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Conferencia durante una mesa redonda del Collège de Médecine, en La
Salpêtrière, el 16 de Febrero de 1966 y debate posterior. [1]

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Sra. AUBRY ² Es voluntariamente que no nos ocuparemos de psiquiatría en el


curso de las exposiciones y discusiones que ustedes van a escuchar h oy. El
lugar del psicoanálisis en la psiquiatría quizá actualmente es todavía dis cutido
² pero quizá no discutible ² y quiero más bien decirles por qué ca mino hemos
sido conducidos a la reunión de hoy.

¿Cuál era mi objetivo cuando hace tres años tomé , en tanto que psicoanalista y
antes pediatra, un servicio para los Niños Enfermos? Era doble: yo quería in -
troducir, en la medida de lo posible, una colaboración entre pediatras y psi -
coanalistas de buena voluntad, trabajando en un mismo equipo y de seosos de
comunicar entre sí. Se trataba de ver lo que el psicoanálisis podría apor tar a los
pediatras, e inversamente. Yo estaba igualmente preparada, dis ponible, para
responder a toda demanda que podría recibir de parte de los otros equipos
médicos del hospital.

En primer lugar, he tratado de introducir en mi servicio cierta escucha ana lítica


de los padres y también de los niños, escucha que modifica quizá la mar cha de
la investigación semiológica y, eventualmente, la terapéutica. Lue go de tres
años, ahí está el equipo; se porta bien, los niños también, y pien so que, a
despecho de las dificultades inherentes a la vida de un grupo, to davía podemos
progresar durante un largo tiempo.

Encontré más dificultades para responder a las demandas que me llega ban de
los médicos de los otros servicios, pues reina una gran confusión sobre lo que
es el psicoanálisis.

Las primeras demandas que me fueron dirigidas eran del dominio de la psi co-
logía y de la psicometría, lo que no tiene nada que ver con el psi coanálisis. Es
cierto que el rol del psicoanalista no es suministrar datos cifrados en má quinas
electrónicas. Se trata de otra cosa y hablamos desde otro lugar. Pro -
gresivamente, pude obtener que me sean formuladas preguntas precisas pa ra
cada caso que se trataba de dirigir al psicoanalista, o al psi... no se sabía qué.

Mucho mejor, me llegaron algunas demandas de otro registro, y creo que he


podido establecer, con nuestros amigos Royer y Klotz, una colaboración que
apunta más lejos.

No es por azar que esas demandas llegaron de un servicio de nefrología, don -


de el médico está confrontado con los problemas de la vida y de la muer te, del
deseo de vida y del deseo de muerte, los que conciernen esen cialmente a los
psicoanalistas. Tampoco es por azar que se haya establecido una colaboración
con Klotz, puesto que también los trastornos endócrinos son, muy a menudo,
trastornos funcionales cuya causa no siempre es una lesión or gánica, sino que
frecuentemente plantean problemas de otro orden.

¿Cuál va a ser el lugar del psicoanálisis en la medicina? Es lo que vamos a tra -


tar de discutir hoy. Les propongo que en primer lugar preguntemos a los se -
ñores Royer y Klotz cuáles son, sobre el plano teórico, los problemas, las cues -
tiones que desean formular a los psicoanalistas, y sobre cuáles criterios se
basarían eventualmente para dar un lugar al psicoanálisis en la medicina. Lue -
go pasaremos al campo de aplicaciones prácticas y veremos cómo, en la vi da
cotidiana, los psicoanalistas se insertan entre los equip os de médicos. Le
pediré a la Sra. Raimbault que nos informe acerca de la manera con que ella se
ha integrado en el equipo del Sr. Royer, y al Sr. Lacan, quien nos ha ce el honor
de estar hoy aquí, cómo piensa poder responder a estas cues tiones.

Doy ahora la palabra al Sr. Kotz, para los problemas teóricos.

Sr. KLOTZ ² No es todos los días que uno tiene la posibilidad de poder in te-
rrogar a analistas de la clase de los que están en esta mesa. Voy entonces a
entrar inmediatamente en lo vivo del asunto y formular a mi colega Lacan al-
gunas cuestiones preliminares.

Mi primera cuestión es la siguiente:

¿No cree que los médicos verían con mejores ojos el recurso al psicoanálisis si
la práctica de éste estuviera democratizada? Sé bien que las consultas de es-
pecialistas son todas muy costosas, pero cada especialista acepta dispensar su
ciencia o su talento en consultas hospitalarias. Al contrario, el carácter dis -
pendioso de las consultas es considerado por la mayoría de los analistas co mo
una de las condiciones necesarias del éxito de la cura psicoanalítica. Ha cen de
eso una cuestión de principio. A priori, uno está siempre tentado a du dar del
valor de un principio demasiado cómodo o demasiado ventajoso. A propósito
de esto, por otra parte, es interesant e citar este texto profético de Freud, quien
escribe: «no debiendo estar las enfermedades neuróticas aban donadas a los
esfuerzos impotentes de caridades particulares, se edi ficarán establecimientos,
clínicas, que tengan a su frente médicos psi coanalistas calificados donde se
esforzará, con la ayuda del análisis, a que con serven su resistencia y su
actividad a hombres que, sin eso, se abandonarían a la bebida, a mujeres que
sucumben bajo el peso de frustraciones, a ni ños que no tienen otra ele cción
que entre la depravación y la neurosis. Es tos tratamientos serán gratuitos.
Quizá se precisará mucho tiempo antes de que el Estado reconozca la
urgencia de estas obligaciones, las con diciones actuales pueden demorar
notablemente estas innovaciones y es probable que los primeros institutos de
este género serán debidos a la iniciativa pri vada, pero un día u otro la
necesidad de esto habrá de ser reconocida».[2]

Mi segunda cuestión es la siguiente:

¿No cree usted que, para aproximar la enseñ anza del psicoanálisis a la en se-
ñanza de la medicina, y, por consiguiente, para aproximar esas dos dis ciplinas,
conviene democratizar la enseñanza del psicoanálisis? Actualmente, un psi -
coanálisis didáctico cuesta al alumno alrededor de 100.000 vie jos francos por
mes, y esto durante un tiempo variable que va de 2 a 4 años, término me dio.
Independientemente del hecho de que esta forma de enseñanza es fun -
damentalmente antidemocrática, veo en ello otro escollo. Un ser humano que
se haya impuesto semejante sacrificio financiero, que deberá a veces en tre-
garse a una segunda ocupación subalterna para cumplir con sus obli gaciones
respecto de su analista, no puede no estar marcado por esas cir cunstancias
hasta en su propia ética, y en la posición personal que tendrá respecto a ese
instrumento de conocimiento y de tratamiento que ha adquirido tan ca ramente.

Esta enseñanza tan poco democrática, ¿es por otra parte una enseñanza? Los
vínculos que se establecen entre el candidato psicoanalista y s u psicoanalista
educador, a quien ve de 3 a 4 veces por semana, en la posición del diván, no
son los que unen a un alumno y un maestro, sino más bien los vínculos eso té-
ricos y rituales que unen a un neófito y un iniciado. No se trata de una en se-
ñanza sino de una ordenación, y durante mucho tiempo el iniciador ejer cerá
sobre su iniciado una influencia psicológica muy particular. ¿No cree us ted que
es preciso buscar y encontrar las bases de una enseñanza, ver daderamente
científica del psicoanálisis?

Llego con esto a los datos más fundamentales.

Toda empresa humana arriesga a petrificarse, la que toma sus medios por su
fin. ¿No cree usted que hay ahí un peligro cierto para el psicoanálisis? Cier ta-
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p
mente, el aporte del psicoanálisis freudiano par ece capital para la com prensión
del desarrollo de la personalidad, del nacimiento a la edad adulta, y, no
habiéndolos estudiado yo mismo, no veo ninguna razón para poner en du da el
carácter científico de los estadios orales, anales, pregenitales, ge nitales de la
semántica psicoanalítica. Pero al lado de estos datos están todos los de la
biología, de la sociología, todas las influencias de las condiciones cul turales y
de trabajo que no carecen de resonancias sobre el equilibrio psí quico de los
individuos. ¿No cree usted que al cerrarse a todas esas influencias, y al
limitarse voluntariamente al esquema de la dinámica psicoanalítica, es de cir a
los conflictos y a los complejos clásicos, numerosos psicoanalistas que se
dicen ortodoxos desarrollan en sí cierta paresia de la imaginación, fre nando
todo impulso creador? Esa monotonía de las respuestas y de los con ceptos
psicoanalíticos decepciona a cierto número de internistas de seosos de confiar
su enfermo a un analista, y estoy tanto más cómodo pa ra formular esta
pregunta al Doctor Lacan cuanto que precisamente él pertenece, al contrario, a
la categoría de los innovadores.

