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CAPITULO 1
Miradas, voces y silencios: algunas
cuestiones preliminares
Pablo Gentili
Cuando Graciela Frigerio me invitó a escribir este libro sentí una gran alegría y,
QI mismo tiempo, un enorme descfio. Los estudios que había publicado anterior-
lectores que, más allá del desencanto y contra sus efectos desmovilizadores,
donde IQ educación ha estado lejos de ser uno prioridad de los gobiernos. Mi de-
seo de escribir era tan grande como mi desorientación: ¿qué hacer?, ¿qué de-
Durante varios días pensé una propuesta que me convencía lo suficiente como
llana. En una agradable reunión realizada en Buenos Aires discutí con ellas clgu-
ropuerto Q casa pensaba cómo escapar a las inclemencias del calor para escribir
mi ansiado libro. Nada me parecía muy complicado. Tenía el esquema general del
trabaja, sólo faltaba ponerme en contacto con los demás autores. Graciela y Her-
Un libro es como una dieta: se comienza siempre los lunes. Dejé pasar algunos
días yola hora señalada me senté decidido a comenzar la tarea. Era lunes 18 de
enero del último año del siglo xx. Buena fecha, pensé. Un año atrás, en el Bingo
de San Bernardo, había acertado por primera y única vez todos los números de
una tarjeta. El premio no fue extraordinario, es verdad. Apenas cien pesos. Pero
era lo suficiente como para hacer de aquélla una fecha donde la suerte estaba
de mi lado.
Un libro es como una dieta: los lunes es el mejor día para posponer su inicio. Na-
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pre armoniosa. Mi desazón era, quizás, injustificada: ¿Qué hace del pie descal-
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't:•• zo de un niño de clase medio motivo de reparo y circunstancial preocupación en
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uno ciudad con centenas de chicos descalzos, brutalmente descalzos? ¿Por qué,
en una ciudad con decenas de familias viviendo o la intemperie, el pie superfi-
cialmente descalzo de Mateo llamaba más la atención que otros pies cuya au-
sencia de zapato es lo marco inocultable de lo barbarie que supone negar los
más elementales derechos humanos o millares de individuos?
La pregunta me parecía trivial. Sin embargo, de o poco, fui percibiendo que
aquel acontecimiento tenía bastante que ver con el libro que quería escribir. y
esto sensación, lejos de tranquilizarme, me perturbó todavía más.
Traté de ordenar en vano mis ideas.
Lo posibilidad de reconocer o percibir acontecimientos es uno formo de definir
los límites siempre arbitrarios entre lo "normal" y lo "anormal", lo aceptado y lo
rechazado, lo permitido y lo prohibido. De allí que, mientras es "anormal" que
un niño de clase medio ande descalzo, es "absolutamente normal" que centenos
de chicos de lo calle anden sin zapatos y deambulando por los calles de Copaca-
bono pidiendo limosnas.
Lo "anormalidad" vuelve los acontecimientos visibles 01 mismo tiempo que lo
"normalidad" suele tener lo facultad de ocultarlos. Lo "normal" se vuelve coti-
diano. y lo cotidiano se desvanece ante la percepción como producto de su ten-
dencial naturalización.
En nuestros sociedades fragmentados, los efectos de lo concentración de riquezas
y lo ampliación de miserias se diluyen ante la percepción cotidiano no sólo por efec-
to de lo frivolidad discursiva de los medios de comunicación, sino también por la
propio fuerza que adquiere todo aquello que se torno cotidiano (o seo, "normal").
Expresado sin tontos rodeos, lo que pretendo decir es que, hoy, en nuestros so-
ciedades dualizadas, lo exclusión es invisible a los ojos. Ciertamente, lo invisi-
bilidad es lo marca más visible de los procesos de exclusión en este milenio que
comienzo. Lo exclusión y sus efectos están ahí. Son evidencias crueles y bruta-
les que nos enseñan los esquinas, que comentan los diarios, que exhiben los
pantallas. Sin embargo, lo exclusión parece haber perdido poder poro producir
espanto e indignación en uno bueno porte de lo sociedad.
