nada de eso.
—Bueno, eso es un montón de tonterías —dije, frunciendo el ceño.
—No quería esto. —Se tocó el estómago—. Lo acepté, pero no la
quería, y ella merece que la quieran.
—¿No la quieres ahora? —le pregunté, sintiendo cómo se elevaba
la bilis en mi garganta.
—Sí, lo hago —gimió.
—Nena —dije, parándome y abrazándola a mi lado—, no tenía
intención de tener niños, tampoco. Es totalmente normal que te sientas
de la manera que te sentiste. A menos que esté planeado, la mayoría de
las personas se sienten de esa manera.
Negó con la cabeza y volvió a esnifar. Crucé la habitación para
sacar unos pañuelos de papel de una caja, entregándoselos.
La ayudé a ponerse de pie, y salimos de la mano, pero no parecía
sentirse mejor, incluso cuando estábamos en la camioneta. Las lágrimas
seguían cayendo intermitentemente por sus mejillas. No sabía qué decir
o hacer para arreglarlo, así que solo le sostuve la mano.
—¿Es esto lo que te preparabas para decirme antes de que la
doctora entrara? —le pregunté—. ¿Piensas en la adopción? ¿O…
estabas…?
Miró el pañuelo de papel que tenía en la mano. —Hubiera
renunciado a todo esto si hubiese podido regresar y haber hecho las cosas
de otra manera. Si pudiera desvincularme de Shawn, ser alguien
diferente y empezar de nuevo. No me resulta fácil decírtelo, pero te
mereces la verdad.
Todo mi cuerpo se puso tenso mientras me preparaba para lo que
sea que estuviera por decir.
—No quiere decir que no seas increíble. Lo eres. ¿Quién más se
enamoraría de una mujer embarazada del bebé de otra persona y se
quedaría? Pero esto no es lo que soñé cuando era niña. Estar asustada
todos los días de como me encargaré de ambas… y sé que quieres. Lo sé,
pero debes entender que no eres la primera persona en venir y hacerme
creer que tus promesas son ciertas.
—Darby. —Tragué saliva. Esta no fue la conversación que pensé
que tendríamos después de la cita. Sonaba como si me estuviera
abandonando, y mi mente se debatió por una forma de salvarme. Traté
de responder de la manera más racional que pude. Traté de respirar de
forma pareja y no entrar en pánico—. Solo para ser claro… te escucho
decir que soy el único que realmente quiere esto. Quién nos quiere. ¿Es
eso… lo que estás diciendo?
Se sonó y negó con la cabeza. —No. De ningún modo. Estoy
diciendo que he tenido miedo y no he apreciado a esta niña perfecta y al
hombre que nos ama a las dos. No merezco ninguno de los dos. —Se
cubrió el rostro—. Soy una persona terrible.
Suspiré de alivio, dejando que mi cabeza cayera de nuevo al
reposacabezas mientras la adrenalina se absorbía en mi cuerpo. Cuando
mis manos dejaron de temblar, extendí la mano, tirando de ella sobre la
consola hasta que estuvo en mi regazo.
—¿Por qué me amas tanto? —preguntó, apenas capaz de mirarme.
Vergüenza irradiaba de su cuerpo, y todo lo que quería hacer era
llevármela.
—Sabes por qué. Esta niña tiene dos personas que ya la aman: una
mamá que hizo algo que la mayoría de la gente no haría para mantenerla
a salvo, y un hombre que desesperado por ser su papá. ¿Lo que vi hoy en
el consultorio de la doctora Park? No puedo comenzar a explicarte cómo
me hizo sentir. No voy a abandar el barco, Darby. Te amo. —Tomé las
fotos de su mano—. Y la amo. Tomaría una bala por las dos.
—Sé que lo harías —lloró—. Cualquier persona decente estaría
agradecida por ella y por ti. Estoy avergonzada de que, incluso por un
segundo, yo no. Soy una cobarde. Lo siento mucho.
La atraje más cerca, besando su mejilla. Nunca me sentí tan
aliviado de que me dijeran que no era querido. Me alegré de que ya no se
sintiera así. —Eres tan dura contigo misma. Un embarazo inesperado
asustaría a cualquiera, y también dejar entrar a un hombre nuevo en su
vida después de lo que has pasado. Darby, podrías haber tenido miedo,
pero eso solo te fuerte No te encontrabas segura de mí, y eso te hace
responsable. Solo cambiaría una cosa de ti.
Eso llamó su atención. Me miró, su rímel húmedo y descascarillado
bajo el charco de lágrimas bajo sus ojos.
—Me gustaría que te quisieras tanto como lo hago yo. Esta pequeña
niña… necesita ver eso. Deberías practicar antes que llegue aquí.
Apoyó la sien contra mi frente, esniffó unas cuantas veces mientras
su cuerpo dejaba de llorar. —Tienes razón. Tengo que perdonarme a mí
misma por muchas cosas.
—Perdonas a alguien más.
Pensó en eso. —Tienes razón. Yo… de acuerdo. A partir de ahora,
Frijolito se queda con la vieja yo. Pero mejor. Supongo que eso significa
que tiene el nuevo yo.
Sonreí.
—Necesita un nombre —dijo Darby. Se secó los ojos—. No podemos
seguir llamándola Frijolito.
—Me gusta Frijolito.
—Nosotros… podríamos pensar en uno de camino a Kansas.
Me incliné hacia atrás para medir su expresión. —Kansas.
—Dijiste que estabas en esto.
—Hasta el final. —Utilicé mi pulgar para limpiar suavemente la
máscara de pestañas debajo de sus ojos.
Tocó mi mejilla, sus dedos recorrieron la barba de mi mandíbula y
luego bajaron a mi cuello hasta que su mano se posó en mi hombro.
Reflexionó sobre lo que estaba a punto de decir. Me dolió físicamente que
no dijera que me amaba. —Yo también.
No dijo que me amaba, pero yo iba a seguir adelante con la
esperanza de que todavía lo hiciera. Mientras la abrazaba, racionalicé que
no habría aceptado encontrarse con mis padres hasta que estuviera
segura de que sus sentimientos por mí eran reales, y le creí más allá de
cualquier duda que se arrastrara cuando dijo que también seguía en esto.
Tenía que hacerlo. La alternativa era demasiado dolorosa.
Traducido por Monse C & Anna Karol
Corregido por Mawii

Darby
Tecleé una respuesta y le devolví su celular a Trex. Tan pronto
como lo puso en su regazo, este sonó de nuevo. Se carcajeó y me lo dio
de nueva cuenta. ⎯Solo consérvalo.
⎯Había olvidado lo divertido que es tener celular ⎯le dije leyendo
lo que Zeke tenía que decir. Quien aún permanecía en Colorado
Springs⎯. Conoció a una chica.
⎯Bien ⎯dijo Trex con una sonrisa⎯. No necesito preocuparme
más.
—Nunca tuviste que hacerlo ⎯dije, sonriendo mientras escribía
una respuesta en su celular. Uno a uno, todos los hotshots se enteraron
del embarazo, usaron el celular de Trex para saber sobre mí o la bebé. La
noticia se expandió una vez que Stavros se enteró. Ander me dijo muy
tarde que su hermano mayor era terrible guardando secretos. Todo el
equipo Alpine ha compartido el número de Trex y enviando mensajes a
diario por semanas.
¿Cuál es su nombre? Escribí, y presioné enviar.
No. No cometeré el error de darte un nombre. Has visto lo que
pasa cuando tenemos noticias. Es como una cadena de oración.
Me reí a carcajadas.
Me alegra que seas feliz. Trex es un buen chico.
Gracias. Escribí. Me alegra que seas feliz, también.
Si necesitas algo, llámame. Trex tiene mi número. Consigue
un maldito celular.
El de Trex funciona muy bien.
Márcame. Puedo estar ahí en una hora o menos si no me
detiene el tránsito.
Lo haré.
Tan pronto como le devolví a Trex su celular, timbró.
⎯Trex ⎯contestó.
Se quedó callado, escuchando atentamente y luego hablando
vagamente acerca de corredores y tareas. Mencionó nombres como Sloan,
Martinez, Harbinger, y Kitsch, y un nombre que reconocí, Naomi.
Colgó y me miró, claramente incomodo de hablar sobre trabajo
cerca de mí. ⎯Lo lamento ⎯dijo, aclarándose la garganta⎯. Así que, ¿qué
hacíamos antes de que Zeke comenzara a bombardear mi celular?
—Estabamos atrapados en la H. ⎯Una media hora a las afueras de
Colorado Springs, Trex sugirió que repasáramos el alfabeto, escogiendo
nombres que más nos gusten con cada letra. Nos tomó la mitad del viaje
llegar a la H.
⎯Tu turno ⎯dijo con su profunda voz. Decidí que me gusta hacer
viajes en auto con Trex. Parecía tan sereno, y conducía con su muñeca
en lo alto del volante, haciendo que sus antebrazos se tensen al hacer
cualquier ajuste. Sus antebrazos eran sexys. Bueno, todo en Trex era
sexy, y ahora que había estado con él de esa forma, parecía que era en
todo lo que podía pensar.
⎯Hannah.
⎯Me gusta Hannah.
⎯I ⎯dije.
⎯Mmmm… esa es difícil. Eh… Isabelle.
⎯¿Isabella? ⎯le pregunté.
⎯Síp.
⎯J. ¿Jasmine? ¿Jillian? ¿Justine? ¿Jenny? ¿Juliet?
⎯Juliet ⎯dijo, seguro.
Asentí, concordando. Continuamos hasta llegar a la Z, solo
saltándonos algunas letras. La Z nos tomó una media hora.
⎯Zara ⎯dije con una sonrisa.
⎯Me gusta Zara.
⎯Bien ⎯dije con un suspiro⎯. Eso es todo. ¿Te acuerdas de todos?
⎯Adeline, Blake, Charlotte, Dillon, Evangeline, Finn, Grier,
Harbor, Isabella, Juliet, Kennedy, Lydia, Madeleine, Nina, Olivia, Pacey,
Quinn, Remy, Sunday, Tegan, Umber, Violet, Wren, nos saltamos X e Y,
y Zara. Ahora solo tenemos que elegir uno.
Fruncí el ceño. ⎯No pensé en eso.
⎯¿Puedo decir mis favoritos?
⎯Por favor, hazlo.
⎯Maddie, Grier, Quinn, y Wren.
⎯¿Maddie?
—Creí que podíamos llamarle así. Diminutivo de Madeleine. Mi
mejor amigo… su nombre era Matt. Era el esposo de Naomi. Murió hace
unos años.
⎯Tenemos que hacerlo ⎯le dije⎯. Tenemos que llamarla Maddie.
⎯¿Si?
Le sonreí, rebotando un poco mientras la camioneta pasaba por
unos baches en la autopista. —Sí.
⎯Naomi va a amar eso.
—Deberíamos pedir su permiso. Por si acaso.
Asintió una vez. ⎯Bien pensado.
⎯También necesitamos el segundo nombre.
Palideció y me reí. ⎯¿Cuál es tu segundo nombre?
—Solomon.
⎯Scott Solomon Trexler. Suena bien todo junto.
Se acercó a mí, poniendo su mano en mi muslo. ⎯¿Y el tuyo?
Arrugué mi nariz. ⎯Es horroroso.
Apretó juguetonamente. ⎯Dime.
⎯Rose.
⎯Darby Rose Cooke. No es en absoluto horroroso. Mi mamá decía
que elegía nuestros nombres si estos sonaban bien cuando lo gritaba por
la puerta trasera ⎯dijo con una sonrisa.
⎯En ese caso, es perfecto. ⎯Dejé mi última oración al aire
mientras decidía si lo corregía o no, y luego me llevó un minuto tomar
valor⎯. Trex… hablando de nombres… ¿recuerdas cuando dije en la
oficina del doctor que tenía que decirte algo?
⎯Creí que ya habíamos hablado de eso.
⎯No, como que se desvió en una dirección diferente a la que
intentaba darle.
⎯Oh.
⎯Es algo que no te he dicho aún. El hermano de Shawn es
programador del gobierno. Si Shawn decidiera que quiere buscarme,
Derek podría hacerlo el mismo día que se lo pida. He tenido que
permanecer con un perfil bajo tanto como sea posible. Por eso vivir en el
hotel lo hace tan sencillo. Nada que requiera mi número de seguridad
social. Stavros estuvo de acuerdo en pagarme en efectivo.
⎯¿De acuerdo…? ⎯dijo rápidamente.
⎯Mi apellido no es Cooke. Es Dixon. ⎯Frunció el ceño y comenzó
a hablar, pero lo interrumpí⎯. Perdón por haberte mentido ⎯dije
rápidamente⎯. No fue con la intención de engañarte. Solo tenía miedo…
⎯Está bien ⎯dijo alzando la voz. Cuando vio el dolor en mi rostro,
alcanzó mi mano⎯. No quería gritar. Solo no quería que te disculparas.
Yo… ⎯suspiró⎯. Ya sabía tu nombre real.
⎯¿Qué? ¿Cómo?
Hizo una mueca. ⎯Tengo un amigo en el FBI.
⎯Tú… ¿Qué? ¿Me investigaste?
⎯¡No! Estaba preocupado por ti, Darby. Me doy cuenta de lo que
parece, pero…
Quité mi mano. ⎯No sabes lo que has hecho. ¡Derek
probablemente es notificado cada vez que alguien busca mi nombre!
¡Shawn probablemente sabe dónde estoy!
⎯El sistema del FBI es seguro…
⎯¡Nada es seguro! ¡No puedes ser tan inocente! ⎯Me recargué en
la puerta, presionando las puntas de los dedos de mi mano derecha en
mi frente⎯. ¿Cuándo? ¿Cuándo hiciste que el FBI echara un vistazo?
⎯¿Te acuerdas cuando ayudé a Ellie? Hice la solicitud entonces,
pero Val ya había buscado.
⎯¿Quién es Val? ⎯pregunté, mi tono se elevaba con cada
pregunta.
⎯Es una agente federal. Nosotros… es una larga historia.
⎯Oh, Dios mío. ¡Oh, Dios mío! Así que no solo me busca mi ex,
¿también lo hace la tuya?
⎯Eso no es lo que pasó. Darby, por favor, cálmate.
Mis mejillas quemaban, y el calor se extendía por todo mi cuerpo.
Jugué con el aire acondicionado y luego me senté nuevamente,
respirando con trabajo. ⎯¡Eso es ilegal! ¿Cuándo lo hizo y cómo? Tú ni
siquiera conocías mi apellido real.
⎯No estoy seguro de cuándo. Es extremadamente complicado para
alguien que no se encuentra entrenado el desaparecer de la nada. Hay
programas de reconocimiento facial usados en las cámaras de tráfico,
cámaras de negocios… ella sabía dónde vivías, así que pudo obtenerlo de
cualquier parte. Darby, lo lamento.
Quería salir de mi propia piel. Shawn podía saber dónde estuve
desde hace tiempo. Podía estar vigilándome. No tenía idea. ⎯Debiste
habérmelo dicho, Trex. No entiendes… ⎯suspiré.
⎯Darby, la bebé. Necesitas calmarte. ⎯Extendió la mano hacia a
mi estómago, pero la aparté.
⎯No me toques.
⎯Nena. ⎯Sonó a una media suplica y regaño.
Me crucé de brazos, escondiéndome y pensando como solía hacerlo
cuando vivía con Shawn. ⎯Date vuelta.
⎯¿Qué?
⎯Me tienes que llevar de regreso. Necesito mis cosas. Necesito
mudarme. ⎯Mis ojos se llenaron de lágrimas.
⎯Derby, detente. Solo… piensa en esto por un segundo. Si
realmente crees que Derek tiene el mismo acceso que el FBI, pudo haber
revisado las cámaras de la estación de autobús. Es posible que hayan
sabido dónde estabas todo este tiempo. Si te mudas, no puedo protegerte.
Además, si no ha venido a buscarte hasta ahora…
—Hay tres escenarios. Shawn ha dejado de buscarme, sabe dónde
estoy y no le interesa, o está esperando.
⎯¿Esperando qué?
Mi rostro se desencajó. ⎯El momento adecuado. Lo humillé
cuando lo abandoné en la boda. No va a dejar pasar eso. ⎯Me doblé y
agarré mi estómago, un dolor agudo recorriendo mi costado, hacia debajo
de mi espalda y piernas⎯. ¡Ugh! ⎯gruñí.
Trex giró el volante a un costado de la autopista y paró, corriendo
a la puerta del pasajero. Quitó el cinturón de seguridad y me apartó el
cabello del rostro. ⎯¿Nena? Respira. Respira hondo.
Hice lo que me pidió, inclinando la cabeza contra el reposacabezas
y estirando las piernas tanto como pude. Se hallaba en lo correcto. No
podía desesperarme, así tuviera miedo. Todo lo que sentía le afectaba a
mi hija. Inhalé para calmarme, para bajar mi ritmo cardiaco.
⎯Darby, nunca dejaría que algo te ocurriera ⎯dijo. La
preocupación marcaba su expresión facial. Sentirse sin poder era algo
que no manejaba bien⎯. Por favor, no… ⎯Tragó⎯. Por favor, no me
dejes.
⎯¿Qué pasa si Shawn viene y tú te encuentras en el trabajo?
⎯pregunté
Pensó unos segundos antes de contestar. —Haré una llamada. Lo
mantendremos vigilado. Nos aseguraremos de que permanezca en Texas.
Me cubrí los ojos con la mano, me temblaba el labio. ⎯No lo
conoces. No piensa como una persona normal. No… no le teme a nada,
Trex. Cuando se enoja, no es humano.
⎯El miedo es igual de poderoso, Darby. Lo único a lo que le temo
es que tú salgas herida. Y he pasado por cosas realmente espantosas. Lo
manejaré. Te lo prometo. ⎯Tomó gentilmente mi mandíbula y movió mi
cabeza hacia un lado para que lo mirara. Bajó la barbilla⎯. Te lo juro por
mi vida.
Me alejé de su agarre, odiando no saber qué escenario sería: si
Shawn planeaba matarme o llevarme. ⎯Quiero que me prometas que
protegerás a la bebé. Sin importar qué. Si termino como una de esas
mujeres encontradas muertas con mi bebé arrancado de mí vientre, irás
por ella. Te asegurarás que esté a salvo sin importar nada.
Su nariz se arrugó. ⎯Darby, Jesús Cristo.
⎯¡Prométemelo! ⎯grité.
Tomó mis mejillas, desesperado por calmarme. ⎯Las mantendré a
salvo a ambas. Te lo prometo.
⎯¿Cómo?
⎯La casa. Si te mudas a la casa, puedo hacerlo. Estoy instalando
un sistema de seguridad de vanguardia. Puedo estar ahí en menos de
tres minutos. La estación de policías se encuentra a cuatro minutos. El
vecino que vive a cuatro casas es oficial de esa estación. Patrulla el área
varias veces durante su turno. Es el lugar más seguro para ti. ⎯Soltó mis
mejillas y me giró para verlo de frente, descansando sus manos en mis
piernas.
Negué con la cabeza y me reí una vez. Quería que me mudara a su
casa después de revelar que violó mi privacidad y escondió algo más de
mí. Tenía que decidir con cuantos secretos más me sentía cómoda que
guardara y si eso superaba su habilidad para protegernos a Frijolito y a
mí. ⎯No lo sé.
⎯¿No lo sabes? ⎯dijo Trex, reflejando mi expresión.
⎯No lo sé, Trex. Quizás cuando te des cuenta de que hay un bebé
de verdad dentro de mí, quién eventualmente saldrá, llorando
constantemente y llenando de pañales con el peor aroma que puedas
imaginar, y nuestras vidas y relación cambiarán por siempre, tal vez
entonces decidas que no me quieres tanto después de todo.
⎯Eso es insultante ⎯dijo⎯. No puedo creer que hayas dicho eso.
⎯Nadie espera que las relaciones terminen cuando comienzan.
Tenemos que ser realistas, porque yo no puedo echarme para atrás.
⎯Tampoco yo. ¿Es eso por lo único que no te quieres mudar?
⎯Yo… ⎯suspiré⎯. Has estado investigándome sin mi permiso y
probablemente alertando a mi psicótico ex de dónde me encuentro.
Violaste mi privacidad cuando aún no vivíamos juntos. No puedo
imaginar hasta donde llegarás cuando lo hagamos. El sistema de
seguridad no me tranquiliza. No quiero a alguien observándome todo el
tiempo. Me mudé a Colorado Springs para alejarme de eso.
Frunció el ceño. —No te investigué, Darby, y esa no era mi
intención. Investigaba a Shawn, no a ti.
⎯¡Nadie te pidió que lo hicieras! ⎯Mi repentina ira nos sorprendió
a ambos. Sacrifiqué tanto y traté arduamente de permanecer escondida,
y Trex era la única persona que me hacía sentir segura. Me di cuenta de
que el solo conocerlo me volvió vulnerable.
⎯Tienes razón. No debí haberle dicho a Val sobre ti. Pero el irte no
te mantendrá más segura. Sería lo contrario. ¿Has considerado que tal
vez Shawn se ha mantenido lejos por mí?
⎯Hay demasiado que no sé sobre ti. Hay demasiados secretos.
Se acercó a mí. ⎯Cariño, no puedo evitar eso.
⎯Podrías ayudar con algo. Realmente no te conozco ¿O sí? ¿Y tú
quieres mudarnos juntos?
Eso lo enojó. ⎯Me conoces mejor que cualquiera, Darby. Podría
haber algunas cosas sobre mí que son clasificadas, pero me conoces.
⎯¡Ni siquiera sé cuándo es tu cumpleaños!
⎯El cuatro de junio.
Parpadeé. ⎯¿De verdad? Ese fue el día que me mudé a Colorado
Springs.
⎯Feliz cumpleaños a mí.
⎯¿Sabes cuándo es el mío? ⎯pregunté.
Asintió. ⎯Veintidós de marzo.
Hice un gesto. ⎯¿Qué más sabes acerca de mí?
⎯Eso es todo. No fisgoneé.
⎯No, porque eso sería una total violación a mi privacidad. ¿Y
quieres que me mude contigo? ¿Con cámaras? Estás loco.
Se enojó nuevamente. ⎯Sabrás dónde se encuentran. Será como
estar en el hotel solo que con mejor seguridad. Si te opones a las cámaras,
duerme en otro cuarto. Seremos compañeros de casa.
⎯Eso es ridículo.
⎯Igual que el que yo compre una casa de cinco habitaciones en el
vecindario perfecto y tú insistas en vivir en un apartamento de mierda.
⎯¡Nadie te pidió que compraras una casa con cinco habitaciones!
Movió el cuello para mirarme por unos segundos antes de mirar
hacia la autopista. Los autos pasaban rápidamente. El viento soplaba los
arbustos que cubrían las botas de Trex. Estábamos al aire libre, pero el
mundo se nos cerraba. ⎯¿Crees que te correría a ti y a la bebé?
¿Honestamente crees que haría eso, Darby? Créeme, hay más
posibilidades de que Stavros se vaya a bancarrota y tú pierdas tu cuarto
de hotel a que pase eso.
⎯¿Qué? ¿Qué quieres decir? ¿Sabes algo?
Suspiró, claramente frustrado por tener que compartir información
nueva. ⎯Hay pocas cosas que desconozco sobre situaciones en las que
me encuentro.
⎯¿Stavros se irá a bancarrota? ¿Perderá el hotel?
⎯Ha estado ayudando a Tilde con sus cuentas médicas porque esta
no tiene seguro. Lo está dejando seco. Cuando el hotel estuvo lleno cada
noche durante el incendio, lo ayudaba a mantenerse a flote cada mes,
pero ahora…
Me cubrí la boca. ⎯¿Por qué no me dijiste?
Alzó los brazos y los dejó azotar en sus piernas. ⎯Esperaba que
una vez que te dijera sobre nuestra casa, tú quisieras mudarte por cuenta
propia.
⎯¡Esto no es sobre nosotros! Voy a perder mi trabajo. ¿No pensaste
en decirme? Es solo un secreto tras otro contigo. Pensé que quienquiera
que fuera más franco ganaba. Ni siquiera has comenzado a rascar la
superficie de la verdad.
⎯Stavros no quiere que sepas. No quiere que nadie sepa. Aún
piensa que puede salvarlo.
⎯Ay, Dios. ⎯Tragué, sintiéndome con náuseas⎯. Dios. Pobre
Stavros.
⎯Comenzará el papeleo después del día primero del año. Quizás
pueda esperar hasta la primavera si tiene suerte.
⎯No tengo tiempo para ahorrar para un departamento aun si me
quisiera quedar ⎯dije pensando en voz alta.
Su mandíbula se tensó debajo de su piel. ⎯¿Es esto realmente
sobre confianza? ¿O solo no quieres mudarte conmigo?
⎯¡No puedo confiar en ti! ⎯grité. Las lágrimas me inundaron los
ojos y cayeron sobre mis mejillas.
⎯Bien. ¡Bien! ¡Entonces déjame ayudarte! Te conseguiré un
departamento. Solo… no te vayas —dijo. Su tono se había vuelto
suplicante⎯. Darby, te adoro. ¿No ves eso? No hay nada que no haría por
ti. Si te fueras… no me hagas abandonar a mis hombres.
⎯¿Qué quieres decir?
⎯Todos ellos se mudaron a Springs por este trabajo porque se los
pedí.
⎯No pido que me sigas.
⎯Darby… ⎯Cambió su peso de pierna, tratando de hilar lo que se
hallaba por decir⎯. ¿Me amas? Dime. Porque yo estoy enamorado de ti.
⎯Se le quebró la voz⎯. Y no hay lugar en el que quiera estar más que
dónde tú estés.
Mi garganta se cerró y se secó, haciéndome tragar. Sequé mis
húmedas mejillas. ⎯Te amo.
Sus hombros cayeron, bajó la cabeza, y exhaló. ⎯Gracias a Cristo
⎯dijo quedamente⎯. Entiendo que tienes problemas de confianza, y yo
solo los he empeorado. Me hace sentir como si me estuviera sofocando
solo de pensarlo.
⎯No pagarás por mi departamento.
⎯Eso no tiene sentido. ¿Preferirías mudarte a un pueblo extraño,
sola, sabiendo que Shawn podría estar siguiéndote?
⎯¡Lo he hecho antes! ⎯grité.
Apretó los dientes por medio segundo antes de hablar, su rostro se
puso rojo. ⎯¿Quieres que ponga las escrituras a tu nombre? Lo haré,
joder.
—No me maldigas.
Trex suspiró. Luchaba por calmarse, pero perdía. ⎯Lo siento.
Simplemente no entiendo. ¿Por qué simplemente no me dejas ayudarte,
Darby? Si nos amamos, y queremos ser una familia, ¿por qué no podemos
simplemente dejarlo ser?
Apreté los labios en una línea dura. —Porque me mentiste. Y
porque la última vez...
—La última vez que te mudaste con alguien, resultó ser un cabrón
abusivo.
—Sí.
Sacudió la cabeza, más enojado de lo que nunca lo había visto, su
voz era baja y controlada cuando habló—: No soy él, Darby. No sé de qué
otra forma te lo puedo probar.
Tan enojado como parecía, y tan nerviosa como me sentía, con un
destello de emoción a punto de arremeter, lo alcancé. En el fondo, más
allá de cualquier instinto para protegerme a mí y a mi hija por nacer,
sabía que Trex nunca me haría daño. Tal vez era todo lo que necesitaba
saber. Después de un segundo de vacilación, tomó mi mano. Su pulgar
acarició mi piel, pero era diferente. Incluso los hombres pacientes tenían
sus límites. Estábamos juntos, éramos casi una familia. No entendía la
demora, y yo no podía explicarlo. —Lo sé. Pero aun así mentiste.
—Hoy supe de ti cuál es tu verdadero apellido. Dame algo de
crédito.
Miré por el camino. El ruido había sido ahogado segundos antes,
pero ahora los semirremolques confundían mis pensamientos.
—Quédate —dijo—. Cuando esté en el trabajo, habrá un sistema
de seguridad de primera línea en la casa, cámaras, un sistema de alarma,
botones de pánico en cada habitación. Lo convertiré en una maldita
fortaleza. Será el lugar más seguro para ti, lo juro. No es solo que tu ex
sepa dónde te encuentras lo que me preocupa. Podrías tropezar en las
escaleras, desmayarte, entrar en labor de parto antes, no tienes
teléfono... hay un millón de cosas que podrían pasar.
—Le podrían pasar a cualquiera.
—Pero no tienen por qué pasarte a ti —suspiró, frustrado—.
Podemos ser compañeros de casa. Puedes vivir en la habitación principal
en el primer piso y yo viviré arriba. Si quieres puedes pagar un poco de
alquiler y facturas, y firmaremos un acuerdo. Si alguna vez se va al
diablo, me mudaré hasta que puedas encontrar otro lugar.
—No quiero que seamos compañeros de casa.
Puso las manos sobre mis rodillas otra vez, luego tocó mi vientre.
⎯Lamento haberte mentido. Lamento todo lo que sucedió y que ya no te
sientas segura conmigo. Dame la oportunidad de compensártelo. Dame
la oportunidad de arreglarlo.
⎯Lo siento ⎯dije, limpiándome el rostro.
Respiró como si acabara de darle un puñetazo en el estómago.
⎯Entonces, te vas. Me dejas.
Negué con la cabeza lentamente y comencé a llorar. ⎯No, siento
haberte gritado.
