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Yo nací negrito

Sí, soy negrito, de palenque. Un descendiente más o menos directo de un pueblo


que salió corriendo de la presión inquisidora de la esclavitud en un éxodo de negros
a un lugar que denominó San Basilio de Palenque. Y digo que soy un descendiente
más o menos directo y no porque sea menos negros que los otros negros o no me
corra por mis venas la sangre de mis antecesores. Lo digo porque con 14 años ya
mi apellido de Cervantes como el del boxeador Antonio Cervantes “kit pambelé” no
es el mismo porque, entre otras cosas, ya no vivo en este palenque verdadero y me
he venido a refugiar en las faldas de la Loma de Peyé, y porque si sacamos la
cuenta yo pertenezco a la tercera generación después del nacimiento de este
paisano mío. Somos el ejemplo de otra migración, en espacial de los míos, tratando
de buscar otra oportunidad en la vida, pues la violencia se oía muy de cerca, con
sus ritos amenazadores cerca del palenque y zonas aledañas, que nos asustó
enormemente. Ya ese refugio de palenque tal lejano en principio para nuestros
antepasados, recibe los vientos de unas tierras que huelen de cerca la barbarie y el
olor de la guerra. Tocaba huir, no había otro camino, así mi pueblito fuera un
remanso de paz. No se puede reclamar por las tierras para el campesino porque al
día siguiente aparecen muertos. Es por eso que mi mamá recogió todas sus cosas
y las puso en el camioncito Chevrolet de Alfredito Cassiani para que la llevara a
donde vivimos hoy, cuando se dio cuenta que en la camisa de papá había papelito
machucado, para que hiciera parte de la protesta.

Mi pueblo lo despierta el bus de estaca o de palo, que pita en medio de la plaza a


eso de las tres de la madrugada, donde está la estatua del patrono del pueblo: San
Basilio, un santo por adopción. Por adopción porque cuando los moradores del
pueblo de San Agustín de Playa transportaban la estatua, en un acto de
peregrinación católica, San Basilio se precipitó de su pedestal y cayó a un lodazal
en territorio del Palenque. Entonces, los palanqueros como pueblo naciente y sin
santo, al ver este presagio divino se quedaron con este santo para siempre. Es por
esta razón que este santo es el patrono del pueblo; no obstante, los habitantes de
San Agustín no se quedaron quietos ante semejante agravio y se alzaron con palos
y machetes para reclamar su santo, pero cuando iban a hacer efectivo su reclamo
a los negros del Palenque, les apareció de la nada un hombre viejo con un báculo
en la mano derecha como si fuera uno de los jerarcas de la biblia, vestido con un
túnica blanca, con unas alpargatas como las de Jesús y voz de consejero. Hizo un
movimiento con su bastón señalando el cielo y no solo detuvo el ejército de hombres
armados de manera casi primitiva, sino que, todos se tiran al suelo como si les
hubiera olvidado que eran católico y hubieran pasado a ser una sucursal de la Meca
en tierras de América y “se entregaron voluntariamente no solo a Dios”, sino a este
personaje que les dijo: el mundo está lleno de odio porque todos los hombres
queremos la misma cosa al mismo tiempo, cuando en realidad el mundo es prisma
de posibilidades infinitas que los hombres no vemos. Así que no iba a permitir que
se derramara sangre cuando se podía ir a la Catedral de Cartagena de Indias a que
les dieran otro santo. La determinación de ese personaje misterioso fue tan
contundente que calmó y dispersó la muchedumbre enardecida y hasta se atrevió
a organizar una comisión de hombres para traer a lomo de mula el santo prometido.