Última cuestión: si el psicoanálisis instrumento de conocimiento merece to da


nuestra atención, es de hecho al psicoanálisis instrumento de terapéutica que
quieren dirigirse los médicos.

Ahora bien, desde este punto de vista, desde el punto de vista de la te rapéuti-
ca, los médicos se preguntan si es verdaderamente un enriquecimiento para un
psicoterapeuta de inspiración ana lítica no conocer nada o no querer co nocer
nada de las otras armas de la psiquiatría y de la psicoterapia. ¿Hay ver da-
deramente interés en limitar la actividad del analista a su técnica pura, y no es,
por algún lado, él también un psiquiatra, amputado?

En resumen, si los médicos vacilan todavía en recurrir más a menudo al aná li-
sis psicológico de las causas de las enfermedades internas, esto es quizá por -
que, por algunas de las razones expuestas arriba, el psicoanálisis les pa rece
que no ha salido de la fase mágica de su desarrollo histórico; es preciso ayu -
darlo a encaminarse hacia su fase científica. ¿No es necesario, para hacer es -
to, favorecer la integración de los datos psicoanalíticos, valorables en el mar co
de un método de análisis psíquico qu e sería verdaderamente global, abier to,
pluri-factorial y auténticamente científico?

Sra. AUBRY ² Creo que para los problemas terapéuticos que resultan de la
aplicación del análisis, responderemos más bien en un segundo estadio. ¿Si el
Sr. Royer quiere tomar la palabra?

Sr. ROYER ² Si Klotz confiesa que no es psicoanalista, es cierto que mi pre -


sencia aquí es todavía más paradojal. En efecto, cierto número de ustedes no
ignora que soy un pediatra, orientado hacia los problemas de biología y de
bioquímica. Estoy, sin embargo feliz de estar aquí hoy, ante todo por que en-
contré mucho apoyo de parte de las Sras. Aubry y Raimbault, y también por que
la cuestión que voy a formular me parece que más o menos ya ha re cibido su
respuesta en el trabajo de nuestr o grupo.

El problema se nos planteaba era el siguiente:

Tenemos un servicio de nefrología infantil que comporta sobre todo en fermos


crónicos, unos afectados por afecciones que tienen una salida lejana fa vorable,
otros probablemente desfavorable, otro s, por fin, ciertamente desfavorable. Los
niños vienen varias veces por año durante años, para cortas hos pitalizaciones.
Pertenecen a la vida de nuestro grupo, son un poco nues tros niños, los de los
médicos, de las enfermeras y de todo el personal. C onocemos muy bien a su
familia, y creo que ahora cumplimos integralmente el papel que antaño se le
otorgaba al médico de familia. De esta manera se ha creado, entre nuestros
enfermos, nuestros médicos, nuestras enfermeras, relaciones de un tipo que
juzgo nuevo para el hospital por relación a lo que he conocido hace 10 o 15
años. Esto no es más que un ejemplo, y estoy se guro que numerosos colegas
míos tienen, en otros dominios, los mismos pro blemas.

Muy poco tiempo nos fue necesario para que nos demo s cuenta de que éramos
torpes en el manejo de las relaciones humanas y que así sembrábamos a
nuestro alrededor mucha desdicha. Es por esto que yo buscaba, desde hace
mucho, a alguien en posesión de técnicas psicológicas adaptadas a mi de man-
da. Yo no tenía a priori ninguna preferencia a favor del psicoanálisis más bien
que otras técnicas, siendo muy ignorante de esos métodos, y sim plemente
buscaba a alguien que quisiera proseguir simultáneamente varios es tudios
sobre mis enfermos. No le demandaba efe ctos terapéuticos, sino una
investigación e informaciones.

Ante todo quería saber cómo se construía y se transformaba la imagen de la


enfermedad en la mente de las madres y de los padres de familia y en la de
mis propios jóvenes enfermos, en el curso de una afección crónica de evo lu-
ción más o menos ciertamente o ciertamente mortal. Mi primera idea era, en
efecto, que nuestras reacciones, nuestras conversaciones con los enfermos,
estaban enteramente construidas sobre nuestra propia personalidad y nuest ra
propia concepción nosológica de la enfermedad, y para nada en función de la
imagen que niños y familias podían tener de esta enfermedad. De dónde es te
tema, que mucho explotamos con la Sra. Raimbault, de la oposición de una
enfermedad «exógena», tal como la concibe el médico, y de una en fermedad
«endógena» tal como pueden elaborarla el niño y su madre. Es muy evi dente
que no es lo mismo para ambos, y yo quería un estudio objetivo de es ta
enfermedad «endógena».
En segundo lugar, deseaba que a part ir de los documentos que nos su ministra-
ba un psiquiatra a propósito de esto, pudiéramos cambiar la naturaleza de las
relaciones, de las conversaciones y de las direcciones de espíritu que otor -
gamos durante años a nuestras relaciones con las familias y los niños en-
fermos, y ver si, poco a poco, podíamos elaborar una doctrina o hábitos de
espíritu completamente diferentes de los que teníamos hasta entonces.

En fin, quería igualmente que el psiquiatra analice cuidadosamente la re percu-


sión que estas enfermedades crónicas, que concernían a unos niños a los que
un apego natural nos liga al cabo de algunos años, podía tener ² sobre todo
en el momento del desenlace fatal ² sobre los médicos de mi grupo y las
enfermeras.

Había pues una serie de cuestiones para las cuales yo requería un estudio psi -
cológico que ninguno de nosotros podía llevar a buen puerto.

La primera de estas cuestiones, que vuelvo a formular hoy, es la siguiente:


¿consideran ustedes, Sra. Aubry y Sr. Lacan, que las técnicas psicoanalít icas
estén adaptadas a un estudio de este género? Creo personalmente que los
progresos que hemos hecho en 18 meses en este dominio son muy alen tado-
res y que la respuesta de ustedes será probablemente positiva. No obstante,
me gustaría saber si ustedes piensan que estas técnicas están enteramente o
parcialmente adaptadas al resultado final, que es tener una concepción clara
de todos estos problemas.

La segunda cuestión se reúne con una de las formuladas por Klotz. La Sra.
Raimbault está vinculada al INSERM. [3] Ella practica por lo tanto estas téc ni-
cas psicoanalíticas de una manera desinteresada, de alguna manera «fun cio-
narizada», es decir, del todo diferente a la expuesta recién por Klotz. ¿En qué
medida se puede integrar a los psicoanalistas, a grupos o a unidades de in -
vestigación para trabajos de este tipo que, si se comprueban fructíferos, de -
berán a mi entender extenderse a otros dominios de la medicina? Esta es una
cuestión precisa que yo les planteo, pues inútil es decir que mi idea de ha cer
entrar a un psicoanalista en un grupo de biología clínica no encontró un
entusiasmo extraordinario en la administración del INSERM.

Este ejemplo propone una nueva cuestión, que es la del psicoanalista de in ves-
tigación, y me gustaría tener la opinió n de ustedes también sobre este pun to.

Sra. AUBRY ² Antes de proseguir el debate sobre el lugar del psi coanálisis en
la medicina y las aplicaciones prácticas que la experiencia de la Sra. Raim bault
pondrá en evidencia, tengo que decir una palabra sobre los problemas de
formación de los analistas y del modo de enseñanza del psi coanálisis, aunque
eso no concierna totalmente al asunto que nos preocupa hoy.

La respuesta de Royer es al mismo tiempo una respuesta al Sr. Klotz; en con-


traremos posibilidades no dispendiosas de ejercicio del psicoanálisis en la
medida en que se haga un lugar al psicoanálisis. En los Niños Enfermos hay
alrededor de 25 psicoanalistas que trabajan a título de sustitutos, pues les he
dado la posibilidad de hacerlo y los locales de mi consulta están ocupados a
tiempo completo, aunque mi servicio se diga de «tiempo parcial». Seiscientos
niños aproximadamente pasan por él cada mes. En el marco hos pitalario, un
número enorme de establecimientos permiten, al menos en lo que concierne a
los niños, hacer tales tratamientos; ahora hay institutos mé dico-pedagógicos en
los que el psicoanálisis ha encontrado su lugar, con sultorios, hospitales de día:
la mutual de los estudiantes y la M.G.E.N. han he cho esfuerzos considerables,
así como los hospitales psiquiátricos. Me pa rece que éste no es un problema
más que en la medida en que no se le da su lu gar al psicoanálisis.

