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LA GRAN COMISIÓN, SEGÚN LOS CUATRO EVANGELIOS

Quisiera referirme al tema de La Gran Comisión, según los cuatro


Evangelios. No sé con exactitud si se trata de una expresión evangélica
o si también los católicos la utilizan para referirse a las últimas palabras
de Jesús registradas en los Evangelios.

En castellano, la palabra “comisión” tiene por lo menos dos acepciones:


1. Se utiliza para referirse a una junta o grupo de personas que forman
una comisión, ya sea directiva o consultiva.
2. La raíz de la palabra comisión es “misión”. Así que también se podría
hablar de “la gran misión”, porque se trata un encargo, de una
misión que nos encomendó Cristo antes de irse al cielo. Quizás hoy la
palabra “misión” se utiliza más que “comisión”.

Los cuatro Evangelios registran la vida, muerte y resurrección de Cristo,


sus enseñanzas, sus milagros y sus predicaciones desde diferentes
ángulos, como si cuatro periodistas diferentes hubieran relatado los
mismos acontecimientos.

A los tres primeros se los llama “Evangelios Sinópticos” porque son


bastante parecidos. “Sinopsis” significa aquello que se puede ver en un
solo cuadro.

En cambio, el Evangelio de Juan, que fue escrito bastante después,


contiene un relato diferente y complementario, en dos aspectos:

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1. Narra cuestiones que no se encuentran en ninguno de los otros tres


Evangelios. Tiene un enfoque más teológico.
2. Por otro lado, mientras que los Evangelios Sinópticos muestran
fotografías o una película de la obra de Cristo, Juan nos lleva a ver la
radiografía, o sea la realidad interna del ministerio de Cristo. Se
concentra en la revelación interna y no tanto en la externa.

Por lo tanto, los cuatro Evangelios nos dan el panorama completo. Es


bueno que haya cuatro testimonios o testigos de aquello que se relata y
menciona.

Me referiré a “la gran misión” que nos encargó Cristo, según los cuatro
Evangelios.
Mi idea no es hacer un estudio extenso, pero sí quisiera subrayar los
aspectos esenciales, de acuerdo con la carga profética que el Señor
puso en mi corazón.

Evangelio de Mateo

Comenzaré por el Evangelio de Mateo:


“Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en
el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las
naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu
Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado;
y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.
Amén” (Mateo 28.18-20).

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El aspecto distintivo del pasaje de Mateo es una frase que no se


encuentra en los demás Evangelios. Se trata justamente de aquello que
siempre subrayamos: “Id y haced discípulos”.
Jesucristo dijo: “El Padre me dio todo poder en el cielo y en la tierra, por
lo tanto, vayan y hagan discípulos a todas las naciones”. No dijo: “en
todas las naciones”, sino “a todas las naciones”. Y eso significa: “Vayan
y hagan que todas las personas de todas las naciones sean mis
discípulos”.
Por lo cual, según las palabras registradas por Mateo, Jesús les dio a los
discípulos el objetivo de la gran misión: hacer discípulos.

Para Dios la sociedad se divide en dos clases de personas: los discípulos


y los que no lo son. Y Jesús envía a los discípulos a que vayan a los que
no lo son para transformarlos en discípulos. Esa es justamente la meta, el
objetivo de la misión.
Él no dijo: “Vayan y hagan reuniones o encuentros”, ni siquiera grupos
de hogar. Tampoco: “Vayan y construyan templos”, sino “Vayan y
hagan discípulos”.

Cuando estuvo el pastor Phitsanunart, de Tailandia, en Buenos Aires en


el año 2007, como principal orador del retiro de pastores y obreros, se
puso como lema: “Plantar iglesias, plantar el reino”.
Sin embargo, el Señor no dijo: “Vayan y planten iglesias”, sino “vayan y
hagan discípulos”. Estaba apuntando a la esencia.

