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Pensamiento pedagógico de Vasconcelos

Gustavo Meza Medina


PENSAMIENTO PEDAGÓGICO DE VASCONCELOS

La SEP ya no debería existir

Gustavo Meza Medina

En febrero pasado celebramos el aniversario del natalicio de José


Vasconcelos; siendo este el “Año de Vasconcelos”, pues el próximo 30 de
junio celebramos 50 años de su muerte, amerita hablar de él, de su vida y
su obra.

Aunque existe confusión sobre su verdadera fecha de nacimiento, pues


algunos afirman que fue el 27 y otros que el 28 de febrero; unos que fue
en 1882 y otros que en 1881, según el acta de registro de nacimiento
publicada en facsímil por El Universal, el educador nació en la calle de la
Cochinilla, Manzana 18 del cuartel primero de Oaxaca, a las 3:30 de la
tarde del 27 de febrero de 1882. Su nombre completo fue José María
Albino, aunque siempre firmó sólo como José.

De Vasconcelos se pueden decir muchas cosas: que fue parte del grupo
de intelectuales que sucedieron a “Los científicos” de Justo Sierra, entre
los que se encontraban Antonio Caso, Alfonso Reyes, Julio Torri y Pedro
Enríquez Ureña y, a diferencia de los demás, apoyó a Madero y vivió
desterrado de México al darse el golpe de estado de Huerta.

Regresó para participar en la Convención de Aguascalientes en 1914, a


la que ayudó a convertirse en soberana, con lo que nuestra ciudad fue,
por unos meses, capital de la República.

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Fue ministro de Educación de ese gobierno efímero y de nuevo salió del
país al caer la Convención, enemistado con Venustiano Carranza.
Cuando éste cae, regresa invitado por De la Huerta para dirigir la
Educación Nacional desde la rectoría de la Universidad y preparar la
creación de la Secretaría de Educación Pública.

Con el apoyo de Obregón como presidente, de Ezequiel A. Chávez como


colaborador, y de Pedro de Alba como diputado, logró que se cambiara la
constitución para crear la SEP en septiembre de 1921 y ser el primer
secretario, puesto que ocupó por dos años y nueve meses, del 2 de
octubre de 1921 al 2 de julio de 1924, periodo durante el cual realizó una
labor importante por la formación de un sistema educativo mexicano
centralizado.

Fundó escuelas y bibliotecas en todo el país, desarrolló un programa para


“desanalfabetizar” a los mexicanos con ayuda de maestros honorarios, un
ejército de niños y misioneros educativos; y desarrolló un amplio
programa editorial con la traducción, publicación y difusión de libros y
revistas como El Maestro.

En 1924 renunció a la SEP, entre otras cosas por la disminución del


presupuesto para educación y el asesinato de un senador. Participó en
ese año en la contienda electoral para gobernador de Oaxaca, la que
perdió por un sonado fraude electoral.
Se exilió nuevamente del país para recorrer Europa, Asia y América, y
regresó para contender por la Presidencia de la República en 1929.
Vasconcelos realizó una extensa campaña electoral con gran apoyo
popular, pero marcada por la tragedia, pues hubo muertes como la de
Germán de Campo y los Vasconcelistas de Topilejo.

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Con el primer fraude, orquestado por el entonces PNR, tuvo que salir del
país y proclamar el Plan de Guaymas, pidiendo al pueblo de México que
se levantara en armas para defender el triunfo electoral, y se declaró
presidente legítimo de México.
No obtuvo respuesta y abandonó el país para vivir en España, Argentina
y Estados Unidos, publicar algunos de sus más importantes libros como
Ulises Criollo, y criticar al gobierno mexicano.

Regresó en 1940 para desempeñarse como profesor, director de la


Biblioteca Nacional y periodista de varios medios, especialmente de la
Cadena García Valseca, actualmente Organización Editorial Mexicana.

Murió a las 8 y media de la noche del 30 de junio de 1950 después de


sufrir cinco infartos, de escribir más de 43 libros y cientos de artículos en
la prensa nacional e internacional. Quedó pendiente el Premio Nobel de
Literatura por el que estaban haciendo gestiones sus amigos y
excolaboradores.

Muchas fases se descubren en Vasconcelos: el intelectual ateneísta, el


revolucionario perseguido, el exiliado, el candidato, el político, el maestro,
el secretario de Educación, el filósofo, escritor y literato. Todas ellas
interesantes y de las que se han escrito muchas páginas.

Pero hoy quiero profundizar en una que ha sido poco explorada, me


refiero al pensamiento pedagógico de Vasconcelos, sus ideas sobre
cómo debía ser la escuela mexicana. De esto quiero platicarles hoy
algunos puntos como homenaje en el aniversario de su nacimiento.

¿CUÁL ES LA ESCUELA MEXICANA PENSADA POR


VASCONCELOS?