En lo que concierne al modo de enseñanza, creo que jamás hemos rehusado


formar a un sujeto apto por motivos de orden pecuniario. Por otra parte, no creo
que se pueda pretender que es fácil realizar estudios, cualesquiera que sean,
cuando no se tiene dinero, eso sería una mala broma, y todos sabemos que los
hijos de obreros son muy poco numerosos en las Facultades y la enseñanza
superior. Ese es por consiguiente un problema que desborda am pliamente el
del psicoanálisis y, en el caso particular, creo que eso no debe ser tomado en
consideración.

Sr. Lacan, usted que es el promotor de un movimiento importa nte en el psico-


análisis, ¿piensa que el psicoanálisis esté paralizado? [4]

Sr. LACAN ² Ustedes me permitirán, respecto de algunas cuestiones que


acaban de ser planteadas, que me atenga a las respuestas de la Sra. Au bry,
las que me parecen muy suficientemente pertinentes. No veo que democratizar
la enseñanza del psicoanálisis plantee otro problema que el de la definición de
nuestra democracia. Ésta es una, pero hay de ella varias especies concebibles,
y el porvenir nos lleva hacia otra.

Lo que yo creía que tenía que aportar a una reunión como ésta, ca racterizada
por quien la convoca, es decir el Collège de Médecine, era muy precisamente
abordar un asunto que jamás tuve que tratar en mi enseñanza, el del lugar del
psicoanálisis en la medicina.

Actualmente, este lugar es marginal y, como lo he escrito varias ve ces, extra-


territorial. Es marginal por el hecho de la posición de la me dicina respecto del
psicoanálisis, al que admite como una especie de ayuda externa, comparable a
la de los psicólogos y otros diferentes asistentes terapéuticos. Es extra-
territorial por el hecho de los psi coanalistas, quienes, sin duda, tienen sus
razones para querer conservar esta extra-territorialidad. No son las mías, pero,
en verdad, no pienso que mi solo anhelo al respecto bastará para cambiar las
cosas. Estas encontrarán su lugar en su momento, es de cir sumamente rápido
si consideramos el tipo de aceleración que vivimos en cuan to a la parte de la
ciencia en la vida común.

Este lugar del psicoanálisis en la medicina, hoy quisiera con siderarlo desde el
punto de vista del médico y del muy rápido cambio que está produciéndose en
lo que llamaré la función del médico, y en su personaje, puesto que ése es
también un elemento importante de su función.

Durante todo el período de la historia que conocemos y po demos calificar como


tal, esta función, este personaje del médico, han per manecido con una gran
constancia hasta una época reciente.

Es preciso sin embargo señalar que la práctica de l a medicina jamás ha ido sin
un gran acompañamiento de doctrinas. Que durante un tiempo bastante corto,
en el siglo XIX, las doctrinas se hayan re clamado ciencia, no las volvió más
científicas por eso. Quiero decir que las doctrinas científicas invocada s en la
medicina siempre eran, hasta una época reciente, retomas de alguna
adquisición cien tífica, pero con un retardo de al menos veinte años. Esto
muestra bien que ese recurso só lo funcionó como sustituto y para enmascarar
lo que anteriormente hay que caracterizar más bien como una suerte de
filosofía.

Al considerar la historia del médico a través de los tiempos, el gran mé dico, el


médico tipo, era un hombre de prestigio y de au toridad. Lo que sucede entre el
médico y el enfermo, fácilmente ilustrado ahora por observaciones como las de
Balint, que el médico al pres cribir se prescribe a sí mismo, siempre ha
sucedido: así, el emperador Marco Aurelio convocaba a Galeno para que la
triaca le fuese vertida por sus manos. Fue por otra par te Galeno quien escribió
el tratado «ȅȞȚ ĮȡȚıIJȠȢ ȓĮȞȡȪȢ țĮȓ ijȚȜȩıȠijȠȢ» {Oni aristos ianrüs kai fi losofos},
que el médico, en su esencia, es tam bién un filósofo ² donde este término no
se limita al sentido históricamente tar dío de filosofía de la natura leza.

Pero den a este término el sentido que quieran, la cuestión que se trata de si -
tuar se esclarecerá por medio de otras referencias. Pienso que aquí, aunque
ante una asistencia en su mayoría médica, no se me pe dirá que indique lo que
Michel Foucault nos aporta, en su gran obra, de un método histórico -crítico
para situar la responsabilidad de la me dicina en la gran crisis ética (es decir, en
lo tocante a la definición del hom bre) que él centra alrededor del aislamiento de
la locura;[5] tampoco que introduzca esa otra obra, El nacimiento de la
clínica,[6] en tanto que en ella está fijado lo que comporta la promoción por
parte de Bichat de una mirada que se fija sobre el cam po del cuerpo en ese
corto tiempo en que éste subsiste como vuelto a la muerte, es decir el cadáver.

Así están señalados los dos franqueamientos por los cuales la me dicina consu-
ma por su parte el cierre de las puertas de un antiguo Ja no, el que redoblaba,
ya para siempre inhallable, todo gesto humano con una figura sagrada. La
medicina es una correlación de este fran queamiento.

El pasaje de la medicina al plano de la cien cia, e incluso el hecho de que la


exigencia de la condición experimental haya sido in ducida en la medicina por
Claude Bernard y sus seguidores, no es eso lo que cuenta por sí solo, el
balance está en otro lado.

La medicina ha entrado en su fase científica, en tanto que ha na cido un mundo


que en adelante exige los condicionamientos ne cesitados en la vida de cada
uno en proporción a la parte que toma en la cien cia, presente en todos en sus
efectos.

Las funciones del organismo humano siempre han constituido el ob jeto de una
puesta a prueba según el contexto social. Pero por ser to madas en función de
servidumbre en las organizacion es altamente diferenciadas que no habrían
nacido sin la ciencia, ellas se ofrecen al mé dico en el laboratorio ya constituido
de alguna manera, incluso ya provisto de créditos sin límites, que va a emplear
para reducir esas funciones a unos montajes equivalentes a los de esas otras
organizaciones, es decir, teniendo estatuto de subsistencia científica.

Citemos simplemente aquí, para aclarar lo que decimos, lo que de be nuestro


progreso en la formalización funcional del aparato car dio-vascular y del aparato
respiratorio, no solamente a la necesidad de operarlo, sino al aparato mismo de
su inscripción, en tanto que éstos se imponen, a partir del alojamiento de los
sujetos de esas reacciones en los ³satélites´: o sea lo que podemos considera r
como formidables pulmones de acero, cuya construcción misma está ligada a
su destino de soportes de ciertas órbitas, órbitas que nos equi vocaríamos si las
llamáramos cósmicas, puesto que a esas órbitas, el cosmos no las ³co nocía´.
Para decir todo, es por el mismo paso por el que se re vela la sorprendente
tolerancia del hombre a unas con diciones acósmicas, incluso la paradoja que lo
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hace aparecer de alguna manera ³adap tado´ a éstas, que se comprueba que
este acosmismo es lo que la ciencia construye.

¿Quién podía imaginar que el hombre soportaría muy bien la in gravidez, quién
podía predecir lo que resultaría del hom bre en esas condiciones, de atenerse a
las metáforas filosóficas, por ejemplo a la de Simone Weil, quien hacía de la
gravedad una de las dimensiones de tal metáfora?

Es en la medida en que las exigencias sociales están con dicionadas por la apa-
rición de un hombre que sirve a las condiciones de un mun do científico, que,
dotado de nuevos poderes de investiga ción y de búsqueda, el médico se
encuentra enfrentado a problemas nuevos. Quiero decir que el médico ya no
tiene nada de privilegiado en el or den de ese equipo de sabios diversamente
especializados en las di ferentes ramas científicas. Es desde el exterior de su
función, particularmente en la organización industrial, que le son suministrados
los medios al mismo tiempo que las pre guntas para introducir las medidas de
control cuantitativo, los gráficos, las escalas, los datos estadísticos por donde
se establecen hasta la escala microscópica las cons tantes biológicas, y que se
instaura en su dominio ese despegue de la evidencia del éxi to *que
corresponde al advenimiento*[7] de los hechos.