Y si nosotros vamos a algún lugar con la idea de plantar una iglesia tal
vez tengamos una visión distorsionada de lo que ella es (por ejemplo,
pensar en conseguir un salón, un terreno, construir un edificio, alquilar un
lugar, poner sonido, micrófonos, púlpito, sillas, teclado, música o un

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cañón), porque estamos pensando en la congregación, y todos esos


elementos son muy útiles para la reunión congregacional. Sin embargo,
Jesús dijo que debíamos hacer discípulos.

Podemos tener una congregación (gente congregada) pero no tener


discípulos. También podemos cantar, orar y predicar, pero no tener
discípulos. Y si no hay discípulos, puede tratarse de una congregación
pero no de una iglesia.

En cambio, si nos centramos en el objetivo de hacer discípulos, en el


momento en que tengamos los primeros dos ya habrá una iglesia.
Porque Jesús dijo: “Donde hay dos o tres congregados en mi nombre allí
estoy yo en medio de ellos”.

Por lo tanto, Jesús aquí está enfocando el aspecto esencial. Y en Mateo


agrega el gran recurso para esa tarea: “Yo estoy con ustedes todos los
días”; o sea, no están solos.

Entonces, al avanzar en este proyecto 2020 (que haya una iglesia en


cada localidad de Argentina para el año 2020), debemos
concentrarnos en “plantar una comunidad de discípulos”. Si hay dos ya
podemos hablar de una comunidad de discípulos, no simplemente de
una congregación.
Así que, debemos concentrarnos en ese aspecto.

En este pasaje también se habla acerca de la manera de hacer


discípulos: “Bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del
Espíritu Santo”.

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Cuando la persona se bautiza se convierte en discípulo.


¿Y luego cómo seguimos? “enseñándoles…”

“Discípulo” significa alumno. Hoy a un niño que va a la escuela se lo


llama alumno, pero antiguamente se le decía discípulo. Un discípulo es
alguien que aprende. ¿Y qué es lo que debe aprender un discípulo del
Señor? A vivir conforme a su voluntad.

¿Cómo hacemos que alguien sea discípulo? En primer lugar,


bautizándolo. El bautismo no debe ser una imposición, sin embargo
Mateo no lo aclara. Entonces, vayamos al Evangelio de Marcos, quien
completa este concepto.

Los cuatro Evangelios son complementarios, porque cuando Jesús les


dijo estas palabras cada uno registró algunas.

Evangelio de Marcos

Veamos lo que Marcos registró:


“Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura.
El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será
condenado” (Marcos 16.15-16).

Mateo dice que el objetivo es hacer discípulos, y Marcos agrega el


modo en que se debe predicar.
La Gran Comisión está muerta y paralizada si no evangelizamos. Recién
se pone en movimiento cuando comenzamos a predicar.

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¿Y qué debemos predicar? El evangelio. ¿A quiénes? A todas las


personas con las que tenemos contacto en nuestra vida diaria.

La palabra predicar viene del verbo griego “kerissein”, de donde


proviene el término “kerigma”.

Kerigma es sinónimo de evangelio, y significa la buena noticia de que


Jesús vino a la tierra, siendo Dios se hizo hombre, murió por nuestros
pecados, resucitó y es el Señor. También que tiene poder para cambiar
nuestras vidas, transformarnos y hacernos nuevas personas. Cuando
damos esa buena noticia la misión se pone en marcha. Si dejamos de
hablar esta se detiene.

Por lo tanto, la misión se moviliza cuando predicamos el evangelio a


toda criatura.

¿Y a quién debemos bautizar? A los que creen.


Entonces es necesario predicarles a todos. Sin embargo, no todos los
que oyen creerán. Por lo tanto, el requisito para ser discípulo es
bautizarse; y la condición para bautizarse, según Marcos, es creer.

Además, agrega otro detalle en los versículos que siguen:


“Y estas señales seguirán a los que creen: En mi nombre echarán fuera
demonios; hablarán nuevas lenguas; tomarán en las manos serpientes, y
si bebieren cosa mortífera no les hará daño; sobre los enfermos pondrán
sus manos, y sanarán” (vv. 17-18).

Debemos practicar lo que Jesús nos dijo: predicar a todos y bautizar a


los que creen.

