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J.R.Ward LaHermandadDeLaDagaNegra 15 LaElegida PDF
J.R.Ward LaHermandadDeLaDagaNegra 15 LaElegida PDF
WARD LA ELEGIDA
J. R. WARD LA ELEGIDA
TRADUCCIÓN:
Klaus Caro vikynga Silyam
VeroHDN Merichechu
CORRECCION:
Grimshaw Reaper Maite M.
Sandra Dee
DIRECCION Y DISEÑO:
Klaus
LECTURA FINAL:
Grimshaw Reaper
J. R. WARD LA ELEGIDA
Ahvenge (v.) Acto de mortal retribución típicamente llevado a cabo por el ser querido de un macho.
Attendhente (n.) Elegida que sirve a la Virgen Escriba de una manera particularmente cercana.
Black Dagger Brotherhood – La Hermandad de la Daga Negra (pr n.) Guerreros vampiros altamente entrenados
que protegen a los de su especie contra la Sociedad Lessening. Como consecuencia de la selección genética de su
raza, los Hermanos poseen una inmensa fuerza física y mental, así como una extraordinaria capacidad regenerativa
–pudiendo recuperarse de sus heridas de una manera asombrosamente rápida. Normalmente no están unidos por
vínculos de parentesco, y son introducidos en la Hermandad mediante la propuesta de otros Hermanos. Agresivos,
autosuficientes y reservados por naturaleza, viven separados del resto de los civiles, manteniendo apenas contac-
to con los miembros de otras clases, excepto cuando necesitan alimentarse. Son tema de leyenda y objeto de
reverencia dentro del mundo de los vampiros. Sólo pueden ser muertos por heridas muy serias, por ejemplo, un
disparo o puñalada en el corazón, etc.
Blood Slave – Esclavo de sangre (n.) Hombre o mujer vampiro que ha sido subyugado para cubrir las necesidades
alimenticias de otro vampiro. La costumbre de poseer esclavos de sangre fue suspendida hace mucho tiempo, y
recientemente fue prohibida.
The Chosen – Las Elegidas (pr n.) Mujer vampiro que ha sido criada para servir a la Virgen Escriba. Se las conside-
ra miembros de la aristocracia, aunque se enfoquen más en asuntos espirituales que en temporales. Su interacción
con los hombres es prácticamente inexistente, pero pueden emparejarse con Hermanos por orden de la Virgen
Escriba para propagar su especie. Algunas poseen el don de la videncia. En el pasado, eran usadas para cubrir las
necesidades de sangre de los miembros no emparejados de la Hermandad, y esa práctica ha sido reinstaurada por
los Hermanos.
Cohntehst (n.) Conflicto entre dos machos compitiendo por el derecho de ser el compañero de una hembra.
Doggen (n.) Constituyen la servidumbre del mundo vampírico. Tienen antiguas tradiciones conservadoras sobre
cómo servir a sus superiores y obedecen un solemne código de comportamiento y vestimenta. Pueden caminar bajo
la luz del sol pero envejecen relativamente rápido. Su media de vida es de aproximadamente unos quinientos años.
Exhile dhoble (pr. n.) El gemelo malvado o maldito, es el que nace en segundo lugar.
El Fade (pr n.) Reino atemporal donde los muertos se reúnen con sus seres queridos para pasar juntos el resto de
la eternidad.
First Family – Familia Principal (pr n.) Compuesta por el Rey y la Reina de los vampiros y su descendencia.
Ghardian (n.) Custodio de un individuo. Hay varios grados de ghardians, siendo el más poderoso el de una hembra
sehcluded, también llamado whard.
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Glymera (n.) El núcleo social de la aristocracia, equivalente aproximadamente al ton del período de la regencia en
Inglaterra.
Hellren (n.) Vampiro macho que se ha emparejado con una hembra. Los machos pueden tomar a más de una hembra
como compañera.
Leelan (adj. n.) Adjetivo cariñoso que se traduce como el/la más querido/a.
Lessening Society (pr. n.) Orden u organización de asesinos reunida por el Omega con el propósito de erradicar las
especies vampíricas.
Lesser (n.) Humanos sin alma, miembros de la Lessening Society, que se dedican a exterminar a los vampiros. Per-
manecen eternamente jóvenes y sólo se les puede matar clavándoles un puñal en el pecho. No comen ni beben y son
impotentes. A medida que transcurre el tiempo, su piel, pelo y ojos, pierden pigmentación hasta que se vuelven
completamente albinos y pálidos, hasta los ojos empalidecen. Huelen a talco de bebés. Cuando ingresan en la So-
ciedad –introducidos por el Omega– se les extrae el corazón y se conserva en un tarro de cerámica.
Lheage (n.) Un término respetuoso que usan los que son sometidos sexualmente refiriéndose al que los domina.
Needing period – Período de celo. (pr n.) Período de fertilidad de las mujeres vampiro. Suele durar dos días y va
acompañado de un fuerte deseo sexual. Se produce, aproximadamente, cinco años después de la transición feme-
nina y, posteriormente, una vez cada diez años. Durante el período de celo, todos los machos que estén cerca de la
hembra responden, en mayor o menor medida, a la llamada de la hembra. Puede ser un momento peligroso ya que
puede provocar conflictos y reyertas entre machos que compitan, especialmente cuando la hembra no está empa-
rejada.
El Omega (pr n.) Ente místico y malévolo que quiere exterminar a la raza vampírica por el resentimiento que tiene
hacia la Virgen Escriba. Existe en un reino atemporal y posee enormes poderes, aunque no el de la creación.
Pheursom o Pherarsom (adj.) Término que se refiere a la potencia de los órganos sexuales del macho. La traduc-
ción literal sería algo como «digno de penetrar a una mujer».
Princeps (n.) El rango más alto de la aristocracia vampírica, sólo superado por los miembros de la Familia Principal
o por las Elegidas de la Virgen Escriba. Es un rango que se tiene por nacimiento, sin que pueda ser concedido con
posterioridad.
Pyrocant. (n.) Término referido a la debilidad crítica que puede sufrir cualquier individuo. Esta debilidad puede
ser interna, como por ejemplo una adicción, o externa, como un amante.
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Rahlman (n.) Salvador.
Rythe. (n.) Rito por el que se intenta apaciguar a aquel/lla cuyo honor ha sido ofendido. Si el rythe es aceptado, el
ofendido escoge arma y golpeará con ella al ofensor, que acudirá desarmado.
The Scribe Virgen – La Virgen Escriba. (pr n.) Fuerza mística consejera del Rey, guardiana de los archivos vampí-
ricos y dispensadora de privilegios. Existe en un reino atemporal y tiene enormes poderes. Se le concedió el don
de un único acto de creación que fue el que utilizó para dar vida a los vampiros.
Sehclusion (n.) A petición de la familia de una hembra el Rey puede conferirle este estado legal. Coloca a la hem-
bra bajo la autoridad exclusiva de su whard, que generalmente es el macho mayor de la familia. Su whard tiene el
derecho de determinar su forma de vida, restringiendo a voluntad toda interacción que ella tenga con el resto del
mundo.
Shellan (n.) Vampiro hembra que se ha emparejado con un macho. Las mujeres vampiros no suelen emparejarse con
más de un compañero debido a la naturaleza dominante y territorial de estos.
Symphath (n.) Subespecie del mundo vampírico caracterizada, entre otras peculiaridades, por su habilidad y deseo
de manipular las emociones de los demás (con el propósito de un intercambio de energía). Históricamente, han sido
discriminados y durante ciertas épocas, cazados por los vampiros. Están cercanos a la extinción.
The Tomb – La Tumba (pr n.) Cripta sagrada de la Hermandad de la Daga Negra. Utilizada como emplazamiento
ceremonial así como almacén para los tarros de los lessers. Las ceremonias allí realizadas incluyen iniciaciones,
funerales y acciones disciplinarias contra los Hermanos. Nadie puede entrar, excepto los miembros de la Herman-
dad, la Virgen Escriba, o los candidatos a la iniciación.
Trahyner (n.) Palabra usada entre machos que denota mutuo respeto y afecto. Traducida libremente como «queri-
do amigo».
Transition – Transición (n.) Momento crítico en la vida de un vampiro en el que él o ella se transforman en adulto.
Después de la transición, el nuevo vampiro debe beber sangre del sexo opuesto para sobrevivir y, a partir de ese
momento, no pueden soportar la luz del sol. Suele producirse a la edad de veinticinco años. Algunos vampiros no
sobreviven a este momento, especialmente los machos. Previamente a la transición, los vampiros son débiles físi-
camente, sexualmente ignorantes e incapaces de desmaterializarse.
Vampire – Vampiro (n.) Miembro de una especie distinta a la humana. Para sobrevivir deben beber de la sangre del
sexo opuesto. La sangre humana los mantiene con vida, aunque la fuerza que les otorga no dura mucho tiempo. Una
vez que superan la transición, son incapaces de exponerse a la luz del sol y deben alimentarse obteniendo la sangre
directamente de la vena. Los vampiros no pueden transformar a los humanos con un mordisco o a través de una
transfusión, aunque en muy raras ocasiones pueden reproducirse con miembros de otras especies. Pueden desma-
terializarse a voluntad, pero para ello deben estar calmados, concentrados y no llevar nada pesado encima. Son
capaces de borrar los recuerdos de los humanos, siempre que dichos recuerdos no sean lejanos. Algunos vampiros
pueden leer la mente. La esperanza de vida es mayor a los mil años, y en algunos casos incluso más larga.
Wahlker (n.) Un individuo que ha muerto y vuelto a la vida desde el Fade. Se les otorga un gran respeto y son
reverenciados por sus tribulaciones.
PRÓLOGO
La luz de la hoguera que salía del agujero arañaba las paredes húmedas de
la cueva, emitiendo sombras a la cara áspera de la roca. Fuera del vientre de tie-
rra, una gran tormenta de nieve rugía y resonaban gritos de viento amargo en la
garganta del refugio, uniéndose a los gritos de la hembra en la plataforma de naci-
miento.
Su carne se estiraba y tensaba hasta verse como una maldición sobre ella,
el Hermano de la Daga Negra Hharm no se preocupó por su dolor.
─Pronto lo averiguaremos.
Hharm no se comprometería hasta que tuviera un hijo varón para criar co-
rrectamente desde la primera noche.
Sin embargo como con todas las cosas, ella lo desafió—. ¡Está viniendo…!
¡Tu hijo está llegando!
No, no volvería a penetrar en eso otra vez. Hijo o no, acorralado o no, no
había nada que pudiera cambiar el trauma de sus ojos.
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Afortunadamente los apareamientos de conveniencia eran comunes entre
los aristócratas, no es que él se hubiera preocupado si no lo fueran. Sus necesida-
des no eran lo importante.
─¡Él viene a ti! ─gritó mientras su cabeza caía hacia atrás y sus dedos ara-
ñaban la tierra debajo de ella—. ¡Tu hijo... él viene a ti!
─¡Tira de él! ¡Tira de él! ─La sangre salió y la hembra gritó de nuevo y el
crio no varió su posición—. ¡Ayúdame! ¡Está pegado!
A decir verdad, debería haberle permitido hacer esto por su cuenta, pero
no confiaba en ella. La única manera de estar seguro de que su pequeño fuera varón
era estar en la cama del parto. De lo contrario, él no habría confiado en que ella
cambiara una hija mucho menos deseable como el codiciado descendiente mascu-
lino, por otro cuerpo.
Después de todo, esto era una transacción negociada y él sabía muy bien
cómo esas cosas eran fácilmente manipuladas.
Y ahí estaba.
Sin pensarlo más, extendió las manos y agarró sus tobillos resbaladizos.
Estaba vivo, el crio estaba pateando con fuerza, luchando contra el confinamiento
del canal de parto.
─ ¡Un guerrero! ¡Es un guerrero! ─El corazón de Hharm latía con fuerza, su
triunfo resonaba en sus oídos—. ¡Mi hijo llevará mi nombre! ¡Será conocido como
Hharm como lo fui yo antes que él!
Con eso, volvió de nuevo abajo y sí, ahora él la ayudaría, tirando al ritmo de
sus empujones.
El crio salió de ella a toda prisa, fluyendo hacia él, y cuando Hharm tomó a
su hijo en sus palmas sintió una alegría inesperada que era tan resonante…
UNO
Como con un pequeño recién nacido, tenía poco control sobre su cuerpo.
Estaba incapacitado y eso era cierto incluso sin las cadenas de acero y las barras
que estaban aprisionándole sobre su pecho, sus caderas y sus muslos. Máquinas, que
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no eran acordes al entorno rústico, sonaban detrás de su cabeza, controlando su
respiración, ritmo cardíaco, presión arterial.
La voz profunda que había hablado primero se volvió seca. —¿Para llevar a
nuestro hermano de vuelta al redil o para ayudarle a asesinar a esta pieza de car-
ne?
Tal alianza nunca ocurriría sin embargo. La Hermandad y los Bastardos ha-
bían quedado en diferentes lados del reinado de Wrath, la línea trazada por el ca-
mino de la bala que Xcor había puesto en la garganta de ese líder legal de la raza
de vampiros.
Por supuesto, la ironía era que una fuerza de contrapeso había intercedido
desde entonces sobre su destino y tomado sus ambiciones a centrarse lejos, lejos
del trono. No es que la Hermandad supiera nada de eso… ni les importaría. Además
de compartir el apetito por la guerra, él y los Hermanos tenían en común otro rasgo
central: el perdón era para los débiles, el acto del perdón era patético y la compa-
sión una capacidad poseída por las hembras, nunca por los luchadores.
Sin embargo se sintió entristecido… algo que no le era familiar con su ca-
rácter.
La Elegida Layla era la que lo había cambiado todo para él, cambiando la
Hermandad de objetivo a tolerable, de enemigo a coexistente inquilino en el mundo.
En el corto año y medio que Xcor la había conocido, había tenido más efec-
to sobre su alma negra que cualquier persona antes, haciéndole evolucionar tanto
en tan poco tiempo de lo que hubiera creído posible.
La sensación de que estaba siendo perseguido por sus muertos le hizo pen-
sar en todos esos programas paranormales de televisión, los que intentaban deter-
minar si realmente existían fantasmas. Qué montón de mierda era. La histeria hu-
mana alrededor de las supuestas entidades brumosas que flotaban por las escale-
ras y hacían que las casas viejas crujieran con pasos desencarnados era tan carac-
terística de esa especie inferior egocéntrica y creadora de drama. Era una cosa
más que Tohr odiaba de ellos.
Ellos acechaban tus noches y rondaban tus días, dejando un campo minado
de desencadenantes de dolor en su camino.
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Eran tu primer y último pensamiento, el filtro que tratabas de apartar, la
barrera invisible entre tú y todos los demás.
A veces, eran aún más una parte de ti que las personas de tu vida que
realmente podías tocar y sostener.
Así que sí, nadie necesitaba un programa de televisión tonto para probar lo
ya sabido: Aun cuando Tohr había encontrado el amor con otra mujer, su primer
shellan, Wellsie, y el hijo no nacido que llevaba cuando había sido asesinada por la
Sociedad Lessening, nunca estaban más lejos de él que su propia piel.
Así que sí, en las alas de la agonía de su amor Selena había sido llevada
desde la tierra hasta el Fade…
Arrastrarse fuera de ese lazo cognitivo era como intentar sacar un coche
de un barranco, el esfuerzo requerido tremendo, el progreso hecho pulgada por
pulgada.
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Incesante a través del bosque sin embargo, a través de los árboles, a tra-
vés de la noche de invierno, aplastando lo que estaba bajo sus pies, con sus fantas-
mas susurrando detrás de él.
Sin embargo esa regla tuvo que saltarse, al menos con respecto a su vestí-
bulo de cuarto de milla1 de longitud.
El cuerpo de Xcor estaba allí, al otro lado de las puertas, a medio camino
por el pasillo de los estantes, acostado sobre una camilla, su fuerza vital vigilada y
mantenida por máquinas.
Cuando cerraba los ojos, veía a su Rey siendo disparado en la garganta, re-
vivía el momento en que la vida de Wrath se había estado deslizando junto con su
roja sangre, revivió esa escena cuando Tohr había tenido que salvar al último vam-
piro purasangre del planeta haciendo un agujero en la parte delantera de su gar-
ganta y pegando tubos de su Camelbak2 en ese esófago.
Xcor había ordenado el asesinato. Xcor le había dicho a uno de sus comba-
tientes que pusiera una bala en ese macho de valor, había conspirado con la glymera
1
400 mts.
2
Empresa de productos deportivos.
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para derrocar al gobernante legítimo, pero el hijo de puta había fracasado. Wrath
había vivido a pesar de las probabilidades y en las primeras elecciones democráti-
cas en la historia de la raza había sido nombrado el líder de todos los vampiros, una
posición que ahora tenía por consenso en contraposición a la línea de sangre.
Tiempo de fiesta.
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DOS
La copa de cristal estaba tan limpia, tan libre de manchas de jabón, polvo y
escombros, que su cuerpo era como el aire y como el agua en su interior: completa-
mente invisible.
Apoyándose sobre el cristal, miró más de cerca el agua. Había sido entre-
nada como ehros, no como escriba, pero conocía bien la práctica de mirar los cuen-
cos y ser testigo de la historia.
Layla miró la bata blanca que llevaba. No era del tipo sagrada con la que se
había vestido durante todos esos años. No, ésta era de un lugar llamado Pottery
Barn3 y Qhuinn la había comprado para ella la semana pasada. Con el duro invierno
llegando, le preocupaba que la madre de su pequeño estuviera siempre caliente,
siempre cuidada.
3
Tienda de muebles, accesorios y decoración, blancos.
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cerrado.
Cada noche tenía que prepararse para presenciar el amor, no entre ellos y
los pequeños... pero sí entre los dos machos. De hecho, los dos padres exhibían un
lazo resonante y resplandeciente entre sí y aunque era bello, su radiación le hacía
sentir aún más la frialdad vacía de su propia existencia.
Esta vez sin embargo, la cárcel era de fabricación propia, en vez de suerte
por sorteo genético.
La voz de Blay era tranquila, como su forma de ser —¿Estás bien ahí den-
tro?
─…los ojos de Layla, ─dijo Blay mientras se acercaba y dejaba que la pe-
queña se agarrara de su dedo—. Seguro.
A veces ser testigo de la bondad y el amor puede ser tan difícil como serlo
de la violencia. A veces, cuando mirabas desde fuera, viendo a dos personas sincro-
nizadas era como estar en una escena de una película de terror, el tipo de cosas de
las que querías apartar la vista, olvidarte, desterrar de la memoria... especialmente
cuando estabas a punto de ir a la cama por el día y frente a horas y horas de estar
sola en la oscuridad.
El conocimiento de que nunca tendría ese amor especial con alguien era...
Ella estaba viviendo una doble vida. Aún en este tipo de ironía cruel que
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parecía ser la fuente de diversión favorita del destino, el precio de aliviar su con-
ciencia vendría a expensas de su misma existencia.
─ ¿…bien? ¿Layla?
Mientras Qhuinn fruncía el ceño, se sacudió y forzó una sonrisa. ─Oh, es-
toy muy bien —Ella asumió que estaba preguntando por su bienestar—. Muy bien,
de hecho.
Tal vez porque la gente, vampiros y seres humanos por igual, estaban preo-
cupados por lo que podría ser capaz de hacer disgustado.
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Blay por el contrario, era lo opuesto, tan accesible como Qhuinn era mejor
evitarlo en un callejón oscuro.
Blaylock, hijo de Rocke, tenía el pelo rojo y la piel que era un tono más cla-
ro que la mayoría de la especie. Era muy grande, pero cuando estabas a su alrede-
dor, la primera impresión que daba era de inteligencia y corazón en lugar de múscu-
los. Sin embargo, nadie discutía lo impresionante que era en el campo. Layla había
escuchado historias, aunque nunca de él, ya que no era de los que presumen, crean
dramas innecesarios o llaman la atención sobre sí mismo.
─Mira esto, ─dijo Qhuinn mientras asentía con la cabeza al pequeño—. Te-
nemos dos ofertas de luces especiales aquí... bueno, una y media.
Por lo tanto, ahora estaba aquí, en esta prisión de fabricación propia, tor-
turada por el hecho de que había congraciado con el enemigo; Primero porque la
habían engañado... y luego más tarde porque había querido estar en presencia de
Xcor.
─¿…de acuerdo? Quiero decir… —mientras Blay seguía hablando con ella
acerca de alguna cosa, tuvo que obligarse a no frotarse los ojos—. ...final de una
noche cuando hayas estado aquí con los pequeños. Lo que no quiere decir que no te
guste estar con ellos.
Fuera, quería decirles a los dos machos. Por favor, simplemente iros y de-
jadme ser.
No era que no los quisiera con los pequeños ni que tuviera algún tipo de
animosidad hacia los padres de Lyric y Rhamp. Sólo necesitaba respirar y cada vez
que uno de los guerreros la miraba como lo estaban haciendo ahora, eso se conver-
tía en algo casi imposible.
─Oh, sí, por supuesto. ─No tenía ni idea de lo que había aceptado, pero se
aseguró de que sonreía—. Voy a descansar ahora. Estuvieron levantados mucho
tiempo durante el día.
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─Ojalá nos dejaras ayudar más. ─Blay frunció el ceño—. Estamos a sólo un
golpe de distancia.
Layla desvió los ojos a las cunas y cuando recordó acunar a los bebés en
sus brazos y darles de comer se sintió aún peor. Merecían una mahmen que fuera
mejor que ella, una sin complicaciones y sin alivio por las decisiones que nunca de-
bieron haber sido tomadas, una que no estuviera contaminada por la debilidad por
un macho al que nunca debió de acercarse... mucho menos amarle.
Blay se acercó y tomó su mano, sus ojos azules llenos de calor. ─No, tú
también eres muy importante y las mahmen también necesitan tiempo para sí mis-
mas.
Hubo más conversación en ese momento, nada que ella oyera debido a los
gritos en su cabeza. Pero luego finalmente, la dejaron en paz cuando los dos salie-
ron.
El hecho de que estuviera tan contenta de verlos marcharse era una tris-
teza más que llevar.
Se alejó de la cama y regresó a las cunas con los ojos llenos de agua una
vez más. Secándose las mejillas, una y otra vez, sacó un pañuelo de papel de un bol-
sillo oculto y se sonó la nariz. Los pequeños estaban completamente dormidos, con
los párpados cerrados, los rostros mirándose de frente, como si estuvieran comu-
nicándose telepáticamente en sus sueños. Con sus pequeñas manos perfectas y sus
pequeños pies preciosos, vientres redondos y sanos envueltos en una sábana de
franela. Eran unos bebés tan buenos, alegres y sonrientes cuando estaban despier-
tos, pacíficos y angelicales cuando estaban en reposo. Rhampage estaba ganando
peso más rápido que Lyric, pero ella parecía más audaz que él, se agitaba menos al
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cambiarla o bañarla, mirando a todos con mayor concentración.
La niñera contestó con palabras felices y ojos brillantes, y era todo lo que
Layla podía hacer para resistir los dos o tres segundos de comunicación. Entonces,
salió fuera de la habitación y corrió con pies rápidos, deslizándose por el pasillo de
estatuas. Cuando llegó a las puertas del extremo opuesto, las empujó y entró en el
ala del personal.
TRES
Pero no podía decir que las mujeres lo hubieran cautivado o le hubieran in-
teresado particularmente. No era que tuviera alguna mierda con ellas o que no las
respetara de la misma manera en que lo hacía con cualquier otra cosa que lo mere-
ciera y respirara con la que tuviera que tratar en el trabajo. Simplemente no esta-
ban en su taza de té, por así decirlo.
Qhuinn sonrió de una manera que esperaba pareciera fría. ─Oye, te encon-
traré allí, ¿Bien? Se supone que debo hablar con Doc. Jane sobre mi hombro como
¿unos diez minutos? No debería tardar mucho.
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─Por supuesto. ¿Quieres que vaya contigo?
Por alguna razón sin embargo, Blay lo había elegido a él. Contra todas las
probabilidades, el hijo malvado de una Familia Fundadora, el demonio del sexo con
los ojos dispares, contradictorio, hostil, gruñón, callejero... de alguna manera había
encandilado al Príncipe Encantador, y mierda, era casi suficiente para hacerse reli-
gioso.
Blay era la razón por la que respiraba, el hogar que nunca había tenido, la
luz del sol que alimentaba su tierra.
─Lo siento. —Se inclinó y presionó sus labios en la yugular del macho—.
Distraído. Pero tú me haces eso, ¿verdad?
Cuando Qhuinn se relajó, Blay se sonrojó… y se excitó. Y ese olor era una
distracción que no era fácil de superar.
─Dile a los hermanos que seré rápido —Qhuinn asintió en dirección a la sa-
la de billar—. Y que voy a patear sus culos.
Las palabras eran suaves y respaldadas con una adoración que hizo que
Qhuinn recordara cada una de sus bendiciones.
Con una rápida lamida en su garganta dejándole las ganas para más tarde,
Qhuinn se alejó antes de que no pudiera dejar a su compañero.
A medida que avanzaba, sus pisadas resonaban por todas partes, como si
sus shitkickers aplaudieran su iniciativa.
No estaba tan seguro de que tuvieran razón sin embargo. No tenía ni idea
de lo que estaba haciendo aquí.
Llamó a la primera puerta a la que llegó y no tuvo que esperar más que un
latido.
4
Actor, fisiculturista y luchador profesional estadounidense, también conocido como The Rock.
5
Little Wrath.
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La buena doctora estaba vestida con ropa quirúrgica y unos zuecos Crocs6
mientras se sentaba en el ordenador bien equipado del otro lado del espacio clínico,
con los dedos volando sobre las teclas mientras actualizaba el registro de alguien,
con la cabeza inclinada, el pelo corto y rubio de punta como si hubiera estado
arrastrando su mano a través de ellos durante horas.
─Un segundo.. —Golpeó la tecla enter y se giró sobre sí misma—. Oh, bien
papá. ¿Cómo estás?
─Esos bebés tuyos son increíbles y eso que ni siquiera me gustan los niños.
Su sonrisa era tan tranquila como el pastel de manzana, y por otra parte,
sus ojos verde bosque eran láseres afilados.
Y cuando su teléfono sonó, dejó pasar al correo de voz sin ni siquiera com-
probar quién era.
Doc. Jane sonrió —En realidad creo que eres un tipo muy inteligente.
─No sobre una mierda como esta —Se aclaró la garganta y se dijo a sí
mismo que continuara… aunque Doc. Jane no parecía tener prisa, le molestaba a sí
mismo—. Mira... amo a Layla.
6
Crocs, Inc. es una fábrica de calzados fundada para producir y distribuir un diseño de zueco de goma.
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─Y quiero lo mejor para ella. Es la madre de mis hijos. Quiero decir, des-
pués de Blay, ella es mi compañera con esos niños.
─Absolutamente.
Doc. Jane asintió con la cabeza —¿Cómo está con los niños?
─Genial por lo que puedo ver. Está totalmente dedicada a ellos y están
prosperando. De hecho, la única vez que la veo incluso a medio camino de ser feliz
es cuando los está sosteniendo. ─Se aclaró la garganta—. Así que supongo que lo
que pregunto... estoy preguntando... lo que sea, es, cómo, pueden las hembras
preñadas, una vez que los han tenido… pueden, cómo...
Joder.
Pero al menos Doc. Jane parecía darse cuenta de que su avión de conversa-
ción estaba fuera de pista: ─Creo que estás preguntando sobre la depresión pos-
parto —Cuando él asintió, continuó—, y puedo decirte que no es raro en vampiros y
puede ser debilitante. He hablado con Havers sobre eso antes y estoy muy conten-
ta de que estés planteando el tema. A veces la nueva mamá ni siquiera es conscien-
te de que se pueda convertir en un problema.
─Eres la mejor.
─La dejé embarazada. ¿Qué pasa si mí…? ─Ok, sí, ella era doctora, pero
todavía no quería decir la palabra esperma delante de ella. Lo que era una locura—.
¿Y si mi mitad es la causa…?
La puerta se abrió de par en par y Manny metió la cabeza. ─Eh, ¿estás lis-
ta?, oh, lo siento.
─Ya casi hemos terminado aquí. ─Sonrió Doc. Jane—. Y no nos has visto
juntos.
Doc. Jane se levantó y se acercó. Ella era más baja que Qhuinn y no estaba
construida como un macho de casi trescientas libras7. Pero parecía inclinarse sobre
él, la autoridad en su voz y en sus ojos era exactamente lo que necesitaba para
calmar su lado irracional.
7
136.08 Kl.
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─Sí, pero suponiendo que este sea un caso en el que sus hormonas se regu-
len después del nacimiento, nadie tiene la culpa. Además, has hecho lo correcto
acudiendo aquí y también puedes hacer mucho para ayudarla simplemente hablando
con ella, dándole tiempo y espacio para hablar contigo. Y honestamente yo ya había
notado que ella no ha estado viniendo a las comidas. Creo que tenemos que animarla
a que se una al resto de nosotros para que sepa lo mucho que todos estamos ahí
para ella.
─Vale. Sí.
─Por favor.
Y él tampoco.
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CUATRO
El bebé estaba arruinado. No poseía más que una versión mutada y fea de
las facciones de Hharm, el labio superior todo deformado, como el de una liebre.
Hharm dejó caer al bebé sobre el suelo sucio de la cueva y la cosa no emi-
tió ningún sonido mientras aterrizaba, los brazos y las piernas apenas se movían, su
carne azul y gris y el cordón todavía le vinculaba con la hembra. Iba a morir, como
debían hacer todos los que resultaban ir en contra de las reglas de la reproducción
y de la naturaleza… y ese resultado no era causa de indignación.
Sin embargo, el hecho de que Hharm hubiera sido engañado sí lo era. Había
desperdiciado esos dieciocho meses, ese montón de horas, aquel momento de espe-
ranza y felicidad en una monstruosidad insostenible. ¿Y lo que tenía claro? Que no
era culpa suya.
—¡Un hijo! ─Ella se arqueó hacia atrás como si estuviera en agonía de nue-
vo—. He dado a luz...
─Tu hijo…
─¡Míralo por ti misma! ¡Míralo con tus ojos! ¡Es una abominación!
Hharm empujó al pequeño con su bota, haciendo que sacudiera sus diminu-
tas extremidades y soltase un débil grito —¡Ni siquiera puedes negar lo que está a
la vista!
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Sus ojos inyectados en sangre atraparon a los del bebé y luego se abrieron
de par en par —Es…
Por desgracia no, era alguna cosa del interior de la hembra, tal vez su es-
tómago o intestino.
─No voy…
Tenía que pagar, pensó bruscamente. Sí, la culpa era suya y por la decep-
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ción que le había causado, la hembra tenía que expiar.
Siseando, descubrió sus colmillos —Te dejaré vivir de tal manera que pue-
das criar esta monstruosidad y ser visto con ella. Esa es tu maldición por malde-
cirme... él estará sobre tu cuello, un amuleto de condenación, y si descubro que esa
cosa ha muerto, te perseguiré y mataré. Luego mataré a tu hermana, a toda su pro-
genie y a tus padres.
─Hago un servicio social para mis compañeros varones —Apuntó con un de-
do hacia el gemido del recién nacido—. Con eso en la cadera, nadie más se acostará
contigo y sufrir algo similar.
Era una mujer terca y desafiante por naturaleza y eso era lo que primero
le había atraído... había tenido que enseñarle los errores de sus costumbres y la
instrucción había sido bastante intrigante durante un tiempo. De hecho, había ha-
bido sólo un caso en que ella había intentado ejercer dominio sobre él. Una vez y
nunca más.
Hharm sonrió —El sentimiento es mutuo. Y otra vez te digo que mejor te
asegures que esa cosa vive. Si descubro que lo mataste, tomaré su muerte de tu
carne y la de tu linaje entero.
Con eso, escupió dos veces en el suelo a sus pies, una vez por ella y otra
por el bebé. Y luego se alejó mientras ella lo llamaba y el bebé gemía de frío.
En algún lugar, había una mujer que le daría el legado que merecía y reque-
ría. La encontraría y la haría hincharse con su simiente.
CINCO
Las puertas estaban lejos y hechas de viejas barras de hierro gruesas co-
mo el antebrazo de un guerrero y tan altas como árboles, una malla de acero solda-
da a ellas para evitar la desmaterialización. Antorchas silbaban y oscilaban a cada
lado y más allá podía ver los inicios del gran corredor que llevaba aún más lejos
dentro de la tierra.
Y tal vez ya no lo era más. Los asesinos eran tan pocos y tan lejanos entre
las calles de Caldwell y en cualquier otra parte que tenían que estar cerca del final.
Tohr no sintió ninguna alegría por el logro. Pero eso era probablemente por
el terrible aniversario de esta noche.
Era difícil sentir otra cosa que la pérdida de su Wellsie en lo que habría
sido su cumpleaños.
Doblando una sutil curva se detuvo. Más adelante la escena era como algo
sacado de una película que no podía decidir si de Indiana Jones, Anatomía de Grey
o Matrix. En medio de todos los viejos muros de piedra, antorchas flameando en
carne viva y las desparejadas y polvorientas jarras, una maraña de pitidos y parpa-
deante equipo médico hacían interferencia con un cuerpo en una camilla. ¿Y junto al
prisionero? Dos enormes vampiros machos cubiertos de la cabeza a los pies con
cuero negro y armas negras.
V caminó hacia Tohr, quedando en primer plano y luego algo más. Y lo que
tienes que saber, el hermano sacó su arma… y la boca del cuarenta apuntaba direc-
tamente a la cara de Tohr.
—No, no lo está...
Butch frunció el ceño y fue al otro lado del prisionero. —Bueno, bueno,
bueno...despierta cabrón.
Pero el arma no se movía y tampoco Tohr. Tanto como quería a Xcor, le iba
a meter una bala en la garganta si daba un paso más: V era el menos sentimental de
los hermanos y tan paciente como una serpiente de cascabel.
En ese momento los ojos de Xcor se abrieron. En la luz vacilante de las an-
torchas parecían negros, pero Tohr recordaba que eran de algún tipo de azul. No
es que le importara.
—No va a suceder. Llámame toda la mierda que quieras, pero no. Ya sabes
cómo de hacia abajo van a ir las cosas y no estás para batear todavía.
—Fuera...
J. R. WARD LA ELEGIDA
—No eres Dios...
El hecho de que la palabra con P saliera de los labios de Vishous fue lo que
lo hizo. La mierda era así de impactante, desarmando a Tohr de las espadas de su
ira y locura.
—Vamos Tohr.
Esta vez Tohr se permitió a sí mismo ser tranquilizado, su gran plan desin-
flado, demasiado tranquilo tras su locura haciéndole temblar la piel. ¿Qué coño
había estado haciendo? ¿Qué cojones?
Esto podría haber sido un lío con las proporciones de una traición.
Cuando se acercaron a la puerta que Tohr había abierto para obtener ac-
ceso, V extendió su mano enguantada. —La llave.
—No, no lo es.
—No estoy seguro de que tu madre estuviese escuchando alguna vez. Sin
ánimo de ofender.
Hubo un largo silencio entre ellos, sólo el aullido ahogado del viento inver-
nal rompiendo el silencio en la cueva.
Mientras Tohr parpadeaba rápidamente pensó que era buena cosa que V no
fuese de los que abrazan o habría un puto serio colapso por todo el lugar.
Más abajo, en la gran área abierta del reconvertido almacén una multitud
de provocativos seres humanos establecían patrones de atracción y desprecio en
un mar tumultuoso de laser morado oscuro y golpeteos del bajo.
Sospechaba sin embargo, que para la mayoría de ellos la cura para su an-
gustia sería dos horas de sueño, un venti latte10 del Starbucks y una inyección de
penicilina.
Cuando eras así de joven, cuando todavía no habías hecho frente a desa-
fíos que no podías ni siquiera empezar a comprender, tu resistencia no conocía lími-
tes.
Era extraño poner a los humanos en un pedestal a cualquier nivel. Como una
sombra de más-de-doscientos-años, Trez siempre había visto a esas ratas sin cola
como inferiores, inconvenientes desórdenes en el planeta, como hormigas en una
cocina o ratones en el sótano. Excepto que no podías exterminar a los humanos.
Demasiado lío. Mejor tolerarlos que arriesgarse a una exposición de especies por
asesinarlos simplemente para liberar plazas de aparcamiento, colas de supermer-
cado y entrar en tu Facebook.
8
Persecución anticomunista impulsada por el senador Joseph McCarthy (1909-1957) en Estados Unidos
durante el período de la guerra fría.
9
Enfermedad de transmisión sexual.
10
café con leche de tamaño extra grande del Starbucks
J. R. WARD LA ELEGIDA
Y sin embargo aquí estaba, doliéndole el pecho por estar en los zapatos de
uno de ellos, aunque solo sea por una hora o dos.
Sin precedentes.
En todos sus años nunca hubiera imaginado ese tipo de sufrimiento. En am-
bas partes. No podría haber creado una muerte peor que cualquier tipo de pesadi-
lla, y posiblemente no podría desentrañar que tendría que darle el visto bueno a
Manny para administrar la inyección, estar gritando en su cabeza mientras su amor
se desvanecía, para dejarle solo el resto de sus noches.
Así que no había nada para aliviarlo. Había intentado beber, pero el alcohol
sólo servía para destapar cuán frágil aguante tenía en sus lágrimas. No se preocu-
paba de la comida en absoluto. El sexo estaba completamente fuera de cuestión. Y
nadie le iba a dejar luchar… no era como si los Hermanos e iAm no reconocieran
que estaba desquiciado.
¿Así que qué le quedaba? Nada excepto arrastrarse por las noches y los
días y rezar por el más básico alivio: una respiración sin obstáculos, un período de
calma mental, una hora digna de sueño imperturbable.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Estirándose tocó el panel de cristal angulado que era su ventana en lo que
consideraba que era el otro mundo, el de fuera de su infierno insular. Era divertido
pensar que lo que él ahora consideraba los "otros" una vez había sido "real"...e in-
cluso sin la separación de especies, edad y este lugar elevado por encima de la re-
friega del club, estaba tan lejos de todos ellos.
Una verdadera declaración era que todas esas cosas espirituales eran sólo
un montón de mierda.
Y aun así, su sufrimiento era tan grande que tenía que contactar.
Inclinando su cabeza hacia atrás miró al bajo techo negro y vertió su roto
corazón en palabras. —Yo solo...sólo quiero que Selena vuelva. Por favor...si hay al-
guien ahí arriba, ayúdame. Devuélvemela. No me importa en qué forma...No puedo
hacer esto más. No puedo vivir así una puta noche más.
Vamos, ¿como si el inmenso vacío del espacio fuera a lanzarle otra cosa que
un meteorito?
Además, ¿había incluso un Fade? ¿Qué pasa si sólo había estado alucinando
durante la limpieza y sólo hubiera imaginado ver a su Selena? ¿Qué pasa si ella sim-
plemente había muerto? Como si... ¿simplemente dejara de existir? ¿Qué pasa si
J. R. WARD LA ELEGIDA
toda esa basura de un lugar paradisíaco donde los seres queridos iban y esperaban
con paciencia era solo un mecanismo de afrontamiento creado por aquellos que se
quedaban en la clase de agonía en la que estaba él?
SEIS
El prado de cinco acres11 se elevaba desde un camino vacío del país como
algo creado por un artista con un ojo perspicaz, todos los aspectos naturales de la
colina y el valle aparentemente sujetos a las reglas de los estándares visuales
agradables. Y encima del suave ascenso cubierto de nieve, como una corona sobre la
cabeza de un gobernante benevolente, y gran árbol de arce extendía sus ramas en
un halo tan perfecto, que incluso las revelaciones estériles del invierno no dismi-
nuían su belleza.
Cuando alcanzó la cima, miró hacia abajo a las raíces que hundían el glorio-
so tronco a la tierra.
Aquí, en la base del arce, ella había acudido a Xcor por primera vez, convo-
cada por alguien que había pensado que era un soldado de honor en la guerra, al que
había alimentado en la clínica de la Hermandad… uno que de hecho los Hermanos no
la habían informado que era un enemigo en lugar de amigo.
Cuando el macho le había pedido que le proporcionara una vena, ella no ha-
bía pensado en nada más que hacer su deber sagrado.
Así que ella había venido aquí… y perdido una parte de sí misma en el pro-
ceso.
11
2.02 hectáreas.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Xcor había estado al borde de la muerte, herido y débil, y sin embargo ella
había reconocido su poder incluso en su estado de disminución. ¿Cómo no podría
hacerlo? Él había sido un macho tremendo, de cuello y pecho gruesos, extremida-
des fuertes, cuerpo poderoso. Había intentado reusar su vena… porque, a ella le
gustaba creer, la había visto como una inocente en el conflicto entre la Banda de
Bastardos y la Hermandad de la Daga Negra y había querido mantenerla fuera de
eso. Al final sin embargo, él había cedido, asegurándose de que ambos cayeran pre-
sos de un imperativo biológico que no conocía razón alguna.
Respirando profundamente, ella miró el árbol, viendo más allá de sus ramas
desnudas el cielo nocturno.
A su vez, fue un pobre testimonio para ella de que había vuelto con Xcor
después de eso. Juntándose con él. Llegando a estar emocionalmente unidos.
Sí, hubo una coacción inicial por parte de él en ese momento, pero lo cierto
era, ¿y si él no hubiera forzado su mano? Ella habría querido estar con él. ¿Y peor?
Cuando las cosas entre ellos finalmente terminaron, él había sido el único en rom-
per sus encuentros. Ella no.
De hecho, ella aún estaría viéndole… y su angustia por perderle era tan pa-
ralizante como la culpa.
Si solamente hubiera una forma de salvarle. Él nunca había sido cruel con
ella, nunca la hirió… y nunca se había acercado a la sexualidad de ella a pesar del
hambre de su interior. Había sido paciente y amable… al menos hasta que se habían
separado.
Con una maldición, ella se sacudió los arañazos, apartando los escombros.
Querida Virgen Escriba, eso dolió. —No, no, estoy bien.
—Ven. —Él sacó algo del bolsillo de su chaqueta de cuero. —Déjame ver.
—¿Lo haré?
—No puedo seguir haciendo esto, —exclamó ella—. No puedo seguir ade-
lante.
Ella volvió la cara hacia un lado y miró por encima del prado. —Me siento
tan mal.
Ella se apartó. —Te lo juro, no lo hice. Y nunca quise que tú pensaras ni por
un segundo que yo pondría en peligro a Lyric o a Rhampage…
—Layla escúchame. No estás sola, ¿vale? Y como dije, hay cosas que pode-
mos hacer…
—Sí. De hecho estuve hablando sobre eso antes de venir aquí. No quiero
que pienses que te estoy traicionando…
Layla puso sus manos frente a su cara, la que él le había vendado y la que
estaba desnuda. Y entonces, por primera vez en lo que pareció una eternidad, soltó
el aliento hasta el final, un alivio balsámico que reemplazó la horrible carga que
había llevado.
—Tengo que decir esto. —Ella levantó la mirada hacia él—. Por favor, de-
bes saber que la tristeza y el pesar me han comido viva. Juro que nunca quise que
esto sucediera, nada de eso. He estado tan sola, dando vueltas a la culpa…
—La culpa es innecesaria. —Él le frotó los ojos con los pulgares—. Sólo tie-
nes que dejarlo ir, porque no puedes evitar lo que sientes.
J. R. WARD LA ELEGIDA
—No puedo, de verdad que no puedo… y Xcor no es malvado, no es tan malo
como pensáis que es. Lo juro. Siempre me trató con cuidado y delicadeza, y sé que
él no le haría daño a Wrath otra vez. Simplemente lo sé…
Cuando Qhuinn habló después, su voz sonó plana. — ¿Has estado quedando
con Xcor?
—Bien por ti. Escalofriante para el resto de nosotros. Sólo dime que no vas
a ponerte como Borat13 en la playa.
Sin embargo, esta noche no. Esa extraña mirada suya era tan ligera y es-
pumosa como una losa de granito, y su enorme cuerpo estaba tan quieto que nada
del oro en sus muñecas y garganta, sus dedos y sus orejas brillaba bajo la tenue
luz.
12
Personaje de la película Fiebre de Sábado por la Noche interpretado por John Travolta.
13
Personaje ficticio de la televisión británica, que posteriormente se llevó al cine, interpretado por Sa-
cha Baron Cohen. Hace referencia al Mankini amarillo que viste en la película.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Incapaz de mantener el silencio, Trez hizo una demostración de sentarse
tras su escritorio y desordenar algunos papeles. —¿Estás intentando leer mi aura o
alguna mierda?
—Yo no como.
—Lo sé.
Trez lanzó una factura, horario de personal o lo que mierda fuera con lo
que había estado ocupado sin mirar atrás con el resto de basura de su escritorio.
—Encuentro realmente complicado creer que tú tengas algún interés en nutrición.
14
Bebida fermentada de ligero sabor ácido obtenida a base de té endulzado fermentado mediante una
colonia de microorganismos gelatinosa con nombre científico Medusomyces Gisevi.
J. R. WARD LA ELEGIDA
—¿Has oído que Kraft Macaroni & Cheese15 quitó todos los conservantes
hace meses?
—Ese no es tu estilo.
—Como dije, estoy cambiando las cosas. —Yyyyy ahí estaba esa sonrisa
otra vez—. Imagina que empezara con una explosión. Quiero decir, si vas a pasar a
una nueva página, deberías empezar por cómo quieres empezar.
—Sin ofender, pero no estoy de humor para pasar el tiempo con la gente
que realmente me gusta. —Bien, eso sonó bastante mal—. Quiero decir, mi hermano
es el único al que puedo tolerar ahora mismo y ni si quiera quiero verle a él.
Esa sonrisa que Lassiter estaba haciendo estallar era algo que Trez estaba
más que preparado para ser lo último que viera… y hablando de oraciones que reci-
ben respuesta: El ángel se dirigió hacia la puerta.
—No, gracias.
15
Famosa marca americana de macarrones con queso.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Así que si estás buscando a uno más para que tu postre-para-dos no se vea como un
solitario, ¿por qué no empezar con alguien que realmente coma y diga más de dos
palabras? Puedo garantizar que tú y yo tendremos una noche mejor.
—Hasta mañana.
Problema resuelto.
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SIETE
Podía contar todas las pestañas rubias oscuras, trazar el círculo perfecto
de la pupila, medir cada uno de los rayos de color verde pálido que irradian desde el
núcleo negro azabache. Podía haber una nube de hongos en la distancia, una nave
espacial por encima de la cabeza. Una alineación de payasos bailando justo al lado
de él... y él no habría visto, oído, reconocido absolutamente nada más.
Era vagamente consciente de un rugido entre sus orejas, algo que era un
cruce entre un motor a reacción y uno de esos fuegos artificiales que silba como un
banshee16 y va en un círculo hasta que se agota.
La había seguido hasta aquí, a este lugar aislado, cuando había sentido que
había dejado la mansión... y había venido a hablar con ella sobre la depresión pos-
parto. Tenía un plan para llevarla de regreso a casa, consolarla frente al fuego, po-
16
Criatura de la mitología irlandesa cuyo grito anuncia la muerte
J. R. WARD LA ELEGIDA
nerla en disposición de disfrutar lo que ella había trabajado tan duro para traer al
mundo.
—Estas jodien…
Se detuvo justo ahí. Simplemente cortó la mierda justo ahí. Al igual que lo
harías con el detonador de una bomba.
—¿Estuviste sola con él? —Cuando ella no replicó, él apretó sus molares—.
¿Estuviste?
—Nunca me lastimó.
—Bien, eso es como decir que nunca fuiste mordida… mientras estuviste
usando una cobra como una bufanda. Una y otra vez. Porque era jodidamente habi-
tual ¿No? ¡Respóndeme!
—Lo siento, Qhuinn… —Ella parecía intentar componerse, aspirando las lá-
grimas. Enderezando sus hombros. Y la forma en que rogaba que comprendiera lo
acercaba a la violencia—. Oh queridísima Virgen Escriba…
—¡Corta la súplica! ¡Ya no hay nadie ahí arriba! —Estaba perdido. Total y
jodidamente perdido...—. ¿Y por qué diablos estás pidiendo perdón? Consciente y
voluntariamente pusiste a mis hijos en riesgo porque querías… —Él retrocedió—.
Jesucristo ¿Tuviste sexo con él? ¿Te lo follaste con mis hijos dentro de ti?
El rostro de Layla se puso pálido y por mucho que eso le hiciera un idiota,
él estaba alegre. Quería herirla por dentro, donde contaba, porque tan enfermo
como estaba, nunca podría golpear a una mujer.
Y ese hecho era la única razón por la que ella todavía estaba de pie.
Esos bebés, esos preciosos e inocentes bebés, habían sido llevados a la bo-
ca de un monstruo, ante la presencia del enemigo, expuestos a un peligro que le
habría dejado cagarse si hubiera sabido que estaba sucediendo.
Cuanto más pensaba Qhuinn en el riesgo que ella había tomado, más su ca-
beza zumbaba. Sus amados hijos bien podrían no existir por la pobre elección de
esta hembra que, sólo por orden biológica había tenido que refugiarlos hasta que
pudieran respirar solos.
Su furia, sentada en el amor que tenía por esos bebés, era indefinible. In-
negable. Inagotable.
J. R. WARD LA ELEGIDA
—Ambos los queríamos, —dijo ella bruscamente—. Cuando nos acostamos,
ambos lo queríamos…
Con voz baja, él la interrumpió. —Sí, lamento eso. Mejor que no nazcan en
absoluto que tener la mitad de ti en ellos.
Layla estiró una mano para sujetarse contra el árbol una vez más… Y como
era la mano que había envuelto con su pañuelo, él fue golpeado por una necesidad de
rasgar el paño barato de su palma. Luego quemarla.
Él rió fuerte esta vez, hasta que su garganta ardió —¿Estás hablando de
cuando estabas durmiendo con Xcor? ¿O cuando estabas poniendo en peligro las
vidas de mis hijos?
De repente ella devolvió su ira con una explosión de la suya propia. — ¡Tú
tienes a quien amas! ¡Te acuestas junto a él todos los días y vas a construir una
familia con él! Tu vida tiene un propósito y un significado más allá del servicio a los
demás… ¡Mientras que no tengo nada! He gastado todas mis noches y mis días sir-
viendo a una deidad que ya no se preocupa por la raza que engendró y ahora soy
mahmen de dos hijos a quienes amo con todo mi corazón, pero quienes no son yo.
¿Qué tengo que mostrar para mi vida? ¡Nada!
Su voz cuando habló era tan mortal como el filo de una daga. —No te re-
comiendo que intentes impedirme ver a mi hijo y a mi hija.
—…A veces todavía anhelo uno. —Estaba diciendo Blay mientras tomaba un
sorbo de su vaso—. Quiero decir, para los humanos es un hábito mortal. Pero los
vampiros no tienen que preocuparse de contraer cáncer por fumar.
Ninguna película de Disney con todo ese canto ridículo esta noche.
17
Grupo mediático con sede en los Estados Unidos, que opera y produce canales de televisión por cable,
satélite, radio, sitios web, revistas y libros relacionados con el deporte.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Si Blay oía esa mierda de Frozen una vez más, él iba a dejarlo
irrrrrrrrrrrr, ciertamente.
Pero al menos dejar de fumar había sido simple. ¿Una vez que los dos ha-
bían conseguido estar juntos? Había dejado los Dunhills18 y no miró hacia atrás.
Bien... tal vez era más exacto decir que nunca había retrocedido. A veces,
cuando veía a Vishous encender uno y esa exhalación fragante golpeaba el aire, él
tenía anhelo por uno…
18
marca de cigarrillos Británica fabricados por la empresa British American Tobacco desde 1907.
J. R. WARD LA ELEGIDA
principal, sonaba como si una horda entera de lessers estuviera tratando de entrar
en la mansión.
¡Bam-bam-bam-bam!
—¿Qué diablos? —murmuró V mientras miraba el monitor de seguridad—.
¿Qué diablos le pasa a tu chico?
—¿Qué?
—¡Abre esta maldita puerta! —gritó Qhuinn—. ¡Layla, abre esta maldita
puerta ahora mismo!
19
Atleta jamaicano especialista en pruebas de velocidad. Ostenta once títulos mundiales y ocho olímpi-
cos. Posee además los récords mundiales de los 100 y 200 m lisos, y la carrera de relevos 4×100 con el
equipo jamaicano.
J. R. WARD LA ELEGIDA
—¿Qué diablos estás haciendo? —Blay trató de detenerlo—. ¿Estás loco...?
Mientras Blay levantaba las dos manos y retrocedía, Qhuinn volvió el hom-
bro hacia la puerta y golpeó con su cuerpo en la puerta con tanta fuerza que la ma-
dera se astilló, los paneles se desintegraron bajo la fuerza del impacto.
Lo que se reveló dentro del bonito cuarto lavanda era igualmente aterra-
dor.
Qhuinn apuntó el arma directamente hacia ella a través del agujero que él
había hecho. —Suéltalos. O te disparo.
—¿¡Qué mierda está pasando aquí!? —La voz de Vishous era tan fuerte que
era como si tuviera un megáfono—. ¿¡Has perdido la maldita cabeza!?
Si algún otro además de él entraba allí, las balas iban a volar, Layla iba a
atacar y la gente iba a ser herida… o peor.
Enfrentándose con Qhuinn, levantó las palmas de sus manos y habló lenta-
mente. —Vas a tener que dispararme primero.
No se enfocó en nada más que en los ojos azul y verde de Qhuinn... como si
pudiera de alguna manera comunicarse telepáticamente con el tipo y calmarlo.
Blay parpadeó ante eso. Pero considerando que estaba mirando por el ca-
ñón de una cuarenta, pensó que dejaría de lado ese insulto por el momento.
—Qhuinn, sea lo que sea, lidiaremos con eso.
Aquella mirada dispareja que le lanzó un débil segundo. —Oh, ¿Lo hare-
mos? ¿Quieres decir que el hecho de que ella haya estado encontrándose con el
enemigo es algo que podemos OxiCleanear20 o alguna mierda? Genial, llamemos al
maldito Fritz para esto. Fan-malditamente-tástica idea.
Mientras los bebés continuaban llorando, y más gente entraba en escena
por pasillo, Blay negó con la cabeza. —¿De qué estás hablando?
—Ella ha estado con Xcor todo el tiempo. No dejó de verlo. Ha estado en-
contrándose con un conocido enemigo de nuestro Rey mientras estaba embarazada
de mis bebés. Así que sí, está absolutamente entre mis derechos como un sire
apuntarle con un arma.