La colaboración médica será considerada como bienvenida para programar las


operaciones necesarias para mantener el funcionamiento de tal o cual aparato
del organismo humano, en unas condiciones de terminadas, pero después de
todo, ¿qué tiene que ver eso con lo que lla maremos la posición tradicional del
médico?

El médico es requerido en la función de sabio fisiólogo, pero to davía sufre otros


reclamos: el mundo científico vierte entre sus manos el número infinito de lo
que puede producir como agentes terapéuticos no vedosos, químicos o
biológicos, que pone a disposición del público, y demanda al médico que, como
un agente distribuidor, los ponga a prueba. ¿Dónde está el límite donde el
médico debe actuar, y a qué debe responder? A algo que se llama la demanda.

Diré que es en la medida de e ste deslizamiento, de esta evolución que cambia


la posición del médico por relación a los que se di rigen a él, que llega a indi vi-
dualizarse, a especificarse, a valorizarse retroactivamente, lo que hay de
original en esta de manda al médico. Este desarrollo científico inaugura y pone
cada vez más en el primer plano ese nuevo derecho del hombre a la salud, que
existe y ya se motiva en una organización mundial. En la medida en que el
registro de la relación médica con la salud se modifica, d onde esa especie de
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poder generalizado que es el poder de la cien cia da a todos la posibilidad de
venir a demandar al médico su ticket de be neficio con un objetivo preciso
inmediato, vemos dibujarse la originalidad de una di mensión que yo llamo la
demanda. Es en el registro del modo de respuesta a la de manda del enfermo
que está la chance de supervivencia de la posición pro piamente médica.

Responder que el enfermo viene a demandarnos la curación no es responder


nada en absoluto, pues cada vez que la tarea precisa, que hay que cumplir con
urgencia, no responde pura y simplemente a una po sibilidad que se encuentra
al alcance de la mano, pongamos: a unas ma niobras quirúrgicas o a la
administración de antibióticos (e incluso en esos casos queda por saber lo que
resulta de ello para el por venir), hay, fuera del campo de lo que es modificado
por el beneficio te rapéutico, algo que permanece constante, y todo médico
sabe bien de qué se tra ta.

Cuando el enfermo es enviado al médico o cuando lo aborda, no digan que es-


pera de éste pura y simplemente la curación. Pone al mé dico en la prueba de
sacarlo de su condición de enfermo, lo que es to talmente diferente, pues esto
puede implicar que él está totalmente afe rrado a la idea de conservarla. A
veces viene a demandarnos que lo autentifiquemos como enfermo, en muchos
otros casos viene, de la manera más manifiesta, a demandarles que lo
preserven en su enfermedad, que lo traten de la manera que le conviene a él,
la que le permitirá continuar siendo un enfermo bien instalado en su
enfermedad. ¿Tengo necesidad de evocar mi experiencia más re ciente? ² un
formidable estado de depresión ansiosa permanente, que ya duraba más de
veinte años, el enfermo venía a verme aterroriz ado por que yo hiciera la más
mínima cosa. A la única proposición de que me volviera a ver 48 horas más
tarde, ya, la madre, temible, que durante ese tiempo ha bía acampado en mi
sala de espera, había logrado tomar algunas dis posiciones para que no
ocurriese nada.

Esta es una experiencia banal, no la evoco más que para re cordarles la signifi-
cación de la demanda, dimensión en la que se ejerce, ha blando propiamente,
la función médica, y para introducir lo que pa rece fácil de palpar, y sin e mbargo
sólo ha sido interrogado seriamente en mi E scuela, a saber la estructura de la
falla que existe entre la demanda y el deseo.

A partir de que se ha hecho esta observación, aparece que no es ne cesario ser


psicoanalista, ni siquiera médico, para saber que cuando cualquiera, nuestro
mejor amigo, sea del sexo macho o hembra, nos de manda algo, esto no es de
ningún modo idéntico, y a veces es incluso diametralmente opuesto, a lo que
desea.

Quisiera retomar aquí las cosas en otro punto, y hace r observar que si es con-
cebible que lleguemos a una extensión cada vez más efi caz de nuestros proce-
dimientos de intervención en lo que concierne al cuer po humano, y sobre la
base de los progresos científicos, no podría estar resuelto el problema a nivel
de la psicología del médico ² con una cuestión que refrescaría el término de
psico-somática. Permítanme más bien destacar como falla epistemo -somática,
el efecto que va a tener el progreso de la ciencia sobre la relación de la
medicina con el cuerpo. Ahí todavía, pa ra la medicina está subvertida la
situación desde el exterior. Y es por eso que, ahí to davía, lo que antes de
ciertas rupturas permanecía confuso, velado, mezclado, em brollado, aparece
con brillo.

Pues lo que está excluido por la relación epistemo-somática, es justamente lo


que va a proponer a la medicina el cuerpo en su registro pu rificado. Lo que así
se presenta, se presenta como pobre en la fiesta en la que el cuerpo irradiaba
recién por estar enteramente fotografiado, radiografiado, calibrado,
diagramatizado y posible de condicionar, da dos los recursos verdaderamente
extraordinarios que oculta, pero qui zá, también, ese pobre le aporte una
posibilidad que vuelve de lejos, a sa ber del exilio a donde ha proscrito al c uerpo
la dicotomía cartesiana del pensamiento y de la extensión, la cual deja caer
completamente de su aprehensión lo que es, no el cuer po que ella imagina,
sino el cuerpo verdadero en su naturaleza.

Ese cuerpo no se caracteriza simplemente por la dime nsión de la extensión: un


cuerpo es algo que está hecho para gozar, gozar de sí mis mo. La dimensión
del goce está completamente excluida por lo que he llamado la relación
epistemo-somática. Pues la ciencia no es in capaz de saber lo que puede, pero
ella, no más que el sujeto que en gendra, no puede saber lo que quiere. Por lo
menos, lo que ella quiere sur ge de un avance cuya marcha acelerada, en
nuestros días, nos permite palpar que supera sus propias previsiones.

¿Podemos prejuzgar al respecto, por ejemplo, por el hecho de que en nuestro


espacio, sea planetario o transplanetario, pulula algo que bien hay que llamar
voces humanas que animan el código que en cuentran en ondas cuyo
entrecruzamiento nos sugiere una imagen muy di ferente del espacio que
aquella donde los torbellinos car tesianos constituían su orden? Por qué no
hablar también de la mirada que aho ra es omnipresente, bajo la forma de
aparatos que ven por nosotros en los mismos lugares: o sea algo que no es un
ojo y que aísla la mirada como presente. Todo esto, podemos po nerlo en el
activo de la ciencia, ¿pe ro eso nos hace alcanzar lo que nos concierne, no diré
como ser humano ² pues en verdad Dios sabe lo que se agita tras ese fan to-
che que llamamos el hombre, el ser humano , o la dignidad humana, o cual -
quiera que sea la denominación bajo la cual cada uno pone lo que es cucha de
sus propias ideologías más o menos revolucionarias o reaccionarias?
Preguntamos más bien en qué concierne eso a lo que existe, a saber, nuestr os
cuerpos. Voces, miradas que se pasean, eso es algo que viene de los cuerpos,
pero son curiosas prolongaciones que al pri mer aspecto, e incluso al segundo o
al tercero, sólo tienen pocas re laciones con lo que yo llamo la dimensión del
goce. Es importante localizarla como polo opuesto, pues ahí tam bién la ciencia
está vertiendo ciertos efectos que no dejan de comportar algunas apues tas.
Materialicémoslos bajo la forma de los diversos productos que van de los tran -
quilizantes a los alucinógenos. Esto complica singularmente el pro blema de lo
que hasta ahora se ha calificado, de una manera puramente po licial, de
toxicomanía. Por poco que un día estemos en posesión de un producto que
nos permita recoger informaciones sobre el mundo exterior, veo mal cómo
podría ejercerse una contención policial.