Les decía, el conductor del bus toca tres veces la bocina de éste con un intervalo
de diez minutos entre cada toque. En esa espera los campesinos negros se
apresuran a llevar todo tipo de recados de boca y por escrito a los destinatarios que
el ayudante del bus guarda con mucha precisión, toda vez que recibe, por ello, una
propina en dinero o en especie. También tiene la responsabilidad de acomodar y de
cuidar los productos de esta tierra que fueron cultivados por sus maridos negros.
Con ellos van las palanqueras a bordo con sus vestidos coloridos, sus turbantes
cuya mejor acción es que llevan un redondel para que la palangana pueda
sostenerse en su cabeza, los productos de sus maridos que venden con pregón o
cantadito propios de su dialecto, que le impregnaron al castellano y para que ellas
mismas vendan la autenticidad de sus trenzas puras a los cabellos lisos, lacios y
duros de los visitantes, y los dulces que se cuecen en sus fogones ancestrales.

Como les contaba, mi nombre es Antonio José Cervantes Cassiani y de cariño me


dicen “toño”. Todo el mundo me dice Toño Cervantes y no kit pambelé porque no
heredé el poder de los puños del primer campeón welter junior del mudo nacido en
Colombia y especialmente, en San Basilio. Los puños míos solo sirven para darle
puñetazos a la pared cada vez que mis viejos se quejan por lo dura que es la cuidad,
cuando allá vivíamos tranquilos de la parcela y de los días de jornales que se
ganaba mi papá en la finca de los ricos.

Hoy este negrito está aquí, en la terraza de mi colegio, en todo el cucuyito de la


loma. De aquí puedo ver la Ciénaga de la virgen o Ciénaga de Tesca que ya no es
tan virgen porque ha recibido las aguas negras y pestilentes de sus cienagueros y
para acabar de fregar como dice mi abuela, se convirtió desde 1940 en el depósito
de las aguas residuales; corrijo, aguas negras de toda Cartagena. Así que el velo
blanco y cristalino de las aguas de la Ciénaga de la Virgen fue reemplazado por el
cieno curtido de las aguas turbias, moribundas y llena de todas las perversiones de
los habitantes de esta ciudad.

Si miro un poco más a mi izquierda, logro ver la pista de salida y aterrizaje de los
aviones del Aeropuerto Rafael Núñez que llegan atiborrados de turistas y de
mercancías que llegan al corralito. A veces creo que esta ciudad es tan cara porque
todos parecemos y pagamos como extranjeros cuando en realidad vamos a la playa
a divertimos cada año y lo hacemos todos lo primeros de enero. En tiempos
normales vemos llegar y salir aviones a cada rato, tanto, que perdemos la cuenta.
A veces esa tarea se pierde entre la bulla que se hace cuando jugamos fútbol en
una cancha sintética que tiene el colegio y que la compartimos con la comunidad en
las horas de la noche. Ahora, en tiempos de pandemia estamos sometidos a la
modorra de sus efectos. Es como si el mundo estuviese sufriendo de un espasmo,
un freno a la velocidad de la vida en la que vivíamos. Nosotros somos los únicos
que rompemos con nuestros gritos detrás del balón esta modorra y este tiempo
espasmódico que ha generado el terror de esta peste. Parecemos inmunes a todo
esto, hemos retado toda advertencia y nos aferramos a la divina providencia, pues
defendemos nuestros sueños, que dan pie para entender que los niños y jóvenes
tenemos unos derechos inalienables en nuestras vidas: dos libertades. La libertad
que nos produce el juego y la libertad que no produce la escuela. Entonces, ya les
conté lo del juego y la verdad que es para nosotros. Me falta la escuela que, a la luz
de este impedimento mundial, sueño y soñamos con disfrutar de ella. No le vamos
a permitir a nuestros gobernantes que nos quiten un derecho que ellos sí tuvieron.
Les confieso que ningún aparato moderno de conexión virtual va a reemplazar la
magia que tiene el salón de clase, es una microgeografía en la que se tejen un
mundo de relaciones sinceras y no sinceras, pero eso no importa, de todo eso está
lleno el mundo. Es la primera convivencia que tenemos fuera de la que ofrece
nuestra casa. Les diré otras partes lindas de mi colegio: el patio tiene forma
hexagonal donde se levantan las banderas de Colombia, de Cartagena de Indias y
la del colegio. También está en el imaginario de nosotros las banderas de liderazgo
de Shakira Mebarak Ripol para construirlo. Sí, de quien les hablo es de ella, la
cantante. En el centro del patio, hay un árbol frondoso, que está debajo de una
cúspide que tiene la forma de una pirámide cuyos lados son simétricos, que se
logran ver desde el marcado de Bazurto. Tenemos una biblioteca amplia y llena de
tantos libros y de tanto placer que no quiero salir de ella. Unas escaleras que se
convierten, por lo demás, en el sitio de encuentros amorosos que los docentes
espantan como si fuera uno de los pecados más imperdonables de la biblia. Y de
camino al comedor, pasamos por el mirador, vaya que si es maravilloso. En este
punto, todos nos sentimos como reyes porque estamos por encima de todos, así
sea de manera literal. Aquí en esta parte, todos somos iguales: negros, indios,
blancos y venezolanos. Desde ahí vemos al Cerro de la Popa y su convento. En sus
laderas se encaraman casas que retan la inercia y las fuerzas de la naturaleza. Por
estos días de lluvias es como un mantón verde espeso.