Me abrazó fuerte, y pude sentir su corazón latiendo a través de su
pecho. ⎯¿Tú lo lamentas? Jesús, Darby. No sé qué demonios estoy
haciendo. Jodiendo todo, supongo. ⎯Me mantuvo a distancia⎯. ¿Esto
significa que te quedas?
La desesperación en los ojos de Trex era insoportable, así que me
tapé el rostro. Ni siquiera estaba segura de porqué me encontraba tan
molesta. Pasé por cosas muchas peores con Shawn y no derramé una
lágrima.
Tal vez era por el embarazo, quizás porque fue nuestra primera
pelea, o tal vez porque simplemente admití en voz alta que no podía
confiar en él, ni en nadie, y eso nos dejaba a Frijolito y a mí muy a solas.
⎯Ven ⎯dijo, abrazándome.
Me sentí tan tonta por sollozar en su camisa, pero no podía parar.
⎯Cariño... ⎯dijo con voz suave, meciéndome⎯. No llores.
⎯Está bien ⎯le dije, echándome hacia atrás para limpiarme el
rostro⎯. Es solo que… ⎯esnifé⎯, no mereces que te griten así, y es la
primera vez que hieres mis sentimientos.
Entrelazó los dedos sobre su cabeza, viéndome llorar con tanta
culpa y vergüenza que apenas podía soportar estar en su propia piel. ⎯Lo
siento mucho, Darby. ⎯Me abrazó y presionó la mejilla contra mi sien⎯.
Me siento como el más grande idiota en este momento.
⎯Y yo como la bebé más grande. ⎯Lo miré y me besó en la punta
de la nariz.
⎯Solo... escúchame, y no lo mencionaré de nuevo. Sin importar si
esta bebé es biológicamente mía o no, si te echara a ti y a la bebé de
nuestra nueva casa, aún si fuera un gran idiota. No soy ese tipo, Darby.
Sabes que no. Solo... piénsalo, ¿de acuerdo? Eso es todo lo que pido.
Me soltó y se alejó, hacia el campo interminable al lado de la
carretera, sus botas crujían contra la grava suelta. Contempló el
horizonte, una suave brisa soplaba a los árboles dispersos en la
distancia. ⎯¿Todavía nos dirigimos al este? ⎯Se volvió y esperó mi
respuesta.
Asentí.
Regresó, se aseguró de que estuviera sentada en el asiento, y cerró
la puerta, caminando hacia el otro lado. El silencio fue incómodo,
comiéndonos a los dos como un parásito. Pasamos la señal
BIENVENIDOS A KANSAS, luego Kanorado. Trex señaló una enorme torre
de agua y habló por primera vez en casi una hora. ⎯Ahí está. Goodland,
Kansas. Hogar de la Primera Asamblea de Dios y quince otras iglesias,
población cuatro mil quinientas personas.
Trex se salió en la segunda salida y luego navegó por las carreteras
hasta que se detuvo en una pequeña casa blanca con un porche rojo
oscuro en el extremo de una calle sin salida. Tenía dos puertas
delanteras, y las miré por un momento, confundida.
⎯Solía ser un dúplex. La iglesia lo compró y lo convirtió en una
casa para hacerla una casa parroquial.
Saltó, abriendo la puerta trasera para sacar la maleta y su bolsa
de lona.
⎯¡Scottie! ⎯Una chica con cabello largo y rubio salió de la puerta
mosquitera a la derecha y saltó los dos escalones para correr y saltar
sobre Trex. Este gruñó cuando ella se estrelló contra su cuerpo, pero
Hailey no pareció darse cuenta, envolviendo sus brazos y piernas a su
alrededor.
La puso de pie, todo sonriente. ⎯Oye, mocosa —dijo, alborotándole
el cabello.
—¡Lo lograste! —Me miró y se apartó el cabello del rostro—. ¡Hola,
Darby!
—Hola —dije, inclinándome y saludando. Miré hacia abajo para
desabrochar mi cinturón de seguridad, y Trex corrió para abrir mi puerta
y tomarme la mano para ayudarme a salir. En el momento en que
caminamos por la parte trasera de su camioneta, sus padres estaban en
la parte inferior de las escaleras. Sus sonrisas se desvanecieron de
inmediato cuando notaron mi barriga redonda sobresaliendo de mi blusa.
—Mamá, papá... ella es Darby. Darby, esta es mi mamá, Susanne,
y mi papá, Scott.
—Encantada de conocerlos —dije, tendiéndoles la mano.
Los tirantes marrones de Scott sostenían sus pantalones a juego,
su ya rubicunda complexión se puso más roja solo por la presencia de su
hijo. Su papada se movió cuando él se movió, su camiseta presionada
contra su camiseta de botones blanca. Era grande y orgulloso. Su camisa
apretada, su cabello perfectamente peinado, estaba tratando demasiado
de mostrar su indiferencia.
Susanne tomó mi mano primero, con una sonrisa dolorida en su
rostro. Trex se parecía a su madre. Sus rizos castaños rojizos se hallaban
sueltos, solo rozando su barbilla. Me recordó algunas de las viejas fotos
de mi madre, pero mirarla a los ojos era como mirar a Trex. ⎯Igualmente.
Bueno, vamos adentro.
Scott y Susanne caminaron frente a nosotros, hablando
rápidamente en voz baja, y Trex me siguió, llevando nuestras maletas
mientras caminaba junto a su hermanita. Hailey no era tan callada como
sus padres, le susurró la pregunta del millón a Trex⎯: ¿Darby está
embarazada?
—Sí —dijo.
—¿Vas a ser papá?
—Sí —dijo de nuevo.
—¿Voy a ser tía?
—Sí, lo eres —dijo, su tono fue más dulce y más cálido de lo que
fue toda la tarde.
Mis zapatos resonaron contra el piso de madera cuando entré. La
casa de la infancia de Trex no era la brillante y alegre casa que imaginé.
En cambio, las cortinas estaban corridas, y las paredes decoradas con
cruces y pinturas religiosas en lugar de fotos familiares enmarcadas. Las
placas, los premios comunitarios y los reconocimientos de Scott tenían
los mejores lugares para que los visitantes los vieran tan pronto como
entraran. Empezaba a comprender la aversión de Trex a volver a casa. A
la derecha se hallaba la cocina y el comedor, y a la izquierda se hallaba
una gran sala de estar, un piano en la esquina trasera.
Susanne se detuvo en la entrada del pasillo trasero. ⎯Nosotros, eh,
los instalamos en habitaciones separadas ⎯comenzó Susanne.
⎯No parece que sea necesario —dijo Scott.
Sonreí. ⎯Las habitaciones separadas están bien. Estamos felices
de...
⎯Tomaremos mi vieja habitación, gracias, papá ⎯dijo Trex.
Susanne hizo un gesto hacia el pasillo. ⎯Sabes dónde se
encuentra.
Trex asintió para que yo lo siguiera. Caminó hasta el final del
pasillo y giró a la derecha. ⎯Esta es ⎯dijo, dejando las maletas⎯.
Compartimos un baño en el pasillo con Hailey, eso siempre es divertido.
Los paneles de madera se detuvieron a medio camino de la pared;
marcos de Jesús con un cordero, cruces e imágenes de niños salvados
por ángeles colgaban de los paneles. Algunos trofeos y libros se hallaban
salpicados alrededor de la habitación, pero parecía más una genérica
habitación de invitados que nunca se usó.
—Esto es tan incómodo. Me odian —dije en voz baja.
Sonrió. —Me odian, también. Estamos destinados. —Su sonrisa se
desvaneció—. Sobre antes…
—Aún lo siento.
—Yo también. —Me abrazó, besando mi mejilla—. Estará bien. Se
encuentran sorprendidos en este momento. Mamá especialmente se
emocionará antes de que termine la noche.
—Hasta que admitamos que Frijolito no es tuya.
Sacudió la cabeza. —No les digas, Darby. No necesitan saber.
Me alejé, sentándome en la cama. Chilló ruidosamente. —No puedo
mentir sobre algo así.
—No tienes que mentir. Lo asumirán.
Estreché los ojos. —Haces mucho eso.
Sus hombros se hundieron. —No quiero pelear. Estará bien, ya
verás.
Me cubrí el rostro. —¿Qué estamos haciendo? ¿Vamos a hacer qué
tu familia piense que esta es tu bebé?
—Es nuestra bebé.
Lo miré. —Es malo mentir.
Sus cejas se juntaron. Me miró con ojos desesperados. —No quiero
que lo sepan. No quiero que nadie lo sepa.
—No parece correcto.
Suspiró y luego asintió. —Bueno. Entiendo. Haz lo que te sea más
cómodo. —Me dejó sola en su habitación, y pude oírlo hablar con su
hermana en la habitación contigua. Ella hablaba la mayor parte del
tiempo, su voz aguda y dulce silenciada a través de la pared compartida.
Parecía tan feliz de que Trex estuviera en casa. Era un buen
hermano mayor, y se preocupaba por ella lo suficiente como para volver
a este lugar, para estar cerca de su padre y tomar toda la crueldad que
el Pastor Scott inevitablemente repartiría, todo para hacer feliz a Hailey.
Sería un buen padre. Sería un buen esposo algún día. Ambos nos
habíamos mentido, yo para protegerlo, y él a mí para protegerme. Era
una situación difícil que los dos intentábamos superar. ¿De qué tenía
tanto miedo?
Me quedé en su antigua habitación sola. ¿Lo amo? Sí. ¿Es bueno
conmigo? Sí. ¿Puedo confiar en él? Discutible. ¿Creo que ama a la niña que
crece dentro de mí? Absolutamente. Si sucedía lo peor, y Trex y yo
decidiéramos que todo terminase, sabía que me daría la casa en lugar de
echarnos. Mis miedos eran completamente irracionales. Tenía que dejar
de castigarlo por los crímenes de Shawn.
Traducido por Gesi
Corregido por Mawii

Darby
Desempaqué mis cosas, agradecida de que solo nos quedáramos
una noche. Trex había regresado de la habitación de Hailey,
despreocupado por las arrugas de su ropa. O, por lo menos, no me dejaba
desempacar su bolsa de lona. Todo el día había sido un terrible
descubrimiento y desacuerdo tras otro. No me hallaba acostumbrada a
que me dieran una elección. Cuando vivía con mis padres, siempre eran
las reglas de mamá. Cuando vivía con Shawn, solo existía lo que él quería,
esperaba y creía. Sin discusiones, sin debate, sin consideración de mis
sentimientos.
Trex me esperó pacientemente en la cama, tranquilo y tal vez un
poco taciturno.
⎯¿Crees… ⎯comencé⎯, que la razón por la que hoy ha sido tan
difícil, es porque apenas nos estamos conociendo y no está funcionando?
Trex palideció. Parecía exhausto y miserable por todas las
discusiones.
⎯No quiero pelear ⎯dije, levantando las manos⎯. Es solo algo que
se me pasó por la cabeza, y apreciaría tu honestidad. Aquí es cuando
normalmente las personas se conocen entre sí, sí son compatibles uno
con el otro. Tal vez... tal vez solo queremos cosas diferentes. Quizás por
eso ha sido tan difícil.
—Queremos las mismas cosas. Es solo que las queremos en
diferentes momentos. El embarazo me hace sentir que todo se halla
contrarreloj. Y ahora qué sé sobre este otro tipo… Rick, o Derek, o cómo
demonios se llame... se siente mucho más urgente. Lo entiendo, Darby.
Lo hago. Acabas de probar la libertad y eso es todo lo que conozco desde
hace dieciséis años. Quieres ser independiente, y yo estoy listo para
sentar cabeza. No hemos sido honestos el uno con el otro, incluso si fue
por una buena razón. Pero eso no significa que no estemos funcionando.
Significa perdón y compromiso.
⎯¿Hay un compromiso? ⎯pregunté.
⎯¿Qué quieres decir?
⎯Mudarse. La verdad sobre la bebé. ¿Es posible un compromiso?
Sonrió, con los ojos todavía cansados. ⎯Te amo por preguntar.
⎯Se frotó la parte posterior de su cuello⎯. Lo he jodido mucho. Puedo
entender la falta de confianza, pero debes saber que estoy en esto. Si este
barco se hundiera, me hundiría con él.
⎯Y entiendo por qué hiciste lo que hiciste.
⎯Lo siento ⎯dijo⎯, realmente lo siento. Si pudiera evitarlo, lo
haría.
⎯Yo también. Entonces... bien. Vamos a hacerlo.
⎯¿Vamos a… hacerlo? ⎯preguntó⎯. ¿Quieres decir que te
mudarás? ⎯Trató de leerme como siempre lo hacía⎯. No juegues
conmigo, Darby. Esto es importante.
⎯Tenías razón. Todavía tengo miedo, aún estoy de vuelta en esa
casa, esperando que llegue a casa, es… es una excusa. Te estoy alejando,
y eres lo mejor que me ha pasado. ⎯Lo miré⎯. Y no quiero perderte.
Se puso de pie y me abrazó con fuerza, besando la parte superior
de mi cabeza. ⎯No me voy a ninguna parte.
Ahuecó mi rostro con sus manos, poniendo sus labios en los míos
de la manera que solo Trex podía, haciéndome sentir segura y amada sin
condiciones. Nadie me había amado tanto como Trex. Lo acerqué más,
permitiendo que su lengua se deslizara en mi boca. Deslizó la mano
debajo de mi vestido de algodón, entre mis muslos, y justo cuando las
yemas de sus dedos se deslizaban bajo el dobladillo de mis bragas,
Susanne nos llamó desde la sala de estar.
Trex gimió de frustración. Presioné la frente contra su pecho con
una sonrisa, y luego me llevó a la sala de estar, donde sus padres y Hailey
ya se encontraban sentados.
Hailey guardó su celular y se sentó adelante con una brillante
sonrisa en el rostro. ⎯¿Cuándo estarás en trabajo de parto? ⎯preguntó.
⎯Hailey Joy ⎯regañó Susanne.
Hailey no pareció darse cuenta. ⎯¡Voy a ser tía! —Aplaudió una
vez.
⎯Uno de febrero ⎯dijo Trex, apretándome la mano.
⎯Entonces ⎯dijo Susanne, tratando de sonreír⎯, ¿Dónde se
conocieron?
Esperé a que Trex respondiera. No estaba segura de que quería que
ellos supieran.
Se aclaró la garganta. ⎯Darby trabaja en el hotel en el que me estoy
quedando.
⎯Pensé que ¿habías comprado una casa? ⎯dijo Scott. Sus
palabras rezumaban condescendencia. Deseaba tanto ser mejor que su
hijo.
—Cerramos trato la semana que viene.
—Mamá dice que es linda. Y realmente grande ¿Puedo ayudarte a
decorar la habitación del bebé? —preguntó Hailey.
Ni siquiera había pensado en eso. En el fondo de mi mente, sabía
que una cuna sería necesaria, pero una cuna no cabría en la habitación
del hotel. Ni siquiera una pequeña. Y Frijolito tenía una gran habitación
propia esperando en la nueva casa de Trex. De repente me sentí aliviada.
Trex lo tenía todo arreglado incluso antes de que fuera un problema.
⎯Eso estaría bien, gracias ⎯le dije.
Hailey aplaudió con emoción. Trex me miró, tratando de no sonreír.
⎯¿Trabajas en la industria hotelera? ⎯preguntó Susanne, de pie.
Cogió un plato de productos horneados y los acercó⎯. Hailey, toma la
limonada.
⎯Trabajo en la recepción ⎯le dije, tomando una pequeña galleta
redonda de avena y uvas pasas y una pequeñita cuadrada de limón.
⎯¿Hace cuánto tiempo se conocen? ⎯preguntó Scott, bajando la
mirada hacia mi barriga de embarazada.
Trex me tocó el vientre. ⎯Hace al menos cuatro meses y medio.
Hailey soltó una risita. Scott y Susanne no parecían divertidos.
⎯No veo un anillo ⎯dijo Scott.
⎯No, no lo haces ⎯dijo Trex.
⎯¿No se van a casar? ⎯preguntó Hailey, sorprendida.
⎯No en este momento ⎯dijo Trex.
⎯No te encuentras preparado para ese tipo de compromiso, pero
vas a traer a un bebé a este mundo. Tiene sentido ⎯dijo Scott.
⎯Papá ⎯comenzó Trex, ya irritado⎯, el matrimonio es un pedazo
de papel. No hay un vínculo más fuerte que un niño.
⎯La Biblia dice… ⎯comenzó Susanne.
⎯Estén en sujeción los unos a los otros en temor de Cristo ⎯dije.
⎯Estás familiarizado con la Palabra —dijo Scott⎯, entonces sabes
que dice la Primera a los Corintios, capítulo siete, versículo ocho y nueve.
⎯¿Dónde Pablo les dice a las solteras y viudas que se abstengan o
se casen? Sí, lo sé.
Scott parecía impresionado. Por eso Trex no intervenía. Sabía que
se encontraban a punto de descubrir a su hijo ateo fecundó a una mujer
temerosa de Dios. Y de alguna manera, eso convertiría a un acto
pecaminoso, a un nieto por el cual estar emocionados.
⎯¿A qué iglesia asistes en Colorado Springs? ⎯preguntó Susanne.
⎯No lo hago. Hasta hace poco he estado trabajando días de
dieciséis horas ⎯dije.
⎯¿Los domingos? ⎯preguntó Scott.
⎯Los domingos descansa ⎯dijo Trex⎯. Ha orado al respecto, papá.
Incluso Dios descansó en el séptimo día.
Scott entrecerró los ojos. ⎯¿Cómo exactamente va a funcionar
esto? Contigo cristiana y Scottie ateo.
Me moví en mi asiento, tomando un sorbo de mi limonada. ⎯Lo
hemos discutido.
⎯¿Estás de acuerdo con que tu hijo crezca con influencias ateas?
⎯preguntó Scott.
⎯Mejor que crecer sin un padre ⎯dije.
Scott casi gruñó. ⎯No estoy seguro de que Él acepte. Él es el único
padre que necesitamos si no tenemos una influencia piadosa, y la Biblia
dice muy claramente que, si alguien hace tropezar a los pequeños en el
camino a Dios, es mejor colgar una piedra de molino alrededor de su
cuello y ser arrojado al mar ⎯dijo Scott, hinchándose con cada verso que
escupía.
⎯Tiene razón, esa es una amenaza seria ⎯dije⎯. No creo que eso
signifique que un niño estaría mejor sin un buen padre. El Señor no va a
preparar su desayuno, ni la llevará a la práctica de fútbol.
Trex ahogó una risita.
⎯Papi ⎯dijo Hailey, decepcionada⎯. Detente. Scottie será un gran
padre.
⎯Scottie ⎯dijo Susanne en un tono maternal⎯. Es importante
para ti ahora más que nunca regresar a Dios. Quieres lo mejor para tu
hija, ¿verdad?
⎯Sí, lo hago. Y es tan afortunado para ella que vaya a nacer aquí
en los Estados Unidos, donde el cristianismo es la religión principal, y
que puede adorar al único y verdadero dios.
Susanne frunció el ceño. ⎯No hay necesidad de sarcasmo, Scottie.
Decimos esto porque te amamos. Es nuestro deber dar testimonio de la
verdad a quienes amamos.
⎯Lo sé ⎯dijo Trex⎯. Pero Darby y yo hemos decidido respetar las
creencias de los demás, y haremos lo mismo con nuestra hija.
Hailey se llevó las manos a la boca. ⎯¿Se encuentran seguros de
que es una niña?
Sonreí y asentí, y Trex sacó una foto del ultrasonido de su bolsillo
trasero, poniéndose de pie e inclinándose hacia adelante para dársela a
Hailey. Quien la miró por un momento, y luego Susanne se inclinó hacia
un lado, señalando las facciones.
Susanne sonrió, la primera sonrisa realmente verdadera desde que
llegamos. ⎯Ay, Dios. Mira a esa niña bonita. Creo que va a tener tu nariz,
Scottie.
Trex sonrió y me apretó la mano. —¿Tú crees?
Susanne tomó la foto de Hailey para mostrarle a Scott. Le tomó un
minuto entero suavizarse, pero cuando Susanne señaló los pies de
Frijolito, finalmente, sonrió. ⎯Luce como una Trexler ⎯dijo.
Nos sentamos a cenar, hablando de cosas normales como la cita
del baile de bienvenida de Hailey y el clima. Trex habló más sobre la
nueva casa y mostró las fotos en su celular. Traté de no parecer
demasiado emocionada o sorprendida mientras me desplazaba por las
imágenes. La familia de Trex suponía que ya había visto la casa. Luego
me encontré con varias de nosotros juntos. En su mayoría autorretratos,
y algunas solo de mí.
⎯Esa es una buena foto ⎯dijo Susanne⎯. Deberías enmarcar eso.
⎯Esa fue nuestra… cuarta cita.
⎯Pasta ⎯dije.
Trex se rio entre dientes. ⎯Las chicas embarazadas recuerdan por
la comida.
⎯¿Estaba embarazada para tu cuarta cita? ⎯preguntó Scott.
⎯En nuestra primera, en realidad ⎯dijo Trex sin vergüenza.
Scott frunció el ceño.
Trex volvió a las fotos de la casa, haciendo una pausa en una foto,
señalando la alfombra de felpa de la sala de estar. ⎯Mira toda es espacio
para gatear ⎯dijo. Se desplazó a otra foto⎯. Esta es la oficina al otro lado
del pasillo desde la suite principal. Lugar perfecto para una habitación
para la bebé.
Asentí con la cabeza, luego lo miré. ⎯Lo es.
Las comisuras de su boca se curvaron hacia arriba. Se veía tan
diferente de lo que estuvo hace una hora antes en el auto. Su rostro había
estado lleno de dolor, incertidumbre, preocupación. Ahora se encontraba
aliviado y feliz.
⎯Esa fue una buena cena, Susanne. Gracias ⎯dijo Scott,
alejándose de la mesa⎯. Tengo que estudiar el sermón del domingo. Fue
bueno verte, hijo.
Trex asintió una vez, mirando a la mesa mientras su padre se
retiraba a donde sea que estudiara para los sermones. Tan pronto como
Scott se fue, Trex continuó la conversación, con aire más ligero que
momentos antes.
⎯Gracias por la cena, mamá. Fue grandiosa.
Susanne sonrió. ⎯Hice todos tus favoritos. Espero que te convenza
de que vengas a casa más a menudo.
Se puso de pie, recogiendo los platos sucios, y el resto de nosotros
ayudamos, los platos traquetearon mientras despejamos la mesa en
minutos. La cocina volvió a ser un centro de actividad, el grifo a toda
potencia y el vapor saliendo del lavabo.
Trex tomó un trapo de cocina de Hailey, pero lo saqué de la cocina.
⎯Puedo ayudar ⎯dijo con una sonrisa.
⎯Tenemos esto ⎯dijo Hailey⎯. Vete.
Trex levantó las manos. ⎯Supongo que tomaré una ducha.
⎯Hailey, no olvides tu tarea, ahora.
⎯Ya la hice, mamá.
Susanne asintió, pasándome un plato para secar. ⎯Nunca tuve
que preocuparme por ella. Ese —Hizo un gesto hacia el pasillo—, todo lo
que hemos hecho es preocuparnos. ¿Cuán avanzada dijiste que te
encontrabas?
—Veinte semanas y algunos días.
—A mitad de camino —dijo, fregando una olla. —Estoy
sorprendida. Trex no es un niño. Solo creí que era más… astuto, supongo.
⎯Mamá ⎯advirtió Hailey.
⎯Lo sé, lo sé. No me refiero a nada con eso. Me alegra que esté en
casa. No viene mucho desde que decidió, ya sabes, que no cree en Dios.
⎯Debe ser difícil para Trex ⎯le dije, mirando el plato en mi mano.
Moví el trapo de microfibra sobre su superficie seca mientras esperaba
que Susanne me entregara la olla que fregaba. El plato había estado seco
durante un minuto sólido, pero necesitaba algo que hacer con mis
manos⎯. Saber que los ha decepcionado.
—Oh, no creo que eso le moleste —dijo Susanne, sonriendo hacia
la ventana sobre el fregadero. Estaba completamente oscuro afuera, así
que me pregunté qué le parecía gracioso⎯. A veces me pregunto si solo
lo hace para vengarse de su padre.
⎯¿Por qué? —preguntó Hailey.
⎯Simplemente no importa ⎯dijo Susanne. Miró mi barriga⎯.
Tiene un historial en hacer cosas que sabe que molestarían a su padre.
Desde que era pequeño. Me refiero desde que podía caminar. Es difícil
para dos hombres de mente fuerte estar bajo el mismo techo.
—Papi también presiona los botones de Scottie, mamá.
—No digo que papá sea inocente —dijo Susanne. Su voz sonaba
cansada⎯. Hay mucho resentimiento allí que simplemente no entiendo.
Tampoco creo que ellos lo hagan.
—Sin embargo, los ama —le dije—, deseaba volver a casa.
Finalmente me pasó la olla. —Su hermana siempre ha sido la niña
de sus ojos. Viene a casa a verla cuando puede.
Me molestaba que no admitiera que Trex fue abusado, pero decidí
dejarlo en paz. Trex no hablaba mucho sobre sus padres, y no me
correspondía tratar de ayudarlo. Lo que sucedió marcó a Trex lo
suficiente para mantenerlo alejado durante meses y años seguidos, a
pesar de su gran amor por Hailey, y tal vez pasó hace demasiado tiempo
como para sanar. Sabía exactamente cómo se sentía eso. Incluso la idea
de tratar de arreglar el dolor entre mi madre y yo, era agotadora.
⎯¿Te has estado sintiendo bien? ⎯preguntó Susanne.
⎯Las náuseas matutinas fueron bastante brutales. Me he sentido
mejor y he vuelto a un turno en el trabajo, así que todo parece más fácil.
⎯Bien. Eso es bueno. Sé que mi embarazo con Hailey fue mucho
más difícil que la primera vez. Tal vez fue porque era mucho mayor,
¿quién sabe? ⎯Se secó las manos en el delantal de su toalla de cocina⎯.
Gracias por la ayuda. Espero que nos mantengas actualizados. Nuestra
primera nieta y todo.
⎯Sí. Por supuesto ⎯dije, esperando que la culpa que sentía no se
notara en mi rostro⎯. Buenas noches.
⎯Vamos ⎯dijo Hailey, agarrándome la mano y llevándome fuera
de la cocina.
Hailey colapsó en una silla en la habitación de Trex. La ducha
corría en el baño al otro lado del pasillo. Me apoyé contra la cabecera de
la cama, esperando que Trex saliera de la ducha. Había hablado mucho
sobre Hailey, y tenía razón. Iluminaba la habitación. Era tan inocente y
llena de vida, e incluso parecía tener la influencia sobre sus padres que
Trex nunca disfrutó. Era difícil creer que tenían los mismos padres.
Hailey bostezó. ⎯Trex no volvía a casa desde hace mucho tiempo.
Me alegra que tenga una razón para hacerlo ahora. Tal vez me acepten
en la Universidad Estatal de Colorado y estaré aún más cerca y podré
visitarlos mucho. Quiero decir, si eso está bien.
—Por supuesto que está bien. Eres bienvenida en cualquier
momento.
⎯¿En serio? ⎯preguntó, sentándose.
Asentí, sorprendida por su sorpresa.
Sonrió. ⎯Genial. No pensé que alguna vez te fuera a encontrar,
pero estoy tan contenta de que lo haya hecho.
⎯Te refieres a su teoría acerca de estar enamorado de mí, antes de
conocerme.
⎯No lo sé ⎯canturreó⎯. No pareces una teoría para mí. Ha
hablado sobre ti desde la escuela secundaria. Te describió y todo. Por eso
nunca ha andado en serio con ninguna novia, incluso Laura. Él sabía
que te encontraría. Todos pensamos que deliraba o simplemente ponía
una excusa, pero… aquí estás.
⎯¿Me describió?
⎯Síp. Más como quién eres como persona, pero no se hallaba
equivocado.
⎯Eso es…
⎯¿Loco? ⎯dijo Hailey con una risita.
⎯No, es algo así como… reconfortante. No es de extrañar que no
esté asustado por todo el embarazo y la casa como yo. Ha tenido tiempo
de procesarlo.
Hailey se encogió de hombros. ⎯No deberías estar preocupada por
Scottie. Veo cómo te mira. Está condenado.
⎯Lo estoy ⎯dijo este desde la puerta. Su cabello todavía se hallaba
mojado, su rostro brillaba limpio. Vestía una camiseta blanca y un
pantalón de chándal gris, con las manos en los bolsillos y de pie con los
pies descalzos. Podía oler la combinación de su gel de baño y
desodorante, y llené mis pulmones con eso. Trex se convirtió en mi olor
favorito en el mundo, mi persona favorita, mi salida de noche favorita⎯.
La ducha se encuentra libre. Todavía queda agua caliente.
⎯Gracias ⎯dije, recogiendo mis cosas.
Trex me siguió al baño, mostrándome cómo funcionaba la ducha.
Empecé a desabrocharme la blusa y Trex apoyó su espalda contra la
puerta, con una media sonrisa en el rostro.
⎯Gracias por decir eso.
⎯¿Qué dije? ⎯le pregunté.
⎯Todo eso. No estoy seguro de cuán rápido quisiste decir cuando
decías que estás de acuerdo con mudarte, pero aún me gustaría tu ayuda
con el cuarto de la bebé.
⎯¿Hablas en serio? ¿Vas a convertir la oficina en un cuarto para
la bebé?