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Y al predicar nos encontraremos con personas oprimidas, enfermas,


atadas por el diablo o endemoniadas. Por lo tanto, tendremos que
echar fuera demonios y poner las manos sobre los enfermos confiando
en que Cristo las sanará.
En esa fe y osadía debemos cumplir La Gran Comisión.

Evangelio de Lucas

Vayamos ahora al Evangelio de Lucas:


“Entonces les abrió el entendimiento, para que comprendiesen las
Escrituras; y les dijo: Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo
padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día; y que se predicase
en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las
naciones, comenzando desde Jerusalén. Y vosotros sois testigos de estas
cosas” (Lucas 24.45-48).

Aquí Lucas agrega dos detalles interesantes que no se encuentran ni en


el relato de Mateo ni en el de Marcos:

1. Habla acerca del arrepentimiento.


Mateo señala el objetivo: “hacer discípulos, bautizándolos”. Marcos
dice: “el que creyere será salvo. Y Lucas agrega: “y que se predicase
el arrepentimiento”. En la versión Reina Valera agrega: “y el perdón
de los pecados”. Sin embargo, en el griego dice “para el perdón de
los pecados”, lo que tiene más sentido.

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2. Señala que se debe comenzar desde Jerusalén.


Mateo dice: “Id a todas las naciones”, y Marcos: “Id por todo el
mundo”. Sin embargo, Lucas agrega un detalle: “comenzando
desde Jerusalén”.

La gran misión comienza en donde vivimos, y de allí hasta lo último


de la tierra. Comienza en el lugar donde Dios nos puso, no cuando
nos vamos a otra ciudad o país, sino allí donde estamos.

Entonces, son estos los ingredientes que complementan los Evangelios


Sinópticos.

Evangelio de Juan

Vayamos ahora al de Juan.


Aquí la gran misión no se encuentra en el último capítulo (el 21), aunque
se hace referencia a ella (Jesús le dice a Pedro: “si me amas, apacienta
mis ovejas”), sino en el capítulo 15.

Jesús dice:
“Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador. Todo pámpano que
en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará,
para que lleve más fruto. Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os
he hablado. Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no
puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco
vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los pámpanos;
el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque
separados de mí nada podéis hacer. El que en mí no permanece, será

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echado fuera como pámpano, y se secará; y los recogen, y los echan


en el fuego, y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen
en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho. En esto es
glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis
discípulos” (Juan 15.1-8).

Y en versículo 16 se ve aún con mayor claridad La Gran Comisión: “No


me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he
puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca”.

Noten la diferencia que existe entre los demás Evangelios y el de Juan.


Mientras Mateo, Marcos y Lucas muestran la acción externa de La Gran
Comisión —ir, predicar, bautizar, creer, arrepentirse, comenzar desde
Jerusalén—, Juan abre otra visión acerca del tema. Muestra la realidad
interna que se produce en los discípulos, aquello que produce la vida
que se multiplica.

Jesús, en Juan 15, está hablando de la gran multiplicación, y por eso


presenta esa extraordinaria y magistral alegoría: “Yo soy la vid
verdadera y mi Padre es el labrador”.

En ella, el Padre es el labrador, Cristo es el parral (o la parra, como se


dice vulgarmente) y nosotros los pámpano o ramas. Y dice que a todo
pámpano que no dé fruto el Padre lo cortará, y al que dé fruto lo
podará para que dé aún más. “El que en mí no permanece, será
echado fuera como pámpano, y se secará; y los recogen, y los echan
en el fuego, y arden”.

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Y continúa diciendo: “Este es mi mandamiento… que permanezcan en


mí”. No que llevemos fruto, sino que permanezcamos en él.
¡Qué extraordinario!

Y las alegorías continúan: “Así como una rama no puede dar fruto
(uvas) si no está en la parra (porque la rama nació de la parra y fue
creada para estar unida a ella), ustedes tampoco. Ustedes nacieron de
mí, por eso deben permanecer en mí y yo en ustedes. Y si permanecen
en mí llevarán mucho fruto”.