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Comencemos desde la SEP. Esta fue creada por el educador con la idea
de que, si tenía éxito, debía desaparecer en pocos años. Él confiaba en el
éxito de los consejos educativos en las comunidades, municipios, estados
y la federación.

Estos consejos y las escuelas: profesores, alumnos y padres de familia,


llegarían tarde o temprano a un nivel de maduración en la participación
democrática, que haría innecesaria la estructura de la SEP. La escuela
debía generar esto. Habría que crear una escuela que fuera mexicana y
dejara de copiar modelos extranjeros, tanto en organización escolar,
contenidos y métodos educativos. Para ello era forzoso reconocer “lo
mexicano”, estudiarlo y difundirlo.

Con el entendido de que hay una forma propia de ser-hacer del


mexicano, se buscaría generar una escuela que ayudara a develar,
desenvolver y desarrollar todas las capacidades de los ciudadanos, para
devolverles la confianza en sí mismos y abandonar el complejo de
inferioridad.

Para lograrlo habría que atacar dos males que comenzaban a ponerse de
moda: el pragmatismo estadounidense de la “Escuela de la Acción” de
John Dewey, y la influencia del Naturalismo de Rousseau.

El primero porque intenta educar en un sentido utilitario y es propicio sólo


para la formación de cuadros técnicos para la industria, vacunando al
niño y al joven contra las cosas que aparentemente no son útiles, como la
historia, filosofía, el arte y las humanidades en general. Además,
endurece la sensibilidad y forma seres mezquinos y conformistas, sin
creatividad y sin iniciativa ni gusto por educarse. Seres robotizados
inhabilitados para disfrutar la vida en plenitud, para compartir sus

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emociones, para aspirar a algo grande.

El segundo porque ingenuamente propone una libertad excesiva del


estudiante, donde el profesor sólo es un observador y promotor de un
desarrollo que aparentemente se da por sí solo. Esto es falso y ocasiona,
entre otras cosas, un descuido de la formación del mexicano, pérdida de
tiempo, indisciplina, aburrimiento de los estudiantes y, lo que es peor,
desprestigio del profesor, pues pierde presencia y autoridad como
maestro al convertirse en simple guía y “favorecedor” de la iniciativa del
alumno.

La educación mexicana no debe ser así, sostiene Vasconcelos. El papel


del profesor nunca debe de perderse. Al contrario: “Se ha dicho que el
niño es el eje de la escuela. Esto es absurdo. El niño no es el eje, sino el
fin y el objeto de la enseñanza. El eje de la escuela no puede ser otro que
la conciencia del maestro”, decía Vasconcelos.
Otro aspecto que defiende es que estas propuestas no se adaptan a
México porque intentan educar en el conformismo para la adaptación, y lo
que se necesita en nuestro país es transformar la realidad tan adversa
que vivimos. La escuela mexicana debe recuperar sus raíces y atender a
la forma de ser del mexicano, cosa que no va a encontrar copiando
modelos extranjeros.

Uno de sus libros poco conocidos y que afortunadamente ahora podemos


leer porque está digitalizado y disponible en la página del Congreso, es
De Robinson a Odiseo. Pragmatismo o clasicismo en la escuela
hispanoamericana, editado en España en 1935, pero que llega a México
hasta 1952 con el sello de la editorial Constancia. En él (además de
Indología) describe aspectos muy interesantes de su gestión como
secretario de Educación Pública y describe su propuesta para la escuela
mexicana e hispanoamericana.

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Al criticar el pragmatismo y el naturalismo, Vasconcelos afirma que seguir
los postulados de estas propuestas es actuar a lo “Robinsón”, es decir, a
lo salvaje y como si cada día la humanidad comenzara de cero. No es
justo pedirle a los estudiantes que “Hagan todo por ellos mismos” y que
“construyan el conocimiento por descubrimiento”, primero porque no
todos son “genios” capaces de guiar su propio aprendizaje, y segundo,
porque lo importante para la educación no consiste en “descubrir”, sino en
aprovechar lo descubierto, engrandecerse con el conocimiento y
estimular el alma del niño y del joven en la búsqueda de experiencias
superiores… ¿para qué perder el tiempo en “experimentos de descubridor
novato”? Vasconcelos dice: “en algunas escuelas se juega al
descubrimiento cuando se procura que el niño ejecute por primera vez
experiencias ya reconocidas como científicas… más importante que
descubrir las maneras y relaciones del objeto, es conocer las esencias y
distinguir los valores que enriquecen el ambiente que rodea al alumno…
estar descubriendo lo obvio también cansa y acaba por matar la
espontaneidad. El final de la educación no es tanto descubrir como saber,
y saber, no tanto para poder como para ser o llegar a ser”.