⎯Sí ⎯dijo, con el rostro serio⎯. Necesitaremos una habitación
llena de cosas para ella. Una cuna, pañales, toallitas, sábanas,
juguetes…
Me encogí de hombros. ⎯Entonces, tan pronto como la casa esté
lista, supongo.
Sonrió. ⎯Ese sí que es un gran incentivo.
—Casi se siente demasiado fácil decir que sí.
⎯No todo es demasiado bueno para ser verdad, Darby.
⎯Lo sé. Tienes razón. Sigo resistiendo y discutiendo porque se
siente tan... fácil. Y que sea fácil debería ser una buena señal, no una
bandera roja. Como dijiste… nos amamos. Deberíamos ser una familia.
Frijolito debería vivir en la casa que compraste para nosotros ⎯si aún
quieres que lo hagamos después de tanto alboroto que hice hoy⎯, en un
vecindario agradable, y si algo sucede, si por alguna loca razón no
funciona... sé que serás amable.
Se rio una vez. ⎯Sí todavía quiero que lo hagas ⎯repitió. Dio unos
pocos pasos hacia mí, envolviéndome en sus brazos, besándome
tiernamente. Olía tan bien, sus manos tan cálidas. Los quería en todas
partes, todo sobre mí al mismo tiempo como una manta⎯. Quiero que te
mudes conmigo. Quiero que me ayudes a elegir muebles, pintura y platos,
y hacer de esta casa nuestro hogar. Te quiero. Y a ella. ⎯Tocó mi
estómago⎯, y cualquier otra persona que aparezca. Hace diez años, el
primer día que nos vimos, cuatro meses después, dentro de cuarenta
años… seguiré sintiendo lo mismo. Nunca estuve tan seguro de nada en
mi vida.
Trex se inclinó para pellizcar el borde inferior de mi falda, y luego
tiró de este hasta que estuvo en el piso. Me miró por un momento, con
los ojos llenos de deseo, escaneando mi piel desnuda.
Toqué mi vientre redondeado, sintiendo que debería mencionar lo
obvio antes de que él lo pensara. ⎯Me vuelvo más grande.
Los músculos de su brazo se tensaron cuando estiró la mano detrás
de mí para abrir la puerta de la ducha y girar la perilla. Mientras el agua
gimoteaba a través de las tuberías y comenzaba a fluir desde la boca del
tubo, las puntas de los dedos de Trex se deslizaron sobre mi piel estirada
como la seda. —Nunca he visto a una mujer tan hermosa.
Se sacó la playera por la cabeza y se quitó el pantalón de chándal,
luego nos giró, deteniéndose cuando estuvo de espaldas a la ducha.
Lentamente caminó hacia atrás, tirando de mis manos para seguirlo
hasta que ambos estuvimos bajo el constante flujo de agua lo
suficientemente caliente como para que no nos quemara. Llovió sobre la
cima de nuestras cabezas mientras colocaba sus labios sobre mi hombro
y cuello, sus manos se deslizaban por mis curvas, sus dedos se
detuvieron entre mis muslos como si hubiera estado esperando que
regresaran a ese lugar desde la última vez que estuvieron allí. Mi
respiración titubeó.
Enganchó mi rodilla en su cadera y se meció contra mí, moviendo
la mano para deslizar su dureza sobre mi tierna piel. Me incliné, usándolo
para tocarme. Acunó mi trasero, mirando hacia abajo donde nuestros
cuerpos se unían. Sus labios se hallaban sobre los míos otra vez, y
nuestras lenguas bailaron donde nuestras bocas se encontraban. Me
besó de una forma diferente a como lo había hecho antes, un poco más
descuidado, como si finalmente sintiera que nos pertenecíamos y
cualquier duda que tenía se hubiera ido. Coloqué las manos a cada lado
de su cuello, acercándolo, dejando que mis dedos se deslizaran a través
de su cabello mojado. Me dijo tantas veces que yo era su todo, y por
primera vez, verdaderamente supe que era el indicado. Podía sentir que
todo lo roto dentro de mí se volvía a juntar mientras me enamoraba más
de Trex dentro de las paredes de aquella ducha. Me entregué a él en más
de un sentido, porque quería que me tuviera, no porque tomara lo que no
era suyo.
Me giró, me inclinó ligeramente hacia adelante, usando una mano
para rodearme y tocarme, y la otra para guiarse hacia adentro. Presioné
la frente contra la pared mojada de la ducha, cerrando los ojos ante la
exquisita sensación de su dureza entrando en mí e intentando reprimir
el gemido construyéndose en mi garganta. Se retiró, y mi interior lo
sostuvo apretadamente, la resistencia envió una sensación aguda, pero
placentera por todo mi cuerpo. No estaba segura de sí era el embarazo o
Trex, pero todo era más intenso con él. Susurró en mi oído que era
hermosa y cuánto me amaba, sus muslos mojados golpearon suavemente
mi trasero cuando cayó a un ritmo lento.
Los dedos de Trex se deslizaron lentamente sobre mi piel más
sensible en sintonía con la forma en que ciertos movimientos me hacían
retorcerme debajo de su toque. No le llevó mucho tiempo comprenderme,
y explotó ese conocimiento de la mejor forma. Los dedos de su mano libre
se enterraron en mi cadera, acercándome, y arqué la espalda ligeramente
para permitirle que se sumerja. Un murmullo bajo y suave emanó de su
garganta, y pude sentir que mi cuerpo se apretaba alrededor de su pene
aún más. Luchaba por mantenerse callado, mordiéndome suavemente el
hombro. Incluso desde atrás, me hizo el amor, otra primera experiencia
con Trex. Alcanzó mi mandíbula y me giró para enfrentarlo, deslizando
un dedo en mi boca. Cerré los labios, usando los dientes para mantenerlo
en el lugar y lamiéndolo con un poco de succión. Su ritmo disminuyó y
me sostuvo más cerca, concentrando sus dedos entre mis muslos. Me
besó el cuello, moviéndose en mi interior en pequeños círculos,
aumentando la sensación. Gimoteé y me cubrió la boca, permitiéndome
acabar como quería. El orgasmo me arrastró como un tsunami, ola tras
ola, dejándome indefensa hasta que terminó.
Cuando mi cuerpo se relajó, me agarró las caderas con ambas
manos, deslizándose dentro de mí profundamente y luego retirándose, su
ritmo era más rápido que antes. Aplasté las palmas contra la pared de la
ducha, sacando el culo para darle acceso total. Sus dedos se tensaron
alrededor de mi cadera y un gemido estrangulado quedó atrapado en su
garganta. Se meció dentro de mí dos veces más, hizo una pausa y todo
su cuerpo se tensó durante algunos segundos antes de que me abrazara
y presionara la mejilla contra la mía mientras respiraba con dificultad.
Miré por encima de mi hombro para sonreírle, mi cabello mojado
se hallaba pegado a mi hombro. Trex apartó los mechones hacia un lado.
⎯Es difícil de creer ⎯dijo⎯. Para alguien como yo, que ha hecho lo que
he hecho, conseguir todo lo que siempre he querido. ⎯Me volteó y acunó
mi rostro en sus manos, alejando gotas de agua de debajo de mis ojos
con sus pulgares.
⎯Me es difícil creer que soy todo lo que siempre has querido.
Me besó la mejilla y lentamente me dio la vuelta otra vez.
Me reí. ⎯¿De verdad?
Se rio, estirándose por el champú. Arrojó un poco en su palma, se
frotó las manos y comenzó a masajearlo en mi cabello. ⎯¿Sabías que
solía tener pesadillas todas las noches? Me despertaba empapado en
sudor. Eso no me sucede las noches que me quedo contigo. Si mi mente
deambula hacia las cosas que sucedieron, simplemente las reemplazo
con pensamientos sobre ti o nuestro futuro, o el día en que conozca a
Frijolito.
⎯No me di cuenta de que el FBI era tan intenso. Me alegra que
cada vez sea más fácil.
Hizo una pausa, pensando en sus siguientes palabras. ⎯No más
fácil. Mejor. Los sueños me han perseguido durante años, y cuando
llegan, automáticamente los cambio por pensamientos de ti. Sé que
decidir confiar en mí sobre esto no fue fácil. Incluso puede que vaya en
contra de cada instinto que has construido a lo largo de los años.
Reconozco que me siento impaciente porque he estado esperando tanto
tiempo por ti. He tenido más de una década para prepararme para esto,
y me olvido que es todo nuevo para ti. Quiero esto más que nada, y nada
puede hacerme más feliz que saber que estamos construyendo nuestro
primer hogar juntos. Sé que esto es lo mejor para Frijolito, pero…
⎯suspiró⎯, tampoco quiero presionarte a hacer algo para lo que no estás
lista. De cualquier manera, haremos que funcione. Así que, dime lo que
verdaderamente quieres, y te apoyaré. Te ayudaré a conseguir un
apartamento, y podemos hacerlo en una forma que sea cómoda para ti.
Dicho eso, si realmente quieres que nos mudemos juntos, voy a hacerte
una promesa ahora mismo. Pasaré cada segundo de cada día probándote
que no soy él, ni tu madre, o cualquiera que creíste que te amaba. Incluso
si estás enojada conmigo.
⎯¿Incluso si te grito?
—Incluso entonces.
Me giré para enfrentarlo. —Lamento haberte gritado.
Me besó la frente. ⎯Ni la mitad de lo que lamento haberte hecho
llorar. No quiero volver a hacer eso.
Me incliné hacia atrás, dejando que el agua enjuagara la espuma
de mi cabello, y Trex me besó el cuello, acercándoseme.
Envolví los brazos a su alrededor. ⎯Estoy empezando a pensar que
te excita tener relaciones sexuales con tus padres al otro lado del pasillo.
—Ni siquiera voy a mentir. El sexo no autorizado es el mejor.
Me reí contra su boca. ⎯Suenas como un soldado.
Fuimos por una rápida segunda ronda y luego nos secamos,
vestimos y regresamos a su habitación.
—Hailey —dijo Trex, sorprendido⎯. Sigues aquí.
Esta arqueó una ceja. ⎯Se olvidaron de mí, ¿verdad? No es de
extrañar que esté embarazada.
—¡Hailey! ⎯Medio la regañó y medio se rio de ella.
Sintiéndome avergonzada, me senté en la cama. Trex se sentó a mi
lado, lo oí reír y recordar viejas historia con su hermanita, y vi sus ojos
iluminarse cuando Hailey preguntó sobre nombres de bebé. Le contó
sobre el juego que jugamos de camino a Kansas, y ella secundó sus
favoritos.
Hailey aplaudió con las manos frente a su boca. ⎯No puedo creer
que seré tía. Tía Hailey. ¡Seré la mejor tía! Espera. ¿Soy la única? ¿Tienes
hermanas?
Trex me miró.
⎯Tengo un hermano ⎯dije⎯. Tenía. Tenía un hermano.
La sonrisa de Hailey se desvaneció. ⎯¿Murió?
Asentí. ⎯Tuvimos un accidente automovilístico. Mi papá también
se encontraba en el auto.
⎯¿Se encuentra bien?
Sacudí la cabeza.
⎯Eso es horrible ⎯dijo, con genuina conmoción y tristeza en su
voz⎯. Lamento que eso te haya sucedido.
⎯Fue hace mucho tiempo ⎯dije.
⎯No importa. Puede que no sea una herida abierta, pero deja
cicatrices ⎯dijo.
⎯Guau, Bells, eso es muy profundo ⎯dijo Trex, impresionado.
⎯¿Bells? ⎯pregunté con una sonrisa.
Ella rodó los ojos. ⎯Hailey. Hay bale. HayBells. Bells. Esa fue la
progresión natural, de todos modos. ⎯Apoyó la mejilla sobre su mano⎯.
¿Puedo cuidarla?
⎯Veremos ⎯dijo Trex⎯. Honestamente no me imagino dejándola
con nadie.
⎯Tendremos que hacerlo en algún momento ⎯dije⎯. Tengo que
regresar al trabajo.
Arrugó la nariz. ⎯Gano mucho dinero. ¿Por qué tendrías que
dejarla con un extraño para que puedas regresar al trabajo? De todos
modos, el hotel va a cerrar.
Arqueé una ceja.
Hailey se puso de pie. ⎯Por esto no debes quedar embarazada al
principio de una relación. Ustedes dos claramente tienen mucho que
resolver aún.
Trex la miró.
⎯En ese sentido…
⎯Buenas noches ⎯dijo Trex, para nada dulce o fraternal.
⎯¡Buenas noches! ⎯canturreó Hailey.
M miró, nuevamente parecía exhausto. ⎯Lo tenemos, ¿verdad?
Mucho que resolver.
⎯Supongo que ese es el problema de hacer esto demasiado rápido.
⎯No importa. De todos modos, ahora o con el tiempo, tendremos
que resolverlo. ⎯Bajó la mirada⎯. Recién ahora me estoy dando cuenta
de lo ingenuo que fui al pensar que sería fácil. Te encontré, estabas
embarazada. No hay problema, cuido de ti y la bebé, y vivimos felices
para siempre.
⎯En teoría, suena genial.
⎯Fue una fantasía, supongo. Asumí que querrías quedarte en casa
con ella. Llegaría a casa con ustedes dos y pasaríamos las tardes juntos.
Pero necesitas espacio e independencia, y lo entiendo.
⎯Tal vez puedo encontrar algo que hacer desde casa. Como vender
lápices labiales, mallas o algo.
Asintió, estirándose para sacarse la camisa, y luego se metió en la
cama, acomodándose en el colchón.
⎯¿Por qué luces tan triste? ⎯pregunté, enfrentándolo en la cama.
Estábamos a solo unos centímetros del otro con nuestras manos metidas
debajo de nuestros rostros.
⎯Quiero que todo esté bien.
⎯La carga no recae completamente en tus hombros, ¿sabes? No
sabía que quedarme en casa con la bebé era una opción. Eso me
encantaría.
Enganchó su brazo a mí alrededor y me acercó más, descansando
la barbilla en la cima de mi cabeza. ⎯¿Sabes que pienso? Me imagino
llegando a casa del trabajo, verlas a ambas en el momento en que entro
por la puerta, nuestra pequeña niña con el puño en la boca babeando
por todos lados, sonriéndote, tú con baba en la camiseta, y yo teniendo
que sacar siete botes de basura llenos de repugnantes pañales, pero te
beso, y no hueles muy bien, por cierto, recojo toda la basura, pongo a
Frijolito en su mecedora para que puedas ducharte, y comienzo la cena.
Sales toda brillante y limpia, y cocinamos juntos y hablamos sobre tu
día, no el mío porque es confidencial, y luego nos sentamos y comemos
una cena fría porque Frijolito soltó una rabieta exactamente en el
momento en que la cena estuvo lista hasta que se enfrió. Luego me
ducho, y la acostamos y caemos en el colchón, demasiado cansados
incluso para enrollarnos.
⎯Eso suena un poco terrible ⎯dije.
⎯No, eso suena como la vida. Una vida asombrosa. Un tipo con el
trabajo, Kitsch, me contó esa historia una vez. Tenía dos hijos, y dijo que
ese es un día en el que piensa mucho. Fue un día perfecto. Eso es lo que
ansío.
⎯Es bueno saber que no tienes fantasías ilusorias sobre cuál será
la realidad de todo esto.
⎯Nop. Va a apestar de la mejor manera posible.
⎯Dijiste que Kitsch tenía hijos.
⎯Sí ⎯dijo, acercándome⎯. Accidente automovilístico. También su
esposa, mientras Kitsch estaba fuera del país.
⎯Oh ⎯dije, tocando su cuello con mi frente⎯. Pobre Kitsch.
⎯Sí. Es un buen tipo.
⎯¿Alguna vez podré conocer a alguno de ellos, o…?
Suspiró. ⎯Es complicado. Tal vez.
⎯¿Saben sobre mí?
Soltó una carcajada. ⎯Se encuentran hartos de escuchar sobre ti,
en realidad.
⎯¿De verdad? ⎯dije, levantando la vista.
Encontró mi mirada. ⎯He estado hablando de ti desde antes que
nos conociéramos.
Bajé la cabeza y le acaricié el cuello con la nariz, esperando soñar
con cosas que apestan y deseando que los futuros días sean exactamente
como Trex los imaginó.
Traducido por Jadasa & Nickie
Corregido por Joselin♡

Trex
—Gírese, señor —dijo el hombre al otro lado de las puertas
blindadas de Deep Echo a través del altavoz. Dejó de molestarse un par
de meses antes y simplemente aceptaba que íbamos a visitarlos todos los
días. La advertencia era solo un procedimiento. Sin armas, sin
pretensiones.
—¿Alguna vez van a irse? —le preguntó Naomi al hombre—.
¿Siquiera saben que es Acción de Gracias?
—Dense la vuelta y caminen, señoritas —dijo el soldado.
Naomi dio un paso más. —¿Cuál es tu nombre, soldado?
—Logan, señora. Esta es su última advertencia.
Naomi levantó su puño y les mostró el dedo del medio. —Felices
fiestas, imbéciles.
—Gracias —dijo—. Felices fiestas para ti, también, Naomi.
Naomi y yo intercambiamos miradas y luego nos dirigimos de nuevo
por el corredor de Echo hacia Delta. El Complejo se encontraba tranquilo,
solo un equipo reducido trabajaba en la sala de control y seguridad, y un
par de docenas de funcionarios esenciales. Nuestros pasos parecían
resonar más de lo habitual contra la rejilla metálica que conducía a Delta,
se oía gotear más fuerte el agua desde el techo, los susurros eran más
fuertes.
—¿Crees que alguna vez nos dejarán volver allí? —preguntó Naomi.
—En este momento me preocupa más que esos tipos nunca se
vayan —dije—. Ninguna cantidad de dinero haría que ese contrato valiera
la pena.
—Quizás saben demasiado, como dijo esa rata de laboratorio.
—Entonces necesito ocuparme de mi jodido asunto. Esta noche es
la primera en la nueva casa.
Naomi me dio un codazo. —¿Qué les tomó tanto tiempo?
—Pintar. Los muebles acaban de llegar. Protección para bebés.
Acordamos esperar hasta que estuviera lista antes de pasar nuestra
primera noche allí. Y como es Acción de Gracias, pensamos que sería un
buen día para mudarnos y hacerlo oficial.
—¿Todo está listo? ¿Empacado?
—Ya fueron entregadas las cosas que tenía en el depósito. Hemos
estado desempacando. Casi termino. Ya revisé mi habitación. Las cosas
de Darby todavía siguen en el hotel. Tiene un par de cajas, eso es todo.
Voy a dar una vuelta por allí para recogerlas antes de irme a casa.
—Deberíamos ir al bar McCormack para celebrar. —Cuando hice
una mueca, sus hombros cayeron—. Vamos. Hace muchísimo tiempo que
no salimos todos juntos.
—Quizás.
Naomi sonrió, mostrando todos sus dientes. —Se lo diré a los
chicos.
—Dije quizás.
—Quizás significa que sí. Lo sabes. Tienes a la chica más
despreocupada de la historia. No le importará.
—Tiene que trabajar esta noche, así que no, no le importará, pero
quiere conocerlos a todos —dije—. Necesitamos planificar de antemano.
Naomi frunció el ceño. —¿Ves un problema?
—Sí, uno grande. Cuando estamos todos juntos, tendemos a hablar
de trabajo. Ella ya tiene una idea. Es lista como un maldito lince. No se
le escapa nada. No tardará mucho en confirmar sus sospechas.
—Bueno, entonces tal vez debamos conocerla uno a la vez.
—No es mala idea —dije.
—¿Cómo se siente?
Sonreí. —Es todo panza. Cuando la ves desde atrás, ni siquiera
sabes que está embarazada hasta que se da la vuelta, y entonces es...
guau. Ha estado hablando de que la bebé está presionando sus pulmones
y que le es más difícil respirar.
Naomi se estremeció. —Raro.
—Comenzará a ir al doctor cada quince días, luego una vez a la
semana.
—¿Ya le pusieron nombre al bebé?
—Es niña. Lo hemos reducido.
—Lo siento. Jesús. De seguro te has vuelto sensible desde que te
convertiste en el padre de alguien.
Sonreí. —Realmente queríamos consultarte algo.
—Sí, pueden llamarla Naomi.
Me reí. —Utilizamos el alfabeto. Naomi no fue elegida en la N, lo
lamento.
—¿Qué? ¿Qué nombre me ganó?
—Nina.
Hizo una mueca. —Asco.
—Darby quería que te preguntara si estaría bien si la llamamos
Maddie.
—Por supuesto. Quiero decir, Madison es un poco común, si me
preguntas, pero...
—Madeleine. Pero quiere decirle Maddie. Por Matt.
Naomi se detuvo. Luego de que desapareció la conmoción inicial,
estrechó los ojos. —Eso es muy lindo de su parte, chicos. Sí. Quiero decir,
sí, por supuesto. —Carraspeó—. Él se sentiría honrado. Ambos... ambos
lo estamos.
Le di una palmada en el hombro. —Gracias.
—Entonces ¿es oficial? ¿Maddie?
—Madeleine Rose. Creo. Aún estoy tratando de convencerla.
—Aw, Rose es lindo.
—Es el segundo nombre de Darby. Lo detesta.
Naomi se rio. —Por supuesto que sí.
Nos dirigimos a la sede central justo antes del almuerzo. Martinez
y Sloan ya se encontraban allí, y Harbinger apareció justo después de
nosotros. Teníamos lo que era esencialmente un vestuario extra grande
con algunos escritorios para nosotros, pero parecía muy tranquilo.
Miré fijamente la puerta por un minuto completo y luego volví la
cabeza hacia el comunicador en mi solapa. —Aquí Trex para Kitsch,
revisando.
El resto del equipo esperó, congelado en su lugar.
—Aquí Trex para Kitsch —repetí—. ¿Me copias?
—Es Acción de Gracias —dijo Sloan.
—Lo sé —dije, mirando hacia la puerta y esperando una respuesta
en la radio.
—Esta época del año es dura para él —dijo Sloan.
—Lo sé —dije bruscamente—. Aquí Trex para Kitsch. ¿Me copias?
La radio crujió. —Lima Charlie, fuera —respondió Kitsch,
indicando que me escuchó fuerte y claro.
Todos suspiramos y nos relajamos. —Nos dirigimos al comedor y
es día de comida reconfortante. Trae tu culo aquí.
—En camino, fuera —dijo. La radio hizo sonidos de interferencia de
nuevo.
Martinez se reclinó hacia atrás, dejando que su cabeza golpeara su
casillero. Ninguno de nosotros se atrevió a decirlo en voz alta, pero las
festividades nos tenían a todos al borde.
Kitsch era mayor que yo por siete años. Se casó al terminar la
escuela secundaria, y ellos tuvieron a su hijo, Dylan, justo antes de irse
en su primer despliegue. Su hija, Emily, fue concebida la primera semana
que estuvo en casa. Los tres murieron instantáneamente en algún
momento durante nuestro tiroteo de seis horas a seis kilómetros al este
de Fallujah cuando fueron golpeados de frente por el conductor de un
camión que se quedó dormido. Kitsch se negó a volver para los funerales.
Nunca regresó a Quincy después de eso, ni siquiera ha pisado el estado
de Massachusetts, pero llevaba por todo el mundo una fotografía doblada
que imprimió de la página de Facebook de su esposa. Karen, Dylan y
Emily viajaron con nosotros a cuatro continentes y sobrevivieron a una
guerra. Kitsch hablaba de ellos como si aún estuvieran vivos, en casa,
esperándolo, y nosotros lo dejamos. No era natural que un soldado
sobreviviera a su familia.
—Lo invité a pasar esta noche —dijo Naomi—. Voy a cocinar, si
quieren detenerse, chicos —les dijo a Martinez y Sloan.
—¿Puedo llevar una cita? —preguntó Martinez.
—Claro —dijo Naomi—. Solo asegúrate de que venga Kitsch.
Martinez asintió una vez. —Lo haré.
El almuerzo consistió en una porción de pavo asado, puré de
papas, salsa de menudencias, ensalada de arándanos y tarta de manzana
con una bola de helado de vainilla. Todos nos habíamos sentado cuando
Kitsch llegó a la mesa, sin mencionar que tenía el rostro enrojecido y
manchado, los ojos hinchados e inyectados en sangre. Noté que los
nudillos en su mano derecha se hallaban despellejados y
ensangrentados, su servilleta empapada de rojo carmesí.
—No vas a quedarme mal ¿verdad, Kitsch? —preguntó Naomi.
—¿Eh? —dijo este, saliendo del infierno en el que se hallaba—. No.
Estaré allí.
—Bueno. Te voy a recoger. Eres mi cita —dijo Martinez.
Kitsch asintió.
—Todos asegúrense de traer licor. Vamos a salir después y el bar
sube el precio del alcohol en las fiestas —dijo Naomi—. Y saldremos esta
noche. —Kitsch frunció el ceño. Naomi lo señaló—. Eres el único que
puede dar dos pasos. —Señaló su mano ensangrentada—. Vas a limpiar
esa mierda, vamos a salir, hijo de puta.
—Bien —refunfuñó.
Martinez sonrió. Naomi siempre sabía cómo manejar Kitsch en sus
días malos.
—Seré el conductor designado —dije.
Naomi sonrió. —¿Vas a venir?
Asentí. —Alguien tiene que llevarlos, borrachos perdedores. No
quiero tener que sacarlos de la cárcel para que estén en el trabajo a
tiempo. No me gusta dejar a Darby sola en casa en Acción de Gracias...
—Tráela —dijo Sloan.
Fruncí el ceño. —No llevaré a mi novia embarazada a un bar.
Además, tiene que estar en el trabajo a las once.
—Deberían venir a casa —dijo Naomi.
—Ha estado cocinando todo el día.
—Entonces, vamos después —dijo Harbinger—. Pasaremos por ahí
después de la cena.
Asentí. —Bueno. Le preguntaré a Darby. Estoy seguro de que ella
estará bien con eso. Nos quedaremos hasta que tenga que ir a trabajar.
Kitsch picoteó su almuerzo, removiéndolo en su plato, pero nunca
comiéndolo.
—¡Atención! —dijo en voz alta Saunders desde la puerta.
Volteamos para ver al general entrar. Algunos pilotos en el otro
extremo de la cafetería se pusieron de pie y saludaron. Dejamos de comer
y lo miramos, esperando ver de qué se trataba todo el alboroto. Se dirigió
a nuestra mesa. —Trexler, felicidades, tu equipo tiene el resto del día libre
para pasar con sus familias, por el senador Bennett.
—¿Qué? —dijo Naomi, indignada.
—Cálmate, Abrams —dijo el general—. El salir temprano es para
todos los contratistas civiles.
Naomi se relajó, poniendo los codos sobre la mesa y manteniendo
la cabeza baja.
—Disfruten de su comida de Acción de Gracias y luego recojan sus
cosas para el fin de semana.
—¿El fin de semana? —le pregunté—. ¿Qué pasará con la
seguridad del Complejo?
—Deep Echo se encargará de eso. Se van a casa, respiran aire
fresco, es un ganar-ganar. Felices fiestas. —Con eso, el general salió,
seguido de su séquito.
Mi equipo intercambió miradas, luego nos limpiamos las bocas con
nuestras servilletas y empacamos. En diez minutos, todos salíamos del
estacionamiento en nuestros diversos vehículos. Miré el regalo envuelto
en papel lavanda con un moño de color violáceo en el asiento del pasajero
de mi camioneta. Lo tuve durante un mes, esperando el momento
adecuado para dárselo a Darby. Acción de Gracias parecía un día
apropiado.
Había estado imaginando que conduciría a la casa después del
trabajo durante meses —desde que encontré la casa—, aparcando en la
entrada y entrando, y Darby sería lo primero que vería. Pero tenía que
pasar el desvío para conducir al hotel. Las únicas dos cajas de Darby se
encontraban detrás de la barra, su habitación se encontraba limpia y
vacía.
El vestíbulo del hotel también parecía vacío, sin todos los hotshots
y oficiales forestales deambulando con una cerveza en las manos. Me
quedé en el bar vacío, pensando que Stavros aparecería en cualquier
momento. En cambio, Lane se acercó, una sonrisa en el rostro.
—¿Qué haces aquí? —preguntó—. Creí que esta noche era la
primera en la casa nueva.
—Lo es. Voy a recoger las cajas de Darby. Se supone que se
encuentran detrás de la barra.
Lane se inclinó, sacando el culo descaradamente. Desvié la mirada
una vez que me di cuenta de lo que hacía.
—Nop. Sin cajas. Creo que Stavros las movió para que no se
mojaran.
—Maldita sea —dije en voz baja.
—Podría ayudarte a buscarlas. —Levantó los brazos e hizo un gesto
hacia el vestíbulo—. Como puedes ver, no estoy ocupada. Te daré una
llave de su vieja habitación y ve si Stavros las puso allí.
—¿Dónde se encuentra él? —pregunté.
Se rio entre dientes. —Es Acción de Gracias. No ha venido en todo
el día.
—Bien, bueno, sí. Probablemente deberíamos mirar primero en su
habitación.
Seguí a Lane a la recepción y esperé mientras codificaba una llave
de tarjeta, y luego caminamos juntos por el pasillo. Lane introdujo la
tarjeta, la cerradura hizo clic, y presionó la palanca. Encendí la luz y la
seguí hasta la zona principal.
—No hay cajas —dijo—. ¿Son grandes? ¿Son lo suficientemente
pequeñas como para caber debajo de la cama? —Se agachó otra vez, y de
nuevo, desvié la mirada—. Nada. —Se sentó en el colchón, rebotando—.