No se trata de un mandamiento, sino de una verdad.


Jesús nos está diciendo: “¡Alégrense! Si permanecen en mí darán
mucho fruto”.

La rama está en la vid, pero la vida se encuentra dentro de la rama, en


la savia que corre por su interior. Y si tiene vida dará mucho fruto.

Hay árboles que fueron plantados para dar sombra; otros son muy
bonitos, decorativos, pero no dan fruto. Otros fueron plantados porque
su madera es buena.
Cada uno fue plantado y cultivado para un fin determinado.

La parra no es un árbol decorativo. No hay nada más triste que una


parra en invierno. ¡Y cómo ensucia el patio! Antiguamente, la gente
tenía parras en sus patios.
Tampoco es un árbol del que se puede extraer madera. Su tronco no
sirve ni para hacer fuego.

Si alguien tiene una parra persigue un único objetivo: que dé fruto. Lo


que le interesa son las uvas.

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El Señor se compara con la vid. No se trata de una religión decorativa.


Lo que Jesús anhela es que sus discípulos (ramas o pámpanos) den
fruto.

Lo que agrega Juan, que no lo incluye ninguno de los otros tres, es


tremendo. Habla acerca de quiénes deben dar fruto, quiénes deben
llevar a cabo La Gran Comisión: Cada pámpano, cada discípulo tiene
la vida de Dios en él, y por ende debe llevar fruto.

Jesús dice: “Ustedes no me eligieron a mí. Yo los elegí a ustedes. Y los


puse para que vayan y lleven fruto, y ese fruto permanezca”.
Fuimos elegidos desde antes de la fundación del mundo. Dios pensó en
cada uno de forma especial; y al hacerlo pensó en una vida que se
multiplica. El Señor nos diseñó de esa manera.

Así como el pámpano es parte de la vid, nosotros somos parte de Cristo.


Y la vid no abarca solo el tronco, sino también las ramas, el fruto, las
hojas y la raíz.

¡Que maravilla! Puso parte de Cristo en nosotros.


Nosotros somos las ramas (los pámpanos), pero Cristo es el todo. La vida
de Cristo es eterna, poderosa. Por lo tanto, el poder de una vida
indestructible está dentro de nosotros, y nosotros estamos en él. Somos
parte de Jesucristo, así como los pámpanos son parte de la vid.
¿Y dónde nos colocó? En la vid.

“No me eligieron ustedes a mí, sino que yo los elegí a ustedes y los he
puesto, los he plantado en mí (nos escogió en él antes de la fundación
del mundo) para que sean santos y lleven fruto que permanezca”.

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¡Qué maravilla! Es el principio de la multiplicación. Cada pámpano


llevará mucho fruto.

No se trata de un activismo externo que redunda en obras muertas, sino


que viene del amor de Cristo que fluye dentro de nosotros, de su
Palabra que nos desborda, de su gozo que habita en nosotros y que nos
lleva a desear compartir esta vida con los demás. Dentro de nosotros
fluye el amor ágape. Es Dios que nos llena, nos embriaga y nos motiva a
compartir con los demás lo que Cristo ha hecho en nuestras vidas y
quiere hacer en la de los demás.

Normalmente, los árboles dan fruto una vez al año. Hay algunos, como
los limoneros, que dan en las cuatro estaciones; pero en general dan
nuevos frutos cada año, y en abundancia.

¿Sería demasiado pensar que si estamos en Cristo y él en nosotros, y si


los 365 días del año vivimos en comunión con él, oramos, fluimos, somos
testigos, ayunamos y predicamos, cada uno tenga como mínimo un
discípulo nuevo por año? En un año tenemos infinidad de
oportunidades, contactos y gente con la que nos encontramos.
No olvidemos que nuestra misión es dar fruto; eso es lo que el Padre
busca. “En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y
seáis así mis discípulos” (v. 8).