20
Marca de quitamanchas.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Excepto que no podía distraerse de la amenaza inmediata.
—Lo único que me importa es que bajes el arma, —dijo Blay de manera uni-
forme—. Baja el arma y dime qué está pasando. De lo contrario, si quieres dispa-
rarle, la bala va a tener que pasar por mí.
Qhuinn respiró hondo, como si tuviera que obligarse a no gritar. —Te amo,
pero esto no es asunto tuyo Blay. Fuera de mi camino y déjame lidiar con esto.
—Espera un minuto. Siempre has dicho que soy el padre de esos bebés
también…
Blay parpadeó una vez. Dos veces. Una tercera vez. Gracioso, el dolor en su
pecho le hizo preguntarse si Qhuinn no había apretado el gatillo y de alguna manera
se había perdido la descarga.
Ahora o nunca, pensó Blay mientras se lanzaba hacia adelante y fue hacia
la muñeca que controlaba el arma. Mientras golpeaba el antebrazo con todo lo que
tenía, el arma se descargó repetidamente y las balas de plomo volaron… Pero con un
cambio poderoso, logró enfrentarse a Qhuinn. Los dos cayeron al suelo y él luchó
por dominar a su compañero, su impulso moviendo a los dos lejos de Layla y los be-
bés mientras mantenían el arma apuntando hacia la esquina más alejada de la habi-
tación.
Blay terminó arriba, pero sabía que Qhuinn iba a arreglar eso rápido. El
arma, tenía que mantener el control del…
—¡No en mi maldita casa! —Él era tan alto que la pintura junto a él vibró en
la pared de yeso—. ¡Esto no está sucediendo en mi jodida casa! Mi shellan y mi hijo
están aquí… hay niños bajo este techo. ¡Hay bebés en esta maldita habitación!
Todo el mundo fuera de aquí, —interrumpió Wrath—, excepto los tres pa-
dres.
—Roger a eso.
OCHO
Mientras Layla miraba a los tres machos estaba temblando tanto que era
difícil mantener la parte superior de su cuerpo lejos del suelo, ¿qué le daba la poca
fuerza que tenía? Lyric y Rhamp estaban en su regazo, los pliegues de su túnica los
envolvían y protegían del frío en la habitación, su llanto silenciado… por ahora.
Enfocándose en el Rey, quería secar sus ojos pero no iba a soltar a sus be-
bés ni por un segundo.
―Cuida lo que estás diciendo, ―gruño Wrath—. Estas caminando sobre una
línea y estas a punto de caer a la mierda. De hecho sal de aquí, quiero hablar con
Layla a solas.
―Soy el Rey, esta es mi casa, sácalo de aquí Blay… esa es una orden.
Blay dijo algo a Qhuinn y luego Qhuinn marcho fuera de la habitación, sus
shitkickers crujiendo a través de la helada alfombra, mientras salía Blay se quedó
con él como un guardaespaldas lo haría.
Excepto que Blay estaba más bien protegiendo a los otros de él.
Cuando eran solo Wrath y ella, Layla tomo una respiración profunda que
dolió. ―Permítame colocar a los pequeños en sus cunas, Mi Señor.
―Hay algo frente a sus pies mi Señor, si quiere entrar un poco más…
J. R. WARD LA ELEGIDA
El ignoro sus esfuerzos por ayudarlo a navegar en su cegara por una habi-
tación desconocida. ― ¿Quieres decirme que en el infierno está pasando aquí?
Y cuanto más se esforzaba por recordar, más elusiva era esa brecha en la
realidad, como si la búsqueda hiciera que su presa fuera más rápida.
¿Qué carajo iba a hacer Wrath? Seguramente el Rey no iba a dejar que
Layla…
De la nada, Blay se paró delante de él, el macho con cara de piedra y es-
palda rígida. ―No puedo hacer esto.
―¿Hacer qué?
―Lo tienes, ―murmuró Blay—. Me voy a casa a ver como esta mi mahmen.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Cuando las sílabas golpearon el aire tenso entre ellos, tomó un minuto an-
tes de que la ensalada de cerebro de Qhuinn las descifrara. ¿Casa…? Mahmen...
―oh, cierto. Su tobillo.
―Bueno. Sí.
Blay permaneció donde estaba. Y luego en voz baja dijo, ―¿No te importa
si no vuelvo antes del amanecer?
Qhuinn notó la partida... y una parte de él sabía que debía llamar, reconec-
tar... detener la partida. Pero una parte aún más grande de él estaba de vuelta en
ese dormitorio, tratando de desenredar los hilos de sus recuerdos del punto ciego
blanco que se había apoderado de él.
―Qhuinn.
―¿Perdón?
―PTI21 solo me dijiste que yo no era un padre, ―La voz de Blay estaba
afectada, ya que estaba tratando de mantener el dolor fuera de ella—. Me miraste
a los ojos y me dijiste que esos niños y su madre no eran de mi incumbencia.
Lo siguiente que Qhuinn supo es que tenía una lámpara en la mano y soste-
nía el jarrón oriental como si fuera un lanzador de Grandes Ligas y huh… aparente-
mente, había decidido lanzárselo a el mismo: estaba de pie frente a uno de los es-
pejos antiguos, con su reflejo distorsionado en el vidrio viejo.
Parecía un monstruo, como si alguna versión de sí mismo que había sido sal-
chicha hubiera pasado a través de los engranajes de una pesadilla, su cara como un
puño cerrado, sus rasgos comprimidos hasta el punto en que apenas podía recono-
cerlos.
Mirándose a sí mismo, sabía sin lugar a dudas que si enviara esta lámpara
volando, echaría a la basura toda la habitación, arrancando las pinturas de las pa-
21
Para Tu Información.
J. R. WARD LA ELEGIDA
redes, rompiendo las ventanas, tomando los troncos ardientes en la chimenea y
arrojándolos a los sofás para hacer una fogata adecuada.
Y no se detendría allí.
Justo cuando se estaba enderezando vio una ventana, y antes de que pu-
diera pensar dos veces, se acercó, la abrió y cerró los ojos.
A medida que volvía a formarse, el olor de los árboles de hoja perenne era
denso en el aire del invierno y el viento corría a través de las ramas del pino ha-
ciendo que los árboles chirriaran. La cueva por la que había venido tenía una entra-
da que estaba oculta por las rocas, pero si conocías lo que estabas buscando, no
tenías ningún problema en encontrar su entrada. En el interior, avanzó rápidamente
hacia las grandes puertas de la Tumba y activo la división de granito para que se
moviera a un lado, estaba perfectamente compuesto mientras se paraba en las ba-
rras de hierro, la sonrisa fácil en su rostro como la cal en una cerca podrida.
22
Los tres productos son antiácidos.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Rezaba para que por una vez, las palabras no viajaran rápido en la Herman-
dad. Que el Hermano de servicio tal vez no hubiera comprobado su teléfono, o tal
vez todo el mundo de vuelta en la casa estuviera tan conmocionado sobre el maldito
drama que no se les hubiera ocurrido textear a la persona que estaba de servicio
aquí…
Phury descendió por el vestíbulo iluminado por las antorchas que colgaban
de las estanterías y el sonido de sus shitkickers en el suelo de piedra resonó entre
todas las jarras lesser.
Phury se detuvo en la puerta y puso sus manos en sus caderas, lo que hizo
que Qhuinn quisiera gritar.
23
Conocida también como Los años dorados o Las chicas de oro, fue una comedia de situación en la
televisión estadounidense
24
Comedia estadounidense.
25
Fue una actriz, comediante y cantante estadounidense. Interpretaba a Maude.
J. R. WARD LA ELEGIDA
―No muy comunicativo, pero está consciente. Aún no hay interrogatorio, V
tuvo que sacar a Tohr y luego Butch se fue cuando llegué aquí. ―Phury abrió el paso
y se apartó—. Y conoces la política, tenemos que estar dos presentes para trabajar
en él... y no puedo quedarme. Tengo que encontrarme con Cormia en el Gran Cam-
pamento. ¿Tienes un número dos o estamos esperando el anochecer para comenzar
la diversión y los juegos?
Qhuinn estaba tan distraído por lo que había puesto en su mano que perdió
el hilo de la conversación, qué diablos habían estado…
―Mejor, ―se escuchó decir Qhuinn mientras cerraba las cosas y ponía la
llave de vuelta en la ranura de la cerradura—. De todos modos él iba a funcionar
como cobertura.
Qhuinn observó desde lejos mientras hacía girar el mango adornado hacia
la izquierda, lanzando los seguros para que los engranajes de la cerradura se en-
contraran y cerraran…
―¿Qhuinn?
Se sacudió a sí mismo y puso una expresión agradable… algo que sus rasgos
generalmente no conocían, independientemente de la crisis en la que se encontraba
actualmente.
―¿Sí?
Phury maldijo. ―He estado allí y no estoy preocupado por ti, sé que te en-
cargarás de los negocios. ¿Quieres que me pase por la mansión y vea si Z puede
venir?
Por el amor de todo lo que era impío, podían jodidamente por favor dejar
de hablar. En cualquier momento el teléfono del hermano iba a sonar con un texto o
una llamada para informarle que bajo ninguna circunstancia Qhuinn podía estar a
menos de trescientos metros de su prisionero…
―Adiós. ―Phury se volvió y levantó una mano—. Buena suerte con él.
NUEVE
─Sí, esa primera noche. Cuando Throe te engañó para que fueras a ese
campo. O ¿sucedió de nuevo después de eso?
─Sucedió de nuevo.
─Cometiste traición.
─Lo hice.
Wrath había trabajado duro por revertir muchas de las Leyes Antiguas
más estrictas y represivas, aboliendo cosas como la esclavitud de sangre, la servi-
dumbre y estableciendo el debido proceso básico para las ofensas entre civiles.
Pero lo único en lo que se mostraba de acuerdo era que el traicionar a la corona
seguía siendo castigado con la muerte.
─Estaba enamorada de él. ─La voz de la Elegida estaba nivelada y sin vi-
da—. No tenía control sobre eso. Él siempre fue tan amable conmigo. Tan atento.
Ni una vez se me insinuó. Y cuando yo lo hice me detuvo, aunque era evidente que…
no era indiferente. Él sólo parecía querer estar cerca de mí.
─¿Sobre qué?
Wrath frunció el ceño —¿Estás diciendo que él terminó lo que había entre
ustedes?
J. R. WARD LA ELEGIDA
─Sí. Me echó y abandonó la cabaña en la que nos habíamos estado reunien-
do.
Hubo una pausa larga. ─Lo confronté sobre sus sentimientos por mí. Sabía
que los tenía y… de hecho, ese día fue cuando me echó.
─Fue justo antes de que fuera capturado. Y sé por qué lo terminó. No que-
ría verse vulnerable ante mí.
Wrath frunció de nuevo el ceño y cruzó los brazos sobre el pecho. ─Vamos
Layla. No seas ingenua. ¿Ni siquiera has considerado que terminó la relación porque
finalmente había movilizado las suficientes tropas e inteligencia para organizar una
ofensiva?
─¿Disculpe? No comprendo.
Y entonces ella dijo en voz baja. ─Dejando eso de lado… ¿Qué va a hacer
conmigo?
J. R. WARD LA ELEGIDA
Mientras Xcor escuchaba las voces por el pasillo, probó de nuevo sus ata-
duras, aunque sabía que nada había cambiado y estaba atrapado en donde estaba,
sujeto sobre una mesa. Y cuando captó la esencia de un nuevo macho, oyó fuertes
pisadas acercándose y después sintió una hostilidad francamente furiosa.
Flexionando los brazos y las piernas una vez más, encontró su fuerza en
decadencia. Pero eso era lo que había. Tal vez eso significaba que iba a morir más
rápido y eso era un beneficio significativo.
El rostro que entró en su línea de visión era muy familiar: la desigual mira-
da azul y verde, los rasgos duros y el cabello negro que hizo que Xcor sonriera un
poco.
─¿Me encuentras divertido? ─demandó Qhuinn con una voz tan plana como
una hoja de cuchillo—. Hubiera pensado que saludarías a tu asesino con algo más
que una sonrisa.
─¿Qué… estás…? ─Bajo ninguna razón podía entender por qué estaba sien-
do liberado—. ¿Por qué…?
─Ni siquiera… ─gruñó cuando se elevó sobre sus codos y sus vertebras
crujieron a lo largo de su espina—. … me vas a preguntar…
─¿Preguntarte qué?
Desde que sus captores habían notado que estaba consciente, todos los
cables que habían recorrido su cuerpo y las máquinas que lo mantenían vivo habían
sido removidas, excepto por la intravenosa en su brazo. Por instinto la arrancó,
dejando que el orificio sangrara.
Con eso, el macho arremetió contra él, dirigiendo un gancho derecho tan
preciso y violento que fue como si un carro lo hubiera golpeado a un lado del rostro.
Sin energía, con poca coordinación y un cuerpo desnudo que no respondía a las ór-
denes más complicadas que no fueran respirar y parpadear, Xcor se tiró de la me-
sa. En el aire, alcanzó lo que sea que pudiera tomar para detener su caída… aga-
rrándose del borde de la camilla y poniéndola encima de sí mismo.
26
1.52 mts.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Xcor sentía que lo arrastraban de forma vertical por el cabello y que sus
piernas no tenían oportunidad de fallarle. Su cuerpo siguió el camino de la camilla,
volando por los aires y estrellándose en una nueva sección de estanterías en donde
los frascos le ofrecían tanto protección como grava.
Qhuinn saltó sobre él, con una bota a cada lado de su torso. Agachándose,
el Hermano gritó, ─¡Ella estaba con mis bebés! Jesús, ¡podrías haberlos matado!
Xcor cerró los ojos ante una nítida imagen de Layla con su cuerpo cambian-
te, el resultado de la descendencia de otro macho… la descendencia de este macho,
creciendo dentro de ella. Y después se hicieron presente peores imágenes en su
mente… la de su carne desnuda al tacto de otro macho, su precioso núcleo siendo
penetrado por alguien que no fuera él. Un apareamiento ocurriendo entre ella y
alguien más.
Xcor se paró deprisa y golpeó al Hermano con todo lo que tenía, derriban-
do a Qhuinn y enviándolos a ambos de espalda contra la pared opuesta de los es-
tantes, cambiando de posiciones una y otra vez mientras Qhuinn empujaba y lanza-
J. R. WARD LA ELEGIDA
ba puñetazos. Xcor estaba mucho más cansado y era un oponente fácil, pero la vin-
culación estaba de su lado, la necesidad masculina de proteger y defender, sus ce-
los innatos, la abrumadora posesión que lo proveía de un deseo vital de atacar hasta
someter a su contrincante.
Pero debido a que era un luchador entrenado como él, Qhuinn logró girar
mientras se encontraba en caída libre y de alguna manera se enderezó a tiempo
para plantar sus botas y recoger uno de los monitores. Inclinando el gran peso en
un círculo, lo arrojó sobre Xcor como si de una roca se tratara.
No hubo tiempo para agacharse, no con una coordinación tan pobre como la
de Xcor. El impacto le costó la respiración y el equilibrio, con el aire saliendo de
sus pulmones cuando el dispositivo médico lo golpeó en el costado. Sin embargo
después de una ronda de recuperación, se lanzó a la defensiva ya que Qhuinn había
alcanzado otro equipo aún más grande.
Así que corrió hacia el macho en lugar de alejarse de él. Y en el último se-
gundo Xcor cayó al piso, colocando las palmas sobre el piso de piedra y movilizando
cada uno sus músculos para enviar la parte inferior de su cuerpo en un recorrido
oscilante, en donde sus piernas desnudas daban vueltas alrededor…
Fue tan rápido como cualquier macho que hubiera sido inmovilizado por su
enemigo durante semanas y semanas. Lo que significaba que estaba a punto de dar
un paseo. Qhuinn sin embargo, estaba gravemente herido. Una rápida mirada por
encima del hombro mostró al Hermano vomitando sangre.
Mirando detrás de sí, vio a Qhuinn levantarse, sacudir la cabeza como para
despejarla y recuperar un repentino objetivo.
DIEZ
Fuera en el vestíbulo, ella sabía que los Hermanos habían vuelto a acercar-
se y estaban escuchando a una discreta distancia, y no le importaba que la vieran
desmoronarse. Sin embargo a Wrath le importaba. Les lanzó una mirada por encima
del hombro.
Hubo una breve conmoción y después no había nadie en el pasillo que pudie-
ra ver... y Wrath volvió a concentrarse en ella, su inhalación profunda abrió sus
fosas nasales. —Puedo oler tus emociones. Sé que no estás mintiendo sobre lo que
dices y lo que crees. Pero hay veces en que la intención es irrelevante y ésta es una
de ellas. Tienes que irte ahora...
—¡Mis niños!
Cuando las lágrimas cayeron, ella quiso gemir, pero no había nada que dis-
cutir. Estaba en lo correcto. Xcor la había encontrado y seguido a su casa, y ¿quién
iba a decir que Throe no podía hacer lo mismo? A pesar de que solo había alimenta-
do a ese macho una vez, con su sangre tan pura los efectos de seguimiento podría
durar años, décadas, tal vez más. ¿Por qué no había considerado esto? ¿Por qué no
lo hicieron?
—¿Está anulando mis derechos maternos? —dijo ella con voz ronca.
El horror de perder a sus niños era tan abrumador que apenas podía poner
su miedo en palabras. En todas sus peores pesadillas, nunca había pensado que lle-
garía a esto. Nunca había considerado que las ramificaciones fueran tan devasta-
doras.
Pero de nuevo, cuando uno estaba en una colisión frontal, uno no podría ca-
talogar con exactitud total la extensión de las heridas venideras, especialmente si
estaba en medio de maniobras evasivas para intentar evitar el accidente mismo.
Layla cerró los ojos, sus lágrimas salieron y se enredaron en sus pestañas.
—Tu misericordia no conoce límites.
—Mierda. Y ahora te tienes que ir. Tengo algunas propiedades que son se-
guras y voy a organizar el transporte. Empieza a empacar.
—Pero ¿quién se quedará con ellos? —Se volvió hacia las cunas—. Mis ni-
ños... oh, querida Virgen Escriba…
—Qhuinn lo hará. Y luego haremos los arreglos para que los veas. —El Rey
se aclaró la garganta—. Esto es... como debe ser. Tengo que pensar en los otros
niños... demonios, ahora mismo me pregunto si no necesito evacuar a cada persona
en esta casa. Jesús, por qué no han atacado ya, no lo sé joder.
Cuando Wrath se volvió hacia atrás, Layla soltó un soplido y miró hacia
arriba. El Primale estaba de pie en la puerta rota, las cejas de Phury fruncidas so-
bre sus ojos amarillos, su cuerpo atado con las armas y oliendo a aire fresco.
—Qhuinn fue el que tuvo el dedo fácil. —Wrath cruzó los brazos sobre su
pecho y sacudió la cabeza—. Los niños están bien, pero ella tiene que irse. ¿Tal vez
puedas ayudar a sacarla de aquí?
Phury lo cortó antes del final. —¡Así que por eso vino!
—¡No! ¡Qhuinn! ¡Joder! —Phury puso sus dedos en su boca y silbó tan fuer-
te que Layla tuvo que cubrir sus oídos. Luego empezó a hablar rápido—. ¡Qhuinn
acaba de llegar al sanctum sanctorum! Me dijo que estaba tomando el lugar de Las-
siter durante el día y... mierda, dijo que estaba esperando respaldo. No se veía
bien, así que pensé en mi camino hacia el Gran Campamento que pasaría por aquí y
me aseguraría de que quienquiera que Blay consiguiera para cubrirle fuera allí in-
mediatamente...
Cerrando los ojos, sacudió la cabeza y luego abrió los párpados como si tal
vez eso le diera una visión más exacta.
La llave giró y repentinamente lo que había sido sólido como una roca tuvo
un notable resultado. Xcor abrió la puerta y tropezó.
Aterrizando sobre su culo desnudo, Xcor temblaba tan fuerte que sus
dientes castañeteaban.
—… ¡Te mataré! —gritó Qhuinn mientras sus manos agarraban la malla has-
ta que comenzaron a sangrar—. ¡Jodidamente voy a matarte!
J. R. WARD LA ELEGIDA
Xcor miró por encima del hombro. Había aire fresco procedente de esa di-
rección y sabía que no tenía tiempo. Qhuinn seguramente pediría respaldo tan
pronto como dejara de luchar con su oponente de hierro.
Al ponerse en pie, se vio tan mal que tuvo que agarrarse en la pared de la
cueva. —Dejaré la llave aquí.
Con eso, se dirigió a la salida, rezando para que de alguna manera pudiera
desmaterializarse. Cuando su visión comenzó a parpadear sin embargo, él tenía po-
ca fe que ése sería el caso.
ONCE
Cerrando sus párpados, todo lo que podía ver era esa cuarenta danzando
alrededor y las balas volando dentro de la mansión.
Antes de que él pudiera detenerse, Tohr fue por el arma bajo su brazo.
Pero instantáneamente, cuando captó la esencia de su hembra y reconoció su voz
bajó su mano y se centró en Autumn. Su querida Shellan estaba de pie frente a él,
su taza YETI27 en su mano, sus ojos tristes y serios.
—Ven aquí, —le dijo él, alcanzándola y cogiendo su mano—. Tú eres lo que
necesito.
27
Taza térmica, fabricada en acero inoxidable de cocina y aislamiento de doble pared al vacío. Están
diseñados para retener tanto el frío como el calor.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Tirando de ella para que se sentara junto a él, le agradeció el té y puso el
Earl Grey28 a un lado. Entonces con un escalofrío de alivio, él la acomodo entre su
pecho, le paso los brazos alrededor y la mantuvo cerca de su corazón.
—Sí. Estoy encantada de que nadie haya sido herido… y también es el cum-
pleaños de Wellsie. Es una noche muy, muy mala.
Pero ella tan amable, paciente y firme le había abierto su corazón y su al-
ma, dándole una vida cuando él estaba muerto, luz en su oscuridad perpetua, sus-
tento en su hambruna.
—¿Cómo es que eres así? —le preguntó, trazando con sus dedos su mandí-
bula.
—Nunca te has resentido o… —era duro para él hablar con ella de su cons-
tante apego a la muerte. No quería hacerla sentir inferior—. O mis sentimientos
por ella.
—Solo podrías ser tú, —susurró, inclinándose para presionar sus labios con
los suyos—. Tú eres la única con la que podría estar.
28
mezcla de té aromatizada con aceite de bergamota. Típicamente usado en Inglaterra.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Tohr profundizo su beso, para luego romper el contacto y ella entendió por
qué paro, ella siempre le entendía: él no podía acostarse con ella esta tarde o en
este día. No hasta medianoche. No hasta que pasará el cumpleaños de Wellsie.
—No sé dónde estaría sin ti. —Tohr sacudió su cabeza, pensando en el es-
tado de ánimo que él había tenido cuando había ido a la cueva para matar a Xcor—.
Quiero decir…
Pero ese no había sido su destino. Justo al volver a su casa el ángel caído
no había sido su salvación.
No, él le debía eso a esta hembra de aquí. Ella y sólo ella le había dado la
vuelta, su amor lo devolvió del infierno. Con Autumn, su perspectiva de estar en el
planeta había hecho un total de ciento ochenta, y aunque él aún tenía malas noches
como la de hoy… también tenía unas muy buenas.
Dios, era casi como si Lassiter hubiera sabido cómo iba a cambiar todo,
había estado seguro entonces de cuál era el momento para que Tohr volviera y
resurgiera...
—Tú te quedas. Necesitamos a alguien con Wrath. Todos los demás vamos
allí.
—Siempre.
Con una maldición, el hermano salió a toda velocidad y aterrizó junto a los
otros, uniéndose a lo que parecía una estampida de botas dando una paliza al pasi-
llo de las estatuas.
Su sonrisa fue tan antigua como las especies y tan duradera. —No puedo
esperar.
—…Jodida mierda, tengo que salir de aquí. —Wrath cerró la puerta doble
detrás de él y se dirigió a lo alto de la gran escalera—. Maldición, soy un hermano,
se me debe permitir estar allí…
Sí, él era tan convincente como un jodido semáforo de banderas y dos bra-
zos rotos: no estaba saltando en frente de su gobernante. Él no estaba alcanzándo-
lo y agarrándose al tío o forzando al Rey a quedarse en la mansión. Y él no estaba ni
siquiera previniendo a su gobernante de ir hacia la Tumba. Donde estaba Qhuinn.
Porque, hey, si él tenía que vigilar al Rey, él tenía que estar con él donde-
quiera que fuera ¿verdad? ¿Y si eso justamente era lo que pasaba por llevarle has-
ta donde estaba el Bastardo? Bueeeeeno, eso era su culpa. Además, ¿con el humor
de Wrath? Cualquier argumento sobre quedarse era del todo inútil. El Rey era al-
tamente responsable… excepto cuando no lo era. ¿Y cuándo ese moreno HDP29 con
las gafas puestas decidía que él iba a hacer algo, o no hacerlo? Nadie, pero nadie,
iba a hacerle cambiar de opinión.
Wrath no vacilo y no desfalleció. Incluso sin ver nada, él estaba tan fami-
liarizado con la mansión que era capaz de anticipar los pasos, la dirección, incluso el
29
Hijo de Puta.
J. R. WARD LA ELEGIDA
peso de la enorme manilla de la puerta que él estaba agarrando. Si las cosas se
mantenían así, ellos iban a estar en esa cueva al norte de la montaña en un nanose-
gundo.
Excepto… cuando la entrada del vestíbulo se abrió y el aire frío les alcan-
zó, Tohr tomó una profunda respiración.
Una cosa era salir a manejar esto por sí mismo y otra fallar en su trabajo
como guardaespaldas y permitir al Rey ponerse en una situación que podría poner
su vida en peligro. Y también, P.D.,30 era una mierda querer matar a Xcor por que-
rer matar a Wrath, al mismo tiempo que permitir al Rey ir hacia lo que podría ser
una emboscada. La Banda de los Bastardos era incluso más salvaje que nunca. ¿Qué
pasaría si algo iba mal allí con Qhuinn y de alguna manera Xcor terminara libre? ¿Le
encontrarían sus chicos? ¿Atacarían a la Hermandad?
Ahora él saltó delante, sacudió sus manos, empujo por el pecho a su gober-
nante.
A-diós.
30
Post Data.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Su propia desmaterialización cortó el resto de las maldiciones que iban sa-
liendo como un ataque de su cerebro desconectado. Y entonces él se estaba mate-
rializando en la densidad del bosque, en el lugar donde se le había forzado a irse
no hacía más de cuatro horas.
¿El hijo de puta estaba fuera? ¿Qué diablos? Porque esa mierda no estaba
destilando en la distancia, como si hubiera venido de una herida que fue hecha en el
interior de la cueva.
No, estaba justo a sus pies, en las hojas del pino caído y en la suciedad.
Una pista.
Una escapada.
Wrath le ignoró y fue directo a la cueva, donde las voces de otros herma-
nos hacían eco y claramente le orientaban. Tohr pensó parar al macho, pero estaba
mejor allí con toda la Hermandad que fuera en el bosque como una presa fácil.
La esencia de la sangre era más débil aquí, y sí, él había tenido una punzada
de celos yendo a su pecho. Qhuinn había claramente tenido al bastardo. Pero algo
había ido muy, pero muy mal. Había pistas de huellas de pies descalzos y sangre
saliendo de la cueva, Qhuinn estaba también goteando. Esa esencia era mucho más
fuerte.
¿Estaba el hermano aún vivo? ¿Le dominó Xcor de alguna manera y le arre-
bató la llave de la puerta? Pero ¿cómo era eso posible? Xcor había estado medio
muerto en esta camilla.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Cuando Tohr y el Rey se metieron en la cueva, la luz de las antorchas en la
puerta ofrecían un brillo a seguir, entonces él y Wrath aparecieron delante de to-
dos… y Tohr se encontró con una situación que no se esperaba, como si fuera inex-
plicable.
Tres de sus hermanos estaban rodeando la llave como si les fuera a explo-
tar a ellos y a todo lo demás, hablaban uno sobre el otro. Y toda la charla acabó sin
embargo, cuando el grupo se dio cuenta de la presencia de Wrath.
Más hermanos se unieron al carro, pero el Rey no les hizo caso. — ¿Qué
estoy mirando? ¡Qué alguien me digo a qué cojones estoy mirando!
En el silencio que siguió, Tohr espero a que alguien respondiera, que habla-
ra y le hiciera un resumen.
Bien, joder, pensó Tohr. —Qhuinn está consciente, sangra y está ence-
rrando en la Tumba. La llave… —Tohr movió su cabeza hacia la puerta— … está en
nuestro lado de la cerradura. Qhuinn, ¿está Xcor ahí contigo o no?
Incluso aunque las pistas de sangre yendo hacia el bosque era respuesta
suficiente.
Qhuinn dejó caer su cabeza y se masajeó el pelo negro con su mano ha-
ciendo círculos suaves en donde lo tenía apelmazado. —Se escapó.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Biiiiiiiiiiiiiien, ¿quieres hablar sobre jodidas bombas? Era como si cada uno
de la Hermandad hubiese dejado caer un piano sobre su puñetero pie y estaba
usando la palabra “joder” como analgésico.
Tohr comenzó a trotar, pero no podía ir muy rápido. Con el viento que venía
e iba en todas direcciones, era muy difícil seguir la pista.
Y entonces se esfumó.
Cómo diablos esa pedazo de mierda débil y herido había conseguido des-
materializarse. Tohr nunca iba a comprenderlo. Pero no podías no estar de acuerdo
con los hechos: la única posible explicación para que las pistas se acabaran así tan
repentinamente era que el bastardo de alguna manera había encontrado la fuerza
para desmaterializarse.
Si Tohr no hubiese odiado al cabrón con tanta pasión... Él casi que hubiese
respetado al hijo de puta.
J. R. WARD LA ELEGIDA
31
45.72 Mts.
32
1.6 km.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Iba a estar en llamas tan pronto como el sol emergiera.
Curvándose sobre sí mismo, atrajo sus pies hasta su pecho, envolvió sus
brazos y titiritó.
Las hojas bajo su cuerpo no eran una cama suave, estaban congeladas, sus
filos curvados le cortaban la piel. Y mientras el viento cruzaba el paisaje, un tor-
mento en busca de víctimas parecía tener una atención particular con él, empujaba
restos del bosque hacia su hueco y grieta robando, incluso más de su menguante
calor corporal.
Se metió sus dedos sucios en su boca, sintió la distorsión que iba desde su
labio superior hasta la base de su nariz. El defecto había estado ahí siempre y por
culpa de eso su mahmen le había enviado fuera de su habitación de nacimiento, de-
jándolo en las manos de su cuidadora. Con nadie que cuidara de él, intentó portarse
bien con la hembra, intentó hacerla feliz, pero nada que él hiciera le gustaba y ella
parecía deleitarse diciéndole una y otra vez como su mahmen le había prohibido su
vista, como él había sido una maldición en una hembra de alta cuna.
Doblando sus rodillas hasta su escaso pecho, unió sus brazos alrededor de
sus piernas huesudas y tiritó. Su vestimenta estaba limitada a una de las capas de
lana andrajosa de su cuidadora y un par de pantalones de macho que eran tan lar-
gos que él podía asegurarle bajo sus axilas con una cuerda. Sus pies desnudos, pero
si los mantenía bajo la capa, no se congelaban.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Cuando el viento soplaba a través de los arboles desnudos, el sonido que
hacía era como el aullido de un lobo y sus ojos se estrechaban mientras buscaba la
cambiante oscuridad, en el supuesto de lo que había oído era de naturaleza lobezna.
Estaba aterrorizado por los lobos. Si uno, o una manada, iba tras él, le comerían,
estaba seguro, mientras su cadena significaba que no podría buscar escapatoria en
los árboles, ni podía alcanzar la puerta de la cabaña.
Buscando algo para calmar su mente, fijo su vista en el charco de luz cáli-
da amarilla que emanaba la ventana de la cabaña. La parpadeante iluminación juga-
ba con los tentáculos de la zarza muerta que rodeaba la cabaña, haciendo el movi-
miento de los arbustos como si ellos estuvieran vivos...
Siempre era así, este volver y venir entre una cosa y otra haciéndole sen-
tir la necesidad de estar atento a su entorno en caso de ataque... y refugiándose en
su mente para evitar pensar que no podría hacer nada para salvarse.
Metiendo su cabeza en el regazo, él apretó sus ojos cerrados una vez más.
Había otra fantasía que él tenía, aunque no muy a menudo. Él pretendía que
su Sire, sobre el que su cuidadora nunca le había hablado, pero de quien Xcor se
imaginaba que era un luchador muy fiero para su raza, venía una vez de una gran
guerra y lo rescataba. Él se imaginaba al gran luchador llamándole, reuniéndose con
él lejos y subiéndole a la silla de montar, llamándole "hijo" con orgullo. Después de
un potente galope, ellos serían un equipo, el pelo de Xcor al viento en su cara mien-
tras ellos iban en busca de aventuras y glorias.
En verdad que eso era tan poco probable que pasará como ser bienvenido
en el interior de la cabaña…
No, no era nadie a caballo. Era un carruaje increíble, una carroza majes-
tuosa con un cuerpo cubierto de oro y un par de caballos blancos a juego. Había
incluso machos detrás de pie y un macho como conductor.
Y sí, cuando uno de los sirvientes saltó y espero la salida de una hembra
con una gran falda y corsé, Xcor nunca había visto a alguien tan bella o había olido
algo la mitad de maravilloso.
33
No (T.O. Escocés)
J. R. WARD LA ELEGIDA
Las dos hembras se dieron la vuelta y se apuraron a salir y él corrió para
alcanzarlas fuera, ellas se montaron en el carruaje.
—¡Llévame contigo!
Uno de los sirvientes cerró la puerta cubierta de oro. Y el doggen dudó an-
tes de volver a su puesto en el carruaje.
¿Liberarse?
34
241 Km.
J. R. WARD LA ELEGIDA
No, pensó. Sólo dependía de sí mismo desde ahora.
Aunque él quería hacerse una bola y llorar de miedo y pena, sabía que debía
levantarse de la cabaña. Y con eso en su cabeza, dejo que sus emociones salieran y
cogió la cadena con ambas manos. Inclinándose hacia atrás, él empujo con todas sus
fuerzas, intentando liberarse de las ataduras, las uniones rugieron al movimiento.
Además se dijo así mismo que no era su mahmen quien se había ido, ha-
biéndole mentido todo este tiempo. No, esa era sólo una cuidadora de alguna rara
situación.
DOCE
Parecía apropiado que Qhuinn tuviera que quedarse mirando a sus herma-
nos a través de las barras de acero… no es que quisiera mirarlos, pero sí, una sepa-
ración entre él y esas otras vidas y respiraciones, marcadas por una puerta antigua
e impenetrable, parecía la mejor forma de indiferencia.
35
Fuck-onomics Acto de joder para tener una ganancia financiera o personal.
J. R. WARD LA ELEGIDA
ción, el dolor tomó grandes proporciones a lo Jolly Green Giant36. Algo debía tener
roto por ahí. Tal vez se rompió el hígado, un riñón o un…
Cuando una ola de nauseas inundó su estómago, abrió sus párpados y miró
en dirección contraria al zoológico de la condenación. Hablando del destrozado lu-
gar. La camilla destrozada, el equipo médico roto, todas las jarras destrozadas y
los grasientos y negros corazones sobre el suelo de piedra… era como si un huracán
hubiera pasado por la cueva.
¿Acerca del otro?, sip, lo sentía también… pero no iba a dar un paso fuera
de su línea dura con ella y sus niños.
Con un gruñido, estiró una pierna y luego la otra. Había sangre en sus pan-
talones de cuero. En sus shitkickers, en los nudillos de ambas manos. Probablemen-
te necesitaría ayuda médica, pero no la quería…
El Rey estaba justo enfrente de esas barras de hierro, parecía como la fu-
ria del infierno parado en sus shitkickers. Y aparentemente, quería un “cara a cara”
en primer plano: Vishous dio un paso y colocó la llave en la cerradura del otro ex-
tremo, el resorte rechinando como si fuese a entregar mercancía y a permitir que
las puertas se abrieran.
Decisiones, decisiones.
36
El gigante verde. Marca internacional de hortalizas y verduras en conserva. La mascota de la marca es
el "Alegre Gigante Verde" (Jolly Green Giant), un hombre de gran tamaño y piel verde que está vestido
con un traje de hojas y botas. La estatua mide 17 metros.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Maldición, esas eran unas shitkickers enormes, pensó débilmente. Desde
la ventajosa posición de ojo–a la bota, parecían del tamaño de un par de Subarus37.
—No especialmente.
—Déjame expresarlo de otro modo hijo de puta. Vas a decirme que pasó o
voy a mantenerte encerrado aquí hasta que mueras de hambre y te quedes en los
huesos.
Qhuinn frotó su rostro, pero no por mucho tiempo. El movimiento hizo que
su estómago se revolviera incluso más… hey! Tenía dolor de cabeza también. ¿Tal
vez era una conmoción cerebral?
#BOGO 38
37
Fabricante japonés de automóviles.
38
Buy One, Get One: Un dos por uno. Pagar por una cosa y llevarte dos al mismo precio.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Lo cual era el nuevo protocolo. De regreso a cuando Xcor fue puesto bajo
custodia la primera vez, quien quiera que estuviera de guardia había sido encerrado
desde fuera. Con el tiempo sin embargo, había cambiado el procedimiento para ha-
cerlo más práctico, con diferentes turnos a cubrir, así como el chequeo médico y
administración de drogas. Y sip, tal vez, ellos se habían relajado después de un mes
de que el bastardo solo estuviera acostado ahí en la camilla como una mala pieza
de arte moderno.
—Sip, creo que sí. —Un pequeño viaje. Ja ja—. ¿O era retórica y no necesi-
tabas una respuesta? Oye, por qué no dejamos de hablar acerca de Xcor y me di-
ces que vas a hacer con su hembra, Layla.
En el silencio que siguió, Wrath cruzó sus brazos por encima de su pecho,
sus bíceps se hincharon tanto que hizo que el cuello de The Rock pareciese un lápiz.
—Ahora mismo, no son sus derechos de madre los que estoy pensando
precisamente en cortar.
Qhuinn levantó la vista bruscamente y tuvo que toser para hacer que sus
arcadas volviesen a su sitio mientras su cabeza tronaba. —Espera, ¿qué? Ella come-
te traición al ayudar y alentar a nuestro enemigo...
Era difícil replicar con esos argumentos, pensó Qhuinn. Era bueno que a
sus emociones no les importara la lógica.
J. R. WARD LA ELEGIDA
─Sólo dime que la sacarás de la casa, —demandó—. Y que mis pequeños se
quedarán conmigo. Eso es todo lo que me importa.
Por una fracción de segundo, Qhuinn pensó en Xcor hablando de cosas sin
sentido antes de que el bastardo se fuera cojeando. Balbuceando mierda acerca de
Layla. Amor. No queriendo un pedazo de Wrath nunca más.
El Rey miró a través de sus envolventes. —Lo que yo haga o deje de hacer
no es tu maldito problema.
—¿Qué?
Las cejas negro azabache de Wrath cayeron de nuevo bajo los bordes de
sus envolventes. —¿Qué fue lo que te dijo?
—Por el infierno que lo harás. Te suspendo del servicio activo de forma in-
mediata.
¿Lo último que vio? El inmenso puño del Rey volando en dirección a su man-
díbula.
—¿Por qué?
—Si quieres que los deje, vas a tener que meterme en el Fade.
No era una sorpresa que Wrath mandara a Vishous para echarla. V era co-
mo lidiar con un iceberg, el guerrero frío, intratable, inamovible en cualquiera que
fuese su meta. ¿Los otros machos de la mansión? Especialmente los que tenían
niños ¿o Phury como el Primale, o Tohr quien había perdido a su pareja y su hijo?
Cualquiera de esos Hermanos podrían haber sido convencidos de cambiar el rumbo
y permitirle quedarse o permitirle llevarse a su hijo e hija con ella.
Vishous no.
Y en su caso, tal vez tampoco Tohr. Él quería matar al macho por el que ella
había traicionado a la Hermandad.
Ella giró hacia sus pequeños. —¿Acaso Qhuinn lo mató? ¿Xcor? ¿Está
muerto?
—Fritz está fuera. Tenemos un camino que tomar. Nos vamos ahora.
Se giró y entornó sus ojos. —No te atrevas a decirme que suena como si yo
fuese poco razonable al no querer dejarlos.
J. R. WARD LA ELEGIDA
—Entonces no olvides la posición en la que te encuentras. ─Acarició su pe-
rilla con su mano enguantada—. Puedes terminar con ningún derecho respecto a
ellos, sin tener en consideración su nacimiento, pero si vienes conmigo ahora, puedo
garantizarte… garantizarte… que ellos regresarán contigo pronto, probablemente
para mañana por la noche.
Su ceja, la que tenía los tatuajes al lado, se arqueó. —Tal vez no, pero
ellas sí.
Beth, la Reina, habló, su voz claramente calmada para no molestar a los pe-
queños. —Hablaré con Wrath. Tan pronto como él regrese del centro de entrena-
miento. Arreglaremos esto. Me importa una mierda lo que está pasando entre Xcor
y tú… de madre a madre, solo me importas tú y los bebés. Y mi marido verá mi pun-
to de vista. Confía en mí.
Cormia también dio un paso hacia adelante, los claros ojos verdes de la
compañera Elegida acuosos. —Voy a estar aquí en la habitación todo el día. —
Apuntó a la cama—. No me apartaré de su lado.
Se alejó de Beth y trató de mantener los resoplidos tan suaves como pudo.
Quería decir algo, quería expresar su miedo y su gratitud…
J. R. WARD LA ELEGIDA
La Reina colocó sus manos sobre los hombros de Layla. —Tus derechos co-
mo madre no se verán afectados. No va a pasar y sé exactamente a donde te vas.
Es una casa segura, totalmente protegida…V la cableó por seguridad y yo misma la
decoré después de que la Hermandad la comprara hace un año.
—Es seguro allí, —declaró Vishous—. Como la caja fuerte de un banco y pa-
saré el día contigo como tú maldito acompañante.
—Entonces, ¿estoy bajo arresto? —Layla frunció el ceño—. ¿Soy una pri-
sionera?
Que infierno era todo esto, pensó. Pero no había nada que ella pudiera ha-
cer. Esto era más grande que ella y ella sabía muy bien las razones para ello.
Regresando hasta Lyric y Rhamp, se encontró que las lágrimas corrían más
rápido por su rostro de lo que ella podía limpiar con el empapado lío en el que se
había convertido el pañuelo. De hecho, algo acerca de las hembras de la casa que
habían aparecido y dado respaldo, habían descongelado el entumecimiento de su
pecho, y ahora sus emociones corrían otra vez.
Ella quería recoger a cada uno de sus pequeños y oler su dulce piel, soste-
nerlos contra su corazón, acunar sus cabezas mientras los besaba. Pero si hacia
algo de eso, no sería capaz de dejarlos.
Había habido tantos imposibles a lo largo del camino, tantos retos que ella
no había previsto.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Pero este era uno que ella jamás habría contemplado: Dejar a sus pequeños
al cuidado de otros, no importaba lo competentes y amorosos que fueran esos
“otros”, era algo que no había previsto.
Con una última mirada a cada uno de sus pequeños, Layla juntó los pliegues
de su túnica y salió del dormitorio. Tras ella, sintió como si estuviera dejando su
alma y su corazón.
J. R. WARD LA ELEGIDA
TRECE
Inclusive con todas las cosas malas ocurriendo en su vida, estaba teniendo
la mejor jodida alucinación de todos los tiempos.
Eso no era una sorpresa. El hecho de que era un cerdo idiota con tremen-
dos impulsos sexuales, quedó probado en el tiempo.
Así que, si, mientras él yacía en esa cama de hospital, con tubos y cables
entrando y saliendo de él como si fuera el maldito doble de riesgo de Xcor, él es-
taba viendo a Blay sentado en esa silla allí en la esquina, aquella que era del color
de la crema de trigo y tenía brazos redondeados y respaldo bajo.
J. R. WARD LA ELEGIDA
La bragueta del hombre estaba abierta y su pene estaba fuera… Y el puño
de Blay estaba envolviendo esa gruesa longitud. Las venas que descendían en su
musculoso antebrazo hinchándose mientras se acariciaba.
Con un trago áspero, la lengua perforada de Qhuinn picaba por esa cabeza,
ese tallo. Quería compensar lo que había salido de su desconsiderada boca cuando
había estado furioso, y el sexo no era una band-aid39, realmente no lo era.
—¿Qué quieres hacerme? —suspiró el Casi Blay—. ¿Dónde vas con tu len-
gua?
Con un gran esfuerzo, Qhuinn fue a sentarse… Porque eso era lo que hacías
cuando tenías grandes planes: Tenía toda la intención de atravesar la habitación
del hospital, echarse de rodillas y abrir ampliamente su boca hasta dejar a Blay
drenado y seco. Y eso sólo iba a ser un preludio del magnífico sexo de reconcilia-
39
Marca de bandas adhesivas para heridas.
J. R. WARD LA ELEGIDA
ción que iban disfrutar durante las próximas doce a quince horas.
Así que sí, se irguió… pero eso fue lo más que pudo. Su estómago tiró del pasador
de una granada que él no sabía que estaba en su posesión y entonces su tripa jodió
bien a esa perra bien arriba en sus pulmones, la explosión del dolor lo arrojó en
picado a acostarse en ese preciso momento y lo dejó dando arcadas.
¿Qué era... así que quién gritaba así? No podía ser Xcor. Si la Hermandad
de alguna manera había logrado recapturarlo, nunca traerían al bastardo aquí.
Lo que sea. No era su problema.
Así que si él fuese un golfista, estaría sin los palos de hierro y dentro del
driver.
40
Intravenosa.
J. R. WARD LA ELEGIDA
su sangre se filtraba fuera de donde la tubería había sido conectada, en el interior
de su codo.
La luz del sol estaba como noventa y siete por ciento desaparecida del cie-
lo cuando Blay abrió la puerta y salió al nuevo porche trasero de sus padres. Frío,
muy frío, el aire era tan seco que sentía sus senos nasales como llenos de arena.
Jodidamente horrible.
Un ataque de tos superó lo que se suponía que había sido una feliz reunión
entre dos viejos amigos: sus pulmones y la nicotina. Pero se recuperó rápidamente y
en tres bocanadas había vuelto al negocio, el hormigueo familiar en su cabeza lo
hizo sentir más ligero de lo que realmente estaba, el humo iba bajando por la parte
41
empresa francesa de joyas, relojes y perfumes fundada en 1.896.
J. R. WARD LA ELEGIDA
posterior de su garganta como el toque de un masajista sobre su esófago, exhalan-
do algo parecido a la quiropráctica hasta el final de su espina dorsal.
42
Sistemas de calefacción, aire acondicionado.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Dios sabía que era mucho más fácil de lo que lo había mantenido despierto
todo el día.
Cuando llegó la noche anterior, cerca del amanecer, no había tenido el co-
razón de decir a sus padres lo que había sucedido. La cosa era que cuando Qhuinn
había sostenido que él, Blay, no era padre de esos dos bebés, el chico había borra-
do los derechos de los abuelos que sus padres pensaban que eran también. Así que,
si, no, él no iba a explicar por qué había…
Aun así, a los chicos buenos les gustaba hacer felices a sus mamás, y Blay
siempre había sido un buen chico.
—Tienes una llamada telefónica. —Ella asintió sobre su hombro—. Hay una
extensión en el estudio de tu padre, ¿si quieres un poco de intimidad?
—¿Quién es?
Le pregunto eso para ganar algo de tiempo, aunque estaba bastante claro
quién estaba llamando, pero a ella no parecía importarle. —Es Qhuinn. Suena... un
poco apagado.
Blay volvió a mirar por encima del estanque. Volvió a fumar también, porque
de repente estaba nervioso.
—No he querido entrometerme Blay. Pero sé que tiene que pasar algo en-
tre vosotros dos. De lo contrario, él también estaría aquí. Quiero decir, tu Qhuinn
nunca pierde la oportunidad de venir a comer mi comida.
—¿Le dirás que no estoy aquí? —Golpeó de nuevo el cigarrillo sobre el ce-
nicero aun cuando no había mucho en la punta—. Dile que me he ido. O algo.
—Sea lo que sea, vosotros podéis resolverlo. Ser padres primerizos puede
cambiar las cosas, pero no es nada que no se pueda acomodar.
—Está en el ático. Creo que está alfabetizando nuestro equipaje, por ex-
traño que parezca.
—Tarea primero y luego color. Quién podía saber que esas monstruosida-
des de Samsonite43 de los años setenta pudieran durar tanto.
43
Samsonite Corporation es una empresa fabricante de maletas y equipaje fundada en 1910 en Denver,
Colorado.
44
Pastelitos elaborados de una masa esponjosa rellena de crema en su interior.
45
Es una de las cadenas de tiendas de artículos de oficina más grandes del mundo.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Había una serie de ventanas, todas con cortinas pesadas que todavía esta-
ban levantadas, la evidencia de que su padre no lo había sincronizado aún con la
firma consultora que había iniciado. El teletrabajo fue una bendición para los vam-
piros que querían hacer pasta en el sector humano, y era particularmente aplicable
si eras un contable que manejaba los números para ganarse la vida.
—¿Hola...? —repitió.
Mucho silencio. No era una sorpresa. Blay era generalmente el que presio-
naba para comunicarse cuando había un tema áspero, sobre todo porque él no podía
manejar la distancia entre ellos y Qhuinn siempre encontró difícil abrirse sobre
sus "sentimientos". Inevitablemente sin embargo, el macho cedería y hablarían a
través de lo que fuese como adultos… y después Qhuinn querría servirle sexual-
mente durante horas, como si el tipo quisiera compensar sus debilidades interper-
sonales.
—¿Qué sientes? ─La pausa que siguió sugirió que Qhuinn estaba pensando
"tú sabes qué" en su cabeza—. Y sí, voy a hacer que lo digas.
46
Modus operandi.
J. R. WARD LA ELEGIDA
—Lo sé. —Blay pasó las yemas de sus dedos sobre la almohadilla de la cal-
culadora con sus números en el centro y sus símbolos alrededor de los bordes—.
Estabas muy molesto.
—No podía creer que Layla los hubiera puesto en riesgo de esa manera. Me
volvió malditamente loco.
Ahora era la señal de Blay para estar de acuerdo, para afirmar que sí, que
cualquiera se molestaría. Y eso no fue difícil de hacer. —Ella arriesgó sus vidas. Es
verdad.
—Lo sé.
—Lo hago.
—Eso es verdad.
Blay cerró los ojos ante aquel seductor tono de voz. Sabía exactamente lo
que estaba pasando por la mente de Qhuinn. Crisis evitada… tiempo de sexo, y esto
no era hipotético ni desagradable en lo más mínimo. Pero vamos, Qhuinn era un or-
gasmo erguido sobre un par de shitkickers, dominante, irreprimible fuerza de la
naturaleza en lo horizontal, capaz de hacer que un macho se sienta como el único y
más deseado en la tierra.
—Eso es genial. Dile que he dicho que me alegro de que esté bien.
—Oh, lo haré.
—No iré.
Blay pasó las puntas de sus dedos sobre los números de ese teclado, en or-
den correcto… Primero ascendente, de cero a nueve, luego descendiendo. No pre-
sionó con fuerza suficiente para mostrar nada en la sección iluminada o para que el
programa comenzara imprimir el rollo de papel.
—Y ese es mi problema.
—Mira, no puedo creer que sacase una pistola y apretase el gatillo. Quiero
vomitar cada vez que pienso en eso. Pero ahora me he calmado y Layla está fuera
de casa. Fue lo primero que le pedí cuando llegué. Ella está fuera y los bebés están
a salvo, así que estoy bien.
—Aún no. sin embargo, Wrath puede ver mi lado. Después de todo es un
padre.
—Estás muy equivocado. Estaba enfadado con Layla. No tiene nada que ver
contigo.
—¿Qué está pasando aquí? —La voz de Qhuinn se apretó—. Blay. ¿Qué es-
tás haciendo?
Todo había parecido más permanente cuando los niños habían llegado, como
Qhuinn y él, juntos, habían añadido cuerdas de acero alrededor de uno y otro y
tirado hasta apretar.
No estaba seguro de lo que era peor: perder su lugar en la vida de los niños
o ya no sentir seguridad.
—Blay, vamos...
No estaba loco.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Enojarse por la verdad era simplemente estúpido.
CATORCE
—En serio. Todo lo que voy a hacer es darme una ducha y sentarme aquí en
la ventana un poco más. Eso es todo.
Cuando quedó claro que Vishous no iba a decir nada, Layla le dio la vuelta a
la silla en la que había estado sentada la última hora. Él había estado allí, en aquella
pulcra cocina, apoyado en la encimera de granito al lado del hornillo, fumando en
silencio. La casa segura en la que estaban viviendo, en otros tiempos había sido un
adorable rancho lo bastante pequeño para ser confortable, pero con espacio sufi-
ciente para una pequeña familia. Todo en su interior estaba pintado en variaciones
de gris claro con pequeños y cuidadosos toques de amarillo dorado y azul brillante,
de forma que en vez de parecer agobiante, daba la sensación de ser una casa espa-
ciosa, ligera y moderna.
En otras circunstancias ella habría adorado todo lo relativo a esa casa. Tal
y como estaban las cosas, se sentía como una prisión.
Cuando él continuó sin responder, ella puso los ojos en blanco. —O no, qui-
zás estás preocupado de que esté buscando otra oportunidad para hacer enfadar a
nuestro Rey. Pues puedes ver lo bien que me ha ido hasta el momento.
Vishous cambió su peso de una bota a la otra. Vestido de cuero negro, una
camiseta de musculación y al menos veinticinco kilos de pistolas y cuchillos, era
como un fantasma fuera de lugar en esta casa perfecta de postal. O quizás estaba
en el sitio correcto. Lo cierto era que él se sentía como el precursor de la condena-
ción desde la noche pasada. Y como eran compañeros de cuarto, él estaba pasándo-
selo tan bien como el gesto que ella delataba.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Layla señaló el teléfono móvil que él sostenía en su mano enguantada de
negro. —Ve a tu cita. De eso iba el mensaje, ¿No?
—No estoy en tu cabeza. Simplemente tu expresión hace que sea obvio que
quieres irte y te sientes atrapado aquí conmigo. No necesito una niñera. No voy a ir
a ningún sitio. El Rey tiene a mis bebés bajo su techo y aunque juegue con sus re-
glas, nunca los veré de nuevo. Si piensas que voy a intentar acosarlo de alguna ma-
nera, estás jodidamente equivocado.