Esto es tan incómodo como recuerdo. Es difícil de creer que ustedes dos
hayan vivido aquí durante tantos meses.
—Quizás se encuentran en la trastienda —dije, señalando detrás
de mí.
Lane colocó sus palmas sobre el colchón y se inclinó hacia atrás.
No era tan voluptuosa como Darby, pero los botones de su camisa aún
se aferraban como a punto de explotar. —Apuesto a que ustedes dos
usaron mucho este colchón. Recuerdo usar mucho el tuyo. Cuando
acepté este trabajo esperaba que pudiéramos, ya sabes, continuar donde
lo dejamos. No sabía que estabas con Darby.
—Hablando de Darby, deberíamos irnos, Lane. Tengo que volver.
Me espera.
Lane puso los ojos en blanco y se levantó. Me volteé hacia la puerta
y sentí sus brazos deslizarse por mi cintura. De ninguna manera iba a
salir al pasillo de esa forma, así que, en lugar de estirar la mano hacia la
puerta, agarré sus muñecas y la quité de encima.
—Lane, apártate —dije con el mismo tono que usaba con mi equipo.
No se dejó intimidar, sino que se inclinó y recostó la cabeza.
Di un paso atrás, con las manos todavía en sus muñecas. —¿Qué
diablos crees que haces?
Soltó una carcajada. —¿Por qué estás tan enojado?
—Porque estoy enamorado de Darby, y tú tratas de lastimarla.
—Lo único que estoy haciendo es intentar hacerlo contigo.
Arrugué la nariz. —Dejé de enviarte mensajes de texto y de llamarte
meses antes que conociera a Darby, y luego bloqueé tu número. ¿Por qué
crees que quedaron sentimientos? Deliras.
—Porque te veo mirándome, Trex. Puedes fingir que eres el chico
bueno de Darby, pero yo lo sé. Eso solo puede durar un tiempo.
—No sabes una mierda.
—Sé que no la follas como me follaste.
—Eso es porque no la follo. Le hago el amor. Mantente alejada de
mí.
Se rio, y solté sus muñecas, alcanzando detrás de mí la palanca.
Abrí la puerta y retrocedí. Lane me siguió, paso por paso y demasiado
cerca. Cuando la puerta se cerró a sus espaldas, noté a alguien de pie en
mi periférico.
Di otro paso atrás, y esta vez Lane se mantuvo en su lugar.
—Oye, Ander —dije.
—Oye —respondió, sus cejas se juntaron. Sus ojos bailaron de ida
y vuelta a Lane y luego a mí.
—Estábamos buscando las cajas de Darby —dije.
—Buscamos mucho —dijo Lane—. En todos lados.
—Cállate, Lane —dije, disgustado. Esperaba que Ander se lo dijera
a Darby, o al menos a Stavros. Todos sabían que Stavros no podía
guardar un secreto.
Ander señaló hacia atrás. —Están en la parte trasera, al lado de la
nevera. Stavros no quería que se mojaran en el área del bar. Darby tiene
libros allí.
—Gracias —dije, dando un paso, deteniéndome para señalar a
Lane—. Es una puta psicópata.
—Lo sé —dijo Ander al pasar junto a él.
Corrí hacia la parte de atrás, apilé las cajas y las llevé a mi
camioneta, colocándolas en el asiento trasero. Conduje a cuarenta
kilómetros por encima del límite de velocidad, corriendo para llegar a casa
antes de que Darby oyera lo que había pasado antes de que pudiera
decírselo.
Entré, estacioné, dejé las cajas, agarré el regalo y entré corriendo a
la casa.
Darby se hallaba de pie en la cocina, giró rápidamente cuando
entré, sorprendida. Sostenía sus manos contra el pecho, tenía los ojos
muy abiertos. Cuando me reconoció, se relajó. —Oh, hola.
Cerré la puerta detrás de mí. —Lo siento. No quise asustarte.
—No te esperaba tan temprano. ¿Recogiste mis cajas?
—Sí. Sí, están en la camioneta. —Señalé detrás de mí.
Los pisos de madera oscura se hallaban impecables, la alfombra
beige recién aspirada, una mezcla de nuevos olores en el aire: barniz,
pintura, tapicería, y la increíble comida que estuviera haciendo Darby.
No pensé en ese extra cuando me enamoré de una chica del sur. Estaba
de pie en la casa de mis sueños con la chica de mis sueños cruzando la
habitación, a punto de arruinar nuestro maldito primer día por culpa de
esa idiota en el hotel.
Sus ojos brillaban más que el candelabro que colgaba sobre la mesa
del comedor mientras caminaba hacia mí, con cuchara en mano.
Me besó rápidamente, luego se echó hacia atrás. —¡Estoy revolviendo el
relleno para la tarta! ¡Lo siento!
La seguí hasta la cocina, tratando de no reírme. Usaba una camisa
ajustada, de rayas horizontales color crema y mora que se extendían
sobre la perfecta guarida de Maddie.
—Eh, necesito contarte algo —digo, dejando el regalo sobre el
mostrador.
—¿Qué es esto? —preguntó, levantándolo—. ¿Para mí?
Asentí y lo abrió, soltando un jadeo ante su contenido. —¿Qué
hiciste?
—Necesitas un celular, Darby. ¿Y si entras en trabajo de parto
mientras no estoy?
Lo sacó de la caja. —¿Cuál es mi número?
Toqué la pantalla para mostrarle donde encontrarlo.
—¿No está a mi nombre, cierto? —dijo, mirando la pantalla con los
ojos grandes y curiosos.
—Sé cómo mantenerte a salvo. Fui un agente federal una vez. —
Levantó la vista hacia mí y yo guiñé.
Me abrazó, besando mi mejilla. Algo me golpeó, no era Darby, y
bajé la vista. Dejó el teléfono sobre el mostrador y sujetó su abdomen con
ambas manos, riendo.
Me puse de rodillas, con las manos a cada lado de su vientre. —
Escúchame, señorita. No golpees a tu papá.
Darby se subió la camiseta, y algo pequeño y redondo sobresalió
de su barriga lo suficiente para que yo lo viera.
Retrocedí, luego levanté la vista hacia Darby. —Mierda.
—Lo sé. Parece que tengo una alienígena dentro de mí. Estuvo
dando vueltas hoy. Me despertó.
Presioné suavemente la protuberancia y ella empujó. —Maddie
Rose, estás castigada —bromeé.
—¿Naomi estuvo de acuerdo? —preguntó.
Me puse de pie, manteniendo los dedos sobre el codo de Maddie, o
la rodilla, o cualquier parte de su cuerpo que sobresaliera del vientre de
Darby, que de otro modo sería suave. —Dijo que sería un honor.
El bulto apareció de nuevo, esta vez en un lugar diferente. Me reí.
—¿Juega a las escondidas?
—Eso creo —dijo, riendo de nuevo.
El ombligo de Darby ya sobresalía, una línea oscura se extendía
desde ahí hasta su hueso pélvico y sus mejillas se hallaban un poco más
llenas que antes, pero aparte de eso, y que su cabello crecía grueso y
como diez centímetros por las vitaminas prenatales, no había diferencia.
—Entonces… —comencé.
—¡Mierda! —dijo Darby, girando para revolver el relleno.
—Nena, de verdad tengo que hablarte de algo.
—Aja —dijo, revolviendo.
—Cuando fui a buscar tus cajas…
—¿Stavros se encontraba ahí?
—No —dije con un suspiro—. Estaba Lane.
—Sí, me pidió que cubriera su turno —contestó, haciendo una
mueca.
—Darby…tus cajas no se hallaban detrás de la barra. Fui con Lane
a tu vieja habitación para ver si las encontraba ahí. Ella…Jesús…
Paró de cocinar y me miró con una expresión que me partió el
corazón. —¿Qué?
Dudé. Arruinar nuestro día de mudanza oficial y nuestro primer
Día de Acción de Gracias ya me molestaba. No tenía idea de cómo
reaccionaría o si se molestaría, y la idea de hacerla llorar me hizo perder
la voluntad de contarle.
—Se encontraban atrás, al lado de la nevera —dije—. Stavros tenía
miedo de que se mojaran en la barra.
Arqueó una ceja. —¿Eso es todo?
Me encogí. Si le contaba, arruinaría las festividades; si esperaba,
podría enterarse por otra persona. Iba a ser una mierda de todas formas.
—Lane se acercó a mí, pero no pasó nada.
Su rostro cayó y volvió a revolver. —Perra —refunfuñó—. ¿Qué
pasó?
—Codificó una tarjeta para tu habitación y me llevó allí a mirar.
Trató de besarme. Literalmente se lanzó sobre mí.
Dejó la cuchara. —¿La besaste?
—No —contesté, disgustado. Siguió mezclando—. Comencé a irme
y envolvió los brazos a mí alrededor. La aparté de mí y regresé a la parte
de atrás. Me siguió, súper cerca. Ander estaba en el pasillo. Nos vio salir.
Se veía mal, Darby. Lo admito, lucía muy mal, pero juro que no pasó
nada.
Se quedó callada. Tanto que me dio un susto mortal pero esperé,
dejándola procesar lo que le acababa de decir.
—Es hermosa —dijo, tranquila—. Y no está embarazada.
Deslicé los brazos a su alrededor, besándole el cuello. —No estoy
enamorado de ella. No me importa lo que es. Y no tiene una mala
apariencia, pero es una psicópata.
Darby soltó una carcajada. —Algo así. —Sacudió la cabeza—. No
voy a dejarla arruinar el día. Lidiaré con ella más tarde.
—No te preocupes por Lane. No es nada.
—Cierto.
La apreté suavemente, poniendo los labios en su mejilla. Se inclinó
para mi beso, recordándome la primera vez que la besé en el vestíbulo
del hotel. Parecía que había pasado toda una vida desde ese entonces.
Ahora teníamos una casa juntos, una bebé en camino, y tenía todo lo que
siempre quise, lo cual daba miedo, porque cuando no tenía nada, no tenía
nada que perder.
—¿Cómo estuvo el trabajo? —preguntó, sin dejar de revolver. El
postre acababa de empezar a burbujear.
—Es nuestra primera noche en la casa nueva y nuestra primera
Acción de Gracias, así que dime si no quieres… pero Naomi invitó a todos
a tomar algo después de la cena.
Sonrió. —Eso suena divertido.
—También quiere salir después. Me ofrecí a ser el conductor
designado.
—Tengo que trabajar —dijo, frunciendo el ceño—. ¿Cómo voy a
cruzarme con Lane y no abofetearla? ¡No puedo creer que intentara
besarte! ¡Qué zorra!
—Nena —dije, riendo—. No te preocupes. No vale la pena.
—Tú sí —refunfuñó.
—Aw. ¿Quieres defender mi honor? Eso es un poco rudo.
Trató de no sonreír; pero falló.
—Puedo entrar contigo, darte un gran beso, y restablecer quien le
pertenece a quién —dije. Levanté su teléfono—. Luego haré explotar esto
los primeros diez minutos.
Negó. —Entonces pensará que fuiste a verla. Es así de delirante.
—No me jodas —respondo.
Apagó la estufa y el horno, y yo abrí la puerta, sacando el pavo
mientras Darby ponía la mesa. Me observó cortarlo con el nuevo cuchillo
eléctrico que compré en Target la semana pasada, y luego llevamos los
platos a la mesa.
—¿Está bien si rezo? —preguntó.
—Por supuesto.
Sostuvo mis manos sobre la mesa y cerró los ojos. La miré con una
sonrisa.
—Padre celestial —comenzó—, por favor bendice este alimento para
la nutrición de nuestros cuerpos. Te agradezco por esta hermosa casa
nueva, por la salud de Maddie, y por las muchas bendiciones que has
traído a mi vida. Gracias, Señor Jesús, por tu sacrificio para que podamos
tener vida eterna junto a ti, y gracias por Trex. Sé que sólo tú podrías
haberme bendecido con alguien tan amable, amoroso, y fiel. En tu
precioso nombre oro, amén.
—Amén —dije.
Abrió los ojos y sonrió. —Casi oré por Lane. Pero es Acción de
Gracias, y no estoy agradecida por ella.
No pude evitar reírme. Lo decía en serio, pero su intento de ser
odiosa era demasiado lindo. Hablamos sobre su día, la próxima cita con
el médico, y traté de disfrutar la comida en vez de inhalarla. Estaba tan
buena. Sólo había probado un par de comidas caseras en el año, pero
esto era algo más en lo que Darby era increíble.
Llenamos la quietud de la casa que nos rodeaba con nuestra risa e
hicimos nuestra la oscuridad con velas. Fue el Día de Gracias más íntimo
y maravilloso que tuve, y sabía que el próximo año sería mejor.
Limpié la cocina mientras Darby se preparaba para el trabajo,
y luego la llevé a casa de Naomi. Varios autos se hallaban estacionados
en la calle, pero no los reconocí todos. Dejaron un espacio en la entrada
para nosotros, pero antes de llegar al porche, la mitad del equipo se
encontraba afuera haciendo una escena.
—Ya se encuentran borrachos —dije.
—Bien —dijo Darby con una sonrisa.
La agarre del brazo mientras llevaba una tarta de nueces por el
patio. Se hallaba oscuro, era terreno desconocido, y no quería que se
cayera.
—Gracias —dijo Naomi, tomando la tarta.
—Bueno, hola hermosa —dijo Sloan, abrazándola.
—Hayden Sloan —dije—. Te presento a Darby —señalé su vientre—
, y a Maddie.
—¡Darby! —dijo Martinez, dándole un abrazo.
—Otello Martinez —presenté.
—Sólo O —contestó él, haciéndose a un lado—. O solo Martinez.
Como quieras.
Señalé al resto. —Y el és Terrell Kitsh.
Kitsch solo saludó con la mano.
—John y su familia se hallan adentro —dijo Naomi—. ¡Vamos!
Marcamos el camino y John se paró para saludarnos.
—John y Caroline Harbinger —dije—. Sus hijos, Henry y Miles.
John le estrechó la mano, Caroline la abrazó. Era divertido ver a
todos los que querían abrazarla inclinarse para alcanzar sus hombros.
No me llevó mucho tiempo darme cuenta de quienes eran el auto y
la camioneta que no reconocí. Zeke y Watts se hallaban sentados en la
mesa oval, con una botella de cerveza en las manos. El senador Bennet
se encontraba en la sala de estar, mirando las noticias deportivas del
partido de fútbol más temprano. Zeke se puso de pie, acercándose a
Darby. Besó su mejilla, y sentí la sangre de mis mejillas arder. Miré a
Naomi y me guiñó el ojo, claramente al tanto de algo de información que
yo no tenía.
—Trexler —dijo él, estrechándome la mano—. Felicidades por la
nueva casa. Es genial.
—Gracias —respondí. No me di cuenta que tenía una mano sobre
el vientre de Darby hasta que esta puso su mano sobre la mía.
—¿Trex? —dijo—. Necesito sentarme.
—¿Te sientes bien? —pregunté.
—Sí, sólo necesito descansar, eso creo —dijo, sobando su
estómago.
La lleve de la mano hasta la mesa, apartando una silla.
—¡T-Rex! ¡Te has vuelto todo un caballero! —dijo Martinez,
palmeando mi espalda.
Caroline le trajo agua con hielo.
—Gracias —dijo Darby.
Zeke le susurró algo en el oído a Naomi y caminaron por el pasillo
hacia el baño. Watts trató de pasarme una botella de cerveza, pero la
rechacé. —Soy el conductor designado esta noche.
—¿Saldrás con nosotros? —preguntó. Ya estaba un poco borracho,
relajado y feliz.
—Después de dejar a Darcy en el trabajo, si se siente mejor —
respondí, mirándola.
—Estoy bien —aseveró.
—¿Todavía trabajas de noche, Darby? —preguntó Watts.
—Sip —dijo—. ¿Qué has estado haciendo?
—Viajar, en su mayoría. Uno de los chicos tiene una casa en
México, en la playa. He pasado mucho tiempo ahí. ¿Esa chica Lane
todavía trabaja en las tardes?
La sonrisa de Darby se tensó cuando me miró antes de responder.
—¿Lane? Sip.
—Oh-oh —dijo Naomi, entregándome un vaso de agua. —¿Qué
pasó?
—Gracias. Fui allí esta noche después del trabajo para buscar sus
cajas —susurré.
—¿Sí?
—La perra loca trató de follarme en la vieja habitación de Darby.
—¿Qué? —dijo Naomi, tratando de mantener la voz baja—. ¿Darby
lo sabe?
—Sí, se lo dije cuando volví. Se encuentra enojada, pero no
conmigo.
—Va a ser un cambio de turno incómodo. Me alegra que le
contaras. Es la forma de evitar un estúpido malentendido.
—Casi no lo hice. Estaba tan asustado de que eso arruinara
nuestra primera noche en la casa.
—Bueno, mírate. Tienes una novia razonable. Felicitaciones. —
Chocó su cerveza con mi vaso y ambos bebimos.
—Te dije que valía la pena la espera —dije.
—¿Aún crees en esa mierda? ¿Piensas que es la “única”, eh?
Darby reía y conversaba con Caroline y mi equipo, mi pasado se
mezclaba con mi futuro, algo que nunca imaginé.
—Sin una sola duda —dije, dando otro sorbo. Mi teléfono sonó y lo
revisé. Val me había enviado un mensaje de texto con solo cuatro
palabras.
Ponte alerta. Él está ahí.
—Mierda —dije, guardando mi teléfono.
—¿Qué? —preguntó Naomi, instantáneamente alerta.
Kitsh entró desde el porche. —Nomes. ¿Tienes una linterna?
—Sólo en cada habitación de la casa —bromeó ella.
A Kitsch le hizo gracia. —Necesito la más cercana.
—En la cocina. El cajón a la izquierda del lavavajillas.
Fue a la cocina, escarbó por un segundo y regresó, pasando rápido.
—Es a la derecha del lavavajillas —dijo.
—¿Todo se encuentra bien? —pregunté.
Empujó la puerta mosquitera, apuntando su linterna al suelo.
—¿Qué hace? —preguntó Naomi.
—Jefe —llamó Kitsch desde afuera.
Naomi y yo pusimos la misma cara, luego lo seguimos al porche
delantero. Estaba de pie en la parte superior de las escaleras, señalando
el patio con la cabeza. La linterna destacó un montón de conejos muertos.
—¿Qué demonios? —exclamó Naomi, quitándole la linterna a
Kitsch. Siguió los cadáveres con la luz. Me la tendió y luego corrió
adentro.
—¿Qué pasa? —preguntó Martinez, deteniéndose cuando vio el
montón.
Naomi regresó, con media docena de linternas en los brazos,
incluyendo un faro. Sloan y Harbinger salieron, y ella les entregó una a
todos los miembros de nuestro equipo. Cada uno de nosotros la encendió
y apuntó a la misma dirección.
—¿Qué mierda pasa? —preguntó Harbinger.
Zeke y Wattt salieron, hablando y riendo, pero se callaron en
cuenta reconocieron lo que había en el patio.
—Eso no estaba ahí hace diez minutos cuando salimos para que
Watts fumara —dijo Zeke—. ¿Alguien…alguien está jugando una broma
enferma?
—Es más de una persona. Un tipo no podría hacer todo eso en la
cantidad de tiempo que tenía —contestó Naomi, iluminando los
cadáveres con su linterna.
—Estoy de acuerdo —concordó Harbinger.
La puerta se abrió una vez más y me di la vuelta para asegurarme
de que no fuera Darby. El senador sacó una botella de cerveza,
retrocediendo ante el desastre en el patio. —¿Eso es…?
—Sí —respondí, echando chispas.
Miramos por encima de los cadáveres de los conejos que yacían en
la yerba muerta, iluminados con seis linternas potentes, formando una
sola palabra: MÍA.
Traducido por Valentine Rose & AnnyR’
Corregido por Jadasa

Trex
Entré a casa de Naomi con una sonrisa en el rostro. Caroline y
Darby seguían hablando, pero se detuvieron y elevaron la mirada al
momento que el umbral de la puerta se cerró detrás de mí. Se abrió una
vez más cuando Naomi pasó para dirigirse hacia la cocina y abrir
silenciosamente el gabinete debajo del fregadero, y luego volver con una
caja verde y naranja en su mano, volviendo a salir hacia el patio.
—¿Está todo bien? —preguntó Darby.
Caroline se puso de pie, inclinándose para echar un vistazo por las
ventanas. —¿Dónde está John?
Los demás se encontraban agachados en el patio, gateando para
recoger los pequeños esqueletos de los conejos. No quería que Darby los
viera, porque sabría inmediatamente, tal como yo, quién dejó el mensaje.
Naomi sostenía bolsas grandes y negras para que los chicos los arrojaran
en ellas.
—¿Trex? —preguntó de nuevo.
—Oh, están, eh… jugando. Qué se yo. ¿Cómo te sientes?
—Mejor —sonrió.
Mi corazón se hundió. Una vez más, no era honesto; pero no podía
contarle la verdad. Se hallaba en su tercer trimestre y no necesitaba el
tipo de estrés de saber que Shawn y sus amigos acababan de estar afuera.
—Qué bien. Eso es bueno, cariño. Probablemente deberíamos…
—Oh —dijo, levantándose. Sacudió la mano de Caroline—. Fue un
placer conocerte.
—Lo mismo digo —contestó Caroline—. Hazme saber si te gustaría
venir a almorzar.
—Lo haré. Feliz acción de gracias.
Le ayudé con su abrigo, y nos encaminamos hacia la puerta luego
de que Darby se despidiese de Henry y Miles. Los miró por sobre su
hombro. —Tienen tan buenos modales. He interrogado a la pobre
Caroline toda la noche sobre los trucos del oficio.
—Adora hablar de sus hijos, criar y ese tipo de cosas. Es probable
que sea la mejor noche que ha tenido en un tiempo —dije.
El senador Bennett asintió hacia Darby luego salió al porche. —
Que tengas buena noche, Darby.
—Gracias, senador.
—Puedes llamarme Peter. Feliz acción de gracias, y si no te veo
antes, entonces felices fiestas. Buenas noches, Trex.
—Buenas noches, señor —dije, ayudando a Darby bajar las
escaleras.
El equipo rodeó la casa justo mientras íbamos hacia la camioneta.
Martinez, Harbinger, Kitsch y Sloan la abrazaron, manteniendo sus
manos sangrientas lejos de su ropa. Agradecí la oscuridad.
—Fue realmente bueno volver a verte. Estoy segura de que nos
veremos pronto —dijo Naomi, con las manos en su espalda.
—Gracias por esto. Me encantó conocer a todos —dijo Darby con
su tierno acento sureño.
—Vuelve cuando quieras. Será bueno volver a ver a Trex más
seguido.
La abracé. —Gracias, Nomes.
—Por supuesto.
Cuando Darby giró, todas sus sonrisas cordiales desaparecieron.
Estiré el brazo para abrir la guantera y luego saludé a Naomi con la mano.
Me observó retroceder de la entrada, con una expresión preocupada en
su rostro. Naomi sabía tan bien como yo que requeríamos de un plan.
A Darby no parecía importarle no saber qué ocurría, hablándome
de conocer a Caroline y los niños, y emocionada de conocer a otra mamá
en el pueblo. Se sentía más que emocionada de haber conocido al
senador, y me alegraba tener que decirle la verdad: él creció con Naomi.
—Kitsch… él parecía estar teniendo una noche dura. ¿Es por eso
por lo que todos salieron con él?
Asentí. —Las fiestas son duras para él. Se ha sentido desanimado
todo el día.
—Debes preocuparte por él cada año.
—Así es. Me alegra que estemos todos juntos este año. Es más fácil
mantener un ojo en él. El resto del año casi exitosamente pretende que
todos siguen vivos, y se lo permitimos. Pero cuando se trata de Acción de
gracias o navidad, simplemente no puede.
—Es tan triste. Él es muy agradable. ¿Conociste a su esposa e
hijos?
Me aclaré la garganta. —Me encontré con ellos un par de veces. —
En despedidas y bienvenidas de las misiones, y en bailes de los Marines,
mayormente.
Se recostó en el asiento, acariciando su barriga.
—¿Estás bien? —pregunté.
Suspiró. —Maddie tan solo intenta acomodarse. Se queda sin
espacio. No estoy segura de cómo lograremos llegar a febrero.
—El doctor Park dijo que a mediados de enero era más que
suficiente para ella.
—Esperemos que Maddie nos quiera conocer tanto como nosotros
a ella. No puedo respirar.
Sostuve su mano. —Lo siento, amor. No debe ser cómodo.
Me echó un vistazo con una sonrisa en su rostro. —Ella lo vale.
Entré al estacionamiento del hotel, deteniéndome bajo el
sobresaliente de la entrada. Alcancé las llaves en el arranque, pero Darby
me detuvo.
—Está bien. Ni siquiera salgas para abrirme la puerta. No quiero
que ella tenga la satisfacción de pensar que entras o sales de la camioneta
esperando verla. Sabes que eso pensará.
Me encogí de hombros, mi mano aun en la llave. —A quién le
importa lo que piensa. Está loca.
—No debería. Pero a mí me importa.
Volví a sentarme, dejando encendida la camioneta. —De acuerdo.
Que tengas buenas noches. Te veré en la mañana.
Darby lentamente se inclinó para besarme, dejando sus labios
carnosos un rato más en los míos. —¡Te veo en ocho horas!
Fruncí el ceño. —Es mucho tiempo.
Soltó una risa en tanto abría la puerta y se bajaba.
—¿Segura que no necesitas ayuda? —pregunté.
Bajó e hizo una pequeña cortesía. —¡Tada!
—Te amo —dije con una sonrisa—. No olvides mandarme un
mensaje de texto desde tu nuevo teléfono.
—¡Oh! —dijo, agachando la vista hacia su mano. Lo sostuvo en
alto—. ¡Lo olvidé! Te enviaré un mensaje. Muchos. Te mantendré
despierto toda la noche. Lo arrojarás lejos cuando llegues a casa.
—No me amenaces con un buen rato.
Soltó una risita, el sonido como campanitas atravesando el aire
nocturno. —Te amo.
La puerta se cerró, y la observé entrar y sacarse de inmediato el
abrigo. Me pregunté si Lane se sentía nerviosa por la confrontación que
se encontraba a punto de ocurrir, pero era probable que no. Conociendo
a Lane, pensaba que quizá se sentiría justificada, pues, en su mente
narcisista, nos conocimos primero. A Lane le gustaba cualquier hombre
que le daba atención, y tras la segunda cita, un par de salvajes
encuentros en mi habitación, se sentía con la certeza de que estaba
enamorada de mí. Fue en ese momento que supe que, sin duda, no era
la indicada. Luego de dejar de atender sus llamadas y mensajes, aún
seguía viniendo al hotel para verme, incluso más de una vez yendo al
cuarto de alguien más, con la esperanza que me hiciera sentir celos.
Eché un vistazo, revisando el estacionamiento por cualquier
actividad sospechosa y decidí manejar por los alrededores una vez más.
Acababa de estacionarme a un costado del edificio cuando el teléfono
sonó.
—Trex —respondí.
—¿Tu chica está en el trabajo? —preguntó Naomi.
—Síp. Acabo de dejarla. Chequeé el estacionamiento.
—¿Dónde estás ahora?
—Aún en el estacionamiento. —Lane salió de la entrada, con los
brazos cruzados y la cabeza gacha—. Lane acaba de salir. Tiene el rabo
entre las piernas como si Darby acabase de destrozarla.
—Darby no me dio la sensación de ser celosa.
—No lo es. Simplemente le hizo saber a Lane que lo que hizo hace
unas horas no era muy festivo.
—Sabía que me agradaba —dijo Naomi. Soltó una risa—. No vas a
salir esta noche, ¿verdad?
—Nop.
—Que bien que dejé de beber hace una ahora. Al parecer soy la
conductora designada sustituta. ¿Llamaste a Val?
—La llamaré en la mañana. No es mucho lo que puede hacer ahora.
Probablemente se encuentre con su familia.
Naomi suspiró. —Esto es jodido, T-Rex. Es evidente que es un
maniático.
—Darby lo mencionó.
—¿Vas armado?
—Síp —contesté—. Una Glock 19 debería darle unos cuantos
agujeros, incluso si no es humano.
—¿Darby dijo eso?
—Lo hizo.
—No está solo. No me sorprendería que también estuviera armado,
así que mantente alerta.
—Entendido.
—¿Cómo crees que la encontró?
—Darby dijo que tiene un hermano que es analista en
computadores. Pudo ser cualquier cosa. Pero tengo la sensación de que
fue cuando Val verificó sus antecedentes.
—¿De qué hablas? —preguntó Naomi.
—Cometí el error de contarle a Val de Darby. La investigó. Eso pudo
ayudar al hermano.
—¿Cuándo fue eso?
—No mucho después de conocernos.
—Al parecer es un maniático con paciencia.
—Lleva tiempo trazar un plan —dije, mi mandíbula tensándose.
—Esto es jodido, Trex. Es una mierda de otro nivel.
—Estar a la defensiva no es mi fuerte. No me gusta esperar a que
dé el primer paso.
—Pues, de acuerdo —dijo. Pude oír la sonrisa en su voz—. Llama a
Val en la mañana, y ponnos a la ofensiva.
—Será una larga noche —contesté, frotándome los ojos con la
mano libre. Me acostumbré a despertarme a las cinco de la mañana.
Parpadeé un par de veces, manteniendo la vista en el oscuro
estacionamiento.