Pero cuál será la posición del médico para definir esos efectos a pro pósito de
los cuales hasta aquí ha mostrado una audacia alimentada so bre todo de
pretextos, pues desde el punto de vista del goce, qué es lo que un uso
ordenado de lo que se lla ma, más o menos apropiadamente, tóxicos, puede
tener de reprensible ² a menos que el médico no entre francamente en lo que
es la segunda dimensión característica de su presencia en el mundo, a saber,
la dimensión ética. Estas observaciones, que pueden parecer banales, tienen
de todos modos el interés de demostrar que la dimensión ética es la que se
extiende en la dirección del goce.

He ahí, entonces, dos puntos de referencia: en primer lug ar, la demanda del
enfermo, en segundo lugar, el goce del cuerpo. De al guna manera, estos
confinan con esa dimensión ética, pero no los con fundamos demasiado
rápidamente, pues aquí interviene lo que muy sim plemente llamaré la teoría
psicoanalítica, que llega a tiempo, y desde luego no por azar, en el momento
de la entrada en juego de la cien cia, con esa ligera anticipación que es siempre
característica de las invenciones de Freud. Del mismo modo que Freud inventó
la teoría del fascismo antes de que éste apareciera, igualmente, treinta años
antes, inventó lo que debía responder a la subversión de la posición del mé dico
por el ascenso de la ciencia: *a saber, el psi coanálisis como praxis*[8].

Recién indiqué suficientemente la diferencia qu e hay entre la demanda y el de-


seo. Sólo la teoría lingüística puede dar cuenta de tal con cepción, y lo puede
tanto más fácilmente cuanto que es Freud quien, de la manera más viva y más
inatacable, mostró precisamente su distancia a nivel del inconscie nte. Pues es
en la medida en que está es tructurado como un lenguaje que es el inconsciente
descubierto por Freud.

He leído, con asombro, en un escrito muy bien patrocinado, que el incons ciente
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era monótono. No invocaré aquí mi experiencia, pido sim plemente que se
abran las tres primeras obras de Freud, las más fundamentales, y que se vea si
es la monotonía lo que ca racteriza *la significancia*[9] de los sueños, los actos
fallidos y los lapsus. Muy por el contrario, el inconsciente me parece no
solamente extremadamente particularizado, más todavía que variado, de un
sujeto a otro, sino incluso muy astuto e ingenioso, puesto que es justamente de
él que el chiste *toma sus dimensiones y su estructura*[10]. No hay un in cons-
ciente porque habría un deseo inconsciente, obtuso, pesado, Calibán, [11] in -
cluso animal, deseo in consciente alzado desde las profundidades, que sería
primitivo y tendría que elevarse al nivel superior de lo consciente. Muy por el
contrario, hay un deseo porque hay inconsciente, es decir lenguaje que escapa
al sujeto en su estructura y sus efectos, y porque siempre hay a nivel del
lenguaje algo que está más allá de la con ciencia, y es ahí que puede situarse la
función del deseo.

Es por esto que es necesario hacer intervenir ese lugar que he lla mado el lugar
del Otro, en lo que concierne a todo lo que es del su jeto. Es, en sustancia, el
campo en el que se localizan esos excesos de len guaje de los que el sujeto
tiene una marca que escapa a su propio d ominio. Es en ese campo que se
hace la juntura con lo que he lla mado el polo del goce.

Pues allí se valoriza lo que introdujo Freud a propósito del prin cipio del placer y
que nunca se había advertido, a saber, que el placer es una barrera al goce,
por donde Freud retoma las condiciones de las que muy antiguas escuelas de
pensamiento habían hecho su ley.

¿Qué se nos dice del placer? ² que es la menor excitación, lo que hace des a-
parecer la tensión, lo que más la atempera, es decir, lo que nos d etiene
necesariamente en un punto de lejanía, a muy res petuosa distancia del goce.
Pues lo que yo llamo goce en el sentido en que el cuerpo se experimenta,
siempre es del orden de la tensión, del forzamiento, del gasto, incluso de la
hazaña. Indiscutiblemente hay go ce en el nivel en que comienza a aparecer el
dolor, y sabemos que es solamente a ese nivel del dolor que puede
experimentarse toda una dimensión del organismo que de otro mo do
permanece velada.

¿Qué es el deseo? El deseo es de alguna m anera el punto de compromiso, la


escala de la dimensión del goce, en la medida en que, de una cierta manera,
permite llevar más lejos el nivel de la barrera del pla cer. Pero ése es un punto
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fantasmático, quiero decir, donde interviene *el registro imaginario*[12], que
hace que el deseo esté suspendido a algo cuya realización no es por su
naturaleza verdaderamente exi gible.

¿Por qué es que vengo a hablar aquí de lo que, de todas ma neras, no es más
que un muestreo minúsculo de esta dimensión que desarrollo desde hace
quince años en mi seminario? ² Es para evocar la idea de una topología del
sujeto. Es por relación a sus superficies, a sus límites fundamentales, a sus
relaciones recíprocas, a la ma nera con que ellas se entrecruzan y se anu dan,
que pueden plantearse algunos pro blemas, que no son tampoco puros y
simples problemas de inter-psicología, sino precisamente los de una estructura
que concierne al sujeto en su doble relación con el saber.

El saber continúa quedando para él marca do con un valor nodal, por aquello
cuyo carácter central en el pensamiento se olvida, esto es, que el deseo
sexual, *tal como lo entiende*[13] el psicoanálisis, no es la ima gen que
debemos hacernos según un mito de la tendencia orgánica: es algo
infinitamente más elevado y anudado en pri mer término precisamente al
lenguaje, en tanto que es el lenguaje el que pri meramente le ha dado su lugar,
y que su primera aparición en el desarrollo del individuo se manifiesta a nivel
del deseo de saber. Si no se ve que ahí está el punto central don de arraiga la
teoría de la libido de Freud, sim plemente se pierde la cuerda. Es per der la
cuerda querer reunirse con los marcos preformados de una pre tendida
psicología general, ela borada en el curso de los siglos para responder a nece-
sidades extremadamente diversas, pero que constituye el residuo de la serie de
las teorías filosóficas. Es perder la cuerda también no ver qué nueva pers pecti-
va, qué cambio total de punto de vista es introducido p or la teoría de Freud,
pues se pierde entonces, a la vez, su práctica y su fecundidad.

Uno de mis alumnos, exterior al campo del análisis, muy a me nudo me ha pre-
guntado: ¿cree usted que baste con explicar eso a los fi lósofos, que a usted le
alcance con poner en un pizarrón el esquema de su grafo para que ellos
reaccionen y comprendan?

Por supuesto, yo no tenía al respecto la más mínima ilusión, y de masiadas


pruebas de lo contrario. A pesar de eso, las ideas se pa sean, y en la posición
en la que estamos por relación a la difusión del len guaje y al mínimo de
impresos necesarios para que una cosa dure, eso basta. Es suficiente que eso
haya sido dicho en alguna parte y que una oreja sobre 200 lo haya escuchado,
para que en un porvenir bas tante próximo estén asegurados sus efectos.
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Lo que indico al hablar de la posición que puede ocupar el psi coanalista, es
que actualmente es la única por la que el médico pueda man tener la
originalidad de siem pre de su posición, es decir, la de aquél que t iene que
responder a una demanda de saber, aunque no pue da hacerlo más que
llevando al sujeto a que se vuelva del la do opuesto a las ideas que emite para
presentar esa demanda. Si el in consciente es lo que es, no una cosa
monótona, sino al contrario una cerradura tan precisa como sea posible, y cuyo
manejo no es ninguna otra cosa que abrir, a la manera inversa de una lla ve, lo
que está más allá de una cifra, esta apertura no puede más que servir al sujeto
en su demanda de saber. Lo que es inesper ado, es que el sujeto confiese él
mismo su verdad, y que la confiese sin saberlo [14].

El ejercicio y la formación del pensamiento son los preliminares ne cesarios a


una operación así: es preciso que el médico se haya es forzado en plantear los
problemas a nivel de una serie de temas cuyas co nexiones, cuyos nudos, debe
conocer, y que no son los temas corrientes de la filosofía y de la psicología. Los
que están en curso en cierta práctica investigadora que se llama psicotécnica,
donde las respuestas están determinadas en función de ciertas cuestiones,
ellas mismas registradas en un plano utilitario, tienen su precio y su valor en
unos límites definidos que no tienen na da que ver con el fondo de lo que está
en la demanda del enfermo.