Cuando ella se giró de nuevo en la silla, se dio cuenta de que estaba maldi-
ciendo, pero no pudo importarle menos. Ella estaba preocupada por Lyric y Rhamp y
no era capaz ni siquiera de comer o de dormir en esa situación.
—Puedo estar sola. —Giró de nuevo sobre su silla—. Estoy harta de llorar
con audiencia.
Vishous bajó su brazo. Si era porque había enviado lo que hubiera estado
escribiendo, o porque estuviera de acuerdo con ella, ella no lo sabía… Y realmente
tampoco le importaba.
Indefensión aprendida, pensó. ¿No era así como se llamaba? Había oído a
Marissa y a Mary usar esos términos, refiriéndose a la falta de reacción que a
veces bloqueaba a las víctimas de violencia de género.
Y ella pensaba que las cosas eran complicadas entonces. ¿Ahora? Le encan-
taría volver a esas noches ociosas en las que todo lo que había en su mente era cul-
pa y auto-compasión.
El corazón de Layla empezó a latir desaforado, pero antes de que ella pu-
diera decir nada, o incluso de que pudiera averiguar sus propios pensamientos,
Vishous arqueó una ceja en su dirección. —¿Aún te sientes a salvo sola?
—¿Crees que Xcor querrá saber dónde estás? ─La pregunta fue lanzada en
un tono plano, haciendo imposible adivinar si era una pregunta verdadera o retóri-
ca.
En voz baja, él dijo, —No estoy muy seguro de cuanto sabes acerca de Ja-
ne y yo, pero tuve que borrarle mis recuerdos una vez. Las circunstancias no impor-
tan, solo que el destino tenía otras ideas... jodidas gracias... Pero sé lo que es no
poder estar con la única persona que amas. También sé que nada en la relación tiene
ningún sentido excepto para los dos implicados. Quiero decir... me enamoré de una
puñetera humana y ella murió. Así que ahora estoy enamorado de un fantasma y no
en un sentido metafórico precisamente. ¿Esta cosa con Xcor? Sé de sobra que ha-
brías escogido un camino diferente si hubieras podido.
Mientras Layla miraba hacia el Hermano, juraría que podía sentir sus ojos
estallar. ¿Que era aquello que estaba diciendo Vishous? No se habría sorprendido
tanto si él hubiera dicho que había comprado todo el stock de Apple.
Los ojos de Layla empezaron a derramar lágrimas, y con la voz rota susu-
rró, —Me odié a mí misma todo el tiempo. Pero... le amé. Y temo que siempre lo ha-
ré.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Los ojos diamantinos de Vishous bajaron hasta descansar en sus botas. En-
tonces estiró un brazo y cogió la taza que estaba usando como cenicero. Apoyando
su cigarrillo liado a mano sobre la taza, se encogió de hombros. —No podemos ele-
gir de quién nos enamoramos e intentar razonar con uno mismo sin tener en cuenta
las emociones, es una receta para el desastre. No estabas equivocada por amarle,
¿verdad? Esa parte... nadie puede culparte por ello, porque es lo que es y ya has
sufrido bastante. Además como he dicho… él nunca te hizo daño. Así que debe ha-
ber algo en él que no sea tan malo.
—Miré dentro de sus ojos. —Lloró ella, apartando las lágrimas con el dorso
de las manos—. Vi la verdad en ellos, que nunca me haría hecho daño a mí ni a nadie
que yo amara. ¿Y es por eso por lo que nuestra relación terminó? Él nunca quiso
amarme más de lo que yo quise amarle a él.
Estaba lista para seguir hablando, desesperada por el inesperado alivio que
significaba para ella que alguien la entendiera. Pero, así y todo, la compasión de V
se había ido ya, y la impenetrable máscara que habitualmente cubría su rostro vol-
vía a estar en su lugar. La puerta de esa conversación estaba cerrada como si nunca
se hubiera abierto.
—Gracias. —dijo con suavidad mientras alzaba el móvil—. Y no solo por es-
to.
Una vez que emergió de debajo de las escaleras, hizo una pequeña pausa
antes de internarse más en la casa y escuchó. La Primera Comida estaba en curso,
ya a punto de finalizar, con los sirvientes limpiando el comedor y dejándolo impeca-
ble, con sus suaves maneras de hablar entre ellos, el silencioso sonido de la plata
siendo abrillantada y de la porcelana siendo colocada en los armarios correspon-
dientes más allá del arco de la entrada.
Por un segundo, todo lo que Qhuinn pudo pensar fue Gracias Dios. Daba la
impresión de que la Segunda Venida del Dios de los Humanos había llegado justo a
tiempo para matar todo su sufrimiento en un segundo. Y realmente, una figura apa-
reció en el medio del fogonazo de luz. Pero no era el Cristo al que Butch le rezaba
cada dos por tres.
Tampoco era Santa Claus con su trineo, su barriga enorme y sus ponis con
cuernos. O lo que cojones fueran esos bichos, que, por otra parte, hacían que qui-
siera darle a las Navidades una oportunidad.
No. Era nada más y nada menos que el Gran Agitador Inmortal: Lassiter, el
ángel caído, se materializó en el centro de la gran iluminación sin fuente conocida, y
J. R. WARD LA ELEGIDA
el brillo de la luz fue decayendo mientras tomaba forma, como si hubiera un siste-
ma de envíos que lo hubiera traído de dondequiera que estuviera.
Esa música no era lo que se dice su banda sonora habitual, vaya. Lassiter
era más bien un fan de Fetty Wap47, cuando no estaba al borde del desmayo escu-
chando a Midler.48
47
Rapero estadounidense, que saltó a la fama en 2015 con su sencillo debut «Trap Queen».
48
Bette Midler, es una actriz, cantante y comediante estadounidense.
J. R. WARD LA ELEGIDA
La espalda de Beth apareció frente a él, ya que ella estaba inclinada sobre
la cuna de Lyric, la Reina murmurándole todo tipo de cosas dulces al bebé y acos-
tándola dentro de un suave capullo de mantas.
Cuando su presencia fue notada, no fue ninguna sorpresa que Beth cruzara
los brazos sobre el pecho y lo observara como si fuera el enemigo.
—Bien. —Cuando él alzó una ceja hacia la Reina, ésta se encogió de hom-
bros—. ¿Qué quieres que diga? ¿Qué está bien que hayáis echado a Layla de esta
casa?
—No sé si lo sabes… —La Reina puso sus manos en los hombros de él…—.
Pero pienso que los derechos de Layla deberían tenerse en cuenta, y pienso que ella
y tú tenéis que decidir juntos un calendario de visitas en el que estos bebés puedan
estar con su mahmen al menos cada cierto tiempo.
—Los bebés no van a salir de esta casa. Y Layla no puede estar aquí. La si-
tuación es la que es.
—Sí, bueno. Tampoco tú. —dijo él con agotamiento—. Así que ¿Por qué no
simplemente dejamos el tema?
Dejando caer su cabeza sobre sus manos, estaba a punto de vomitar justo
sobre sus pies descalzos.
Sí, porque con toda la mierda que estaba cayendo, lo que él tuviera puesto
era muy importante ya que, cuando estás completamente rodeado por cosas que no
puedes controlar, ni puedes enderezar y con las que no quieres lidiar, pensar en qué
es lo que te cubre el culo son como unas pequeñas vacaciones para tu cerebro he-
cho papilla.
Dejando caer los brazos, se puso despacio en pie y se acercó a las cunas.
Cogió primero a Rhamp, sujetando a su hijo de sangre en sus brazos y llevándolo a
la gran cama de al lado. Colocó al niño cerca de las almohadas y rápidamente sujetó
a Lyric, la colocó al lado y los dejó uno junto al otro.
No pasó mucho tiempo antes de que los dos se durmieran en los brazos de
Qhuinn. Pero no había descanso para él ahí tampoco y no solo porque todo su cuer-
po estuviera doliéndole a la vez.
Aquello tenía sentido. Ese órgano vital suyo estaba en el otro lado de la
ciudad de Caldwell, en la nueva casa de los padres de Blay, la única casa que a la
mahmen del macho no le gustaba porque todo en ella funcionaba y los suelos no cru-
jían cuando caminabas sobre ellos.
Sin su corazón, Qhuinn era un envase vacío. Incluso con sus niños a su lado.
QUINCE
El edificio de la Compañía de Seguros Caldwell CIC tenía unos setenta pisos de al-
tura y estaba ubicado en el distrito financiero, sirviendo como punto de referencia
en medio de otros rascacielos elegantes pero más bajos. Según su piedra angular,
fue construido en 1927, y de hecho, en comparación con sus vecinos más modernos
era una gloriosa dama en compañía de las meretrices menores. Con juegos de gár-
golas marcando sus tres diferentes niveles de altura y una ornamentada corona de
tallas y frases latinas en su parte superior, el CIC era un monumento a la grandeza
y longevidad de la ciudad.
Familia, todos ellos eran eso para él, estos machos con los que había lucha-
do lado a lado durante más de doscientos años. No había nada que no hubieran
compartido: derramamiento de sangre, de los suyos y la de los enemigos; hembras,
vampiras y de la variedad humana; refugios, tanto aquí como en el Viejo País.
—Aye. —Zypher trazó la carretera abajo con sus ojos, notando los faros
blancos del tráfico venidero, las luces traseras rojas para el saliente—. A la maña-
na siguiente, nos vamos.
El grupo había estado aquí en el Nuevo Mundo por un corto tiempo y no ha-
bían logrado nada de lo que buscaban cuando habían viajado desde el otro lado del
J. R. WARD LA ELEGIDA
océano. Habían llegado originalmente a la búsqueda de asesinos, ya que los números
del enemigo en casa, en el Viejo País se habían reducido a casi cero y aterrorizar a
los humanos era divertido hasta cierto punto. Pero al llegar, habían descubierto una
población igual de diezmada aquí. Sin embargo, las ambiciones pronto se habían am-
pliado. Xcor había querido ser Rey, y alianzas necesarias se formaron con aristó-
cratas en la glymera que querían que el Consejo asumiera más poder.
Una vez que la Elegida Layla había entrado en la vida de su líder, nada de lo
demás parecía importar al macho, esto en realidad se había visto como un beneficio
para el grupo en general. La naturaleza de Xcor había sido por mucho tiempo de una
crueldad que había inspirado miedo y, por tanto, respeto. ¿Después de esa hembra?
Los bordes filosos del luchador habían sido suavizados de tal manera que se hizo
mucho más fácil tratar con él… y a su vez, los Bastardos habían sido más producti-
vos, ya que no estaban supervisando constantemente el estado de ánimo de Xcor.
A esta noche, no sabían cuál de las dos era, y nunca volverían a ver a Xcor
evidentemente. Destino, sabía que habían tratado de encontrarlo, ya fueran los
restos o el propio macho y terminar la búsqueda era difícil. Pero con nada más que
seguir y la Hermandad cazándolos, la mejor opción era regresar de donde habían
venido.
Por desgracia, hubo otro que se había perdido. Throe, su segundo al mando
para todos los intentos y propósitos, fue expulsado del grupo cuando sus ambicio-
nes para el trono habían resultado más duraderas que las de Xcor. Esa incompatibi-
lidad de metas los había separado… y por lo tanto, el macho que no debería haber
estado con ellos de todos modos se había marchado, nada salvo una nota de pie de
página en su historia. En efecto, Throe, un ex aristócrata que una vez fue ridiculi-
zado y reclutado en servicio como pago por una deuda, pero que luego se había pro-
J. R. WARD LA ELEGIDA
bado a sí mismo a lo largo del tiempo, había desaparecido de sus filas, tal vez ase-
sinado por lessers o por los otros de su morada con los que había conspirado. O tal
vez vivía entre las sanguijuelas azules todavía, aceptado una vez más en su redil y
conspirando de nuevo.
Sin embargo, ninguno de ellos se preocupaba por su pérdida tanto como por
la de Xcor.
A decir verdad, mientras Zypher miraba hacia fuera sobre la ciudad, ha-
bría parecido inconcebible cuando llegaron a estas orillas que las dejarían sin los
dos que habían sido compañeros en todos los aspectos que importaban. Pero había
una obviedad que gobernaba tanto a los vivos como a los muertos: el Destino corría
por su propio camino, con elección individual, predilección y predicción, nueve de
cada diez veces, nada de consecuencia.
Sí, pensó Zypher, así lo harían. De vuelta en el Viejo País, tenían un castillo
que poseían sin restricciones, y un staff de doggen que trabajaba su tierra, pro-
porcionando sustento, mercancías y produciendo para vender en los pueblos circun-
dantes. Los humanos supersticiosos de la región se mantenían alejados de ellos.
Había mujeres y algunas hembras para la cama. Quizás encontrarían algunos asesi-
nos, después de todo...
Sin embargo, no podían quedarse aquí. La primera regla del conflicto era
que si querías vivir, no entrabas en conflicto con un enemigo más poderoso… y la
Hermandad, encabezados por el Rey como estaban, tenían tremendos recursos fi-
nancieros, instalaciones y armamentos. Cuando hubo una posibilidad de deponer a
Wrath, había sido un escenario diferente. ¿Pero con los Bastardos con sólo cuatro
guerreros, ningún líder claro y ningún plan?
—Aye.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Sin embargo, Zypher realmente deseaba llevarse el cuerpo de Xcor con
ellos. —Lo buscaremos una última vez, —anunció al viento—. Para esto nuestra últi-
ma noche, trataremos de encontrar a nuestro líder.
Tan pronto como Vishous salió de la casa segura, Layla tomó una respira-
ción profunda… pero la exhalación no hizo ni una maldita cosa por ella.
Esta vez, mientras dejaba salir el aire, su aliento era una nube que se des-
lizaba sobre su cabeza.
Sus mejillas, rojas de todo el llanto y de las lágrimas, ardían en el aire frío
y despejado, y miró hacia arriba, hacia el cielo. Había una gruesa cubierta de nubes
bloqueando las estrellas centelleantes y más nieve fresca en el césped, lo que su-
gería que el clima había sido tempestuoso y marcado con ráfagas durante el día.
Volviéndose hacia el este, respiró hondo hasta que sus costillas se tensa-
ron por el esfuerzo, pero no estaba intentando oler cualquier cosa. Trataba de
mantener los pulmones inmóviles en el pecho, y si hubiera podido detener su cora-
zón y las funciones de sus órganos lo habría hecho.
El eco de su propia sangre era tan débil, que era difícil determinar si era o
no un error por su parte, una mala interpretación de lo que realmente estaba ocu-
rriendo. Pero no... Ella estaba de hecho recogiendo un susurro de su propia fuente
de vida en la dirección norte... en realidad, el noroeste.
—¿Xcor...? —susurró.
Si... ahí...
Detrás de ella, un crujido metálico le hizo dar vueltas. Pero no fue más que
el viento empujando uno de los columpios, los eslabones de sus cadenas protestan-
do ante la perturbación.
Él nunca te lastimó, ¿verdad? Tiene que haber algo en él que no sea malo.”
Esta vez, cuando ella se materializó, la señal a la que ella se dirigía era aún
más fuerte y su trayectoria era correcta. Así que siguió otra media milla. Y luego
una distancia aún más larga, hasta el último anillo de vecindades de los suburbios
antes de que comenzaran las tierras de labranza. ¿Después de esto? Ella fue aún
más lejos, penetrando en las tierras boscosas que eran el comienzo del Parque
Adirondack.
Parecía improbable que Xcor hubiera pasado un día completo aquí y todavía
sobreviviera, aunque… había caído una nevada y esa gran tormenta estaba en ca-
mino. Tal vez hubo suficientes nubes para ¿cubrir? No era una apuesta que uno
hubiera tomado jamás a menos que no tuviera otras opciones más seguras, pero ¿y
si él estuviera incapacitado de alguna manera?
Sí, era un montículo de algún tipo que parecía fuera de lugar en el suelo del
bosque.
49
274 mts.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Recogiendo su túnica, dio un paso... y luego otro...
DIECISEIS
50
Panda de Ratas, fue el nombre con el que se conoció a un grupo de actores y músicos estadouniden-
ses. Activo entre mediados de la década de 1950 y mediados de la de 1960.
51
Personaje de la serie Mad Men interpretado por John Hamm, que se caracteriza por ser narcisista,
mujeriego y misántropo.
J. R. WARD LA ELEGIDA
─Vinnie, ¿cómo estás? ─dijo mientras inclinaba la cabeza hacia un lado pa-
ra mantener el auricular en la oreja—. Sí… bueno. Estoy bien. Sí, no, necesito más
ternera de esa. Sí. Y quiero ese otro proveedor. La calidad es…
Pero aun así, como nuevo propietario, iAm había querido mantener la conti-
nuidad… y también los clientes italianos… y el apoyo de Sal III había asegurado
ambos. Especialmente cuando iAm había dejado que los odiaran, y se ganó a todos y
cada uno de los antiguos alumnos de vuelta, seduciéndoles con su albahaca y su fu-
silli.56
52
Plato típico tradicional de la cocina napolitana y siciliana, es pure de patata con algún embutido como
salame, queso rallado, mucha muzzarella, sal pimienta y queso duro, luego se gratina.
53
Plato tradicional de la cocina siciliana, muy celebrado en la ciudad italiana de Catania, se usan espa-
guetis o macarrones, berenjenas, tomate, albahaca fresca y ricota.
54
Guiso clásico de la cocina siciliana que se elabora principalmente con berenjenas, apio, tomates,
olivas, finamente cortados, cocinados en aceite de oliva y acompañado de alcaparras.
55
Dulce típico de Sicilia es una masa enrollada en forma de tubo que dentro lleva ingredientes mezcla-
dos con queso ricota.
56
Es una pasta con forma helicoidal.
J. R. WARD LA ELEGIDA
El lugar era próspero, el respeto fluía y todo estaba bien. También había
encontrado a su compañera... que pasó a ser la Reina del s'Hisbe. Así que su vida
debería haber sido perfecta.
No lo era.
La situación con su hermano Trez iba a matarlo directamente. Era tan difí-
cil ver a un macho de valor puesto de rodillas por el destino, el alma del tipo se in-
clinaba ante una pérdida que ni siquiera podía contemplar sin querer vomitar…
─Lo siento, ¿qué? ─iAm se centró—. Sí, lo siento, eso está bien. Gracias
hombre…espera, ¿di eso otra vez? Oh, sí, puedo hacer eso. ¿Cuánto necesitas? No,
no me pagues. Si lo haces, me insultas. Llevo el manicotti57 como regalo para ti y tu
madre. Te lo llevas y lo disfrutas.
De hecho, para él, los propios italianos se habían convertido en una subes-
pecie aparte de las otras ratas sin colas en el planeta.
57
Pasta rellena de queso
58
Pasta con sardinas, es un plato típico tradicional de la cocina de Sicilia, Palermo.
J. R. WARD LA ELEGIDA
la puerta abierta de la oficina, parecía apropiado que intentara una versión del
Arresto de su tamaño.
La vampira femenina entre las jambas era alta y curvilínea, su cuerpo ves-
tido con pantalones sueltos negros y un suéter negro con cuello de barco. Su cabe-
llo negro ondulado había sido recogido con un clip y su rostro estaba libre de ma-
quillaje… no es que necesitara la ayuda de Maybelline. Era increíblemente hermosa,
con perfectos labios y ojos que eran casi anime, y las mejillas color de rosa porque
había venido desde el frío…o tal vez porque estaba nerviosa por la entrevista para
la vacante de camarera.
¿La ventaja? Su silla era tan acolchada que era básicamente una cama de
hospital ajustable, simplemente sin los rieles y la bolsa IV.
Girando hacia la pared de cristal, miró hacia la pista de baile. Las luces de
la casa estaban encendidas y todos los rasguños en los tableros de pino negro pin-
tado lo irritaban jodidamente. Los limpiadores hacían un gran trabajo, pero no ha-
bía nada que pudieran hacer para arreglar el daño causado por cientos de pies bo-
rrachos. Probablemente era hora de arrancarlo y restablecerlo. De nuevo.
Hacía unas dos horas, alrededor de las cinco, se había duchado en el baño
privado, se había afeitado y puesto una versión más fresca de su uniforme de tra-
bajo, que era un pantalón y una camisa abotonada de seda. Esta noche, su mitad
superior era gris, la mitad inferior era blanca y la mierda en el medio era coman-
do59.
Echó otra mirada a su reloj. Y contó las horas desde que había puesto co-
mida en su boca.
59
No llevar ropa interior.
J. R. WARD LA ELEGIDA
WTF.60
Lo último que quería hacer era sentarse frente a ese ángel y escuchar de
primera mano a un defensor de Reservoir Dogs61 hablando sobre el simbolismo de la
polla en Deadpool. ¿El problema? Su hermano iAm hacía la mejor boloñesa de cual-
quier lugar, y además, ¿si Trez no iba? Lassiter era el tipo de gilipollas capaz de
aparecer aquí con un traje de payaso y tocar su nariz hasta que Trez perdiera la
cabeza.
60
Que mierda.
61
Co ocida co o Pe os de Rese va o Pe os de la Calle película estadounidense del año 1992. Fue el
estreno de Quentin Tarantino como director.
62
Marca de Vodka.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Francamente, era una de las pocas personas que de forma fiable, podía so-
portar estar alrededor. Últimamente, había llegado a detestar los ojos compasivos,
los suspiros largos y significativos, los abrazos que duraban demasiado. No era que
no apreciara el apoyo, pero la cosa era... cuando estabas profundamente de luto,
era difícil estar cerca de gente que se sentía mal porque tú te sentías mal. ¿Ver a
la Hermandad y a sus compañeras sufriendo en su nombre? Bueno, eso le dolía, y
entonces eso lo hacía sentir peor y aún más agotado. Y vuelta y vuelta otra vez.
─Volveré a las ocho. ─Trez golpeó los nudillos dos veces sobre el granito
negro—. Tengo mi teléfono móvil conmigo.
─Roger a eso.
Caminando hacia las puertas principales, asintió con la cabeza hacia las
chicas que trabajaban allí que estaban entrando y que todavía no se habían cambia-
do la ropa de calle. A medida que pasaba, pudo percibir que las mujeres humanas lo
miraban fijamente, deseándolo, preguntándose por él. De hecho, siempre habían
estado con él, y había habido un tiempo cuando había aceptado sus ofertas. Ya no
más sin embargo, y su abstinencia aparentemente le agregaba encanto.
Cuando entró, era una lástima que tuviera que lidiar con Lassiter. De lo
contrario, podría haber tenido media oportunidad de disfrutar de lo que iba a co-
mer.
─Evenin.
Sí, porque un tipo con sus perspectivas no podría ir por ahí con su verda-
dero nombre. Que era George.
─Roger a eso.
Maldita sea, odiaba pensar que Lassiter tenía razón en cualquier cosa. Ex-
cepto… mierda, estaba hambriento.
Estaba en su escritorio, su cara oscura y pálida, sus ojos abiertos como an-
tenas parabólicas, su mandíbula desencajada.
Selena...
DIECISIETE
Sus ojos se dirigieron hacia el horizonte. A través del eje del tronco y de
las esponjosas ramas de pino, vio que el amanecer pronto llegaría, su resplandor
fusionándose en el este para ahuyentar la oscuridad. Habría un poco de calor anti-
cipado por el ascenso del sol, pero tampoco le preocupaba particularmente. Como
pretrans, no tenía que preocuparse por ser consumido por la luz del día. El hambre
y la sed sin embargo, eran preocupaciones que debían ser abordadas si quería so-
brevivir. Sin almacenes de grasa de repuesto y una garganta seca, no iba a durar
mucho, especialmente en un clima invernal.
Una vacilante sombra atrajo sus ojos de la luz que iba conquistando el es-
te, hacia el matorral de arbustos de frambuesa delante de él.
Lo que se había movido se congeló tan pronto como se volvió hacia ello. Pe-
ro entonces había una segunda sombra que venía desde otra dirección.
Lobos.
En vano buscó algún tipo de arma, algo que pudiera usar para protegerse…
Una rama se rompió bajo el peso de uno de los animales. Y luego otra.
Xcor saltó lo más alto que pudo, se agarró a la parte inferior del marco de
la ventana y se metió en la cabaña…, y justo cuando aterrizó en un montón de hue-
sos a sólo un paso de su camastro, los lobos golpearon la pared exterior con zarpa-
zos y arañazos, sus mandíbulas intentando morder insistentemente su escotilla de
escape, sus gruñidos ahora de frustración.
Empujándose sobre sus rodillas, gateó a través del desnudo suelo, espar-
ciendo cuencos sucios y utensilios…
Las ataduras llegaron a su fin antes de que alcanzara su objetivo y fue em-
pujado hacia atrás, sus pies continuando adelante, incluso cuando su mitad superior
se detuvo muerta. Y ahí fue cuando el líder de la manada apareció en las jambas
abiertas. El cazador lobuno era del tamaño de un caballo pequeño, y sus dientes
eran como puñales entrelazados. Con las mandíbulas echadas hacia atrás y su espu-
meante baba haciendo un charco entre sus patas delanteras, hacía que los otros
dos parecieran jóvenes cachorros.
Y luego se movió tan rápido que no fue consciente de haber tomado la de-
cisión de actuar. Se echó hacia delante, presionando sus sangrantes palmas en el
suelo y balanceó sus piernas en un círculo... atrapando los paneles abiertos con ape-
nas un centímetro de sobra.
El animal golpeó los listones de madera con tanta fuerza que castañetea-
ron contra las toscas barras de hierro y las colocaron en su lugar. Pero se mantu-
vieron. Se mantuvieron firmes.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Temblando de terror, Xcor se enderezó, sujetándose las rodillas contra el
pecho. Llevando sus sangrantes manos a la cabeza, se tapó los oídos cuando empezó
a llorar, el sonido de los lobos resonando fuertemente en su cráneo…
En silencio, el espectro flotó para quedarse frente a él, pero no tenía mie-
do. ¿Cómo podía herirle algo tan hermoso?
Y entonces se dio cuenta de que los lobos ya no estaban. Como si ella los
hubiera echado.
Estoy a salvo, pensó para sí. Con ella y solo con ella, estoy a salvo…
Habían llegado tan lejos… y estaban tan cerca de terminar esto, ¿no?
La Elegida estaba por delante unos buenos treinta metros más o menos, su
vestido blanco resaltando en el bosque como una especie de faro. ¿Y sabes qué?
Algo había llamado su atención y progresaba lentamente hacia lo que fuera, con la
cabeza inclinada hacia abajo como si estuviera enfocada en el suelo del bosque.
Sonrió para sí mismo. El truco más viejo del libro. Coge a la persona de la
que necesitas algo, entra en sus emociones a través de su cerebro, mueve un mon-
tón de palancas… y encuentra al maldito hijo de puta que buscas porque esa hembra
J. R. WARD LA ELEGIDA
te lleva directamente a él: Xcor escapa y desaparece. Layla tiene su sangre en sus
venas. Se siente culpable, sola y asustada, una víctima aislada de las circunstancias.
¿El trabajo de V? Prestar una oreja supuestamente comprensiva, ofrecer cierto
entendimiento de una manera aparentemente sincera y proporcionarle un plan de
acción por el cual mientras ella estaba de pie en ese porche en la casa segura, y
atisbó un eco de sí misma en algún lugar del mundo, siguió su impulso de ir y ayudar
al macho que amaba.
¿Había sabido V con certeza que ella iba a quedarse en la nieve y olfatear
el aire? Nop, pero fue una muy buena suposición teniendo en cuenta lo asfixiada
que había parecido en esa cocina. ¿Le había dado su teléfono con la esperanza de
que se lo metiera en el bolsillo y lo llevara con ella dondequiera que fuera, así él
podría seguir su GPS en su otro móvil? Sip. ¿Decepcionado porque lo dejó atrás?
Sip. ¿Compensado porque, como un hermano cuya mujer no podía alimentarlo, había
tomado de la vena de Layla antes de su embarazo para sobrevivir, y podía rastrear-
la si se concentraba? Sip. ¿Seguirla hasta aquí?
#pagado
No, no estaba seguro de que Xcor estuviera vivo. Al igual que tampoco lo
estaba al cien por cien de que la Elegida en realidad iría hacia el tipo si lo sentía.
Pero algunos dados merecían la pena ser lanzados.
Bingo.
Ella estaba inclinada hacia delante sobre lo que parecía nada más que un
banco de nieve… y V hizo lo mismo en su árbol... lo que en realidad no le ayudó a ver
mejor…
Ey, ey, ey, sabes qué: Debajo de la glacial cubierta de nieve, había un ma-
cho desnudo apenas vivo, los montones de nieve se habían acumulado a su alrededor
cuando el viento había soplado contra su cuerpo y lo había engullido.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Frunciendo el ceño, V miró hacia arriba y midió el cielo. ¿Cómo mierda lo
había hecho Xcor para pasar a través de la luz del día? Entonces, ¿la cubierta de
las pesadas nubes era tan diferente de un juego de oscuras cortinas de terciopelo
sobre una ventana? Cualquier vampiro en su sano juicio habría buscado un techo y
cuatro paredes para refugiarse durante el mediodía, pero si ya estabas cerca de la
muerte, no dudarías en tumbarte donde aterrizaras y le rezarías a alguien, a cual-
quiera, que te diera suerte.
Gris. Era gris. Pero los ojos del luchador estaban abiertos y miraba fija-
mente a Layla como si fuera una aparición... un milagro que vino a él desde el Otro
Lado.
Estaba llorando. Las lágrimas rodaban sobre su pálida piel, y cuando levan-
tó el brazo para tocarla, la nieve cayó de su desnudo antebrazo.
Hombre, gracias a la mierda que estaba aquí él para hacer esto bien, por-
que cualquier otro de sus hermanos podría haber sido influenciado por este des-
pliegue. Él era de cosas más duras que eso sin embargo, y no, no era que estuviese
enojado con Layla o se sintiese vengativo o incluso particularmente hostil hacia
Xcor.
Demonios, en el estado actual del bastardo, eso sería como perder el tiem-
po odiando un bloque de hielo seco.
63
Kate Winslet y Leonardo Di Caprio, hace mención de la escena final del Titanic.
J. R. WARD LA ELEGIDA
V iba a tomar una decisión ejecutiva sobre esto.
DIECIOCHO
—Tenemos que sacarte de aquí. —dijo con urgencia—. Puedes tomar mi ve-
na y después cuando estemos a salvo nosotros… no lo sé, hablaremos con ellos o…
Abruptamente, recordó que Vishous le dijo que Xcor había dejado la llave
de la puerta cuando había escapado de la Tumba. Seguramente ¿eso significaba
algo? Si pretendía hacer daño o vengarse, él se hubiese quedado con la llave ¿Cier-
to? Y la Hermandad sabría eso, tendrían que interpretarlo como un símbolo de paz
¿O no?
—Tenemos…
Ella sacudió la cabeza mientras se separaba de él. —¡No hay tiempo! Vas a
morir congelado…
—Shh. —Sus ojos azul marino se suavizaron—. Hay calor en mi alma contigo
frente a mí. Eso es todo lo que necesito.
—Esta es una buena forma de morir, en tus brazos. Una muerte mejor de
la que me merezco por cierto. —Contra todo lo racional, sus labios grises sonrie-
ron—. Y hay algo que necesito decirte…
J. R. WARD LA ELEGIDA
—No morirás, no te dejare…
—Te amo.
—Estoy en paz y te amo Layla. —Xcor se estiro, acercando una garra inmó-
vil hacia su cara. Cuando acaricio su mejilla, ella se sorprendió de lo congelada que
estaba su piel—. Y me puedo marchar ahora…
—Me dejaras ir. —Su tono se volvió severo—. Saldrás de este momento
con tu cabeza en alto, sabiendo que fuiste honrada y adorada, aunque sea por al-
guien como yo. Me dejaras ir, vivirás tu vida con tus hijos y encontraras a alguien
digno de ti.
—¡No digas eso! ─Layla se secó las lágrimas de sus mejillas con impacien-
cia—. Y podemos arreglar esto.
J. R. WARD LA ELEGIDA
—No, no podemos. Debes dejarme ir y luego salir de este bosque limpia del
pecado que he traído a tu vida. La culpa fue y es solo mía Layla. No has hecho nada
malo, y debes saber que estas mejor y más segura sin mí.
Ella se inclinó una vez más y aparto el cabello enredado de su frente. Pen-
sando en la rabia de Qhuinn y el tema con sus hijos, era difícil discutir con esas
palabras. Tanto como la estaba matando el perderlo, era imposible negar el caos
que Xcor había traído a su vida.
Ella se cubrió la cara con las manos. —Siento como si me estuviera rom-
piendo en dos.
—No, no, esta es una noche jubilosa. He querido contar mi verdad hace
mucho tiempo, pero nunca era el adecuado. Primero porque lo negaba, luego porque
peleaba contra ello y te alejaba de mí. Ahora, aunque estoy dejando esta envoltura
mortal soy libre… Pero más importante, es que tú también lo eres. No había un buen
final para nosotros, Layla, mi amor. Sin embargo habrá un buen final para ti. Serás
perdonada por la Hermandad, porque ellos son correctos, justos y saben que yo soy
el mal, y tú no lo eres. Iras y serás la Mahmen que estas destinada a ser, y encon-
traras a un macho digno de ti, te lo prometo. Yo soy solo un obstáculo en tu des-
tino, algo que es superado y dejado atrás. Tú seguirás adelante mi amor y yo te
protegeré.
Layla abrió la boca para hablar, pero el tosió un poco, gimió y se estreme-
ció. —¿Xcor?
Su cabeza volvió a posarse sobre la nieve, ella no se había fijado que la ha-
bía levantado. Luego hubo otra de esas respiraciones temblorosas y la luz de sus
ojos se apagó un poco más.
El ruido de una rama justo frente a ella le hizo levantar la cabeza y jadeo.
Parado frente a ellos con sus botas plantadas en posición y un arma en su mano…
J. R. WARD LA ELEGIDA
Estaba el Hermano Vishous. Su expresión era compuesta y sin emoción, era como si
él fuera un verdugo usando una máscara.
Estaba tan agradecido de no haberle hecho nunca el amor. Eso hubiese si-
do egoísta de su parte, una sesión de pasión que la habría dejado verdaderamente
sucia por el resto de su vida. Mejor que ella continuase prístina para el macho que
de verdad la reclamara como suya.
Pretendía que eso saliera más alto, pero estaba perdiendo la batalla para
llevar oxígeno a sus pulmones. Y por lo tanto para conservar su fuerza y darles un
poco más de tiempo, dejo de intentar hablar y se contentó con mirarla. Divertido
como había mezclado su arribo aquí al bosque con la imagen de su pasado, su cere-
bro adormilado poniéndola como salvadora en un terrible recuerdo.
Por otra parte, ya sea en la vida real o en la ficción relativa del recuerdo,
ella era su diosa y su milagro, de hecho, incluso su salvadora, a pesar del hecho que
no sobreviviría a esto. Y era tan afortunado de tenerla.
J. R. WARD LA ELEGIDA
El momento que sus ojos lo dejaron para mirar algo que la había sorprendi-
do y luego asustado, él estaba energizado por un propósito, su cuerpo respondiendo
como cualquier macho emparejado lo haría, su cuerpo preparado para defender y
proteger incluso si resultaba ser nada más que un gentil y juguetón ciervo.
Con su vista periférica Xcor noto como Layla puso sus manos al frente y
lentamente se levantó.
Xcor encontró su voz una vez más. —No en frente de ella. No hagas esto
frente a ella si tienes algo de decencia. Envíala lejos y luego elimíname.
Con un esfuerzo supremo y dolor que casi lo hace desmayar, Xcor se giró
para encontrar los ojos diamante del Hermano, y mientras los dos se miraban, Layla
continuaba rogando por una vida que no merecía la pena salvar.
—Detente mi amor, —le dijo Xcor—. Y ahora vete, déjanos. Estoy en paz, y
él hará lo que traiga paz a la Hermandad. Soy culpable de traición y esto limpiara
mi mancha de tu vida y la de ellos. Mi muerte te libera mi amor. Abraza el regalo
que el destino nos ha traído.
Layla limpio sus mejillas nuevamente. —Por favor Vishous. Me dijiste que
entendías. Tú dijiste...
La voz de Vishous era tan potente como un trueno comparado con la debili-
dad de su propia voz. —Ya sé que soy mejor que tu gilipollas—. El Hermano miro a
Layla—. Sal de aquí. Ahora.
J. R. WARD LA ELEGIDA
—Vishous te lo ruego…
Xcor cerró sus ojos en lamento. —Lo siento tanto mi amor. De haberte
arrastrado en esto.
—Vishous, por favor, —imploro Layla—. Me dijiste que no era malvado. Di-
jiste…
—Mentí. —murmuró el Hermano—. Dije una jodida mentira. Así que vete.
Ahora.
J. R. WARD LA ELEGIDA
DIECINUEVE
─¿Qué ha ocurrido? ¿Por qué…? ─Trez fue a sentarse, pero dejó de hacer
esa tontería cuando la parte posterior de su cabeza le martilló—. Joder como due-
le.
Sí, y luego estaba el lugar donde su arma se había clavado en la parte infe-
rior de su columna vertebral. Debería empezar a poner la maldita cosa debajo de
su brazo. Entonces, ¿cuándo fue la última vez que había tenido un caso de histeria?
iAm puso su cara en la línea de visión de Trez para que no pudiera verla,
─Escucha, necesitamos…
Trez cerró los ojos y se balanceó. Su voz. Esa voz. Era la que lo había es-
tado persiguiendo noche y día, el tono y entonación exactos, el leve murmullo, el…
─No, ─murmuró iAm—. A menos que por supuesto, le golpee con una sar-
tén, lo que sería realmente apropiado en este momento.
Trez abrió los ojos de nuevo porque de repente estaba paranoico —¿Es es-
to un sueño? ¿Estoy soñando?
64
Jodidas bombas.
J. R. WARD LA ELEGIDA
─Espéranos en la cocina un segundo, ─le dijo iAm a la hembra. Antes de
que Trez siguiera con lo mismo, el chico se le adelantó—. Hablará contigo pero solo
si ella quiere, no voy a obligarla y cualquiera que sea el resultado de eso, me vas a
escuchar a mí primero.
─¿Quién es ella? ─dijo Trez con voz ronca—. ¿De dónde ha venido?
─Ella es Selena…
Mientras su hermano sostenía la cosa hacia él, Trez miro los ocho-y-
medio-por-once y se preguntó si podría recordar cómo leer.
65
Tecnología Informática.
J. R. WARD LA ELEGIDA
El dueño vino hacia ella y al doblar la esquina tomó una respiración profun-
da. ─Así que, escucha.
─Realmente lo siento.
─¿Va a estar bien? ─Dejó escapar la pregunta—. Parece que podría necesi-
tar un doctor.
El macho en cuestión entró en la cocina. Virgen, era muy grande, con los
hombros pesados llenos de músculo, un pecho ancho y fuerte, unas piernas que eran
largas y poderosas. ¿Hermoso? Sip. Se veía realmente bien, con esos labios, espe-
cialmente el de abajo y esa cara con la piel oscura. Iba vestido con pantalones
blancos, una camisa de seda gris y una americana oscura, parecía… caro y sexy…
esos mocasines parecían tan refinados que tuvieron que costarle más que el alquiler
de su habitación.
De la mitad de un año.
Sus ojos, realmente esos ojos eran lo que más llamaba su atención. Eran
oscuros como la noche y a la vez calientes como el fuego… y la estaba mirando como
si ella fuera la única cosa que existía en el mundo… lo cual no tenía mucho sentido.
Ella no era mal parecida, pero no era una reina de la belleza y tampoco vestía como
tal ni nada.
No era una orden en absoluto, de hecho hubo un matiz en su voz que sugi-
rió que él estaba a su merced de alguna manera.
J. R. WARD LA ELEGIDA
─Ah…una de tus pupilas es de un tamaño diferente. ─Therese señaló la iz-
quierda—. Pienso que necesitas un Doctor más que hablar con cualquiera que no
lleve zuecos.
─¿Quién es?
─Podemos tomar el suyo. ─El macho asintió con la cabeza hacia su hermano
y puso la palma hacia el chico—. Dame las llaves.
Más tarde se preguntaría porque fue tan intenso. Después de todo, el chi-
co podría haber sido un acosador y ella su próximo objetivo, una especie de trabajo
con alguien mentalmente inestable en una ciudad donde no conocía a nadie y no te-
nía a quién acudir si se metía de cabeza.
Por supuesto, resultó que tal suposición era incorrecta, aunque no porque
presentara alguna amenaza física para ella. No, era un daño de otro tipo.
Algunas veces, pensó, para que el destino funcionara, tenías que asegurar-
te de estar ciego con depende que cosas. De lo contrario, girarías el volante y
apretarías los frenos… y así evitarías tu destino como si fuera una plaga.
VEINTE
─Por favor déjalo, ─le dijo Layla mientras se levantaba—. Por favor…
V cortó su arma a través del aire con impaciencia. ─Preocúpate por tus hi-
jos hembra. No por alguien como él.
Layla hizo lo que era correcto, porque en su esencia era una hembra de va-
lor. Tras una última mirada fija al bastardo que amaba, asintió una vez y cerró los
ojos. Pasó un tiempo antes de que se desmaterializara, pero eso era de esperar.
Las emociones estaban descontroladas. Al menos en dos de ellos.
Xcor cerró sus párpados. ─Sí, está lejos a una gran distancia. Ha honrado
tu petición.
V mostró sus colmillos. ─No me importa una mierda cómo estás imbécil. Y
no necesito tu permiso para ponerte una bala en la cabeza.
─Sí, tienes razón. ─El macho se encontró con la mirada de V—. Estás a
cargo aquí.
Con su mano libre, V sacó un liado a mano y se lo puso entre los dientes de-
lanteros. Quería encenderlo. Realmente lo hizo. Sip... solo iba a encenderlo y luego
metería una puta mierda de plomo en el lóbulo frontal de Xcor cuando exhalara.
Sip. UH Huh…
Sí.
Unos momentos más tarde… demonios, tal vez se había mesurado con los
años… guardo su arma y se quitó el guante de plomo, tirando de la cosa dedo a de-
do. El resplandor que su maldición dejó salir fue tan brillante que consiguió un pri-
mer plano de Mr. De Mille66 en Xcor, y el primer pensamiento de V fue que era me-
jor que se diera prisa si quería matar al hijo de puta. El bastardo hizo a Vincent
Price67 parecer el niño del cartel para una franquicia de bronceado.
¿Hola? Quería decirle a su saco de nueces. Por supuesto sólo había una bo-
la allí, pero por lo general la agresión no era un problema para él.
66
Productor y director de cineestadounidense, conocido por sus películas extravagantes y espectacula-
res. Sus películas más populares son: Los Diez Mandamientos, Sanson y Dalila entre otras.
67
fue un actor de cine estadounidense, conocido principalmente por las películas de terror de bajo pre-
supuesto.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Y sin embargo aquí estaba, completamente rodeado por él, no disparando a
Xcor en el cráneo.
─V -v-v-ishous…
─¿Qué?
─¿Qué?
Pasó un rato antes de que el bastardo volviera a hablar. ─Nunca fue ella.
Acepto toda la responsabilidad. Nunca fue la instigadora, siempre la víctima.
─¿Cómo podría alguien como ella estar cerca de un macho como yo?
─Buen punto.
J. R. WARD LA ELEGIDA
─Y al final, la dejé ir. La alejé de mí.
─Tenía que dejarla ir, ─murmuró el macho—. Era la única manera... tuve
que dejarla ir.
Estaba de vuelta en lo que se sentía como una vida atrás. Él y Jane estaban
de pie en la cocina de su apartamento, él delante de la estufa, ella apoyada en un
mostrador. El recuerdo era tan claro como el cristal, V podía oír el sonido del cho-
que de metal contra metal mientras él removía lentamente una cuchara de acero
inoxidable alrededor de una cacerola de acero inoxidable, el chocolate caliente allí
creciendo cada vez más fragante a medida que el calor era transferido desde el
quemador.
Cuando la temperatura llegó a ser correcta, había llenado una taza dándo-
sela a Jane, y la había mirado a los ojos cuando sostuvo lo que él preparó para ella.
Luego había limpiado su memoria a corto plazo, quitándole todo el conocimiento de
que habían estado juntos.
A-diós.
Especialmente si hacía algo loco... como lanzarse delante de una bala por
él.
La conclusión sin embargo, era que ella siempre elegiría a los jóvenes so-
bre cualquier persona incluso ella misma y Xcor. Pero oh, el dolor de perder a ese
macho. Era un cambio en realidad, esta agonía en su pecho, el tipo de carga emocio-
nal que la hacía sentir como si pesara más así que no podía moverse con facilidad...
El celular que Vishous había dejado para ella se quedó en silencio. Pero in-
mediatamente empezó a sonar otra vez.
¿Tal vez era alguien tratando de llegar a él para que pudiera llevarla de
vuelta a ver a los bebés?
─Sal de ahí.
─¿Qué?
─¿¡Qué!?
─Me has oído. Ahora desmaterialízate aquí antes de que cambie mi puta
mente.
68
1.52 mts.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Vishous agitó su mano a través del aire, pero cuando habló, fue con can-
sancio —Sin ofender, pero cierra la boca, ambos, ¿de acuerdo? Sin preguntas. Só-
lo... dale de comer. Y tú... toma su jodida vena y aprisa. Voy a regresar en veinte
minutos, y es mejor que estéis listos para llegar al vehículo.
Pero se negó a separar sus labios. Aun cuando la fuerza vital que tan de-
sesperadamente necesitaba mojó su boca, le negó su entrada.
Le recordaba el momento en que lo había visto por primera vez bajo el ar-
ce en el prado. También había intentado negarse a ella.
Como Xcor todavía la rechazaba, ella se agachó y con la mano libre le pe-
llizcó la nariz. ─Si me amas, te salvarás ahora mismo. No pongas de buena gana tu
muerte en mi conciencia.
Ahora comía, grandes tragos que la drenaban tan rápido que ella sabía que
debía de tener mucho cuidado. Había una buena probabilidad de que pudiera matar-
la por error, su hambre era capaz de dominar cualquier otro instinto en él, incluso
el de querer protegerla.
Querida Virgen Escriba, deseaba saber lo que Vishous había planeado para
ellos, pero a veces en la vida era mejor no mirar demasiado lejos. Todo lo que tenía
que hacer ahora era alimentar a Xcor y mantenerlo caliente mientras Vishous re-
gresaba con algún tipo de vehículo.
Lástima que no había nadie allí para escucharlos. Pero, ¿qué importaba?
Vishous era el único salvador que ella y Xcor tenían... y Dios sabía que tomaría lo
que pudiera conseguir.
J. R. WARD LA ELEGIDA
VEINTIUNO
Su sonrisa era fácil, pero no simple. De hecho, nada de ella era simple para
él, ni la forma en que se movía, ni el sonido de su voz, ni el hecho de que ella llenara
sus pantalones negros perfectamente.
Con una maldición, Trez rodeó el baúl del sedán. Cuando entró, miró a la
hembra. Dios, su perfil era...
—Ah... sí, vaya, realmente no tengo sentido en todo aquí. —Él le dio una
sonrisa de disculpa, que era en realidad jodidamente sincera—. Tal vez realmente
necesito un médico.
Cuando llegaron a la salida del estacionamiento ella sonrió una vez más. —
Bueno, la pregunta inmediata es, ¿quieres Google Maps? ¿El sistema de navegación
de este coche? O sabes a dónde nos dirigimos.
Y eso fue cuando ella lo tocó. Era una vez más una cosa sencilla que no era
sencilla: Colocó su cálida y suave palma en el dorso de su mano, la que descansaba
sobre su muslo… y en el proceso le dio el equivalente en el pecho de un ataque al
corazón.
69
El giro de tres puntos es el método estándar de girar un vehículo para orientarse en dirección opuesta
en un espacio limitado, usando marchas hacia adelante y hacia atrás. Esto se suele hacer cuando el ca-
mino es demasiado estrecho para un giro en U.
J. R. WARD LA ELEGIDA
—Debería decirte donde ir, —dijo con voz ronca.
Tenía un ligero acento de Detroit, por los dioses, algo que Selena obvia-
mente nunca había tenido. Y Selena nunca se había puesto el pelo así, o tenía ropa
así…
Whoo-hoo canturreó su ego. Pasos de bebé cojo hijo de puta, pasos de be-
bé.
No lo hizo.
Suaves. Sus labios eran tan suaves... y temblaban contra los de ella, como
si no estuviera seguro de lo que estaba haciendo o quizás afectado por algo monu-
mental. Su cuerpo era todo menos débil sin embargo. Debajo de ella, él era grande,
duro y ella podía sentir el poder que emanaba de él.
Fue sólo cuando su lengua salió y lamió tratando de entrar que Therese
rompió el contacto.
—Lo siento, —susurró él—. No debería haberlo hecho. —El macho frunció
el ceño y negó con la cabeza—. Quiero decir, no debería haber hecho eso.
70
El peridoto es un mineral, también conocida como Crosolita es de color verde amarillento.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Sus párpados se cerraron y el alivio a través de sus rasgos fue una sorpre-
sa. —Gracias a Dios.
—No, no estoy…
—Sí, estamos bien, —repitió. Buscando probar lo que parecía una mentira,
Therese agarró su brazo y ayudó al macho a ponerse de pie—. Estamos bien. Gra-
cias.
Ella hizo un punto escoltando al macho del lado del pasajero y ayudándolo
entrar. Entonces ella caminó a su alrededor, se puso detrás del volante y aceleró,
saliendo derecho fuera del estacionamiento porque era más fácil que cortar a tra-
vés de cuatro carriles de tráfico.
Ella miró hacia él y querido Dios, estaba tenso, sus manos apretaban sus
muslos, su mandíbula apretada. Había sido el instigador del beso, pero él claramen-
te lo lamentaba.
—Aquí no, —dijo con voz ronca—. Oh, Dios... en cualquier lugar menos aquí.
—¿Perdona?
—Sigue adelante.
Acelerando de nuevo, ella pasó por lo que resultó ser… oh, correcto, un
parque de diversiones. Por supuesto. Las cosas que ella pensaba eran grúas eran en
realidad paseos como montañas rusas y sillas voladoras todo actualmente no ilumi-
nado porque era invierno y la empresa estaba cerrada para la temporada.
Siguió adelante, pasando por un lugar de helado llamado Martha's que es-
taba marcado con un gallo gigante. También estaba cerrada para la temporada ba-
ja, pero podía imaginar las filas en sus docenas de ventanas, los niños corriendo con
conos blandos que se derretían por los brazos, los padres se relajaban incluso
mientras mantenían un ojo en los chicos.
Esa fantasía de verano era real para algunas personas. Había sido real para
ella, por un tiempo.
Es curioso cómo averiguar que no eras quien pensaste que eras podría ha-
certe mover a más de quinientas millas71 de distancia de tu "familia".
¿Lo malo sin embargo? Tendías a llenar el vacío que tenías con otras co-
sas… y no necesitaba un psiquiatra para decirle que era una mala idea perderse en
lo que estaba pasando con este macho. Era sexy, muy distante y demasiado para
que ella lo maneje con todas sus defensas abajo.
71
804 km.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Mientras miraba más arriba de su altura parpadeó... e intentó recordar lo
que estaba hablando.
Oh claro, su cabeza.
Bueno, ciertamente parecía estar firme en sus pies ahora y los vampiros
sanaban rápidamente. No hubo dificultad en su habla y esos ojos cuando parpa-
deaban parecían de igual tamaño ahora. Además, no había mucha distancia al res-
taurante de su hermano. Ella no había pasado más de una milla.
Mientras pensaba en ese beso, levantó una mano. —No, prefiero ir sola. Es
mejor así.
Ella templó las palabras con una sonrisa honesta. Veinticuatro horas en
Caldwell y ella hacía que los machos se desmayaran, practicando sus habilidades de
entrevistar y conduciendo coches de lujo. ¿Considerando todas las cosas? Podría
ser mucho peor.
—Bueno, adiós. —Dio un paso atrás—. Ah... Ten una buena vida.
VEINTIDOS
Podía decir que el retiro le costó caro. Sus colmillos descendían completa-
mente y él estaba luchando, los músculos a ambos lados de su cuello se tensaban
contra su piel, sus brazos y piernas revoloteaban en la tierra derretida y descuida-
da bajo su cuerpo desnudo.
Cuando había sido una situación de vida o muerte, su desnudez había sido
fácil de pasar por alto. Y en ese frente, todavía estaban lejos del bosque, como
decía V. Pero en esta fracción de segundo de alivio, ella se hizo sumamente cons-
ciente de lo macho que era.
—No, yo lo haré.
La forma en que lo miraba sin embargo, Xcor era suyo y solo ella podía
ayudarlo.
Ella esperaba que el Hermano los hiciera avanzar a paso rápido. No anticipó
que él pondría el acelerador en el suelo y los enviaría carenando a través de los
árboles, los faros golpeando troncos y ramas justo antes de que lo hicieran, el SUV
tomando golpe tras golpe mientras rebotó, golpeó y se abrió camino hacia lo que
ella esperaba que fuera el camino.
El final del traqueteo de dientes llegó tan rápido como el comienzo de to-
do, el Range Rover saliendo de la línea de árboles como si estuviera tirando una
capa demasiado pesada, sus neumáticos patinando en el pavimento, la gran sacudida
dejándoles justo en el carril correcto, esperaba que en el último de ellos.
Y para la verdad, mientras se alejaban a una velocidad aún mayor, las cosas
eran mucho más tranquilas, más civilizadas.
Volvió a girar, trató de ver detrás, pero con las ventanas oscuras, no había
mucho que ver. Sólo podía imaginar los escombros que habían arrastrado a la ca-
72
Prenda de vestir tipo pantalón elástico ajustado que se adapta perfectamente al cuerpo y puede ser
unisex, aunque normalmente son las mujeres quienes lo visten.
J. R. WARD LA ELEGIDA
rretera a su paso, y mientras tanto, Xcor se derrumbó en los asientos, su cuerpo
laxo, su respiración irregular.
No se pronunciaron palabras.
Alrededor de veinte minutos más tarde, los tiró al garaje de la casa de se-
guridad y todos esperaron en su lugar cuando los paneles volvieron a bajar.
Vishous salió primero y Layla no quedó más que una fracción de segundo
atrás para poder atender a Xcor. Abriendo la puerta delantera ella le tomó el bra-
zo y ayudó mientras luchaba por barajarse y mantener el manto fangoso en su lugar
sobre su desnudez. Cuando se puso en pie, ella le enganchó las mangas largas, las
ató alrededor de su cintura y retorció la caída blanca para que sólo fuera visible su
cadera y el lado de su muslo y pierna.