—Cuando consigamos emborrachar a Kitsch hasta desmayarse y
meterlo a la acama, pasaré con café.
—Grande, por favor.
—Vale. Llama si me necesitas.
—De acuerdo…
—Espera. Mierda. En estos momentos, estoy escuchando a una
chica hablar mierda de ti en la barra. Está bellísima. ¿Qué le hiciste? —
preguntó, riéndose.
—¿Quién?
—También está hablando de Darby. —Se detuvo para escuchar—.
Oh, trabaja con ella.
—Lane —dije, ardiendo de rabia.
—Se encuentra con unos tipos. Lucen como si vinieran en busca
de problemas. Será mejor que me vaya.
—Mantenme informado.
—Lo haré. Nos vemos en un rato.
Naomi colgó y esperé. No se oían chirridos de grillos, ni ranas, solo
las unidades de calefacción sonando y el ruido rítmico de la carretera.
Nadie entraba o salía, las ventanas estaban oscuras. Las pocas personas
en el camino de Acción de Gracias se encontraban en la cama, durmiendo
en sus comas de comida y tratando de descansar por una noche decente
antes de volver a la carretera temprano a la mañana siguiente. Quería
estacionar en otro lado para tener una mejor vista de Darby, pero debido
al riesgo de ser visto, me conformé con poder ver la puerta de entrada, la
única que se hallaba abierta al exterior por la noche.
Medianoche llegó y se fue, entonces llegó la una de la mañana.
Veinte minutos después del final de la hora, un par de faros rebotó en el
camino lleno de baches del hotel. Naomi se estacionó a mi lado, sonriendo
a medida que sostenía una taza enorme al lado de su rostro. Salió y se
arrastró por el lado del pasajero de mi camioneta, dando un portazo.
—Cuidado, Nomes, mierda.
—Oh, está bien. Deja de ser un bebé. —Me tendió la taza—. Una
taza de tamaño gigante para el café.
—Gracias —dije, tomando un sorbo—. Ah, joder, eso está bien.
—¿Cansado? —preguntó.
Asentí. —¿Cuánto tiempo puedes quedarte?
Se encogió de hombros. —Tengo la mañana libre. Mientras lo
necesites.
—¿Qué tienes? —le pregunté.
Dio unas palmaditas en su espalda. —Vicky no quería que tu Glock
se sintiera sola.
Asentí. Vicky era su Glock 26. También tenía una Ruger llamada
Chuck Norris y una Beretta llamada Cecil. En lugar de mascotas, Naomi
compraba armas de fuego. Las limpiaba, les ponía nombres y las trataba
como si fueran de la familia.
—También traje a Walter.
Arrugué la nariz. —¿Qué diablos planeas hacer con él?
Se inclinó y sacó un cuchillo táctico de caza Bowie de doce
pulgadas de su bota. Era negro mate con una hoja fija y tan rudo como
Naomi. No esperaría menos.
—Hay más de uno. Debería tener más de un arma —explicó con
naturalidad.
Me reí.
—Entonces ¿los eliminaremos de primera o adoptaremos el
enfoque diplomático?
—Bueno, considerando que lo primero es ilegal, digo que demos
una advertencia justa y nos aseguremos de que no regresen.
—Trex. Es hostil y hace amenazas.
—Todavía tenemos que hacer esto de la forma adecuada, Nomes.
Ya no estamos en guerra.
Miró por la ventana y gruñó. —Ella le pondrá el nombre a ese bebé
por Matt. Mataré a cualquiera que se acerque a ella con algo más que
comida y regalos para bebés.
—Gracias por el café. Y gracias por ser una buena amiga.
Naomi se encogió de hombros más cerca de mí.
—Entonces, ¿qué pasó con Lane?
—Tenía razón. Los tipos que vinieron con ella buscaban problemas.
—¿Y?
—Puse a uno sobre su espalda. Una vez que estuvieron lo
suficientemente cerca, pude decir que no se hallaban interesados. Lane
preguntó dónde te encontrabas. Kitsch piensa que te buscaban.
Fruncí el ceño, confundido. —Hermanos grandes, ¿tal vez?
¿Defendiendo su honor?
Arqueó una ceja. —Esa nunca tuvo ningún honor. Uno tenía su
mano en su culo, entonces no es de la familia. Los otros dos fueron sus
secuaces. Hicieron lo que él les dijo y lo miraron para saber qué hacer a
continuación. Especialmente después de sacar el grande. Y eran seis,
fácil.
—¿Lane preguntó por mí antes o después?
—Antes. Vino a buscarte. Luego ellos vinieron. El grande se fue.
—¿Locales?
Negó con la cabeza. —No lo creo. El cabecilla lo intentó con cada
uno de nosotros. Incluso con el senador. Casi como si tratara de ver quién
lucharía contra él.
—Supongo que se enteró.
—Me interpuse entre él y Kitsch, luego el grande pensó que me iba
a mandar matar, así que lo puse sobre su culo.
—Lamento no haber estado ahí.
—No, no lo lamentes. Necesitas estar aquí.
—Sí —dije, mirando a la puerta de entrada.
Mi teléfono celular sonó, y sonreí.
—Guau. ¿Quién acaba de hacer tu día?
—Le di a Darby un teléfono hoy. Acaba de enviarme un mensaje de
texto por primera vez. Me envió un corazón.
—Rad —dijo inexpresivamente Naomi.
¿Cómo va todo?, escribí.
Lento. Tranquilo. El problema de tener una casa grande y
sorprendente es que quiero estar ahí.
Renuncia si quieres.
Sabes que no puedo.
Puedes. Simplemente no quieres.
Voy a quedarme con Stavros hasta que tenga a este bebé o el
hotel se arruine. Le debo eso.
Él ha sido bueno contigo, estoy de acuerdo con eso. Pero
también trabajaste para él durante mucho tiempo. Realmente no le
debes nada.
Le debo mucho más que dobles turnos. Me salvó. Y si no me
hubiera dado este trabajo, no te habría conocido.
Lo habríamos hecho.
Lo siento si te desperté. Te veré en unas horas.
Preferiría hablar contigo antes que dormir.
Deberías enviarme todas las cosas que solías escribirme en tu
teléfono en el trabajo para poder leerlas.
Entré en mis notas, las copié todas y luego las pegué en el mensaje
de texto, presionando enviar. Me recosté y me relajé durante unos
segundos antes de echar un vistazo al estacionamiento.
—¿Terminaron? —preguntó Naomi.
—Me pidió que le enviara todas las cosas que le escribí en el
trabajo. Le llevará un tiempo leerlo.
—Ustedes dos son asquerosos —bromeó.
—No es como si no te lo hubiera advertido durante años. —Miré mi
reloj. Val estaba en una zona horaria con una hora de retraso, de manera
que después de que recogiera a Darby del trabajo podría llamar.
—¿Y tú? —pregunté—. ¿Qué hay del senador que estuvo allí
anoche?
—Fue solo la cena. No pudo llegar a casa. Nadie debería estar solo
en Acción de Gracias. Es la razón por la que tenemos el fin de semana
libre.
—Esperando que él pueda pasarlo contigo, apuesto.
Soltó una carcajada. —Pidió venir mañana.
Me encogí de hombros. —No parece un tipo tan malo, Naomi.
Su sonrisa se desvaneció. —No es Matt.
—Nunca vas a encontrar otro Matt. No significa que no puedas ser
feliz con alguien más.
—Dios, suenas como mi hermana. Estoy bien. No quiero a nadie
más. Conocí al amor de mi vida. Se fue. Si no puedo tenerlo, no tendré a
nadie más. No tenemos que estar con alguien, ¿sabes? No estoy sola. Te
tengo a ti, a los muchachos y a Walter —dijo, dándose unas palmaditas
en la bota—. Estoy tan feliz como puedo, considerando todo.
—Está bien, está bien, solo pensé en mencionarlo.
—Bueno, no lo hagas —dijo, sus ojos se abrieron por un segundo
cuando pronunció la última palabra.
—Copiado —dije, revisando mi reloj de nuevo—. ¿Qué hay de Zeke
y Watts? ¿Qué hacían allí?
—Para no estar solos —dijo, molesta.
—Solo preguntaba.
—Hablando de preguntas que no son asunto de nadie ¿ya le has
contado todo?
Fruncí el ceño. —No todo. No sobre el trabajo, obviamente.
—¿Qué pasa con ese pequeño detalle sobre que eres un Marine?
—Todavía no.
Arqueó las cejas. —Trexler, ¿qué diablos?
—Lo sé. Lo sé. He tenido varios momentos para contarle, pero por
lo general discutíamos acerca de que le ocultaba cosas. En este punto,
creo que es mejor no hacerlo.
—¿Cómo diablos vas a hacer eso? ¿Cómo no lo sabe? Tienes un
tatuaje de USMC en tu hombro.
Negué con la cabeza. —Todo se jodió durante la cirugía. Es un
desastre. Nadie puede decir de qué se trata.
—¿No ha preguntado?
—Sí. Le dije que era muy joven cuando me lo hice, y que fue un
desafío, y que fue un desastre en un accidente, lo que es todo cierto.
Naomi se movió en el asiento. —Va a estar tan enojada. Tienes que
decírselo, Trex.
—Honestamente, no sé cómo. Es demasiado tarde.
—No es demasiado tarde hasta que ella se entere de otra manera
que no sea por ti. Entonces será demasiado tarde.
—Tienes razón. Sé que tienes razón. Las cosas están muy bien
ahora, y con Shawn husmeando, solo… no es un buen momento.
Esperaré hasta después del bebé.
Negó con la cabeza. —Es un gran riesgo, amigo. Ya dijo una vez
que no puede confiar en ti. Perdonó lo de la verificación de antecedentes
porque intentabas protegerla.
—No fue una verificación de antecedentes —gruñí.
—Es solo que estás mintiendo. Te conoce lo suficientemente bien
como para saber que no eres como Shawn. Esa fue tu excusa original
¿no?
—Esa es la cuestión. Siento que constantemente me compara con
él. O, al menos, lo hacía cuando todo esto surgió. Cuando accedió a
mudarse, Nomes… solo quiero dejar el pasado donde lo dejé. Las cosas
han sido realmente buenas.
Puso su mano sobre la mía. —Espero que funcione. Realmente lo
espero. Pero debes decirle. Cada día que esperas lo empeora.
Asentí. —¿Podemos cambiar el tema ahora?
—Claro.
Charlamos sobre todo, menos posibles perspectivas para Naomi
hasta el amanecer. El trabajo, su casa, Zeke, Bennett, el general, las
últimas noticias sobre nuestros amigos aún desplegados. Naomi se quedó
media hora más y luego saltó del asiento del pasajero. Saludó con la
mano antes de retroceder, volviendo a su casa.
Arranqué la camioneta y me metí debajo del saliente, esperando a
Darby como lo hacía todas las mañanas, de lunes a viernes por la
mañana. Me saludó desde detrás del escritorio y terminó de cerrar su
turno. Maya me saludó mientras pasaba frente a mi camioneta, las
puertas de entrada se abrieron, y unos minutos más tarde se abrieron de
nuevo, dando paso a mi hermosa novia. Todavía no tenía un cabello fuera
de lugar, su lápiz labial rojo era tan vibrante como cuando lo aplicó en la
casa. Salté y corrí al lado del pasajero, abriendo la puerta para Darby y
sosteniendo su mano a medida que subía.
—Buenos días —dijo, un poco cansada.
—Puede ser hora de conseguir un vehículo más bajo —le dije.
—No te atrevas. Me gusta esta camioneta.
—Quizás un segundo auto, entonces. —Corrí de regreso al lado del
conductor, luego me deslicé detrás del volante.
—Trex, no puedo comprar un auto, y no me vas a comprar uno.
—¿Tienes idea de cuánto dinero gano? Puedo comprarte uno —dije,
tirando de la palanca de cambio a modo conducción. Me acerqué, viendo
a Darby sacudir su cabeza en mi vista periférica.
—De ninguna manera. Absolutamente no. Eventualmente
conseguiré uno.
Cuando pasamos al otro lado del hotel, un sedán blanco llamó mi
atención, cuatro sombras dentro. Lane se encontraba en la parte
posterior, el hombre al lado de ella besando su cuello. Ella me miraba
fijamente, con una pequeña sonrisa en su rostro. Los dos hombres al
frente miraban hacia adelante, sin inmutarse sobre la actividad detrás de
ellos.
Continué hacia la carretera y luego giré hacia mi casa. El sedán se
quedó en el hotel, pero no pude evitar la extraña mirada en la cara de
Lane. La venganza era fuerte, pero los ojos no mienten. Había mucho más
en la sonrisa de Lane que la esperanza de una reacción celosa de mí.
—Estás callado —dijo Darby—. ¿Todo bien?
—Sí. Solo cansado.
—Noté que llevas la misma ropa que anoche.
—Oh, hoy tengo el día libre. ¿Te dije eso?
—¿Lo tienes? —preguntó emocionada. Me agarró del brazo con
ambas manos.
—Así que me puse la ropa que tenía la noche anterior. Pero no
dormí una mierda anoche. Creo que solo te necesito en mi cama.
—¿Dices que nos iremos a la cama juntos cuando lleguemos a
casa?
—Eso es exactamente lo que digo. Incluso me tomé toda esta gran
taza de café y todavía estoy listo para caer dormido.
—Eso no es una taza, bebé. Eso es como… un litro de café. —Me
apretó el brazo—. ¡Pero estoy tan emocionada de ponerme ropa cómoda
y acostarme contigo!
Le tomé la mano y le besé la palma, luego entrelacé los dedos con
los de ella. Había enemigos esperando su oportunidad, y la situación de
Lane era muy sospechosa. Me acostaría con Darby hasta que se
durmiera, luego tenía que hacer esa llamada telefónica a Val.
Traducido por MadHatter
Corregido por Auris

Darby
Stavros se tambaleaba en una escalera, extendiendo la mano para
colocar los últimos adornos en la parte superior del abeto falso de cuatro
metros y medio de alto en la esquina del vestíbulo que estuvo montando
durante toda la tarde. Vine a ayudarlo, para matar el tiempo antes de que
Trex saliera del trabajo.
―¿De esta forma? ―pregunté, girando el pequeño árbol de cerámica
sobre el escritorio―. ¿Stavros?
―¿Eh? Sí. Se ve genial, gracias.
Me le acerqué y le toqué el brazo. ―¿Cómo se encuentra Tilde?
Sus ojos cansados se volvieron brillosos. ―Deberías pasar por casa,
Darby. No se encuentra bien.
―Voy a hacerlo. Iré esta noche antes de mi turno.
Stavros asintió.
Lane no se hallaba tan contenta con mi ubicación de decoración.
―Está justo en mi camino ―dijo, empujando el árbol hasta el borde del
escritorio.
―Tal vez solo espera hasta que yo no ande por aquí, y luego puedes
tratar de obtener lo que quieres ―dije―. No sería la primera vez que
intentas eso.
La boca de Lane se abrió.
Stavros la señaló antes de caminar hacia la barra. ―No actúes como
si no merecieras eso.
Lo seguí hasta su esquina del vestíbulo, rodeado de sus colegas
Jim Beam, el Capitán Morgan y Kim Crawford. Limpió los mostradores
por tercera vez ese día, a pesar de que tenía pocos clientes.
―¿Sufre mucho? ―le pregunté.
Simplemente asintió.
―¿Cómo está Ander?
―Le afecta más de lo que pensé. El único momento en el que no se
encuentra a su lado es cuando se va al trabajo. Maya ya ha aceptado
trabajar su turno después de que ella muera, hasta el funeral.
―Eso es amable de su parte. ―Lo abracé―. Lo siento.
Me abrazó y se limpió una lágrima antes de desestimar. ―Voy a
regresar a la oficina por un tiempo. Hacer un poco de papeleo. Gracias
por toda la ayuda de hoy.
―De nada ―le dije, viéndolo desaparecer a la vuelta de la esquina.
Lane caminó hacia mí, mirando por encima del hombro una vez
hacia el pasillo por donde Stavros se había ido.
―Necesitamos hablar ―dijo.
―No, en realidad no.
Puso los ojos en blanco. ―Bueno, así que traté de besar al papá de
tu bebé. Pero no creo que sepas toda la historia.
―Me lo contó todo, Lane. Ya tuvimos esta conversación una vez.
¿Estás segura de que quieres ir hasta allí?
―¿Te dijo que hicimos muchísimo más que besarnos?
La miré por un momento. ―Mientes.
―Ha estado aquí antes, Darby. ¿Crees que era célibe antes de ti?
Nos conocimos en Cowboys. Él me trajo aquí ―levantó la mirada―, a esa
habitación.
―¿Y? Entonces no estábamos juntos ―espeté.
―Hay mucho más que Trex no te ha contado sobre su trabajo. Tiene
un montón de secretos. Esa es solo una buena forma de decir que no
puede decir la verdad. Todo lo que sabe hacer es mentir, incluso cuando
no importa. Parece que no puede decir toda la verdad. Entonces, sí, traté
de besarlo. Había algunos sentimientos no resueltos allí. Pero desde
entonces, descubrí que mayormente solo siento pena por ti. Esquivé la
bala con eso. Pero tú... vas a traer a un bebé a este mundo con un hombre
que puede mirarte directamente a los ojos y mentirte a la cara como si
no fuera nada. ¿Cómo puedes confiar en cualquier cosa que salga de su
boca? ¿Tener un hombre que decide qué puedes saber y qué no? No es
algo que me interese, te lo diré.
A Lane le complació la expresión en mi rostro. Toqué mi estómago,
presionando un tendón adolorido que se estiraba a medida que Maddie
crecía.
―¿Cómo sabes sobre su trabajo? ―le pregunté.
―Pregúntaselo a él.
Fruncí el ceño, viendo la camioneta de Trex pasar bajo el alero. Se
bajó de un salto, con una sonrisa en el rostro, feliz de verme durante
unas horas antes de tener que volver al trabajo. Debía o no decidirme si
enfrentarlo o no, y eso me rompía el corazón. La luz en sus ojos cuando
me veía mientras cruzaba las puertas, ya se convertía en sospecha. No
tenía sentido tratar de ocultar lo que sabía. O él vería a través de mí, o
Lane abriría su maldita boca.
―Oye ―dijo, envolviendo sus brazos a mí alrededor. Besó mi mejilla
antes de hablar de nuevo―. ¿Qué pasa? ¿Todo bien? ―Sus ojos bailaron
entre Lane y yo. Ella tenía una expresión petulante, y lo último que quería
hacer era darle la satisfacción de una discusión.
―Lane me contó sobre... lo de antes ―dije.
Trex frunció el ceño, y luego su mirada flotó hacia Lane. Sus
hombros se hundieron. ―¿Qué haces? Estoy enamorado de esta chica.
Lane se cruzó de brazos. ―Entonces, ¿por qué le mientes?
―No le mentí, Lane. No valía la pena mencionarlo.
―Eso no es lo que dijiste en ese momento ―espetó ella.
―No dije nada en ese momento. Dejé de llamarte cuando descubrí
que estabas loca.
Traté de no sonreír, en su lugar presioné mis labios. Trex adoptó la
expresión de mi rostro como enojo.
―Cariño... ―comenzó.
Le di unas palmaditas en el pecho. ―Está bien. Vámonos.
Pasé a su lado, girando cuando él no me siguió. Lane y Trex estaban
de pie, estupefactos.
―Ya dijiste que no valía la pena mencionarlo. Estoy de acuerdo.
Vamos, por favor.
Trex no perdió otro segundo, apresurándose a caminar junto a mí
mientras nos dirigíamos a la camioneta. Me ayudó a entrar y luego trotó
hacia el otro lado, mirándome mientras encendía el motor. Cuando se
retiró, carraspeó.
―¿Qué tan enojada te encuentras? ―preguntó.
―Furiosa ―dije, volteándome hacia él―. Sabías que iba a dejar caer
esa bomba sobre mí eventualmente. ¿Por qué no me lo dijiste? Me doy
cuenta de que no vale la pena mencionarlo, pero al menos podrías
haberme salvado de la humillación de saberlo por ella.
Primero, se encogió de hombros, pero mientras hablaba se esforzó
mucho para no sonreír.
―¡Esto no es divertido, Scottie!
Mi uso de su primer nombre borró la sonrisa de su rostro. ―Lo sé.
Sé que no lo es, y lo siento mucho. Pero cuando te enojas y Texas sale de
tu boca... es lo más lindo que he escuchado.
Lo fulminé con la mirada.
Alcanzó mi mano, pero crucé los brazos sobre la parte superior de
mi enorme barriga.
―Cariño... tienes razón. Debí decírtelo. Realmente no hubo un
buen momento para mencionar lo de Lane.
―¿Entonces tal vez no debiste actuar como si nunca la hubieras
conocido?
―Eso no era lo que trataba de hacer. Intentaba mostrar mi
indiferencia. Me acechó durante cinco buenas semanas después de que
intenté dejarla de forma rápida. Me asombró que consiguiera un trabajo
en el hotel.
Miré por la ventana, tratando de no sentirme halagada. Lo demás
que ella dijo me vino a la mente. ―Dijo que sabía sobre tu trabajo. Dijo
que tenías muchos secretos. No me gusta que sepa cosas de ti que yo no
sé.
―No sabe nada, Darby.
―Sabe algo.
Suspiró. ―No puedo decírtelo, Darby. Tú lo sabes.
Extendió la mano otra vez, y esta vez la tomé. Él la apretó.
―Dijo que no eres capaz de decir la verdad. Dijo que no podía
confiar en ti. Para que lo sepas, tu trabajo es el único secreto que puedes
conservar ―le dije. Cuando no respondió, estiré mi cuello en su
dirección―. Trex.
―Trato hecho ―dijo rápidamente, besando mis nudillos.
Traducido por Mely08610 & Umiangel
Corregido por Joselin♡

Trex
La chimenea crepitaba, dos grandes medias rojas con líneas
blancas y una pequeña de color crema con moños rojos colgaba de la
repisa de la chimenea. Las ordené después de que nos mudamos,
nuestros nombres bordados en la parte superior, incluso los de Maddie.
En la de ella se leía MADDIE ROSE, a pesar de que Darby no accedía al
segundo nombre aun. Ya me encontraba atado a él, y Darby dejó de
discutir después de que colgué la media.
La habitación se hallaba oscura, y Darby se relajaba en el sofá con
los pies descalzos en mi regazo, su vientre rebotando mientras soltaba
una risita al verme tratando de pintar sus dedos hinchados.
—¿Qué? —dije sonriendo, pero tratando de concentrarme—.
Quédate quieta. Soy muy malo para esto. Y es mucho más difícil con tus
pies temblando cada vez que te ríes de mí.
—No puedo evitarlo. —Sacó su teléfono y me tomo una foto.
Elevé la mirada. —¿En serio? —dije inexpresivo.
Darby se rio y negué con la cabeza, intentándolo de nuevo. Eso no
me molesto en lo más mínimo, pero Darby lo disfrutó tanto en darme un
mal momento, y fingí que lo lograba. Después de terminar, le puse aceite
en las cutículas de los dedos del pie, mientras se recostaba, se veía feliz
y tranquila. Amaba esta parte de nuestras noches silenciosas en nuestra
casa antes de que se fuera a trabajar. La vida no se podía poner mejor que
esto.
El teléfono de Darby sonó en sus manos. Miró la pantalla y me lo
enseñó. Un número desconocido se mostraba en la parte superior.
Extendí la mano, haciéndole señas para que me diera el teléfono.
Darby se estiro tanto como pudo, jadeando cuando por fin se pudo
recostar de nuevo. Deslicé el dedo a través de la pantalla y contesté. —
¿Hola?
Alguien respiraba al otro lado de la línea. No era una llamada por
equivocación. Quién sea que la llamara esperaba.
—¿Quién habla? —pregunté.
Hubo más respiración, no del tipo que esperas que sea algún
pervertido o algún niño punk aburrido. Solo se encontraba a la espera.
Escuchando.
—¿Quién es? —preguntó Darby.
La respiración se detuvo y la llamada terminó. Fruncí el ceño hacia
el teléfono. —Nadie. —Llamaría a Val por otro favor, aunque ya le debía
diez.
—Sólo Stavros, Ander, Maya y tu tienen mi número. Y también en
la oficina de mi doctor. —Sonrió al decir la última parte.
Se sentía tan orgullosa de finalmente tener un número para poder
dárselos, y ellos se hallaban aliviados de que tuviera acceso a un teléfono.
El doctor Park finalmente se entusiasmó conmigo, confiando en mis
intenciones. Usé mi hora de almuerzo para ir con Darby a cada cita,
estaba agradecido que eso no hiciera ninguna diferencia. Bianca ni
siquiera preguntó los detalles. Lo único que sabían era que mi novia
estaba embarazada.
Darby se giró para ver el gran reloj colgado en la cocina. —Esto es
lo único que no me gusta de mi trabajo. Los hoteles son trecientos sesenta
y cinco días al año. Es noche buena, los fuegos artificiales empezarán
pronto, y me tengo que alistar para ir a trabajar pronto.
—¿Todavía no has hablado con Stavros?
—No he podido —dijo con un gemido en su voz—. Tilde aun se
encuentra hospitalizada. Duró un mes más de lo que pensaban. Se irá
en cualquier momento.
—¿Cómo está? —pregunto, Darby la visitaba casi todos los días.
—Como un esqueleto. Duerme casi todo el tiempo. Es algo cruel.
¿Trex? No permitas que eso me pase a mí ¿sí?
Coloqué su pie gentilmente en el piso y luego me acerqué a ella. No
hablaba sobre el futuro muy seguido, y no tenía la menor idea de lo que
me hacía sentir. Incluso hablar sobre un terrible final significaba algo
para mí, el saber que me permitiría amarla todos los días hasta ese
momento.
—Nos vamos a morir al mismo tiempo en nuestra cama, cálidos y
felices.
—Lo digo en serio.
—No lo haré —le prometo—. No permitiré que algo malo te pase.
Darby pareció satisfecha con eso y se relajó contra mi hombro.
Entrelazamos nuestros dedos sobre su vientre riéndonos cuando Maddie
se movió.
—¿Le deberíamos decir? —pregunté—. Quiero decir… estaba
pensando, nadie sabe que no es mía. Podríamos… podrías tomar mi
apellido y eso es lo que figuraría en el certificado de nacimiento. Pasa
todo el tiempo.
Darby se quedó callada durante mucho tiempo, y me preocupé de
haberla molestado.
—A menos que... a menos que no lo quieras —dije rápidamente.
Me miró y había una lagrima rodando por su nariz. —¿Acabas de
pedirme que me case contigo? Porque eso fue terrible.
Sonrió, lo que me hizo soltar un suspiro de alivio. —Puedo hacerlo
mejor si quieres.
—Lo quiero.
—¿De verdad? ¿Te casarías conmigo?
Asintió y bajé la cabeza para poder tocar sus labios con los míos.
Entendí entonces por qué Kitsch fingió, por qué Harbinger pasó por
meses de terapia para ser el mejor papá que pudiera para sus hijos. La
familia lo era todo. Valía morir por ella, perder tu mente y enfrentar tus
grandes miedos.
—No te haré esperar mucho tiempo.
—Se acaba el tiempo, cinco semanas, señor.
—Eso no es mucho tiempo para organizar una boda.
—¿Quién necesita una boda? —dijo con una sonrisa llorosa.
—¿Hablas en serio entonces? —le pregunté. Asintió, y la besé de
nuevo—. Te dije que tu apellido sería Trexler.
Darby me abrazó, me sostuvo fuerte, como si no nos hubiéramos
visto en mucho tiempo. Me jaló hasta poner mi mejilla contra la de ella.
—Estoy tan feliz Trex. Tan pero tan feliz. Soy tan afortunada al pensar
que soy a la que siempre has amado. Espero ser ella. Y voy a hacer mi
mejor esfuerzo para serlo.
—Ella eres tú. No hay dudas en mi mente. —En ese justo momento
fue cuando debí decírselo. Estaba de buen humor, sabía que
pertenecíamos juntos y que no era como el otro soldado que creía que la
amaba. Pero era noche buena, hablábamos de matrimonio y lo último
que quería hacer era admitir que tenía otro secreto más.
—Deberíamos decirlo pronto, que tú la adoptaste, y que la amaste
desde un principio. Si alguna vez se entera de esto de alguna u otra forma
que no sea de nosotros….
—Tienes razón. —Le dí un beso en el cabello—. Por supuesto que
tienes razón. A veces tengo ideas locas.
—Me gusta la parte en la que tiene tu apellido. La parte de nosotras
teniendo tu apellido. —Su sonrisa se convirtió en un ceño fruncido.
—¿Dudas? —pregunté.
Presiona un lado de su vientre, de la misma forma en la que lo hace
cuando Maddie se mueve o se estira.
—Guau… tu estómago es una bola perfecta en este momento.
—Está dura. —dice.
Extiendo la mano para tocarla y luego levanto su blusa, poniendo
la mano sobre su piel. Tenía razón. Su estómago usualmente se
encontraba duro donde Maddie estaba, pero ahora lo estaba todo. —
¿Estás en labor de parto?
—Braxton-Hicks4
Asiento aliviado. —Que bien. Aún tenemos algunas cosas por
hacer.