Quiero recordarles que somos auténticos al calor de lo que somos y sentimos y no


convidados por las acciones del momento. A mí no me molesta que digan que la
ciénaga de la virgen está llena de aguas negras, que X persona tiene la conciencia
negra, que las aguas de las alcantarillas o del alcantarillado son negras. No sufro
de prejuicios sociales como me lo enseñó la profe de sociales. Además, de esta
forma, no se mitiga ni se erradica el racismo. El problema de los negros no se limita
a un problema de denominaciones del lenguaje, tiene más que ver con las
oportunidades que no hemos defendido y que no nos hemos ganado como lo hacen
los indios, que tienen sus resguardos. Nosotros deberíamos vivir en asentamiento
de negros con sus propias verdades autóctonas aun estando inmersos dentro de la
otra gente de otros colores en la misma ciudad. Dentro de mi inocencia me
preocupaba más el hecho de que el arcoíris no tuviera color negro, así que supuse
que hasta la misma naturaleza nos había discriminado; sin embargo, la física explicó
este fenómeno y les juro que estoy tranquilo. No obstante, lo que si me quita el
sueño es el hecho de que los censos y las mismas autoridades locales y nacionales
nos hayan colocado el slogan de “los pobres históricos” un epíteto nada alentador
o sea somos pobres y seres pobres porque a esta parte de esta ciudad es poco
probable que llegue un ápice de progreso porque, según la conciencia colectiva,
todo se pierde y todos se roba y se desaparece. Aquí todos somos ladrones. Si esa
tesis fuera cierta, por la plata que se han robado en la ciudad heroica, no se pensara
en hacer otras inversiones en otras partes de la ciudad. Todas estas situaciones
nos duelen, pero lo negro no se me va a quitar y estoy empezando disfrutar de mi
negrura.

Lo que si les puedo decir es que no podemos seguir con esas discusiones
bizantinas que tanto nos hace daño a mí y a mis compañeros que ni siquiera
pensamos en los colores de la piel. A nosotros nos divide más pensar que el negro
es mejor porque tuvimos a Pelé como el rey del fútbol, pero también estuvo
Maradona y tuvimos a Garrincha y a Di Stéfano, solo para poner algunos ejemplos
que mi padre me ha dicho y de los de mi gusto está Sadio Mané y Mohamed Salah
Ghaly. Siendo así las cosas, todos cabemos en el mismo saco. Para terminar mi
relato, quiero cerrar con esta frase que me enseñó la profe de castellano, cuando
estudiábamos frases de Martin Luther King, un activista por los derechos
humanos: “La humanidad no puede continuar trágicamente atada en la noche
sin estrellas del racismo y de la guerra",), después cuando leíamos y
estudiábamos “Tengo un sueño” de este autor.
Barbosa Caldera; Eduar de Jesús. Los trinos del sonajero. Cuento.

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