Vishous había entrado en la casa ya, pero había dejado la puerta abierta
para ellos, los pasos deteniéndose en el suelo de baldosas.
—Te llevaré abajo, —dijo—. Hay dos dormitorios y una sala de estar.
Xcor se inclinó sobre ella con bastante fuerza, sobre todo cuando subieron
los tres escalones a la casa. Y al considerar la logística, no tenía ni idea de cómo
iban a bajar al sótano.
—¿De la Hermandad?
—Sí.
Había una manta roja y negra doblada sobre el respaldo del sillón a juego y
ella la enganchó, quitando la túnica sucia de su parte inferior del cuerpo y reempla-
zándola con algo más limpio.
¿Se atrevería?
Cuando llegó a la entrada, miró a través de los paneles de vidrio con tela
metálica. Era difícil de ver con claridad porque las malditas cosas no habían sido
limpiadas en una década o dos, pero en el otro lado, parecía haber un "vestíbulo"
con algún tipo de luces en los accesorios de techo, una alfombra que podría contar
como azulejo por toda la pelusa y un muro de buzones donde la mitad de las peque-
ñas puertas estaban rotas y colgando como lenguas de animales muertos.
Era el edificio equivalente de un colon... húmedo, sin ventanas, con lodo ma-
rrón manchando las paredes.
—¿Necesitas entrar?
Cuando Trez contempló su propia entrada, pensó que sería mejor para él y
para Therese si dejaba pasar esta mierda. Déjala ir.
73
Heroína.
J. R. WARD LA ELEGIDA
The Big Bang Theory74, y estaba dispuesto a apostar que el chico malo de este lu-
gar había sido quebrado hace tiempo.
Jesucristo.
Porque podrías reutilizar algo así. Para un plato de cena. O para nivelar y
ayudar a cortar la droga.
Era un tipo divisible por dos. No le gustaban los tres, los cinco o los nueve.
Siete estaba bien, pensó mientras se acercaba a su puerta, pero sólo por-
que dos juntos igualaba catorce.
Trez se giró. Justo al otro lado del pasillo, un tipo en una camiseta sin
mangas y un montón de tatuajes estaba descansando en la puerta como si fuera el
dueño del lugar, un verdadero Rey de las Bolsas de Mierda. Tenía un bigote de ma-
nubrio, bolsas debajo de los ojos como sacos de lona y colonia por cortesía del
crack que había estado fumando.
74
comedia de situación estadounidense.
J. R. WARD LA ELEGIDA
—¿Eres su proxeneta o algo así? —El humano estiró su cuello y luego se
rascó la yugular—. ¿Cuánto por ella? Es carne fresca…
Trez cerró la distancia corta entre ellos, agarró al tipo por la cara y obligó
a la mierda de nuevo a su madriguera de autodestrucción.
Trez utilizó su mano libre para sacar su arma y señaló al otro chico de la
habitación. —Cierra la puta boca.
El drogadicto de allí sólo puso las palmas de las manos en alto y se encogió
de hombros, como si alguien maltratando y las Glocks hicieran parte de su vida co-
tidiana y no estaba a punto de involucrarse en la mierda de nadie más.
Miró al hombre del sofá para asegurarse de que el hijo de puta también
estaba escuchando esto. —Tengo su apartamento vigilado. Sé dónde está cada se-
gundo del día. —Sonrió con fuerza para mantener sus colmillos—. Vosotros dos o
cualquiera por aquí se acercan a ella, y lo voy a saber.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Luego volvió a concentrarse en el que tenía en la mano, apretando esos
rasgos con tanta fuerza que el bigote de manubrio del hombre se fusionó con sus
cejas, como un Muppet cuyo operador estaba teniendo un espasmo de mano.
Cuando Trez finalmente lo soltó, la cara del bastardo era toda una másca-
ra de Halloween, hinchada y deformada, el bigote fuera de ángulo como un par de
anteojos rotos.
—Sí. Claro, —dijo el tipo de allí—. Lo has conseguido. Ella no es para nadie.
J. R. WARD LA ELEGIDA
VEINTITRÉS
Feo.
Por lo tanto era más sabio permanecer en las sombras, y como él actual-
mente se escondía detrás del tronco robusto de un roble, consideró el resplandor
de un fuego lejos en el bosque como una posible comida o fuente de suministros.
75
1.786 Km.
J. R. WARD LA ELEGIDA
El fuego era grande. Obviamente no les importaba si eran descubiertos, lo
que sugería que eran combatientes y probablemente estuvieran fuertemente arma-
dos. Eran también de su especie. Podía captar sus olores en la mezcla del humo, la
carne del caballo, el olor del hidromiel y la esencia de mujer.
Cuando se había alejado del sitio la noche siguiente, con aquellas odiosas
zarzas de frambuesa y el bosque que invadía con sus lobos, había mirado por enci-
ma de su hombro. Su cuidadora nunca había vuelto a revisarlo, pero no esperaba
volver a verla. Y había sido más que tiempo para él dejar de fingir que su padre
podría buscarlo.
Tomó sólo una cosa con él: el collar que había estado alrededor de su cuello
hasta que había usado un hacha para cortar su asimiento sobre él. Había tenido que
trabajar en el cuero durante horas, sus brazos entonces jóvenes carecían de la
fuerza necesaria para ser más eficientes. Pero su cuidadora había dejado sólo un
poco de agua y muy poca comida, por lo que tuvo que liberarse.
Al principio lo había odiado. Pero él siempre había tomado sólo lo que nece-
sitaba, ya sea comida, ropa o elementos de refugio. Y era increíble lo que uno podía
sacrificar en términos de moralidad cuando se trataba de la supervivencia. Tam-
bién era increíble cómo se podían idear métodos para evitar el sol en un bosque de
árboles y mantenerse por delante de los animales salvajes... y encontrar maneras
de pagar por las venas de las putas.
Eso no era lugar para nadie. Incluso él, que trataba de evitar a todo el
mundo, había oído fragmentos de la depravación en él y la crueldad del guerrero
que lo dirigía.
Cuando uno estaba solo sin ayuda, se adaptaba con un ojo hacia la seguri-
dad, y tanto los vampiros como los humanos tendían a estar mucho más preocupa-
dos por lo que estaba en su nivel, en lugar de lo que estaba sobre ellos.
No.
¿Podría robar otra buena daga, una más afilada que la suya? ¿Algo de car-
ne? ¿Una botella de agua?
Los caballos pincharon sus orejas y estiraron sus gruesos cuellos para mi-
rar su presencia, uno haciendo un relincho de investigación. No estaba preocupado.
Durante mucho tiempo fue educado en esparcirse a sí mismo en la noche, incluso en
tiempos de coacción, y además los combatientes estaban ocupados de otra manera.
Xcor era rápido y seguro mientras atravesaba la silla de un ruano76 que era
fácilmente de dieciséis manos y media de alto77, levantando las pesadas solapas de
cuero, cavando en carteras y sacos. Encontró ropa, granos, carne ahumada. Tomó la
carne, se la puso en su capa y se dirigió al siguiente corcel. No había armas, pero
había una ropa de señora con el olor a sangre en un saco de arpillera.
76
Caballo que tiene el pelo mezclado de color blanco, gris y rojo.
77
Los egipcios crearon la medición con la mano para saber altura y largo de un caballo. Cada mano re-
presenta 4 pulgadas (10 cm)
J. R. WARD LA ELEGIDA
La lucha por el fuego explotó sin preámbulos, todo bien hasta que no lo
fue, dos de los machos saltando y avanzando uno al otro, bloqueando la mano a la
garganta, sus cuerpos bailando en círculos mientras cada uno intentaba forzar al
otro a someterse. Y entonces algo ardía, la porción de un abrigo exterior capturan-
do un chasquido de la llama abierta y estallando en calor anaranjado y amarillo.
De tal manera que, cuando el caballo giró alrededor, también lo hizo él.
Xcor fue tacleado desde arriba y eso fue suficiente para cambiar el ángulo
de su muñeca. Su brazo fue repentinamente acomodado. Fue golpeado en la cara
por un puño del tamaño de una roca, pero al menos lo envió en una trayectoria lejos
del caballo que lo revolcaba.
De hecho, él tenía experiencia luchando con los puños antes de esto. Pero
eso había sido con humanos y vampiros civiles. Lo que enfrentaba ahora era un
enemigo diferente.
Los golpes seguían lloviendo sobre su cabeza y su tripa, llegando más rápi-
do de lo que él podía pararlos, más duro de lo que podía soportar, pasaba por cada
uno de ellos como esa mujer había estado pasando de uno al otro y al siguiente. La
sangre le salió por la nariz y la boca, y su vista se volvió mala mientras giraba, tra-
tando de proteger sus órganos vitales y su cráneo.
J. R. WARD LA ELEGIDA
—¡Maldito ladrón común!
—¡Bastardo!
—¡Apuñálalo!
La bota le dio debajo de las costillas y lo empujó como si fuera un rollo vo-
lador hasta el fuego. Estaba tan aturdido que se quedó sobre su espalda donde se
detuvo, incapaz de reunir su ingenio lo suficiente para cubrir incluso su cara o en-
cogerse en una bola defensiva.
Uno de los luchadores, que tenía una pesada barba y olía a cabra muerta,
se inclinó sobre él y sonrió, revelando tremendos colmillos. —Pensaste que podrías
quitarnos algo a nosotros. ¿A nosotros?
El guerrero lo abofeteó con una palma tan fuerte que fue como si estuvie-
ra al borde de un tablón de madera. —¿Sabes lo que hacemos con los ladrones?
—¿Lo sabes? —El guerrero lo sacudió como una muñeca de trapo y luego lo
dejó caer—. Déjame que te lo diga. Te cortamos las manos primero, y luego...
Xcor no se atrevió a apartar la vista de la cara que se alzaba sobre él. Pero
en su visión periférica, vio un tronco que estaba medio adentro y medio fuera de
las llamas.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Adelantó su mano, lo agarró y esperó justo en el momento en que el macho
miró a sus compatriotas con mal humor.
Hubo un momento de conmoción de todos y cada uno, y Xcor sabía que te-
nía que actuar con rapidez. Manteniendo su arma, agarró una de las dagas que tenía
atada al pecho su víctima y luego se puso de pie.
Y atacó.
Justo cuando uno de los machos fue a saltar sobre él, Xcor tomó un arran-
que y envió su cuerpo volando directamente sobre las llamas, dando vueltas sintien-
do el calor, su aterrizaje tan coordinado como había sido su despegue.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Se propulsó hacia esa enorme cuchilla curvada, agarró el mango que había
en ella y…
Hasta que hubo un guerrero final, que de hecho resultó ser el barbudo que
había golpeado en la cabeza con el tronco. Y tan pronto como el macho determinó
que sus hermanos habían muerto y estaba a punto de morir, salió corriendo por el
bosque tan rápido como pudo.
Y luego se acabó.
El macho se acercó a la cara de una roca que no podía subir, ni rodear por
el acantilado empinado.
Y estaba adolorido.
—Sólo toma…
Con eso, Xcor retrocedió sobre sus talones, saltó y giró el arma en un
círculo, cortando el brazo que el macho levantó en defensa y cortó el cuello limpia-
mente.
Oh, cómo el olor de la sangre que había derramado se mezcló con el olor a
tierra, hierba, musgo y liquen78…
... fijado en el lugar por el vampiro más aterrador que jamás había visto.
Sus hombros eran enormes, tan grandes que Xcor ya no podía ver el cielo.
Y el rostro era indescriptiblemente malvado, las facciones se torcieron en una son-
risa astuta que prometió el sufrimiento primero, luego la muerte. Y los ojos... sin
alma, llenos de una fría inteligencia y un odio caliente.
78
Los líquenes crecen en sitios húmedos y se extienden sobre las rocas o las cortezas de
los árboles en forma de hojuelas o costra.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Éste era el lobo principal de la manada, pensó Xcor. Al igual que el que se
había presentado en su puerta hace tantos años.
—Bueno, bueno, bueno, —dijo una voz tan profunda como el trueno, aguda
como mil dagas—. Y pensar que me llaman el Bloodletter...
Con un jadeo, Xcor se sacudió verticalmente en sus caderas. Por una frac-
ción de segundo, no supo dónde estaba y miró con pánico a su alrededor. Pánico.
Se habían ido las paredes de la cueva, los estantes de los tarros, la camilla
y la guardia de los Hermanos. En su lugar... estaba una enorme pantalla de televi-
sión negra como un agujero en la galaxia.
Layla estaba arriba. Podía oír sus pisadas sobre su cabeza. Y tenía la im-
presión de que Vishous había desaparecido.
Apretando los dientes, se levantó y miró por un pasillo bajo. Había dos
puertas abiertas, y mientras se acercaba a ellas, evaluó el par de dormitorios. Es-
cogió la que no tenía la esencia de Layla y usó la luz que fluía desde el accesorio del
pasillo para avanzar más allá de una cama king-size y entrar en un baño que…
Parcas, cuando uno era generalmente limpio, una toalla de mano rápida apli-
cada sobre un fregadero con un montón de jabón sería suficiente para refrescarlo.
¿En su condición actual? Necesitaba un lavado de coches comercial. Tal vez una
manguera industrial.
El simple acto de cepillarse los dientes casi le hizo llorar. Había pasado
tanto tiempo desde que su boca había probado algo fresco. Y luego el afeitado...
librándose del crecimiento rasposo en la mejilla, las mandíbulas y la barbilla le hizo
agradecer a la compañía que había hecho la navaja. Y luego el champú. Lo hizo dos
J. R. WARD LA ELEGIDA
veces, y dejó que el acondicionador se sentara mientras limpiaba toda su piel con
jabón.
No encontró zapatos, pero esto era más de lo que podía haber esperado.
Sus ojos se dirigieron a los suyos, pero no se quedaron allí. Viajaron por él
como si estuviera sorprendida de que hubiera tenido fuerzas para ducharse y ves-
tirse.
—Aye.
—Ven a sentarte. —Ella indicó dónde había estado acostado antes. Y por
supuesto, había arreglado ese desorden, la suciedad que había dejado, borrada por
una especie de esponja o toalla de papel—. Tienes que comer algo.
—Debo irme.
VEINTICUATRO
Lo que sea.
Y sip, la Reina estaba sobre uno de los alargados divanes franceses junto
al fuego, sus brazos cruzados sobre el pecho y un profundo ceño como un barranco
en mitad de su frente.
Ella se puso de pie. —No creo que haya nada más que decir. Vas a dividir la
custodia por igual y Layla tendrá esos niños al atardecer esta noche. Me alegra
tanto cuando tú y yo estamos de acuerdo. Realmente reduce la tensión.
79
Escritora inglesa cuyo tema principal era instruir a las personas sobre los buenos modales o etiqueta.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Con eso, ella salió del estudio con la cabeza bien alta y los hombros bajos…
mientras, al otro lado del escritorio, el Rey apoyó la cabeza sobre las manos como
si su cráneo le estuviera machacando.
—No es que esté en desacuerdo con ella, —murmuró cuando las puertas se
cerraron con un portazo—. Sólo estoy buscando que no se saquen más putas pisto-
las en mi puta casa.
Pero después el Rey cruzó los brazos y miró hacia V. —¿Se puede quedar
mi abogado?
—No, no puede.
Saxton se inclinó incluso aunque el Rey no podía verle, pero esas eran las
formas del tipo, siempre con clase, siempre con propiedad. Y cuando pasó junto a V,
incluso aunque el tiempo de la interrupción apestaba, también se inclinó.
Él no habló, y sin hablar, ella se encontró mirándole con una absorción tan
completa, que tuvo ganas de disculparse por ello. Queridísima Virgen Escriba, él
había perdido tanto peso y a pesar de que estaba muerto de hambre, usaba su cu-
bertería con educada precisión… incluso cortando la pizza con cuchillo y tenedor.
También se limpiaba los labios regularmente con la servilleta, masticaba con la boca
cerrada y no era descuidado con nada de eso a pesar de que estaba consumiendo
las calorías a bastante velocidad.
Ella esperó para seguirlo escaleras arriba. ¿Y entonces qué? Bueno, tal vez
compartirían un largo abrazo y después un adiós que casi la mataría…
80
Creada en 1831, Carrs Table Water en su forma original apareció por primera vez como un refina-
miento de galletas de barco. Agua en lugar de grasa se utilizaba para mezclar los ingredientes secos a fin
de mantener las galletas frescas en los viajes largos.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Xcor volvió a dejar la bandeja.
Cuando él fue alrededor de la mesa hacia ella y abrió los brazos, ella corrió
hacia él. Estrechándose contra su cuerpo, ella se agarró a él tan fuerte como pudo.
Ella odiaba sentir sus huesos, las almohadillas de sus músculos habían desapareci-
do, pero cuando ella volvió la cabeza y puso el oído en el centro de su pecho, su rit-
mo cardíaco era fuerte. Incluso, poderoso.
Ella se apartó y alzó la mirada hacia él. —Bésame. Una vez más antes de ir-
te.
Xcor cerró los ojos como si le doliera. Pero después tomó su rostro entre
las manos y posó los labios sobre los de ella… casi.
El beso, cuando llegó, fue como la nieve cayendo, silencioso y suave, pero
era cálido, tan cálido. Y cuando ella se inclinó hacia él, sus brazos le rodearon el
cuerpo y sus labios se estrecharon contra los de ella. Él se excitó al instante… ella
pudo sentir su dura erección contra su vientre… y ella le había esperado por tanto
tiempo que sollozó.
Sueños. Tantos sueños que había tenido, situaciones que había conjurado
en su mente donde él finalmente iba a ella y la desnudaba, y la tomaba bajo él, su
sexo entrando profundamente en el de ella. Había tenido numerosas fantasías, ca-
da una más imposible que la anterior, de ellos haciendo el amor en el suelo del re-
cinto, en los baños, en la parte de atrás de un coche, bajo el árbol en su pradera.
Xcor rompió el contacto, incluso aunque ella podía ver que él estaba lu-
chando con su instinto de marcarla. De hecho, un aroma estaba emanando de él, de
J. R. WARD LA ELEGIDA
especias oscuras ricas en su nariz, encendiéndola tanto como la sensación de exci-
tación de él, su cuerpo, sus manos, su boca.
—Esta podría ser nuestra única oportunidad, —se escuchó a sí misma supli-
car. —Sé… sé que no vas a volver a mí.
—Di quién.
Él tenía toda la razón, por supuesto. Esto no estaba bien en absoluto, asu-
miendo que usaban los ábacos del resto del mundo. Pero aquí y ahora, en esta dife-
rente casa vacía, era…
La voz desencarnada del Hermano bajó por la escalera. —Sí, y vine con un
amigo.
El Hermano bajó las escaleras primero y tenía las dos pistolas fuera… y al
principio, ella no pudo comprender quién estaba tras él. Pero sólo había un conjunto
de piernas que podían ser tan largas. Sólo un pecho que podía ser tan ancho. Sólo
un macho vampiro en el planeta que tenía una melena negra cayendo por debajo de
sus caderas.
—Bueno, bueno, bueno, el amor está en el aire, —murmuró él—. ¿No es una
putada?
J. R. WARD LA ELEGIDA
VEINTICINCO
—Entonces, —dijo Wrath con una voz adecuada tanto para el aristócrata
como para el guerrero que era—, la última vez que fuiste capaz de mirarme a los
ojos, terminé con una bala en la garganta.
Por la forma en que Wrath sacudió la cabeza al Hermano, uno podía imagi-
nar que estaba poniendo los ojos en blanco detrás esas gafas de sol negras. Y en-
tonces el Rey se volvió a centrar. —No creo que haya manera de justificar algo
como un intento de asesinato.
Xcor asintió. —Creo que tiene razón. ¿Y eso nos deja exactamente dónde?
Wrath miró en dirección a Layla. — Le pediría que nos dejara, pero tengo
la sensación de que no lo hará.
Xcor casi sonrió un poco. El Rey era su tipo de macho en muchas maneras.
Cuando Wrath habló, sus fosas nasales se abrieron y Xcor pensó que el
Rey Ciego tenía alguna manera de soslayar la verdad. Afortunadamente, no había
ninguna razón para engañar al macho.
Xcor frunció el ceño. —Y ahora debo preguntarle, ¿cuáles son sus intencio-
nes?
Wrath sonrió otra vez, revelando los colmillos extendidos. —Ellos no reci-
ben un pase sólo porque el complot de asesinato fue en parte tu brillante idea. La
traición es como un resfriado. Estornudas a tus amigos y les contagias la mierda.
Las fosas nasales del rey volvieron a abrirse. —Pero puedes encontrarlos
para mí.
J. R. WARD LA ELEGIDA
—No se quedarán donde alguna vez lo hicimos. Se habrán movido, tal vez
incluso regresado al Viejo País.
Xcor volvió a mirar a Layla. Ella lo miraba fijamente, con los ojos verdes
muy abiertos. Odiaba decepcionarla, lo odiaba de verdad, pero no renunciaría a sus
luchadores. Ni siquiera por ella.
—No, no los voy a cazar. No voy a doblegar a mis hermanos. Puede matar-
me aquí y ahora si lo desea. Puede torturarme por la información que nunca vendrá
porque no sé de su localización. Puede sacarme al sol. Pero no os conduciré a ellos
para que los llevéis a su muerte. No son inocentes, es cierto. Sin embargo, no os
han atacado ni a usted ni a sus luchadores. ¿Verdad?
—Tal vez no son muy buenos en sus trabajos. Trataron de matarme, ¿re-
cuerdas? —El rey golpeó su corazón—. Todavía está pateando.
—No representan ningún peligro para usted. Son poderosos, pero la ambi-
ción era toda mía. Se han contentado durante siglos en el Viejo País con luchar y
follar, y no tengo ninguna razón para creer que el estatus no se reanudará en mi
ausencia.
Ahora, Xcor se negó a mirar a su hembra. —De hecho, soy muy consciente
de que el Viejo País es favorable esta época del año. Mucho más que Caldwell. Ten-
J. R. WARD LA ELEGIDA
go propiedades allí y una fuente de ingresos que es pacífica. Me gustaría volver de
dónde vengo.
Wrath lo miró por más tiempo y Xcor se encontró con esas gafas envolven-
tes aunque los ojos detrás de esas lentes no pudieran verlo.
Y el dolor que surgía de Layla era tangible. Sin embargo, ella no discutió.
—No estoy perdonando ni olvidando una maldita cosa aquí. —Wrath sacudió
la cabeza—. Esa mierda no está en mi naturaleza. Pero esta hembra aquí… —señaló
a Layla…—, ha pasado por más que suficiente gracias a personas como tú. No nece-
sito demostrar mi poder a nadie, y no voy a joder la cabeza por el resto de sus no-
ches simplemente por ser vengativo. Todo lo que has dicho en este momento ha
sido la verdad tal como la sabes, y mientras te alejes de Caldwell, creo que ambos
lados pueden vivir con ese arreglo.
Wrath asintió con la cabeza. —El amor de una buena hembra y todo eso.
Estoy familiarizado con eso.
—¿Así que hemos terminado aquí? —Vishous chascó la lengua como si des-
aprobara casi todo.
J. R. WARD LA ELEGIDA
—No, —dijo Wrath sin apartar la mirada de Xcor—. Antes de que kumba-
81
ya está mierda, vas a hacer algo por mí, aquí y ahora.
Por supuesto Xcor iba a tener que irse, pensó Layla mientras trataba de
mantener la compostura. No podía quedarse en Caldwell. Los otros Hermanos po-
drían aceptar el perdón de Wrath en la superficie, pero las cosas sucedieron en el
campo de guerra. No había manera de asegurar que en medio del conflicto, uno de
los combatientes del Rey no se encontrara en un estado de ánimo y en una posición
que fuera incompatible con esta tregua.
Especialmente Qhuinn.
Y Tohr.
Wrath estaba emitiendo todos los indicios de que esto era una reunión de
mentes, un acuerdo para vivir y dejar vivir, en virtud de él proclamándolo como tal.
Pero Vishous la había engañado antes, dándole una puñalada trapera a la que final-
mente había cedido, pero a la que muy fácilmente se podría haber adherido.
—Baja y averiguarlo.
81
Tiene su origen en una canción infantil y se utiliza en situaciones llenas de optimismo ingenuo y de-
seos piadosos.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Wrath sonrió de un modo espantoso, como un asesino a punto de atacar. —
¿Bien? Y ten en cuenta que estoy sosteniendo todas tus cartas.
—Incliné mi cabeza una vez y sólo una vez a otro. Casi me mató.
—Pon esa cosa lejos, —dijo Wrath—. Esto será voluntario o no será en ab-
soluto…
—Él no merece...
Wrath mostró sus colmillos al Hermano y siseó. —Sube las escaleras. Sube
las putas escaleras ahora mismo. Es una orden.
La furia en el rostro de Vishous era tal que parecía que los tatuajes en su
sien se movían a través de su piel. Pero luego hizo lo que le dijeron, lo que hizo que
Layla repensara exactamente cuánto poder tenía Wrath sobre la Hermandad. Al
final del día, incluso el hijo engendrado de la Virgen Escriba acataba claramente las
órdenes del Rey.
Como ambos terminaros la frase con las mismas palabras y en un tono idén-
ticamente exhausto, ella se sorprendió. Y sin embargo, se habían enfrentado a los
mismos problemas, ¿o no?... ambos líderes de grupos de machos que estaban muy
motivados en las mejores situaciones... y eran francamente peligrosos en las malas.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Mientras Vishous se paseaba por encima de sus cabezas, sus pisadas eran
una protesta no verbal que claramente estaba destinada a ser notada por los del
sótano, Xcor cerró los ojos durante más tiempo.
Por alguna razón verlo así la hizo llorar. Pero entonces, presenciar como un
hombre orgulloso se sometía, incluso en estas circunstancias, era conmovedor.
Wrath volvió la mano, ofreciendo a Xcor una palma con la que podía poner-
se de pie. Y Xcor... Después de un momento... aceptó la ayuda.
Cuando los dos combatientes estaban de pie cara a cara, Wrath dijo, —
Ahora, cada uno de tus combatientes debe hacer eso, y todos son libres para vol-
ver al Viejo País. Pero voy a necesitar esa promesa de todos ellos, ¿entiendes?
—Aye.
—Aye.
Cuando el Rey apuntó hacia el techo, Vishous dejó caer un paso particular-
mente duro… como sabiendo que era él el tema de discusión.
El Rey miró por encima del hombro. —Sabes, me gusta el sonido de eso.
—De hecho. —Xcor aclaró su garganta—. Con respecto a las amenazas con-
tra usted. Me gustaría informarle de cierto individuo con el que sería bueno andar
con cuidado.
VEINTISEIS
La ambición, una vez despreciada por él como un afecto del nouveau ri-
82
che , había arraigado y culminado en ese golpe contra el Rey Ciego que casi había
funcionado. Xcor había perdido la voluntad de ir más lejos con ello sin embargo.
Los números en una calle como esta eran difíciles de determinar, ya que
este no era un sector de Caldwell donde la gente cuidaba bien sus bienes raíces.
Aquí, eran más propensos a golpear a sus vecinos y robar que tomar prestados ta-
zas de azúcar o destornilladores. Por lo tanto, había pocos marcadores, e incluso
los identificadores de la calle habían sido tomados en algunos rincones.
82
Nuevo rico, es un término referido a una persona que ha conseguido amasar una considerable fortuna
durante su vida.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Pero su destino debía estar aquí en alguna parte...
Mientras esperaba a que pasara un coche, luego tuvo que poner su mocasín
de gamuza en un banco de nieve para llegar a la acera, decidió que sí, los sacrificios
que había tenido que hacer eran desagradables, pero necesarios, cosas que sólo
tuvo que aguantar durante el tiempo que se vio obligado a hacerlo. Por ejemplo, no
toleraba vivir de mujeres ricas como lo había hecho desde que abandonó la Banda
de los Bastardos. Pero incluso con el dinero que había conseguido juntar durante
los últimos doscientos años, no podía mantenerse al nivel que se merecía. No, eso
requería capital de millones de dólares, no cientos de miles.
Sacrificios sin embargo. Por cierto, se había convertido en una puta, fo-
llando a estas hembras a cambio de refugio, alojamiento y necesidades de sastre-
ría dignas del venerable legado de su línea de sangre. Pero él lo había tenido con él
después de sus años bajo Xcor.
Si nunca viera otro sofá seccional barato con cajas vacías de pizza encima
él otra vez, sería demasiado pronto.
Tal como estaba ahora, el sexo era un pequeño precio a pagar por todo lo
que recibía a cambio… y además, todo valdría la pena cuando él fuera el que estu-
viera en el trono.
Al llegar al otro lado de la calle, saltó el banco de nieve y pateó sus moca-
sines libres de lodo. —Un psíquico sin embargo, —murmuró. ─Un psíquico humano.
Los tres hombres se acercaron y Dios, ¿nunca habían oído hablar de la lo-
ción de después de afeitar? ¿Colonia? De hecho, parecía que el champú podría ser
un concepto extraño para el pequeño grupo feliz.
Esto fue dicho muy cerca de su oído y cuando Throe miró encima, él encon-
tró que el trío lo había encerrado adentro, formando un círculo alrededor de él.
—¿Por qué estás aquí? —El que tenía el diente de oro sonrió otra vez. —
¿Eres supersticioso o alguna mierda?
Los ojos de Throe pasaron por encima de ellos. El que tenía el cigarrillo lo
había apagado, aunque la cosa había sido medio fumada. Y el candidato de la EPOC 83
ya no estaba tosiendo. Y él del incisivo de 14 quilates había metido una mano dentro
de su abrigo de cuero.
Throe volvió a rodar los ojos. —Sigan adelante caballeros. No soy para vo-
sotros.
El líder que había estado hablando todo el rato echó la cabeza hacia atrás
y se echó a reír. —¿Caballeros? ¿Eres británico o alguna mierda? Hey, él es britá-
nico. ¿Conoces a Hugh Grant84? ¿O ese tipo que finge ser americano en House85?
Cómo se llama… gilipollas.
83
Enfermedad pulmonar obstructiva crónica.
84
Actor y productor de cine británico.
J. R. WARD LA ELEGIDA
En el gilipollas, el tipo reveló lo que parecía ser una navaja bastante agra-
dable.
Bien, esta era la última vez que tomó el consejo de un glymera dulce cora-
zón que había estado borracho en ese momento. Sin la defensa de esa hembra por
el psíquico, habría estado en este momento, en el lado correcto de las vías del tren,
por toda la ciudad, bebiendo un jerez.
Oh, humanos.
Throe descendió sus colmillos, puso sus dos manos en garras... y rugió hacía
a ellos como si tuviera la intención de rasgar las gargantas de los tres.
85
El personaje central es el Dr. Gregory House, un genio médico, irónico, satírico y poco convencional e
inconformista, que encabeza un equipo de diagnóstico.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Empujando el peso, no le sorprendió encontrar una luz negra sobre la ca-
beza y un conjunto de escaleras pintadas de púrpura ante él.
—¿Hola? —gritó.
Al entrar, palmeó los pies sobre una estera negra para quitar nuevamente
la nieve de sus mocasines. Luego siguió la estela de quien estaba delante de él, to-
mando los peldaños superficiales de dos en dos.
—Yyyyyy es púrpura una vez más, —dijo él en voz baja mientras se acerca-
ba a ese rellano y se dirigió a la única puerta en el segundo piso.
Queridos Destinos, esto era ridículo. ¿Por qué esa hembra borracha sabría
algo acerca de llegar al Omega? A través de un portal humano, nada menos.
Y sin embargo aunque dudaba, sabía que iba a seguir este encuentro hasta
su probable callejón sin salida. Su problema por supuesto, era que estaba buscando
una forma de poder y no encontraba ninguna de particular facilidad. No quería
creer que la glymera fuera verdaderamente la causa perdida que parecía ser. Des-
pués de todo, si no pudieran proporcionarle una plataforma desde donde asumir el
papel de Wrath, ¿en qué otro lugar podría reunir suministros, tropas o cosas de
esa naturaleza?
Los humanos no eran una gran ayuda. Y continuó creyendo que era mejor
que otras especies invasoras no supieran de la existencia de vampiros. Habían so-
metido todo lo demás a sus caprichos y supervivencia, incluido el mismo planeta que
apoyaba sus vidas. No, eran una colmena para no ser agitada.
Ah, sí, el incienso ardiendo allí sobre una mesa llena de rocas y piedras.
Velas encendidas en las esquinas.
Y por supuesto, tenía un pequeño trono con una mesa circular delante de
él... y una bola de cristal.
El choque que vino desde el otro lado del espacio fue lo suficientemente
fuerte como para resonar en sus oídos y dejarlo saltar de su propia piel.
86
Salvatore Ferragamo fue un diseñador de zapatos italiano.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Cuando no hubo respuesta, quedó impresionado por una abrumadora sensa-
ción de paranoia. Mirando a su alrededor, pensó... Vete. Ahora. Vete de este lugar.
En ese momento, la puerta por la que había entrado se cerró de golpe y pa-
reció bloquearse.
Mirando por encima del hombro, estaba preparado para no sabía qué. Pero
algo estaba en la habitación con él... y no era de este mundo.
J. R. WARD LA ELEGIDA
VEINTISIETE
Dirigiéndose hacia el bar, encontró a Xhex con los brazos cruzados y los
ojos entrecerrados hacia una pareja de idiotas que estaban reclamando otra ronda,
incluso aunque ambos estuvieran muy por encima del límite legal… y probablemente
bastante más.
—En realidad tengo que irme. Es posible que no vuelva esta noche, ¿te pa-
rece bien?
—Llámame si me necesitas.
—Siempre.
—¿Qué?
Lo siguiente que supo es que ella le había agarrado del brazo y lo estaba
llevando a la parte de atrás, donde las chicas trabajadoras se cambiaban y se acep-
taban las entregas.
Incluso mientras protestaba, ella casi lo empujó por la puerta del club, y
después su móvil apareció en sus manos y empezó a enviar mensajes de texto.
Trez levantó los brazos mientras sumaba dos más dos. —No molestes a
iAm… Xhex, en serio, no tienes que…
—Vale, esto es ridículo. —Trez se aclaró la garganta para que su voz sona-
ra más convincente—. Soy perfectamente capaz de llevarme a mí mismo a donde
tengo que ir.
—¿Y dónde es eso? —demandó iAm—. ¿Una pensión en la ciudad? ¿Tal vez
al tercer piso? ¿Cuál era el número del apartamento…? Y no me digas que no miras-
te ese puto currículum.
—Una larga historia, —murmuró el buen chef—. Vamos Trez, vamos a lle-
varte a casa.
—Puedo desmaterializarme.
—No tienes tiempo para eso, —dijo Trez mientras el chico hacía como si
fuera hacia el BMW de Trez.
El cual, sí, era del mismo modelo y año que el de su hermano. Hicieron un
trato con el par de zorras, así que, que les demandaran.
Y oh, claro, iAm de alguna manera había conseguido recordar traer la mal-
dita llave. Como si lo hubiera planeado, tal vez incluso con Xhex.
Nota mental: Recuperar ese llavero que tenía el tío. Y si no podía, comprar
un puto coche nuevo.
Así que sí, como el buen pequeño idiota que era, se sacó la pistola, e incluso
se abrochó el cinturón de seguridad… y iAm no desperdició nada la velocidad mien-
tras los llevaba por el camino norte y salía de la ciudad por una carretera muerta.
87
Cadena de radio americana que ofrece música sin anuncios, programas de deportes y noticias de ac-
tualidad
88
Rapero, productor y compositor estadounidense. Nasty pertenece a su álbum Kid Ink. del año 2.016.
J. R. WARD LA ELEGIDA
pensó en ese beso. ¿Había perdido su puta cabeza? ¿Su shellan no llevaba muerta
ni tres meses y él estaba besándose con una extraña?
Y mira, esto era lo que le había estado molestando, la razón por la que ha-
bía tenido que irse del club. Estar cerca de todos esos humanos que se chupaban la
cara delante de él y follando en los baños privados que había construido expresa-
mente para ese propósito, había hecho que él hiciera lo que hizo con Therese rui-
dosamente como una cartelera de las Vegas… y la culpa que se había enredado en
sus tripas era como tener una intoxicación alimentaria.
Mirando hacia atrás, Trez midió los coches que iban por el carril lento… los
que su hermano y él estaban pasando como si las malditas cosas estuvieran estacio-
nadas sobre su hombro. —Sí. Lo hice. Vive en un basurero. No es seguro. Vas a con-
tratarla, ¿vale?
—No le niegues una oportunidad por mi culpa. —Trez se frotó los ojos y
parpadeó para aclararse los puntos de su visión. Maldita noche, conducir siempre le
jodía—. No es justo.
Dios, no podía creer que hubiera besado a otra hembra. Cuando estuvo con
Therese, cuando se había estrechado contra su cuerpo y lo había mirado a los ojos,
había sido fácil convencerse a sí mismo de que era Selena reencarnada. Pero con la
distancia, el tiempo, llegó la lógica: Ella era sólo una extraña que se parecía a la
hembra que había perdido.
Trez volvió a centrarse en la carretera frente a él, pero los faros del lado
opuesto de la carretera hacían que su cabeza flotara. Frotándose los ojos otra vez,
sintió que su estómago se daba la vuelta.
—¿Qué…?
—Pero ya joder.
Inclinándose hacia afuera tan rápido como pudo, Trez vomitó lo poco que
había en su estómago, lo que en realidad no era más que bilis. Y mientras tenía ar-
cadas, se atragantaba y después sentía otra oleada llegar, maldijo cuando se dio
cuenta de que los puntos en su visión se estaban organizando en un aura.
Esto no era seguro, pensó Trez mientras el frío trepaba al interior del
BMW. Deberían haber cogido una salida…
Si ibas a hacer algo por la gente que iba a vomitar, ¿por qué ibas a hacer la
maldita cosa del color de la sopa de guisantes?
89
En español en el original.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Cuando Trez finalmente se incorporó, aquel yunque revelador sentado en
medio de su cabeza había comenzado a patear, y sus patrones de pensamiento ha-
bían empezado a asumir la convulsa rareza que acompañaba a sus migrañas.
No fue una sorpresa que iAm se hiciera cargo y lo llevara a la nueva habi-
tación en la que había estado desde que Rhage, Mary y Bitty se habían mudado a la
suite de la tercera planta.
Como de costumbre, poner los pies en alto ofrecía solo una ligera mejoría,
un breve momento en que su estómago se acomodaba y su cabeza se tomaba un
respiro… y después las cosas volvían cien veces peor.
Al menos iAm sabía exactamente lo que necesitaba. Uno a uno, los mocasi-
nes de Trez fueron quitados, pero su hermano sabía que los calcetines se tenían
que quedar puestos porque las extremidades de Trez tenían mala circulación y se
enfriaban durante los dolores de cabeza. Después le quitó el cinturón, los pantalo-
nes y le envolvió con el edredón. La chaqueta del traje seguía puesta y también la
camisa. Quitárselas podría requerir dar demasiadas vueltas y probablemente pro-
vocaría más vómitos.
—Me gustaría que tomaras medicación para estas cosas, —maldijo iAm
suavemente—. Odio verte sufrir así.
J. R. WARD LA ELEGIDA
—Se pasará. Siempre lo hace. Contrata a la hembra iAm. Y no la molestaré.
Demonios, las implicaciones de ese beso eran la razón por la que tenía esta
puta migraña. Su remordimiento literalmente había volado la parte superior de su
cabeza: la culpa era como un accidente vascular.
—Sólo descansa, —dijo iAm—. Voy a hacer que venga Manny y te eche un
vistazo.
—¿El qué?
Cuando Wrath habló, Layla no se engañó. Su tonó le dejó claro que difícil-
mente le estaba pidiendo permiso a Xcor para hablar con uno de sus propios súbdi-
tos.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Si la voz del Rey hubiera sido algo más seca, habría cubierto de polvo todo
el mobiliario.
El Hermano rehusó bajar la mirada hacia ella desde el lado de la mesa don-
de estaba de pie. Simplemente recogió la taza que usaba como cenicero y salió por
la puerta corredera de cristal.
—Mi Señor, —dijo ella—, hay una mesa a la izquierda a unos cuatro me-
tros…
—Bien. —Wrath cerró la puerta del sótano—. Vas a tener que sentarte.
¿Vishous está fuera? Puedo oler el aire fresco.
—Ah… —Layla tragó con dificultad—. Sí, está en el porche… ¿Quiere… que
lo llame por usted?
—Claro, por supuesto, —se inclinó incluso aunque él no pudiera verla—. Y sí,
creo que me sentaré.
—Buena idea.
—Sí, mi Señor.
Wrath procedió a hablar con voz tranquila y uniforme, esbozando una serie
de frases llenas de palabras que, en otras circunstancias, habría comprendido fá-
cilmente.
En este caso sin embargo, nada más allá de “tus bebés están…” le caló.
—Lo siento, —se ahogó ella—. ¿Podría… por favor, podría repetir lo que
acaba de decir?
El rostro del Rey pareció ablandarse. —Quiero que tengas a tus niños días
alternos de noche y de día. ¿Bien? Qhuinn y tú os dividiréis la custodia física cin-
cuenta-cincuenta, y tú serás responsable conjuntamente de tomar todas las deci-
siones relativas a su bienestar.
—No, no lo estás.
—Oh mi Señor, gracias. —Se cubrió la boca con la palma. Y entonces habló
contra su mano—. No podría seguir sin ellos.
Porque Wrath sabía exactamente lo que ella iba a querer hacer y con
quién. Al menos hasta que Xcor partiera al Antiguo País.
Y Wrath estuvo de acuerdo. Ahora que ella había sido esencialmente per-
donada por sus cargos de traición, el argumento principal de Qhuinn en contra de
que ella tuviera contacto con los bebés iba a ser que no podía estar en la casa de la
Hermandad con ellos, y no había ningún otro lugar, ni casa segura, ni refugio, ni
estructura, aunque estuviera cableada por la seguridad de cien Vishouses, que pu-
diera acercarse a la protección que ofrecía esa mansión.
Ella, Lyric y Rhamp estaría bien y felices allí también. Todo lleno de flores
y césped verde, la fuente de mármol, los templos. Habría mucho que explorar mien-
tras crecían y se movían más.
—Me dirigiré a casa y hablaré ahora con Qhuinn. Voy a ponerle en rotación
mañana al anochecer. Ven entonces a la mansión y llévate a los niños.
—Es tal y como va a ser. Qhuinn está altamente inestable y no quiero que
estés allí cuando le presentemos los horarios de visita o cuando vengas por los ni-
J. R. WARD LA ELEGIDA
ños. Así que es el tiempo que tenemos. Pero haré que Beth te envíe algunas fotos
más.
—¿Fotos?
—Todos lo han hecho. Hay un grupo y tú estás en él… o eso me han dicho.
Las hembras querían asegurarse de que no sintieras que te lo estabas perdiendo.
Layla se llevó las manos a la cara. Como si de alguna manera fuera a ayu-
darla a sostenerse.
—Ven aquí.
Cuando el Rey le pidió que se aproximara, saltó de su silla y corrió hacia él.
Abrazar a Wrath era como rodear con los brazos un piano de cola, todo duro y de-
masiado grande para acaparar.
Ella aspiró y alzó la mirada hacia el duro corte de su mandíbula. —Lo que
sea.
VEINTIOCHO
Él más bien deseaba que estuviera enfrentando nada más exótico que tres
matones y un agitador.
Moviendo sus ojos alrededor, buscó por una fuente para ese sonido que
había oído, un disparador para sus instintos de advertencia, un…
Por algún truco... o no sabía qué... las llamas de las velas estaban completa-
mente inmóviles, como si estuvieran en una fotografía, sin cera fundiéndose, sin
invisibles corrientes de aire burlándose de las doradas lenguas de fuego, ni genti-
les velos de humo elevándose en el aire.
Las manecillas, que habían estado tan funcionales cuando abandonó su mo-
rada actual, tampoco ya estaban circulando en su marcación.
90
Fabricante suizo de relojes mecánicos fundado en 1875 por los relojeros Jules-Louis Audemars y Ed-
ward-Auguste Piguet.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Cayendo en la deambulación… solo para demostrarse a sí mismo que podía,
se dirigió a una ventana, retiró la cortina y miró abajo hacia la calle. Allí no había
autos que fueran o vinieran. Pero en ese momento no se veía ninguno…
No se movían.
91
Kentucky Fried Chicken, es una franquicia de restaurantes de comida rápida especializada en pollo
frito, que pertenece al grupo Yum! Brands.
92
Bolso fabricado por el diseñador y fabricante de artículos de cuero Hermès. El bolso está bautizado
con ese nombre en honor a la actriz y cantante franco-británica Jane Birkin.
93
Casa de modas francesa, fundada en París por la diseñadora Coco Chanel, en 1910.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Probablemente la única que la querida muchacha había tenido últimamente.
Cuando nada pasó, él empezó a sentirse como un tonto. Por lo menos hasta
que consideró aquellas velas al otro lado del camino.
Un libro. Había un libro en el suelo, uno que parecía ser de edad avanzada
con una cubierta de cuero maltratada y páginas gruesas que tenían bordes ásperos.
¿Fue este el ruido que había oído? Se preguntó. ¿Había sido su arribo a es-
te plano anunciado con ese sonoro portazo?
Con un siseo retiró su mano y, como había hecho en la puerta cuando había
intentado entrar, sacudió la palma de la mano, tratando de librarse de una des-
agradable sensación de hormigueo…
J. R. WARD LA ELEGIDA
La cubierta se abrió sin previo aviso y Throe se empujó hacia atrás, ate-
rrizando sobre su trasero.
Todo al mismo tiempo, una sirena lejana comenzó a sonar y mientras mira-
ba hacia las ventanas, las llamas de las velas en los rincones de la habitación co-
menzaron a moverse en las corrientes de aire una vez más.
Throe sujetó el libro contra su pecho y salió corriendo como si su vida de-
pendiera de ello. Y no se detuvo hasta que estuvo nuevamente en la calle, en la nie-
ve a medio derretir y en el frío. Por un momento, el miedo lo persiguió como un de-
predador, pero eso no duró mucho.
Alentado por el libro que poseía contra su corazón, él encontró que estaba
sonriendo cuando se desmaterializó fuera del vecindario.
J. R. WARD LA ELEGIDA
VEINTINUEVE
Después de la partida del rey, Layla volvió a bajar a la bodega del rancho y
no se sorprendió al encontrar a Xcor en pie y paseándose cadenciosamente mien-
tras esperaba a que regresara.
—¿Y ya lo hiciste?
—No lo hice.
Layla lo siguió mientras él iba, una por una, a través de todas las estancias
y baños, inspeccionando las cerraduras de las ventanas y los topes que estaban en
los marcos de las persianas para que estas no pudieran levantarse más de una o dos
pulgadas. Luego fue la revisión de los pestillos de resorte. E incluso comprobó las
puertas del garaje, aunque él insistió en que ella se quedara dentro para eso porque
hacía frío.
Uno a uno, él sacó y extendió todos los cuchillos que pudo encontrar: una
cuchilla de carnicero, una cuchilla serrada, dos pequeños tipo mondaduras y uno de
trinchar. Poniéndolos en el secador de platos, los enrolló en un paquete y luego le
tendió la mano.
—Vayamos abajo.
Ella le dio un momento para que hablara. Cuando no lo hizo, susurró, —Sí,
por favor.
Él cerró los ojos y se balanceó. Luego dejo caer la cabeza. —¿Estás segu-
ra?
Lo siguiente que supo, sus labios estaban sobre los suyos, frotándose sua-
vemente, presionando, acariciando.
El beso fue tan suave como un soplo, y eso fue frustrante. Ella quería más
y sin embargo, mientras se esforzaba por conseguirlo, él se retiró, manteniendo el
control.
Sus ojos eran tan hermosos, brillantes y calientes, un profundo azul marino
casi negro de la lujuria que sentía por ella. Y para ella, su rostro era guapo, todo lo
que era fuerte y masculino y poderoso, el defecto en su labio superior no era nada
que ella notara o la detuviera en su examen. De hecho, fue la totalidad de él la que
le atrajo, su poder y su vulnerabilidad, su naturaleza salvaje y el esfuerzo cortés
que estaba haciendo, el guerrero en él y el protector que salía al exterior por ella.
—Sí, ─susurró.
Cuando el pareció congelarse, fue ella la que le aferró sus hombros y llevó
su boca a la suya... y oh, querida Virgen Escriba, cuando ella no guardó nada de sí
misma, él tampoco lo hizo. Xcor saboreaba el sexo y la desesperación y no pasó
mucho tiempo antes de que sus manos se hicieran ásperas y su gruñido impregnara
el silencioso dormitorio. En efecto, él ya no estaba siendo largamente cuidadoso
con ella mientras la montaba, su cuerpo empujando el suyo de regreso a las almoha-
das, su rodilla encajando entre sus piernas y forzándolas a abrirse de par en par…
Xcor descubrió sus colmillos y siseó, sus ojos brillando con un propósito
que podría haber sido impío pero, en su estado de ánimo, era exactamente lo que
ella necesitaba de él.
—Deja que te vea, tengo que ver tu cuerpo, —gruñó él mientras deslizaba
una mano hasta su cintura.
Xcor jadeó mientras sus pechos eran expuestos. —Oh, la hembra más dul-
ce.
Avecinándose por encima de ella Xcor parecía enorme incluso con la pérdi-
da de peso, sus hombros tan anchos, sus brazos tan gruesos en esa sudadera. Y
cuando él se inclinó para poner su boca a un lado de su garganta, la sutura que lo
había afectado, una lágrima sutil acontecía en alguna parte.
Solo un breve enamoramiento con Qhuinn del cual ella se había dado cuen-
ta que era una ficción comparada con lo que ese macho compartía con su verdadera
pareja, Blay.
Y sin embargo, los dos machos no habían estado juntos, parecían condena-
dos a llevar vidas separadas. Por lo tanto, cuando ella había entrado en su necesi-
dad, le había pedido a Qhuinn que la aliviara en su fertilidad, no porque él la amara,
sino porque él estaba en ese momento tan perdido como ella: Durante esas horri-
bles horas de sufrimiento, ellos habían estado juntos sólo por el motivo de la con-
cepción y había funcionado.
Ella tenía muy poca memoria de los actos propios y tampoco quería recor-
darlos. Especialmente dada la manera en que las cosas estaban actualmente entre
ella y Qhuinn.
En consecuencia, a pesar de haber dado a luz, ella era casi una virgen, des-
conocida de lo que era un roce amoroso, un roce cuidadoso… de parte de un compa-
ñero sexual al que amara y que la amara a cambio.
—Estoy tan contenta de que seas tú. —dijo ella mientras observaba su len-
gua rodear su pezón.
—No. —Ella colocó las yemas de los dedos sobre sus labios, silenciándolo
cuando él fue a hablar—. Eso está en mí para que decida, no para que tú juzgues. Y
por favor... no te detengas.
Xcor negó suavemente con la cabeza. Pero luego entonces se movió hacia
abajo hasta la cinturilla de sus leggins, sus labios rozando hacia abajo a medida que
enganchó sus dedos dentro del elástico.
—¿Estás segura? —dijo él con su voz ronca—. No habrá vuelta atrás des-
pués de que te quite estos.
Oh, y cómo sus ojos se fueron por todas partes, a lo largo de sus piernas y
su sexo desprovisto de bello, su bajo vientre… y regresando a sus pechos de nuevo.
Xcor fue ahora cuidadoso cuando se estiró sobre ella, aliviando su peso
suavemente, yendo despacio con sus movimientos. Y la sensación de la cresta dura
detrás de los gruesos pantalones de ejercicio hizo girar sus caderas y frotar su
núcleo en él.
Una de sus manos desapareció entre ellos y ella gritó mientras él deslizaba
su cálida palma por el interior de su muslo. Y entonces la estaba tocando en el cen-
tro de su calor.
Estaba tan lista para él y sin embargo la liberación que vino sobre ella fue
inesperada y una sorpresa, ambas cosas. El placer rebotando en su interior, ha-
ciéndola flotar hacia arriba en la cama incluso cuando ella se quedó dónde estaba.
Excepto que cuando su pelvis volvió a la suya, él todavía tenía puestos sus
pantalones de ejercicio.
Con eso, ella empujó sus manos hacia abajo, encontró su gruesa y dura lon-
gitud y la trajo a ella hacia el lugar correcto. Excavando su agarre dentro del
edredón, ella se empujó a sí misma hacia arriba…
—¿Qué?
—Estás llorando.
—¿Qué...? oh, no, no, no... —Ella tomó su cara en sus manos y lo besó—.
No... No es por sufrimiento. Eso nunca.
Ella lo besó otra vez y trató de conseguir que un ritmo iniciara entre sus
cuerpos.
Layla frotó con impaciencia sus ojos. —Porque... yo nunca pensé que llegaría
a tenerte así. No pensé... no pensé que esto pasaría para nosotros y estoy muy
agradecida. Ha pasado tanto tiempo, esta espera, este dolor.
Xcor se apuntaló sobre sus codos. —Fue lo mismo para mí, —susurró—. En
el curso de mi vida, he aprendido que los sueños no son los que se hacen realidad.
Son sólo las pesadillas las que te encuentran en la vida real. Yo no tenía esperanzas
para esto.
Cuando una luz como hechizo entró en su mirada, ella se preguntó que ho-
rrores había visto él a lo largo de su dura vida. Qué horrores le habían hecho. Su
labio arruinado no habría sido un defecto fácil de sobrellevar.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Buscando terminar lo que habían iniciado correctamente, Layla se obligó a
dejar a un lado esos pensamientos tristes y reorientarse al ir yendo por el borde
inferior de la sudadera de él.
Era un lugar en el que ella deseaba poder permanecer juntos para siempre.
TREINTA
Con un poco de suerte, las dos botellas de Grey Goose que Fritz había
comprado seguirían estando donde habían sido dejadas, es decir, bajo la encimera
de la cocina del Pit.
Ni un vaso.
V sujetó el agarre del brazo que era casi del tamaño de su muslo y empezó
a caminar adelante.
—¿Por qué?
Cuando el Rey llegó arriba pero se mantuvo callado, V quiso desnudar sus
colmillos y sisear. En cambio demandó. —Dime.
—No es una oportunidad para ser razonable. Eso se llama ser un blanco.
Fritz abrió las cosas de par en par y la luz desde el glorioso vestíbulo fue
suficiente para dejar a V parpadeando mientras sus retinas de ajustaban.