Si en una congregación de 400 personas cada una trajera un discípulo


nuevo por año, al año siguiente habría 800, al otro 1600, al otro 3200, y
para el año 2020 serían 800.000. ¡Qué alegría sentiría el Padre!
El Espíritu Santo renueve nuestra comunión con Jesucristo.
Recordemos que la vid da frutos nuevos todos los años. Dar un nuevo
fruto por año no es demasiado ni exagerado.

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En Comunidad Cristiana de la Ciudad de Buenos Aires somos 1000


miembros en total. Si cada uno diera un fruto por año, para el 2020
seríamos 2.000.000 de discípulos. Y en la ciudad hay 3.000.000 millones
de habitantes. No es un mal número, ¿no?

Jesús fue práctico, y estableció ciertas estrategias y tácticas para que


pudiéramos cumplir La Gran Comisión.
La estrategia se encuentra en los Evangelios de Mateo, Marcos y Lucas:
“Vayan, hagan discípulos, prediquen, y al que cree y se arrepiente
bautícenlo. Comiencen en la ciudad en donde están, y yo los llevaré
hasta lo último de la tierra”.

Meta, estrategia y táctica

Quisiera agregar un concepto más acerca de la meta, la estrategia y la


táctica, el cual aprendí de Jesús.

La meta u objetivo es hacer discípulos.


En inglés, la palabra “meta” es goal. La misma que se utiliza para decir
que un jugador de fútbol metió un gol; por eso en algunos países al
arquero se lo llama “guardameta”, porque es quien debe impedir que
el equipo contrario haga goles.

Llevado al ámbito espiritual, el Señor ya nos indicó cuál es nuestra meta.


En un partido de fútbol lo importante es hacer goles. Puede ser muy
entretenido el juego, pero si los jugadores no hacen goles no ganan el
partido. También pueden tener un muy buen equipo, pero el partido
solo se define por goles.

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¿Qué significa en el ámbito espiritual hacer goles? Hacer discípulos. Esa


es nuestra meta.
En cada congregación debería haber bautismos todos los domingos.
Tenemos fe de que así será.

¿Cuál es la diferencia entre estrategia y táctica?


El pastor Luis Leal, ex militar, me explicó estos conceptos.
La estrategia es el modo general de alcanzar el objetivo. La táctica es la
acción específica para poner en marcha la estrategia.

La estrategia es general, es lo que dice la palabra de Dios, que es


invariable: “Id y haced discípulos, bautizándolos y enseñándoles”; “Id y
predicad el evangelio a toda criatura”.
La táctica consiste en instrucciones específicas que pueden variar, en
cambio la estrategia no.

Debemos escoger las tácticas más eficaces para el logro de nuestros


objetivos. ¿Cuáles son las más eficaces? ¿Cómo medir su eficacia?
La eficacia consiste en lograr el objetivo en el menor tiempo posible.

La táctica evangelística puede variar según el tipo de gente, la ciudad,


el barrio y las circunstancias. No es lo mismo trabajar en un barrio
humilde que en uno de alto nivel adquisitivo. No es lo mismo trabajar en
una villa que con estudiantes universitarios.

Jesús nos enseñó algunos principios muy interesantes en cuanto a la


táctica y la estrategia.

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Él envió a los 12 de dos en dos. Luego envió también a otros 70 de dos


en dos; o sea, formó 35 equipos de dos personas, y explicó el motivo: “Si
dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra acerca de cualquier
cosa que pidieren, les será hecho por mi Padre que está en los cielos”
(Mateo 18.19).

¡Qué tremendo! ¡Nos está firmando un cheque en blanco!


Y continuó diciendo: “…porque donde están dos o tres congregados en
mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (v. 20).
Esto es palabra de Dios.

La manera de aplicar estos principios a la situación de cada uno puede


variar. Debemos encontrar las tácticas más acordes a nuestra situación,
al ámbito en el que nos movemos, a la ciudad en la que vivimos y a
nuestra cultura.

Sin embargo, no podemos perder tiempo. No tenemos una eternidad


para evangelizar la ciudad o el país. Los años pasan. Por lo tanto, urge
que demos fruto.
Y el Señor prometió: “Donde están dos o tres… allí estoy yo”.