Al cabo de esta demanda, la función de la relación con el sujeto su puesto sa-


ber, revela lo que nosotros llamamos la transferencia. En la medida en que más
que nunca la ciencia tiene la palabra, más que nun ca se sostiene ese mito del
sujeto supuesto saber, y eso es lo que permite la existencia del fenómeno de la
transferencia en tanto que re mite a lo más primitivo, a lo más arraigado del
deseo de saber.

En la época científica, el médico se encuentra en una doble po sición: por una


parte, se las tiene que ver con una investidura ener gética cuyo poder no
sospecha si no se le explica, por otra parte, debe po ner esta investidura entre
paréntesis, en razón misma de los poderes de los que dispone, de los que
debe distribuir, del plano cien tífico donde está situado. Lo quiera o no, el
médico está integrado a ese mo vimiento mundial de la organización de una
salud que se vuelve pública y, por este hecho, le se rán propuestas nuevas
cuestiones.

En ningún caso podrá motivar el mantenimiento de s u función propiamente mé-


dica en nombre de un ³privado´, que sería del resorte de lo que se llama el se -
creto profesional, y no hablemos demasiado de la manera con que es
observado, quiero decir en la práctica de la vida a la hora en que se bebe el
coñac. Pero no es eso el re sorte del secreto profesional, pues si fuera del
orden de lo privado, sería del orden de las mismas fluctuaciones que
socialmente han acompañado la ge neralización en el mundo de la práctica del
impuesto a las ganancias. Es otra cosa la que está en juego; es propiamente
esa lectura por la cual el mé dico es capaz de conducir al sujeto a lo que
transcurre dentro de cier to paréntesis, el que comienza en el nacimiento, que
termina en la muerte, y que comporta las cuestiones que van de uno a la otra.

¿En nombre de qué tendrán los médicos que estatuir el derecho o no al na ci-
miento? ¿Cómo responderán a las exigencias que con fluirán muy rápidamente
con las exigencias de la productividad? Pues si la salud se vuelve objeto de
una organización mundial, se tratará de sa ber en qué medida ella es
productiva. ¿Qué podrá opo ner el médico a los imperativos que lo harían
empleado de esta empresa universal de la productividad? No tiene otro terreno
que esa relación por la cual él es el médico, a saber, la demanda del enfermo.
Es en el interior de esta re lación firme donde se producen tantas cosas que
está la revelación de esa dimensión en su valor ori ginal, que no tiene nada de
idealista, pero que es exactamente lo que yo he dicho: la relación con el goce
del cuerpo.

¿Qué tienen ustedes que decir, médicos, sobre lo más es candaloso de lo que
va a seguir? Pues si era excepcional el caso en el que el hom bre profería hasta
ahora ³Si tu ojo te escandaliza, arráncalo´ [15], ¿q ué dirán del slogan ³Si tu ojo
se vende bien, dónalo´? ¿En nombre de qué tendrán ustedes que hablar, sino
precisamente de esa dimensión del goce de su cuerpo y de lo que ella ordena
como participación en todo lo que le corresponde en el mundo?

Si el médico debe seguir siendo algo, que no podría ser la he rencia de su anti-
gua función, que era una función sagrada, es, para mí, pro siguiendo y
manteniendo en su vida propia el descubrimiento de Freud. Es siempre como
misionero del médico que yo me he considerado: la función del médico, como
la del sacerdote, no se limita al tiempo que se le dedica.[16]

Sra. AUBRY ² Sr. Royer, ¿tiene usted algo para decir antes de la expo sición
de la Sra. Raimbault?

Sr. ROYER ² Me excuso por volver a tomar la palabra tras la ³breve´ in ter-
vención del Sr. Lacan.

Pienso que la exposición que acaba de hacer de lo que llamó un ³minúsculo


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muestreo´ de sus obras, es bastante chocante para los médicos que están en
esta asamblea, y me parece bien decirlo, ya que si entendí bien, y si no se me
tendió ningún cebo, estamos aquí pa ra discutir sobre el lugar del psi coanálisis
en la medicina general, [17] y más particularmente so bre las relaciones entre
psicoanalistas y generalistas en el seno de un mis mo hospital. El problema me
fue planteado así, y tengo el sentimiento de haber caído un poco en una tram -
pa.

Acabamos de escuchar una exposición que contiene muchas banalidades ²


es el propio autor quien lo ha dicho ² y no he sido muy sensible, debo confe-
sarlo, a los argumentos que ha desarrollado. Aquí estamos, me parece, pa ra
cosas más serias.

Sr. Lacan, nosotros tuvimos, el Sr. Klotz y yo mismo, la honestidad de de cir, al


comienzo de esta mesa redonda, que no éramos psicoanalistas y que n o
deseábamos juzgar al psicoanálisis. Hubiese sido honesto de su parte, me pa -
rece, reconocer que usted no conocía ni a los médicos, ni a la medicina. Us ted
emitió cierto número de juicios sobre los mé dicos que son inaceptables, y ²
me permito decírselo ² cuando usted hace de nosotros simples ³distribuidores
de medicamentos´ suministrados por las firmas farmacéuticas, eso prueba que
usted ciertamente no está al corriente de los inn umerables problemas con los
que estamos confrontados y que tratamos de resolver.

Había venido aquí con la esperanza de que pudiéramos encontrar un len guaje
común, puesto que usted está interesado en los problemas de lingüística...
Ahora bien, es imposible encontrarlo sobre este terreno, y debo confes ar que
considero a esta reunión como un completo fracaso.

Sra. AUBRY ² No creo que jamás hayamos considerado al Sr. Royer como un
distribuidor de medicamentos, y, si trato de precisar el pensamiento del Sr.
Lacan, él probablemente ha querido de cir que ése era un peligro que ace chaba
al médico.

Sr. LACAN ² No, no es eso lo que yo he dicho: hablé de la demanda del


enfermo.

Sra. AUBRY ² Yo creo, Sr. Royer, que la manera con que el psicoanálisis ha
sido puesto al servicio de su equipo de investig ación aclarará esta discusión, y
me gustaría que la Sra. Raimbault nos diga algunas palabras al res pecto.[18]
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Sra. RAIMBAULT ² Debo decir en primer lugar que mi posición en el ser vicio
del Sr. Royer ha estado facilitada por el hecho de que él n o me ha demandado
ningún esfuerzo terapéutico, sino que sim plemente me pidió que me integrara a
su equipo de especialistas investigadores como otro es pecialista investigador.
Eso es, pues, en la práctica, lo que le propuse, y lo que he mos hecho juntos
desde hace un año y medio.

Yo adopté de entrada una posición diferente de la del psicoanalista tal como


puede caricaturizársele como siendo aquél que busca una psicogénesis ² de
preferencia específica ² para trastornos orgánicos o funcion ales; mi objetivo
era más bien la relación médico-enfermo-enfermedad. En la práctica, me co -
loqué en una posición com plementaria a la de los otros investigadores par -
ticipando en todas las actividades del servicio, ya sea en la sala con las vi sitas,
en el curso de las discusiones cien tíficas y clínicas dirigidas por el Sr. Royer, o
en la consulta externa. Por otra par te, escuché a padres e hijos con ³la oreja
analítica´. Es decir, con una actitud y re ferencias muy diferentes del
interrogatorio médico o médico-psicológico habitual.

En las reuniones semanales del servicio, que agrupan al equipo y los co rres-
ponsales de París y de Provincia, expuse esas entrevistas de manera tan fiel
como fuera posible. Esto reveló a los médicos la importancia del discurso del
niño enfermo y de su familia, de velando un ³vivido´ de la enfermedad al que no
correspondía sino de manera lejana la vi sión ³científica´ objetiva que ellos
mismos tenían de ella. La diferencia entre lo que hemos lla mado, con el Sr.
Royer, la enfermedad endógena (³la enfermedad autógena´ de Ba lint) y la
enfermedad vista por el médico, apareció co mo una de las fuentes de
dificultades en la relación ³médico-enfermo´: el diagnóstico global que debe
integrar y articular los cuatro polos del problema: ³niño -familia-médico-
enfermedad´ y servir de base a la discusión de la con ducta terapéutica.

En el curso del año, entonces, proseguimos esas discusiones y, con los mé di-
cos, nos pareció que podíamos desprende r algunas nociones en cuanto a la vi -
sión endógena de la enfermedad en los padres y en los niños, en los casos de
enfermedades crónicas letales.