La escuela mexicana debe seguir el ejemplo de Odiseo, que aprovecha la


riqueza de los siglos, las experiencias de los mayores y valora a su guía
(Virgilio), para llegar a su meta sin tardanza, para continuar el camino sin
entretenerse en juegos vanos:
“Las condiciones de la edad moderna están reclamando una Odisea, más
que internacional, universal. Viajero que explora y actúa, descubre y crea,
no sólo con las manos y nunca con sólo las manos, porque ni quiere ni
puede deshacerse del bagaje que le ensancha el alma, el ingenio y los
tesoros de una cultura milenaria”.

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Actuar a lo Robinson y bajo los principios de Dewey y Rousseau va en
contra de la educación del mexicano, señala Vasconcelos, primero
porque son teorías extranjeras que fueron aplicadas en un contexto muy
diferente al de nuestro país, y segundo, porque la cultura latina a la que
pertenece el pueblo mexicano es muy diferente a la sajona.

El mexicano piensa más en forma deductiva, parte de lo general, es


intuitivo, y aunque es muy hábil artesano y sabe trabajar con las manos,
parte esencial de su ser es espiritual. Por eso la escuela mexicana debe
educar en la sensibilidad y la emoción, debe formar para el goce estético,
el buen uso del tiempo libre, la apreciación de la belleza en todas sus
manifestaciones, y no centrarse sólo en lo que se puede sacar provecho.

Por eso, dice, “la escuela debe ser un centro donde reine la armonía. Con
edificios grandes y limpios y bellos, donde abunden los jardines y los
detalles arquitectónicos, con abundante iluminación, jardines, alberca,
una amplia biblioteca y sala para lectura. Una escuela que invite a la
búsqueda de las cosas superiores y sublimes”.

La escuela mexicana debe sostenerse en tres pilares: la educación física


que retoma los avances de la ciencia objetiva y el cuidado, alimentación y
desarrollo del cuerpo humano, y la transformación de la materia. Debe
poner atención en el deporte, particularmente la natación y la gimnasia.
Fomentar la disciplina, no sólo para el desarrollo laboral y para beneficio
de la industria, sino para el control de las inclinaciones del cuerpo: la
flojera, la perversión, el desánimo. Debe formar en la sana alimentación,
la higiene, la salud y el respeto por la naturaleza.

El otro pilar es la formación ética. Con ella se enseña a distinguir entre el


bien y el mal de todas las acciones y las cosas, para preferir el primero en
beneficio propio y de los demás. Esto, señala Vasconcelos, sólo se logra

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con el ejemplo, particularmente del maestro que debe dar muestras de
ser un espíritu libre, activo, en constante búsqueda del conocimiento, con
amor al arte y a los libros. De él depende la formación de los mexicanos.
No se puede dejar la responsabilidad ni al estudiante ni a los padres de
familia.

El tercer pilar, y el más importante para Vasconcelos, es la formación


estética. Éste es el aspecto más distintivo que debe tener la escuela
mexicana, que además de preparar con éxito en la técnica y de ejercitar
el uso de las manos y el cerebro, lo más importante que debe hacer es
preparar el espíritu, el corazón y la mente para acceder a la
contemplación de la belleza en todas sus manifestaciones.

Es ahí donde reside lo esencial de la formación del mexicano, que valore


su intuición, que aprenda a gozar de todo lo que da la vida. Para eso la
formación en las artes es fundamental, porque es en la educación
artística, que debe promoverse sobre todos los medios, donde se
encuentra el camino a la creatividad, a la sensibilidad, a la exaltación de
las emociones y del goce estético, como única forma de acceder a la
verdad suprema.

Estos tres pilares, opina Vasconcelos, son la base para la estructuración


de contenidos, estrategias y acciones que se deben promover en la
educación mexicana. Sólo así, y apartándose de pragmatismos, podrá
lograrse la elevación del mexicano hasta el máximo de su capacidad para
reconstruir el alma nacional. Constituyen el esqueleto de la escuela que
hará posible el desarrollo armonioso, integrado y completo del mexicano.

A su propuesta Vasconcelos la llama Pedagogía Estructurativa, que en


términos actuales podríamos definirla como una forma de

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constructivismo, pero no basado en el alumno sino en el profesor, quien
debe ser la figura esencial de la escuela y el sistema educativo mexicano.

Aquí dejamos estos comentarios, que con motivo del aniversario del
nacimiento de José Vasconcelos hemos querido compartir con ustedes.

Adaptación para su estudio por la planta docente del Departamento de Formación de Valores del Sistema Educativo José
Vasconcelos.
Las opiniones expresadas en este documento son responsabilidad del autor y no representan necesariamente la opinión del SEJV.
Se permite la reproducción total o parcial de este documento sin fines de lucro y citando la fuente.
Los derechos son reservados por el autor.

Ing. Armando Robles Liceaga


Coordinador del Departamento de Formación de Valores
valores.sejv@hotmail.com

Sistema Educativo José Vasconcelos


Tijuana, México
2010

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