Debemos obedecer la estrategia y buscar la táctica específica para


cada situación.
Es importante formar equipos de dos o tres personas para poder
avanzar en el cumplimiento de La Gran Comisión.

¿Y qué deben hacer esos dos o tres?


En primer lugar orar, porque Jesús dijo: “Si dos de vosotros se pusieren de
acuerdo….” Entonces, deben unirse, pedirle al Señor vidas y creer que él

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responderá. También deben tomar estos pasajes de los cuatro


Evangelios que hablan acerca de La Gran Comisión, meditarlos y
comenzar a hacer una lista con nombres de personas que el Espíritu
Santo les vaya indicando, aquellas con las que tienen contacto a diario.
De eso se trata la táctica. Y cada uno la llevará a cabo de un modo
diferente.

Tres áreas de acción

Quisiera señalarles tres áreas en las que debemos trabajar en estos


próximos años:

1. La primera, con los vecinos del barrio de nuestra congregación. Por


algún motivo Dios nos colocó allí.
El Consejo de Pastores de la Ciudad de Buenos Aires ha elaborado
un plan para llenar Buenos Aires del evangelio en los próximos cinco
años. En ella hay 12.000 manzanas, y cada congregación será
responsable de llegar a algunas, según la cantidad de miembros que
tenga.

Así que en primer lugar debemos trabajar en las manzanas que


rodean nuestra congregación. Debemos predicar el evangelio a
toda criatura, puerta por puerta, persona por persona.
En la ciudad de Buenos Aires hay 700.000 viviendas, y debemos llegar
a cada una de ellas. Lo haremos trabajando conjuntamente todas
las congregaciones de Capital.

Cada pastor determinará cuál es el área o la cantidad de manzanas


que podrá alcanzar su congregación. Se formarán equipos de dos

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personas que durante cinco años deberán trabajar en dos manzanas


específicas. Por lo tanto, tendrán cinco años para trabajar,
evangelizar y hacer discípulos.

Se necesitan 12.000 personas para llegar a las 12.000 manzanas de


Capital. Y formando equipos de a 2, habrá 6.000 equipos que
durante cinco años trabajarán en esas dos manzanas.
Ya hay 114 congregaciones que se han sumado a este plan.
Queremos llegar a 200. Pronto comenzaremos.

2. Segunda área, los vecinos del barrio en donde vivimos.


No hay nada mejor que ir a saludarlos y contarles dónde vivimos.
Nuestro barrio es otra área que debemos evangelizar.
Podemos ponernos de acuerdo con nuestro compañero de oración
o misión, ir de a dos o de a tres, trabajar primero en nuestra manzana
y luego en la manzana del otro.

3. La tercera: las relaciones naturales.


Se trata de aquellas personas a las que vemos cotidianamente, ya
sea en nuestro trabajo, estudio, en los comercios en los que
compramos a diario, etc. Ese es nuestro lugar habitual, y desde allí
debemos comenzar a evangelizar.

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Algunas cuestiones a definir

1. En primer lugar, debemos definir quién es nuestro discipulador o


coyuntura, o sea la persona con la que estamos vinculados o
relacionados personalmente.
Debemos movernos como cuerpo. En el cuerpo hay una cabeza
(que es Cristo) y hay miembros (nosotros) que deben estar unidos a
otros en una coyuntura definida.

2. Es importante definir cuál es nuestro grupo de discipulado.

3. Saber quién es nuestro compañero de obra. Es importante definirlo


para poder funcionar como el Señor quiere.

4. Definir cuánto tiempo semanal dedicaremos a esta tarea.


Es cierto que cotidianamente testificamos, predicamos y oramos.
Pero ciertas acciones, como ir casa por casa en nuestro barrio o en
el de la congregación, visitar a nuestros contactos o salir con nuestro
compañero a predicar requieren que dediquemos un tiempo
semanal específico.

¡La iglesia se ha puesto en marcha! ¡Gloria a Dios!

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