De este modo el equipo de los especialistas hospitalarios es situado por la fa -


milia en la posición de ³ médico de la familia´, a quien ésta demanda una to ma a
su cargo total. La hospitalización es el momento de un llamado, que ya ha
sufrido numerosos avatares, aunque más no fuese en las anteriores re laciones
con los otros médicos.

La enfermedad real, por específica que sea, es decir deterioro de un órgano o


de una función, vendrá a servir de soporte a toda la fantasmática familiar so bre
la muerte y la vida. No responder más que a nivel ³reparación del ór gano o de
la función´ equivale a responder sólo a nivel del síntoma.

Por otra parte, desde la primera entrevista, los padres dan parte de sus pro pias
investigaciones en cuanto a la etiología de la enfermedad considerada co mo un
mal. Aquí remito a los trabajos anteriores de la Sra. Aubry , de la Sra. Bargues,
de Valabrega. La formulación de los padres va de ³eso no tie ne sentido´ a ³ése
es el sentido que le damos´. Por cierto, la bús queda médica sistemática en
relación a los antecedentes, la falta de información, o la ma la información del
público en cuanto a los pro blemas de nefrología, la im potencia de la ciencia
médica en ciertos casos, favorecen esta actitud y la elaboración de los
fantasmas en cuanto al agente responsable.

La culpabilidad aparece ante todo en esos fantasmas, ya sea expresada direc-


tamente: infracción de un orden, una ley, una prohibición, o indirectamente por
desplazamiento, denegación, proyección. La enfermedad del niño parece pues
ser un revelador de la problemática y del drama familiar, que se actualiza en
esta enfermedad y se alimenta de ella, pero no es verdaderamente sus citado
por ella. Las dificultades en contradas por los médicos se sostienen en parte del
hecho de que ellos no escuchan más que la demanda explícita: ³cure esta cri-
sis´, y no la demanda implícita: ³vea nuestro drama´.

En este primer tiempo, hemos descubierto entonces la importancia de los dis -


cursos del niño enfermo y de su familia. La cuestión que plantean ac tualmente
los médicos del equipo es la siguiente: ³¿cómo explotar científicamente el
material así descubierto?´.

En esta segunda etapa de nuestro trabajo de colaboración, propongo todavía la


utilización del psicoanálisis como ciencia del desciframiento del discurso in -
consciente y de sus efectos. Se trata de localizar, en el discurso del sujeto, los
acontecimientos, las situaciones, las palabras que van a develar su te mática y
la articulación de la enfermedad en esta te mática. Tal es nuestra posición
actual.

Aunque hayamos avanzado poco en esta investigación, que, como se los di je,
no data de más de 18 meses, hemos sido llevados necesariamente a dis cutir
sobre problemas de práctica médica. De este modo, hemos abordado va rias
veces un asunto quemante en el curso de nuestras reuniones semanales: el de
la información, a dar por el médico a la familia, en cuan to a la naturaleza de la
enfermedad y a su pronóstico fatal. Dos tipos de actitudes se des prenden: unos
prefieren advertir a los pa dres, otros reservan su pronóstico hasta el final. El
carácter apasionado de las con troversias que tuvieron lugar, el hecho de que
los argumentos se utilizaban con toda bue na fe para justificar una u otra de
estas actitudes, incitaron a algunos a tratar de delimitar, más allá de esas
racionalizaciones, su verdadera determinación, y a re conocer que cada cual
utiliza, ante ese problema específico ² es decir, la angustia de su propia
muerte y de la del otro ² sus mecanismos de defensa personales. De hecho,
que el médico tenga tal o cual actitud no parece ser el fac tor primordial para el
enfermo y su familia. Más importante parece ser el he cho de que el médico
actúe demasiado a menudo de la ma nera estereotipada, en función de sus
presupuestos personales.

Para resumir, digamos que a partir de una demanda de los médicos en lo que
concierne a la repercusión de la enfermedad crónica sobre el niño y las cau sas
de las dificultades de la relación médico -enfermo, el trabajo del equipo se
orientó hacia la to ma en consideración del discurso del niño enfermo y de su
familia, el análisis de ese material, y la explo tación que puede hacerse de éste
con fines terapéuticos.

Si el niño enfermo y su familia son considerados como sujetos a es cuchar, este


material no podría ser aislado del diálogo en el cual se inserta. Seremos lle -
vados entonces a estudiar de manera análoga el discurso de los médicos. En
efecto, el médico no puede ser considerado como una máquina de diag nos-
ticar, un robot terapéutico: es un sujeto tomado, como todos los sujetos, en un
discurso inconsciente, que de termina su respuesta al sujeto en fermo, es decir,
su conducta en la terapéutica.

Sr. LACAN ² No creo que la Sra. Raimbault, aunque con un estil o diferente y
que puede ser más placentero para ciertas orejas, haya di cho cosas
esencialmente diferentes de las que yo enuncié recién.

De todos modos quisiera decir al Sr. Royer simplemente lo si guiente: que yo


hubiera creído que se le iba a dar u na acogida mejor a mis palabras. Aunque
yo haya hecho de la abundancia del arsenal te rapéutico el único criterio del
pasaje de la medicina a la era científica, lo esen cial de mi distinción me
parecía, pero sin duda es un error, que re cubría la dimensión por la cual, antes
de mi discurso, él mismo había di cho que se inquietaba, a saber lo que él ha
nombrado, en su vocabulario, que es de su registro, la enfermedad endógena
como opuesta a la enfermedad exógena. Si comprendí bien, la enfermedad
exógena, es la que es vista desde el exterior, por el mé dico, desde ese punto
de vista que hace un momento llamé científico. La en fermedad endógena recu-
bre todos esos problemas que yo indicaba, los de la demanda y del fon do que
ella encubre. Para poder resolverlos e intervenir allí de una ma nera apropiada,
no basta con adelantarse en una formación apre surada. Al considerar la di-
fusión actual de la teoría de la relación mé dico-enfermo, vista de una manera
más o menos aproximativa como psicoanalítica, y lo que ella permite en
algunos casos como intervenciones intempestivas, *en ciertos casos*[19] una
no-iniciación es preferible a una demasiado grande.[20]

Sr. WOLF ² Quisiera preguntar si el Sr. Lacan no ha revelado in consciente-


mente ² me excuso ² una parte del problema que se plantea a los mé dicos
que se confrontan con los psicoanalistas, lo que todavía no sucede muy a
menudo en la práctica.

Este problema reside en el hecho de encontrarse, de alguna manera, des poseí-


do (ya que, como lo ha dicho el Sr. Royer, nosotros queremos con siderarnos
como unos médicos completos, y no como distribuidores de píldoras), frus trado
en esa especie de relación con el en fermo de la que se tiene la im presión que
el psicoanalista va a desviarlo. Y, en esta medida, eso puede volver a las
relaciones tanto más difíciles cuanto que, siendo el análisis, por de finición, algo
relativamente esotérico (por otra par te, de ningún modo quiero decir que eso
sea por culpa de los psicoanalistas), los médicos están tanto más excluidos de
éste. Quizá la experiencia de la Sra. Raim bault responde precisamente a este
problema, en la medida en que es un éxi to.

Sr. LACAN ² Estoy muy contento por la intervención del Sr. Wolf. Ocu rra lo
que ocurra con mi inconsciencia, hay que emplear esa pa labra en el sentido
corriente del término, y no es del inconsciente freu diano que se trata, es
siempre una gran inconsciencia servir ³así´ una ta jada más o menos
transversal de algo que requie re ser expuesto con todo tipo de
escalonamientos.

Volveré a leer el registro de lo que he dicho recién. Creía haber pre cisado bien,
al comienzo, que yo tomaba al pie de la letra la cues tión del lugar del psi coaná-
lisis en la medicina. Voy a engorda r todavía mi tesis, y así quizá llegará a
pasar. La medicina se mantendrá en tan to que el médico se maneje más
cómodamente ² informado como puede serlo ² con lo que he llamado la
topología del sujeto. Existen de és ta esquemas que no he querido impo nerles
esta noche, y quise solamente dirigirles un discurso que implica la dimensión a
donde entendía llevar el debate. Para nada se tra ta, y en ningún momento, de
saber si la cura psicoanalítica está indicada en tal o cual caso, o si ella debe
ser más o menos extendida.