La habitación de Maddie estaba casi terminada, con una alfombra
que parecía ramos de rosas en varios tonos de rosa. Una cuna de madera,
las paredes, la mecedora y muchas mantas eran blancas, en las paredes
había unas pequeñas letras doradas que decían MADDIE, rodeada de
rosas de papel que combinaban con la alfombra. La sábana de la cuna y
la almohada de la silla eran del mismo material floral rosado. Lucia casi
idéntica a la imagen que Darby me enseñó en Pinterest. Me aseguré que
tuviera todo lo que quería. Teníamos pijamas, algunos vestidos y un
armario lleno de trajes de hasta doce meses, medias y unas cuantas
banditas para cabello. Pañales, toallitas, lociones, champú para bebés,
corta uñas y una bombilla de plástico azul que no tenía ni idea para qué
era, pero Darby estaba segura de que la necesitaríamos. La carriola
estaba lista y en el armario delantero. El asiento ya se hallaba en el
asiento trasero de la camioneta.
La bolsa del bebé para el hospital ya se encontraba lista y había
estado allí por una semana.
—¿Qué más necesitamos? —preguntó, estirándose para hacer más
espacio para poder tomar aire.
—Estoy seguro de que falta algo. Tengo esta sensación de que
olvidamos algo.
Darby sonrió. —Sabes que Maddie no esperará a que nosotros
estemos listos.
Me incliné para besar la piel desnuda de Darby y luego la cubrí. —
Lo sé. Sólo quiero estar preparado.
—Estamos preparados —dijo viendo alrededor de la casa—. Es una
casa hermosa. Tenemos todo lo que necesitamos. No sé cómo pasó esto,
pero somos muy afortunados.
—Si… lo somos. Así que... necesito algo de ti.
Elevó una ceja.

4 Braxton Hicks: Es el nombre que reciben las contracciones de ensayo antes de


un parto.
—Mis padres tienen una actividad con la iglesia, pero Hailey quiere
visitarnos mañana. Me lo dijo justamente hoy, y no ha estado por aquí
desde la semana que nos mudamos, y no pude decirle que no.
—¿Por qué le dirías que no? Es tu hermana y es Navidad.
—Porque no lo hablaba contigo todavía.
—No tienes que hablar conmigo a cerca de las visitas de tu
hermana. Quiero a Hailey, puede venir cuando guste.
Dejé caer la cabeza hacia atrás. —Olvidé lo relajada que eres. No
daré eso por hecho.
—¿Quién se enojaría por algo así?
Me senté recordando aquellos tiempos menos dichosos. —Laura. A
ella no le gustaban las sorpresas.
—Bueno, toda mi vida ha sido una sorpresa —dijo tocando su
barriga. Se levantó y agregó—: Debería alistarme para el trabajo.
—¡Espera! Tengo un regalo de noche buena para ti. —Corrí hacia
el árbol, regresé con una caja pequeña y me senté a su lado—. Una pista.
No es un anillo de compromiso.
Jaló de la cinta blanca que lo envolvía y la abrió. —¡Oh, Dios mío!
—dijo agarrando el anillo de oro blanco hacia la luz. Rodeado de pequeños
diamantes, con una sola amatista en el centro que tenía el mismo tamaño
que las otras piedras—. Trex —dijo deslizándolo en su dedo medio.
Le quedaba bien, y mi pecho se hincó un poco.
Los ojos de Darby se pusieron nublosos. —¿Qué si ella llega antes?
—Lo resolví con el joyero. Sólo cambiará la piedra. Mira lo que tiene
escrito por dentro.
Se lo quitó y entrecerró los ojos, luego se cubrió la boca con la mano
libre. —Madeleine Rose —leyó en voz alta. Se lo puso de nuevo y colocó
sus brazos alrededor de mi cuello, lo mejor que pudo por su vientre—. Lo
amo.
—Te amo —dije viéndola sentarse y limpiarse las lágrimas de
felicidad que se hallaban bajo sus ojos.
—Te traje un par de cosas para navidad. Y no son tan especiales.
—Estás aquí conmigo, en esta casa, hermosa y con mi bebé
creciendo dentro de ti. ¿Qué más podría necesitar? —pregunté.
Sonrió, limpiándose los ojos de nuevo, luego miró su anillo. —Esto
no es lo que planeé para mí misma. No lo quería. No tenía idea de que tú
o Maddie, y todo lo que construimos me haría más feliz de lo que alguna
vez he sido, y me hiciera sentir en casa más de lo que alguna vez me
sentí.
Aparté mechones de pelo de su cara y le tomé la mandíbula. Sus
mejillas estaban un poco más llenas y rosadas que antes, sus labios, su
nariz, los dedos de sus manos y pies se encontraban hinchados. Nunca
vi a una mujer más hermosa, nunca sentí el amor de una mujer tan puro,
y de alguna manera la hacía feliz.
Se inclinó para besar la palma de mi mano, cerró los ojos mientras
sus labios se demoraron un poco en mi piel, y luego intentó levantarse
del sofá. —Voy a ir a buscar una tienda de campaña para colocarme y
luego debería irme a trabajar. Oh, y no olvides que después de esta cita,
ahora serán cada semana.
Asentí. —Ya me lo dijeron.
Se inclinó para darme un beso en los labios.
—Ya eres un buen papá.
Se dirigió hacia el dormitorio y me quedé ahí sentado, aturdido,
incapaz de responder. Mis ojos se llenaron de lágrimas, y las limpié
rápidamente, me aclaré la garganta. Nunca pensé cuánto necesitaba
escuchar esto. Mi padre fue tan jodidamente deplorable, y no fue hasta
este momento que me di cuenta de que necesitaba ser liberado del miedo
a ser igual a él. Un miedo que no sabía que tenía. —Gracias —respondí
hacia una habitación vacía.
Las luces blancas de navidad centelleaban, emitiendo un cálido
resplandor blanco sobre lo anaranjado que parpadeaba en la chimenea.
Toda la sala era bañada por una luz suave y me sentía casi eufórico. Un
anillo de compromiso se encontraba en la agenda al segundo que
abrieran las tiendas después de Navidad. Necesitaba casarme con esa
mujer.
Me recosté y me relajé escuchando a Darby tararear una canción
de cuna a Maddie mientras se vestía. Su celular vibró y la pantalla se
encendió llamando la atención. Era Stavros actualizando a Darby sobre
Tilde.
—Bebé… —la llamé recogiendo su teléfono—. Stavros te ha
mandado un mensaje de texto es algo sobre Tile.
—Léelo por favor.
Abrí el mensaje con el dedo y lo leí en voz alta para que Darby
pudiera oírme. —Tilde a fallecido hace una hora rodeada de amigos y
familiares. Gracias por pasar tiempo con ella en sus últimos días. Sé que
ella lo apreciaba. El funeral y la hora serán anunciados pronto.
Darby salió de la habitación con solo una bata y una expresión de
aturdimiento. Me puse de pie tendiéndole las manos. —Cariño lo siento.
Me abrazó con fuerza, sus manos aferrándose con puños en mi
camisa. Me balanceé para adelante y hacia atrás prestando atención a
cada respiración y llanto, esperando a que me dijera qué era lo que
necesitaba.
—Se encuentra con el Señor ahora —dijo soltándose de mi
camisa—. Es difícil saber que no crees en eso.
—De cualquier manera, ya no sufre.
Darby asintió y luego me abrazó de nuevo, dejándome soportar su
peso mientras la acunaba de un lado a otro. —La última vez que fui a un
funeral fue de Chase y su papá. Me hace sentirme mal al pensar en otro.
—No tienes que venir. Stavros lo entenderá. Incluso estará bien que
insistas en ir a trabajar en lugar de ir. Es en la mañana durante el turno
de Ander.
—No. Debo ir. ¿Iras conmigo?
—Claro —dije apretándola gentilmente—. Sabes que lo haré.
Asintió y regresó a la habitación, caminando más lento esta vez, la
alegría se fue de su caminar. Su teléfono se sentía frío y pesado en mi
mano. Miré hacia abajo a la pantalla y todavía sentía curiosidad por la
persona desconocida que llamó. El que Shawn se encontrara dos veces
por el área me ponía nervioso. Val lo vigilaba, pero también descubrió
que ocultaba su paradero. Su hermano Derek probablemente lo ayudaba.
Ella también investigaba eso, pero no era un genio de la informática, y
teníamos que tener cuidado de a quién le pedíamos ayuda.
A pesar de que tuvimos cuidado, algo no se sentía bien. Sabía que
era Shawn al otro lado de la línea. Mi pulgar jugaba sobre el botón de
llamada y antes de que pudiera detenerme seleccioné la opción de
llamadas recientes. Me deslicé hacia abajo, viendo que recibió una
llamada de un número desconocido dos veces antes.
Abrí la puerta del garaje, y usé el llavero para encender mi
camioneta para que se fuera calentando mientras Darby estaba lista,
entré a la sala y me senté vigilando la entrada de la habitación. Me
desplacé a través de mis contactos y pulsé el nombre de Val y luego
esperé.
—Aw… me llamaste para decirme “Feliz Navidad”—me respondió.
—Eso también. ¿Cómo te va?
—Todo bien. ¿Cómo te va a ti? ¿Qué tal la nueva casa?
—Muy bien.
—¿De verdad? Eso es genial. Felicitaciones. Yo todavía estoy en el
apartamento.
—¿Tu esposo todavía está allí?
—Claro que lo está. Quien se muda pierde el apartamento. Es por
eso que el divorcio no ha sido finalizado todavía. Él quiere el apartamento.
—Pero es tuyo. Sawyer se mudó contigo ¿no? Y si tanto le gustaba
el apartamento y vivir contigo, probablemente no debió follarse a la
agente Davies.
—Si… bueno… no puedes hacerle entrar en razón a un idiota. Y si
te lo preguntas, sí, él puede escucharme.
—Así que… me preguntaba. ¿Algún movimiento?
—Algunos. Nada importante.
—¿Todavía crees que el hermano interfiere?
—Sin lugar a dudas. Sawyer está en eso.
—¿Sawyer?
—Es nuestro rastreador y es bueno. Conoce muy bien manejarse
con una computadora. No tiene el nivel de Derek, pero puede ver dónde
se borró la ubicación actual de Shawn. Derek podría ayudarlo a dejar la
base.
—Estamos en desventaja.
—Por ahora —respondió, su confianza era reconfortante pero no
era suficiente.
—Planea algo, Val. No podemos darnos el lujo de estar dos pasos
atrás. Ella se encuentra a cuatro semanas para el nacimiento. Me
preocupa que piense que este bebé es mío y esté esperando que se separe
de mí, una vez que tenga al bebé, para llevársela. O si se llegara a dar
cuenta que el bebé es de él.
—Trex, ella tiene seis marines extremadamente peligrosos allí a su
disposición. Eres inteligente. Estas a la defensiva, pero tienes un equipo
formidable.
—Solo hazme un favor. Búscalo una vez más. Están sonando
algunas alarmas, pero no creo que eso importe a este punto.
—Lo haré —dijo antes de colgarme.
Dejé el teléfono y me senté en el sofá, frotándome las manos. Val
tenía razón, pero no quería esperar a que algo pasara para reaccionar.
Tenía que localizar a Shawn y…. oscuros pensamientos pasaban por mi
mente, cosas que vi sucederle a civiles en aldeas o a algunos que se
sospechaban eran espías, cosas en las que no quería pensar de nuevo.
Necesitaré cuerda y mucha.
—Trex —dijo Darby desde la puerta de la habitación.
Elevé la mirada. —Hola bebé, ¿estás lista? —Podía ver que no lo
estaba. Le faltaban los pantalones y su cabello se encontraba
amontonado sobre su cabeza.
—¿Qué haces? —preguntó sosteniendo su estómago.
Miré alrededor. —Esperando a que estés lista.
—Estabas en el teléfono.
—Oh, sí. Sólo les digo a algunos viejos compañeros de trabajo “Feliz
Navidad”
Cerró los ojos, sus pestañas empujando lágrimas por su mejilla.
Giró y desapareció en el dormitorio, cerrando la puerta.
Me levanté y la seguí, golpeando dos veces antes de entrar. La
habitación estaba oscura, la única luz provenía del baño. Entré y la vi
cepillarse el cabello y llorar.
—¿Qué pasa?
—Ella tenía razón. ¿Puedes mirarme a los ojos y mentirme en la
cara?
—¿Qué? ¿Quién tenía razón? —pregunté, confundido.
Negó con la cabeza, rizos sueltos y rubios temblando de un lado a
otro.
—¿Alguna vez podré confiar en ti? ¿Puedo confiar en todo lo que
has dicho hasta ahora?
—Darby, no entiendo...
—Val. Te escuché hablar con ella. ¿Cuándo ibas a decirme?
¿Shawn ha estado aquí? ¡No puedes decidir lo que sé, cuando se trata de
mi vida y mi seguridad!
Elevé las manos. —Está bien, solo un segundo, déjame explicarte.
Te encuentras casi al final de tu embarazo. Experimentas el Braxton-
Hicks más seguido, aumentando en frecuencia y fuerza. No te estoy
mintiendo, solo no te digo las cosas que podrían molestarte. Trato de
encargarme de esto solo para que puedas relajarte y disfrutar el resto de
tu embarazo.
Sacudió la cabeza. —Uno de estos días, Trex... te quedarás sin
excusas. No tienes el derecho de ocultarme eso.
Se puso un poco de maquillaje, pantalones, zapatos y se quedó
junto a la puerta. Levantó su teléfono y lo tocó.
—¿Estás lista? —pregunté, sintiéndome como un perro pateado.
—Iré en taxi.
—Darby, te llevaré. Es más seguro, de todos modos.
Se secó una lágrima. —Debí seguir mi instinto y haberme mudado.
—Cariño —la regañé. Deslicé los brazos alrededor de ella y enterré
el rostro en su cuello—. Te amo. Solo intento mantenerte a ti y a Maddie
a salvo.
Giró hacia mí, señalándome con su teléfono. —¡No me gusta que
sea tan fácil para ti mentirme a la cara! ¿Qué más no me estás diciendo?
Mi boca se abrió. Antes, no le conté mi pasado porque no quería
arruinar el momento. Ahora temía que se fuera. Suspiré. —Darby, te dije
todo lo que pude. El resto no importa.
—No, pero poder confiar en ti sí. ¡Maldito seas por demostrar que
Lane estaba en lo cierto!
Abrió la puerta y se dirigió a la camioneta. Corrí detrás de ella,
abriendo la puerta y ayudándola a subir al asiento del pasajero. Se puso
el cinturón de seguridad y miró hacia el frente. Para cuando me puse
detrás del volante, Darby lloraba en sus manos.
—Cariño, lo siento. Por favor, no llores.
—¿Así que Shawn ha estado aquí? ¿Sabe dónde estoy?
—Lo importante es que estás protegida. No se acercará a ti.
Se secó los ojos, y la expresión que no había visto en tanto tiempo,
desde el principio, regresó. Se protegía, contra el dolor, el miedo, el estrés
de lo que Shawn podría hacer. Se arrastró de vuelta a ese agujero y se
quedó allí durante el resto del viaje al trabajo. Incluso las luces de
Navidad en las casas entre nuestra casa y el hotel no la alegraron. Sus
lágrimas se secaron; la luz en sus ojos se atenuó hasta desaparecer por
completo.
Frené y puse el coche en aparcar. —Darby...
—Estoy bien —dijo, recogiendo sus cosas.
—Estamos en esto juntos.
—En realidad, nunca me he sentido más sola en mi vida. —
Mientras salía de la camioneta, apagué el motor y la seguí.
Maya estaba terminando, cerrando sesión en la computadora y
enganchando la correa de su bolso sobre su hombro. Parecía agotada.
—¿Dónde está Lane? —preguntó Darby.
Maya se encogió de hombros. —No apareció para su turno. Ander
y Stavros están con la familia y estás a punto de estallar. Entonces... me
quedé.
—Lo siento mucho. ¿Ni siquiera llamó?
Maya negó con la cabeza. —Lo siento, tengo que irme. Te veré en la
mañana.
—Feliz Navidad, Maya. Conduce con cuidado —dijo Darby,
guardando sus artículos personales y luego iniciando sesión en la
computadora.
Estábamos solos en el vestíbulo, el único sonido fue de las puertas
que se abrieron y se cerraron cuando Maya se fue. El aire sopló, haciendo
que los adornos que colgaban del techo se balancearan hacia adelante y
hacia atrás. Me quedé en silencio mientras Darby se acomodaba en su
estación de trabajo.
Se encontraba decidida a no hablar conmigo, a decidir mi destino
sin mi aporte. Elegí dejar que se calmara, sentarme al otro lado del
vestíbulo, tal vez ganar algunos puntos al pedirnos comida demasiado
picante para que Darby la ignore, no es que me apeteciera comer. Llamé
a un lugar asiático y le envié un mensaje de texto a Naomi mientras
esperaba.
Era tan antipática como pensé que estaría. Naomi me dijo que fuera
honesto. Pensé que podría controlar la situación. Saqué los equipos de
situaciones mucho más difíciles que esto, así que pensé que sería un
contratiempo con Darby, porque era militar, sería menos complicado. Me
equivoqué completamente en todos los aspectos.
Una vez que la comida finalmente llegó, me demoré en comer y que
el olor llenara el vestíbulo antes de que Darby finalmente llevara su parte
a su escritorio. Comió en silencio, manteniendo la mirada en otra parte
antes que sobre mí.
—Darby —le dije cuando parecía haber terminado.
Guardó su comida. —Vete.
Me refugié en la silla y esperé. Toda la noche esperé, con la
esperanza que cuando su turno terminara, estuviera más abierta a
escuchar mi razonamiento, o al menos a escucharme rogar. Una hora
antes de que su turno terminara, decidí volver a intentarlo.
—Sé que estás enojada —comencé.
—¿Enojada? Me siento traicionada, engañada, manipulada...
enojada apenas se acerca a lo que siento. —Temblaba mientras
pronunciaba las palabras—. Sabías exactamente cómo me sentía acerca
de que Val hurgara en mi pasado.
—Trataba de investigar el paradero de Shawn, Darby.
—¿Cuánto tiempo hace que lo sabes? ¿Cuándo comenzó a venir a
Colorado Springs?
Metí las manos en mis bolsillos. —Un tiempo. No quería
preocuparte.
—Simplemente ignoras por completo todo lo que hablamos, mis
sentimientos, mis derechos... no eres mi dueño, Trex. No tienes derecho
a tomar esas decisiones por mí.
—No, no soy tu dueño. Pero te amo, y eso me da el derecho de tratar
de cuidarte de la mejor manera que sé.
Sacudió su cabeza. —No puedo estar con alguien en quien no
puedo confiar. Por favor, vete.
—¡Darby! —Mi voz sonó más fuerte de lo que quise que fuera, la
sorpresa salió como enojo—. No me iré. Hablemos de esto.
Las puertas se abrieron de golpe, y Darby elevó la mirada con una
sonrisa en el rostro que rápidamente se transformó en miedo. Parpadeó
un par de veces, dejando que su mirada se apartara de quienquiera que
hubiera entrado. Me volví para ver a dos hombres, uno que reconocí como
el pasajero en el sedán blanco estacionado en el hotel la noche de Acción
de Gracias.
—Feliz Navidad —dijo el hombre en voz alta, como si se dirigiera a
un vestíbulo lleno de gente. Vestía de civil, pero su cabello era de longitud
militar estándar. Sus rasgos eran agudos, su mentón largo pero
cuadrado, y aunque era el más bajo de los dos, era de un sólido metro
ochenta y cinco. La barba incipiente en su mandíbula apretaba sus
delgados labios. Supe de inmediato quién era cuando miró a Darby con
sus claros ojos azules. Sus pupilas ocuparon la mayor parte de sus iris,
su larga nariz hacia abajo ligeramente, una leve barbilla hendida. Se
parecía a Kurt Cobain con un mal corte de pelo.
Me acerqué a Darby. Mi Glock se encontraba en la guantera de la
camioneta, demasiado lejos para ser de alguna utilidad.
Darby lentamente se inclinó hacia el cajón debajo de la caja, la
abrió un par de centímetros, lo suficiente como para alcanzar y golpear
su uña contra una pequeña pistola. Solo la miré, pero por la información
que pude reunir en el momento en que mi mirada se vio atraída por el
sonido de su uña contra el metal, parecía un modelo de Baby Browning
de finales de los sesenta. No tenía idea de cómo consiguió un arma que
fácilmente costaba más de setecientos dólares, pero allí estaba. Con
suerte, si la mierda se desataba, se encontraba cargada y lista para
funcionar.
—Shawn —dijo Darby.
Su voz contenía algo que nunca escuché antes, algo que emocionó
a Shawn. Todavía le tenía miedo y se alimentó de eso. Si supiera que los
demonios existían, él era uno.
—Ha pasado mucho tiempo, conejita.
—No me llames así —espetó.
Shawn apoyó los codos sobre el escritorio y se inclinó hacia ella.
Dio un paso atrás y él sonrió. —Te he extrañado. No creo que te des
cuenta de lo mal que estuve cuando me dejaste en el altar. Me llevó meses
pensar siquiera con claridad otra vez —volvió su mirada hacia mí—. Soy
Shawn. Pero ya lo sabes.
—Trex —le dije, frunciendo el ceño.
—Encantado de conocerte finalmente, Trex. Ella —dijo Shawn,
señalando a Darby—, es mi prometida. Tal vez lo mencionó cuando te la
follabas.
—Estoy bastante seguro que debes estar comprometido para
llamarla así —le dije.
—Ah —dijo Shawn, su voz suave—, estamos comprometidos.
Nunca nos casamos, ya sabes, así que todavía estamos comprometidos.
—Miró a Darby—. Deberíamos arreglar eso, conejita.
Darby retrocedió.
—Vete —dije.
Shawn se rio, alejándose. —Estos marines. ¡Jodidamente
confiados! —le dijo a su amigo. Se cubrió la boca—. Lo siento, conejita.
Sé que no aprecias esa palabra. —Caminó hacia atrás, poniendo los
codos sobre el escritorio y apoyándose, mirándome directamente a los
ojos—. Nunca me gustaron los marines. Malditos arrogantes.
—¿Eso le dijiste a Naomi cuando puso a ese soldado sobre su
espalda? —Miré a su amigo—. ¿Eras tú? ¿Cómo se sintió eso?
Darby me miró, confusión en su rostro.
Mi corazón comenzó a latir dentro de mi pecho, mi respiración se
hizo más rápida para alcanzarla. —Cariño…
Darby dio un paso atrás, viéndose tan sola como se sentía. Sus
manos temblorosas tocaron su centro del tamaño de una pelota de playa.
—Quiero que todos se vayan. Tú primero —le dijo a Shawn. Buscó el
teléfono fijo del hotel y lo sostuvo en alto para que todos lo vieran. Su voz
sonaba un poco más valiente que antes, pero sus ojos se quedaron en el
suelo—. O llamaré a la policía.
—¿Qué va a hacer la policía? ¿Qué han hecho alguna vez? —
preguntó Shawn, acercándose a ella.
Darby dejó caer el teléfono y dio un paso atrás, y me coloqué entre
ellos. Se encontraba aterrorizada, todo su cuerpo temblaba; su
respiración vaciló.
—Te mataré si la tocas —dije—. Eso no es una amenaza. Te cortaré
la garganta y te dispararé en la cara hasta que no quede nada qué
identificar.
La sonrisa de Shawn se desvaneció, y de repente parecía cansado.
Señaló su estómago antes de dejar que su brazo extendido cayera sobre
el escritorio. —¿Es mío?
Le tomó un momento a Darby hablar. —Ella es mía.
—¿Ella? —dijo Shawn, sus ojos con indiferencia—. ¿Es niña?
Darby asintió.
—Conejita…
—Fuera de aquí —gruñí—. No irá a casa contigo. No se casó contigo
porque eres una mierda abusiva.
Shawn me señaló. —¿Sabías que era un Marine, Darby? ¿Sabes a
cuántas personas ha matado? ¿Sabes por qué él y su ex realmente se
separaron? No era amable con ella. Deberías preguntarle sobre eso
alguna vez, no es que vaya a ser sincero.
—¿De qué diablos hablas? —pregunté.
—¿Sabes cómo murió realmente su mejor amigo?
—Vete a la mierda —dije.
Shawn me señaló de nuevo. —Es un maldito mentiroso. No tienes
que ir a casa conmigo, pero no quieres a este tipo. No es como tú crees.
Los ojos rojos y húmedos de Darby me suplicaron que negara todo,
pero no podía negar que era un Marine, y por eso, no creería el resto. Su
labio inferior se estremeció, luego miró a Shawn, alcanzando de nuevo el
teléfono. Marcó tres números. —Tienes diez segundos.
—Está bien —dijo Shawn, elevando las manos.
Pude escuchar al operador en el otro extremo responder. —Nueve-
uno-uno, ¿cuál es su emergencia?
Darby vio a Shawn irse, el sedán blanco saliendo del
estacionamiento.
El operador repitió sus palabras.
—Sí, estoy en el Hotel Colorado Springs. Hubo un par de hombres
aquí comportándose sospechosamente, pero se fueron cuando llamé.
Darby explicó vagamente la situación, dejando fuera que Shawn
era su ex. Cuando colgó el teléfono, se cubrió la boca, trabajando para
controlar su respiración.
Me acerqué, pero se apartó. —Tu turno.
—Darby...
—Me iré —dijo, con la voz quebrada—. Recogeré mis cosas más
tarde. Te agradecería que no estuvieras allí mientras lo hago.
—No. Detente —le supliqué. No sabía qué más decir. Traté de
parecer tranquilo, pero por dentro, había alarmas, banderas y gritos; el
pánico se encontraba a punto de hacerse cargo—. No le creas, Darby. No
dejes que nos haga esto. Lo que dijo no era verdad.
—¿Qué parte? —No gritaba. Su voz era tranquila, sin emociones.
No sentía miedo a menudo, pero en ese momento, estaba aterrorizado.
Me hablaba y miraba como si fuera un extraño.
—Era Marine —comencé.
—Es demasiado tarde.
—Pero te dije la verdad sobre Laura —espeté—. Matt murió
salvando al resto de nuestro equipo. Se arrojó sobre una granada. No te
dije que era Marine porque todos en el hotel sabían que eras inflexible
sobre no salir con cierto tipo de hombre.
—Es demasiado tarde.
—Después de que me contaste sobre Shawn, fui un maldito
cobarde para contarte mi historia con los militares. Temía que no
quisieras volver a verme. Incluso después de que me aceptaste siendo un
agente federal. Incluso después de que me advirtieras que fuera honesto
contigo. Hubo un centenar de veces que pude haberte contado, y cada
vez dejé que mi miedo a perderte me convenciera de que no lo hiciera.
—Es. Demasiado. Tarde. —No lloraba. Comenzó a organizar su
espacio de trabajo, ignorándome completamente.
—Cariño —dije, caminando hacia ella.
Giró para mirarme, elevando una ceja, claramente diciéndome sin
palabras que no me acercara.
Tragué. —Estamos bien juntos. Todo eso... ese es mi pasado,
Darby. Eres mi futuro. Maddie es mi futuro. Nos vamos a casar. Ambas
tendrán mi apellido. Seremos felices. Nada de esto importará en algunos
años.
—¿Porque solo sabremos qué eliges compartir?
—No, porque nos amamos, somos felices y nuestros niños son
felices.
—Deberías irte —dijo, volviendo a su trabajo.
—Dijiste que estabas en esto.
—Estaba —dijo, finalmente un destello de emoción en sus ojos—.
Todo lo que pedí fue honestidad. No puedes confiar en mí con la verdad,
y no puedo confiar en que la digas. No me conformaré. No lo haré. No me
importa lo agradable que sea tu casa ni el tiempo que pasé en la
habitación del bebé ni cuánto te amo. Maddie se merece algo mejor, y yo
también.
—Jesucristo, Darby, estoy haciendo lo mejor que puedo. No puedes
simplemente...
—Tú hiciste esto, no yo. ¡Te supliqué que fueras honesto conmigo!
Elegiste esto una y otra vez.
Sentí la sangre arder bajo mis mejillas. —Todo lo que quería era
protegerte. Quería que te sintieras segura. Cometí más de unos pocos
errores, pero no fue porque quería controlar lo que sabías y cuándo lo
sabías. Lo hice porque tenía miedo de perderte. Eso no significa que no
puedas confiar en mí. Significa que puedes contar conmigo para quedarte
sin importar nada. —Traté de mantener la calma—. Viste a Shawn, son
muchas las emociones, estás enojada, lo entiendo. Pero no me digas que
elegí esto. Esto no es lo que quiero. No hay nada como nosotros, Darby.
Hace dos horas, estábamos felices. Nuestra vida era increíble. Quiero
estar donde sea que estés. Pertenezco a donde estás. Nosotros dos. Soy
tuyo. Tuyo y de ella.
—Por favor, vete.
Sus palabras me quitaron el aire. —Shawn está aquí en Springs,
Darby. No puedo dejarte aquí sola.
Pensó en eso por un momento. —No parece que tenga muchas
opciones.
—¿Qué si...? ¿Qué si espero en la camioneta afuera? Solo para
asegurarnos. No te molestaré.
Sus labios se apretaron en una línea dura, y pude ver que no
dejaría que su ira se interpusiera en el sentido común. —Bien.
—¿Realmente quieres que me vaya cuando vuelvas a casa?
Me miró directamente a los ojos. —Sí.
—Está bien, lo haré ... Enviaré a Naomi para que te recoja y vigile.
Al menos hasta que sepamos que Shawn está fuera de la ciudad.
—Esa es probablemente una buena idea.
