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Les decía, el conductor del bus toca tres veces la bocina de éste con un intervalo
de diez minutos entre cada toque. En esa espera los campesinos negros se
apresuran a llevar todo tipo de recados de boca y por escrito a los destinatarios que
el ayudante del bus guarda con mucha precisión, toda vez que recibe, por ello, una
propina en dinero o en especie. También tiene la responsabilidad de acomodar y de
cuidar los productos de esta tierra que fueron cultivados por sus maridos negros.
Con ellos van las palanqueras a bordo con sus vestidos coloridos, sus turbantes
cuya mejor acción es que llevan un redondel para que la palangana pueda
sostenerse en su cabeza, los productos de sus maridos que venden con pregón o
cantadito propios de su dialecto, que le impregnaron al castellano y para que ellas
mismas vendan la autenticidad de sus trenzas puras a los cabellos lisos, lacios y
duros de los visitantes, y los dulces que se cuecen en sus fogones ancestrales.
Si miro un poco más a mi izquierda, logro ver la pista de salida y aterrizaje de los
aviones del Aeropuerto Rafael Núñez que llegan atiborrados de turistas y de
mercancías que llegan al corralito. A veces creo que esta ciudad es tan cara porque
todos parecemos y pagamos como extranjeros cuando en realidad vamos a la playa
a divertimos cada año y lo hacemos todos lo primeros de enero. En tiempos
normales vemos llegar y salir aviones a cada rato, tanto, que perdemos la cuenta.
A veces esa tarea se pierde entre la bulla que se hace cuando jugamos fútbol en
una cancha sintética que tiene el colegio y que la compartimos con la comunidad en
las horas de la noche. Ahora, en tiempos de pandemia estamos sometidos a la
modorra de sus efectos. Es como si el mundo estuviese sufriendo de un espasmo,
un freno a la velocidad de la vida en la que vivíamos. Nosotros somos los únicos
que rompemos con nuestros gritos detrás del balón esta modorra y este tiempo
espasmódico que ha generado el terror de esta peste. Parecemos inmunes a todo
esto, hemos retado toda advertencia y nos aferramos a la divina providencia, pues
defendemos nuestros sueños, que dan pie para entender que los niños y jóvenes
tenemos unos derechos inalienables en nuestras vidas: dos libertades. La libertad
que nos produce el juego y la libertad que no produce la escuela. Entonces, ya les
conté lo del juego y la verdad que es para nosotros. Me falta la escuela que, a la luz
de este impedimento mundial, sueño y soñamos con disfrutar de ella. No le vamos
a permitir a nuestros gobernantes que nos quiten un derecho que ellos sí tuvieron.
Les confieso que ningún aparato moderno de conexión virtual va a reemplazar la
magia que tiene el salón de clase, es una microgeografía en la que se tejen un
mundo de relaciones sinceras y no sinceras, pero eso no importa, de todo eso está
lleno el mundo. Es la primera convivencia que tenemos fuera de la que ofrece
nuestra casa. Les diré otras partes lindas de mi colegio: el patio tiene forma
hexagonal donde se levantan las banderas de Colombia, de Cartagena de Indias y
la del colegio. También está en el imaginario de nosotros las banderas de liderazgo
de Shakira Mebarak Ripol para construirlo. Sí, de quien les hablo es de ella, la
cantante. En el centro del patio, hay un árbol frondoso, que está debajo de una
cúspide que tiene la forma de una pirámide cuyos lados son simétricos, que se
logran ver desde el marcado de Bazurto. Tenemos una biblioteca amplia y llena de
tantos libros y de tanto placer que no quiero salir de ella. Unas escaleras que se
convierten, por lo demás, en el sitio de encuentros amorosos que los docentes
espantan como si fuera uno de los pecados más imperdonables de la biblia. Y de
camino al comedor, pasamos por el mirador, vaya que si es maravilloso. En este
punto, todos nos sentimos como reyes porque estamos por encima de todos, así
sea de manera literal. Aquí en esta parte, todos somos iguales: negros, indios,
blancos y venezolanos. Desde ahí vemos al Cerro de la Popa y su convento. En sus
laderas se encaraman casas que retan la inercia y las fuerzas de la naturaleza. Por
estos días de lluvias es como un mantón verde espeso.
Lo que si les puedo decir es que no podemos seguir con esas discusiones
bizantinas que tanto nos hace daño a mí y a mis compañeros que ni siquiera
pensamos en los colores de la piel. A nosotros nos divide más pensar que el negro
es mejor porque tuvimos a Pelé como el rey del fútbol, pero también estuvo
Maradona y tuvimos a Garrincha y a Di Stéfano, solo para poner algunos ejemplos
que mi padre me ha dicho y de los de mi gusto está Sadio Mané y Mohamed Salah
Ghaly. Siendo así las cosas, todos cabemos en el mismo saco. Para terminar mi
relato, quiero cerrar con esta frase que me enseñó la profe de castellano, cuando
estudiábamos frases de Martin Luther King, un activista por los derechos
humanos: “La humanidad no puede continuar trágicamente atada en la noche
sin estrellas del racismo y de la guerra",), después cuando leíamos y
estudiábamos “Tengo un sueño” de este autor.
Barbosa Caldera; Eduar de Jesús. Los trinos del sonajero. Cuento.