En cuanto a pensar que, en sus relaciones con sus enfermos, un psi coanalista
debe sustituir al médico, quisiera que me corten la ca beza si he dicho algo que
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se aproxime a eso así sea un poco. Simplemente me parecía, dados los datos
adquiridos, y he precisado expre samente que no todos estaban difundidos, que
sería tiempo de que en alguna par te estos sean, si no difundidos *o
enseñados*[21], pero al menos pues tos al día de la expe riencia en el marco de
una Facultad de Me dicina.

El carácter puramente didáctico de modulación que más o me nos, según mis


costumbres, di en esta ocasión a mi voz, no señala de nin gún modo la tensión
de una pasión personal, ni siquiera en nombre de una autenticidad o de una
sinceridad cualquiera; y justamente, no quise emitir un voto que en esta
ocasión hubiera podido te ner el aspecto de una pasión así, voto que además
seguiría siendo muy gratuito, pues las respuestas que he recibido muestran
que es evidente que grandes obstáculos se oponen a la admisión de una idea
semejante, la de, por ejemplo, enseñar a los estu diantes de medicina, lo que
quiere decir un significante y un significado, mientras que todo el mundo ha bla
de lingüística, salvo los estudiantes de medicina, por la sim ple razón de que no
se les enseña.

En cuanto al carácter esotérico de mi enseñanza, las puertas siem pre han esta-
do bien abiertas, contrariamente a lo que se practica en otros lugares del psi co-
análisis, y jamás ha sido prohibido a nadie, en todo caso no por mí, asistir a lo
que sería exagerado llamar mi curso, sino a mis comunicaciones y a mi
seminario. [22]

establecimiento del texto,


traducción y notas:
RICARDO E. RODRÍGUEZ PONTE

Anexo 1:
FUENTES PARA EL ESTABLECIMIENTO DEL TEXTO, TRADUCCIÓN Y
NOTAS DE ESTE TEXTO DE LACAN [23]

· PEC ʊ Jacques LACAN, «Psychanalyse et Médecine», en Petits écrits et


conférences, 1945 - 1981, recopilación de fotocopias de diverso ori gen, que
agrupa varios textos inéditos de Lacan, sin indicación editorial. Bi blioteca de la
E.F.B.A.: CG-254. Esta fuente, en sus pp. 450 -454, ofrece la fotocopia, parcial,
del texto publicado en los Cahiers du Co llège de Médecine, 1966, 7 (nº 12), pp.
765-769. Esta fuente no incluye ni la presentación de la mesa redonda ni el
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debate posterior.

· LEF ʊ Jacques LACAN, «Psychanalyse et Médecine», en Lettres de l¶École


freudienne, nº 1, 1967, pp. 34 -51. Esta fuente incluye el debate posterior, pero
no la presentación de la mesa redonda. Incluye también el artículo de Emile
Raimbault, «Psychanalyse et Mé decine: Notes pour une discussion», que no
hemos traducido pero del que nos hemos servido para orientarnos en el con -
texto del debate.

· PTL ʊ Jacques LACAN, «La place de la psychanalyse dans la mé decine», en


Pas-tout Lacan, recopilación de la mayor ía de los pequeños escritos, charlas,
etc., de Lacan entre 1928 y 1981, a excepción de los se minarios, que ofrece en
su página web http://www.ecole-lacanienne.net/ la école lacanienne de psy cha-
nalyse: Esta versión, que ofrece tanto la pre sentación de la mesa redonda co -
mo el debate posterior, se basa a su vez en el tex to publicado en los Cahiers
du Collège de Médecine, 1966, aunque in dica una paginación diferente del mis -
mo por relación a la que informa PEC: pp.761-774.

· IyT ʊ Jacques LACAN, «Psicoanálisis y Medicina», en Intervenciones y Tex -


tos, Ediciones Manantial, Buenos Aires, 1985, pp. 86 -99. Traducción de Dia na
Silvia Rabinovich. Esta traducción, que afirma basarse en el texto pu blicado por
LEF, no incluye ni la presentación de la me sa redonda ni el debate posterior.

NOTAS.

[1] Para las abreviaturas que re miten a los diferentes textos-fuente de esta tra-
ducción, véase, al final, el Anexo 1. Las notas, así como lo in cluido entre llaves,
es de la traducción.

[2] Traduzco según cita en francés el Sr. Klotz. El lector confrontará el párrafo
en: Sigmund FREUD, «Nuevos caminos de la terapia psicoanalítica» (1919
[1918]), en Obras Completas, Volumen 17, Amorrortu editores , Buenos Aires,
1979, pp. 162-163.

[3] Institut de la Santé et de la Recherche Médicale.

[4] Como nota editorial precediendo la primera intervención de Lacan en la


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p
mesa redonda, LEF informa:

³Es bajo este encabezado {Psychanalyse et Médecine} que se l e había pedido


a Jacques Lacan que participara en una mesa redonda del Co llège de Médeci-
ne, el 16 de Febrero de 1966, teniendo lugar la reunión en la Sal pêtrière.

³En primer lugar, ofrecemos la primera intervención de Jac ques Lacan.

³Observemos que éste se atuvo a que el texto se atuviera es trictamente al dis-


curso que improvisó. No aportó al registro de la ban da magnética más que un
añadido, el que se encontrará de la re ferencia del sujeto del goce a la del
célebre mito o Banquete: referencia que sólo hay que entender, hay que
decirlo, por el po co lugar que tiene en el presente de las preo cupaciones
médicas´.

[5] Cf. Michel FOUCAULT, Historia de la locura en la época clásica, tomos I y II,
Fondo de Cultura Económica, México. La obra había aparecido en Francia en
1964.

[6] Cf. Michel FOUCAULT, El nacimiento de la clínica, Siglo Veintiuno Editores,


México. Esta obra había aparecido en Francia en 1963.

[7] Así, en LEF. En PEC y PTL: *que es la condición del advenimiento*

[8] Lo entre asteriscos, sólo el LEF.

[9] *el análisis*

[10] PEC y PTL: *ha revelado sus verdaderas dimensiones y sus verdaderas
estructuras*

[11] Alusión a Calibán, el esclavo salvaje y deforme del drama La tempestad,


de Shakespeare.
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[12] PEC y PTL: *el registro de la dimensión imaginaria*

[13] PEC y PTL: *en*

[14] sans le savoir, también: ³sin el saber´.

[15] Cf. Evangelio según San Mateo, 329: ³Si, pues, tu ojo derecho te es
ocasión de pecado, sácatelo y arrójalo de ti...´.

[16] En este punto, LEF señala: ³La señora Aub ry da entonces la palabra a uno
de los médicos invitantes, cuya intervención reproducimos aquí, por cuanto
motiva la respuesta que se le dio tras una intervención de la señora Ginette
Raimbault´ ² pero nosotros seguimos ahora el texto de PTL.

[17] La reproducción fotocopiada que hace PEC del texto publicado en los
Cahiers du College de Médecine se interrumpe aquí.

[18] PTL no reproduce las palabras de G. Raimbault.

[19] *a veces*

[20] En este punto, LEF señala: ³Aquí, una nueva intervención permite a
Jacques Lacan otra respuesta.´ ² La nueva intervención, que PTL tampoco
reproduce, es la que sigue, del Sr. Wolf.

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[21] Lo entre asteriscos, sólo el PTL, no en LEF.

[22] Al concluir la intervención de Lacan, LEF informa:

³Fue la Señora Aubry quien ha bía propuesto al Collège de Médecine la


invitación a donde todo esto tuvo lugar.

³Jacques Lacan rinde aquí homenaje a la serenidad sin des fallecimientos con
la que la Señora Aubry supo hacer frente a la manera en que es ta invitación fue
comprendida: de una y otra parte.

³Le agradece haber mantenido el principio de una publicación no co rregida de


las intervenciones y haber obtenido su comunicación casi in tegral.

³Para decir todo, es gracias a ella, como conserva aquí su in dicación la primera
frase, que Jacques Lacan pudo sortear sin siquiera pre caverse la ³trampa´ que
sin duda es el accesorio en curso en este tipo de co loquio, puesto que no se ve
cómo algo parecido habría podido llegar al pun to en que se testimonia haberlo
sentido tan vivamente, sino que lo haya de jado en el aire´.

[23] Este texto fue también publicado en Le bloc -notes de la psychanalyse, nº


7, 1987, pp. 17-28, al que no hemos tenido acceso.

Tomado de: http://elpsicoanalistalector.blogspot.com/2008/05/jacques

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