—¡Mi Señor! —exclamó el doggen—. ¡Sire! ¡Oh, qué bien que han llegado a
casa antes de la tormenta! ¿Puedo ofrecerles una bebida?
La sonrisa de Fritz era como la de un basset hound 95, todo arrugas y entu-
siasmo, y el mayordomo tenía la falta de concepción del tiempo de un perro, su ale-
gría como si los dos hubieran estado fuera durante cinco años y no una hora.
94
Se refiere aunque se escriba diferente, sigue siendo lo mismo.
95
Raza de perro que forma parte del grupo de los sabuesos, es de baja altura, cuerpo largo, patas cortas
y fuertes, largas orejas.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Como si la elección no fuera nada más que tener que elegir corbata blanca
y frac sobre tu esmoquin de edición estándar.
—Era una broma, hombre. —Vishous puso un liado a mano entre sus labios
y habló a su alrededor mientras sacaba su mechero—. Al menos espero que lo fue-
ra.
El doggen se inclinó tan abajo que fue milagroso que sus tupidas cejas gri-
ses no barrieran el suelo de mosaico.
Por el contrario, Wrath dio unas zancadas hacia adelante como si poseyese
el lugar y V lo siguió.
96
Este chaleco fue diseñado para derrotar rondas de arma de fuego de alta velocidad y la fragmentación
con una mínima deformación.
J. R. WARD LA ELEGIDA
El Rey Ciego subió desde la parte baja de la gran escalera con la coordina-
ción de un bailarín de claqué, golpeando la marca perfectamente y supo cuando lle-
gó a la cima también. La primera parada era su estudio, donde abrió las puertas
dobles y fue atacado por George que claramente no esperaba ver a su amo de nue-
vo.
Demonios, incluso él no quería estar cerca de ningún sitio con este humor
negro que llevaba. Pero por supuesto, a cualquier parte que fueras, ahí estabas y
toda esas gilipolleces.
—Nop.
Qhuinn asintió y se sentó lentamente. Luego miró de uno al otro a los be-
bés durmientes... como si no pudiera decidir a cuál poner en la cuna primero.
¿Verdad?
—Sí. Claro —Me encantaaariiiaaa acunar a tu ADN. Y tal vez después po-
demos hacer turnos para peinarnos el uno al otro—. ¿Qué hago?
Salvo que entonces Vishous se dio cuenta de que tenía un cigarrillo encen-
dido en su mano.
Mientras Qhuinn se ponía en pie con Lyric, V le dio el cigarro como si fuera
su último latido. Y entonces estaba extendiendo su mano buena así como la envuelta
en cuero negro, hacia el hijo del hermano. Hombre… fuera de una situación médica
se sentía totalmente incorrecto sujetar cualquier cosa más preciosa que una bolsa
de comida para perros con su maldición, pero sabía intelectualmente que nada le iba
a pasar al niño.
Joder...
En lo más mínimo...
Sin advertencia, Rhamp abrió sus párpados justo cuando V le estaba colo-
cando en la cuna junto a su hermana.
V retrocedió. Vale, guau, esos ojos eran real y jodidamente intensos, muy
directos y ligeramente hostiles...como si el niño supiera que esta pequeña transfe-
rencia estaba muuuuuuuuuy por encima del grado de pago de Vishous y no algo que
debería haber sido sancionado por cualquier unidad parental que se respete.
V se sentó hacia atrás sobre sus talones, cruzó los brazos y continuó mi-
rando hacia abajo a la pequeña bolsa de vampiro. Y quién lo iba a decir. Ese infantil
hijo-de-puta le devolvió la mirada.
Vishous empezó a sonreír. No pudo evitarlo. Tenías que admirar ese tipo de
fuerza...y eso obviamente venía de la cría. Cómo sino podías explicar por qué algo
que apenas tenía un mes de edad estaba listo para enfrentarse a un cabrón adulto
que estaba fuertemente armado y de un muy puto mal humor.
—Mi hombre, —dijo V mientras levantaba su mano buena—. Choca esos cin-
co.
Rhamp no sabía nada sobre chocar los cinco, pero agarró lo que estaba jus-
to en frente de su cara, y oh, cómo apretaba.
Una, el hecho de que V parecía estar cayendo todo encantado por Rhamp
era...bueno, una persona tenía más probabilidades de ver a Dios de cerca y en per-
sona antes que un macho como V alguna vez fuese a estar ohhh y ahhh con un niño.
Segundo, Rhamp estaba empezando a animarse a cambio, la respuesta hostil inicial
del pequeño suavizándose, su cuerpo relajando su tensión, su expresión y esos ojos
miopes de bebé asumiendo una especie de cariño.
Con una mueca de dolor, Qhuinn se frotó las sienes. —¿Estamos listos?
Pero Vishous vino, de modo que los tres y el Golden del Rey se reunieron en
el pasillo.
Justo antes de que alguien dijera algo, Zsadist salió de la puerta del final
del pasillo. El hermano los miró, sacudió la cabeza y se metió juuuusto de vuelta en
su suite.
97
Escrita por Margaret Wise Brown Ilustrado por Clement Hurd.
98
Escrito por Dorothy Kunhardt, es un libro para ver y tocar.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Sí, todo el mundo sabía de qué iba esto.
—Así que esta es la manera en que va a ser, —dijo Wrath sin preámbulos—.
Mitad y mitad. Y ella los llevará al Santuario en su tiempo. Comienza mañana des-
pués del atardecer cuando te vayas para salir al campo. Esto no está sujeto a nego-
ciación ni para tu consideración. Esto es un decreto real y espero que te comportes
al respecto como un macho y no como un paciente mental.
Qhuinn puso sus palmas detrás de los lados de su cabeza. Tal vez el acol-
chado adicional ayudaría a trabajar a su cerebro. O algo así.
—¿El Santuario?
—Ella puede viajar como lo hace una Elegida y ellos también. —Wrath de-
volvió el cigarrillo de V de vuelta al hermano.
—La Virgen Escriba no está usando más sus cuartos, así que hay sitio don-
de pueden dormir cuando lo necesiten.
Qhuinn cruzó los brazos y miró la alfombra. Luego caminó de un lado a otro
pasando junto a las estatuas de mármol que habían sido talladas por humanos cono-
cidos como Griegos y Romanos. Las formas de machos eran poderosas y estaban
posicionadas en varias poses, sus manos vacías agarrando las lanzas que se les ha-
bían perdido durante el curso de los siglos...y los atributos de conflicto no eran las
únicas cosas que faltaban. Algunos tenían extremidades que terminaban en el codo
J. R. WARD LA ELEGIDA
o en la rodilla, algún accidente u otro, despojándolos de lo que había sido necesario
para completarlos. Uno incluso estaba sin cabeza.
Su Blay.
Mirando a Vishous, dijo con brusquedad. —Puedes dejar tu arma donde es-
tá.
Qhuinn enfocó sus ojos en la puerta cerrada de la suite de sus críos, vien-
do más allá a través de los paneles de la habitación. Imaginó los dulces momentos
como esa lámpara de noche, las cunas con sus cintas y la pequeña R cursiva sobre la
cama de Rhamp y la L sobre la de Lyric.
—No quiero tener que ver a Layla. —Qhuinn sacudió la cabeza—. Nunca
más. Ella y yo hemos terminado. Y quiero hablar personalmente con Amalya, la Di-
rectrix. Quiero estar absolutamente seguro de que pueden subir y volver bien.
Además, si Layla intenta retenerlos allí...
—No lo hará.
—¿Y le creíste?
El Rey sacudió la cabeza. —No a menos que insistas. Todos sabemos cómo
va a ser.
Una revisión rápida al reloj y supo que iba a ser hora del biberón en apro-
ximadamente una hora. Fritz y los doggen tenían gran orgullo en entregar la leche
puntualmente a la hora y a la temperatura perfecta.
Alimentar a los dos a la vez iba a ser un problema, ya se había dado cuenta.
Dios... a Blay le encantaba hacer el rollo del biberón. Amaba los pañales, in-
cluso los que hacían que te lloraran los ojos.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Qhuinn volvió a las cunas y pensó en Layla llevándose a los bebés a cual-
quier lugar. Literalmente no podía imaginarlo...y cada hueso de su cuerpo, cada ins-
tinto paternal que tenía, gritó porque detuviera la locura. No le importaba que ella
los hubiese dado a luz. No le importaba lo que el Rey había dicho. Y estaba en com-
pleto desacuerdo con el consenso general de que esa traidora con túnica blanca
tuviese derecho a siquiera estar en el mismo código postal que sus críos.
Mirando abajo hacia Lyric, frunció el ceño. Había tanto de Layla en la niña,
desde la forma de su cara hasta las manos...
TREINTA Y UNO
La Hermandad sin embargo, no compraría todo eso. No, sólo serían persua-
didos por un juramento a su señor… e incluso entonces la negociada paz sería tenue.
Una vez más, la Banda de Bastardos tendría que abandonar el Nuevo Mun-
do.
Pero, ¿cómo iba a encontrarlos? Caldwell era una gran ciudad si querías
cruzar caminos con alguien que no tenía inconveniente en ser localizado. ¿Tratar de
descubrir el paradero de un grupo de machos que definían sus noches y sus días
por estar escondidos y permanecer así?
Sabía que debía cerrar los ojos y seguir su ejemplo, pero no había ninguna
posibilidad para esto último. Afortunadamente estaba acostumbrado a no dormir.
El Bloodletter.
—¿No tienes nada que decir? —preguntó el gran guerrero mientras se le-
vantaba sobre Xcor—. ¿No te disculpas, por lo que me has quitado?
—¿Tienes idea de cuánto tiempo tardo en entrenar uno de estos? —El tono
era más molesto que cualquier otra cosa. —Años. Tú en una noche, en una sola pe-
lea, me has robado una vasta inversión de mi jodido tiempo y energías.
—No.
—¿Estás loco entonces? ¿Es esa insensatez la que te dio tanta fuerza?
J. R. WARD LA ELEGIDA
Xcor bajó lentamente hacia un lado y recuperó la guadaña una vez más. Sus
palmas sudaban y el agarre era resbaladizo, pero se aferró al arma con toda la
fuerza que pudo.
Era como si Xcor estuviera siendo enfrentado con el mal puro, un demonio
dado a la carne y colocado sobre la tierra para atormentar y torturar a las almas
que eran de otro modo más puras.
—Tú y tus machos sois ladrones. —Xcor siguió cada movimiento en ese
cuerpo, desde la curva de las manos hasta el cambio de peso de un pie a otro—.
Vosotros sois profanadores de hembras y dictáis vuestras propias leyes, sin servir
al único y verdadero Rey.
—¿Crees que Wrath vendrá por ti ahora? ¿De verdad? —El Bloodletter hi-
zo el alarde de mirar alrededor del vacío bosque—. ¿Crees que tu gobernante be-
névolo aparecerá por aquí e intercederá por ti y te salvará de mí? Tu lealtad es
admirable supongo… pero no es un escudo contra esto.
El sonido del metal sobre el metal era como un grito en la noche, la hoja
del Bloodletter saliendo casi tanto como la de la guadaña.
—Yo me salvaré.
J. R. WARD LA ELEGIDA
En ese momento, las nubes perdieron su batalla con los elementos del vien-
to, la pesada cubierta rompiéndose y proporcionando un oculus99 a través del cual la
brillante luz de la luna resplandecía desde el cielo nocturno, brillante como la luz
que Xcor no había visto desde antes de su transición.
Xcor no dejó su arma. No sabía lo que estaba ocurriendo, pero era muy
consciente de que no debía confiar en el enemigo, y se había puesto en contra de
este temido guerrero por sus acciones en defensa propia.
—Es tu destino.
—Tú no me conoces.
99
Algo tan grande como el mundo.
J. R. WARD LA ELEGIDA
—Tu rostro lo revela. Pensé que no eras más que un rumor, una rebanada
de habladurías. Pero no, no con la mano de la daga y ese labio. Tú vienes conmigo y
yo te entrenaré y te pondré a trabajar en contra de la Sociedad Lessening...
—No conozco a ningún ladrón que pueda hacer lo que acabas de hacer. Y te
das cuenta de eso también. Niégalo todo lo que quieras, pero has nacido para este
resultado, perdido en el mundo, ahora encontrado.
Ahora Xcor bajó su guadaña. Las lágrimas vinieron a sus ojos y él parpadeó
alejándolas, decidido a no mostrar debilidad.
Esto era cierto, pensó Xcor. Esto era lo que le había dicho la cuidadora.
Xcor volvió al presente abriendo los párpados que desconocía haber cerra-
do. El Bloodletter había acertado en algunas cosas, errado en otras.
Así fue y así había resultado. Aunque a diferencia de Xcor, Throe parecía
no haber intercedido por ninguna fuerza bendita, su ambición aún sin control.
O por lo menos había sido antes del secuestro de Xcor… y había poco que
sugerir, que cualquier cambio en las proclividades o ambiciones del varón pudieran
haber ocurrido en el paso del tiempo.
100
Persona que tiene hombros anchos, caderas estrechas y cuerpo fuerte y musculado.
J. R. WARD LA ELEGIDA
También había sido un mentiroso.
Cualquiera que fuese el padre de Xcor, no había sido él. La verdadera pro-
genie del Bloodletter le había dicho eso.
Xcor sacudió la cabeza de un lado a otro sobre la suave almohada para tra-
tar de aclarar sus pensamientos.
Durante tanto tiempo había querido saber quiénes eran sus padres, algo
que supuso que era cierto para la mayoría de los huérfanos del mundo: incluso si él
no fue deseado por ellos, aunque no tuviera ninguna relación con ellos, todavía tenía
un deseo de aprender sus identidades.
Era difícil de explicar, pero siempre había sentido que estaba sujeto a
cierta falta de gravedad mientras se movía por la tierra, su cuerpo poseía una in-
gravidez esencial que retrospectivamente, le había predispuesto a caer en la ideo-
logía de la destrucción del Bloodletter, caos y muerte.
Excepto que el paternalismo no había sido nada más que una ilusión, como
se pudo ver después. Una mentira que había tomado una verdad inesperada por
descubrir.
Con la pérdida del macho, Xcor sintió como si hubiera sido abandonado por
tercera vez: la primera había sido en su nacimiento. La segunda había sido cuando
la hembra que había sido su cuidadora... o alguien más para él... se había ido. Y luego
la tercera había sido cuando la falsedad del Bloodletter, sin duda construida para
asegurar que Xcor lo acompañara a su campo de batalla, había caído, la noticia pro-
venía de una fuente que era innegable.
J. R. WARD LA ELEGIDA
La hermana de sangre de V, Payne, había matado a su verdadero padre, el
Bloodletter.
Pero estaba bien, pensó Xcor. ¿Encontrar su amor? Toda su búsqueda ha-
bía terminado. Él perseguía una familia que no existía porque nunca lo habían
deseado. Estaba buscando más fuentes externas para llenar su cisterna interior.
Terminó asumiendo cualquier sistema de valores distinto al suyo propio.
Xcor frunció el ceño. Por las Parcas, ¿cómo iba a dejar a su Layla? El des-
tino era lo que era sin embargo, tanto como él había mejorado, el buen camino en
el que estaba ahora... no podía borrar su pasado o las cuotas que tenía que pagar
por todo lo que había hecho. Nada podía hacer eso.
Sólo tenían que hacer que el poco tiempo que les habían dejado juntos con-
tara.
TREINTA Y DOS
Sip, era un buen plan. La cafeína y la nicotina eran una misión crítica cuan-
do no habías dormido más de quince minutos seguidos a lo largo del día y no querías
arrancar de un mordisco las cabezas de todos a tu alrededor.
¿El problema? Cuando intentó abrir la puerta del porche, tuvo que poner su
hombro en el esfuerzo.
Retrocediendo, maldijo y cerró las cosas de nuevo. —Mierda, está mal ahí
afuera…
El estruendo desde la cocina fue ruidoso e involucraba algo que sonaba co-
mo a una cacerola de acero inoxidable o tal vez una bandeja de hornear, al menos
podría pasar por un platillo dada la naturaleza del claaaaaaaaaaaaaaang.
—¿Mamá? —gritó.
101
Marca de prendas de abrigo ecológicas con sede en California.
J. R. WARD LA ELEGIDA
…y encontró a su mahmen caída sobre el piso de baldosas frente a la coci-
na, su tobillo torcido en un ángulo antinatural, el rollito de pecana 102 que había es-
tado poniendo en el horno en el suelo, la bandeja en la que había estado a tres
pies103 de distancia de ella.
Lyric se sentó con una mueca, ayudando a su cuerpo con los codos. —Yo so-
lo quería meter esto antes de que tu padre bajara para la Primera Comida.
Ella apartó la mano del camino. —Blay estoy bien. Por el amor de Dios, no
me golpeé la cabeza.
—Eso es bueno, porque eso significa que puedo gritarte. ¿Dónde diablos
está tu bota? ¿Por qué no está en tu pie?
102
Rol de masa dulce con nueces de Pecan.
103
0.91 Cm.
104
Mejorando la casa e A é ica lati a, Un chapuzas en casa e España. Fue u a sitcom de la televi-
sión estadounidense, emitida por la cadena ABC desde 1991 hasta 1999.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Cuando ella no lo dijo, Blay supuso que era lo último y se movió hasta su
pie. En el instante en que intentó incluso tocar la zapatilla que tenía, ella siseó y se
puso blanca como una sábana.
—Estará bien.
—Ya sabes, esas son mis dos palabras menos favoritas. Qhuinn siempre las
dice todas las veces que… —Él cortó eso en seco y deliberadamente ignoró la forma
en que su mamá lo miraba—. ¿Te puedes desmaterializar? Porque estoy muy seguro
de que Doc. Jane tiene que echarle un vistazo a esto. No, Manny. Él es el tipo de
los huesos.
—¿Por qué no dejamos que Papá lo decida? —Mientras los ojos de ella cen-
tellaban, él arrastró las palabras—. O tú podrías ser razonable e ir conmigo sin
quejarte.
Su madre miró hacia abajo a su pie. —Desearía haberme puesto esa maldi-
ta bota.
—Yo también.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Ella frunció el ceño. —¿Cómo llego a la clínica del centro de entrenamien-
to? Incluso si puedo desmaterializarme, no sé dónde está su verdadera localiza-
ción.
—¿Podemos enviarle un mensaje? Dile que vamos a regresar. Dile que fui-
mos a la tienda de comestibles.
Cerró el teléfono con el texto a medio hacer y miró a su mahmen. Ella ha-
bía cerrado los ojos y apoyado la cabeza en las baldosas, y la mano que tenía sobre
el estómago se había contraído en una garra.
La otra estaba temblando en el suelo junto a ella, con las uñas recortadas
tamborileando sobre el piso.
—Papá, alégrame la noche y dime que tu coche tiene tracción a las cuatro
ruedas.
La otra razón por la que era extraño era porque él no podía creer que él
estuviera haciendo las maletas para que sus hijos dejaran la casa sin él.
Eran tan pequeños. Y realmente no quería que estuvieran cerca de esa mu-
jer en absoluto.
Se negó a referirse a Layla como mahmen nunca más, incluso si esto era
sólo en su cabeza.
Pero era lo que era. Él había subido al Santuario con Amalya, la Directrix
de las Elegidas, y ella lo había acompañado por el bucólico paisaje, mostrándole la
piscina reflectante y los templos, el dormitorio, los aposentos privados de la Virgen
Escriba.
105
Pomada para bebés que ayuda con la irritación provocada por los pañales.
106
Marca mundialmente conocida de pañales.
107
Marca que comercializa productos para bebés como carriolas, andadores, chupetes, biberones, etc.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Había sido imposible discutir con la disposición. Esa mierda era aún más
segura que lo que ellos estaban haciendo en la mansión, por el amor de Dios, y
Amalya le había asegurado que sus hijos serían capaces de entrar y regresar sin
ningún problema.
Un leve golpe en la puerta del dormitorio trajo su cabeza fuera del bolso.
—Sí.
Beth entró y estaba mucho más mitigada. De nuevo había conseguido lo que
había deseado. —Parece que tienes todo listo.
Qhuinn se apartó de ella y fue a los moisés. Miró a Lyric y luego se centró
más apropiadamente en Rhamp, poniendo un chupete en su boca.
J. R. WARD LA ELEGIDA
—Se valiente allá arriba, mi hombre. —Qhuinn le acarició el mechón de pe-
lo oscuro—. Te veré en veinticuatro horas. Pan comido, ¿cierto?
Incorrecto.
Fue tan jodidamente difícil alejarse. Su pecho estaba ardiendo con un do-
lor que corrió hacia abajo y dentro de su ADN… sobre todo cuando sus ojos pasa-
ron por encima de Lyric una última vez. Quería ir con ella, pero él simplemente no
podía mirar aquella carita.
Mientras enfilaba hacia Beth, mantuvo los ojos fijos directamente al fren-
te. No confiaba en sí mismo para abrir la boca ni siquiera para decir un adiós. Sin
dudas terminaría yéndose sobre la reina, y eso no iba a ser de ayuda para nadie.
Esa cicatriz en la cara que corría por su mejilla y distorsionaba su labio su-
perior hizo que Qhuinn pensara en la jodida jeta de Xcor.
No había razón por la que ellos no pudieran anotarse a pasar un buen rato
todos juntos.
O quizás hubiera una puerta número tres, algo que benditamente, no tuvie-
ra nada que ver con él.
Qhuinn miró a su amigo. —Se supone que tú y yo estaremos juntos esta no-
che.
John asintió y extrajo sus manos. —No creo que vayamos a ninguna parte.
—No, la tormenta de nieve. Caída récord. Inaudito para esta época del año.
Qhuinn dejó caer su cabeza para que golpeara el yeso detrás de él. Era só-
lo su maldita suerte. No había manera de que pudiera quedarse toda la noche en
esta casa mientras sus hijos estaban con esa hembra, Blay no le hablara y sus her-
manos siguieran enojados por todo el asunto de Xcor escapando de la Tumba.
Que se joda esta mierda, pensó. No estaba en una prisión. No tenía que...
J. R. WARD LA ELEGIDA
Wrath habló desde el trono. —Así que, vamos a acabar con esto.
Qhuinn cruzó los brazos sobre su pecho y se preparó para oír otra ronda
de lo horrible que era.
—¡Él es mío! —gritó Tohr sobre el estruendo—. ¡Él es mío para matarle!
Si él llegaba a ese hijo de puta primero, iba a matarlo y al infierno con to-
do…
Cuando las palabras del Rey llegaron al fondo, todos se callaron, y V se pa-
ró detrás de Thor como si estuviera preparado para sujetar al hermano.
TREINTA Y TRES
Throe siempre había controlado sus fondos, había sido entre ellos el mejor
rostro que poner cuando se requería el contacto con el mundo humano…
Sus ojos se dirigieron hacia donde estaban sus manos. ―¿Por qué no me
dejas verte?
Había sido rechazado toda su vida, nada de eso debería importar en lo más
mínimo, sin embargo si se apartara de él…
Layla se hundió sobre sus rodillas con la gracia de la luz de la luna cayendo
de los cielos, su primer instinto fue ayudarla a levantarse ya que no le gustaba la
idea de ella sobre el duro azulejo, sin embargo cuando él se inclinó hacia ella, lo
detuvo.
Extendió su lengua...
Los ojos de Layla miraron por encima de su cuerpo mientras repetía el mo-
vimiento... y luego se metió el dedo en su boca, chupándolo, arremolinando la lengua,
más caliente ahora, justo como el interior de ella...
Xcor tuvo que agarrarse de cualquier cosa que pudo encontrar para mante-
nerse de pie, con las palmas de las manos chirriando por el cristal, pero encontran-
do una especie de casa en la pared de mármol.
Tuvo que mirar. Y en el segundo en que vio sus labios extendidos alrededor
de su circunferencia se empezó a correr.
―Estoy... oh joder...
Aunque trató de empujarla hacia atrás, por si acaso no sabía lo que estaba
sucediendo, ella no lo dejó, encontró un ritmo con la succión y aceptó el orgasmo en
su boca, sus manos pasando entre sus piernas y acunando sus pelotas.
Los músculos de sus muslos se rindieron y fue todo lo que pudo hacer para
no caer en un montón y aplastarla mientras caía, ella todavía le complacía mientras
se reposicionaba con él, haciéndole encontrar otra liberación después de la prime-
J. R. WARD LA ELEGIDA
ra, tenía las piernas abiertas para acomodarla, sus manos fueron a su cabello moja-
do, la cabeza y el cuello apretados en la esquina de la ducha.
Mientras cepillaba uno de sus pezones, él apretó sus molares tan fuerte
que su mandíbula dejó escapar un crujido.
Un gruñido escapo de él y Xcor dijo en una ráfaga baja, ―Sí. Justo ahí.
J. R. WARD LA ELEGIDA
―¿Qué harías con tu boca? ―La punta de su dedo trazó el exterior de su
sexo―. O... no, usarías tu lengua, ¿verdad guerrero? Tu lengua…
Xcor se lanzó contra ella, moviéndose tan rápido que no fue consciente de
tomar la decisión de ir a ella. Y fue tosco, empujando su mano fuera del camino y
sellando su boca en su sexo, tomando lo que quería, con lo que ella había coquetea-
do.
Ahora era ella la que sacaba las manos, buscando mantenerse en alguna
apariencia de orden físico, pero no tenía nada de eso. Tiró de ella sobre el azulejo,
golpeó las palmas de sus manos en el interior de sus muslos y los abrió, yendo pro-
fundamente con su lengua, consumiéndola.
Ella se corrió con fuerza contra su rostro, con las manos clavadas en su
cabello húmedo, tirando de él hasta que dolió. No es que a él le importara una
mierda. Lo único que importaba era entrar en ella, hacerla decir su nombre, mar-
carla con sus labios y lengua.
No como propiedad. Pero algo demasiado precioso como para que otros ju-
garan con ella.
En el momento en que Xcor había terminado con ella el rocío que caía de la
ducha empezó a perder su calor… no es que a Layla le importara. Tenía a su guerre-
ro entre sus piernas y estaba haciendo lo que un macho hace cuando reclama una
hembra, un instinto antiguo engendrado en la especie para asegurar su superviven-
cia. Era crudo y eso era hermoso, era primordial y sin embargo muy bienvenido en
el mundo moderno.
―No, otros fuera de las Elegidas deben pedir permiso de acceso, no estoy
segura de cómo funciona pero siempre ha sido así, sólo a mis hermanas y al Primale
se nos permite ir y venir cuando queramos.
―Así que también me quedo allí durante el día. ―Dijo ella, aunque ya le ha-
bía dicho cuál era el plan―. Pero al caer la noche regresaré a esta casa.
―Es sólo un día y una noche. ―Él se movió hacia la coronilla del cabeza,
aparentemente cautivado por la forma en que las cerdas negras le atravesaban el
dorado cabello―. Estaremos juntos de nuevo antes de que lo sepamos.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Layla asintió con la cabeza sólo porque sentía que su equilibrio emocional
era de vital importancia para él… quería fingir que estaba bien por el bien de él.
Pero su separación de veinticuatro horas no era lo que estaba en su cabeza. Era la
que iba a durar el resto de sus vidas.
Xcor se detuvo, con los ojos clavados en los suyos a través del cristal.
―¿Qué?
Pero entonces soltó sus manos y le bajó los brazos. ―Shh... ―La besó una
vez y luego otra vez―. Tengo que irme y tú también.
J. R. WARD LA ELEGIDA
TREINTA Y CUATRO
En realidad, pensó Tohr, tal vez debería comerse la culata de una pistola
ahora. Más eficiente que esperar a que su cerebro explotara en esta solución que
tenía una idea estroboscópica estampada por todas partes.
108
Gran Puto Problema.
109
Sin problemas.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Mientras Wrath se quedó en silencio hubo mucha quietud en la habitación...
lo cual indicaba que había un número de personas pensando firmemente en sus opi-
niones... y Tohr miró a Qhuinn. Los ojos del hermano estaban bajos hacia el suelo
como si estuviera inspeccionando la integridad estructural de los cordones de sus
shitkickers.
Y sí, a pesar de que al resto de los hermanos no les gustaba, seguirían ade-
lante con la mierda, no porque fueran débiles, sino porque sabían que Wrath no iba
a dar el brazo a torcer... y se tomaban muy en serio sus papeles como guardia pri-
vada.
Así que iban a hacer todo lo posible por mantener vivo al macho.
El problema era que los juramentos dados por hombres sin honor no eran
más que un desperdicio de sílabas.
Chico listo.
Y luego, como si todo fuera excelente, Wrath pasó a los negocios habitua-
les, charlando mierda como el horario de rotación, cuándo se iba a pedir el siguien-
te orden de armas y qué estaba haciendo con el programa de entrenamiento.
Cuando Qhuinn miró, Tohr miró fijamente a aquellos ojos dispares. Y luego
con voz suave dijo, —Garaje. Diez minutos.
110
Marca de helados.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Mientras levantaba lentamente del colchón la parte superior de su cuerpo,
intentó no híper-concentrarse en cada pequeño rincón y grieta de su cuerpo y ca-
beza. La lectura de las hojas de té sobre cómo iba a ir esto era...
— ¡Qué cojones!
Trez retrocedió tan rápido y tan fuerte que golpeó su cráneo con la cabe-
cera y rápidamente tuvo un flashback de lo que había sido el día.
—Hijo de puta.
111
Marca de productos de limpieza.
J. R. WARD LA ELEGIDA
— ¿Cómo te sientes? —Preguntó el tipo.
—Estoy vivo.
—Eso es bueno.
— ¿Y bien?
Hubo un largo período de silencio... lo que Trez dedujo que era todo acerca
de iAm esperando contra toda esperanza que él fuese a ver la luz. Pero a Trez no
le importaba una mierda. Iba a esperar, e iba a salirse con la suya, y Therese iba a
conseguir el trabajo en Sal´s.
— ¿Lo estoy? No estoy seguro de cómo teniendo contacto con esa hembra
le va a ayudar a cualquiera de nosotros.
Trez cerró los ojos y recordó la sensación de los labios de Therese, su sa-
bor, su aroma viajando por el frío aire en su nariz... en su alma.
Un pico de náusea despejó todo eso de su mente. —Va a estar bien. No voy
a molestarla.
—Sí. De acuerdo.
Después de que Trez colgara, lanzó una mirada a la efigie del ángel en la
esquina. —Lassiter, —dijo en voz alta―. Vamos, sé que estás aquí en alguna parte.
Esperó, esperando que el ángel entrara por la puerta. Escapándose del ves-
tidor. Deslizándose desde debajo de la cama. El tipo estaba siempre cerca, lo qui-
sieras o no.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Pero debería haberlo sabido mejor. Diez minutos y absolutamente-sin-
ángel después, parecía un poco adecuado que la única vez que quería que el bastar-
do apareciera, el cabrón jugara a ser fantasma.
Butch se acercó a él, el antiguo policía humano parecía avispado como el in-
fierno, como de costumbre. — ¿Vas a unirte a nosotros? ¿Quieres un trago?
Trez le dijo un no-gracias a Butch y se volvió hacia Xhex. —No creo que
hayamos cerrado un jueves por la noche alguna vez.
Mientras ella señalaba con la cabeza a una de las ocho ventanas de suelo a
techo, Trez usó eso como excusa para alejarse de la conversación y comenzar su
graciosa salida de la habitación y de la casa en general. No era que no amara a los
Hermanos. Era sólo, en esta sensible zona post-migraña, toda la charla y risas, el
J. R. WARD LA ELEGIDA
chasquido de las bolas de billar, el J.Cole y Kendrick Lamar112 estaban por encima
de su límite.
Escogiendo una ventana que estaba más cerca a la arcada del vestíbulo,
movió la cortina a un lado y miró hacia el patio, o lo poco que podía ver. La nieve
estaba cayendo tan fuerte que apenas podía ver a sesenta centímetros de la man-
sión, y claramente había estado un rato cayendo así. En las luces de seguridad, era
como si una pesada lona blanca se hubiera lanzado sobre todo, los contornos del
tejado del Pit, los grandes pinos de la montaña, los coches estacionados al otro lado
de la fuente cubierto por treinta centímetros de lo que había venido del cielo...
Trez saltó tan alto que casi alcanzó el techo e inmediatamente miró de
vuelta a través del cristal.
— ¿Trez?
En ese momento sonó el timbre del vestíbulo. Trez se dio la vuelta y salió
corriendo de la sala de billar, golpeando la pesada puerta, casi arrancándola al
abrirla...
112
Raperos.
J. R. WARD LA ELEGIDA
—Tengo permiso para estar aquí, —dijo mientras sacaba las palmas de las
manos como si él fuera a apuntarle con un arma—. Estoy autorizada. Pregúntale al
Rey.
Trez se hundió en su propia piel y cerró los ojos por un segundo. —No, si,
no... Por supuesto. Entra.
Mientras se movía a un lado, no sabía por qué ella estaría tan a la defensi-
va... o porqué estaría fuera en una noche como esta. Pero no se detuvo en nada de
eso.
Estaba un poco distraído por el hecho de que cuando la había visto ahí fue-
ra... de inmediato supuso que era su Selena viniendo a verle de vuelta de entre los
muertos.
TREINTA Y CINCO
Por otro lado, la palabra hogar implicaba que eras bienvenido. Pero en
realidad ella ya no lo sería más.
Layla se alegró muchísimo al ver una cara feliz cuando Beth atravesó el
comedor y le dio un gran abrazo.
Lo que Layla realmente quería decir es que no podía esperar a ver a sus
bebés. No le importaban las fotos, sino que quería verlos de verdad y ahora. Ex-
cepto que no quería ser descortés y realmente no subiría al segundo piso sin invita-
ción. Sólo Dios sabía dónde estaba Qhuinn…
Esto no era nada bueno para los bebés, pensó Layla mientras se llevaba una
mano temblorosa a su cabello. Los dos tenían que hacer algo con respecto a esta
ruptura en su relación, pero tenía la sensación de que eso no sucedería, aunque qui-
siera imaginar a Qhuinn suavizándose con el tiempo.
Cuando llegaron arriba, Layla perdió el paso al ver las puertas del estudio
de Wrath cerradas y tuvo que concentrarse para poder continuar hacia el vestíbulo
de las estatuas. A la mitad del camino en ese pasillo, dudó de nuevo, pero esta vez
fue Beth quien abrió la puerta de la habitación que Layla había considerado alguna
vez como suya. Le tomó una fracción de segundo notar vagamente que en el suelo
había una tela protectora manchada de pintura junto a unos botes de pintura, un
cubo de yeso y algunas brochas. Tenía el estómago apretado mientras adivinaba el
porqué de su presencia.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Los agujeros de bala en la pared.
— ¡Mis amores! ¡Mis amores! —Sus ojos se llenaron de lágrimas sin saber
en dónde concentrarse, por lo que su cabeza iba de un lado a otro una y otra vez.
¡Mahmen está aquí!
Realmente estaba muy contenta de ver a otra Elegida, y es por ello que las
dos se abrazaron fuertemente. Después de un momento se separaron y Beth habló.
Cormia asintió. —Sólo regresé para tomar unas cosas de los cuartos priva-
dos y creo que encontrarás todo lo que necesitas. ¿Me preguntaba si te gustaría
que te ayudara con uno de los bebés para que no tengas que hacer dos viajes?
—Oh, eso sería fantástico. Gracias. —Layla tuvo el impulso de alisar su ba-
ta blanca ya que su confianza en la amabilidad de las otras hembras la hacía querer
llorar—. Yo… ah, estoy muy agradecida por su ayuda. ¿Podrías llevarte a Rhamp?
— ¡Por supuesto!
Cerrando sus ojos, trató de recordar la última vez que había ido al Santua-
rio. Oh, de hecho había pasado un mes… cuando descubrió quién era el padre de
Xcor.
—Espero que hayas pasado un buen puto rato cariño, —murmuró mientras
se abría paso.
La puerta del garaje estaba en el camino atrás de la casa, al otro lado del
cuarto de entrada. Tuvo que ir esquivando a los doggens a través de la cocina para
llegar allí. Estaba a medio camino de la meta cuando, oye, oye, qué te parece, Tohr
entró desde las escaleras del personal.
Ninguno de los dos hizo contacto visual. Ambos siguieron adelante, yendo
en fila y entrando en la habitación poco profunda que estaba llena de abrigos de
repuesto, botas de nieve, gorros y guantes. En el otro extremo, Tohr se abrió ca-
mino hacia el garaje sin calefacción y luego los encerró.
Cuando el Hermano habló, su voz estaba tranquila pero era tan profunda
como el punto más bajo del infierno.
Tohr sacudió la cabeza. —Algunas veces tienes que cuidar al Rey aunque él
no quiera.
—Estoy de acuerdo.
—Algunas veces algunos asuntos deben ser tomados por otras manos.
Los ojos azul marino de Tohr lo miraron. —El campo es un lugar muy peli-
groso.
Qhuinn flexionó sus manos en puños. —La gente se lastima por ahí todo el
tiempo.
113
Empresa estadounidense de alquiler de equipos y almacenamiento móvil con sede en Phoenix, Ari-
zona.
J. R. WARD LA ELEGIDA
—Lessers. Humanos. Ellos pueden hacer mucho daño, incluso a los luchado-
res entrenados.
Cuando Qhuinn asintió, reconoció que mientras ellos venían desde dos
perspectivas completamente diferentes, ciertamente habían llegado al mismo mal-
dito lugar. Xcor iba a morir allá fuera mientras estaba buscando a sus chicos. Ya
fuera la bala de Qhuinn o la de Tohr, el cabrón se estaba hundiendo.
Cuando Tohr presentó su mano, Qhuinn la agarró sin vacilar. —Es un hecho.
TREINTA Y SEIS
Xcor esperó hasta que percibió que Layla se había desmaterializado com-
pletamente del rancho, y luego fue en una misión de búsqueda por aquella pequeña
casa, moviéndose rápidamente a través de todos los armarios, cajones, y posibles
escondites dentro de los dormitorios. Su presunción era que si los Hermanos alguna
vez se quedaban allí, ellos guardarían armas donde dormían, pero en última instan-
cia, no encontró nada.
Frustrante.
Había sin embargo, algo más allí adentro que después de todo le compensó
por una potencialmente peligrosa captura visual.
A medida que volvía a retomar su forma corpórea, estaba en una calle con
un solo punto de entrada y salida, con dos tipos de construcciones coloniales histó-
ricas. Las casas a un precio mucho más caro en comparación con el rancho, pero
muy alejadas del estado de mansión. Todo alrededor había muchas luces encendi-
das, ya fuera en los salones o dormitorios, en los rincones de los garajes o en los
árboles, pero con los copiosos copos de nieve descendiendo, las iluminaciones eran
aisladas, no llegando muy lejos en absoluto.
Xcor fue subiendo por el sendero que no era ningún sendero en absoluto, la
nieve cayendo con tal densidad que nadie estaba tratando de surcar o palear antes
del cese de la tormenta. Cuando llegó a la puerta principal, en la que se había colo-
cado una corona de hojas verdes, extendió la mano y probó la manija de bronce.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Estaba desbloqueada, así que abrió aquella cosa y entró.
Todo se puso a cámara lenta en la sala de estar. El joven macho miró por
encima de su hombro y luego dio un salto alarmado. La hembra más grande saltó
sobre sus pies, y cualquier bebida caliente que ella estuviera bebiendo en su taza
salió volando.
Cobarde.
Luego miró a su alrededor. Los muebles habían cambiado desde que él y sus
bastardos se habían quedado bajo este techo, el sofá desmontable se había ido
junto con las perpetuas capas de cajas de pizza y bolsas de lona, armas y municio-
nes, botas y cuchillos.
—Ni tampoco por ustedes. —Xcor levantó la palma de la mano porque sabía
que ambos se centrarían en ella—. No soy un corruptor de mujeres o jóvenes.
Era una buena suposición que el hablar con un vampiro no aliviaría a quien
fuera de su miedo.
A pesar de lo ofensivo a la vista que eso había sido alguna vez, él no pasó
ningún tiempo apreciando las mejoras en la decoración. Se dirigió directamente al
alto y estrecho armario al lado de la ducha donde las toallas se habrían guardado si
hubiera tenido alguna cuando se había quedado aquí…
Oh, por supuesto, ahora las estanterías estaban llenas de pilas de toallas
blancas, exactamente dobladas y brillantes.
Él penetró en sus mentes una vez más. —Ustedes oyeron un ruido. Fueron a
comprobar. No era nada. Cuando regresaron sus botas húmedas dejaron agua en
esta alfombra. Noche extraña. Probablemente el viento. Lo bueno es que no fue
nada.
Lyric y Rhamp habían hecho el viaje como campeones, y Cormia como si sin-
tiera que Layla quería algún tiempo privado con ellos, se había marchado enseguida
una vez que los gemelos estuvieron asentados aquí afuera cerca de las brillantes
aguas y el floreciente árbol que estaba lleno de nuevos pájaros cantores.
Doblando los pies debajo de ella, colgó un tulipán amarillo sobre un de los
bebés y luego sobre el otro... y luego la trajo de regreso al primero.
J. R. WARD LA ELEGIDA
— ¿No es hermoso? Tulipán... esto es un tulipán.
En efecto, los pétalos eran como la hierba verde y el agua azul era res-
plandeciente y misteriosamente como una joya en su coloración. Eso era algo acerca
de la luz de aquí, la forma en que provenía de ninguna parte y caía sin un ángulo
particular, o es que tal vez hubiera algún tipo de magia sagrada en la obra.
Y fue gracioso. Podía darse cuenta de que sus dos seres preciosos estaban
reuniendo fuerza a partir de la energía de aquí, sus mejillas estaban enrojeciendo,
sus ojos brillaban con una luz extra saludable, sus movimientos más coordinados.
Sí, pensó. Tenían su sangre en ellos. Incluso Rhamp, que se parecía tanto a
Qhuinn era misterioso, era obviamente su hijo. Los miembros de las Elegidas siem-
pre mejoraban cuando venían aquí a recargarse.
Una extraña sensación de que estaba siendo vigilada la hizo girar. Pero no
había nadie en la columnata, ni nadie en el arco abierto en lo que había sido el alo-
jamiento privado de la Virgen Escriba. Nadie en ninguna parte, por así decirlo.
Recordó cuando las cosas habían sido de un modo muy diferente, cuando
las Elegidas habían nacido y habían criado aquí a las siguientes generaciones de
Elegidas y Hermanos, y habían servido a la Virgen Escriba, adhiriéndose a su hora-
rio de adoración, descanso y celebración. Había habido alegría y felicidad, propósi-
to y realización… aunque había habido tantos sacrificios.
Layla extendió la mano y acarició la suave mejilla de Lyric. Por mucho que
aún venerara a la Virgen Escriba y a las tradiciones que habían sido tan valoradas y
respetadas, se alegró de que su hija no fuera obligada a desempeñar un papel en el
que no tendría salida y en el que estaría únicamente al servicio de otros.
Sí, por mucho que ella echara de menos los viejos tiempos y las antiguas
maneras, tan triste como estaba por tener este maravilloso lugar tan vacío y sin
vida, no tenía remordimientos.
Era siempre mejor seguir un curso lleno de baches propuesto por uno mis-
mo que un sendero suave pero sin solución establecido por otro.
El primero era más difícil, pero mucho más vital. El último era como una
muerte en vida... excepto que no sabías que estabas muriendo porque estabas como
en coma.
J. R. WARD LA ELEGIDA
TREINTA Y SIETE
El hijo de puta seguía una rutina seria con el calzado. Por otra parte, ¿Qué
podrías hacer de verdad con un zapato de hombre?
114
182 mts.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Mientras V cerraba la puerta detrás de él, se estancó ente los bastidores
de Canali115 y Tom Ford116. Todo estaba tranquilo, Marissa en Lugar Seguro, Butch
jugando al billar en la casa grande y Jane...
Con una maldición, V se dirigió a la cocina. Las botellas de Grey Goose es-
taban justo donde a él le gustaba, debajo de la encimera, al lado del profundo ca-
jón donde Butch guardaba los Fritos, el queso parmesano Goldfish117 y los Mila-
nos.118
Divertido, V no había caído en la cuenta hasta ahora, pero Butch era un ti-
po de rutinas. Le gustaba lo que le gustaba y no estaba interesado en la innovación.
Mierda, podías verlo través de su cultura, desde la "moda", que era sim-
plemente la reacción a un carrusel de fealdad de quince-minutos-de-fama, de tem-
porada en temporada, pasando por el entretenimiento, donde terminaba con gran-
des franjas de lo mismo, hasta la tecnología y toda esa obsolescencia planificada y
la innovación innecesaria.
115
Marca italiana de ropa de lujo para hombres.
116
Diseñador de modas y director de cine estadounidense que fue director creativo de Gucci e Yves
Saint Laurent.
117
Galletas de queso en forma de pez.
118
De Pepperidge Farm. Son unas galletas de pasta con chocolate oscuro.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Lo que culminaba con Apple, diciendo que era "valiente" por acabar con los
auriculares. En su tonto del culo teléfono móvil.
Nah.
Había pasado mucho tiempo desde que había tenido una noche libre para sí
mismo, y mientras revisaba las cámaras de seguridad y monitoreaba las diversas
propiedades de la Hermandad en Caldwell y sus alrededores, se recordó el por qué.
La última cosa en el mundo que quería hacer era sentarse aquí como un pu-
to perdedor con sus Lenovos120 y su Goose, completamente solo, mientras que todos
los demás estaban haciendo sus cosas.
Pero su cerebro estaba todavía revuelto con toda la mierda de Xcor. Esta-
ba extremadamente cansado… pero no quería dormir. Necesitaba alimentarse…
pero no tenía ningún interés en tomar una vena. Tenía que comer… y no tenía ham-
bre. Quería emborracharse… y eso no estaba pasando lo suficientemente rápido.
119
Es una condecoración del ejército de los estados unidos.
120
Marca de ordenadores.
J. R. WARD LA ELEGIDA
las rodillas, Assail gritando en su habitación, Manny haciéndole preguntas acerca
de algo, Ehlena pidiéndole una receta de algún medicamento.
Dios, Assail.
Esos gritos eran algo más, un recordatorio de que la adicción no era una
cosa con la que joder. Claro, empiezas a recorrer una autopista química sólo para
mantenerte con vida. Y lo siguiente que sabes, es que estás en una sala acolchada
(literalmente,) con restricciones porque habías intentado arrancarte tu propia cara
con las uñas.
Siempre había asumido que el último final que tendrían vendría cuando él
muriera. Pero mientras estaba sentado aquí en una casa vacía, tratando de recor-
dar la última vez que habían pasado cualquier grupo significativo de horas juntos...
se lo tenía que preguntar.
J. R. WARD LA ELEGIDA
La revancha era una llorona, supuso. Cuando él y sus hermanos estaban
fuera en el campo, luchando por la raza, no estaban pensando acerca de todas las
parejas y las hembras que estaban aguardando el fuerte de vuelta en casa. No ha-
cían más que intentar hacer su trabajo y mantenerse con vida.
Lo mismo era verdad para esa clínica. Jane no estaba pensando en él en es-
te momento. Ella estaba trabajando con Manny para salvar lo que quedaba del ce-
rebro de Assail. Estaba ayudando al hermano de Qhuinn, Luchas, a renovar la mo-
vilidad y la salud mental después del abuso horrible en manos de la Sociedad Les-
sening. Cada noche, ella manejaba todo tipo de lesiones, de la crónica a la aguda, de
la tirita a la vida en peligro, con un enfoque y dedicación incansable a sus pacientes.
Y no era que no la amara. Mierda, era inteligente. Era difícil. Ella era pro-
bablemente... la única hembra que había conocido a la que consideraría su igual… y
no, no era una declaración misógina. No creía que ningún macho fuera su igual tam-
poco.
Que era lo que sucedía cuando eras hijo de una deidad, supuso.
¿Ahora?
No tanto.
Así que, sí, tal vez deberían hacerse un par de tatuajes de mejores amigos
o alguna mierda así.
Más Grey Goose... hasta que necesitó una segunda dosis adicional. Y se
obligó a salir de su cabeza y a concentrarse en la imagen de las pantallas en frente,
todas esas imágenes de los interiores y exteriores de varias habitaciones, La Casa
de Audiencias, ese pequeño rancho donde Layla y Xcor sacudieron su amor y otras
tres casas de las cuales eran dueños en Caldie, el restaurante Sal’s o la mansión y
sus terrenos.
Sólo la mansión estaba mostrando signos de vida. Los otros lugares esta-
ban cerrados debido a "Nieve-geddon"121, como los periodistas la estaban llamando.
─Sí, y yo estoy aquí con el Goose, ─murmuró mientras daba otro trago—.
No es tan mal...
121
Nieve más Armagedón.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Y eso no estaba en su radar en absoluto.
Bueno, bueno, bueno, el bueno de Damn Stoker había colgado algo nuevo.
Era tan divertido ver como retorcían y convertían al final su léxico de fal-
sedades, repitiendo toda clase de mentiras y gilipolleces que los humanos habían
estado utilizando para mitificar lo que efectivamente existía entre ellos.
122
Casa del terror ubicada en San Diego; es la opción para aquellos que quieran vivir una película de
terror.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Hablando sobre videos de YouTube. Sólo había alrededor de cien mil frag-
mentos, pistas de sonido y soliloquios en esa plataforma de Internet que pretendía
mostrar vampiros reales “vampireando”. Conduciendo “vamp-caravanas”…
Pero Damn Stoker era diferente, y era por eso por lo que V había etique-
tado al hijo de puta en no tan laberínticas divagaciones.
Sin embargo, este individuo que se ocultaba detrás de un alias no tan inte-
ligente, estaba en el radar de V. Había publicado una gran cantidad de enlaces a
otros contenidos en YouTube, en su mayoría bla-bla-blas de otros seres humanos
que juraban por activa y por pasiva que habían tenido contacto con vampiros
"reales", o de nuevo, más de esas secuencias de vídeo nocturnas con peleas o con
figuras atravesando puertas, entrando y saliendo llevando una capa. Pero de nuevo,
era la mierda de ese campus en la escuela abandonada lo que era un marcador… y el
123
I de iPhone, iPad, de la compañía Apple que V odia, y crap, mierda.
J. R. WARD LA ELEGIDA
hecho de que la gramática del tipo era buena, no hacía un uso excesivo de las letras
mayúsculas o hacía esto!!!!!!!!!!!!!! Al final de sus frases, y había un profesionalismo
en general en todo esto.
No era una buena noticia para una especie que quería mantenerse oculta a
plena vista.
Imposible verle la cara mientras estaba mirando hacia abajo, como si estu-
viera tratando de no resbalar en el hielo, pero el cuerpo estaba bien.
Tal vez el pobre HDP estaba ahogando las penas a la antigua usanza.
124
Expedientes Secretos X, serie de televisión estadounidense de ciencia ficción y misterio, Dana Scully
era la parte racional del equipo, mientras que Fox Mulder era el obsesivo por los OVNIS.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Trez caminó alrededor del coche y se encontró con ella delante. Hablaron
durante un minuto…
─Mierda.
Vishous observó el clip dos o tres veces más y se dijo para relajarse. ¿Qué
demonios iba alguien a hacer con esto? ¿Ir a la estación local de CBS125 y sacarlo
en antena para exponerlos? No demostraba realmente nada…, aparte del hecho de
que el sexo era un eficaz analgésico a corto plazo cuando se trata del proceso de
duelo.
Y cuando lo hacían demasiadas veces en una ronda, tenían que ser conteni-
dos, ¿verdad?
125
Es una gran cadena de televisión comercial en Estados Unidos, que comenzó como una cadena de
radio. Su nombre se deriva de las iniciales del nombre anterior de la cadena, Columbia Broadcasting
System.
J. R. WARD LA ELEGIDA
TREINTA Y OCHO
A medida que avanzaba, pasó por la cabaña, entrando por la línea de árbo-
les, los cuales benditamente le ofrecieron cierto alivio al viento que soplaba. Había
comprado ambas estructuras y el pedazo de tierra donde habían sido construidas
para él y Layla. De hecho, había tenido esa fantasía… una que jamás había expresa-
do y mucho menos había reconocido del todo. Que ellos se refugiarían en la peque-
ña cabaña con su encanto y comodidades, mientras que sus machos se resguarda-
rían en la casa de campo al otro lado del camino.
De hecho, ella lo había visitado aquí un par de veces, cuando estaba ocupa-
da con lo de sus pequeños y estaba resplandecientemente hermosa, había encon-
trado casi imposible no expresar cosas que no tenían mucho sentido y menos decir-
las. Después, ella lo había llamado en el momento justo en que sus emociones esta-
ban involucradas, proporcionándole una aplastante imagen de la debilidad que él
poseía por ella.
Él la había enviado lejos en ese punto. Diciendo cosas crueles que no quería
porque era la única manera de que ella lo dejara solo. Él había sido un guerrero. Un
cobarde con ella era más parecido, sin embargo, no había sido capaz de ver ningún
futuro para ellos y comenzaba a preocuparse por la seguridad del embarazo... y por
cualquiera de esas razones, él estaba aterrado de que ella pudiera leerlo tan bien.
La casa fue entablada en el primer piso, todo el vidrio cubierto por madera
sujetas con clavos que los bastardos habían clavado alegremente.
Habían dejado de forma intencional las bisagras sin aceite, era el sistema
de alarma más barato.
Le llevó tres viajes, tres vueltas al salón para estudiar el comedor de los
años 1.940, la cocina y el baño, antes de que lo viera.
—Buen macho, —murmuró mientras él miraba las marcas que habían sido
talladas en la madera.
Para el ojo desconocido, no era más que una serie aleatoria de cortes y pu-
ñaladas. Para él... era un mapa de Caldwell que se construyó en una orientación de
brújula previamente acordada que no estaba basada en el norte verdadero, y un
surtido de símbolos que no serían reconocidos por nadie sino por la Banda de Bas-
tardos.
Xcor jamás había aprendido a leer. No era una habilidad que le sirviera en
el Antiguo País ni en la guerra, se sintió presionado para creerse disminuido por su
carencia, sin embargo era magnífico con las direcciones, así como con su memoria
fotográfica, algo que había desarrollado como resultado de una necesidad de ase-
gurarse poder recordar tantos detalles como pudiera cuando le mostraban o des-
cribía algo.
No tenía que molestarse por buscar armas. Él nunca había plantado ninguna
y ellos habrían tomado todo lo que tenían con ellos.
Las ráfagas eran tan brutales que tuvo que alejarse de ellas, e incluso con
la espalda pegada a las paredes, era demasiado para él resistirse. Pero eso era lo
que obtenías cuando estabas a cien pisos sobre el nivel de la calle justo en el cen-
tro de Caldwell, en la cima del edificio de la compañía de Seguros Caldwell.