Mis hombros se hundieron. —¿Dónde... dónde irás?
No respondió, y antes de caer en un pozo sin fondo de
desesperación, me aferré a la ira. —Seamos claros. No quiero hacer esto.
No quiero alejarme de ustedes. Me estás alejando.
Tocó el teclado, y estaba seguro de que solo eran sus uñas en las
teclas.
—Darby.
—¡Trex, solo vete! —dijo, cerrando los ojos con fuerza.
—Hailey... Hailey vendrá hoy —dije, sintiendo que las lágrimas me
quemaban los ojos—. Te necesito en casa. Es Navidad, maldición.
—No maldigas. —Su voz era tan pequeña. Sus pestañas empujaron
las lágrimas manchadas de rímel por sus mejillas. Se cubrió la boca.
Comenzó a sonar el tono de llamada de Hailey. Si hubiera sido
alguien más, lo habría silenciado, pero sabía que planeó estar en la
carretera antes del amanecer y podría estar cerca, si es que no se
encontraba ya en la ciudad. Temía que estuviera en casa y yo no.
Aclaré mi voz antes de responder—: ¿Hailey?
—¿Trex? —gritó—. ¡Trex!
Mi mundo entero se detuvo. —¿Estás llorando? ¿Qué pasó?
—¡Él me chocó!
—¿Qué?
—¡Tuve un accidente! ¡El tipo en la intersección! ¡Golpeó mi auto y
no puedo salir!
—¿Dónde estás? No importa, puedo rastrear su ubicación. Calma.
Ya voy.
—¡Apresúrate!
—¡Ya voy! —bajé el teléfono—. Es Hailey. Tuvo un accidente. Tengo
que... tengo que irme.
—¿Está bien? —preguntó Darby. Era la primera vez que parecía
que no me odiaba desde que Shawn se fue.
—No lo sé. Lo siento me tengo que ir.
—Ve —dijo.
Encontré su mirada. Esa única palabra fue su adiós. Tan mal como
quería quedarme, tuve que ir con mi hermanita. Alejarme era lo más
difícil que había hecho, pero di media vuelta y corrí hacia la camioneta,
segundos más tarde, salí del estacionamiento.
Traducido por Auris
Corregido por Gesi

Darby
—Te ves peor que yo —dijo Maya, arrastrando los pies, sosteniendo
un café grande.
—Gracias —dije, poniéndome el abrigo.
—¿Has llorado?
Me froté el vientre dolorido. Estuve sufriendo contracciones
Braxton-Hicks durante todo mi turno. —No.
La impresora lanzaba un papel del arqueo de caja nocturno y
acababa de cerrar la sesión del sistema. Ya había reservado mi antigua
habitación y codificado una tarjeta llave. No me molesté en decirle a Maya
que volvería. Al menos de esa manera no tendría que hablar de eso hasta
entonces.
Esperé a Naomi, y cuando no se presentó, llamé a un taxi. Supuse
que probablemente se encontraba con Trex y su hermana. La expresión
de Trex cuando se fue apareció una y otra vez en mi mente. Me convencí
y me disuadí de mudarme al menos dos docenas de veces durante la
noche. Mi cabeza y mi corazón todavía se hallaban en guerra cuando
tomé algunas cajas vacías del bar y salí para encontrar al taxi. El aire frío
de invierno sopló en mi rostro en el momento en que las puertas se
abrieron. Puse la mano en la manija de la puerta del coche, cuando
escuché una voz familiar decir mi nombre, la que más odio.
—Hola, conejita. ¿Para qué son las cajas?
Quedé de pie frente a Shawn, repentinamente, el aire a mi
alrededor era demasiado escaso.
Rodeó la parte trasera, tomó las cajas de mi mano y se las entregó
a uno de los dos hombres parados a pocos metros de distancia. —¿Vas a
alguna parte?
—Solo... las llevo a casa.
—No, no lo haces.
Mis ojos se llenaron de lágrimas, y me estiré para alcanzarlas otra
vez. Cubrió mi mano con la suya, envolviendo su mano libre alrededor de
mi cintura, y enterró el rostro en mi cuello.
—Esa no es tu casa, conejita. Tu hogar es conmigo. —Inhaló por la
nariz—. Dios, te he extrañado.
—Déjame ir —dije. Prácticamente jadeaba, no podía evitarlo. Volver
a estar en los brazos de Shawn era una pesadilla que tuve muchas veces
desde que subí al autobús hacia Colorado Springs, y ahora la revivía.
Sus dedos se clavaron en mi cintura. —Ven a casa conmigo, Darby.
Que te fueras, todo lo que he pasado desde entonces... ya no importa.
Ahora tenemos un bebé. Vamos a ser una familia.
Cerré los ojos con fuerza. —Ella… no es tuya.
Me agarró del pelo y tiró de mi cabeza hacia atrás, y grité. —¡Jódete,
maldita puta! —gruñó.
El taxista salió, nervioso, pero decidido a no quedarse sin hacer
nada. —¿Qué haces? —dijo en un acento fuerte—. ¡Suéltala!
Shawn soltó mi cabello y me agarró el brazo, jalándome con él.
—¡Oye! —gritó el taxista—. ¡Voy a llamar a la policía!
Los faros de un auto blanco se iluminaron. Shawn abrió la puerta
trasera del lado del pasajero y me metió en el asiento. Me empujó y se
sentó, dando un portazo.
—Shawn —dijo el conductor—, esto no es de lo que hablamos,
hombre.
—Conduce, marica, o atravesaré tu cabeza con mi puño.
El conductor dio un portazo y pisó el acelerador. Me golpeé la frente
en el respaldo de su asiento, y luego otra vez en la ventana cuando avanzó
y giró al mismo tiempo.
—¿A-a dónde vamos? —dije. Cuando no respondió, grité—: ¿A
dónde me llevas?
—¡Cállate, estúpida perra! —me gritó en el rostro. Se recostó,
golpeándose la frente con la palma de la mano varias veces. Tosió un par
de veces, luego me sostuvo la mano—. Lo siento. Lo siento, solo trato de
pensar. Terry, pasa por su casa.
—¿Quieres llevarla a su casa? —dijo el hombre en el asiento del
pasajero. Era el más grande de los tres, probablemente el que Naomi
derribó en el bar la noche de Acción de Gracias.
—Pasa por allí —dijo.
Me preocupaba que Trex estuviera allí con Hailey. No tenía idea de
lo que planeaba. —No les hagas daño. Iré contigo.
Me apartó el cabello del rostro con sus dedos. —Vendrás conmigo
de cualquier manera. No vamos a parar, conejita. Solo vamos a pasar por
allí. —Me sonrió como si no acabara de secuestrarme y maltratarme, sino
como si estuviéramos en un viaje temprano de Navidad.
Me alejé de él, tratando de pensar en una forma de salir del auto.
Si saltara, podría lastimar a Maddie. No había nada que pudiera hacer
hasta que el auto se detuviera. Cuando Terry redujo la velocidad en la
siguiente intersección, puse la mano en la manija.
Shawn sostuvo un cuchillo en mi estómago. —No hagas eso.
Bajé la mirada. —Shawn…
—Te abriré un agujero si no te quedas en este jodido asiento como
una buena chica. ¿Me escuchas?
Asentí rápidamente, calientes lágrimas corrían por mis mejillas. En
diez minutos, entramos en mi vecindario, pasando por la estación de
policía y las casas de muchos vecinos. El sol se hallaba sobre las
montañas, fundiéndose con las nubes de la noche. Las entradas
permanecían vacías o llenas de vehículos, todos estaban en algún lugar
para las vacaciones. Suspiré cuando vi que la camioneta de Trex no se
encontraba en la entrada
Se inclinó sobre mí, bajó la ventana y agarró mi teléfono.
—¿Qué haces? —dije, viéndolo arrojar el teléfono al patio—. ¿Por
qué hiciste eso? —lloré.
Subió la ventana. —Vámonos a casa, Terry.
Terry asintió con la cabeza, me tapé el rostro y lloré.
—¿Peleaste con ese pobre bastardo después de que me fui?
¿Estabas enojada porque no te contó sobre su tiempo en los Marines? —
preguntó.
No pude responder. Todo lo que podía hacer era llorar sobre mis
manos. Hice exactamente lo que él quería. Le dije a Trex que lo dejaba,
iba a ver el teléfono que me compró en el patio y creer que decidí no llevar
nada conmigo. No sería la primera vez.
Sostuve mi vientre con ambas manos. Estaba duro como una roca
otra vez, tan tenso que por primera vez comenzó a doler, realmente doler.
No eran solo dolores y molestias. Gemí, sabiendo que probablemente era
demasiado tarde, pero necesitaba calmarme. Iba a entrar en trabajo de
parto. Respiré por la nariz y luego exhalé, lenta y controladamente. La
segunda vez, Terry se lo mencionó a Shawn.
—Es mejor que no dé a luz en este auto —dijo—. No voy a tener esa
sangre en mis manos, también. Llegaste demasiado lejos, Shawn. Todos
vamos a caer por lo que hiciste.
—Dijiste que quería volver a casa —dijo el hombre en el asiento del
pasajero.
Shawn frunció el ceño. —Que te jodan, Todd. Lo quiere. ¿Verdad?
—dijo mirándome y señalando con la cabeza hacia el asiento delantero.
Asentí. —¿Qué pasó con su frente? —pregunté, mirando el vendaje
ensangrentado pegado a su cabello.
—Chocó con una adolescente.
Cerré los ojos. —¿Hailey?
—Necesitábamos una distracción. Pensé que yo era persistente.
Jesucristo. Esa sanguijuela nunca salía del hotel. Cuando Derek dijo que
la hermana estaba en camino a la ciudad, aprovechamos la oportunidad
que se nos presentó. —Me apretó la mano, notando el anillo en mi dedo
medio—. ¿Qué diablos es esto?
—Un regalo de Navidad —dije—. ¿Ella se encuentra bien?
—¿De parte de él? —dijo, la ira regresaba a sus ojos.
Negué con la cabeza. —De una compañera de trabajo.
Se rió. —No fue Lane, jodida puta.
Mi labio inferior tembló. —¿Dónde está? No se presentó al trabajo.
Miró a la ventana, parecía nervioso. Los otros hombres también
estaban callados.
—¿La lastimaste?
—Todo lo que hacía era tratar de follarse a tu hombre. Hacía de
todo por molestarte y plantar semillas para hacerte cuestionarlo.
Simplemente lo deseaba —dijo Shawn, escupiendo en el suelo.
—¡Vamos, hombre! —dijo Terry.
—Ustedes, malditas mujeres. Nos hacen pensar que nos quieren
hasta que obtienen lo que quieren. Nadie me usa.
Mantuve la cabeza baja. —¿Qué hiciste?
—Le enseñé una lección.
—Tenías razón. Ese era un buen culo —dijo Todd, riéndose en su
ventana.
—¿Se encuentra bien? —pregunté.
—Probablemente no —dijo Shawn con una sonrisa—. Pero no te
preocupes. No me importa esa puta. Te tengo de vuelta. Eso es todo lo
que importa. Nos vamos a deshacer de eso —dijo, señalando mi
estómago—, y luego podemos seguir con nuestras vidas.
—Mentí —dije—. Es tuya, Shawn. Haz las cuentas. Tengo casi
treinta y seis semanas. Solo me quedan cuatro semanas. Cuenta los
meses. Es tuya. Cuando nazca, lo verás. Es nuestra.
—Guau —dijo Terry—. Felicidades, hombre.
Gruñó. —Mentiste antes. ¿Cómo sé que no mientes ahora?
—Solo... espera hasta que la tenga. Puedes verlo por ti mismo. Se
parecerá a ti y a mí. No se parecerá a Trex. Es tu hija.
Bajó la mirada a mi estómago, luego guardó su cuchillo. —¿Es mía?
Asentí. Le agarré las manos y puse sus palmas contra la cúpula
perfecta de Maddie. Las lágrimas corrían por mis mejillas, y apreté la
garganta para evitar sollozar mientras él adulaba mi estómago, hablando
con Maddie con una voz suave que nunca había escuchado.
Me miró, molesto. —¿Por qué me mentiste?
—Yo... me sentía avergonzada por irme. Siento haberte hecho daño.
Estaba nerviosa e hice algo estúpido. Luego me hallaba demasiado
avergonzada para volver. Te… te lo compensaré.
Estudió mi rostro, tratando de decidir si quería creerme o no.
—Demonios, lo harás.
Cuando las comisuras de su boca se curvaron, sabía que nos
compré a Maddie y a mí un poco más de tiempo.
Traducido por amaria.viana & Beatrix
Corregido por Joselin♡

Trex
Hailey caminaba lentamente, pero con mi ayuda lo hizo desde la
camioneta hasta la puerta principal. Cinco vehículos se detuvieron en el
camino de entrada y estacionaron en el bordillo frente a la casa. Naomi
esperaba en la puerta para que yo y el resto de mi equipo trajeran a mi
hermanita adentro.
Traté de no apresurar a mi hermanita, pero Darby no me devolvió
ninguno de los mensajes de texto, ni contestó las llamadas y me
encontraba desesperado por saber si realmente se mudó. Envié a Naomi
al hotel y luego a la casa, pero reportó ninguna señal de Darby. Era
mediodía y no había indicios de que alguna vez hubiera vuelto a casa. La
idea de que Darby me dejara ya era suficientemente mala. El que dejara
la ciudad embarazada y con las manos vacías me tenía casi preso del
pánico.
—Trex —dijo Kitsch. Me volví para verlo sosteniendo el celular de
Darby—. Esto se hallaba en el patio.
Mi estómago se hundió. —No tiene ningún sentido. Me desplacé
por el mecanismo de seguridad. Ella no ha estado aquí.
Sloan levantó cuidadosamente a Hailey en sus brazos, empujando
la puerta con su hombro. —Ve —dijo, señalando hacia la casa—. Tal vez
te perdiste de algo.
Por primera vez en toda la mañana, me permití esperar. Empujé a
través de la puerta, llamando de inmediato a Darby. Revisé el dormitorio,
el baño, el cuarto de la bebé; todas las cosas de Darby y Maddie
permanecían. El cepillo de dientes de Darby todavía estaba en el soporte
junto al fregadero. El vestido de flores rosa de Maddie que Darby escogió
y compró aún permanecía colgado en el armario.
—¿Darby? —llamé, mi corazón acelerado.
—¿No está aquí? —preguntó Hailey, decepcionada.
Naomi trajo un vaso de agua a la sala de estar desde la cocina,
abriendo el envase de pastillas de Hailey y se los dio a mi hermana. Naomi
volteó su muñeca y miró su reloj. —Preocúpate de ti misma. Tienes suerte
de que lo único que obtuviste fue unas costillas magulladas y una
conmoción cerebral. Si los policías no encuentran al bastardo que te
golpeó, yo lo haré.
—¿Tus padres están en camino? —preguntó Harbinger.
Asentí. Hailey fue chocada de lado, en la intersección a pocas
cuadras de mi casa. No podía decirnos mucho sobre la persona que la
golpeó, excepto que era un tipo con ojos oscuros y que huyó de la escena
a pie.
—No tiene sentido que Darby se vaya sin nada —le dije, escaneando
la sala de estar.
—No sería la primera vez —dijo Naomi.
—No volver aquí, aún cuando sabe que no estoy para molestarla.
¿Ni siquiera para obtener sus propias cosas? ¿Ni siquiera las cosas que
compró para Maddie?
Sonó el teléfono de Darby y Kitsch me lo arrojó. —¿Hola?
—¿Trex? —dijo Stavros, sorprendido.
—¿Has visto a Darby hoy? ¿Has tenido noticias de ella? —pregunté.
Dudó. —No.
—Stavros, esto es importante. Mi hermana tuvo un accidente.
Acabo de llegar a casa. Ella no está aquí. —Me aclaré la garganta,
luchando por decir las palabras. —Tuvimos una discusión esta mañana.
Lo último que me dijo fue que llevaría sus cosas de regreso al hotel.
—¿Al hotel? ¿Qué diablos le hiciste, Trex?
—Yo… es una larga historia. Dejó su teléfono celular. Solo quiero
asegurarme de que esté bien.
—Llama al hotel. Maya la habría visto esta mañana. Avísame
cuando la encuentres.
—Lo haré. Gracias. —Colgué, encontré el número del hotel y llamé
directamente a la recepción.
—Hotel Colorado Springs —respondió Maya.
—Maya, hola, es Trex. ¿Está Darby allí?
—No desde esta mañana. Consiguió algunas cajas y tomó un taxi
a casa. Se encontraba realmente molesta.
Incliné la cabeza, poniendo una mano encima de la cabeza. Apenas
podía mantenerla el tiempo suficiente para hablar. —Sí, tuvimos una
mañana difícil.
—No, ella estaba como, gritándole al taxista.
—¿Ella qué? —le pregunté—. Eso no suena como a ella. ¿Qué
decía?
—No lo sé. Solo lo escuché. Cuando salí, el taxi ya no estaba.
—¿No ha vuelto? —le pregunté.
—No.
—¿Podrías pedirle que me llame cuando la veas? Estoy
preocupado.
—Por supuesto.
—Gracias —dije, colgando. Lancé su teléfono al otro lado de la
habitación, escuchándolo romperse en pedazos contra la pared—.
¡Maldición! —grité.
Mi garganta se tensó, mi nariz ardió y luego las lágrimas vinieron.
Incliné la cabeza y agarré el mostrador hasta que mis palmas se volvieron
blancas, luchando por mantenerme firme mientras contaba hasta diez.
Mi equipo me había visto perder el control antes. Ese era un lado de mí
que nunca quise que Hailey viera. Mi visión se nubló. Tenía ganas de
vomitar, de hacerme un ovillo, de noquearme, de cualquier cosa para
alejarme del dolor.
—Trex —comenzó Harbinger. Su voz era tranquila y llana,
hablando desde la saliente en la que todos estuvimos más de una vez,
una saliente desde donde solo nuestros compañeros soldados conocían
el camino de descenso.
Me giré, mirando los pedazos en el piso y miré hacia otro lado, ya
lo lamentaba. Mi cara cayó al llegar el reconocimiento. —No. Por favor,
maldiciendo, no… —dije, luchando por sacar mi teléfono del bolsillo.
Revisé por la cámara de la puerta de entrada y las cámaras de entrada
entre las siete y las ocho y media de la mañana, esta vez buscando algo
más que Darby acercándose a la puerta principal. Fue entonces cuando
lo vi. Su teléfono fue arrojado al patio desde un vehículo que pasaba.
Apenas pude distinguir un trozo de un posible sedán blanco cuando
pasó.
Miré a mi equipo. —Él la tiene. Tenemos que irnos. Ahora.
—¿Quien? ¿Shawn? —preguntó Naomi—. Avancemos paso a paso.
Aún no sabemos nada.
—Estamos perdiendo el tiempo —le dije, corriendo a mi habitación,
acercándome el teléfono a la oreja, rogando en silencio a que Val lo
contestara. Cuando lo hizo, apenas le dejé salir la primera sílaba de hola.
—Necesito que encuentres a alguien para mí —le dije.
—Otro fav…
—¡Shawn tiene a Darby! Por el amor de Cristo, Val, saltea el maldito
sarcasmo y solo ¡encuéntrala!
El otro lado de la línea quedó en silencio por mucho tiempo, pero
justo cuando comencé a preguntarme si Val todavía estaba allí, escuché
que las uñas golpeaban contra un teclado. —Cuéntame.
—Shawn apareció en el hotel. Una empleada del hotel informó
haber escuchado a Darby gritarle a un taxista, lo que no tiene sentido.
—Comprobando imágenes de seguridad… —dijo ella.
—Mi hermana fue golpeada y tuve que dejar a Darby sola en el
hotel. Envié a Naomi al hotel, pero cuando llegó alrededor de las siete y
media, Darby ya se había ido. No estaba en la casa.
—El coche se fue sin ella. Está con otra persona, pero es casi fuera
de cámara, espera…
Más clics.
—El automóvil que golpeó a tu hermana fue robado —dijo.
Suspiré. —Me pusieron una maldita carnada.
—Siguiendo un sedán blanco de tu intersección poco después de
las siete y media de la mañana. Salió de la ciudad… espera, sacando
cámaras de carretera… —suspiró—. El sedán blanco está en camino de
regreso a Texas. Cuatro pasajeros. Una mujer que encaja con la
descripción de Darby.
Empaqué un bolso de lona con ropa y armas de fuego, entrando a
la sala de estar. Mi equipo y Hailey me miraron, esperando a que les dijera
qué pasaría después. —Esa era Val en el teléfono —les dije. —Él la tiene.
Me voy a Texas.
—Solo no, no lo harás. —Naomi miró por encima del hombro a
Hailey.
—Me quedaré —dijo Harbinger.
Naomi asintió. —Hurra. Carguen, muchachos.
Naomi se sentó adelante, con Martinez, Sloan y Kitsch en el asiento
trasero. Conduje a ciento cuarenta kilómetros por hora por la interestatal
veinticinco sur, haciendo que Naomi revisara y comprobara cada sedán
blanco y parada de camiones que pasamos. Val nos mantuvo
actualizados. Pasaron cinco horas para que Val encontrara a Shawn en
una cámara de una gasolinera en Amarillo, Texas. El sedán blanco no
salió de su lugar de estacionamiento por varias horas, y para el momento
en que los vio irse, estábamos a solo una hora de retraso.
—Hay un motel al lado. Es posible que hayan tomada una siesta y
comido antes del segundo tramo del camino —dijo Val por el altavoz—.
Definitivamente es Darby. Ella está muy embarazada. No veo que se use
una tarjeta de crédito en ninguna de las ubicaciones de la zona. Deben
estar pagando en efectivo.
—¿Darby está bien? ¿Estaba en la misma habitación del motel con
Shawn? ¿Dónde estaban los otros dos?
—Desconocido —dijo Val—. Está caminando. Esa es una buena
señal.
Fruncí el ceño, mis nudillos se pusieron blancos bajo la presión
mientras apretaba el volante.
—¿Qué hay de Derek? ¿Es posible que esté jodiendo contigo? —
preguntó Naomi.
—No —respondió Val.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Naomi.
—Porque fue arrestado hace tres semanas y acusado de
comunicación deliberada de inteligencia clasificada a una persona no
autorizada, bajo la Ley de Espionaje de mil novecientos diecisiete. Sin
embargo, tenemos información que él llamó pidiendo favores, y luego hizo
una llamada a Shawn sobre el paradero de Hailey.
—Maldición —dijo Sloan.
—Eso explica por qué Shawn hizo su jugada —dijo Naomi—. Su
hermano no está para cubrir sus huellas o rescatarlo. Lo último que
Derek podía hacer por su hermano era ayudarlo a crear una distracción.
—Sin ayuda, está desesperado y probablemente haya decidido que
no tiene nada que perder —le dije conduciendo más rápido.
Conduje hasta la noche, y luego Kitsch se puso detrás del volante.
Naomi se sentó entre nosotros, y a pesar de que Val tenía ojos en todas
las cámaras entre Amarillo y Fort Hood, todavía revisaba cada auto
blanco de cuatro puertas desde el asiento del pasajero. No hablamos
mucho, excepto para formar un plan a medias para cuando
encontráramos el automóvil. El objetivo era alejar a Darby de Shawn y
sus matones antes de que supieran que estábamos allí.
—Cristo —le dije—, probablemente esté aterrorizada.
—Y estresada. Martinez, espero que estés listo para esto —dijo
Naomi.
—Siempre listo —dijo. Levantó su maleta médica por el mango.
El sedán blanco se detuvo en Lubbock durante otra hora, y
nuevamente solo media hora después. Estuvimos veinte minutos detrás
de ellos cuando salieron de George's, un restaurante en Tahoka, Texas.
Justo al norte de Justiceburg, vi un par de luces traseras.
Finalmente, el sedán blanco apareció a la vista. —¡Son ellos!
—Está bien, tómalo con calma —dijo Naomi—. Quédate atrás,
Kitsch. Tenemos que jugar así de inteligente.
El sedán redujo la velocidad de setenta a sesenta y cinco, luego
cincuenta y cinco, y luego se detuvo en un parque de casas rodantes.
—Pásalo —dije—. Iremos a pie.
Kitsch pasó por el camino de polvo y me giré en mi asiento, viendo
su coche rebotar sobre el terreno irregular. Kitsch apagó los faros y tiró
del volante hacia la izquierda, cruzando el carril que se aproximaba y
haciendo rebotar el camión en un campo, aparcando un kilómetro al sur
de la ubicación de Shawn.
—¿Crees que nos vieron? —preguntó Naomi, atándose las botas en
nudos dobles, asegurándose el pelo en la nuca y quitándose la
chaqueta—. La luna está llena. Es como si fuéramos a escondidas a plena
luz del día.
—No estoy seguro —dije—. Prepárate para cualquier cosa.
Revisé mi Glock, le quité el seguro y tomé el punto, dirigiendo a
Sloan y Martinez a la línea exterior mientras el resto avanzábamos en
formación de cuña. Como en los viejos tiempos.
A trece metros de la línea de árboles que rodeaba el claro, pude ver
a Darby a través de las ramas. Se encontraba de rodillas, con los
pantalones mojados por el barro debajo de ella. Las puertas traseras del
sedán estaban abiertas de par en par, la tenue luz de la cabina del
automóvil resaltaba el brillo del sudor en su rostro.
Darby se agarró el estómago, se inclinó hacia adelante y gimió.
Corrí hacia adelante, pero Naomi me agarró la manga y negó con la
cabeza.
Darby puso las manos en el suelo, jadeando mientras miraba hacia
adelante con miedo. —Tienes que… tienes que llevarme a un hospital —
suplicó.
—¡Cállate! —gruñó Shawn—. Estoy pensando.
—¡No tenemos tiempo! —gritó Darby.
Mi mandíbula crujió, y apreté el mango de mi arma.
Naomi hizo un gesto con su mano para que tuviera paciencia.
Nos cubrimos detrás de los árboles que rodean el parque de casas
rodantes. Solo el sedán blanco y dos campistas se hallaban presentes.
Pude oír a Shawn y los otros dos hablando entre sí en tono angustiado.
Solo pude ver la parte superior del cabello de Darby. Ella estaba
agachada al lado del auto. —Maldición —dije, apoyando mi cabeza contra
el árbol—. Ella está cerca —susurré.
—Complica las cosas —dijo Naomi, su voz apenas por encima de
un susurro—. También podría trabajar a nuestro favor.
Los otros esperaban entre bastidores una orden.
Darby gritó de nuevo.
Me incliné, tratando de obtener una mejor visión. Miré a Martinez.
Indicó que podía verla y señaló su reloj. Nos quedábamos sin tiempo.
—¡Por favor! —gritó Darby.
—¡Cállate! —dijo el alto.
—Oh, voy a hacer algo más que tirarlo sobre su culo esta vez —
susurró Naomi.
Di la señal para movernos, y como una unidad, nos movimos.
Darby nos notó primero. Se sostenía el estómago, empapado en
sudor. Comenzó a medio reír, medio llorar. —Viniste —dijo, las lágrimas
corrían por su rostro.
—Estoy aquí, nena —dije.
Shawn se dio la vuelta, me echó un vistazo y buscó a Darby. Apreté
el gatillo de mi Glock, y la manga de la chaqueta de Shawn se deshizo.
Gritó, agarrando su antebrazo, pero solo rocé la tela, un agujero de bala
apareció en el auto detrás de él. Shawn se detuvo y luego extendió los
brazos hacia un lado. El alto corrió, pero Naomi puso tres balas en el
suelo alrededor de sus pies hasta que se detuvo.
—¿Hailey está bien? —preguntó Darby.
—Va a estar bien. Vamos a llevarte a casa.
Ofreció una sonrisa cansada. —¿Podemos pasar por el hospital
primero? —Su expresión cambió, y se dobló—. Fue él —gruñó,
levantando una mano temblorosa para señalar al alto—. Todd. Golpeó a
Hailey como una distracción.
Le miré. —¿Golpeaste el auto de mi hermana?
Pareció atrapado al principio, mirando en dirección a Shawn.
Cuando Shawn no dijo nada, la expresión de Todd se volvió desafiante.
—Sí, jodidamente la golpeé. —Sacó una pistola de la parte posterior de
sus pantalones, la ladeó y la levantó justo a mitad de camino antes de
que yo apretara el gatillo de mi Glock. Todd cayó de rodillas, una
expresión atónita en su rostro y sangre derramándose de su pecho.
Bajé la barbilla, mirando a Shawn. —Ahora todos tenemos una
razón para ir al hospital.
El otro amigo de Shawn se abalanzó sobre Darby, la agarró del pelo
y tiró de ella hacia el coche.
Darby gritó, alcanzando su cabello.
—¡A… Atrás! —dijo.
—Te cortaré esa maldita mano si no la dejas ir ahora mismo —le
dije, gritando la última parte.
—Suéltala, Terry —dijo Shawn, todavía con las manos extendidas.
—¡Atrás! —dijo Terry nuevamente. Soltó su cabello, pero sacó una
pistola de detrás de él, presionando el cañón contra el cuello de Darby.
—Te encuentras en inferioridad numérica —dijo Naomi—. Deja a la
chica. Sube al auto y vete. Ahora.
Terry y Shawn intercambiaron miradas. Todd jadeaba.
—Suéltala, y atenderé a tu amigo —dijo Martinez—. Su cavidad
torácica se llena de sangre. Está más cerca de sofocarse cada vez que
respira.