Códigos poro lo crudo donio
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ciones de exclusión que lo que va quedando "excluido" del concepto es, hoy en
día, un sector bastante reducido de la población. Sin embargo, el problema que
aquí pretendo discutir no es sólo de índole teórica, sino fundamentalmente po-
lítica y ética.
Tal como afirma el sociólogo francés Robert Castel (1997), podemos reconocer
tres formas cualitativamente diferenciadas de exclusión.
Por un lado, la supresión completa de una comunidad mediante prácticas de ex-
pulsión o exterminio. Es el caso de la colonización española y portuguesa en
América, del Holocausto perpetrado por el régimen nazi y de las luchas interét-
nicas que acaban con la vida de millares de personas en el continente africano.
También la marca imborrable de una historia de desapariciones, impunidad y
olvido decretado que nos han impuesto dictaduras bestiales y gobiernos civiles
irrespo nsab les.
Por otro, la exclusión como mecanismo de confinamiento o reclusión. Es el des-
tino asignado antiguamente a los leprosos y, en nuestras sociedades modernas,
a los niños delincuentes, a los indigentes ya los locos confinados en asilos, a los
"deficientes" escondidos en instituciones "especiales" o a los ancianos reclui-
dos en hogares geriátricos de dudoso origen. Las prisiones son también un buen
ejemplo de este tipo de dispositivo de exclusión.
Por último, la tercera modalidad de práctica excluyente consiste en segregar
incluyendo; esto es, atribuir un status especial a determinada clase de indivi-
duos, los cuales no son ni exterminados físicamente ni recluidos en institucio-
nes especiales. Es el caso de los sin techo, de los "inempleables", de los niños
que deambulan por nuestras ciudades, de una buena parte de la población ne-
gra y de los inmigrantes clandestinos. Esta forma de exclusión significa acep-
tar que determinados individuos están dotados de las condiciones necesarias
como para convivir con los incluidos, sólo que en una condición inferiorizada,
subalterna, desjerarquizada. Son los sub-ciudadanos, los que participan de la
vida social sin los derechos de aquellos que sí poseen las cualidades necesarias
para una vivencia activa y plena en los asuntos de la comunidad.
es obvio que así como las dos primeras formas de exclusión no han desapareci-
do, la tercera ha ido creciendo y ampliándose con fuerza temeraria (Castel,
1997). Podríamos decir que, en nuestras sociedades fragmentados, ésta es la
forma "normal" de excluir. y siendo "normal" es lo forma transparente, invisi-
ble, de excluir.
Conviene asimismo aclarar que esta transparencia no se produce en forma pasi-
Códigos poro le ciudodonio
no por eso menos poderosa. Nadie ve nada, nadie tiene que ver con nada, na-
die sabe nada. y cuando las cosas se ven, cuando se tornan inexcusables,
cuando todos saben todo, la mirada cotidiana las vuelve ajenas, las aliena:
Estos procesos también operan en las otras formas de exclusión cuando ellas se
el libro de Daniel Jonah Goldhagen, Los verdugos voluntarios de Hitler (1997). Los
tadas por una buena parte del pueblo alemán como necesarias e imperiosas. Se
En la historia del zapato de Mateo, lo que distingue dos pies descalzos es el di-
solidarios) ante la pobreza de aquel cuyo pie descalzo es, lejos de un descuido,
La indiferencia ante la exclusión también es, claro está, producto de uno jernr-
quía de valores. Sería erróneo, después veremos por qué, pensar que mientras en
ausencia de una escala valorativa. Justamente a partir y desde esa escala va-
La experiencia del zapato de Mateo sintetiza una cuestión que quizá sea insos-
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qué medida la escuela contribuye a tornar visibles o invisibles los procesos me-
diante los cuales a determinados individuos se los somete a brutales condicio-
nes de pobreza y mnrginnlidod", ¿cuál es el papel de las instituciones escolares
en la formación de una mirada que nos ayuda, por ejemplo, a comprender o a
desconsiderar los procesos que operan cuando la exclusión se normaliza, cuan-
do se vuelve cotidiana, perdiendo poder para producir espanto?
La cuestión se refiere a un tema complejo y, al mismo tiempo, central para una
comprensión crítica del papel social que le cabe a la escuela en una sociedad
democrática: la formación ética de los ciudadanos.