TREINTA Y NUEVE
La voz femenina que llegaba sobre el hombro de Throe era la de una niña
petulante, a pesar de que salía de los labios deliciosos de un vampiro de treinta y
seis años que tenía pechos talla DD naturales, un estómago tan plano que podría
haberlo usado como plato de cena y un conjunto de piernas que eran lo suficiente-
mente largas como para envolverlas dos veces alrededor de su cintura.
No esta noche.
A medida que se enderezaba desde el antiguo tomo que había traído de ca-
sa de esa vidente, la espalda le crujió y se molestó al descubrir que su cuello esta-
ba tan tieso que no podía mirar por encima del hombro. En su lugar, tuvo que girar
todo su torso para hacer contacto visual.
Sin embargo eran correctas. De hecho, había estado estudiando lo que es-
taba escrito sobre el pergamino durante todo el día y en la... ¿ya era de noche? Se
sentía como si acabara de sentarse.
Y ella claramente le había tomado la palabra, su traje, uno que era revela-
dor y costoso. Roberto Cavalli126, con estampado animal. Y tenía suficientes joyas
de oro de Bulgari para hacer un archivo policial de ochenta páginas.
—En efecto.
126
diseñador de modas italiano.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Tal vez el macho mayor se diera cuenta de que ella se apartaba y temía que
lo dejaría por completo.
En la glymera, sería una vergüenza que uno no quisiera aguantar justo an-
tes de la propia sepultura.
Cuando una oleada de ansiedad pasó por él, puso la palma en el libro abierto
y al instante se calmó, seguro de que el tomo era una droga. Al igual que el humo
rojo tal vez. O quizá un montón de buen Oporto.
127
Robert Mapplethorpe. Fotógrafo estadounidense.
J. R. WARD LA ELEGIDA
—Lo que sea, voy a salir sin ti. —Ella se apartó con desaprobación, sus ta-
cones de aguja haciendo su camino sobre la alfombra mientras se dirigía hacia
atrás para marcharse—. Si vas a ser ordinario, no voy a...
Abriendo el camino para sí mismo, no estaba muy seguro de lo que iba a de-
cirle, pero no tenía sentido propagar una discusión. Estaba muy necesitado de ella
ahora, este techo sobre su cabeza y el sustento en su vientre necesario para que él
fuera libre para perseguir sus verdaderas ambiciones.
Throe dejó las cosas como las había encontrado y regresó a su habitación.
Justo cuando estaba cerrando su propia puerta, sus ojos pasaron por encima del
reloj de la mesa… y se congeló.
Corra le había dicho que eran las nueve sin embargo. ¿No lo hizo?
En los rincones de su mente, notó que era raro que, aunque había estado
leyendo durante unas cuantas horas… ¡Por las Parcas!, ¿realmente habían sido casi
veinticuatro horas?... No obstante, no había pasado la primera página a la que le
había dado la vuelta…
Tropezando con el escritorio, volvió a sentarse en la silla dura, con las ro-
dillas apretadas, la cabeza inclinada y los ojos muy abiertos.
Frotándose los ojos con tanta fuerza que los hizo lagrimear, se dio cuenta
de que no tenía idea de lo que había leído. Todas esas horas pasadas sentadas ante
el libro abierto... y no tenía ni idea de lo que había sido impreso en ninguna de las
páginas.
Él abrió la boca. La cerró. Intentó recordar por qué había ido en busca de
ese vidente en primer lugar.
Mover una mano o un pie a menudo era suficiente para alejarse del borde,
y él sintió que ahora, si sólo pudiera tener una concepción sólida y reivindicadora,
podría rescatarse de un peligro que de otro modo no podría escapar.
Por qué había ido a ese vidente... cuál había sido el ímpetu... qué había es-
tado buscando...
Y luego se le ocurrió.
Con una voz que no sonaba como la suya, dijo en voz alta, —Necesito un
ejército. Necesito un ejército con el que derrotar al Rey.
Algo como un relámpago rompió sobre su cabeza, y sí, una corriente eléc-
trica estalló a través de él, trayendo consigo una claridad y un propósito que borró
toda su confusión anterior.
Cuando la loca carrera hacia donde fuera se detuvo, sintió que se inclinaba,
seguro de que había una mano en la nuca que empujaba su torso.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Abruptamente... las palabras tenían sentido.
CUARENTA
Qhuinn se movía a través de la nieve que caía como si fuera uno con la tor-
menta, su furia compitiendo con el viento aullante, su ropa blanco-sobre-blanco
camuflándolo en los montones que se estaban formando en los callejones del cen-
tro. A su lado Tohr era lo mismo, un depredador que igualaba el paisaje que ya no
parecía urbano sino ártico.
Mientras Qhuinn avanzaba con dificultad, los músculos de sus muslos ar-
dían, sus dientes delanteros zumbaban por el frío y el calor que su cuerpo estaba
generando le hacía querer abrir la parka blanca. En el fondo de su mente, era cons-
ciente de que estaba presionando con este complot traidor no sólo por una vengan-
za legítima con el bastardo, sino también por todo por lo que estaba evitando en
casa: Blay se había ido, Layla con los niños, Wrath y él en desacuerdo.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Estar aquí fuera toda la noche de caza era una opción mucho mejor que es-
tar atrapado en la casa… especialmente teniendo en cuenta que estaba todo el día
encerrado bajo ese techo mirando hacia delante. Mierda, se iba a volver loco con…
Por delante, a través de la neblina de nieve, una figura negra del tamaño de
un guerrero vampiro se reveló y luego se oscureció como una tormenta, girando a
través de una intersección que estaba a unos veinte metros de distancia de donde
se encontraban.
Xcor les dio tiempo para acercarse y Qhuinn estaba condenadamente se-
guro de que el Bastardo sabía quién era.
Más cerca…
128
Tipo de textiles especiales de tipo «membrana», ampliamente utilizados en la confección de ropa
deportiva para actividades al aire libre, que protege de las inclemencias climáticas.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Tohr y él apretaron los gatillos al mismo tiempo… justo cuando Xcor, que
no era idiota, se tiró al suelo.
El par se desvaneció fuera del callejón, hasta la cima del edificio de ofici-
nas de diez pisos que estaba justo en frente al lugar donde el tiroteo había tenido
lugar. Nada129. La visibilidad era tan pobre que ni siquiera podían ver calle abajo y
Xcor no estaba en ningún lugar para ser olfateado.
129
Castellano en el original.
J. R. WARD LA ELEGIDA
No pudo oír nada y señaló el callejón de abajo. Mientras Tohr asentía con
la cabeza, Qhuinn trató de concentrarse… y un segundo después, se desmaterializó
de nuevo a donde habían estado antes.
─ ¿Qué?
─ ¿Espera, qué?
─… veintiséis…
─ ¿Blay?
Y escogería el amor.
Xcor podía ver a los dos Hermanos desde su punto de vista privilegiado en
la azotea, al otro lado de donde Qhuinn y Tohr estaban de pie: incluso con esas
parkas blancas, las ráfagas y la nieve silbando alrededor de sus cuerpos, se marca-
ban sus contornos.
Había habido varias veces durante el curso de la vida de Xcor, que él po-
dría haber jurado que alguna fuerza exterior estaba decidida a mantenerlo vivo.
Culpaba al viento.
Incluso llevando las ropas para ser el objetivo perfecto y estando a no más
de quince metros de distancia, esas balas se habían ido a otra parte.
Gracias a Las Parcas, tendía a centrarse más en lugar de menos cuando era
el momento de la verdad y también había supuesto correctamente pensando que su
movimiento sería subir exactamente a la azotea, como habían hecho. Por eso se
había dirigido al edificio más bajo detrás de donde habían intentado derribarlo. Su
ventaja no iba a durar sin embargo. Iban a salir a buscarlo para poder terminar el
trabajo.
Y este intento de asesinato significaba una de dos. Este par estaba trai-
cionando al Rey... o Wrath había mentido sobre sus propias intenciones y toda la
Hermandad estaba aquí buscándolo.
Y no había mejor lugar para estar que con sus guerreros si estaba siendo
cazado.
Tenía poca munición y no tenía dinero… y ese era un problema que requería
una solución. Pero estaba adelantándose a sí mismo.
Así hizo la transición hacia abajo en un callejón que estaba estrecho y os-
curo como el interior de su cráneo. El viento no podía alcanzar esta grieta creada
entre los edificios de ladrillo y la nieve se había acumulado en grandes montones en
ambos extremos con un hueco en el medio. Se quedó a un lado, agachándose y
arrastrando los pies rápidamente pasando por varias puertas y algún contenedor
ocasional.
Sabía que tenía la entrada correcta cuando vio tres marcas profundas de
puñal en la esquina superior derecha de la jamba de la puerta… y cuando intentó
abrir el pomo viejo y maltratado no esperaba que se girara. Lo hizo.
Con las ventanas tapiadas y esa puerta cerrada, decidió arriesgarse y en-
cender la segunda de las bengalas. Mientras esa luz roja y parpadeante explotó
desde la punta, movió el palo alrededor lentamente.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Era una cocina de restaurante abandonada, todo tipo de utensilios y viejas
cacerolas, cajas y cubos de plástico cubiertos con una gruesa capa de polvo. Sin
embargo, había indicios de la ocupación de sus machos, porque había lugares vacíos
contra las paredes donde grandes cuerpos se habían estirado para descansar.
CUARENTA Y UNO
Así que sip, todo bien al principio. Habían escuchado al Garrison Keillor 130
de la vieja escuela, cantaron juntos su versión de “Tell me why”, y casi fueron ca-
paces de olvidar el hecho de que se dirigían hacia las lejanas salidas, esas que no
había forma de alcanzar durante diez, quince o incluso veinte millas en un tramo.
El turno para lo peor llegó sin preámbulo o aviso de cortesía de que tal vez
tendrían que llamar a Houston con algún problema. Iban a unos moderados treinta y
cinco kilómetros, metiéndose en pista, descendiendo una cuesta… cuando el Volvo
golpeó un tramo de hielo que no estuvo de acuerdo con ninguno de sus neumáticos,
control de tracción o tracción total.
130
Autor, narrador, humorista, actor de doblaje y personalidad de la radio estadounidense, célebre por
ser el creador de los programas de radio Minnesota Public radio y A Preirie Home Companion.
J. R. WARD LA ELEGIDA
En un momento ellos iban tranquilamente, y al siguiente, a cámara lenta,
estaban haciendo piruetas… y aterrizando en una zanja.
Las buenas noticias, supuso Blay, eran que había sido capaz de frenar lo
suficiente para que los airbags no se hubieran saltado y les pillaran a él y a su pa-
dre en la cara. ¿Las malas? La “zanja” era más como un barranco gigante capaz de
tragarse autos suecos enteros.
Lo primero que hizo Blay fue revisar a su madre, que había tenido que
permanecer sin sujeciones. —¿Cómo estamos los de la parte de atrás?
Después de diez minutos con los ojos cerrados y concentración por parte
de ella, estaba claro que era una causa perdida… y no hizo falta decir que ni él ni su
padre abandonarían el coche sin ella.
Y con ese macho viniendo a ofrecer ayuda en una carrera mortal, Blay se
sentó con las manos sobre el volante a pesar de que no iban a ninguna parte, y se
preguntó si no debería haber llamado a John Matthew en su lugar.
Cuando Blay miró por el espejo retrovisor, se dio cuenta de que ella se ha-
bía abrochado el abrigo. —Sí.
Maldita sea, debería haber hecho que Jane fuera a la casa de sus padres.
Pero había estado pensando en Assail y en cualquier otra persona que realmente
estuviera herida. Se hubiera sentido egoísta por sacar de la clínica a cualquiera de
los doctores o a Ehlena.
No, y eso hubiera sido mejor que llamar a Qhuinn. Especialmente dado que
estaba intentando mantener a sus padres calmados sobre el hecho de que había
pasado una, y ahora dos noches en casa… y no había mencionado a los gemelos en
absoluto. Era muy consciente de que no les estaba engañando a ninguno, pero no
estaba dispuesto a hablar de la situación: Oh, sí, ¿recordáis esos niños que os gus-
taban tanto? Sí, mamá, ¿incluyendo el que fue nombrado en tu honor? Bien, no van
a…
Y su alivio fue la clase de cosa que Blay no podía darse el lujo de admitir
que sentía. Pero sí, estaba encantado de que el Hermano estuviera aquí. Vamos, era
su mahmen. Él necesitaba llevarla a la mansión… y sabía que ni si quiera una ventisca
iba a impedir que Qhuinn fuera a buscarlos a todos.
Sí, aparentemente había una línea no dibujada entre la fuerza de los vien-
tos vendavales y la nieve cegadora.
Habría querido salir triunfalmente, un de igual a igual que sólo fue supera-
do temporalmente por un fallo de sus ruedas Bridgestone. Pero la puta puerta es-
taba atascada.
Qhuinn únicamente le miró, esos ojos cruzando el espacio que los separaba,
interrogantes, suplicantes. Pero entonces el tipo se sacudió todo eso. — ¿A causa
de este accidente?
Desde fuera de la tormenta llegó otra figura. Tohr. Y cuando Qhuinn notó
la presencia, se giró y pareció sorprendido. Después aliviado.
Tohr habló alto. — ¡Voy a ir a casa y traer mantas! ¡Y después volveré para
ayudar con la guardia!
Blay había vuelto la cabeza hacia atrás y se apartó la nieve de los ojos. —
¡Gracias!
Blay permaneció de pie allí en la tormenta durante uno o dos largos instan-
tes, dando vueltas para poder mirar hacia la carretera. Oh, comprobado. Habían
logrado atravesar el carril lateral.
—Ya lo hice.
Su viejo le entregó los papeles de registro y del seguro, los cuales V había
falsificado, y Blay las puso dentro de su abrigo también. Los números NIV131 ha-
bían sido eliminados tan pronto como habían conseguido la cosa para esta ocasión…
cuando eras un vampiro en un mundo de humanos, y tu viaje naufragaba, muchas
veces subías y lo dejabas ir porque no valía la pena molestarse en recuperarse.
131
Número de Identificación del Vehículo o bastidor.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Por el amor de Dios, pasarían uno o dos días antes de que nadie pudiera lle-
gar al sedan, tal vez más, por lo que era mejor simplemente pedir por escrito todo
el asunto.
Mientras él miraba hacia afuera por la ventana, Blay sintió una erizada an-
siedad que no tenía nada que ver con el apéndice de su mamá o con la ventisca.
132
En el original hace un juego de palabras entre RelationshipMax y CarshopMax, una conocida cadena
de tiendas de venta de coches
J. R. WARD LA ELEGIDA
CUARENTA Y DOS
Incluso con el patea-culos del vehículo sin embargo, la visibilidad era una
mierda, y había tenido que apagar los faros para encender las luces de estaciona-
miento tan pronto como había tomado velocidad en la Northway: con los ojos agudi-
zados, la iluminación era todavía abundante y esto lo dirigía a la cuestión que había
tenido con los borrones creados por los Xenón133 hijos de puta golpeando todos los
copos.
133
Gas noble inodoro, muy pesado, incoloro, Se usa en los faros de automóviles entre otras cosas.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Encontró el Volvo a unos trescientos metros y algo acerca de ver la camio-
neta fuera de la autopista en ese ángulo, a unos dos metros por debajo del raíl re-
ventado, le hizo querer vomitar. Sin embargo en vez de ir por la ruta del vómito,
golpeó los frenos, apagó el motor y abrió la puerta.
Eso fue todo lo lejos que ella pudo llegar con la conversación. Obviamente
el zarandeo la estaba matando y Qhuinn deseaba poder ayudar.
Mientras tanto, Tohr estaba de pie también, con la manta que había traído
y un termo en sus manos. Qhuinn se había sorprendido de que el hermano hubiera
aparecido en la escena y hombre, hubiera sido bueno saber que él estaba mante-
niendo las cosas mientras el Hummer había sido traído aquí.
Y por deferencia hacia él, todos se retiraron cuando el tipo hizo que su
compañera se levantara en sus brazos. Blay entonces fue detrás de su padre, em-
pujando a sus padres por la pendiente hacia el Hummer mientras Tohr examinaba la
tormenta buscando al enemigo y Qhuinn corrió hacia delante, pasando alrededor
del SUV y abriendo la puerta trasera.
Dios por favor, no dejes que venga ningún humano. Especialmente ninguno
en un DPC134 o coche de policía estatal.
Era otro caso de cosas que tardaban una eternidad antes de que Lyric es-
tuviera a salvo en la parte trasera del vehículo y Qhuinn respiró profundamente.
134
Departamento Policial de Caldwell.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Mientras Blay entraba a su lado y el padre del macho se dio la vuelta y se
sentó con Lyric, Tohr se acercó.
Tohr miró hacia la nieve que soplaba. ─Vamos juntos, es lo que acordamos.
Tohr asintió una vez y luego golpeó con el puño el capó. ─Conduce con cui-
dado.
Era una afirmación tonta, por supuesto. ¿Como si él fuera Santa y fuera a
dejarlos caer por la chimenea o alguna cosa así?
─Oh nada.
Nada como desnudar las horas bajas de su relación delante de mamá y pa-
pá.
─¿Cómo estamos, gente? ─Dijo el chico mientras Lyric forcejeaba para sa-
lir del asiento trasero del Hummer. ─Me alegra que lo hayáis hecho de una sola
pieza.
J. R. WARD LA ELEGIDA
La mahmen de Blay inclinó la cabeza y sonrió al sanador mientras se incli-
naba sobre su hellren. ─Oh, fui una estúpida.
─No, no lo hice. ─ Puso los ojos en blanco. ─Solo estaba tratando de hacer
La Primera comida. Y aquí lo tienes.
Por alguna razón, esa declaración sencilla, junto con la confianza completa
que el hombre llevaba como un aura otorgada por el mismo Dios, hizo que Blay tu-
viera que apartar la vista y parpadear rápido.
Blay se recompuso e hizo caso omiso del comentario mientras su madre fue
cuidadosamente puesta en la camilla y el doctor Manello le hizo un examen rápido,
como si no pudiera evitarlo.
Como todo lo demás en Caldwell, las cosas estaban cerradas esta noche, no
había estudiantes alrededor, todo el mundo estaba acurrucado.
Pero tenía que darle crédito al chico por una carta bien jugada. Lyric había
querido entretenerse, hornear y hacer fotos a los niños en su propia casa durante
bastante tiempo, aunque nunca había dicho nada abiertamente porque no había que-
rido ser agresiva. Su campaña había sido mucho más sutil, nada más que soltar pis-
tas aquí y allá sobre la posibilidad de una fiesta de pijamas, cuando fueran mucho,
135
La Ley de Transferencia y Responsabilidad de Seguro Médico, Health Insurance Portability and Ac-
countability Act.
J. R. WARD LA ELEGIDA
mucho más mayores y visitas durante los festivales, cuando fueran mucho, mucho
más mayores, y noches de cine, cuando fueran mucho, mucho más mayores.
Mientras el Dr. Manello hablaba, Blay se preguntó qué diablos estaba ha-
ciendo el doctor... y luego recordó, oh, claro, estaban en una sala de examen. Des-
pués de haberse salido de la autopista. En medio de la peor tormenta de nieve de
diciembre que recordaba.
PAD136, solo quería golpear a Qhuinn con algo. Un armario lleno de suminis-
tros médicos, o tal vez con ese escritorio.
Mensaje entregado. Blay miró a sus padres. ─Solo vamos a charlar un se-
gundo, enseguida volvemos.
136
Por el amor de Dios, en ingles FFS, For Fucks Shake.
137
Célebre pintor por sus obras, entre ellas, algunas Navideñas.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Al segundo en que Qhuinn se reunió con él en el pasillo, Blay alcanzó y ce-
rró la puerta detrás ellos. Y después de comprobar para asegurarse de que no ha-
bía nadie más alrededor, sacó su cortacésped fuera.
─Sí, esos dos bebés que te aseguraste de hacerme saber que no eran mis
hijos. Así que no, no traerás a tu hijo y a tu hija a la casa de mis padres, como una
excusa para verme. No voy a dejar que hagas eso.
─Dijo el imbécil que quería poner una bala en la cabeza de la madre de sus
hijos. Mientras estaba de pie sobre sus cunas. ─Levantó las manos. ─Qhuinn, no
puedes estar tan críticamente auto-involucrado.
El macho se inclinó hacia adelante con sus caderas. ─No sé cuántas veces
puedo decir que lo siento.
Hubo una pausa de silencio y luego Qhuinn retrocedió, una expresión remo-
ta cayó sobre sus facciones.
─Entonces eso es todo, ─dijo—. Tú estás tirando toda nuestra relación le-
jos por un comentario.
Y uno que casi le había matado donde estaba parado. Diablos, tendría una
mejor oportunidad de supervivencia si Qhuinn le hubiera disparado.
Qhuinn cruzó los brazos sobre su pecho, de una manera que hizo que sus
bíceps fueran tan grandes que se tensaron incluso con las mangas sueltas de esa
parka blanca.
─Justamente. Pero siempre estuviste ahí para mí, ¿sabes? Nos escabullía-
mos, jugábamos a la PlayStation y nos relajábamos. Tú fuiste mi salvación. Eres la
única razón por la que estoy vivo ahora mismo. La razón por la que esos niños inclu-
so existen.
Blay empezó a sacudir la cabeza. ─No hagas esto. No uses el pasado para
tratar de hacerme sentir culpable.
─Lo que iba a decir, ─ladró Qhuinn—, era que siempre me dijiste que la-
mentabas que él no pudiera perdonarme por algo que yo no podría cambiar…
─Es cierto… tu ADN no es culpa tuya. ¿Qué demonios tiene eso que ver con
cualquier cosa entre nosotros? ¿Estás diciendo que no eres responsable de lo que
sale de tu boca? ─Blay sacudió la cabeza y se paseó alrededor—. O mejor aún, ¿no
es culpa tuya que me apartes de la vida de esos chicos?
─Lo que sea Blay, ─dijo Qhuinn tristemente mientras se tocaba el rostro.
─Este defecto fue mi vida entera y tú lo sabes. Mi defecto en la casa de mis pa-
dres fue toda mi jodida vida. Me separaron de todo...
Mientras sus miradas chocaban, Qhuinn sacudió la cabeza. ─Eres tan malo
como era mi padre, ¿lo sabes? Realmente lo eres.
Blay apuntó con su cigarrillo encendido al tipo. ─Que te jodan. Por eso. En
serio.
Qhuinn miró a través del aire tenso por un momento. Luego dijo, ─¿Qué
está pasando aquí? En serio, ¿Sólo quieres volar? ¿Quieres volver con Saxton o tal
vez follar con alguien más? ¿Quieres jugar de la forma que solía hacerlo yo? ¿Es
por eso que estás haciendo esto?
─Por qué estoy haciendo… espera, ¿como si estuviera tomando esta postu-
ra como una estrategia de salida? ¿Piensas que tal vez esto es una tribuna para
hacer un punto arbitrario? ¿Crees honestamente que estoy jugando aquí? ─Negó
con la cabeza y la incredulidad le hizo marearse—. Y no, no quiero ser como tú. Tú y
yo no somos iguales y nunca lo hemos sido.
Mientras Assail soltaba otro grito, Blay cerró los ojos, el agotamiento lo
invadió como una mortaja. ─Sí, claro, bien, ─murmuró—. Sangre. Va a hacer falta
sangre. Ahora, si me disculpas, voy a ir a cuidar de mi madre.
J. R. WARD LA ELEGIDA
─Voy a ir mañana por la noche con los chicos y tus padres.
─¿Hijo?
Blay saltó y se volvió hacia su padre. ─¿Cómo está? ¿Ya se ha hecho la ra-
diografía?
─Está preguntando por ti. El doctor Manello dice que podrían tener que
operar.
CUARENTA Y TRES
Throe había escuchado durante mucho tiempo que uno podía fabricar una
bomba con materiales domésticos comunes. Que uno podría muy fácilmente produ-
cir una unidad altamente explosiva con nada más que los elementos que se encuen-
tran en la mayoría de las cocinas.
Sin embargo aunque esto era cierto, mientras bajaba por las escaleras de
la mansión del hellren de su amante, estaba casi decepcionado por la naturaleza
omnipresente de lo que estaba buscando. Sin embargo con su libro bajo el brazo y
una claridad de propósito en su mente, se dijo que su fe sería recompensada, su
propósito cumplido, su objetivo alcanzado.
Qué asunto tan extraño había sido la confusión anterior, pensó mientras
bajaba al primer piso, el fuego crepitante en la chimenea de mármol ofrecía calidez
y luz, el candelabro de cristal brillaba como si se hubieran encendido verdaderos
diamantes desde el techo. Deteniéndose, miró hacia el salón y aprobó los sofás de
seda y los candelabros, las cortinas que colgaban alrededor de las ventanas largas y
estrechas, de colores como joyas, habían sido escogidos por alguien con un ojo muy
bueno y un muy profundo bolsillo.
En el lado opuesto del gran espacio abierto, como era la tradición, el estu-
dio del primer macho de la casa brillaba de poder y distinción, los paneles de made-
ra y los libros encuadernados en cuero, el amplio escritorio con su papel secante de
cuero y silla a juego, Ventanas, dando una impresión tan aristocrática de afianza-
miento que una sensación de nostalgia calentó el centro de su pecho. Habían pasado
tantos años desde que había vivido así, tantos tugurios en el medio. Además, tam-
bién había habido grosería y vulgaridad, muerte y sangre, sexo del tipo más básico.
J. R. WARD LA ELEGIDA
No había sido la vida que había imaginado una vez para sí, y de hecho, por
mucho que alguna vez se había sentido vinculado a la Banda de Bastardos y su líder,
ahora creía que su tiempo con ellos no había sido más que un mal sueño, una maldita
tormenta que había pasado por su destino para causar estragos en su camino hacia
la existencia de otro pobre desgraciado.
De hecho, de todos los lugares en los que había estado en el Nuevo Mundo,
esta mansión le sentaba mejor. No era la más grande de las de sus amigas hembras,
sino que estaba equipada con los mejores accesorios, según un estándar que él
mismo habría elegido para su residencia…
—Te ruego que me perdones, —murmuró Throe, aunque había oído perfec-
tamente.
—No durará contigo más de lo que ha hecho con los demás. Estarás de
vuelta en las calles para el Año Nuevo.
Throe sonrió, sobre todo cuando observó el bastón que el macho necesita-
ba para caminar. Por un instante se entretuvo con la idea de que el bastón salía de
debajo de la palma de esa mano artrítica y el macho se balanceaba, cayendo al duro
suelo de mármol.
Cabello gris, cejas espesas, mechones de pelos que crecen fuera de las
orejas... oh, las indignidades de la edad, pensó Throe. Y la inevitable disfunción
eréctil y sexual. Después de todo, el Viagra sólo podía ayudar un poco. Incluso si el
J. R. WARD LA ELEGIDA
pene pudiera endurecerse gracias a los productos farmacéuticos, si el resto del
cuerpo estaba tan arrugado como un cadáver de ciervo podrido, ¿qué otra cosa po-
dría hacer una hembra joven que tomar un amante más agradable?
—Lo está, sí, —interrumpió Throe con una sonrisa—. La envié a buscar otra
hembra para que ella y yo pudiéramos jugar con un juguete. Hemos hecho esto an-
tes… y ella volverá y me traerá lo que quiero.
Pero entonces recordó por qué había bajado. Y lo que haría en su dormito-
rio cuando hubiese reunido lo que necesitaba.
El Libro, pensaría más tarde. Sí, El Libro se comunicaba con él sin palabras,
sino como un animal con el que uno tenía gran familiaridad, podía "hablar" a través
de una serie de movimientos de ojo y boca, intangibles que significaban poco para
todos salvo los dos involucrados.
Y luego necesitaba cera de vela negra. ¿Y... aceite de motor? ¿De un co-
che? Por un momento le fastidió el esfuerzo que reunir todo iba a requerir, su vieja
manera de hacer las cosas sin esfuerzo en su cabeza privilegiada. Excepto que en-
tonces El Libro pasó sus páginas, como si le estuviera desaprobando.
Sí, esto era suficiente para el guiso. Sin embargo difícilmente era el tipo
de cosas de las que uno pensaría que podría hacer que un ejército se rindiera, y tal
vez esto no funcionaría…
138
Zumo de lima concentrado, es un ingrediente muy apreciado en la elaboración como bíter en cócte-
les, y también como condimento de sopas y salsas.
J. R. WARD LA ELEGIDA
CUARENTA Y CUATRO
Habían intentado localizar a Xcor la noche anterior, por lo que habían su-
puesto sería la última oportunidad. Pero cuando se habían quedado atrapados en la
Costa Este y su vuelo de regreso por el Atlántico se retrasó, intentaron una vez
más, lo que seguramente sería la última, ultimísima oportunidad, de encontrar a su
líder.
Era un alivio no tener nieve volando hacia sus ojos y la audición amortigua-
da.
Y el olor que entraba junto con el frío lo frenó todo. El olor... Y el tamaño
del macho que llenaba el marco de la puerta... y el aura de poder que le acompañó...
Entonces con una mano temblorosa, sacó su abrigo y encendió una linterna
a pilas.
Era Xcor. Una versión más delgada, más antigua de Xcor, pero el guerrero,
no obstante.
Zypher extendió la mano y tocó el pesado hombro. Entonces, sí, tocó la ca-
ra. —Tú vives, —respiró.
No sabía quién los extendió primero, si era él o su líder. Pero sus brazos
estaban envueltos y unidos pecho con pecho. El presente se realineó con un pasado
que siempre había incluido al Hombre que milagrosamente se paró delante de él.
—Mi hermano, pensé que esta noche no vendría. —Zypher cerró los ojos—.
Había perdido mi esperanza.
Sus misiones para intentar encontrar a Xcor vivo habían decaído en una
resolución tácita que tal vez, si tan solo hubieran logrado descubrir lo que había
ocurrido o encontrado algunos restos para despedirse adecuadamente, hubieran
podido vivir en paz con eso. Pero desde hace tiempo perdieron la idea de que esta
reunión pudiera ser el destino de todos ellos. Este retorno era vital, un regalo al
que no osaron aspirar.
—Aye.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Al instante los gruñidos que retumbaron a través del aire frío y quieto
eran los de una manada de lobos cobrando vida, una promesa de dolor a cambio del
mal que se había hecho a uno de ellos.
Al menos con la salida del sol no tendría que preocuparse por los Hermanos
que todavía lo estaban buscando.
Había tomado todo lo que tenía en él para esperar un tiempo, sólo para
asegurarse de que no lo habían seguido.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Y como si él hubiera entrado en su guarida, estaba inseguro de su bienve-
nida, preocupado de que la estructura de poder que una vez había creado y aplicado
tan brutalmente, hubiera causado un motín irreversible.
En cambio, había sido bien recibido como un hermano. Aquel cuyo falleci-
miento presumido se había lamentado gravemente.
Oh, cómo deseaba que pudieran quedarse un poco más en este ambiente
de camaradería, esta emotiva reunión. Pero tenía poco tiempo, y mientras más
tiempo estuviera con ellos, menos seguros estaban.
Pensó en Qhuinn tratando de atravesar las puertas de esa cueva. —No ma-
té a ninguno de ellos. Y no soy libre.
Hubo murmullos entre el grupo. Y entonces una voz profunda dijo, —Qué
te hicieron.
—Un traidor para ellos, —dijo el bastardo mientras avanzaba. —Un traidor
a su Rey ¿y te han mantenido vivo?
—Es la verdad. —Xcor ofreció sus dos manos al cielo, levantándolas. —No
te ofrezco nada más que lo que pasó. Me hirieron en el campo, me llevaron y se
aseguraron que sobreviviera. ─Para que ellos pudieran torturarlo, cierto. Pero si
quería la paz entre la Hermandad y los Bastardos, iba a omitir eso—. He escapado y
ahora he venido a vosotros.
—Esto no tiene sentido, —repitió Syn con su voz baja y malvada—. Te es-
capaste, pero entonces, ¿cómo hiciste un juramento a Wrath? ¿Estabas en manos
de una facción de la Hermandad desconocida para el Rey?
Xcor sonrió fríamente. —No creo haberte oído hablar tanto en mucho
tiempo, nuestro Syn.
J. R. WARD LA ELEGIDA
—Si hay alguna causa de conversación, sería esta. Y te digo de nuevo, no
comprendo la inclinación de tu cabeza a otro.
—O tu polla.
Antes de que Xcor pudiera pensarlo dos veces, apareció ante la cara de
Syn, aunque el otro guerrero tenía un peso considerable sobre el de él. Desnudando
sus colmillos, Xcor dijo, —No te pases. Estoy en un estado de igualdad, pero eso ha
ido demasiado lejos.
Los dos permanecieron ojo a ojo, pecho a pecho, durante bastante tiempo,
los otros alejándose en el momento que explotó el conflicto.
—Aceptadas. Y ella no tiene nada que ver con esto. —El grupo tomó una
respiración profunda colectiva cuando la agresión se disipó, pero Xcor no les dio
tiempo para relajarse—. Como he dicho, a cambio de sus votos, Wrath liberará a
todos del castigo, pero deben regresar al Antiguo País. Como yo debo.
Zypher se rió un poco. —De hecho, ahí es donde teníamos planes de estar
ahora. Estábamos en proceso de irnos, pero ¿esta nevada? Nos previno, como si
esta reunión estuviera seguramente pre-coordinada por la Virgen Escriba.
—Fortuita, de hecho.
Los reunidos se quedaron quietos, y Xcor les dio tiempo suficiente para
estudiarlo y pensar en lo que había dicho. Pero no pudo quedarse entre ellos mucho
más tiempo.
Xcor vaciló, y luego concluyó que debía dar cierta información. —Hay algu-
nos entre la Hermandad que no aceptan mi juramento.
—El padre de los hijos de la Elegida entonces, —dijo uno de sus comba-
tientes—. Xcor lo dejó estar, ya que era una conclusión lógica pero no era asunto
de nadie. Nunca había negado que la elegida Layla estuviera embarazada, pero tam-
poco lo había comentado. Y ciertamente no estaba a punto de discutir su vida pri-
vada ahora o nunca, con cualquiera.
Xcor regresó a la salida. —Os dejaré. Hay mucho para que penséis entre
vosotros. Os encontraré dentro de veinticuatro horas, en nuestro lugar de reunión.
Debéis responderme para entonces.
Sospechaba que todos sabían lo que iban a hacer ya. Pero necesitaba tiem-
po para asegurarse de que si los llevaba con Wrath, sus hombres estarían a salvo.
No, era más que un reencuentro con quién había sido originalmente, una
transformación, un retorno al macho que la ambición y la crueldad habían eclipsado.
Y él encontró que el regreso fue tan bienvenido como la mirada de esos guerreros
J. R. WARD LA ELEGIDA
que eran la única familia que había conocido, los únicos que lo habían aceptado
cuando otros, tanto de sangre como extraños, lo habían rechazado.
¿Si no podía estar con la hembra que tenía su corazón y su alma? Al menos
podría cuidar de los guerreros que le habían servido tan bien durante tanto tiempo.
CUARENTA Y CINCO
Iba a ser demasiado difícil, como si le arrancaran lo que había sanado du-
rante estas horas silenciosas y conmovedoras.
Layla frunció el ceño. Al otro lado, una de las puertas del armario estaba
abierta ligeramente. Raro. Los bordes de los paneles de mármol con sus tiradores
casi invisibles habían quedado completamente alineados cuando ella había venido
aquí para descansar.
Enganchando un dedo en el tirador abrió las cosas, sin saber qué esperar…
—Oh… mí.
Leggings con estampado de cebra. Una chaqueta de cuero negro. Botas tan
grandes como su cabeza, una boa de plumas rosa, vaqueros azules, camiseta Ha-
nes139 blanca y negra…
—Intenté no despertarte.
Layla se mareó ante la voz masculina y se dio una palmada en la boca para
no despertar a los niños. Cuando vio quién era sin embargo, dejó caer su brazo y
frunció el ceño confundida… y después absolutamente en shock.
Lassiter, el Ángel Caído, sonrió y fue hacia ella, su pelo rubio y negro ba-
lanceándose por debajo de sus caderas, sus piercings dorados y cadenas le hacían
brillar.
—Sé que estás tartamudeando porque estás muy excitada, —dijo él—, eso
te ha dejado sin habla.
139
Marca americana de línea de ropa interior y ropa deportiva para hombres, mujeres y niños.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Layla negó… después asintió rápidamente para que no se ofendiera. —Es
sólo… quiero decir… ¿tú?
—Sip, yo. La Virgen Escriba me escogió a mí, a mí, a mí. —Hizo una demos-
tración de un berrinche de un niño de seis años y su pataleo. Excepto que de repen-
te cortó la actuación y se puso serio de verdad, mirándola a los ojos con una expre-
sión dura—. Aún no se lo he dicho a nadie y tampoco tú puedes. Sólo pensé que si te
vas a quedar aquí con los pequeños lo descubrirías tarde o temprano porque me
estoy mudando.
Ella miró alarmada hacia la cama, pero él alzó las palmas. —Oh, no quiero
estar aquí cuando tú estés. Sé que quieres tu privacidad y respeto eso. También
quiero ayudarte fuera. Has pasado por algo, ¿verdad?
—Sí, no soy una virgen y odio escribir. Así que vas a tener que usar dife-
rente jerga. Estaba pensando en algo como Gran Exaltado Pooh-Bah140, pero creo
que los humanos ya tienen uno, maldita sea.
Sin embargo sólo Dios sabía lo que sería. —Y sobre estas estancias, —dijo
ella—, no quiero importunarle. Nos trasladaremos al dormitorio…
—Nah, no voy a dormir aquí. Sólo puse algunas ropas allí para ver cómo
quedaban, es todo. La promoción ha sido un cambio para mí también… ya sabes, in-
tentando descubrir qué poderes tengo, —se inclinó conspirador. —Por ejemplo,
¿hasta dónde puedo llegar? ¡Hey! ¿Sabes que puedo hacer que nieve?
— ¿Qué?
—Nieve. —Hizo una demostración de algo que caía agitando las yemas de
sus dedos. —Puedo hacer un montón de nieve. ¿Y sabes qué es lo que va a ser inclu-
so más divertido? Ver a los científicos humanos intentar explicar por qué está ca-
140
Este personaje aparece en la ópera cómica de Gilbert y Sullivan El Mikado (1885). Se utiliza burlona-
mente para una persona que tiene mucha influencia y que se percibe como pomposamente engreído.
J. R. WARD LA ELEGIDA
yendo esa tormenta. Empezarán a hablar todos sobre el cambio climático y los pa-
trones temporales, pero yo tenía que ayudar a tu chico a salir.
—Una larga historia. Da igual, ¿cómo estás? ¿Cómo están los niños?
—Ya sabes, resulta que el destino es mucho trabajo para alguien como yo,
—Se encogió de hombros—. Quién sabía que se necesitaba tanto esfuerzo para dar
a la gente la oportunidad de ejercer con libre albedrío. Es como si el mundo fuera
un tablero de ajedrez para cada persona que tengo a cargo. Así que estoy como
jugando cientos de miles de juegos diferentes a la vez.
—Guaaaaau.
—Lo sé, ¿vale? ¡Gracias Dios por TDAH!141 —Gruñó… y después frunció el
ceño—. En realidad, supongo que eso es más gracias a mí.
Layla tuvo que sonreír. —Seguramente será un cambio para usted, Su Ex-
celencia.
141
Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad.
J. R. WARD LA ELEGIDA
le hubieran empujado por un lado—. Bien, ahora me tengo que ir. Cuídate, y ya sa-
bes lo que tienes que hacer después.
— ¿Lo sé?
—Sip. Tienes una carta que jugar, una pieza que mover, lo que sea. Tú sa-
bes lo que es. Y recuerda… —se puso el dedo índice sobre los labios, —…shhhhh. Mi
nuevo trabajo es nuestro pequeño secreto hasta nuevo aviso.
— ¡Adiós!
—Estoy segura de que Qhuinn estará ansioso por verlos. Sé que yo lo esta-
ba cuando… da igual, estoy encantada de que vinieras a ayudar con el transporte
otra vez. Gracias.
Los ojos de Cormia estaban tristes, pero su voz era firme y deliberada-
mente alegre. — ¡Por supuesto! ¿A cuál quieres llevar?
J. R. WARD LA ELEGIDA
—A Rhamp, ya llevé a Lyric en la subida. —Lanzando la mochila para que
colgara tras ella, se dirigió hacia su hijo—. Tengo que dividir mi tiempo. Es lo justo,
después de todo.
Miró hacia atrás mientras Cormia alzaba a Lyric. Ella no podía ayudar. No
era que pensara que la Elegida supiera lo que estaba haciendo… pero era como pen-
saba una mahmen.
Qué gracioso, ella siempre había asumido que había heredado todos esos
rizos de su madre. Resultó que eso era un enorme y gordo nop.
Justo cuando se volvía para apagar la luz, una cucaracha correteó frente a
la mugrienta bañera y ella tuvo que contenerse para no pisarla… aún no llevaba za-
patos. Eso hubiera sido súper desagradable.
Era bastante triste saber que estabas más a salvo en la oscuridad de una
parte mala de la ciudad que en tu propio edificio.
Pero al menos ella tenía un plan mejor: En la semana y media desde que se
había mudado con su maleta, su mochila y sus setecientos dólares en efectivo, ha-
bía creado un procedimiento para la salida. ¿Primero? Escuchar por la puerta.
Como si él hubiera estado esperándola, el tipo raro del otro lado salió a la
vez que ella. En comparación con ella, fue mucho más indiferente con respecto a su
salida, tomándose su tiempo porque, por un lado, probablemente era alto como una
cometa, y por otro, ella sentía en su limitada interacción con él, que el tipo estaba a
cargo del lugar.
Espeluznante.
Cuando estuvo sola en el mundo, fue otro riesgo que no podía permitirse el
lujo de tomar.
Therese estaba a medio camino de las escaleras y se giró cuando dos hom-
bres que venían llegaron al rellano al mismo tiempo que ella.
Cuando algo similar ocurrió mientras salía por la puerta principal, otro hu-
mano que ella había visto se apartó deliberadamente de su camino, decidió que tal
vez tenía una enfermedad contagiosa que sólo esa otra especie podía sentir.
A lo mejor… ostras, ¿tal vez todos ellos habían descubierto que era una
vampira? No tenía ni idea de lo que podía haber hecho para descubrirse, pero, ¿por
qué otra razón esos chicos la iban a tratar como si fuera un cartucho de dinamita?
Porque, vamos, seguro, todos estaban drogados, pero una psicosis común
contra mujeres de pelo oscuro era imposible.
Sin embargo, ¿por qué discutir con eso si la mantenía a salvo? A menos que
por supuesto, se tratara de su identidad de especie, en cuyo caso podría estar en
verdaderos problemas. Entonces, ¿qué tipo de credibilidad podría tener esa gente?
Los drogadictos con frecuencia tenían delirios, ¿no?
J. R. WARD LA ELEGIDA
Fuera, tuvo que parar un instante.
Vale, guau. Nieve. Por todas partes… nieve. Tenía que haber caído por lo
menos un metro de nieve cubriendo todo el lugar, y el viento la había hecho levan-
tarse tarde durante el día y había puesto las cosas a la deriva.
—Hey.
142
Marca de botas de montaña.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Cuando ella levantó la vista, se encontró con la mirada de un macho humano
sorprendentemente atractivo. Tenía el pelo oscuro, unos ojos que eran azules como
un Magic Marker143, y unas mandíbulas que eran más que condenadamente cuadra-
das.
—Sí, lo soy.
—Therese. Tres.
¿No había un antiguo sketch de SNL144 que fuera algo parecido? Pensó ella.
Tal vez ella fuera una vampira y él un alíen.
—Enzo, ¿el jefe de sala? ¿Te entrevistaste con él? Es muy simpático. Muy
bueno. Te dará un trato justo.
143
Marca de rotuladores permanentes.
Era raro sin embargo echar de menos a alguien que no conocías, alguien que
era un completo extraño. Pero su corazón le dolía un poco con la idea de que nunca
le volvería a ver de nuevo.
Bueno, lo que fuera. Probablemente sólo fueran sus hormonas. O tal vez la
tristeza por todo lo que había perdido al salir de Michigan estaba sangrando en
otras áreas de su vida.
¿Por qué cómo era posible estar apenada por alguien que no conocías de
más de veinte minutos?
J. R. WARD LA ELEGIDA
CUARENTA Y SEIS
Cuando salió, Cormia lo miró de una forma tan directa que le sentó mal. ─
¿Quieres ayuda para bañarlos? ─Preguntó.
La Elegida dudó, aún de pie al lado de las cunas. ─ Escucha… ya sé que esto
es realmente difícil ahora.
Sus hijos aún respiraban, de cualquier forma. Eso ya de por sí era verdad.
─Realmente pienso que tú…
Qhuinn alzó sus manos. ─ Gracias por tu ayuda y por preocuparte. Quiero
decir… eres simplemente genial. No puedo decirte lo agradecido que estoy.
Y venga, su trabajo de anoche había sido pelear con los lessers. Quienes
habían intentado matarlo.
J. R. WARD LA ELEGIDA
En ese mismo instante, una peste mezcla entre una bomba fétida, un lagar-
to muerto y algún tipo de fruta muy podrida, abofeteó jodidamente sus senos nasa-
les.
Jesucristo, ese era el tipo de cosas que hacían que te lloraran los ojos y
que tu nariz quisiera hacer las maletas y dejarte sólo con un par de agujeros en el
medio de tu cara.
—¿Están bromeando?
Por un segundo pensó en tirar millas así. En realidad, podía bajar la venta-
nilla del Hummer, poner a tope el calor y cruzar la ciudad con un pequeño aporte
suplementario de oxígeno.
Pero no podía presentarse ante la madre de Blay con este tipo de cosas.
Ella ya tenía un tobillo roto. Un atisbo de esta nube verde de muerte y estaría dis-
puesta a romperse su pie bueno contra un muro sólo por escapar.
Sip. Nada de descargas tímidas para su hijo. El chico había soltado esa
mierda como si le perteneciera.
De vuelta al cambiador. Una vez más a pelear con los botones y cremalleras
que hacían que las manos de Qhuinn parecieran de goma. Y entonces…
El receso habría sido cómico si Qhuinn no estuviera hasta los codos de ca-
ca de bebé.
─En su mayoría sí. Aunque dependiendo del tracto digestivo al que vaya,
claramente tiene aplicaciones militares.
─Sin ninguna duda. ─El macho sacudió la cabeza como si estuviera tratan-
do de recalibrar su cerebro a algo más que sus requerimientos respiratorios—. Ah,
tengo lo que me pediste.
145
Marca de leche para bebés.
J. R. WARD LA ELEGIDA
─Sep, no creo que nadie en la casa quiera que tu atención se disperse. Lan-
za eso por un acantilado.
En cuanto Qhuinn quitó el pañal sucio de debajo del culo de su hijo y empe-
zó a ponerle toallitas húmedas como si estuviera desplegando un paracaídas, pensó
en qué iba a hacer con el Pampers146 ¿Quizás quemarlo en el jardín trasero?
─¿Qhuinn?
—¿Si hombre?
Ya que el chico no dijo nada más, Qhuinn miró sobre su hombro al perfec-
tamente vestido y encorbatado abogado. ─¿Qué?
─Sip. Absoluta y positivamente, este pañal tiene que ser cambiado. Y gra-
cias, has sido realmente de ayuda. Quiero decir, genial. Simplemente genial.
Que jodidamente difícil era agarrar el pomo de una puerta cuando no te-
nías ni un dedo libre.
146
Marca de pañales más reconocidas del mundo.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Mientras recorrían el pasillo de las estatuas de mármol, exhaló agotada-
mente y se imaginó ser una de esas piezas. No había podido dormir en todo el día,
su mente consumida en pensamientos acerca de Blay, su rabia hacia Layla y toda la
ansiedad del infierno con respecto a qué demonios estarían haciendo Rhamp y Ly-
ric. Y además añádele lo de Xcor. Y justo ahora, los juegos Olímpicos infantiles
consistentes en tener a los niños listos para salir a tiempo.
Por qué los idiotas humanos no podían construir aquellas cosas para que las
dos piezas encajaran sin que fuera un problema digno de Sherlock Holmes. Imagí-
nate. Si esas ratas sin cola pudieron poner a un hijoputa en un trozo de la luna, bien
podrían haber hecho que los padres no tuvieran que pelearse con los asientos del
maldito coche.
Tan pronto como pisó la gran escalinata, dejó que su mente siguiera diva-
gando, dándole a su materia gris todo tipo de argumentos para insultar bien a los
fabricantes de cosas para bebés.
Era mejor que preocuparse sobre si Blay iba a estar donde sus padres o no.
O lo que iba a hacer con todo esto. O no.
Mucho mejor.
Ella había dejado la luz de encima de los fuegos encendida, así como una en
el salón frente a la puerta de entrada. Todo parecía en orden… no, espera. La basu-
ra había sido vaciada.
─¿Xcor?
Había asumido que él estaría aquí cuando volviera. ¿No habían planeado
eso? Quizás había sido solo por su parte. No podía acordarse.
Oh, Dios. ¿Y si había sido asesinado durante la noche? No, esto era la pa-
ranoia tomando las riendas… ¿No? O… ¿habría encontrado a sus machos? ¿Habrían
tomado los votos hacia Wrath ya y se habrían marchado sin que Xcor dijese adiós?
Tan malo como había sido, ver todo aquello como una aventura de explora-
ción e iluminación la golpeó como una carga.
Sonrió a lo grande.
─Has vuelto. ─Le dijo a Xcor inhalando al mismo tiempo, dando un paso
atrás hacia el interior y encerrándolos juntos.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Sus ojos se demoraron en la boca de ella. ─¿A dónde más iba a querer ir?
Layla se sintió tentada a pedirle que jurara que nunca se iría al Antiguo
País sin un apropiado adiós, pero ahora que estaba frente a ella, no tenía ninguna
intención de desperdiciar siquiera un segundo de su tiempo juntos con pensamien-
tos de la separación que estaba a la vuelta de la esquina.
Alzándose sobre sus tacones, se inclinó hacia adelante hasta que perdió el
equilibrio, segura de que él la atraparía. Y él lo hizo, sus brazos sólidos y poderosos
alrededor de ella.
─Dime, ─le dijo antes de besarla—. ¿Están los niños bien? ¿Está todo co-
rrecto con ellos? ¿Y tú, estás bien?
Por un momento cerró los ojos. La idea de que él preguntara por la descen-
dencia de un macho que le había pagado con deshonor era algo demasiado generoso.
Ella parpadeó rápidamente. ─Sí, sí. Muy bien. Tuvimos un día y una noche
encantadora juntos. Son algo maravilloso de ver. Una auténtica bendición.
Sus labios encontraron los de ella, sus brazos la rodearon de nuevo tomán-
dola en brazos, sujetándola contra su poderoso cuerpo. Sin separar sus labios, la
movió hasta apoyarla contra la pared y la colocó con sus pies colgando sobre el sue-
lo.
Ella movió sus manos desde sus hombros hasta el nacimiento de su nuca.
─Bésame otra vez… Oh, bésame…
Con esto, la sentó en una silla como si no pesara más que una muñeca de
trapo. Y en el mismo momento en el que iba a sugerir que habría tiempo para ocu-
parse del asunto de las calorías después de hacer el amor, él se quitó la parka ne-
gra que llevaba puesta.
Ella cerró sus ojos por un momento y no sólo por el descanso que suponía
para ella el hecho de que estuviera vistiendo uno. Fue también porque habría
deseado que la guerra nunca hubiera existido. Que nadie de su grupo hubiera in-
tentado disparar a Wrath. Que no hubiera ninguna razón para preocuparse de que
hubiera pistolas, cuchillos o cualquier otro tipo de arma viniendo hacia él.
─¿Qué?
─Estás herido.
─Layla…
─Está curada.
─Ah, ¿Sí? ¿Lo está? ─Mojó el paño y puso un poco de jabón en él—. ¿Es
por eso por lo que estaba sangrando de nuevo ahora en cuanto te quitaste el chale-
co? Así que, o te quitas la camiseta, o voy a buscar unas tijeras.
Xcor empezó a protestar, pero al final hizo lo que ella le dijo… entonces si-
seó cuando le empezó a limpiar con infinito cuidado el trozo de carne inflamada,
herida y golpeada. Cuando pudiera ver la cosa mejor, se daría cuenta de que la bala
sólo le había rozado justo en las zonas del torso donde los laterales del chaleco
protector no tenían paneles protectores insertados, quizás porque había estado
saltando y corriendo a la vez. El chaleco se había mantenido en su lugar y había
sellado la herida, sujetándola hasta que se lo quitó.
Después de un largo instante, cuando ella ya estaba pensando que iba a te-
ner que arrancarle una respuesta con un anzuelo de pesca, asintió a regañadientes
con la cabeza.
Enfocándose en él, se dio cuenta de que había dejado caer sus brazos y la
miraba con suavidad en los ojos.
─Aye. ─Con cuidado, él retiró sus lágrimas con la yema de los dedos—.
Nunca llores por mí.
Y con eso, la besó larga y lentamente, sus labios tanteando, dando y to-
mando de ella, su lengua entrando y saliendo de su boca hasta que ella se derritió,
dejando escapar todo tipo de pensamientos acerca de cuidar su herida. Lo que era
obviamente su plan… y sin embargo, ella no podía evitar ceder ante él.
─¿Perdón?
Agitando la cabeza, se pegó aún más a él… y soltó una maldición cuando él
se movió hacia atrás fuera de su alcance.
Y con eso, le tomó la mano y la llevó de vuelta arriba a través de las esca-
leras. Cuando pasaron por la cama, ella gimió. ─¿Te das cuenta de que hay un col-
chón ahí? Juuuusto ahí.
CUARENTA Y SIETE
Algo por lo que trabajar, pensó. —¿Están listos chicos? —Preguntó mien-
tras miraba al espejo retrovisor—. Es hora de ir a ver a la Grandmahmen y al abue-
lo.
O tal vez no, pensó Qhuinn mientras daba la vuelta para sacar a Rhamp
primero. Era muy posible que el órgano olfativo de su hijo estuviera roto.
Eso le hizo pensar en lo que Blay había dicho sobre no torturarlos con ni-
ños que no fueran suyos.
Cuando su boca se abrió y las sílabas salieron, los padres del macho se con-
gelaron.
Lyric por otra parte, sabía claramente lo que estaba sucediendo. —¿Por
qué no vas a buscarlo? —Entonces ella miró su hellren—. Cariño, saca a Lyric de esa
enorme pesadilla de carbono, ¿quieres?