—¡Que nadie jodidamente se mueva! —gritó Shawn.
La cara de Darby se transformó cuando el dolor se apoderó de su
cuerpo. Gritó, sorprendiendo a Terry. Sloan apretó el gatillo, y Terry se
echó hacia atrás, una bala atravesó su corazón. Cayó contra el auto,
dejando una mancha carmesí al caer al suelo.
Hice una señal para que Darby se arrastrara hacia mí,
manteniendo mis ojos en Shawn.
—¡Darby! No lo hagas —gruñó Shawn.
Darby se congeló. Casi jadeaba, pero cerró los ojos con fuerza y
luego continuó. Caminé unos pasos hacia ella, manteniendo la pistola
sobre Shawn, y la ayudé a ponerse de pie, abrazándola a mí.
—¿Estás bien? —pregunté, besando su sien.
Me miró, con lágrimas en los ojos, pero una sonrisa de alivio en su
rostro. —Estoy mejor ahora —dijo, respirando con dificultad.
La sostuve a mi lado, dejándola poner todo su peso en mí.
—¡Quita tus manos de ella! —gritó Shawn—. ¡Es mía!
—Martinez —ladré. Martinez rompió la formación para atender a
Darby, la dejó en el suelo y la controló.
—Baja esa arma, coño —dijo Shawn.
—¿Quieres irte? —le pregunte—. ¿Quieres saber cómo es luchar
contra alguien que te devuelve el golpe?
—Trex, no —dijo Darby entre dientes—. Él tiene… —gimió,
doblándose.
—Baja el arma. Solo tú y yo, marine.
—Trex —advirtió Darby—. Él es... —gruñó y luego gritó a través del
dolor.
Puse mi Glock en el suelo y caminé hacia Shawn. —Esto va a doler
como el infierno, pero recuerda... te lo advertí. —Lancé el primer golpe
con cada rabia reprimida que sentí por él desde que conocí a Darby. Mi
puño se conectó con la mandíbula de Shawn. La sangre brotó de su boca
cuando su cabeza fue golpeada hacia un lado, pero se enderezó, luego me
miró y sonrió con sus dientes rojo oscuro.
Al principio no me di cuenta, el sutil escozor en mi costado, hasta
que Darby gritó.
—Tampoco la tendrás —dijo, sacando el cuchillo lentamente y
luego golpeándolo nuevamente y retorciéndolo.
Fue golpeado hacia atrás con una bala en el hombro, y cuando
volvió a atacarme, su cabeza se sacudió hacia un lado. Naomi sostuvo a
Vicky frente a ella, la más leve bocanada de humo surgía del cañon.
Shawn cayó al suelo con un ruido sordo, y me tambaleé hacia atrás, el
aguijonazo se convirtió en un dolor abrasador.
Me quede junto a Darby. Por un momento estuvo en silencio, el
único sonido era pitido de mis oídos, y de repente todo fue ruido.
Martinez me rasgó la camisa y se apresuró a buscar su bolsa.
—¿Trex? —dijo Darby. El sudor perlado en su frente. Su cabello
empapado. Parecía agotada.
—Siéntate —dijo Kitsch, ayudándome a recostarme contra su
mochila.
—Es solo una herida superficial —le dije, sintiendo que la sangre
caliente se derramaba de mi costado.
Martinez frunció el ceño. —Es más que una herida superficial,
idiota. ¿Qué demonios fue eso?
—Siempre el héroe —dijo Naomi, infeliz.
—Solo ponme un parche. Llevemos a Darby al hospital.
—¿Trex? —dijo Darby, alcanzándome.
Tomé su mano y la besé. —Estoy bien, nena. He sobrevivido a algo
peor que esto. Vamos a llevarte al hospital para que podamos conocer a
nuestra pequeña.
—Vamos a llevarlos a los dos allí —dijo Kitsch, viendo a Martinez
trabajar con el ceño fruncido.
Martinez llevó a Darby, y Sloan saltó a la camioneta para hacer
espacio. Me arrastré en el asiento trasero con Darby y Martinez. Kitsch
condujo, y Naomi tomó la escopeta.
—¿Te sientes bien? —le dije, apartando el pelo mojado que se
pegaba a las mejillas de Darby.
—He estado mejor —dijo con los dientes apretados—. ¿Qué hay de
tí?
Negué con la cabeza y mordí mi labio. —Ni siquiera duele.
Soltó una carcajada, luego se inclinó hacia adelante, una cadena
de palabras maldiciendo fluyendo de su boca.
Levanté las cejas y miré a Martinez.
—Están a un par de minutos —dijo Martinez—. Darby, ¿puedes
hacerme un favor? Inclínate hacía abajo y mira si puedes sentir su
cabeza.
—¿Qué? —dijo Darby.
—Son cuarenta minutos hasta el hospital más cercano —dijo
Martinez.
—Eso es a velocidades normales —dijo Kitsch—. Estaremos allí en
veinte.
—Darby —dijo Martinez, su voz fría y tranquila—. Inclínate y siente
si ella está coronando.
Darby se empujó contra el suelo con los pies y se inclinó sobre los
pantalones negros que se puso para trabajar la noche anterior. Sacudió
su cabeza. —Cerca, pero todavía no. —Me miró y sonrió—. Puedo sentirla.
Besé su frente. —Agárrate fuerte, cariño. Casi estamos allí.
—Quince minutos —dijo Sloan.
Darby tomó algunas respiraciones y luego se apoyó en mi hombro,
cerrando los ojos. Se hallaba agotada. Yo había perdido tanta sangre, no
me quedaba atrás.
—Quédate despierto, Trex —dijo Martinez, abofeteándome la
mejilla un par de veces.
—No voy a ir a ningún lado —dije—. Tengo una cita para cenar con
un par de chicas bonitas.
—Lo siento —dijo Darby, tomando respiraciones superficiales.
Negué con la cabeza y comencé a hablar, pero Martinez me
interrumpió.
—Darby, vas a hiperventilar si no tienes tu respiración bajo control
—dijo Martinez.
—A través de la nariz —le dije, llevándola con ella a pesar de que
dolía como una perra respirar profundamente—. Y sácalo —dije,
exhalando durante cinco segundos—. De nuevo… eso está bien.
Darby gritó, apretando los dientes e inclinándose, su generalmente
liso cabello rubio miel se hallaba enredado, empapado de sudor en las
raíces. —Trex —dijo, su voz estrangulada—. Ayúdame. —Comenzó a
llorar—. Por favor, ayúdame.
Tomé su mano y la apreté. —¡Kitsch!
—¡Seis minutos! —gritó.
Pude sentir que la camioneta se movía hacia adelante, y luego
escuché un sutil estallido y luego un chorro, como si alguien hubiera
derramado una jarra de agua en el piso.
—Rompió su fuente —gritó Martinez—. Darby, quítate los
pantalones. Podríamos estar asistiéndote en el camión.
—No —gimió Darby—. No puedo, yo…
—¿Darby? —dije, manteniendo mi voz tranquila—. Todos estamos
aquí para ti. Martinez es médico. Va a estar bien.
Darby me miró por debajo de la frente y luego asintió. Se levantó,
y Martinez la ayudó a quitarse los pantalones, luego su ropa interior.
Naomi se giró, colocando su chaqueta sobre las piernas de Darby.
Mientras Darby se apoyaba en mí, Martinez echó un vistazo rápido, luego
sus ojos se lanzaron directamente hacia mí.
—Trata de no empujar y podemos llegar al hospital. Relaja tu
cuerpo entre contracciones, durante todo lo que puedas.
La camioneta rebotó cuando entramos en la unidad del Cogdell
Memorial Hospital, y Kitsch pasó volando junto a la oficina, por una
franja de carretera, estacionando debajo de un saliente. Todos saltaron
excepto yo, y entonces mi puerta se abrió de golpe. Naomi me ayudó y
Martinez llevó a Darby a la entrada de la sala de emergencias.
—¡Necesitamos médicos! —gritó Martinez.
Un pequeño grupo de enfermeras salió corriendo y escuché a
Martinez explicar el estado de Darby y mío. Darby se encontraba sentada
en una silla de ruedas.
—Espera —dijo. Me señaló—. Él es el padre. Lo necesito conmigo.
Las enfermeras intercambiaron miradas, y una corrió a buscar otra
silla. Cogí la mano de Darby, y ella la tomó.
—¿Cuál es tu nombre? —preguntó la enfermera detrás de Darby
mientras nos empujaban a través de las puertas dobles.
—Scott Trexler —dije—. Ella es Darby.
La rubia se señaló a sí misma. —Soy Deirdre. Ella es Leslie —dijo,
asintiendo hacía la sonriente morena.
—Soy una futura Trexler —dijo Darby.
Apreté su mano. —Sí, lo eres —le dije con una sonrisa.
Nos condujeron a la sala de examinación, ayudaron a Darby a
ponerse un vestido y la metieron en la cama.
—¿Primer bebé? —preguntó la enfermera.
—Sí —dijo Darby.
—¿Primera puñalada? —me preguntó.
—En realidad, no —dije.
Todas las mujeres en la habitación intercambiaron miradas,
incluida Darby.
—Es un marine —explicó Darby.
Las enfermeras asintieron con comprensión y continuaron
trabajando.
Deirdre me cortó la camisa, usando la parte rota que Martinez
comenzó como guía. —Oh, Dios mío —dijo, levantando el vendaje—. ¿Tu
amigo tiene experiencia médica, supongo?
Asentí. Tenía el mismo acento que Darby y me hizo sonreír. —Si
estoy bien.
—Esos son bastante feos. Has perdido mucha sangre. —Miró a
Leslie—. Deberíamos ponerlo en la sala de exámenes tres.
—Voy a pasar el rato aquí hasta que vea a mi hija llegar al mundo,
y luego podrás llevarme a donde necesites llevarme.
—Trex —dijo Darby.
—He estado soñando con este momento durante meses. No me lo
perderé. —Tomé mi mano contra el vendaje—. He estado mucho peor que
esto.
Leslie dudó. —A la doctora no le va a gustar esto.
—Creo que ella estará más interesada en la historia —dijo
Deirdre—. Sé que lo estoy.
Darby contuvo el aliento, luego gritó. Leslie la miró por menos de
un segundo.
—Está coronando.
Ambas enfermeras entraron en acción, arreglando los estribos y
una mesa auxiliar. Luché para acercarme más.
—Voy a ayudar —dijo Leslie, tirando de mí hacia atrás, así que
estaba sentado al lado de Darby.
Agarré su mano y le besé los nudillos. —Lo vas a hacer genial,
cariño.
—Bueno, hola —dijo una mujer con uniforme azul y una bata de
laboratorio blanca cuando entró en la habitación. Permaneció de pie en
el fregadero un buen rato, se lavó las manos antes de ponerse los guantes
y luego se sentó en un taburete, escurriéndolo hacia adelante hasta que
estuvo sentada entre las piernas de Darby—. Soy la doctora Barnes.
Parece que te ayudaré a dar a luz a tu bebé en unos minutos. —Me
examinó, mirando por encima de sus gafas rectangulares—. Debería ser
una buena historia en las fiestas de cumpleaños.
Deirdre se encontraba parada en un lado de Darby, Leslie en el
otro, y cuando llegó el momento de empujar, levantaron los pies de Darby
y empujaron sus rodillas hacia su estómago, sus palmas contra las
plantas de sus pies. Cuando llegó el momento de descansar, devolvieron
las piernas de Darby a los estribos. Contuve la respiración con cada
empuje, contando con las enfermeras. En los treinta o dos segundos en
que Darby podía descansar, se volvió y me sonrío.
—Te amo —dijo—. No sé lo que pensaba. No pensaba, solo estaba
ma…
Gritó y empujó, Deirdre y Leslie le agarraron de nuevo, contando
hasta diez.
—Lo estás haciendo muy bien —dijo Leslie.
—Muy bien —dijo Deirdre, asintiendo. Me miró—. Deja de contener
la respiración, o no estarás consciente cuando nazca el bebé.
—Sí, señora —le dije, tomando una respiración profunda.
Seis empujones, y la carita de Maddie apareció. Seis empujones
más, y el resto de su pequeño cuerpo se deslizó de repente como un
guisante de una vaina. La doctora Barnes puso a Maddie en el estómago
de Darby mientras Deirdre frotaba el pequeño cuerpo de Maddie con una
manta de recepción.
Esperé por su primer llanto. Pareció tardar una eternidad, pero
finalmente, Maddie respiró hondo y el sonido más hermoso que había
escuchado llenó la habitación.
Darby se rio y lloró, y yo también. Esta pequeña y babosa niña rosa
con rizos oscuros y húmedos pegados a su cabeza temblaba y gritaba en
el vientre de Darby, y me sentí honrado de ser testigo de ello.
Darby me miró con una sonrisa brillante, las horas de dolor que
acababa de soportar instantáneamente olvidadas. Picoteé sus labios dos
veces, luego sonreí mientras veía trabajar a las enfermeras.
—Ha llegado un poco antes —dijo Deirdre.
—¿Está bien? —preguntó Darby
—Fresca como una rosa —dijo Deirdre con una sonrisa.
—¿Cortaremos el cordón? —preguntó la doctora Barnes.
Miré a Darby por el visto bueno, y una vez que asintió, tomé las
tijeras de la doctora y corté entre las dos abrazaderas como lo indicó. —
Mierda —dije—. Eso simplemente sucedió.
—Correcto —dijo la doctora—. Buen trabajo, papá.
Solté una carcajada, sintiendo que las lágrimas me quemaban los
ojos. Era padre. Era el padre de Maddie.
Deirdre sujetó el cable y envolvió a Maddie en otra manta de
recepción antes de colocarla suavemente en los brazos de Darby.
—Oh, Dios mío —le dijo Darby a Maddie, tocando su pequeña nariz
y luego sus dedos en miniatura—. Estás aquí.
—Bebé de Navidad —dijo Leslie, colocándose las muñecas en las
caderas.
—Mira lo que hiciste —le dije, tocando la mejilla de Darby,
mirándola arrullar y susurrarle cosas dulces a Maddie—. Definitivamente
va a tener que cambiar esa piedra natal —dije con una sonrisa.
Darby me miró, su sonrisa se convirtió en preocupación. —Te ves
pálido. Doctora Barnes, debería echar un vistazo a las heridas de Trex.
Parpadeé, de repente me sentí cansado.
—Me siento un poco raro, en realidad.
—¿Trex? —dijo Leslie. Su voz sonaba como si estuviera bajo el
agua.
—¿Trex? —dijo Darby—. ¿Qué está pasando? ¡Oh Dios mío!
¡Ayúdenlo!
—¿Trex? —dijo Leslie a mi lado. Agarró mi muñeca, tomando mi
pulso. Quería hablar, decirles que estaba bien, pero nada funcionó.
—¡Vamos a llevarlo a la sala de examen tres! ¡Ahora! —gritó la
doctora Barnes.
Traducido por Auris
Corregido por AnnyR’

Darby
Cuando mis ojos se abrieron, instintivamente me estiré hacia el
lado de la cama de Trex. Solo me tomó un segundo recordar que no se
hallaba allí. Agarré su almohada y la acerqué a mi pecho, abrazándola,
respirándolo. Era mi olor favorito, ahora junto con la forma en que el
cabello de Maddie olía después de un baño.
Podía oírla gorgojando a través del monitor de bebé, el colchón de
la cuna crepitaba bajo su cuerpo mientras se movía. Solté la almohada y
me senté, dejando que mis pies colgasen por el costado. A Maddie le
encantaba levantarse antes que el sol, al igual que a Trex. Aunque su
nacimiento estuvo rodeado por la muerte, aun así era una luz brillante
en la oscuridad; a pesar de perder a Lane, e incluso a Shawn, y… cerré
los ojos, negándome a pensar en el resto.
Me puse los zapatos de casa y cogí mi bata del borde de la cama,
envolviéndola a mí alrededor mientras me dirigía hacia el cuarto de la
niña. La casa se hallaba casi en silencio, parecía incluso más grande que
antes. Ahora que Shawn y sus amigos no eran una preocupación, era
aún más libre. Nadie podría volver a lastimarme a mí ni a Maddie.
Empujé la puerta de madera de su cuarto de niños, la tenue luz de
la cocina se metió. La cuna de Maddie se encontraba vacía.
—Buenos días, mami —dijo Trex suavemente, sosteniendo a
Maddie contra su pecho. La mecía, acariciando suavemente el mechón
de cabello rubio en su cabeza. Se veía tan pequeña y relajada en sus
brazos, con sus pequeños dedos alrededor de uno de los de Trex.
Me apoyé contra la jamba de la puerta, cruzando los brazos. —
Divirtiéndose sin mí, ya veo —susurré.
Maddie se movió, girando su cabeza hacia mi voz.
—Estábamos tratando de dejarte dormir. ¿Pesadillas otra vez?
Negué con la cabeza. —Desde que el senador ayudó a asegurar que
no se presentaran cargos contra ninguno de ustedes, han sido menos
frecuentes. Son mis pechos. Se han convertido en despertadores.
—Bien por los sueños. No estoy seguro sobre los senos.
Maddie gimió.
—Oh, oh. Alguien quiere desayunar —dijo Trex.
Trex se puso de pie, y extendí los brazos. Cambiamos de lugar, y
recosté a Maddie en mi regazo, levanté mi camiseta y la puse sin esfuerzo
sobre mi pecho. Trex me entregó una almohada, ayudándome a colocarla
debajo de la bebé mientras mamaba. Me entregó dos paños para bebés,
puse uno sobre mi hombro y el otro debajo de mi sostén de maternidad
para no ensuciar el otro lado. Ya éramos una máquina bien engrasada.
Se inclinó para besarme. —¿Qué tal el desayuno para ti?
Suspiré. —Cualquier cosa. Hoy en día me despierto sintiéndome
muy hambrienta.
—Salen unos huevos y tocino. —Sus calcetines se deslizaron por la
alfombra, y luego salió al pasillo. Sus pasos apenas eran audibles, pero
podía escucharlo hurgar en la cocina lo más silenciosamente que podía.
Bajé la mirada, encontrándome con la de Maddie. Sacó todo a mí:
mis ojos, mi barbilla, mi estructura ósea. Deseé tener mis fotos de bebé
para poder mostrarle a Trex cuánto se parecía a mí, pero no necesitaba
convencerlo. —Buenos días, mi amor —arrullé, empujando con los pies
para mecernos de un lado a otro.
Trex se tomó dos semanas del trabajo por baja por paternidad, pero
todos estaban de vacaciones por Año Nuevo, y esperábamos que todos
nuestros amigos nos visitaran. El equipo completo de Trex iba a venir, y
también Hailey y los padres de Trex, Stavros y Ander, los Alpine hotshot,
y unos cuantos de los otros escuadrones que conocí en Black Mesa y el
escuadrón de Craig. J.D., Carly, y sus chicas también estaban de camino.
No veía a Carly desde que me dejó en la estación de autobuses de Killeen,
Texas. Me hallaba ansiosa por abrazarla y agradecerle. Si no fuera por
Carly, no estaría en esta habitación con mi hija, con mi novio cocinando
para mí en el pasillo. Era más probable que no estaría en este mundo en
absoluto.
Pensé en cómo explicar todo esto a Maddie algún día, ser sincera
de la manera más gentil posible, pero solo tenía que esperar que eso
llegara. No había una manera fácil de decir que Trex no era su verdadero
padre y que Shawn me lastimó de una manera que nunca podría admitir.
Que fue asesinado por tratar de matar a Trex después de haber matado
a una joven cuyo único crimen fue tratar de usar a Shawn para poner
celoso a su ex amante.
—Finalmente lo pusieron en el periódico. Obituario de Lane —dije.
—Lo vi —dijo Trex, con expresión sombría—. Era un desastre, pero
no se lo merecía.
Sacudí la cabeza. —Sé lo que sintió. Sé el dolor, todo lo que le hizo
pasar. No puedo dejar de pensar en eso. Y Stavros y Ander luchando al
estar sin Tilde…
—Y en ti luchando al estar sin Tilde.
Asentí. Hablamos tan libremente ahora, sobre todo. Con todo lo
que sucedió, tuve que hacerlo. —¿Cómo lo hiciste? ¿Continuar como
siempre después de saber lo que sabes y ver lo que has visto?
—Es una nueva normalidad. Toma tiempo. A veces se necesita
terapia, y está bien.
Miré a Maddie, sabiendo que le debía el sanar. —Es una buena
idea.
—Podemos ir juntos si quieres.
Sopesé los pros y los contras de omitir la verdad y dejar que mi
pequeña niña pasara el resto de su vida sin esa carga. La idea de Trex
semanas antes de ocultarle la verdad de Maddie no parecía tan mala.
Nadie con vida, excepto Trex y yo, sabíamos que Maddie no era
biológicamente suya. Nadie tenía que saberlo nunca.
Cuando Maddie terminó de mamar, la sostuve contra mi pecho,
acariciando y frotando su espalda hasta que soltó un leve eructo, y luego
la recosté en su cuna. Protestó por unos segundos antes de volver a
dormirse.
—¿Trex? —dije, uniéndomele en la cocina, con el monitor para
bebés en la mano.
—¿Si, cariño? —dijo, concentrado en no botar los huevos mientras
los trasladaba de la sartén a nuestros platos.
—Estaba pensando… prácticamente he estado manejando el hotel,
de todos modos. No quiero que cierre. Hicimos tantos buenos recuerdos
allí.
—¿En qué piensas?
—¿Pensé que… tal vez… podríamos considerar ingresar al negocio
de la hotelería?
No dudó. —Serías buena en eso. Y apuesto a que Stavros te daría
un gran acuerdo.
Sonreí. —¿Si?
Asintió sin vacilar. —Sí. Te encantaba estar allí.
—Tal vez lo haga —dudé.
—¿Hay algo más?
—¿Qué dijiste antes sobre adoptar a Maddie?
—¿Sí? —dijo, usando las tenazas para coger el tocino y ponerlos en
nuestros platos. Apagó las hornillas y luego se dio la vuelta, con un plato
en cada mano.
—He estado pensando cómo vamos a explicar todo esto. Deberías
adoptarla, y ya. Es tuya. Siempre ha sido tuya.
—¿Qué quieres decir? —preguntó, juntando las cejas.
—Creo que tienes razón. Omitir la verdad para proteger a alguien
que amas no es lo peor del mundo. No puedo pensar en una sola razón
por la que deberíamos cargar a Maddie con la verdad sobre Shawn. Creo
que deberíamos enterrarlo y nunca volver a hablar de eso.
—Entonces… nunca decirle…
—Tú eres su padre. Yo soy su madre. Esa es la verdad.
—¿Te encuentras segura?
Asentí. —¿Estás dentro?
Trex puso los platos sobre la mesa y me envolvió con sus brazos.
Me besó suavemente, dejando que sus labios permanecieran un rato allí
antes de responder. —Para toda la vida.
Me senté en la mesa del comedor al lado de Trex, tomándolo de la
mano mientras decía una oración rápida, y luego me sumergí en sus
famosos huevos revueltos. Gemí de satisfacción.
Suspiró—: Vaya, extraño ese sonido.
Solté una risita. —Cuatro semanas y media más
Hizo una mueca. —Totalmente comprensible y, sin embargo, una
completa tortura.
—Tenemos mucho que hacer hoy —dije—. Voy a limpiar, tú vas a
hacer refrigerios y…
—Quitar las luces de Navidad de la casa y guardar las
decoraciones. Además, celebrar el primer Año Nuevo que no estoy
borracho.
Sonreí, descansando la barbilla en la palma de mi mano. —
Recuerdo la primera vez que te vi, cuán odiosamente persistente eras con
tu bondad, cómo, sin pedírtelo ni esperar nada a cambio, me cuidaste,
me vigilaste, me enseñaste cómo debe ser el amor antes de saber que te
amaba. Incluso cuando no estaba segura, cuando te di largas, cuando
actué con terquedad… me amaste de todas maneras. —Hice un gesto
hacia la casa—. Compraste todo esto para nosotros con la esperanza de
que yo también lo quisiera. —Negué con la cabeza—. ¿Cómo? ¿Cómo he
sido tan afortunada?
Sonrió, tomándome la mano y besando la palma. —No,
definitivamente soy yo el afortunado.
—No he hecho nada más que luchar contra ti en cada paso del
camino.
—Valió la pena —dijo, masticando el bocado de tocino que acababa
de poner en su boca. Miró alrededor de la habitación—. Eres mi hogar.
Esta es nuestra casa. Maddie la completa. Créeme, he pasado toda una
vida de no ser bueno para nadie. Si estoy bien, es por ti. Si soy amable,
es porque me haces desear serlo.
Toqué su mejilla, dejando que mis dedos recorrieran la barba de su
mandíbula. —Estoy tan enamorada de ti.
Suspiró, con pura satisfacción en el rostro. Al momento siguiente,
sus ojos se iluminaron. —Mierda. Iba a hacer esto más tarde cuando
todos llegaran. —Se puso de pie, caminó hacia el árbol de Navidad, y sacó
una caja de las ramas en la parte de abajo—. No puedo no hacerlo ahora.
Es un momento demasiado perfecto.
Puso la caja frente a mí, y mis ojos inmediatamente se llenaron de
lágrimas.
—Alerta de información —dijo.
—¿No es lo que pienso? —dije, abriendo la tapa. Era mi anillo, la
amatista fue reemplazada por la piedra natal de diciembre de Maddie,
una tanzanita azul oscuro. A la derecha se hallaba la piedra de junio de
Trex, y la mía a la izquierda.
—Piedra lunar para la mía, porque soy varonil y una perla
simplemente funcionaba. Y la tuya es aguamarina. Resulta que ciertos
meses, como marzo, tienen algunas opciones. La tuya también podría
haber sido una piedra de sangre, pero me gustó la forma en que la
aguamarina se veía con las demás. Espero que esté bien.
El resto de las piedras de cada lado eran pequeños diamantes. —
Es hermoso —dije, secándome la mejilla.
—Y mientras estaba allí… —Levantó un segundo anillo entre
nosotros.
La banda era de oro, el diamante adjunto era ovalado con una
docena de pequeños diamantes bordeando los lados de la banda.
Me cubrí la boca con una mano, mirando la perfección entre sus
dedos, mis ojos instantáneamente se empañaron con lágrimas.
—Lo primero es lo primero —dijo, poniéndose de rodillas—. No es
así como lo planeé. Pero cuando dices que me amas de esa forma, todos
los planes salen por la ventana. Darby… —suspiró y sonrió—. He estado
diciendo durante años que estabas en algún lugar de mi futuro. La
primera vez que te vi, me di cuenta de que el amor a primera vista existía.
La noche que pasamos horas hablando en el vestíbulo del hotel, nuestra
primera cita, la primera vez que pasamos la noche juntos, la primera vez
que fui contigo a una cita con el médico, la primera vez que me dijiste
que me amabas, la primera vez que viste la casa en persona… todos
empatan siendo los mejores días de mi vida… por lejos. Y todos esos
combinados no se comparan con el momento en que te vi sostener a
Maddie por primera vez. Tú y esa pequeña —dijo, deteniéndose un
momento para aclararse la garganta—, me han dado algo que nunca
antes había tenido. Y sería un gran privilegio y honor si fueras mi esposa.
Darby Rose Dixon, ¿te casarías conmigo?
Me limpié las lágrimas y asentí, mis hombros temblaban mientras
lloraba. Trex, como siempre, esperó pacientemente. Todo tenía sentido.
Me había perdido para que él me encontrara. Tan pronto como pude
formar una palabra coherente, dije—: Sí.
Trex deslizó el anillo sobre mi dedo y luego se apoyó por completo
sobre sus rodillas para abrazarme. Enterró el rostro en mi cuello, con sus
mejillas tan húmedas como las mías. —Te amo —susurró.
—Te amamos —dije, sabiendo que Maddie se hallaba de acuerdo
en que hablara en su nombre mientras dormía.
A partir de ese momento, tendríamos días perfectos, algunos que
apestaran, los difíciles, los que nos dejaran en la cama yaciendo uno al
lado del otro, exhaustos pero sosteniéndonos las manos. El tipo de
perfección donde, en esos momentos mundanos y caóticos,
encontráramos la aceptación y la felicidad que ambos habíamos estado
buscando.
Agradecimientos
Gracias a Tyler Vanocer por enseñarme todo lo que sé sobre los
hotshots.
A Andrew Thomure por enseñarme todo lo que sé sobre el FBI.
A Christie Kersnick por enseñarme todo lo que sé sobre lo Marines.
¡Tú, mi amiga, eras genial en ese entonces, y todo lo que has superado
desde ese en entonces te hace genial ahora!
Y también quiero dar muchas gracias a Rober Madson por
responder mis preguntas muy tarde en la noche sobre rangos, jergas
militares y completar los espacios en blanco.
Sobre el autor
Jamie McGuire nació en Tulsa, Oklahoma. Asistió
al Northern Oklahoma College, la Universidad de
Oklahoma Central y el Centro Tecnológico Autry,
donde se graduó con una licenciatura en
radiografía.
Jamie allanó el camino para el género New Adult
con el best seller internacional Beautiful Disaster.
Su siguiente novela, Walking Disaster, debutó en
el número uno en las listas de best-sellers del New
York Times, USA Today y Wall Street Journal.
Beautiful Oblivion, libro uno de la series Maddox
Brothers, también encabezó la lista de best-sellers
del New York Times, debutando en el número uno.
Jamie vive en Steamboat Springs, Colorado, con
su esposo, Jeff, y sus tres hijos.

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