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Barcelona
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Miquel Bassols
¿Qué es lo que define una elección homosexual de objeto? Hay una evidencia
engañosa en dar por supuesto que se trata de una relación entre dos hombres
o entre dos mujeres. Es una evidencia tan engañosa como suponer que Dios
los creó hombre y mujer – mito al que, desde E. Jones para adelante, parecen
adherirse los psicoanalistas para resolver el malentendido entre los sexos.
¿Por qué Lacan pudo, por ejemplo, definir como homosexual la relación de
Proust con la mujer? También a propósito de otro escritor insigne, André Gide,
subrayará la división en el sujeto entre el amor por la mujer y el goce
encontrado en los adolescentes de tez morena como el drama fundamental del
sujeto. Sabemos, por otra parte, que una elección homosexual no coincide
necesariamente con una posición perversa del sujeto. ¿Qué define, entonces,
el término «elección homosexual de objeto»?
La Objektwahl freudiana (la elección de objeto) indica antes una posición del
sujeto en la estructura, determinada por un rasgo de elección tomado del Otro
simbólico del lenguaje, que una esencia supuesta del objeto elegido.
Fue para explicar esta posición sexuada que Freud mantuvo a lo largo de toda
su obra la referencia al complejo de Edipo. Es en el seno de su estructura,
definida por la relación simbólica entre el significante del Padre y el significante
del deseo de la Madre, donde los rasgos –llamados «normalizadores»– de las
identificaciones secundarias producen una elección sexual: del lado de lo
hetero – o del lado de lo homo – con respecto al propio sexo.
Pero la extrañeza de esta expresión –«el propio sexo»– nos detiene ya para
hacernos observar que si la posición sexuada está fundada en el deseo del
Otro, ese sexo sólo llega a ser el propio a través de un rodeo por los
significantes del Otro. En este sentido, toda elección de objeto está fundada en
lo hetero–, en lo más Otro para el sujeto. ¿No habría que redefinir, entonces,
los términos «homo-» y «heterosexual» a partir de la experiencia del
psicoanálisis?
LA ELECCIÓN DE OBJETO
La disyunción entre goce y amor se hace entonces cada vez más patente: si,
por una parte, el objeto de goce puede encontrarse fácilmente, por otra, nada
en el ambiente homosexual, «fácil y vacío», se acomoda a las exigencias de un
amor que requeriría también el rasgo de la virilidad en el otro. Así,
correlativamente, en la relación con su mejor amigo queda excluida ahora
cualquier relación sexual.
Una frase dicha hace ya tiempo por uno de sus fugaces amantes, sigue
presente para él: «un día encontrarás al hombre que pueda penetrarte y te
enamorarás». Sin embargo, él espera que esto no llegue a suceder nunca: ser
penetrado le parece humillante y doloroso, contrario a su propio ideal de
virilidad. Se mantiene así a distancia de un punto en el que la confluencia del
amor y del goce sólo podría situarlo a él en una posición femenina.
EL AMOR DE LA MUJER
Es, de hecho, por este sesgo que ha llegado a la consulta del psicoanalista.
Sueña con volver a encontrar el amor de La mujer, la que ha sido el
complemento de su vida hasta ahora: el amor de su madre, en primer lugar,
con la que vivió hasta los dieciocho años; el amor de su tía abuela, después,
con la que convivió durante los ocho años siguientes – ocupando un pequeño
apartamento en otra ciudad, compartiendo cama y economía – en una intensa
relación de amor de la que sólo quedaba excluida la relación sexual como tal.
El final de esta relación viene marcado por la necesidad de marchar a otra
ciudad por motivos laborales y – no lo esconde – por una razón de edad: a sus
años, cerca de los treinta, es ya hora de vivir con independencia de la mujer.
Había intentado otra alternativa: vivir en su nuevo destino con una hermana,
menor que él, de la que esperaba el cariño fraterno que pudiera seguir
manteniéndolo en esa suerte de «matrimonio blanco» con la mujer, pero ahí
fue ella quien rehusó el lugar. Se ha planteado, pues, por primera vez, la
posibilidad de vivir con un hombre – alguien que haga presente, en esta
oscilación, los rasgos del hermano que busca en cada amante – pero sabe que
la relación de amistad es para él incompatible con la relación sexual. La
sensación de fracaso no podría ahora borrarse con una vuelta a la casa
materna.
Un solo recuerdo sella esta relación con el padre, suspendida desde entonces
bajo la figura del Superyó. El de su intromisión, más bien inoportuna, en los
juegos del hijo –como si de un compañero se tratara – para dejar en éste la
presencia de un sentimiento imborrable, un reproche sobre su manera de ser
que ha seguido recibiendo de otros hombres: «sentía como si me reprochara el
ser». Es una frase de un peso que sólo puede igualarse a la discordancia
introducida en el mundo de lo simbólico por el enunciado del Superyó, aquel
que, lejos de prohibir un goce, lo deja librado al sujeto como idéntico a su ser
de objeto. Es un reproche de ser no integrable en lo simbólico, ignorado en la
ley. Este ser reprochado en el Otro como ser de goce, quedará indicado por el
rasgo ideal de la virilidad del otro – que la madre encarnó en el hermano –
rasgo con el que el sujeto va a fijar su imagen en la escena del fantasma.
Volvamos ahora –desde este ser, reprochado en el Otro como ser de goce, que
sólo pudo erigirse en un parecer formado bajo el rasgo de la virilidad ideal – a
la pregunta inicial sobre lo que puede definir para el psicoanálisis lo «hetero– »
y lo «homosexual».
En todo caso ¿qué posición debe ser la del analista en esta disyunción del
goce con el amor, disyunción a la que él mismo es convocado en la
transferencia? El psicoanálisis no es una guía de nuevos ideales de recambio
desde los que el sujeto podría adecuarse a la ilusión de una proporción entre
los sexos, proporción que reduciría lo Etero (lo sexual como Otro radical) a lo
Homo de sus identificaciones (sea cual sea su «propio sexo»). La experiencia
del psicoanálisis se dirige precisamente a separar otra vertiente en el rasgo
ideal, I, que sostiene esas identificaciones. Es una práctica – la única que se
argumenta como tal – en la que se tratan las condiciones por las que el sujeto
se hace respuesta a su ser de goce.
En este sentido, ¿no supone el psicoanálisis una elección del lado de lo Etero
(sea cual sea su «propio sexo»), una elección que hace del goce algo
irreductible a los significantes que modelan las identificaciones una elección de
lo Etero del ser del sujeto que escribimos con la a del objeto?
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
J. Lacan, «La significación del falo», en Escritos, Siglo XXI, México 1984.
- - - - - - -, «Juventud de Gide o la letra y el deseo» en op. cit.
- - - - - --, «L'Étourdit», Scilicet 4 du Seuil, París, 1973, páginas 23 y 24.
(Versión española: «El Atolondradicho», en Escansión 1, Paidós, Buenos Aires
1984, pp. 37 y 38. Hemos preferido traducir «ce qui aime» por «lo que ama»,
en lugar del «lo que gusta de»).