J. R. WARD LA ELEGIDA
Mientras el padre de Blay saltaba a realizar ese deber, Qhuinn sintió que
quería abrazar a la hembra. Y así lo hizo… y el hecho de que ella aceptara su abrazo
tan fácilmente le dio esperanza.
—Ve ahora, —le susurró ella al oído—. Ustedes dos resuelvan lo que sea es-
to. Nosotros vigilaremos a los niños.
Como el macho sabía que había empujado tan lejos como había podido, Ro-
cke guiñó un ojo a Qhuinn, sonrió con amor a su shellan y golpeó sus pies hacia el
interior de la casa con ambos portadores como si estuviera siendo perseguido con
una copia enrollada de Mother Jones148.
—Ustedes dos tomen su tiempo, —dijo la mamá de Blay—. Voy a citar algu-
nos artículos sobre el cambio climático para tus pequeños. Quizás los haga ver la
charla de Bill Gates ¡Innovación a partir de cero! TED149.
147
3.22 km.
148
Mother Jones es una revista estadounidense y sitio web de izquierdas que realiza reportajes de inves-
tigación y noticias sobre política, medio ambiente, derechos humanos y cultura.
149
Siglas de Tecnología, Entretenimiento, Diseño. Innovación cero fue una conferencia dada en el TED
del 2010.
J. R. WARD LA ELEGIDA
de que su cuello estuviera abotonado donde debería estar y que su abrigo de lana
fuera, como, apropiado para lo que sea. También hizo una rápida revisión de Desitin
en caso de que tuviera la cosa sobre algo.
Y entonces…
Parecía regio en su reserva, con los hombros echados hacia atrás, los ojos
entrecerrados en algún punto distante, los pies plantados en el porche por lo demás
vacío.
— ¿Más tostadas?
Mientras Xcor hacía la pregunta desde el otro lado de la mesa, Layla negó
con la cabeza, se limpió la boca con una toalla de papel y se echó hacia atrás.
—Te voy a traer una porción más. ¿Qué te parece más té?
Su tono estaba más cerca de "al carajo con eso" que de "gracias por tu ha-
cer el Earl Grey en mi nombre", pero eso era lo que la frustración sexual haría por
una hembra.
Dirigiéndose a la puerta del sótano, ella se detuvo y miró por encima del
hombro. La cocina gris y blanca era pequeña y la medida de Xcor empequeñecía el
espacio como si un pastor alemán se hubiera metido en una casa de muñecas. Y era
tan incongruente que este guerrero se inclinara sobre la tostadora para vigilar cui-
dadosamente su proceso de tostado.
Era exactamente como siempre había deseado que el macho que amaba la
tratara, y no se trataba de si era la Primera Comida o la Última Comida, de día o de
noche, fuera invierno o verano. El enfoque y preocupación de Xcor simplemente
mostraban que ella le importaba. Que se preocupaba por ella.
Que él la notaba.
Después de una vida de ser una de muchas de alguien divino, era un raro
regalo ser la única para alguien mortal.
150
Marca de panes y galletas para tostar y hornear.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Pero maldita sea, ¿por qué no podían tener sexo ahora mismo?
Qué era lo que a él le estaba tomando tanto tiempo, pensó mientras miraba
hacia las escaleras. Comercial. Comercial…
—Oh, —dijo mientras miraba la bandeja que él había traído. Xcor podría
también haber arrastrado la mesa de la cocina hasta el sótano. Había tostado el
resto de la hogaza, revuelto más huevos, e hizo una tetera llena de líquido caliente.
También había incluido la crema, aunque ella no la había usado y el bote de miel que
ella tenía.
151
Comedia romántica del año 1995 interpretada por Sandra Bullock.
J. R. WARD LA ELEGIDA
—Yo puedo hacer eso, —murmuró ella—. Me gustaría servirte.
Entonces quítate los pantalones, pensó mientras miraba los enormes mus-
los que tensaban las costuras de los negros pantalones de nylon que él llevaba pues-
tos. Y luego estaba la forma en que el bajo de la manga de su camiseta luchaba por
contener la gruesa circunferencia de su bíceps. Y la sombra del crecimiento de la
barba que oscurecía su mandíbula.
Alzando sus manos al lazo de su cintura, soltó el nudo y separó las dos mi-
tades, exponiendo la envoltura translúcida que era la ropa interior tradicional de
las Elegidas. Bueno, eso también tenía que irse, y… ¿qué te parece?, mientras ella
deslizaba los diminutos botones asemillados de perlas liberándolos de sus ojales,
ellos continuaron con la insinuación con una facilidad que sugería que estaban deci-
didos a ayudar en su esfuerzo.
Tomando esa señal de ellos, ella se deslizó fuera de todo lo que la cubría y
se recostó en el nido creado por su túnica.
Sip, porque había un milímetro en ese borde superior izquierdo que estaba
sin untar.
—¿Qué?
Layla miró el bote de miel. —Creo que tienes razón. —Estirándose hacia
delante, ella recogió la cosa y arqueó su espalda—. La miel es buena en muchas co-
sas.
—¿Xcor...?
—Sí…
Cuando él echó un vistazo hacia ella, hizo un doble chequeo… y dejó caer la
tostada en la bandeja. Lo cual fue un alivio, porque en realidad, si no podía ganar
una competencia con los carbohidratos por su atención, estaba seriamente en pro-
blemas.
Sus ojos de color azul marino se pusieron candentes al instante y muy, muy
atrapados en el camino de la miel que golpeaba su pecho lenta, tentadoramente y
serpenteaba hacia abajo, abajo… abajo.
—Me pregunto, —dijo ella con voz ronca—, ¿Si la miel es más dulce que yo?
Con eso, ella levantó una rodilla hacia arriba y destello su centro hacia él.
Su macho empujó esa bandeja tan rápido que fue como si el plato en ella
hubiera dicho algo malo sobre sus guerreros.
El bombeante gruñido que dejó emerger era más como él, y también lo era
la visión de las puntas de sus colmillos descendiendo apresuradamente. Y entonces
él estaba alzándose sobre ella, sus grandes brazos arqueándose por encima de su
J. R. WARD LA ELEGIDA
cuerpo, su tremenda fuerza apenas bajo control mientras su lengua se extendía
justo debajo de su pezón... para coger una gota.
—Xcor... mírame.
Mientras sus ojos se volvían hacia los suyos, ella sostuvo la varilla sobre su
boca y dejó que la última miel aterrizara sobre su lengua. Y entonces la hizo girar
sobre sí misma antes de introducir la yema de su dedo chupándola y sacándola…
chupándola y sacándola.
Con las manos ásperas, él liberó su sexo y entonces estaba dentro de ella,
bombeando mientras la besaba, sus cuerpos encontrando un ritmo tan duro que el
propio sofá se balanceaba y golpeaba contra la pared.
Más duro, más rápido, más profundo, hasta que ya no podían mantener más
sus bocas unidas.
Alzando los brazos, ella se sujetó a sus desarrollados hombros, los múscu-
los bajo su suave piel eran como un océano que se agitaba…
Y Xcor no se detuvo.
Ni disminuyó la velocidad.
J. R. WARD LA ELEGIDA
CUARENTA Y OCHO
Una cosa buena de fumar era que te daba algo que hacer con las manos.
Una mala cosa sobre fumar era que cuando decidías golpear ligeramente la ceniza
mientras estabas ocupado, si estabas temblando, se notaba.
─Hola.
─Me alegro de que estés aquí. ─ Pausa—. No pensaba que fueras a estar.
─Por un momento Blay sólo quería gritar, ¡Ni yo tampoco, hijodeputa! Pero eso pa-
recía una omisión mejor guardada para sí mismo si quería parecer fuerte, ser fuer-
te... mantenerse fuerte.
Dios, ¿por qué Qhuinn tenía que oler tan bien? ─He traído a Rhamp,
─murmuró Qhuinn.
─Ese era tu plan. ─Excepto que frunció el ceño—. ¿Dónde está Lyric…?
Mientras una brisa suave soplaba desde el sur, Blay pensó en una bailarina
de ballet haciendo giros controlados sobre el paisaje nevado teñido de azul. No
había hojas para hacer piruetas con ella, todo cubierto con ese manto blanco, pero
J. R. WARD LA ELEGIDA
en los bordes de la propiedad, las ramas de hoja perenne que estaban dobladas
bajo el peso de lo que había caído sobre ellas, consiguió un poco de alivio cuando los
remolinos de nieve los liberaron de su carga.
Volviendo a entrar en casa, fue golpeado con un cálido muro de olores que
le recordó a la familia y le hizo querer vomitar. Especialmente mientras Qhuinn lo
seguía a la cocina, la presencia del macho no disminuía aunque no estuviera en la
línea de visión de Blay.
Tal vez incluso se magnificó. ─¿Cómo puedo ayudar? ─Preguntó Blay mien-
tras sonreía a su mamá.
─ Puedes saludar a tus hijos, ─dijo por encima del hombro—. Y pon la me-
sa.
En la isla que iba por todo el centro de la cocina, Qhuinn y su padre habla-
ban de la guerra, sobre la política humana, sobre los playoffs de football del
NCAA152 y el inicio de la conferencia NCAA de baloncesto.
Y el macho era inteligente. Sabía que si decía una cosa sobre que Blay se
acercara a los chicos dormidos en sus porta-bebés sobre la mesa, se iba a dar la
vuelta.
Maldita sea, pensó Blay finalmente. No podía seguir evitando a los niños.
Preparándose, hizo una pila de servilletas, tenedores, cuchillos y otras cosas, y
caminó hacia ellos.
Y en el instante en que sus ojos se deslizaron sobre los pequeños, fue des-
pojado de su autoprotección: todos esos sermones sobre cómo necesitaba seguir
siendo para ellos una tercera parte desinteresada, para que no pudieran herirlo
nunca otra vez, salió por la ventana.
Bajando lentamente lo que fuera que llevaba… podían ser cosas para comer,
o quizás un horno tostador, una pala de nieve o un televisor… se inclinó.
152
National Collegiate Athletic Association es una asociación compuesta de 1281 instituciones, confe-
rencias, organizaciones e individuos que organizan la mayoría de los programas deportivos universita-
rios en los EE.UU.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Abrió la boca para hablar, pero no salió nada. Su garganta se había cerra-
do.
Así que iba a tener que confiar en el tacto para comunicarse. Lo cual esta-
ba bien. Tampoco ellos podían hablar.
Pero entonces se dio cuenta del pronombre que había usado... y cerró los
ojos con fuerza. No son mis hijos, se corrigió. Estos no son mis hijos.
En ese momento se centró en Rhamp. Qué tipo, que pequeño tipo tan duro.
Blay creía firmemente que la cosa tradicional del rol de sexo era una gilipollez y
que si Lyric quisiera ser una pateadora de culos como Payne o Xhex, estaba de
acuerdo con eso. Y así mismo, si Rhamp decidía ser médico o abogado y permanecer
fuera del campo, estaba bien también. Pero hombre, eran tan obviamente diferen-
tes… aunque era algo crítico, eso no los definía. Creía que era de vital importancia
que los niños tuvieran libertad para...
Mierda. Lo estaba haciendo otra vez. Olvidando dónde estaban los límites.
El sonido de los tenedores y cuchillos chocándose el uno al otro le hizo levantar la
cabeza. Qhuinn se había hecho cargo de la tarea de poner la mesa, haciéndose car-
go de las servilletas y los cubiertos, con la cabeza inclinada, el rostro sombrío.
En ese momento, Rhamp soltó una bomba apestosa que fue suficiente para
que los ojos de un macho maduro gotearan.
─ Oh… guau.
J. R. WARD LA ELEGIDA
─Sí, ─dijo Qhuinn—. Deberías haberlo olido justo antes de venir aquí. Es
por eso que llegué tarde. ¿Me harías un favor y lo revisas? Tal vez hemos tenido
suerte y son solo gases.
Blay apretó las muelas. Tenía en la punta de la lengua para decirle al tipo
que lo hiciera él mismo, pero eso parecía grosero. Además, en su corazón, quería
sostener a los niños y sus padres estaban allí, mirando mientras él trataba de no
mirar.
Con un chico que se había cagado en los pantalones y tenía que tratar con
él.
Qhuinn se acercó y buscó un lugar justo delante de Blay. En una voz que no
le salía, el macho dijo, ─Te echo de menos. Ellos te echan de menos.
─Queda claro Houston, ─dijo bruscamente—. Repito, eso era una nube ga-
seosa. No ha habido ninguna violación del campo de fuerza.
Bueno, tal vez una cosa... ─¿Qué te pasa? ─Preguntó él mientras ella levan-
taba su cabeza.
─¿Lo siento?
Él tenía razón. Tenía el resto de su vida para echarlo de menos. ¿Por qué
empezar ahora cuando todavía estaba con ella?
─Sé muy poco de ti, ─murmuró—. Cómo creciste. A dónde has viajado. Co-
mo llegaste a estar aquí.
─Seguirás adelante.
Excepto que cuando trató de besarla, ella lo empujó hacia atrás. ─No ten-
go miedo de tu pasado.
Xcor permaneció callado durante un largo rato y luego dijo, ─Uno puede
ser influenciado de maneras que... ─De repente negó con la cabeza—. No, hice lo
que hice. Nadie me obligó a nada de eso. Seguí a un mal macho y me he comportado
de maneras malvadas y ahora me siento responsable de todo eso.
─No.
Xcor se puso rígido y luego se volvió lentamente hacia ella. Su cara estaba
marcada por sombras ásperas… que no eran nada comparadas con las de sus ojos.
─No sabes lo que dices.
─Te amo. ─Ella puso su mano en su brazo y mantuvo su mirada fija, desa-
fiándolo a negar lo que sentía—. ¿Me escuchas? Te amo.
─¿Y correr el riesgo de que me eches fuera? Dices que quieres pasar el
tiempo que nos queda juntos. Te garantizo que eso no sucederá si me conoces me-
jor de lo que lo haces ahora.
─Me pusieron con una cuidadora... alguien... hasta que ella me dejó también.
─¿Qué hay de tu padre? ─ Preguntó ella con fuerza. Aunque sabía algo de
eso.
─Pensé que era el Bloodletter. Ese macho me dijo que era mi sire, pero
más tarde supe que no era el caso.
─Hice lo que tenía que hacer. Y luché. Siempre he sido bueno en la lucha.
Ese es el único legado que mis padres me dieron que ha sido de valor.
─Y es por eso que eres una mujer de valor. ─Él se encogió de hombros—.
Además, yo fui una concepción fallida. Estoy seguro de que ambos preferirían que
hubiera muerto en el útero o en el canal de parto, probablemente incluso si eso
matara a mi mahmen. Mejor tener un joven muerto que traer a gente como yo a
esta existencia.
J. R. WARD LA ELEGIDA
─Eso está mal.
─Oh espera. Tal vez debería ser más específico. ¿Te gustaría saber cuán-
do me follé a una hembra por primera vez… o cuando tuve relaciones sexuales por
primera vez? Porque no es lo mismo. Lo primero me costó diez veces más que la
tarifa con una prostituta en el Antiguo País, y lo primero que hizo después, fue co-
rrer por el río y lavarme fuera de ella. De hecho, me preguntaba si se iba a ahogar
a sí misma de tan fuerte que golpeaba el agua.
─Sí, ─ella abrió los párpados y lo miró—. No eres inmundo para mí. Y no
eres menos macho.
El dolor que sentía era tan profundo y perdurable que estaba más allá de
las lágrimas. Y sabía exactamente lo que él estaba haciendo. La empujaba de nuevo,
desafiándola a que se fuera para no tener que decirle a él que se fuera. Lo había
hecho antes, y qué más se podía esperar de un macho que había sido rechazado
toda su vida.
J. R. WARD LA ELEGIDA
─¿Todavía quieres esto? ¿Todavía piensas que amas esto? ─Cuando ella no
respondió, él señaló su cara y luego su cuerpo como si pertenecieran a otra perso-
na—. Bien hembra, ¿Qué dices?
J. R. WARD LA ELEGIDA
CUARENTA Y NUEVE
Así que sí, no tenía a nadie a quién decirle y nadie con un radar entrenado
para conocer su paradero, así que todo estaba bien.
Jane era tan dura como ellos y pensaba más claramente que él.
Como, por ejemplo, estaba seguro de que Jane no estaba preocupada por el
estado de su apareamiento, no, estaba trabajando en lo suyo salvando vidas, él era
el que hacía la mierda del Dr. Phil153…
Siempre hubo voluntarios para él, de vuelta a esos días, hembras y machos,
hombres y mujeres, todos quienes estaban buscando una cierta clase de experien-
cia… y V había tenido una rutina a seguir con ellos. En primer lugar se reunía con
ellos en los clubes o a través de referencias y los revisaba, escogiendo y seleccio-
nando a los más atractivos… o los que pensaba iban a dar un buen espectáculo, luego
153
Talk Show estadounidense protagonizado por el Dr. Phil McGraw donde ofrece asesoramiento sobre
"Estrategias de vida" de su experiencia como psicólogo clínico.
J. R. WARD LA ELEGIDA
los llevaba a su ático en lo alto del Commodore y jugaba con ellos hasta que se abu-
rría, cuando terminaba los echaba.
A unos pocos los vio más de una vez. La vasta mayoría había sido una vez y
listo.
En aquel entonces había sido todo sobre quemar su borde, calmando su la-
do oscuro, bajando el interruptor de sus impulsos.
Y había leído cada uno de ellos, algunos eran cortos, nada más que informa-
ción vital con tal vez una imagen como un archivo adjunto, otros eran largos y con-
fusos, corrientes de conciencia acerca de lo que querían que se les hiciera, también
había dos que le pedían que reconsiderara, se volviera a conectar y reanudara, ora-
ciones introductorias con números de teléfono, diatribas enojadas de que él no
podía simplemente olvidarse de ellos, no, no, no podía, no iban a aceptarlo, lo iban a
encontrar y hacerlo darse cuenta de que ellos eran los adecuados para él...
Era como una excavación arqueológica en las reliquias de una ciudad que
había construido una vez, en la que había residido y en la que había reinado.
Con un último adiós cerró la puerta y se deslizó alrededor del capó del co-
che, abriendo los brazos para balancearse atravesó un banco de nieve pisando en
las huellas predeterminadas que muchas personas habían usado, luego patinó por el
pasillo y comprobó el buzón al lado derecho de las dos puertas.
Unos momentos después, la vio caminar por la sala delantera del segundo
piso y hablar con unos chicos que pasaban una pipa de un lado a otro mientras esta-
ban sentados en el sofá frente al televisor.
Mientras volvía a encenderse otro liado a mano debatió en ponerle una bala
en la cabeza, pero luego decidió que sólo estaba irritado, aparte de los videos y la
mierda que publicó, un rápido repaso de sus antecedentes no había producido nin-
guna bandera roja. Era la niña adoptada de algunos padres ricos, trabajando en el
CCJ en el contenido de Internet, anteriormente había sido recepcionista en una
empresa de bienes raíces. Un resumen de bastantes escuelas lujosas, pero como
muchos chicos jóvenes, no había hecho una mierda con eso.
Así que sí, todo lo que tenía que hacer era borrarla y podía volver al Pit.
154
Caldwell Courier Journal.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Aspiró, soltó el humo y lo observó flotar en el aire casi tranquilo.
Como si tal vez Dios estuviera usando un rotulador para rodear la ciudad
para algún tipo de seguimiento.
Bostezó.
Por el contrario, ¿si tenías que matar una idea? Solo tenías que hacerla
desaparecer y pronto el ruido blanco del drama humano lo reemplazaba con otra
cosa.
155
instrumento de laboratorio el cual puede ser de cristal o de plástico, pequeño y redondo.
156
Ellen Degeneres, presentadora de The Ellen DeGeneres Show, programa de entrevistas.
J. R. WARD LA ELEGIDA
o un libro póstumo sobre Lash arrasando la lista de bestsellers del New York Ti-
mes, cierto?
O peor, todas las bromas a un lado, los hijos de puta que estaban cazando
a la raza.
Esas ratas sin cola no podían llevarse bien entre ellos, ¿de repente se en-
cuentran coexistiendo con otra especie del nivel de los vampiros hombro a hombro?
Así que sí, iba a tener que arreglar este pequeño lío en la red, así como
también tener una "charla" con la señora Jo Early: asumiendo que había sido aman-
te de los vampiros toda su vida, ese tipo de cognición no iba a ser reversible, pero
él podría sin duda juguetear en su materia gris y redirigirla de su blog.
Uh huh.
Siiiiiiiiii.
La razón por la que no se había ido no tenía nada que ver con esa mujer.
157
Especie de paño o mopa.
J. R. WARD LA ELEGIDA
CINCUENTA
Mientras Xcor esperaba a que Layla le dijera que quería que se fuera, la
sangre le ardía por las venas y la cabeza estaba inundada de recuerdos. Nunca ha-
bía hablado con nadie de lo que le habían hecho ni de lo que había hecho en el cam-
po de guerra. Por un lado, nadie había preguntado jamás. Sus luchadores habían
hecho lo mismo o se lo habían hecho a ellos, además de que no era un tema de con-
versación entre el grupo, algo que alguien recordaba porque provocaba sentimien-
tos cálidos y felices. Y más allá de sus luchadores, Xcor nunca había encontrado a
nadie que quisiera conocerlo.
Layla lo miró directamente a los ojos. Y cuando ella habló, su voz estaba
totalmente nivelada. ─Digo que la supervivencia es un esfuerzo espantoso, a veces
trágico. Y si esperas que sienta algo más que tristeza y pesar por ti, tendrás que
esperar mucho tiempo.
Parecía sin embargo, mientras miraba sus manos desde una gran distancia,
que estaba temblando.
─ ¿Nunca te has preguntado qué pasó con tus padres? ─Preguntó ella─.
¿Tal vez querías encontrar a un hermano o una hermana?
Al menos eso fue lo que pensó que ella dijo. Su mente no estaba procesan-
do las cosas muy bien.
─ ¿Xcor?
─El amor es una cuestión entre las almas, ─dijo ella mientras ponía la mano
en el centro de su pecho─. Nuestro amor está entre mi alma y la tuya. Nada va a
cambiar eso, no tu pasado o nuestro presente… o cualquier futuro que podamos
encontrar aparte. Al menos no de mi lado.
─Yo no soy nadie para creer o no creer. Es una ley del universo. Reflexiona
eso en tu tiempo libre… o solo podrías aceptar la bendición por como es.
Layla sacudió su cabeza. ─Entonces estaba hablando de ella misma. Ella es-
taba revelando su verdadero ser. ¿Decirle esas cosas a un niño inocente? ¿Para
deformar su mente y aterrorizarlo así? Si hay otra definición de maldad y podre-
dumbre, no sé cuál es.
Ella tomo su mano, la cual había puesto en su rodilla. Y mientras ella apre-
taba su palma contra la suya, él luchó por procesar su lealtad y amabilidad. Aunque
de hecho, ella nunca comprendería la magnitud de sus atrocidades, y tal vez eso
fuera lo mejor. La salvaría de sentirse mal por su mal juicio.
─Te debo una disculpa. ─Al liberar el peso que había tenido sobre él, ella
entrelazó sus propias manos y parecía que tenía dificultades para encontrar las
palabras─. Hice algo que tal vez no debería haber hecho… y que definitivamente
debería haberte dicho antes. Mi consciencia me está matando.
─ ¿Qué es?
Ella apresuró sus palabras, pronunciando las silabas con rapidez y coheren-
cia. ─Arriba en el Santuario, en donde habitan las Elegidas, hay una gran biblioteca
de vidas. Y en esas pilas, en esos volúmenes, se conservan los detalles de todos los
machos y las hembras de la especie, los pasajes escritos por las sagradas escriba-
nas después de haber presenciado en los cuencos de las visiones todos los aconte-
cimientos, buenos y malos, que se han suscitado en la tierra. Es una crónica entera
de la raza, las batallas y las celebraciones, las fiestas y las hambrunas, la tristeza
y la alegría… las muertes y los nacimientos.
Xcor dejó de lado la manta que lo había cubierto y se puso de pie, cami-
nando de un lado a otro. ─ ¿Por qué te molestaste en preguntar sobre mi pasado?
¿Por qué me obligaste a decir…?
─Lo siento mucho. ─Dijo ella cuando alcanzaba la sabana tirada y la colo-
caba sobre sí misma─. Debería haberte dicho. Sólo debería…
─ ¿No?
─... para pasar el tiempo. Una de mis favoritas era imaginar quién era mi
padre. Me imaginaba que era un gran guerrero en un corcel feroz y que una noche
salía del bosque y me llevaba en la parte trasera de su silla de montar. En mis sue-
ños frívolos, él era fuerte y estaba orgulloso de mí, además de que éramos de la
misma clase, buscando nada más que honor y bondad para la especie. Grandes lu-
chadores, uno al lado del otro.
Los hermosos ojos de Layla brillaban con las lágrimas y él podía decir que
estaba tratando de ser fuerte por él.
Esta era la razón por la cual el pasado debía permanecer encerrado, deci-
dió, y por qué las verdades que no fueron reveladas por largo tiempo debían perma-
necer como tales. Traerlas a flote no resolvía nada y solo creaba una tormenta de
polvo que tardaría mucho tiempo en asentarse.
¿Las buenas noticias? Él les había dicho a sus machos que los encontraría a
las cuatro de la mañana y eso le daba una excusa para terminar firmemente esta
conversación. Y qué si eran sólo las dos. Iba a necesitar tiempo para componerse.
─Debo irme.
─Sí.
La Primera comida con los padres de Blay fue, al menos de forma superfi-
cial, una escena perfecta para el desayuno. Tenías a una pareja enamorada, dos
hijos hermosos y un par de abuelos en una cocina que fue sacada de una vieja revis-
ta para damas.
Cuando ella llevó el plato hacia él, el reflejo nauseoso golpeó el botón de
reproducción, haciendo que casi vomitara toda esa agradable comida que ella había
cocinado con las sobras.
─Oh, ya sabe. ─En realidad, ha sido un poco difícil comer dado que mi com-
pañero esencialmente se ha mudado─. Ocupado, ocupado.
158
Chocolatina producida por Nestlé que consiste en crema de menta cubierta por una capa de chocola-
te negro en forma de lámina.
159
Hace referencia a un episodio de la serie Británica de Monty Python's Flying Circus en donde John
Cleese le of ece u a pe ueña e ta a Te y Jo es, ejo co ocido co o M . C eosote cua do éste
está lleno .
160
Conocida también como col crespa · o col rizada, es una variedad de col, del grupo de cultivares de la
berza.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Asintiendo, Rocke brindó hacia Qhuinn y Blay con su taza. ─Me alegra que
sepan usar un arma.
Blay habló. ─Ella va a aprender a defenderse por sí sola. Para que pueda
cuidarse y…
La hembra fue a darle la vuelta a los pequeños, y cuando Qhuinn vio las
facciones que eran la viva imagen de las de su mahmen, retrocedió… pero se recu-
peró rápidamente.
─Necesito limpiar.
Blay no tenía nada de eso. De hecho, el tipo parecía lívido por alguna razón,
aunque lo ocultó bien cuando sus padres se prepararon para marcharse y que Lyric
se acomodara en la cama.
─Ellos son machos adultos. Se ocuparan de que quede bien. Vamos, hay un
programa sobre la próxima extinción de masas que he querido ver contigo.
Mientras los dos se dirigían hacia las escaleras, Qhuinn podría haber jura-
do que Lyric le había asentido. Lo tengo. Toma tu tiempo…
─Tonterías.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Cuando Blay lo miró, Qhuinn sintió que su cansancio regresaba diez veces
peor. ─Mira, No soy…
─Oh Dios, no otra vez. ─Dejó caer su cabeza sobre su espina dorsal y miró
fijamente el techo con los paneles─. Por favor, no de nuevo…
Blay señalo a la niña. ─Ella es una buena bebé y mientras no lo jodas los
próximos veinticinco años más o menos, se convertirá en una hembra espectacular.
Y no me importa si no figuro en sus actas de nacimiento y no tengo derecho a
ellos…
Cuando los ojos de Blay se estrecharon como si estuviera muy listo para
reventar de furia, Qhuinn metió la mano en la bolsa de los pañales y puso un montón
de papeles en la encimera de granito.
─ ¿Qué?
─Sólo léelos.
Blay estaba claramente listo para pelear, pero algo debía de haberlo alcan-
zado, algún tipo de vibra o tal vez fue la expresión de Qhuinn.
─Ya verás.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Cuando el otro macho recogió los papeles y los desplegó, Qhuinn recorrió
todos y cada uno de los rasgos de ese hermoso y familiar rostro, las contracciones
de la frente, el endurecimiento… y luego el aflojamiento de la boca y la mandíbula,
la conmoción total y la incredulidad que remplazaron a la ira.
Mientras Blay volvía a leerlos, Qhuinn miró fijamente hacia los dos porta-
bebés, a los bebés en ellos y a los dos pares de ojos que comenzaban a cerrarse.
─Tienes mis derechos como padre. Ahora son tus hijos legalmente.
─El infierno que no. Estoy haciendo lo que considero necesario. ─Él señalo
hacia el papeleo─. Me declaré incompetente e incapaz… y ya sabes, el descargar un
arma de fuego en el dormitorio de tus hijos es un buen argumento para ganar. Y
Saxton hizo la investigación de la jurisprudencia. Lo llevamos a Wrath y él lo apro-
bó.
No así de fácil, por supuesto. Pero al final de la noche, ¿qué podría hacer
el Rey? Especialmente cuando Qhuinn le explicó la razón de ello.
─No puedo creerlo… ─Blay sacudió de nuevo la cabeza─. ¿Qué tiene que
decir Layla sobre esto?
─Ella es su mahmen.
Blay sólo miraba la documentación. ─De verdad no puedo creer que hicie-
ras esto.
Hizo una pausa antes de recoger los portabebés. ─A menos que quieras ve-
nir conmigo ahora.
─Bien, espero verte mañana. Ven antes si quieres ver a tus hijos antes de
que se los lleven.
Sabía que era mejor no sugerir que Blay pudiera querer verlo.
CINCUENTA Y UNO
161
Cadena de farmacias online.
J. R. WARD LA ELEGIDA
El doggen no había vuelto hasta las seis y la Primera Comida había sido in-
terminablemente larga...y ahora por fin, después de otra ronda de sexo, era libre:
ella se había quedado frita y se iba a quedar así porque le había colado siete Valium
de la botella de prescripción que tenía en el baño.
Todo ello formó un círculo a su alrededor, más bien como si fueran estu-
diantes ansiosos por ser llamados.
—Y tú también.
Con un análisis rápido, comprobó que había hecho todo correctamente has-
ta el momento.
Cautivante de verdad.
162
15.24 cm.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Sacudiéndose, se frotó los ojos y sintió que su miedo se reafirmaba. Pero
no había vuelta atrás… ni tampoco quería abandonar este ritual o lo que fuera. Iba
a volver a quién y qué había sido, e iba a liderar la raza con un ejército que le se-
guiría a él y sólo a él.
Jadeando por el dolor, apretó los dientes para no gritar mientras su visión
parpadeaba.
Throe olvidó todo sobre el olor y el dolor mientras veía una entidad emer-
ger ante él, los contornos de ella fluidos como el agua, su cuerpo sin forma, sin ros-
tro y transparente mientras ascendía de las sombras arrojadas, creciendo más y
más grande...
La sombra se giró y el arma fue recuperada del suelo, agarrada por una
rama de un conjunto más grande que era algún tipo de brazo. Y entonces la entidad
simplemente esperó, como si estuviera preparada para otra orden.
Cuando Throe señaló a la cama, la cosa se movió con la velocidad del rayo,
tan rápido que sus ojos apenas lo pudieron seguir, su cuerpo alargándose y luego
chasqueando como una banda de goma.
163
30.48 cm
J. R. WARD LA ELEGIDA
—Un ejército, —dijo Throe con una sonrisa que le hizo cosquillear los col-
millos—. Sí, un ejército de estos lo hará muy bien.
J. R. WARD LA ELEGIDA
CINCUENTA Y DOS
De pie en la sala del personal de Sal’s, Therese estaba cansada, pero satis-
fecha al final de la noche. Eran alrededor de la 1 a.m., y tenía sus mesas recogidas
y sus propinas recolectadas y una chaqueta de repuesto para llevarse a casa, ella
estaba feliz con la forma en que las cosas habían ido. Había fallado tres órdenes,
pero no del todo: un lado había sido incorrecto, un trozo de carne asada había sido
medio en lugar de medio hecho, y había confundido un semifreddo164 con un tirami-
sú.
Había tenido ocho de cuatro llenas, una de seis y tres parejas. Lo que ha-
bía sido increíble para las propinas. Si esto seguía adelante ella iba a estar fuera
de esa casa de habitaciones a mediados de enero. Todo lo que necesitaba hacer era
ahorrar para el depósito y el primer mes de alquiler por algo a medio camino de
decente y ella estaba lista para irse… sin gastos de mudanza; no era que poseyera
mucho.
—Lo hiciste bien. —Él sonrió de vuelta—. Vamos a tomar algo. ¿Te gustaría
unirte a nosotros?
164
tipo de postre semi helado, tiene la textura de una espuma helada porque suele producirse uniendo
dos partes iguales de helado y nata montada.
J. R. WARD LA ELEGIDA
—Es tomar algo, quiero decir, no una cita. Ya sabes.
—¿Estás listo, E?
No había mostrado mucho interés por Therese, pero estaba claro a quién
estaba cuidando. Emile asintió con la cabeza. — ¿Bien?
—Adiós, Emilie.
Tenía que admirar a aquellos humanos que estaban fuera durante tanto
tiempo.
Paró en seco.
—Eres tú, —susurró ella mientras levantaba la vista, hacia arriba, hacia la
cara del macho que había estado en su mente constantemente desde la noche ante-
rior.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Trez, la Sombra, el hermano del dueño, la devastadora y atractiva fantasía
en la que ella había estado ocupada, llenaba la puerta como ningún humano podría,
sus amplios hombros ocupando todo el espacio vacío, su increíble altura llevando su
cabeza casi a la parte superior de la puerta. Estaba vestido con un traje gris oscu-
ro que mostraba el color profundo de su piel y una camisa blanca que parecía brillar
como la luna sobre la nieve.
Y eso la hizo preguntarse si su labio inferior era aún más suave de lo que
recordaba.
—Bueno... hola.
Trez cambió su peso y metió las manos en los bolsillos. — ¿Has tomado algo
para comer?
—Ah, no. Quiero decir, probé los platos al principio de la noche, pero... no.
—Sí.
—No soy un tipo de mujer elegante. Básico está muy bien para mi.
Bien, bien, tal vez eso era exagerado, pero su pecho de repente estaba
cantando y su cabeza estaba burbujeante como una copa de champán.
165
Cadena radial fundada en 1990 en 1990, Washington D. C., Estados Unidos.
166
Cantante de Rap, Hip hop, R&B contemporáneo
J. R. WARD LA ELEGIDA
—Estaba tan preocupada que no iba a ser lo suficientemente buena. Real-
mente necesito el trabajo, y los otros dos que estaba mirando no pagaban tan bien.
Oh, mierda. La verdad era que no se iba a permitir ser más vulnerable a
nadie por ninguna razón. Pero eso iba a sonar muuuuuuuuy defensivo y extraño en el
contexto actual.
Y él está al tanto del baloncesto, pensó con asombro. Este hombre era
verdaderamente como un unicornio.
Fantástico.
—Así que las especialidades aquí son los pasteles, el café y las patatas, —
dijo Trez mientras se sentaban en la parte trasera junto a una señal de salida. Y—
patatas fritas. Hacen una buena hamburguesa también. Ah, y el chili es genial.
167
Syracuse Orange - Equipo de baloncesto de la Universidad de Siracusa, Nueva York.
168
Serie de TV estadounidense de comedia.
J. R. WARD LA ELEGIDA
—Me olvidé, también hacen un Reuben169 increíble. También el roast beef.
—¿Tienes un restaurante?
Inclinando la cabeza, asintió. —Sabes, puedo ver eso. Te ves elegante y so-
fisticado.
Su camarera se acercó a la mesa con un par de aguas que casi lanzó sobre
ellos.
169
Sándwich a la plancha elaborado con corned beef, chucrut, queso suizo, y Russian dressing. Servido
generalmente con pan de centeno aunque tradicionalmente se ha empleado el pan pumpernickel.
J. R. WARD LA ELEGIDA
La camarera movió los ojos en dirección a él. Luego asintió con la cabeza
como si estuviera golpeándole con los nudillos en su mente. —De eso estoy hablan-
do.
—Por lo menos los humanos que están sirviendo cerca de las dos de la ma-
ñana tienen otras cuatro horas antes de que puedan volver a casa, en cualquier ca-
so.
Ellos charlaron hasta que la mujer regresó con las Coca-Colas y luego in-
mediatamente les dejó solos otra vez.
—Oh, sí, siempre he sido fanática de los aros170. Spartans171 por siempre.
Enorme fan de Izzo172. —Therese tomó un sorbo de su refresco y tuvo que recos-
tarse con un gemido. Oh, el hielo frío, el dulce y la carbonatación. —Esta es la me-
jor Coca-Cola que he tomado.
Cierto. Y luego también estaba el hecho de que este tipo increíble estaba
sentado al otro lado de la mesa.
Cuando los ojos de él se dispararon, pensó, ¡oh, mierda! ¿Lo había dicho en
voz alta?
De repente, esa mirada oscura se fue a otra parte, vagando por el interior
lleno de mesas y sillas vacías.
170
Hace referencia a las canastas de baloncesto.
171
Equipo varonil de baloncesto.
172
Tom Izzo es un entrenador de baloncesto estadounidense con una larga carrera en el banquillo de la
Universidad de Michigan State, entrenador de los Spartans de Michigan.
J. R. WARD LA ELEGIDA
—Lo siento, —murmuró. —Eso no es asunto mío.
—Es, ah, está bien. Sí, supongo que podrías decir que el amor no funcionó
para mí.
—No puedo imaginar por qué ninguna hembra dejaría a personas como tú.
—Con una mueca de dolor, cerró los ojos y sacudió la cabeza. —De acuerdo, voy a
dejar de hablar ahora o seguiré metiendo la pata.
—Hey, tengo una idea. Me gusta ser proactiva acerca de las cosas, así que
¿podemos simplemente culparme toda esta comida por estar agotada? Sabes, ¿dis-
culpar todo lo que sale de mi boca de antemano? Creo que ambos nos sentiremos
mejor cuando termine.
—No.
Cómo responder a eso. —Sí, —dijo ella. —Mi mahmen y mi padre están
muertos.
—Oh, Dios, lo siento mucho. —Parecía muy sincero, sus labios se estrecha-
ron, sus cejas cayeron. —Eso tiene que ser tan difícil.
—Hablemos de algo alegre. —Ella se crujió el cuello y luego sonrió con de-
terminación. —Sabes, todo lo demás, no las familias y los amores pasados que no
funcionaron.
—No es justo.
—Por supuesto.
—Eres dulce.
—Buen pivote.
—Esa es una manera muy hábil de decirme que me ocupe de mis propios
asuntos.
La camarera gruñó, pero Therese supuso que tenían suerte de que no hu-
biese vaciado los platos laterales de papas fritas en la cabeza.
—Pero ¿cuánto costará algo así? —Ella negó con la cabeza. —No tengo el
depósito ahorrado y no podré pagar...
—Lo siento, pero tengo que hacerlo. Estoy cuidando de mi misma, recuerda.
En ese momento, Therese estiró la boca y dio un mordisco. Oh, siiiiiiii, ha-
blando del cielo. Y el centeno era suave como el pan de molde, pero con un sabor
fuerte que podía competir con el Russian dressing173.
173
Típica salsa/aliño americana.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Mientras él comía su hamburguesa, estaba impresionada con sus modales
en la mesa. Nada descuidado o apurado, y un montón de servilletas limpiándose.
También se las arregló para no derramar nada en esa chaqueta, que era muy impre-
sionante.
—Sí.
—Bueno, son preciosos. —Y apostaría que lo que hay debajo de esa camisa
es aún mejor…
—Está bien. —Sus ojos se dirigieron a su boca. —No te preocupes por eso.
—Pero ¿qué pasa con el depósito, el primer y último mes de alquiler y…?
—Ellos prepararán un plan para ti. Ya sabes, para los pagos. —Se encogió
de hombros. —Mira, esto es sólo miembros de la especie cuidándose los unos a los
J. R. WARD LA ELEGIDA
otros. Tenemos que permanecer juntos en este mundo. Entre los humanos y los les-
sers, estamos superados en número.
La camarera volvió, reemplazó las Coca-Colas con otras nuevas y lanzó dos
platos de postre con porciones gigantescas de tarta de manzana sobre ellos. A la
moda. Luego sacó su cuaderno de pedidos de la vieja escuela y arrancó la cuenta
como si hubiera insultado a su madre.
—La tarta es por cuenta de la casa. —Ella asintió ante la chaqueta de The-
rese. — ¿Trabajas en Sal's?
—No tengo ningún problema con las personas que son cortantes porque es-
tán haciendo un dinero honesto por un trabajo de turno honesto.
Ella bajó los ojos. —Gracias. —Y entonces ella lo miró de inmediato. —Pero
pago todo yo misma. No quiero ningún descuento ni nada. Soy como cualquier otro
inquilino, ¿de acuerdo? Prefiero quedarme donde estoy y ser agredida que...
—Es cierto. —Ella se adelantó y cogió la cuenta. —Y sobre esta cuenta, voy
a pagar esta comida y vas a dejarme, gentilmente.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Cuando él abrió la boca, ella fingió poner una mano sobre su corazón. —Oh,
eres tan agradecido. Realmente, es mi gusto y una gran manera de pagar tu amabi-
lidad. Y ya sabes, que puedo decir, me encanta un macho seguro que puede permitir
que una hembra sea su igual. Es muy sexy.
—¿Qué?
Therese empezó a sonreír. —Espera que llegues al pastel. Creo que los dos
lo vamos a adorar.
J. R. WARD LA ELEGIDA
CINCUENTA Y TRES
Y cuando miró por encima del hombro, uno a uno aparecieron sus machos:
Zypher, Balthazar, Syphon y Syn. Cuando todos estuvieron de pie frente a él, sin-
tió un momento de orgullo, porque los había reunido por elección, escogiendo entre
todos los que estaban en el campo de guerra a los que él consideraba los mejores
de los mejores. Este grupo de combatientes lo había seguido en innumerables bata-
llas, y juntos habían superado a tantos asesinos, sus muertes serían imposibles de
contar…
Zypher dio un paso adelante, claramente preparado para hacer una especie
de declaración para todos.
Uno por uno, los otros machos repitieron la promesa de fidelidad, una ce-
remonia que habían hecho hace tantos años atrás, en un bosque del Viejo País.
Syn fue el último en salir, tal como lo había sido durante el primer jura-
mento… y después de haber tomado parte y quedarse de pie otra vez… tomó algo
de su espalda.
Cuando Xcor vio lo que era, se quedó momentáneamente mudo. Pero enton-
ces él pasó su propia lengua por encima de la herida en su palma para sellarla... y
estiró el brazo hacia lo que se le estaba ofreciendo.
Era su guadaña. La que lo había protegido contra los machos del Bloodlet-
ter en ese bosque. La que él había reclamado y utilizado como suya durante siglos.
La que era tanto una parte de él como sus brazos o sus piernas.
Zypher miró a los otros y luego habló. ─En la escuela de Brownswick para
chicas. Era el único resto que hemos localizado de ti.
Xcor movió su peso hacia atrás y giró la gran cuchilla alrededor. Era un
viejo hábito alegremente renovado, y con la forma en que se movía bajo su poder...
era la prueba de que el agua no era lo único que podía existir en diferentes esta-
dos.
Una hoja en las manos adecuadas también podría ser tanto un sólido como
un líquido.
─Y luego iremos a casa ─dijo Zypher. Como si eso fuera otro inalterable.
Los Destinos sabían que tenía suficiente para lidiar con lo que era.
─PTI, no te oigo negando que fuiste tú. ¿Estaba Qhuinn contigo o decidis-
te salir solo después de él?... Y antes de que me digas que sea una buena hembra y
que me ocupe de mis malditos problemas, yo estaba allí cuando Xcor se arrodilló y
besó el anillo del Rey. Le vi hacer el juramento y sé muy bien que Wrath les dijo a
todos que se aseguraran de que estaba a salvo. Pero no escuchaste, ¿verdad? Pien-
sas que eres más importante que eso…
Tohr levantó las manos. ─¡Oh! Bien, bien, bien, te enamoraste de un ase-
sino, de un ladrón y de un traidor, y repentinamente toda esa mancha se limpia,
todos esos pequeños detalles felices que van en un ¡puf! ¡Porque te has enamorado!
Bien, bueno saberlo, borraré el hecho de que Wrath casi murió delante de mí por-
que quieres chupar la polla de algún macho...
Ella le dio una bofetada tan fuerte que sintió el escozor hasta el antebra-
zo. Y no sintió ningún arrepentimiento en absoluto después.
─Te recordaré mi puesto, ─le espetó—. Te guste o no, he sido una Elegida
y no me faltarás el respeto. Me he ganado el derecho a través de mis años de ser-
vicio a ser tratada mejor que eso.
Tohr ni siquiera parecía darse cuenta de que lo había golpeado. Sólo se in-
clinó hacia delante y descubrió sus colmillos. ─Y yo puedo recordarte que es mi
jodido trabajo proteger al Rey. Tu vida amorosa no me interesa en lo más mínimo
una buena noche. ¿Cuándo está en conflicto conmigo mantener vivo a un macho de
valor como Wrath? Te masacraré a ti y a tus preciosos delirios más rápido que una
sangría arterial para resolver este problema.
—Tú… —le golpeó de nuevo con el dedo—, …eres el que va a ser un asesino
si lo matas y Qhuinn también.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Ella esperó a que él negara que Qhuinn estuviera involucrado. Y no se sor-
prendió cuando no lo hizo.
Tohr se encogió de hombros. —Tengo una orden ejecutiva que dice que
puedo ser el que lo meta en su tumba.
—Lo cual claramente fue revocado. —Sacudió la cabeza y puso las manos
en las caderas—. No sé de qué estás hablando, pero esto claramente no tiene nada
que ver con Xcor...
—¡Mierda! Wrath siguió adelante. Wrath era el que casi murió. Eres la
persona pendiente de lo que pasó, y es por eso que tiene que haber otra agenda en
el trabajo aquí. Si realmente fuera sobre Xcor y lo que hizo a Wrath, sería tanto
para ti como para él.
La furia de alto octanaje arrasó a través de sus venas. —Tú machista fan-
farrón. Guau. ¿Autumn sabe lo altivo que puedes ser? ¿O se lo ocultas a ella para
que duerma contigo durante el día?
—Llámalo como quieras. Etiquétalo como lo haces. Pero entre tú y yo, sólo
hay uno de nosotros que sabe de lo que está hablando.
Layla parpadeó una vez. Y luego dos veces. Y luego una tercera vez.
Sí, pensó. El que siempre se había sentido un poco perdido había encontra-
do su pie y su voz.
—Que te jodan Layla. Espero que disfrutes tu vida con ese imbécil tuyo.
Quiero decir, sólo puedo adivinar después de todo esta postura que vas a ir al Vie-
jo País con él… si vive lo suficiente para hacer el viaje. Sip, las hembras como tú…
dejarás a esos pequeños atrás y te marcharás con tu amante. ¿Y sabes qué? Será
sin duda la única vez en mi vida en la que piense que el abandono de los hijos de una
persona es una gran idea.
—Aléjate de Xcor.
CINCUENTA Y CUATRO
Hay veces en la vida en que podrías estar implicado en un accidente sin ha-
ber estado detrás del volante. Ni en la carretera. O ni si quiera estar convenien-
temente motorizado.
Es tu jodido hermano.
Tohr se tropezó, se dejó caer sobre el viejo sillón frente a la fría chime-
nea y cayó sobre los duros cojines. —No.
No tenía ni idea de cuánto tiempo llevaba sentado allí. Estaba tan ocupado
filtrando su vieja vida antes de que él viniera al Nuevo Mundo, cualquier fragmen-
to o chisme, cualquier pista...o… algo.
J. R. WARD LA ELEGIDA
—¿Cómo es que no lo sabía? —Sacudió su cabeza—. ¿Cómo es posible que
algo como esto haya sido un secreto?
—Sí. Por lo que yo entendí, él vivió con una cuidadora que lo odiaba sólo con
verle y lo trató terriblemente mal hasta que ella lo abandonó. — Hubo una pausa—.
Él me contó que lo encadenaron fuera de donde vivían. Como a un perro.
Tohr guardo silencio. Y mientras miraba al vacío, fue duro ordenar sus
emociones dentro de paquetes limpios como shock, tristeza, enfado y pena. Diablos
¿estar en shock era una emoción? Y mierda, no podía ni imaginar porque sentía
algo. No era como si él hubiese tenido una estrecha relación padre e hijo con
Hharm, así que ¿por qué el descubrir que su sire había tenido otro hijo le iba a im-
portar? ¿Y qué si era Xcor? No era como si hubiese una conexión ahí.
Ella movió su cabeza bruscamente. —No voy a pedir perdón por a quién
amo. De hecho, estoy agradecida por mi destino. Si me hubiese enamorado de otro,
no me hubiese hecho tan fuerte… y no hay nada malo en este mundo o en otros si
descubres tu propia fuerza.
—Haz lo correcto Tohr, —le dijo—. ¿Me oyes? Tienes que hacer lo correc-
to, asegúrate de que a Xcor no le hagan daño ahí fuera.
—No, pero puedes controlarte tú. Es una lección que estoy aprendiendo.
Layla volvió al rancho. Cuando ella entró por la puerta corredera, cerró y
escuchó. Xcor no había vuelto, eso estaba bien. Ella no quería que él supiera que
ella había descubierto quien le había disparado y tampoco quería que supiera que
ella había ido a confrontarse con el Hermano con su beneplácito.
Bajo hasta el sótano, fue al baño con la idea de tomar una ducha. Pero se
paró cuando se vio en el espejo sobre el lavamanos. Estaba aún vestida con la ropa
de Elegida que se había puesto cuando Xcor se fue, los pliegues blancos tan fami-
liares para ella como su propio pelo, su propio cuerpo.
En su corazón sabía que no se las volvería a poner. Habría otras hechas por
un sastre, estaba segura, eso le recordaría a ellas: un gran abrigo, incluso una man-
ta alrededor de su torso y rozándole en las piernas.
Pero ella no sería Elegida nunca más y no sólo porque la Virgen Escriba no
estuviera nunca más.
Todo era, cuando servías a alguien, cuando vivías un papel determinado por
otra persona...no podías volver a esa constricción una vez que averiguabas lo que
eras realmente.
Ella era una mahmen. Ella era una amante. Estaba orgullosa de ser una
hembra, una hembra fuerte, una hembra que diferenciaba lo bueno de lo malo, lo
familiar de lo extraño, la bondad de la maldad. Había pasado por dos partos y se
había enfrentado a un Hermano ahora mismo, e incluso ante el Rey si tenía que ha-
cerlo. Ella se podía equivocar y se podía haber confundido y quizás también se tro-
pezaba de vez en cuando.
Encontró sus ojos en el espejo, vio su cara como si fuera la primera vez.
Había pasado todos esos años esperando en el Santuario a ser llamada a su papel
de ehros, su existencia por una vez dictada y ya sin fundamento, donde no había
Primale al que gustar. Y entonces ella había caído y rebotado sobre la Tierra des-
pués de que ella y sus hermanas habían sido liberadas, caminando de puntillas tími-
damente en las maneras familiares de la vida moderna. Había pasado por la deses-
perada necesidad con Qhuinn, y entonces su ansiedad en el embarazo… durante el
cual su vida había sido partida en dos con Xcor. ¿Después de eso? El nacimiento
J. R. WARD LA ELEGIDA
que casi la mata y ahora la agonía de la separación de su familia... Y la aún pendien-
te pérdida de Xcor.
CINCUENTA Y CINCO
Yyyyyyyy, adiós.
Mientras Vishous eliminaba otro vídeo de YouTube pensó, sip, como cazar
peces en un barril. Y si fuera más fácil hackear esas cuentas, conseguirías palomi-
tas y Milk Duds174 gratis por tus esfuerzos. Otro. Y...otro. Y....otro.
Y otro, y otro...
Hombre, este usuario, vamp9120, era un peso pesado. Mucho contenido es-
taba atado a él.
V realmente debería haber estado por encima de esta mierda. Por otro la-
do, había estado ocupado viviendo la vida en vez de sublimar sus problemas a tra-
vés del deporte y de Internet.
174
Bolitas de caramelo recubiertas de chocolate.
J. R. WARD LA ELEGIDA
estaba en su lista de reproducción esta noche. "All there" de Jeezy y Bankroll
Fresh177. Jodidamente perfecto. Y mientras golpeaba los altavoces, tomó otro tra-
go de su Grey Goose con hielo, y consideró tomarse un descanso para poder liar
algo más de su tabaco turco. Después de eso, iba a agarrar otra botella de la media
docena que le había pedido a Fritz. Y luego iba a volver aquí para...
Sip, estaba hablando consigo mismo. Era lo que hacías cuando tu compañero
de piso, que estaba fuera de rotación igual que tú, se estaba follando a su hembra
pasillo abajo...y tú eras un imbécil aburrido en una silla de oficina en la parte delan-
tera de la casa.
La figura era Tohrment. Las balas venían de un asesino que estaba caído en
la esquina más alejada. Y la escena era directamente suicida.
175
Emisora de radio del rapero Eminem.
176
24K magic, es una canción de Bruno Mars.
177
Ambos son cantantes de rap.
J. R. WARD LA ELEGIDA
PAD, si hubiera querido recibir un disparo la única forma en la que habría
tenido más éxito sería si hubiese girado su propia arma hacia él y hubiese apretado
el gatillo.
Abruptamente, Vishous se frotó los ojos. Se inclinó aún más hacia el moni-
tor. Se preguntó si las imágenes no eran en el campamento cubierto de hierba.
Alguien más estaba disparando desde el edificio al otro lado del camino.
Sí... había una figura ahí arriba en el tejado y ellos... ajá, estaban inclinados justo
encima y cargando un montón de balas dentro de ese asesino que estaba tratando
de matar a Tohr.
No había sido un hermano, eso era seguro. V podría identificar a sus pro-
pios guerreros en un banco de niebla a una milla de distancia, y era fácil aislarlos
en este caso, a pesar de que el material estaba un poco granulado. Además, no ha-
bía ninguna manera de que uno de los suyos hubiese estado en otro lugar que no
fuera justo en el suelo con el hermano.
¿Así que quién cojones estaba ahí arriba? No un humano. No había ninguna
manera de que esas ratas sin cola se hubiesen involucrado en ese tipo de negocio
de ese tipo de forma. No tenían gallo en la pelea, así que ¿por qué arriesgarse?
Eran más propensos a llamar al 911 y ponerse a cubierto...
Cuando vio quién era volvió rápidamente al modo negocios. —Mi Señor, —
dijo con alivio mientras contestaba—. ¿Qué puedo hacer por ti?
Wrath fue al grano, una razón más para que te gustara el tipo. —Te nece-
sito. Ahora.
J. R. WARD LA ELEGIDA
—Roger a eso. ¿Dónde estás?
—Bien.
Mientras V colgaba, fue a borrar las imágenes y a cerrar, pero algo le dijo
que guardase la mierda, así que lo hizo. No era como que no tuviese espacio en su
disco duro.
Maldita sea, estaba tan jodidamente aliviado de tener algo que hacer.
Al igual que a primera hora de la tarde, no le dijo a nadie que se iba, pero
esta vez era porque Butch y Marissa estaban ocupados. Pero le lanzó un mensaje
de texto a su mejor amigo...y luego pensó en mandarle otro a Jane.
Mientras sus ojos se alzaban hacia los suyos, odió la tristeza en ellos, es-
pecialmente porque sabía que él era la causa... y no por primera vez desde que la
dejó antes, se despreció a sí mismo y a las situaciones en las que la había puesto.
El Rey se encogió de hombros. —Como quieras. Así que Xcor, ¿tienes una
respuesta para mí?
—Aye. —Xcor miró a Vishous, que observaba cada movimiento que hacía
con esos ojos de diamante—. Y me temo que no os va a gustar.
—Dijeron que no, ¿eh? Qué pena. —Ahora el Rey miró al Hermano—. Su-
pongo que esto significa que vamos a la guerra.
Hubo un tenso silencio y Xcor pudo sentir a Layla ponerse tensa a su lado.
No trataría de decirle que se fuera sin embargo. Ella no se apartaría de él más de
lo que lo harían sus soldados.
Así que así es como se sentía la paz, pensó mientras se quitaba el otro
guante. Cuando alcanzó la mano de Layla pareció adecuado que no fuera con la mano
con la que usó la daga.
Wrath cruzó los brazos sobre su pecho y Xcor tuvo que respetar el tama-
ño y la musculatura del macho. Era enorme y mortal y sin embargo su cerebro lo
civilizaba.
La mano del Rey se disparó tan rápido que el ojo apenas pudo seguirla, y de
alguna manera incluso sin vista alcanzó su trayectoria correctamente, sujetando un
agarre en la garganta de su guerrero. Ni siguiera miró en la dirección de Vishous,
su enfoque permaneciendo en Xcor.
—No te encanta cuando la gente sabe cuál es su lugar, —dijo Wrath a Xcor
con fuerza—. Cuando comprenden esos momentos en los que necesitan mantener
cerradas sus putas bocas.
Wrath soltó su agarre. —Como he dicho, eso es suficiente para mí. Pero
como puedes ver, mis chicos van a requerir una mayor prueba de concepto. —El Rey
tocó el lado de su nariz—. Puedo olerte. Sé que esto es lo que crees y con nuestros
conflictos pasados a un lado, no creo que seas un jodido idiota...ni tampoco creo ni
por un instante que pondrías a esos machos tuyos en el camino de la muerte.
—Lo hizo una vez, —dijo Vishous con una mueca de desprecio_. Así es como
Throe terminó con nosotros.
—No vas a tener ningún problema con eso, ¿verdad? —Le preguntó Vishous
a Xcor.
J. R. WARD LA ELEGIDA
—No, —se encogió de hombros—. Ese macho sigue su propio camino y es
incompatible con el tuyo y por lo tanto con el mío. Cómo elijas abordar eso es cosa
tuya.
—Entonces eso también está resuelto. —Wrath sonrió, revelando sus tre-
mendos colmillos—. Pero como estaba diciendo, mis muchachos van a necesitar al-
guna prueba. Así que vamos a tener una buena ceremonia de juramento a la antigua
con testigos.
—Pensé que ibas a hacer esto de uno en uno, —dijo Vishous en voz ba-
ja...mientras enfáticamente salía del rango del estrangulamiento.
Layla giró sobre Xcor. — Por qué no les dices cómo fuiste disparado ano-
che. Y por quién.
Xcor encontró la mirada ciega del Rey y proyectó confianza. —No, no lo hi-
cieron.
En ese momento estaba agarrando la mano de Layla tan fuerte que estaba
seguro de que debía estar haciéndole daño, así que aflojó el agarre. Pero rezó para
que ella se quedara callada.
—Estaremos ahí a las doce y cuarto. Los veré a media noche y tendremos
que ir donde vosotros.
—Van a matarte, —dijo Layla con voz marchita—. No vivirás hasta el final
de la reunión.
—¿Importa?
No, supuso él, no lo hacía. —¿Por qué no dijiste algo? —Le rogó ella.
—Xcor, necesitas...
—Te amo, —susurró ella cuando finalmente inclinó la cabeza hacia atrás
para más de su beso—. Siempre.
Con eso, selló sus bocas e intentó olvidar que el tiempo se estaba acabando
para ellos. Era difícil no recordarlo sin embargo.
CINCUENTA Y SEIS
El Rey se dio la vuelta y estaba tan furioso que salía humo proverbial de
sus orejas. ―Dile a ese hijodeputa que suba a mi estudio.
Sin embargo saltó hacia adelante sujetando el brazo del Rey. ―Cierra la
boca, ―murmuró antes de que Wrath pudiera apartarlo—. ¿Quieres una herida en
la cabeza además de toda esta mierda?
Era como acurrucarse con hielo seco, el humor del Rey era tan malo que
volvió el aire a su alrededor aún más ártico. Pero al menos V fue capaz de llevar al
tipo dentro a través del vestíbulo y salir al otro lado del hall. Sin embargo sabía
que debía seguir aguantando.
Wrath descubrió sus colmillos y siseó. ―Entra allí, no vamos a hacer esta
mierda en público.
Cuando Tohr se puso de pie y cumplió con la orden, V no pidió permiso para
unirse a ellos, caminó justo detrás de Wrath, cerró las puertas y se echó hacia
atrás, sujetando los picaportes juntos.
No, veamos, Tohr era el pegamento que unía a la Hermandad, excepto por
ese tiempo justo después de que Wellsie hubiera sido asesinada, siempre era el que
estaba firme y seguro, la fuerza calmante que había mantenido las cabezas de la
gente juntas.
―¿Por qué? ―dijo― ¿Qué mierda es eso tan grande con Xcor? ¿Por qué no
puedes dejar esta mierda correr?
―Lo haré, ahora. Eso es todo lo que importa. No tengo… interés en come-
ter asesinatos.
―¿Qué ha cambiado?
Tohr negó con la cabeza. ―Nada importante. En el gran esquema de las co-
sas.
Algo resonó en la cabeza de V, pero no podía decidir qué, hombre, era jo-
didamente irritante, pero estaba cansado y no sólo porque su cuerpo estaba agota-
do por la falta de sueño.
―Lo sé, ―Tohr se acercó al fuego y se quedó mirando las llamas—. Yo, ah,
mi Wellsie tendría doscientos veintiséis años hace tres noches. Mi bebé que lleva-
ba tendría dos años y medio. Creo que eso me está ocurriendo.
Tohr hizo una reverencia. ―Como quiera mi Señor. Autumn y yo nos ire-
mos...
Fuera del estudio del Rey, Tohr hizo una pausa cuando su hermano V cerró
las puertas y lo miró duramente.
―No puedo controlar a Qhuinn, nadie puede. Todos lo vimos hace un par de
noches, ¿no?
―Entonces hazlo.
―Necesitamos hablar.
―Espera, así que Xcor corrió como un puto cobarde al Rey y...
Tohr sacudió la cabeza. ―No lo hagas Qhuinn. Puedo estar fuera, pero tú
estarás allí mañana por la noche.
― ¿Por qué coño me importa eso? ―el hermano llevó la botella al baño y
volvió secándose las manos con una toalla― Los chicos de Xcor quieren reunirse y
joder con ese bastardo, no es asunto mío.
Lo único que quería era encontrar a Autumn y hablar con ella, decirle que lo
sentía... pero que por cortesía de su pobre sentido en la toma de decisiones ten-
drían que encontrar otro lugar donde vivir.
―No lo hagas, ―se oyó decir—. Por favor, lo he dejado ir, tú también ne-
cesitas dejarlo ir.
―No tengo que hacer una mierda. ―El hermano señaló a las cunas—. Ex-
cepto cuidar de esos dos y tratar de convencer a Blay de venir a casa conmigo y
con ellos, eso es todo lo que le debo a cualquiera.
Tohr se volvió para irse pero luego se detuvo. ―Casi fui padre una vez, era
un trabajo que esperaba, por el que rezaba. Haría casi cualquier cosa para estar
donde estás ahora con esos bebés tuyos. El sacrificio es relativo... y tienes mucho
que perder frente a un macho que realmente no tiene mucha importancia en tu vida
a largo plazo. No seas un gilipollas en esto hermano, no lo hagas.
J. R. WARD LA ELEGIDA
CINCUENTA Y SIETE
Cuando un grito sonó detrás de él, Throe giró sobre sus zapatillas de ter-
ciopelo. ─Oh, hola cariño. Te levantaste temprano.
De pie sobre ella, notó que ella estaba con ese camisón baby-doll que le
gustaba, aquel con el corpiño de encaje y la falda flouncy178 que llegaba justo por
debajo de sus bragas.
─Bueno, esto está simplemente bien. ─Miró alrededor de la muy bien equi-
pada habitación—. Sabes, creo que me mudaré aquí. Una vez que nos deshagamos
de ese colchón.
Excepto que entonces pensó en los doggen en la casa. Había por lo menos
catorce de ellos.
Era una buena suposición que él podría funcionar como una puta aspiradora.
Iban a necesitar más de ellas, sin embargo. Throe había comprobado El Li-
bro para ver si había algún tipo de reproducción que pudiese llevarse a cabo con las
sombras, pero parecía que si Throe quería un ejército, iba a tener que hacerlos uno
por uno. El camino difícil.
178
Falda corta a mitad del muslo, como las que usan las tenistas.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Muy inconveniente. Y su mano seguía recuperándose de su punzante herida.
Throe levantó las palmas de sus manos... pero cuando casi las frotó, se de-
tuvo. Uno no quería convertirse en una caricatura de un villano. Era bastante inde-
coroso.
─Vamos, ─dijo con una voz aburrida a la sombra—. Tenemos que limpiar la
casa primero. Y debo insistir en que lo hagas con cierta cautela esta vez. No quiero
arruinar ninguna de las obras de arte o tejidos. Además, cualquier lío que hagas,
vas a tener que ordenarlo.
Con eso, el par se dirigieron juntos hacia las escaleras y al doggen que es-
taba haciendo su trabajo abajo.
CINCUENTA Y OCHO
—¿Qué?
—¿Hubiera qué?
Mientras él exhalaba, sus ojos se cerraron. —Ojalá todo hubiera sido dife-
rente. Ojalá que esa noche, hace tanto tiempo, hubiera escogido otra fogata para
visitar, otro bosque para atravesar.
—Yo no. Porque si no hubieras ido allí, dondequiera que estuvieras, nunca
nos habríamos conocido.
J. R. WARD LA ELEGIDA
—Tal vez ese hubiera sido el mejor curso.
—Tal vez en el futuro, —susurró ella—, después de que Lyric y Rhamp ha-
yan crecido y vivan por su propia cuenta, ¿podría ir a buscarte? Una vez finaliza-
das las transiciones y…
Incluso cuando ella quería discutir con él, sabía que tenía razón. Iban a pa-
sar décadas antes de que los bebés fueran verdaderamente independientes, y
¿quién sabía cuál sería el estado de la guerra entonces? Si Rhamp seguía los pasos
de su padre y se convertía en un Hermano, Layla no descansaría mientras estuviera
en el campo de batalla, incluso si estuviera en el mismo Caldwell. ¿Sobre un océano
entero? Ella no podía entenderlo.
—Pero tal vez haya otra solución. — Aunque no podía imaginar lo que podría
ser—. ¿Qué tal si…?
Pero eso nunca sucedería, pensó ella. La furia de Qhuinn no conocía fron-
teras ni límites de tiempo. Algunas cosas, como la tinta sobre pergamino, eran inde-
lebles.
Cuando empezó a empujar dentro de ella, pensó en el sexo que habían teni-
do durante las horas de luz del día. Su entrenamiento de ehros había salido a la luz
de maneras que lo habían escandalizado, excitado… y sorprendido, y no se había
quejado. Pero eso no quería decir que hubiera sido un momento feliz. Para los dos,
las horas habían tenido una desesperación, una carrera por las caricias, besos y
penetraciones, tanto como se consumía rápidamente lo que estaba en un plato a
punto de quitar.
Y sin embargo, ahora que Xcor encontraba su ritmo y ella se hacía eco con
el suyo, se trataba de una forma diferente de hacer el amor. Esto no era ni siquie-
ra sobre el sexo de por sí.
Esto era lo más cercano que sus almas podrían fusionarse las partes del
cuerpo secundarias a sus corazones que estaban unidos.
Bastante indistinguible.
Pero no, agregas ese labio de liebre y consigues un traidor. Que realmente
no era tan traidor como resultó…
—Hola.
Cuando V oyó una voz desconocida, levantó la cabeza. Jane estaba de pie
frente a él, con su bata arrugada, los Crocs manchados de sangre, el cabello pegado
hacia arriba como si estuviera tratando de alejarse de su cerebro. Parecía rendida,
gastada, arrastrada por un agujero de rata.
V silenció el timbre y no oyó nada más que el corazón latiendo. —No es na-
da importante.
Ella frotó sus adoloridas sienes. ─No puedo decirte cuán difícil es. Viendo
el sufrimiento y no poder hacer nada al respecto.
—Nada. Sólo déjame ir a dormir. No puedo recordar la última vez que des-
cansé. —Ella lo miró—. Incluso los fantasmas necesitan una recarga mientras se
encienden.
Ella dijo algunas otras cosas y él también, nada trascendental, todo logísti-
co, como cuando él se iba hacia adelante, cuando ella iba hacia atrás.
—¿Qué?
—Te amo, —dijo ella—. Lamento que no hayamos podido pasar mucho tiem-
po juntos últimamente.
J. R. WARD LA ELEGIDA
—No importa.
Era muy consciente de que ella quería decir eso de forma tranquilizadora,
en plan nuestra-relación-es-sólida, y mientras asentía con la cabeza, también era
consciente de que tomaría su aparente afirmación en la misma línea.
Sin embargo, mientras ella se iba sola hacia su dormitorio, él sabía que es-
taba de acuerdo con la declaración de una manera completamente diferente.
CINCUENTA Y NUEVE
Como, ya sabes, intentar una conversación civilizada, o hacer algo más que
respirar.
Corriendo, abrió la puerta como si estuvieran las Girl Scouts con las hojas
de pedido de las Do-si-dos179 en el otro lado.
Blay estaba de pie allí en el pasillo y se veía tan comestible que era casi
ilegal, su cuerpo revestido de cuero y las armas… que pasó a ser la vestimenta fa-
vorita de Qhuinn. Aparte de en pelotas.
179
Tipo de galletas que venden los Scouts puerta a puerta.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Hombre, si fuera más suave, sería una lija.
—Sí.
Al sacar los documentos que Saxton había preparado, Qhuinn sintió que se
le caía el corazón. No tenía mucho que ofrecer aparte de sus propios malditos hi-
jos. Si Lyric y Rhamp no pudieran acercar al macho, nada lo haría…
Por una fracción de segundo, Qhuinn no pudo descifrar las sílabas. Y en-
tonces cuando calaron, estaba seguro de que debía haberlos oído de manera inco-
rrecta.
Qhuinn saltó y cruzó la distancia entre ellos más rápido que un rayo. Pero
le pararon unos fuertes brazos antes de que pudiera besar al tipo.
—Sea lo que sea, estoy de acuerdo con todo. Cualquier cosa, todo, estoy
dentro.
—No sé si puedo hacer eso Blay. —Qhuinn levantó las palmas—. No estoy
siendo un idiota. No lo soy realmente. Es sólo que... yo me conozco. ¿Y después de
ponerlos en peligro así, y mentir durante tanto tiempo para cubrirlo? No puedo
perdonar eso, ni siquiera por ti.
—Creo que necesitas concentrarte más en quién es Xcor que en lo que ella
hizo.
—Qué diablos, Blay… ¿cómo puedes hacer que tú y yo nos preocupemos por
ella?
180
Groundhog Day (Atrapado en el tiempo en España) cuenta la historia de un meteorólogo que sin
razón aparente debe revivir el día anterior una y otra vez.
J. R. WARD LA ELEGIDA
—Lo estoy haciendo por esta familia. Ellos dos… —señaló los moisés—… y
nosotros tres. Somos una familia, pero sólo si nos mantenemos unidos. La sangre
significa mucho y después de que tus padres te echasen, tú sabes esto de primera
mano. Si no podemos, si no puedes, perdonar, amar y seguir adelante, entonces tú y
yo no vamos a durar, porque no voy a sentarme y fingir que estoy bien con que es-
tés resentido con tu pobre hija sólo porque ella se parece a su mahmen. O esperar
hasta que haga algo que no puedas superar. Me desafiaste a perdonarte por lo que
hiciste y lo he hecho. Ahora espero que hagas lo mismo por Layla.
Blay se volvió hacia la puerta. —Te amo con todo lo que tengo, y ¿cuándo
Layla y tú tuvisteis esos niños? Me disteis una familia completa. Y quiero que vuelva
mi familia, todo eso... y eso incluye a Layla.
Cuando Xcor se preparó para salir del rancho justo antes de la mediano-
che, dejó que su shellan revisara los cierres del chaleco antibalas. Ella era muy
concienzuda, hasta el punto de tener la sensación de que si pudiera haberse atado
a su pecho, lo habría hecho.
Capturando sus manos, él besó las yemas de los dedos uno por uno.
Parcas, odiaba su angustia. Habría hecho todo para poder reemplazarlo por
alegría… sobre todo porque temía que sólo había más tristeza delante de ella. Si
sobrevivía esta noche, si la Hermandad se mantenía fiel a lo que Wrath quería, to-
davía estaban fuera del camino para su viaje.
—Me temo que no puedo dejarte marchar, —dijo ella con una sonrisa vaci-
lante—. Me temo... que no puedo soportar que te vayas.
Cuando por fin retrocedió, miró sus pálidos ojos verdes. Su color favorito.
¿Quién sabía que tenía uno?
Allí había un viejo cobertizo, uno que era lo suficientemente grande para
un cortacésped, y lo suficientemente alto para los mangos de azadas y palas.
Con los cuchillos y las armas que ya tenía sobre él, estaba listo para la gue-
rra, sin importar quién la trajera, ya fuera lesser o Hermano.
Una, volver aquí para ver a Layla una vez más antes de irse.
Y dos, que Wrath tuviera tanto control como él parecía pensar que tenía
sobre la Hermandad.
SESENTA
Cuando le contó a su shellan lo que había pasado, y por qué, ella se había
entristecido. Era la primera vez, se dio cuenta, que de verdad la había defrauda-
do… y dado que todavía era un macho partido por toda la mierda de Wellsie, eso
realmente quería decir algo.
Al fin los dos tenían un lugar a donde ir. Xhex iba a dejarles pasar las si-
guientes dos noches en esa cabaña de caza suya… en la que él y Layla habían tenido
su enfrentamiento.
—Que me jodan.
Era difícil saber qué era peor. La espantosa música de los sesenta como
una cantinela a través de su materia gris, o el hecho de que se había despedido del
único trabajo que había hecho siempre, el que siempre había querido hacer, en el
que siempre había sido bueno.
Aunque vamos, ¿cómo de complicado podía ser trabajar con una freidora?
Tendría que buscarlo.
Wrath estaba allí de pie, se veía como el Rey que era, todo vestido de ne-
gro con esas gafas oscuras puestas. Tras él en semicírculo, la Hermandad, Blay y
John Matthew, estaban como si estuvieran esperando para la guerra, todos esos
machos armados y listos para luchar.
181
Letra de la canción “ound of silence
182
Antidepresivo.
J. R. WARD LA ELEGIDA
—Hola mi viejo amigo, —dijo Wrath mientras le ofrecía la mano—. ¿Quie-
res venir a la fiesta?
Wrath sólo se encogió de hombros. —Saxton está muy preocupado por las
políticas y procedimientos de recursos humanos. Aparentemente en estos momen-
tos tienes que advertir a alguien antes de hacer el equipaje. Ya sabes, traerlos,
entrenarlos, limpiarles el culo por ellos, ya sabes, esa clase de cosas. Antes de des-
pedirlos.
—Una polla entera que se larga, —intervino alguien—. No como media polla
como el resto de nosotros.
—¿Con qué?
Wrath se llevó una mano a la cara. —Jesús, ¡queréis parar! —dijo con ago-
tamiento, dejando caer el brazo—. Así que vamos a poner tu culo a prueba, ¿vale?
Genial, me encanta que podamos avanzar con esto.
Aturdido, pero cada vez menos confundido por un segundo, Tohr apartó los
ojos y se pasó un varonil pañuelo por ellos. Hace mucho, mucho tiempo, había sido
elegido para unirse a la Hermandad, y nunca se le había ocurrido que, excepto por
causa de muerte, se encontraría mirando desde fuera. Pero ciertamente se lo había
merecido y mucho más por lo que había hecho.
Naturalmente.
La Quince con Market era un buen lugar para esta reunión histórica y po-
tencialmente peligrosa decidió, el antiguo edificio agrícola adecuadamente desier-
to, con suficientes paneles rotos en su versión capitalista de un edificio que si tu-
vieran que pagar la fianza una vez que entraran sería un trato rápido para una serie
de salidas.
Fuera lo que fuera, sabía que no tenía que volver a casa por unas buenas
seis horas y que iba a hacer uso del tiempo.
Sólo cuando los móviles de cada uno sonaron anunciando que el interior es-
taba limpio, aparecieron cinco figuras, una a una, en el terreno vacío al otro lado de
la calle.
No tuvo que decirle a Rhage y Butch qué mierda hacer, y eso era por lo que
los quería. Los tres caminaron hacia adelante, cruzando sobre la nieve crujiente
antes de remontar el banco de nieve y caminar hacia el centro de la calle. Como si
la Banda de Bastardos tuviera el mismo libro de jugadas, también salieron de su
posición, sus grandes cuerpos moviéndose al unísono, sus armas desenfundadas,
pero no levantadas, Xcor en medio.
Esto se lo tomó aún como una mejor señal: Si esos muchachos estaban dis-
puestos a mostrar sus espaldas, había una especie de confianza aquí.
V juntó sus labios y silbó una breve ráfaga. Tan pronto como lo hizo, el pa-
nel metálico se abrió de golpe y John Matthew lo mantuvo abierto.
183
Aperitivos (T.O. Francés)
184
Cadena de grandes almacenes de lujo estadounidense.
185
Manicura y Pedicura.
J. R. WARD LA ELEGIDA
—Ahora caballeros, antes de que entre el Rey, me temo que voy a tener
que desnudaros. —Señaló el suelo de hormigón—. Todas vuestras armas aquí. Si se
comportan las recuperarán. Si no lo hacen, les haremos sangrar por todas partes.
J. R. WARD LA ELEGIDA
SESENTA Y UNO
Se suponía que debía mantener su posición por esta puerta occidental, pe-
ro no podía quedarse. Sus pies lo llevaron inexorablemente hacia delante, con los
ojos puestos en Xcor.
Un poco más cerca de su culo. Anduvo todo el camino hasta donde la Banda
de Bastardos se había alineado en el centro de la tierra baldía del almacén.
V se dirigía a ellos, la voz del Hermano resonaba a través del techo alto. —
Ahí mismo, —repitió mientras asentía con la cabeza.
En el fondo de su mente, Tohr sabía que esto iba a contar mucho. Si los
Bastardos se resistían al desarme o ser cacheados, entonces sería bueno apostar
que esto sería una emboscada de las proporciones del Caballo de Troya. Pero si
ellos…
Uno a uno, cada uno de los guerreros de Xcor cumplió con la orden, arro-
jando cañones y cuchillos a la losa de hormigón y pateándolos en dirección de
Vishous. Incluso Xcor sacó esa enorme guadaña de su espalda y se la envió a V.
Le tomó un momento darse cuenta de que Vishous estaba hablando con él.
—Voy a cachear.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Cuando el hermano asintió y Butch y Rhage miraron a los Bastardos como si
los machos hubieran lanzado granadas con los seguros quitados, Tohr caminó hasta
Xcor y lo miró los ojos.
Dios, ¿por qué no lo había notado antes? Tenía el mismo color que él.
Y esa mandíbula. Tenía la forma de la suya. El cabello oscuro. Ese labio fue
una distracción que hizo que no considerasen el resto, ¿pero ahora que él miraba
más allá de eso?
Tohr sintió que una mano pesada caía sobre su hombro. Y entonces la voz
de V fue fuerte en su oído. —Realmente prefiero que si alguien hace algo estúpido,
sea uno de ellos. No hagamos que sea uno de nosotros, ¿correcto?
Xcor lo miraba con calma, sin temor ni agresión: era un hombre resignado a
su destino, sin temor a lo que fuera antes de él, y eso tenías que respetarlo.
La pérdida de esa posibilidad había sido una cosa más para llorar.
Fue entonces cuando Tohr se dio cuenta de que no había bajado sus armas.
Pero antes de que pudiera rectificar eso, V dijo. —PTI, te haré saber que estás
vivo hoy por culpa de él.
—Espera, ¿qué?
J. R. WARD LA ELEGIDA
—¿Recuerdas cuando intentabas convertirte en un colador al entrar en una
lluvia de balas? Buenos tiempos. —V puso los ojos en blanco—. Hey, tengo una idea.
¿Por qué no se hacen amigos en Facebook y entonces podrás mirar el día en que
tengas una notificación de recuerdos con él en él? Bien hecho. Tan jodidamente
Hallmark. Ahora, desármalo o vuelve a tu puta posición.
Demasiado tarde para eso, pensó Tohr. Pero a la mierda, puede que nunca
volviera a tener esta oportunidad.
Tohr parpadeó y pensó en todo lo que habría perdido si hubiera muerto esa
noche. Autumn. La oportunidad de ser parte de esta paz negociada. El futuro.
No, era sólo Lassiter. El ángel caído había venido y eso no fue una sorpre-
sa. Él era como el vecino entrometido que estaba mirando por encima de la cerca en
cualquier momento en el que había drama.
Tohr volvió a concentrarse en esos ojos azul marino, tan parecidos a los
suyos. Y entonces bajó una de sus armas y volvió a poner la otra en su funda.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Alzando la mano de la daga, ofreció su palma.
Mientras las shitkicker del hermano iban al centro, todos los demás en to-
do el lugar de mierda contenían la respiración, pero Qhuinn no. El Hermano no iba a
ser estúpido. No estaba en su naturaleza para una cosa, y para otra, él tenía ho-
nor…
Pero, ¿qué mierda? ¿Cómo había conseguido ese metraje V? ¿Una cámara
de seguridad? ¿Algún ser humano al margen?
¿Qué importaba...?
—¿Para qué?
Hombre, pensó Qhuinn mientras medía los grandes cuerpos de los Bastar-
dos. Realmente no le gustaba que estuvieran tan cerca del Rey, aunque estuvieran
desarmados.
—Así que esto realmente va a pasar, ¿eh? —Qhuinn sacudió su cabeza ante
los Bastardos y la Hermandad de pie tan estrechamente juntos—. Nunca pensé que
iba a ver esta noche, te diré eso.
—Entiendo que el juramento que has hecho es para tu líder. Eso está bien.
Pero él me ha jurado lealtad, y como tal, eso os une a todos vosotros. ¿Hay algún
disentimiento aquí?
Uno por uno, los Bastardos pronunciaron un resonante no, y era obvio por la
forma en que la nariz de Wrath estaba ardiendo que el Rey estaba probando sus
olores.
El corazón de Qhuinn latía al mirar el rostro del macho. Aunque había una
gran distancia entre ellos, trazó esos rasgos, esos hombros, ese cuerpo. Se acordó
de los dos intercambiando golpes, teniendo esos asaltos en la Tumba.
Fue con la imagen de sus hijos en su mente que vio como Xcor caía de ro-
dillas ante Wrath.
Wrath sacó el diamante negro, el símbolo del trono, el anillo que había sido
de su padre y del padre de su padre antes.
Y luego lo soltó cuando Xcor bajó la cabeza, besó la piedra y dijo alto y
claro. —A ti te comprometo mi vida y mi sangre. No habrá ningún gobernante sobre
ti para mí y para los míos, ningún conflicto entre nosotros hasta que mi tumba re-
clame mi carne mortal. Este es mi juramento solemne.
SESENTA Y DOS
Las puertas del almacén se abrieron en rápida sucesión, ¡blam! ¡Blam! ¡Blam!
Y los asesinos estallaron en rápidos movimientos.
Y lo primero que hizo fue ir por Wrath. Con una rápida embestida, tacleó al
Rey y lo cubrió con su cuerpo.
186
Técnica usada para cargar a una persona sin asistencia, generalmente herida o inconsciente.
J. R. WARD LA ELEGIDA
¿Las buenas noticias? Supuso que estaban probando los ataduras de todos
esos malditos juramentos esta noche... y la mierda se estaba sosteniendo: Los Bas-
tardos estaban luchando contra los asesinos lado a lado con la Hermandad, y sí,
wow, ellos eran unos asesinos letales HDP todo bien.
—Perdóname mi Señor.
¿Huh? Cuando V miró hacia atrás, vio a Xcor agacharse justo al lado de
ellos.
—Pero esto no es seguro para ti. ─Con ese tono, el líder de los Bastardos
se apoyó en el Rey de todos los vampiros, atrapando los muslos de Wrath en un
abrazo de oso y jalando al tipo hasta el concreto. Lo que significaba que V estaba
de acuerdo con él…
…Y aterrizó tan duro sobre su cabeza que le oyó agrietarse y sintió un ate-
rrador adormecimiento irradiar por su cuerpo.
Con un gemido de dolor, V sintió que sus brazos se soltaban por su propia
voluntad; incluso mientras ordenaba que sus músculos permanecieran contraídos,
cayeron inútiles al hormigón
La cara de Xcor apareció por encima de la suya. — ¿Qué tan malo es?
Xcor sonrió un poco y luego agachó la cabeza mientras otra bala volaba. —
¿Fuiste tú, compañero?
187
Movimientos espasmódicos, mareos.
188
Presidente de la UFC y fan de Red Sox.
J. R. WARD LA ELEGIDA
—Ah, entonces tienes un cojonudo buen swing189. —Xcor se puso serio. —
Necesito moverte.
— ¿Wrath?
—Sí, la gente sabrá quién es ella. Sólo dile... no lo sé. Que la amo, supongo.
Cuando otra ola del enemigo entró a través de las puertas, Qhuinn salió co-
rriendo con su cuarto clip de balas… y mientras su semiautomática comenzaba a
hacer clic en lugar de disparar, maldijo y se golpeó así mismo contra la pared del
almacén.
189
El swing de golf es el movimiento que realizamos cuando golpeamos la bola y busca maximizar la
velocidad de la cabeza del palo al golpear la bola.
J. R. WARD LA ELEGIDA
del otro, los cuerpos retorciéndose y apilándose apestosamente en un obstáculo
que los demás debían retroceder para superar.
—Hijodeputa…
Justo cuando estaba a punto de intentar avanzar hacia el asesino que ha-
bía jugado a la clavija redonda en su agujero cuadrado, uno de los vampiros más
grandes y malvados que había visto, salió disparado desde el aire y abordó al lesser
en la pared. Y entonces…
Oh. Miiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii…
Cuando el Bastardo se volvió hacia Qhuinn, había una mancha negra que go-
teaba por su barbilla y su pecho y el tipo sonreía como si hubiera ganado una com-
petencia de Nathan's Famous.191
190
actor de televisión, director, autor y activista estadounidense.
191
Compañía norteamericana que posee restaurantes de comida rápida, especializada en la venta de
hot dogs.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Parecía ridículo que el tipo estuviera pidiendo algo tan sorprendentemente
civilizado.
— ¿Qué?
— ¡Cuidado!
Cuando un asesino vino hacia el Bastardo por detrás, Qhuinn entró en ac-
ción, saltando y cambiando el cuchillo de su mano dominante, que estaba atada a
este ahora maldito hombro.
Qhuinn acertó esa hoja justo en el orificio ocular del asesino ofensivo, y
entonces torció la empuñadura con tanta fuerza que la cosa se interrumpió y se
quedó en su nuevo agradable y acogedor hogar.
Qhuinn fue arrojado sobre un hombro que era del tamaño de una casa, y
luego hubo un accidentado viaje a sólo Dios sabía dónde.
192
Vino tinto italiano, uno de los más prestigiosos del mundo.
193
Pedazo de Mierda.
194
Best Friend For Live, que se traduce como Mejor Amigo para toda la Vida.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Hermanos, Bastardos ayudándose unos a otros, trabajando en conjunto, luchando
contra un enemigo común.
Las lágrimas brotaron de los ojos de Qhuinn cuando se dio cuenta de que el
luchador, el líder de los Bastardos, estaba al lado del otro, el único pelirrojo del
lugar.
Y cuando lo hizo, esa imagen del amor de su vida y del macho al que había
hecho enemigo se prolongaba, cruzando la barrera entre la realidad y los sueños.
J. R. WARD LA ELEGIDA
SESENTA Y TRES
En todo el tiempo que ella lo conocía, nunca lo había visto tan mal, su piel
era tan pálida que estaba gris, su aura había disminuido de tal manera que él era
solo una sombra de lo que había sido.
Él no respondía. Solo puso su cabeza entre sus manos y luego se dejó caer
en el mármol blanco como si hubiera perdido la consciencia.
Ella miró alrededor, preguntándose qué podía hacer. Quizás llamar a Amal-
ya…
En ese momento él rodó sobre su espalda y se quedó atónita al ver que las
lágrimas surcaban sus ojos y caían como diamantes sobre la piedra debajo de él.
—¿Qué está pasando? —susurró ella con terror—. ¿Qué hiciste ahí abajo?
J. R. WARD LA ELEGIDA
En respuesta, las palabras que salieron de él fueron murmuradas, tan bajo
que tuvo que inclinarse para tratar de entenderlas —La guerra tiene que terminar
y solo hay un camino para destruir al Omega. Fue una profecía. La profecía debe
realizarse pero sólo existe una manera de que suceda.
—¿Qué hiciste?
—Los lessers deben ser eliminados. Tienen que matarlos a todos y luego
sacar al Omega. La guerra tiene que terminar.
—¡Qué hiciste!
—Ellos son mi familia, —el Ángel Caído sollozó mientras cubría su cara con
sus manos—. Ellos son mi familia…
—Los asesinos deben ser eliminados. Cada uno de ellos. Solo entonces po-
drán destruir al Omega…
Layla cayó de espaldas y puso las manos en sus mejillas. Los Hermanos y los
Bastardos en el mismo lugar. Un juramento de lealtad dado y aceptado.
Tanto que, si la Sociedad Lessening apareciera, los dos lados opuestos lu-
charían contra un enemigo común juntos.
Cuando sus ojos se llenaron de lágrimas ella pensó en bajar a la tierra, pe-
ro no podía apartarse de los bebés.
Acostándose con ellos en las suaves mantas que había doblado para que
fueran cálidas y acogedoras, dejó que sus lágrimas hicieran lo que quisieran.
También era obvio que de todos los dones que podía conceder y el poder
que tenía, asegurar que ningún Hermano o Bastardo cayera en la lucha no era uno
de ellos.
J. R. WARD LA ELEGIDA
SESENTA Y CUATRO
—¿Se ha terminado?
Mientras Wrath hablaba, Tohr aflojó un poco su agarre sobre el Rey. Pero
no mucho. Tenía sus brazos y piernas envueltos alrededor del cuerpo del otro
enorme macho, los dos acuñados en una esquina formada gracias al único espacio
delimitado en el tremendo y desnudo interior: la espalda del Rey estaba en la co-
yuntura de las paredes, y Tohr era un escudo mortal protegiendo los órganos vita-
les a pesar de que Wrath llevaba un chaleco a prueba de balas.
Y la vida de Wrath no era algo con lo que nadie estuviese dispuesto a ju-
gar.
No era Vishous.
Cuando el Bastardo estuvo al alcance, era obvio que estaba muy mal herido,
todo tipo de cosas rojas se escapaban de las heridas que afectaban a casi todas
partes de su cuerpo.
—Tenemos que sacar al Rey, —el Bastardo susurró con voz ronca—. Voy a
ir a explorar.
—Espera, —dijo Tohr mientras agarraba el brazo del macho—. Estás heri-
do.
Tohr miró fijamente a los ojos de su hermano de sangre. —Si puedes salir
fuera, hay ayuda. Cuatro manzanas hacia el oeste. Se les dijo que no vinieran a me-
nos que alguien les llamara. No queríamos sacrificar a los médicos.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Xcor asintió. —Volveré.
—Vamos a tener que comprarle un reloj de oro o algo así a ese hijo de pu-
ta, —murmuró Wrath.
Se dijo a sí mismo que mientras no oyera balas ni nada, Xcor podría haber
llegado a la...
Mientras Xcor salía del asiento trasero, Fritz bajó la ventanilla del con-
ductor, su rostro arrugado y hundido lleno de preocupación. —Mis Señores métan-
se. Me temo que la policía humana vendrá pronto.
Tohr fue a levantarse, pero sus rodillas cedieron por los calambres.
Wrath se inclinó hacia adelante también, de tal manera que Tohr, atrapado
entre ellos, era el único que estaba sentado contra el asiento.
195
Asociación Nacional de Carreras de Automóviles de Serie.
J. R. WARD LA ELEGIDA
El corazón de Xcor empezó a latir con tanta fuerza que le dolía la cabeza.
Y entonces sintió que su mirada se estrechaba por propia voluntad en la cara de
Tohr.
—Son los ojos, —dijo el Hermano—. Lo verás en los ojos. Y no, tampoco lo
conocí realmente. Según tengo entendido no fue un buen macho.
Cuando a uno se le concedía algo que era tan secretamente anhelado como
totalmente inesperado, cuando una revelación repentina parecía un maldito agujero
en la vida de uno, a menudo la respuesta era un shock no diferente a cuando uno se
lesionaba gravemente.
O tal vez era sólo eso. Herido gravemente y perdiendo la función mental.
Estuvieron en silencio por el resto del viaje a donde quiera que estuviesen
yendo, Xcor pasando el tiempo mirando por la ventana tintada mientras se desan-
graba sobre sí mismo, el asiento y su...hermano.
Un paso.
—Sí, —dijo el macho con voz ronca, un brillo de lágrimas haciendo resplan-
decer esa mirada azul como un par de zafiros—. Soy tu hermano.
Fue difícil decir quién abrazó a quién, pero de repente ambos estaban afe-
rrados, uno sobre el otro, guerrero a guerrero.
SESENTA Y CINCO
─Debes bajar ahora. Necesitan sangre y les he dado toda la que podía. Yo
debo quedarme con los niños.
Las dos se abrazaron y luego Layla partió, viajando entre los dos reinos en
una carrera y materializándose en el exterior de la mansión, no pudiendo entrar al
interior por la malla de acero.
─Oh, gracias a Dios, ─exclamó la reina con un duro abrazo—. Ve, ve ahora
al centro de entrenamiento. Ahí es donde están todos.
Layla comenzó a ir y luego gritó por encima del hombro, ─¿Ha muerto al-
guien?
─Aún no. Pero, oh... sólo ve. Tengo que esperar a Wrath y luego llevarlo
abajo de nuevo.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Layla lo hizo a través del túnel subterráneo y por el otro lado en el centro
de entrenamiento en un tiempo récord… Pero en cuanto entró en el pasillo, se detu-
vo.
No eran sólo Hermanos. De hecho... lo que suponía era que todos los com-
batientes de Xcor estaban alineados hombro con hombro con la Hermandad. Ehle-
na, la enfermera y todas las demás Elegidas, atendiéndolos a ellos.
Zypher negó con la cabeza —Me siento honrado, sagrada Elegida. Pero no
puedo tomar de tu vena.
Pero era un Bastardo y también negó con la cabeza y la rechazó —No pue-
do conocer tu sangre. Eres la hembra de mi líder.
Y así fue en toda la fila, hasta que se centró sólo en la Hermandad y ni si-
quiera lo intentó con los otros.
Tantas heridas, algunas tan profundas que podía ver la anatomía que la
aterrorizaba. Y todo el tiempo preocupada por Xcor y aterrorizada por lo que Las-
siter había hecho, rezando para que nadie muriera.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Estaba a punto de pasar a Phury, que necesitaba otra vena ya que sus heri-
das eran muy graves, cuando sintió que le apretaban el codo.
Layla se levantó tan rápido que se mareó y Tohr tuvo que ayudarla a bajar
por el pasillo.
─¿Lo hizo?
─Sí. Y lo sabe. Sobre nosotros. Se lo dije porque... ¿joder, por qué no des-
pués de una noche como esta?
Su voz era tan aguda, y oh, su color era malo. Y sin embargo, todavía tra-
taba de sentarse.
El tono de Manny fue afilado —Vale, eso no funciona para mí. No mientras
esté cosiendo tu intestino.
─Ya hemos hecho esto una vez… ─hizo una mueca y tosió─… una vez ante-
riormente, cuando me estaba muriendo. ¿No lo hicimos?
─Dos veces en realidad. Y las dos veces hacía más frío, ─dijo con lágri-
mas—. Oh, Dios, no mueras sobre mí. No esta noche. Nunca.
J. R. WARD LA ELEGIDA
─Eres la cosa más hermosa que he visto jamás —Sus ojos se estaban des-
vaneciendo, la luz oscureciéndose—. Compartí mi cuerpo con otras, pero era como
virgen contigo, porque mi alma no había sido entregada a nadie. Solo tú… Solo tú me
has tenido...
Tohr se acercó en un instante y cuando formó un puño con sus manos com-
binadas, dijo, ─¡Respira por él! ¡Respira por él!
─¡Respira! ¡Ahora!
196
Reanimación cardiopulmonar.
J. R. WARD LA ELEGIDA
SESENTA Y SEIS
Cuando Qhuinn volvió en sí, pensó por un minuto que había regresado al
comienzo de la pesadilla, esa fantasía de Blay sentado en una habitación de hospital
presentándose una vez más.
─¡Ay!
Cuando Qhuinn soltó el grito, dejó caer su brazo sobre la cama y el dolor,
rojo y profundo como un océano, se iluminó a lo largo de todo su lado derecho.
Tan pronto como pudo, Qhuinn le devolvió la sonrisa —Dos por uno.
─BOGO.
─No de nuestra gente, pero hay mucho que curar. Esto fue casi una masa-
cre.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Blay apartó la mirada —Xcor no lo está haciendo tan bien. Y si tienes algo
que decir sobre eso, es mejor que te lo guardes. Fue él quien sacó a Tohr y Wrath.
Y Layla está en el corredor alimentando a la gente… PTI tampoco quiero oír hablar
de eso. Esto es una emergencia.
─¿Por qué?
─Sip.
Se quedaron así durante mucho tiempo, sólo mirándose el uno al otro. Y sí,
los ojos estaban goteando y las gargantas estaban ásperas... pero los corazones
estaban llenos, oh tan llenos.
─No quiero estar sin ti otra vez, ─dijo Qhuinn—. Nada vale la pena.
El macho se inclinó de nuevo y rozaron sus labios una vez. Dos veces.
El rubor que golpeó el rostro de Blay fue una erección criminal… cuando tú
estabas enganchado a un dispensador de opio. ─Entonces descansa, ─replicó el ma-
cho—. Y toma todos los fluidos que puedas. Vas a necesitarlos.
El rostro de Jane, justo encima del suyo, fue una sorpresa tan grande que
se recostó de nuevo en las almohadas.
─Casi te perdimos, ─dijo Jane, sus ojos verde bosque relucientes de lá-
grimas—. He estado en esta habitación durante las dos últimas horas rezando para
que volvieras.
─¿Dos horas?
Ella asintió —Tan pronto como terminé de operar, entré.. —Ella frunció el
ceño—. ¿Qué está mal? ¿Estás dolorido? ¿Necesitas más morfina?
─Por qué…
J. R. WARD LA ELEGIDA
Mientras ella le rozaba bajo los ojos, se dio cuenta de que estaba lloran-
do... y en el momento en que lo registró, absorbió sus emociones y las abofeteó. No
llorar. Nope. No iba a ir allí.
Y este era la única que, sí, no iba a responder a ningún tipo de droga.
La observó inclinarse aún más y saludar con la cabeza a alguien, luego salió
hacia fuera. Justo cuando la puerta se cerraba, ella miró por encima del hombro,
con los ojos llenos de preocupación.
─Vuelvo enseguida.
─Oye, ─dijo ella con una sonrisa cálida—. Jane está revisando algunos apó-
sitos. No quería que tuvieras que esperarla.
Justo a tiempo, Manny asomó la cabeza —¡Hey! Comprueba que este todo
casi vertical. Escucha Ehlena, te necesito ahora mismo.
Sacar el catéter fue una putada. Su polla no se había utilizado mucho últi-
mamente y realmente no apreciaba la falta de respeto cuando finalmente la tocó
de nuevo.
197
Asociación Médica Estadounidense.
198
Sonda urinaria.
J. R. WARD LA ELEGIDA
bían compartido los había unido más de lo que cualquier juramento formal o inclina-
ciones de mierda podrían haber hecho.
Continuando, le pareció oír la voz de Jane detrás de él. Y así fue. Estaba
hablando con Manny, intercambiando información.
V Pensó un momento que se daría cuenta de que se alejaba e iría tras él.
Pero no lo hizo.
Otra vez, pensó mientras cojeaba hacia la oficina y se dirigía al túnel solo,
no estaba sorprendido.
J. R. WARD LA ELEGIDA
SESENTA Y SIETE
Cuando una voz profunda entró en su oído, los ojos de Layla se abrieron y
ella se sentó en una silla, lo que hizo que su rostro se enfrentara con Xcor.
─¡Estás vivo! ─exclamó. Entonces ella miró todos los cables y el tubo de la
IV que habían sido desconectados y estaban colgando de él—. ¿Qué demonios ha-
ces fuera de la cama?
─¿Qué?
─Nos vamos.
─¿Qué...?
El pasillo estaba vacío, nada más que un doggen con una fregona y un cubo
que se deshacía de las manchas de sangre que daban fe de que aquí había habido
heridos.
─Sí. Todos ellos y todos los Hermanos también. El personal médico aquí es
increíble.
Fue entonces cuando advirtió que una figura estaba de pie por el pasillo
junto a la salida y cuando se acercaron se dio cuenta de que era Tohr.
Y esos ojos.
También era el motivo por el cual el Hermano la miró con compasión cuando
los dos machos retrocedieron uno del otro.
Nadie dijo nada mientras ella y Xcor iban hacia el Mercedes de Fritz. In-
cluso el mayordomo estaba serio cuando salió y se acercó para abrir la puerta.
No tiene por qué ser así, gritó en su cabeza. Podemos hacer que esto fun-
cione. De alguna manera, podemos...
Pero ella sabía que estaba luchando una batalla que había sido perdida ha-
cía noches, cuando Xcor había dado su juramento a Wrath y el acuerdo para el re-
torno al Viejo País había sido cerrado.
Mirando sus manos, porque no se atrevía a verle a la cara, susurró, ─He oí-
do que fuiste muy valiente.
─Realmente no.
─Él ha sido generoso. Pero te diré que mis hombres lucharon con gran ho-
nor y sin ellos la Hermandad se habría perdido. De eso estoy seguro.
A pesar de sus heridas la atrajo hacia su regazo y la rodeó con sus brazos.
Y luego le besó la clavícula y su garganta... y sus labios.
Ese calor familiar se alzó otra vez, y cuando él la alzó sobre sus caderas,
ella abrió los muslos para sentarse a horcajadas sobre él y se alegró de que estu-
viera puesto el cristal de separación para tener privacidad.
─Amor mío, ─respiró mientras su cabeza caía hacia atrás y sus ojos se ce-
rraban—. Oh, tú me haces sentir completo.
SESENTA Y OCHO
Él la miró. Y la forma en que sus ojos pasaban por su pelo todavía húmedo,
la sudadera que se había puesto y los vaqueros que había encontrado en el tocador,
sabía que estaba memorizando cada detalle de ella.
Pero como si supiera lo que estaba pensando, como de costumbre, sólo negó
con la cabeza —¿Cómo podría estar con alguien más que tú?
Mientras se inclinaba para besarlo por última vez, sus lágrimas cayeron
sobre sus mejillas. ─Te amo…
Las manos de Xcor se movieron por su cuerpo hasta que alcanzó su cara.
─Todo valió la pena.
─Todo eso que vino antes de este momento en el que soy amado por ti.
Aunque debamos separarnos, puedo decir que lo que siento por ti hizo que todo
valiera la pena.
SESENTA Y NUEVE
¿Así era como iba a ser cada noche durante el resto de su vida? Ella
estaba en un mundo de dolor.
Literalmente.
De acuerdo con lo que le habían contado, Rhamp y Lyric habían sido traídos
del Santuario por Cormia hacía un par de horas, así que estaban arriba, la
esperanza había sido por supuesto, que Qhuinn seguiría adelante con su
recuperación. Pero aparentemente no lo hacía.
J. R. WARD LA ELEGIDA
No había preguntado cuáles eran sus heridas. No era asunto suyo y eso la
ponía triste. Pero ¿qué podía hacer?
Hubo lágrimas por todas partes cada vez que tomaba un peldaño de
escalera.
Después de todo, eso era lo que tenía que hacer, aunque su corazón se
rompiera. Querida suerte, no tenía ni idea de lo que iba a hacer con ella misma las
noches en las que no tuviera a Lyric y Rhamp, pero tendría que encontrar algo.
Abandonada a sus actuales opciones, estaba expuesta a ser inundada por su
tristeza por Xcor…
Xcor levantó su mirada hacia ella y dio un paso adelante... y luego otro. No
se centró en nada más que ella, toda la grandeza y el color del vestíbulo parecían
no significar nada para él.
Olvida los porqués y los cómos, pensó Layla mientras saltaba a la acción,
desgarrándose hacia él, pensando que, si esto era un producto de su imaginación,
ella podría averiguarlo ahora mismo.
Qhuinn estaba mirándolos a los dos y luego cambió su mirada azul y verde
hasta donde estaba Blay de pie en la cabecera de la escalera y comenzó a sonreír.
Con otra rápida mirada a Blay, Qhuinn respiró hondo. ─Mira, hiciste lo
mejor que pudiste y esto ha sido duro para todos. Siento haber reaccionado como
lo hice, eso estaba más allá de mí. Pero yo solo... Amo a nuestros hijos y ¿la idea de
que podrían haber estado en peligro? Me aterrorizaba hasta la locura. Sé que tu
perdón no puede venir enseguida y...
Layla saltó hacia él y puso sus brazos alrededor del padre de sus hijos y
como ella se aferraba a él tan fuerte que no podía respirar, sospechó que él
tampoco podría. ─Lo siento también, oh Dios, Qhuinn, lo siento...
Xcor sonrió y sacudió la mano que le ofrecía. ─Por tu apoyo, me siento más
honrado esta noche que cualquier otra.
El mundo se volvió loco de nuevo para Layla y miró entre Qhuinn y Xcor.
─Espera, ¿qué estas...? ¿Que estas…?
Lo que le hizo preguntar, ─¿Y Wrath está bien con todo esto?
Cuando llegaron a la suite donde estaban los niños, Qhuinn fue el que dio un
paso adelante y abrió las puertas.
Blay entró primero y luego Xcor vaciló... antes de poner un pie tentativo
sobre el umbral y luego otro. Tal vez estaba asustado de que hubiera un monstruo
debajo de la cama o algo así.
Layla miró a Qhuinn. Y entonces ella tomó su mano. ─Gracias por esto.
Qhuinn se inclinó tan bajo que estuvo casi paralelo al suelo. Cuando se
enderezó de nuevo, le dio un beso en la frente y murmuró, ─Y gracias por nuestros
hijos.
J. R. WARD LA ELEGIDA
Layla le apretó el antebrazo y luego entró.
Ella lo llevó a Rhamp primero, y como Xcor miraba hacia abajo con temor a
el niño pequeño, él consiguió un ceño en respuesta.
Qhuinn y Blay se acercaron, brazo con brazo, y Qhuinn dijo, ─¿Es cierto?
Es exactamente lo que pienso. Es una cosita difícil, ¿verdad, Rhamp? También
elimina residuos tóxicos. Lo aprenderás más tarde.
Xcor tenía una expresión de perplejidad cuando fue a mirar la otra cuna,
pero luego todo cambió.
Sus ojos se llenaron de lágrimas y esta vez, las lágrimas cayeron de sus
ojos. Echando un vistazo a Layla, dijo, ─Ella se ve... exactamente como tú.
─¿No es hermosa? ─dijo Qhuinn con voz ronca—. Al igual que nuestra
Layla.
Ella sonrió ante los destellos que cayeron en su estela. ─Ese ángel puede
ser más adecuado para el trabajo de lo que sabe.
Qhuinn asintió. ─Un hijo y una hija. Mientras seas el hellren de Layla, tú
también eres su padre.
─¡Correcto! ─Qhuinn sacó la palma de la mano para chocar los cinco—. ¡De
eso estoy hablando!
J. R. WARD LA ELEGIDA
─Ahora espera, ─intervino Blay mientras chocaban—. Tiene todo el
derecho de vivir su vida como quiera.
Cuando el argumento comenzó, ella y Blay se pusieron uno al lado del otro,
y Qhuinn y Xcor alineados hombro con hombro con sus enormes antebrazos
cruzados sobre sus pechos.
─Soy bueno con un arma, ─dijo Xcor, como si eso fuera el final de las
cosas.
Los dos golpearon los nudillos y parecieron tan serios que Layla tuvo que
poner los ojos en blanco. Pero entonces sonrió.
─¿Sabéis algo? ─les dijo a los tres—. Realmente creo... que todo va a estar
bien. Vamos a trabajar juntos, porque eso es lo que hacen las familias.
Y años y años y años más tarde... Lyric realmente salió con alguien.